3CRCF. Quijote y Sancho en el siglo XXI.

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Edición PDF del libro publicado por la Asociación Cultural El coloquio de los perros con los relatos y fotografías más destacados de la 3ª edición de nuestro concurso.

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III CONCURSODE RELATO CORTO

EL COLOQUIO DE LOS PERROS

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Portada: José Manuel Márquez «mane»

Tema del concurso: Quijote y Sancho en el siglo XXI

Edita: Asociación Cultural «El coloquio de los perros»

Colaboran: Excmo. Ayuntamiento de Montilla, La Caixa,Fundación Social Universal y Restaurante Don Quijote

D.L.: CO-623-2003

Imprime: Imprenta San Francisco SolanoC/ Zarzuela Baja, 4014550 Montilla (Córdoba)Tlfo. y Fax: 957 65 64 [email protected]

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III Concurso deRelato Corto

«El coloquio delos perros»

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Montilla, 2005

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ÍNDICE

PRÓLOGO. Elena Medel.............................................. 9

RELATOS GANADORES..........................................11

PRIMER PREMIO. Alberto Ramos DíazEl desafío de Dulce Toboso..................................... 11

ACCESIT. Juan Antonio Montaño CorralesEn un lugar de Andalucía......................................... 21

ACCESIT. Josefina Solano MaldonadoDe cómo Don Quijote se hizo poeta para recitarleversos a un siglo entrante........................................ 29

MENCIÓN ESPECIAL. Sergio Pérez GonzálezCampos de justa y este Quijote............................... 39

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PRÓLOGO

De otra forma

En la España del siglo XXI, ¿cómo homenajear aCervantes sin hundirse en el tópico? Se han organizadocongresos, mesas redondas, debates y trifulcas. Se hanescrito artículos, impreso suplementos especiales,trabajado en ediciones más o menos novedosas, todos ellosmanchados de barro y bostezos hasta las orejas. En algúnmomento he propuesto declarar 2005 como un alternativoAño Internacional del Aburrimiento: demasiado flash ycanapé han desplazado a Don Quijote a un segundo plano.Por suerte, hay excepciones. Pocas. Pero muy cerca, aveces. Desde el montillano Coloquio de los Perros se hanempeñado en que es posible hacer las cosas de otra forma,presentando la cultura como algo cercano, accesible, lejosde púlpitos y artes oscuras, señalando directamente a loque importa. Su tributo ha estado a la altura: este año, laedición de su concurso de relatos invitaba a trastocar aQuijote y Sancho, imaginando sus aventuras y desventurasen este milenio.

El jurado tuvo, desde el primer momento, un criteriomás que definido: la originalidad. Pretendíamos huir delos simples cambios temporales, calcar un episodio,cambiar localizaciones y ya está; escoger un capítulo alazar, renovar el lenguaje y pulsar imprimir era la opciónmás cómoda, pero también la más antagónica a la visiónde estos dos hombres insignes en una época desconocida.

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La decisión fue difícil —muchos relatos, y muy buenos,con los que disfrutar leyendo, y sufrir decidiendo—, perocreo que acertada: los relatos finalmente premiadoscumplen con ese requisito de arrojar una mirada frescay descreída sobre la legendaria obra. Conscientes de suimportancia, sí, con ella siempre presente, perolimpiando el polvo, alejándola de las estanterías ysituando a sus personajes en un mundo real, el de hoy,más o menos cómodo, pero también merecedor deaquella visión alucinada del ingenioso hidalgo. Estosrelatos luchan por la justicia, pelean por objetivos enapariencia inalcanzables, se fijan en aquello másimperceptible pero que posee más valor, estánendiabladamente bien escritos. En ellos reside eso quecualquier lector busca: entretenimiento, buenaliteratura. En este año de fotos y festejos, losreconocimientos más genuinos a la obra de Cervantesllegan de otra forma: en Montilla, Cipión, Berganza ycompañía han dado con la tecla. Porque El Quijote es,en el fondo, sólo eso —pero, ¿les parece poco?—: unlibro excelente, divertidísimo, con el que abrir páginas ymentes, en la España del siglo XVII, en la España delsiglo XXI.

Elena MedelPoetisa, articulista

y miembro del jurado.

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PRIMER PREMIO

EL DESAFÍO DE DULCE TOBOSO

ALBERTO RAMOS DÍAZ

MADRID

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EL DESAFÍO DE DULCE TOBOSOEL DESAFÍO DE DULCE TOBOSOEL DESAFÍO DE DULCE TOBOSOEL DESAFÍO DE DULCE TOBOSOEL DESAFÍO DE DULCE TOBOSO

A Dulce Toboso los sucesos de buena suertesiempre le llegaban de dos en dos. El día que se enamoróde Sancho, además de volverse loca por él, le tocó elreintegro de la Lotería. Dos meses más tarde cuandoSancho la dejó porque la veía rellenita, suceso quetambién fue una suerte ya que el chico le había salidocanalla, le tocaron las tres últimas cifras del Cuponazo.Hoy la suerte llamaba de nuevo a su puerta y como nopodía ser de otra manera le llegaba par. De un ladoSancho le escribía diciendo que quería verla, que no leimportaba lo del sobrepeso y que la esperaba el sábadoen la Asociación donde se habían conocido. De otro, elperiódico anunciaba a media página que una cadena detelevisión buscaba azafatas para presentar el cupón dela Once.

Dulce pensó que aquel era un gran día. O mejordicho, el día de todos sus días. Y no sólo por la cartacertificada de Sancho, que aunque canalla y bocazasestaba de muy buen ver, sino porque Dios había oídosus rezos y le tendía una mano para alcanzar el sueñode su vida: convertirse en azafata del tele-cupón.

Los requisitos «indispensables» de ser mayor de18 y menor de 25, de ser atractiva y fotogénica, y demedir al menos uno setenta, los cumplía sin problema.

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Los requisitos «a valorar» de don de gentes ycomunicación prefería dejarlos en eso, en «a valorar».Pero había un requisito «escondido» que la llevaba a maltraer, el del peso ideal de las candidatas. Y es que Dulcevivía con una evidente tendencia a las curvas y al relleno,a soportar kilos de más en el juego de Suma y SigueSumando con la báscula. Y aunque era algo que sólotuvo en consideración cuando se lo insinuó Sancho, enesta ocasión le parecía el lastre maldito de un globo degas a la deriva que necesitaba aligerar carga. AdemásDulce sabía que la televisión engordaba, como sabíatambién que esta era la oportunidad que siempre habíaesperado y que no podía dejar pasar. Fuera como fueratenía que ir a esas pruebas. Y fuera como fuera teníaque ser una de las seleccionadas para estar junto albombo de las unidades, de las centenas, de cualquiercifra, que todas eran buenas con tal de salir en lapequeña pantalla como azafata.

Dispuesta a adelgazar, dispuesta a presentarse,Dulce Toboso estaba, sobre todo, dispuesta a desafiar ala palabra.

Tres semanas, veintiún días enteritos con sus horasy sus minutos, era el tiempo que tenía por delante hastala cita en los estudios de televisión para bajar once kilosy embutirse en un vestido negro. Tres semanas.

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Su estrategia contaba con dos puntos a tener encuenta: uno fisico y otro psíquico, o lo que era lo mismo,uno de pertrecho y otro de conciencia. Para el pertrechose aprovisionó en la farmacia de un considerable númerode barritas dietéticas, barritas que tomadas de dos endos y con mucha agua, sustituían una comida. Tambiénen la farmacia compró un juego completo de fajasVulkan. Fajas de neopreno con las que reducir estómago,muslos y brazos. Lo único que no pudo comprar de boticafue la bicicleta estática.

Para el segundo punto, el psíquico o de conciencia,asumió que plantearse el desafío desde la triste realidadde pedalear ocho horas al día sobre una bicicleta comosi estuviera entrenándose para coronar el Alpe d’Huez,era deprimente. Y más aún si a eso añadía que se iba aalimentar sólo de unas barritas dietéticas queanunciaban sabores a naranja, nata y chocolate peroque en verdad no sabían ni a naranja, ni a nata, ni achocolate. Por eso Dulce Toboso decidió que para poneren marcha el punto psíquico de su estrategia debíabasarlo en los sueños ocultos que a veces destapamos,en las ilusiones escondidas que despiertan a la vida.Sería un quijote, que quimera es el que una chicarellenita luche por ser azafata de televisión. Sería unquijote, que también se puede ser quijote siendo mujer.Que para eso los sueños cuando nos abren las ventanases que quieren que nos tiremos dentro.

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Y así fue como el primer día de los veintiunoenteritos que Dulce Toboso tenía por delante se vistiócon sus cinco fajas Vulkan envolviendo brazos, piernasy estómago igual que se vistió de armadura el caballeroDon Quijote antes iniciar la lucha con el gallardo vizcaíno.Y así fue como el primer día de los veintiuno, DulceToboso no quiso subirse a la bicicleta estática sinacariciar el manillar al modo que Don Quijote debíaacariciar la cresta de Rocinante antes de montar. Y asífue como desde el primer día el tiempo voló entre pedaleosincansables y molinos de viento, entre básculasembrujadas y ventas que parecen castillos, entre sudoresimposibles y batallas contra cueros de vino. Porque eltiempo, que siempre vuela, lo hace aún más deprisa enlos sueños que queremos se hagan realidad.

Haciendo fila a la puerta de los Estudios se citaronno menos de cien chicas. La mayoría cumplía losrequisitos indispensables, aunque alguna no llegaba almetro setenta y se estiraban en busca del centímetromilagroso de «último minuto». Las cien iban subidas entacones suicidas, y casi las cien llevaban vestido negro.Con hora y media de retraso se abrió la puerta. Laschicas fueron engullidas por la boca tragona del Estudioy se encontraron de inmediato frente a una mariquitanerviosa y acelerada que no les preguntó nada, que noles dejó hablar y que deshojando oportunidades lasseleccionó con un «tú no, tú no, tú sí». El número de

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candidatas se redujo de cien a veinticinco. Al resto lesagradeció en nombre de la cadena de televisión habersepresentado.

Dulce pensó que las veinticinco elegidas, entre lasque ella se encontraba, eran sin duda las más guapas.La mariquita a pesar de ser nerviosa y acelerada no sehabía equivocado. Las veinticinco fueron invitadas apasar a una sala de paredes altas y negras donde se lescomunicó que iban a hacer la prueba de fotografia, asíque por favor, que se limitaran a sonreír. Nada más.Sólo a sonreír. En ese instante apareció un cámara, queno fue menos implacable que la mariquita, porque segúnenviaba las imágenes al monitor, otra vez se deshojabael grupo a la voz margarita de «tú no, tú no, tú sí». Deveinticinco quedaron seis. Dulce Toboso era una de laselegidas para la prueba final.

- Bien, señoritas. Vamos a hacer la últimaprueba: sonido. Ahora pasaremos al plató de al ladoque es desde donde todos los días grabaremos el tele-cupón y haremos un ensayo como si estuviéramos en elprograma. En cuanto entren cada una de ustedes sesitúa delante del bombo. Da igual el que sea.

Dulce se colocó delante del bombo de los númerosde serie.

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- A ver, señoritas, que sólo lo repito una vez. Vana girar los bombos y va a salir una bola. No hace faltaque pongan caritas ni boquitas, ni que interpreten elpapel de su vida. Limítense a coger la bolita y mirar elnúmero para decirlo en voz alta. ¿Entendido?

La primera chica dijo 3. La segunda 1. La tercera4. La otra repitió 4. Otra el 6. Cuando llegó el turno deDulce no dijo nada.

- ¿Le sucede algo, señorita? —quiso saber lamariquita nerviosa y acelerada— . No es tan difícil. Sólotiene que decir la serie.

Dulce no dijo nada.

- La serie, por si no lo sabe, es el número queestá escrito en la bolita..., ¿lo ve?

Dulce miró otra vez el 29. Era un número bonitopara hacer rico a cualquiera cuando la diosa Fortunaquisiera romper el Cuerno de la Abundancia con él.

- Señorita es usted muy mona y tiene un cuerpoescultural, pero también lo son sus compañeras y lamayoría de las que se han quedado fuera. ¿Dice elnúmero o buscamos otra chica?

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Y no lo dijo. Dulce Toboso no lo dijo. No podía.Llegar allí había sido más que suficiente. A su manerahabía cumplido su sueño desafiando la palabra igualque su don Quijote había desafiado la razón al hacersecaballero andante.

A Dulce Toboso los sucesos de buena suertesiempre le llegaban de dos en dos. Pero esta vez fue algomás que buena suerte. Por un lado había conseguidoun cuerpo escultural según había reconocido lamariquita. Por otro estaba convencida de no querer verde nuevo a Sancho aunque siguiera enviándole cartascertificadas, aunque la citara sábado a sábado en la

Asociación de Sordomudos donde se habían conocido.

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PRIMER ACCESIT

EN UN LUGAR DE ANDALUCÍA

JUAN ANTONIO MONTAÑO CORRALES

SEVILLA

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EN UN LUGAR DE ANDALUCÍAEN UN LUGAR DE ANDALUCÍAEN UN LUGAR DE ANDALUCÍAEN UN LUGAR DE ANDALUCÍAEN UN LUGAR DE ANDALUCÍAEn un lugar de Andalucía, de cuyo nombre no ha

caso el acordarme...

Se desarrollaba una de las diversas actividadesprogramadas para la celebración de la Semana Culturalen el colegio. Como cada año, todos los actos girabanen tomo a un tema designado por las autoridadeseducativas, éste no podía ser otro que el cuartocentenario de la edición del Quijote. A los alumnos pocoles interesaba que fuese uno u otro el motivo por el cualdurante cinco días iban a gozar participando enexcursiones, concursos y juegos y que les permitiesedejar de lado la tediosa monotonía del estudio yzambullirse en la novedad que invadía el ambiente dela escuela.

El concurso de disfraces siempre había causadoexpectación a los más pequeños. Entre las madres existíadisparidad de pareceres: para unas, las másparticipativas, constituía un reto de imaginación,habilidad y destreza recicladora; para otras, las másapáticas, una fastidiosa obligación que conllevaba elperegrinaje a la tienda especializada, o en su defecto, ala de «todo a cien».

El salón de actos estaba a rebosar, un pelín más

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de ventilación no hubiese enfriado los ánimos pero síhabría disipado la ambientación olorosa que nostransportaba al s. XVII. Por el estrado empezaron adesfilar los 37 niños (todo un éxito) que constituían elcortejo procesional de la creación cervantina.Prefabricados quijotes empaquetados en plástico y otrosmás originales en cartón, gordos y flacos, altos y bajos,simpáticos y ridículos; humildes aldonzas ataviadas conrigor histórico, dulcineas principescas con zapatos detacón recién extraídas de la mismísima mentedesequilibrada de Don Alonso; un antropomórfico yoriginal molino de viento; un sufrido tintero de goma-espuma con pluma externa y niño inserto cuya madreabanicaba hasta el primer peldaño de ascenso alescenario; un encadenado y maltrecho Ginés dePasamonte, -¿quién es ese?-, generalizado rumor deignorancia que acompañaba al galeote; y por fin algoinsólito, un solitario y único Sancho, eso sí, con todossus atributos: indolencia en el rostro, chorizo en laalforja, bota al hombro y almohadillada panza.

Anticuados flashes y modernas cámaras digitalescompetían por capturar el efímero momento de gloriade los improvisados personajes novelescos, mientras,los presentes aplaudían obedientes al protocolo antecada nueva aparición sobre el escenario. Sin afanescotillescos, pude oír el diálogo de las tres organizadorasvoluntarias del evento, una de ellas, pequeña, de mirada

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lúcida y despeinado vanguardista, se dirigió a la másatractiva del grupo y de modo telegráfico comentó: - éxitode niños, fracaso de padres -, la receptora del mensajeencajó el recado con una mueca de incipiente sonrisa.Miré a mi alrededor y observé el elevado y variopintonúmero de progenitores risueños que poblaban la sala,el comentario de la maestra me dejó verdaderamenteperplejo. Espoleado por la curiosidad, me dirigí haciaella y le pregunté: -¿por qué considera que no hatriunfado su idea entre los padres?. Más sorprendidapor mi agudeza auditiva que por mi reacción, hizo ungesto de oscilación con su dedo índice y, acto seguido,señaló las ventanas que separaban el habitáculo delporche exterior.

Una vez fuera me explicó el análisis que habíarealizado de la situación. Pasaré por alto el hecho deque seguramente me sobren dedos de la mano si cuentoa todos los que en esa sala han obtenido una informaciónsobre el Quijote que sea diferente a la serie de dibujosanimados o alguna película sucedánea. Lo que me causatristeza es que en este concurso se ha traicionado elespíritu de la obra. - La verdad, no le entiendo - exclamésorprendido. - ¡Sí, hombre!, esta cultura de lacompetitividad y el consumo penetra hasta la mismaraíz de las cosas y lo pudre todo -. A esta altura de laconversación empecé a pensar que aquella expertaprofesora era una víctima más del mal que nos acecha:

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el estrés y la depresión. Adivinando mi confusión interiory mostrando una sonrisa me preguntó: - Vamos a ver,¿cuántos niños y niñas ha visto disfrazados de Quijote?-. - Al menos quince - contesté. - ¿No se da cuenta? - ElQuijote es un prototipo de persona altruista,comprometida, que abandona su egoísmo, que luchapor causas justas, que sacrifica sus intereses personalesa sus ideales. Sancho es el caso contrario, el pragmático,que prefiere lo tangible, que se adecúa a lo cómodo, queva a lo suyo sin importarle lo que ocurra a su alrededorsi esto no le salpica. Aquí se ha dado un contrasentido.Hoy, la meta está en las cosas materiales, el culto a laimagen, a lo externo, el consumo abusivo eirresponsable... en ser sanchos; y sin embargo hanaparecido veinte quijotes, no por mostrar lo que elQuijote simboliza, sino por ser el protagonista, el másimportante. De igual modo, sólo ha concurrido unSancho porque encarna la apariencia del humilde, elsegundón, el gordo y el menos brillante.

En ese momento se me encendió la bombilla ycomprendí lo paradójico de su planteamiento: Habíamuchos quijotes y pocos sanchos precisamente porquecada uno había pasado a representar lo contrario de loque en realidad eran.

Un poco aturdido por el razonamiento y trasgesticular una afirmación dubitativa ante la maestra,

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me dirigí de nuevo al interior del salón para ver cómoiba el resultado del concurso, al fin y al cabo no setrataba de otra cosa. Sobre el escenario ya se hacíaevidente el veredicto del imparcial Jurado: El segundo ytercer premio habían sido otorgados, - cómo no -, asendos quijotes de manufacturas maternas; uno deimpecable labor doméstica, el otro levantando turbiassospechas de nepotismo entre los jueces. Las dulcineas,golpe bajo al feminismo reivindicante, fueron excluidasde la dignidad de los laureles con incomprensibledesprecio a la cultura igualitaria. Parece que en últimainstancia el sentido común puso las cosas en su sitio,por su «singular» originalidad y simpatía personal, lacumbre del podium había sido ocupada por el únicoSancho. La madre del muchacho recibía la felicitaciónde las vecinas y sonreía satisfecha por su acertadaelección, los niños correteaban sudorosos entre las sillasmientras el salón se vaciaba con lentitud... - «raro es enlos tiempos que corren atribuir galardones a los quesirven» - hubiese apostillado el mismísimo Quijano.

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SEGUNDO ACCESIT

DE CÓMO DON QUIJOTE SE HIZO POETAPARA RECITAR VERSOS A UN SIGLO

ENTRANTE

JOSEFINA SOLANO MALDONADO

ALHAURÍN EL GRANDE (MÁLAGA)

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DE CÓMO DON QUIJOTE SE HIZODE CÓMO DON QUIJOTE SE HIZODE CÓMO DON QUIJOTE SE HIZODE CÓMO DON QUIJOTE SE HIZODE CÓMO DON QUIJOTE SE HIZOPOETA PARA RECITARLE VERSOS APOETA PARA RECITARLE VERSOS APOETA PARA RECITARLE VERSOS APOETA PARA RECITARLE VERSOS APOETA PARA RECITARLE VERSOS A

UN SIGLO ENTRANTEUN SIGLO ENTRANTEUN SIGLO ENTRANTEUN SIGLO ENTRANTEUN SIGLO ENTRANTE

En un lugar de la Mancha de cuyo nombre noquiero acordarme, Alonso Quijano pensó que vivir eramorir muchas veces todos los días, que encontrabasiempre lo que nunca había buscado, y buscaba lo quenunca encontraba. Alonso Quijano de sobrenombre «elBueno» sintió un dolor de hueco en las entrañas, y unatonelada de asco removiéndole la conciencia, cuandosu existir se tomó color amarillo muerto.

Se cansó de ver por televisión a mujeres con labiosde plástico y palabras gastadas; a niños cantantes concaras de presidiarios de Van Gogh; a periodistas, devotosdel parloteo, que entronizaban a la prima de la amantede una fulana que andaba a rebencazos y coscorronescon los inquilinos de una casa, limitados conpremeditación y alevosía a reproducir los lelilíes e hipíosde la estupidez humana.

Un día Alonso Quijano abrió el periódico y se diocuenta de que el Dómine Cabra habíaa escapado delBuscón para convertirse en un personajillo de peloengominado, que se apellidaba Conde; y que el nuevoTorquemada, tenía belfos salivosos y hacía apartamentosen la Costa del Sol. Atildadísimo y correctísimo un señor,

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lanzaba desde la tribuna de Opinión, la teoría románticade una guerra, entablada contra un país de la Arabia,que según contaba debía ser elogiada por venir alibramos para siempre de los malos de la película.

Cuando Alonso Quijano se percató de que habíagente que aún se complacía al ver la pica hundirse en elmorrillo del toro, comprendió que su moral, ahíta deFiesta Nacional, hablaba en el lenguaje olvidado de losque nunca serían escuchados. Consumó el éxito de todoslos fracasos, y tras echar una ojeada al mundo, repletode ringorrangos y reconcomios, se encerró en el desvána leer libros de poesía. Tras breves horas de sueño y unasueto ligero, volvía a los versos de Apollinaire,Baudalaire, Cernuda, Darío, Elliot, Federico, Garcilaso...y se empapaba de voces, convirtiendo cada verso enmáximas supremas de la verdad, de una verdad quepodía pintar paisajes mojados por lágrimas de niñamuerta, o amaneceres sembrados de violetas. Mientrasmás libros devoraba más libre se sentía, experimentabaun gozo que le entraba por el pecho con un suspiroamplio.

Las incontables horas de lecturas y losinnumerables poetas leídos, llegaron a mermarle el sesoy la razón, y por eso, después de ejercer también él eloficio de los versos, decidió que tenía que dar a conocersu obra, que llevaba un introito dedicado a la sin par

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Dulcinea del Toboso, su amada. Consideraba necesarioeste deber para redimir la miseria del hombre de unsiglo nuevo, que se había olvidado de pensar para jugaren las máquinas tragaperras, y emborrachar la desidiacon vino de tetrabrick.

Alonso Quijano atavió su encanutada figura conuna casaca que había sido negra y que el tiempo habíatransformado en mezclilla de mala especie. Los calzoneseran de un rojo brillante. Halló en el armario un gorrode cretona verde, que de inmediato encajó sobre sucabeza, en honor al gran Bukowsky que figuró cubríatambién el genio artístico de su cerebro, con una prendade tal calaña.

Sacó del garaje su vieja Dukati, armó espuelas, yemprendió camino por tierras manchegas dejando sobreel cielo lechoso una humareda sucia, y un ruidoatronador.

Atardecía cuando paró en una venta donde secelebraba el banquete de un bodorrio. Cuando entró enel salón, las rodajas de mortadela y los pinchos de tortillase enquistaron en el estómago de los invitados, queobservaron como aquel hombre de indumentariaastrosa, se dirigía a la mesa de los novios, suegros yconsuegros según tocara a cada cual la parentela. AlonsoQuijano, convertido ya en don Quijote, se quitó el gorro

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e hizo una reverencia. Pidió permiso a Camacho, el novioesmirriado y pálido, para dedicarle unos versos aQuiteria, que todavía con el velo de tul en la cabezatenía aspecto de niña tonta. D. Quijote le recitó uno desus poemas, desatando al punto la carcajada de todoslos presentes, incapaces de entender que aquel hombredijera que el amor hacía crecer siemprevivas en lasombra, y que el corazón del que ama era un prisioneroen el pecho del otro.

Enseguida se emprendió la chamarasca yaguijoneado el poeta con huesos de aceitunas, escupidoscon fuerza; y por improperios varios, abandonó el salóndejando a los novios y su corte de comensales glotonescelebrar el festín.

Montó en su Dukati y regresó a casa. Su sobrina,que tenía un piercing en la lengua y otro en la vulva,estudiante derrotada de la derrotada ESO, lo recriminócon dureza, y acompañada del cura que ahora llevabatejanos, y del barbero que se había peinado a loLlongueras, quemaron todos los libros de poesía quehabía en la biblioteca del caballero.

Aquel acto no hizo desistir a D. Quijote, porquesabía que los perros de los ricos se seguían meando enel quicio de los orfanatos, porque sabía que aún existíanlas lágrimas aunque corrieran por los rostros,

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embadurnadas de rímel y desembocaran en unprominente busto de silicona. D. Quijote quería mostraral mundo sus poemas.

Entabló amistad con Sancho, hombre de ojospequeños que fulgían tras la maraña de sus cejas muypobladas. El abdomen adornaba su coram vobis. Lasmanos, curtidas por la intemperie, y su voz pastosa yvaronil daban una agradable sensación de franqueza.Sancho, cansado de tanta dietética y robótica, harto detener el colesterol alto, y espoleado por la promesa deuna isla, que le hiciera don Quijote y que imaginósiempre llena de preciosas nativas, decidió acompañarloen su viaje que no tenía rumbo cierto.

El uno en su Dukati, el otro en su Vespa, arribaronuna mañana de abril a Madrid, donde se celebraba lafiesta del libro. Algunos garitos ofrecían a los poetas laposibilidad de participar en los recitales nocturnos. D.Quijote y Sancho deambularon durante todo el día porlos bares donde se realizaba el ofertorio, obteniendo porrespuesta que la plantilla estaba ya cubierta.

Anochecía cuando finalmente en un bar deVallecas, llamado «La Mosca Verde» lo aceptó comopoeta, el único poeta que participaría en el recital de lamedianoche. Llegada la hora, D. Quijote, después derecibir el ánimo de su escudero, anduvo con paso firme

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hasta el escenario. En «La Mosca Verde» se respirabauna atmósfera opaca y la gente que allí se agolpabaparecía de sufrir de tristeza y felicidad al mismo tiempo,mescolanza que daba paso al desajuste y a la crueldad.

Cuando D. Quijote soltó el primer verso, elmicrófono, amañado previamente, transformó su voz enla de una mujerzuela borracha, desatando la risa de loscontertulios.

- Recite sin micrófono, señor —dijo Sancho.

Pero D. Quijote, creyéndose poseído por el espíritude la misma Safo, siguió soltando versos que hablabande cielos y utopías con voz prostibularia, hasta que eldueño del local lo echó a empellones a la calle, paraponer la tele donde comenzaba la retransmisión de unpartido de fútbol.

El cura y el barbero que le habían seguido la pistaal poeta, gracias al móvil de Sancho, lo llevaron de vueltaa la aldea. Una vez allí don Quijote planeó otra salida,esta vez con un destino: Barcelona. Cuando llegó,descubrió lo que siempre había sospechado, que lasoledad era un animal que se comía los ojos de loshombres, que los negros tenían las gargantas oxidadas,que el nuevo siglo llegaba con odio y sarcasmo paraconvertirlo todo en imágenes deformadas de espejos de

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feria. Allí era necesaria más que nunca la poesía, porquepara nuestro caballero la poesía lo era todo: el alma y elcuerpo, el amor y el beso, el sudor y el uso, la nostalgiay el menguante de la luna, la belleza fracasada, la fealdadentendida. Rubricó pues su épica y aceptó competir enlos juegos florales que cantaban a la nueva era. Si eraderrotado, abandonaría para siempre el ejercicio de losversos. Y ante un público que fingió avidez de letras, D.Quijote fue vencido por el Caballero de la Blanca Lunaque vomitó poemas sobre el rimbombante trasero delas brasileñas, y los internautas que cambiaron suexistencia real por la existencia virtual, la del futuro ylas masas.

En un lugar de la Mancha de cuyo nombre noquiero acordarme, D. Quijote debilitado de cuerpo y sanoya de juicio volvió a convertirse en Alonso Quijano. Yaunque Sancho le habló de la noble tarea de su oficio yse empeñó en que siguiera concibiendo el mundo enclave de musas, Alonso Quijano desoyó la súplica, yanclado en mitad de la razón llamó al mar mar, alhideputa hideputa, a Dulcinea Aldonza, y a Dios no pudollamarlo, porque al intentar pronunciar su nombre, elúnico nombre que aún sonaba a poesía, Alonso Quijano

murió.

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MENCIÓN ESPECIAL DEL JURADO

CAMPOS DE JUSTA Y ESTE QUIJOTE

SERGIO PÉREZ GONZÁLEZ

LOGROÑO

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CAMPOS DE JUSTA Y ESTE QUIJOTECAMPOS DE JUSTA Y ESTE QUIJOTECAMPOS DE JUSTA Y ESTE QUIJOTECAMPOS DE JUSTA Y ESTE QUIJOTECAMPOS DE JUSTA Y ESTE QUIJOTE

Aunque a esto ya lo llamen siglo veintiuno, yo sigosiendo un quijote. El Quijote.

A veces, cuando se me viene encima la lírica,cabalgo el horizonte parabólico –almenado de gigantesy rascacielos- en busca de justicias, amores y otras ideasetéreas. Es cierto que la prosa de la ciudad –los cláxonesque exigen, el humo que se te cuela, el sol sobre la breaque suda, la brea que suda bajo los cláxones queexigen...- no ayuda a la épica, pero yo intentoarrancársela en cada universo. Tal vez no se hayan dadocuenta, pero los fragmentos más menudos que acabanpor definir nuestras vidas son, potencialmente, uncampo de justa en el que des-enristrar la lanza y acallarpecheras de villanos y gigantes. Y aunque de sanchosestán llenos los libros de texto, las posologías, losjuzgados, yo prefiero retar las evidencias y dejarle elsentido común a los comunes, dejar las complacenciaspara las cenas de sonrisas e hipocresía al pilpil1: ¡oh!,este año se lleva mucho el azul. Y entonces me hagoQuijote para quitarme el puñetero jersey azul y salir ala calle en pleno invierno y dejar que el frío se me vayametiendo hondo, como un invasor tolerado, para luegollegar a casa y arroparme con dos mantas hasta lacoronilla y notar la reconquista de mis músculos, el

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avance de la incandescencia, el rechazo del invasor quese me coló en la calle: ¡una batalla ganada!

El sol de invierno es racheado y al llegar la tardesubo la persiana para compartir con él un café y unapastilla2. No puedo mirarlo (quizás sea un gigantedemasiado alto) pero puedo tocarle el rostro con lasmanos, exponiéndolas abiertas, calibrando el calor queme da, y así le imagino los rasgos. El sol de inviernotiene la punta de la nariz afilada y los labios gruesos.Luego sigo tomando el café y pienso que al cabo no esun gigante tan alto cuando puedo tocarle la cara. Acaboel café y me viene la sed.

La sed; un rastro de hormigas que suben por laladera de la lengua hasta alcanzar la punta. Oyes suscarcasas de guerra al trote, en escaramuzas, y apenaspuedes retener a salivazos un par de hilos de sed. Peroyo prefiero la contundencia que sigue a la agonía, y dejoque las hormigas me resequen la lengua; aspiro airecon la boca, les doy coba. Preparo un vaso de agua hastael colmo –sobrante, mojado- y lo miro mientras sigoaspirando aire con la boca. La sed ya es una fina capade cemento seco en mi lengua y entonces agarro el vasoy lo saboreo de un trago largo, encharcando la boca,destrabando el mimbre bien urdido en la lengua. Paladeoel vasallaje de la sed.

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¿Pero qué haces? Me dice algún sancho. No bebastan deprisa.

Yo le miro pero el sol de invierno racheado se hametido muy dentro de la casa y me deslumbra. Abro laventana al sol de invierno y su calor en mi piel profanael frío.

Cierra esa ventana, me pide Sancho.

La cierro, la vuelvo a abrir y ya es primavera yempieza a llover, apenas dos gotas gordas en la repisade mi ventana a las que sigue una tormenta de fragor ycalderos3. La gente corre, se refugia en portales. Yoprefiero salir a la calle para mojar la barba, para que enmi yelmo de barbero repiquen las mil gotas de berrincheprimaveral. Entonces ando sonriente y con la cabezaalta, compadeciéndome de los que siguen corriendoencorvados en busca de un portal libre. Porque hidalguíaes andar erguido cuando otros se tuercen y huyen,porque la lluvia pasa y queda la hidalguía.

La lluvia pasa y los jardines huelen a caracoles.Yo los miro secarse al amparo del cortinaje que se ledescuelga al arco iris mientras el bajo de mis pantalonesgotea silencioso y sin pausa la tormenta. Restriego lamanta de mi camisa por los ojos para quitarme loscharcos en las cuencas y a la vuelta de la vista los

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jardines ya están secos, mansos bajo el sol de primavera,mansos para que los meen los perros.

Miro los ojos de los perros que ladran y miro a losperros que ladran a los ojos; les miro hasta callarles labestia y meterles en el instinto la duda de un momentoestirado en el que no sólo sirve la bravura, sino la táctica;desamparados, dejan de ladrar y gimen la derrota.

Me gusta tumbarme sobre la hierba seca que nosmearon los perros de los jardines en primavera. Bocaarriba miro al cielo durante horas, hasta hacerlo mío,hasta conocerle las facciones y los horarios de las nubes;hasta acercarlo4. Los sanchos me miran, se preocupan,pero yo contesto con el silencio y las ganas dedicadas ami diplomacia con el cielo. Cuando ya lo conozco y yame lo sé, cuando ya le he ganado la dialéctica, melevanto, arranco una flor y cabalgo de nuevo la hidalguíaescudriñando malandrines.

Huelo la flor y estornudo y acepto mi derrota. Unabatalla perdida; pero aun pudiendo despedazarla conmenos de mis dedos reumáticos, flacos como alambres,quijotescos, prefiero regalársela a la señora que vienede hacer la compra. Así ganamos los tres y queda selladoel armisticio.

Gracias, don Quijote; me sonríe y se enclava el

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tallo en la permanente, luciendo el interés de uncaballero andante en ella.

La señora que viene de hacer la compra no es miDulcinea. Aún busco a mi Dulcinea y a veces laencuentro cuando, caminando la barbilla enarbolada,cruzo una sonrisa con una mujer que tanguea lascaderas y me convenzo de que hay algo que nos une, unvínculo tan hermoso que nunca se dejará ver y, si acaso,sólo un escritor de ficciones será capaz de constatar:«Bastó la mirada de nuestro caballero, bastó la respuestaesculpida en alabastro sonriente de ella, para queAldonza se hiciera Dulcinea y así don Quijote tuvierauna amada a la que rendir el vasallaje del amor, unaamada en la que hacer converger las virtudes de estemundo y una amada a la que resguardar de lasimpertinencias y sevicias que deambulan por nuestroscaminos, buscándole atajuelos a la justicia, raptándolaal cabo para beneficio personal; se hará en la pupila denuestro caballero el rostro de Dulcinea cada vez queuna causa grite en auxilio de rectitud, de modo queella, Dulcinea, con sus caderas tangueadas, se laexcelencia de lo bello, sea el colmo de la armonía».

Hoy me duermo pensando el texto de letras góticasen pergamino de literatura y solemnidad. Recuerdo elrostro de Dulcinea y la comienzo a soñar en su alcoba,sola, volteando entre sábanas de raso el comienzo de la

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canícula. Este modo de dormirme aguijonea aún másmis ganas de despertarme Quijote. Pero de madrugadame desvelo y, aunque la soñera me tiene cogida lavoluntad, yo trato de alargar la duermevela para entablarel campo de batalla con el sueño, para mirarle a la caraa mis ganas de dormir y enfrentar mis dos quijotes5: elque sueña y el soñado. El primero, tocado pordormideras, trata de desenvainar rápido porque tocanpeligro y acaso lanza un par de ramalazos sin juiciopara ahuyentar cobardes. El segundo, a estas alturas,se sabe soñado y ríe las carcajadas acaban pordespertarme del todo. Cuando aún de madrugada estoydespierto por completo, sin confusiones nidesdoblamientos, decido seguir durmiendo y soñaralcobas, ya que mañana debo salvar dos o tres honoresmancillados.

Suena el despertador y la mañana se ha traído elverano6. El calor te agarra del cuello como agarran losbellacos sin argumentos ni negociaciones. Cervezas,abanicos, agua con hielos, piscinas... el verano es ungigante de enjundia al que tratamos de tumbar condardos. Rocinante cabalga en alguna playa la línea enla que las olas rompen su timidez; chapotea conrotundidad de cascos y yo, sobre él, me seco el sudorsalado de las cuencas con la manga de la camisa antesde desplomarme. La armadura suena seca sobre la arenay el sol de verano me rocía de fuego y brillos

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insoportables. Como ninguna nube le quitará constancia(a estas alturas ya me conozco sus horarios), me destapoy me baño.

Nado, miro el horizonte llano sin almenar e imaginohasta el convencimiento que quedan días hasta la playamás cercana. El vértigo horizontal del confín me hacenáufrago y nado con las ganas empeñadas y mojadasde uno. El miedo ahoga, te quita el aire. Respiro rápidopor la boca y una buena breva oleada me trae de nuevoa la arena.

En la arena las familias juegan a ser felices. Hincansombrillas como banderas de conquista y extiendentoallas en un ritual de altar y cáliz: la arena y un refrescode la nevera (divino); la crema solar y una miradadesconfiada a don Quijote, tumbado en la orilla.Tumbado en la orilla reto al sol de verano hasta que labrisa de la noche desempolva la luna casi llena.

La luna existe porque muchas almas erráticas yvespertinas la soñaron antes. Llegó a haber tantaliteratura sobre la luna, sobre esa luz cambiante de lanoche siempre atenta a aullidos y penas, que una tarde,sin previo aviso, comenzó a existir. Así cuentan loshistoriadores del cielo, y yo, que las noches de verano,tumbado en la orilla del mar, le susurro mi pena por laAldonza que aún no quiso ser Dulcinea, sé que es verdad.

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La luna se diluye enjuagada en una nube de hojassecas, rojizas7. Las hojas secas, rojizas, son el otoño,porque son las hojas secas, rojizas, las que definen elotoño. Vagabundean alrededor de los mundos yarrastran consigo los primeros vientos frescos. Cuandome llega el otoño cabalgo los parques alfombrados de laciudad, haciendo crujir el estío muerto que cubre lahierba y dando cuenta de mi perseverancia, haciéndolotúneles a los primeros vientos frescos.

Desmonto bajo un árbol y afilo mi habilidadespadeando todas las hojas que se le van cayendo antesde que lleguen al suelo; es el adiestramiento del guerrero,ya que los enemigos nunca dejan de llegar mejores a lasjustas. Los sanchos me miran y sonríen la inocencia dequien se cree seguro en este mundo de recovecos ytraiciones. Yo sigo dando cuenta de las hojas,imaginándolas hostiles, haciéndolas crujir la derrota ydándoles segundas muertes (que la primera ya sellamaba otoño).

Este hombre es peligroso, dice quien teme mipeligro y pide ayuda a los ejércitos de la infamia; apenasunos minutos después llega la ambulancia gritando elescándalo y con luces del peligro que un caballeroandante les mete en sus dominios. Unos hombres blancotaimado, bien armados, me inmovilizan lanzándome elotoño encima, matándome la hidalguía.

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Me enrejan porque tratan de enquistarme lasganas8. ¡Como si bastara un psiquiátrico donde no bastael mundo entero!

No saben que alguna enfermera será mi Dulcineay no saben que a ella le honraré derrotando a ese malditoNapoleón, loco protervo que se atreve a llamar SantaElena a esta ínsula Barataria gobernada por sanchos.En ello vaya mi honra... ¡y que lo cuente algún escritorde ficciones!

1De cómo este quijote lucha contra el invierno y la hipocresía.2Del episodio en que este quijote se burla del sol y la sed.3De cómo este quijote afronta tormentas y acoge arcoiris.4De cómo este quijote viaja del cielo primaveral a Dulcinea.5De estos dos quijotes.6De cómo el verano lleva a este quijote a la playa y a la luna.7De este quijote otoñal.8De la lucha contra la locura en Barataria.

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EDITA:

COLABORAN:

Asociación Cultural«El coloquio de los perros»

RestauranteDon Quijote

Fundación SocialUniversal

La Caixa Excmo. Ayuntamientode Montilla