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31Una aparatosa tormenta, tras cuatro días de lluvia ininterrumpida, se desencadenaba ahora sobre aquella vieja mansión situada no lejos de Peterhead, al norte de Inglaterra.No eran muchos los invitados.Sucedió de pronto.Se apagó la luz de la capilla. Una capilla con deterioradas columnas de mármol, con pinturas ya diluidas por el paso del tiempo.En eso, se oyeron dos largos y desgarradores gritos.El apagón fue breve. Apenas un minuto. ¿Acaso dos? No era fácil saberlo con exactitud.Sólo una cosa resultó evidente, estremecedora, terrorífica. No bastan las palabras para expresarlo.Cuando las luces se encendieron de nuevo, los presentes vieron cómo a Peter Harrison le faltaban los ojos...

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32Necesitaba huir cuanto antes de allí.Se deslizó hacia una de las puertas, creyendo que era la que llevaba a la salida. Con los brazos tendidos hacia adelante, igual que una sonámbula, anduvo unas yardas mientras su cerebro se llenaba de zumbidos. No comprendió hasta más tarde lo que aquello significaba: estaba rodeada de silencio. Habían cesado los gritos de la enfermera, los rumores de pasos, los ruidos del exterior. Aquellas gruesas paredes lo ahogaban todo.¿Dónde hallar la salida?¿En qué clase de mundo hermético, misterioso e irreal acababa de poner los pies? Vio una puerta que oscilaba.La empujó.En aquel momento la muchacha, con tal de encontrar una escapatoria, se habría metido en el mismísimo infierno.Y distinguió entonces la habitación cuadrada.Y aquel hombre tendido en el suelo.Aquel hombre que parecía muerto...

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33Ella... ella ahora era hermosa... hermosa.Más hermosa aún que antes.El rostro... el rostro de la señorita Hyde, era un rostro fantástico, increíble. La belleza misma del Mal...Como una máscara. Como una bellísima escultura, de un azul fantasmal, de una lividez de muerte, azulada y extraña, de facciones hermosas y frías, de pétrea inmovilidad, como tallada en piedra opalescente... Y los ojos...Unos ojos diabólicos, rasgados, siniestros y terribles, rodeados de oscuras sombras. Una faz de súcubo hermosísima y satánica, de cejas arqueadas, que parecían buscar el arranque de su cabello azul de hielo...Hermosa e insensible. Maligna y cruel. El Mal hecho mujer. El Mal hecho belleza. Una belleza deshumanizada, increíble, que recordaba la de un Satán femenino...

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34… Al otro lado de las cortinas había un hueco de forma alargada, de unos seis metros por dos de anchura, con ocho sillas de respaldo recto. Sentado en una de ellas se veía a un hombre.Estaba muerto o lo parecía. Pero lo más horrible de todo era que le faltaba el rostro. En lugar de las facciones había una máscara blancuzca, lisa, ligeramente abombada, pero sin el menor relieve entre oreja y oreja y entre la frente y el mentón. El individuo tenía las manos apoyadas en los brazos del sillón y su inmovilidad era absoluta…

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35Ignoraba que emprendía una auténtica travesía hacia el horror. Hacia un horror indescriptible y delirante, que comenzaría la noche inmediata, mientras él cruzaba con el ferrocarril humeante e incómodo, la amplia campiña inglesa.Un horror que comenzó súbitamente en el cementerio de Gatescastle, con la presencia de algo monstruoso e increíble, mil veces peor que la misma muerte que reinaba allí, silente y majestuosa, entre tumbas y lápidas festoneadas de nieve...Un horror que se presentó, estremecedor, en una de las fosas. En un cadáver...Justamente en el cadáver de la hermosa, etérea, melancólica y enfermiza Ana Penrose, recién sepultada bajo aquella fría tierra helada...

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… Y entonces se detuvo en el umbral.Entonces fue cuando chilló de horror, sintiendo que se rompía su garganta, que se desencajaban sus ojos, que se hundían sus piernas.Entonces la vio.Estaba colgada de la enorme araña de cristal que ocupaba el centro de su dormitorio.Había sido ahorcada con su lazo de seda.Y entonces supo por qué la extraña adivinadora le había dicho que su camino se cruzaba con el camino de la muerte.Con el oscuro camino de ella.Amortajada por su propio vestido de novia...

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… Ella de un modo u otro descubrió esta habitación y vio todo lo que había. Las cajas, el ataúd negro, y el muñeco que todavía está dentro, y moscas muertas, moscas. ¿Lo recuerdas? Salió asustada y encajó mal la librería. Yo subí luego y ella... ella no debió jamás abandonar esa habitación, la de su marido, por lo menos aquella noche…

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El alarido atravesó puertas, muros y tabiques y llegó hasta muy distantes puntos del hotel.Era un grito horripilante, empavorecedor. El hotel estaba atestado de turistas, todos ellos de notable condición económica, ya que era un establecimiento de lujo. Durante unos segundos, el grito persistió, sacudiendo brutalmente los tímpanos de cuantos se hallaban en las inmediaciones. Luego, se transformó en un sordo estertor, apenas audible.

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La mujer de los ojos sangrientos llegó puntual. Como cada noche.Era ciega. Sus pupilas glaucas no veían. Y rezumaban sangre. Goterones de sangre que se deslizaban entre sus sedosas pestañas negras. Negras como la larga melena azabache. Negras como la noche. Negras como la oscuridad de sus ojos invidentes, vacíos y terribles.La Dama de las Pupilas Sangrantes, la Ciega abominable de la noche de brujas, estaba ya allí. Otra vez. Como siempre. Como todas las noches. Y cada vez más cercana, más amenazadora y terrible…

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40Lo juro. No puedo recordar cómo surgió aquella idea diabólica. No puedo precisar en qué circunstancia decidimos todos meternos en aquel infierno.Lo único que puedo decir es que todo se inició aquella deliciosa noche de mayo en que los del grupo nos reunimos a cenar en Ginebra, organizando una especie de reunión en honor de Dale Went. Quizá usted se pregunte que por qué nos reunimos en torno a él, si no se había distinguido en nada, si no le habían ascendido en su trabajo ni había ganado ningún premio literario o artístico. Pues bien, se lo diré a usted: lo hicimos porque la semana anterior, su esposa, había sido salvajemente asesinada.

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41De pronto, la cabeza se separó de los hombros y, dando vueltas en el aire, cayó al suelo y rodó a unos pasos más allá.Un terrible alarido brotó de los labios del ama de llaves. El espectáculo era tanto más horrible cuanto que, en contra de la lógica, sin cabeza ni brazos, continuaba todavía en pie.De pronto, el cuerpo decapitado, dio media vuelta y echó a andar.No lo pudo resistir y se desmayó. Echó a correr al interior de la casa, lanzando agudos gritos de terror.Sentía vértigos. Era una escena increíble: un cuerpo humano, sin cabeza ni brazos, moviéndose con pasos aparentemente normales.Los gritos atrajeron a los restantes habitantes de la casa. Contempló la escena un instante, pegó un chillido estremecedor y, dando media vuelta, empezó a correr enloquecida, en busca de refugio…

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El hombre respiró hondo, le era difícil responder, pero si era cierta su teoría de que los felinos eran utilizados para cazar y no para devorar a sus víctimas, ya que al él le interesaban más sus cuerpos vivos para ofrecerlos a la maléfica diosa, alguien estaría ahora tendido en el altar de oro, hipnotizado. Los malditos cuervos revolotearían sobre su cabeza y los bonzos entonarían sus cánticos a la espera de que un rayo penetrara en el monasterio y se consumara el sacrificio, pero ¿quién iba a ser la víctima en esta ocasión?

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Lo que le impresionaba era el ataúd.Jamás creyó que en realidad existiera. Nunca pensó que lo que le habían advertido en Londres fuese cierto.Para ella, se había tratado siempre de una imaginación, de una fantasía urdida por una mente enferma.Y sin embargo, ahora el ataúd estaba allí. Era tan viejo como le habían dicho. Y era también una auténtica obra de arte, una pieza de museo que causaba admiración y al mismo tiempo horror…

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El sobre traía el remite de una ciudad que había sido arrasada por un incendio un par de años antes, y que, por tanto, acaparó en aquella época las primeras páginas de toda la Prensa del país.Este hecho insólito e increíble, y el manuscrito ajado y en malas condiciones que venía dentro del paquete, llamaron la atención del ordenanza encargado de abrir la correspondencia.Así, con esta sencillez, se inició uno de los más terribles episodios de la historia oculta y macabra de la humanidad... ¡Con la simple llegada de un sobre a la Redacción de un periódico!

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45Se detuvo en seco, contemplando el enorme animal que se deslizaba lentamente por el suelo del laboratorio, haciendo ondular sus tentáculos. Hubiera parecido una estrella de mar, de no ser porque su cuerpo y los tentáculos eran absolutamente lisos, sin vellosidades ni filamentos seudópodos.El animal media ahora unos cuarenta centímetros de grosor y, extendidos los tentáculos, el doble de diámetro.

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«Lenzburg. Localidad del sur de Inglaterra. A finales del siglo XVIII, una tal Judith Bikel fue guillotinada bajo la acusación de brujería y de pactar con el diablo. Cuenta la leyenda que el mismísimo Satán llegó para presenciar la ejecución. Al pie del patíbulo se desposó con el cadáver de Judith Bikel obligando al pueblo a adorarla. Satán sacrificó a varias doncellas para reencarnar a Judith Bikel. Ambos se nombraron condes de Lenzburg. El pueblo se mantuvo fiel a las órdenes de Satán. A principios del siglo XIX, puritanos ingleses arrasaron Lenzburg. En la actualidad se desconoce si existen seguidores de la secta creada por Judith Bikel. También se ignoran sus normas y ritos.»

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47… Sintió miedo, mucho miedo; le pareció hallarse totalmente desnuda, expuesta a la insultante luz. De pronto, estalló en un agudo grito, un grito largo que almacenaba todo el temor que sintiera desde que el coche no había querido arrancar, reteniéndola en medio del solitario y desconocido bosque…

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¡Dios mío, no!Eso no... No es posible. No puede ocurrir...Ese cuerpo, ese cadáver, ese hombre muerto y ensangrentado que YO estoy contemplando desde aquí... no puede ser MI PROPIO CADÁVER.¡No puedo ser yo mismo!Y, sin embargo...Sí. Sin embargo, esas ropas, ese cabello, esa cicatriz, esa pulsera, ese rostro, esas manos... Son de Douglas Dern.Y Douglas Dern... soy yo.Yo, que estoy contemplando ahora...LA PIEL DE MI CADÁVER.

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49Sus ojos, muy abiertos, llenos de terror, se mantenían fijos, también muy fijos, en la fiera que ahora disponía a saltar.Fue entonces, justo en aquel momento, cuando reaccionó. Entonces levantó la pesada automática y apretó el gatillo.El estampido saltó al espacio, corrió a lo largo pasillo, subió al puente y se perdió en la inmensidad del mar, por el otro lado del barco, mientras que frente a él, con un aullido impresionante, que terminó de ponerle el vello de punta, la fiera, el enorme lobo, dio un fantástico salto y corrió hacia la escalerilla que, cincuenta yardas más allá, daba acceso a los camarotes del fondo…

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50… Soñaba que se ahogaba, que estaba sumergida en un mar de algo sólido y bastante duro, que le impedía moverse a su satisfacción y que la oprimía el cuerpo por todas partes. Tampoco podía ver, y en cualquier momento, iba a perecer por asfixia. Era como si estuviese sometida a la acción de una fantástica prensa hidráulica que tuviese la forma de su cuerpo y que amenazaba con reducir su cuerpo a una mínima parte del tamaño habituar…

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51EL chirrido de la tapa del ataúd, al levantarse, resultaba escalofriante. Sin embargo, la tapa se alzaba lentamente mientras varios pares de ojos la miraban de forma obsesiva. De un instante a otro aparecería lo desagradable, lo espeluznante, lo que provocaría el terror.Lino y Rita se hallaban frente al féretro, cogidos de la mano. El notaba la crispación de los dedos femeninos sobre su carne, pero ninguno de los dos decía nada.Una mano larga y huesuda, de largas uñas, asomó por el borde del ataúd, agarrándose a él. La luz roja pasó a violácea, todo se transformaba alrededor y al fin...

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52—¡Vámonos, por favor! —suplicó—. No se quede aquí.El reanudó la marcha y masculló:—Deberla propinarle una tanda de azotes... Me ha dado un susto de muerte.—¿Qué sabe usted de sustos? —musitó la muchacha.—¿Qué quiere decir?—He visto a la muerte esta noche —soltó de pronto, como librándose de un gran peso.—¿Qué dice?—He visto a la muerte. Y he escapado de ella... Por eso huía de ese modo... ¡Oh, Dios!Repentinamente sus nervios le fallaron. Estalló en sollozos y se cubrió la cara con las manos, todo el hermoso cuerpo sacudido por violentos espasmos de terror.—Creo que voy a volverme loca..., no sé lo que ha sido real y lo que me parece una pesadilla... Era monstruoso..., y sus manos como garras..., sólo los huesos...—¿De qué condenada cosa está hablando? — gruñó.—Del... del monstruo... o el muerto, o lo que fuera aquella cosa…

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53Hay situaciones en que uno se sumerge en un clima de horror en fracciones de segundo, de un modo instantáneo, como cuando se cae a un abismo. Hay situaciones que en un momento pasan a ser de medio naturales a sobrenaturales del todo. Una mirada puede cambiarlas. El gesto de una mano... O un grito.Aquel alarido múltiple lo cambió todo.

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54¿Era un hombre? ¿Una araña?Los brazos conservaban vagamente la forma humana y también la cabeza, pero el resto del cuerpo, enorme, pertenecía netamente a la especie de los arácnidos.El animal medía más de dos metros de largo, en total. Extrañamente, y en contraste con los artrópodos, sólo poseía cuatro patas, parte de las cuales conservaban aún la tela de lo que había sido en tiempo unos pantalones.El caimán se dio cuenta del peligro y dio media vuelta para escapar y buscar la protección de la ciénaga, pero ya era tarde; la araña-hombre había caído sobre él, sujetándole férreamente con sus cuatro patas…

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Era más corpulento que cualquier hombre. Su cuerpo hercúleo le pareció a la muchacha cubierto de hirsutos pelos y la cabeza, de una increíble ferocidad, facciones aplastadas y ojos fosforescentes, mostraba unas fauces contraídas que dejaban al descubierto largos y afilados colmillos que despedían destellos al herirlos la luz de la ventana.El monstruo volteó un brazo y la ventana estalló en pedazos con estrépito.Dentro sonó un horrendo alarido de espanto.

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56No supo ni defender su vida. Todo aquello era tan increíble que le paralizaba.Lo único que logró decir fue:—Por favor...El estilete se alzó de pronto. Brilló siniestramente a la luz roja. Bajó.Se alzó de nuevo.Las luces rojas iluminaron en el suelo aquel charco rojo.Una vez degollado, la silueta volvió a su sitio, pero no permaneció allí más que unos instantes. Recogió algo. Luego se deslizó suavemente hacia el exterior de la sala.Las luces volvieron a encenderse.El silencio volvió a imperar.La sangre resbaló poco a poco por aquellas baldosas que desde el primer día sólo habían servido para ser pisadas por la muerte.

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57(Del diario de Gordon Rose)

Fue él quien me lo comunicó. Fríamente, con la misma sencillez con que podía haberme dicho que padecía un resfriado o un ataque de hepatitis.—Lo siento, señor Rose. Me temo... me temo que ha ocurrido lo peor —dijo.—¿Lo peor? —me alarmó—. ¿Y qué es lo peor?—Esa mordedura. Se la causó un vampiro.

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58Abrió la puerta.Y, de pronto, sus ojos se dilataron.Una corriente fría volvió a pasar por su espalda.Las manos temblaron en el aire.Porque había visto el hacha.El hacha...¡EL HACHA!Y había visto lo que existía de anormal en ella.De pronto, lo había comprendido.Todas las horribles respuestas estaban allí.Ante sus ojos asombrados.Ante su boca abierta...Ante su sensación de muerte.Porque unos ojos muy abiertos le miraban, también.Unas manos se movían.Alzaban el hacha...La abatieron...Y luego se produjo el silencio.Un silencio atroz.Un silencio sólo roto por un gotear siniestro…

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59La carta decía así:«Apreciado amigo:»Estoy tan asustado por las extrañas circunstancias que me rodean, que no sé ciertamente cómo reaccionar.»Tú siempre has sido muy distinto a mí, desenvuelto, decidido, valiente, por lo que humildemente requiero tu ayuda en nombre de la amistad que nos une desde hace tantos años, desde que éramos jóvenes.»Discúlpame el atrevimiento de dirigirme a ti, pero no tengo a nadie más a quien recurrir.»No creas que exagero al estar asustado. Los motivos, verdaderamente, me sobran.»¿No es para erizar los caballos, dormirse pero saberse despierto, e ir a parar cada noche a una gruta y de allí a un tesoro fastuoso, que luego, al día siguiente, al dejar el lecho, no sabes dónde hallar...?»Ven pronto, por favor.«Presiento que la muerte, una muerte guiada, premeditada, cerebral, asoma sus garras por entre las cuatro paredes de esta casa.»Peter Molkan.»

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60Una especie de violento, súbito resplandor anaranjado, iluminó el cielo y trazó pinceladas llameantes en la nieve. Alguien, dentro de la diligencia, emitió un grito agudo:—¡Miren! ¡Miren allá, hacia aquel resplandor! ¡Vean esas ruinas, esa capilla, esos arcos de piedra, esa torre...! ¡Es la Abadía! ¡La Abadía de Korstenburg!Miré en esa dirección. Era cierto. Los perfiles de una abadía destacaban en un fondo blanquinegro, dantesco y fantasmal. El foro de aquel extraño y fascinante espectáculo casi teatral, era un incendio pavoroso, unas violentas llamaradas, elevándose desde alguna parte hasta el negro cielo borrascoso.Un grito de mujer, profundo y tenso, sonó dentro de la diligencia, mientras el postillón revelaba su enorme perplejidad ante lo incontrovertible.Oí a Elke Vaal sus palabras alarmadas, llenas de terror:—¡Es el castillo! ¡El castillo del barón! ¡Está ardiendo...!