30 años de la era Orwell --
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30 AÑOS DE LA ERA ORWELL. ¿Fronteras entre cine, polí=ca y ciudad?
“Siempre contextualizadas en la tensión mercado – Estado, las elaboraciones distópicas suelen hacer hincapié en algunos aspectos determinados de dicha
coyuntura”[1] La visión distópica del mundo Cene una estrecha relación con la críCca de la sociedad presente en unos elementos caracterísCcos que van más allá de la mera pesadilla políCca imaginada en el cine. Frente a las nociones dominantes de progreso en el proyecto de modernidad occidental y a las esperanzas de cambio desde la perspecCva utópica presentes en los idearios socialistas y revolucionarios, la distopía perímete materializar en las narraCvas y reflexiones socio-‐políCcas los temores y los miedos de la realidad social y pareciese tener el don de la ubicuidad ya que transita en el pasado y en el futuro para cuesConar el presente. Aun no es posible encontrar la frontera entre ficción y realidad, entre pasado presente y futuro.
Si hoy se advierte desde muchos sectores de la sociedad las graves consecuencias a las que puede llevar los altos grados de militarización de la vida, el exagerado gasto y la proliferación de tecnologías de la represión y la vigilancia, el espionaje a los ciudadanos, la gran influencia en los comportamientos desde los medios masivos de comunicación y las llamadas redes sociales, el olvido y la amnesia colecCva, la distorsión de la memoria histórica, la biotecnología aplicada indiscriminadamente, la segregación urbana donde son fuertes los contrastes entre los espacios de riqueza y pobreza, la guerra y la inseguridad como motor de la economía, el gran poder de los capitales trasnacionales y la destrucción del planeta, la distopía no es pues un simple elemento fantasioso de directores de cine sino una advertencia de hacia dónde vamos si todo sigue así.
Es quizá en el cine y en la literatura donde proliferan las narraCvas distópicas, pero su efecto trasciende de la novela y la imagen cinematográfica para incrustarse en los análisis de diferentes individuos y grupos sociales envueltos en la ciudad, su trama y argumento no es pues más que el de la experiencia urbana llevada al limite de padecer las actuales relaciones del poder basadas en la autoridad, el Capital y las tecnologías desde múlCples interpretaciones políCcas, culturales, económicas, biológicas, etc.
Pero no hace falta simplemente ver Metropolis de Fritz Lang, Brazil de Terry Gilliam o leer 1984 de Geoge Orwell y Un Mundo Feliz de Adous Huxley para que imaginemos todas las posibles consecuencias a las que llevará las formas de producción y reproducción del espacio urbano y las prácCcas de los individuos y grupos sociales en esta fase de la geohistoria del capitalismo urbano. La ciudad en si misma va reflejando y dibujando una silueta y va dejando ver los trazos de la forma que aspira llegar a ser, no solo en su elemento ]sico sino también en las relaciones y funciones en las que deben de estar inmersos los ciudadanos. Es así como las hiper-‐aglomeraciones urbanas a las cuales llamamos ciudades, metrópolis o regiones metropolitanas, como modelo dominante de poblamiento y asentamiento de los humanos, como conglomerados donde se producen y se reproducen unas relaciones socio-‐espaciales determinadas por unas construcciones históricas, ligadas fuertemente al asunto económico, van recreando sobre si misma una imagen distópica con esos miedos y temores latentes parCculares de cada experiencia urbana, que hace años se planteó como objeCvo la consecución de un sujeto políCco libre, unas relaciones solidarias y la materialización de un proyecto común de vida armónica y feliz, siendo no más que un eufemismo cuando son inobjetables los altos grados de desigualdad, de impunidad, de represión y de afectación negaCva al medio ambiente caracterísCcos de nuestros patrones de poblamiento y desenvolvimiento de la vida social.
Si nos preguntamos entonces por el espacio urbano como forma y como proceso, desde tres formas de aprehenderlo, desde lo que se percibe, se concibe y se vive, nos remiCremos no solo a observar ¿cómo están dispuestas las cosas y las relaciones en el territorio?, su estructura y dinámica, sino también a ¿cómo es percibido por los propios actores sociales involucrados en la escena que se mueven en él, que lo transitan, que lo modifican, que lo consolidan, ya sean los hegemónicos o los subalternos, sino también ¿cómo es vivido, cómo es decantado y asimilado por cada personaje, por cada familia, por cada comunidad? Si nos adentramos en esta inquietud para intentar comprender esas otras formas en l a s q u e s e m a n i fi e s t a l o u r b a n o , inobjetablemente notaremos esa eterna lucha por la sobrevivencia ante las adversidades, esas que van desenmascarando lo que se esconde en la ciudad de cristal o de cuarzo como la llamó M. Davis, esa ciudad que bajo los paradigmas de la seguridad, la libertad vigilada, la asepsia, la estéCca y el progreso económico-‐tecnológico para unos pocos solo el reverso de una misma moneda de oro falsa.
Todo un ego e ínfulas de orgullo civilizatorio frente al progreso material y moral de nuestra especie es desmenCdo en esa posibilidad que nos ofrece la distopía, una noción que nos permite transitar entre el miedo y la esperanza, entre la desesperanza y la resistencia, entre el ayer el hoy y el mañana, entre la críCca premonitoria de la realidad social para un posible cambio de carta de navegación y la desesperada sensación de impotencia de esos excesos de poder políCco y económico que hoy son los paradigmas de prosperidad social. Ya lo adverCría H. Marcuse en Eros y Civilización como “la fatal dialécCca de la civilización: el mismo progreso de la civilización lleva a la liberación de fuerzas destrucCvas cada vez más potentes”[2]. Sin poder definir pues una frontera clara entre ciudad, políCca y narraCvas del cine, ya que parecemos ser los actores de una escena dantesca que Cene como escenario la ciudad y el urbanismo como modo de vida, aprisionados en un sin]n de imposiciones y reglas que estructuran unos poderes por encima de los individuos y las comunidades que guían las conductas y los pensamientos, y que los reprimen si es el caso, o que las narraCvas personificaciones y escenificaciones elaboradas en el cine puedan servirnos para profeCzar y representar en imágenes nuestros posibles desCnos, o como también lo advierte Michel Foucault sobre la vigilancia y el control de la red panópCca es precisamente la evidencia de una espacialidad inmanente a las relaciones de poder que proliferan en la ciudades.
¿Cómo pensar entonces la ciudad? ¿De que elementos del presente nos pegamos para adverCr su futuro? ¿Cómo generar una autocriCca de la forma en cómo nos desarrollamos como especie y los impactos hacia adentro como sociedad y hacia fuera como moradores de un mundo junto con otras especies? Planteamos pues bajo la excusa de los 30 años de la era Orwell un recorrido por ese elemento distópico aparecido cuando el sueño se torna pesadilla, cuando la realidad va dando cuenta del ocaso de las esperanzas si no hay un gran cambio social.
[1] GAMBOA, Paola. Distopías: Pesadilla políCca desde el cine. ¿Fantasía hiperbólica o profecía? [2] MARCUSE, Herbert. Eros y civilización. Sarpe. Madrid. 1986. Pág. 63. [3] Párrafo modificado con el que finaliza la novela 1984 de Geoge Orwell.
El deber de un presX es fugarse.
Precisamente es allí, en el terreno de la posibilidad que comenzamos a ver críCcamente todo ese rastro histórico de la humanidad, sus conflictos, sus posibles desenlaces y salidas de escena, para luego darnos cuenta de que al mirar al espejo y contemplarnos, nos había costado cuarenta años saber qué clase de sonrisa era aquella ocultamos bajo el bigote negro. ¡Qué cruel e inúCl incomprensión! ¡Qué tozudez la nuestra exilándose a sí mismo de aquel corazón amante! Dos lágrimas, perfumadas de ginebra, nos resbalaron por las mejillas. Pero ya todo estaba arreglado, todo alcanzaba la perfección, la lucha había terminado. Nos habíamos vencido a sí mismos defin iCvamente . Amábamos a l G ran Hermano[3].