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Leonor de Aquitania

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Leonor de Aquitania y MaraMagdalena

Alianza Editorial

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Diseo de cu-bierta: Angel Uriarie Ilustacin medieval. Biblioteca del Arsena]. Pars. Fotograffa: Archivo Anaya Traduccin de Mauro Armio

@ Editions Gallimard. 1995 @ Ed. cast.: Alianza Editorial, S. A. Madrid, 1996 Calle J. I. Luca de Tena, 15;28027 Madrid; telf. 393 BB 88ISBN: 84-206-4699-7 Depsito legal: M. 4.953-L996 Impreso por TOMN, S. A. Printed in Spain

Leornr

Bajo la cpula central de la iglesia de Fontewaud la Francia del siglo xrl era una de las abadas -en de mujeres ms vastas y ms prestigiosas en la actualidad cuatro estatuas yacentes, vestigios de antiguos monumentos funerarios. Tres de esas estatuas esn talladas en caliza blanda: la de Enrique Plantagenet, conde de Anjou y del Maine por sus antepasados paternos, duque de Normana y rey de Inglaterra por sus antepasados maternos; la de su hijo y sucesor Ricardo Conznde Len; la de Isabet de Angulema, segunda mujer de Juan sin Tierra, hermano de Ricardo, que se convirti en rey en 1199. La cuarta efigie, en madera pintada, representa a I-eonor, heredera del duque de Aqui-

tania, esposa de Enrique, madre de Ricardo y de Juan, que muri el 31 de marz.o de L204 en Fontewaud donde haba terminado tomando el velo. El cuerpo de esa mujer esti tendido sobre la losa, de la misma forma que haba estado expuesto en el lecho de parada durante la ceremonia de los fune-

rales. EsL envuelto en su totalidad en los pliegues del vesdo. Un grin encierra el rostro, cuyos rasgos son de una pureza perfecta. Los ojos estn cerrados. Las manos sosenen un libro abiero. Ante este cuerpo, ante este rostro, la imaginacin puede darse rienda suelta. Pero de ese cuerpo y de ese rostro cuando estaban vivos, la estatua yacente, admirable, no dice nada verdadero. Leonor haba muerto haca ya aos cuando fue modelada. Haba visto el escultor con sus propios ojos alguna vez ala reina? De hecho, eso importaba poco: en esa poca, el arte funerario no se preocupaba por el parecido. En su plena serenidad, esta figura no pretenda reproducir lo que la mirada haba podido descubrir sobre el catafalco, el cuerpo, el rostro de una mujer de ochenta aos que se haba bado duramente contra la vida. El artista haba recibido el encargo de mostrar aguello en lo que se convertiran el da de la resurreccin de los muertos ese cuerpo y ese rostro en toda su plenitud. Por tanto, nadie podr mrnca medir el poder de seduccin de que la heredera del ducado de Aquitania estaba invesda cuando, en 1137, fue entregada a su primer marido, el rey Luis WI de Francia. Ella tera entonces unos trece aos, l diecisis. Es al menos lo que cuenta, medio siglo ms tarde, Guillaume de Newburgh, uno de aquellos monjes de Inglaterra que recomponan en ese momento, con gran habilidad, la serie de sucesos del empo pasa-

do. Guillaume aade: ; que importaba apagar. A trancas y barrancas,

haban debido reformarse a s mismos. Luchaban por liberarse completamente de su propiq culpabilidad, y Ialvez el recuerdo de las mptrkulaa tabarna,e, de las de su juventud, amsaba a veces todar,ra su espritu. Por instinto tenan a ver a las mujeres como prostutas, reales o virtuales. De ahr las metforas obsesivas que aparecen en la pluma de los grandes letrados del VaI de l,oire, cuyos escritos ha analizado de forma pertinente Jacques Dalarun, cuando hablan de las mujeres: un entre, yoraz, una quimera, un monstruo. La falta reside en lo que sienten que resiste en su cuerpo de femenino, es decir de animal. Por otra parte, estos prelados se hallaban enfrentados constantemente durante su funcin pastoral a los problemas que planteaban de forma concreta las mujeres. La prostucin floreca en las ciudades en plena expansin, invadidas por emigrantes desarraigados. Estaban, sobre todo, aquellas mujeres sin hombres que la reforma misma haba larzado a la calle, las esposas a las que su marido se haba visto obligado a abandonar porque era sacerdote, o bien laico, por ser bgamo, incestuoso. Mujeres lamentables. Peligrosas tambin, amenazando con corromper a los hombres, con llevarles a tropezar. Qu lugar otorgarles en el proyecto reformista de una sociedad perfecta? Muchos, y entre ellos Geoffroi de Vendme, como muestra su juicio sobre el fariseo, estaban convencidos de que haba que ocuparse de su alma, admitirlas como eran admidas

en los crculos hercos, elaborar por tanto para ellas una pastoral apropiada, peligrbsa pero indispelsable. Hasta dnde se podra llegar? Cuando Robert d'Arbrissel las acogfa en su grupo y las llevaba tras 1, como Jess haba heco.-cundo las alojaba en el monasterio mixto de Fontewaud en posicin dominante respecto a los monjes, conminando a stos a rebajarse y servirlas, a imponerse esa humillacin para ganar el amor de Jesucristo. su esposo, de la misma forma que el caballero que sirve mrlsmente a la dama espera ganar et aror del marido, su seor, no se aventuraba demasiado lejos? No lo hada incluso A-belardo. cuando afirmaba que las plegarias de las mujeres aI paracleto valan tanto como las de los hombres? Ese Abelar{o aI que Bernardo de Claraval vituperaba, acus:ndole de . Tantas imprecaciones lanzadas contra las- infamias de aguellos hombres de Iglesia que se acercaban demasiado a las mujeres y a los que se supona ineviEtlemente ct'Jpables dan testimonio dela amplitud del malestar, de la fuerzade las recencias, dej miedo irrepresible a la mancilla sexual. Cuintos prelados seguan pensando que era bueno mantener a las mujeres a distancia de lo sagtado, prohibirles el acceso de ciertos santuarios? Del santuario de Merat, por ejemplo, en Auvergne, que Roberl d,A_rbrisse-l termin por hacerles-abrirf repiendo voz en grito que, comrilgando el cuerpo di Cristo como los hombres, las mujeres teman derecho a penetrar

como ellos en su casa? O bien del acceso al mausoleo provenzal de Magdalena? sia estaban de acuerdo en una cosa: juzgaban necesario impedir a la mujer hacer el mal' Por consiguiente, haba que encasillarla. Casndola. La mu-

En cualquier caso, todos los dirigentes de la Igle-

jer

perfecta

Magdalena era ejemplar- y en efecto aquella que espera todo de su seor, que le arna, pero que' sobre todo. le teme. Y le sirve. Por riltimo, la mujer que llora y que no habla, la que obedece, prosternada ante su hombre. Por consiguiente, la doncella debe convertirse en esposa desde la pubertad. Esposa de un amo que la llevar de la brida. O bien esposa de Cristo, encerrada en un convento. En caso contrario, ene todas las posibilidades de volverse puta. Igual que para los hombres, biparticin, y con un criterio sexual: Ltx,ores-mpratrkes. Maaonas o bien mujeres de la calle. Por eso los buenos obispos, HildeLert de Lavardin y Marbode de Rennes decidieron reescribir en esa poca la vida de prostutas arrependas 5r casgadas de forma tan plena y tan perfecta en las potencias de su funesta seduccin que pudieron volverse santas y ser celebradas como tales por haberse devastado voluntariamente, Mara Egipcaca, Tais. Y, para apartar del pecado mayor, estos prelados presentabari a la mujer bajo el aspecto que a ellos les resultaba ms terrorfico: tentadora, cubierta de adornos, enganchando a los hombres, invi:rdolos a lo que hay de

-a

este respecto

la actitud de la

ms abyecto en la unin de los cuerpos. De este modo queran probar que, por infectada gue estuviese el alma de lujuria, el alma puede blanquearse por completo mediante una penitencia corporal. Por este motivo se ven en esa poca a nuevasTais, las reclusas, asentarse no en un desierto, sino en el centro de las ciudades, encerradas en una celda, y desde ella dar testimonio, enseando y predicando. Pero predicando sin palabras, por el solo deterioro de su cuerpo. Por eso la Magdalena de Geoffroi de Vendme se parece tanto a Mara Egipcaca. por eso los pecadores la imploraban, mezclando sus lgrimas a las de la mujer, porque eran muy numerosos los que suban la colina deYzelay, sabiendo, como les deca la Gula de Compostela, que el Seor les perdonara sus faltas por ella. Mediadora escuchada por penitente obsnada.

I

En efecto, en el umbral del sigto xn estaba forjndose el instrumento por el que la autoridad eclesistica pretendra lanzat de forma mis profunda la reforma de las mstumbres y obligar a todos los fieles a observar sus preceptos: era el sacramento de

penitencia. El rito no exigra slo la contricin y la confesin, sino tambin el rescate, inspirndose en prccas de la justicia priblica y proyectando sobre el conjunto de la sociedad procedimientos de reparacin usados desde haca siglos en las comunida-

la

des monscas. Obligaba a pagar, a