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"Llámenme Ismael" Algún crítico pertinaz ha señalado que,. tanto los principios como los finales de cualquier novela están sobretrabajados. El caso es que son muy pocas las primeras líneas de novela que después de la lectura se quedan en la memoria. Aparte del obvio y siempre inconcluso ejemplo del Quijote, ¿qué otros inicios de novelas podemos recordar? No muchos; tal vez sentencias sabias y arrolladoras como la de "Todas las familias felices se parecen entre sí, pero las desdichadas ven siempre en su infortunio un caso singular" o frases apasionadas y con aliteraciones (en el original) como "Lo- lita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas" o simplemente, como es el caso más gene· ral, frases cortas e importantes que resumen el sentido ulterior de la novela como "Mu· cho tiempo he estado acostándome tempra- no", "Hoy ha muerto mamá", "¿Encontra- ría a la Maga?" Y por supuesto "Llámen- me Ismael" de esa novela imponente que es Moby Dick. Las primeras palabras de esta novela, en que el narrador empieza identificándose para contamos la extraña historia del viaje del Pequod del que él resulta el único sobreviviente, es también el título del ensa- yo que el crítico y poeta norteamericano Charles Olson ha escrito en tomo a la obra maestra de Melville y que ahora Editorial Era hace accesible a los lectores de habla hispana. Llámenme Ismael es, me parece, más que una perla como sugiere su traductor, un extraño espécimen, una piedra semipre- ciosa cuyo valor radica precisamente en su originalidad y en su rareza más que en su "oriente". El libro está escrito en un tono -casi podría decirse con una retórica- y un estilo que recuerdan en más de un sentido a los ensayos de Lawrence y de Pound que, por valiosos que sean, resultan siempre un tanto excéntricos, incluso for- malmente. Esto mismo debe haber repre- sentado un arduo problema para el traduc- tor de Lliímenme Ismael ya que, en su intento de reflejar el estilo "stacatto" de Olson, nos entrega una prosa deshilvanada y tortuosa en donde a cada momento el texto mismo se delata como un ingrato bastardo del original. Ni modo, como dijo H. T. Lowe-Porter, traductora al inglés de Thomas Mann: "Las traducciones son como las mujeres: cuando son fieles no son boni- 30 Libros tas y cuando son bonitas no son fieles." Aun así, Lliímenme Ismael es un libro que se sostiene gracias a la luz que arroja sobre las múltiples facetas de Moby Dick. El prólogo de Olson, en donde narra los avatares del Essex, un ballenero que, como el Pequod, fue arremetido por un cachalote y cuyos tripulantes van pereciendo poco a poco entre horrendos actos de canibalismo, sirve de catapulta para proyectar la imagi- nación del lector al ámbito de la novela de Melville. Páginas adentro, Olson explora la génesis y la naturaleza de la novela desde varios puntos de vista entre los que se incluye la importancia económica que jugó la industria ballenera en Estados Unidos: Se olvida el sitio que ocupó la caza de ballenas en la economía estadounidense. Empezó con la escasez de grasa y acei- te. . . Los historiadores económicos, ma- rineros de agua dulce, omiten resaltar el papel de la industria en la vida económi- ca norteamericana hasta la Guerra Civil. (En 1859 se descubrió el petróleo en Pennsylvania. Kerosen, petróleo y parafi- na rápidamente empezaron a remplazar el aceite de ballena ...) ... La caza de ballenas tuvo su expansión cuando la agricultura y no la industria, era la base del trabajo y cuando el comercio exte- rior, y no el interno, era la base de intercambio ... Así que, si quieren saber por qué Melville dio en el clavo en Moby Dick, consideren la pesca de la ballena. Considérenla como FRONTERA y como INDUSTRIA. Ya inmerso en el ámbito netamente lite- rario, Olson hace referencia a la manera de cómo la lectura de Shakespeare fue confi- gurando algunas partes esenciales de la no- vela de Melville. Para ello, Olson recurre a estudiar, tanto los trozos subrayados, las anotaciones y los comentarios que el pro- pio Melville hizo en siete volúmenes de las obras "de Shakespeare, como un artículo sobre Hawthorne escrito por el propio Mel- ville que resulta -en palabras del propio Olson- "su declaración de la libertad del hombre para fracasar". El resultado de esta magnífica parte del libro no es una simple y aburrida relación académica de las deudas que Melville tiene para con Shakespeare, sino un estudio com- parativo de dos talentos y de cómo la imaginación de uno puede alimentar las potencias creativas del otro. En esta direc- ción son especialmente reveladores los co- mentarios que Olson hace en torno a la locura, el mal, el papel del bufón y al sentido trágico que Melville usará en su obra a la luz de la lectura de Shakespeare (especialmente Rey Lear). Es curioso que el otro gran genio de cuyas fuentes bebió Melville para mitigar su sedienta imagina- ción haya sido un contemporáneo de Sha· kespeare y el novelista por excelencia ejem· pIar: Miguel de Cervantes. Olson alude sólo superficialmente a su influencia y su libro se centra exclusivamente en las afinidades que Melville tiene con Shakespeare. y aun- que la edición del Quijote, subrayada y anotada por Melville, es posterior a la pu- blicación de Moby Dick en esta misma obra es evidente la admiración que el autor norteamericano profesaba hacia Cervantes. La monomanía de Ahab, por ejemplo, no puede dejar de compararse con la del caba- llero andante aun cuando las obsesiones de uno es destruir la figura del mal y las del otro implantar el bien sobre la tierra. I

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Page 1: 30 - Revista de la Universidad de México · 2014-02-22 · en El sirviente (The Servant, 1963), Acci dente (Accident, 1966), La mujer maldita (Boom 1968) y El mensajero (The Go Between,

"Llámenme Ismael"

Algún crítico pertinaz ha señalado que,.tanto los principios como los finales decualquier novela están sobretrabajados. Elcaso es que son muy pocas las primeraslíneas de novela que después de la lecturase quedan en la memoria. Aparte del obvioy siempre inconcluso ejemplo del Quijote,¿qué otros inicios de novelas podemosrecordar? No muchos; tal vez sentenciassabias y arrolladoras como la de "Todas lasfamilias felices se parecen entre sí, pero lasdesdichadas ven siempre en su infortunioun caso singular" o frases apasionadas ycon aliteraciones (en el original) como "Lo­lita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas"o simplemente, como es el caso más gene·ral, frases cortas e importantes que resumenel sentido ulterior de la novela como "Mu·cho tiempo he estado acostándome tempra­no", "Hoy ha muerto mamá", "¿Encontra­ría a la Maga?" Y por supuesto "Llámen­me Ismael" de esa novela imponente que esMoby Dick.

Las primeras palabras de esta novela, enque el narrador empieza identificándosepara contamos la extraña historia del viajedel Pequod del que él resulta el únicosobreviviente, es también el título del ensa­yo que el crítico y poeta norteamericanoCharles Olson ha escrito en tomo a la obramaestra de Melville y que ahora EditorialEra hace accesible a los lectores de hablahispana.

Llámenme Ismael es, me parece, másque una perla como sugiere su traductor,un extraño espécimen, una piedra semipre­ciosa cuyo valor radica precisamente en suoriginalidad y en su rareza más que en su"oriente". El libro está escrito en un tono-casi podría decirse con una retórica- yun estilo que recuerdan en más de unsentido a los ensayos de Lawrence y dePound que, por valiosos que sean, resultansiempre un tanto excéntricos, incluso for­malmente. Esto mismo debe haber repre­sentado un arduo problema para el traduc­tor de Lliímenme Ismael ya que, en suintento de reflejar el estilo "stacatto" deOlson, nos entrega una prosa deshilvanaday tortuosa en donde a cada momento eltexto mismo se delata como un ingratobastardo del original. Ni modo, como dijoH. T. Lowe-Porter, traductora al inglés deThomas Mann: "Las traducciones son comolas mujeres: cuando son fieles no son boni-

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tas y cuando son bonitas no son fieles."Aun así, Lliímenme Ismael es un libro

que se sostiene gracias a la luz que arrojasobre las múltiples facetas de Moby Dick.El prólogo de Olson, en donde narra losavatares del Essex, un ballenero que, comoel Pequod, fue arremetido por un cachalotey cuyos tripulantes van pereciendo poco apoco entre horrendos actos de canibalismo,sirve de catapulta para proyectar la imagi­nación del lector al ámbito de la novela deMelville. Páginas adentro, Olson explora lagénesis y la naturaleza de la novela desdevarios puntos de vista entre los que seincluye la importancia económica que jugóla industria ballenera en Estados Unidos:

Se olvida el sitio que ocupó la caza deballenas en la economía estadounidense.Empezó con la escasez de grasa y acei­te. . . Los historiadores económicos, ma­rineros de agua dulce, omiten resaltar elpapel de la industria en la vida económi­ca norteamericana hasta la Guerra Civil.(En 1859 se descubrió el petróleo enPennsylvania. Kerosen, petróleo y parafi­na rápidamente empezaron a remplazarel aceite de ballena...) ... La caza deballenas tuvo su expansión cuando laagricultura y no la industria, era la basedel trabajo y cuando el comercio exte­rior, y no el interno, era la base deintercambio... Así que, si quieren saberpor qué Melville dio en el clavo enMoby Dick, consideren la pesca de laballena. Considérenla como FRONTERAy como INDUSTRIA.

Ya inmerso en el ámbito netamente lite­rario, Olson hace referencia a la manera decómo la lectura de Shakespeare fue confi-

gurando algunas partes esenciales de la no­vela de Melville. Para ello, Olson recurre aestudiar, tanto los trozos subrayados, lasanotaciones y los comentarios que el pro­pio Melville hizo en siete volúmenes de lasobras "de Shakespeare, como un artículosobre Hawthorne escrito por el propio Mel­ville que resulta -en palabras del propioOlson- "su declaración de la libertad delhombre para fracasar".

El resultado de esta magnífica parte dellibro no es una simple y aburrida relaciónacadémica de las deudas que Melville tienepara con Shakespeare, sino un estudio com­parativo de dos talentos y de cómo laimaginación de uno puede alimentar laspotencias creativas del otro. En esta direc­ción son especialmente reveladores los co­mentarios que Olson hace en torno a lalocura, el mal, el papel del bufón y alsentido trágico que Melville usará en suobra a la luz de la lectura de Shakespeare(especialmente Rey Lear). Es curioso que elotro gran genio de cuyas fuentes bebióMelville para mitigar su sedienta imagina­ción haya sido un contemporáneo de Sha·kespeare y el novelista por excelencia ejem·pIar: Miguel de Cervantes. Olson alude sólosuperficialmente a su influencia y su librose centra exclusivamente en las afinidadesque Melville tiene con Shakespeare. y aun­que la edición del Quijote, subrayada yanotada por Melville, es posterior a la pu­blicación de Moby Dick en esta misma obraes evidente la admiración que el autornorteamericano profesaba hacia Cervantes.La monomanía de Ahab, por ejemplo, nopuede dejar de compararse con la del caba­llero andante aun cuando las obsesiones deuno es destruir la figura del mal y las delotro implantar el bien sobre la tierra.

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El azar suele ser caprichoso con lasrelaciones entre escritores. Hawthorne YMelville, dos de los grandes iniciadores dela tradición novelística norteamericana, vi­vían a siete millas uno del otro en Massa­chusetts. Ambos se conocían y se admira­ban mutuamente a través de sus libros y desus críticas literarias; luego, por alguna deesas. afortunadas coincidencias del destino,se conocieron personalmente y establecie­ron una entrañable amistad que fructificó,además, en bien de 'sus respectivas obrasliterarias. OIson maneja la relación intelec­tual que existía entre estos dos autorespara hacer una semblanza de la personali­dad de Melville, relacionándola con su obra.AJ;í comenta:

Hawthorné tenía razón. Melville no des­cansaría sin una fe, tenía que tener undios. En Moby Dick tuvo uno... Paralograrlo, era necesario que Melville, pues­to que el cristianismo lo rodeaba cornonos rodea a nosotros, fuera tan anticris­to como Ahab. Cuando rechazó a Ahabperdió la antigüedad. Y el cristianismoocupó el terreno. Pero Melville habíaconsumado su labor.

De este modo, Olson nos va esbozandoalgunos aspectos de la intrincada personali­dad de Melville, ese hombre que según suspr?pias palabras no se consideraba ni opti­mISta ni pesimista aunque de inclinarsehacia alguna de estas actividades optaba porla última como reacción a "La esperanzajuvenil y superficial de la que tanto sejactan en nuestros días"; el novelista queescribió su obra maestra a la edad detreinta y dos años y que pasó las últimasdécadas de su vida en una difusa oscuridad,Melville, el creador de Moby Dick y porende "de Ahab, del (océano) Pacífico y dela Ballena Blanca" resulta en última instan­cia el personaje central del libro. De estacombinación de ensayo anecdótico, econó­mico, de literatura comparada y biográficoestá compuesto el un tanto excéntrico volu·men que constituye Llámenme Ismael que,como todo libro de crítica importante, seconvierte en compañero ineludible tanto dela obra que lo ha inspirado como de ldslectores serios de la novela.

Hernán Lara Zavala

* Charles Olson: Llámenme Ismael, Trad. de Héc­tor Manjarrez, Ed. Era, México. 1977.

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The Proustscreenplay: A larecherche du tempsperdu

Existen proyectos imposibles. Así comomás de un habitante chino debe haberseaterrorizado ante la monstruosa empresa dela construcción de la Gran Muralla, de lamisma manera Harold Pinter se enfrentó ala monumentalidad de En busca del tiempoperdido.

La adaptación cinematográfica suponeuna serie de cortapisas, no siempre deresolución fácil, menos aún si se toma encuenta las dificultades que opone un textode la naturaleza del de Marcel Proust. Na­die podría dudar de la eficacia de Pinter,un dramaturgo excepcional y un guionistacuya calidad está amparada en sus trabajosen El sirviente (The Servant, 1963), Acci­dente (Accident, 1966), La mujer maldita(Boom 1968) y El mensajero (The GoBetween, 1970). Sin embargo, En busca deltiempo perdido es un libreto magnífico,pero una adaptación deficiente.

Obra maldita para el cinematógrafo, lade Proust, fue codiciada largamente porLuchino Visconti, y posteriormente por Jo­seph Losey; se llegaron a mencionar en losestelares a Alain Delon (como el narrador),Dirk Bogarde (Swann), Sílvana Mangano(Orianne de Germantes) y Simone Signoret(Francisca). El realizador italiano ha muer­to y Losey guarda el guión de Pinter enespera de su futura filmación.

Quien conozca la novela gigantesca de

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Proust encontrará utópica la síntesis, lacondensación, por respeto a una formanarrativa que la literatura asume del todopero que el cine, dadas sus característica~'de temporalidad limitada, y, además, en sucarácter de arte de representación, requeri­ría una complejidad casi imposible, porinsalvable.

El hecho mismo de una versión inglesa,que no logra sustituir los giros lingüísticosdel francés, crea un desgaste en la intencióne intensidad de las palabras. Las traduccio­nes, o interpretaciones de Proust, puedenser admirables, logradas o atinadas, no obs­tante es improbable reconocer la cadencia yel ritmo de la prosa del escritor de Auteuilen los diálogos (hermosos, por otra parte)de Harold Pinter.

La configuración misma de los persona·jes no podría ser válida, el psicologismo yla delectación en las acciones y en lascosas, en los sonidos musicales o naturales,era una condición obligada en la adaptacióncinematográfica; los obstáculos eran múlti­ples: seleccionar episodios de la novela yconservar la anécdota.

Gilles Deleuze en Proust y los signoscomenta acerca de En busca del tiempoperdido: "No se trata de una exposición dela memoria involuntaria, sino de la narra­ción de un aprendizaje. Precisando más, delaprendizaje de un hombre de letras".

Ese aprendizaje lo supo captar Pinter,incluso lo reitera porque la memoria consus implicaciones en el plano del conoci­miento sirven para que Marcel (el narrador)obtenga la voluntad de satisfacer la necesi­dad de aprisionar los recuerdos no con unánimo meramente evocativo, sino por elcontrario con la premeditación de un racio­cinio que le permita descifrar su vida poste­por o futura.

Pinter descubre los motores del dramadel narrador, secciona la temporalidad ypuede remitirse al pasado, de un lugar aotro, de París a Venecia, o a Combray, dela residencia de Guermantes, a la Opera deParís, a la calle La Pérouse y a muchosotros recintos, a muchos otros tiempos. Lolamentable es que las acciones son demasia·do abruptas, pierden la fuerza psicológicaproustiana. Los esfuerzos del dramaturgoson notables, busca encadenar las sensacio­nes de los personajes a través de encontrarun puente que medie entre todos y cadauno de ellos, ese acto mínimo es el abrir ocerrar las ventanas. Ese hecho nimio, coti­diano, es parte de la sabiduría de Pinter,que debe haber estudiado a fondo los docu·