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Begoña Bernal Santa Olalla 36 PERMANENCIAS Y TRANSFORMACIÓN DEL PAISAJE DE LA RIBERA DEL DUERO. Begoña BERNAL SANTA OLALLA Universidad de Burgos, España [email protected] Naturaleza y cultura, labor manual, tecnología, ingeniería y arquitectura –tradicional y contemporánea- se combinan en un paisaje que, no ha cambiado aparentemente, en una apreciación rápida, pero que debido a la transformación de una agricultura tradicional, de subsistencia, a una economía de mercado, ha generado la consiguiente transformación del paisaje. Desde aquellos intentos de integración en la economía moderna iniciados en los años setenta, analizados de manera pormenorizada por Fernando Molinero (MOLINERO, 1979) hasta ahora podemos afirmar que el paisaje de la Ribera del Duero ha experimentado una absoluta revolución. Bañada por el Duero, que la cruza y vertebra, la Ribera, es tierra de vinos, nobles y antiguos. Vastas lomas onduladas dibujan el paisaje ribereño. El valle del Duero, ancho y plano, surcado por el río fecunda la vega y los extensos cultivos de viñedo. Frontera natural entre los reinos cristianos del norte y los musulmanes del sur en los lejanos días de la Reconquista, sus tierras atesoran una densa historia y sus iglesias y monasterios guardan un rico patrimonio artístico. Caleruega, la Vid, Baños de Valdearados, Peñaranda, Gumiel de Izán, Sotillo, Aranda de Duero, Haza, Roa, Peñafiel, Valbuena, Pesquera o Retuerta nos ofrecen los secretos del pasado, la grandeza de sus monumentos y la belleza de su entorno, invitándonos, además, a disfrutar de su famosa gastronomía y de sus excelentes vinos. El viñedo se cultivaba desde época romana, pero la entrada definitiva en la historia del viñedo de Castilla y León viene de la mano de los monjes cluniacenses y cistercienses a partir de 1143. En 1953 Alain Huetz recorrió el noroeste peninsular para recabar datos para su tesis y afirmaba que las cooperativas salvaron el viñedo en una época en la que se estaba produciendo el arranque de viñas (HUETZ DE LEMPS, 1967). Era la otra cara de la emigración a las regiones y países industrializados (el cereal se podía trabajar con maquinaria pero el viñedo necesita labor manual). En los años 1970 el vino de España se vendía a granel y era malo. Se utilizaba para dar color y grado a los vinos del centro de Europa. El viñedo era un cultivo de las tierras más pobres, y un complemento al cereal. El Consejo Regulador comenzó a funcionar de modo provisional en 1980. Su ratificación definitiva por el Ministerio de Agricultura es de julio de 1982, nacía la Denominación de Origen de la Ribera del Duero y se iniciaba la modernidad. Al crearse la DO había 18 bodegas y hoy, 270, lo que supone una transformación del paisaje, ya que a excepción de las cooperativas que se encuentran en continuidad con el caserío del núcleo de población, a la salida del pueblo, la mayor parte de las bodegas se encuentran diseminadas en el territorio, ocupando una superficie importante del terrazgo de viñedo y en una posición relevante, en un altozano y muy visibles. EL PAISAJE DE LA RIBERA DEL DUERO. La Ribera del Duero, es un claro ejemplo de paisaje cultural, domesticado, lo que no impide ver los elementos naturales que hacen de la Ribera una comarca geográficamente bien definida por un conjunto de valles e interfluvios labrados por el río Duero y sus afluentes. En el territorio de la Ribera coexisten elementos que corresponden a una evolución de la naturaleza y a la herencia de una historia humana muy prolongada en el

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PERMANENCIAS Y TRANSFORMACIÓN DEL PAISAJE DE LA RIBERA DEL DUERO.

Begoña BERNAL SANTA OLALLA

Universidad de Burgos, España [email protected]

Naturaleza y cultura, labor manual, tecnología, ingeniería y arquitectura –tradicional y contemporánea- se combinan en un paisaje que, no ha cambiado aparentemente, en una apreciación rápida, pero que debido a la transformación de una agricultura tradicional, de subsistencia, a una economía de mercado, ha generado la consiguiente transformación del paisaje. Desde aquellos intentos de integración en la economía moderna iniciados en los años setenta, analizados de manera pormenorizada por Fernando Molinero (MOLINERO, 1979) hasta ahora podemos afirmar que el paisaje de la Ribera del Duero ha experimentado una absoluta revolución. Bañada por el Duero, que la cruza y vertebra, la Ribera, es tierra de vinos, nobles y antiguos. Vastas lomas onduladas dibujan el paisaje ribereño. El valle del Duero, ancho y plano, surcado por el río fecunda la vega y los extensos cultivos de viñedo. Frontera natural entre los reinos cristianos del norte y los musulmanes del sur en los lejanos días de la Reconquista, sus tierras atesoran una densa historia y sus iglesias y monasterios guardan un rico patrimonio artístico. Caleruega, la Vid, Baños de Valdearados, Peñaranda, Gumiel de Izán, Sotillo, Aranda de Duero, Haza, Roa, Peñafiel, Valbuena, Pesquera o Retuerta nos ofrecen los secretos del pasado, la grandeza de sus monumentos y la belleza de su entorno, invitándonos, además, a disfrutar de su famosa gastronomía y de sus excelentes vinos. El viñedo se cultivaba desde época romana, pero la entrada definitiva en la historia del viñedo de Castilla y León viene de la mano de los monjes cluniacenses y cistercienses a partir de 1143. En 1953 Alain Huetz recorrió el noroeste peninsular para recabar datos para su tesis y afirmaba que las cooperativas salvaron el viñedo en una época en la que se estaba produciendo el arranque de viñas (HUETZ DE LEMPS, 1967). Era la otra cara de la emigración a las regiones y países industrializados (el cereal se podía trabajar con maquinaria pero el viñedo necesita labor manual). En los años 1970 el vino de España se vendía a granel y era malo. Se utilizaba para dar color y grado a los vinos del centro de Europa. El viñedo era un cultivo de las tierras más pobres, y un complemento al cereal. El Consejo Regulador comenzó a funcionar de modo provisional en 1980. Su ratificación definitiva por el Ministerio de Agricultura es de julio de 1982, nacía la Denominación de Origen de la Ribera del Duero y se iniciaba la modernidad. Al crearse la DO había 18 bodegas y hoy, 270, lo que supone una transformación del paisaje, ya que a excepción de las cooperativas que se encuentran en continuidad con el caserío del núcleo de población, a la salida del pueblo, la mayor parte de las bodegas se encuentran diseminadas en el territorio, ocupando una superficie importante del terrazgo de viñedo y en una posición relevante, en un altozano y muy visibles. EL PAISAJE DE LA RIBERA DEL DUERO. La Ribera del Duero, es un claro ejemplo de paisaje cultural, domesticado, lo que no impide ver los elementos naturales que hacen de la Ribera una comarca geográficamente bien definida por un conjunto de valles e interfluvios labrados por el río Duero y sus afluentes. En el territorio de la Ribera coexisten elementos que corresponden a una evolución de la naturaleza y a la herencia de una historia humana muy prolongada en el

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tiempo. El espacio actual es un producto histórico resultado de una organización del territorio desde muy antiguo y con mayor intensidad desde la Edad Media. Es una zona llana, de espacios abiertos y despejados que proporciona amplios horizontes, en los que resultan visibles los relieves que marcan el perfil oriental de esta comarca -las sierras del Sistema Ibérico- y el borde general de la cuenca sedimentaria de Castilla la Vieja, el Sistema Central. Pero no es una llanura, sino llanuras diversas -páramos, valles, terrazas, cerros, tesos- que comparten la planitud.

El protagonista principal de este relieve es el Duero. Precisamente cuando este río dice adiós a Soria, por San Esteban de Gormaz, se dulcifica y se ensancha, y atraviesa las tierras burgalesas y vallisoletanas formando una amplia vega, que discurre entre campos sembrados y cuestas y colinas plantadas de viñedos. Cuando sale de la cordillera Ibérica, sus aguas comienzan a discurrir por los sedimentos terciarios que rellenan la cuenca sedimentaria de Castilla la Vieja, ensancha su lecho con facilidad labrando un amplio valle de fondo plano en forma de artesa y unos páramos muy lacerados por la erosión de los ríos que se le unen: Esgueva, Arandilla, Aranzuelo, Bañuelos, Gromejón, Riaza, Valcorba o Duratón. A su vez, un sistema denso de arroyos que muerden en los interfluvios han contribuido a formar esa gran vega y un paisaje ondulado y abierto, de valles de suaves laderas, de lomas y vaguadas, de cuestas tendidas y pequeñas vargas, de terrazas y cerros testigo entre los que, el páramo de Quintanamanvirgo, Haza, o Peñafiel, sobresalen como destacadas referencias espaciales. A pesar de lo que pueda suponerse, esta fértil ribera ofrece una gran diversidad paisajística y permite disfrutar sorprendentes perspectivas por inesperadas. El protagonismo en la Ribera lo tienen los corredores verdes o sotos serpenteantes, importantes bosques de galería, que acompañan el discurrir sinuoso de los ríos principales, y las pequeñas arboledas, carrizos y junqueras que marcan la presencia de arroyos y acequias de riego. Su presencia crea un ambiente de frescor que suaviza las altas temperaturas del verano. El verde cubre también los suelos pedregosos de las cuestas o de las superficies de los páramos y algunas plataformas de terrazas donde se desarrollan bosquetes de encina, carrasca, quejigo, sabina albar o manchas de pinares y matorral: son magníficos lugares para pasear en el invierno. Este color predomina también en el terrazgo -el verde del viñedo y de los regadíos de las vegas-, aunque contrasta con el dorado mar de cereales que se cultiva en las superficies de los páramos. En éstos, una vez recogida la cosecha, es la

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propia tierra la que cobra protagonismo cromático en barbechos y rastrojos, y son los terrones, los eriales y baldíos los que dan un renovado color al paisaje en el que se atisba el lento tránsito de los rebaños de ovejas. Con un clima meditarráneo continental, es, sin duda, el otoño una de las estaciones que permite disfrutar de las suaves temperaturas y de salir al campo a recoger setas y todo tipo de fruta. Es también el tiempo de la vendimia y el momento en el que el paisaje de ribera se llena de color. Los pueblos de la Ribera del Duero mantienen en buena medida su herencia medieval, hay en ellos muchas señales de la repoblación. Los rasgos esenciales de la estructura del poblamiento -asentamientos en pequeños núcleos muy cercanos entre sí, con su terrazgo labrantío y su monte-, su morfología y tipología conservan evidentes concomitancias históricas. Una historia de campesinos y señores, de monjes y soldados que muestra sus raíces romanas y ofrece impresionantes monasterios, magníficas iglesias, palacios, casas señoriales y castillos de gran espectacularidad, pero también modestas construcciones de viviendas de adobe, tapial y madera, barrios de bodegas, apriscos y corrales, creando admirables conjuntos de arquitectura popular como Caleruega, Peñaranda de Duero, Gumiel de Hizán, Sotillo de la Ribera, Peñafiel o Pesquera. La abundancia de castillos siguiendo la línea del Duero es consecuencia del carácter estratégico de esta comarca durante la Reconquista, como el propio emplazamiento de los núcleos de población en lo alto de cerros y terrazas, una ventana que domina un amplísimo territorio al sur del Duero hasta la Cordillera Central. Aranda, Roa, Guzmán, Haza, Piñel o Peñafiel constituyen magníficas atalayas que dominan las tierras del Duero. Murallas, torres castelleras y las propias torres de las iglesias se miran en su cuenca como elementos defensivos y de vigía consecuencia de una historia muy compleja. El río de Duero, que en tiempos pasados fue frontera entre los reinos cristianos del norte y los musulmanes del sur, hoy en un río que une y vertebra a todas las comunidades asentadas en su valle -une Castilla, y a España con Portugal- y discurre lleno de historias y de vida que han dado forma a un mismo paisaje cultural: el emplazamiento defensivo y de vigilancia es propio de todos los asentamientos establecidos en este gran eje fluvial, desde Soria a Oporto, y lo mismo sucede con el paisaje de la vid y el vino, protagonista indiscutible desde que los romanos introdujeron su cultivo y los asentamientos monacales en la Edad Media renovaron las técnicas de producción y elaboración del vino. La Ribera del Duero se caracteriza por una dedicación productiva fundamentalmente agrícola, cerealística y de regadío, de frutales y siempre de viñedo, con un aprovechamiento ganadero admirable de montes y ribazos, de barbechos y rastrojeras en los que pastan los rebaños de corderos -oveja churra- que tanta fama dan a esta tierra. Por estos pagos también tiene importancia la caza y no se puede minimizar el interés que, para la pesca, tiene esta zona fluvial de los ríos Esgueva, Riaza, Duratón y Duero. Siempre ha sido así y estos usos tradicionales han configurado un paisaje con fuerte valor patrimonial. Con todo, lo más sustancial e individualizador de esta comarca agrícola es el uso vitivinícola del suelo que caracteriza tanto la superficie de cultivo del viñedo como las construcciones asociadas a la elaboración del vino: bodegas, zarceras y lagares. El vino y el viñedo confieren a esta comarca, además de las características económicas, unos rasgos socioculturales acusados. El carácter amable y la cordialidad de sus gentes hace posible el éxito de cualquier empresa. La cultura del vino, la gastronomía, la historia, el arte... constituyen una fiesta patrimonial con suficiente interés como para confiar en este espacio a la hora de celebrar diversos acontecimientos, desde los más clásicos y sencillos de índole familiar y doméstica, hasta los más complicados como puede ser el de sellar el más arriesgado negocio. La Ribera tiene una tradición vinícola con más de dos mil años, pero ha alcanzado la fama comercial desde que en 1982 se creara el Consejo Regulador de la Denominación de

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Origen Ribera del Duero. Lo importante es que las ventas se han multiplicado por 3, cuando las viñas solo han aumentado en una tercera parte más. Eso significa que antes las bodegas tenían mucho vino que no se vendía y ahora la producción y las ventas están equilibradas. Lo más destacable ha sido la transformación de la economía tradicional en una economía moderna, de mercado basada en una revolución tecnológica y en una producción de calidad, con el consiguiente cambio de su paisaje agrícola, en el que la única novedad no es la edificación de bodegas en las que se incorporan los nuevos usos y estilos arquitectónicos, e introducen una imagen de modernidad en medio de la tradición. Son varios los bodegueros que mantienen el uso de las históricas bodegas tradicionales, aportando al vino una imagen de marca y de calidad ligada al patrimonio cultural de la región. También a aumentado la superficie dedicada al viñedo especialmente llamativo en la vega del Duero desde Aranda hasta Peñafiel y su entorno, donde ocupa el fondo del valle en artesa y se alza por las cuestas de los páramos ganando protagonismo a los cultivos de regadío. Desde 2001 a 2006 la superficie de viñedo ha crecido en 5.000 hectáreas, ha pasado de 15.000 a 20.000. El número de viticultores y el de bodegas se ha doblado en este periodo. En mayo de 2006 el censo de viticultores era de 8.500. El desarrollo económico que ha experimentado la Ribera en las últimas décadas, ligado a la producción del vino, ha generado riqueza y dinamismo en el medio rural capaz de fijar población que opta por vivir en unos pueblos que ofrecen calidad de vida y posibilidades de desarrollo social y cultural. Esta comarca tiene la ventaja de contar con unos núcleos fuertes de población, Aranda de Duero, Roa y Peñafiel de carácter multifuncional, pues siendo agrícolas y ganaderos, tienen un importante polígono industrial y son el centro comercial y de servicios para toda la comarca, además de centros de una oferta enoturística bien estructurada, que tiene como pilares el disfrute de los bienes patrimoniales. A tan sólo una hora de viaje, o poco más, de ciudades importantes como Burgos, Valladolid o Madrid, la comarca de la Ribera conserva un dinamismo demográfico y social importante en los momentos actuales y es una de las más prósperas en el conjunto regional. 1.1. Pequeños y compactos núcleos de población La Ribera del Duero se caracteriza por una economía agraria, que tiene relación con las condiciones físicas, suelo y clima. Los núcleos, pequeños, están bien delimitados y contrastan con los campos circundantes. Las parcelas de los núcleos de población son grandes porque además de la vivienda, tienen patios y corrales con acceso desde el exterior, a través de portones. Las viviendas se construyen unidas por medianeras, formando calles. Junto al núcleo de viviendas y sin solución de continuidad se encuentran, como un elemento edificado más, los lagares, y las bodegas excavadas bajo tierra, visibles no solo por las puertas de entrada, sino también por las zarceras. La arquitectura tradicional de las viviendas, está condicionada por el medio geográfico y se caracteriza porque se ha ido construyendo lentamente. Su evolución a través de un dilatado proceso histórico a sido lenta, sin rupturas. Está ligada al lugar y construida siguiendo tipologías heredadas, lo que otorga una identidad visual construida a partir de una relación con el entorno y los medios de producción. En la casa tradicional los muros son de adobe, construidos sin entramado en la planta inferior, donde son más gruesos. Pero en las plantas altas se ve el entramado de madera triangulada, relleno de piezas de adobe. Los dinteles, con viga de madera. Las cubiertas de teja de barro cocido doble. El tejado vuela sobre la fachada, apoyado en aleros de madera. El recubrimiento de muros, está hecho con mortero de barro o con cal. También se usan como materiales, donde es posible, la piedra y el ladrillo. El alto grado de transformación actual de los núcleos y la sustitución de las tipologías históricas, se debe a la construcción (a veces autoconstrucción) de viviendas secundarias, o no, al estilo urbano, destinadas solo a residencia, sin los elementos funcionales de la

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vivienda rural. Pérdida de multifuncionalidad, cambio de tipología (vivienda aislada o adosados, con jardín) y autoconstrucción con materiales industriales han provocado la pérdida de la identidad del paisaje rural. Las nuevas edificaciones de vivienda producen un contraste muy violento. Son demasiado frecuentes las obras que podemos denominar como ”escultecturas margivagantes” ( RAMÍREZ , 2006). La visión de continuidad y cambio se produce sobre todo en edificios públicos significativos como los ayuntamientos y los centros culturales que sustituyen a los antiguos teleclubs, con arquitectura poco afortunada. Ahora bien donde se aprecia un cambio tremendo es en el espacio público. El deseo de la mejora y embellecimiento de los núcleos rurales, ha llevado a un empobrecimiento de su cualidad identificador por la homogeneización de las actuaciones, basadas en la remodelación de la plaza mayor y en la peatonalización de alguna calle, con la consiguiente acumulación de elementos de mobiliario urbano. En ocasiones este ansia de modernidad puede resultar patética, como en el caso de Roa. En cuanto a las edificaciones auxiliares de carácter agropecuario cabe señalar que desde finales del s XIX hasta los años 1970, hubo continuidad básica organizativa de los tipos funcionales de almacenes de abonos o de otro tipo, de palomares cuadrados o rectangulares y redondos, de adobe revestido con revoco, y a veces de piedra, pero hoy son relicuales, del mismo modo que las majadas y las casetas de eras, que han perdido toda funcionalidad. Los pajares, están hundidos Su lamentable estado ofrece una imagen casi nostálgica. La arquitectura industrial ligada al almacenaje y transformación de productos agrícolas como silos, molinos, fábricas de harinas o azucareras son edificaciones que están en un proceso de transformación importante a un uso hotelero que afecta a molinos o fábricas de harinas. O de abandono, como la Azucarera de Aranda y la de Peñafiel, a pesar de su importancia como patrimonio industrial. El estado actual de estas edificaciones se debe a la transformación de los aprovechamientos del terrazgo de vega, donde predominaba el cultivo de remolacha y a la intensificación del cultivo del viñedo. 1.2. La arquitectura del vino, lagares y bodegas Precisamente esta arquitectura asociada a la elaboración y almacenamiento y conservación del vino es la que constituye una de las referencias tangibles y simbólicas de esta tierra. Orientados al norte en las cuestas de páramos y terrazas, los barrios de lagares y bodegas con sus puertas de madera calada y las zarceras de piedra ofrecen una sencillez, funcionalidad e integración en el paisaje que dan una belleza singular a los pueblos de la Ribera. En ocasiones, aparecen como un conjunto escultórico (La Horra), junto a las formas fálicas tradicionales, construidas en piedra, aparecen las construidas de ladrillo visto, en forma prismática, y rematadas con un techo piramidal realizado en hiladas de ladrillo. (Figura 2). Hasta el siglo XIX los lagares estaban encima de la bodega pero en el XIX aunque se siguen usando las técnicas constructivas tradicionales, se incorporan nuevos materiales, como el ladrillo que permiten la modernización y mayor tamaño de los lagares, que se instalan en edificios ex profeso pero muy cerca de las bodegas. Para comprender los cambios producidos en la elaboración y en la arquitectura del vino es imprescindible tener en cuenta que tradicionalmente el sistema de trabajo ligado al vino es en comunidad. Es un trabajo realizado a mano y de gran complejidad, ya que se inicia con la vendimia, a la que siguen las mosterías y la saca y posteriormente, el trabajo de bodega, con el trasiego, limpieza de cubas… La vendimia, no puede alargarse en el tiempo, nunca más de 15 días. La uva tiene que estar madura, pero no puede pasarse. Hoy igual que ayer. La diferencia es que la cantidad de viñedo y el número de bodegas es considerablemente mayor. Desde 2001, la Ribera ha vivido un boom de instalación de bodegas, de 10 a 20 cada año. Algún año se han hecho

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40 bodegas como resultado lógico de que el vino Ribera del Duero se ha sabido situar en la cúspide, dentro de los vinos españoles, como el vino más elegante y carismático de España. También son distintos los vendimiadores. Antes eran todos los miembros de la familia desde los niños a los abuelos, mientras que ahora los campos de viñedos de la Ribera se llenan de trabajadores inmigrantes que son contratados para esta tarea. Hay otras diferencias en la elaboración del vino que se reflejan en la arquitectura de las bodegas y en el paisaje. El objetivo del proceso de trabajo es diferente. Antes, con carros, era más fácil transportar la uva que el vino, ya que las cubas eran muy grandes y se llenaban tirando el mosto con pellejos cargados por personas, por lo que el lugar de elaboración del vino tenía que estar, necesariamente, lo más cerca de la bodega donde se tenía que guardar. Por ello los lagares estaban al lado de las bodegas y en continuidad con el caserío. Hasta 1970 la uva vendimiada se recogía en cestos de mimbre por lo que las uvas no se rompían y desde la viña se llevaban al lagar. En cada viaje un carro llevaba 8 ó 10 cestos, unos 1.000 ó 1.200 Kg, por lo que el proceso se alargaba. El periodo inmediato a la vendimia son las mosterías. Duraba un mes. Se realizaba en el lagar y una vez conseguido el mosto se sacaba y se llevaba a las bodegas. Un lagar era utilizado por varios cosecheros que realizaban juntos todas las tareas. El mosto se repartía en función del número de cargas efectuadas El volumen total de un lagar normal era de unas 500 cargas (500 carros) es decir una capacidad de 500.000 Kg de uva. El lagar, tiene 2 pilas, en desnivel y unidas por una canaleta. Una pila grande, donde se echaba la uva de los cestos, con cuidado de que no rompiera, para que no empezase a fermentar, hasta que estuviese llena para iniciar las labores. Y una pila pequeña, más baja, a la que caía el mosto. El primer mosto fruto de la simple presión de la uva, se le denominaba “voluntario”. Era limpio, transparente y bajo en tanino. Una vez que la pila grande tenía completa su capacidad se comenzaba a pisar y romper la uva y se realizaban 2 labores, “armar el castillo” y “cortar el queso”. La pasta de uva pisada se amontonaba en el centro y encima se ponían una serie de tablones y maderos en una dirección y sobre ellos, a modo de castillo, se añadían otros transversales sobre los que presionaba la viga. La pasta que se desparramaba por la presión se cortaba con garias “cortar el queso” para volver a prensarlo. Para dar vueltas al husillo eran necesarias al menos 4 personas puesto que la piedra o pilón (de 1 metro de diámetro, pesaba unos 300 kilos) se despegaba del suelo y subía medio metro. Naturalmente cuanto más se presionaba la pasta de uva, con el raspón, el mosto que caía a la pila pequeña cada vez era más desequilibrado, y áspero, tenía más tanino. La labor denominada la saca la realizaban los tiradores, con pellejos cargados a la espalda y sujetos a la cabeza por una especie de cinta sobre la frente. Era obligatorio que llevaran un cencerro en el cinto que sonaba al moverse. Era un aviso para saber que no quedaban en la bodega envenenados por el tufo de la fermentación. Los recipientes tradicionales utilizados para las labores de transporte y almacenamiento del vino son muy variados y de diferente capacidad: la cántara equivalente a 16 litros; media cántara (8 litros) era el recipiente oficial de cobre utilizado para medir por lo que tenía una contraseña certificada, o una sisa si el recipiente era de barro. Con esta medida se llenaban los pellejos, labor que se realizaba en un bocoy (una cuba cortada por la mitad). Para almacenar o encerrar vino en la bodega se han usado recipientes de madera, cubetes (4 cántaras); cubillos, entre 4 y 12 cántaras; pipetas (de 12 a 70 cántaras); y cubas de gran capacidad. Hasta que se han puesto de moda las cubas de roble, las cubas más apreciadas en las bodegas en la Ribera eran las de castaño. Otras medidas para la comercialización del vino son: la cuartilla (4 litros); el azumbre (2 litros); el cuartillo (1 litro) y el medio cuartillo (medio litro). Los labradores desde antiguo - hoy siguen haciendo los mayores- han utilizado un jarro de barro para llevar el vino desde la bodega a casa, para el consumo

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diario. Pero para llevar vino al campo o a la era se ha usado un garrafón de cristal, forrado con paja y mimbre, -y después de plástico- que amortiguaba los posibles golpes. El trabajo de bodega, el trasiego y mezcla para limpiar las heces era un trabajo más individual. Había que quitar los residuos orgánicos que se decantan en las cubas, igual que las partículas minerales y los cristales de nitratos que se desprenden en la fermentación y se depositan en las paredes. No obstante las bodegas se construían entre varios labradores, 2 ó 3 como mínimo, que comparten un sitio de bodega en el que disponen sus cubas, cubetes o cubillos. Destaca el gran respeto que siempre ha existido por la propiedad del vino y de las cubas, en estos subterráneos compartidos. Los tipos de vino que se hacían tradicionalmente dependían de los prensados de la uva negra, variedad “tinta del país”. Del mosto “voluntario” y del simple prensado sale un vino de primera calidad, con glucosa y alcohol y poco tanino, de color rubí, se le llamaba “ojo de gallo” o clarete. Pero los últimos prensados daban un vino con poco alcohol, mucha acidez y mucho tanino. Era un vino tinto, denso y opaco. La singularidad de las bodegas tradicionales es su desarrollo en el subsuelo. Su espectacularidad está bajo tierra, donde un complejo entramado de galerías permite la elaboración y crianza de los apreciadísimos vinos de la Ribera. En las bodegas subterráneas la temperatura se conserva estable a unos 9 grados, gracias a las zarceras y a los huecos de las puertas de madera, que permiten conservar la temperatura en invierno y en verano y eliminar la humedad, lo que evita el desarrollo de hongos y moho que estropearían el vino. En los núcleos de mayor población las bodegas subterráneas se encuentran debajo del caserío, como sucede en Peñaranda, Gumiel, Roa o como en Aranda, donde forman un conjunto interesantísimo con una red de varios kilómetros de longitud de galerías intercomunicadas entre sí por debajo de la mayor parte de su casco histórico. Las 120 bodegas subterráneas de Aranda (IGLESIA y VILLAHOZ, 1982) configuran un plano tan complejo y bien trazado como el de 1503 (SÁINZ, 2003). Hoy se mantienen y a su antigua función de almacenamiento de vino se ha añadido la recreativa y turística gracias a la ocupación de estos espacios por distintas peñas, que tienen en ellas sus sedes y celebran fiestas y reuniones además de mostrarlas al público. Tierra Aranda es una bodega gestionada por una peña se puede visitar y la bodega de Las Ánimas se ha convertido en un museo del vino. Aunque haya desaparecido el uso de las bodegas como espacio productivo ligado a la economía doméstica, ha aumentado en toda la comarca el interés por estas construcciones como lugares de expansión y de relación entre familiares y amigos mediante la transformación de los lagares y la parte alta de la bodega individual en merenderos o contadores. Muchas bodegas tienen un uso especialmente lúdico y éste es un fenómeno singular y característico que se acentúa aún más en verano, época en que los barrios de bodegas se convierten en el espacio de esparcimiento para los habitantes y visitantes que aprecian las agradables veladas en que se comparten almuerzos y meriendas. 2. SIGNOS DE TRANSFORMACIÓN Y MODERNIDAD EN LA RIBERA DEL DUERO Son varios los desafíos en los que se ha visto involucrado el territorio de la Ribera del Duero: deslocalización de las bodegas, elitización, avance tecnológico, presencia de la mujer, calidad, gran importancia de la individualización y el diseño, elevada inversión financiera, internacionalización de los mercados, refuncionalización de las bodegas, utilización de la arquitectura como imagen de marca bien mediante procesos de rehabilitación del patrimonio, bien edificando la nueva bodega “junto a” o “al lado de” un

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edificio de caráter patrimonial, o bien mediante la construcción de iconos de arquitectura contemporánea de autor. Si antaño era necesario elaborar el vino lo más cerca de la bodega, hoy, en cambio, el objetivo es que el vino se elabore lo más cerca de la viña, de la uva. Los racimos se cortan de la cepa y se recogen en envases de plástico. Las labores no requieren tanto cuidado de que rompa la uva porque la bodega está al lado y no se tarda en transportar la uva. El proceso de elaboración del vino ha cambiado y el método de trabajo es mecánico. Hoy es posible hacer vino donde se quiera. La energía eléctrica y los medios de transporte permiten la deslocalización de las bodegas respecto de los núcleos de población. Por ello se elige construir las nuevas bodegas en el campo, entre los viñedos. Este es un factor de cambio muy visible en el paisaje ribereño. En segundo lugar, se ha producido una elitización, o inclusión de profesionales desde otros sectores de actividad, ya no son agricultores. Son personas influyentes, artistas, deportistas, ricos y famosos que marcan tendencia y conceden mucha importancia al diseño de la botella y de la etiqueta. Es una cuestión de estilo y clave de futuro. Entre los bodegueros veteranos se da un nombre a los recién llegados al negocio del vino “los constructores”, nuevos ricos dedicados al vino por distinción. Como fruto de la popularización del lujo se ha producido un avance tecnológico y de la alta capacitación de los enólogos. Además de la inclusión de técnicos en la gestión y el trabajo del vino. Un fenómeno interesante en la Ribera del Duero es la presencia de la mujer enóloga y propietaria de bodegas. Especialmente si hay hotel, la presencia y el gusto de la bodeguera se deja notar en la decoración abigarrada. Desde hace una década se observa obsesión por la calidad, la individualización y el diseño, para hacer frente a la competitividad. Primero se produjo la 1ª revolución, tecnológica, que permitió elaborar un vino de gran calidad y luego, lo que puede llamarse 2ª revolución al llegar el marketing y el diseño arquitectónico. Un problema serio es la enorme inversión financiera en elementos tangibles como son las reformas de bodegas y las nuevas edificaciones. Además para la comercialización y exportación a mercados internacionales se hace imprescindible destinar fondos a medios intangibles y comerciales: la marca, el etiquetado y la publicidad, gracias a lo cual se ha producido una internacionalización de los mercados, los canales de comercialización se extienden ya por todo el mundo. Las nuevas bodegas de la Ribera hoy son multifuncionales, se ha llevado a cabo una refuncionalización. Además de producción de vino, a la bodega se le añade la utilización para ocio, que engloba restaurante, hotel, sala de cata, salón de reuniones, museo, spa de vinoterapia, y, por supuesto, tienda. Los nuevos edificios son resorts de 5 estrellas y los tratamientos de belleza más exquisitos se basan en el poder del vino. La última moda es el enoturismo que promete placer, sofisticación y glamour. Y nuevas experiencias… El hotel Tudanca de Aranda, (Bodegas Imperiales) por ejemplo, oferta programas de fin de semana, donde los turistas pueden vendimiar. El hecho de que las bodegas sean visitables y muchas tengan una función residencial que responde a una lógica productiva nueva ligada al consumo turístico ha llevado a una presencia humana, continua en el campo, capaz de hacer de locomotora para la dotación de casas rurales y otros servicios de restauración destinados a los visitantes y no solo a los residentes. Toda esta modernización se realiza con la utilización de la arquitectura como imagen de marca. No solo para la bodega donde se elabora el vino, sino como escaparate de uno de los productos más característicos de la Ribera. Roberto Valle ha encajado el museo provincial del vino en el castillo de Peñafiel

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La utilización de la arquitectura se realiza desde 2 perspectivas: aprovechamiento del patrimonio, o bien mediante nuevas construcciones de arquitectura contemporánea. A veces se ha utilizado el patrimonio, con procesos de rehabilitación. Es el caso del Castillo de Peñafiel convertido en museo del vino; del Hospital de S. Juan y los arcos del s XVI para sede del Consejo Regulador de la D de O Ribera del Duero, en Roa. Del convento de San Francisco en Peñafiel usado como bodega o del palacio de La Ventosilla y la casona el Lagar de Isilla en la Vid que se han valorado y funcionan como, bodegas, museos, oficinas, centros de interpretación o tiendas. En otras ocasiones se utiliza la potencia del patrimonio buscando una metástasis enriquecedora al edificar la nueva bodega “junto a” o “al lado de” un edificio de reconocido valor patrimonial. Es el caso del Monasterio de San Bernardo, en Valbuena y el complejo vitivinícola Emina que incluye un centro de interpretación, un área de ocio, un centro gastronómico, de formación, y un centro empresarial. También se ve esta valoración patrimonial y el famoso "diálogo” de la arquitectura contemporánea, con el castillo de Peñafiel, en las bodegas Protos y Carraovejas El mayor impacto por la transformación tipológica y el empleo de todo tipo de materiales es el de nuevas bodegas. El territorio de La Ribera del Duero vive un delirio de arquitectura contemporánea, un maridaje de vino y diseño. Con el fin de acercar la cultura del vino al público, las bodegas pueden ser visitadas. Hacer vino está de moda, artistas (Juan Manuel Serrat, Lluís Llach, Antonio Banderas, Imanol Arias, Gerard Depardieu), directores de cine (José Luís Cuerda), deportistas (Ronaldo, Maradona), profesionales de medios de comunicación (Carlos Herrera, Sergio Sauca,) empresarios de la industria del sector automóvil o de la construcción o entidades financieras, se convierten en bodegueros. Ser bodeguero es un hobby de los famosos. Pero diseñar bodegas es el gran capricho de cualquier arquitecto que valore el apasionante mundo del vino, porque supone aunar naturaleza y diseño. Las bodegas se han convertido en la última década en las niñas bonitas de la nueva arquitectura civil, industrial, de los llamados arquitectos estrella. Son “obras de autor”, dicen, con pretensiones de convertirse en iconos con “las nuevas catedrales del vino”. Santiago Calatrava (Bodegas y Bebidas “Isios”), Rafael Moneo (Bodegas Chivite), Fank Gehry (Marqués de Riscal), Roger (Protos), Álvaro Siza (Cillar de Silos), o Foster (Portia) han querido dejar su firma en ellas. A estos arquitectos les gusta la construcción de bodegas porque en el espacio rural se les permite hacer realidad una estética muy particular, sin restricciones. Cuentan con grandes superficies en el campo y disponen de dotación presupuestaria para dar cuerpo a la pasión de hacer vino lo que explica su característica innovación plástica, pues se conjugan materiales como el hormigón, la madera, el cristal, el acero… y la tierra. 2.1. Intervenciones significativas en la Ribera del Duero La fiebre del edificio del arquitecto de culto que han vivido algunas firmas vinícolas ha llegado a Castilla y León. Una de las intervenciones de mayor relevancia ha sido promovida por grandes bodegueros de Rioja: grupo Faustino, que confió a Norman Foster la adecuada colaboración entre bodegueros y arquitectos en las regiones vinícolas con recursos. Faustino, el grupo bodeguero, el mayor propietario de viñedos de la Rioja, ha apostado por la diversificación geográfica y ha invertido en la Ribera del Duero. Desde los años 80 compraron tierra en Villanueva de Gumiel, Gumiel de Izán y Roa. En los 90 plantan viñedo y ahora Norman Foster está a punto de concluir una nueva bodega, de más de 25 millones de � de inversión, con la que intenta reforzar sus señas de identidad para elaborar Vino Portia. Dado que el autor, Sir Foster, tiene gran repercusión en los mercados internacionales, el edificio “por sí solo atraerá a la gente”. Las bodegas espectaculares acompañan mediáticamente el proyecto y aseguran así su difusión y conocimiento,

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también fuera de España. La nueva bodega, a medio camino entre Madrid y Bilbao está pensada como una nueva fuente de ingresos a través del enoturismo o la organización de reuniones de empresa en las bodegas del grupo. Esta bodega tendrá restaurante, auditorio, museo y tienda. El edificio con una superficie de 11.300 m2 se construye en Gumiel, un pueblo declarado BIC, con categoría de Conjunto Histórico, aprovecha la topografía del terreno con un desnivel de 12 m. Y está semienterrado y deja a la vista los depósitos de acero inoxidable. Su forma de aspa de 3 brazos simétricos de hormigón, chapa metálica de acero y cristal el edificio evoca una nave espacial, que acaba de tomar tierra y que solo puede fotografiarse desde arriba.

En Peñafiel, al pie del famoso castillo, la arquitectura contemporánea realizada por el arquitecto Richard Rogers (2008), tiene nombre de bodega tradicional, Protos, que significa primero, en griego. Fue la primera bodega de la denominación Ribera; la primera por su tamaño y por su antigüedad, 1927. Hoy ya no es una cooperativa. Ha cambiado la estructura accionarial, no solo con socios que tienen viñas. Sus formas de actuar ya no son tradicionales sino modernas. Richard Rogers ha construido la nueva bodega de Protos (36 millones de �). Su base de forma triangular es básicamente de hormigón, la piedra natural reviste los muros exteriores y madera laminada forma los arcos, Su cerramiento superior lo forman 5 bóvedas entrelazadas que se cierra con vidrio y material ligero. Esta “catedral del vino” similar a la terminal 4 del aeropuerto de Barajas, es un icono arquitectónico. La palabra mágica en esta bodega es la calidad. El edificio tiene un importante papel en 3 sentidos: es un vehículo del enoturismo; es un instrumento de la propia actividad publicitaria y de comunicación y es el corazón en la producción de los mejores vinos. Protos está en la vanguardia, líder del fenómeno cultural que ha supuesto el turismo enológico. La dimensión internacional está garantizada pues Richard Rogers es un icono mundial de la arquitectura planetaria y Protos es su gran obra en el vino. También Álvaro Siza está realizando la ampliación de Cillar de Silos, en Quintana del Pidio. Las visitas a las bodegas de los grandes modistos de la arquitectura contemporánea, se consideran un buen vehículo para lograr mayor notoriedad. Y son muchos los que les imitan. Anta construcciones, construida por Ortega -el autor de la vivienda del Príncipe de Asturias- ha realizado la bodega donde se elabora el vino Anta Banderas. María Viñe y Viky Daroca arquitectas formadas en Alemania son las autoras de la Bodega Martín Berdugo.

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Algunos estudios de ingeniería agrónoma plasman las necesidades y los gustos de los nuevos propietarios. Son bodegas cuya tipología ha confiado por igual en la ingeniería, la química y la arquitectura al servicio de la uva. Frente a la “arquitectura de autor” llama la atención el hecho de que en muchas bodegas, el autor es absolutamente irrelevante, han apostado por la calidad de sus vinos. En sus magníficos folletos, lo importante es el vino, los premios, las añadas, pero no existen datos de la construcción de la bodega, ni del autor del proyecto arquitectónico.. El mejor ejemplo es Vega Sicilia, (1864) en Valbuena, germen de la Denominación de Origen Ribera del Duero. Es una de las bodegas más prestigiosas de Europa. El aspecto inmaculado del complejo, el secretismo y la seguridad, hacen un mito del vino más deseado y famoso de España. Es una clásica hacienda agrícola, con una casona familiar rodeada por un terreno equilibrado y armonioso en el que destaca un inmenso jardín botánico, lleno de lavanda, que le separa de la carretera. Vende a sus clientes toda su producción. Lo que aúna a todos los bodegueros es el intento de unir vino y arte. Y éste es un signo de continuidad en este mundo del vino, cambiante, de tradición y modernidad. El arte nunca ha sido ajeno a las posibilidades plásticas del vino, la pintura, la literatura, la religión y la música, todas las obras de arte, imágenes y textos a lo largo de la historia, han conservado el valor del vino y su significado simbólico, religioso o laico; sagrado o profano. Desde las representaciones de la tradición grecorromana, del cristianismo, hasta las instalaciones de arquitectura contemporánea, avalan su atractivo y su fuerza. El vino, convertido en objeto de culto, se considera una nueva obra de arte, y como tal, tiene que ir acompañada de la firma de importantes nombres de la arquitectura contemporánea, que constituye una aportación más en la cultura del vino. La fuerza de nombres como Rogers o Foster predisponen a la reseña. Los propios arquitectos manifiestan que si el vino es excelente, requiere una arquitectura excelente que aporta valor añadido al vino. Es el arte como negocio. Además de alimento, además de su faceta comercial, que está en la raíz de la civilización mediterránea, siempre con un origen divino -Dionisos y luego Baco, más tarde, la sangre

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de Cristo- el vino, fuente de sensaciones y placer, se ha convertido en un fenómeno de moda. En la actual cultura elitista, el vino emerge como el alimento sensorial por excelencia integrado en un modelo social complejo y diverso. Hoy es un ritual, el tipo de uva, el cultivo a mano, la selección y la calidad, el descorche, la cata… En España este fenómeno, que es global, ha sido radical porque se ha producido en apenas 2 décadas. Se ha pasado del abandono de los viñedos y de considerar el vino como algo de pueblo, propio de los campesinos, a ser considerado un signo de cultura y prestigio. El público elitista ha dado paso a un amplio segmento de población que se ha incorporado a la cultura del vino. Se trata de nuevas capas sociales, profesionales urbanos que conocen las tiendas especializadas y que leen revistas especializadas en difundir la cultura del vino, en torno a la cual hay un enorme negocio. El vino ha experimentado una revolución sin precedentes y no por casualidad. Tras siglos de vulgaridad, se ha mejorado la calidad y tanto la medicina, como la cosmética han descubierto sus virtudes. Recientemente se ha presentado la ruta del vino Ribera del Duero como producto turístico que engloba, gastronomía, naturaleza, paisaje, patrimonio (historia y cultura) de la zona situada en el valle del Duero. Este itinerario pretende impulsar los parques naturales Arribes del Duero y el Douro internacional, mediante la cooperación con Portugal, para crear una ruta del vino europea. En este tipo de turismo se oferta un valor añadido, el de la evocación y la nostalgia que despiertan los testimonios del pasado. La proximidad de monasterios, iglesias, o molinos se ha revelado como un valor alternativo al turismo habitual a monumentos de interés histórico artístico ya que acercan al visitante a esa realidad lejana y “exótica” en la que se ha convertido el medio rural. Lo sorprendente de esta oferta turística es que “hay de todo”. Las personas que se deciden por este tipo de ofertas tienen a su disposición un conjunto de actividades muy variado: por una parte, visitas a la bodega donde se explican los aspectos históricos patrimoniales, y los aspectos económico productivos lo que supone un turismo con ciertos intereses antropológicos. También se ofrece un turismo “activo”, vendimia, y otro tipo de actividades para quitar el estrés de los ejecutivos. Y ahora, también espectáculos. La sed de espectáculos y la necesidad de ampliar la experiencia subjetiva en el tiempo de ocio llenándolo de actividades, culturales o deportivas que procuren la máxima plenitud vital explica el terrible proyecto de la Junta de Castilla y León de “las cúpulas del Duero” que intenta asociar los elementos arquitectónicos y patrimoniales hacia el sector turístico a través de la literatura, la música y el cine, como actividades paralelas al sector del vino. BIBLIOGRAFÍA GARCÍA DEL RÍO, F. (2001): Ribera del Duero. Vinos y bodegas, Madrid, Alianza Editorial. GUERRA DE HOYOS, C. (2008): La contemporaneidad de la arquitectura rural: adaptación, resistencia o dilatación, Sevilla, Universidad de Sevilla. HUETZ DE LEMPS, A. (1967): Vignobles et vins du Nord-Ouest de l’Espagne, Bordeaux IGLESIA BERZOSA, J. y VILLAHOZ GARCÍA, A. (1982): Viñedo, vino y bodegas en la historia de Aranda de Duero, Aranda de Duero, Ayuntamiento de Aranda de Duero. MARTÍN CRIADO, A. (2008): La ornamentación en la arquitectura tradicional de la Ribera del Duero, Valladolid, Junta de Castilla y León. MOLINERO HERNANDO, F. (1979): La tierra de Roa: la crisis de una comarca vitícola tradicional, Valladolid, Universidad de Valladolid. MONTOYA GARCÍA REOL, E. (2006): La Ribera del Duero burgalesa. El vino y su denominación de origen, Burgos, Diputación de Burgos.

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