3. CÉSAR FRENTE A CICERÓN EN LA REBELIÓN DE LAS MASAS..., CARLOS ORTIZ DE LANDÁZU
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CSAR FRENTE
CICERN
EN LA REBELIN
DE L S
MASAS
EL MODELO DE COM PLEMENTARIEDAD DE ORTEGA Y GASSET
EN EL Q UINTO CENTENARIO DE CARLOS V
CARLO S ORTIZ DE LANDZURI
In The Revolt of the Masses' Ortega y Gasset set two concep-
tions of political powers, represented by Cesar and Cicero, against
each other. In this article I try to show how both are complemen-
tary, as it happened along the history.
1.
Presentacin.
En 1930, en
La rebelin de las masas
1
,
Ortega y Gasset
2
esta
bleci una contraposicin entre dos estrategias metodolgicas para
legitimar el uso decisionista del poder poltico
3
. Con este fin re
construy el papel desempeado en el imaginario colectivo por la
contraposicin entre el realismo poltico ciceroniano y el ideal
imperial cesarista
4
, justificando a su vez una posible complementa-
riedad recproca entre ellos a lo largo de la historia, como en su
1
J. Ortega y Gasset,La
rebelin
de las masas, Clsicos Castalia, Madrid, 1998
(cit.La rebe lin).
2
J. Ortega y Gasset,ObrasC ompletas,Madrid, 1977 (cit. Obras).
3
M. Llanque,
Demokratisches Denken im Krieg. Die deutsche Debatte im
Ersten
Weltkrieg,
Akademie, Berln, 2000.
4
C. Moatti,La Raison de Rome. Naissance de l esprit critique a
la
fin de la
Rpublique (He-Ier sicle avantJsus-Christ),
Seuil, Pars, 1997.
Anu ario Filosfico 2001 34), 673-700
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opinin ocurri en los planteamientos del emperador Carlos V hace
ya 500 aos
5
.
2. El mtodo etymo-etiolgico de
La rebelin
d elas masas.
La rebelinde las masas de 1930
6
recurri a las figuras de Ce
sar y Cicern para formular una crtica muy sutil a la posible ma
nipulacin que el liberalismo y el socialismo haba hecho del m
todo cientfico
7
. En su opinin, en ambos casos se legitimaron dos
formas decisionistas del uso del poder poltico, sin tener en cuenta
toda la complejidad del mundo de la vida del que dependen
8
. Slo
hay un modo de salvar esta situacin: justificar de un modo racio
nal los criterios reguladores del silogismo prctico
9
. A partir de
aqu Ortega puso de manifiesto cmo las ciencias histricas y de la
cultura se fundamentan en el mundo de la vida, que las dota de
"una estricta anatoma y una clara estructura, a diferencia de los
fenmenos fsicos, a los que se atribuye una estructura meramente
imaginaria", salvo que tambin se remitan a un fundamento simi
lar
10
. Su propuesta provoc una autntica transformacin en el
modo retroductivo, o ms bien etymo-etiolgico, de justificar las
ciencias sociales a partir de un mundo de la vida previo, que ahora
5
W. Blockman,Carlos V. La utopa del imperio, Alianza, Madrid, 2001; K.
Bayertz,Politikund Ethik,Reclam, Stuttgart, 1996.
6
G. Moran,
E l
maestro
en el erial.
Ortega
y
Gasset
y la
cultura
del franquismo,
Tusquets, Madrid, 1998.
7
R. Dagger, Civic Virtues. Rights, Citizenship, and Republican Liberalism,
Oxford University P ress, Oxford, 1997.
8
K. F. Johansen,
A History of Ancient Philosophy. From the Beginnings to
Augustine,Routledge, London, 1998.
9
J. Ortega y Gasset,
La rebelin,
170. S. M. Cohn,
Aristotle on Nature and
IncompleteSubstance,Cambridge University Press, Cambridge, 1997.
10
J. Ortega y Gasset,
La rebelin,
309. P. Stoellger,
Metapher und Lebenswelt,
Mohr Siebeck, Tbingen, 2000.
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CSAR
FRENTE A
CICERN
EN
LA REBELIN
DE
LASMASAS
se afirma como la principal condicin de sentido para la correcta
fundamentacin de las ciencias en general, incluidas las ciencias
naturales
11
.
Segn Ortega, "las palabras no tienen etimologa porque sean
palabras, sino porque son usos"
12
. A este respecto las etimologas
de las palabras remiten a determinados usos lingsticos origina
rios,
los as llamadosetymos,que a su vez ponen de manifiesto una
peculiar etiologa, o proceso causal, quedando as enraizadas en el
mundo de la vida o realidad vital
13
. "Las palabras no existen, no
funcionan aisladas, sino que forman parte de conjuntos consisten
tes en todas las palabras que se refieren a una regin de la realidad
vital [...]. Debemos contemplar nuestra vida como una articulacin
de campos pragmticos. Ahora bien, a cada campo pragmtico le
corresponde un campo lingstico, una galaxia o una va lctea de
palabras, las cuales dicen algo, sobre todo gran asunto humano"
14
.
En este sentido Ortega separa con claridad el uso convencional
del lenguaje respecto del propiamente originario
15
. Slo en este
ltimo caso la etimologa de las palabras todava permite recons
truir la relacin etiolgica que un determinado uso social o lin
gstico mantiene con el mundo de la vida o realidad vital, en
virtud de la aceptacin compartida de un determinado etymo
16
. As
ocurre por ejemplo con la palabra mando: "Ha sido menester para
que entendamos esta palabra, no slo para que nos sirva al repetirla
sin entenderla, hacer exactamente lo mismo que hemos hecho con
11
J. Ge ntzler (ed.),
Method in Ancient Philosophy,
Clarendom, Oxford, 1998.
12
J . Ortega y Gasset ,
Obras,
t . VII , 220. S. Kautz,
Liberalism and Comm unity,
Cornell University, Ithaca, New York, 1997.
13
G. Fedel ,
Saggi sul linguaggio e Voratoria poltica,
Giuffr, Milano, 1999.
14
J. Orteg a y Gass et,
Obras,
t . IX, 642-6 43. R. Scodel ,
Credibile Impossibilities.
Conventions and Strategies ofVerisimilitude in Hom er and Greek Tragedy, B. G.
Teubner, Stuttgart, 1999.
15
S . Blackbu rn, Ruling Passions. A Theory of Pradical Reassoning, Oxford
Universi ty, Oxford P ress, 2000.
16
E. A . Chr is todoul id is , Comm unitarianism and Citizenship, Ashg ate , Alder-
shot, 1999.
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el saludo: reconstruir sus formas lingsticas precedentes hasta
llegar a una que era, en efecto y por s, inteligible, que entenda
mos:
Manus
en latn es m ano, pero en cuanto ejerce la fuerza y es
poder. Mandar, ya veremos, todo mandar es poder mandar, esto es,
tener poder o fuerza para mandar. Esta forma antigua del vocablo
nos ha revelado el sentido que residual, atrofiado, momificado,
dormitaba en nuestro vulgar e ininteligible fonema 'mandar'"
17
.
Por eso slo hay un mtodo para saber si las decisiones tomadas
por nosotros o por otros son las mejores: iniciar una reflexin sobre
sus respectivos presupuestos etymo-etiolgicos, para ver si los
hemos tenido en cuenta
18
. "La vida no elige su mundo, sino que
vivir es encontrarse, desde luego, en un mundo determinado e
incanjeable: en este de ahora [...]. En vez de imponernos una
trayectoria, nos impone varias y, consecuentemente, nos fuerza
[...] a elegir. Sorprendente condicin de nuestra vida . Vivir es
sentirse fatalmente forzado a ejercitar la libertad, a decidir lo que
vamos a ser en este mundo"
19
.
3 . El realismo poltico del hombre-masa.
La rebelin de las masas
rechaz la valoracin decisionista o
consecuencialista del mtodo cientfico, en virtud exclusivamente
del xito, de los resultados, o en definitiva de las circunstancias,
como fue frecuente en la ciencia social del siglo XX
20
. Para Ortega
17
J. Ortega y Gasset, Obras, t. VII, 219. H. Flashar, Sophokles. Dichter im
demokratischen Athen,
C. H . Beck, Mnchen, 2000.
18
H. Flashar (ed.),
Die hellenistische Philosophie,
Schwabe, Basel, 1994. B.
SandyweH,
Reflexivity and the Crisis of Western Reason. Logological
Investigations,
Volume 1-3, Routledge, London, 1996.
19
J. Ortega y Gasset,
La rebelin,
163. V. Ouimette,
Los
intelectuales espaoles
y e lnaufragiodel liberalismo(1923-1926),Pre-Textos, Valencia, 1998.
20
F. Salmern, Ensayos de filosofa moderna y contempornea, UNAM,
Instituto Investigaciones Filosficas, M xico, 2000.
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A
CICERN EN
LA
REBEUN DE LAS MASAS
esta forma de justificar el mtodo cientfico provoca un progresivo
desligamiento del mundo de la vida, sin poder despus tampoco
legitimar el uso del poder poltico
21
. "Es falso decir que en la vida
'deciden las circunstancias'. Al contrario: las circunstancias son el
dilema, siempre nuevo, ante el cual tenemos que decidirnos. Pero
el que decide es nuestro carcter [...] . Todo esto tambin vale para
la vida colectiva. Tambin en ella, primero hay un horizonte de
posibilidades, y luego, una resolucin que elige y decide un modo
efectivo de existencia colectiva. Esta resolucin emana del carcter
que la sociedad tenga, o lo que es lo mismo, del tipo de hombre
dominante en ella. En nuestro tiempo domina el hombre masa; es
l quien decide [...]. El Poder pblico se halla en manos de un
representante de masas. Estas son tan poderosas que han aniquila
do toda posible oposicin [... ]. As ha sido siempre el Poder pbli
co cuando lo ejercieron directamente las masas: omnipotente y
efmero. El hombre-masa es el hombre cuya vida carece de pro
yecto y va a la deriva"
22
.
Para Ortega la aparicin del hombre-masa no es nueva, aunque
slo en nuestra poca haya presentado su autntico carcter de
problema metodolgico
23
. En efecto, slo en el siglo XX el propio
mtodo social otorga al hombre masa un carcter desconocido
hasta ahora, asignndole un poder de decisin totalmente despro
porcionado
24
. El propio mtodo social otorga una primaca a un
clculo de consecuencias por el que siempre se ha movido el hom
bre masa, aunque slo ahora lo hace de una forma consciente y
sistemtica, cosa que nunca haba ocurrido. Este mismo clculo de
21
J. Ortega y Gasset,
La rebelin,
170. T. Lemke,
Eine Kritik der politischen
Vernunft. Foucaults Analyse der modernen Gouvernementalitat, Argument,
Hamburg, 1997.
22
J . Ortega y Gasset , La rebelin, 163-164 . P. Sloterdijk, Die V erachtung der
Massen. Versuch ber Kulturkampfe in der modernen Gesellschaft, Suhrkamp,
Frankfurt, 2000.
23
M . S. Lieberm an,
Commitent, Valu, and Moral Realism,
Cambridge Univer-
sity Press, Cambridge, 1998.
24
J . W il l ians, Lyotard and the Political, Routledge, London, 2000.
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las consecuencias se rige por criterios que decide el investigador a
su capricho, con un total desligamiento del mundo de la vida, con
olvido de la gnesis etymo-etiolgica de este tipo de decisiones, ya
sean pblicas o privadas
25
. Esta actitud se contrapone al carcter
personal del hombre o pueblo que se asigna un poder de decisin
conforme a los criterios de un silogismo prctico, reconociendo en
todo momento la dependencia que sus decisiones mantienen res
pecto a un m undo de la vida, o realidad vital
26
.
Ortega personifica esta actitud decisionista del hombre masa en
la conocida frase de Renn: "La existencia de una nacin es un
plebiscito cotidiano"
27
. Segn Ortega, esto no suceda en la polis
griega, ni en las primitivas repblicas modernas con un sufragio
universal limitado, al menos en las proporciones con que hoy
sucede
28
. Entonces an era posible que una minora confeccionase
autnticos programas de vida colectiva, a partir de un anlisis
etymo-etiolgico de este tipo de procesos, sin justificar estos pro
gramas de un modo meramente decisionista, como en cambio ha
comenzado a suceder hoy da
29
. En su opinin, el hombre masa
arcaico se opuso a la aparicin de las formas primitivas de vida
colectiva democrtica, de igual modo que el hombre masa actual
fomenta un uso meramente decisionista de los poderes democrti
cos,sin poderse proponer ningn programa de vida colectiva, que a
su vez est enraizado en el mundo de la vida
30
. Por eso el hombre
masa, ya sea antiguo o moderno, se considera incapaz de sobrepa-
25
W. Kymlicka,Multikulturalismusund Dem okratie, Rotbuch, Hamburg, 1999.
26
S. B. Levin, The Ancient Quarre l between Philosophy and Poetry Revisited.
Plato and the Greek Literary Tradition,
Oxford University Press, Oxford, 2001.
27
J . Ortega y Gasset , La rebelin, 272; E. Renn, Que est-ce une nation?,
Discourse et Confrances, 1882.
28
W. Nippel , (ed.) , Virtuosen der Macht. Herrschaft und Charisma von Perikles
bis Mao, C. H. Beck, Mnchen, 2000.
29
D. S. Alien , The W orld of Prom etheus. The Politics of Punishing in
Democratics Athens, Chicago University Press, Chicago, 1999.
30
E. Canet t i ,
Masa y poder,
Alianza, Madrid, 2000. E. E. Cohn,
The Athenian
Nation, Princeton University Press, New Jersey, 2000.
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A
CICERN
EN LA
REB ELIN DE LAS MASAS
sar su propio horizonte vital, como ocurri con el
pomoerium
romano, o antes en Atenas, o como ocurre hoy da, con el as lla
mado Estado nacional
31
. Sin embargo en ambos casos los pueblos
jvenes iniciaron un continuo proceso de expansin de sus propios
lmites vitales de la ciudad-estado o del Estado-nacin, a fin de
integrarlos en otro tipo de unidades vitales superiores. "Estado y
proyecto de vida, programa de quehacer o conducta humanos, son
trminos inseparables [...]. De esta suerte (en Roma) el Estado se
materializa en elpomoerium,en el cuerpo urbano que unos muros
delimitan fsicamente [...]. Pero los pueblos nuevos traen una
interpretacin del Estado menos material. Si es l un proyecto de
empresa comn, su realidad es puramente dinmica: un hacer, la
comunidad en actuacin [...]. No es la comunidad anterior, pret
rita, tradicional e inmemorial -en suma fatal e irreformable- la que
proporciona el ttulo para la convivencia poltica, sino la comuni
dad futura en el efectivo hacer. No lo que fuimos ayer, sino lo que
vamos a hacer maana juntos es lo que nos rene en un Estado
[...]. Y es que el europeo, relativamente al hombre antiguo, se
comporta como un hombre abierto al futuro, que vive consciente
mente instalado en l y desde l decide su conducta presente"
32
.
4. La apertura ilimitada a un comunitarismo multicultural.
La rebelin de las masas
hizo un uso muy preciso de este m
todo etymo-etiolgico, con propuestas programticas muy origi
nales, anticipando de algn modo los planteamientos actuales del
31
P. Rusterholz / R. Moser, (eds.),
Form und Funktion des Mythos in
archaischen und modernen
Gesellschaften,Haupt, Bern, 1999. G. Vidal,Patria e
Imperio. Ensayos polticos,Edhasa, Barcelona, 2001.
32
J. Ortega y Gasset,
La rebelin,
271-272. M. M unn,
The Schools of History.
Athens in the Age of Scrates, California, Berkeley, 2000. E.W. Bckenfrde,
Staat,
Nation, Europa,Suhrkam p, Frankfurt, 1999.
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comunitarismo multiculturalista
33
. En su opinin, el planteamiento
de Renn debe invertirse; es decir se debe retrotraer sobre el pasa
do ,
para explicar as la gnesis de los distintos usos sociales. Slo
de este modo se podr dar razn del presente, para despus poder
decidir acerca del futuro
34
. "Renn anula o poco menos su acierto
[...]. Yo preferira cambiarle de signo y hacerle valer para una
nacin
in statu nascendi.
Esta es la ptica decisiva. Porque, en
verdad, una nacin nunca est hecha"
35
.
Ortega retrotrae la gnesis de los usos sociales a un momento
inicial originario donde estn plenamente justificados, aunque
despus pudieron adquirir otro muy distinto, desvirtundose
36
. Por
eso los usos sociales pudieron "haber sido en un tiempo acciones
humanas interindividuales e inteligibles, acciones con alma, y
haberse luego vaciado de sentido, haberse mecanizado, automati
zado,como mineralizado, en suma, desalmado"
37
. La razn de esta
posible inversin del sentido efectivo de los distintos usos sociales,
es tambin muy clara: inicialmente estaban enraizados en el mundo
de la vida, pero despus se pudieron desarraigar. Pero a su vez
estos usos sociales desvirtuados se pueden volver a sublimar, sin
por ello generar un proceso alienacin inevitable, en la medida que
se vuelven a integrar en un mundo de la vida an ms amplio,
ejerciendo una funcin de algn modo similar
38
. De todos modos lo
decisivo tanto en un caso como en otro no es el nmero de segui-
33
P. Berkowitz,
Virtue and the Making of
Modern
Liberalism,
Princeton Uni-
versity Press, New Jersey, 1999 (cit.
Virtueand theMaking).
34
S. Mon tiglio,
Silence in the Land of Logo s,
Princeton University Press, New
Jersey, 2000.
35
J. Ortega y Gasset,
La rebelin,
1998, 276. B. Schlink,
Heimat ais Utopie,
Suhrkam p, Frankfurt, 2000.
36
R. Sorabji,
Emotion and Peace of Mind.From Stoic Agitation to Ch ristian
Temptation,Oxford University P ress, Oxford, 2000.
37
J. Ortega y Gasset,
Obras,
t. VII, 216. G. Surez Noriega, "El crculo humano
de lo social. La continuidad convivencia-sociedad en el pensamiento de Ortega y
Gasset",Revista
d e
EstudiosOrteguianos,2 1(2),
231-241.
38
T. Hurka,Virtue, Vice,
and Valu,
Oxford University Press, Oxford, 200 1.
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dores de esos usos sociales, sino el sentido efectivo que inicial-
mente se le dio, y que con el paso del tiempo pudieron perder,
desvirtundose, y que despus pueden volver a recuperar, dando un
sentido cada vez ms sublimado a este uso social
39
. "A veces es la
mayora, pero otras -y casi siempre- es precisamente una minora,
tal vez relativamente ampla, quien al adoptar un determinado
comportamiento, logra, con un extrao automatismo, imposible de
describir en poco tiempo, que ese comportamiento hasta entonces
peculiar, privado, de unos cuantos, se convierta en la terrible e
inexorable fuerza social que es el uso"
40
.
La peculiar etiologa de los usos sociales justifica la apertura
ilimitada que ahora se atribuye al mundo de la vida, aunque siem
pre este proceso se puede colapsar, detenindose en una fase inicial
de su desarrollo evolutivo
41
. De este modo en cada poca las dis
tintas comunidades, o naciones, han sido subsumidas en proyectos
supracomunitarios cada vez ms amplios, aunque siempre amena
zados por un posible colapso en este proceso de crecimiento cada
vez ms integrador
42
. Han surgido as formas institucionales cada
vez ms complejas, en dependencia de un determinado mundo de
la vida previo, que en ocasiones reaccion de forma beligerante
ante este tipo de procesos de talante integrador
43
. Segn Ortega, la
aparicin de estas nuevas formas de comunitarismo multinacional
ha tenido tres fases, como al menos ocurri primero en el mundo
greco-romano y despus en Europa
44
: "Primer momento: el pecu-
39
T. L. Carso n, Valu and the Good Life, Univers ity of Notre Dame Press ,
Indiana, 2000.
40
J. Orte ga y Gasse t, La rebelin, t . VII, 224. R. Broxton On ians , Les origines
de la pense europenn e. Sur le corps, l esprit, l ame, le mond e, le temps, et le
destn, Seuil, Pars, 1999.
41
J. Ebert, Agonism ata. Kleine philologische Schriften zur Literatur, Geschichte
und Kultur der Antike, B. G. Teubner, Stuttgart, Leipzig, 1997.
42
I. Sevcen ko
/ 1
Hutter, (eds.),Aetos, B. G. Teubner, Stuttgart, Leipzig, 1998.
43
A. Dean , Complex Life, Ashgate, Aldershot, 2000.
44
G. Meier / H. Zschw eigert , Die Hochkultur der Megalithzeit. Verschwiegene
Zeugnisse aus Europas grosser Vergangenheit,
Grabert, Tbin gen, 1997.
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liar instinto occidental, que hace sentir el Estado como fusin de
varios pueblos en una unidad de convivencia poltica y moral [...].
Segundo momento: perodo de consolidacin, en el que siente a
otros pueblos ms all del Estado como extraos y ms o menos
como enemigos [...]; en suma lo que hoy llamamos nacionalismo.
Tercer momento: el Estado goza de plena consolidacin. Entonces
surge la nueva empresa: unirse a los pueblos que hasta ayer eran
sus enemigos [ ...]. He aqu madura la nueva idea nacional"
45
.
La publicacin de
La rebelin de las masas
en 1930 tuvo una
lectura inicial meramente poltica. Slo se vio la crtica que enton
ces se formul a las distintas formas de nacionalismo, incluido el
nacional socialismo entonces naciente en Alemania
46
. Sin embargo,
Ortega tambin anticip de algn modo la crisis del decisionismo
metodolgico, que a partir de entonces tuvo lugar en las ciencias
sociales de tendencia liberal o simplemente socialista, sin excluir a
ninguna tradicin de pensamiento
47
. A este respecto Ortega defen
di un comunitarismo multiculturalista, o al menos multinacional,
que a su vez est basado en la ilimitada apertura de las diferentes
culturas a un mundo vital cada vez ms amplio que las engloba a
todas por igual. De este modo Ortega se adelant a las propuestas
de algunos analticos, como P. Winch o von Wright, cuando defen
dieron la validez de un 'nuevo dualismo' donde se postula un
enraizamiento de las diversas culturas en un mundo de la vida
previo compartido por todos, sin valorar ya las decisiones meto
dolgicas mediante un simple anlisis de sus consecuencias
48
. En
todos estos casos se reconoce que la interpretacin de los datos
empricos de las ciencias sociales debe ir precedida de un anlisis
reflexivo de los presupuestos retroductivos de su propio mtodo,
45
J. Ortega y Gasset,La rebelin,276-277. J. Ober, TheAthenian Revolution.
Essays on A ncient G reek Democracy and Political Theory,
Princeton University
Press,
Princeton, 1999.
46
J. Bast,TotalitarerPluralismus,M ohr Siebeck, Tbingen, 1999.
47
G. Harman, Explaining Valu and other Essays in Moral Philosophy,
Clarendon, Oxford, 2000.
48
A. S. Kahan,
AristocraticLiberalism,
Transaction, New Brunschwick, 2001.
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FREN TE A
CICERN
EN
LA REBELIN
DE
LASMASAS
admitiendo su dependencia inicial respecto de un determinado
mundo de la vida previo, con independencia de poder tambin
llevar a cabo un anlisis experimental de sus posteriores conse
cuencias empricas
49
.
5. La crtica del republicanismo ciceroniano arcaico.
En La rebelin de las masasse reconstruye a este respecto el
lugar que Csar y Cicern desempearon primero en Roma y
despus en el imaginario colectivo posterior
50
. Cicern siempre ha
representado el ideal de la repblica romana arcaica, dentro de los
lmites del 'pomoerium', como ya antes ocurri en Platn
51
. Ortega
contrapone a este respecto dos formas tradicionales de legitimar el
uso del poder poltico en la Roma Clsica, como fueron Csar y
Cicern
52
. En su opinin, Cicern defendi a ultranza el ancestral
sistema de eleccin vigente en la 'Urbe', o antes en Atenas, en
virtud de una simple decisin metodolgica, sin justificar en nin
gn caso esta toma de partido inicial
53
. Cicern nunca llev a cabo
una autntica reflexin sobre el mundo de la vida en que aquel
sistema electivo estaba inserto. Por eso tampoco pudo apreciar que
sus propuestas ya se haban quedado obsoletas en su propia poca,
49
A . H ahn , Konstruktionen des Selbst, der Welt und der Geschichte. Aufsatze
zur Kultursoziologie,
Suhrka mp , Frankfurt , 2000.
50
J . A. Crook / A. Lintott / E. Raw son, "The Last Ag e on the Rom n R epublic
146-43 B.C." , en The Cambridge Ancient History, t . IX, Cambridge Universi ty
Press,
C a m b r i d g e ,
2
1999.
51
A . H obbs , Plato and the Hero. Courage, Manliness and the Impersonal
Good,
Cambridge Universi ty Press, Cambridge, 2000.
52
J . Ortega y Gasset , La rebelin, 259-260. J . Coleman, A History of Political
Thougt. From Ancient Greece to Early Christianity, Blackwell , Oxford, 2000.
53
J . Ob er , The Athenian Revolution, Prince ton Un iversi ty Pre ss, Princeton,
1999.
683
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an antes de la llegada del cristianismo
54
. De este modo Cicern
otorg un carcter neutral a los distintos procedimientos o
etymos,
que hasta entonces haban permitido regular los mecanismos bsi
cos del mundo de la vida. Siempre consider que hubiera sido una
grave irresponsabilidad el pretender modificarlos
55
. A este respecto
haba una pregunta previa que Cicern nunca se plante: se hubie
ran podido ampliar las finalidades de aquellos
etymos
o usos so
ciales adaptndolos a las nuevas circunstancias aparecidas en el
mundo de la vida, como en este caso fue la creciente expansin de
Roma?
56
. Ortega hace notar cmo este arcasmo ciceroniano slo
se puede justificar en virtud de un decisionismo poltico, aunque
Cicern fundamentar estas referencias etymo-etiolgicas en una
tica de la virtud, que a su vez estaba enraizada en un mundo de la
vida de tipo arcaico ya en su propia poca
57
. Sin embargo, no suce
di as en muchos de sus imitadores posteriores, como fue el pro
pio Maquiavelo, donde la tica de la virtud es sustituida por un
anlisis de las leyes mecnicas del cuerpo social concebido como
un agregado de intereses egostas, sin aceptar los planteamientos
teleolgicos habituales de su propia poca
58
. En ambos casos se
defendi un realismo poltico similar, aunque a partir de Maquia
velo la filosofa poltica se justific en virtud de una mecnica
social previa, donde se hace de la necesidad virtud, si as es nece
sario para lograr una ordenacin orgnica de las diversas institu
ciones o magistraturas del cuerpo social
59
. De todos modos ambos
54
L . F ladere r , Johannes Philoponos. De Opificio Mundi. Spatantikes
Sprachdenken und Chrisiche Exegese, B. G. Teubner, Stuttgart, 2000.
55
P . Gr ima l , Cicern, Fayard, Paris , 1988. A. Mehl , Romische Geschichts-
schreibung. Grundlagen und Entwicklungen: Eine Einfhrung, Kohlhammer,
Stuttgart, 2001.
56
M. Fuhrmann, Cicero und die romische Republick: eine Biographie, Artemis,
Mnchen, 1991.
57
C . Horn ,
Antike L ebenskunst. Glck und Moral von Sokrates bis zu den
Neuplatonikern, C. H. Beck, M nchen , 1998.
58
A. Angel in i , Sapienza, prudenza eroica, virt. II mediomondo di Daniele
Brbaro (1514-1570), Leo S. Olschki, Firenze, 1999.
59
M. Virol i ,
La sonrisa de Maquiavelo. Biografa,
Tusquets, Barcelona, 2000.
684
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CSAR
FRENTE A
CICERN
EN
LA REBELIN
DE
LASMASAS
siguieron otorgando una primaca a las instituciones polticas
arcaicas, en virtud de su neutralidad y eficacia, sin admitir una
posible ampliacin en el uso de aquellas mismas instituciones,
aunque en cada caso se justific esta decisin metodolgica previa
por razones muy distintas. Ortega opina que Cicern defendi un
decisionismo teleolgico diferente del decisionismo instrumental
de Maquiavelo, donde el fin ya justifica los medios
60
. En este caso
el recurso a cualquier medio, incluidos los meramente coactivos, se
hace legtimo en razn de su subordinacin a determinados fines,
hacindose superfluo el ejercicio libre de la virtud al menos en la
forma como la entendi Cicern. Sin embargo, Ortega sigui criti
cando a Cicern por haber hecho un uso parcial y limitado de la
tica de la virtud que l mismo defendi, al modo como despus
tambin se le critic desde el cristianismo
61
. Cicern nunca advirti
que la autntica virtud tiene una necesidad imperiosa de apertura a
un mundo de la vida cada vez ms amplio, en razn de su propio
dinamismo interno, a fin de dar cabida a otras formas de comunita-
rismo an ms multinacional o multiculturalista
62
.
De todos modos, la figura de Cicern ha seguido desempeando
un papel muy preciso en el imaginario colectivo, al menos segn
Ortega
63
. Su ideal poltico se ha identificado con la defensa a ul
tranza de un republicanismo arcaico en virtud de un mero decisio
nismo tico, al modo como despus tambin ocurri en la antro
pologa cultural de Arnold Gehlen
64
. A este respecto se puede
establecer una semejanza entre Ortega y el papel desempeado por
60
D. Hoeges ,
Niccol Machiavelli. Die Mach und der Schein,
C. H. Beck,
Mnchen, 2000.
61
K. Bracht,
Vollkommenheit und Vollendung. Zur Anthropologie des Metho-
dius von Olympus,
Mohr Siebeck, Tbingen, 2000.
62
G. A. Kennedy ,
Classical Rhetoric and its Christian and Secular Tradition
fron Ancient to Modern Times, University of North Caroline Press, Chapel Hill,
1999.
63
A. Lucarell i , Teorie del presidenzialismo. Fondam ento e modelli, Cedam,
Padova, 2000.
64
M. Ridley,
Die Biologie der
Tugend,
Ullstein, Berln, 1997.
685
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CARLOSORTIZ DE LANDZURI
Gehlen en la antropologa de entreguerras. Segn Ortega, Cicern
termin adoptando una postura conservadora de tipo reaccionario,
como si de este modo se pudiera recuperar la relacin natural que
la repblica romana inicialmente mantena con el mundo de la
vida
65
. En este contexto Ortega atribuye al cives ciceroniano un
papel similar al que la antropologa cultural de Gehlen atribuy al
hombre arcaico. En ambos casos la reflexin etymo-etiolgica
acerca del lenguaje permite recuperar unos usos sociales o institu
ciones naturales, a las que se atribuye una plena neutralidad y
eficacia para desempear determinadas funciones vitales, al menos
en el momento en que surgieron .
De todos m odos, hay una diferencia muy clara entre Gehlen y el
modo como Ortega interpreta a Cicern
67
. Para la tica de la virtud
ciceroniana el ejercicio de determinadas funciones vitales siempre
conlleva un proceso previo de reflexin sobre el mundo vital en
que se insertan, aunque despus se inmovilice este proceso en una
fase evolutiva inicial en virtud de una decisin injustificada
68
. Por
ello Cicern sigui otorgando a la tica de la virtud una funcin
reguladora del mundo de la vida, asignndole distintos fines insti
tucionales, incluida la regulacin de la propia repblica romana,
por tratarse de una condicin de sentido que impone el propio
mundo de la vida, segn la exgesis hermenutica clsica
69
. En su
opinin las distintas magistraturas republicanas pueden reivindicar
65
J . Ober , Political D issent in Dem ocratic Athens. Intellectual Critics of
Popular Rule, Princeton University Press, New Jersey, 1998.
66
D. Disterheft / M. Huid / J. Greppin / E. C. Polom (eds.),Part O ne: Ancient
Languages and Philology; Part Two: Mythology and Religin, Institute for the
Studies of Man, Washington, 1997.
67
M. Endress / N. Roughley (eds.),Anthropo logie und Mora l. Philosophische
und soziologische Perspektiven, Knigshausen und Neum ann, W rzburg , 2000 .
68
K. Bergd olt, Leib und Seele. Eine Kulturgeschichte des gesundes Lebens, C .
H. Beck, Mnchen, 1999.
69
A. Uhl , Servius ais Sprachlehrer. Zur Sprachrichtigkeit in der exegetischen
Praxis des spatantiken Gram matikerunterrichts,
Van denh oeck and Ruprecht,
Gottingen, 1998.
686
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CSAR FRENTE A CICERNEN LA REBELINDE LAS
MASAS
un saber reflexivo-crtico acerca de sus propios fines instituciona
les, siempre que el silogismo prctico aporte garantas de prueba
para garantizar una efectiva neutralidad y eficacia en la prosecu
cin efectiva de sus respectivos fines sin que su uso sea necesaria
mente arbitrario
70
. En cambio, Gehlen atribuye a las instituciones
la recuperacin del equilibrio perdido en el ejercicio de estas fun
ciones instintivas desinhibidas, introduciendo desde un principio
una creciente independencia respecto del mundo de la vida, aunque
en ningn caso aquella recuperacin pueda ya hacerse efectiva. De
este modo se logra una justificacin meramente mecnica o auto
mtica de la obligatoriedad moral, sin poder ya llevar a cabo una
reflexin previa sobre la validez de este mismo punto de partida
71
.
Por eso la antropologa cultural de Gehlen nunca puede dar lugar a
una autntica tica de la virtud, aunque tambin para Gehlen se
justifique este proceso de un modo decisionista
72
. En su opinin,
"una institucin es una forma de consolidacin e independizacin
de nuestro comercio activo con el mundo exterior y con los dems
capaz de darle a nuestro comportamiento un cariz de obligatorie
dad. Una institucin en este sentido es ya una cierta corresponden
cia entre diversas personas o [...] de un modo an ms elemental,
la forma adecuada de labrar una pieza en bruto convertida en un fin
en s mismo"
73
.
6. Las limitaciones del realismo poltico ciceroniano.
La rebelin de las masas
reconoce muchas de las virtualidades
del realismo poltico ciceroniano, aunque se rechace el arcasmo de
70
P. A. Rah e, Republics ancient and modera, Vols. I-III, University of North
Carolina Press, Chapel HU, 1994.
71
G. F. Mu nzel, Kant s Conception of Moral C haracter. The Critical link of
Morality, Anthropology and Reflective Judgment, Chica go Universi ty Press ,
Chicago, 1999.
72
G. Hottois , Essais de philosophie biothique et biopolitique, Vrin, Paris, 2000.
73
A. Gehlen ,
Urmensch und Spatkultur,
Bo nn, 1 956, 68 y 8. D . W elton (e
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CARLOS 0RT1Z DE LANDZURI
muchas de sus propuestas . Esta crtica se manifiesta especial
mente cuando Ortega hace notar la incapacidad de Cicern para
abrirse a un proyecto mundial verdaderamente integrador de las
distintas culturas y nacionalidades, a pesar de que en su poca ya
hubo proyectos de este tipo
75
. Segn Ortega, este rechazo cicero
niano se debi al mismo malentendido metodolgico que actual
mente tambin atenaza al hombre masa: la fijacin decisionista de
determinadas pautas de conducta, que pudieron ser vlidas en el
pasado, sin reflexionar sobre las nuevas exigencias que impone el
mundo de la vida
76
: "Esta incapacidad de todo grupo griego o
romano para fundirse con otros proviene de causas profundas que
no conviene perescrutar ahora, y que, en definitiva, se resumen en
una: el hombre antiguo interpret la colaboracin en que, quirase
o no, el Estado consiste, de una manera simple, elemental y tosca:
como dualidad de dominantes y dominados. A Roma le toca man
dar y no obedecer; a los dems obedecer y no mandar. De esta
suerte el Estado se materializa en el pomoerium,en el cuerpo urba
no que unos muros delimitan fsicamente"
77
.
De todos modosL a rebelind e las masasatribuye a Cicern un
realismo poltico muy distinto al defendido despus por Maquia-
velo en El Prncipe,o por Spengler enLa decadencia de occiden
te
18
, o por Toymbee enEstudio de
historia
19
o por Dawson en El
74
M. Rostovtzeff Gesellschafts- undWirtschaftsgeschichte der hellenistischen
Welt.
v. I:
D er politischen Entwicklung;
v. II:
Die R bmische Herrschsaft;
v. III:
Amm erkungen, Exkurs,1941, 1955, Primus, Darmstadt, 1998.
75
M. Schofield, Saving the City. Philosophy-Kings and Other Clasical
Paradigms, Routledge, London, 1999. F. W. Walbank, Die hellenistische Welt,
Deutscher Taschenbuch, Mnchen, 1994.
76
J. M. Cooper,R eason and Emotion. Essays on Ancient MoralPsychologyand
EthicalTheory,Princeton University P ress, Princeton, 1998.
77
J. Ortega y Gasset, La rebelin, 271. L. Burckhardt / U. Ungeru-Sternberg
(eds.),
Grosse Prozesse im AntikenAthen,C. H. Beck, Mnchen, 2000.
78
O. Spengler,La
decadencia
de occidente,Espasa-Calpe, Madrid, 1998.
79
A. Toymbee,
Estudiode historia,
Alianza, Madrid, 1998.
688
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CSAR
FRENTE A
CICERN
EN
LA REBELIN
DE
LASMASAS
origende Europa . En todos estos casos la defensa de un realismo
poltico condujo a una radicalizacin decisionista en el modo de
justificar determinadas instituciones naturales o usos sociales,
incluidas tambin la leyes de la lgica, las reglas del lenguaje o de
la retrica, sin admitir la posibilidad de justificar de otro modo
estos radicales de la cultura occidental
81
. Como hemos visto, el
realismo poltico de Cicern fue compatible con la referencia
etymo-etiolgica a una tica de la virtud o a un mundo de la vida
previo o a un logos universal, aunque despus quedar inmoviliza
do innecesariamente. Sin embargo, las formas modernas de realis
mo poltico radicalizaron an ms estas propuestas, al modo como
antes ya se ha indicado respecto de Maquiavelo o Gehlen
82
sin
llevar a cabo una reflexin sobre los propios presupuestos. Segn
este punto de vista, Occidente ha entrado en una fase epigonal,
donde ya no es posible justificar sus radicales culturales en nombre
de una tica de la virtud, como sigui pretendiendo Cicern
83
; o en
nombre de unos valores cristianos donde se fundament el orden
feudal, segn Dawson; o en nombre de un
telos
inmanente a la vida
poltica, como sigui postulando Maquiavelo; o en nombre de un
sentido trascendente de la historia, como sigui postulando el
poltico moral de Kant
84
; o en nombre de un instinto colectivo de
supervivencia, como sucedi en el poltico carismtico de Weber;
o en nombre de un eurocentrismo cultural, como ocurri en Spen-
gler
85
. En todos estos casos el realismo poltico justifica su opcin
80
C . D aw son , The Making of Europe. Introduction to the History o f European
Society, London, 1934.
81
C. Sartwe ll ,
End of Story. Toward an Annihilation of Language and History,
State University of New York Press, Albania, 2000.
82
W. Leidhold ,
Politik und Politeia,
Knigshausen und Neumann, Wrzburg,
2000.
83
P . P . Simpson, Vices, Virtues, and Consecuences. Essays in Moral and Politi-
cal Philosophy,
Catholic University of Am erica Press, Washington, 2001 .
84
K. Flickschuh ,
Kant and Modern Political Philosophy,
Cam bridge Universi ty
Press, Cambridge, 2000.
85
P. C. Ludz,
Spengler heute,
Beck, Mnchen, 1980.
689
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decisionista a favor de una determinada cultura o de un determina
do modo de hacer poltica, sin que sea posible justificar los presu
puestos de este tipo de procesos, por considerarlo como un hecho
en s mismo inevitable
86
. A partir de aqu Toymbee vaticin el paso
inexorable a una etapa postmoderna donde la cultura occidental
llegar a su fase final, sin poder garantizar tampoco el logro de un
futuro mejor dada nuestra incapacidad para recuperar las institu
ciones de un pasado cultural defintivamente perdido
87
. El juicio de
Ortega sobre Dawson a este respecto es muy claro:
"Sin embargo el libro de Dawson es insuficiente. Est escrito
por una mente alerta y gil, pero que no se ha liberado por
completo del arsenal de conceptos tradicionales en la historio
grafa, conceptos ms o menos melodramticos y mticos, que
ocultan, en vez de iluminarlas, las realidades histricas. Pocas
contribuiran a apaciguar el horizonte como una historia de la
sociedad europea, entendida como acabo de apuntar; una histo
ria realista, sin 'idealizaciones'"
88
.
Ortega rechaza el arcasmo conservador de todo este tipo de
planteamientos, al modo como ms recientemente tambin han
hecho notar Apel o Habermas. En su opinin, en todos estos casos
se recurre al mundo de la vida para defender distintos presupues
tos, como si el mundo de la vida estuviera determinado en sus
formas de configuracin interna, cuando de hecho est abierto a
una evolucin progresiva cuyo destino tampoco se puede prever
89
.
Ortega rechazar as el recurso ciceroniano a determinadas institu-
86
J. Jervis,Exploring the Modern,
Patterns
of
Western Culture
and Civilization,
Blackwell, Oxford, 1999.
87
B. Shore, Culture in Mind.Cognition, Culture, and the
Problem
of
Meaning,
Oxford University Press, New York, 2001.
88
J. Ortega y Gasset,La rebelin,309. S. Caldecott / J. Morill,Eternity in Time:
Cristopher Dawson and the catholic idea of History, Edinburgh University,
Edinburgh, 1997.
89
G. J. Russello (ed.),Christianity and EuropeanCulture. Selections from the
Work of Christopher Dawson,
The Catholic University of America Press, Wa
shington, 1998.
690
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CSAR FRENTE
A
CICERN EN
LA
REBELIN DE LAS MASAS
ciones arcaicas del mundo griego y romano, cuando ello inmovili
za la propia tica de la virtud que dice defender
90
. Sin embargo,
tambin es verdad que la postura de Ortega puede seguir adole
ciendo de un cierto arcasmo residual, cuando sigue justificando un
cierto aristocratismo, o un 'eurocentrismo', o un elitismo, sin
advertir que estas nociones mantienen una dependencia de un
mundo de la vida muy preciso, que lgicamente tambin puede
evolucionar
91
. O cuando sigue justificando con excesiva confianza
las ideas kantianas de la 'sociedad de naciones', de la opinin
pblica razonante, del cosmopolitismo, o del propio Estado de
derecho, cuando son nociones ancladas en un pasado histrico muy
preciso. Como han hecho notar recientemente Foucault
92
, Rorty
93
o
Habermas
94
, hoy da la recuperacin de estos ideales ilustrados
recuperacin se vuelve un sinsentido cuando se utilizan para justi
ficar un concepto de Estado o de Nacin ya pertenecientes al pasa
do.
De todos modos, siempre hay una diferencia muy clara entre
todos estos autores. Ortega siempre rechaza la identificacin del
mundo de la vida con un modo concreto de entender el realismo
poltico, al modo como ocurri en Maquiavelo, Spengler, Toym-
bee, Gehlen o Dawson, sin tampoco postular el logro de un ideal
utpico concreto, como pretenden Rorty y Habermas
95
. Segn
Ortega, el mundo de la vida es una realidad histrica cambiante,
sin poderse identificar con el presente, ni con un pasado ms o
menos remoto, ni con un futuro ms o menos utpico. En cualquier
caso el reconocimiento de su mediacin exige el cultivo progresivo
90
G. Maurach,
Geschichte der Rom ischen Philosophie. Eine Einfhrung,
Wissenschaftliche Buchgesellschaft, Darmstadt, 1997.
91
H. Joas,
The Gnesisof Vales,
University of Chicago Press, Chicago, 2001.
92
W. Detel, Mach, Moral, Wissen. Foucault und die klassischen Antike,
Suhrkamp, Frankfurt, 1998.
93
R. B. Brandom(e
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de una tica de la virtud para que el poltico no se vea superado por
los propios acontecimientos del mundo de la vida. De todos mo
dos,
siempre cabe preguntarse, el mtodo etymo-etiolgico de
La
rebelin de las m asas no supone una referencia a unos etymos o
instituciones originarias, anclados a su vez en el mundo de la vida,
cuya mediacin de algn modo es en s misma irrebasable?
96
.
7. La crtica del ideal imperial cesarista.
La rebelin de las m asas
tambin reconstruye el lugar que C
sar desempe en Roma, al modo como antes ocurri con Alejan
dro Magno en Grecia
97
. A este respecto la figura de Csar est
unida en el imaginario colectivo a la figura de un poder de decisin
ilimitado, incluida la propia divinizacin de la magistratura impe
rial, sin depender de unos usos sociales ni de un mundo de la vida
previo
98
. Al menos as ocurri con la magistratura imperial en
Roma, o con el cesaropapismo medieval, o con el poder del Le-
viatn en Hobbes", o con las distintas formas actuales de justifica
cin de la dictadura, del totalitarismo, o del autoritarismo, aunque
se traten de tres supuestos muy distintos
100
. Adems, el desarrollo
de las ciencias sociales ha fomentado un decisionismo metodolgi
co meramente residual, donde an cabe este tipo de justificacin
del uso del poder poltico, mediante mecanismos de accin inme-
96
G. Dux, Die Zeit in der Geschichte.- IhreEntwiklungslogik vom Mythos zur
Weltzeit,
Suhrkamp, Frankfurt, 1998.
97
J. G. Droysen,
Geschichte des
Hellenismus, v. I:
Geschichte Alexander des
Grossen;
v. II:
Geschichte der Diadochen;
v. III:
Geschichte der Epigonen,
Primus, Darmstadt, 1998.
98
J. A. Prades,
Lo sagrado. Del mundo arcaico a la modernidad,
Pennsula,
Barcelona, 1999.
99
G. Sorgi,
Thomas Hob bes e la fondazione della poltica moderna,
Giuffr,
Milano, 1999.
100
H. Arendt,
Los
orgenes
del
totalitarismo,
t. 1
:
3, Alianza, Madrid, 1998.
692
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DE
LAS
MASAS
diata, ya se legitimen en nombre de la eficacia o del propio xito.
Adems, en estos casos la ciencia social debe explicar el origen de
ciertos fenmenos histricos asumiendo la parte de responsabilidad
que le corresponde, sin poderse quedar al margen. En efecto, Max
Weber
101
, o Cari Schmitt justifican el recurso a una forma de legi
timidad carismtica que estaba basada en criterios de xito y en
otros mecanismos sociales muy conocidos. Sin embargo, Ortega
cuestiona estos procedimientos de forma genrica, aunque tuviera
ejemplos de otras dictaduras an ms cercanas de cuya efectividad
real tampoco duda
102
.
La rebelin de las masas
rechaza todas estas
formas de decisionismo metodolgico residual, cuando se justifi
can de un modo irreflexivo. La toma de decisiones slo se justifica
cuando se busca el logro de una forma ms alta de vida en comn,
que est basada en la prctica de la virtud y enraizada en el mundo
de la vida como en su opinin ocurri con el ideal imperial de
Csar o ms tarde Carlos V
103
.
En su opinin, Csar advirti desde un principio que el sistema
de eleccin defendido por Cicern era ya arcaico
104
. En su opinin,
era necesario una nueva forma de ejercicio del poder que se amol
dara mejor a los proyectos supranacionales que el Imperio Romano
ya estaba llevando a cabo en el mundo de la vida
105
. Con este fin
Csar se dej guiar por una forma de silogismo prctico, que est
basado en un tipo de certezas prcticas tomadas del mundo de la
vida, sin tampoco hacer de ellas un uso necesariamente irresponsa-
101
S. Turn er (ed.) ,
The Camb ridge Com panion to Weber,
Cambridge Univers ity
Press , Cambridge, 2000.
102
J. Freu nd, // terzo, il nemico , il conflitto. M ateriali per u na teora del Poltico,
Giuffr, Milano, 1995.
103
L . Schorn-Scht te , Karl V. Kaiser zwischen Mittelalter und Neuzeit, C. H.
Beck, Mnchen, 2000.
104
C. Meier, Res publica amissa, Suhrkamp, Frankfurt ,
3
1997.
105
K. Reinhardt,
Vermachtniss der Antike. Gesam melte Essays zur Philosophie
und Geschichtsschreibung,
Van denho eck and Ruprecht, Gtting en, 1998.
693
-
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CARLOS ORTIZ DE LANDZURI
ble, al menos segn Ortega . Csar en este sentido tom decisio
nes muy importantes con este fin: por ejemplo, la conquista de las
Galias. En ningn caso se someti a las antiguas demarcaciones
geogrficas del republicanismo arcaico defendido por Cicern
107
.
Ms bien Csar introdujo otras magistraturas de orden imperial que
pretendan garantizar la neutralidad y eficacia de sus decisiones,
sin necesidad de remitirse a las magistraturas delpomoerium ro
mano
108
. Sin embargo, para Ortega no hace falta recurrir a un deci-
sionismo metodolgico para justificar estas magistraturas, como en
su opinin ocurre en Weber, Schmitt
109
o Dawson. Segn Ortega,
el proyecto poltico de Csar estaba guiado por una reflexin de
tipo prctico, que estaba a su vez fundada en las exigencias prcti
cas del mundo de la vida, controladas a su vez por distintos tipos
de magistraturas creadas ex professo para tal fin
110
. Csar no fue un
lder carismtico decisionista, como el defendido por Max Weber,
ni pretendi una justificacin de la dictadura, como la propuesta
por Cari Schmitt
111
. En su caso nunca otorg a los etymoso 'usos'
sociales ms valor etiolgico del que originariamente tenan, aun
que posteriormente les diera un mayor alcance: de ser magistratu
ras republicanas pasaron a tener el rango de magistraturas impe
riales,
con un mbito de competencias especficamente distinto,
aunque la funcin desempeada aparentemente siguiera siendo la
106
M. Blobel, Polis und Kosmopolis, Konigshausen und Neumann, Wurzburg,
1999.
107
C. J. Glacken,
Histoire de la pense
gographique, v. I:
VAntiquit,
CTHS,
Paris,
2000.
108
C. Lepelley, Rom und das Reich in der Hohen Kaiserzeit,44v. Chr.-260 n.
Chr., v. II:Die
regionen
des Reiches,K. G. Saur, Mnchen, Leipzig, 2 001 .
109
A de Simone,Senso e razionalita. M ax Webere il nostro lempo,QuatroVenti,
Urbino, 1999. R. Cristi,
Cari Schmitt and
authorian
liberalism,
Wales University,
Cardif
1999.
110
J. Ortega y Gasset,La rebelin,257-262. G. Heldmann,Marchen undMythos
in der
Antike? Versuch einerStandortbestimmung,Saur, Mnchen, Leipzig, 2000.
111
Z. Norkus,M ax Weber und Rational Cholee,Metrpolis, Marburg, 2000. C .
Schmitt,
La dictadura,
Alianza, Madrid, 1999.
694
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misma. Csar fue, a los ojos de Ortega, un autntico innovador
112
,
aunque no por eso se libra de una posible crtica. En su opinin,
"La anticipacin de un nuevo Estado fue excesiva [...]. En este
sentido el Estado empieza cuando se obliga a convivir a grupos
nativamente separados. Esta obligacin no es desnuda violen
cia, sino que supone un proyecto iniciativo, una tarea comn
que se propone a grupos dispersos. Antes que nada, es el Estado
un proyecto de un hacer y programa de colaboracin. Se llama a
las gentes para que juntas hagan algo [...]. Pero pronto adverti
remos que esa agrupacin humana est haciendo algo comunal
[...]. Cuando ese impulso haca el ms all cesa, el Estado au
tomticamente sucumbe"
113
.
En cualquier caso, Csar se precipit al iniciar un proceso de
apertura supranacional, que pronto se interrumpi. No advirti que
el ejercicio del poder poltico debe ejercerse mediante un proceso
reflexivo previo, que evite los residuos de decisionismo, que a su
vez genera la precipitacin
114
. Por ello los esquemas de accin
colectiva se deben subordinar a un control supraindividual guiado
por el silogismo prctico, a fin de garantizar su correcta insercin
en el mundo de la vida del que dependen, como de hecho peridi
camente ocurre en cualquier sistema democrtico
115
. Segn Ortega,
este es el nico modo como las diversas instituciones civiles pue
den ejercer una funcin reguladora del mundo de la vida, sin ser
arbitrarias, ni tampoco contraproducentes, a pesar de tener origen
en decisiones humanas, como de hecho ocurre en el derecho y la
jurisprudencia
116
.
112
I . Ta p p e n b e c k ,
Phantasie und Gesellschaft,
Knigshausen und Neumann,
Wurzburg, 1999.
113
J. Orteg a y Gasset, La rebelin, 264-265. G. Agamben, Homo sacer. El poder
soberano y la nuda vida, Pre-textos, Valencia, 1999.
114
M. Clauss , Kaiser und Gott. Herrschefkultur in romischen Reich, Teubner,
Stuttgart, 1999.
115
W. Kymlicka , States, Nations and Cultures, Van Gorcum, Amsterdam, 1997.
116
J . Ortega y Gasset, La rebelin, 265 y ss . H. Maccoby, L executer sacre. Le
sacrifice humain et le legs de la culpabilit, Cerf Pars, 1999.
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CARLOS ORTIZ DE IANDAZURI
8. Hacia una complementariedad entre Csar y Cicern.
Ortega se anticip en muchas cuestiones a estas distintas formas
de evitar el residuo decisionista que se hizo presente en la sociolo
ga contempornea, especialmente con posterioridad a Max Weber.
Sin embargo, aport un modelo concreto de complementariedad
que permita evitar una solucin en falso de este tipo de problemas?
Por ejemplo, el 'republicanismo contemporneo' ha terminado
aceptando una posible articulacin entre la nocin de comunidad
originaria y las diversas formas de sociedad, o asociacin de tipo
secundario, o incluso supracomunitario, como resultado del actual
proceso de globalizacin del mundo vital, a pesar de que ambas
nociones quedan profundamente transformadas. Segn el 'republi
canismo contemporneo' ambas nociones se implican en los dis
tintos niveles de toma de decisiones, articulndose segn grados de
racionalidad, aunque en cada caso impliquen dos modos de hacer
poltica muy distintos: el carismtico o presidencialista y el partici
pad vo o comunitarista
117
. De ah, la necesidad de remitirse a una
jerarqua de fines, que a su vez est sobreentendida como un pre
supuesto implcito de toda accin social, segn esa accin tenga
una motivacin solidaria o claramente competitiva, o dirigida
exclusivamente a la lucha por la supervivencia. De todos modos,
resulta difcil evitar estos residuos de decisionismo que inevita
blemente se hacen presente en la teora de las instituciones, ya
tenga un origen utpico, arcaico o se justifiquen de un modo
egosta e insolidario. De todos modos consigui Ortega evitar
estas paradojas?
118
Ortega localiza un principio bsico que garantiza el correcto
planteamiento del problema, aunque lgicamente despus admite
muchos niveles de respuesta. El principio de solidaridad con el
extrao es uno de los principios bsicos que inspiran La rebelin
117
D. Dring, (Hrsg), Sozialstaat in der Globalisierung, Suhrkamp, Frankfurt,
1999.
118
Fernando Inciarte,
Liberalismoy republicanismo,
Eunsa, Pamplona, 200 1.
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CSAR FRENTE A CICERN
E N
LA REBELIN
DE
LAS
MASAS
de las masas
11 9
. Si el hombre masa se deja llevar por un decisio-
nismo metodolgico es por olvidar este principio bsico. "[El
hombre masa] no advierte que el mundo de la vida exige una con
tinua apertura an ms generosa a esta solidaridad con el extrao.
Por este mismo motivo el mundo griego y romano se cerr a pro
yectos colectivos an ms ambiciosos, donde fuera posible una
convivencia pacfica entre todos"
120
. Si posteriormente se sigue
recurriendo a la raza, la lengua o el territorio para justificar el
origen del Estado, o las diversas nacionalidades, es simplemente
como forma de expresar un anhelo de unidad ms profundo, que
era impensable en las culturas antiguas, por las razones ya di
chas
121
.
"El Estado nacional se encontr siempre, en su afn de
unificacin, frente a muchas razas y muchas lenguas, como con
otros tantos estorbos. Dominados estos enrgicamente, produjo una
relativa unificacin de sangres e idiomas que sirvi para consolidar
la unidad"
122
.
Los problemas a Ortega, de todos modos, le vienen por otro la
do.
Su teora slo se refiere al Estado nacional, o en todo caso a
una Europa de las Patrias, o multinacional, cuando hoy el as lla
mado fenmeno de la globalizacin nos exige abordar otro tipo de
proyectos an ms supracomunitarios
123
. A este respecto su pro
puesta adolece de un dficit institucional supracomunitario, que se
hace ms acusado cuando se aplica el principio de plenitud: segn
el cual, la llegada de cualquier forma de organizacin superior
supone una cierta supresin, o al menos transformacin, de la
forma de organizacin antigua
124
. Por ello llega a decir: "Ya no hay
119
J . Haberm as,
Die Einbeziehung des Anderen,
Suhrkamp, Frankfurt, 1999.
120
M. Hossenfe lder ,
Antike Glckslehrem. Quellen in deutscher bersetzung,
Alfred Krner, Stuttgart, 1996.
121
R. Poole , Nation and ldentity, Routledge, London, 1999.
122
J . Ortega y Gasset, La rebelin, 269 . W . Kym licka , States, Nations and
Cultures,
Van Gorcum, Amsterdam, 1997.
123
K. O. Apel / H. Burkhart , Prinzip Mitverantwo rtung. Grund lagen fr Ethik
und Padagogik, Knigshausen und Neum ann, W rzburg, 200 1.
124
K. Albert / E. Ja in, Philosophie ais Form des Lebens. Z ur ontologischen
Erneuerung der Lebensphilosophie,
Alber, Freiburg, 2000 .
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CARLOS ORTIZ DE LANDAZUR1
plenitud de los tiempos, porque esto presupone un porvenir claro,
prefijado, inequvoco, como era el del siglo XIX"
125
. De todos
modos, Ortega es perfectamente consciente de esta dificultad, y
trata de evitar que este cambio de horizonte teleolgico pueda
generar una situacin de indefensin an ms contraproducente en
el mundo de la vida. Con este fin quita del Estado nacional toda
connotacin particularista, utilizndolo como una herramienta que
permite justificar el paso haca un nuevo tipo de organizacin
supracomunitaria an ms amplia
126
. 'Tendencia poltica tal [el
Estado nacional] avanzar inexorablemente hacia unificaciones
cada vez ms amplias, sin que haya nada que en principio la deten
ga"
127
. De todos modos, es evidente que hoy por hoy se carece de
un desarrollo institucional adecuado para poder dar este paso, dado
que las organizaciones internacionales existentes solo responden a
necesidades coyunturales para mantener el llamado status quo
m
.
En su lugar Ortega propone ms bien la aparicin de una nueva
corriente universalista, supranacional o nacionalizadora, que se
oponga a la corriente particularista, o simplemente nacionalista
129
.
"El nacionalismo es siempre un impulso en direccin opuesta al
impulso nacionalizador. Es exclusivista, mientras que ste es inclu-
sivista"
130
.
125
J. Ortega y Gasset, La rebelin,280. E. Harcourt (ed.),M orality, Reflection
andIdeology,Oxford University, Oxford, 2000.
126
P. Easigwood / K. Gross / L. Hunter (eds.), Difference and Community,
Rodopi, Amsterdam, 1996.
127
J. Ortega y Gasset, La rebelin, 283. W. Reinhard, Geschichte der
Staatsgewalt,
C. H. Beck, Mnchen, 1999.
128
H. M. Hurd,Moral
Combat,
Cambridge University
Press,
Cambridge, 1999.
129
T. Greven / O. Jarasch (eds.), Fr eine lebendige Wissenschaft des
Politischen,Suhrkamp, Frankfurt, 1999.
130
J. Ortega y Gasset,La rebelin,282. H. Joas,E l principiode la vida. H acia
unabiologailosfica,Trotta, Madrid, 2000.
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CSAR FRENTE
A
CICERN EN LA REBELIN DE LAS MASAS
9. Conclusin: son compatibles Csar y Cicern?
Ortega admite una posible complementariedad entre Csar y
Cicern, aunque posiblemente nunca dejaron de serlo. El propio
Cicern reserv un lugar a Csar en su teora poltica cuando se
refiere a un
Princeps
131
, o Prncipe, al que otorga poderes extra
ordinarios, sin ser meramente un primus nter pares. De todos
modos, las propuestas de Ortega fueron anticipadoras y poco ha
bituales, especialmente si las comparamos con los desarrollos del
republicanismo contemporneo posterior
132
. Ortega supo ver con
gran clarividencia los problemas que se deba plantear la teora
poltica en el final de una poca y en el inicio de la as llamada
postmodernidad. De algn modo, la postmodernidad se volvi a
plantear un tipo de problemas que ya se hicieron presentes en la
filosofa clsica, como es este dilema ahora planteado entre Csar o
Cicern
133
. Segn Ortega, las viejas formas de hacer poltica deben
dar entrada a nuevas formas de convivencia compartida, si verda
deramente se quieren evitar los efectos an ms contraproducentes
que genera la aparicin del hombre masa, o an antes el hombre
arcaico
134
. En este sentido
La rebelin de las masas
constituye un
alegato histrico acerca de los epgonos de la cultura europea, en
unos momentos decisivos de ruptura y trnsito hacia una poca
nueva
135
. Nos vuelve a enfrentar a un viejo problema bastante
similar al que tuvo que hacer frente Cicern, o an antes la tica
griega, aunque fuera en unas circunstancias muy distintas a las
131
N. Wood, Cicero s social andpolitical Thought, California University Press,
Berkeley, 1988.
132
C. Orrego, "Cicern descuartizado",AnuarioFilosfico,vol. XXXIV/2, 200 1,
395-432.
133
C. Habicht,Cicero, the Politician, John Hopkins University Press, Baltimore,
1990.
134
M. Franz, Von Gorgias bis Lukrez, Antike sthetik und Poetik ais verglei-
chendenZeichentheorie,Akademie, Berln, 1999.
135
H. Pena-Ruiz, Le reman du monde. Lgendes philosophiques.Flamm arion,
Paris, 2001.
699
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CARLOS
ORTIZ
DE LANDZURI
nuestras
136
. Sus propuestas merecen al menos un mnimo de re
flexin, en este ao ya cercano al veintin centenario de Cicern, y
ya pasado el quinto centenario de Carlos V, aunque hoy da resul
ten en muchos aspectos insuficientes
137
.
Carlos Ortiz de Landzuri
Departamento de Filosofa
Universidad de Navarra
31080 Pamplona Espaa
136
M. C. Nussbaum,
The Fragility of
Goodness,
Luck and Ethics in Greek
Tragedy
a nd
Philosophy,Cambridge University Press, Cambridge, 2001.
137
Kohler, A.
Karl V. 1500-21558. Eine Biographie,
C. H. Beck, Mnchen,
1999.
mailto:[email protected]:[email protected]