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Ana Vicente Sánchez — La retórica y la crítica literaria en los siglos I a.C. y I p.C.

Cecilio de Caleacte, Dionisio de Halicarnaso, los tratados Sobre lo sublime y Sobre el estilo, Dión de Prusa.

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LA RETÓRICA Y LA CRÍTICA LITERARIA EN LOS SIGLOS I A.C. Y I P.C.

CECILIO DE CALEACTE, DIONISIO DE HALICARNASO, LOS TRATADOS SOBRE LO

SUBLIME Y SOBRE EL ESTILO, DIÓN DE PRUSA.

ISBN 84-9822-489-6

ANA VICENTE SÁNCHEZ

[email protected]

THESAURUS: asianismo, aticismo, ático, clasicismo, estilo, koiné (koinhv), Roma, sublimidad o lo

sublime (u{yo").

OTROS ARTÍCULOS RELACIONADOS CON EL TEMA: 38. La oratoria en los siglos V-IV:

características generales; 52: Plutarco; 55: La retórica y la crítica literaria en los siglos II-III. Luciano, Elio

Aristides, Filóstrato, Eliano, Menandro el Rétor; 56. La retórica y la crítica literaria a partir del siglo IV:

Libanio, Juliano, Himerio, Temistio.

RESUMEN: al final de las guerras Civiles y en los principios del Imperio romano un grupo de

intelectuales griegos desarrollará su actividad literaria y didáctica en Roma, siguiendo, principalmente,

la tendencia a imitar a los autores áticos de época clásica; esta corriente de imitación se desarrollaba

igualmente en otros centros como Pérgamo, Rodas, Atenas o Alejandría.

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Cecilio de Caleacte, Dionisio de Halicarnaso, los tratados Sobre lo sublime y Sobre el estilo, Dión de Prusa.

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1. La retórica en los siglos I a.C y I p.C.: Roma.

En el año 146 a.C. se convertía Grecia en provincia romana, y cuando Augusto se hace con el

poder, tras la caída de la República y las guerras Civiles, se halla bajo su dominio toda la zona greco-

parlante del Mediterráneo oriental, el norte de África y Asia Menor. Este comienzo del llamado Imperio

romano va a traer una época de paz que propiciará el desarrollo de las artes y las letras. Hasta

entonces y desde la muerte de Aristóteles el sistema retórico desarrollado a lo largo del siglo IV a.C.,

unido a los ejercicios prácticos, había ocupado un papel central en la educación. De esos tres siglos

apenas conservamos testimonios de los escritos retóricos, teniendo noticia de ellos principalmente a

través de las referencias de autores romanos o griegos tardíos. Este papel central de la retórica en la

educación se refleja, por ejemplo, en su creciente influencia ya no sólo sobre la oratoria sino sobre la

literatura en general. Esta posición dominante en el sistema educativo y su influencia sobre las

composiciones literarias, unido todo ello a que constituía el núcleo del que partía la crítica literaria,

demuestra la importancia de la retórica en la vida intelectual y estética. Las escuelas de retórica se

multiplicaron y a menudo los retóricos parecen haber hecho sombra a los filósofos. Los dos siglos que

comprenden el cambio de era hacen de Roma el centro intelectual de las letras griegas, no sólo en

cuanto a la creación literaria sino también en lo que a la enseñanza de la retórica se refiere (para la

que será la lengua griega el instrumento empleado) y se convertirá a los oradores áticos en el

paradigma a seguir. De este modo tiene lugar un retorno la prosa clásica de los siglos V y IV a.C. que

propiciará el importante movimiento aticista.

En estas condiciones desarrollarán su labor Cecilio de Caleacte y Dionisio de Halicarnaso

primero, después el autor de Sobre lo sublime (Peri; u{you") y Dión de Prusa; en una fecha y ubicación

difíciles de determinar, se compuso la obra Sobre el estilo (Peri; eJrmhneiva"), atribuida a Demetrio. En

las teorías estilísticas de Dionisio de Halicarnaso podemos encontrar el germen de un movimiento

llamado “aticista” que alcanzará su punto culminante en la llamada Segunda sofística a partir del siglo

II. La crítica literaria del siglo I a.C. denomina a la retórica producida desde principios de época

helenística “asianismo” porque su producción procedía en gran parte de Asia y por la antítesis con

“ático”. En época de Dionisio de Halicarnaso y de Cecilio de Caleacte todavía gozaba de cierto éxito,

pero no constituía un movimiento consciente o una escuela ni seguía una particular teoría, sino que

era el resultado natural del desarrollo estilístico de la prosa griega desde el siglo IV a.C., debido a la

naturaleza de la educación retórica, a las condiciones de la oratoria real y al desarrollo del griego

como lengua universal o koinhv; merced a todo ello surgió una prosa con señalados cambios en el

ritmo y la dicción, con un estilo afectado, artificial y pomposo, rica en paralelismos y antítesis al estilo

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de Gorgias, cuyo máximo representante fue Hegesias de Magnesia (siglo III a.C.). A mediados del

siglo I a.C. puede hablarse de una reacción contra sus excesos estilísticos que se denominó a sí

misma “aticismo” porque elegía a sus modelos entre los oradores áticos de época clásica. La

expansión de la lengua griega en su forma de koiné (una base ática con la admisión de numerosos

jonismos e influencias de otros dialectos, regularización de paradigmas y simplificación en todos los

campos) y el asianismo fueron algunos de los factores que contribuyeron a desencadenar el

movimiento aticista, pero no los únicos. La extensión helenística fue política y cultural, y sus efectos

se dejaron ver pronto en un centro muy importante en múltiples aspectos: Roma. De hecho, las

referencias más antiguas al aticismo las pronuncia Cicerón en Brutus y Orator, donde critica a los

oradores latinos contemporáneos por su estilo llano y recomienda como modelo a Demóstenes en

contra del estilo asiánico; en la misma línea se movían Cecilio de Caleacte y Dionisio de Halicarnaso.

Este último erige a los prosistas clásicos como paradigmas de los que aprender las formas, el estilo y

la calidad de contenidos, mediante una imitación donde tendrán los preceptos gramaticales un papel

secundario en estos albores del movimiento aticista; la Segunda sofística, sin embargo, además de

continuar esta tendencia en cuanto al estilo, añadirá una obsesión por la forma lingüística. Tenemos,

por lo tanto, dos aticismos: los primeros aticistas del siglo I a. C. pretendían reproducir el estilo y los

contenidos de prosistas clásicos, afán al que se unió con el tiempo el deseo de purificar la lengua y

“limpiarla” de los elementos recientes y populares. Ese primer comienzo aticista se ha bautizado en la

actualidad con el nombre de “clasicismo”, consistente en una amplia imitación de la cultura, en

especial de la literatura de época clásica y particularmente del estilo, destacando la de Atenas, pero

sin limitarse a ella. El desarrollo del aticismo lingüístico comienza a mostrarse en cierta medida en

autores como Dión de Prusa y Plutarco, aunque ya en los escritos de Dionisio o Cecilio puede

encontrarse algún rasgo (como un uso más frecuente del optativo).

Otro elemento que propició la vuelta al mundo clásico fue la crítica literaria llevada a cabo por

la filología alejandrina: su crítica textual se basaba en la detección de errores con la literatura clásica

como referencia, y era normativa y reguladora. Por otra parte se concedió mucha importancia a la

cuestión de la elección de palabras; además había cierta tendencia a considerar el arte como algo

autónomo, con belleza por sí mismo independientemente de los contenidos. La medida de la belleza

se hallaba en la literatura clásica, donde alcanzó su máximo esplendor, y ése fue el canon que los

alejandrinos establecieron. Así la mímesis pasa de su concepción aristotélica como representación de

la naturaleza mediante el arte a una imitación de los cánones clásicos, que habían alcanzado los

logros más perfectos. Con este cambio la literatura se convierte en una actividad de erudición,

intelectual y de carácter escrito: la creación literaria ya no obedece a una inspiración espontánea

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como ocurriera antaño con la épica, la lírica etc., sino que dicha creación se limita a la imitación

artificial.

En la Roma augústea abundaban los retóricos griegos, de los que conocemos algunos

nombres, como Heliodoro o Timágenes, y también recibía ocasionalmente a otros que visitaban

Roma, como Gorgias de Atenas y los más famosos Apolodoro de Pérgamo y Teodoro de Gádara: la

gran rivalidad existente entre sus seguidores llegó hasta el siglo II. El primero fue maestro de Cecilio

de Caleacte, y su acmé se sitúa en torno al 64 a.C. Parece que se interesaba especialmente en la

oratoria judicial, en la que podía aplicar sus estrictas normas sobre la organización de los discursos,

creando una escuela muy dogmática, defensora de los aspectos técnicos y de la formación del

orador. Teodoro de Gádara (acmé en torno al 33 a.C.) y sus acólitos, considerados rivales de los de

Apolodoro, fueron más flexibles en cuanto a las partes del discurso, mostraron especial interés en el

estilo, basaban el aprendizaje en la lectura e imitación de los autores clásicos, eran menos

normativos y concedían gran importancia a la inspiración original.

Mucho mejor conocidos son Cecilio de Caleacte y Dionisio de Halicarnaso.

2. Cecilio de Caleacte.

Procedía de Sicilia y era, al parecer, liberto de L. Cecilio Metelo, de quien tomaría el nombre.

Desarrolló su actividad intelectual en Roma al menos a partir del año 40 a.C., siendo un poco mayor

que Dionisio de Halicarnaso, de quien era amigo. Probablemente fue discípulo de Apolodoro de

Pérgamo, a cuyas clases asistiría en Roma.

Tenemos noticia de sus escritos a través de Ateneo, Quintiliano y la Suda principalmente. Los

fragmentos contienen ejemplos de prosistas antiguos (Demóstenes, Heródoto, Tucídides) y también

de algún poeta (Homero, Sófocles, Eurípides o Éupolis). Como la mayoría de los retóricos, escribió

una Arte retórica, pero sus obras más famosas e influyentes fueron las dedicadas al estudio de las

figuras del discurso y a las tendencias aticistas. La mejor contribución de su obra sobre las figuras

parece que fue el número de las mismas que definió y las cuidadosas distinciones que hizo entre

figuras similares, en las que se basan las subdivisiones de Quintiliano (libro IX de su Institutio

oratoria). La Suda (léxico del siglo IX) nos conserva una deturpada lista de títulos: Cómo el estilo ático

difiere del asiático, Comparación entre Demóstenes y Esquines, Ensayo sobre Lisias (en el que

trataba de mostrar la superioridad de Lisias sobre Platón, guiado, a juicio del autor de Sobre lo

sublime 32, por prejuicios y por premisas erróneas), Sobre el carácter de los diez oradores,

probablemente responsable de la formación del canon de los diez oradores (Antifonte, Andócides,

Lisias, Isócrates, Iseo, Esquines, Licurgo, Demóstenes, Hiperides y Dinarco) reuniendo noticias de la

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vida, carácter y autenticidad de las obras. Esta obra se convirtió en consulta obligada para autores

posteriores que abordaron este mismo tema, como Pseudo-Plutarco, Apolonio, Diógenes Laercio, la

Suda, Focio, los escoliastas a Demóstenes y Esquines, etc. La lista de la Suda presenta ciertos

problemas textuales, pero parece claro que Cecilio escribió al menos un léxico aticista en orden

alfabético que sería utilizado por la propia Suda, por Gregorio de Corinto y lexicográficos tardíos,

presumiblemente titulado Contra los frigios (haciendo referencia a los asianistas). La Suda también

menciona una Comparación entre Demóstenes y Cicerón, tachada por Plutarco de presuntuosa en la

Vida de Demóstenes 3, que provocó probablemente la misma comparación llevada a cabo en el

anónimo Sobre lo sublime 12, merced a lo cual se sospecha que la comparación de Cecilio formaba

parte de su obra del mismo título de la que la anónima es una réplica. Aparentemente fue Cecilio el

primer crítico que trató de definir esa forma literaria excelsa que los griegos llamaron u{yo", con cuyo

objetivo recogió numerosos pasajes que lo conseguían o que fracasaban, estando entre estos últimos

los de Platón. Fue tachada de poco práctica para ayudar a un escritor, pues no especificaba los

medios para conseguir lo sublime, no prestaba atención a la emoción (pavqo"), ni a la imaginación,

sino que se centraba en aspectos más técnicos, con una concepción moderada y aticista de lo

sublime.

3. Dionisio de Halicarnaso.

Natural de Halicarnaso viajó a Roma donde se estableció desde el 30 al 8 a.C., dato que

conocemos a través de sus referencias en las Antigüedades Romanas (véase especialmente I 7,2-4).

Allí aprendió latín y se relacionó con importantes familias de su aristocracia. Su nacimiento se fecha

en torno al año 60 a.C. y de su muerte tan sólo puede fijarse la fecha post quem del 8/7 a.C., cuando

publicó sus Antigüedades Romanas (que pretendía completar la obra histórica de Polibio desde los

orígenes de Roma hasta la primera guerra Púnica), obra a la que se dedicó en cuerpo y alma,

mientras que los opúsculos sobre retórica que escribió a lo largo de su vida fueron pequeños

comentarios surgidos de su actividad profesional como profesor y de sus relaciones con otros

literatos. Pese a que se le ha achacado falta de rigor científico y abundantes incoherencias, sus

numerosos escritos sobre retórica constituyeron en su época una fuente de conocimiento y expansión

de las letras griegas. Su finalidad con estas composiciones es enseñar a los jóvenes a ser oradores,

ayudar a los que ya lo son a mejorar su estilo, y hacer que el público sea capaz de identificar,

apreciar y valorar los estilos.

Criticó a los oradores asianistas al considerarlos tediosos y simples, carentes de cultura,

ideales filosóficos o políticos (véase especialmente Sobre los oradores antiguos 1.3-7, o Sobre la

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composición literaria 18.22-29). El nuevo concepto estético de la imitación consistía en hallar belleza

no en la representación misma sino en el modo en que se ha llevado a cabo, esto es, no en la

imitación de naturaleza sino en la imitación de lo que se comprendía era bello y digno de ser imitado.

Ello supone el paso de una literatura dinámica a una estática, escrita, erudita e intelectual. Es

particularmente este uno de los factores que contribuyeron al desarrollo del aticismo, más que la

reacción frente a la oratoria asianista y a la llamada “degeneración” de la koiné.

Dionisio llama a la oratoria “retórica filosófica” o “filosofía política” (véase Sobre los oradores

antiguos 1.2, 4.2, Carta a Pompeyo Gémino 6.5), en la misma línea en la que se había expresado

Isócrates. Sostiene, por lo tanto, el halicarnaseo la mayor importancia de la retórica sobre la filosofía,

y se muestra abiertamente partidario de las ideas de Isócrates (véase Sobre Lisias 16.5, Sobre

Isócrates 4.4, Sobre la imitación, Frag. 1). De este modo, critica a Platón, cuyo estilo considera

inferior al de Lisias, puesto que el filósofo había desprestigiado la retórica frente a la filosofía: en la

Carta a Pompeyo Gémino se ve obligado a justificar las críticas que había dirigido a Platón en su

Sobre Demóstenes. Sin embargo alaba a Platón por su consideración del origen natural del lenguaje

y es platónica su concepción de la imitación (el alma puede, mediante la contemplación, adquirir las

virtudes de aquello que se imita, Sobre la imitación, Frag. 2). Al igual que Platón, tampoco Aristóteles

simpatizaba del todo con Isócrates, aunque el filósofo de Estagira, sin embargo, no despreciaba la

retórica e incluso escribió tratados sobre dicha ciencia; Dionisio no estuvo parcialmente de acuerdo

con ideas aristotélicas, pero sigue en muchos aspectos sus teorías, como la existencia de ritmos

propios en la prosa, o su concepción del arte como imitación; por otra parte Dionisio confiere mayor

importancia a la forma sobre el contenido y entiende la oratoria sólo con valor ético y político. Lo

mismo ocurre con Teofrasto, de cuya terminología llegó a servirse: en unos aspectos coincide y en

otros discrepa.

Su postura en relación con las escuelas de Apolodoro de Pérgamo y de Teodoro de Gádara

fue en buena medida gradual, comenzando más de acuerdo con la primera y con Cecilio de Caleacte

para aproximarse con el tiempo a las tendencias de la segunda escuela. Respecto del epicureísmo

también se mantendrá distante, ya que sus seguidores, además de vivir alejados de la vida política,

no daban importancia al arte de escribir bien (Sobre la composición literaria 24.8). Por otra parte, con

la escuela estoica, que consideraba útil la retórica para el bien común, estaba de acuerdo Dionisio.

Desarrolla su concepción retórica y literaria progresivamente, incorporando nuevas ideas y

retractándose de otras, conforme estudia a los distintos autores. En un principio defendía la pureza

lingüística del ático (véase Sobre Lisias 2 y 13.2, o Sobre Isócrates 2.1-2), y consideraba la base del

buen estilo la suma de virtudes (ajretaiv) y la ausencia de defectos: de hecho censuró a autores como

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Platón y Tucídides por detalles triviales, pasando por alto la grandeza del resultado final; así, alababa

el estilo de Lisias por su sencillez y claridad, apropiado para instruir a sus alumnos en oratoria y en

lengua ática, y más tarde el de Isócrates, de mayor utilidad por su temática política. Sin embargo con

el tiempo fue perfilando su teoría y comenzó a apreciar otros elementos en el estilo, como la

capacidad de conmover y ganarse al público y otras virtudes (ajretaiv) que veía en Demóstenes; restó

importancia a la pureza de la lengua, prefiriendo que fuera clara y usual para resultar elevada

mediante el buen uso de las virtudes apropiadas (véase Sobre Demóstenes 34). En efecto, poco a

poco examina con más severidad a Isócrates; y el estudio de Iseo le conducirá a su alumno

Demóstenes, quien poseerá, en su opinión, el mejor estilo superando a Lisias. Además de esas

virtudes generalmente aceptadas, Dionisio cree haber descubierto la clave para conseguir la prosa

más bella, que no es sino la disposición de las palabras, la armonía, como él la llama, a la que

dedicará su Sobre la composición literaria. Finalmente, continúa su estudio de Demóstenes, con la

intención de mostrar cómo el orador consigue esa maravillosa armonía de forma espontánea.

Ninguno de sus escritos retóricos fue elaborado antes de su llegada a Roma (30 a.C.), pero en

cuanto a su cronología exacta no puede afirmarse nada seguro: compaginaba su labor docente con la

redacción de las Antigüedades Romanas y con la exposición de sus teorías literarias en distintos

formatos; a este último ámbito no se dedicaba de una forma sistemática, sino que comenzaba un

escrito, continuaba con otro (véase Sobre Tucídides 1.4), los dejaba inacabados temporalmente

(véase Carta a Pompeyo 3.1) y escribía cartas entre tanto. Las referencias del propio Dionisio en su

obra dan pie a diversas lecturas y las propuestas actuales son variadas: hay consenso en cuanto a la

temprana datación de sus trabajos acerca de la oratoria ática Sobre Lisias, Sobre Isócrates y Sobre

Iseo, redactando después Sobre los oradores antiguos, que serviría de preámbulo a los anteriores

tratados; la Primera Carta a Ameo generalmente se considera posterior al Sobre Iseo, por su común

alabanza de Demóstenes, aunque también se ha señalado la posibilidad de que sea anterior a ese

primer bloque mencionado; la primera parte del Sobre Demóstenes (hasta el parágrafo 33.4) pudo

componerla al mismo tiempo que escribía acerca de los otros oradores o quizás tras la Primera Carta

a Ameo; los fragmentos y el breve epítome parcial que del Sobre la imitación nos han llegado, se han

considerado bien anteriores a todos sus escritos retóricos conservados, o bien se han ubicado entre

Sobre Demóstenes y Sobre Tucídides; después vendrían Sobre Tucídides, la Carta a Pompeyo

Gémino, la Segunda Carta a Ameo, y Sobre Dinarco; suele ser unánime la fecha tardía de Sobre la

composición literaria a la que seguiría la segunda parte del Sobre Demóstenes (a partir del parágrafo

33.5). Tardíamente se le atribuyó de forma errónea una Arte retórica que dataría en realidad del siglo

III. En cuanto a los tratados no conservados, Sobre la filosofía política (citado por el propio Dionisio en

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Sobre Tucídides) encabezaría la lista cronológica, y podría cerrarla el tratado Sobre las figuras del

estilo (mencionado por Quintiliano); tras Sobre Lisias, Sobre Isócrates y Sobre Iseo habría compuesto

dos o tres ensayos (el de Iseo no es probable que llegara a componerlo) acerca de la autenticidad de

sus discursos y, en un momento posterior, otro sobre la autenticidad de los de Demóstenes. Además

Dionisio prometió escribir tratados que, al parecer, nunca vieron la luz, como el tercer libro de Sobre

la imitación, Sobre la elección de las palabras (véase Sobre la composición literaria 1.10-11), Sobre

Hiperides, Sobre Esquines (véase Sobre los oradores antiguos 4.5), un tratado acerca de los defectos

de la prosa de Platón (véase Sobre Demóstenes 32.3) y otro que promete al final de Sobre

Demóstenes (58.5) acerca de su arte en el tratamiento de los temas.

Sobre la imitación. Sólo algunos fragmentos del primer y segundo libro y un epítome parcial

tardío del segundo libro se conservan del Sobre la imitación. Dionisio de Halicarnaso cuenta en la

Carta a Pompeyo Gémino 3.1 que el primer tomo trata el concepto de la imitación, el segundo recoge

los principales autores dignos de ser imitados, y el tercero, que en el momento de escribir la carta no

había sido terminado, estaría dedicado a ofrecer instrucciones para realizar la imitación. Dicha Carta

nos conserva un extenso fragmento del segundo volumen de esta obra, en el cual trata las tareas del

historiador y las virtudes de su estilo (Fragmento 7 = Carta a Pompeyo Gémino 3.2-6.11). La parte de

la crítica que otorga una fecha temprana a su composición lo hace considerando que Dionisio

elaboraría este manual sobre el estilo de diversos autores griegos, los poetas y prosistas más ilustres

(véase Sobre Tucídides 1.1-3) como introducción a la literatura griega para sus alumnos. Una de las

pruebas que apoyaría esta temprana ubicación es que Dionisio usa parte del material de Sobre la

imitación en Sobre Lisias y Sobre Isócrates, porque están cercanos en el tiempo y todavía no ha

cambiado sus puntos de vista, que, como se ha mencionado, fueron evolucionando progresivamente.

Otra parte de la crítica, sin embargo, considera su composición entre el primer Sobre Demóstenes y

Sobre Tucídides, principalmente por interpretar que Dionisio en su Carta a Pompeyo habla de Sobre

la imitación como de una obra no publicada, de la cual ya había terminado dos volúmenes, mas no el

tercero; aunque bien puede hacer referencia a que tiene pensado redactar una tercera parte, mientras

que las dos primeras ya habrían visto la luz al estar ya anteriormente acabadas; de hecho se

sospecha que no llegó a escribir nunca esa parte final.

Sobre los oradores antiguos está dedicado a Ameo y sirve de prólogo a su proyecto para

escribir sobre los grandes oradores griegos, aunque fue compuesto después del Sobre Iseo. En esta

época comienza Dionisio a decantarse por unas tendencias literarias determinadas y también a

criticar otras corrientes literarias y filosóficas. En esta obra aboga por el aticismo representado en la

oratoria filosófica o filosofía política, siguiendo las pautas que Isócrates había establecido, y ataca al

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pomposo asianismo, la oratoria proveniente de Asia Menor y falta, a juicio de Dionisio, de ideales

políticos y filosóficos, resultando además vulgar, hueca y aburrida (1). Aunque procede de Caria,

reniega de su patria y alaba a Roma, especialmente por el prestigio e imperio de la lengua griega y su

literatura en Roma. Esta obra es una primera toma de contacto con la teoría literaria, simple en sus

exposiciones, con el planteamiento de lo que era en un principio su proyecto sobre los grandes

oradores e historiadores griegos (4.2-6).

Los únicos tratados que nos han llegado de ese gran proyecto en torno a los oradores áticos

son los pertenecientes a un primer bloque, Sobre Lisias, Sobre Isócrates y Sobre Iseo, y, de un

segundo bloque, Sobre Demóstenes (su intención era incluir asimismo los estudios sobre Hiperides y

Esquines _véase Sobre Iseo 20.7-). Al tiempo que redactaba estos ensayos, elaboraba otros tantos

en los que discutía la autenticidad de los discursos atribuidos a ellos (aunque quizá no llegó a hacerlo

sobre Iseo, porque ya lo habría comentado en el dedicado a Lisias) y que publicaría más tarde.

Sobre Lisias. Es el más riguroso y sistemático de los tratados de este tipo. También Cecilio

de Caleacte (que sería rebatido duramente por el autor de Sobre lo sublime) había loado la

superioridad del estilo de Lisias, pero Dionisio, pasado un tiempo, elevará al primer puesto a

Demóstenes, coincidiendo así con Cicerón. En cualquier caso en estos albores de su labor crítica

posee Lisias, a juicio de Dionisio, el estilo ideal, dado que presenta más virtudes (ajretaiv) que ningún

otro. Supera a Platón (2.1), a Tucídides (2.1, 4.2), a Isócrates (3.10) y a Demóstenes (4.2), aunque

reconoce que los discursos judiciales de estos dos últimos son mejores (28.2). Su virtud principal será

la gracia (10.3-11.8), aunque encuentra cierta inconsistencia en lo que a la distribución de las ideas

se refiere (15.6) y a la hora de transmitir pathos al público, de hacer sentir las emociones (13.4, 19.5-

6, 28.2). Tras unas breves notas sobre la vida del orador, procede nuestro crítico a desgranar las

distintas virtudes que adornan su prosa en los ámbitos de la expresión, los hechos y los tipos de

discurso y sus partes, y finaliza anunciando el siguiente tratado que, por orden cronológico,

corresponde a Isócrates.

Sobre Isócrates. Dionisio juzga la expresión de Isócrates inferior a la de Lisias,

especialmente en cuanto a la gracia (3.4), a la fuerza (2.3), a la adecuación del estilo al contenido

(3.1-2) y a la poca naturalidad de su expresión debido a la excesiva elaboración (2.4-7, 12.3-14.7); sin

embargo supera a Lisias por su estilo elevado (3.5-7), por el tratamiento de los hechos y los temas

que elige (4.1-2). Comienza ofreciendo los datos biográficos de Isócrates, pero ya no elabora un

catálogo de virtudes como hizo en el tratado anterior, sino que establece una comparación entre

ambos prosistas (11-14), siguiendo el esquema del Sobre Lisias, sin hacer referencia, por otra parte,

a ninguno de sus restantes tratados.

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Sobre Iseo. El estudio del estilo de Iseo le sirve a Dionisio para investigar la trayectoria

retórica que va del maestro al discípulo, de Iseo a Demóstenes. El método expositivo de este ensayo

consistirá en la enumeración de las semejanzas y diferencias a través de distintos pasajes de Lisias e

Iseo, al que describe como el mejor imitador de Lisias (2.2). Presenta este orador una expresión más

cuidada y adornada (3.3) y juega con los hechos sirviéndose de múltiples recursos (3.6-7, 16.2), por

lo que la conclusión principal será que Iseo, merced a su habilidad, tiene como objetivo la técnica, y

Lisias, con su gracia de estilo, la verdad (4.3-5, 16.1-2). Las referencias biográficas que nos

proporciona Dionisio son casi las únicas fiables que poseemos, ya que, a pesar de haber sido incluido

en el canon de los diez oradores áticos, no fue tenido en cuenta por la crítica en general.

Tanto al final del Sobre Iseo (20.5) como en la Primera Carta a Ameo (2.3) aparece ya la

oratoria de Demóstenes como la mejor, pasando a ocupar ese primer puesto que hasta entonces

había ostentado la prosa de Lisias (véase Sobre Lisias 1.5); de ahí que se prefiera datar esta carta

tras el primer bloque sobre los oradores áticos, aunque también se le ha otorgado una fecha más

temprana por no hacer referencia a ninguna otra obra de Dionisio. La carta pretende refutar un rumor

que Ameo le ha transmitido y que atribuye los conocimientos retóricos de Demóstenes a su uso de

los manuales de retórica aristotélicos. Es esta una carta-ensayo que se sospecha no llegó a formar

parte de un verdadero intercambio epistolar. Del destinatario no se sabe mucho, pues se ignora

incluso su procedencia. La primera parte de la carta comenta los discursos de Demóstenes anteriores

a la derrota de Olinto en el 349 a.C., mientras que Aristóteles se dedicaría en primer lugar a sus

tratados sobre lógica (véase 4, 6.1, 7.2-3). La segunda parte pretende demostrar que todos sus

discursos son anteriores a los manuales de retórica aristotélicos, mencionando los discursos

siguientes hasta la batalla de Queronea del 340/39 a.C. (10), mientras que, basándose en una

referencia histórica del propio Aristóteles, su Retórica resultaría posterior al 339/8 a.C., siendo Sobre

la corona, del 330 a.C., el único discurso que pudo haber recibido esa influencia; pero aun para este

discurso encuentra como prueba de su independencia una referencia a él en la Retórica del estagirita

(12.4-5).

La segunda parte de los oradores áticos consta únicamente del Sobre Demóstenes. Fue

redactado en dos momentos distantes en el tiempo, por lo que hay una primera parte diferenciada (1-

33.4), que interrumpió para dedicarse al Sobre Tucídides, probablemente porque Dionisio quería

estudiar la influencia del historiador sobre el orador. De esta primera parte del Sobre Demóstenes

se ha perdido el principio, donde narraba su vida y distinguía su estilo como el más perfecto. El texto

que conservamos comienza con las clases de estilo (elevado, llano e intermedio) y sus principales

representantes (1-7), para enunciar a continuación la supremacía de Demóstenes en todos los

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estilos, comparando el estilo de Demóstenes con el de Tucídides (9-10), Lisias (11-13), Isócrates (17-

22) o Platón (23-32). Las críticas vertidas por Dionisio sobre ellos suscitarán cierta polémica y, en

ocasiones, se verá obligado a defender su postura, como es el caso de la Carta a Pompeyo Gémino,

en la que debe justificar su opinión acerca del estilo de Platón.

Dionisio interrumpe la redacción del Sobre Demóstenes para escribir el Sobre Tucídides

(véase 1.4). Dedica este ensayo a Quinto Elio Tuberón, probablemente el jurista e historiador, y,

aunque Dionisio también se dedica a la historiografía, le interesa ahora más que nada el estilo de

Tucídides, del que podemos ver una sucinta descripción en 52.4 (tratado extensamente en 21-51).

Los objetivos principales de esta composición son seleccionar el estilo apropiado para la historiografía

y establecer la importancia de la historia sobre la formación de los oradores. De Tucídides reconoce

que escribió pasajes magistrales (15.4), pero tilda su prosa de intrincada, oscura y difícil de entender

(51.1, 52.4), lo que evitó que surgieran imitadores en el futuro (52.4), y que tan sólo Demóstenes se

atreviera a copiar alguna de sus virtudes (53-55). Dionisio distingue su mayor perfección cuando el

historiador se expresa de una forma más cercana a la habitual (51.3). De sus discursos censura que

son demasiado numerosos, interrumpen la narración, resultan oscuros en exceso y no pueden

utilizarse en la vida pública (16, 49-50). En cuanto al aspecto histórico alaba su elección del tema,

racionalismo, objetividad y rechazo de las explicaciones míticas (6-8), pero critica la división de la

obra por estaciones, el desorden y la desproporción en el tratamiento de los temas (9-20). A su juicio

el estilo de Tucídides no es apto para la historiografía ni tampoco útil para la oratoria (50-51),

mientras que aquél que desee ejercitarse en el discurso público debe imitar a Demóstenes (55.2).

Dionisio ya debía de imaginarse la polémica que suscitarían sus críticas a Tucídides, por lo que en los

primeros capítulos expone una justificación de las mismas (2-4).

La Carta a Pompeyo Gémino es una respuesta a una carta de Gneo Pompeyo en la que, por

una parte, se quejaba de las críticas que había vertido sobre el estilo de Platón en la primera parte del

Sobre Demóstenes; y, por otra, quería conocer la opinión de Dionisio sobre Heródoto y Jenofonte.

Así, esta Carta a Pompeyo Gémino contiene dos partes diferenciadas: comienza Dionisio

distinguiendo a Platón, junto a Isócrates y Demóstenes, como los filósofos y oradores más brillantes

(1.5), aunque, sin embargo, arguye que tal devoción no debe impedir ver los defectos de su estilo

evidenciados mediante el método de la comparación; incluye pasajes de la carta de Pompeyo para

demostrarle que él mismo no tiene una opinión muy diferente de la de Dionisio acerca de Platón (2.3-

6). La segunda parte responde a la otra petición de Pompeyo (3-6), exponiendo, de forma sumamente

didáctica, sus ideas sobre Heródoto, Jenofonte, Filisto, Tucídides y Teopompo. Como ya se ha

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Cecilio de Caleacte, Dionisio de Halicarnaso, los tratados Sobre lo sublime y Sobre el estilo, Dión de Prusa.

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mencionado antes, Dionisio reproduce en esta Carta (3.2-6.11) un extenso fragmento (7) de la obra

perdida Sobre la imitación.

La Segunda Carta a Ameo aclara de forma muy didáctica las severas críticas que efectuó

acerca del estilo de Tucídides en el tratado a él dedicado, a petición, esta vez también, del

destinatario, que censuraba la poca claridad de los argumentos y explicaciones de Dionisio. Se

ocupará principalmente de cuestiones gramaticales y lingüísticas, dejando un poco de lado los

aspectos literarios. Insiste en descartar a Tucídides como modelo de oratoria y en la dificultad de

imitarlo, algo que ya Cicerón había destacado. Tal y como le había solicitado Ameo (1.2), expone

cada uno de los preceptos teóricos con ejemplos de pasajes tucidídeos y su explicación

correspondiente, pero (véase a partir de 15.2) comienzan a reducirse los comentarios de Dionisio,

llegando a aparecer citas del historiador sin más, por lo que se ha especulado que no llegó a terminar

completamente la carta.

En la misma época debió de escribir su Sobre Dinarco, acerca de la autenticidad de los

discursos atribuidos a este orador, cuando aún confiaba en hacer los prometidos (véase Sobre los

oradores antiguos 4.5, Sobre Iseo 20.7) ensayos sobre Hiperides y Esquines (1.1); pero después

comenzó sus estudios sobre la armonía y se dedicó a Sobre la composición literaria y a la segunda

parte del Sobre Demóstenes, desinteresándose de aquellos otros dos. De la biografía de Dinarco, el

último del canon de los oradores áticos, supone este tratado la principal fuente (2.2-4.5). Con el

objetivo de discernir los discursos auténticos de los falsos, recurre, en un tono coloquial, primero al

criterio cronológico (4) y después al estilístico (5) mediante su comparación con los grandes oradores.

Antes de pasar a la clasificación de la obra de Dinarco (9-13), se detiene Dionisio en la manida

cuestión de la imitación (7.5-8), designándolo como el mejor imitador de Demóstenes (8.5-6).

Sobre la composición literaria supone un giro en sus concepciones estilísticas. Dedicada a

Rufo Metilio, la importancia de esta obra reside en el nuevo tratamiento que Dionisio confiere a los

estilos y en la proclamación de la prosa ática como modelo. En el estilo lo fundamental será la

aJrmoniva que se produce en el orden y ensamblaje armónico del ritmo y la eufonía de las palabras en

la expresión. Es seguro que en este ámbito recibiría la influencia de los estudios musicales sobre

melodía y ritmo de la doctrina musical, en especial de Aristóxeno. La elección de las palabras

(ejkloghv) había sido hasta entonces la clave de los estudios sobre el estilo, pero ahora Dionisio va a

despertar el interés por otro aspecto de la estilística, el de la composición (suvnqesi"), puesto que se

consigue a través de la adecuada composición de las palabras más belleza y efectividad que

mediante la acertada elección de ellas (2.6-7), aunque promete a Rufo Metilio un tratado sobre ese

otro ámbito de la elocución (1.10). Así, un pasaje sencillo, con términos coloquiales, si su disposición

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es la apropiada en el orden, ritmo y eufonía, puede resultar de una belleza inigualable (3.5-18). De

este modo cayó en el olvido el antes alabado Lisias, pues su sencillez y concisión han dado paso, en

el criterio estilístico de Dionisio, a una armonía sonora de la que el orador carecía. Su teoría consiste

en la disposición de las palabras en los miembros (kw'la), de los miembros en los períodos y de éstos

en el discurso (2.5, sobre las funciones de la composición véase también 6-9). El propio Dionisio nos

ofrece en su primer capítulo los temas que va a tratar: la naturaleza de la composición (2-9); los

objetivos y medios (10-20) entre los que explica detenidamente la eufonía de las letras, las sílabas y

las palabras, el ritmo, la variación y la adecuación; las formas de composición, que resume en tres: la

severa, cuyos mejores representantes son Píndaro y Tucídides, la elegante, con Safo e Isócrates

como ejemplo, y la media (21-24); finaliza tratando las relaciones entre prosa y poesía (25-26).

Dionisio redactó una segunda parte del Sobre Demóstenes porque su prosa cumplía los

requisitos que había expuesto en Sobre la composición literaria. Con el tiempo esta segunda parte

(33.5-58) se añadió a la primera y circuló como un bloque unitario. Tras una serie de explicaciones

teóricas sobre la armonía (35-42), pasa a ejemplificarlas a través de la oratoria demosténica (43-52),

dedicando unas páginas a la pronunciación del discurso (53-54) y a rechazar los supuestos defectos

de Demóstenes (55-58). En el tratado dirige unas palabras a Ameo en un par de ocasiones y al final

del mismo le promete un nuevo trabajo sobre el orador (49.2, 58.5).

Los autores de la Antigüedad que se dedicaron a la crítica literaria y a la composición de

discursos (Hermógenes, Aristides, Quintiliano, Siriano, etc.) tenían como referencia obligatoria estas

obras de Dionisio de Halicarnaso, en un momento en que el estilo ha pasado a ocupar un lugar

central en el interés retórico, y el clasicismo y la imitación fundamentan la teoría literaria. Durante el

Renacimiento español también fue utilizado, pero los estudiosos de la edad moderna en un principio

no apreciaron el valor de estas obras.

4. Sobre lo sublime.

La firma que los manuscritos medievales más antiguos de este tratado transmiten corresponde

a Dionisio Longino, y tradicionalmente se interpretó que hacía referencia al único Longino que se

conocía, el retórico neoplatónico del siglo III Casio Longino (ya que no era raro para los griegos

adoptar también un nombre romano). Pero a principios del XIX se descubrió en un códice (Vaticanus

285, más tarde se encontraría en otro, Parisinus gr. 2036) la atribución “a Dionisio o a Longino”, lo

que despertó un sinnúmero de dudas sobre su autoría. Desde entonces se ha descartado casi

unánimemente su datación en el siglo III, principalmente debido al estilo, citas y referencias del

tratado, adaptándose mejor a la primera mitad del siglo I por la polémica con los escritos de Cecilio de

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Caleacte (quien trató el mismo tema) y por la referencia a la crisis de la elocuencia, característica de

este período. En cuanto al problema de la autoría, Dionisio de Halicarnaso se ha descartado por no

coincidir sus ideas y estilo; Plutarco, porque él mismo confesaba no saber latín con la debida

suficiencia, conocimiento que se presume en el tratado; Hermágoras por la cronología; y así otros

tantos autores como Elio Teón, Hermógenes o Pompeyo Gémino. El autor debe de haber vivido en

Roma, por la dedicatoria a Postumio Terenciano, del que nada se sabe, y se cree que sería un griego

emigrado a Roma o sucesor suyo quien tal vez escribiría el tratado en el siglo I.

Del tratado, que presenta seis grandes lagunas, conservándose dos tercios del tratado original

aproximadamente, pueden extraerse, sobre todo, influencias de Teodoro de Gádara, y de las

doctrinas platónica y peripatética. Presta atención a las cualidades y pensamiento del artista, dando

importancia a las emociones, a la imaginación, a la belleza de las palabras. Utiliza a los autores

clásicos no como modelos de estilo a imitar, sino por tener e inspirar grandes pensamientos, por

hacer compartir la inspiración y por hacer sentir lo que se ha oído. Con su análisis consigue no sólo

explicar los textos sino vivificarlos mediante el entusiasmo, siendo esto mismo, el entusiasmo, más

que la persuasión, lo que una composición debe despertar en su auditorio (1.4). Lo sublime resulta de

la combinación de una genialidad innata y el estudio de los preceptos técnicos. El Sobre lo sublime de

Cecilio no proporcionaba los medios para conseguir esa sublimidad (1.1), aspecto en el que se

centrará nuestro anónimo compositor. La parte principal de la obra (8-42) estudia las cinco fuentes de

las que procede un estilo elevado o sublime y que son la nobleza de ideas y la fuerza y vehemencia

en la emoción (pavqo") por un lado y, por otro, tres recursos técnicos: figuras de pensamiento y

lenguaje, la dicción, y la disposición de las palabras. Las dos primeras fuentes dependen de la

naturaleza de cada uno, mientras que las otras tres restantes son cuestión de técnica. Cecilio no trató

todos estos principios, resultando para el Anónimo especialmente grave su omisión del patetismo,

elemento esencial para alcanzar lo sublime; por ello comienza explicando las relaciones entre

sublimidad y patetismo (8.2-4), aunque las referencias al pavqo" son constantes a lo largo de la obra

(véase 10, 15, 17, 20, 23, etc.). El más importante requisito para obtener la sublimidad es la facultad

de concebir ideas nobles, que, aunque sea una cualidad innata, debe cultivarse (9). Contiene

numerosas citas, destacando el silencio de Áyax en la Nekyia (o Evocación de los muertos del canto

XI de la Odisea) las descripciones de la Teomaquia homérica y el pasaje de la creación en el

Génesis; realiza una comparación entre la Ilíada y la Odisea en la idea de que el primero es un

poema de juventud, mientras que el segundo lo compuso Homero hacia el final de su vida. Otros

medios que contribuyen a la elevación del estilo son la acumulación, la amplificación, la imitación y

las imágenes: son preciosos los ejemplos aducidos de la prosa y de la poesía, pues de la

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Cecilio de Caleacte, Dionisio de Halicarnaso, los tratados Sobre lo sublime y Sobre el estilo, Dión de Prusa.

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acumulación (10) nos conserva un texto único de Safo 31 V (faivnetaiv moi kh'no" i[so" qevoisin...). Para

ilustrar la amplificación se sirve de una comparación entre Cicerón y Demóstenes (11-12),

probablemente en respuesta a una comparación previa entre ambos oradores llevada a cabo por

Cecilio. En cuanto a la imitación explica que no se trata de un plagio, sino del uso de un molde con la

intención de emular a los grandes escritores del pasado. Y de las imágenes, definidas como

representación vívida merced al entusiasmo y a la emoción, nos ofrece prolijos ejemplos de la

tragedia y la oratoria. La tercera fuente de sublimidad la constituyen las figuras (16-29), de las que el

Anónimo estudia en detalle la pregunta retórica, el asíndeton, el hipérbaton, la poliptoton, la

acumulación, variación, clímax, singular por plural y viceversa, presente histórico, cambios de

persona y perífrasis. A partir del capítulo 30 trata de la selección del vocabulario adecuado y del uso

apropiado de metáforas. A este respecto la comparación entre Lisias y Platón propuesta por Cecilio

(32.8) impele al autor a una apasionada defensa del genio literario, que puede permitirse errores,

contra el autor irreprochable pero privado de la auténtica grandeza. Sobre la alternativa genio o

academicismo va a construir una disertación rica en juicios y confrontaciones entre Apolonio y

Homero, Eratóstenes y Arquíloco, Baquílides y Píndaro, Ión de Quíos y Sófocles, Hiperides y

Demóstenes (33-37). Tras esta digresión, acaba el autor su referencia a la dicción ocupándose de la

hipérbole. La quinta fuente (39) trata sobre el orden de palabras, el engranaje de los elementos, los

ritmos idóneos para los distintos pasajes, la brevedad y los términos vulgares. La última parte que

conservamos (44) se dedica a las causas de la decadencia que en su época vivía la oratoria a través

de un debate que el autor mantiene con un “filósofo”. Para éste último el origen se halla en la

ausencia de libertad, mientras que el Anónimo lo atribuye a la general apatía inamovible a no ser por

el afán de lucro y placer. A continuación se anuncia la siguiente cuestión que va a abordar, las

pasiones, pero el texto que nos ha llegado acaba aquí.

La lengua del tratado se asemeja a ese primer aticismo que se ha dado en llamar clasicismo,

cercana a la koiné pero con tintes clásicos, y así, por ejemplo, se evita el hiato en cierta medida, o se

componen cláusulas rítmicas para el final de sus kw'la.

La fortuna moderna del tratado fue enorme, sobre todo tras la editio princeps de Francesco

Robortelli (1554) y la traducción al francés de Nicolas Boileau (1674).

5. Sobre el estilo.

Sobre el estilo (Peri; eJrmhneiva") es un manual de estilo rico en consejos prácticos destinados a

ayudar al escritor en su labor de redacción. Es una incógnita la autoría y datación de este tratado que

sigue las teorías de la escuela peripatética. Su dependencia del tercer libro de la Retórica aristotélica

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es evidente, y aunque cita menos a Teofrasto, uno de los principales discípulos del estagirita, la

desaparición de su obra Peri; levxew" invita a ser prudente a la hora de establecer la medida de su

influencia. Como utiliza directamente la Retórica de Aristóteles se ha querido datar en el siglo III a.C.,

pero, por el mismo motivo, podría remitirse al I a.C., cuando dicha Retórica fue “redescubierta” y

publicada. Fue atribuido a Demetrio de Falero (a quien se menciona en 289), político y escritor

ateniense del siglo IV a.C., autor de tratados de historia, de crítica literaria y de moral, pero la crítica

rechaza unánimemente esta posibilidad; por otra parte, en algunas fuentes se ha atribuido el tratado a

Demetrio sin especificar más. Por lo demás, las propuestas para su datación, así como las razones

esgrimidas, son variadas y, por lo general, abarcan desde el siglo III a.C. hasta el siglo I d.C. Se ha

señalado una influencia de la estilística estoica en aspectos lingüísticos y estéticos y en la

terminología gramatical, de tal modo que, de acuerdo con este criterio, podría reducirse el perímetro

cronológico entre los siglos II y I a.C. Por otro lado, se ha pensado que puede ser anterior a Dionisio

de Halicarnaso porque en 179 dice que ningún escritor anterior ha hablado del estilo elegante, que

aparece tratado en la obra Sobre la composición literaria del halicarnaseo. Durante un tiempo se

consideraron sus rasgos aticistas propios de la Segunda sofística, lo que nos llevaría al siglo II o más

tarde, pero después se ha interpretado que usos como el dual y la forma oujdeiv" (en lugar del

helenístico oujqeiv") no resultan argumentos concluyentes para dictaminar ese tipo de aticismo y que la

lengua empleada en general parece presentar más bien rasgos del clasicismo ubicado en los siglos I

a.C. y I d.C. que del aticismo desarrollado por la Segunda sofística.

Se ha censurado de este tratado sus defectos de organización, de elaboración y de repetición,

pero, aun así, es un valioso documento, de gran sensibilidad, que con una exposición sucinta, breve y

clara, de forma original y atractiva, muestra un interés auténtico por la literatura y por los problemas

de expresión, y, a pesar de su impresión de desorden, un análisis atento permite comprobar la

existencia de ciertas constantes en el método. No se limita Demetrio al arte oratoria, sino que sus

recomendaciones son válidas para otros campos de la expresión (por ejemplo el género epistolar o la

forma de dirigirse a los tiranos). Al igual que otros tratados de retórica posee esta obra una dimensión

crítica: nos transmite teorías anteriores, ejemplifica constantemente su doctrina con citas de grandes

autores de todos los géneros, y los propone como modelos a imitar pero también de reprobación:

poetas (sobre todo Homero, Safo y Aristófanes), historiadores (Tucídides y Jenofonte especialmente),

filósofos (Platón y Aristóteles), oradores (Isócrates y Demóstenes entre otros), todos ellos extraídos

preferentemente de la literatura clásica, aunque también citará algún escritor helenístico como

Menandro o Filemón. A diferencia de otros tratados de estilo habla de cuatro tipos en lugar de los

acostumbrados tres, teoría canónica en el siglo I a.C. que Demetrio aparentemente desconoce; por

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Cecilio de Caleacte, Dionisio de Halicarnaso, los tratados Sobre lo sublime y Sobre el estilo, Dión de Prusa.

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otra parte, los defensores de la teoría de los tres estilos no mencionan a Demetrio y su sistema de

cuaternario.

Los primeros capítulos del libro (1-35) pueden servir de introducción a esos cuatros tipos de

estilo que establece para la prosa. Comienza comparando los versos de la poesía con los miembros

(kw'la) que componen la prosa, considerando las diferencias según su extensión, siendo los más

breves frases (kovmmata); de la unión de miembros y frases surgen los períodos, que pueden ser de

tres tipos: histórico, conversacional y retórico. Tal clasificación no la lleva a cabo ningún otro autor y ni

siquiera Demetrio vuelve a utilizarla en su tratado. Estos primeros capítulos se han considerado

desgajados del cuerpo del tratado, que está realmente introducido mediante un par de párrafos (36-

37), donde se explica el contenido e intención de la obra, los cuatro estilos que Demetrio propone: el

elevado (megaloprephv"), el elegante (glafurov"), el llano (ijscnov") y el vigoroso (deinov"); y que va a

analizar en tres niveles (véase 38): pensamiento o tema (diavnoia/pravgmata), vocabulario (levxi") y

composición (suvnqesi"). Cada uno de estos cuatro bloques termina haciendo referencia a su estilo

defectuoso correspondiente, que estudia Demetrio con el mismo sistema: según el pensamiento o

tema, el vocabulario y la composición de las palabras. En todos ellos será general la crítica por su

inadaptabilidad al sujeto y por sus excesos respecto de la expresión adecuada.

Del estilo elevado (38-127), comienza comentando el ritmo apropiado, que sería el peónico;

continúa con los miembros largos y las composiciones periódicas, que confieren grandiosidad al

estilo; prosigue con instrucciones sobre el orden de palabras, el uso de las partículas y las figuras

apropiadas; admite el hiato pero limitado y en función del efecto musical que produce; los temas

deben ser obligatoriamente elevados, pues pueden transmitir su excelencia al estilo; el vocabulario,

que sea rebuscado y distante del habitual, haciendo uso de metáforas y comparaciones, empleando

palabras compuestas y también onomatopéyicas; la alegoría, la concisión, la construcción indirecta, la

paronomasia, el epifonema (expresión embellecedora) y el tono poético son también adecuados para

una prosa elevada. Su contrario sería el estilo frío (114-127), que se produce por lo inapropiado y

excesivo del tema y del vocabulario, por la composición de las palabras dando lugar a un ritmo

monótono o inexistente y por el uso de la hipérbole.

El estilo elegante (128-189) le lleva a hablar de las diferentes gracias y de cómo se hallan en

los temas y en el estilo; continúa con las fuentes de donde proceden, primero las del lenguaje (la

concisión, el orden, las figuras, el vocabulario, los miembros y los reproches velados) y después las

de los temas; los capítulos dedicados a la diferencia entre lo ridículo y lo gracioso parecen

impulsados por el deseo de delimitar el campo semántico de la gracia (cavri"); finaliza explicando el

vocabulario y la composición adecuados a un estilo elegante. Su contrario será el estilo afectado

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Cecilio de Caleacte, Dionisio de Halicarnaso, los tratados Sobre lo sublime y Sobre el estilo, Dión de Prusa.

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(186-189), analizado brevemente en las tres facetas mencionadas: pensamiento, vocabulario y

composición.

El estilo llano (190-235) exige sencillez en los tres niveles: tema simple, vocabulario de uso

corriente, sin palabras compuestas, y composición trabada mediante el uso de conjunciones. Las

características primordiales de este estilo son la capacidad persuasiva y la claridad. De esta última

nos va a comentar Demetrio los elementos que la favorecen: la repetición, las construcciones

directas, el orden natural, los miembros y períodos concisos, evitar el hiato y las figuras llamativas. El

mejor ejemplo de este estilo lo constituye el género epistolar (223-235), siendo ésta la primera

referencia a dicho género en un tratado de retórica que se nos ha conservado, el cual tendrá vigencia

en la literatura griega y romana durante muchos siglos. Establece las normas basándose en la

autoridad de escritores anteriores, especialmente Aristóteles, a través, al parecer, de una edición

llevada a cabo por Artemón de Casandrea. Lo ideal para el género epistolar, declara Demetrio, es la

confluencia de este estilo y del elegante. El correspondiente defectuoso del simple sería el estilo árido

(236-239), explicado igualmente según las tres facetas convenidas.

El último lugar lo dedica al estilo fuerte o vigoroso (240-304). La explicación en los tres niveles

aparece un poco confusa, comenzando por la capacidad de un tema para conferir vigor a la

expresión, continuando con la composición, que prefiere el uso de frases a miembros y recomienda

los períodos bien redondeados, evitar cacofonías, antítesis y paralelismos y recurrir a la

espontaneidad y a la aposiopesis; las figuras de pensamiento (omisión, prosopopeya) y las del

lenguaje (distintos tipos de repeticiones, asíndeton, gradación) dan paso al vocabulario apropiado, el

mismo que en el estilo elevado pero empleado con otra finalidad; tras unos ejemplos del estilo

tomados de Demades, explica el buen uso del llamado “estilo figurado”, que puede servir para

dirigirse a un tirano. La forma defectuosa del vigoroso sería el estilo desagradable (302-304) que

puede darse en los temas, en la composición y en el vocabulario.

6. Dión de Prusa.

Nacido entre el 40 y el 50 en el seno de una influyente familia de Prusa, en Bitinia, provincia

romana desde el año 74, recibió una educación helénica centrada en la retórica y la filosofía. De su

estancia en Roma se le relaciona con los flavios, desempeñando cargos bajo Vespasiano (69-79) y

Tito (79-81), pero, por motivos desconocidos, se ve exiliado de Italia y de Bitinia bajo el reinado de

Domiciano (81-96). Con la llegada al poder de Nerva (96-98) regresa a su patria, donde participa

activamente en la política, llevando a cabo también relaciones diplomáticas entre Roma y varias

ciudades. Con Trajano (98-117) mantuvo una buena relación, declamó en su presencia y le dedicó al

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Cecilio de Caleacte, Dionisio de Halicarnaso, los tratados Sobre lo sublime y Sobre el estilo, Dión de Prusa.

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menos tres de los discursos Sobre la realeza (I, II y IV). Sabemos que hacia el año 110 seguía

todavía vivo, pero desconocemos la fecha de su muerte, probablemente antes del 120. Dos fuentes

no muy lejanas de Dión nos cuentan detalles de su vida y obra: Filóstrato (ss. II-III), por una parte, en

su Vidas de sofistas presenta a Dión como un filósofo moral, elocuente y que se sirve de las formas

de la oratoria; y, por otra parte, Sinesio (principios del siglo V), gran admirador de Dión, establece una

tajante distinción en su carrera antes y después del exilio, señalando que fue primero sofista y

fuertemente antifilosófico. Sin embargo los discursos que nos han llegado sugieren que Dión siempre

tuvo cierta inclinación por la filosofía y que el exilio no dio lugar a una ruptura tan incisiva en su

desarrollo intelectual como Sinesio indica. Por otro lado, sí que se advierte una primera época más

sofista, pero con ausencia de la pomposidad y vanidad propia de los sofistas, a los que el propio Dión

despreciaba tachándolos de falsos filósofos y oradores que engañan al pueblo con la única aspiración

de alcanzar la fama. Y ello no debe extrañar ya que la oratoria de la época se basaba en ejercicios

retóricos, dedicados al tratamiento de temas ficticios y cuestiones éticas y políticas, que sofistas y

oradores elaboraban cuidadosamente haciendo uso de una depurada lengua. Dión será admirado, a

pesar de su desdén manifiesto hacia ellos, por los sofistas posteriores, dando prueba de la calidad de

sus escritos el apelativo con que se le conocía en época de Menandro Rétor (s. III): “Crisóstomo” o

Pico de oro.

La diferencia con el grueso de los sofistas despreciado por Dión viene dada porque filosofía y

retórica viajan, para él, en un mismo barco. Probablemente ya en su época de estudiante dominaba

Dión ambas disciplinas, cuya síntesis logra plasmar en su obra literaria, en lugar de enfrentarlas,

como veíamos en Dionisio de Halicarnaso. Prueba de ello es que no puede establecerse una

distinción entre obras retóricas y obras filosóficas. Conservamos ochenta Discursos de naturaleza

diversa en virtud del contenido (políticos, filosóficos y literarios), del contexto de la composición

(desde notas hasta productos elaborados literariamente), de su destino (desde el uso personal hasta

la intervención política pública) y de su forma (a veces tienen forma dialogada o una combinación

entre diálogo y monólogo). Sus obras más conocidas son los discursos de advertencia a las ciudades

griegas y sus cuatro discursos sobre la realeza. Sus intenciones eran moralizadoras y educadoras,

por lo que, a pesar de la trivialidad aparente de algunos de sus títulos, fue siempre muy importante el

contenido de sus discursos: Filóstrato alabará su fuerza de persuasión especialmente porque Dión

tenía la intención de comunicar contenidos reales políticos. En su pretensión de llegar a las masas y

hacerse comprender por ellas, hacía uso de una sintaxis simple, un vocabulario corriente, con una

lengua y estilo sencillos, siendo sus modelos, sobre todo, Platón y Jenofonte. Probablemente los

Discursos 37, 63 y 64 son de otro autor, quizás de su discípulo Favorino de Arlés, y también el 30 se

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ha considerado apócrifo. En cuanto a su datación no poseemos fechas seguras, pero suelen

agruparse los Discursos en tres grandes bloques en torno a su exilio: antes, durante (82-96) y

después del mismo, y, aunque no siempre hay unanimidad sobre las fechas, suelen considerarse

previos al exilio algunos discursos de tema variado como Troyano (11), Sobre el ejercicio de la

palabra (18), Melancomas I y II (29 y 28), Rodio (31), A los alejandrinos (32) y quizá Sobre el filósofo

(71) y Sobre la envidia (77-78). Durante su exilio puede que compusiera Sobre la belleza (21), Sobre

la fama I (66), Sobre el traje (72), Sobre la libertad de los de Cilicia (80). De su exilio o posteriores son

los dedicados a Diógenes (6, 8, 9 y 10) y Euboico o el cazador (7), mientras que los Discursos sobre

la realeza (1, 2, 3 y 4) suelen considerarse postexílicos. De los catorce llamados Discursos bitínicos

(del 38 al 51), trece se datan a partir del año 98, mientras que a uno, el Discurso 46 (Antes de

filosofar en su ciudad natal), se le adjudica una fecha temprana, entre los años 70 y 80. Una parte de

los que tratan de crítica literaria y mitología serían posteriores al exilio (5, 12, 52, 53, 54, 55, 56 y 57),

mientras que los dedicados a Aquiles (58), Filoctetes (59), Neso o Deyanira (60) y a Criseida (61)

carecen de datos que nos indiquen alguna cronología, así como para otros muchos de tema diverso.

De todos ellos vamos a hacer referencia brevemente a los discursos que contienen una crítica

literaria.

Troyano. En defensa de la no conquista de Troya (11): es una fuente para el conocimiento

de la interpretación mítica de Dión y también para el estudio de la polémica antihomérica cínica, con

sus orígenes en Platón. Dión critica a los sofistas porque quiere demostrar al auditorio que él no es

uno de ellos aunque domine los recursos de su movimiento. Homero ha engañado a todos, y a través

de la lectura de ambos poemas se desprende que Troya no habría sido destruida sino que fueron los

griegos los perdedores, para lo cual Dión se dedica a desgranar distintos episodios de las epopeyas.

Destapa las contradicciones y falsedades históricas de Homero, aunque, por la utilidad de sus

poemas en la antigüedad y su consideración como educador de la Hélade (11.147-149) defiende su

actitud. La composición se ha identificado con los principios del ejercicio retórico de la ajnaskeuhv

(refutación), dando lugar a una composición de elevado nivel literario.

Olímpico o Sobre el primer concepto de dios (12): probablemente pronunciado en los

Juegos del 97, en un ambiente de gran fervor religioso, estudia los distintos conceptos que el ser

humano tiene de lo divino y las representaciones artísticas en su honor. En la introducción critica a los

sofistas, desmarcándose de ellos, pasando, a continuación (12.21-26), a preguntar a la audiencia el

tema en una propositio muy retórica. Asimismo, invocando a las Musas, introduce la cuestión que se

va a tratar: la concepción humana de la divinidad. A través de escritores platónicos y estoicos va a

analizar las fuentes de dicha concepción, siendo la primera innata a los humanos, y la segunda

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procedente del aprendizaje, para el cual se va a servir de las contribuciones de poetas, legisladores,

artistas (pintores, escultores, etc.) y filósofos, los mejores para interpretar y explicar la divinidad.

Como modelo de escultor se tomará a Fidias, quien, imaginado en un proceso ante el tribunal de los

griegos, expondrá una comparación entre la poesía homérica y su escultura (12.55-83) sobre la

interpretación de lo divino. Está bellamente organizada y con nobles sujetos e intenciones: ser

humano y divinidad, Homero y Fidias, juntos en el campo de Olimpia para educar a los

contemporáneos de Dión. La filosofía y la crítica literaria quizá no son muy profundas pero están bien

representadas y valoradas. Dión pretende seriamente persuadir al receptor y cree profundamente en

lo que escribe: en el helenismo, en sus dioses, en su poesía, en su arte, en su cultura de forma

global.

Sobre el ejercicio de la palabra (18): dirigido a un estadista amigo de Dión cuya identidad

desconocemos (en ocasiones se ha aventurado que sería Tito), confecciona el de Prusa una lista de

autores que pueden servir de modelo para el buen escritor y para el buen estadista. Probablemente

con la finalidad de que su alumno no se desanime, comienza por la comedia, integrando su lista de

recomendados Menandro, Eurípides y Homero entre los poetas, Heródoto, Tucídides y Teopompo de

los historiadores, de la oratoria Demóstenes, Lisias, Hiperides, Esquines, Licurgo, y, especialmente,

Jenofonte, aunque también puede leer a alguno de los autores recientes como Antípatro, Teorodo,

Plutión o Conón. No se presta atención a la teoría retórica, sino que el objetivo es establecer un fondo

literario con vistas al discurso culto.

Sobre Esquilo, Sófocles y Eurípides o El arco de Filoctetes (52): analiza el tratamiento en

los trágicos de la figura de Filoctetes, sobre la que nosotros sólo conservamos la tragedia homónima

de Sófocles. Prefiere a Esquilo pero Eurípides le resulta más útil para el orador; Sófocles se hallaría

en un nivel intermedio. Su clasificación reproduce la teoría de los tres estilos, la más extendida:

elevado, simple e intermedio. Se ha identificado esta composición con el ejercicio retórico de la

comparación (suvgkrisi").

Sobre Homero (53): proporciona diversas opiniones sobre la poesía homérica, partiendo de

un comentario de Demócrito sobre la sublimidad de Homero. Dedica especial atención a Platón,

quien, a pesar de alabar la épica homérica, no la acepta del todo por resultar placentera pero no útil.

Ante esas críticas, defiende Dión a Homero, por su gran inspiración y su utilidad como enseñanza

moral. Dedica parte importante del discurso a ensalzar la expansión de Homero que ha traspasado

fronteras.

Sobre Homero y Sócrates (55): discurso de forma dialogada, en el que un discípulo anónimo

plantea preguntas y un maestro, presumiblemente Dión, las contesta. El tema en cuestión es la

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identificación del maestro de Sócrates, que resultará ser Homero. Los aspectos en los que coinciden

son la modestia (no hablan de sí mismos), el desprendimiento de lo material, el uso de la

comparación para explicarse y su deseo de instrucción. Consiste en una comparación entre ambos, al

estilo de la suvgkrisi" retórica.

Néstor (57): personaje ya mencionado en Sobre la realeza II 20, utilizando también en este

caso los versos 245-284 del canto I de la Ilíada, sobre la elocuencia del rey de Pilos en su intento de

reconciliación entre Agamenón y Aquiles.

Filoctetes (59): parece centrarse aquí únicamente en el Filoctetes euripideo, del que contiene

seis fragmentos, lo que hace suponer que tenía delante el texto de la tragedia. Contiene una

descripción de Odiseo y de lo acertado de su elección como mensajero, puesto que a través de su

retórica logrará convencer a Filoctetes. Nos encontramos ante una evaluación y crítica literaria a

través de una forma artística como es la paráfrasis de la parte más importante de la tragedia. Dión

selecciona de forma muy didáctica los rasgos que pueden interesar al estudiante de retórica y al

orador, pero sin olvidar sus intereses morales.

Criseida (61): alabanza a Homero por su delicada comprensión de la psicología femenina, en

un breve diálogo donde sorprendentemente el interlocutor es una mujer.

La obra de Dión constituye una transición entre ese primer movimiento de mirada al pasado

llamado clasicismo y la corriente aticista de la Segunda sofística en su momento de mayor esplendor.

Los grandes autores de fines de la República y de época augústea habían desempeñado una

importante labor en Roma, pero figuras como Dión o Plutarco representan el comienzo de una

actividad intelectual que ya no va a necesitar a Roma.

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BIBLIOGRAFÍA

Ediciones y traducciones:

Los fragmentos de Cecilio se recogen en E. Ofenloch, Caecilii Calactini Fragmenta, Stuttgart,

1967, Teubner (=Leipzig 1907). Una edición completa y reciente de los tratados retóricos de Dionisio

de Halicarnaso son los cinco volúmenes de la colección “Les Belles Lettres” a cargo de G. Aujac,

Opuscules rhétoriques I, II, III, IV y V, publicada en París entre los años 1978-1992; de sus

traducciones podemos destacar la de V. Bécares Botas, Dionisio de Halicarnaso, La composición

literaria. Traducción, notas e introducción, Salamanca 1983, J. P. Oliver Segura, Dionisio de

Halicarnaso. Sobre los oradores antiguos, Sobre Lisias, Sobre Isócrates, Sobre Iseo, Sobre

Demóstenes, Sobre Tucídides, Sobre la imitación. Introducción, traducción y notas, Madrid, 2005,

Gredos, G. Galán Vioque & Miguel Á. Márquez Guerrero, Dionisio de Halicarnaso. Sobre la

composición literaria, Sobre Dinarco, Primera carta a Ameo, Carta a Pompeyo Gémino, Segunda

carta a Ameo. Introducción, traducción y notas, Madrid, 2001. Del Sobre lo sublime: D. A. Russel,

De sublimitate, Oxford, 1986 (=1968) y J. Alsina Clota, Anónimo, Peri; u{you" / Sobre lo sublime.

Aristóteles, Peri; poihtikh'" / Poética. Texto, introducción, traducción y notas, Barcelona, 1985. Sobre el

estilo: J. García López, Demetrio, Sobre el estilo. “Longino”, Sobre lo sublime, Madrid 1979, P.

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Discursos I-XI. Introducciones, traducción y notas, Madrid, 1988, G. del Cerro Calderón, Dión de

Prusa. Introducción, traducción y notas, Discursos XII-XXXV, Discursos XXXVI-LX, Discursos XLI-

LXXX, Madrid, 1989, 1997, 2000.

Estudios:

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(Cambridge University). Vol. I. Literatura Griega, Madrid, Gredos, 1990 (Cambridge University Press

1985) pueden destacarse los artículos de G. W. Bowersock, “Dionisio de Halicarnaso”, pp. 692-694,

D. C. Innes, “«Longino» y otros”, pp. 694-698, y E. L. Bowie, “Dión de Prusa”, pp. 719-722; J. García

López, “Retórica y crítica literaria en época imperial”, en J. A. López Férez (ed.), Historia de la

literatura griega, Madrid, Cátedra, 1988, pp. 1005-1023; M. C. Giner Soria, “En torno a la paráfrasis a

un prólogo dramático”, en G. Morocho Gayo (ed.), Estudios de prosa griega, León, 1985, pp. 97-121;

G. Morocho Gayo, “Hermenéutica y filología en el contexto de Dión de Prusa”, Emerita 65 (1997):

195-220; destacan, asimismo, Le Classicisme a Rome aux Iers siècles avant et après J.-C., tomo XXV

de los Entretiens sur l’Antiquité Classique de la Fondation Hardt, Vandoeuvres, Ginebra, 1979; G. M.

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A. Grube, The Greek and Roman critics, Londres, 1965; G. A. Kennedy (ed.), The Cambridge history

of literary criticism, volume I, Classical criticism, Cambridge University Press, 1989, y también de G.

A. Kennedy, The art of rhetoric in the Roman world 300 B.C-A.D.300, Princeton University Press,

1972; S. Swain, Hellenism and Empire. Language, classicism, and power in the Greek world, AD 50-

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