35. DIALÉCTICA MODERNA Y LÍMITE MENTAL, EL REALISMO COMO HALLAZGO EN LEONARDO POLO, JUAN M....

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    DIALCTICA M ODERNA Y LM ITE M ENTAL:EL REALISMO COMO HALLAZGO EN LEONARDO POLOJUAN M . OTXOTORENA

    A ga ins t con tempora ry ph i losophy , Leona rdo Po lo ' s t hough t i s adefense of realism. This realism is neither the forgetfullness of ModernPhi losophy (mere approbat ion of c lass ic phi losophy) or a cr i t ic -r ea l i sm. The au thor ca l i s " me thod ic r ea l i sm" . Be tw een M odernPhi losophy and t radi t ional metaphysic , L. Polo ' s phi losophy can becal led metaphis ics .

    IEl rechazo del realismo y de la metafsica constituye poco menosque la premisa de trabajo universal de los portavoces y referentes sintomticos de la filosofa contempornea. No es difcil concluir que, dehecho, tal premisa aparece y acta como denominador comn -quizsea el n ic o- de las definiciones programticas d e las diversas sensibilidades en que se encarna la actualidad en el mundo del pensamiento.Buena parte del debate intelectual de nuestros tiempos, en tanto histrico y epocal, se construye a todas luces sobre el expreso y formalrechazo de la tradicin que eso que podemos llamar el supuesto oprejuicio antimetafsico vendra a sintetizar.La nocin de metafsica evoca en efecto, en el seno del discursoanaltico dominante -en tanto a su vez celoso de la caracterizacin denuestro presente cultural (bajo el rtulo del postmodernismo e inclusode su discusin: am bos elementos, a la postre, se confu nden )-, la sumade todos los males; usada como adjetivo, la palabra aparece com o fuertemente peyorativa y descalificadora. La confianza en todo aquelloque pueda sonar lejanamente a metafsico es vista a estas alturascomo algo forzado y voluntarista, como pura fe: al entender de buenaparte de los representantes oficiosos del momento cultural contemporneo (de eso que, justo al erigirse en tales, quienes lo hacen distinguen

    tcitamente como el momento cultural contemporneo), demuestra unaespecie de simplismo cerril e ignorante dependiente de una ingenuasugestin o prepotencia fundamentalista.La condena formal de la metafsica y de las actitudes disciplinaresque recuerda -la condena de lo metafsico como llamada a la superacin del presunto recorrido metafsico de la filosofa- identifica alfin y al cabo los talantes intelectuales vigentes y dominantes en nuestro entorno. Tan decisiva y decidida es tal condena que, a menudo, elpensamiento que se cree y se proclama actualizado -o se reconocepostmoderno en sentido amplio- se autodenomina sencillamenteAnuario Filosfico, 1996 (29), 885-900 885

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    post-metafsico. El dato indica ya que tal discurso, en tanto pretendidamente representativo de su tiempo, del estadio histrico que le corresponde desde el punto de vista del progreso en el conocimiento y laevolucin general de la cultura, encuentra en la idea de lo post-metafsico la nota que lo caracteriza, su fuente y su objetivo, su ley y su dest ino: un imponderable de hecho, algo dado, un signo de los tiempos yel horizonte a alcanzar, la perspectiva a conquistar y el programa acuyo desarrollo aplicarse de manera sistemtica. A lo largo de sus diversas manifestaciones, desde el llamado pensamiento dbil hasta laspostreras expresiones de la filosofa analtica o las derivaciones post-marxistas de la hermenutica, desde Apel y Habermas hasta B audrillard,Deleuze, Lacan o Lyotard, desde Rorty hasta Vattimo, desde Popper oBerger hasta Feyerabend, Feher o Schaff, la idea de la definitiva superacin de la metafsica es tenida por axiomtica e indiscutible: com o unpostulado obvio, el punto de partida necesario, el marco de referenciainevitable.Ya esto mismo constituye un claro ndice de la relacin de dependencia con respecto del discurso moderno que el postmodernismoacusa en s dialcticamente1, habida cuenta de la medida en que la modernidad puede ser descrita, en rigor, como no otra cosa que precisamente el abandono de la metafsica (que es el de la perspectiva metafsica en la visin del mundo: la correspondiente a la aproximacin a larealidad que busca el hombre que pretende entenderla para, sin perderde vista el modo en que ya en s esa misma aproximacin le pertenece yla modifica o afecta, ver de ajustar con tacto en cada instante su implicacin en ella).Esta identificacin, en todo caso, es conocida. Se trata de un abandono descrito como tpicamente moderno no slo por aqullos que locondenan y lo lamentan sino incluso por quienes, si bien con maticesnovedosos, reivindican para s la hazaa desde la atalaya postmodernista. Adem s, la propia filosofa moderna se reconoce a s misma en eseabandono, en el sentido de que lo hace expreso en tanto (o al tiempo yen la medida en que) se acoge formalmente a la bandera cultural y disciplinar de la modernidad; bien mirada, en efecto, termina siendo precisamente la generalizacin de la expresin de este abandono lo quejustifica la propia idea de filosofa moderna, dndole un sentido claro,un significado o contenido definido (aunque sea ciertamente reactivo).1 Me he ocupado de la caracterizacin general del discurso moderno y delsignificado y alcance del debate postmodernista en trabajos anteriores cuyasconclusiones no podra ni pretendo reproducir aqu, debiendo limitarme a remitira ellos: Arquitectura y proyecto moderno. La pregunta por la modernidad,Ediciones Internacionales Universitarias, Barcelona, 1991; La lgica del 'Post'.Arquitectura y cultura de la crisis, Secretariado de Publicaciones de laUniversidad de Valladolid, Valladolid, 1992.886

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    DIALCTICA MODERNA Y LIMITE MENTALSi el papel de figuras como Bacon o Descartes ha sido histricamente remitido a este drstico y rotundo balance, al fin y al cabo, esatendiendo al espritu y la letra de sus declaraciones programticas. El

    racionalismo constructivista de su discurso se entiende a s mismo comoconquista histrica y com o conqu ista de la historia, como la accin queinaugura el discurso de la accin; y sienta el imperio de la dialctica delsujeto frente al objeto que, valga la expresin, se cobra automticamente el precio de aquel abandono, en el sentido de que equivale a laprdida de la ontologa clsica. No se trata ya de interpretar el mundosino de transformarlo: el giro copernicano que la operacin de la entronizacin del cogito decreta y encarna -en relacin con los mtodosy la propia autoconciencia de la filosofa como disciplina- habra supuesto un definitivo y radical abandono de la perspectiva metafsica,segn sta estaba definida desde la antigedad; y ese abandono ira aredundar en una explosin de mltiples y variadas iniciativas intelectuales correlativas de la diseminacin del discurso que resulta de lahistrica prdida del centro -de las referencias de integracin y laspautas formales unificadoras- que, en cuanto tal, dicho abandono significa y culm ina.No obstante, las ideas de metafsica aludidas aqu y en el marco delos debates autodenominados postmodernos no coinciden ni se confunden necesariamente. Nos encontramos, en la prctica, con dosacepciones diversas de la idea de metafsica cuyo contraste refleja en sel ncleo mismo de la disputa en la que se enmarca y de la que depende su aludido rechazo:-aparece, por una parte, la correspondiente a eso que llamaramosmetafsica tradicional que liga las diferentes fases de la evolucin delpensam iento occidental en torno a la nocin de la denominada filosofaprimera (entendida como disciplina fundamental y especfica), ya desdeAristteles;-y por otra, por as decir, la idea de metafsica aplicada a la identificacin combativa de una actitud referida al horizonte de las posibilidades del pensar (Haberm as), y correlativa de la mera confianza en laviabilidad de la racionalidad como tal o del propio acceso universal yobjetivo al conocimiento (que, obviam ente, es lo mism o que del accesoa un conocimiento objetivo y universal).Podra observarse ya de entrada que la primera de estas dos acepciones es la que se corresponde directamente con lo rechazado por eldiscurso moderno; la segunda, en cambio, se ajustara ms bien al implicado en las aludidas percepciones o sensibilidades postmodernistas.El tema de la negacin o superacin de la metafsica, en definitiva,no resulta a estas alturas sorprendente, original ni nuevo; eso s: suseventuales matices determinan apreciables diferencias de significado.Se haba hablado de l ltimamente en el positivismo, en Nietzsche, enHeidegger; pero ahora parece estarse dando un paso ms, el ltimo y

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    JUAN M. OTXOTORENAdefinitivo: para el discurso autotitulado postmoderno, al cabo, todosestos autores permanecen an en el marco u horizonte cultural queconsidera metafsico, aunque al hacerlo diga ser consciente de estarincurriendo en una gran simplificacin.El caso es que el insistente recurso al concepto de metafsica quepudiera vertebrarla viene sometindolo a una clara manipulacin funcional -quiz involuntaria e inconsciente- que modifica decisivamentesu sentido y que resulta reveladora, en s misma sintomtica. Tal modode recurrir a la nocin (tradicional) de metafsica fuerza su significadode manera posi t iva, aunque implci ta e indirecta: lo modificaagresivamente, y esta puede ser la clave del asunto. Dicha manipulacin, en efecto, sera correlativa de la aparicin de una actitud-definida por su condicin de- reactiva frente a la metafsica y alplano u orden de discurso (el mtodo filosfico) que representa, ascomo de la necesidad que la postura que determina esa actitud tiene dedefinirse histricamente: de construir frente a ella su propia identidad,exclusivamente relativa y referencial, subordinada y subsidiaria.Aquella relacin de dependencia del postmodernismo con respectode las claves culturales modernas -de las premisas del discurso moderno, que es la expresin de la conciencia moderna: de la concienciade modernidad- se hace en este punto, si cabe, an ms manifiesta. Lacomprensin o deteccin de la dialct ica de la modernidad-comprensin o deteccin que constituye la nica respuesta posible aella y, como tal, la trasciende y supera en s (es justo aquello que latrasciende y supera)- nos lleva a explicarnos la actitud moderna comola del no reac tivo a la m etafsica (a aquella metafsica tradicional), ya encontrar en el discurso postmoderno o postmodernista su propiareedicin dialctica.En ltimo extremo, precisamente, la expresin metafsica tradicional remite aqu a la imagen que la modernidad, el discurso m oderno, sehace o representa y emite -percibe y populariza- de aquello que rechaza de m anera programtica: de aquello de lo que justo al hacerlo, enla medida en que lo hace, dice situarse en contra o enfrente. Digamosde mom ento que, en esta operacin, la imagen de la aludida metafsicatradicional es violentada y forzada en beneficio de las necesidades yconveniencias autoconstitutivas del discurso moderno y de su caracterstica reactividad polmica. Adems, el rechazo postmodernista de lametafsica es tambin, en general, el de lo que en el marco de ese rechazo vendra a llamarse el rechazo metafsico de la metafsica; esdecir, el de la metafsica de la reaccin (la de la revolucin y el rechazo, la de ese mismo rechazo): el de su ingenuo progresismo; constituye la denuncia de los trminos en los que tal rechazo se tramita en eldiscurso moderno, la de su confianza en s mismo, la de la normatividadmetdica -que en este marco pasara a merecer el calificativo demetafsica- de su entrega a la contestacin sistemtica. Pero este re-888

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    DIALCTICA MODERNA Y LIMITE MENTALchazo y aqul que tiene por objeto comparten su raz, componen la secuencia de los mom entos caractersticos del dinamismo dialctico de lapropia (actitud) dialctica.

    El discurso postmo dernista, en tanto autotitulado post-metafsico,termina constituyendo as una reedicin de la dialctica moderna querepresenta a la vez, para ella, su continuacin y (en tanto tambin) sucontestacin, descalificacin o negacin dialctica: una reedicin queal propio tiempo la contesta reactivamente incluyndola en el lado delo que rechaza al afirmarse a s misma, para afirmarse a s misma.Eso no ha ce, desde luego, que el rechazo mo derno de la metafsicatradicional se disuelva o desactive; ms an, tal rechazo incluso se reafirma, se refuerza y reduplica con el desarrollo del dinamismo dialctico que instituye, dinamismo al que ella no puede sino permanecerajena y extraa. En su seno, en efecto, no cabe sino que se muestrecomo una escoria marginal y hasta el obstculo y el freno para su desarrollo: que aparezca erigida en la inconfesable encarnacin de la purapasividad impositiva, obstruccionista y reaccionara (aquella misma quesuscitara o a la que se refiere el rechazo que, en conjunto, dicho dinamismo representa y desencadena como accin reivindicativa y reivindicacin de la accin); una pasividad en todo caso intencionada ycm plice. Es al cabo en este marco donde el rtulo m etafsico se hacesinnimo de ingenuamente pretencioso o fundamentalista, y tambin donde pasa a encarnar luego lo que habra que negar o se impone rechazar en un estadio an ms evolucionado y maduro delpensamiento y la cultura que aqul que imp lcitamente, bajo la banderade la modernidad y con un voluntarismo acaso ya tan evidente comopattico, crey haber alcanzado (con la confiada y contundente formulacin de esa negacin y ese rechazo) el techo de lo absoluto y definitivo en el plano de la perspectiva cultural y la conciencia histrica.El hecho de advertirlo, en fin, nos lleva a buscar el origen del dinamismo discursivo caractersticamente dialctico que instituy ese rechazo y pudo alimentar tal creencia; es decir, a preguntarnos por la introduccin del dinamismo dialctico en el discurso cultural, cosa queapunta inequvocamente a la fragua de la conciencia moderna comocorrelativa del momento filosfico que el cogito de Descartes simboliza histricamente.

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    El constructivismo epistemolgico cartesiano, segn ha solido observarse clsicam ente, vendra a constituir el cnit o la expresin visiblems ntida y rotunda de ese histrico cortar amarras con la historiaque da paso a la gran revolucin intelectual que determina el aban-889

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    JUAN M. OTXOTORENAdono formal de la metafsica. Se trata de una revolucin de tinte eman-cipatorio, alcance radical y tono pico que encuentra expresiones correlativas en las diferentes reas del conocimiento, redundando en consecuencias culturales inesperadamente decisivas. No es ste el momento de observar el porqu de la medida en que la operacin arrastratras de s poco menos que siglos enteros de pensamiento. Toda la Edadmoderna (y contempornea) habra estado centrada, en el mundo filosfico, en la exploracin y el desarrollo de las lneas de trabajo abiertascon el cogito y en el abandono de las rechazadas con la opcin quesignifica y proyecta; y lo habra estado, en realidad, hasta el punto desugerrsenos que el cogito supone justo la apertura de todo un nuevohorizonte de trabajo correlativo de una convocatoria disciplinar de alcance tan radical como a sus ojos absoluto, definitivo y ltimo: unaconvocatoria que apunta nada menos que a una reescritura ab initiode la propia filosofa con sucesivas angulaciones estratgicas y abiertaa diferentes experiencias metodolgicas.Es frente a ellas en fin com o, al hilo de los trabajos de autores c omoGilson, Cardona o Fabro, la llamada filosofa realista se afirmara a smisma y definira histricamente su identidad, en el papel de continuadora de la tradicin griega y medieval cristiana con la que Descartesrompiera definitivamente los puentes: es contra esta ruptura como parecen definirse y enunciarse su marco y sus propsitos, ligados a laconsabida llamada a reconquistar el terreno perdido y a la recuperaciny el restablecimiento de los usos disciplinares originarios.

    A partir de dicha ruptura, en todo caso, la metafsica como ciencia ycomo norte sistemtico, como bandera aglutinadora y significativa dela tradicin intelectual occidental y europea y como instancia discursiva correlativa de premisas filosficas metodolgicamente fundantes,habra resistido slo a duras penas; refugiada en crculos de estudio reducidos -y aun a veces meramente testimoniales-, y obligada a confiaren el efecto a largo plazo de la criba de la historia, se habra visto forzada a asumir la consiguiente actitud de repliegue tenso e inconfor-mista: una actitud sin duda explicable a la vista de su precaria posicinminoritaria y de su situacin de casi siempre denostada por sistema, apriori despreciada y preterida.Esta actitud de resistencia, en definitiva, habra marcado de maneracaracterstica la evolucin del denominado realismo filosfico comotal, en tanto identificado con el ttulo; las estrategias que la expresanapuntaran a una unidad de accin representativa de posturas en lasque cabe reconocer acaso:-de entrada, un claro componente defensivo, que se mostrara en sufirme atenerse a los mrgenes de su propia tradicin histrica, desconfiando de innovaciones inseguras y maniobras de acercamiento a menudo acomplejadas o a la postre voluntaristas;

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    DIALCTICA MODERNA Y LIMITE MENTAL-y, como complemento, un elemento combativo, encarnado en sumonogrfica proclividad a denostar las derivaciones de la filosofa moderna a causa de su o lvido del ser, de la manifiesta parcialidad de sus

    desarrollos y de su fondo inevitablemente subjetivista.La crisis postmodernista proporciona sin embargo a todas luces, altal discurso realista, una autntica oportunidad histrica: la de hacer orsu voz, genuina y reivindicativa, en el marco de la crtica generalizadade la modernidad que dicha crisis representa y pone en marcha, crticaque sus propias consecuencias favorecen y aun exigen y desencadenan necesariamente.El caso es que, junto con muchos otros autores entre los que hayque destacar por supuesto a los citados adalides o representantes nu-mantinos del realismo metdico, Polo se anticip sin duda en bastantes dcadas a esa misma crtica, contribuyendo a formular globalmentela contestacin sistemtica de la operacin mental representada por lalgica del cogito2.Ahora bien, y aqu estara la diferencia de su trabajo con respecto dealgunas de las eventuales expresiones de esa contestacin-relacionada tambin con su propia y peculiar condicin post-mo-derna-, lo hace superndola por elevacin. Su respuesta no es unamera condena del inmanentismo a la vista de sus extralimitaciones y elalcance disolvente de sus consecuencias, sino un anlisis de su origenque lo explica verdaderamente en la medida en que es capaz de elevarse sobre l, ganando en perspectiva, al enmarcar -y en consecuencia completar- el silogismo a cuyo inicio responda.Con su meditacin en torno al lmite mental, Polo prolonga elrazonamiento especfico del cogito llevndolo hasta el final; tal es elmodo de situarlo en su momento y recuperar para el asombro filosfico-para la admiracin expectante y perpleja que designa y la actitud dedisponibilidad o de humildad y receptividad, mental y existencial, queidentifica (actitud que justo tal prolongacin suscita y alimenta)- elespacio privilegiado del inicio, del comienzo o punto de partida. Polose sita de este modo en condiciones de hacerse cargo de la trayectoria del discurso moderno y de su experiencia: no se limita a descalificarlo de antemano como el triste resultado de una opcin intelectualsencillamente decepcionante y errada; antes bien, al darle una explicacin posterior, incluso de algn modo lo rescata y habilita, integrando en su propia historia el reto que arrojara en su da y redimiendo objetivamente sus intenciones y sus conquistas.

    2 Dada la perspectiva global y generalista de la reflexin, evitar la citapormenorizada de los escritos de Polo, remitiendo a su conjunto, y quiz en sucaso a la larga e ilustrativa entrevista: J. Cruz, "Filosofar hoy. Entrevista conLeonardo Polo", Anuario Filosfico, 1992 (25, 1), 27-51.891

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    JUAN M. OTXOTORENAEl razonamiento de Polo acerca de los lmites del cogito superadesde luego el discurso convencional de sus meras aprobaciones ycondenas: stas, entre otras cosas, podran terminar hacindole el juegoal enmarcarse en el mismo dinamismo argumental que desencadena, enla propia dialctica que instaura; y supera tal discurso para ceirse aldel puro avance en el conocimiento, del que aqul constituye tan sloun episodio de singular trascendencia.Nada ms adecuado a las conveniencias de la dialctica moderna, enefecto, que la persistencia de ese discurso de las meras aprobaciones ycondenas: nada le va mejor que ese discurso, por ms que se dedique acombatirlo; la dialctica moderna, precisamente, se cumple en ese combate, triunfa con l: tal es la lgica que instaura y cuyo protagonismobusca con denuedo, aqulla que fomenta positivamente (si bien de manera implcita). La lgica de las simples aprobaciones y condenas delcogito y del discurso moderno es la que este mismo encarna, la que expresa su propio carcter polmico y vindicativo, su ndole contestataria,su intrnseca naturaleza reactiva; con lo cual en rigor lo contina y realiza, aunque sea de manera imp revista y paradjica. Tal d iscurso, de hecho, reacciona contra aquello que precisamente al hacerlo, en la medidaen que lo hace, l mismo entiende por metafsica; se subleva contraaquello que define implcitamente como lo metafsico a la hora decondenarlo: introduce consigo la bipolarizacin reduccionista concuya propuesta y defensa se identifica; constituye una tcita toma departido definida sobre el fondo de la contraposicin entre la opcinque hace, que es la opcin por el antagonismo y la lgica de opuestos(o sea, la opcin por la toma d e partido y por esa mism a contraposicin,la de darla por supuesta), y aqulla otra que entonces ve como, a la vez,su referente necesario y el obstculo que encuentra (la de la resistenciaa ella).Su opcin por la accin constituye una accin combativa: la opcinpor el combate, en s combativa. No hay sino un no propulsor quedibuja una escena dinmica, la de la opcin por este dinamismo: la deembarcarse en l o resistrsele a ultranza, que es otro modo de dependerde l. El discurso moderno, en definitiva, sienta una simetrizacin delpanorama a partir de la cual la metafsica aparece relegada al papel de

    opuesta a l, cediendo la iniciativa y pasando a encarnar una figuraque, finalmente, participara de su misma unilateralidad dialctica.En el marco establecido por dicha lgica de oposiciones, por la dialctica moderna, el llamado realismo filosfico aparece al cabo sometidoa una alternativa cuya propia aceptacin le comprometera: quedarapreso de una imagen que no puede aceptar sin asumir a la vez el rechazo que padece y que de hecho la dibuja, sin dar al mismo tiempo suasentimiento a la condena de que all donde histricamente se fija resultara merecedora. La dialctica de la modernidad -la del discurso moderno- viene a asignar a lo que podramos llamar el mundo intelectual892

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    DIALCTICA MODERNA Y LIMITE MENTALafecto a la perspectiva metafsica, o al realismo clsico, un sentido y unpapel cuya aceptacin le supondra ipso facto la renuncia a su propioser, una auto-descalificacin directa: le aplica una imagen cuya asuncin por su parte constituira, sencillamente, un suicidio en toda regla.Eso s, la reaccin de revolverse de inm ediato contra esa imagen p or lava del rechazo y la protesta equ ivaldra a caer en la trampa, le llevara aincurrir en su misma unilateralidad dialctica.El tal realismo, en suma, no puede aceptar la imagen que le correspondera en la polmica con l que encarna el discurso moderno al rechazarlo, ni tampoco revolverse contra ella porque eso le supondraenzarzarse en tal polmica; de ah que est llamado a dar cuenta a distancia de la operacin en su conjunto: de sus condiciones de posibilidad y, en su momento, de sus frutos esperados e inesperados y sueventual deriva perpleja.La tarea intelectual de Polo apunta sin duda a esta ambiciosa y exigente empresa. Vendra a ser, de alguna manera, la de la metafsica quese encuentra a s misma a la vuelta del enorme terremoto histrico, delms radical de los desafos que poda padecer; eso s: no es (ni proponeo apuesta por) la reedicin o consumacin de un discurso retrado ydefensivo como el que el texto de ese desafo dibujaba a su conveniencia, sino precisamente la articulacin (continuadora) de un pensamiento capaz de dar razn de este hecho -de explicrselo-, construyendo a partir de l.La respuesta de Polo al cogito devuelve ciertamente su espacio yprotagonismo al discurso metafsico; pero esa respuesta no constituyeen modo alguno un paso atrs -un mero retomo desengaado, unasimple vuelta al pasado o el definitivo regreso aF origen -, sino un progreso pleno en el sentido ms fuerte: correlativo de todo un horizontede conquista que proyecta luces vivas sobre nuestro pasado y nuestrofuturo.El discurso filosfico as definido no es el mero fruto de una reivindicacin histrica sino precisamente, por as decir, el discurso que formula la medida en que pudiera parecerlo: va ms lejos que aqul con elque enlaza, argumentando este enlace histrico como autntico acontecimiento terico. .El denominado realismo metdico, a este propsito, no es ya ms labuena opcin, en el sentido de que en rigor no constituye una opcinfrente al inmanentismo o las actitudes intelectuales modernas; se trata,por el contrario, de una perspectiva de carcter global que no es sinojusto aquella que permite acceder a la consideracin de las claves delpropio d iscurso mo derno, que coinciden con las de la aceptacin de lostrminos de aquella opcin y de la obligacin de elegir que presuntamente vendra a imponernos: una perspectiva que, en consecuencia,pide ser buscada y encontrada. En realidad, tampoco admite ser reducido a un cierto punto de partida preestablecido y susceptible de apro-

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    JUAN M. OTXOTORENAbacin o condena, de adhesin o rechazo, que por fin hubiera encontrado el modo de reafirmarse y prevalecer: es decir, a un determinadodiscurso ya construido, elegible y previo que, calmadas las aguas, trasuna dura etapa de repliegue y encogimiento -forzado por las circunstancias-, diese con la manera de superarlas y volver a desplegarse enplenitud; es ms bien justo el plano de discurso correlativo de las condiciones de posibilidad de toda especulacin, que es asimismo porfuerza el del anlisis de tal proceso y de su imagen: es tal plano de discurso en tanto, a su vez, tambin el del anlisis de tal proceso y de suimagen. De hecho, no constituye tanto el nombre que, en el marco deaquella confrontacin (en la que es rechazado por el discurso moderno,que es aqul que la dibuja y suscita), recibe el modo de razonamientonatural e ingenuo del nombre o de la humanidad en relacin consus inquietudes ntimas -en el mejor sentido de la palabra-, que habraido a encontrar ahora el modo de sobreponerse a ese rechazo; vendraa ser, por el contrario, el marco ms amplio en el que pueden darse y dibujarse dicha confrontacin y tal rechazo, el fondo cuya consideracinexplica esa reaccin (en tanto a la vez aqul sobre el cual se explica):el marco indispensable para hacer por referirla a su contexto, y portanto para llegar a comprenderla y dar cuenta de ella, de sus condiciones de posibilidad y sus autnticas consecuencias.El tal realismo aparece, entonces, despojado ya de las connotacionesque le impona su imagen de ligada a una actitud histrica correlativade la consiguiente opcin ideolgica: a una lnea de trabajo determinada con perfiles definidos, sobre el curso de la historia del pensamiento, en clave de escuela filosfica y aun de postura cultural yhasta poltica. Se nos muestra como justo la perspectiva necesaria paraobservarlo; y a la postre, como algo que hace sobre todo por resistirse abuena parte de las identificaciones convencionales que padece, porinspiradas en los resortes calificativos dialcticos propios de la conciencia moderna (que ciertamente, segn lo dicho, construye contra lsu misma identidad). Aparece, en definitiva, libre de las connotacionesque incorpora la presencia del sufijo en su denominacin, que al cabovive de la simetrizacin dialctica que impone y de la que vive caractersticamente el discurso moderno.

    Pero a la vez, y esto es lo que hemos de observar, demuestra ser msbien algo encontrado que sencillamente recuperado a la vuelta de lacrisis, a resultas de la debacle de las filosofas de la sospecha bajocuyo empuje y hegemona habra permanecido olvidado y oculto;constituira ms bien un cierto hallazgo histrico que el triunfo inesperado de la opcin en apariencia perdedora. Se tratara, en efecto, dealgo as como una nueva senda que recorre un paisaje indito e inexplorado permitiendo la continuacin del trayecto emprendido, o comouna nueva altura desde la que observar con perspectiva el terreno enque nos movemos, ms que una llamada a retroceder desandando elcamino hasta el inicio del bosque cerrado de la cultura moderna.894

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    La fuerza de ese hallazgo, para llegar a mostrarse en plenitud, precisa a la postre de luces que contribuyan a perfilarlo y proyectarlo sobre el curso de la historia: es en este marco como se impone tratar delnotable acierto terico que encierra la reivindicacin por Polo de lacentralidad de la perspectiva antropolgica para el propio desarrollo dela ontologa, o de la brillantez de su aquilatada revisin de la clebredoctrina del acto de ser tomista.Dicho de otro m odo: el descubrimiento lo sera justo en la medida enque reformula verdaderamente el discurso en un principio continuistaque lo protagoniza. No por casualidad -y ste sera el asunto- dichohallazgo aparece paradigmticamente ligado en Polo a una revisinglobal, asumidamente renovadora, del discurso del llamado realismometafsico al cual pertenece y se debe y en el que en todo m omento seenmarca. Puede resultar revelador a estos efectos el escaso inters dePolo en subrayar o confirmar tal pertenencia y enarbolar la consiguiente bandera; as como el exquisito cuidado con el que e stablece, entodo caso de manera expresa, su propia actitud de continuidad crticapara con los planteamientos del realismo clsico, reconociendo precisamente a la vez sus intensas y abundantes deudas para con eso queste denominara la filosofa moderna.Lo renovado y revisado aqu es de entrada aquella filosofa que elpropio discurso moderno identifica y define como realista, la cual podra no ser sino justo la misma que la historia nos muestra defensivamente aferrada a su condicin de tal, en tanto ese aferrarse a ella llegase a caracterizarla d e m anera nuclear, en los trminos ya expuestos; yen un segundo momento, la propia tradicin de la que depende y a laque remite tericamente.Se impone a este respecto, no obstante, distinguir con sumo cuidado: tal tradicin, podra decirse, aparece impelida a someterse notanto a una reconstruccin sistemtica cuanto al dinamismo de la perspectiva histrica: mejor, estara abocada a someterse a una reconstruccin sistemtica en la medida en que lo exige su inorporacin al dinamismo de la nueva perspectiva histrica (a la nueva perspectiva histrica, que es la de su propio dinamismo). Como es obvio, no se trata deaplicarle de nuevo el no dialctico caractersticamente moderno, elmismo rechazo de que es objeto en el marco y por parte de la dialcticade la modernidad, sino de descubrir las consecuencias de su sometimiento a la perspectiva histrica que observa el modo en que, en undeterminado momento, esa misma dialctica se afirma y constituyefrente a ella.

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    JUAN M. OTXOTORENAResulta significativo al respecto el carcter de la aportacin implcitaen el descubrimiento de las posibilidades del famoso abandono dellmite mental de P olo, que estara en la clave de su postura tambin entanto, al cabo, propiamente histrica. La cuestin que sta terminaquiz suscitando, en su caso, sera precisamente la de si tal operacinmetodolgica -la del denominado abandono del lmite mental- nodebe reconocer y cumplir con la historicidad que implica o le suponesu propio contenido en su condicin de respuesta, como histrica yposterior en sentido estricto, correlativa de un movimiento tericoque slo se explica a raz del reto histrico del prejuicio contra los prejuicios que, paradjicamente, el cogito representa y abona.En otras palabras -como consecuencia-, la cuestin estara en si taloperacin, la del abandono del lmite mental, es o no pre-histrica(extra-histrica) y absoluta, en cuyo caso -entonces s- remitira a unarevisin a fondo y total del texto mismo -del desarrollo completo- delo que cabra considerar el discurso filosfico tradicional. Y en concreto, lo que es lo mismo, en si tiene o no un final distinto de su propioanunc io; es decir, en si dicha operacin es tan difcil, indescriptible, abstracta o tcnicamente exigente como la propia complejidad de suenunciacin podra por momentos llegar a sugerir. Sus formulacionesparecen remitir en ocasiones, en medio de una expectacin a la vezfascinada y distante, a una especie de difcil esfuerzo especulativo aptopara muy iniciados -accesible a mentes altamente capaces y predispuestas, posible tan slo tras un serio y esforzado entrenamiento especfico- que recordara al del ejercicio de dominio y autocontrol requerido para conciliar el sueo a voluntad frente a las dificultades propiasde una situacin de insom nio nervioso, o al del acceso real a esas lminas cuyas ilustraciones slo pueden leerse cuidando la distancia delpapel y entornando con habilidad los ojos: se trata de que hagamospor apretar los dientes y subirnos sobre nuestros hombros para observarnos a nosotros mismos desde ms arriba, en una pose intelectualcuasicircense, o es algo definitivamente ms sencillo?La pregunta puede ser al cabo la de si, en rigor, no basta con decirque es preciso superar el denominado lmite mental -y valga recurrira la expresin decir que es preciso en el sentido de observar la ne

    cesidad de o caer en la cuenta de la imperiosidad de- para estarlosuperando y haberlo superado ya en sentido estricto. En tal caso, valdra aqu de nuevo el paralelismo con la operacin del ver y habervisto de Aristteles, a cuyas condiciones precisamente el propio Poloacude para construir su razonamiento.El asunto est, en efecto, en si no basta con formular la idea de lanecesidad de superar el denominado lmite mental para estarlo superando y haberlo superado ya en la medida en la que cabe y es posible (una medida necesaria y suficiente, en el sentido de realmente disponible: no cabra ir ms all). Complementariamente, habra tal vez896

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    DIALCTICA MODERNA Y LIMITE MENTALque considerar tambin si, por ejemplo, el aludido abandono del lmitemental no termina remitiendo al mundo de las operaciones, actitudes oactividades no intelectuales (al afecto y la misericordia, la com pasin yel amor), en cuanto (no desdeables desde el punto de vista de sucondicin de) propiamente cognoscitivas y moduladoras de la intencionalidad a todos los niveles, y en tanto en s completivas de los perfiles constitutivos de la propia humanidad del ser-en-el-mundo.En parte a este propsito y en parte en general, pensando en elporte del nuevo discurso filosfico que funda la perspectiva necesariapara la contextualizacin del aludido prejuicio antimetafsico, entanto superadora de sus consecuencias, acaso deba buscarse una sintomtica leccin positiva -quiz inesperada- en el mbito de los debates del llamado postmodernismo: as, su oportunidad y posibilidadespodran mostrarse evidentes si se atiende a su temtica, al espectro deatenciones que abren, a los intereses y las preocupaciones que manifiestan.El tema al que el llamado discurso realista ha de enfrentarse ahoraacaso sea no tanto -o no slo ni sobre todo- el problema de la reafirmacin histrica -y en su caso la sistematizacin y el perfeccionamiento- de su propia infraestructura tcnica, cuanto el de la respuestaa preguntas tan vivas, acuciantes y a la postre ineludibles como la relativa a las condiciones de su vigencia, en la que a su vez convergen devarias m aneras. Ah com pareceran, por ejemplo, interrogantes del ordende los referidos a los lmites del lenguaje -que afectan precisamente, yadems de lleno, a esa sistematizacin-, o a la fundamentacin y discusin de la democracia -que no deja de tener que ver de algunaforma, pasando por la de la legitimidad y los lmites del consenso, con lade la crtica de la gnoseologa-; y tambin, a la discusin de los umbrales de pertinencia del concepto de naturaleza, la sustentacin y orientacin del discurso tico, las claves de desarrollo de la teora del arte, lasposibilidades de una filosofa de la religin o la propia lectura e interpretacin de la historia.Mejor dicho: lo uno lleva a lo otro. La llamada a la introspeccinmetodolgica que la experiencia o la aventura de la modernidad impone al discurso metafsico lo enfrentara precisamente a su necesidadde articular respuestas vlidas para este tipo de interrogantes. El hallazgo de un realismo eventualmente renovado podra ser justo el de losproblemas que nos acechan y el de su discusin histrica sobre elfondo de la deteccin, identificacin y comprensin de la dialctica deldiscurso moderno: el del acceso a esos problemas y su debate, el de lasensibilidad hacia ellos, en el marco del de la propia historia crtica-filosfica y cultural- de la conciencia moderna. Quiz sea aqu precisamente donde deba demostrarse la novedad del realismo (metdico ometafsico) que aparece como hallazgo y como reto, o cuya demandasurge con renovada fuerza, al final -siquiera aparente- del ciclo del

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    JUAN M. OTXOTORENAproyecto moderno: una novedad cuyo sentido remite significativamente al de la misma crisis de la modernidad, vista en su sentido radicaly con todo su reconocido alcance histrico.En cierto modo, lo que se deduce del conjunto de la experienciamoderna es un llamamiento a atender a la historia, a la accin, llamamiento del cual la propia experiencia moderna como accin histricaconstituye la forma y la causa inmediata. Precisamente, ella lo comunicay transmite en tanto al mismo tiempo la encarna, con lo que obliga aatenderlo y consigue su propia eficacia.El caso es que ese llamamiento es tambin de hecho, n ecesariamente,un llamamiento a la relativizacin crtica de los protocolos de auto-legitimacin del discurso metafsico en el realismo clsico, como traduccin de la que pide haga suya el discurso terico com o tal, al menosen cuanto suma de sucesivos esfuerzos histricos. Tal llamamiento estambin eficaz en s: obliga a que se lo atienda y no permite que el taldiscurso metafsico permanezca im pasible ante l; pero no tiene por quredundar en su descalificacin y rechazo (rechazo que, segn se vio,sera justo el elemento desencadenante y constitutivo del discurso dialctico de la modernidad): entre otras cosas, tal relativizacin slopuede articularse desde dentro, slo tiene sentido y cabe en su lenguaje. En realidad, lo que sta busca -lo que hace ahora- es situarlosen su mom ento, enmarcarlos histricamente, reconociendo sin em pachosu margen real, transitivo, de eficacia y de validez; y lo hace abriendo elcam po de la perspectiva filosfica que los asume hasta llevarla a versea s misma como coyuntural en el mejor sentido de la palabra: comoprovisional e histrica en el m ismo grado que, a su vez, suficientementeprctica y solvente.La teora gravitatoria de Newton sirvi con holgura durante siglospara resolver los problemas prcticos de la fsica, pero ha sido superadapor la teora de la relatividad de Einstein y luego po r los desarrollos dela fsica cuntica, aportaciones tan revolucionarias como imprescindibles ya para afrontar las nuevas demandas de la investigacin cientficay del progreso tcnico. Paralelamente, tal vez estemos en el momentode encarar, a partir de iluminaciones como la que el pensamiento dePolo proyecta histricamente sobre la dialctica histrica del discursomoderno , la confeccin de una filosofa -qu iz ms com pleja- capaz desoportar o servir como fuente y punto de apoyo al discurso queafronta los interrogantes decisivos que nos atenazan hoy (la de unaacotacin contextualizadora de la perspectiva metafsica, que abra espacio a tal discurso enmarcndolo histricamente).Dicho discurso, segn lo dicho, no est acaso -o no ha de estar-tanto pendiente o a la espera de un nuevo esfuerzo de perfeccionamiento de la metodologa interna que pudiera vertebrarlo, cuanto centrada ya en el ejercicio de una toma de conciencia histrica referida asu propia entidad y significado y, al fin y al cabo, de su reubicacin sis-898

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    DIALCTICA MODERNA Y LIMITE MENTALtemtica. No es que los planteamientos de Newton deban y pidan serurgentemente marginados y sustituidos, postergados y reemplazadospor otros: en realidad, valen para manejarse, sin perjuicio de que ala vez estn ya superados; con lo cual, lo que reclaman es una argumentacin madura y contempornea de su margen positivo de vigencia, de su grado de validez. Dicho de otro modo: lo que hemos llegado a conocer, en rigor, son sus limitaciones: no tanto -n i mucho m en o s - unos presuntos nuevos planteamientos revolucionarios llamadosa cubrir definitivamente su espacio; adems, precisamente, su comprobado umbral de eficiencia los convierte en autntico fondo de contraste sobre el que construir su propia crtica y medir y valorar su alcance.La imposibilidad del acceso absoluto a la verdad, la del acceso filosfico a la verdad absoluta, no invalida la posibilidad de un acceso relativo y progresivo a la verdad y, si se quiere, a una verdad tentativa suficientemente aproximada y resolutiva; y sobre todo, enconsecuencia, tampoco echa por tierra -sino todo lo contrario- la legitimidad de un discurso tico de corte afirmativo y alcance efectivamente orientador y normativo; eso s, lo sita en la historia, en perspectiva: subrayando su carcter vivo y su funcin transaccional y operativa, y centrando la atencin en su inevitable dimensin propositivay constructiva.La superacin de la dialctica de la modernidad ha de ser al cabouna superacin tambin histrica. Habr de explicarse como accincontextualizadora -en el plano terico- de la accin reivindicativa dela que el cogito fuera el inicio y emblema, y empezar por su propia justificacin. De hecho, correlativamente, pasar por afrontar el discursode la accin humana en sus diversas dimensiones: del agere y el facercomo tica y esttica; incluye y, en rigor, aun constituye ese discurso.La relativizacin de los esfuerzos teorticos, al fin y al cabo, redundaen la centralidad de su expresa tematizacin, y por tanto de la argumentacin moral, la cual ha de enmarcarlos sin dejar a su vez de referirse en primer trmino -como tal argumentacin- a sus propias pautasde desarrollo.El nuevo discurso realista, segn lo visto, no puede refugiarse enposiciones premodernas ni aceptar identificarse con la contraimagendel discurso moderno; pero por fin, seguramente, no ha de ser tantotampoco el de un recomienzo absoluto e inmediato que lleve a reconstruir y reescribir desde el principio, paso a paso, la totalidad de los desarrollos de la disciplina filosfica, vistos en los trminos de la tratadsticaclsica. Al fin y al cabo, ya la propia consideracin de las posibilidadesde hacerlo viene a imponernos una decisiva constatacin, a modo deconclusin programtica: es esa consideracin la que termina realizndolo; lo que es lo mismo: no cabe que ese tal nuevo discurso sea otroque ste mismo, aquel que lo dice y trata de explicrselo.

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    JUAN M. OTXOTORENATambin desde este punto de vista ser un discurso histrico. Lasuperacin del funcionalismo y el historicismo modernos, a la postre,

    pasa por un hacerse cargo histrico y funcional de la dimensin justohistrica y funcional de esta misma superacin, que es la propia del discurso que la propone y emprende. Pero esto no supone incurrir en elactivismo historicista y funcionalista de la mo dernidad: dicho activismoencontrara en l una interpretacin ponderada y una asuncin sintomtica, nunca una rplica simtrica igual de reactiva y dialctica. Elabandono activista y funcionalista del activismo y el funcionalismomodernos, que es lo mismo que su rechazo reactivo, los continuara paradjicamente: supondra su expresa culminacin, los llevara a sucumplimiento ltimo.Juan M. OtxotorenaEsc. Tcnica deArquitecturaUniversidad de Navarra31080 Pamplona Espaa

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