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4219 I Cuento Seman == EL TESORO DEL CASTILLO = - NOVELA POR CARMEN - DE BURGOS SEGUÍ (CO- LOMBINE):= ILUSTRA- CIONES DE PEDRERO 30 Cents Diputación de Almería — Biblioteca. Tesoro del Castillo, El, p. 1.

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4219 I Cuento Seman

= = EL TESORODEL CASTILLO =

- NOVELA POR CARMEN- DE BURGOS SEGUÍ (CO-

LOMBINE):= ILUSTRA-CIONES DE PEDRERO

30 CentsDiputación de Almería — Biblioteca. Tesoro del Castillo, El, p. 1.

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El Cuento SemanalSe publica los viernes

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AÑO I - 21 JUNIO 1907 - N.° 25Precios de suscripción:

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MANAL" en Madrid qtíe deseen recibir el periódicoen provincias durante los meses de Junio, Julio, Agostoy. Septiembre, se les enviará sin aumento de precio síremiten á la Administración de este periódico las señasdé la nueva dirección y el importe anticipado por el tiem-

M su ausencia.

Libros y RevistasI>on Quijote en los Alpes, por Alberto Insúa. — Los

zapatos han sacudido sobre la albura de la nieve el polvodel yermo castellano, mientras un sol tibio alargaba la silue-ta archipotente del hidalgo por el flanco de una colina.

El libro de Insúa es un libro de juventud. Algo incohe-rente y quizás también un poco frío. Pero un libro de escri-tor, de pensador y de artista. Sus páginas evocan las comar-cas azules del Ródano y traen lá visión de otras vidas intensasen otras latitudes. En la sensibilidad exquisita de su autor,el viaje por Suiza ha impreso mil sutiles huellas graciosas,magnificadas por el esplendor de una prosa tersa, correctí-sima.

El mayor interés de la obra radica en las páginas dedica-das al estudio del filósofo ginebrino Enrique Federico Amiel.Insúa, en un feliz ensayo de crítica novelesca, analiza la la-bor de los críticos, cuenta curiosas anécdotas de antiguosamigos y de deudos del filósofo, y hace pasar la figura deéste con el nimbo de incertidumbre y de bondad que leaureoló en v.ida y que es perpetua herencia luminosa en laspáginas de El diario íntimo.

Don Quijgte en los Alpes es un buen libro que hace aguar-dar de su autor obras transcendentales. EL OMENTO SEMA-NAL felicita al joven escritor.

• Estrofas, por .Ricardo J. Catarineu. Prólogo de ManuelBueno. — Imprenta de la Revista de Archivos.- Madrid.

Hace tiempo que los aficionados á la poesía, se pregun-taban con curiosidad triste: «¿Por qué no escribe ya versosCatarineu?» Ahora nos encontramos agradablemente sor-prendidos al ver que el poeta, autor inspirado de Giraldi-llas y Los forzados, vuelve á cantar. Pero su inspiración hacambiado; su musa, antes arisca y retadora, hogaño es lán-guida, triste, perezosa; la inspiración de Catarineu ofrece eneste libro un aspecto nuevo; la desilusión y el cansancio dela vida, lentamente, le han cambiado.

A propósito de Estrofas, dice Manuel Bueno; «Es un librode ternura y de melancolía, y en vano rastrearéis por sus pá-ginas la huella del rencor. El poeta, -que antes empuñaba ellátigo de Juvenal, ha llegado á la madurez de la vida con eldesencanto del que se ha enterado de la perpetuidad del do-lor y de la nada de nuestras protestas».

Por esto mismo el libro es seductor; porque nada hay tandulce, tan inefable, como aquellos pequeños motivos quenos dan derecho á la melancolía.

El tributo á París, por Luis Bello. — M. Pérez Villavi-cencio, editor. Madrid.

Componen este libro unos cuarenta artículos, donde elautor fue reflejando las numerosas impresiones que recogióen sus viajes por tierras de Francia y de Bélgica.

Luis Bello es un escritor encantador, un espíritu ágil ycomprensivo que oculta, bajo una forma frivola y brincado-ra, un fondo sólido y grave. El estilo, constelado de ironíassutiles, corre limpio y suelto; en él no se advierten esas va-cilaciones, esas crueles torturas que padece el pensamientocuando no halla las palabras que han de vestirle; y sin em-bargo, á cada momento, entre el claro-obscuro del verboimpaciente, aparece el pensador, con esa solidez de criterioy esa abundancia generosa de ideas que, sin procurarlo, des-cubren en seguida los escritores que leyeron mucho y «sehicieron despacio».

La Lectura. — Sumario del número correspondiente almes de Junio:

«Fernando Brunetiére», por Emilia Pardo Bazán; «Lasolidaridad catalana», por Antonio Rojo Villanova; «Un li-bro notable», por Adolfo A. Buylla; «Poesías inéditas deClarín». Sociología: «Elaboración de una doctrina», por Adol-fo Posada; «Crónica americana», por Manuel Ugarte. Libros:Trompetas de órgano, por J. Martínez Albacete; Le romantis-me francais, etc., etc.

El Nuevo Mercurio. — El número de esta notable revis-ta, correspondiente al mes de Junio, publica excelentes ar-tículos y poesías de Anatole France, José Santos Choca-no, Vargas Vila, José E. Lara, Fierre Jan, Rubén Darío, An-drés González-Blanco, Luis Rodríguez Embi, etc.

Cancionero de los Amantes de Teruel. — Hemos leídocon mucho interés este libro, formado por una colección de

. quinientos cantares escritos por nuestros poetas contempo-ráneos más distinguidos, y debido al cronista de la provin-cia de Teruel D. Domingo Gascón y Guimbao.

Al frente de la obra figura un prólogo, muy bien docu-mentado, de Mariano Miguel de Val.

Tierra sultana, prosas escritas por Leocadio Martín-Ruiz. — Imprenta de Antonio Marzo. Madrid.

Este libro acusa eri su autor un poderoso temperamentode artista. Leocadio Martín-Ruiz «ve» muy bien, lo que per-mitió que muchos de los artículos que figuran en este volu-men sean verdaderos cuadritos. El estilo, aunque á ratos(muy pocos), peca de retorcido, es, en general, limpio y ele-gante. Tierra sultana es una obra que, por muchos concep-tos, merece ser leída con atención.

Sobre ruinas, por Ramón A. Urbano. — Librería de Fer-nando Fé. Madrid.

Es una novela muy interesante y por la cual desfilan va-rios tipos presentados con gran exactitud, colorido y relie-ve. Es, por tanto, este libro para Ramón A. Urbano, un bo-nito paso dado hacia la victoria.

Clterea, por Julio M. Cestero. — «Biblioteca Mignón».Madrid.

Componen este volumen varios cuentos hábilmente dia-logados y de robusta emotividad.

Teatro, por Mariano Alarcón. — Librería de Pueyo. Ma-drid.

Esta obra consta de dos volúmenes, de los cuales la faltade espacio nos impide ocuparnos "con aquella extensión que .sin duda merecen. El primer volumen titúlase.Moisés con-temporáneo, y comprende los dramas El éxodo, En el desiertoy La tierra de prontisión. El segundo tomo lleva por títuloDel dolor al olvido, y lo forman las obras Rescatada, Rayo desoly La fuerza dela corriente. ••'-.••

La Voz de Gerona. — Con este título, y bajo la inteli-gente dirección del distinguido periodista D. José RomeroArana, comenzará á publicarse en Gerona, desde el día pri-mero del próximo mes de Julio, un diario independiente dela tarde.

Deseamos al nuevo colega muchas prosperidades.

Diputación de Almería — Biblioteca. Tesoro del Castillo, El, p. 2.

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CARAEN DE BURGOS SEGUÍ

EL TESORO DEL CfiSTILLO

AQUELLA noche de luna había sabido aprove-charla bien el tío Manolo para reunir en suera á los vecinos á desperfollar el enorme

montón de mazorcas, resecas por el sol, sin quenadie echara de ver el trabajo con la agradablecompañía de la gente moza y la salsa de sus histo-rias de viejo marrullero.

En el centro de la empedrada era se apilabanlas panochas envueltas en su sayal de estameña,por el cual aparecían las hebras de una cabelleraseca y marchita. Sobre la pila, una gran espuertade dar el pienso á las vacas iba recibiendo á lasque eran despojadas de su ropaje por la turba dechiquillos, hombres y mujeres, que sentados sobrelas falfollas,mullidas y crujientes, rompían con pin-chos de madera la tosca envoltura, la seda inte-rior guardada bajo ella, y después de separarlas deltallo con rumor suspirante, las arrojaban al aire,rasgado con sus destellos de luz, para ir á caer enla espuerta, donde al chocar las facetas de los gra-nos de oro, producían chasquido de besos y risasde colegialas.

Aquel rasgar ropajes y desnudar mazorcas severificaba entre la alegre charla y algazara de losmozuelos de ambos sexos, que estallaba con lafranca alegría engendrada por la proximidad de la

carne joven, mientras, á un extremo del montón,las gentes formales rodeaban al tío Manolo y oíansus palabras con algo de respetuosa consideración,descuidando un tantico á los muchachos.

Y la verdad es que en aquellos momentos po-dían descuidarse sin peligro; la luna, demasiadohermosa para ser discreta, les envolvía en la luzvivísima,enemiga del misterio,ytornaba tímidos álos amantes más audaces. El muchacho afortunadoque encontraba una mazorca de granos de sangreera el único que de vez en cuando tenía el privi-legio de abrazar á las mozas; y si era mujer la agra-ciada con el hallazgo, golpeaba á los compañeros,descargando mayor número de palos sobre los quele interesaban más, con la hipocresía obligada dela hembra.

El tío Manolo sonreía contento: la gente tra-bajaba y la enorme espuerta de esparto se iba lle-nando rápidamente.

— ¡Animo, familia! — dijo sin poder ocultar sualegría —; nos hemos descuidado mucho y temover llegar á Septiembre con los fueros que anun-cian las cabañuelas (i).

— ¿Y cree usted que tendremos buen año depan y de aceituna? — preguntó un labrador.

(i) ASÍ llaman allí á ciertas señales del cielo, anuncia-doras del tiempo en el año futuro.

Diputación de Almería — Biblioteca. Tesoro del Castillo, El, p. 3.

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— Te diré, te diré — repuso con calma reflexi-va el viejo—; las señas del cíelo no son malas,pero -estos años bisiestos suelen ser engañososcomo muías de gitanos. Yo he visto mucho... Unavez en Castilla la Nueva. . . allá por ios tiempos dela Reina. . .

Cesó el ruido de las falfollas rasgadas y cru-jieron las que servían de asiento por el movimien-to instintivo de los circunstantes para acercarseal tío Manolo, despierta la atención con el anun-cio.deuna de sus historias. Por un momento nose escuchó más ruido que el de la maza de made-ra que allí cerca volteaba un muchachote moreno,dejándola caer sobre los manojos de esparto coci-do puestos sobre la gran piedra viva, para que-brantar á fuerza de golpes su dureza y poder tren-zar las labores.

— Cuente usted, cuente usted — exclamaronvarias voces.

Pareció agradar al viejo el interés que demos-traban por oirle; irguió el cuerpo, se pasó el dorsode la mano callosa por los agrietados labios, y des-pués de paladear la pastosa saliva se aprestó áprincipiar su historia.

El tío Manolo, aperador de los condes de Zal-dívar, gozaba en todo el campo de Níjar conside-ración y fama de sabio y de hombre bueno; nadiecomo él entendía las señales del cielo para prede-cir el tiempo; sabía un poco de letra, conocía lasvirtudes de las hierbas, podía entablillar un brazo óuna pierna, poner sanguijuelas y ventosas, y hastapracticar una sangría en caso de necesidad. Perola debilidad del buen viejo era contar con ciertoaire de filósofo aventuras leídas en sus libros, delas cuales se presentaba como héroe, y aprovecha-ba todas las ocasiones para encajarlas con la in-dispensable muletilla:

— «Era allá por los tiempos de la Reina. . .»El contaba siempre desde la época decisiva de

su vida en que sirvió en el ejército; tenía para re-ferir todos los hechos su era de la Reina, comolos cristianos el nacimiento de Jesús y los árabesla huida de Mahoma.

El tío Manolo era un excelente cuentista; sabía•buscar los efectos en su oratoria improvisada, re-dondeaba los puntos con cierto énfasis y buscabaios latiguillos con el mismo arte que un atildadoconferenciante de Ateneo. Aquella noche, para en-tretener á los vecinos y acabar la tarea, eligió untema interesante: Los tesoros ocultos en el con-

torno. El sabía bien todo aque-llo; allí mismo, bajo las piedrasde la era, estaban enterradoslos cimientos de una gran fá-brica árabe; aquellos camposhabían sido una linda ciudad,más hermosa que son ahora Ní-jar y Almería; pero era una ciu-dad de perros moros, de gentesrenegadas que no creían enDios, y los arrojaron de allí unosbuenos reyes católicos, unospríncipes que por acabar con laherejía en sus Estados, no vaci-laron en quemar á sus subditos,arruinar la agricultura, dejarlos campos desiertos y la naciónempobrecida.

Los moros huyeron, huyeron más allá de losmares, y como los buenos católicos los perseguíancon saña y les quitaban las joyas y el dinero, quesin duda no conservaba olor de perro ni judío, de-jaban enterrados sus tesoros, su oro y sus piedraspreciosas, con la esperanza de volver á recogerlas,ó al menos vengarse, engañando la rapacidad desus perseguidores.

El tiempo pasó; los moros no habían vuelto, ylos tesoros embrujados ocultos bajo la tierra seenredaron en algunas ocasiones á la punta delarado de un campesino, que se vio dueño de fabu-losas riquezas y abandonó la comarca, temerosode que se las reclamara el Estado en nombre delos sucesores de aquellos piadosos reyes católicos.

Mas he aquí que las almas de los moros muer-tos vagaban en torno de sus tesoros, y algunos,deseosos de comprar con ellos su asiento en lacorte celestial, aunque tenían un poco miedo álos santos cristianos, elegían á un trabajador hon-rado ó á una muchacha guapa para revelarles ensueños el lugar en donde escondieran la fortuna;ellos mismos designaban las personas que habíande ayudarles en la busca. ¡Desdichado del que ental caso fuese indiscreto! Si revelaba la mercedrecibida, el tesoro se volvía carbón ó ceniza; másde uno halló las orzas de monedas de oro conver-tidas en pavesa, por su culpa.

Y el tío Manolo narraba ejemplos á millares enmedio de la general atención y del silencio, quesólo interrumpía su yerno, mocetón grueso, de fazrubicunda y afeitada cuidadosamente, como todoslos campesinos, que no se permiten llevar pelosen la cara, con constantes exclamaciones de ad-miración:

— «¡Señores! ¡¡Caballeros!! ¡¡¡Digo!!!»El tío Manolo se complacía sinceramente en

aquel aplauso; sin recordar la manía admirativadel muchacho, que repetía continuamente las mis-mas palabras aunque de los asuntos más trivialesle hablasen.

No sería así el futuro yerno, el novio de Dolo-res, ya lo veía él; y eso que se llevaba la mejorprenda de la casa; porque la hija casada, Frasqui-ta, era una mujercita anciana á los veinte años,seca y marchita, con el talle sin curvas y el cabe-llo escaso, agotada por la debilidad de un organis-mo sometido á la esclavitud moruna de la hembraandaluza. Dolores era una muchacha frescota y lo-zana, de formas redondas y caderas amplias, quetraía revueltos con sus desdenes á todos los mozosde las cercanías. Pero la picara era ambicíosilla,no quería trabajar, tenía humos de señorío, y pre-fería casarse con aquel vejestorio de Gaspar elmolinero, para tener hacienda y bienestar. Las mu-jeres son el demonio cuando reflexionan y tienencabecita. Aquella muchacha, que jamás había sen-tido amores, elegía por marido al ricachón de unamanera calculada y fría.

El tío Manolo la dejaba hacer, pero no seríapor su consejo por lo que se casara; como hombrepráctico, se dolía de una juventud tan mal emplea-da; en su prudencia de rústico, se limitaba á callaró deslizar de vez en cuando una frase insidiosaacerca de la vida de Gaspar, que no era del todolimpia.

Hijo de un labrador del cortijo cercano, Gas-par fue al servicio de la Reina, pero desertó de las

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filas para sumarse al ejército del pretendiente. Asu vuelta á Rodalquilar hablaba continuamentedel rey legitimo con tal entusiasmo, que le habíavalido el sobrenombre de Don Carlos. Esto era loque Manolo no perdonaba á su futuro yerno; él fuebuen soldado de la Reina, y aunque le habían di-cho que ya no estaba en su palacio de Madrid yque la habían echado de España, la recordabasiempre con las mejillas encarnadas, robusta comomoza de molino, del mismo modo que cuando ibaá pasar revista á las tropas luciendo en espléndidodeseóte los botones obscuros de los senos.

No, no era santo de su devoción e! futuro yer-no: viejo, avaro, no pensó jamás que pusiera losojos en su Dolores; pero la chiquilla supo atraér-selo con diabólica habilidad y hacerle romper lasrelaciones con la Larga, una pobre solterona quefue su novia más de veinte años.

El tío Manolo estaba inquieto; la Larga, en suenojo, olvidaba la prudencia campesina para ame-nazar con la venganza; se habían roto las buenasrelaciones de cortijo á cortijo; los ganados delconde no encontraban paso fácil cerca de la fincade la rival; todos los días había denuncias por taló cual bestia escapada que entraba en los cerca-nos terrenos, plantados de arbustos y viñas aquelaño con la más perversa de las intenciones. Ladespechada solterona tenía ingenio para inventardiabluras que molestasen á los vecinos.

Mientras contaba sus cuentos el buen hombre,observaba con el rabillo del ojo á la pareja. Dolo-res estaba sentada sobre un montón de hojarascacomo una reina en su trono, fría, inmóvil, serena;la luna daba una palidez azulina á la tez blanca delrostro y á las manos, que se movían perezosas; laslargas pestañas espesas marcaban á los ojos, gran-des, un círculo de sombra; los cabellos, de un ne-gro intenso, parecían despedir reflejos metálicos,y el pañuelo de Manila se plegaba al talle de es-

cultura con la severa ondulación de un manto. Seveía bien que no escuchaba los cuentos del padreni los requiebros del prometido.

Y entre tanto seguía resonando, lento y sordo,el golpe de la maza que, volteada por cima de sucabeza, dejaba caer el muchacho moreno sobre elmanojo de esparto.

Su voz vibrante rasgó el aire entonando uncantar á intervalos irregulares, entre golpe y gol-pe, como si sus pulmones de veinte años no sintie-sen la fatiga del trabajo:

«Permita Dios de los cielosque como me matas mueras,y que te vean mis ojosquerer y que no te quieran.»

La voz metálica, llena, espumante de pasión,vino por un momento á ganar la atención del corroy á interrumpir al narrador.

— Aquí podía estar ese bigardo — gruñó unviejo al tiempo de levantarse; y añadió en vozalta:

— ¡Eh! Juanillo, ven á vaciar esta espuerta.— Al momento, al momento — repuso alegre-

mente la voz del cantor —; ya he majado tres ma-nojos para hacernos buenas crinejas y esparteñas.

Tiró la pesada maza como un juguete, se acer-có al corro, cogió un asa de la espuerta y pre-guntó:

— ¿Quién ayuda? No será usted, tío Pedro, nitampoco Gaspar; ya no tienen ustedes edad deesto.

Dolores no pudo disimular un gesto de disgus-to, en tanto que Gaspar fingía una oportuna dis-tracción ante la frase agresiva del muchacho, y eltío Pedro juraba que él solo tenía más fuerza quetodos los mozos del lugar. Para probarlo, asió conardor juvenil la espuerta y mostró su cuerpo alto,enjuto, con los tendones esculpidos sobre el hue-so bajo la piel cobriza y sin jugos, como si fuese

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una figura vaciada en bronce. Su cabellera blancaescapaba bajo el pañuelo de hierbas, y su cara cur-tida le daba el aspecto de un retrato del Greco.No tuvo necesidad de probar su fuerza: los otrosmozos del cortijo.se apresuraron á quitarle el tra-bajo, con servilismo que revelaba en el viejo á unpoderoso. Se sabía que el tío Pedro era una espe-cie de espía impuesto por el amo, y le contabahasta los menores descuidos. Todos le odiaban yle temían, con ese miedo que inspira el sentir cer-ca el aliento de los polizontes; inflexible, rígido,era un absolutista indomable. A todo el que nocumpliera su deber se le debían dar cuatro tiros;justicia seca para todos; nada de piedad; el amodecía, riendo de los excesos de celo del tío Pedro,que dentro del cuerpo de aquel fiel servidor suyohabía encarnado el espíritu de Torquemada.

Volvió la espuerta vacía á ocupar su sitio ytornó el :ío Manuel á sus consejas; nublos ligeroscomo vellones de lana corrían el azul y lo rizabancon sus gasas blancas; algunos velaron la luna en-tre cendales de encaje, y la atención de los jóve-nes se distraía de la narración para suplir con susmiradas y sus aproximaciones las faltas de la luz.Ahora refería el viejo el hallazgo más maravillosoque llegara á sus noticias. Describía con frase pin-toresca la cabana de un pastor en la sierra, unpobre hcmbre que en compañía de su mujer ytres hijos pasaba crueles inviernos de frío parapoder darles un pedazo de pan. Unas cuantas ca-bras constituían toda su hacienda, y como no te-nía terrenos en donde pudieran pacer, iba conellas buscando los escasos montes comunales quela rapiña de los políticos había dejado en el con-torno. La pobre mujer bajaba á vender la leche,la mayor parte de las veces a cambio de pan, ha-rina, frutas ú hortalizas, y con la sobrante se ha-cían sabrosos quesos, que eran su único regalo.

El verano no se pasaba mal: la hierba era abun-dante, las frutas estaban baratas y el sol acaricia-ba las carnes amoratadas por el frío de la estacióninvernal. Entonces él, la mujer y los chiquillos co-gían el cogollo y el esparto y podían ganar unoscuantos duros para las necesidades más peren-torias.

Se sentían casi felices cuando sobre la mesillade madera lucía en el plato vidriado la ensaladade pimientos y tomates, rebosando aceite, y comomanjar extraordinario el pesado y moreno pan detrigo de la tierra, que el padre partía en grandesrebanadas con su navajón, oculto siempre entre lospliegues de la faja.

En la ladera del montecillo cercano á la chozalucían los cogollos de la palma, puestos á blan-quear bajo los rayos de un sol de llamas; los ma-nojos de esparto se apiñaban en un ángulo del co-rralón, y en los zarzos de caña se secaban higos ytomates, que la generosidad de las labradoras ledaba en abundancia á cambio de los quesos y ¡aleche, en una época en la cual la tierra ofrece óp-tima sus frutos con la esplendidez de la vida quese desborda en su continua renovación.

Melones, granadas y uvas pendían de las sogasque cruzaban el techo de su choza; las grandes ca-labazas de dorada corteza coronaban el alero de sutejado, y hasta podían reunir en sus arcones pu-ñados de trigo, de cebada, aceitunas, almendras yharina de maíz.

Entre aquella relativa abundancia el matrimo-nio olvidaba sus rencillas, se formaban risueñosproyectos para cuando se vendiese el cogollo; pro-yectos algo parecidos á los que abrigan los niñoscuando piensan en los objetos que desean, y quevalen cuatro reales cada uno y creen comprarlostodos con una sola peseta. Así pasaba el veranocon su dulzura de vida primitiva, dando los frutosde la tierra cuanto necesitaban para ser felices:soñando los padres y jugueteando al sol los peque-ñuelos.

Pero volvía el invierno, con sus noches fríasy sus días sin pan; la mujer maldecía de su malasuerte, y arisca ó huraña, cuando no agresiva, vol-víase iracunda contra el pobre marido, como siéste fuese culpable de su desdicha. Lloraban loschiquillos pidiendo de comer, y pasaban el díaacurrucados cerca del fogón, mordiendo hojas depalmito que el padre les traía, desesperado de suimpotencia.

Una noche en que los chicos habían lloradosin consuelo, y en que la mujer le armó camorrapor diversos y fútiles motivos, se quedó el padredormido sobre las pajas que le servían de lecho,y vio en sueños levantarse el techo de la choza áimpulso de un viento silencioso. En la obscuridaddéla abertura brillaban estrellas y luceros incrus-tados en el manto de terciopelo negro de un hom-bre nonagenario, de barba blanquísima, que ledecía con voz autoritaria: «Ve á Sevilla, y en elpuente de Triana hallarás esto.»

Extendía una varita mágica y le mostraba unarcón lleno de oro y de joyas preciosas; más lejos,la perspectiva de los goces de la riqueza: un salóncon estufa; muebles elegantes; mesas opíparas ser-vidas por criados; músicas, festines y alegrías. Sumujer parecía una señorona; sus hijos iban vesti-dos de paño fino, y el viejo le mostraba todo aquelporvenir de alegría, repitiendo: «Ve á Sevilla, y enel puente de Triana hallarás todo esto.»

Cuando la voz agria de la mujer desvaneció elsueño, se levantó tambaleándese como un beodo,y jamás su miseria le pareció tan desconsoladoracomo aquel día; nunca el aspecto de sus hijitos,con las carnes amo-ratadas por el fríoen sus pobres ha-rapos, le hizo tantodaño al corazón.

Sacó el ganadoá pacer y siguió,distraído, sus hue-llas; regresó á casacomo un autómata;aquella noche vol-vió á repetirse susueño, y lo mismosucedió al día si-g u i e n t e . . . y alotro... Aquel viejoera su obsesión: loveía ya hasta des-pierto, le seguía átodas partes, y en elviento creía escu-char el acento im-perioso que le man-daba ir á Sevilla.

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Y un día elpobre hom-bre no resis-tió más; co-gió su zu-rrón, metióen él unosmendrugosy un par depesetas, queescondía lamujerdentrode un calce-tín, y por lamañana tem-prano, sindecir á nadieuna palabra,dio un besoen la frentedel hijo pe-queñín, quedormía á sulado y sonrió al sentir la caricia, y escapó caminoadelante.

El tío Manolo hizo gracia á su auditorio de lostormentos que el pobre hombre pasó en el cami-no. Unas veces le tomaron por un ladrón indocu-mentado; otras por un loco, al oirle preguntar porel camino de ciudad tan lejana; al fin, acogido enunas partes de caridad, rechazado brutalmente enotras, llegó á la hermosa ciudad del Guadalquiviry le pareció ver en lo alto de la airosa Giralda,que contemplaba admirado, la figura del viejo, mi-rándole entre burlón y compasivo.

Entonces se arrepintió de su caminata; entreel bullicio de la gran ciudad le asaltaba el recuer-do de sus hijos, de sus cabras y hasta el de sumujer. ¡Si el viejo no hubiera estado tan alto, letira una buena pedrada con la honda!

Pero ya no había remedio. Resignado, se diri-gió al puente de Triaría. ¡Buen tesoro había allí!Unos cuantos pobres que tendían la mano á lostranseúntes, pidiéndoles una limosna. El tuvo queimitarlos; un tío con facha de franchute le dio al-gunas monedas y pudo saciar su hambre.

¡Cuánto tuvo que padecer! Sintió el frío de laindiferencia y del egoísmo de las grandes ciuda-des. En sus montañas, todo necesitado que llama áuna puerta halla un rincón para dormir y un men-drugo de pan. Allí, el más cruel abandono, la des-confianza en todos los ojos que miraban sus andra-jos, la indiferencia de cuantos pasaban á su lado.Se sentía pequeño, solo, perdido en la gran capi-tal; piltrafa desechada por la sociedad al arroyocallejero, que va diariamente á engrosar el río dela miseria, del vicio, del crimen y de las grandesrebeldías.

Cruzaba las calles lujosas con sus tiendas, ca-fés y escaparates centelleando con miles de luces,sin encontrar un rincón donde dormir. Las largasfilas de carruajes le obligaban á detenerse. ¡Cuán-ta gente! Y todos ocupados en pensamientos pro-pios, sin pensar en las necesidades y en los dolo-res de los demás. Deslumhrado, aturdido, se in-ternó por un dédalo de callejuelas obscuras, y llegóá una plaza pública, se dejó caer sobre un poyode piedra y el cansancio cerró sus párpados con

el velo consolador del sueño. Apenas descansabaunos instantes, la mano de una mujer se posó ensu hombro y una voz aguardentosa murmuró pala-bras groseras en su oído.

El había oído contar aquello á algunos viejosque sirvieron en el Ejército, y sentía un miedo te-rrible de aquellas pobres mujeres.

— Vete — se apresuró á decirle —, vete; yosoy un pobre que no ha comido desde esta ma-ñana ni tiene en donde dormir.

La mujer le miró sorprendida.— ¿Piensas permanecer aquí? — le preguntó.— ¡Naturalmente! ¿Dónde he de ir?— ¿Pero no sabes que te cogerán y te llevarán

á la cárcel por vagabundo?¡A la cárcel! El pobre hombre necesitó mu-

chas explicaciones para comprender que se en-cierra á los que no tienen pan ni lecho, en vez deprocurarles ambas cosas. Y entonces recordó su

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choza, lejos del mundo, perdida en sus montañas,y suspiró por su libre pobreza y su ambiente detranquilidad.

Asustado con la perspectiva de la prisión y losrecuerdos de su familia, el pobre hombre rompióá llorar con amargura.

La mujer se conmovió, y llena de piedad se sen-tó á su lado y escuchó el relato de su desventura.La secreta simpatía de la miseria común les unió.

— Ya sabes lo que yo soy — le dijo ella —;pero eso no te importe. Vente á mi bohardilla. Túsaldrás de día á pedir limosna al puente de Tria-na; yo saldré de noche á hacrr mi ronda; nos ire-mos arreglando hasta ver si puedes volver denuevo á tu tierra.

Y aquella noche el pastor durmió sobre un des-vencijado diván, al pie del lecho vacío de su ex-traña protectora.

Al día siguiente volvió á Triana. Los otrosmendigos le dirigieron una mirada hostil; resonóentre ellos una especie de gruñido sordo, algo pa-recido al que modulan los perros cuando otro seaproxima á donde tienen su comida.

Tímido, asustado, se colocó cerca de ellos, elúltimo de todos, y más de una vez dejó de alargarla mano á los transeúntes, avergonzado y confuso,como si usurpara las monedas que le daban á suscompañeros de miseria.

Al medio día pudo llevar unas cuantas mone-das á su compañera, que dormía vestida sobre elsucio lecho.

— Poco es esto — le dijo ella —, pero es másde lo que yo he ganado hoy... —Y estiró el cuerpocansado, barbotando una frase grosera contra susacompañantes del día anterior.

Reunieron sus míseras monedas de cobre ypudieron córner y cenar.

La misma vida continuó en los días sucesivos;había algunos de abundancia, en los que iban ácomer caliente á la taberna ó en los que su com-pañera ponía sobre la sucia mesa de tablas, sinmantel ni servilletas, sendos pedazos de jamón yjarras rebosantes de vino.

Poco á poco él perdía la cortedad para deman-dar limosna, y los otros lo admitían como un com-pañero de oficio. Su espíritu empezaba á encana-

llarse en aquella

dos los días un ciego de larga barba blanca y as-pecto patriarcal; tenía en el rostro una extrañabondad, un aire de iluminado, y sus ojos sin luz,claros, limpios, miraban con extraña dulzura; pa-recía que, á falta de retratarlo externo, se refleja-ba en sus cristales la luz de un pensamiento tran-quilo, sereno, como si fuesen la superficie de unlago que dejase ver el lecho de blanco chinarro ydoradas arenas, limpio de fango, por donde man-sas y susurrantes se deslizasen sus aguas. Era elque recogía más limosna de todos los que en elpuente de Triana imploraban la caridad.

— Buena suerte tiene usted, amigo — le dijonuestro pastor un día que no había caído en susmanos una sola moneda, viendo lleno de calderi-lla el sombrero del viejo.

— ¡Buena suerte! — contestó el pobre ciegocon voz triste —. ¡Buena suerte, tener que pasarla vida mendigando y sin ver el sol! ¡Si yo tuviesevista!...

Y como si sintiera la necesidad de contar áalguien un secreto que le oprimía, le reveló quehabía soñado con un tesoro maravilloso, cuya re-velación le hizo un viejo de barba blanca, vestido1 U

\ punto estuvo el pastor de gritarle que no hi-i ii i .1 c aso de semejante embustero, conociendo en< 1 K iiaio al viejo de su sueño; pero el ciego, sin.tu nli-ilo, seguía diciendo:

- TI tesoro está muy lejos, muy lejos, en laprovincia de Almería;¿cómo ha de ir á buscarloun pobre ciego?

—¿En la provincia deAlmería?

— Sí; yo no he estadojamás allí, pero el viejode mi sueño me lo ha ex-plicado todo: á ocho le-guas de Almería hay unlugarcito que se llamaRodalquilar; no es siquie-ra una aldea, es una corti-jada perdida entre la gar-ganta de algunas monta-

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íñas que se abren en secírculo á la orilla del mar.Una costa abrupta y salvajelo defiende por ese lado; susmontañas dificultan la baja-da, y la sociedad actual ape-nas imprimió allí sus huellas. En ese lugarcito,fresco, apartado, bañado por un cielo de luz,hay un suelo de flores bajo el que se ocultan innu-merables tesoros, escondidos por los árabes alabandonar á España. Es una tierra semiafricana,límite de Europa; desde sus montañas, cercanasal mar, el sol naciente deja dibujarse entre la bru-ma las costas de Oran y de la Argelia. Pues bien;allí cerca, en una de las últimas estribaciones quedesde el soberbio Muley Hacen se extienden deGranada al Cabo de Gata en la cordillera de SierraNevada, está el cerro del Cinto, y allí, en unapobre choza de pastores, el tesoro más grandeque guarda la tierra.

Mudo, respirando apenas, oyó el pastor descri-bir su casa, su familia y su ganado; era en el án-gulo izquierdo del corral, en donde dormía su ca-bra negra: allí estaba oculta la riqueza.

A! día siguiente los compañeros de miseria nole vieron llegar. Emprendió con las mismas fati-gas de la ida el viaje de vuelta.

Al verlo aparecer, los hijos y la mujer huyeronde él haciendo la señal de la cruz y formularonasustados las palabras con que aquellas gentes su-persticiosas conjuran á los aparecidos: «De partede Dios te digo que me digas quién eres y qué

_± , __ ..___ia del otro mundoy estás penando.» Trabajo y no pocolecostó convencer á su familia, que

le había creído muerto, de la realidadde su existencia, y librarse de las ex-plicaciones que deseaban.

Impaciente esperaba el alba para correr enbusca de su fortuna.

A las primeras claras del día, mientras todosreposaban á su alrededor, se levantó cauteloso,cogió el pico y salió al corral. No dudó un momen-to del sitio preciso en donde se hallaba la riqueza.¡Con tal precisión lo describiera el ciego! Empezóel trabajo con afán, con ardor; la tierra, blanda, erafácil de remover; á los pocos instantes el pico tro-pezó con un objeto duro: apareció un enorme ar-cón; al saltar la tapa, el sol, que lanzaba sus pri-meros rayos, quebrados en las nubes como lasvarillas de un gigantesco abanico de nácar poli-croma, hizo brillar el oro y las piedras preciosas,reflejándose en sus facetas con todos los coloresdel iris.

¡Era verdad! ¡Allí estaba el tesoro! Y la pobrefamilia, arrodillada momentos después entorno delarcón, como adoradores del becerro de oro, remo-vían atónitos, metiendo los brazos hasta el codo, elmontón de monedas y de piedras, que chocabancon ritmo cadencioso y cristalino,

Y los pastores dejaron la cabana, se fueron ála ciudad y se convirtieron en señorones; pero lomás curioso del caso es — añadía el tío Manolo—que el pastor y su familia jamás le han perdonado

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al viejo hacerle ir sin necesidad á Sevilla, cuandode una vez podía haberlo dicho todo.

Rieron las mujeres de la salida, y una dijo sen-tenciosamente:

— Eso lo haría el viejo para que el ciego deTriaría tuviese también su parte.

— <Se la daría el pastor? — preguntó con can-dor una niña.

— Los que se enriquecen no son jamás agra-decidos — contestó el tío Manuel —, y lo proba-ble es que el ciego hayamuerto extendiendo lamanopara implorar un pedazo depan.

— ¡Pero eso és una infa-mia!— exclamó la mucha- ícha, con la impetuosa gene-rosidad de todo corazón sanocapaz del dolor de la injusti-cia —. No puede ser verdad.

Sintió herido su amorpropio de narrador el tíoManuel. ¿Que no podía serverdad? ¡Pues no era el pri-mer ejemplo de ingratitud ycodicia! Y para legitimar susfábulas con. la Historia, em-pezó á referir el origen dela riqueza del señor deFrayle: provenía de un teso-ro, sí; nada más que de untesoro, pero mal ganado; unmozo ce labranza que losoñó dentro del corral de lacasa y que fue despojado deél en el momento de sacarlo.¡Aquel dinero sí que debíahaberse vuelto ceniza! Elpobre criado pedía limosnade caserío en caserío, mien-tras los otros compraron fin-cas y se hicieron señores y _, ••politicones en la ciudad. ' ••, ,í

Una risa nerviosa, fresca - *'" •y cristalina, vino esta vez áinterrumpir la narración. Sa-lía de un grupo de mucha-chas, entre las cuales se ha-bía sentado Juanillo; unanube velaba en aquel momento la luna, y el cuer-po de la reidora se movía convulsivo, como si tra-tase de disimular cosquillas. Cuando pasó el mo-mentáneo eclipse, Juanillo estaba ocupado en bus-car un pincho para limpiar mazorcas, y Petrilla,una graciosa moreneta de quince años, esquivabalas miradas de todos, con los colores de ia cerezamadura en las mejillas.

Algunas chanzas salieron de labios de las mozascontra las travesuras del revoltoso muchacho; de-fendióse él con garbo, acusando á las muchachasque le provocaban con sus gracias; protestaronellas, y en alegre tumulto se cruzaron graciosaspalabras y disputas.

Todos hablaban y reían á un tiempo; algunospedían la guitarra y que se suspendiera el trabajopara bailar á la luz de la luna; otros aprovechabanla distracción para buscar en la espuerta las ma-zorcas encarnadas y dar la vuelta al corro abra-

zando á las muchachas, que pagaban con golpessu ruda galantería.

La juventud recobraba su imperio, y la alegríacontenida largo tiempo estallaba al fin en un rau-dal de notas bulliciosas; Juanillo era de. los que másanimaban con su decir regocijado. Caían pocasmazorcas en la espuerta, y cada vez se escuchabamás de tarde en tarde el sonoro chasquido de susgolpes. Sólo Dolores permanecía indiferente á to-do, inmóvil, fría; había algo en su actitud que he-

laba la confianza; nilas-chan-zas ni las bromas llegabanhasta ella, como si su espí-ritu estuviese lejos de allí.

Gaspar, molesto de laalegría general, hacía coroal tío Pedro en renegar delos juegos de los mozos, des-pués de haber intentado se-guirlos en ellos.

Dio al fin permiso el tíoManuel para echar una co-plita; empuñó un mozo laguitarra, que Juanillo trajoen dos saltos del cortijo, ylas notas resonaron suavesy cadenciosas, con esa dulcetristeza que recuerda el al-ma árabe en los cantos an-daluces.

Salió la pareja airosa dePetra y Juanillo al centrodel nuevo corro formadopor los jóvenes; rasgaron elaire los ecos apasionados deuna copla de fandango, bro-tando de la garganta comoespuma de pasión que esta-lla en los labios.

Enarcó la mozuela losredondos brazos sobre laairosa cabecita de negros ri-zos, y su cuerpo flexible sedoblaba, ora á un lado, oraá otro, con graciosa curva-tura.

Los menudos pies dibu-jaban arabescos sobre eltraspol de la era; los ojos de

luz, entornados en suave desmayo; los labios, en-treabiertos, parecían beber la vida y buscar algodesconocido oculto en el azul.

Enmarañado el cabello, suelta la faja, abiertala camisa y desnudos los pies, Juanillo bailaba consencilla gravedad, seguía el ritmo de su compa-ñera; pero en sus movimientos, ágiles y graciosos,había algo de severa y varonil dignidad que des-pojaba la danza de esa dulzura almibarada ó gro-tesca que suele repugnar en las cortorsiones detodo bailarín.

A Petrilla sucedió otra muchacha, que repitiólas figuras ó mudanzas del fandango, diferentes enapariencia para cada una por la originalidad delos movimientos y el sello que le imprimieran.

Los espectadores, enardecidos ya con su di-versión favorita, jaleaban á los bailadores, impi-diendo á las muchachas dejar la danza por la pre-cipitación con que empezaban copla nueva, sa-

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biendo que el código de la cortesía impide á lasjóvenes dejar el baile si hay una copla empezada.

A veces dos coplas salían al mismo tiempo dediversos lados del corro, y la letra, distinta, se ar-monizaba por la cadencia de las mismas notas,cantadas en voces diferentes de un modo tan ex-traño, que parecían chocar y cruzarse, sin llegarjamás á confundirse las ondas sonoras.

Todos querían cantar ó hacer algo para mere-cer el premio del abrazo obligado que da la mozaque deja el baile al tocaor y los cantqores.

— ¡Dígale osté algo á ese lucero, buen mozo!—decía de pronto un muchacho con todo el énfasisposible.

— Una rosa — contestaba galante el bailador.—• Gracias, amigo — replicaba ufano el deman-

dante.A veces no se satisfacían con tan poca cosa, y

uno exclamaba:— Diga osté á esa niña tres cosas.— Clavel, clavellina y rosa.— Dígalas osté al revés.— Rosa, clavellina y clavel.— Dígalas al derecho.— Un ramo contrahecho.El demandante tiraba al aire su sombrero dan-

do las gracias, y al empezar el baile otra mozuelase repetía el mismo diálogo, sin cambiar palabra,como hecho á propósito para complacer á todos.Sudaba Juanillo, cansado de tanto bailar, á las cin-cuenta coplas, cuando al salir una jovencita rubia,de mirada dulce, otro mozo se le cruzó por delan-te, demandando con arrogancia:

— ¿Hace usted el favor, amigo?— Con mil amores — contestó el muchacho; y

se retiró á un lado limpiándose el sudor del rostrocon el pañuelo que le alargó una moza, mientrasla feliz pareja de novios bailaba, ufana de que to-dos les mirasen unidos siempre.

Las castañuelas habían surgido como por en-canto de todos los bolsillos, y su ruido acompasa-do se extendía en el silencio de la brisa inmóvilpor todo el contorno.

La madre de Petrilla fue la encargada de aca-bar con la diversión.

— Debe ser muy tarde, vecino — dijo dirigién-dose al tío Manolo —; ya asoman las cabrillas ymañana hay que trabajar.

Los viejos, que no tenían las mismas razonesde regocijo que animaban á los muchachos, aco-gieron con gozo la indicación, y sin escuchar lasprotestas de los que pedían que bailasen todas lasjóvenes, ó siquiera una alta y delgadita sentadasobre las rodillas de otra amiga que le arreglabael pico del pañuelo de talle para salir al baile, selevantaron y corrieron por todo el ruedo excla-mando:

— ¡Roque! ¡Roque! ¡Roque! ¿Ha venido Ro-que?

Frase sacramental para deshacer toda reunión.Fue preciso resignarse. Cesó el rasgueo de la

guitarra, chocaron como en un sollozo las hojasde las castañuelas al volver á sepultarse en las fal-triqueras de lana ocultas bajo las faldas de las mo-zas, y éstas rodearon á Dolores para despedirse,mientras los hombres estrechaban la mano de Ma-nolo y las madres despertaban á los chiquillos.

Poco después la alegre compañía se alejó en-

tre risas y algazara por el camino que serpenteabadestacándose, con su blancura polvorienta de tie-rra pisoteada, sobre el íondo obscuro de los ban-cales labrados, el verde tierno de los sembradostempranos y los rastrojos de segados maizales.

La gente de la casa se dirigió al cortijo: con-tento el tío Manolo, rezongando de la gente jovenel tío Pedro, silenciosos y cansados los mozos ylas mujeres, pensativo Juanillo, distraída Dolores,perdida la mirada vaga de sus ojos grandes y ne-gros en las sombras lejanas de la noche.

II

El pesado portalón de madera, reforzado degruesos barrotes y claveteado de chapas de cobredel tamaño de piezas de dos cuartos, rechinó bajola presión de las espaldas del mozo que lo empu-jaba y franqueó la entrada de la gran cocina, pri-mera pieza de la casa.

Dos naves sostenidas por un gran arco, en cuyocentro se veía enorme argolla de hierro, servían ála vez de zaguán, sala de recibo, cocina y dormi-torio de invierno. Cuidadosamente enjalbegada, laprimera nave tenía por todo mueblaje sillas demadera sin pintar, con anchos asientos de cuerdasde esparto entrecruzadas. La segunda nave forma-ba contraste con ésta, hasta el punto de parecerdos diferentes piezas; las paredes, ennegrecidaspor el humo del gran fogón, situado en uno de losextremos, con su ancha chimenea de campana, encuyo alero se amontonaban ollas y cazuelas debarro, enfundadas de humo y hollín por el conti-nuo uso; más lejos la cantarera de yeso sosteníacuatro panzudos cántaros de barro cocido; cercade ella el jarrero con sus jarras de cuatro picosy el botijo de piporro, rezumante de agua frescay cristalina para cuantos sintiesen necesidad debeber al pasar cerca de la cortijada. La pared de-saparecía bajo la multitud de botellas, tapaderasde barro, vasijas de cobre y cacharros de todasclases.

En el fondo el vasar de arco empotrado en lapared parecía un altarito, resplandeciente de fuen-tes, tazas y platos de loza vidriada, con ramajes yarabescos azules y verdes. Dos blanquísimas toallasde enrejado fleco pendían cerca del jarrero, y col-gadas aquí y allá ramas de naranjo, mazorcas demaíz, calabacines de corteza verrugosa, estampas,jarras agujereadas con tallos de albahaca, y mil ba-gatelas que demostraban la presencia de una mu-jer coqueta; lo que no impedía ver en uno de losángulos, que ocultaba el enorme portón, la pila demanojos de esparto, labores comenzadas y apare-jos de las bestias.

La débil luz del candil de aceite osciló envuel-ta en humo, y las figuras del grupo, perdido en lainmensa nave de la cocina, se agrandaron, esfu-mándose en la sombra con fantásticas propor-ciones.

— ¿A quién le toca velar hoy la noria? — pre-guntó el tío Manuel.

— A Roque y á Juan — repuso el tío Pedro.— ¿Le saco á usted la cabecera, padre? — inte-

rrogó la mujer de Frasquito.— No; nosotros nos marchamos á la era, que

no es tiempo de dormir bajo techado como lasmujeres — repuso el tío Manolo.

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— Pues entonces yo me voy á la noria paracuidar de que no se pare la bestia, porque las to-materas tienen sed y se nos van á arrollar si no selas riega pronto — añadió el llamado Roque.

El recuerdo del reseco bancal de tomateraspareció borrar el buen humor de la compañía, ytodos fueron entrando silenciosos en la sala á sa-car su cojín y su manta de lana, después de apa-gar el último cigarrillo, para irse á dormir á la era,los riciales ó la noria.

Sólo las dos mujeres y Frasquito entraron enla única habitación de la casa destinada á las per-sonas.

Menos cuidada que cuadras y corrales, no te-nía más luz que la que entraba por un pequeñoventanillo, cuyo postigo sujetaba abierto una granpiedra, con objeto de ver entrar, para levantarse,los primeros resplandores del día. La puerta decomunicación con ¡a cuadra estaba cerca de la ca-becera del lecho conyugal, especie de tablado al-tísimo, á donde tenía que subirse la pareja gatean-do por la espalda de la silla, y que ocultaba bajosu colcha blanca y su delantera de cretona ramea-da un verdadero almacén de cuerdas, sogas, es-puertas, semillas y trapajos.

Una cortina dividía en dos la estancia, y cercade ella tendió la cabecera y las sábanas Dolores,sin preocuparse gran cosa de la proximidad dellecho conyugal de su hermana y su cuñado, únicohombre que, en su calidad de aperador y casadopodía dormir en la casa, si bien-no había de des-nudarse más que de faja y esparteñas, prontosiempre á acudir á donde fuera preciso, y á dar elpienso de media noche á las bestias, si la mujer nose levantaba con el servilismo de la hembra paraacudir á este trabajo.

A la media hora reinaba el más profundo si-lencio en el cortijo; todos los trabajadores, fatiga-dos por las tareas del día, se entregaban al des-canso.

Dolores no se había acostado; permanecía sen-tada sobre su cabecera, absorta en sus pensa-mientos, inactiva, muda é inmóvil. Aquella nocheel novio, encendido por el ambiente otoñal, había

estado más insinuante: la boda sería pronto, y laambiciosa joven, halagada con la perspectiva delas compras y fiestas de su casamiento, sentía larebeldía de la carné virgen, la repugnancia á en-tregarse á un hombre incapaz de despertar elamor.

Sus palabras de pasión, escuchadas por vez pri-mera, zumbaban como latigazos en sus oídos; suslabios temblaban estremecidos al pensar en la bocaque sobre ellos había de posarse, y por primeravez la idea de la comunidad en el lecho allí cer-cano, donde dormían su cuñado y su hermana,despertaba su atención de un modo penoso.

La luna, bajando en el horizonte, entraba conclaridad de sol por el entreabierto postigo, y susrayos vinieron á caer en el espejo, sujeto á un clavocerca del jergón.

La muchacha vio su imagen retratada en elcristal. Con el corpino desabrochado, el cabellosuelto, los brazos desnudos, era la imagen de lanaturaleza femenina espléndida, exuberante devida y de pasión. Los ojos brillaban en la semi-obscuridad con los resplandores encendidos porlos deseos ignotos; hubo un instante en que no seconoció á sí misma, y tuvo miedo. De la otra par-te de la pared se escuchaba el patear de las bes-tias amarradas á los pesebres, y tal cual balido ócacareo que salía de los corrales, y cerca de lacortina el débil rumor de dos cuerpos estrechán-dose con toda la fría prudencia de marido y mu-jer que están condenados á dormir siempre bajola misma sábana.

Dolores sintió un miedo vago; las historias fan-tásticas de su padre acudían á su mente; aquellosruidos que le habían sido hasta entonces familia-

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res, la torturaban; su imagen parecía hablarle conimperio de una mujer rival que le reclamase de-rechos de amor y de vida; por un momento se im-puso á todo el terror que siente la gente campe-sina de mirarse de noche al espejo, donde esperaver serpientes y visiones; sin darse cuenta de loque hacía, recogió la revuelta falda, huyó de allí ysalió á la cocina.

La puerta estaba abierta; en el tramo de pie-dra un hombre sentado, con la espalda apoyadacontra el quicio, fumaba tranquilamente un ciga-rrillo. Dolores se detuvo indecisa, y una voz ami-ga vino á disipar su miedo.

— Soy yo, Dolores. Te esperaba.¡Ah! ¡Era Juanillo! Por un momento su carác-

ter dominador recobró el imperio, y completa-mente tranquila se acercó, diciéndole:

— ¿Que me esperabas á mí?— Sí— repuso él, levantándose, y con voz apa-

sionada —: sí, te esperaba, porque te espero siem-pre; porque tengo una voz dentro de mí que medice: espérala.

Dolores sonrió á pesar suyo; la figura esbeltadel muchacho, alto, delgado, de cabellos castañosy ardientes ojos, se destacaba envuelta en luz so-bre el fondo del campo; Dolores se acordó de lamujer del espejo, vista un momento antes, y le pa-reció bello como ella, con su camisa blanca, elchaleco obscuro, la faja color de sangre y la re-vuelta cabellera espesa. Su orgullo no encontrófuerzas para defenderse.

— Pues yo misma no sabía que iba á salir...Sentí sed.

— No; es que te llamé yo con todas las ansiascon que pensaba en ti; pero tú no pensabas en mí;te has asustado al verme.

— Creí que fuera otro.. .-— ¿Tu novio, acaso?— No. . . ' .. '— Claro que no; el pobre no tiene edad de ve-

lar ni de que le quite el sueño una mujer, aunqueseas tú.

Ella hizo un movimiento de contrariedad pararetirarse. El le cogió la mano.

— Escucha, Dolores: tú no me quieres, lo sé;no quieres á nadie, porque eres demasiado her-mosa y el querer te habló por tantas bocas, que note dejó oir á ningún corazón.

El orgullo de Dolores revoloteó, vencido porla lisonja del muchacho.

— Tú — prosiguió él, animándose — no quie-res tampoco á Don Carlos; pero él tiene dinero, yyo me hago el cargo de todo.. .; no es justo quete cases con un pobrete, y que el sol y los traba-jos te quiten los colores de la cara y la hermosurade tu cuerpo...

Dolores bajó la cabeza; el diablo del chico pa-recía leer en su alma: ¡jamás le había sospecha-do así!

— Si te casaras conmigo serías más feliz quecon él; yo no te daría dinero, pero te daría cari-ño, muchísimo cariño; yo trabajaría para ti y note estropearías nunca, porque te vería hermosasiempre.

Un gesto de disgusto de Dolores heló las pa-labras en sus labios. La orgullosa muchacha iba áprotestar, sacudiendo el encanto; le miró frente áfrente un momento.

Los ojos de Juanillo irradiaban luz; estaba tanhermoso, que la palabra altiva se cambió en unasonrisa dulce.

— Escucha — siguió él —: tú me tendrías que

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querer, porque yo sería bueno, porque yo soy jo-ven, porque yo soy fuerte y porque yo, si tú quie-res, seré rico, muy rico para ti.

— ¿Cómo? — preguntó involuntariamente laambición, que había hecho presa en su alma.

— Yo he soñado un tesoro... — dijo él, acer-cándose con misterio.

-— ¿Un tesoro?— Sí, y lo he soñado contigo.— ¡Bah! — murmuró ella con despecho, pen-

sando en un ardid del muchacho.— Sí, contigo — continuó él —. ¿Cómo no? Si

sueño contigo cuando lloro porque no me quie-res, y cuando me creo dichoso con tu cariño,¿cómo no había de soñar contigo para buscar ri-quezas, que quiero sólo para ti? Porque yo, Dolo-res mía, sería rico sin dinero si tú me quisieras.

— Cuenta, cuenta.. .— No te burles, Dolores; más de una noche de

estas en que todos os reís de la alegría de Juani-llo; más de una de estas veces en que me ves tran-quilo mientras tú hablas con Gaspar; luego, alacostarme, escondo la cabeza contra el cojín, yallí sólito lo muerdo, para que no salgan á gritoslas lágrimas que me ahogan.

Un movimiento de simpática piedad parecióacercar al joven el cuerpo de la muchachn.

— Así — prosiguió él — me he quedado dor-mido muchas veces, y así he soñado tres noches eltesoro.

— ¿Conmigo?— Sí, contigo. En una noche de luna te acer-

cabas al lado mío y me oías, piadosa y sonriente,hablarte de mi cariño. Era una noche en que túme buscabas sin saberlo, porque experimentabasmiedo y asco de sentir en tus labios un beso...

— ¡Calla!— Sí, es mejor callar.— No, sigue.— Te ofenderé...— No, no; sigue.— Me dejaste ver tu corazón, y yo quise ser

rico para llegar á él. Un viejo muy viejo, se meapareció y me dijo: «Venid los dos. .. > Y los dosle seguimos . . .

— ¿A dónde? — preguntó ella alentando, pen-diente de los labios de su compañero.

— Al castillo de la playa.— ¡Al castillo de la playa!— Sí, subimos la rampa y entramos en el pa-

tio; cruzamos la plataforma hasta llegar á la ca-pilla.

— ¿Y qué pasó?— Cerca del altar, en la tercera losa,, donde la

tradición cuenta que estaba enterrada la condesa,hay una señal blanca y roja; debajo un agujero quesuena á hueco; en aquel muro, detrás de la losa,un cajón de collares, de brazaletes y de ajorcas deoro y perlas para ti y una orza de monedas de oropara los dos...

— ¡Qué sueño!— Y los dos fuimos y sacamos el tesoro.— ¿Y por qué no me has dicho antes ese

sueño?—• Pensé que te reirías de él.— No; yo creo en eso como mi padre, y ya

sabes que no es el primer tesoro encontrado en elcontorno.

— ¿Pero serías capaz de venir conmigo sinmiedo?

Dolores vaciló.— ¡Miedo! Si, tengo alguno; pero como voy

contigo... Y susurró apenas en su oído: — es me-nos sacrificio que casarme. . .

— ¡Ay! Dolores. No me vuelvas loco de felici-dad. Yo sé bien que no me quieres, que no mequerrás nunca; pero sería menos desgraciado si tecasaras con otro que no fuera Gaspar.

— ¿Por qué?— Porque tú serías feliz; porque tú no piensas

que en la vida hay algo más que ser rica para serdichosa. Ahora te crees que siempre será igual yque todas las satisfacciones son tener dinero, paraque en los días de fiesta rabien las mujeres, tequieran los hombres y digan todos: «Dolores es lamás rica y la más guapa del contorno... » Perotoda la vida no es esa, hay otra cosa más honda;es menester que esos pañuelos de Manila y esosadornos te los quite del cuerpo un hombre que túquieras, y que te ciña con sus brazos, y que te en-loquezca con sus besos, para que se diga: «Doloreses la mujer más querida de la tierra.»

— ¡Basta!...— ¡Te ofendo!... Ya te lo había dicho; es todo

inútil; tú verás esto cuando no tenga remedio,cuando pienses con dolor en la juventud perdida,cuando. . . adiós, Dolores, me toca este cuarto develar la noria y está allí el tío Pedro para enterar-se de todo.

— Adiós. . .; pero, oye, ¿por qué no buscas túel tesoro?

— Porque lo he soñado contigo y no yendo túsería inútil.

— ¿Se lo has dicho á alguien?— .No.— ¿Te has cerciorado de que existen la piedra

y la señal?—• Sí, he estado allí y he visto la losa de mi

sueño.. . Sueño sólo, Dolores; yo soy un pobremuchacho que se crió de limosna y que no sabemás que trabajar y quererte. No soy nadie para ti.Adiós; ya al menos te he dicho cuánto te quiero,ya lo sabes; y esa idea me dará fuerzas para pasarasí toda la vida, trabajando y queriéndote.

Ella le retuvo por el brazo.— Mira, Juanillo, no digas eso, me das pena;

si yo pudiera querer á alguien te querría á ti, perotienes razón. . . Todo es inútil.

— ¿Qué has dicho, Dolores? ¿Que tú serías ca-paz de quererme? Repítelo, repítelo por caridad;déjame que guarde en este momento felicidad bas-tante para alimentar toda mi vida.

— Sí, te querría... pero.. . ¡Piensa lo que teparezca! ¡Me asusta la pobreza! Mi padre no esrico.

— Tienes razón. Buenas noches, Dolores...El joven se alejó en dirección á la noria, y Do-

lores, como atraída por una fuerza irresistible, si-guió sus pasos.

— Juanillo, Juan — llamó con voz queda y deinflexión suplicante.

— ¿Qué deseas?— Vamos á ir mañana á buscar el tesoro.— ¿De veras?- S í .— ¡Bendita seas, Dolores!

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•? A < •

— ¿Estás se-guro de que loe n c o n t r a re-mos?

— Sí, lo en-contraremos, yallí mismo pon-dré los collaresde perlas de lareina mora entu garganta ylos brillantes entus orejas. ¡Quéhermosa vas áestar!

— ¡Calla!— Y tú me

querrás enton-ces, Dolores,¿verdad? ¡Díme-lo, dáñelo porcar idad! ¿Noves que me es-toy muriendo?

Juan había'»*..; • • dejado la manta

á un lado, yarrodillado de-lante de Dolo-

res, retenía una de sus manos junto al pecho.— Sí; te querré. . .El joven dejó caer la cabeza como si no pudie-

ra soportar el peso de la idea de su felicidad, yllevó á sus labios las puntas de los dedos sonrosa-dos de la muchacha, mordiéndolos con dulzura.

Una corriente de fuego circuló como lava can-dente por su cuerpo escultural.

Una revelación de los-deseos dormidos hastaentonces encendió sus ojos, y su naturaleza virgense agitó estremecida y próxima á desvanecerse.

A los ojos de los dos amantes se borraba laexistencia de un mundo real; luz, armonía y colo-res externos se nublaban; un mundo interior don-de sólo ellos existían, les inundó de otra luz, otrasarmonías y otros colores desconocidos. El mo-mento de avasalladora felicidad que les haría mo-narcas de la creación. . .

Un ruido de leves pasos resonó á sus espaldas;ambos se volvieron asustados, y entre las brumasdel sueño desvanecido creyeron ver una sombravolver la esquina de la casa.

— ¿Nos habrán oído? — preguntó ella sobre-saltada.

Juanillo la abandonó un momento y corrió áinspeccionar los alrededores, volviendo á los po-cos instantes.

— No era nadie — dijo.— ¿Sería el viejo del tesoro? — preguntó ella

con superticiosa sencillez.— ¡Quizás!Ella se alejó lentamente hacia la casa. El la si-

guió hasta el dintel.— ¿Estás enfadada?— No.— ¿Vendrás mañana?— Sí, á la hora de hoy.Y esta vez fue ella la que le tendió la mano

para despedida.

Media hora más tarde Dolores se dormía me-cida por sueños de amor en su revuelta cama. So-bre los labios de grana conservaba los sonrosadosdedos, que había besado antes de dormirse, bus-cando las huellas de otro beso. Por el entreabiertopostigo entraba la claridad rosada de la aurora.

niNingún domingo había estado Dolores más pe-

rezosa y displicente. Siguiendo la costumbre delas mozas de Rodalquilar, que sacan el domingodel fondo del arca el pañuelo de crespón del talle,se ponen los trajecitos y los zapatos nuevos, seadornan con sus collares de cuentas y las grandesrosas de papel con hojas de talco á ¡os dos ladosdel moño, aunque no tengan que irá ninguna parteni nadie haya de verlas, se había engalanado, ysentada cerca del fuego permanecía muda y silen-ciosa, mientras Frasquita, en cuclillas en un ángulode la cocina, fregaba el perol y las cucharas de lacena en un gran barreño de barro, y parecía mirará su hermana con curiosa inquietud.

— Algo te pasa hoy, Dolores — dijo, despuésde tirar el agua desde la puerta y colocar el perolen el alero de la chimenea.

Y como la joven no contestara, añadió insi-nuante:

— Vamos, ¿qué te sucede? ¿Has reñido conGaspar?

Un encogimiento de hombros demostró conmás elocuencia que las palabras el desdén que leinspiraba el prometido.

— Y si no le quieres, ¿para qué te casas conél? — repuso la hermana al gesto expresivo.

— Porque ya estoy comprometida y no puedohacer otra cosa.

— ¡Comprometida! ¡Pero si en el mismo altarpodemos decir que no!

— Tú no piensas en el escándalo, en lo quedirían todos cuantos lo supieran.

— Dirían que habías tenido razón; que tú temereces un muchacho que te quiera y no un ve-jestorio como Gaspar.

— Pero, ¿y los regalos?— ¡Anda! Pues con poco gusto que los devol-

vería padre. No es Don Carlos tampoco santo desu devoción; pero como tú no dejas, que nadie tedé un consejo.. .

El recuerdo no íué oportuno; el orgullo olvi-dado renació en el pecho de la altiwa muchacha,que puso fin á la conversación con urna frase:

— No los necesito; ya sé yo lo que me con-viene hacer.

Frasquita dudó un momento, y s>e alejó de suhermana tristemente.

Dolores quedó sola. En su cabeciita bullían milencontradas ideas. La caricia de Juanillo quemabaaún su sangre y la alejaba de Gaspar, cuya figurase le aparecía como un recuerdo penoso. Parecíatener con ella un sueño de amores, la visión de luzde una casita enjalbegada, donde corrían á su ladounos angelillos con alas, que tenían su rostro y elde Juan. Pero la idea del molino, con la gran sala,los muebles de nogal, las arcas llenas de ropa, lasjoyas y los criados borraban la visión.

¡La gente! Qué dirían todos los que la vierandeshacer un matrimonio ventajoso para casarse

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con un criado de su casa, con un pobretón comoJuanillo... Tendría que devolver sus mantones,sus adornos, aquellos regalos que eran la envidiade las muchachas. Gaspar se los llevaría á otra,quizás á la Larga, y dirían que él la había aban-donado y que en su despecho elegía al mozo delabranza de su padre. . . No, no; de ninguna ma-nera; ella sería la mujer de Gaspar.. . ¡Pero si seencontrara el tesoro! Entonces sí que podría rea-lizar sus sueños. ¡Cómo deseaba que llegase la no-che para tentar fortuna!

Poco á poco la gente del cortijo fue acudien-do á cenar; Gaspar venía entre ellos; jamás Dolo-res le encontró más antipático.

Embutido en una gruesa chaqueta de paño,con el pañuelo encarnado sujeto al cuello poruñasortija de metal y los grandísimos zapatones debecerro, que le impedían moverse; llevaba la altavara de almendro en la mano, y el pañuelo dehierbas rodeado á la cabeza bajo el sombrero. Sucara no tenía ya jugos ni frescura; miles de surcosse entrecruzaban, para darle el aspecto de una ce-cina á medio secar.

Juanillo entró también; la figura gentil del mu-chacho en mangas de camisa, con su rostro more-no, al que hacía más pálido una secreta inquietud,era elegante y simpática. En la mirada que diri-gió á Dolores, sentada cerca de su novio, se leíauna muda queja.

¡Oh! ¡Si las mujeres se ganaran á puñetazos!La noche transcurrió lánguida. Do-

lores se negó á ir al baile pretextandoque no se hallaba bien; se la veía hacerun notable esfuerzo para responder á laspreguntas que le dirigían, y Gaspar, can-sado sin duda de sus respuestas incohe-rentes, entabló conversación con su fu-turo suegro acerca de los resultados dela cosecha y la abundancia de la mo-lienda.

Era un buen año; la tierra se habíamostrado generosa y el molino prospe-raba; todo el mundo le llevaba aquellatemporada á moler trigo, y las maquilasabundantes permitirían mayor lujo ybienestar á su futura. Casi se atrevió áinsinuar la conveniencia de apresurar laboda, lanzando sobre su prometida unamirada de acaricidora lascivia que queríahacer apasionada y cariñosa. RechazóDolores la insinuación, imponiéndole si-lencio con un gesto de repulsa, que élconfundió con el agreste pudor campe-sino, y Juanillo no tardó en levantarse,t o m a r sumanta y salirde la casa.

Languide-cía la con-versación.Frasqui to ,con su senci-llez infantil ysu anhelo deadmirar, pe-d í a al t í oManolo quecontase his-

torias de tesoros y apariciones, que esta nochetenían el privilegio de interesar á Dolores. Pocoá poco, la gente del cortijo, cansada de escucharsiempre las mismas narraciones, fue retirándoseá sus puestos, y sólo quedaron en torno del apa-gado hogar Dolores y Frasquito, escuchando an-siosos las historias del viejo. Gaspar, embutidodentro de su enorme chaquetón, contemplando ásu prometida, y Frasquita, que con el huso y elvellón de lana sobre la falda dormitaba dulce-mente, balanceando la cabeza como un péndulo.Cuando un movimiento algo más brusco inclina-ba su cuerpo, haciéndole despertar sobresaltada,abría los ojos demesuradamente, miraba á loscircunstantes, los detenía sobre su hermana, mien-tras su mano, de un modo maquinal, volvía á es-tirar la hebra de lana y hacer girar el huso. Comosi en su cerebro hubiesen cristalizado dos ideas,quevívían entre las sombras del sueño: el trabajoá que estaba sujeta y la incertidumbre por lasuerte de la hermanita menor, á la que sirvió demadre.

Se terminó temprano la velada, que Doloresveía transcurrir llena de mortal impaciencia. Ellamisma ayudó á su hermana á sacar la manta y laalmohada del padre y de Gaspar, que se quedabacon ellos aquella noche, y al despedirlos salióhasta fuera del emparrado para verlos marchar,como si temiera que se quedasen.

Entre tanto, Frasquita ponía en orden los ob-jetos, y con el candil en la mano espera-ba á Dolores para entrar en la habita-ción, donde ya la llamaba la voz de sumarido. Cerró Dolores con fuerza el pe-sado portalón y esquivó la mirada de lahermana, dándole apresuradamente lasbuenas noches. Cuando se vio sola sedejó caer en su jergón, fijos los ojos en elabierto ventanillo. La luna empezaba ádescender. Era la hora convenida. Selevantó recelosa y salió á la cocina; enla obscuridad de la nave le pareció vermoverse otra sombra y creyó escucharuna respiración contenida. Cerró los ojospara no ver las tinieblas, y se deslizó ha-cia la puerta. Palpando halló el pesadocerrado y pudo abrir el postigo del cen-tro del gran portón y salir á la calle. Laluna, que inundaba la plazoleta, le causóun nuevo temor. ¿Podrían verla? Siguiópegada al muro y bajó á los bancales;casi arrastrándose de balate en balatesalió al camino en el lindero de la finca.

Allí respiró con más libertad y sedetuvo unm o m e n t oanhelante ,temblorosa,t e m i e ndotanto á la so-ledad que larodeaba co-mo á la pre-sencia de al-guien quepudiera ver-la.

Durante

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los minutos de su caminata, había temido á cadainstante verse descubierta por alguno de los cria-dos de la casa. . . por su mismo padre. . . por Gas-par quizás... y á esa idea sentía subirle el ruborá las mejillas y paralizársele el corazón. ¿Cómopodría explicar su extraña salida? Le era imposi-ble decir la verdad en caso de apuro, porque ensu sencilla fe creía que así comprometía la fortunade Juan.

A pesar de esperarle, no pudo contener un mo-vimiento de susto al ver á Juanillo salirle al en-cuentro, y pareció replegarse en sí misma. El mu-chacho se puso á su lado; no hablaron, no se mi-raron; silenciosos siguieron el camino. Llevaba élla piqueta al hombro. Fueron pasando cerca delas habitaciones, dejando atrás los caseríos, cru-zando huertos y bancales en dirección á la playa.

A su aproximación ladraban los perros de loscortijos que cruzaban; otros respondían á lo lejosde mala gana, como si obedecieran á la obliga-

rse laá se-1 se-

Lleg;aron á la pla-ya y empezaron á tre-par por las rocas. Larespiraciión de Dolo-res era anhelosa, ja-deante ; Juanillo letendió lia mano paraayudarle: á subir; en-tonces see miraron porvez primiera. Un refle-jo de pasión honda

_ ^ lucía en los ojos sere-_ _ _ ^̂ ^̂ dulces y honrados

del muclhacho; en losde ella había temblores de virgen, dcominados conla fuerza de su carácter altivo.

Apoyada en él acabaron de subiir la cuesta ypenetraron bajo el arco de la puertai del derruidocastillo; un muro espeso, enorme, cromo un pasa-dizo, se encontraron en el patio. Lais zarzas y losjaramagos se enredaban en sus pies; las arcadas ylas bóvedas ennegrecidas se agrandaban en lasombra; los rayos de la luna penetraban por losintersticios de las piedras y dibujaban en el suelocaprichosos contornos de arabescos y figuras; loslagartos y las salamanquesas, asustados por la pro-ximidad de los animales humanos, se deslizabanentre los derrumbados sillares, fingiendo rastrearde sedas y armaduras con su piel de escamas. Lasaves se revolvían inquietas en sus nidos, y unacorneja sacó, graznando, la cabeza entre las pie-dras.

Parecía que existia aún allí el espíritu de losantiguos moradores, que se escuchaba el piafar de

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los corceles y el chocar de las armas de los gue-rreros, ladrido de sabuesos y rechinar las cadenasdel puente, romo si hubiesen de recibir su visita.

Por un momento las jóvenes sufrieron la alu-cinación de la leyenda. Recordaron las historiasque tantas veces escucharon contar. Aquel castillohabía sido morada feudal; albergue de los máspoderosos señores de la comarca; de los que sos-tenían mesnadas y disfrutaban los privilegios dehorca y cuchillo, pernada, pendón y caldera. Supoderío no reconocía límites, y los señores delcontorno les respetaban ó les temían; pero aque-llos poderosos, dueños de extensos dominios, devidas y de haciendas, eran desdichados al ver ex-tinguirse su familia sin un vastago varón para per-petuar su nombre.

Compadecido el rey del dolor del anciano se-ñor de Rodalquilar, le hizo conde de ese mismotítulo y le concedió el derecho de transmitir sunombre por la descendencia femenina á la pos-teridad.

' Sin duda este seria un consuelo para el altivoseñor cuando pereció, herido por los alfanjes delos infieles en la primera cruzada que la ciega fede una nobleza aventurera y fanática realizó á tie-rra de Palestina.

Quedó sola la condesita, y á su alrededor seagruparon trovadores y . caballeros deseosos deconquistar su corazón y su fortuna.

Los pretendientes eran tantos, que la elecciónse hacía difícil; adornada empero, de una pruden-cia y una virtud extraordinaria, la joven hubieraelegido bien á no disparar traicionero el niño amorsus dardos.

Amó la castellana con toda la fuerza de las al-mas donde cristalizan los rayos del sol meridional;con toda la pureza de los corazones ingenuos queviven en el seno de la Naturaleza; con toda la fe delos seres buenos, que ponen en ese sentimiento suexistencia entera.

Y amó á un caballero advenedizo, noble y ga-llardo, que después de repetir ante sus rejas lasestrofas ensayadas al pie de otros ventanales; lue-go de satisfacer su vanidad con el triunfo subrecien rivales y de escuchar de los labios de carmínel arrullo de la codorniz enamorada, tendió elvuelo á otras regiones en busca de nuevos amoresy de nuevas aventuras.

Inmensa fue la desesperación de la niña y gran-de su ansia de morir. Alguien le habló de una vie-jecita maestra en el arte de curar el mal de amo-res. La altiva castellana bajó de su castillo, llegóá la pobre choza y suplicó el remedio para reco-brar el corazón del amado ingrato. ¡Qué poco va-lía la ciencia de la vieja! Sin duda estaba tan acos-tumbrada á las mentiras del amor, que no supo de-cirle la amarga verdad; tal vez temió descorrer elvelo de la realidad ante la joven inocente, sabien-do que el amor es sólo fe, y que perdida ésta, lafelicidad se hace imposible.

La mujer recomendó á la niña que buscase elsecreto de su curación en los manuscritos de labiblioteca de sus antepasados. Y la niña se encerróen el vetusto salón, desenrolló pergaminos, hojeóvolúmenes y, al fin, halló la historia de una caste-llana enamorada que recobró el amor de un amadoingrato cuando abrió sus venas para darle de be-ber la gota de sangre blanca de su corazón.

Desde entonces, ella llenaba todos los días lacopa de oro con su sangre y la arrojaba por la ven-tana al verla roja y espumante siempre, y dondetiraba la sangre brotaban rosas de grana, y la po-bre condesita, pálida, pálida y débil, pasaba las ho-ras mirando desde su ventana á lo largo del cami-no por donde había de llegar el caballero.

Murió una tarde de primavera al apagarse elúltimo rayo de sol tras de los montes. Murió cuan-do ya su sangre era color de ópalo y los rosalesdaban rosas de té.

Aun estaba tendida en su ataúd, envuelta ensus velos blancos, cuando volvió el caballero, y elimposible encendió, para castigarlo, la llama delamor de nuevo en su pecho.

La enterraron en el gótico sepulcro de la yaarruinada capilla, y sobre su lumba plantaron losrosales. Allí iba el caballero todas las noches á llo-rar y entonar sentidas oraciones, que se mezcla-ban á las trovas de amor. Un día le encontraronmuerto. ¡Sobre el sepulcro había brotado una rosablanca!

El tiempo pasó; cayó el poder feudal, y los ára-bes primero y los cristianos después fueron due-ños de la fortaleza entre las vicisitudes de épocasazarosas;

Pero de unos á otros se conservó siempre latradición; aun contaban muchos de los que se ha-bían acercado de noche al derruido castillo, queescucharon el eco de las trovas apasionadas delcaballero y los dulces suspiros de la enamoradadoncella. Hasta no faltaba quien asegurase habercontemplado las dos sombras enlazadas, contán-dose sus amores en las noches de luna, en el cielode una pasión eterna que trueca en delicias el cas-tigo del infierno.

Por un momento los jóvenes se estrecharonuno contra otro; tenían miedo de escuchar su vozen aquel silencio solemne; se apresuraron á cruzarel patio y salieron á la plataforma.

La luz les tranquilizó algo. El cielo lucía comoun espléndido'manto azul bordado en plata, y lasestrellas y los luceros se reflejaban en la sábanade un mar de acero, donde rielaban en haces deluz los rayos de la luna, que se deshacían en lluviade brillantes; un semicírculo de montañas pizarro-sas cerraba el horizonte, recortando en el azul suspicos desiguales, y el pequeño valle aparecía ri-sueño, como un búcaro de flores, con sus casitasblancas, las bolas color rosa de los cerezos y gra-nados en flor, los matices del verde obscuro delcampo, bañado en esa media luz que hace los con-tornos más vagos y las líneas más dulces.

Y destacándose sobre todo las palmeras, eter-nas bebedoras de luz, se alzaban con sus troncosrectos y su majestuoso penacho de verdura, comosi suspirasen por la patria lejana.

Era el encanto de la línea triunfando de la luzy el color; las formas bellas; los contornos que seesfuman en un dulce claroscuro.

Bañaba la luz los primeros términos, los obje-tos cercanos; podía apreciarse en ellos el color, yvelábase á lo lejos de un modo gradual, para ceñircon un cinturón de sombra el valle, coronado porla aureola del cielo limpio, donde se dibujaba ladesigualdad de la montaña.

Se escuchaba el ruido misterioso, gue es el si-lencio de los campos: la música indefinible, la vaga

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armonía, el himno fecundante de la naturaleza ensu lenta y continua renovación.

Anhelantes, con las manos juntas, parecían es-cuchar y comprender aquella estrofa de poesía su-blime, que pueden descifrarlas almas enamoradasen un ambiente dulce y vago; esa estrofa que lacreación modula en el crecer de los tallos de lasplantas, en el germinar de las semillas, en el esta-llido de la flor que rompe su botón, de las hojasque caen, de la corola quese pliega y de la savia quecircula.

A lo lejos un barco devapor tendía su cabellera dehumo y se encabritaba comoun potro al sentir en suvientre el espolazo de lasolas. La mirada de los dosjóvenes se abismó en el mar.Venían las olas, enseñandola obscuridad del fondo consu suave balanceo, á morirdulcemente en una orla denácar sobre la rubia arenade la playa. En su susurrohabía algo de amenaza, ensu humildad mucho de alti-vez, en su beso un acento derebeldía. Dulces y buenasen aquel momento, no tar-darían en levantarse, bra-vias, con toda su eterna pu-janza destructora, para azo-tar las rocas.

Le miraron con ese su- "persticioso temor que ins- ¿?/4pira adivinar un abismo en /el fondo del objeto que nosrecrea; presentir la amenazahipócrita bajo la limpidezdel cristal. Contemplaban lasondas sin comprender queel mar no es más que elalma de la Naturaleza y co-pia las dulzuras, las perfidiasy las tempestades del almade la Humanidad.

Venía allí cerca á des-aguar un río, con el susurro manso del cauce de-bilitado en la sangría que alimentaba la vega; ásus márgenes se balanceaban los cañaverales ylos juncos, produciendo con el rumor de sus hojasun canto ó conversación extraña, como si en losnudos de sus tallos rectos anidase un mundo invi-sible de silfos, enanitos y gnomos que se conta-sen sus historias y sus amores.

Los cañones, caídos al pie de la vieja fortaleza,daban una nota triste y sombría al paisaje; el edifi-cio estaba envuelto en el sudario gris de una gran-deza pasada, silencioso y altivo, como fantasma dela tiranía vencida. ¡Cuántas historias podrían con-tar aquellos muros!

Bajaron los jóvenes la escalerilla que habíade conducirlos al enterramiento; las piedras mo-vedizas caían bajo sus pies, obligándolos á es-trecharse el uno contra el otro. Faltaba un pe-dazo de techumbre á la antigua capilla, y por élla luna, como lámpara monumental, alumbraba

el altar vacío. Había olor de moho, de humedad.Sin duda en aquel recinto estuvo la mezquita

mahometana; la sombría cruz se había impreso so-bre la ríente media luna, más tarde; y ahora, detodas aquellas inútiles religiones, no quedaba allímás vestigio que unas cuantas tumbas de piado-sos señores, cuyos nombres se habían perdido enel tiempo, azulejos caídos, losas cubiertas de ma-leza, hornacinas y altares sin ídolos, y sillones de-

rrumbados, entre los cualesla humedad hacía brotar unacabellera de musgo verde ypegajoso, semejante á lasovas del mar.

La losa del sueño estabaallí: era la misma de la tra-dición, donde brotó la rosablanca del amor purísimo áuna enamorada muerta. Unestremecimiento de frío pasóá lo largo dlc la espalda delos dos jóvenes. Era precisoempezar; él se quitó la cha-queta y cogió el pico, lo alzópor cima de su cabeza; elgolpe resonó en la soledad yel silencio de un modo lú-gubre, como si se quisieradesenterrar toda una épocahundida en el polvo de lossiglos.

Después del primer golpesiguió otro. . ., y otro. . ., yotro.. . Juanillo cavaba conardor, con deseo de remo-ver pronto la losa, como siel miedo y la esperanzadieran nuevas fuerzas á subrazo.

Y cavó, cavó un cuartode hora... , media hora. . . ,una... Dolores , anhelante,le miraba cubierto de sudor,cansado, rendido, próximoá desfallecer por el esfuerzosupremo de aquellos golpesenérgicos, vigorosos, verti-ginosos, qise se multiplica-

ban y se sucedían cada vez con imayor velocidad.Se detuvo un instante á tomar aliento; ella,

piadosa, le limpió con su pañuelo el sudor de lafrente. Volvió á resonar el ecoi del pico en lasarruinadas bóvedas y á repercudir entre el eco delas montañas.

Se sintieron de nuevo invadidos de súbito te-rror, y Dolores se acercó á él suplicando medrosa:

— Juan, vamonos.— Espera — repuso él —; e:s la felicidad de

toda nuestra vida la que debo conquistar. No ha-gas que desfallezca mi valor. Uní esfuerzo, un es-fuerzo más. . . Por ti.

Apartóse la joven, tranquilizada por las dulcespalabras de su amador, y volvió Juanillo á descar-gar sus golpes vigorosos sobre lai tierra que cerra-ba la sepultura.

¡Al fin se movía la losa! Jua:n renovó sus es-fuerzos .. . un momento más.. . ¡Ya estaba arran-cada!

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Arrojó el pico; Dolores y él apartaron, ansio-sos, los cascotes y la tierra con las manos, y pu-dieron separar la enorme piedra.

La luna se había ocultado; sus ojos les fingíanvisiones de joyas y brillantes. Quedó el hueco endescubierto; la mirada de ambos se hundió en lanegra hendidura... Registraron, ansiosos, con lasmanos. ¡Nada!

¡Estaba vacío!. . .Entonces se miraron un momento, y su voz

resonó triste y con extraño eco: «¡Nada!»¿Se habría convertido su tesoro en ceniza? ¿Los

habría oído alguien? Temblando se comunicaronla observación, y otra vez, como la noche ante-rior, creyeron oir pasos á sus espaldas; y otra vezse volvieron asustados, y otra vez murmuraron:

— ¡Nadie! ¡Nadie! ¡Nada!Todo había concluido.Salieron.Se había ocultado la luna; las sombras se reti-

raban hacia el Oeste; por Oriente asomaba la cla-ridad de laaurora, apa-gando consu luz rosa-da el brillodélos astros.Parecía que,al despertarla Naturale-za, levantabauno de losextremos desu t ú n i c aazul y sacu-día hacia elotro el polvode oro de losmundos.

Empezaba la vida en el campo; la claridadavanzaba por momentos; las barquillas de pescase dibujaban claras en el horizonte, con sus velasblancas, semejantes á grandes gaviotas. Los repti-les se habían ocultado ya en sus agujeros de laspiedras, y los pájaros desperezaban ruidosamentelas alas para tender el vuelo y entonar sus gorjeosmatutinos.

Subieron la ruinosa escalerilla: ella delante conlos brazos caídos y el pañuelo en la mano; detrásél, con el pico y la chaqueta al hombro; cruzaronla plataforma sin detenerse, atravesaron el patio yentraron bajo el muro de la puerta. Salían delreino de su ensueño. Les agitó el mismo pensa-miento, y ambos se acercaron, se miraron conamargura y murmuraron casi al mismo tiempo:

— ¡Nada!— ¡Nada!Ella sonrió con dulzura,ydijo poniendo mieles

en la voz:— ¡Paciencia!— Tú podrás tenerla — contestó él con ener-

gía —; yo no. Tú has perdido la esperanza de serrica; yo he perdido la felicidad. ¡Eras el tesoroúnico que buscaba!

Había amargura y dolor en su acento, y en susojos honrados y dulces brillaba el rocío de unalágrima. Se acercó ella piadosa, le cogió las ma-nos é inclinó tristemente la cabeza; la brisa del

mar les envió una bocanada de perfume, y los re-vueltos cabellos de la muchacha acariciaron elrostro del joven. Inclinada la cabeza, pensativa ytriste, su perfil tenía la línea pura y mística de unaNiobe; los ojos, casi cerrados, quedaban envueltosen la sombras de las pestañas; se plegaban los la-bios dolorosamente, y el cuello, arqueado, parecíapálido y blanco como de una estatua alabastrina.

Juan se inclinó; sus labios buscaron aquel cue-llo y depositó un beso de fuego en el graciosohoyuelo que formaba el nacimiento de la sonro-sada orejita. Se estremeció Dolores, alzó airada lacabeza; la luz del día y la luz de los ojos de Juanle hicieron cerrar los párpados; un beso acarician-te, dulce, largo, cayó sobre los labios entreabier-tos como una rosa de pasión, y esta vez no huboprotesta; su cabeza se dobló semejante á un lirioen su tallo; dos bocas ansiosas se juntaron, se en-lazaron los brazos amantes, la visión del mundohuyó de su vista para volver á sumergirse en lasarmonías del infinito; el primer rayo de sol rasgó

las nubes co-mo si vinie-ra á saludarel triunfo dela naturalezay de la car-ne . . .

¡Habíanencontradosu tesoro!

Semejan-te á redoblede tamboresy trompetasapocalípti-cas, resonócerca de losdos enamo-

rados una risita seca y socarrona. La voz cascadadel tío Pedro murmuraba con acento entre bur-lón y airado:

— ¡No te decía yo de qué tesoro se trataba!Detrás del viejo, grave, triste, severa y digna,

se veía la figura del tío Manolo.Ocultó Dolores la enrojecida carita entre el

delantal y la espalda de Juanillo, que de un modoinstintivo se aprestaba á defenderla.

— Yo lo oí todo y yo conozco el mundo — re-pitió embriagado en el triunfo de su malicia elviejo.

— Padre, perdón — murmuró ella.— Tío Manuel, mi intención era buena... ¡pero

la quiero tanto!. . . Usted también habrá sido jo-ven. . . — balbuceó el muchacho.

— Sé todo lo que ha pasado; os seguí desdeque salisteis de casa — repuso el padre con calma.

— Entonces ¿á qué decirle á usted más?.. ¡Miintención era buena!... Yo quiero á Dolores, ellame quiere á mí;. . si hubiéramos hallado el teso-ro, no se casaría con Gaspar.

Un sollozo le cortó la palabra y otro sollozosalió de la garganta de la muchacha.

— ¿Es verdad eso? ¿Os queréis? — preguntó elpadre, bondadoso.

— Con toda mi alma, tío Manuel.— ¿Y tú, Dolores? ;— Yo. . . yo. . . también le quiero, padre.

Diputación de Almería — Biblioteca. Tesoro del Castillo, El, p. 20.

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— Pues entonces, hijos míos, ¿qué más tesoro•queréis buscar para ser dichosos?

— ¡Pero tú no piensas en Gaspar!... — em-pezó á decir Pedro, opuesto siempre á la dichaajena.

— Yo me encargaré de despedirlo... — cortógozoso el padre.

— ¿Y me la dará usted á mí? ¡A mí! ¡A un cria-do de su casa! ¡A un pobre como yo! . . . — ex-clamó Juan, anonadado por su inesperada feli-cidad.

— Sí, te la daré; porque la quieres, porqueeres honrado y leal, porque eres joven y sabráshacerla dichosa.

Y mientras los dos muchachos cambiaban unamirada de promesas, de esperanzas y de supremafelicidad, el padre terminó diciendo:

— Basta; es tarde y hay que trabajar hoy mu-cho. Echar delante, buenas piezas...; y tú, Pedro,mucho cuidado con lo que se habla: que no se en-tere nadie del tesoro que se han encontrado es-tos en el castillo.

FIN

Reservados todos los derechos de propiedad artística y literaria. ca> No se devuelven los ^originales.Fotograbados de Dura y Compañía, dícaaícaoa Imprenta de José Blass y Cía., San Mateo!, Madrid.

Diputación de Almería — Biblioteca. Tesoro del Castillo, El, p. 21.

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El Cuento Semanal PUBLICA EN SU NÚMERO PRÓXIMO

¡POR MfllflS!Novela, por F. SERRANO DE LA PEDROSA

El Cuento SemanalNÚMEROS PUBLICADOS

1." Desencanto (novela), por Jacinto OctavioPicón.2.° La sonrisa de Giocconda (bocetos de co-

media), por Jacinto Benavente.3° Aventura (novela), de G. Martínez Sierra.4.° La cita (novela), por Eduardo Zamacols.5.° La guitarra (drama en tres actos, y en

prosa), por Salvador Rueda.6.° La maldita culpa (novela), por Antonio

Zozaya.7." Cada uno... (novela), por Emilia Pardo

Bazán.8.° Una letra de cambio (novela), por Joa-

quín Dlcenta.S.° Reveladoras (novela), por Felipe Trigo.10. El alma viajera (novela), por José Francés.11. La caravana (novela), por Eduardo Mar-

quina.12. La soledad del campo (novela), por Juan

Pérez Zúñiga.13. Del Rastro á Maravillas (novela), por Pe-

dro de Répide.14. Guillermo el apasionado (novela), por

Manuel Bueno.15. La espuma del champagne (comedia en

un acto), por M. Linares Rivas.16. Ni amor ni arte (novela), por Pedro Mata.17. Un sueño (novela), por Amado Ñervo.18. Historia de una reina (novela), por Ale-

jandro Sawa.19. El milagro de las rosas (novela), por

Francisco Villaespesa.20. La madrecita (novela), por S. y J. Álva-

rez Quintero.21. El fin de una leyenda (novela), por Sine-

sio Delgado.22; De corazón en corazón (novela), por

E. Ramirez-Angel.23. La conquista del jándalo (novela), por

Alejandro Larrnbiera.24. Las Tres Reinas (novela), por Mauricio

López-Roberts.

Obras de Carmen de Burgos SeguíEnsayos literarios. - Notas del alma (can-

tares). - Moderno tratado de labores, decla-rada de mérito y utilidad para la enseñanza porel Ministerio de Instrucción Pública y BellasArtes. - La protección y la higiene de los ni-ños, declarada de mérito y utilidad por el Mi-nisterio de Instrucción Pública y Bellas Artes.El divorcio en España. - Alucinación (nove-las cortas). - Por Europa (cuadros de viaje).

TRADUCCIONESLoca por razón de Estado. Memorias del

conde de Matjachich. (Traducción y prólogo).Los evangelios y la segunda generacióncristiana, por Ernesto Renán. - La guerra ru-sojaponesa, por León Tolstoy. - La inferio-ridad mental de la mujer, por P. J. Moebius.(Traducción y prólogo). - Dafnis y Cloe, porLongo. (Traducción y prólogo). - Sorda, muday ciega, por Helen Keller.- La Iglesia cristia-na, por Ernesto Renán. - Diez y seis años enSiberia, por León Deutsch. - En el mundo delas mujeres, por Roberto Braceo. - Muecashumanas (prólogo), por Roberto Braceo.

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Consultorio Grafotipo GRílCHTNERVéase el núm. 3.° de nuestra Revista

RespuestasArte y amor.— Carácter firme y justo, pero algo egoísta; vo-

luntad pacienzuda y terca por momentos; temperamento sanguí-neo y sensual; gran generosidad; espíritu de contradicción; natu-raleza bastante interesada; ninguna expansión y mucha pruden-cia; conciencia recta y juicio seguro; inteligencia muy despierta;buen gusto; salud bien equilibrada; espíritu seductor.

Romana. — Carácter resuelto; personalidad rígida; educaciónmoral seria; prodigalidad; cultura; mucha intuición; prudenciaadquirida y sinceridad nativa; conciencia más bien estrecha, conaccesos de escrúpulos; perfecto equilibrio en las facultades; gransatisfacción de sí misma; voluntad terca; temperamento vigoroso.Adiós paz doméstica si la pasión de los celos, á la que es ustedpropensa en extremo, se apodera de usted.

Un sexcttano. — Inteligencia cultivada; espíritu fino; gran ha-bilidad; sensibilidad exagerada; generosidad que sabe contar; vo-luntad propensa á los arrebatos; espíritu crítico; cierta expansiónno desprovista de prudencia,con los extraños sobre todo; com-batividad; carácter bastante rencoroso; naturaleza agitada; sen-sualidad; vanidad; conciencia justa é indulgente; carácter buenoy alegre.

S. A. 2. G. — Sensibilidad apasionada; inteligencia clara ybastante cultivada; espíritu lógico; imaginación muy viva; volun-tad débil, con accesos de impaciencia; orgullo; actividad precipi-tada; impresionabilidad excesiva; nervosidad; no descubro en suletra esos rasgos precisos que indican una verdadera disposi-ción para cierta rama de las industrias ó artes con exclusión delas demás. Me permito darle un consejo, y es: que mientras ustedno combata concienzudamente su impresionabilidad excesiva, yno ponga un freno á su imaginación desbordante, en cualquiercarrera que emprenda usted encontrará obstáculos que exacer-barán su nervosidad. Animo, pues, y á luchar contra su natura-leza, demasiado ardiente y rebelde.

Carlos Bueno. — Voluntad despótica; espíritu acaparador;gustos refinados; deseo de imponerse y producir electo; imagina-ción graciosa; naturaleza sensitiva y voluntariosa; carácter alegre;gran inteligencia y cultura; temperamento muy sensual.

Judith. — Inteligencia privilegiada; cultura; gran actividad;voluntad débil; desconfianza; orgullo que á veces entorpece la se-guridad del juicio; generosidad bien entendida; buen gusto paralas artes; disposiciones para los quehaceres domésticos; con-ciencia bien equilibrada; deseo de adquirir.

Julián Llaganet. — Gustos delicados; minuciosidad; predispo-sición á la miopía; naturaleza excesivamente buena y sensible,

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que procura esconderse bajo la careta de la impasibilidad; debeusted haber sufrido en su vida alguna grande y terrible decepción;inteligencia clara; lealtad y franqueza; voluntad impaciente que,sin embargo, se contiene; gran modestia intelectual; afición porla buena comida.

Un amador. — Posesión de sí; gran cultura; mezcla de orgu-llo personal y modestia intelectual; voluntad seguida; lealtad;temperamento material; disposición á la economía; excelente gus-to artístico; prudencia; originalidad; espíritu combativo y cons-tantemente en defensa; equilibrio perfecto en las facultades; tieneusted cualidades envidiables, con las cuales triunfará usted enla vida.

A. G., Barcelona. — Carácter muy expansivo: voluntad tenaz;mucha vanidad; egoísmo no desprovisto de generosidad: usted dacuando le sobra; formulismo; naturaleza franca y alegre; imagina-ción muy despierta; actividad moderada; conciencia más bien es-trecha, pero sin escrúpulo; espíritu combativo; aficiones organi-zadoras; manifiesta deseos de saber el estado presente de su salud:su letra denota un temperamento que, sin ser muy vigoroso, estabien equilibrado.

Cejamón. — Carácter nada expansivo; naturaleza apasionaday bastante egoísta; fatuidad; actividad física; voluntad seguida,pero poco enérgica; desorden; amor al confort; cansancio físico;temperamento sanguíneo y bilioso; amor al dinero; economía enla generosidad.

H. J. Z. — Generosidad excesiva; sinceridad; coquetería; bue-na memoria; voluntad pacienzuda, pero propensa á arrebatos;sensibilidad que se domina; despotismo doméstico; temperamen-to muy sensual; carácter amable y seductor; culto del recuerdo;buen gusto y habilidad manual.

Pelegrino — Imaginación muy desarrollada; inteligencia cul-tivada; sensibilidad exquisita; carácter muy rencoroso; espíritufino y armonioso; gustos refinados; aptitudes organizadoras; dis-posición á la envidia; sinceridad; voluntad dulce; naturaleza eté-rea que hieren las vulgaridades de la vida; usted ha sufrido y su-frirá siempre, en vista de su sensibilidad exagerada, que nunca sesometerá á las leyes de la razón.

S., Calatayud—Sensibilidad bien regulada;.gran equilibrio enlas facultades; temperamento sanguíneo; buen estado de salud;inteligencia muy viva; lógica extraordinaria; habilidad manual;amabilidad en el trato social; falta completa de expansión; con-ciencia recta; orden; amorá la buena comida; voluntad bastanteconstante y enérgica.

Nota bene. — Suplico á mis apreciables consultantes que nose impacienten. He recibido más de dos mil cartas, y aún no heacabado de contestar á los que me escribieron en Enero. Contan-do de antemano con la galantería de mis lectores, voy á permitir-me alterar alguna vez el orden de prelación establecido, satisfa-ciendo así, en su obsequio, el deseo de las discretísimas damasque me honran con sus cartas. — Doctor Grachtner.

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Extracto del Catálogo:Pesetas

Alas (Leopoldo). La Regenta, novela (nueva edición);dos volfimenes en 8." 8

Balart (Federico). Dolores, poesías, edición de lujo;en 4.» 7

Baudelaire (Carlos). Las Flores del Mal. (Splen éIdeal. Cuadros de la Ciudad, en París. El vino.Rebelión. La muerte), poesías precedidas deuna noticia biográfica por Teófilo Oautier, tra-ducidas en verso castellano por Eduardo Mar-quina; en 8.° 3,50

Becquer (Gustavo Adolfo). Obras en prosa y verso,quinta edición, aumentada y corregida; tres vo-lúmenes en 8.°, con retrato del autor 10,50

Bourget (Paul). Andrés Cornelis, novela; versióncastellana de Carlos de Ochoa; en. 8.°, con re-trato del autor y cubierta en cromotipia . . . . 3,50

Campoamor (Ramón de). Los pequeños poemas; dosvolúmenes, en 8.° 4

— Cantares; en 12.°¡ lujosamente impreso á dos tin-tas, con retrato y facsímil del autor 1

Cánovas del Castillo (Antonio). La campana deHuesca; novela, en 8.° 5

Castro y Serrano (José de). Cartas transcendenta-les, escritas á un amigo de confianza; en 4.° . . 5

— Historias vulgares; dos vols. en 4.° . 10Ciges Aparicio (M.) El vicario, novela; en 8.°. . . . 3Coppée (Francisco). Enriqueta, versión castellana

de C. Frontaura; en 8.° 3Danvila (Alfonso). Cuentos de Infantas; en 8.°. . . . 3,50— Estudios españoles del siglo XVIII: Luisa Isabel

de Orléans y Luis I; en 8.°, con láminas . . . . 3,50Darío (Rubén). Opiniones; en 8.° 3,50— Parisiana; en 8.° 3,50Daudet (Alfonso). Safo, costumbres de París; tra-

ducción de Eduardo López Bago, prólogo deEugenio de Olavarría y Huarte; en 8." 3,50

—' Rosa y Ninita, costumbres modernas; versión cas-tellana de E. de C; ídem 3,50

García y Tassara (Gabriel). Poesías, coleccionadaspor el autor, segunda edición; en 4.° 7,50

Gómez Carrillo (E.) El modernismo; en 8.% con re-trato del autor 3,50

Hugo (Víctor). Los Miserables, traducción de D. Ne-mesio Fernández Cuesta. Tercera edición, ilus-trada con magníficos grabados; cinco volúme-nes en 4.° '". . . . 25

.— Noventa y tres, novela histórica original, traduc-ción del mismo, tercera edición; tres volúme-nes en 8.° 9

López Silva (José). Migajas. Colección de diálogosen verso, con un prólogo de Sinesio Delgado; .segunda edición, corregida y aumentada; en 8.° 3

— Los barrios bajos. Colección de composiciones enverso, con un prólogo de Ricardo de la Vegay epílogo de Peña y Goñi, séptima edición;ídem. . , 3

— Los Madriles. Colección de composiciones en ver-so, con un prólogo de Jacinto Octavio'Picón,cuarta edición; ídem 3,50

— Chulaperías. Colección de diálogos en verso, pró-logo de D. Mariano de Cavia, epílogo de donJoaquín Dicenta, con ilustraciones de Plá y deHuertas, tercera edición; ídem 3,50

— Gente de tufos, con prólogo dé D. Vicente Blas-co lbáñez é ilustraciones de Huertas, Sileno,Sancha, Bermejo y otros; ídem 3,50

Pesetas

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3,503,50

Llanas Aguilaniedo (J. M.). Pityusa (novela); en 8.°. 3Malot (Héctor). Sin familia, versión española de Al-

fredo García López; ilustraciones de Emilio Ba-yard; dos vols. en 8. ° mayor. 7

Maupassant (Guy de). Pedro y-Juan (novela), ver-sión española de Carlos Frontaura; en 8.°, concubierta en cromotipia 3,50

Montoto (Luis). Un paquete de cartas, de modismos,locuciones, frases hechas, frases proverbiales yfrases familiares; en 8.° mayor 7

Núñez de Arce (Gaspar). Gritos del combate, poe-sías, undécima edición, aumentada con un pró-logo de D. José Echegaray y un discurso sobrela poesía contemporánea; en 8.°, con retratodel autor

Palacio (Manuel del). Melodías íntimas, sonetos ycanciones; en.8."

— Veladas de otoño (leyendas y poemas); ídem. . .— Huelgas diplomáticas (versos escritos en Mon-

tevideo); idemPardo Bazán (Emilia). Pascual López, autobiografía

de un estudiante de medicina (novela); en 8.° .— El cisne de Vilamorta (ídem); ídemPérez y González (Felipe). Pompas de jabón, cuen-

tos, chascarrillos, anécdotas, sucedidos, escri-tos en verso, prólogo de Miguel de CervantesSaavedra, en colaboración involuntaria con elautor, dibujos de Ángel Pons; en 8.°

— Fuegos artificiales, versos y artículos amenizadoscon un prólogo-mazurca para canto y piano, le-tra y música del popular maestro D. FedericoChueca; en 8.°, ilustrado con fotograbados. . .

Picón (Jacinto Octavio). Lázaro, casi novela; en 8.°.— Juan Vulgar; ídemQueiroz (Ec.a de). La ilustre casa de Ramires (nove-

la), traducción de Pedro González-Blanco;en 8.°, con retrato del autor

Rodríguez Correa (Ramón). Agua pasada... (pró-logo. Post Mortem. Carta de D. Miguel de losSantos Alvarez. ¿Estaba loco? El diamante ar-tificial. Un hombre... corrido. El premio gordo.Rosas y perros. El suicidio. Cuarteto carnívoroamoroso. Pensamientos); en 8.°

Romancero español. Colección de romances histó-ricos y tradicionales, escritos por los Sres Boc-cherini, Cabiedes, Clark, Larraza, Castillo ySoriano, Muñoz y Ruiz, Navarro y Gonzal-vo, Ossorio y Bernard, Vera y otros; en 8 o .

Selles (Eugenio). Narraciones (novelas y cuentos);en 8.°

Unamuno (Miguel de). Paz en la guerra (novela),en 4.°

— Poesías; en 8.°Valera (Juan). Juanita la Larga (novela), tercera edi-

ción, con ilustraciones de Alcalá Galiano; en 8.°mayor

— .Florilegio de poesías castellanas del siglo XIX, conintroducción y notas biográficas y críticas; cin-co vols. en 8.°

Zapata (Marcos). Poesías, con prólogo del Dr. S. Ra-món y Cajal y retrato del autor; ídem 3

Zorrilla (José). Gnomos y mujeres, (poesías); en 8.°. 4— Granada, poema oriental precedido de la Leyenda

de Al-Hamar, nueva edición; dos vols. en 8.°mayor 8

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Esta casa se encarga de cualquier comisión relacionada con el ramo de librería

Sucursal en Sevilla:/Librería de Juan Antonio Fe »SIERPES 89 v"

Imprenta Artística de José Blass y Cía.Calle de San Mateo, núm. 1 - Madrid

Diputación de Almería — Biblioteca. Tesoro del Castillo, El, p. 24.