450 ANIVERSARIO COFRADIA DE LA HUMILDAD DE BAEZA. PREGON CONMEMORATIVO
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Agustín M. Pulido Pérez.
Cuatrocientos cincuenta años de vida cofrade. (1563-2013) 1
A LA ILUSTRE COFRADÍA
DE LA HUMILDAD DE NUESTRO SEÑOR
JESUCRISTO Y NUESTRA SEÑORA DE
LOS DOLORES DEL ROSARIO.
AUTORIDADES....
“Y la palabra se hizo carne, y puso su
morada en medio de nosotros y hemos
visto su gloria” (Juan I, 14)
“Señor abre mis labios, y mi boca
proclamará tu alabanza” (Sal 51, 15)
Permítanme que inicie mis palabras
esta noche, con estas dos citas de la
Biblia, porque han sido las lucernas que
han iluminado este pregón, y sin su guía y
sin esa luz, que ha abierto mis ojos en la
oscuridad, el resto de lo que pueda
decirles carece de sentido.
Antes de comenzar a hablar, no puedo
olvidarme de los responsables de que me
halle aquí, delante de ustedes, con la
Agustín M. Pulido Pérez.
Cuatrocientos cincuenta años de vida cofrade. (1563-2013) 2
sensación de que yo debería estar frente a
este atril para recibir el profundo
conocimiento que la mayor parte de los
presentes tienen sobre la Cofradía. Quiero
agradecerle a los miembros de la Junta
Directiva la oportunidad que me han
ofrecido de investigar y conocer en
profundidad la historia y vicisitudes de la
Cofradía. A veces vivimos rodeados de
grandeza y no somos capaces de
vislumbrar la importancia y la historia de lo
que vemos como algo normal, porque es lo
cotidiano, lo de siempre. Ustedes son
depositarios de un legado material y
espiritual que merece una permanente
apreciación para que el sentido de la
Cofradía perdure hasta el fin de los siglos.
Gracias también a este ofrecimiento he
podido desempolvar del desván de mi
memoria mis recuerdos cofrades, que
pasan por mis temblorosos primeros pasos
de la mano de mi madre en la Hermandad
de la “Borriquita de Sanlúcar”, o de la
Agustín M. Pulido Pérez.
Cuatrocientos cincuenta años de vida cofrade. (1563-2013) 3
primera madrugada que fui capaz de
culminar con mi Hermandad del Nazareno,
con apenas diez años. Gracias a este
pregón, he traído al presente a un joven
que vivía y suspiraba por cada Semana
Mayor, que se bebía en la adolescencia,
una tras otra, las hermosas lunas llenas
que iluminaban la Semana de Pasión.
Recuerdos que me llevan hasta el
momento en que coloqué mis hombros
bajo la trabajadera de mi Señora, donde se
vivían instantes cofrades inenarrables.
Ahora, cuando miro a los jóvenes
rostros de los costaleros, comprendo
cuanto sufriste, querida madre, al verme
partir con la faja y el costal en las largas
tardes de ensayos, que comenzaban justo
al acabar la Navidad, cuando aún teníamos
el sabor de mantecados y pestiños
pegados al paladar. Un sufrimiento que se
mitigaba cuando aceptabas con
resignación el sentimiento cofrade de tu
hijo, y la tranquilidad de que estaba en la
Agustín M. Pulido Pérez.
Cuatrocientos cincuenta años de vida cofrade. (1563-2013) 4
Iglesia, que como tú decías: “allí sólo se
podía aprender buenas cosas”. Espero que
en tu tribuna de honor, junto a la Señora, te
sientas esta noche muy orgullosa de tu
hijo.
Pero, si me lo permiten, antes de
comenzar me gustaría recordar
especialmente a otra persona, que nos
dejó hace ya algunos años, que de estar
aquí, sentado en esas butacas, no cabría
de gozo de tener a su querido yerno
hablando y pregonando a una de sus
Cofradías de Baeza. Seguro que desde su
palco privilegiado sacará pecho con una
enorme sonrisa y les pedirá a sus
celestiales compañeros que escuchen con
atención lo que deseo contarles en esta
noche.
Como bien se puede apreciar por mi
acento, no he nacido en Baeza, y mi
infancia y adolescencia ya les he
adelantado que transcurrieron en unas
tierras soleadas y afables, más al sur,
Agustín M. Pulido Pérez.
Cuatrocientos cincuenta años de vida cofrade. (1563-2013) 5
donde va a yacer el río Guadalquivir. Ese
río que contemplamos desde nuestra
privilegiada atalaya del cerro del Alcázar.
Ese río que Baeza escolta y vigila para que
descienda fuerte y hermoso en su detenido
riego de las fértiles tierras andaluzas.
Baeza, bien sabes que no he recorrido tus
calles de niño; no he soñado caminos a la
sombra de un paseante enjuto y nostálgico
de tierras castellanas; no he vivido la
adolescencia en zaguanes escondidos y
ocultos por la niebla baezana. Esas
vivencias no las puedo transmitir. No sería
honesto por mi parte.
Pero desde mi condición foránea,
puedo trasladarme y meterme bajo la piel
de aquellos baezanos que tuvieron que
partir de su amada tierra, para buscar el
sustento en otros lugares, a veces
demasiado remotos para poder acudir a la
llamada del Señor en la primavera cofrade.
Como ellos, he vivido y sufrido la
desesperanza de no poder acompañar a
Agustín M. Pulido Pérez.
Cuatrocientos cincuenta años de vida cofrade. (1563-2013) 6
mis hermanos en Cristo en la Semana
Mayor. Como ellos, he suspirado, desde la
distancia, cuando la noche que amenazaba
lluvia se liberaba del agua. Como ellos, he
soñado con poder desplazarme en el
tiempo para poder acompañar a Jesús y
ayudarle a compartir el peso de su pesada
cruz. Como vosotros, cofrades, tengo el
alma calada de incienso y visto en
primavera una segunda piel de terciopelo
morado. Me sigue emocionando el lamento
de una trompeta, o los fúnebres y mágicos
sones de “amargura”. Me embriaga el olor
a cera derretida, o la explosión de color de
un efímero “monte-sion” de claveles rojos,
y suspiro cuando se mueven las
bambalinas, o cuando cimbrean los árboles
de cola. Y se me liberan rebeldes lágrimas
cuando la saeta salta, del pueblo, o de un
balcón abierto, y el paso se levanta a
pulso, con una mecida suave, a ritmo de
zambra.
Agustín M. Pulido Pérez.
Cuatrocientos cincuenta años de vida cofrade. (1563-2013) 7
Por eso, porque vivo alejado de mis
recuerdos, puedo sentir, como ningún otro,
la nostalgia que puede invadir el corazón
de esos baezanos, enamorados hasta la
locura de tus calles, Baeza, de tus piedras,
de tu gente, de tus hornazos, de las
cazuelas, de los balcones engalanados, de
las mantillas, de tu luz, de tus maravillosos
cortejos procesionales.
Quisiera por ello vivir este pregón
desde la melancolía de los que no pueden
acompañarnos, de los que habitan tierras
lejanas, de los que nos dejaron, y partieron
con la esperanza depositada en la
amorosa acogida del Redentor. Quisiera
compartir esta noche con los que tenemos
el privilegio de poder ver, día tras día, la
cara de nuestro amado Señor de la
Humildad, y de su madre la Virgen de los
Dolores del Rosario. Quisiera compartir
esa esperanza de que la Hermandad
continuará y perdurará hasta el final de los
tiempos.
Agustín M. Pulido Pérez.
Cuatrocientos cincuenta años de vida cofrade. (1563-2013) 8
No hace falta haber nacido en Baeza
para enamorarse de su historia, de sus
gentes sencillas, del resplandeciente
orgullo por su pasado. Para poder dirigir
unas palabras a la Cofradía de la Humildad
basta con tener ojos en la cara y un
corazón pecador para quedar sobrecogido
con su afligida mirada, humilde, llena de
amor. Un rostro que emana la
complacencia por el propio destino, por el
destino de la humanidad. Basta con dirigir
una mirada a su cuerpo flagelado, a los
regueros de sangre que recorren sus
mejillas, a sus ojos entrecerrados, como
queriendo capturar el dolor del mundo, y
quedar perturbado y admirado.
La primera vez que dirigí mis ojos
cofrades y ausentes al rostro de mi Señor
de la Humildad, quedé conmocionado por
hallarme tan lejos de mi tierra, de mi gente,
de mi pasado, y encontrar en las calles
baezanas la mirada de amor que en mi
ciudad me ofrecía mi Nazareno. Quedé
Agustín M. Pulido Pérez.
Cuatrocientos cincuenta años de vida cofrade. (1563-2013) 9
desde aquel día vinculado por un enlace
en el alma con Jesús en su Humildad, en
su padecimiento infinito para ofrecer al
hombre su redención eterna.
Reconozco, modestamente, que resulta
difícil pregonar un acontecimiento de tanto
calado para una Cofradía que se acerca al
medio milenio de presencia en las calles
de esta ciudad de Baeza. Ciertamente una
compleja labor. Solo me queda solicitar
con toda la humildad posible, su
indulgencia. Del acierto o el desacierto,
ustedes serán los testigos y jueces, en
esta mágica noche que nos lleva en un
vivificante sueño hasta el 10 de febrero de
1563, cuatrocientos cincuenta años atrás.
Por todo ello, si me lo permiten, me
gustaría que este pregón se convirtiera en
una carta que pudiera viajar a través del
tiempo; una carta en la que pudiéramos
contarles a los cofrades pioneros y
fundadores de la Hermandad nuestras
Agustín M. Pulido Pérez.
Cuatrocientos cincuenta años de vida cofrade. (1563-2013) 10
principales vivencias, en estos cuatro
siglos y medio de existencia.
Una carta que comenzaría así:
“Queridos hermanos pioneros. Sé que
os sorprenderá recibir una misiva desde
tan lejano tiempo. No tengáis miedo.
Nuestro Señor, por esta vez, así lo ha
permitido. Con la visión que nos
proporciona el futuro, os queremos
describir que ha ocurrido con vuestra
querida cofradía, en cuatro siglos y medio
de vida.
Quisiéramos, en primer lugar, poder
explicaros que somos herederos directos
del espíritu que en las reglas fundacionales
dejasteis como una huella indeleble. Estas
fueron vuestras primeras palabras:
“Hemos determinado, con el favor de la
Divina Majestad y de Vuestra Ilustrísima y
Reverendísima Señoría, instituir y ordenar
una Cofradía y Hermandad en el
Monasterio de la Santísima Trinidad de la
Agustín M. Pulido Pérez.
Cuatrocientos cincuenta años de vida cofrade. (1563-2013) 11
ciudad de Baeza, cuya vocación y título
sea de la Humildad del mismo Hijo de
Dios, para que los cristianos, allende de
ser santa y loable la unión y la fraternidad
de los fieles, lo tengamos por objeto que,
mirando lo que El mismo hizo por nosotros,
vengamos a desechar de nuestros
corazones todo género de soberbia”.
Cumplimos con lo que dejasteis
estipulado en el capítulo 5: “…ha de ir en
unas andas, Cristo coronado con la corona
de espinas, hecho de bulto…”. Tal y como
dejasteis escrito, se realizó una imagen de
un Ecce Homo, al que conocemos como el
Señor de la Humildad. Respondimos, a
vuestro deseo de hacer visible el pasaje
del evangelio de Mateo: “Y le quitaron los
vestidos y le pusieron un manto de color
rojo. Después le pusieron en la cabeza una
corona que habían trenzado con espinas y
le pusieron en la mano derecha una caña”
Si pudierais respondernos os
preguntaríamos si la imagen finalmente fue
Agustín M. Pulido Pérez.
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esculpida por el alcalaíno Pablo de Rojas,
o si el sorprendente rostro de Jesús fue
ultimado por el giennense Sebastián de
Solís. No es que importe mucho,
simplemente es por hacer honor al
recuerdo de quien recibió el don divino de
crear tal obra, tan llena de misterio. Y todo
desde un ajado trozo de madera que su
docta gubia transformó en la maravillosa
imagen de Jesús que ha perdurado en
estos siglos de existencia.
Sabemos que al principio, los primeros
cofrades, realizabais oficios relacionados
con el metal. Artesanos y obreros; gente
humilde y corriente. Pero lo que nos llena
de gozo fue que no se le negara la
posibilidad de ingreso a las clases más
poderosas de la ciudad. Nuestro Señor no
podía hacer distinción en la verdadera
contrición de corazón, y los baezanos de
toda clase y condición tenían todo el
derecho de pertenecer a la Cofradía, y así
lo dejasteis escrito en las ordenanzas. De
Agustín M. Pulido Pérez.
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esta guisa, a mitad del siglo siguiente a la
fundación, se incorporaron nuevos
cofrades que pertenecían a oficios de
artesanos como los curtidores, sastres,
cordoneros, y demás obreros textiles.
Un poco tiempo después, alrededor del
año de 1590, nos trasladamos al convento
de San Francisco, en el que nos
proporcionaron una capilla propia para la
Hermandad. Éste ha sido el lugar que nos
ha acogido durante la mayor parte de
nuestra existencia. Allí, pegado al compás,
se erigió la capilla de la Humildad.
Al trasladarnos, lamentablemente, no
pudimos cumplir con lo estipulado en las
primeras ordenanzas, que nos ordenaban
lo siguiente: “Dicha Cofradía es obligada a
cumplir en este dicho convento, vengan
con la cera el jueves y viernes santo, al
encerrar y desencerrar el Santísimo
Sacramento…”.
A mediados del siglo XVII, durante
algunos años, el cortejo de la Cofradía fue
Agustín M. Pulido Pérez.
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trasladado a la tarde del miércoles santo.
De todas maneras, pronto recuperamos el
jueves como día de procesión.
Es cierto también que no hemos podido
preservar lo ordenado en el capítulo V,
sobre la ordenación del cortejo
procesional: “Otrosí, ordenamos, que en
cada un año para siempre jamás, todos los
cofrades de esta Santa Cofradía sean
obligados a venir el Jueves Santo de cada
un año al monasterio de la Santísima
Trinidad de esta ciudad de Baeza a la una
después de medio día con sus túnicas
blancas capillas y cordones y disciplinas
los que son de sangre, y los de luz con sus
candelas para andar las siete Iglesias en
procesión y disciplina, las cuales serán las
que el mayordomo y oficiales señalasen y
anden de manera que a las cinco de la
tarde hayan vuelto al dicho monasterio la
cual dicha procesión sea de hacer en
reverencia de la Humildad que nuestro
Señor Jesucristo tuvo con sus discípulos
Agustín M. Pulido Pérez.
Cuatrocientos cincuenta años de vida cofrade. (1563-2013) 15
después de haber cenado con ellos y
humillarse para lavarles los pies, …” “La
orden que ha de haber en la dicha
procesión… primeramente ha de ir en la
delantera un pendón, el mejor que
pudiésemos hacer con una escritura
encima de la vara. De la parte, pintado un
Cristo lavando los pies a unos discípulos y
de la otra parte una corona de espinas y
enmedio la cruz de la Santísima Trinidad.
De en medio de dicha procesión ha de ir
en unas andas un cristo coronado con la
corona de espinas, hecho de bulto, el más
devoto que pudiéramos hacer. En lo último
de la dicha procesión ha de ir una imagen
de Nuestra Señora, y detrás los clérigos
cantando el salmo de Miserere mei.”.
Algunos años después, en 1602, esta
discreción por parte de los oficiales y
mayordomos, para elegir las siete iglesias
del recorrido, fue modificada por instancias
del entonces obispo de la diócesis, Sancho
Dávila Toledo. A partir de entonces, el
Agustín M. Pulido Pérez.
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cortejo tendría que seguir el siguiente
recorrido: “Qué salga del Señor San
Francisco y vaya las Barreras arriba, y
entre por la puerta de Úbeda y la calle
adelante vía recta a la Iglesia Mayor y
salga por la Puerta de la Luna. Y que vaya
a la Iglesia del señor San Pedro, Y desde
la Iglesia del Señor San Pedro vaya a la
Iglesia del Señor de San Gil, y de ésta a
San Antón, y desde la Iglesia del Señor de
San Antón a la Iglesia del Salvador, y
desde la Iglesia del Salvador a la Iglesia de
San Andrés, y desde la Iglesia del Señor
de San Andrés, la calle el Rojo abajo a la
Iglesia de San Pablo, y desde la Iglesia del
señor San Pablo a la dicha Iglesia de San
Francisco. Por tanto, mando al
mayordomo, oficiales y cofrades de la
dicha cofradía y en virtud de santa
obediencia, so pena de sentencia de
excomunión mayor, guarden la dicha orden
sin exceder ni ir a otra parte y que ninguno
vaya la cara descubierta conforme a la
dicha ordenanza, sino que todos vayan sus
Agustín M. Pulido Pérez.
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caras cubiertas y que se pueda pedir
limosna para la cera de la dicha Cofradía, y
mando sola dicha excomunión que ninguna
persona eclesiástica, ni seglar, altere, ni
innove otra cosa y deje la dicha procesión
ir por las dichas estaciones..”.
Sentimos tener que deciros que la
mitad de esas Iglesias ya no se hayan
sobre sus cimientos, y con moderada
alegría que la amenaza de excomunión no
cierne sobre nuestras cabezas. A lo largo
de estos siglos el itinerario se ha
modificado acorde con los tiempos y con
las necesidades de la Cofradía, pero
llevamos a gala la continuación de ofrecer
nuestros rostros cubiertos durante el
recorrido de la procesión, como muestra de
recogimiento y meditación, sin desear
exhibirnos ni mostrarnos públicamente. Tal
y como se planteó en los inicios del siglo
XVII continuamos siendo cofrades
anónimos en la tarde del jueves santo, sin
protagonismos que puedan restar el
Agustín M. Pulido Pérez.
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sentido y el significado de acompañar a
Jesús de la Humildad por las calles
baezanas.
Como os comentábamos, el tiempo,
poco a poco, nos hizo ir cambiando
algunas de las ordenanzas primitivas. El
hábito blanco trinitario fue sustituido, allá
por el año 1612, con autorización del
obispo Sancho Dávila, por otro de color
morado, ceñido con sogas de esparto, y
con soga a la garganta. Y más tarde lo
cambiamos de nuevo por otro de color
marrón, que nos acercaba al hábito
franciscano, en consonancia con la sede
de la Cofradía. Además, tal hábito era más
apropiado para una cofradía que presumía
de seguir las reglas de pobreza y humildad
proclamadas por San Francisco.
Cientos de años después, en 1865,
modificamos de nuevo el color de los
hábitos cofrades, y se adoptó el color
corinto, en túnica de estameña con cola,
con escudo de plata y cordón amarillo o
Agustín M. Pulido Pérez.
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pajizo, y medias y alpargatas blancas. Un
hábito que tras ciertas modificaciones en
sus hechuras y color ha llegado hasta
nuestros días, en túnicas de terciopelo
rojo, con las mangas bordadas, y un
escudo en el que se recoge la tradición
trinitaria, franciscana y parroquial de la
Cofradía.
Por cierto, debéis saber que los
clérigos ya no cierran la procesión
cantando el salmo del Miserere, porque es
el pueblo de Baeza el que ha tomado el
testigo, año tras año, en la noche del
martes santo. Los hombres baezanos
elevan en plegaria a Dios sus curtidas
gargantas, solicitando el perdón divino, y
se clavan como dardos de melodía las
voces atipladas de las mujeres baezanas.
Hijos, padres, generaciones, que se unen
en una hermosa oración hecha canto.
Baezanos, cofrades, que han continuado
con la tradición que se ha cosido al alma
Agustín M. Pulido Pérez.
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de la ciudad, indisoluble, como la sal del
agua del mar.
En nuestro tiempo no se hereda el
carácter de cofrade, ni pasa de marido a
mujer, o viceversa, como recogisteis en las
primeras ordenanzas. Pero, parece que se
traspasa en la sangre el sentimiento de ser
un fiel seguidor de la Humildad de Cristo.
Son muchos jueves santos los que los
hijos aprenden a vivir en sus sueños
infantiles el momento de vestir la túnica,
quizá con pasos balbuceantes, agarrados
en el cordón que pende del cíngulo del
hábito de su padre, o de su madre. Y se
inocula con el olor a incienso, y recorre en
su puerilidad las calles de Baeza, como
cofrade en el cortejo de la Humildad.
Desde niño se vive la incertidumbre por la
amenaza de la lluvia, y el regocijo cuando
desde lejos se oyen los tambores, cuando
suenan las cornetas; desde niño se
interiorizan los olores a cocina de Semana
Santa, cuando en casa se comen las
Agustín M. Pulido Pérez.
Cuatrocientos cincuenta años de vida cofrade. (1563-2013) 21
empanadas de vigilia, o el salado bacalao,
y cuando ve a su madre, o a su tía, o la
hermana vestir la negra mantilla, estilizada
y elegante. No, el sentimiento cofrade no
se hereda, como antaño, pero casi se nace
perteneciendo a la Cofradía de la
Humildad.
Sobre la asistencia a nuestros
fallecidos, debéis sentiros confortados,
porque no hay momento en el que no
recordemos a los que fueron llamados al
regazo del Señor de la Humildad. En las
ordenanzas, dejasteis escrito en el capítulo
XXII “como honrar al cofrade o cofrada al
tiempo que falleciera y lo que se ha de
hacer….que cuando fuere la voluntad de
Dios Nuestro Señor de llevar de esta
presente vida algún cofrade o cofrada,
nuestro prioste mande munir la Cofradía…y
la cera menuda para acompañar el cuerpo
hasta la Iglesia donde fuese sepultado, y si
el difunto fuese enterrado con honra, que
arda la cera en la misa, en vigilia”.
Agustín M. Pulido Pérez.
Cuatrocientos cincuenta años de vida cofrade. (1563-2013) 22
Ciertamente, quizás no llevemos a
cabo tal ceremonia, porque aunque os
cueste algo entenderlo, ya no se realizan
entierros en conventos o iglesias.
Normativas civiles y sanitarias lo impiden.
No por ello, como os decíamos, nos
olvidamos de nuestros difuntos. Al
contrario. Los tenemos muy presentes en
nuestras oraciones, con la tranquilidad de
que disfrutan de la compañía del Redentor.
Su recuerdo, y la confianza de que
comparten la resurrección de Jesús, nos
lleva a la esperanza en un mundo futuro en
el que la caridad y el amor sustituyan a la
opulencia y a la soberbia. No, no sufráis
por ello que no os olvidamos; vuestro
recuerdo permanecerá indeleble para
todos los miembros de la Humildad.
De la acogida que tuvo y tiene la
Cofradía, y del fervor que le dispensan los
baezanos nos han quedado varias
muestras a lo largo de la historia. Os
anticipasteis, y así lo dejasteis escrito en
Agustín M. Pulido Pérez.
Cuatrocientos cincuenta años de vida cofrade. (1563-2013) 23
las ordenanzas, para que se pudieran
realizar cortejos procesionales fuera del
tiempo de Semana Santa: “ a causa de la
falta de temporal o de salud… o que su
Real Majestad el Rey, nuestro Señor fuera
en persona con su Ejército contra los
moros…”. No sabíais cuan cercano a la
fundación estuvo una ocasión así, cuando
Felipe II llegó a Córdoba para sofocar la
rebelión de los moriscos en la Alpujarra
granadina en 1568.
Por la falta de temporal o de salud,
cuando se ha necesitado, nuestro Señor
de la Humildad ha salido en procesión de
rogativa. La primera de ellas, a causa de la
peste, una enfermedad que estaba
diezmando la población en Europa, en
junio de 1649, en la que procesionaron:
“todos descalzos y con mucha devoción”.
O en otras ocasiones por las pertinaces
sequías en algunos años como, 1722,
1779, 1781 y en el más cercano 1868, año
en el que tenemos constancia de la
Agustín M. Pulido Pérez.
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procesión que se llevó a cabo presidida por
nuestro titular: “14 de abril, a las 4 de la
tarde se trasladen procesionalmente con
todo el clero, autoridades corporaciones y
personas más caracterizadas del pueblo
desde la Iglesia parroquial de San Andrés
a la de la Catedral, las sagradas imágenes
del Señor de la Humildad y Nuestra Sra.
Del Alcázar”
El tiempo de opulencia en Baeza, pasó,
por desgracia. Tuvo un lento declive a lo
largo de las épocas que vivió a su vez la
Cofradía, con sus luces y con sus
sombras. A lo largo del siglo XVII se vivió
un continuo retroceso económico y
demográfico, con la reducción de la
producción de paños en la anterior pujante
industria textil. La vida de los baezanos se
iba tiñendo poco a poco de añoranza por el
auge vivido en los años en los que se
fundó la Hermandad.
De todas maneras, os referimos que en
inventario de los bienes de la Humildad,
Agustín M. Pulido Pérez.
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realizados en el año 1651 se advierte una
extensa riqueza patrimonial, si se la
compara con la situación de la sociedad
baezana de la época. La Cofradía, en
aquellos años, disponía de un palio de
respeto para Nuestro Señor, elevado por
elaborados guizques, que se hacía
acompañar en su recorrido por una
escuadra de San Francisco, y un paso con
el misterio del Lavatorio de Cristo, además
del de Nuestra Señora, que procesionaba
bajo la advocación de la Soledad. Siete
niños portaban cetros con las sagradas
siete palabras.
Al principio, siguiendo vuestros
dictados, continuamos con la cofradía
dividida entre cofrades de “sangre” y
cofrades de “luz”, tal y como se estipuló en
las primeras ordenanzas. Pero algún
tiempo después los flagelantes
desaparecieron. Varios monarcas quisieron
acabar con esta costumbre de la pasión,
aunque os sorprendería si pudierais ver
Agustín M. Pulido Pérez.
Cuatrocientos cincuenta años de vida cofrade. (1563-2013) 26
que en algunos lugares de España se ha
podido mantener esa tradición a pesar de
todo. Quizá fuera el rey Carlos III, en Real
Decreto de 1777, el que más impulsó la
desaparición de los disciplinantes: “Las
Chancillerías y Audiencias del Reino no
permitan disciplinantes, empalados, ni
otros espectáculos semejantes que no
sirven de edificación y pueden servir a la
indevoción y al desorden en las
procesiones de Semana Santa, Cruz de
Mayo, rogativas (…) No consientan
procesiones de noche; haciéndose las que
fuere costumbre y saliendo a tiempo que
estén recogidas y finalizadas antes de
ponerse el sol...”.
Probablemente os preguntéis que fue
de aquellas cofradías que compartieron en
Baeza las mismas devociones y
esperanzas que las vuestras. Debéis
sentiros orgullosos porque algunas de ellas
han perdurado, como la nuestra. Continúan
prestando su servicio a la comunidad
Agustín M. Pulido Pérez.
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cristiana la Cofradía del Cristo de la Yedra,
aquella que naciera por el año 1411.
También la Vera-Cruz, con la que hemos
compartido espacio y proyección durante
trescientos años en el monasterio de San
Francisco, continúa sobrecogiendo en la
alborada del Viernes Santo a los
corazones baezanos. O la de las
Angustias, o la de la Soledad. La Cofradía
del Nazareno, que se creó poco tiempo
después que la vuestra, en 1587, también
recorre las calles de nuestra amada
ciudad, año tras año, la mañana del
Viernes Santo. A todas ellas les fueron
siguiendo una tras otra, siglo tras siglo,
más y más cofradías y hermandades hasta
completar en la actualidad una nómina de
más de veinte en esta ciudad de Baeza.
Si fuera posible, os turbaría saber que
desde 1855 la mayor parte de ellas
participan, cuando la ocasión lo requiere,
en una magnifica procesión magna que
recorre las mismas calles que pisasteis
Agustín M. Pulido Pérez.
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junto a la catedral o frente a Santa Cruz, y
que presenta uno tras otro los misterios de
la Pasión. Es tal la atracción que ejerce
que en dos ocasiones han podido
presenciarla millones de personas
mediante un adelanto técnico, que
probablemente creeríais que era un
milagro divino o un hechizo del maligno. A
día de hoy, sinceramente, nosotros
tampoco nos aclaramos entre la bondad o
la maldad de ese invento.
En todos estos siglos, hemos tenido el
privilegio de que varios hombres santos
hayan recorrido las calles baezanas. Uno
de ellos fue un joven que llegó en 1579 a la
ciudad, a la fundación de los carmelitas
descalzos, una nueva orden que surgió de
la reforma del Carmelo. El fraile y
presbítero falleció poco tiempo después en
la vecina Úbeda. Su espiritualidad, su amor
por Dios, su preclara inteligencia y
sensibilidad le llevó a que fuera
canonizado en 1726, como San Juan de la
Agustín M. Pulido Pérez.
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Cruz, y nombrado Doctor Universal de la
Iglesia, dos siglos después.
Otro joven sacerdote, que pisó las
aulas de la Universidad de Baeza, allá por
1542, fue canonizado como San Juan de
Ávila. Su impulso personal hizo que la
sede universitaria baezana se transformara
en un centro teológico de primer orden en
la formación de futuros sacerdotes. Su
profunda espiritualidad e inteligencia
también le han llevado a que sea
nombrado Doctor de la Iglesia. Su vida
estuvo presidida por la negación de los
placeres materiales, buscando en la
humildad y la abstinencia el camino para
purificar su espíritu.
Os sorprendería saber que en los
inicios del siglo XIX fuimos invadidos por
nuestros vecinos franceses. No era una
más de las guerras que habíamos
sostenido durante siglos. En esta ocasión
llegaron a tomar posesión de casi todo el
territorio nacional. Aquí, los franceses
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ocuparon varios edificios de nuestra
ciudad, y no dudaron en expoliar los
magníficos enseres de nuestras Cofradías.
En el monasterio de San Francisco se
asentaron, y lo denigraron, al convertirlo en
establos y aposentamiento de la
soldadesca.
Tras este triste episodio, no pudimos
recuperar ese esplendor de siglos
anteriores. La venta de bienes provocada
por una desamortización de bienes
eclesiásticos, en 1836, y el estado de
ruinas de la capilla asignada junto al
monasterio, nos obligó a trasladarnos de
nuevo, y en esta ocasión a la Parroquia del
Salvador, la sede que nos acogió que
continúa siendo la misma hasta el
momento en que os escribimos estas
líneas.
La llegada al Salvador fueron tiempos
difíciles. El declive de la Cofradía casi le
hizo desaparecer, aunque se revitalizó allá
por el año 1865. Uno de los pasos, el del
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Lavatorio, decidió tomar un camino en
solitario unos años después, en 1882, y
comenzó a procesionar en una Hermandad
independiente, la del “Mandato”. El misterio
recogía el momento en el que Jesús
lavaba los pies a Pedro, tras la última
cena. Un misterio que desde los primeros
tiempos de la Cofradía fue una enseña de
la misma, como muestra de la más alta
humildad del más grande de los nacidos.
Con luces y con sombras, como bien
entendéis, cumplíamos año tras año con la
tradición y con las ordenanzas de la
Cofradía. En el inicio del siglo XX,
adoptamos un sentido más benéfico para
proporcionar limosnas y ayudas a los
necesitados de la hermandad. La Cofradía
se financiaba con las cuotas de los propios
cofrades, y auxiliaba a aquellos hermanos
que pudieran acreditar tal necesidad.
Los primeros años de la centuria fueron
de una formidable proyección para las
hermandades y cofradías. Años en los que
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se desarrollaron nuevas tradiciones en los
cortejos procesionales, como la
incorporación de mujeres ataviadas con
mantillas, o la consolidación de las
marchas procesionales en las bandas de
música que acompañaban a los titulares de
las cofradías.
A tenor de la música, nos gustaría que
supierais que al Señor de la Humildad le
acompaña en la actualidad una banda de
música que ha surgido de las filas de sus
hermanos. Jóvenes cofrades que
comenzaron a tocar sus cornetas y
trompetas, a golpear sus tambores,
ilusionados por acompañar a Jesús en la
tarde del jueves santo, en un tibio inicio
que se ha transformado en una maravillosa
realidad, en un asombroso grupo humano
que llena de orgullo a la Cofradía.
Recuperando nuestro recorrido
histórico, en 1931, el país cambió la
Monarquía por la República. Y el
sentimiento religioso de la mayoría del país
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se trastocó por una extrema radicalidad en
los anticlericales. Las procesiones, los
cortejos de las hermandades dejaron de
recorrer las calles por miedo a la agresión,
al destrozo de las sagradas imágenes.
Amenazas que tristemente se cumplieron
con algunas hermandades. Aquellos
españoles no comprendieron que era
compatible la creencia y la fe en Cristo con
un deseo de igualdad social. No
comprendieron que el sentimiento cristiano
podía convivir con los agnósticos o con los
ateos. No fueron capaces de hacer
realidad el principal mandamiento de
Jesús: “amaos los unos a los otros, como
yo os he amado”. Y en 1936, la demencia
se apoderó de la nación, y en cada
provincia, en cada pueblo, en cada terruño,
los unos quisieron acabar con los otros; los
otros quisieron exterminar a los unos. Y
toda España sufrió ese martirio.
Tras esa Guerra Civil, España recuperó
el sentido religioso de su pasada
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existencia. Y varias cofradías surgieron al
amparo del fervor popular. Tristemente,
durante esa guerra desapareció la
Hermandad del “Mandato”, por la sinrazón
de los radicales. Nuestra Cofradía, poco a
poco, fue recobrando su esplendor,
respetando sus tradiciones y apostando
por un sentido más cristiano para la
presencia de la Humildad en la ciudad de
Baeza.
En 1955, de nuevo se recuperó la
presencia de la imagen de Nuestra Señora
en la procesión de la Cofradía. Se trataba
de una hermosa talla donada por una
devota baezana. Pero esa imagen
prontamente se deterioró, por lo que tuvo
que crearse una nueva. Desde 1988,
recorre las calles baezanas una magnifica
talla de nuestra Señora, en esta ocasión
bajo la advocación de los Dolores del
Rosario. La Señora de la Cofradía
representa con su afligida mirada los
dolores del alma, y el sufrimiento infinito
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por el castigo de su hijo, simbolizados por
siete lágrimas que se fijan a su hermosa
mejilla, resignadas a contemplar lo
inevitable.
Por cierto, ese mismo año de 1988,
una corporación militar fue nombrada como
Hermana Mayor Honoraria de la Cofradía:
La Academia de Guardias y de
Suboficiales de la Guardia Civil. En
vuestros tiempos, lo más cercano a las
funciones de esos hombres los
relacionaríais con los miembros de la
Santa Hermandad, o quizás con los
oficiales de los Corregidores de Justicia, y
un poco más tarde con los Escopeteros del
Reino de Granada. Se trata, para que
podáis entenderlo, de una institución
dedicada, en cuerpo y alma, a llevar a gala
el honor como su principal divisa; desde la
humildad de hombres y mujeres que están
dispuestos a entregar su vida, si fuese
necesario, en defensa de la ley y en el
auxilio del prójimo. Es un privilegio y un
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orgullo para los componentes del centro
docente en el que se forman esos hombres
y mujeres para prestar su sacrificado
servicio, que la cofradía decidiera
otorgarles el título de hermana mayor
honoraria.
Ante aquellas sencillas andas, que
podían recorrer cualquier calle, o entrar en
cualquier iglesia de nuestra amada ciudad,
os quedaríais maravillados de los tronos
que se han realizado para pasear sus
hermosas imágenes. Al principio se
portaban sobre unos engranajes y unas
ruedas, a modo de carruaje. Pero surgió un
movimiento cofrade de jóvenes hombres
que quisieron ser los nuevos cirineos.
Hombre fuertes, como esquinas, portan
esas pesadas andas sobre sus hombros,
en paso acompasado, sufriendo y
compartiendo la carga de la cruz de
Nuestro Señor, y el inmenso dolor de
Nuestra Madre. Esos, queridos pioneros,
son nuestros nunca bien ponderados
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costaleros. Son los hombres que en su
ardor trascienden el espíritu y la
religiosidad andaluza, y la hacen vida, la
hacen carne.
Han sido muchos años, sin duda
alguna, como bien podéis apreciar.
Probablemente os preguntéis como ha sido
posible este milagro. No ha sido fácil, pero
el empeño de los hermanos que
continuaron vuestra obra, bajo la
protección de nuestro Señor ha permitido
que hoy la Hermandad haya llegado a
estos cuatrocientos cincuenta años. Son
cientos de años, de esperanzas, de
respeto, de humildad. Quedó escrito en las
páginas bíblicas del libro de Proverbios,
(Pr 18,12) “Tras el orgullo viene el fracaso;
tras la humildad, la prosperidad”.
Quizá el éxito de la continuidad en el
tiempo de la Cofradía radique en la
persistencia, en la huella indeleble del
mensaje cristiano de amor y de humildad.
En los actuales estatutos, en su capítulo
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IV, se encadena el primitivo mensaje de los
pioneros cofrades con el espíritu de
Hermandad que ha de presidir la vida
diaria de sus cofrades: “Aspira a ser
durante todo el año un lugar de educación
en la fe, de celebración de la misma, de
caridad y de comunicación de bienes y de
testimonio de Jesucristo en el mundo”.
Los cofrades de la Humildad no pueden
olvidar que en cada momento que no
hacen realidad el sentido cristiano de su
vida vuelven a flagelar a Jesús; cuando
critican al prójimo, cuando envidian bienes
materiales y renuncian a una vida plena de
espíritu de amor cristiano; cuando un
estandarte, una tulipa, una repujada vara
tiene precedencia sobre un acto de
caridad, vuelven a coronar de espinas su
noble frente, y una cortina de sangre oculta
con vergüenza su rostro dolorido y
magullado; cuando se olvidan de la
necesidad de su vecino, del ofrecimiento
sin condición, vuelven a golpear
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ferozmente los clavos en el tétrico madero;
cuando la soberbia se impone a la
humildad, vuelven, en definitiva, a
crucificar a nuestro Señor.
Si la Cofradía no olvida su sentido de
testimonio de la fe, siempre con el
horizonte de la eliminación de la altivez y la
jactancia, tendrá la continuidad que su
tradición centenaria y su historia se
merece. Otro de los proverbios bíblicos
(22,4) nos ofrece con claridad cual es la
consecuencia del amor al Señor, y la
obediencia al espíritu de la Cofradía: “La
humildad y la reverencia al Señor traen
como premio riquezas, honores y vida”.
Riquezas espirituales, honor por el
cumplimiento de los deberes y una vida
plena de gozo.
Sólo nos queda en esta carta
despedirnos de vosotros, hermanos,
cofrades. Despedirnos de todos aquellos
que depositasteis en el Señor de la
Humildad vuestra esperanza en la llegada
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del Redentor, en la resurrección de los
muertos y en la vida eterna junto a los
siempre generosos y acogedores brazos
de Nuestro Padre. Ya que tenéis el
privilegio de contemplar la luz de su rostro,
cuando alguno de nosotros tenga que dejar
esta vida, no os olvidéis de comentarle al
oído que fuimos cofrades de la Humildad, y
que nuestros corazones abandonaron la
soberbia para abrazar el mensaje de amor
de nuestro Señor.
Han sido siglos y siglos de existencia
de la Cofradía de la Humildad, cuya
modélica trayectoria bien merece que
pronto pueda completar el ciclo del medio
milenio, siempre con el objetivo de
continuar la obra de piedad y de humildad
que impusisteis vosotros, los primeros
cofrades que firmasteis las actas de
fundación de la Cofradía, quizá una fría
tarde del 10 de febrero de 1563.
Queridos cofrades. Hasta pronto y
hasta siempre.