3. boundless cynthia hand

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Esta traducción fue hecha sin fines de lucro.

Es una traducción de fans para fans.

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Staff Moderadoras: Luna West & Deydra Eaton

Traductoras: Luna West

Deydra Eaton

Liz Holland

Nico Robin

Amy

Chachi

Eugene

BeaG

Karlamirandar

Aa.tesares

Coraldone

Melody

SomerholicSwiftie

Juli

Majo_Smile

CrisCras

Christicki

Aileen

Hermanaoscura

Anelynn

Val_17

Vero

Vaanicai

Chubasquera Acl

Mel Cipriano

Correctoras: Melii

Alaska Young

Juli

BlancaDepp

itxi

chachii

Maarlopez

Vericity

Elena_Verlac

Violet~

Innogen D.

MaryJane♥

Lalu♥

ladypandora

aimetz14

Findareasontosmile

Verito

Lectura Final: Mel Markham

Diseño: Francatemartu

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Índice Sinopsis

Epígrafe

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Epílogo

Sobre el autor

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Sinopsis Los últimos años le trajeron a la mitad ángel, Clara Gardner, más

sorpresas de las que nunca podía haber previsto. Pero a través de la vertiginosa altura del primer amor a la agonizante bajeza de perder a

alguien cercano a ella, la única cosa que ya no podía negar era que nunca tuvo la intención de tener una vida normal.

Desde que descubrió el papel especial que juega entre los otros

ángeles de sangre, Clara ha decidido proteger a Tucker Avery del mal que la persigue… incluso si esto significa romper sus corazones. Dejar la ciudad parecía la mejor opción, así que se dirigió a California —y también

Christian Prescott, el chico irresistible de la visión que la inició en este camino en primer lugar.

Mientras Clara se abre paso en un mundo que es terriblemente nuevo, descubre que el ángel caído que la atacó está observando todos sus movimientos. Y no es el único… Con la batalla contra los Alas Negras

avecinándose, Clara sabe que finalmente tiene que cumplir su destino. Pero no vendrá sin sacrificios y traición.

En el fascinante final de la serie Unearthly, Clara debe elegir su destino de una vez por todas.

El Designio del Ángel, #3

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Epígrafe

Él quien, desde una zona a otra,

Guía a través del infinito cielo tu determinado vuelo,

En el largo camino que tengo que recorrer solo,

Guiara mis pasos correctamente.

—William Cullen Bryant

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Prólogo Traducido por Mery St. Clair

Corregido por Melii

La primera cosa que advierto es la oscuridad. Como si alguien hubiera apagado las luces. Entorno los ojos hacia la profunda oscuridad, tratando de ver algo, cualquier cosa, pero mis ojos no se ajustan.

Tentativamente, siento el suelo con mi piel, el cual es curiosamente inclinado, como si la habitación estuviera ladeada. Doy un paso atrás y mi pierna choca contra algo duro. Me detengo. Intento recuperar el equilibrio.

Escuchar.

Hay voces, voces tenues, en algún lugar sobre mí.

Aún no sé de qué se trata esta visión, ni donde estoy o qué se supone que deba hacer o de quién debo ocultarme. Pero si sé esto: Estoy escondida.

Y algo terrible ha sucedido.

Es posible que esté llorando. Mi nariz moquea, pero no intento

limpiarla. No me muevo. Estoy asustada. Podría llamar a la seguridad de la Gloria, creo, pero si lo hiciera me encontrarían. En su lugar, cierro mis manos en puños para detener el temblor. La oscuridad se cierra,

tragándome, y por un momento peleo contra la urgencia de llamar la Gloria tan fuerte que mis uñas se rompen contra la superficie de mis palmas.

Mantente quieta, me digo a mi misma. Mantente quieta.

Permito que la oscuridad me trague por completo.

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1 Bienvenida a la granja

Traducido por Liz Holland & Nico Robin

Corregido por Alaska Young

—¿Cómo lo llevas, Clara?

Vuelvo a mí misma en el centro de la habitación, un montón de

revistas viejas están esparcidas alrededor de mis pies, las cuales debo de haber dejado caer cuando la visión me golpeó. Mi respiración está todavía congelada en mis pulmones; mis músculos tensos, como si estuviera

preparándome para correr. La luz que entra por la ventana hace que me duelan los ojos. Parpadeo hacia Billy, que está apoyada en el marco de mi puerta y me ofrece una sonrisa comprensiva.

—¿Qué pasa, chica? —pregunta cuando no respondo—. ¿La visión te ha derribado?

Trago saliva.

—¿Cómo lo sabes?

—Yo también las tengo. Además, la mayor parte de mi vida he estado

alrededor de personas que tienen visiones. Reconozco la cara post-visión. —Pone las manos en mis hombros y se sienta conmigo en el borde de mi cama. Esperamos hasta que mi respiración se calma—. ¿Quieres hablar de

ello? —pregunta.

—No hay mucho todavía —le digo. He estado teniendo esta visión

durante todo el verano, desde que estuve en Italia con Angela. Hasta ahora no ha habido mucho más que oscuridad, terror, un extraño suelo inclinado—. ¿De todos modos debería decírtelo?

Billy niega con la cabeza. —Puedes hacerlo si quieres, si te ayuda a sacarte un peso de encima. Pero, en mi opinión, las visiones son

personales, para ti y sólo para ti.

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Me alivia saber que es tan despreocupada sobre esto. —¿Cómo lo

haces? —pregunto después de un minuto—. ¿Cómo sigues viviendo de manera normal cuando sabes que algo malo va a pasar?

Hay dolor en su sonrisa. Pone su cálida mano morena sobre la mía. —Aprendes a encontrar tu felicidad, chica —dice—. Descubres las cosas que dan significado a tu vida, y te aferras a ellas. E intentas dejar de

preocuparte por aquellas que no puedes controlar.

—Es más fácil decirlo que hacerlo. —Suspiro.

—Se necesita práctica. —Me da una palmada en el hombro y lo

aprieta—. ¿Estás bien ahora? ¿Preparada para seguir balanceándote?

Le doy una débil sonrisa.

—Sí, señora.

—Está bien, entonces, manos a la obra —dice bromeando. Vuelvo a empacar, que es lo que hacía antes de que la visión me golpeara, y Billy

agarra una pistola de cinta adhesiva y comienza a sellar las cajas terminadas—. ¿Sabes? Hace tiempo ayudé a tu madre a empacar para ir a

Stanford. 1963. Éramos compañeras de habitación, vivíamos en San Luis Obispo, en una casita junto a la playa.

Voy a extrañar a Billy, pienso mientras ella continúa. La mayor parte

del tiempo cuando la miro, no puedo dejar de ver a mamá, no porque se parezcan, siendo altas y hermosas, sino porque, como la mejor amiga de ella por los últimos cien años, Billy tiene millones de recuerdos como este

de Stanford, historias divertidas y tristes, momentos en que mi madre se hizo un mal corte de cabello o cuando incendió la cocina intentando hacer

plátanos flambeados o cuando fueron enfermeras en la Primera Guerra Mundial y mamá salvó la vida de un hombre con nada más que una horquilla y una banda de goma. Pasar tiempo con Billy es lo segundo

mejor después de estar con mamá. Es como si, por esos pocos minutos, cuando está contando las historias, mamá estuviese viva otra vez.

—Oye, ¿estás bien? —pregunta Billy.

—Ya casi he terminado. —Toso para disimular mi voz ahogada, y luego doblo la última sudadera, la meto en una caja, y echo un vistazo

alrededor. Incluso aunque no he empacado todo, aunque he dejado los posters en las paredes y algunas de mis cosas, mi habitación se ve vacía, como si ya me hubiese mudado de este lugar.

No puedo creer que, a partir de mañana, no vaya a vivir aquí.

—Puedes venir a casa siempre que quieras —dice Billy—. Recuerda

eso. Esta es tu casa. Sólo llama y dime que estás en camino y vendré corriendo para poner sábanas nuevas en la cama.

Acaricia mi mano y luego baja para cargar cajas en su camioneta.

También conducirá mañana a California, mientras la mamá de Angela,

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Anna, y yo la seguimos con mi coche. Salgo al pasillo. La casa está en

silencio, pero también parece tener algo de energía, como si estuviera llena de fantasmas. Me quedo mirando la puerta cerrada de Jeffrey. Él debería

estar aquí. Tendría que haber comenzado su tercer año en la Escuela Secundaria Jackson Hole. Debería estar bien metido en las prácticas de fútbol y sus repugnantes batidos de proteínas de la mañana y toneladas de

apestosos calcetines de gimnasia sin pareja en el cesto de la ropa sucia. Yo debería ser capaz de ir a su puerta ahora mismo para golpear y oírle decir: Vete, pero entraría de todas formas, y entonces me miraría desde su

ordenador y tal vez bajaría el volumen de su palpitante música un tono o dos, sonreiría, y diría: ¿Todavía no te has ido?, y tal vez pensaría en algo

inteligente para responderle, pero al final los dos sabríamos que me extrañaría. Y yo también.

Lo extraño.

Golpean en la puerta principal. —¿Esperas compañía? —grita Billy.

Me doy cuenta del sonido de un coche subiendo por la calzada. —No

—le contesto gritando—. ¿Quién es?

—Es para ti —dice.

Bajo por las escaleras.

—Oh, bien —dice Wendy cuando abro la puerta—. Temía que te hubieras ido.

Instintivamente miro alrededor buscando a Tucker, con mi corazón haciendo un pequeño baile estúpido.

—No está aquí —dice Wendy dulcemente—. Él, eh…

Oh. No quería verme.

Intento sonreír mientras algo en mi pecho se aprieta dolorosamente.

Claro, pienso. ¿Por qué querría verme? Rompimos. Está siguiendo adelante.

Me obligo a enfocarme en Wendy. Sostiene una caja de cartón contra su pecho como si tuviera miedo de que pudiera alejarse flotando de ella.

Cambia su peso de una pierna a otra.

—¿Qué pasa? —pregunto.

—Tenía algunas de tus cosas —dice—. Mañana me voy a la universidad, y yo… yo pensé que podrías quererlas.

—Gracias. Yo también me voy mañana —le digo.

Una vez, cuando su hermano y yo salimos por primera vez, Wendy me dijo que si le hacía daño a Tucker, me enterraría en estiércol de caballo. Desde que rompimos, una parte de mí ha estado esperando que

apareciese aquí con una pala y me golpeara en la cabeza con ella. Una parte de mí piensa que tal vez me lo merezco. Aun así, aquí está viéndose

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frágil y esperanzada, como si me hubiese extrañado este verano. Como si

todavía quisiera ser mi amiga.

—Gracias —digo de nuevo. Sonrío y alcanzo la caja. Me devuelve una

sonrisa tímida y me la entrega. Dentro hay un par de DVDs, revistas, mi manoseada copia de Vampire Academy y otros pocos libros, un par de zapatos de vestir que le presté para la graduación.

—¿Cómo estuvo Italia? —pregunta mientras dejo la caja en el suelo junto a la puerta—. Recibí tu postal.

—Estuvo hermoso.

—Seguro —dice con un suspiro de envidia—. Siempre he querido viajar de mochilera por Europa. Quiero ver Londres, Paris, Viena… —

Sonríe—. Oye, ¿qué tal si me enseñas tus fotos? Me encantaría verlas. Si tienes tiempo.

—Um, claro. —Subo corriendo las escaleras para agarrar mi portátil,

entonces me siento con ella en el sofá del salón y miramos las fotos del verano, su hombro presionando el mío mientras vemos fotos del Coliseo,

los arcos romanos, las catacumbas, la Toscana con sus viñedos y colinas, Florencia, yo haciendo esa tonta pose de “estoy levantándola” en la Torre Inclinada de Pisa.

Y luego parpadea hasta una foto de Angela y Phen en la parte superior de San Pedro.

—Espera, vuelve atrás —dice Wendy mientras la paso.

De mala gana, pulso el botón para que vaya hacia atrás.

—¿Quién es ese? —pregunta.

Lo entiendo. Phen es guapo. Hay algo magnético en esos ojos marrones, la perfección varonil de su rostro y todo eso, pero vamos. No Wendy también.

—Sólo un tipo que conocimos en Roma —le digo. Eso es lo más cercano a la verdad que puedo decir sin entrar en los detalles sangrientos

de Angela y su secreto jura que no se lo dirás a nadie, Clara novio. Quien es, según ella, sólo un rollo de verano. Ha estado toda ¿Phen? ¿Quién es Phen? desde que volvimos a Wyoming, como si ni siquiera hubiera conocido al tipo.

—¿Te he dicho que quiero ir a Italia? —dice, alzando las cejas—.

Guau.

—Sí, allí hay un montón de chicos calientes —admito—. Por

supuesto, después se convierten en hombres de mediana edad con barriga cervecera, trajes de Armani, cabello peinado hacia atrás y que te miran como diciendo ¿Cómo estás? —Le doy mi mejor sonrisa de italiano

pervertido, subo la barbilla y echo le un beso en el aire.

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Se ríe.

—Qué asco.

Cierro el portátil, contenta de haber cambiado la conversación de

Phen.

—Así que eso era Italia. —Me doy una palmada en la barriga—. He ganado más de dos kilos en pasta.

—Bueno, de todas formas eras demasiado delgada —dice Wendy.

—Vaya, gracias.

—Odio ser una aguafiestas, pero debería irme —dice—. Tengo

montones de cosas que hacer en casa antes de mañana.

Nos levantamos, y me vuelvo hacia ella, emocionada al instante ante

la idea de despedirnos.

—Te va a ir genial en Washington, tendrás todo tipo de diversión y te convertirás en la mejor veterinaria de todos los tiempos, pero voy a echarte

tanto de menos —digo.

Sus ojos también tienen lágrimas.

—Nos veremos en las vacaciones, ¿verdad? Siempre puedes mandarme un email, ya sabes. No seas una desconocida.

—No lo seré. Lo prometo.

Me abraza.

—Adiós, Clara —susurra—. Cuídate.

Cuando ya se ha ido, recojo la caja, la llevo a mi habitación, y cierro

la puerta. Vuelco la caja en mi cama. Allí, entre las cosas que le presté a Wendy, encuentro algunas cosas de Tucker: un cebo de pesca que le

compré en una tienda de trastos en Jackson —lo llamó su cebo Zanahoria favorito—, una flor salvaje prensada de una de las coronas de flores que solía hacer para mi cabello, un CD de mezclas que le hice el año pasado,

lleno de canciones sobre vaqueros, volar y el amor, que escuchó un montón de veces a pesar de que debía pensar que era cursi. Lo está

devolviendo todo. Odio lo mucho que me duele, lo mucho que todavía me aferro a lo que teníamos, así que pongo de nuevo todas las cosas con cuidado en la caja, la sello con cinta adhesiva y la deslizo en las sombras

de la parte de atrás de mi armario. Y digo adiós.

Clara.

Oigo la voz en mi cabeza, llamándome, antes de oírla en voz alta.

Estoy de pie en el patio de la Universidad de Stanford, en medio de más de mil quinientos estudiantes de primer año emocionados y sus padres, pero

lo oigo alto y claro. Me abro paso entre la multitud, buscando su ondulado cabello oscuro, el destello de sus ojos verdes. Entonces de repente se abre

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una brecha entre la gente a mi alrededor y lo veo, a unos seis metros de

distancia, dándome la espalda. Como de costumbre. Y como de costumbre, es como una campana tintineando dentro de mí con una especie de

reconocimiento.

Pongo las manos alrededor de mi boca y grito—: ¡Christian!

Se da la vuelta. Nos acercamos el uno al otro a través de la multitud.

En un instante estoy a su lado, sonriéndole, casi riendo porque se siente tan bien estar juntos de nuevo después de tanto tiempo.

—Hola —dice. Tiene que hablar casi gritando para hacerse oír entre

las personas que nos rodean—. Es fantástico encontrarte aquí.

—Sí, es fantástico.

No me doy cuenta de cuánto lo extrañé hasta este mismo momento. Estaba tan ocupada extrañando a otras personas —mi mamá, Jeffrey, Tucker, papá— atrapada en lo que dejaba atrás. Pero ahora… es como

cuando una parte de ti deja de doler y de repente eres tú misma otra vez, sana y entera, y solo entonces entiendes que has estado sintiendo dolor

por un tiempo. Extrañaba su voz en mi cabeza, en mis oídos. Extrañaba su cara. Su sonrisa.

—Yo también te extrañé —dice, inclinándose para decirlo en mi oído

y así pueda escucharlo por encima del ruido.

Su cálido aliento en mi cuello me hace temblar. Doy un paso atrás con torpeza, de pronto consciente de mí misma. —¿Qué tal te fue en el

medio de la nada? —Es todo lo que se me ocurre decir.

Su tío siempre lo lleva a las montañas durante el verano, pasa todo

el tiempo entrenando muy duro, lejos del internet, la televisión y cualquier otra distracción, y le hace practicar llamar la gloria, volando y todas las demás habilidades angelicales. Christian lo llama su “prácticas de verano”,

actúa como si sólo estuviera a un paso del campo de entrenamiento del ejército.

—La misma vieja rutina —informa—. Walter estaba aún más intenso este año, si puedes creerlo. Me levantaba al despuntar el amanecer casi todos los días. Me entrenó como a un perro.

—¿Por qué? —empiezo a preguntar, entonces lo pienso mejor. ¿Para qué te está entrenando?

Sus ojos se ponen serios. Te lo diré más tarde, ¿está bien?

—¿Qué tal Italia? —me pregunta en voz alta, porque a la gente le parecerá raro si estamos aquí parados uno frente al otro, sin decir nada,

mientras estamos teniendo toda una conversación en nuestras cabezas.

—Interesante —digo. Lo que tiene que ser el eufemismo del año.

Angela elige ese momento para aparecer a mi lado.

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—Hola, Chris —dice, levantando la barbilla a modo de saludo—.

¿Cómo te va?

Él hace un gesto a la multitud de estudiantes de primer año

excitados pululando a nuestro alrededor.

—Creo que la realidad de que voy a estudiar aquí está empezando a asentarse.

—Sé lo que quieres decir —dice—. Tuve que pellizcarme cuando condujimos por Palm Drive. ¿En qué dormitorio estás?

—Cedro.

—Clara y yo estamos en Roble. Creo que eso es al otro lado del campus para ti.

—Lo es —dice—. Lo chequé.

Está contento de que terminó en un dormitorio del otro lado del campus, lo entiendo mientras lo miro. Porque pensó que no me gustaría

que estuviera siempre alrededor, recogiendo los pensamientos al azar de mi cerebro. Me quiere dar un poco de espacio.

Le envío el equivalente mental a un abrazo, que lo sorprende.

¿Por qué fue eso?, pregunta.

—Necesitamos bicicletas —dijo Angela—. Éste campus es tan

grande. Todo el mundo tiene bicis.

Porque me alegro de que estés aquí, le digo a Christian.

Me alegro de estar aquí.

Me alegra que te alegre estar aquí.

Sonreímos.

—Oigan, ¿están haciendo otra vez esa cosa mental? —pregunta Angela y, a continuación, lo más fuerte que puede, piensa: Porque es tan molesto.

Christian lanza una risa de sorpresa. ¿Desde cuándo puede hablar telepáticamente?

Desde que le he estado enseñando. No tenía nada que hacer en un vuelo de once horas.

¿De verdad piensas que es una buena idea? Ella es lo suficientemente fuerte… Está bromeando, pero puedo decir que no ama la idea de que

Angela forme parte de nuestras conversaciones secretas. Eso queda entre nosotros. Es nuestro.

No llega a recibir nuestros pensamientos, le digo para tranquilizar su

mente. Ella sólo puede transmitir.

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Así que puede hablar, pero no puede escuchar. Qué apropiado.

Fas-ti-dio-so, dice Angela, cruzando los brazos sobre su pecho y mirándolo.

Nos reímos.

—Lo siento, Ange. —Paso un brazo a su alrededor—. Christian y yo tenemos un montón con lo que ponernos al día.

Un destello de preocupación pasa por su cara, pero se ha ido tan rápido que me pregunto si lo imaginé. —Bueno, creo que es de mala

educación —dice ella.

—Está bien, está bien. Ninguna fusión-mental. Lo entiendo.

—Al menos no hasta que también aprenda a hacerlo. Lo cual será

pronto. He estado practicando.

—Sin duda —dice él.

Atrapo la risa en sus ojos, y reprimo una sonrisa —Así que, ¿has

conocido a tu compañero de cuarto? —le pregunto.

Asiente. —Charlie. Quiere ser un programador de computadoras.

Casado con su Xbox. ¿Y tú?

—Su nombre es Wan Chen, está en pre-medicina, y es absolutamente seria al respecto —le informo—. Hoy me enseñó su horario,

y me hizo sentir como una completa vaga.

—Bueno, eres una completa vaga —señala Angela.

—Tan cierto.

—¿Y el tuyo? —le pregunta Christian a Angela. Pobre cosa indefensa, añadió en silencio, lo que me hace soltar una risita.

—Tengo dos compañeras, suertuda, suertuda yo —dice Angela—. Son unas rubias totales.

—¡Oye! —Me opongo a su tono de voz con respecto a las rubias.

—Y son completamente confusas. Una es de Comunicaciones, lo que sea que eso signifique, y la otra esta indecisa.

—No hay nada de malo con estar indeciso. —Miro a Christian, un poco avergonzada de mi indecisión.

—Estoy indeciso —dice. Angela y yo lo miramos, anonadadas—.

¿Qué, no puedo estar indeciso?

—Supuse que estarías en negocios —dice Angela.

—¿Por qué?

—Porque te ves realmente bien con traje y corbata —dice con falsa dulzura—. Eres lindo. Deberías ir con tus puntos fuertes.

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Se niega a morder el anzuelo. —Los negocios son cosa de Walter. No

mía.

—Entonces, ¿qué es lo tuyo? —pregunta Angela.

—Como ya he dicho, no lo he decidido. —Me mira fijamente, las motas doradas en sus ojos verdes atrapan la luz, y siento el calor moverse a mis mejillas.

—De todos modos, ¿dónde está Walter? —pregunto para cambiar de tema.

—Con Billy. —Se voltea y señala en dirección al patio, donde, por

supuesto, Walter y Billy parecen estar enfrascados en una conversación.

—Son una linda pareja —le digo mientras miro a Billy reír y poner

su mano sobre el brazo de Walter—. Por supuesto que me sorprendí cuando Billy me llamó este verano para decirme que ella y Walter se iban a casar. No vi eso venir.

—Espera, ¿Billy y Walter se van a casar? —exclama Angela—. ¿Cuándo?

—Ellos se casaron —aclara Christian—. Julio. En el prado. Fue muy repentino.

—Yo ni siquiera sabía que se gustaban —le digo antes de que Angela

pueda decir la broma, que sé que está pensando sobre como Christian y yo somos una especie rara de hermano y hermana, ya que su tutor está

casado con mi tutor.

—Oh, se gustaban —dice Christian—. Intentaban ser discretos. Por mí, supongo. Pero Walter no puede dejar de pensar en ella. En voz alta. Y

en varios estados de desnudez, si sabes lo que quiero decir.

—Ugh. No me digas. Voy a tener que lavar mi cerebro por lo que vi en mi cabeza esta semana. ¿Hay alguna alfombra de oso en tu casa?

—Creo que me acabas de arruinar la sala —dice con un gemido, pero no quería decir eso. Estoy contenta con la situación Billy-Walter. Él piensa

que es bueno para Walter. Mantiene su mente alejada de cosas.

¿Qué cosas?, pregunto.

Más tarde, dice. Te lo voy a contar, pero más tarde.

Angela deja escapar un suspiro exagerado. —Oh, mi Dios, ustedes chicos. Están haciéndolo de nuevo.

Después de los discursos de orientación, ellos nos dicen lo orgullosos que debemos estar de nosotros mismos, qué esperanzas tienen para nuestro futuro, las increíbles oportunidades que tendremos en “La

Granja”, como ellos llaman a Stanford, y que se supone que debemos regresar a nuestros dormitorios y socializar.

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Este es el momento en que se les dice a los padres que se vayan a

casa.

La mamá de Angela, Anna, con su quieta y familiar intensidad, que

estuvo sentada en la parte trasera de mi coche leyendo su Biblia durante todo el viaje de mil quinientos kilómetros, de repente estalla en llanto. Angela está mortificada, con las mejillas rojas mientras acompaña a su

madre al estacionamiento, pero creo que es bueno. Me gustaría que mi madre estuviera aquí para llorar por mí.

Billy me da otro de esos alentadores apretones de hombros. —Déjalo

ir, chica —dice simplemente y luego ella también se ha ido.

Escojo un cómodo sofá en el salón y finjo estudiar los patrones de la

alfombra, mientras que el resto de los alumnos están diciendo sus llorosos adioses. Después de un rato un chico con el cabello corto teñido de rubio, entra y se sienta frente a mí, dejando caer un paquete considerable de

carpetas en la mesa de café. Sonríe, ofreciendo su mano para estrechármela. —Soy Pierce.

—Clara Gardner.

Asiente con la cabeza. —Creo que he visto tu nombre en un par de listas. Estás en el pabellón B, ¿verdad?

—El tercer piso.

—Soy el PES en Roble —dice.

Lo miro fijamente.

—P-E-S —explica—. Es sinónimo de Pares para Educación de Salud. Algo así como el médico de la residencia de estudiantes. Estoy donde irías

por una bandita.

—Oh, claro.

Mira mi cara, de la manera en que me hace preguntarme si tengo

comida en ella.

—¿Qué? ¿Tengo la palabra novato tatuada en la frente? —le

pregunto.

Sonríe, y sacude la cabeza. —No pareces asustada.

—¿Perdón?

—La primera semana en el campus los novatos por lo general parecen bastante aterrorizados. Vagan como pequeños perritos perdidos.

Sin embargo, tú no. Luces como si tuvieras todo bajo control.

—Oh. Gracias —le digo—. Odio decírtelo, pero estoy actuando. Por dentro, soy un manojo de nervios.

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No lo soy, en realidad. Creo que junto a los Ángeles Caídos,

funerales e incendios forestales, Stanford se siente como un lugar bastante seguro. Todo es familiar aquí: California huele a gases de escape, árboles

de eucalipto y rosas cuidadas en el aire, las palmeras, el ruido de los trenes en la distancia, las mismas antiguas variedades de plantas con las que crecí fuera de las ventanas.

Es otra cosa la que me asusta: la habitación oscura y sin ventanas de mi visión, lo que va a suceder en ese lugar, lo malo que ha pasado antes de que terminara escondiéndome ahí. Las posibilidades de que esto será

toda mi vida: una visión aterradora tras otra, durante los próximos cien años. Eso es lo que da miedo. Eso es en lo que estoy tratando de no

pensar.

Pierce escribe un número de cinco dígitos en un papelito y me lo extiende. —Llámame si necesitas algo. Vendré corriendo.

Está coqueteando, creo. Tomo el papelito. —Está bien.

En ese momento Angela irrumpe, pasando sus manos por los lados

de sus pantaloncillos, como si estuviera limpiando las emociones de su madre. Ella se detiene cuando ve a Pierce.

Tampoco parece asustada. Se ve como si hubiera venido a

conquistar.

—Zerbino, Angela —dice de manera casual, cuando Pierce abre la boca para saludarla. Ella mira las carpetas sobre la mesa—. ¿Tienes algo

en ese montón con mi nombre?

—Sí, claro —dice nervioso, y hurga entre las carpetas hasta llegar a

la Z y un paquete para Angela. Entonces pesca una para mí. Se levanta. Comprueba su reloj—. Bueno, un placer conocerlas, chicas. Pónganse cómodas. Probablemente vamos a comenzar nuestro juego Te Estoy Conociendo en cinco minutos.

—¿Qué es eso? —Angela señala mi papelito mientras él se aleja.

—Pierce. —Me le quedo mirando la espalda yéndose—. Cualquier cosa que necesite, vendrá corriendo.

Dispara una mirada por encima de su hombro, sonríe

pensativamente. —¿En serio? Es lindo.

—Supongo.

—Cierto. Lo olvidé. Todavía sólo tienes ojos para Tucker. ¿O ahora es Christian? Nunca te sigo la corriente.

—Oye, como que, auch —le digo—. Estás siendo muy grosera hoy.

Su expresión se suaviza. —Lo siento. Estoy tensa. El cambio es difícil para mí, incluso si es bueno.

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—¿Para ti? De ninguna manera.

Se deja caer en el asiento junto a mí. —Sin embargo, tú pareces relajada.

Estiro mis brazos sobre mi cabeza y bostezo. —He decidido dejar de estresarme por todo. Voy a empezar de nuevo. Mira. —Rebusco en mi bolsa por el pedazo arrugado de papel y lo sostengo para que lo lea—. He

aquí mi horario provisional.

Sus ojos escanean la página rápidamente. —Veo que seguiste mi consejo y estás conmigo en Introducción a las Humanidades. El poeta de

Re-hacer el Mundo. Te gustará, lo prometo —dice—. Interpretación de la poesía es fácil, porque puedes hacer que signifique más o menos lo que

quieras que signifique. Será una especie de juego de niños en clase.

Lo dudo mucho.

—Hmm… —Angela frunce el ceño mientras lee más abajo—.

¿Historia del arte? —Alza una ceja—. ¿Ciencia, tecnología y sociedad contemporánea? ¿Introducción a los Estudios del Cine? ¿Danza Moderna?

Es un poco de todo, C.

—Me gusta el arte —le digo defensivamente—. Es sencillo para ti, ya que eres una comandante de la historia, puedes tomar esas clases. Pero yo

estoy…

—Indecisa —proporciona.

—Claro, yo no sabía qué tomar, por lo que el doctor Day me dijo que

me inscribiera en un montón de diferentes clases y dejara ir las que no me funcionaban. Pero mira esto. —Señalo el final de la lista.

—Atletismo 196 —lee por encima de mi dedo—. La práctica de la felicidad.

—Clase de Felicidad.

—Estas tomando una clase sobre felicidad —dice, como si tuviera que ser la clase más aburrida de todo el universo.

—Mi mamá me dijo que iba a ser feliz en Stanford —explico—. Así que eso es lo que pretendo ser, voy a encontrar mi felicidad.

—Bien por ti. Toma el control de ti misma de una maldita vez.

—Lo sé —le digo, y lo digo en serio—. Estoy lista para dejar de decir adiós a las cosas. Voy a empezar a decir hola.

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2 Junta de corredores

Traducido por Amy

Corregido por Juli

Esa noche me despierto a las dos de la mañana con alguien golpeando mi puerta.

—¿Hola? —llamo con cautela. Hay una mezcla de ruido en el exterior, música, gente gritando y pasos frenéticos en el pasillo. Wan Chen y yo nos sentamos, intercambiamos miradas preocupadas y luego me

deslizo de la cama para abrir la puerta.

—Levántense y brillen, queridas estudiantes de primer año —dice Stacy, nuestra consejera, en una voz alegre. Lleva un círculo de plástico de

neón verde alrededor de su cuello y el pelo como un arco iris de payaso. Ella sonríe—. Pónganse los zapatos y vengan.

Afuera nos encontramos con un escenario que parece sacado de los malos viajes que ves en las películas: la banda de marcha Stanford, que parece que todos están en ropa interior y collares que brillan en la

oscuridad, brazaletes y ese tipo de cosas, meciéndose con sus respectivos instrumentos, trompetas, tambores, hay platillos estrellándose, la mascota de la escuela en su gran traje color verde pino bailando como un loco, un

grupo a medio vestir, estudiantes parcialmente brillantes saltando, golpeando, gritando y riendo. Está increíblemente oscuro, como si

hubieran apagado las luces para la ocasión, busco a Angela y la encuentro mirando todo muy molesta, de pie junto a dos chicas rubias: asumo que son sus compañeras de cuarto. Me dirijo hacia ellas.

—¡Hola! —grita Angela—. Tienes el cabello desordenado.

1 En inglés Band Run. Es cuando a todos los estudiantes nuevos de la universidad, se

juntan a correr por todo el campus para que puedan conocerse mejor y aprender de la

universidad.

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—¡Esto es una locura! —grito, peinando mi cabello con los dedos,

con poco éxito.

—¿Qué? —grita.

—¡Locura! —Vuelvo a intentarlo. Hay tanto ruido.

Una de los compañeras de Angela mira boquiabierta y apunta detrás de mí. Me doy vuelta para ver a un tipo usando una máscara de lucha

libre estilo mexicano cubriéndole toda la cara. Una máscara brillante de oro. Y nada más.

—¡Mis ojos! ¡Mis ojos! —grita Angela, y todos comenzamos a reír

histéricamente y entonces la canción se termina y podemos escuchar de nuevo, y nos están diciendo que corramos.

—Corran, estudiantes de primer año, ¡corran! —gritan, y lo hacemos, como una estampida de ganado en la oscuridad. Cuando finalmente nos detenemos, estamos en los dormitorios de al lado, y la banda se pone en

marcha de nuevo y muy pronto otro grupo de estudiantes de primer año lagañosos y desconcertados comienzan a aparecer por las puertas.

Perdí a Angela. Miro a mi alrededor, pero está demasiado oscuro y la multitud es demasiado grande como para encontrarla. Encuentro a una de sus compañeras de pie a metros de mí. La saludo con la mano. Sonríe y se

abre paso hacia mí como si estuviera aliviada de ver una cara familiar. Nos quedamos ahí un momento por la música, se inclina en mi oído y me grita—: Soy Amy. ¿Eres amiga de Angela de Wyoming?

—Así es. Clara. ¿De dónde eres?

—¡Phoenix! —Sostiene la sudadera más apretada a su alrededor—.

¡Tengo frío!

De repente nos estamos moviendo de nuevo. Esta vez intento estar cerca de Amy. Trato no pensar en cómo se siente extrañamente similar a

mi visión de alguna manera, corriendo en la oscuridad, sin saber a dónde voy o qué cosa terminaré haciendo. Se supone que debe ser divertido, lo

sé, pero me parece que todo esto es un poco espeluznante.

—¿Tienes alguna idea de dónde vamos? —le grito a Amy la próxima vez que nos detenemos.

—¿Qué? —No me escucha.

—¿Dónde estamos? —grito.

—Oh. —Niega con la cabeza—. No tengo idea. Creo que nos van a

hacer correr por todo el campus.

Recuerdo que en el tour nos dijeron que Stanford tiene el campus

más grande que cualquier universidad en el mundo, aparte de uno en Rusia.

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Podría ser una larga noche.

Todavía no hay señal de Angela o de la otra compañera de cuarto que Amy me dice que se llama Robin, así que Amy y yo nos quedamos

juntas, bailamos y nos reímos del Chico Desnudo y gritamos para conversar lo mejor que podemos. En la siguiente media hora conozco a Amy: las dos fuimos criadas por madres solteras y hermanos pequeños,

ambas estamos felices de que sirvan papas fritas en el desayuno del comedor en Roble, aterrorizadas de lo pequeño y claustrofóbicos que son los baños y ambas sufrimos de pelo molesto y rebelde.

Podríamos ser amigas, me doy cuenta. Podría haber hecho mi primera amiga nueva en Stanford, así de fácil. Tal vez por eso se hace esta

cosa de correr.

—Entonces, ¿cuál es tu especialidad? —pregunta mientras trotamos juntas.

—Indecisa —respondo.

Sonríe ampliamente. —¡Yo también!

Me está gustando cada vez más. Pero entonces ocurre un desastre. A medida que vamos apareciendo en el siguiente dormitorio, Amy tropieza y cae. Cae en la acera agitando sus brazos y piernas. Hago todo lo posible

para asegurarme de que no sea pisoteada por la corriente cada vez mayor de estudiantes de primer año, luego bajo a la acera a su lado. Es malo. Puedo decirlo sólo con mirar su cara blanca y la forma que agarra su

tobillo.

—Di un paso equivocado —gime—. Dios, esto es vergonzoso.

—¿Puedes levantarte? —pregunto.

Lo intenta y su rostro se pone más blanco. Vuelve a sentarse.

—Bien, eso es un no —deduzco—. No vayas a ninguna parte. Volveré

enseguida.

Miro alrededor buscando a alguien que parezca un poco útil y

milagrosamente detecto a Pierce en el borde de la multitud. Es hora de poner sus habilidades de doctor de dormitorio en uso. Corro hacia él y agarro su brazo para llamar su atención. Sonríe cuando me ve.

—¿Te diviertes? —grita.

—Necesito tu ayuda —grito.

—¿Qué? —grita.

Termino tomándolo de la mano, lo arrastro hacia Amy y señalo su tobillo, que comienza a hincharse. Se queda unos minutos de rodillas a su

lado, sujetando suavemente el tobillo entre sus manos. Resulta que él está en el curso de pre-medicina.

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—Probablemente es un esguince —concluye—. Voy a llamar a

alguien para que te lleve devuelta a Roble, vamos a levantarlo y le pondremos un poco de hielo. Luego deberías ir a Vaden, la clínica de

estudiantes, en la mañana, a que te hagan una radiografía. Aguanta ahí, ¿de acuerdo?

Se acerca a buscar un sitio más tranquilo para usar su teléfono. La

banda termina su canción y sigue adelante, llevando a la multitud lejos de nosotros en un estruendo de pies. Por fin puedo oír mis pensamientos.

Amy comienza a llorar.

—Lo siento mucho —digo, sentándome a su lado.

—No duele mucho —lloriquea, limpiándose la nariz con el dorso de

la camiseta—. Quiero decir, duele un montón, en realidad, pero no es por eso que estoy llorando. Estoy llorando porque hice algo absolutamente estúpido como usar sandalias cuando nos dijeron que usáramos

zapatillas, y esta es sólo nuestra primera semana. Ni siquiera han empezado las clases y ya voy a andar dando vueltas con muletas, y todo el

mundo me va a etiquetar como la chica torpe que se hiere a sí misma.

—Nadie va a pesar mal de ti. En serio —digo—. Apuesto que hoy ocurrirán un montón de lesiones. Todo es bastante loco.

Niega con la cabeza, enviando sus salvajes rizos rubios sobre los hombros. Sus labios se estremecen. —No quería empezar así las cosas. —Se atraganta, y entierra la cara en sus manos.

Miro alrededor. El grupo se ha movido lo suficientemente lejos y sólo podemos escucharlos débilmente. Pierce está de pie al lado del edificio, de

espaldas a nosotras, hablando por su celular. Está oscuro. No hay nadie alrededor.

Pongo mi mano suavemente en el tobillo de Amy. Se tensa, incluso

este ligero toque le está haciendo daño, no sólo porque ha arruinado su reputación sino que la parte física también le duele, la forma en que los

ligamentos de su tobillo se apartaron de sus huesos. Se trata de una lesión grave, lo sé al instante. Podría estar en muletas durante todo el semestre.

Puedo ayudarla, creo.

He sanado gente antes. A mi madre después que fue atacada por Samjeeza. A Tucker después de nuestro accidente automovilístico el año pasado. Pero en esos momentos tuve un círculo de gloria a mí alrededor,

todo el asunto, la luz emanando de mi pelo, mi cuerpo brillando como una linterna. Me pregunto si hay una manera de localizar la gloria sólo,

digamos, en mis manos, para canalizarla rápidamente y que nadie se dé cuenta.

Me aclaro la cabeza, contenta por la relativa calma y enfoco mi

energía en mi mano derecha. Sólo los dedos, creo. Todo lo que necesito es

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la gloria en mis dedos. Sólo una vez. Me concentro en eso con tanta fuerza

que una gota de sudor se mueve en mi cabello, gotea en el concreto y después de unos minutos las puntas de mis dedos comienzan a brillar,

tenuemente al principio y luego más intensamente. Presiono mi mano firmemente en el tobillo de Amy. Luego envío la gloria como un hilillo de luz que se extiende hacia ella, no mucho ni demasiado rápido, pero espero

que sea lo suficiente para hacer algo bueno.

Amy suspira, luego deja de llorar. Me siento, observándola. No puedo decir si lo que hice ayudó en algo.

Pierce vuelve otra vez, con cara de disculpa. —No puedo encontrar a nadie que venga a buscarte. Tendré que correr a buscar mi coche, pero

está al otro lado del campus, por lo que demoraré un tiempo. ¿Cómo estás?

—Mejor —dice—. No me duele tanto como antes.

Se arrodilla junto a ella otra vez y le examina el tobillo. —Se ve mejor, en realidad, no hinchado. Quizás sólo torcido. ¿Puedes tratar de

caminar?

Se levanta y pone cuidadosamente su peso sobre el pie lesionado. Pierce y yo observamos como cojea unos pasos, luego se gira hacia

nosotros. —Se siente bien ahora —admite—. Oh, Dios mío, ¿soy una reina del drama o qué? —Ríe, su voz llena de alivio.

—Vamos a volver a tu habitación —tartamudeo rápidamente—. Aún

hay que poner un poco de hielo en eso, ¿cierto, Pierce?

—Absolutamente —dice, llegamos su lado y caminamos lentamente

hacia Roble.

—Gracias por ayudarme esta noche —dice Amy después de que se encuentra en su habitación con el pie envuelto en una venda, apoyado

sobre una pila de almohadas con una bolsa de hielo presionada en su tobillo—. No sé qué habría hecho sin ti. Eres un salvavidas.

—De nada —digo y no puedo evitar sonreír.

La ayudé, pienso luego de que volví a mi habitación. El sol casi se había puesto, pero Wan Chen no había regresado todavía. Me acuesto en

mi pequeña cama doble y me quedo mirando los paneles del techo. Quiero dormir, pero todavía tengo demasiada adrenalina en mi sistema por usar

mi poder de esa forma. Pero lo hice. Lo hice, no dejo de pensarlo una y otra vez. Curé a esa chica. Y se sintió genial. Me sentía bien.

Lo que me dio otra idea loca.

—Creo que me gustaría hacer los cursos de pre-medicina.

La doctora Day, la asesora académica para el Salón Roble, levanta la vista de su ordenador. Tiene la gracia de no parecer demasiado

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sorprendida por irrumpir su oficina e informarle que estoy contemplando

ser médico. Sólo asiente y toma un minuto para revisar mi agenda.

—Si estás considerando los cursos de pre-medicina, es típico la

biología convencional o biología humana, debemos lograr que te inscribas en Química 31X —dice—. Es un requisito previo para la mayoría de los otros cursos de biología, y si no lo tomas este otoño, tienes que esperar

hasta el próximo para comenzar las clases principales que necesitas.

—Bien —digo—. Me gusta la química. Tomé Preparación Universitaria de Química el año pasado.

Me mira encima de sus gafas. —Este curso puede ser un poco difícil —advierte—. Las clases son tres veces a la semana, y luego hay una sesión

de debate quincenal dirigido por un asistente de enseñanza, además de otro par de horas a la semana en el laboratorio. Toda la biología puede ser de bastante intensidad. ¿Estás lista para esto?

—Puedo manejarlo —digo, y un temblor de emoción pasa a través de mí, porque me siento extremadamente segura de esto. Pienso en lo bien

que se sintió cuando el tobillo de Amy se enderezaba en mi mano. Ser médico me puede poner en contacto con gente que necesita sanarse. Podría ayudar a la gente. Podría ayudar las cosas rotas en este mundo.

Le sonrío a la doctora Day y me devuelve la sonrisa.

—Esto es lo que quiero hacer —le digo.

—Muy bien, entonces —dice—. Vamos a empezar.

Todo el mundo toma la noticia de que me he ido a pre-medicina de una manera diferente. Wan Chen, por ejemplo, que ya está en pre-

medicina, reacciona como si yo fuera una competencia. Por unos días no me dice nada más que algunas palabras, y anda por nuestro pequeño dormitorio en un silencio frío, hasta que se da cuenta que las dos estamos

en una clase de química muy difícil y que soy bastante buena en química. Luego se acerca a mí rápidamente. Le oigo contarle a su madre por

teléfono en mandarín que soy una “chica agradable y muy inteligente”. Hago un esfuerzo por no sonreír cuando la escucho.

Angela al instante ama la idea de que yo sea médico. —Muy genial.

—Son sus palabras exactas—. Creo que debemos usar nuestros dones, ya sabes, para el bien, no sólo usarlos cuando estemos obligados a hacer algunas tareas relacionadas con los ángeles. Si puedes aguantar toda la

sangre, las tripas y vísceras, que yo no podría, pero te felicito si puedes, entonces debes ir por ello.

Christian no cree que sea una buena idea.

—Un médico —repite cuando se lo digo—. ¿A qué viene esto?

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Le explico sobre la junta de corredores y el tobillo sanado

milagrosamente de Amy y mi momento después. Espero que se impresione. Se emocione por mí. Lo apruebe. Pero frunce el ceño.

—No te gusta —observo—. ¿Por qué?

—Es demasiado arriesgado. —Parece como si quisiera decir algo más, pero estamos de pie en la acera fuera de la librería Stanford, donde

me he tropezado con él por salir llena de libros de poesía para mi clase de humanidades y un libro gigante de seis kilos titulado: Química: La Ciencia del Cambio, que es lo que impulsó esta conversación. Podrías ser atrapada usando la Gloria, dice en mi cabeza.

Relájate, contesto. No es como si fuera a curar a toda la gente en este momento. Lo estoy buscando como una posible carrera. No es la gran cosa.

Pero se siente como una gran cosa. Se siente como si mi vida

finalmente tuviera —a falta de una mejor palabra— un designio, uno que no se trata sólo de ser un ángel de sangre, sino que hace uso de mi parte

de ángel de sangre.

Suspira.

Lo entiendo, dice. Quiero ayudar a la gente también. Pero ahora tenemos que tener un perfil bajo, Clara. Tienes suerte que esta chica que curaste no vio lo que hiciste. ¿Cómo lo habrías explicado? ¿Qué habrías hecho si va diciéndole a todo el campus que tienes manos mágicas y brillantes?

No tengo una respuesta. Mi barbilla se levanta. Pero no se dio cuenta. Tendré cuidado. Sólo uso la gloria cuando creo que es seguro, y las otras veces, sería un médico regular. Es por eso que quiero ser médico. Tengo el poder de curar gente, Christian. ¿Por qué no usarlo?

Nos quedamos allí por un minuto, encerrados en un argumento silencioso si vale o no el riesgo, hasta que quede claro que ninguno de

nosotros va a cambiar de idea. —Tengo que irme —digo finalmente, tratando de no poner mala cara—. Tengo varios problemas de mecánica cuántica para trabajar, si piensas que no es demasiado peligroso para mí

hacerles frente.

—Clara… —comienza Christian—. Creo que es genial que hayas

encontrado una dirección para ir, pero… —Todo lo que tomaría es un desliz, dice. Si la persona equivocada te ve por un momento, podría entender lo que eres y vendrían por ti.

Niego con la cabeza. No puedo pasarme toda la vida teniendo miedo que me ataquen los hombres con alas negras. Tengo que vivir mi vida, Christian. No voy a ser estúpida con la gloria, pero no voy a sentarme y a esperar que mis visiones ocurran para hacer algo con ellas.

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Y con la palabra visiones, una nueva ola de preocupaciones saltan

en el interior de Christian, y recuerdo que es algo que prometió decirme. Pero no quiero escuchar eso ahora. Quiero estar de buen humor.

Cambio la carga pesada de mis libros al otro brazo. —Tengo que correr. Te veo más tarde.

—Está bien —dice con frialdad—. Ya nos veremos.

No me gusta la sensación de la nube oscura mientras camino de vuelta a mi dormitorio.

No importa lo que dije sobre no querer tener miedo. Siempre estoy,

de alguna forma u otra, huyendo de algo.

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3 Cerca Blanca de Madera

Traducido por Chachii

Corregido por Juli

Esta vez alguien más está conmigo en la oscuridad, la respiración de otra persona temblando viene de algún lugar detrás de mí.

Sigo sin ver nada, sin poder determinar dónde estoy, a pesar de que es la enésima vez que tengo la visión. Está oscuro, como siempre. Estoy intentando guardar silencio, no moverme —no respirar incluso— por lo

que no puedo explorar exactamente lo que me rodea. El piso está inclinado hacia abajo. Alfombrado. Ahí está el tenue olor a aserrín en el aire, a pintura nueva y esto: el toque de una distintiva esencia masculina, como

desodorante o loción de afeitar, y ahora la respiro. Cerca, creo. Si me giro y extiendo la mano, podría tocarlo.

Hay pasos sobre nosotros, pesados y haciendo eco, como gente que baja escaleras de madera. Mi cuerpo se tensa. Nos encontrarán. De alguna manera lo sé. Lo he visto ciento de veces en mis visiones. Lo estoy viendo

ahora mismo. Quiero acabar con esto, llamar a la gloria, pero no lo hago en la remota posibilidad de que eso no pase esta vez. Todavía tengo esperanza.

Hay un sonido detrás de mí, extraño y agudo, como podría ser el maullido de un gato o el canto de un pájaro. Me giro hacia el sonido.

Hay un momento de silencio.

Entonces viene un destello de luz, cegándome. Me estremezco.

—¡Agáchate Clara! —grita una voz, y en ese salvaje momento de

forcejo instantáneamente sé quién está conmigo, reconocería esa voz dónde sea, y me encuentro saltando hacia adelante, hacia arriba, porque

parte de mí sabe que tiene que correr.

Me despierto con un rayo de sol que me golpea la cara. Me toma un segundo ubicarme dónde estoy: dormitorio, Salón de Roble. Luz

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atravesando las ventanas. Las campanas de la Iglesia Memorial a la

distancia. El olor a detergente de lavandería y virutas de lápiz. He estado en Stanford por más de una semana hasta ahora, y ésta habitación aún no

se siente como casa.

Las sabanas se me enriendan en las piernas. De verdad debo haber tratado de correr. Me recuesto allí por un minuto tomando profundas

inhalaciones desde mi abdomen, intentando calmar mi acelerado corazón.

Christian está ahí. En mi visión. Conmigo.

Por supuesto que Christian está ahí, pienso, todavía enojada con él.

Ha estado en cada visión que he tenido, así que ¿por qué parar ahora?

Pero hay una especie de consuelo en eso.

Me siento y le echo un vistazo a Wan Chen, quién está durmiendo en la cama al otro lado de la habitación, roncando en pequeños resoplidos. Me libero de las sábanas, me pongo unos vaqueros y una sudadera con

capucha, peleando con mi cabello para hacerme una cola, intentando ser silenciosa para no despertarla.

Cuando salgo, un gran pájaro está sentando en el poste de luz cercano a mi dormitorio, una forma oscura contra el amanecer gris. Se gira para mirarme. Me detengo.

Siempre he tenido una complicada relación con los pájaros. Incluso antes de saber que era un ángel de sangre, comprendí que había algo raro

en la forma en que las aves se quedaban calladas cuando sea que pasara a su lado, la manera en que me seguían y a veces, si era oh-muy-afortunada, me bombardeaban en picada, pero no en una manera hostil,

en serio, sino en una de: quiero verte de más cerca. Uno de los peligros de tener alas y plumas propias, supongo, incluso si están escondidas la

mayor parte del tiempo es que atraes la atención de las otras criaturas con alas.

Una vez cuando tuve un picnic en el bosque con Tucker, levantamos

la mirada y nuestra mesa estaba rodeada de pájaros —no sólo de Camp Robber Jays que intentaban tomar la comida que comíamos, sino golondrinas, chochines, incluso algún tipo de trepador que según Tucker

eran bastantes raros, todos colgando en los árboles alrededor de nuestra mesa.

—Eres como un dibujo animado de Disney, Zanahoria —se burló Tucker—. Deberías pedirles que te hagan un vestido o algo.

Pero este pájaro se siente diferente, de alguna manera. Es un

cuervo, creo: negro azabache, un pico puntiagudo parecido al de un águila, posando encima del poste como una extraña escena sacada de Edgar Allan

Poe. Mirándome. En silencio. Pensativo. Deliberado.

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Billy dijo una vez que los Alas Negras podían convertirse en pájaros.

Esa es la única manera en la que pueden volar; de lo contrario su tristeza los agobia. Entonces, ¿es este un cuervo ordinario?

Entrecierro los ojos en su dirección. Inclina su cabeza hacia mí y me mira fijamente con esos brillantes ojos amarillos.

Terror, como un hilo de agua helada, se abre paso por mi columna.

Vamos, Clara, pienso. Es sólo un pájaro.

Me río de mí misma y camino rápidamente, abrazando mi pecho en

el frío aire mañanero. El ave grazna, una advertencia aguda que envía espinas a la parte posterior de mi cuero cabelludo. Sigo caminando. Después de unos pocos pasos me asomo por encima de mi hombro hacia

el poste de luz.

El pájaro se ha ido.

Suspiro. Me digo a mí misma que estoy paranoica, que sólo me

asustó la visión. Intento sacar al ave de mi mente, y comienzo a caminar de nuevo. Rápido. Antes de que lo supiera, estoy al otro lado del campus,

de pie bajo la ventana de Christian, yendo y viniendo por la acera porque en realidad no sé qué estoy haciendo aquí.

Debería de haberle hablando antes de la visión, pero estaba tan

enojada de que haya rechazado mi idea de ser doctora. Aunque debí haberle dicho de todos modos. Hemos estado aquí por casi dos semanas y

ninguno de nosotros ha hablado de las visiones, el destino, o ninguna otra cosa relacionada al tema de los ángeles. Hemos estado jugando a ser estudiantes de primer año, fingiendo que no hay nada en nuestros platos

excepto aprender los nombres de la gente, averiguar en qué salón son nuestras clases e intentar no parecer unos completas idiotas en este lugar donde todos parecen ser unos genios.

Pero tengo que decirle ahora. Necesito hacerlo. Sólo son las —compruebo mi teléfono— siete y cuarto de la mañana. Demasiado

temprano para la conversación de creo que estás en mi visión.

¿Clara? Su voz en mi cabeza está adormilada.

Oh mierda, lo lamento. No quise despertarte.

¿Dónde estás?

Afuera. Yo, esto... Marco su número.

Responde al primer tono. —¿Qué ocurre? ¿Estás bien?

—¿Quieres salir? —pregunto—. Sé que es temprano...

Realmente puedo oírlo sonriendo al otro lado de la línea. —Absolutamente. Vamos a pasear un rato.

—Oh, bien.

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—Pero primero déjame ponerme unos pantalones.

—Haz eso —digo, contenta de que no pueda verme totalmente ruborizada por la idea de él en bóxer—. Estaré aquí mismo.

Sale unos minutos más tarde en vaqueros y una flamante sudadera de Stanford, su pelo revuelto. Se abstiene de abrazarme. Está aliviado de verme después de nuestra discusión en la librería hace una semana.

Quiere decir que lo siente. Quiere decirme que me apoyará en lo que sea que decida hacer.

No tiene que decir nada de esto en voz alta.

—Gracias —murmuro—. Eso significa un montón.

—Entonces, ¿qué está ocurriendo? —pregunta.

Es difícil saber por dónde empezar. —¿Quieres salir del campus por un rato?

—Seguro —dice, una chispa de curiosidad en sus ojos verdes—. No

tengo clases hasta las once.

Comienzo a caminar hacia el Roble. —Vamos —llamo por encima de

mi hombro. Trota para alcanzarme—. Demos un paseo.

Veinte minutos después, estamos paseando por Mountain View, mi vieja ciudad natal.

—Calle Misericordia —lee Christian mientras pasamos por el centro de la ciudad, buscando esta tienda de donas a la que solía ir, donde las barras de arce son tan buenas que te hacen querer llorar—. Calle Iglesia.

Calle Esperanza. Estoy sintiendo un tema aquí...

—Son sólo nombres, Christian. Creo que a alguien le pareció

gracioso poner el ayuntamiento en Castro, entre Iglesia y Misericordia. Eso es todo. —Compruebo mis espejos y me encuentro poco lista para la visión de sus ojos con motas doradas mirándome fijamente.

Miro hacia otro lado.

No sé qué espera de mí ahora que estoy oficialmente soltera. No sé

qué espero yo. No sé qué estoy haciendo.

—No estoy esperando nada, Clara —dice, sin mirarme—. Si quieres salir conmigo, genial. Si quieres algo de espacio, lo acepto también.

Estoy aliviada. Podemos tomar esta cosa de “permanecer juntos” lentamente, averiguar lo que realmente significa. No tenemos que correr. Podemos ser amigos.

—Gracias —digo—. Y mira, no te habría pedido de salir conmigo si no quisiera hacerlo. —Eres mi mejor amigo, quiero agregar, pero por alguna

razón no lo hago.

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Sonríe. —Llévame a tu casa —dice impulsivamente—. Quiero ver

dónde vivías.

La conversación incómoda oficialmente está aquí. Obedientemente

hago un giro hacia mi viejo vecindario. Pero no es mi casa. Ya no. Es la casa de alguien más ahora, y el pensamiento hace que me ponga triste: alguien más durmiendo en mi habitación, alguien más está en la ventana

de la cocina donde mamá solía pararse a mirar a los colibríes revoloteando de flor en flor en el patio. Pero esto es la vida, supongo. Esto es crecer. Dejar el lugar. Mudarse.

El sol está saliendo detrás de las hileras de casas cuando llegamos a mi calle. Rociadores lanzan redes de niebla al aire. Bajo la ventana y

conduzco con mi mano derecha, dejando que la izquierda cuelgue en el frío aire del exterior. Huele muy bien aquí, como el cemento mojado y la hierba recién cortada, el aroma a tocino y panqueques flotando entre las casas,

las rosas de jardín y los árboles de magnolia, los olores de mi vida anterior. Es surrealista, pasar a través de esas arboladas calles, viendo los mismos

coches aparcados en los caminos de entrada, la misma gente yendo a trabajar, los mismos niños caminando hacia la escuela, sólo un poco más grandes que la última vez que los vi. Es como si el tiempo se hubiera

detenido aquí, que esos pasados dos años y todas las cosas locas que ocurrieron en Wyoming nunca tuvieron lugar.

Aparco el coche al otro lado de la calle de mi antigua casa.

—Lindo —dice Christian, mirando por la ventana abierta hacia la gran casa de dos pisos con persianas azules que fue mi hogar-dulce-hogar

por los primeros dieciséis años de mi vida—. Cercas blancas de madera y todo.

—Sí, mi mamá era una tradicionalista.

La casa también se ve exactamente igual. No puedo evitar ver la cesta de baloncesto sobre el garaje. Casi puedo oír a Jeffrey practicando, la

cadencia de la bola golpeando el cemento, el arrastre de sus pies, su exhalación mientras salta y emboca la pelota en el arco, la manera en que el tablero retumba, los chasquidos de la red, y a Jeffrey silbando “lindo”

entre dientes. ¿Cuántas veces hice mi tarea con ese sonido en el patio trasero?

—Aparecerá —dice Christian.

Me giro para mirarlo. —Tiene dieciséis, Christian. Debería estar en casa. Tendría que haber alguien cuidándolo.

—Jeffrey es fuerte. Puede manejarse a sí mismo. ¿De verdad quieres que vuelva a casa, sea arrestado y todo eso?

—No —admito—. Sólo estoy… preocupada.

—Eres una buena hermana —dice.

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Me mofo. —Eché a perder todo para él.

—Lo amas. Lo habrías ayudado si hubieses sabido qué pasaba.

No lo miro a los ojos. —¿Cómo lo sabes? Tal vez lo hubiera

mandando a pasear y seguiría obsesionada con lo mío. Soy buena en eso.

Christian respira, entonces más firmemente dice: —No es tu culpa, Clara.

Deseo creerle.

Silencio cae sobre nosotros, pero esta vez es más pesado.

Debo decirle acerca de la visión. Tengo que dejar de evitarlo. Ni

siquiera sé por qué lo estoy evitando.

—Entonces dime —dice, apoyando el codo contra el borde la

ventana.

Así es como le recito de golpe cada detalle que puedo recordar, terminando con mi revelación de que es él quien está conmigo, en la

oscuridad de la habitación. Gritándome que me agache.

Después de que termino, se mantiene silencioso por un rato. —

Bueno. No es del tipo de visión muy visible, ¿no es así?

—No, es mucho más oscura y con adrenalina, a este punto. ¿Qué crees?

Sacude la cabeza, desconcertado. —¿Qué dice Angela?

Me muevo incómodamente. —No hemos hablado realmente de ello.

Me mira a la cara, sus ojos estrechándose ligeramente. —¿Se lo has

dicho a alguien más? —Lee mi expresión de culpa—. ¿Por qué no?

Suspiro. —No lo sé.

—¿Por qué no se lo has contado a Billy? Esa es la única razón por la que se ha convertido en tu guardiana, sabes, para ayudarte a pasar a través de cosas como esta.

Porque no es mamá, pienso.

—Billy acaba de casarse —explico—. No quise derramar mi

depresión sobre ella durante su luna de miel, y Angela, bueno, tiene sus propias cosas en Italia.

—¿Qué cosas? —pregunta, frunciendo el ceño

Me muerdo el labio. Desearía poder decirle acerca de Phen.

—¿Quién es Phen? —pregunta Christian con un amago de sonrisa,

capaz de tomar bastante de mi cabeza—. Espera, ¿no era el ángel que le contó a Angela acerca de los Alas Negras hace tantos años? —Sus ojos se

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ensanchan mientras se encuentran con los míos—. ¿Es el misterioso novio

italiano?

Es oficial. Apesto guardando secretos, especialmente a él.

—¡Oye! ¡Nada de lectura de mentes! ¡No puedo hablar respecto a eso! —balbuceo—. Lo prometí.

—Entonces deja de pensar en ello —dice, lo cual es como alguien

diciéndote que no pienses en un elefante, y por supuesto esa es la primera imagen que estalla en tu cerebro—. Guau. Angela y un ángel. ¿Esto es

acerca de los alas grises?

—¡Christian!

—No es un Ala Negra, ¿cierto? —Christian se ve genuinamente

preocupado, de la forma en que siempre lo hace cuando sea que el tema “Alas Negras” sale. Mataron a su madre, después de todo.

—No, no lo es… —Me detengo—. Te lo habría contado si... ¡Christian!

—Lo siento —murmura, pero no lo lamenta mucho—. Así que, uh... devuelta a tu visión. Y el por qué la ocultaste durante todo este tiempo;

estoy bastante seguro, tienes permiso para contarme.

Estoy aliviada de dejar el tema de Angela atrás, sin embargo la cosa de la visión no es algo fácil de lo que hablar. Suspiro.

—No te lo dije porque no quería estar teniendo una visión —confieso—. No ahora mismo.

Asiente como si entendiera, pero capto un atisbo de dolor en él.

—Lamento no haber dicho antes algo al respecto —digo—. Debería haberlo hecho.

—No te dije la mía, tampoco —dice—. Básicamente por la misma razón. Quería ser un estudiante universitario normal por un rato. Actuar como si tuviera una vida normal. —Levanta la mirada hacia el parabrisas,

hacia el cielo de color melocotón. Una bandada de patos atraviesa el horizonte, dirigiéndose hacia el sur. Ambos miramos las aves avanzar en el

cielo. Espero a que empiece a hablar nuevamente.

—Es irónico —dice—. Tú has estado teniendo una visión en la oscuridad, y yo he estado teniendo una visión en la luz.

—¿Qué quieres decir?

—Todo lo que puedo ver es luz. No sé dónde estoy. No sé qué se

supone que tengo que hacer. Sólo luz. Me tomó un poco de tiempo averiguar qué es.

Estoy conteniendo mi respiración. —¿Qué, qué es?

—La luz. —Me mira—. Es una espada.

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Mi boca se abre. —¿Una espada?

—Una espada de fuego.

—Cierra la boca —jadeo.

Hace esa cosa de reír y exhalar al mismo tiempo. —Al principio lo único que podía pensar era, ¿cuán genial es esto? Estoy sosteniendo una espada de fuego. Una espada hecha de fuego. Asombroso, ¿verdad? —Su

sonrisa se desvanece—. Pero entonces comencé a pensar en lo que podría significar, y cuando le dije a mi tío sobre eso este verano, enloqueció

completamente. Me hizo hacer flexiones de brazos al segundo.

—¿Pero por qué?

—Porque obviamente voy a tener que luchar. —Junta las manos

detrás de su nuca y suspira.

—¿Contra quién? —Casi estoy asustada de preguntar.

—No tengo idea. —Deja caer las manos, su sonrisa es triste mientras

me mira—. Pero Walter está intentando asegurarse de que esté preparado para lo que sea. —Se encoge.

—Guau —digo—. Lo lamento.

—Sí, bueno, nos estamos engañando si pensamos que alguna vez tendremos permitido tener una vida normal, ¿no es así? —dice.

Silencio. Finalmente digo—: Lo averiguaremos, Christian.

Asiente, pero hay algo más que le molesta, una pena que reverbera

hasta mí y me hace levantar la mirada para encontrarme con sus ojos. Entonces sé, sin preguntar, que Walter está muriendo y que es la regla de los ciento veinte años.

—Oh, Christian. ¿Cuándo? —susurro.

Pronto. Unos pocos meses, es su mejor conjetura. No quiere que esté ahí, dice silenciosamente, porque no cree ser capaz de decirlo en voz alta.

Lo lastima tanto que Walter le diga que se mantenga alejado, la idea de que podría nunca volver a pasar tiempo con él de nuevo. No quiere que lo

vea así.

Entiendo. Al final mi mamá estaba tan débil que ni siquiera podía caminar hasta el baño. Esa era una de las peores partes, la indignidad de

todo ello. Su cuerpo fallando. Rindiéndose.

Me muevo y deslizo mi mano en la suya, lo cual lo sobresalta. La

familiar estática pasa entre nosotros, haciendo que me sienta más fuerte. Valiente. Descanso mi cabeza en su hombro. Trato de consolarlo de la manera en que él siempre me consoló a mí.

Estoy aquí, le digo. No iré a ninguna parte. Por si sirve de algo.

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—Gracias.

—Olvida toda la cosa de pesadumbre y destrucción —digo después de un rato—. Vamos a vivir un poco.

—Bien. Suena como un plan.

Me alejo, echando un vistazo al reloj en el salpicadero. Las siete cuarenta y cinco —un montón de tiempo, pienso. Sé de algo que nos hará

sentir mejor a los dos.

—¿A dónde iremos ahora? —pregunta Christian.

—Te gustará —digo, encendiendo el coche—. Lo prometo.

Una hora después, aparco el coche cerca del centro de visitantes del Parque Big Basin Redwoods State y salgo de un salto.

—Sígueme —digo, y voy bajo los imponentes árboles hacia el sendero de la Montaña Pine.

Me sorprendió recordar aún el camino, pero lo hago. Lo recuerdo

como si hubiese sido ayer. Se perfila como un día soleado, pero está frío a la sombras de la gigantesca secuoya. No hay ningún otro senderista a lo

largo del camino, y tengo la extraña sensación de que Christian y yo somos las únicas dos personas en el planeta, como si de alguna manera hubiéramos ido hacia atrás en el tiempo, antes de la aparición del hombre,

y ahora es momento de que un lanudo mamut salga de detrás de los árboles para enfrentarnos.

Christian está de pie unos pocos pasos detrás de mí mientras vamos de excursión, apreciando la belleza de este lugar. No duda cuando llegamos a Buzzards Roost y tenemos que hacer un poco de escalada en la

roca. En momentos estamos en la cima de la colina, mirando a través del valle de árboles enormes, en la distancia azules montañas costeras, el brillo del océano apenas visible detrás de ellas.

—Guau —inhala, girándose y apreciándolo todo.

—Eso fue lo que dije la primera vez. —Me siento en una roca,

inclinada hacia atrás para sumergirme en el sol—. Acá es dónde mamá me trajo para decirme acerca de los ángeles, cuando tenía catorce. Dijo que era su lugar para pensar, y ahora que vivo aquí de nuevo, creo que podría

ser el mío, también. Se supone que tengo que encontrar un lugar de pensamiento para la clase de felicidad. Una zona segura, lo llama el

profesor.

—¿Cómo va la clase de felicidad, por cierto?

—Bien, de momento.

—¿Te estás sintiendo feliz? —pregunta con una insinuación de sonrisa.

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Me encojo. —El profesor dice que la felicidad es querer lo que tienes.

Christian hace un ruido pensativo en la parte posterior de su garganta. —Ya veo. La felicidad es querer lo que tienes. Bueno, ahí estás

tú. Así que, ¿cuál es el problema, entonces?

—¿Qué quieres decir?

—¿Por qué la clase está sólo bien?

—Oh. —Muerdo mi labio, entonces confieso—: Cada vez que medito, comienzo a brillar.

Su boca se abre. —¿Cada vez?

—Bueno, no cada vez ahora, ya que me di cuenta cómo funciona. Cada vez que tengo que vaciar mi mente, enfocarme en el presente; tú

sabes, sólo ser, ¿recuerdas? Cuando sea que me meto en ello, entonces boom. Glorificada.

Suelta una risa incrédula. —Entonces, ¿qué haces?

—Paso los primeros cinco minutos de cada clase intentando no

meditar mientras los otros estudiantes sí. —Suspiro—. Lo que no es propicio para toda la cosa de liberar tensiones.

Ríe, un tipo de risa completamente encantadora, como si encontrara

todo el asunto hilarante. Es un gran sonido, cálido, movido, y hace que yo también me quiera reír, pero sólo sonrío y sacudo la cabeza tristemente como diciendo, ¿qué más puedo hacer?

—Lo siento —dice—. Pero eso es muy gracioso. Todo el año pasado estuviste parada en el escenario del Liguero Rosa, trataste tan duro de

alcanzar la gloria, no pudiste, y ahora tienes que trabajar en mantenerla atrás.

—Eso es lo que llamamos ironía. —Me pongo de pie, limpiando la

suciedad en mis vaqueros—. Muy bien. No es que no disfrute charlar contigo, Christian, pero no te traje aquí arriba para hablar.

Mira de reojo hacia mí. —¿Qué?

Me quito la sudadera y la arrojo a un lado.

Ahora de verdad parece confundido. Le doy la espalda y convoco a

mis alas, estirándolas por encima de mi cabeza, flexionándolas. Cuando miro en su dirección otra vez, está de pie, mirando con una especie de

anhelante admiración mis plumas, las cuales brillan blancas en el sol.

Quiere tocarlas.

—Clara… —dice sin aliento, da un paso hacia adelante y extiende el

brazo.

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Salto de la roca. El viento me acomete, frío y codicioso, pero mis alas

se abren y me llevan hacia arriba. Abandono y me alejo de Buzzards Roost, rozando los árboles, riéndome. Ha pasado tanto tiempo desde que he

volado. No hay nada en la tierra que me haga sentir más feliz que esto.

Doy una vuelta de regreso. Christian todavía está en la roca, mirándome. Se ha quitado su chaqueta. Despliega sus hermosas alas

blancas con motas de negro, avanza al borde de la roca y mira hacia abajo.

—¿Vendrás o qué? —llamo.

Sonríe, entonces despega desde la cima de la roca con dos poderosos

aleteos de sus alas. Mi respiración se detiene. Nunca antes hemos volado juntos, no así, no a la luz del día, sin trabas, sin que haya algo terrible de

lo que alejarse o algo aterrador hacia lo que estemos yendo. Nunca lo hemos hecho por diversión.

Vuela hacia mí, tan rápido que lo único que veo es una línea contra

el azul del cielo. Es un mejor volador que yo, más dotado para ello, con más práctica. Apenas tiene que batir sus alas para mantenerse en el aire.

Simplemente vuela, como Superman, cortando el aire.

Vamos, perezosa, dice. Guíame.

Río y voy delante de él.

Hoy somos sólo nosotros y el viento.

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4 El laberinto.

Traducido por Eugene_14 & BeaG

Corregido por BlancaDepp

Esa noche soñé que Tucker y yo cabalgábamos con Midas en la pista forestal. Sentada detrás de él, con las piernas aferradas a las suyas y mis

brazos envolviendo suavemente su pecho mientras el caballo nos llevaba hacia abajo. Mi cabeza se llenó del olor a pino, caballo y Tucker. Completamente relajada, disfrutando del sol en mis hombros, la brisa en

mi cabello, la sensación de su cuerpo contra el mío. Es todas las cosas calientes, buenas y fuertes. Es mío. Me inclino hacia él, presionando un beso en el hombro sobre su camisa de cuadros azules.

Se voltea para decir algo, y el ala de su sombrero Stetson me golpea en la cara. Me sorprende; pierdo mi balance y casi me caigo del caballo

pero él me estabiliza. Toma el sombrero, me mira con su dorado cabello castaño, sus ojos increíblemente azules, y se ríe con su risa ronca, lo que hace que la piel de gallina salte a lo largo de mis brazos.

—Esto no está funcionando. —Se acerca, pone su sombrero en mi cabeza y sonríe—. Ya está. Mucho mejor en ti. —Acomoda su cara para

besarme. Sus labios ligeramente agrietados, pero suaves, tiernos en la mía. Su mente llena de amor.

En este momento sé que estoy soñando. Sé que esto no es real. Ya

puedo sentir como me despierto. No quiero despertar, creo. Aún no.

Abro mis ojos. Aún es de noche, una lámpara derrama una luz plata acuosa a través de la ventana abierta, hay una grieta dorada debajo de la

puerta, sombras que emiten suaves sonidos por los muebles. Estoy llena de una sensación extraña, casi como un déjà vu. El edificio está

inquietamente tranquilo, así que sé, sin mirar mi reloj, debe ser bastante tarde o temprano, sin embargo deseo verlo. Miro hacia Wan Chen. Suspira en sueños, y da la vuelta.

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El sueño es injusto, creo. Sobre todo porque todo iba bien con

Christian esta mañana. Me sentí conectada con él, como si finalmente estuviera donde se suponía que debería de estar. Me sentía bien.

Sueño tonto. El idiota de mi subconsciente se niega a enfrentar los hechos: Tucker y yo terminamos. Listo.

Tonto cerebro. Tonto corazón.

Hay una luz emitiendo sonido, tan tenue que creo que podría haberlo imaginado. Me incorporo, escuchando. Viene otra vez. De repente me doy cuenta que se trataba de los golpes que me despertaron.

Me pongo mi sudadera y voy de puntillas hacia la puerta. Al abrir una rendija, entrecierro los ojos por el brillo de la sala.

Mi hermano está de pie fuera de mi puerta.

—Jeffrey —suspiro.

Probablemente debería parecer relajada, pero no pude. Pongo mis

brazos alrededor de él. Se tensa por la sorpresa, los músculos de sus hombros duros cuando me quedo con él, pero, finalmente lleva sus manos

a mi espalda y se relaja. Es tan bueno poder abrazarlo, saber que esta sólido, sano y a salvo, que casi me río.

—¿Qué estás haciendo aquí? —pregunto después de un minuto—.

¿Cómo me has encontrado?

—¿Crees que no puedo localizarte si quiero? —dice—. Pensé que te vi hoy, y creo que te extrañe.

Me alejo un poco y lo miro de nuevo. De alguna manera, parece más grande. Más alto, pero más delgado. Más viejo.

Lo agarro por el brazo y lo arrastro hacia el cuarto de lavado, en el que podemos hablar sin despertar a todo mundo.

—¿Dónde has estado? —le reprimí después de haber cerrado la

puerta detrás de nosotros.

Por supuesto, él había estado esperando esa pregunta. —Por ahí.

¡Auch! —dice cuándo le pego en el hombro—. ¡Oye!

—¡Tú, pequeño imbécil! —le grito, y lo golpeo de nuevo, solo que esta vez más fuerte—. ¿Cómo puedes irte de esa manera? ¿Tienes idea de cuan

preocupados estábamos nosotros?

La próxima vez que iba a golpearlo, toma mi puño de tal manera que lo retiene. Estoy tan sorprendida por lo fuerte que es, la facilidad con que

detiene el golpe.

—¿Quién es “nosotros”? —pregunta, y cuando no logro entender a

qué se refiere, dice—: ¿Quién estaba preocupado?

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—¡Yo, idiota! Y Billy, y papá…

Niega con la cabeza. —Papá no se preocuparía por mí —dice, y en sus ojos vi ese brillo de furia que casi había olvidado, su furia hacia papá

por dejarnos cuando éramos unos niños. Por no estar ahí. Por mentir. Porque representa todo lo que se siente injusto en su vida.

Pongo mi mano en su brazo. Su piel es fría, húmeda, como si viniera

caminado de un clima húmedo o volando por las nubes. —Jeffrey, ¿dónde has estado? —pregunto, esta vez con más calma.

Juega con los botones de la parte superior de una de las máquinas

de lavado. —He estado haciendo lo mío.

—Podrías habernos dicho a donde ibas. Podrías haber llamado.

—¿Por qué, así me convencerían de ser, un poco, un buen ángel de sangre? ¿Aunque termine siendo arrestado? —Se aleja, con las manos metidas en los bolsillos, y marca un punto en la alfombra con su zapato—.

Huele bien aquí —dice, lo que me parece un intento tan ridículo de cambiar el tema que saca una sonrisa de mí.

—¿Quieres lavar algo de ropa? Es gratis. ¿Sabes cómo lavar la ropa?

—Si —dice, y me lo imagino en una lavandería en algún lugar, con el ceño fruncido frente a una lavadora separando los blancos de los negros, a

punto de hacer su primera carga de ropa por su cuenta. Por alguna razón la imagen me pone triste.

Es curioso que todo este tiempo, todos estos meses, haya querido

hablarle tanto que he tenido conversaciones imaginarias con él, pensado en lo que diría cuando lo volviera a ver. Quería interrogarlo. Castigarlo.

Convencerlo de volver a casa. Compadecerme por lo que está pasando. Tratar de hacerlo hablar sobre las partes que no entiendo. Quiero decirle que lo amo. Pero ahora que está aquí, no sé qué decirle.

—¿Vas a la escuela en alguna parte? —le pregunto.

Se burla. —¿Por qué he de hacer eso?

—¿Así que no estás planeando graduarte de la preparatoria?

Sus ojos plateados pasan a un frío obscuro. —¿Para qué, para entrar a una universidad de lujo como Stanford? Graduarme, obtener un trabajo

de nueve a cinco, tener un perro, unos cuantos pares de niños, ¿qué serían nuestros hijos, de todos modos? ¿Un treinta y siete por ciento y medio ángel de sangre? ¿Creo que hay un término en latín para eso?

¿Entonces tendría el sueño Ángel-Americano y un felices para siempre?

—Si eso es lo que quieres.

—No es lo que quiero —dice—, eso es lo que hacen los humanos, Clara. Y yo no lo soy.

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Me esfuerzo por mantener la voz neutra. —Sí, lo eres.

—Solo soy un cuarto de humano. —Me mira como si estuviera inspeccionando mi humanidad, también.

—Esa es una muy pequeña parte del pastel. ¿Por qué debe definirme?

Cruzo los brazos sobre el pecho, me da escalofríos, aunque no hace

frio. —Jeffrey —le digo en voz baja—, no podemos huir de nuestros problemas.

Se estremece, y luego me empuja más allá de la puerta. —Fue un

error venir aquí —murmura, y me pregunto: ¿Por qué ha venido aquí? ¿Por qué quería verme?

—Espera. —Empiezo a seguirle, hasta que le agarro el brazo.

—Vamos, Clara. Ya he terminado de jugar. Ya he terminado con todo esto. No quiero tener a nadie que me diga qué debo de hacer, no otra vez.

Voy a hacer lo que yo quiero.

—¡Lo siento! —Me detengo, y tomo un respiro—. Lo siento. —Lo

intento de nuevo, con una voz más calmada—. Tienes razón. No me corresponde estar sobre ti. No soy…

Mamá, pensé, pero la palabra no sale. Solté el brazo para dar un par

de pasos hacia atrás. —Lo siento —digo de nuevo.

Me mira fijamente como por un minuto como si estuviera decidiendo

qué decirme.

—Mamá sabía —finalmente dice—. Sabía que yo iba a salir corriendo.

Lo miro. —¿Cómo?

Se burla. —Me dijo que un pajarito le dijo.

Suena exactamente como algo que mamá diría. —Era un poco irritante, ¿no?

—Sí. Realmente lo era. —Sonríe con una sonrisa tipo cariño-dolor.

Me rompe el corazón.

—Jeffrey… —Quiero hablarle del cielo, sobre ver a mamá, pero no me deja.

—El punto es, que ella lo sabía —dice—. Incluso me preparó para ello.

—Pero tal vez yo podría…

—No. No necesito echar a perder mi vida en este momento. —Se ve avergonzado, como si se hubiera percatado de lo grosero que suena—.

Quiero decir, tengo que hacerlo por mi cuenta, Clara. ¿De acuerdo? Pero

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estoy bien. Eso es lo que vine a decirte. Ya no tienes que preocuparte.

Estoy bien.

—Está bien —me quejo, mi voz repentinamente suena espesa. Me

aclaro la garganta, hasta que consigo controlarme—. Jeffrey…

—Tengo que volver —dice.

Asiento como si esto le diera sentido que debería estar en algún lado

donde lo necesitaran a las cinco de la mañana—. ¿Necesitas dinero?

—No —dice, pero espera mientras voy a mi cuarto y logro sacar algo de dinero para él.

—Si necesitas algo, cualquier cosa, llámame —le ordené—. Quiero decir. Llámame.

—¿Por qué, así tú podrás estar sobre mí? —dice, pero suena natural al respecto.

Lo acompaño hasta la puerta principal. Hace frío afuera. Me

preocupa que no lleve un abrigo. Me preocupa que los cuarenta y dos dólares que le di no sean suficientes para mantenerlo a salvo y alimentado.

Me preocupa que nunca lo vuelva a ver.

—Ahora es cuando me sueltas el brazo —dice.

Libero mis dedos.

—Jeffrey, espera —digo pero el empieza a alejarse.

No se detiene, ni se da la vuelta. —Clara, te llamaré.

—Más te vale —le grito.

Gira en la esquina del edificio. Espero hasta tres segundos antes de correr tras él, pero cuando llegué, ya se había ido.

Ese estúpido cuervo está ahí de nuevo, posado en una rama justo afuera de la ventana de la clase de felicidad, mirándome. Se supone que debo estar meditando en estos momentos, lo que significa que tengo que

sentarme y verme como si lo estuviera pasando bien, con los más o menos setenta estudiantes que están acostados en varias posiciones de

meditación en el suelo, dejando de lado todos los pensamientos mundanos y otras cosas, lo cual no puedo hacer, porque si lo hiciera empezaría a brillar como una cama de bronceado. Se supone que debo tener los ojos

cerrados, pero los tengo abiertos para ver si el pájaro sigue ahí, y cada vez que lo compruebo, sigue mirándome fijamente a través del cristal con esos ojos color amarillo brillante, burlándose de mí al igual que, ah sí, ¿Qué vas a hacer al respecto?

Es una coincidencia, creo. No es el mismo pájaro. No puede ser.

Parece el mismo pájaro, pero desde luego, todos los cuervos parecen

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iguales, ¿no? ¿Qué quiere? Esto pone claramente una torcedura

importante en mi búsqueda de la paz interior.

—Excelente trabajo, a todo el mundo —dice el Dr. Welch, estirando

los brazos sobre la cabeza—. Ahora vamos a tomar unos minutos para escribir en nuestros diarios de gratitud, y luego empezaremos la discusión.

Vete, pienso hacia el pájaro. No eres un Ala Negra. Solo eres un estúpido pájaro, no quiero tratar con ningún Ala Negra en este momento.

Amartilla su cabeza hacia mí, me grazna una vez más, y se va

volando.

Respiro hondo y suelto el aire poco a poco. Estoy paranoica, me digo otra vez. No es más que un pájaro. No es más que un simple pájaro. Deja

de inventar tonterías.

Estoy agradecida de que la meditación haya terminado, es lo que

escribo en mi diario. Solo para ser sarcástica.

La persona que se sienta a mi lado mira lo que he anotado en mi papel, y sonríe.

—Yo, tampoco soy bueno en eso —dice.

Si solo supiera. Pero sonrío y asiento con la cabeza.

—Eres Clara, ¿no? —susurra—. Te recuerdo de ese juego estúpido introductorio que jugamos en el primer día.

El Dr. Welch carraspea y mira fijamente hacia nosotros dos, lo que

significa, Se supone que deben de estar agradecidos en este momento. No hablando.

El chico sonríe y gira su libreta poco apoco para que pueda ver lo que escribe. Soy Thomas. Estoy agradecido de que esta clase sea aprueba/no aprueba.

Sonrió y asiento otra vez. Yo ya sabía su nombre. He estado refiriéndome en privado con el cómo Thomas el incrédulo, ya que siempre

es el primero en cuestionar todo lo que el Dr. Welch dice. Al igual que la semana pasada, por ejemplo, el Dr. Welch dijo que teníamos que dejar de perseguir a las cosas materiales y trabajar para estar contentos con

nosotros mismos, y la mano de Thomas se alzó y dijo algo así como: “Pero si todos nos sentamos en torno a contenidos, exactamente donde

estábamos en la vida, nadie se esforzaría por la excelencia. Quiero ser feliz, seguro, pero no he venido a Stanford porque quiera encontrar la felicidad. Vine porque quiero ser el mejor’’.

Tipo humilde.

Mi celular vibra, y el Dr. Welch me mira otra vez. Espero unos

cuantos minutos antes de sacarlo del bolsillo. Hay un mensaje de Angela diciendo que la encuentre en la Iglesia Memorial.

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Después de que la clase terminara bajo las escaleras de la Librería

Meyer, donde se realiza la clase de la felicidad, y Thomas me llama. —Oye, Clara, ¡espera! —No tengo tanto tiempo para esto, pero me detengo.

Exploro el cielo nerviosamente por el misterioso cuervo, pero ya no veo nada fuera de lo común.

—Um, te gustaría. —Thomas se detiene, como si hubiera olvidado

que es lo que iba decir, ahora tiene mi atención—. ¿Quieres comer algo? Hay un lugar detrás de Tresidder que hace burritos de pollo increíbles. Ponen arroz, frijoles y pico de gallo…

—No puedo. He quedado con alguien —le interrumpo antes de que realmente pueda ponerse en marcha por los burritos. Los cuales

verdaderamente son buenos. Pero tengo que verme con alguien, y además de eso, realmente no quiero salir con “Thomas el incrédulo”. Eso lo sé.

Su cara se cae. —Está bien, entonces en otro momento —dice y

encoge un hombro como si no fuera gran cosa, pero siento una punzada de orgullo herido que viene de él, “quien se cree que es” una especie de

sensación que me hace sentir inmediatamente menos culpable por rechazarlo.

El texto de Angela —C, encuéntrame a las 17:30 en Iglesia Memorial. Importante— me hace correr por entre los arcos de la galería, mis pasos resuenan en las piedras cuadradas. Su visión va a tener lugar aquí, en

Stanford, después de todo —es esa la razón por la cual todos terminamos aquí— qué podría ser tan malditamente importante. Compruebo mi reloj —

cinco treinta y cinco—, cruzo el patio, no lentamente como lo hago a menudo para disfrutar de la vista de la iglesia, sus relucientes mosaicos dorados en la parte delantera, la cruz celta encaramada en la cima del

techo. Meto mi hombro contra la puerta de madera pesada y entro, hago una pausa por el momento en el vestíbulo para que mis ojos se

acostumbren a la penumbra del interior.

No veo a Angela inmediatamente, entre la dispersión de los estudiantes que se reunían ahí, la mayoría de ellos caminando lentamente

en un patrón indiscernible en la parte delantera del santuario. Vago por el pasillo de alfombra roja hacia ellos, más allá de la fila de bancos de caoba,

sintiendo un picor en mi piel por las representaciones de ángeles que están en todas partes, en las vidrieras, en los mosaicos que se encuentran a ambos lados de mí, en los espacios entre los arcos del techo: ángeles en

todas partes, mirando hacia abajo, siempre con sus alas desplegadas. Uno de ellos es probablemente Michael, creo. Todo lo que tengo que hacer para encontrar a mi padre es ir a la iglesia.

Veo a Angela. Está con los demás, caminando dentro de un círculo en la parte superior de la escalera de la parte delantera. Algo está tendido

en el suelo como una enorme alfombra azul profundo con dibujos blancos, una especie de camino en bucles. Ella no me ve. Sus labios fruncidos en

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concentración, y luego se mueve como si estuviera diciendo algo, pero no

escucho ningún sonido además del arrastrar de los pies y el susurro de la ropa cuando la gente camina. Se para en el centro del círculo, inclina su

cabeza por un buen rato, con el pelo ocultando su rostro, entonces se pone en marcha de nuevo, caminando lentamente, con sus brazos oscilando en los costados.

Mi empatía surge a la vida. Puedo sentirlos a todos, cada una de las personas que están dentro del círculo. Hay una chica a mi izquierda que extraña su hogar. Extraña la Gran Ciudad, su familia en Brooklyn, sus

dos hermanas pequeñas. Un chico que está parado en el centro quiere desesperadamente sacar una A en su primer examen de cálculo. Otro se

está preguntando acerca de una rubia en su clase de Cinematografía, si ella piensa que tiene buen gusto en películas, o si le gusta él, y luego se siente culpable por pensar ese tipo de cosas dentro de una iglesia. Sus

emociones y pensamientos entrelazados son como bocanadas de aire golpeándome en la quietud de este lugar, caliente y frío, miedo y soledad,

esperanza y felicidad, pero tengo la sensación de que se está vaciando, como si los sentimientos saturaran sus cerebros poco a poco, formando un círculo, como si fueran un remolino de agua yéndose por el desagüe.

Y por encima de todos ellos siento a Angela. Concentrada. Llena de propósito. Determinación. Buscando la verdad con la persistencia de un misil guiado.

Me siento en la primera fila y espero, me inclino sobre mis rodillas y cierro los ojos. Tengo un recuerdo repentino de Jeffrey cuando era un

niño, de cuando íbamos a la iglesia de pequeña, quedándose dormido en medio del sermón. Mamá y yo tuvimos dificultades tratando de no reírnos de él, todo desparramado, pero luego comenzó a roncar, y mamá le dio un

golpe en las costillas, y se sacudió sentándose derecho.

¿Qué?, había susurrado. Estaba rezando.

Contuve una risa al recordar eso. Estaba rezando. Clásico.

Abrí mis ojos. Alguien a mi lado se pone sus zapatos: un par de botas, destartalas y negras con las trenzas raídas. Las de Angela. La miré.

Llevaba una sudadera negra holgada y polainas púrpura, un poco más descuidada de lo habitual, sin maquillaje, ni siquiera el usual delineador

negro alrededor de sus ojos. Tenía la misma mirada que el año pasado cuando trataba de descubrir a qué universidad debía ir: una mezcla de frustración y emoción.

—Hola —comencé a decir, pero me hace callar, señalando hacia la puerta. La sigo afuera de la iglesia, agradecida por el aire fresco en mi

cara, el sol repentino, la brisa que mueve las hojas de las palmeras en el borde del campo.

—Te tomó bastante tiempo llegar —dijo Angela.

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—¿Qué es eso de todos modos, en la iglesia?

—Es un laberinto. La imitación de uno, en cualquier caso. Está hecho de vinilo para que puedan enrollarlo y moverlo. Es una réplica de

esos enormes laberintos de piedra que tienen las iglesias de Europa. La idea es que al caminar en círculos puedas liberar la mente para poder rezar.

Arqueé una ceja.

—Pensaba en mi designio —dijo.

—¿Funcionó? ¿Liberaste tu mente?

Se encogió de hombros. —Al principio pensé que no tenía sentido, pero me resulta difícil concentrarme últimamente. —Se aclaró la

garganta—. Así que lo intenté, y después de un rato logré una asombrosa claridad. Es extraño. Solo se impone sobre ti. Luego me di cuenta de que podía hacer que la visión viniera a mí de esa manera.

—¿Hacer que la visión viniera a ti? ¿A propósito?

Ella se burla. —Por supuesto que a propósito.

Sabiendo esto inmediatamente me dan ganas de volver a entrar y probarlo. Tal vez conseguir más que un poco de oscuridad. Tal vez le encontraría sentido a mi visión. Pero hay otra parte de mí que se

estremece ante la idea de ir a la habitación oscura de nuevo voluntariamente.

—Así qué. ¿Por qué te envié un mensaje? —dice Angela, sus

hombros tensos—. Tengo las palabras.

Miro hacia ella. Levanta las manos en exasperación.

—¡Las palabras! ¡Las palabras! Todo este tiempo, quiero decir, por años, C, he estado viendo este lugar en mis visiones, y sé que se supone que debo decirle algo a alguien, pero nunca me he escuchado a mí misma

decir las palabras. Me había estado volviendo loca, especialmente desde que llegué aquí y sé que va a pasar muy pronto, dentro de los próximos

cuatro años, supongo. Estoy destinada a ser una mensajera, al menos eso es lo que creo, pero nunca supe el mensaje, hasta ahora. —Toma un respiro, suspira. Cierra sus ojos—. Las palabras.

—Así que, ¿cuáles son?

Abre los ojos, su iris con un destello oro ansioso.

—El séptimo es de nosotros —dice.

Muy bien. —¿Qué significa eso?

Su cara decae. Como si hubiese estado esperando que yo supiera la

respuesta y la compartiera con ella. —Bueno, sé que el número siete es el más significativo de todos los números.

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—¿Por qué? ¿Por qué hay siete días en la semana?

—Sí —dice, completamente imperturbable—. Siete días en la semana. Siete notas en la escala musical. Siete colores en el espectro.

Está seriamente obsesionada con esto. Pero creo que eso no me trae ninguna sorpresa. Es Angela.

—Ajá. Así que tu visión es presentada a ti por el número siete —

bromeo. No puedo evitarlo pero pienso en Plaza Sésamo. Este episodio es traído a ti por el número doce y la letra Z.

—Oye, C, esto es serio —dice—. Siete es el número de la perfección y la realización divina. Es el número de Dios.

—El número de Dios —repito—. ¿Pero qué significa, Ange? “El

séptimo es nuestro”.

—No lo sé —confiesa, frunciendo el ceño—. He considerado que podría ser un objeto de algún tipo. O una fecha, supongo. Pero… —Toma

mi mano—. Aquí, ven conmigo.

Me tira por el patio de nuevo, esencialmente desandando la ruta por

la que vine hasta aquí, hasta la zona de recreación, donde hay un grupo de estatuas negras, una réplica de Los Burgueses de Calais de Rodin, seis

hombres de aspecto triste con cuerdas alrededor de su cuello. No sé la historia o qué destino se supone que tienen, pero están claramente caminando hacia la muerte, lo cual siempre me ha parecido extraño e

inquietante que estén en el medio del bullicioso campo de Stanford. Da un poco de tristeza.

—Los veo, en mi visión. —Angela me lleva más allá de las estatuas,

hasta que estamos paradas en la parte superior de la escalera mirando a la forma oval del campo de Stanford y más allá de Palm Drive, la larga

calle que está llena de palmeras gigantes y marca la entrada oficial hacia la universidad. El sol se está poniendo. Los estudiantes lanzan un disco en la hierba con pantalones cortos y camisetas sin mangas, gafas de sol,

sandalias. Otros tumbados bajo los árboles, estudiando. Los pájaros cantan, las bicicletas pasan zumbando. Un coche pasa con una tabla de surf amarrada al techo.

Damas y caballeros, pienso: Octubre en California.

—Sucede aquí. —Angela se para en seco—. Justo aquí.

Bajo la mirada. —Quieres decir, ¿aquí en donde estamos paradas?

Asiente. —Voy a venir desde esa dirección. —Señala hacia la izquierda—. Y voy a dar cinco pequeños pasos, y alguien va a estar

esperando por mí, justo aquí.

—El hombre con el traje gris. —Recuerdo que me dijo.

—Sí. Y le diré: “El séptimo es nuestro”.

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—¿Sabes quién es él?

Hace un ruido irritado con la parte posterior de su garganta, como si estuviera reventando su burbuja de “adivina lo lista que soy” trayendo a

colación algo que ella no sabe. —Siento como si lo reconociera, en la visión, pero tiene su espalda hacia mí. No puedo ver su rostro.

—Ah, una de esas. —Pienso en los días cuando tuve mi primera

visión, el bosque, el fuego, el chico viéndolo, y fue como que nunca pude lograr ver cómo era. Me tomó un tiempo acostumbrarme a ver a Christian de frente.

—Lo averiguaré, obviamente —dice, como si no fuera importante—. Pero pasará. Justo aquí. Este es el lugar.

—Muy interesante —digo, lo que quiere escuchar.

Asiente, pero hay algo turbado en su expresión. Muerde su labio y luego suspira.

—¿Estás bien? —pregunto.

Despierta del trance. —Justo aquí —dice de nuevo, como si el lugar

tuviese propiedades mágicas.

—Justo aquí —concuerdo.

—El séptimo es nuestro —susurra.

De regreso a Roble tomamos un atajo a través del jardín de las esculturas de Papúa Nueva Guinea. Entre los grandes árboles hay decenas de postes de madera esculpidos y grandes esculturas de piedra realizadas

al estilo nativo. Mi miraba va a la derecha a una versión primitiva de El Pensador, un hombre agachado con su enorme cabeza enmarcada en sus

manos, con una expresión contemplativa. Encaramado en lo alto de la cabeza hay un gran cuervo negro. Al acercarnos, hace un ruido al verme.

Grazna.

Dejo de caminar.

—¿Qué es? —pregunta Angela.

—Ese pájaro —digo, mi voz cayendo en vergüenza por lo tonto que esto va a sonar—. Es como la cuarta vez que lo veo desde que llegue aquí. Creo que me está siguiendo.

Mira por encima del hombro al ave. —¿Cómo sabes que es el mismo pájaro? —pregunta—. Hay muchas aves aquí, C, y los pájaros actúan raro

alrededor de nosotros. Eso es un hecho.

—No lo sé. Es un presentimiento, supongo.

Sus ojos se abren ligeramente. ¿Crees que Samjeeza podría haberte seguido hasta aquí?, pregunta en silencio, lo que me asusta. Me olvidé de que puede hablar en mi mente. ¿Sientes la pena?

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Me siento una tonta al instante por no haber pensado en la pena

antes. Por lo general, alrededor de Sam la pena me abruma sin que tenga que buscarla. Miro hacia el pájaro, abro lentamente la puerta de mi mente,

y espero a que sea inundada por la tristeza, la dulce desesperación de Samjeeza. Pero antes de que pueda discernir nada más allá de mi propia ansiedad, el ave grazna, casi de una manera burlona, y se va aleteando

entre los árboles.

Angela y yo nos miramos.

—Probablemente es solo un ave —digo. Un estremecimiento pasa a

través de mí.

—Claro —dice y su voz deja ver que no cree eso ni por un segundo—.

Bueno, ¿qué puedes hacer? Supongo que si se trata de un Alas Negras, te enteraras pronto.

Supongo.

—Deberías de contarle a Billy —dice Angela—. A ver si ella tiene algún, no lo sé, consejo para ti. Tal vez algún tipo de repelente para aves.

Quiero reírme de su elección de palabras, pero por alguna razón no le encuentro lo divertido. Asiento. —Sí, llamaré a Billy —digo—. No me he reportado con ella en un tiempo.

Odio esto.

Estoy sentada en el borde de mi cama con mi celular en la mano. No sé cómo Billy reaccionará por las noticias de que posiblemente esté viendo

a un Alas Negras, pero hay una alta probabilidad que diga que debería huir, eso es lo que haces cuando ves a un Alas Negras, es todo lo que nos

han enseñado una y otra vez. Corres. Vas a un lugar sagrado. Te escondes. No puedes luchar contra ellos. Son demasiado fuertes. Son invencibles. Es decir, el año pasado cuando Samjeeza comenzó a aparecer en mi escuela,

los adultos nos encerraron completamente. Se asustaron.

Tendría que dejar Stanford, eso es lo que significaría.

Mi mandíbula se aprieta. Estoy cansada de estar asustada todo el tiempo. De los Alas Negras, de visiones aterrorizadoras y de fallar. Estoy cansada de eso.

Me hace pensar en cuando era una niña. Tal vez tenía seis o siete, y pasé por una fase de miedo a la oscuridad. Me acostaba con las sábanas cubriéndome hasta la barbilla, convencida de que cualquier sombra era un

monstruo; un alienígena viniendo a abducirme, un vampiro, un fantasma a punto de poner su fría mano muerta en mi brazo. Le dije a mamá que

quería dormir con las luces encendidas. Ella me seguía la corriente o me dejaba dormir en su cama, acurrucada contra la seguridad de su cálido cuerpo con olor a vainilla hasta que el terror se iba, pero después de un

tiempo me dijo: —Es tiempo de dejar de tener miedo, Clara.

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—No puedo.

—Sí, puedes. —Me dio una botella—. Es agua bendita —explicó—. Si algo aterrador va a tu habitación, dile que se vaya, y si no se va, rocíalo

con esto.

Realmente dudaba que el agua bendita tuviera algún efecto en un alienígena.

—Inténtalo —me retó—. Mira lo que pasa.

Pasé la noche siguiente, murmurando: —Vete. —Y rociando las sombras, y ella tenía razón. Los monstruos desaparecieron. Los hice irse,

solo con mi negativa a tenerles miedo. Tomé control de mi miedo. Lo conquisté.

Así es como me sentía ahora, como si solo al rehusarme a estar asustada del pájaro, se iría.

Ojalá pudiera llamar a mamá en vez de a Billy. ¿Qué me diría?, me

pregunto, si mágicamente pudiera ir hacia ella, si pudiera correr a su habitación en Jackson, como antes y contarle todo. Creo que sé que

pasaría. Me besaría en la sien, de la manera que siempre lo hizo, y me quitaría el cabello de cara. Me pondría una cobija alrededor de mis hombros. Me haría una taza de té, y nos sentaríamos en el mostrador de la

cocina, le diría acerca del cuervo, y de mi visión de la oscuridad, como me siento, sobre mis miedos.

Y esto es lo que querría que ella diría: —Es tiempo de dejar de tener miedo, Clara. Siempre habrá peligros. Vive tu vida.

Apagué mi celular y lo puse en mi escritorio.

No dejaré que me hagas esto, pensé hacia el pájaro, aún aunque no estuviera presente en este momento. No estoy asustada de ti. Y no dejaré que me lleves lejos.

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5 Realmente quiero una

hamburguesa con queso.

Traducido por Karlamirandar & aa.tesares

Corregido por Itxi

Los días comenzaron a pasar, Octubre inclinándose hacia Noviembre. Me ocupé en los trabajos de la escuela, el “Stanford duck Syndrome”, el cual es cuando parece que estas nadando con calma, pero

bajo el agua pataleas con fuerza. Voy a clase cinco días a la semana, cinco o seis horas al día. Estudio arduamente dos horas por cada hora que paso

en clase. Eso es, al menos, setenta y cinco horas a la semana, si haces las matemáticas. Luego una vez que restas el sueño, comer, las duchas y tener, esporádicamente, visiones de Christian y yo escondiéndonos en un

cuarto oscuro, me quedo con, al menos, veinte horas para aparecer en fiestas ocasionales con las otras chicas de Roble, o ir al cine, o la playa, o

aprender a cómo jugar Frisbee golf en el oval2. Jeffrey me ha llamado de vez en cuando, lo cual es un gran alivio, y hemos estado teniendo un semi desayuno semanal juntos en el café donde mamá solía llevarnos cuando

éramos niños.

Así que no tengo mucho tiempo para pensar en otra cosa que no sea la escuela. Lo cual me viene muy bien.

Sigo viendo al cuervo alrededor del campus, pero hago todo lo que puedo por ignorarlo, y la mayoría de las veces que lo veo no pasa nada,

creo lo que me he estado diciendo: que si no me ataca, todo estará bien. No

2 Es como jugar al golf pero con un Frisbee. Uno o varios jugadores tienen como objetivo

llegar desde el mismo punto hasta un punto determinado, con el menor número de

lanzamientos posibles. En este caso se cambia el hoyo utilizado en golf, por una

estructura consistente en una cesta y unas cadenas colgando para ayudar a frenar el

Frisbee y que este se introduzca en la cesta.

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importa si es Samjeeza o no. Trato de actuar como si todo fuera normal.

Pero luego, un día, Wan Chen y yo salíamos del edificio de química, y escuché a alguien decir mi nombre. Me volví para ver a un alto hombre

rubio en un traje marrón cuadrado y un sombrero negro —estoy pensando alrededor de 1965— parado en el césped. Un ángel. No puedo negar eso.

Sucede que es mi padre.

—Uh, hola —digo débilmente. No había visto ni escuchado nada de él en meses, no desde la semana después de que mamá muriera, y ahora poof. Aparece. Como si hubiera caminado fuera del plató de la serie Mad Men. Con una bicicleta, demasiado extraño, una hermosa azul y plateada de la marca Schwinn que le toma un minuto poner contra el edificio. Trota

hacia donde Wan Chen y yo estamos paradas.

Me compongo. —Así que… um, Wan Chen, este es mi papá, Michael.

Papá, mi compañera de cuarto, Wan Chen.

—Gusto de conocerte —murmura papá.

La cara de Wan Chen se vuelve verde, dice que tiene que ir a otra

clase, y prontamente se va.

Papá tiene ese efecto en los humanos.

Por mi parte, estoy llena con el sentido de profunda y duradera felicidad, siempre la tengo cuando estoy alrededor de mi padre, un reflejo de su paz interior, su conexión con el cielo, su alegría. Luego, porque no

me gusta sentir emociones que no son mías, ni siquiera las buenas, trato de bloquearlo.

—¿Viniste aquí en bicicleta? —le pregunto.

Se ríe. —No. Esa es para ti. Un regalo de cumpleaños.

Estoy sorprendida. No importa que mi cumpleaños haya sido en

junio, y es noviembre. No puedo recordar haber recibido un regalo de cumpleaños de papá en persona. En el pasado usualmente mandaba algo extravagante por correo, una carta atestada de dinero o un medallón caro

o boletos para conciertos. Dinero para un coche. Todo cosas lindas, pero siempre parecía como si tratara de comprarme, compensar por el hecho de que nos abandonó.

Frunce el ceño, una expresión que no es muy natural en su cara. —Tu madre hizo los regalos —me confesó—. Ella sabía qué querías. Fue la

que sugirió esta bicicleta. Dijo que la necesitabas.

Me le quedo mirando. —Espera, ¿estás diciendo que mamá fue la mandó todas esas cosas?

Asiente medio culpable, como si estuviera admitiendo que hacía trampa en el examen de “buen padre”.

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Muy bien. Así que en realidad recibía regalos de mi mamá cuando

pensaba que los recibía de mi padre ausente. Esto esta tan jodido.

—¿Qué hay de ti? ¿Tienes al menos un cumpleaños? —pregunto, a

falta de algo mejor que decir—. Es decir, siempre pensé que tu cumpleaños era el once de julio.

Sonríe. —Ese fue el primer día completo que pude pasar con tu

madre, el primer día de nuestro tiempo juntos. Once de julio, 1989.

—Oh. Así que tienes como veintitrés.

Asiente. —Sí. Tengo como veintitrés.

Se parece a Jeffrey. Pienso eso cada vez que lo veo. Tienen los mismos ojos plateados, el mismo cabello, el mismo tono dorado de piel. La

diferencia es que mientras papá es, literalmente, tan viejo como las montañas, calmado y en paz con todo, Jeffrey tiene dieciséis y en paz con nada. Afuera “haciendo sus cosas”, lo que sea que eso signifique.

—¿Viste a Jeffrey? —pregunta papá.

—No leas mi mente, es grosero. Y sí, vino a verme, y me ha llamado

un par de veces, básicamente porque creo que no quiere que lo busque. Está viviendo por aquí en algún lado. Vamos a Joanie’s Café mañana. Esa es la única forma que puedo hacer que pase tiempo conmigo, ofreciendo

comida gratis, pero oye, funciona. —Tengo una idea estelar—. Deberías venir con nosotros.

Papá ni siquiera lo considera. —No querrá hablarme.

—¿Y qué? Es un adolescente. Tú eres su padre —le digo, y lo que no digo, pero que probablemente me escuche pensar, es deberías hacerlo regresar a casa.

Papá sacude su cabeza. —No lo puedo ayudar, Clara. Ya has visto

cada posible versión de lo que podría pasar, y nunca me escucha. Si acaso, mi interferencia hará las cosas peores para él. —Se aclaró la garganta—. De cualquier modo, vine por una razón. Me asignaron para

entrenarte.

Mi corazón comienza a latir rápidamente. —¿Entrenarme? ¿Para qué?

Su mandíbula trabaja mientras considera qué tanto revelar. —No sé si sabes esto de mí, pero soy un soldado.

O el líder del ejercito de Dios, pero está bien, seamos modestos. —Sí, como que sí sabía eso.

—Y el manejo de la espada es mi especialidad.

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—¿Manejo de espada? —digo muy fuerte, y la gente que pasaba nos

lanzaron miradas alarmantes. Bajo mi voz—. ¿Me vas a enseñar a usar una espada? Así como… ¿Una espada de fuego?

Pero esa es la visión de Christian, pienso inmediatamente. No mía. No yo, peleando.

Papá sacude su cabeza. —La gente la confunde a menudo con una

espada de fuego, por la forma en que la luz ondea, pero está hecha de gloria, no fuego. La espada de gloria.

No puedo creer que esté escuchando esto. —¿Una espada de gloria?

¿Por qué?

Duda. —Es parte del plan.

—Ya veo. Así que hay un plan definido. Incluyéndome —digo.

—Sí.

—¿Hay una copia escrita del plan maestro a la cual le pueda dar un

vistazo? ¿Sólo por un minuto?

La esquina de su boca se levanta. —Es un trabajo en proceso. Así

que, ¿estás lista? —pregunta.

—¿Qué, ahora?

—No hay tiempo como el presente —dice, lo cual puedo decir que

cree que es una broma. Se voltea para recuperar la bicicleta, y juntos deambulamos lentamente de regreso hacia Roble.

—Por cierto, ¿cómo va la escuela? —pregunta, como cualquier otro

padre responsable.

—Bien.

—¿Y cómo está tu amiga?

Encuentro extraño el hecho de que este preguntando por mis amigos. —Uh, ¿quién?

—Angela —dice—. Es la razón por la que viniste a Stanford, ¿no?

—Oh, sí. Angela está bien, creo.

La verdad es que no he quedado con Angela desde el día en la Iglesia Memorial, hace casi tres semanas. La llamé la semana pasada y le pregunté si quería ir a ver la nueva película de terror que salió en

Halloween, y pasó de mí. “Estoy ocupada” fue todo lo que dijo. Además no está interesada en salir a fiestas o a las lecturas de poemas, por lo cual asumí que todo estaba terminado; o hacer mucho o nada además de ir a

clase, e incluso en nuestra clase de Poetas Rehaciendo la Palabra ha estado extrañamente callada y nada obstinada. Últimamente he visto más

a sus compañeras de cuarto que a Angela: Robin está en mi clase de

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Historia del Arte los lunes y miércoles y muchas veces tomamos café

después de clase; Amy y yo siempre nos encontramos en el pasillo de la comida, al mismo tiempo, para desayunar, donde nos sentamos juntas y

hablamos.

Es por ellas que sé que Angela ha estado pasando el rato en la iglesia o quedándose en su cuarto, pegada a su computadora o leyendo

libros intimidantes a la vista o garabateando en su vieja libreta blanco y negro, usando sudaderas la mayoría de los días, algunas veces sin molestarse en darse un baño. Es evidente que algo más intenso que lo

habitual le está sucediendo. Imagino que su designio está acelerando —su obsesión con el número siete, el hombre en el traje gris, y todo ese tipo de

cosas.

—Siempre me gustó Angela —dice papá, lo cual me sobresalta porque por lo que sé, solo la vio una vez—. Es muy apasionada en su

deseo de hacer lo que es correcto. Deberías cuidarla.

Hago una nota mental para llamar a Angela tan pronto como tenga

un minuto. Hemos alcanzado Roble a este punto, y papá se detiene mirando el edificio con la fachada cubierta de hiedra mientras estaciono la bicicleta en aparcamiento que está afuera.

—¿Quieres ver mi habitación? —pregunto un poco incómoda.

—Quizás luego —dice—. Bien, ahora necesitamos encontrar un lugar donde no nos interrumpan.

No puedo pensar en otro lugar mejor que el sótano de los dormitorios, donde hay un cuarto de estudio sin ventanas. La gente

generalmente lo usa para hacer llamadas telefónicas cuando no quieren que sus compañeros de cuarto los molesten. —Es lo mejor que puedo hacer —digo, mientras conduzco a papá hacia abajo. Abro la puerta y la

sostengo para que pueda ver.

—Es perfecto —dice y entra.

Estoy nerviosa. —¿Tengo que estirar o algo así? —Mi voz hace un eco extraño en este claustrofóbico cuarto. Huele como a calcetines sucios, leche rancia, y perfume viejo.

—Primero debemos decidir dónde te gustaría entrenar —dice.

Hago un ademán a nuestro alrededor. —Estoy confundida.

—Este es el punto de partida —dice—. Debes decidir el punto final.

—Está bien. ¿Cuáles son mis opciones?

—Donde sea —contesta.

—¿El desierto Sahara? ¿El Taj Majal? ¿La Torre Eiffel?

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—Creo que haríamos un espectáculo practicando manejo de la

espada en la Torre Eiffel, pero es tú decisión. —Sonríe tontamente, luego se pone serio—. Trata con un lugar que conozcas bien, donde te sientas

cómoda y relajada.

Eso es sencillo. No tengo que pensar por más de dos segundos. —Está bien. Llévame a casa. A Jackson.

—Jackson será. —Papá se mueve para estar frente a mí—. Pasaremos ahora.

—¿Y qué es pasar, exactamente? —pregunto.

—Es… —Busca las palabras, encontrándolas—. Cediendo a las reglas del tiempo y del espacio para moverse de un lugar a otro muy

rápido. El primer paso —agrega dramáticamente—, es la gloria.

Espero que pasara algo, pero nada ocurre. Miro a papá. Cabecea hacia mí, expectante.

—¿Qué, voy a hacerlo?

—Has hecho esto antes, ¿no? Trajiste a tu madre del infierno.

—Sí, pero no sabía lo que hacía.

—Ladrillo por ladrillo, cariño —dice.

Trago. —¿Qué, ahora estoy construyendo Roma? Creo que

deberíamos de empezar con algo más pequeño. —Cierro mis ojos, trato de centrarme en el ahora, trato de dejar de pensar, de procesar, solo ser. Escucho mi respiración entrar y salir de mi cuerpo, trato de vaciarme,

olvidarme, porque solo así puedo alcanzar ese silencio dentro de mí que es parte de la luz.

—Bien —murmura papá, y abro los ojos en la dorada gloria que nos baña alrededor.

—En este estado —dice—, tienes acceso a cualquier cosa que pidas.

Simplemente debes aprender a pedirlo.

—¿Lo que sea? —pregunto escépticamente.

—Si pides y lo crees, sí. Lo que sea.

—Así que si realmente quiero una hamburguesa con queso, justo ahora…

Se ríe, y el sonido hace eco alrededor de nosotros como un coro de campanas. Sus ojos son plata fundida en esta luz, su cabello resplandeciente.

—Supongo que tengo pedidos extraños. —Extiende su mano, y algo dorado y café aparece en ella. Lo tomo. Es como pan, solo más claro.

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—¿Qué es esto? —pregunto. Porque no es una hamburguesa con

queso.

—Pruébalo.

Dudo, luego le doy una mordida. Explota en mi lengua, como el mejor croissant de mantequilla que he probado, casi derritiéndose en mi boca, dejando un vago sabor a miel. Devoro el resto, y después me siento

completamente satisfecha. No llena. Pero conforme.

—Esta cosa es genial —digo, resistiendo la urgencia de lamer mis dedos—. ¿Y puedes producir esto de aire, cuando quieras?

—Pido y viene —dice—. Pero ahora, concéntrate. ¿Dónde estamos?

—Dijiste que con la gloria podemos acceder a donde sea.

—Sí. Así es como uno pasa entre el cielo y la tierra, y cómo me es posible viajar de un lugar a otro en la tierra. Un momento a otro.

Me pongo momentáneamente entusiasmada. —¿También me vas a

enseñar cómo moverme entre el tiempo?

Me gustó la idea de darme una extra hora para estudiar para los

exámenes, o descubrir quién será el ganador de las olimpiadas de Stanford antes de que sucedan. O —un bulto se forma en mi garganta—podría ir a ver a mamá. En el pasado.

Papá frunce el ceño. —No.

—Oh —digo, decepcionada—.No es parte del plan, ¿verdad?

Pone la mano en mi hombro, y lo aprieta gentilmente. —Verás a tu

madre de nuevo, Clara.

—¿Cuándo? —pregunto, mi voz se torna ronca—. ¿Cuándo muera?

—Cuando más lo necesites —dice, dudoso como siempre.

Aclaro mi garganta. —Pero por ahora, ¿Puedo cruzar a cualquier parte que quiera ir?

Toma mi mano, mira hacia mis ojos. —Sí. Puedes.

—Esto puede ser extremadamente útil cuando esté corriendo tarde a

clases.

—Clara. —Quiere que me ponga seria ahora—. Cruzar es una habilidad vital. Y no es tan difícil de conseguir como piensas —dice—.

Estamos todos conectados, todo lo que vive y respira en este mundo, y la gloria es la que nos ata.

La próxima cosa de la que estará hablando es la Fuerza, lo sé.

—Y cada lugar tiene un pedazo de esa energía. Una firma, si quieres. Así que para moverte de aquí a allá, primero debes conectarte con esa

energía.

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—Gloria. Listo.

—Luego debes pensar en el lugar que deseas ir. No la ubicación en un mapa, sino la vida de ese lugar.

—¿Cómo... el gran árbol de álamo en el jardín en Jackson?

—Eso sería lo ideal —dice—. Alcanzar ese árbol, el poder se está generando desde el sol, las raíces se extienden hacia fuera en la tierra,

bebiendo, la vida de las hojas...

Durante un minuto, estoy hipnotizada por el sonido de su voz. Cierro los ojos y puedo verlo tan claramente: mi árbol de álamo, las hojas

comenzando a cambiar de color y la caída, el movimiento del viento frío del otoño a través de las ramas, el murmullo que agita las hojas. En realidad

me hace temblar, imaginarlo.

—No lo estás imaginando —dice papá—. Estamos aquí.

Abro los ojos. Jadeo. Estamos de pie en frente de mi casa bajo el

árbol de álamo. Sólo así.

Papá dejar ir de mis manos. —Bien hecho.

—¿Esa fui yo? ¿No tú?

—Toda tú.

—Fue fácil... —Estoy sorprendida por lo fácil que fue, una cosa tan

imposible como ir a casi mil kilómetros en un abrir y cerrar de ojos, literalmente.

—Eres muy poderosa, Clara —dice papá—. Incluso para una

Triplare, eres extraordinaria. Tu conexión es fuerte y estable.

Esto hace que me dan ganas de preguntarle una docena de cosas,

como, si eso es cierto, ¿por qué no me puedo sentir más, no sé, religiosa? ¿Por qué no son mis alas más blancas? ¿Por qué tengo tantas dudas? En

lugar de eso digo: —Bueno, vamos a hacer esto. Enséñame algo más.

—Con mucho gusto. —Se quita el sombrero, la chaqueta del traje y las coloca cuidadosamente sobre la barandilla del porche, luego va a la

casa y vuelve con la escoba de cocina de mamá, que enseguida rompe en dos pedazos como si fuera un espagueti sin cocinar. Me tiende una mitad a mí.

—Oye —grito. Sé que no debería ser un gran problema, pero relaciono la escoba con mamá bailando en la cocina, barriendo

teatralmente, cantando falsamente “Silbando al trabajar” con su voz nasal más aguda que la de Blanca Nieves—. Rompiste mi escoba.

—Pido disculpas —dice.

Tomo mi mitad de la escoba, entrecierro los ojos con recelo en su rostro. —Pensé que esto era acerca de la espada de gloria.

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—Ladrillo a ladrillo —dice otra vez, levantando la mitad de la escoba,

la que tiene las cerdas en él. Barre detrás de las pantorrillas, y salto—. Primero vamos a trabajar en su postura.

Me enseña sobre el equilibrio, ángulos, y anticipar los movimientos de mi oponente. Me enseña a utilizar la fuerza de mi corazón en lugar de los músculos de mi brazo, para sentir la espada, digo escoba, como una

extensión de mi cuerpo. Es como bailar, me doy cuenta rápidamente. Se mueve, y me muevo en respuesta, al compás suyo, permaneciendo ligera, rápida, hasta en la punta de los pies, evitando los golpes en lugar de

bloquearlos.

—Bien —dice al fin. Creo que incluso podría estar sudando.

Me siento aliviada porque esta lucha no es demasiado difícil. Pensé que podría ser una de esas cosas como volar, que por un tiempo fui un desastre, pero aprendo con bastante rapidez, a fin de cuentas.

Creo que soy la hija de mi padre.

—Lo eres —dice papá con orgullo en su voz.

Por otra parte, mientras que una parte de mí está feliz, sudorosa, y orgullosa de que esto va muy bien, a la otra parte le resulta una locura. Quiero decir, ¿quién usa espadas ya? Se siente como teatro para mí, como

un juego, golpeando a mi papá con un palo en el patio trasero. No me lo puedo imaginar como algo peligroso. Estoy sosteniendo esta escoba como una espada, y la mitad del tiempo quiero reventar de risa de lo ridículo que

es.

Pero debajo de todo, la idea de empuñar realmente un arma,

tratando de cortar a alguien con ella, me asusta totalmente. No quiero lastimar a nadie. No quiero pelear. Por favor, no dejes que tenga que luchar.

El pensamiento me hace perder un paso, y el palo de escoba de papá está en mi barbilla. Miro a sus ojos, trago.

—Ya es suficiente por hoy —dice.

Asiento con la cabeza y dejo mi pedazo de escoba en la hierba. El sol se está poniendo. Se está poniendo oscuro, y frío. Envuelvo los brazos en

mi pecho.

—Lo hiciste bien —dice papá.

—Sí, ya dijiste eso. —Me doy la vuelta, pateo a una piña de pino

caída.

Lo oigo venir detrás de mí. —A veces es difícil ser el portador de una

espada —dice suavemente.

Papá es conocido por ser duro, el tipo al que se llama cada vez que algún villano necesita un golpe. Phen hablaba de él como si fuera el policía

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malo en el juego "poli bueno, poli malo", el que golpea a los criminales. En

la obra de arte, el antiguo Michael es siempre el ángel de rostro severo cortando al diablo con una espada. Su apodo es el Atacante, dijo Phen.

Ese trabajo sin duda sería un asco. Pero cuando trato de mirar dentro de la mente de papá, lo único que consigo es la alegría. Ciertamente. Una quietud interior, como el reflejo en la superficie del lago Jackson al

amanecer.

Echo un vistazo por encima del hombro a papá. —No pareces muy conflictivo acerca de llevar una espada.

Se agacha y coge mi mitad de escoba, tiene las piezas juntas durante unos segundos, y luego vuelve a poner la escoba en una sola pieza. Mi

boca se abre como un niño en un show de magia. Paso los dedos sobre el lugar donde fue irregular, pero me parece perfectamente lisa. Ni siquiera la pintura se ve ensombrecida. Es como si nunca se rompió.

—Estoy en paz con esto —dice.

Juntos regresamos y caminamos hacia la casa. En algún lugar entre

los árboles oigo el canto de un pájaro, una llamada luminosa y sencilla.

—Oye, me preguntaba... —Me detengo y saco valor para que aparezca algo que ha estado en el fondo de mi mente desde que se

mencionó la palabra espada—. ¿Estaría bien si Christian entrena con nosotros? —Su mirada en mí es constante y curiosa, así que sigo—. Tiene una visión en la que utiliza una espada llameante… quiero decir de gloria,

y su tío lo ha estado entrenando un poco, pero no va a estar por mucho más tiempo, y creo que sería bueno, quiero decir, creo que sería útil para

los dos si entrenamos juntos. ¿Podría ser parte del plan?

Esta callado por tanto tiempo que estoy segura de que va a decir que no, pero luego parpadea unas cuantas veces y me mira. —Sí. Tal vez

cuando estés en casa para las vacaciones de Navidad, los entrene juntos.

—Genial. Gracias.

—De nada —dice con sencillez.

—¿Quieres entrar? —le digo al borde del porche—. Creo que puedo sacar un poco de chocolate.

Niega con la cabeza. —Ahora es el momento para la siguiente parte de la lección.

—¿La siguiente parte?

—¿Te acuerdas de cómo cruzar?

Asiento con la cabeza. —Llamar a la gloria, pensar en el lugar, hacer

clic en los talones tres veces y decir:" No hay lugar como el hogar".

—He visto esa película —dice—. Uno de las favoritas de tu madre. La veíamos cada año.

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Nosotras también. Pensar en eso hace que de repente tenga un nudo

en la garganta. WOO3, lo llamaba. Me leyó el libro en voz alta todas las noches antes de acostarse, cuando tenía siete años, y cuando

terminábamos, la veíamos en DVD, cantábamos las canciones juntas, y tratamos de hacer ese paseo que hacen cuando están en el camino de ladrillos amarillos, pasando por encima de las demás piernas.

No más WOO con mamá, nunca.

—¿Y ahora qué? —le pregunto a mi padre, negándome a tener el nudo en la garganta de nuevo.

Sonríe, una sonrisa maliciosa, a pesar de que es un ángel. —Ahora llegas tú misma a casa.

Y así, desaparece. Ninguna gloria ni nada. Sólo pfft. Ido.

Espera que cruce de regreso a California por mi cuenta.

—¿Papá? No es gracioso —le digo.

En respuesta, el viento recoge y envía un puñado de hojas rojas de álamo dentro mi pelo.

—Genial. Simplemente genial —murmuro.

Pongo la escoba en el pasillo, cerca de la puerta, en caso de que la necesite de nuevo. Entonces vuelvo de nuevo al patio y convoco a un

círculo de gloria. Reviso mi reloj y determino que Wan Chen va a estar en clase durante una hora, así que cierro los ojos y me concentro en mi

habitación, la colcha de lavanda, el pequeño escritorio en la esquina que está siempre desordenado de papeles y libros, el aire acondicionado en la ventana.

Me lo imagino perfectamente, pero cuando abro los ojos, todavía estoy en Jackson.

Papá me dijo que me centrase en algo vivo, pero ni siquiera somos

dueñas de una planta de interior. Tal vez esto no va a ser tan fácil después de todo.

Cierro los ojos otra vez. Ahí está el olor de la nieve de la montaña en el aire. Me estremezco. Me habría traído un abrigo si hubiera sabido que iba a estar en Wyoming hoy. Soy una cobarde acerca del frío.

Tú eres mi flor de California, recuerdo que Tucker me dijo una vez. Estábamos sentados en la cerca del pasto en el Lazy Dog, viendo a su papá

domar a un potro, las hojas de los árboles rojos como lo son hoy. Empecé a temblar con tanta fuerza que mis dientes en realidad comenzaron a castañear, Tucker se rio de mí y me llamó su delicada flor de California y

me envolvió en su abrigo.

3 Wizard of Oz. Título de la película Mago de Oz en inglés.

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De repente me doy cuenta del olor de estiércol de caballo. Heno.

Diésel combustible. Un toque de Oreos.

Oh no.

Mis ojos se abren. Estoy en el granero en el Lazy Dog. No he ido a mi casa.

Había ido a Tucker.

Estoy tan sorprendida que pierdo la gloria. Y justo en ese momento Tucker viene al granero silbando y cargando un cubo de herraduras. Me ve, y se desvanece la melodía de sus labios. De inmediato deja caer el

cubo, que cae en su pie, lo que le hace tirar de él y empezar a saltar sobre el otro.

Durante un largo minuto nos miramos el uno al otro. Se detiene con sus manos metidas en los bolsillos, vistiendo una camisa de franela que es una de mis favoritas, a cuadros azules, que hace sus ojos tan hermosos.

Veo en retrospectiva a la última vez que lo vi, hace casi seis meses, en Yellowstone, al borde de una cascada y un beso que significaba un adiós.

Se siente como que ocurrió hace una vida, y al mismo tiempo, como si hubiera sucedido ayer. Todavía puedo saborearlo en mis labios.

Frunce el ceño. —¿Qué estás haciendo aquí, Clara?

Clara. No Zanahorias.

No sé qué contestarle, así que le doy un encogimiento de hombros. —¿Estaba en el barrio?

Resopla. —¿No es tu vecindario cerca de mil kilómetros al suroeste de aquí?

Suena loco. Algo se retuerce en mis entrañas. Por supuesto que tiene todo tipo de razones para estar enojado conmigo. Probablemente estaría furiosa si la situación fuera al revés. Le oculté cosas. Lo rechacé

cuando lo único que quería era estar ahí para mí. Oh sí, y casi lo mato, no hay que olvidar. Y besé a Christian. Ese fue el peor. Luego tuve que ir y

romperle el corazón.

Se frota la parte posterior de su cuello, todavía frunciendo el ceño profundamente. —No, en serio, ¿qué estás haciendo aquí? ¿Qué es lo que

quieres?

—Nada —le digo sin convicción. —Yo... vine aquí por accidente. Mi papá me enseñaba a moverme a través del tiempo y el espacio, algo que

llama cruce, que es como tele transportarse a dónde quieres ir. Pensó que sería divertido dejarme para volver a casa sola, y cuando lo intenté, acabé

aquí.

Puedo decir por su cara que no me cree. —Oh —dice con ironía—. ¿Eso es todo? ¿Te tele transportaste?

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—Sí. Lo hice. —Estoy empezando a irritarme, ahora que por fin estoy

superando el choque de volver a verlo. Hay algo en su expresión, una cautela que al instante me irrita de manera incorrecta. La última vez que

me miró así fue después de habernos besado, aquí, casi exactamente en este punto, cuando me iluminé con toda mi gloria feliz y supo que era algo de otro mundo. Me está mirando como si fuera una extraña criatura

sobrenatural, algo que no es humano.

No me gusta eso.

—Puedes jugar con el tiempo, ¿eh? —dice, frotándose el cuello—.

¿Crees que podrías volver a unos cinco minutos y advertirme acerca de dejar caer el balde de herraduras? Creo que podría haber roto uno de mis

dedos de los pies.

—Puedo arreglarlo —le digo automáticamente, dando un paso hacia adelante.

Da un paso atrás rápido, y pone una mano para detenerme. —¿Con la cosa de tu gloria? No, gracias. Eso siempre me da ganas de vomitar.

Me duele cuando dice eso. Me hace sentir como un bicho raro.

Así que ha decidido ir con el viejo y confiable Tucker el idiota. Y lo que extra-triple-odio de esto es que sé que no es un idiota, ni siquiera un

poco de idiota pero está poniéndose el sombrero de idiota especial para mí, porque lo herí, y porque quiere mantenerme a cierta distancia, y porque le hace enojar el verme aquí.

—Así que tratabas de volver a casa, a California —dice, poniendo un fuerte énfasis en las palabras hogar y California—. Y terminaste aquí.

¿Cómo pasó eso?

Miró a sus ojos, y hay una pregunta en ellos que es diferente de la que pidió.

—Mala suerte, supongo —le respondo.

Asiente, se inclina para recoger las herraduras dispersas a sus pies,

luego se endereza.

—¿Te vas a quedar aquí toda la noche? —pregunta, la misma definición de maleducado—. Porque tengo tareas que hacer.

—Oh, por supuesto, no te voy a alejar de tus tareas —replico.

—Los establos no limpian el estiércol por si solos. —Agarra una pala y me la ofrece.

—A menos que eso haría a tu corazoncito golpetear por ponerse a trabajar en un verdadero trabajo de rancho.

—No, gracias —le digo, picada de que me tratara como a una urbanita después de todo. Siento un destello de desesperación. Luego la

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ira. Esto no es como me imaginaba que sería el volver a verlo. Lo está

haciendo difícil a propósito.

Bien, creo. Si eso es lo quiere.

—Puedo irme ahora mismo —le digo—, pero para eso voy a tener que usar la gloria, así que es posible que desees salir por un minuto. No me gustaría hacerte vomitar sobre tus bonitas botas.

—Está bien —dice—. No tropieces en tu salida.

—Oh, no lo haré —le digo, porque no puedo pensar en una respuesta ingeniosa, y espero hasta que sale del granero antes de convocar

a la gloria e irme a cualquier parte menos aquí.

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6 Saliendo

Traducido por CoralDone & Melody Ross

Corregido por Chachii

Una cosa es cierta; mi hermano puede comer. Es como si tuviera una pierna hueca y toda la comida se escondiera allí; cuatro panques, tres

huevos revueltos, papas fritas, un pedazo de pan tostado, tres tiras de tocino, tres salchichas, y una jarra de zumo de naranja. Me siento un poco enferma con sólo mirarlo.

—¿Qué? —pregunta, cuando me atrapa mirándolo—. Tengo hambre.

—Sin duda.

—Es un progreso. Todo lo que he comido estos días ha sido pizza

Ah, un lujo. Es todo lo que este desayuno representa para Jeffrey. Ocasionalmente algunas migajas caen en mí. Pistas que estoy uniendo

para armar una imagen de su vida.

—¿Pizza? —digo despreocupadamente—. ¿Qué pasa con la pizza?

—Trabajo en una pizzería. —Derrama más jarabe en su último

panque—. Ese olor se mete en todo. —Se inclina hacia delante como si quisiera que lo olisqueará. Lo hago, y por supuesto obtengo un aroma

definido de queso mozzarella y salsa de tomate.

—¿Qué haces ahí?

Se encoje. —Manejar la caja registradora, atender mesas, tomar las

órdenes telefónicas, hacer pizzas algunas veces si nos falta un cocinero. Cualquier cosa que se necesite hacer. Es algo temporal. Hasta que descubra qué es lo que realmente quiero hacer.

—Ya veo, ¿se encuentra esa pizzería por los alrededores? —pregunto astutamente—. Tal vez pase por allí y ordene algo. Te dejaría una gran

propina.

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—Noh-oh —dice él—. De ninguna manera. Entonces. ¿Qué has

estado haciendo?

Apoyo la barbilla sobre mi mano y suspiro. Mucho ha estado

pasando conmigo. Todavía estoy en una especie de shock por haber visto a Tucker. Incluso sigo obsesionada con la idea de que en algún lugar, en un futuro próximo, voy a tener que usar una espada. Yo, que nunca me vi

como Buffy, Cazadora de Vampiros. Yo, peleando. Posiblemente por mi vida, si mi visión es una indicación sólida.

—Asusta, ¿huh? —dice Jeffrey, estudiando mi cara

—Es complicado. —Considero decirle sobre mis sesiones de entrenamiento de ayer, pero lo pienso mejor. Jeffrey tiene un punto

sensible cuando se trata de papá. En su lugar pregunto—: ¿Sigues teniendo visiones?

Su sonrisa se desvanece. —No quiero hablar de eso.

Nos miramos por un minuto; yo reticente dejar pasar el tema tan fácilmente. Si no quiere hablar de eso es porque ha decidido ignorar sus

visiones. No se trata de ya no estar en la nómina de Dios, sino de cómo se siente él. Que se jodan las visiones. La culpa todavía lo cala hasta los huesos cuando piensa en la última que tuvo. La cual no resultó tan bien.

Aunque en el fondo, sí quiere hablar de eso.

Finalmente aparta la mirada. —Algunas veces —admite—. Sin

embargo, son inútiles. Nunca tienen sentido. Sólo te dicen cosas que no entiendes.

—¿Cómo qué? —pregunto—. ¿Qué ves?

Se reajusta la gorra de béisbol. Sus ojos lucen distantes, como si estuviera viendo la visión pasar frente a él o algo. —Veo agua, mucha, como un lago o algo así. Veo a alguien cayendo del cielo. Y veo…. —Su

boca se tuerce—. Como dije, no quiero hablar de ello. Las visiones sólo te meten en problemas. La última vez, me vi a mi mismo viendo un incendio

forestal. Dime cómo eso puede ser un mensaje divino.

—Pero eras valiente Jeffrey —le digo—. Te lo probaste a ti mismo. Tuviste que decidir si creerle a tus visiones, si confiar en el plan y lo

hiciste. Has sido fiel.

Sacude la cabeza. —¿Y qué gané? ¿En qué me convertí?

Un fugitivo, piensa. Un desertor de la escuela. Un perdedor.

Estiro el brazo a través de la mesa y pongo mi mano en la suya. —Lo siento, Jeffrey. Estoy tan, tan ridículamente apenada por todo.

Aparta su mano y tose. —Está bien, Clara. No te culpo.

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Esto es nuevo, ya que la última vez que comprobé, era todo acerca

de culparme.

—Culpo a Dios —dice él—. Si hay incluso uno. A veces pienso que

somos todos unos crédulos, haciendo cosas por estas visiones simplemente porque alguien nos los dijo, en el nombre de una deidad que nunca hemos conocido. Tal vez las visiones no tienen nada que ver con

Dios y solamente estamos viendo el futuro. Quizás todos estamos perpetuando el mito.

Esas son grandes palabras viniendo de mi hermano, y por un

minuto siento que estoy sentada ante un extraño. —Jeffrey, vamos. ¿Cómo puedes…?

Levanta sus manos. —No me vengas a dar la charla religiosa, ¿sí? Estoy bien así. En este momento estoy evitando todos los grandes cuerpos de agua, así que mi visión no será un problema. Deberíamos estar

hablando sobre ti ahora, ¿recuerdas?

Me muero el labio. —Está bien. ¿Qué quieres saber?

—¿Estas saliendo con Christian ahora que…? —Se detiene nuevamente.

—¿Ahora que he terminado con Tucker? —finalizo por él—. No.

Pasamos el rato. Somos amigos. Y más allá de eso, estamos intentando entender las cosas.

Somos más que amigos, por supuesto, pero realmente no sé qué

quiere decir más.

—Deberías salir con él —dice—. Es tu alma gemela, ¿Qué hay que

entender?

Casi me ahogo con el jugo de naranja. —¿Mi alma gemela?

—Sí. Tu otra mitad, tu destino, la persona que te complementa.

—Mira, soy una persona completa —digo con una carcajada—. No necesito a Christian para que me complete.

—Pero hay algo acerca de ustedes dos, cuando están juntos. Es como si encajaran. —Sonríe, y se encoje de hombros—. Es tu alma gemela.

—Guau, tienes que parar de decir eso. —No puedo creer que esté

teniendo este tipo de conversación con mi hermano de dieciséis años—. De todas formas, ¿de dónde has sacado ese término? ¿Almas gemelas?

—Oh, vamos… Ya sabes, la gente dice ese tipo de cosas.

Mis ojos se abren cuando siento el aleteo de vergüenza por parte de él, la imagen de una chica sonriendo con el pelo largo, oscuro y labios rojo

rubí. —Oh, por Dios. Tienes novia.

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Su rostro se pone de un encantador tono fucsia. —Ella no es mi

novia…

—Correcto, es tu alma gemela —canturreo—. ¿Cómo la conociste?

—La conocía desde antes de mudarnos a Wyoming, en realidad. Fue a la escuela con nosotros.

Mi boca se abre. —¡Suéltalo! Entonces puede que la conozca. ¿Cuál

es su nombre?

Me mira. —No es la gran cosa. No estamos saliendo. No la conoces.

—¿Cuál es su nombre? —insisto—. ¿Cuál es su nombre? ¿Cuál es

su nombre? Puedo seguir así todo el día.

Luce enojado, pero me lo quiere decir. —Lucy. Lucy Wick

Está en lo cierto; no la conozco. Me tiro hacia atrás en el asiento. —Lucy. Tu alma gemela.

Me señala con el dedo en advertencia. —Clara, juro…

—Eso es genial —digo. Tal vez esto lo haga cambiar y le dé algo positivo en lo que pensar—. Me alegro de que te guste alguien. Me sentí

mal cuando…

Ahora es mi turno de detenerme. No quiero sacar a relucir lo de su ex, o esa horrible escena del año pasado cuando la dejó frente a toda la

escuela. Claramente, Kimber no era su alma gemela. Era linda, sin embargo. Agradable, siempre pensé.

—Kimber fue quien llamó a los policías acusándome, creo —dice—.

Supongo que no debí comentarle que yo comencé el fuego. —Abrí la boca para bombardearlo con preguntas, pero no me dejó soltarlas—. No, no le

conté qué era. Lo que somos. Sólo le dije acerca del fuego. —Se burla—. Creí que me vería rudo o algo así.

—Oh, ella lo hizo. Realmente lo hizo.

Nos quedamos en silencio durante un minuto, y luego ambos comenzamos a reír en voz baja.

—Fui un idiota —admite él.

—Sí, bueno, cuando tiene que ver con el sexo opuesto, es difícil mantener tu cabeza en orden. Pero tal vez soy sólo yo.

Asiente, tomando otro trago de su jugo. Me mira duro.

—He estado pensado un montón acerca de lo de Tucker —dice entonces Jeffrey, tomándome con la guardia baja—. No es justo para él lo

que pasó. He estado ahorrando un poco de dinero. No será mucho, pero es algo. Estaba esperanzado con que pudieras dárselo. Una vez que lo junte.

No lo termino de entender. —Jeffrey, yo…

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—Es para ayudarlo a comprar una nueva camioneta, o pagar la

cuota inicial de una. Un nuevo tráiler, una nueva silla de montar, árboles para plantar en su tierra. —Se encoge de hombros—. No sé, lo que

necesite. Solamente quiero darle algo... Para arreglar lo que hice.

—Está bien —digo, aunque no estoy segura de si es conveniente que sea yo quien se lo dé. Lo de anoche con Tucker no salió muy bien. Pero él

tenía razón, recordé haberme enojado. Y nunca me disculpé por lo que hice. Nunca he tratado de hacer lo correcto—. Creo que es una maravillosa idea —le digo a Jeffrey.

—Gracias —dice, y puedo ver en sus ojos que no es suficiente, no después de todo lo que le ha quitado a Tucker, todo lo que hemos quitado,

pero él está tratando de enmendarlo.

Tal vez mi hermano logre sobreponerse, después de todo.

Luego del desayuno regreso a Stanford, llena de carbohidratos y

pensamientos profundos. Planeo tener un lindo y tranquilo día; tal vez tome una siesta y empezar a escribir un artículo que he estado

postergando durante toda la semana. Pero me encuentro con Amy cuando paso por la sala de juego de Roble, y ella me mete en un juego de Hockey de mesa. Despotrica acerca de cómo la administración canceló la Luna

Llena en el Patio; lugar donde los estudiantes se reúnen cerca de la media noche los días de luna llena y se besan mientras la banda local toca música romántica de fondo. Básicamente es un ritual socialmente

aceptado en una sección bien iluminada, porque temen que vayamos a extender la mononucleosis.

—Sin embargo, no veo cómo piensan detenernos —dice—. Quiero decir, todavía va a haber luna llena, el patio va a seguir estando ahí, y aún tendremos nuestros labios.

Asiento y refunfuño de acuerdo acerca de lo injusto que es, pero no me podría importar menos. Aún sigo reflexionando sobre la conversación

en el desayuno: Las nuevas opiniones de Jeffrey, su interés amoroso y la nueva visión.

—Bueno, creo que es algo desagradable —dice Amy—. ¿No crees?

—Sí.

—Él es mucho mayor que ella

No tengo idea de qué está hablando. —Espera, ¿quién es mayor?

—Ya sabes, el tipo con el que Angela está saliendo.

Me quedo mirándola. —¿Qué? ¿Qué chico?

—No puedo recordar su nombre, pero definitivamente es mayor. Del último año probablemente. Oh, Dios mío, ¿cómo se llamaba? ¡Si yo lo sé! —Amy se mofa de sí misma con disgusto—. Lo juro, mi cerebro está tan

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lleno de cosas al azar por mi examen de filosofía del lunes, que no puedo

contener más información. Enserio, lo tengo en la punta de la lengua. Comienza con P.

Inmediatamente me siento culpable por no haber llamado a Angela después de que mi padre me dijo que estuviera atenta a ella. Mi mente da vueltas. ¿Por qué vendría Phen aquí? ¿Qué podría querer? ¿Qué paso con

el sólo somos amigos, sabemos que es imposible para nosotros estar juntos, es temporal, y toda esa otra mierda que le dijo en el verano? Sé que

probablemente no debería meterme en la vida amorosa de Angela (no otra vez, de todos modos), pero esto no es nada bueno. Phen afirma que no está

del lado del mal, pero definitivamente no está, por lo que vi este verano, en el lado del bien. Ella se merece algo mejor. Siempre he pensado así.

—¡Pierce! —estalla Amy, aliviada—. Ese es.

Espera. —¿Pierce? ¿El PES? ¿Ese es el que crees que está involucrado con Angela?

—Ese es el chico —confirma—. El que me ayudó con mi tobillo

aquella vez. Es de último año, ¿verdad?

Esto no me lo creo. Ahora mismo Angela está completamente

envuelta en su designio, incluso más obsesionada de lo habitual, por lo que parece. De ninguna manera mataría el tiempo con un tipo cualquiera. Algo está mal, creo. Algo extraño está pasando.

—¿Por qué crees que Angela ha estado saliendo con Pierce? —interrogo a Amy.

—Bueno, porque ella ha estado saliendo de repente casi todas las noches. Durante esta semana hubo dos ocasiones en las que directamente no regresó y esta mañana Robin la vio saliendo de su habitación —informa

Amy—. Despeinada, sin zapatos, la misma ropa de la noche anterior… Definitivamente ha estado ligando.

Todo es tan confuso. Mi cerebro es como un huracán de categoría

cinco.

—Pierce es el médico de la residencia —digo después de un minuto—

. Tal vez Angela no se sentía bien.

—Oh —dice Amy—. No había pensado en eso. Ella ha estado luciendo un poco apagada últimamente. —Se encoje de hombros—.

Supongo que podría haber estado enferma.

—Mira, no vamos a saltar a conclusiones. Puede haber otra explicación —digo, pero puedo decir que Amy no se lo cree.

No me lo creo yo misma, Angela no está enferma. Sé esto mejor que nadie.

Los ángeles no se enferman.

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—¿Por qué estás tan molesta? —me pregunta Christian más tarde,

cuando le informo sobre la situación de Angela. Estamos sentados en CoHo (La cafetería de Stanford) tomando café, nuestro habitual ritual de

los sábados en la tarde—. ¿Es que acaso Angela no tiene permitido salir con nadie?

Real y verdaderamente desearía poder decirle acerca de Phen.

—Creo que es una buena cosa si Angela está viendo a alguien —sigue diciendo Christian—. Tal vez la pueda ayudar a salir de su propia cabeza un poco.

Tomo un sorbo de mi café con leche. —No es como ella, eso es todo. Ha estado actuando extraña por semanas, pero esto… un chico… quedarse

fuera toda la noche… no es su estilo.

Pero ahora que lo pienso, tal vez es como ella. Eso fue lo que pasó en Italia. La vez que se reconectó con Phen, prácticamente desapareció todas

las noches, regresando a la casa de su abuela en las mañanas antes de que alguien se levante.

—Angela volvió a salir con chicos en Jackson —me recuerda Christian

Niego con la cabeza. —No tanto. A veces fue a fiestas. Y al baile. Pero

nunca beso a nadie, por lo que me contó. Dijo que los chicos eran completamente una pérdida de tiempo y energía.

Las oscuras cejas de Christian se levantan, y lo puedo sentir

recordando esa fiesta en octavo grado en la que jugaron a girar la botella y él y Angela salieron al patio trasero y se besaron. Entonces sus ojos se

conectan con los míos y sabe que yo sé que está recordando eso, su cara tornándose roja.

—No fue nada —murmura—. Teníamos trece.

—Lo sé —digo rápidamente—. Ella me dijo que fue como besar a su hermano.

Christian mira su taza de café. Finalmente dice: —Si quieres averiguar lo que está pasando con Angela, deberías preguntarle.

—Buena idea. —Saco mi celular y marco el número de Angela como

por vigésima vez hoy, lo pongo en altavoz de modo que Christian pueda escuchar cómo me manda directamente al buzón.

—Estoy ocupada ahora mismo —dice la voz de Angela en la

grabación—. Puede o no que te devuelva la llamada. Depende de lo mucho que me gustes.

Beep

—Bien, bien —dice mientras yo cuelgo—. No sé qué decirte. Es un misterio.

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Dejo escapar un suspiro de frustración. —La veré en clases el martes

—digo—. Entonces llegaremos al fondo de esto.

—No es martes hasta dentro de tres días, ¿estás segura de aguantar

tanto tiempo? —pregunta Christian juguetonamente.

—Cállate. Y de todos modos, probablemente no sea nada. Te apuesto diez dólares a que tiene que ver con su designio, no con un hombre. Algo

sobre “el séptimo es nuestro”.

—¿El séptimo es nuestro?

—Es lo que Angela dice en su visión. Se ha estado volviendo loca

tratando de averiguar lo que significa. Sigue yendo a la iglesia para hacerse tener una visión, pero no ha tenido mucho más que la localización

del campus donde va a decir “el séptimo es nuestro”, u al menos no por lo que me ha contado últimamente.

—Eso es críptico. —Los ojos de Christian parecen reflexivos—.

Espera —dice, oficialmente captándolo—. ¿Qué es eso de la iglesia? ¿Angela invoca la visión? ¿Cómo?

Le cuento sobre el laberinto y la teoría de Angela que, bajo las circunstancias correctas, induciría visiones. Christian se recuesta en su asiento y me mira como si le hubiera dicho que la luna está hecha de

queso. Entonces presiona los dedos sobre los ojos como si tuviera una repentina jaqueca.

—¿Qué? —le pregunto.

—Nunca me dices nada, ¿lo sabías? —Deja caer su mano y me mira acusadoramente

Jadeo. —Eso no es cierto. Te cuento toneladas de cosas. A ti más que a nadie. Quiero decir, no hablé contigo sobre esta cosa con Angela, pero es Angela, y tú sabes cómo es ella.

—¿Cómo es ella? ¿Qué pasó con “no hay secretos en El Club del Ángel”?

—Nunca aceptaste eso —señalo—. Tenías el mayor secreto de todos nosotros, y nunca dijiste ni una palabra.

—¿Hay algo más que no sepa? —pregunta, ignorando mi muy buen

punto sobre su descarada hipocresía. —¿Además del asunto con este chico Phen sobre el que no puedes hablarme?

—Vi a mi padre —digo—. Pero eso sólo ocurrió ayer, ¿está bien? Iba

a contarte hoy. Justo ahora, de hecho. Mira, te lo estoy diciendo.

Christian se aleja, la sorpresa domina su rostro, y su mente gira en

torno a ello de una manera que me hace sentir sorprendida nuevamente por lo que pasó. —¿Tu padre? ¿Michael?

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—No, mi otro padre, Larry. Sí, mi padre, Michael. Él dijo que le ha

sido dado… —elevo mi voz para que suene toda autoritaria y oficial— la tarea de entrenarme. Volvimos a mi casa y pasamos un par de horas en el

patio trasero golpeándonos el uno al otro con palos de escoba.

—¿Estabas en Jackson ayer? —Christian se ve aturdido. Está en esa fase en la que repite todo lo que digo porque no puede procesarlo lo

suficientemente rápido—. ¿Entrenando? —dice—. ¿Entrenándote para qué?

Me doy cuenta que nos encontrábamos sentados en un espacio

público y que no deberíamos estar discutiendo abiertamente nada de esto. Paso a hablar en su mente. Para usar una espada.

Sus ojos se amplían. Aparto la mirada y bebo las últimas gotas de mi café frío. La enormidad de lo que acabo de decirle —que se esperaba que yo también usara una espada para luchar, tal vez incluso matar a

alguien— está realmente asentándose por primera vez.

Esta es la parte en la que mi vida se vuelve toda apocalíptica, creo.

Apesta, francamente. Recuerdo lo bien que se sintió ayudar a Amy esa noche, usar mi poder para arreglar su tobillo incluso con lo poco que hice. Lo feliz que estaba con la idea de que podría usar mi poder para

curar heridas y corregir los errores. Ahora se sentía como un sueño inalcanzable. Voy a luchar. Posiblemente a morir.

Tenías razón, digo desoladamente. Nunca vamos a tener permitido vivir una vida normal.

Lo siento, dice Christian. Desea algo mejor para mí, algo más fácil.

Me encojo de hombros. Es lo que se supone que hagamos, ¿cierto? Tal vez ese es nuestro designio, convertirnos en luchadores. Tiene sentido, si lo piensas. Quizá eso es lo que se supone que sea todo el Triplare. Somos como guerreros.

Tal vez, dice Christian, a pesar de no querer aceptar esto más de lo que yo lo hago.

Oh. Y le pregunté a mi padre si tú podías entrenar con nosotros, ya que te has estado viendo empuñando una espada en tu visón (la espada está hecha de gloria, no de fuego, por cierto), y dijo que sí, probablemente alrededor del receso de invierno. Por si te interesa.

Suelta una risa incrédula ante la idea de poder tomar lecciones del arcángel Michael. —Guau —dice en voz alta—. Eso es… gracias.

—Por lo menos, podemos hacer esto juntos —digo, alcanzando su mano a través de la mesa, lo que envía esa familiar chispa entre nosotros.

Estamos juntos. Las palabras llegan inmediatamente a mí mente, y

esta vez, en lugar de luchar contra la idea o preocuparme por lo que podría

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significar, la acepto. Sin importar cuál sea nuestro destino, claramente

estamos juntos en él. En las buenas y en las malas.

Venga el infierno o la marea, agrega en mi mente.

Sonrío. Preferiblemente marea, ¿verdad? No tengo intención de ir al infierno.

Estoy de acuerdo. Desliza sus dedos entre los míos, de tal manera que nuestras manos están unidas. Tengo una nerviosa y temblorosa sensación en la boca del estómago.

—Mientras tanto —digo retomando el tema, recordando lo que mi padre dijo sobre vigilar a Angela—, averigüemos qué sucede con Angela.

Tal vez podemos ayudarla.

—Si nos lo permite.

—Eso es cierto. —Miro mi reloj—. Debo irme. Tengo que escribir un

reporte sobre The Waste Land 4 para el martes. Vale el veinte por ciento de mi calificación, así que sin presión.

Él aprieta mi mano antes de soltarla. —Gracias por pasar el rato conmigo esta tarde. Sé que estás ocupada.

—Christian, no hay nadie más en la Tierra, y lo digo en serio, con

quien preferiría pasar el rato —le digo, y es absolutamente cierto. Lo que sea que somos —almas gemelas, amigos, lo que sea— es así.

No es hasta más tarde que me doy cuenta que no le dije sobre ver a

Tucker. Pero entonces, pienso, realmente no hubiera querido saberlo.

Tomo un desvío en el camino de regreso al dormitorio para

comprobar la Iglesia Memorial, con la remota posibilidad de que podría encontrar a Angela allí. La iglesia está vacía. Camino por pasillo central hacia el frente del santuario, donde el laberinto sigue tendido sobre el

altar.

Hay un letrero que dice “SILENCIO, POR FAVOR, MIENTRAS SE

RECORRE LA IGLESIA”. Justo afuera, alguien está cortando los setos con una podadora, pero todavía se siente tranquilo en este lugar, una quietud que trasciende el sonido.

Angela obviamente no está aquí, pero no voy a irme todavía. Me quedo mirando los caminos serpenteantes del laberinto.

Qué demonios, pienso. Voy a intentarlo.

Me tomo un minuto para leer el folleto sobre el laberinto, el cual encuentro en una pequeña cesta tejida, en el primer banco. ¿La vida te tiene vagando sin rumbo? se lee. Embárcate en un viaje personal que ha

4 Poema modernista de 434 líneas, escrito por T. S. Eliot y publicado en 1922. Es

considerado uno de los más importantes del siglo.

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resistido la prueba del tiempo por miles de años. Me quito los zapatos y me

posiciono en el punto de partida, entonces empiezo a caminar. Los dobladillos de mis vaqueros rozan el suelo. Trato de calmarme y tomar

respiraciones profundas, de la manera que aprendí en la Clase de Felicidad: limpias respiraciones desde el vientre. Mientras entras en el laberinto, dice el folleto, deja ir los detalles de tu vida; arroja los pensamientos y distracciones. Abre tu corazón y aquieta tu mente.

Hago lo mejor que puedo, pero una parte de mí ya está tensa,

preparándose para la visión, la oscuridad de la habitación y el terror que siento. Sigo caminando, tratando de aclarar mi cabeza, de la manera que

siempre hago para llamar la gloria, lo que viene fácilmente esto días. Creerías que esto sería fácil también, pero por alguna razón, tal vez porque tener la visión es como ser abofeteado en la cara, no es lo mismo.

Llego al centro. Se supone que debo detenerme aquí y rezar. Recibe, dice el folleto.

Inclino mi cabeza. Nunca he aprendido cómo hablar con Dios. El concepto parece tan lejano para mí como hacer una llamada telefónica al presidente de los Estados Unidos o tener una conversación con Dalai

Lama. Lo que es irónico, lo sé. Tengo sangre de ángel en mis venas, la fuerza del Todopoderoso directamente en mis células, la intención de Dios en mí, Su plan. Cada vez que llamo a la gloria, siento ese poder, esa

conexión con todo lo que papá dice, el calor, la alegría y belleza que sé que debe estar donde Dios está. Pero no sé cómo comunicarme en palabras

con esa presencia. No puedo.

Levanto la mirada, hay ángeles por todos lados, y siento sus ojos en mí, solemnes e interrogantes. ¿Qué estás haciendo? Preguntan. ¿Cuál es tu designio?

—¿Cuál es mi designio? —les susurro de vuelta—. Muéstrenme.

Pero la visión no llega.

Espero cinco minutos, que se sienten más largos que eso, entonces suspiro y regreso por el camino de la misma forma en que vine, sólo que

más rápido esta vez. Aquí es donde el folleto me dice que se supone que debo entrar en la tercera etapa: Regresa. Reúnete con un poder mayor, ven

junto a las fuerzas sanadoras que trabajan en este mundo.

No estoy sintiendo las fuerzas sanadoras.

Me pongo mis zapatos, de repente exhausta, irritable y frustrada por

mi fracaso para conectar. Mejor regreso y comienzo a trabajar en esa siesta, creo. El reporte puede esperar. Demasiado por la búsqueda de

Angela. Demasiado por averiguar mi visión.

Demasiado por claridad.

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La visión me golpea mientras voy en bicicleta a casa. Está nublado y

frío afuera —ni cerca al frío de Wyoming, pero todavía lo suficientemente frío para hacerme querer entrar en calor y estar acogedoramente bajo las

sábanas. Así que estoy andando bastante rápido, apurándome, cuando de repente me encuentro en la oscura habitación.

Esta vez está la visión está mucho más adelantada de lo que nunca

había ocurrido antes. El sonido, ese sonido agudo que hace eco a nuestro alrededor, está todavía zumbando en mis oídos. Nos está delatando, me doy cuenta. Está llamando su atención.

Hay un destello de luz, tan cegador como siempre.

—¡Abajo! —grita Christian, y me lanzo al suelo, ruedo fuera del

camino mientras él viene por detrás balanceando una espada, resplandeciente, brillante y hermosa, la cual levanta sobre su cabeza y baja con fuerza. Hay un sonido de choque como nada que hubiera oído

antes, peor que uñas en una pizarra, y luego una maldición y una risa baja. Me apresuro a retroceder hasta que mi espalda choca contra algo

duro y de madera, mi corazón golpeando. Todavía está tan oscuro aquí, pero puedo distinguir a Christian luchando, su luz cortando el aire a su alrededor, tratando de llegar a las oscuras figuras que se aproximaban a

él.

Figuras, me doy cuenta, en plural. Dos oscuras figuras. Están

luchando dos contra uno.

Levántate, me digo a mí misma. Levántate y ayúdalo.

Salto a mis pies, mis rodillas vergonzosamente tambaleantes.

—¡No! —grita Christian—. Vete de aquí. ¡Busca una salida!

No hay salida sin ti, pienso, pero no tengo tiempo para formar las

palabras porque, sin previo aviso, alguien más grita—: ¡Cuidado! —Y estoy de vuelta en la acera de Stanford, donde me encuentro a punto de estrellar mi bicicleta.

No hay manera de evitarlo. Giro violentamente, pero golpeo la mitad de una rampa de ladrillo. Mi bicicleta se detiene. Yo sigo adelante,

elevándome sobre la ella, golpeando con fuerza el suelo y rebotando en el pavimento para luego deslizarme sobre mi espalda a través de la acera y hacia un arbusto de enebro.

Auch.

Me quedo tendida allí por un minuto con mis ojos cerrados, enviando un silencioso y sarcástico muchas gracias por eso en dirección al

cielo.

—¿Te encuentras bien?

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Abro los ojos, y hay un chico arrodillándose sobre mí. Lo reconozco

de la Clase de Felicidad, es alto con cabello castaño hasta el hombro, ojos marrones y usa gafas. Mi cerebro revuelto busca su nombre.

Thomas.

Excelente. Acabo de golpearme a lo grande frente a Thomas el Incrédulo.

Me ayuda a salir del arbusto.

—Guau, tu realmente lo mordiste allí. ¿Necesitas que llame a una ambulancia? —pregunta.

—No, creo que estoy bien.

—Realmente deberías ver por dónde vas —dice.

Es muy agradable, también.

—Sí, intentaré eso la próxima vez.

—Tienes un corte. —Señala mi mejilla. Toco el lugar cautelosamente,

y observo en mis dedos la mancha de sangre. Debo haberme golpeado duro. Usualmente no sangro.

—Debo irme —digo rápidamente, poniéndome de pie. Mis vaqueros son un desastre, subidos hasta la rodilla, un arañazo en carne viva mostrándose de un lado. Debo irme de aquí ahora, antes de que mis

heridas milagrosamente sanen solas justo frente a este chico y yo tenga una seria explicación que dar.

—¿Estás segura que estás bien? Puedo llevarte a Vaden —ofrece.

—No, estoy bien. Probablemente se vea peor de lo que es. Necesito ir a casa. —Tomo mi bicicleta de donde ha caído, la rueda del frente todavía

girando. Cuando la pongo en posición vertical, descubro que está severamente dañada.

Mierda.

—Ten, déjame ayudarte —dice Thomas, y nada de lo que digo sirve para deshacerme de él. Cojeo, mayormente porque sé que debería estar

haciéndolo, y el camina detrás de mí, cargando mi bicicleta en un hombro y mi mochila en el otro. Tardamos una eternidad en llegar a Roble, y para el momento en que lo hacemos, estoy bastante segura que tanto el corte en

mi cara como el raspón en mi rodilla han sanado. Espero que no sea terriblemente observador.

—Bueno, aquí vivo —digo sin convicción—. Gracias. —Tomo mi

mochila, dejo la bicicleta en el portabicicletas sin molestarme en asegurarla, y giro para ir al edificio.

—Oye, espera —llama Thomas detrás de mí. Me detengo. Me giro—. ¿Quieres…? —vacila.

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—No necesito ir al centro de salud, en serio —digo.

Sacude la cabeza. —Iba a decir, ¿quieres salir conmigo esta noche? Hay una fiesta en la casa de Kappa. Si te sientes bien como para ir.

Jesús. Nada desalienta a este tipo. Ahora mismo debo verme mejor de lo que creo.

Mete sus manos en los bolsillos pero mantiene el contacto visual. —

Estuve tratando de preguntarte todo el semestre. Así que esta es mi oportunidad, ¿verdad? Ahora que oficialmente te he rescatado.

—Oh, guau. No —dejo escapar.

—Oh. Tienes novio, ¿verdad? —pregunta—. Por supuesto que lo tienes.

—No, no realmente… quiero decir… Mi vida es complicada en este momento… no puedo… estoy segura de que eres genial, pero… —De alguna manera me las arreglo para salir—. Lo siento.

—Bueno, no hace daño preguntar, ¿cierto? —Mete la mano en su bolsillo y saca una tarjeta de negocios. Me la entrega. Thomas A. Lynch,

dice, Estudiante de Física en la Universidad de Stanford. Tutor en Matemática y Ciencias. Después muestra su número celular.

—Si cambias de opinión sobre la fiesta, llámame, o simplemente ve —dice, sin otra palabra gira y se aleja.

Wan Chen está jugando Farmville en Facebook, su gran debilidad.

Levanta la mirada de su portátil cuando entro, sus cejas juntándose en una pequeña expresión confundida mientras observa las piezas de enebro

en mi pelo, mi chaqueta sucia y manchada de sangre además de mis vaqueros rotos.

—Ha sido esa clase de día —digo antes de que ella pueda preguntar.

Voy al lavabo y comienzo a limpiar la sangre y la suciedad de mi cara.

—Oye, ¿escuchaste que tu amiga Angela anda ligando con el PES? —me grita Wan Chen.

Suspiro. No puedo esperar hasta el martes.

Tan pronto termino de lavarme, llamo a Angela. No contesta.

—Angela Zerbino, no me hagas cazarte, porque lo haré —digo al teléfono—. Regresa. La. Llamada.

Estoy ocupada, me envía por mensaje unos minutos después.

Tranquila. Me pondré al día contigo más tarde.

Espero una hora, entonces bajo al segundo piso del ala A y golpeo en

la puerta de Angela. Robin atiende. —Oh, hola, Clara —dice alegremente. Está usando un top de poliéster, sin tirantes con estampado de cebra en azul y blanco sobre una pequeña minifalda blanca; su cabello está muy

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rizado y con la raya en medio. Se ve como si estuviera lista para arrasar la

ciudad, allá por 1978 o así.

—Estoy buscando a Angela —le digo.

Robin sacude la cabeza. —No la he visto desde esta mañana. —Mira a su alrededor, entonces se inclina hacia mí y susurra de manera conspiradora—. Pasó la noche con Pierce.

—Sí, lo he escuchado —digo, irritada—. Probablemente deberías parar con la propagación de rumores, ya que no sabes nada sobre Angela.

Robin inmediatamente se sonroja. —Lo siento —dice ella, y se ve tan

genuinamente avergonzada de sí misma que me siento mal por confrontarla.

—Te ves como Farrah Fawcett —observo. Se recupera y se las arregla para sonreír.

—Todos vamos a ir a una fiesta de los setenta en la casa Kappa esta

noche —explica—. ¿Quieres venir?

Es la fiesta a la que Thomas me invitó, él va a estar ahí, y si

aparezco probablemente va a pensar que estoy interesada. Pero cuando pienso en mis opciones: (a) quedarme en mi habitación un sábado a la noche trabajando duro en un reporte sobre The Waste Land de T. S. Eliot,

lo que sería imposible porque estaría distraída al no dejar de pensar sobre papá, Tucker, Jeffrey, Angela, Pierce, Christian y mi visión, o (b) ... ¿a

quién quiero engañar? De ninguna manera voy a hacer eso. Necesito salir.

—Seguro —le digo a Robin—. Déjame buscar mis zapatos de plataforma.

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7 Ron y coca

Traducido por SomerholicSwiftie & Juli

Corregido por MaarLopez

La fiesta se encuentra en pleno apogeo cuando llego con Robin. Una canción del grupo Bee Gees suena a todo volumen, desde las ventanas las

luces estroboscópicas van y vienen en la sala de estar, y estoy bastante segura de que vi una bola de disco sobre la mesa del comedor.

Esto va a ser divertido y fuerte, exactamente lo que necesito.

—¡Hola, preciosa! —dice un chico de fraternidad que abre la puerta—. ¿Dónde has estado toda mi vida?

Nos hace poner las llaves en un gran tarro de cerámica por la puerta principal y nos presenta a un hombre en un traje blanco de Elvis Presley al estilo Las Vegas que, si quisiéramos irnos en coche, sería el juez de si

estamos o no en condiciones para conducir.

—Bonito traje —le digo, aunque no estoy segura de cómo se

relaciona con el tema de la fiesta, sólo creo que Elvis murió en los años setenta.

—Vaya, gracias. Muchas gracias —arrastra las palabras.

De alguna manera sabía que iba a decir eso.

Por supuesto, casi la primera persona que descubro allí es Thomas, balanceándose debajo de la bola de discoteca, con una camisa de satén

floreada con un botón desabrochado, el cual muestra su irregular pelo en el pecho. Se ilumina cuando me ve entre todos y algo se agita dentro de

mí. Así que voy.

—Cambiaste de opinión —dice.

—Sip. Así que aquí estoy —le digo—. Gracias por ayudarme a salir.

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—No te ves como si lo necesitarás —dice, sus ojos buscando en mi

cara los rasguños y raspaduras que estaban allí la última vez que me vio, al igual que hace dos horas.

Vaya. Me había olvidado de eso.

—Te dije que no estaba tan mal. —Trato de explicar—. Tengo unos cuantos golpes y moretones en las piernas es todo, nada serio. Nada que

un poco de maquillaje no puede ocultar.

—Te ves muy bien —dice, con los ojos ahora vagando por mi cuerpo, deteniéndose en mis piernas.

—Gracias —digo, incómoda. Era difícil vestirse como de los 70's en tan poco tiempo pero por suerte Robin tenía un vestido de poliéster de

color naranja brillante con estampado azul de cebra. Es ligeramente picante.

—¿Quieres bailar? —pregunta Thomas.

Fue entonces cuando descubrí que en realidad no sé bailar disco. Recibimos algunas risas pero de todos modos, tratamos de hacer lo de

John Travolta.

—¿Cuál es tu especialidad? —pregunta, refiriéndose a la universidad —. ¿Cuál es tu asignatura?

—Biología —respondo. Ya sé que la suya es física.

—¿Quieres ser bióloga?

—No. —Me río—. Quiero ser médico.

—Ajá —dice como si hubiera descubierto algo importante acerca de mí.

—¿Sabías que más de la mitad de los estudiantes de primer año en esta escuela se consideran pre-médicos? Pero sólo como el siete por ciento de ellos terminan de tomar el MCAT5.

—No lo sabía. —Debo haber parecido tensa, porque Thomas ríe.

—Lo siento, no era mi intención deprimirte —dice—. Deja que te

traiga un trago.

Abro la boca para decirle que no tengo veintiún años, pero por supuesto que debe saber eso. La única vez que he bebido alcohol fue en

una fiesta en el verano con Tucker. En la casa de Ava Peters. Tomé ron con Coca-Cola.

—¿Qué quieres? —pregunta Thomas—. Tienen casi todo. Apuesto a

que eres el tipo chica de Martini, ¿me equivoco?

5 Examen de admisión para medicina.

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—Uh, ron y Coca-Cola —le digo, porque sé que soy capaz de

manejarlo bien esta noche sin ponerme un poco borracha. Quiero ser capaz irme a casa.

—Ron y Coca-Cola será —dice, y se va a la cocina.

Miro a mi alrededor. En un cuarto trasero puedo oír a la gente cantando el nombre de alguien. Hay otro grupo alrededor de la mesa del

comedor, metiendo unas cosas en la fondue y personas bailando salvajemente bajo la bola de discoteca, la típica gente gritando mientras mantienen conversaciones en las esquinas, la pareja ocasional besándose

en la escalera y en la pared. Veo a Amy en el sofá delante de la televisión, con un grupo de personas jugando algún tipo de juego de beber que

implica mirar That Seventies Show. Saludo con la mano, y me devuelve el saludo con entusiasmo.

Thomas regresa con mi bebida.

—Salud. —Choca su vaso de plástico contra el mío—. Por nuevas aventuras con gente nueva.

—Por nuevas aventuras. —Tomo un trago, que quema el fondo de mi garganta y se instala como un charco de lava en mi estómago. Toso.

Thomas me da una palmada en la espalda. —Uh-oh, ¿te afectó

mucho?

—¿Esto es ron con Coca-Cola? ¿Nada más? —digo.

—Una parte de ron, dos partes de Coca-Cola— dice —Te lo juro.

No sabe para nada a la bebida que había en la fiesta con Tucker. Y ahora, casi dos años después, me doy cuenta del por qué. Tucker no había

puesto ningún ron con Coca-Cola en mi bebida.

Ese pequeño perdedor.

Ese pequeño perdedor excesivamente protector, imposible, irritante y

totalmente dulce perdedor.

En ese momento lo extraño tanto que hasta me duele el estómago. O

creo que podría ser el ron. Hay una ovación de la gente en la habitación de atrás.

—¡Christian! ¡Christian! ¡Christian! —cantan.

Empujo hacia adelante a través de la multitud hasta que estoy de pie en la puerta de la habitación de atrás, llegando a tiempo para ver a

Christian con un gran vaso de líquido de color marrón oscuro. Ellos animan otra vez cuando bebe, él sonríe y se limpia la boca con la manga de su traje de poliéster de color blanco.

La chica que se sienta a su lado se inclina para susurrarle algo al oído, se ríe y luego asiente con la cabeza hacia ella.

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Mi estómago se aprieta.

Christian levanta la mirada y me ve. Se pone de pie

—Oye, ¿a dónde vas? —dice la chica que está sentada al otro lado,

haciendo un mohín—. ¡Christian! ¡Vuelve aquí! Todavía tenemos que conseguir otra ronda.

—He tenido suficiente —dice, no con torpeza, pero tampoco suena

como él.

No tengo que tocar su mente para saber que está borracho. Pero por debajo de la bruma de alcohol puedo sentir que está molesto por algo. Algo

que ha pasado desde que lo vi esta tarde.

Algo que quiere olvidar.

Se sacude el pelo de los ojos y cruza la habitación hacia mí, camina en línea recta en su mayoría. Me dirijo hacia la puerta pero pone su mano en mi brazo desnudo y me jala hacia la esquina. Sus ojos se cierran

momentáneamente y la corriente de energía pasa a través de nosotros, luego se inclina hacia mí hasta que su nariz casi toca la mía, su aliento es

sorprendentemente dulce teniendo en cuenta las cosas desagradables que lo vi beber. Quiero ser informal sobre esto, es decir es una fiesta, después de todo, todos beben. Y sí, había chicas en esa habitación adulando todo

sobre él, pero es extremadamente caliente e inteligente, divertido y bien hablado. Y no es mi novio, me recuerdo a mí misma. Nunca hemos estado en realidad, en una cita. No hemos estado juntos.

Sin embargo, su contacto envía una bandada de mariposas rabiosas alrededor de mi estómago.

—Pensaba en ti —dice, con voz ronca, sus pupilas tan grandes que hacen que sus ojos se vean negros—. Mi chica soñada

Mi cara se calienta, tanto por lo que dice y lo que se siento en estos

momentos. Quiere besarme. Quiere sentir mis labios otra vez, tan suaves, tan perfectos para él, me quiere llevar fuera de esta casa ruidosa a algún

lugar donde me puede besar.

Whoa. No puedo respirar bien. Se inclina más cerca. —Christian, pará —susurro al momento antes de que su boca toque la mía.

Se aleja, respirando con dificultad. Trato de retroceder un poco, tratando de poner un poco de espacio entre nosotros, pero me encuentro con la pared. Da un paso hacia adelante, cerrando la distancia, y coloco la

mano en el centro de su pecho para contenerlo, por lo cual tengo otra onda de electricidad, como los fuegos artificiales que se apagan contra el cielo

oscuro.

—Vamos a afuera —le sugiero sin aliento.

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—Llévame —dice, y se va detrás de mí, con la mano en la parte baja

de mi espalda mientras me dirijo hacia la puerta. Su mano quema a través de la tela de mi vestido. Estamos a mitad de camino cuando literalmente

tropezamos con Thomas, ahí es que me doy cuenta, que simplemente me alejé sin explicación en el momento en que escuché el nombre de Christian.

—Te estaba buscando —dice Thomas. Mira a Christian y, sobre todo, a la mano de Christian que se ha trasladado hasta mi cadera—. ¿Quié…?

—Oye, ahí está Thomas el incrédulo —dice Christian, de repente

muy jovial.

Thomas me mira sorprendido. —¿Qué es lo que me has llamado?

¿Thomas el incrédulo?

—Es con cariño, realmente —dice Christian, y ve a Thomas, así, dudoso y con una mirada dañina. Christian lo palmea en el hombro y nos

mueve más allá de él—. Ten una buena noche.

Algo me dice que Thomas no va a invitarme a salir de nuevo.

Estoy aliviada por el aire fresco que nos saluda cuando salimos. Hay un banco en el porche, y Christian me dirige allí. Se sienta, luego abruptamente pone su cara en sus manos. Se queja.

—Estoy borracho —dice, con la voz ahogada—. Lo siento.

—¿Qué te pasó? —Me siento a su lado, llego a poner mi mano sobre su hombro, pero se aleja.

—No me toques, ¿de acuerdo? No creo poder manejarlo en el estado que estoy.

Doblo mis manos en mi regazo. —¿Qué pasa? —pregunto.

Suspira, corre sus manos por su pelo. —Ya sabes acerca de lo que dijo Angela, lo de la iglesia. Bueno, lo hice. Fui allí.

—Fui también —suspiro—. Tenemos que acabarnos de perder uno al otro.

—¿Tuviste una visión?

—Sí. Quiero decir, no en la iglesia. Pero más tarde, la tuve. —Trago —. Te vi con una espada.

—¿Una lucha? —se pregunta.

—Una lucha contra dos personas.

Asiente con gravedad. —Creo que tuvimos la misma visión. ¿Viste

que yo luchaba?

—Estaba demasiado oscuro. No te podría decir.

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Nos tomamos un minuto para procesar esto, que es duro con los Bee

Gees a todo volumen de fondo: Que alguien me ayude, que alguien me ayude, sí.

—Eso no es todo —dice Christian—. Yo te vi.

Esperemos que no haya visto la parte donde estoy encogida contra la pared, tratando de reunir el valor para levantarme.

Niega con la cabeza. —No, tú estabas... —Su voz era ronca, como si su garganta estuviera seca, y, absurdamente, desearía que pudiera

conseguir otra bebida.

La cabeza me arde. —¿Yo estaba qué?

—Herida.

Pone la mano sobre mi muñeca y me muestra lo que vio. Mi propia cara, manchas de lágrimas en mis mejillas, mi pelo suelto y enredado alrededor de mis hombros. Mis labios pálidos. Mis ojos vidriosos. El frente

de mi camisa cubierta de sangre.

—Oh —es todo lo que se me ocurre decir.

Piensa que estaba muriendo.

Se lame los labios. —No sé qué hacer. Sólo sé que cuando estoy allí, en esa habitación, donde quiera que sea, tengo un pensamiento

abrumador. Tengo que mantenerte a salvo. —Algo se mueve en su garganta—. Me gustaría dar mi vida para protegerte, Clara —dice—. Eso es

lo que siento. Moriría por protegerte.

No hablamos en todo el trayecto a casa. Lo subo por las escaleras hacia su cuarto, pasando a Charlie, que se encuentra tumbado en el sofá

jugando con su Xbox. Guío a Christian hacia su cama.

—No tienes que cuidar de mí —protesta mientras saco la colcha y lo siento en el colchón—. Fui un estúpido. Sólo quería escapar por un

minuto. Pensé…

—Cállate —digo suavemente. Coloco la camisa sobre su cabeza y la

tiro de las esquina, y luego voy hacia la pequeña nevera y le encuentro una botella de agua—. Bebe. —Sacude la cabeza—. Bebe.

Se bebe casi toda el agua de la botella, y luego la pasa de nuevo

hacia a mí.

—Acuéstate —le digo. Se extiende en el colchón, le quito los zapatos

y los calcetines. Se queda mirando al techo por un minuto, luego gime.

—Pienso que es la primera vez que he tenido un verdadero dolor de cabeza. Me siento como si…

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—Shhh. —Miro hacia Charlie por encima de mi hombro. Charlie

juega apasionadamente mientras mueve los dedos en el control de Xbox. Me vuelvo hacia Christian.

—Deberías dormir —le digo. Le acaricio el pelo de la cara. Cierra los ojos. Muevo mi mano a su frente, y miro de nuevo a Charlie, que esta tan ajeno como siempre.

Entonces llamo mi poder a los dedos y envió un poquito de ella a Christian.

Sus ojos se abren. —¿Lo acabas de hacer?

—¿Te sientes mejor?

Parpadea unas cuantas veces. —El dolor se ha ido —susurra—. Se

fue completamente.

—Bueno. Ahora vete a dormir —le digo.

—¿Sabes, Clara? —suspira dormido y me levanto para irme—.

Deberías ser médico.

Cierro la puerta detrás mío, entonces me tomo un minuto para

apoyarme contra la pared y recuperar el aliento.

Es gracioso. Aquí he estado viendo esta habitación oscura durante meses, y sé que algo malo ha sucedido y termino ahí, escondida, sé que no

va a hacer ningún bien para nosotros escondernos y sé que esta visión podría ser de vida o muerte. Esas personas, sean quienes sean, quieren matarnos. He sentido eso desde el principio.

Pero no creo que alguna vez realmente haya considerado que podría morir.

Muy bien, Dios. Me echo hacia arriba en el desayuno, la mañana del domingo, mordisqueando un trozo de pan seco, mientras que las campanas de la iglesia resuenan de fondo. Dame un respiro. Tengo dieciocho años de edad. ¿Por qué me pusieron todo esto, los incendios forestales, las visiones y la formación?

O tal vez se trata de un castigo. Por no cumplir con mi designio la primera vez.

O tal vez es una especie de prueba final.

Querido Dios, escribo en mi cuaderno de notas mientras estoy sentada en clase de química en la mañana del lunes, escuchando una

conferencia sobre las leyes de la termodinámica. No quiero morir. Ahora no.

Sinceramente, Clara Gardner.

Por favor, Dios, ruego cuando me levanto a las tres de la mañana el martes tratando de garabatear mi trabajo sobre Waste Land. Por favor. No quiero morir. No estoy lista. Tengo miedo.

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—¿Ah, sí? —dice T. S. Eliot—. Te mostraré el miedo en un puñado de

polvo.

Angela no se destaca en Poesía Recreando al Mundo. No entregó el

trabajo. Lo que significa que, de acuerdo con las normas del plan de estudios, no puede pasar la clase.

La idea envía un escalofrío a través de mí. Angela Zerbino: una

estudiante sobresaliente, la alumna más destacada del instituto, una nerd extraordinaria, amante de todas las cosas poéticas, va a fallar su primer curso universitario de poesía.

Tengo que encontrarla. Hablar con ella. Ahora mismo. Voy a hacer lo que haga falta.

En el minuto en que la clase termina, llamo a Amy. —¿Sabes dónde está Angela? —pregunto.

—Se hallaba en la habitación la última vez que la vi —me dice—.

¿Por qué? ¿Está pasando algo?

Oh, algo está pasando.

Corro a toda velocidad hasta el fondo hacia Roble, pero me detengo en seco cuando llego al edificio. Debido a que un cuervo se alza sobre el portabicicletas de nuevo.

—¿No tienes algo mejor para ser? —pregunto.

No responde, pero salta del soporte hacia una bici. Mi bici, en realidad.

No quiero excrementos de aves en mi bicicleta, rota o no. Doy unos pasos hacia adelante, agitando los brazos hacia él. —Vete. Fuera de aquí.

Inclina su cabeza hacia mí, pero no hace ningún otro movimiento.

—Adelante.

Estoy justo en frente de él ahora. Podría tocarlo si quisiera y no se

movería. Me mira con calma y se mantiene en su posición. Y es entonces cuando me doy cuenta —o tal vez lo he sabido siempre, y no he querido

admitirlo a mí misma— que esto no es un cuervo viejo normal.

No es un pájaro en absoluto.

Abro mi mente entonces, como grietas abriendo una puerta, lista

para cerrarla de nuevo en cualquier momento. Lo puedo sentir, ese sabor particular de dolor que conozco tan bien. Puedo escuchar esa música triste, la cual solía escuchar llamándome el año pasado desde el campo

detrás de los terrenos de la escuela, una melodía de esto es todo lo que soy, cuando era mucho más, estoy sola, sola ahora para siempre, y nunca podré volver nunca, nunca volveré, nunca volveré.

No estaba siendo paranoica. Es Samjeeza.

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Doy un paso hacia atrás, cerrando la puerta en mi mente con tanta

fuerza que me da un dolor de cabeza al instante, pero un dolor de cabeza es mejor que la tristeza.

—¿Qué estás haciendo aquí? —susurro—. ¿Qué quieres?

Sé que me sentí mal por él el año pasado, lo hice, sabía lo mucho que le había importado lo de mi madre, incluso en su forma retorcida, y

me había compadecido por él ese día en el cementerio. Incluso ahora no lograba entender lo que me pasaba. Sólo caminé hacia allí y le di la pulsera de mi madre, la tomó y no trató de hacernos daño, llegamos a casa

sanas y salvas. Pero eso no lo hace menos peligroso. Es un ángel caído, alineado con los poderes de la oscuridad. Casi había acabado conmigo en

dos ocasiones.

Me fuerzo a mí misma a estar de pie con la espalda recta, mirándole a esos grandes ojos amarillos.

—Si estás aquí para matarme, entonces hazlo ya —le digo—. De lo contrario, hay cosas que tengo que hacer.

El ave se mueve y entonces, sin previo aviso, vuela, directamente hacia mí. Grito y me preparo para, no sé, tener mi cabeza separada de los hombros o algo así, pero pasa por encima de mi hombro, tan cerca que

roza mi mejilla con sus plumas, arriba y lejos, en el cielo obscurecido por las nubes.

De pie frente a su habitación de la residencia en la sección A. Trato

de llamar a Angela de nuevo y oigo sonar el teléfono desde el interior. Está en casa. Es un milagro.

Golpeo la puerta.

—Vamos, Ange. Sé que estás ahí.

Abre la puerta. Entro antes de que pueda protestar. Una rápida

mirada alrededor revela que sus compañeros de cuarto no están aquí. Lo cual es bueno, ya que esto está a punto de ponerse feo.

—Está bien, ¿qué pasa contigo? —exijo saber.

—¿Qué quieres decir?

—¿Qué quieres decir, con “qué quiero decir”? —grito—. Has estado

sospechosa. Todo el dormitorio está hablando de que estás involucrada, de forma horizontal, con Pierce. Es el PES, ya sabes, el doctor de dormitorio. Vive en el primer piso. Rubio, bajito, desalineado…

Me da una mirada divertida y cierra la puerta detrás de mí, bloqueándola.

—Sé quién es —dice, de espaldas a mí—. Y sí, estamos juntos. Involucrados, si eso funciona mejor para ti, de forma horizontal.

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Mi boca se abre.

Le debo a Christian diez dólares.

Angela se pone una mano en la cadera. Me doy cuenta que tiene una

toallita húmeda colgada sobre un hombro. Está usando chándal y una enorme remera del Parque Nacional de Yellowstone con una trucha en el frente, el pelo en una trenza larga, sin zapatos ni calcetines, y sin brillos

en las uñas de los dedos de las manos ni de los pies. Bajo las luces fluorescentes de la habitación, su piel tiene un tinte azul y sombras lavanda bajo los ojos.

—¿Estás bien? —pregunto.

—Estoy bien. Cansada, eso es todo. Estuve despierta toda la noche

trabajando en mi papel de Eliot.

—Pero tú no estabas en clase…

—Conseguí una prórroga —explica—. Las cosas han estado locas

últimamente, y he estado tan abrumada que me he quedado muy atrasada. Pasé todo el fin de semana tratando de ponerme al día con todo.

Entrecierro los ojos hacia ella. Está mintiendo, tengo una ligera sensación. Pero ¿por qué?

—¿Estás bien? —pregunta—. Te ves un poco alocada.

—Oh, bueno, vamos a ver: Mi papá se presentó diciendo que me quiere entrenar para usar una espada de gloria porque aparentemente voy

a tener que luchar por mi vida en algún momento. Y sí, estoy teniendo una visión en la que alguien está tratando de matarme, lo que funciona bien con la teoría de mi padre sobre que debería prepararme con mi espada de

gloria. Y si eso no es suficiente, Christian está teniendo la misma visión, excepto que en su visión no me ve con una espada de gloria. Me ve toda débil y cubierta de sangre. Así que tal vez voy a morir.

Me mira con horror.

—Esto es lo que sucede cuando no devuelves mis llamadas —le digo,

dejándome caer en la cama—. Las cosas llegan hasta este punto. Ah, y acabo de ver al pájaro de nuevo, y sentí su dolor esta vez, sin duda es Samjeeza. Así que genial, ¿cierto?

Se apoya en el marco de la puerta como si todas las malas noticias la hubieran dejado sin aire. —¿Samjeeza? ¿Está segura?

—Sip. Bastante segura.

Hay un brillo de sudor en su frente, un tinte verdoso de su piel.

—Oye, no quise asustarte —digo, sentándome—. Quiero decir, no es

bueno, pero…

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—Clara… —Se detiene y presiona el paño en su boca, inhala

profundamente, cierra los ojos por un minuto. Y se pone aún más verde.

Todos los pensamientos de Samjeeza vuelan fuera de mi cabeza.

—¿Estás… enferma?

Nunca he estado enferma, realmente enferma, un día en mi vida. Nunca he tenido un resfriado, gripe, nunca sufrí intoxicación, nunca tuve

fiebre o una infección de oído o dolor de garganta. Y tampoco lo tiene Angela.

Los Ángeles de sangres no se enferman.

Niega con la cabeza, cierra los ojos.

—Ange, ¿qué está pasando? Deja de decir que todo está bien y

escúpelo.

Abre la boca para decir algo, pero de pronto gime y se precipita hacia el pasillo y dos puertas hasta el baño, donde escucho el sonido

inconfundible de su vómito.

Me arrastro hasta la puerta del baño. Está de cuclillas delante de la

taza del baño, apretando los lados con nudillos blancos, temblando.

—¿Estás bien? —pregunto en voz baja.

Se ríe, luego escupe en la taza, agarra un puñado de papel higiénico,

y se suena la nariz.

—No. Definitivamente no estoy bien. Oh, Clara, ¿no es obvio? —Se quita el pelo de la cara y me mira con ojos feroces y brillantes—. Estoy

embarazada.

—Estás…

—Embarazada —dice otra vez, la palabra resonando en el azulejo. Se levanta y le resta importancia, pasándome y regresando a su habitación.

—Estás… —lo intento de nuevo, siguiéndola.

—Preñada. Sí. Con un bollo en el horno. Con un bombo. Con un niño. En la espera. Embarazada. —Se sienta en la cama, estirando la

espalda y levanta su camisa.

Me quedo mirando su vientre. No es enorme, no me hubiera dado cuenta si no lo estuviera señalando, pero se redondea suavemente. Hay

una tenue línea negra que se extiende desde el ombligo hacia abajo. Ella me mira con los ojos cansados, y siento en ese momento que está a nada de ponerse a llorar. Angela Zerbino, al borde de las lágrimas.

—Entonces —dice en voz baja—, ahora lo sabes.

—Oh, Ange... —Sigo negando con la cabeza, porque no hay manera

de que esto pueda ser verdad.

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—Ya he hablado con la Dr. Day, y tres o cuatro personas en la

administración. Voy a ver si puedo sobreponerme al trimestre de invierno, ya que no tengo fecha hasta dentro de un tiempo, y luego tomar un

permiso de ausencia. Me dicen que no va a haber ningún problema. Stanford estará aquí cuando decida volver, esa es la política cuando se trata de este tipo de situaciones. —Me mira diciendo que intenta ser

valiente—. Me voy a ir de nuevo a Jackson y a vivir con mi mamá. Está todo pensado.

—¿Por qué no me lo dijiste? —respiro.

Baja la cabeza, apoya su mano suavemente sobre su vientre. —Supongo que no quise contarte porque no quería que me mires en la forma

en que me miras ahora mismo. Decirle a la gente lo hace real.

—¿Quién es el padre? —pregunto.

Su expresión se suaviza en esa misma perfecta compostura de

nuevo. —Pierce. Hemos estado una noche hace un par de meses, sólo algo que ocurrió, y hemos estado en cierto modo desde entonces.

Miente. Puedo sentirlo como si tuviera un letrero intermitente de neón que dice MINTIENDO sobre su cabeza.

—¿Crees que la gente va a creer eso? —pregunto.

—¿Por qué no? —pregunta agudamente—. Es la verdad.

Suspiro.

—Por un lado, Ange, realmente no puedes llegar muy lejos

mintiendo. Soy una empática. Y en segundo lugar, aunque yo no fuera una empática, Pierce es el PES.

—¿Qué tiene eso que ver con nada? —No me mira ahora.

—Él es el tipo que hizo entrega de los folletos de sexo seguro durante la orientación. Tiene un digno suministro de condones escondidos en su

habitación. Y…

Tira de su camisa hacia abajo. —Vete —dice, casi en un susurro.

—Ange, espera.

Se levanta y cruza hacia la puerta, sosteniéndola abierta para mí. —No necesito esto de ti ahora mismo.

—Ange, sólo quiero ayud…

—Suena como si tuvieras tus propios problemas —dice, todavía sin mirarme—. Deberías preocuparte por eso.

—Pero ¿qué pasa con tu designio? —le digo—. ¿Qué pasa con “el séptimo es nuestro” y el hombre del traje gris?

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—No hables de mi designio —dice con fiereza con los dientes

apretados.

Luego cierra la puerta en mis narices.

Deambulo hacia la Antigua Unión en un aturdimiento, me hundo en un banco junto a la fuente Claw en la Plaza Blanca. Me siento allí, mirando el agua caer, hasta que el sol está mucho más bajo en el cielo. La

gente a mí alrededor, yendo y viniendo desde el CoHo buscando un café.

No los escucho. Sólo escucho el miedo en la voz de Angela.

Estoy embarazada.

Así es como Christian me encuentra, aturdida y en silencio en el banco. Me mira y se pone de rodillas delante de mí, poniéndose al nivel de

mi cara.

—Clara… —¿Clara? ¿Qué ocurre?

Parpadeo, mirando en sus ojos verdes preocupados. ¿Debería

contarle?

No tengo otra opción. Puede leer el pensamiento conmocionado como

si lo estuviera gritando. Su boca se abre.

—Ella está... —Ni siquiera puede terminar la frase.

Mis ojos arden. ¿Qué va a hacer? No dejo de pensar. ¿Qué va a hacer?

Christian pone su mano sobre la mía.

—Clara —dice en voz baja—. Creo que es hora de que me cuentes lo que pasó en Italia.

Así que le cuento. Le hablo sobre cómo, esa noche en Roma, en el

metro, de todos los lugares, nos encontramos con este tipo, y Angela se volvió totalmente loca con sólo mirarlo. Cómo se escabulló esa noche para

verlo, y no volver a casa hasta la mañana. Cómo él resultó ser Phen, el ángel maestro sobre el que me había contado antes, pero era claramente más que su mentor. Le cuento a Christian cómo Angela desesperadamente

quería que me guste Phen, pero yo no podía. Veía a Phen por lo que era: un alma gris, cansado del mundo. Cómo no pensé que podría amarla verdaderamente, pero Angela lo amaba, y actuaba como si no lo hiciera,

así podría seguir viéndolo y llamarlo casual.

—Entonces, ¿qué piensas? —pregunto a Christian una vez que

termino con la historia.

Niega con la cabeza. —Creo que esto lo cambia todo.

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8 Cuando conocí a tu madre

Traducido por val_17

Corregido por Vericity

Unas pocas semanas más tarde, en vacaciones de invierno, estoy de

pie junto a Christian, sosteniendo su mano mientras miramos como el ataúd de Walter es bajado al suelo. La nieve está cayendo, gruesa y pesada, cubriendo el Cementerio de Aspen Hill. El círculo de rostros que

nos rodean es familiar, todos los miembros de la congregación: Stephen, el pastor, Carolyn, quien era enfermera de mi madre, Julia, que es un todo

un dolor en el trasero, si quieres mi opinión, pero al menos está aquí, y al final me decido por Corbett Phibbs, el viejo Quartarius que fue mi profesor de Inglés de la alta escuela, que se ve especialmente sombrío, con las

manos cruzadas mientras mira la tumba. No debe estar tan lejos de su destino propio, creo. Pero entonces me mira y me guiña un ojo.

—Amen —dice Stephen. La multitud de dolientes se empieza a

despejar, todo el mundo se dirige a casa en caso de que la tormenta (porque es diciembre en Wyoming) se convierta en una tormenta de nieve,

pero son estancias cristianas, por lo que me quedo.

La nieve, estoy bastante segura, es Billy quien la está haciendo. Ella está de pie en a mi otro lado, vestida con un abrigo largo y blanco que

hace que el negro brillante de su cabello luzca como tinta derramada sobre sus hombros, y la nieve que gira a su alrededor, a la deriva, mira el

agujero antes de nosotros con tal angustia en sus ojos que me dan ganas de abrazarla. La nieve es su forma de llorar. Es difícil verla así, cuando normalmente es tan fuerte y constante, tan rápida para hacer una broma y

romper la tensión. En el funeral de mi madre sonreía cada vez que me miraba a los ojos, me acuerdo, y yo estaba extrañamente reconfortada por eso, como si la sonrisa de Billy fuera la prueba de que nada realmente

malo le había sucedido a mi madre. Sólo un poco de muerte, es todo. Un cambio de ubicación.

Pero este es su marido.

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Empiezan a llenar la tumba, y se aparta. Extiendo la mano y toco su

hombro. Es fuerte, el abismo de su dolor se abre en mi mente. Tan poco tiempo, pienso. Para todos nosotros.

Suspira. —Tengo que salir de aquí.

—Está bien. ¿Nos vemos en casa? —le pregunto—. Creo que nos

puedo hacer algo de cenar.

Asiente y me abraza, un abrazo rígido.

—Billy…

—Voy a estar bien. Hasta luego, niña. —Avanza frente a mí a través de la nieve, dejando un rastro de pistas oscuras detrás, y después de que ella se ha ido, la nieve descansa.

Christian no dijo nada mientras los hombres trabajaban para rellenar el agujero. Un músculo se mueve en su mejilla. Doy un paso más

cerca, hasta que nuestros hombros se tocan, y uso mi fuerza para fluir en él de la forma en que la suya vino a mí el día que enterramos a mi madre.

Ojalá hubiera conocido mejor a Walter. O en absoluto. No sé si

alguna vez dijimos más de tres frases entre nosotros. Era un hombre duro, siempre vigilado, y nunca se alegró ante la idea de que estuviera

involucrada en la visión del Christian. Pero Christian lo amaba. Puedo sentir el amor de Christian, su dolor ahora que Walter se ha ido, su sensación de estar solo en el mundo.

No estás solo, le susurro en su mente.

Su mano aprieta la mía. —Lo sé —dice en voz alta, con la voz ronca

por las lágrimas que está frenando. Sonríe y me mira, sus ojos oscuros y enrojecidos. Y cepilla la nieve de mi pelo—. Gracias por venir aquí conmigo —dice.

Un montón de respuestas trilladas vienen a mi mente, está bien, ni lo menciones, no hay problema, es lo menos que puedo hacer, pero ninguno

de ellos se siente bien, así que simplemente digo—: Quería venir.

Asiente, da miradas breves en el banco de piedra blanca junto a la tumba de su tío, que sirve como la lápida de su madre. Toma una

respiración profunda, y la saca. —Debo salir de aquí, también.

—¿Quieres que vaya contigo? —le pregunto.

—No, voy a estar bien —dice, y por un momento hay un brillo de lágrimas en sus ojos. Se aleja, luego se detiene y se da vuelta. Sonríe de una manera triste y mira directamente a mis ojos—. Esto va a sonar raro e

inapropiado, probablemente... pero ¿quieres salir conmigo, Clara?

—¿A dónde? —digo estúpidamente.

—En una cita —dice.

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—¿Quieres decir ahora?

Se ríe como si estuviera avergonzado. —Dios —dice, y se cubre la cara con las manos—. Me voy a casa. —Revela su rostro y me sonríe

tímidamente—. Pero tal vez cuando volvamos a la escuela. Lo digo en serio. Una cita oficial.

Una cita. Tengo un recuerdo del baile de hace dos años, la forma en

que se sentía estar en el círculo de los brazos de Christian mientras bailábamos, envuelta en su olor, su calor, mirándolo a los ojos y sentir que por fin había calado en él, que finalmente me veía.

Por supuesto, eso fue antes de Kay tuviera un colapso y Christian optara por llevarla a su casa en vez de mí.

Suspira. —Nunca vas a dejar pasar eso, ¿verdad?

—Probablemente no.

—¿Así que eso es un no, entonces?

—No.

—¿No?

—Quiero decir que no, no es un no. Es un sí. Voy a salir contigo. —Ni siquiera tengo que pensar en ello. Con nosotros siempre han sido incendios forestales, bailes formales y funerales. ¿No nos merecemos algo

normal por una sola vez? Y han pasado más de seis meses desde que rompí con Tucker. Es el momento, decido, para dar a esta cosa con Christian una oportunidad.

—Estoy pensando en cena y una película —dice.

—Me encantaría ir a cenar y al cine.

Y ahora de repente no sabemos qué decirnos, y mi corazón está latiendo rápidamente, y los hombres están quitando la última capa de tierra sobre Walter Prescott.

—Voy a… —Señalo a la colina hacia la tumba de mi madre, una sencilla lápida de mármol bajo los álamos.

Asiente, y luego mete las manos en los bolsillos y se dirige hacia abajo, hacia su camioneta. Lo veo en el coche. Cuando se fue, subo la colina y me detengo en las escaleras de concreto que he visto tantas veces

en mi visión el año pasado. El cementerio me parece diferente, en la nieve: más feo, más frío, un lugar desierto y gris.

Me quedo unos pocos minutos, mirando la tumba de mi madre. Hay

una mancha de suciedad en la esquina superior de la lápida, y la froto con la mano enguantada, pero no puedo conseguir que salga.

Algunos van a los cementerios para hablar con la persona que murió. Me gustaría poder hacer eso, pero en el momento que sale de mi

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boca—: Hola, mamá. —Me siento estúpida. Ella no está aquí. Su cuerpo,

tal vez, pero realmente no quería pensar en su cuerpo aquí, debajo de la tierra y la nieve. Yo sé dónde está ahora. La vi en ese lugar, entrando en la

salida del sol, caminando desde el borde de los cielos. Ella no está aquí, en esa caja, debajo de la tierra.

Me pregunto si, cuando me muera, me van a enterrar aquí, también.

Camino a la cerca de alambre en el borde de la tumba, miro más allá en el bosque lleno de nieve, más allá. Siento algo, entonces, una tristeza familiar, y sé quién se me ha unido.

—Sal —llamo—. Sé que estás ahí.

Hay un momento de silencio antes de escuchar pasos en la nieve.

Samjeeza emerge de los árboles. Se detiene a pocos metros de la valla, y una sensación de déjà vu se apodera de mí. Lanzo un muro mental, entre nosotros, bloqueando mi mente. Nos miramos el uno al otro.

—¿Qué haces aquí, Sam? —le pregunto—. ¿Qué quieres?

Hace un pequeño ruido en la parte posterior de su garganta. Tiene

una mano en el bolsillo de su largo abrigo de cuero, y me pregunto si está tocando la pulsera que le di, la pulsera de mi madre, lo único que queda de ella.

—¿Por qué me la diste? —me pregunta después de un largo momento—. ¿Ella te lo pidió?

—Me dijo que lo llevara al cementerio.

Inclina la cabeza. —La primera vez fue en Francia —dice—. ¿Alguna vez te lo dijo? —Sonríe y levanta, algo vive en sus ojos—. Ella trabajaba en

un hospital. En el momento en que la vi, supe que era algo especial. Tenía la huella divina en ella.

Así que eso es todo, creo. Quiere hablarme de mi madre. Debería

pararlo, decirle que no me interesa, pero no lo hago. Tengo curiosidad por saber qué pasó.

Se acerca a la valla, y oigo el leve crujido de la electricidad gris que atraviesa el metal. —Un día, ella y las otras enfermeras se dirigieron a un estanque en el borde de la ciudad a nadar en ropa interior. Se estaba

riendo de algo que cualquiera de las otras chicas dijo, y entonces sintió mis ojos en ella y levantó la vista. Las otras chicas me vieron también, y echaron a correr hacia su ropa en la orilla, pero ella se quedó dónde

estaba. Su cabello era castaño entonces, porque se teñía, y era corto para una mujer, justo en el mentón, pero me encantó la forma en que se

acurrucaba contra su cuello. Se acercó a mí. Olía como nubes y rosas, lo recuerdo. Me congelé allí, mirando, sintiéndome tan extraño, y ella sonrió y metió la mano en el bolsillo delantero, donde siempre mantenía un

paquete de cigarrillos para mirar más que nada, y tomó uno y puso el

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paquete de nuevo y dijo: “Hola, señor, haga algo útil y deme fuego, ¿vale?”

Me tomó un momento darme cuenta que quería que yo encendiera el cigarrillo, pero por supuesto que no tenía un encendedor, y le dije, y ella

dijo: “Bueno, un montón de buena grasa que eres entonces, ¿no es así?” y se dio la vuelta y me dejó.

Parece encantado con el recuerdo, pero no me gusta. Esa no es la

madre que conozco, esta descarada fumadora morena por la que parece tan cautivado.

—Fue un tiempo antes de que pudiera lograr que me hablara de

nuevo. Y más aún antes de que me dejara besarla…

—¿Por qué crees que me gustaría escuchar esto? —interrumpo.

En la comisura de su boca se forma una sonrisa socarrona. —Eres muy parecida a ella, me parece.

Una corriente de aire frío se desliza por las mangas a lo largo de mis

brazos, y tiro de mi abrigo apretándolo a mí alrededor. Estoy a salvo por el momento, en este lado de la valla. Tierra santa. Pero voy a tener que salir

alguna vez.

—Cuéntame una historia sobre ella —dice—. Algo pequeño. —Me mira con calma, con los ojos brillantes—. Algo nuevo.

Respiro nerviosa. —¿Es por eso que me estás acechando? ¿Para contarte historias?

—Dime —dice.

Mis pensamientos se pelean por algo que ofrecerle. Por supuesto que tengo tantos recuerdos de mi madre, al azar y estúpidos, los tiempos en

que estaba enojada con ella porque de repente había dejado de ser mi mejor amiga y se volvió mi madre, establecerme límites, castigarme cuando los crucé, momentos tiernos cuando supe que me quería más que a nada

en el mundo. Pero no quiero compartir cualquiera de estas historias con él. Nuestras historias no le pertenecen.

Niego con la cabeza. —No puedo pensar en nada.

Su mirada se oscurece.

No puede hacerme daño aquí, me digo. No puede. Pero todavía estoy

temblando.

—Está bien —dice, como que estoy siendo egoísta, pero no se puede evitar, soy parcialmente humana, después de todo. Su tono cambia, se

vuelve informal—. Tal vez lo harás en otra ocasión.

Lo dudo mucho.

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—¿Alguna vez descubriste el secreto? ¿Fuera lo que fuera que tu

madre guardaba de ti? —me pregunta, como si estuviéramos hablando del tiempo.

Lucho por mantener mi cara neutral, para mantener mi mente cuidadosamente en secreto, mi tono tan casual como cuando digo—: No sé lo que quieres decir.

Sonríe. —Sí que sabes —dice—. De lo contrario no estarías tratando con tanto esmero de mantenerme a raya.

Así que sabe que lo estoy bloqueando. Me pregunto si me puede leer

de todos modos, si puede oír el ritmo loco de mi corazón, la ingesta rápida de mi aliento, mi miedo como un olor agrio que exuda de mis poros.

Niego con la cabeza sin poder hacer nada. Esta fue una mala idea, hablar con él. ¿Por qué pienso que lo puedo manejar?

—Debo irme.

—Espera —dice antes de tomar unos pocos pasos—. No tienes que tenerme miedo, pajarito —dice, caminando detrás de mí lo más cerca que

la valla se lo permite—. No voy a hacerte daño.

Me detengo, de espaldas a él. —Eres como el líder de los Vigilantes, ¿verdad? ¿No es tu trabajo tratar de hacerme daño?

—Ya no es así —dice—. Yo fui... degradado, si quieres, a partir de ese título.

—¿Por qué? —le pregunto.

—Mi hermano y yo hemos tenido una diferencia de opinión —dice con cuidado—, con respecto a tu madre.

—¿Tu hermano?

—Él es al que debes temer verdaderamente.

—¿Quién es él? —le pregunto.

—Asael.

El nombre me suena. Creo que Billy lo menciono una vez.

—Asael busca la Triplare —continúa Samjeeza—. Siempre se creyó un colector, de hermosas mujeres, de hombres poderosos, de ángeles de sangre, especialmente aquellos con una mayor concentración de sangre. Él

cree que quien controla el Triplare tendrá la ventaja en la guerra que se avecina, y así se determinó con todos ellos. Si descubre quien realmente eres, no descansará hasta que te envíen a su voluntad o que te destruyan.

Me doy la vuelta, las palabras si descubre quien realmente eres resonando en mi cabeza. —Todo esto es muy interesante, Sam, pero no

tengo ni idea de lo que estás hablando. Y el secreto de mi madre —me

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obligo a mirarlo a los ojos—, era que se estaba muriendo. Y eso es noticia

vieja ahora.

Al oír la palabra morir, siento un pulso de desesperación incluso a

través de la pared emocional que he erigido entre nosotros, pero su comportamiento no cambia. De hecho, dice sonriendo.

—Oh, qué enmarañada red tejemos, cuando primero practicamos

para engañar —dice.

—Lo que sea.

Estoy en un aprieto, me doy cuenta. No tengo un aventón. Monté aquí con Billy, y tenía la intención de volar a casa, pero él siempre podía convertirse en un pájaro y seguirme.

—Tuve mis sospechas acerca de esto desde el principio, por supuesto —continúa sin problemas, como si yo no tratara de salir—. No podía entender lo que había sucedido ese día en el bosque. Me resistí más

de lo que debería hacer. De alguna manera saltaste del infierno a la tierra. Convocando la gloria. Me superaste. —Sacude la cabeza como si fuera una

niña impertinente pero encantadora.

—Mi madre lo hizo —le digo, esperando que se lo crea.

—Tu madre era muchas cosas —dice—. Era hermosa, era fuerte,

estaba llena de fuego y de vida, pero era, con todo, una mera Dimidius. No podía cruzar entre mundos. Sólo un Triplare sería capaz de eso.

—Te equivocas. —Trato pero no puedo mantener el vacilar de mi voz.

—No —dice en voz baja—. Michael es tu padre, ¿no es así? Ese bastardo con suerte.

Sólo sigue hablando, y cuanto más balbucea, más arriesgo todo.

—Bueno, esto ha sido estupendo, realmente, pero hace frío y tengo otro lugar en el que estar. —Le doy la espalda una vez más y me alejo de la

valla, hacia el cementerio.

—¿Dónde está tu hermano, Clara? —grita, después de mí—. ¿Sabe

acerca de su linaje orgulloso?

—No hables de mi hermano. Déjalo en paz. Te juro…

—No tienes que jurar, querida. No tengo ningún interés en el niño.

Pero, como he dicho, hay otros que si van a encontrar su filiación fascinante.

Creo que está tratando de chantajearme. Me detengo.

—¿Qué quieres? —Lo miro por encima del hombro.

—Quiero que me cuentes una historia.

Está loco. Levanto las manos en frustración y la nieve se desprende.

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—Está bien —dice, riendo—. Otra vez será.

Sé sin tener que mirar hacia atrás que se ha convertido en un pájaro.

—Caw —me dice, burlándose, me pone a prueba.

¡Malditos Ángeles locos! De repente estoy tan loca que estoy al borde de las lágrimas. Me tiro en la nieve bajo mis pies, descubro una mancha,

tierra, negro, agujas de pino, hojas podridas, pasto seco, trozos de grava. Me inclino a recoger una piedra pequeña, suave y oscura, como si

perteneciera a la parte inferior de un río en algún lugar. Doy vueltas en mi mano.

—Caw —dice Samjeeza el cuervo.

Le lanzo la roca.

Es un buen tiro, de esos que me llevarían al equipo de softbol

femenino de Stanford en un santiamén. Es más que humano, el tiro. Se corta el aire como una bala, sobre la cerca y recto hacia el Ala Negra entrometido. Mi objetivo es de verdad.

Pero no le alcanzo.

La roca se dispara más allá de la rama, que ahora está vacía, y cae

silenciosamente en la nieve en el suelo del bosque. Estoy sola otra vez.

Por ahora.

Estoy deseando hacer un gran fuego en la chimenea del salón,

haciendo algo de comer para Billy y para mí, y tal vez poner algunos adornos de Navidad, llamar a Wendy para ver si quiere ir a ver una película o algo así. Necesito algo de tiempo normal. Pero primero me

detengo en la tienda de comestibles.

Que es donde, en medio del pasillo de la panadería, me encuentro

con Tucker.

—Hola —respiro. Maldigo mi estúpido corazón por la forma en que salta cuando lo veo de pie en una camiseta blanca y pantalones vaqueros

agujereados, sostiene una cesta con manzanas verdes, un limón, un paquete de mantequilla, y una bolsa de azúcar blanca. Su madre debe estar haciendo un pastel.

Me mira por un momento como si estuviera decidiendo si molestarse en hablarme. —Estás muy bien vestida —dice finalmente, fijándose en mi

abrigo, el vestido negro y botas altas negras, la forma en que mi cabello está recogido en un moño flojo en la coronilla de mi cabeza. Su boca se tuerce en una sonrisa burlona—. Déjame adivinar: ¿estás mágicamente

tele transportándote a una fiesta de lujo en Stanford, y has perdido tu camino?

—Vengo de un funeral —le digo con fuerza—. En Aspen Hill.

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De inmediato su sonrisa se cae. —¿De quién?

—Walter Prescott.

Asiente. —Me enteré de eso. Un derrame cerebral, ¿no es así?

No contesto.

—O en un accidente cerebrovascular —conjetura—. Fue uno de los tuyos.

Mi pueblo. Bien. Empiezo a caminar, porque esa es la cosa que sé que tengo que hacer, no involucrarme con él, pero luego me detengo, y vuelvo. No puedo evitarlo. —No hagas eso —le digo.

—¿No hacer qué?

—Sé que estás enojado conmigo, y entiendo por qué, lo entiendo, lo

hago, pero no tienes que ser así. Eres el chico dulce más amable, más decente que conozco. No seas un idiota por mi culpa.

Mira al suelo, y traga saliva. —Clara...

—Lo siento, Tuck. Sé que puede que no valga mucho, me lo dijiste. Pero lo siento. Por todo eso. —Comienzo a alejarme—. Me voy a quedar

fuera de tu camino.

—No me llamaste —dice antes de que pueda huir.

Parpadeo hacia él, sorprendida. —¿Qué?

—Este verano. Cuando volviste de Italia, antes de ir a California. Volviste a casa durante dos semanas, ¿verdad? Y no llamaste. Ni una sola vez —dice con acusación en su voz.

¿Eso es lo que escogió para estar enojado?

—Quería —le digo, lo cual es cierto. Todos los días pensaba en

llamarlo—. Estaba ocupada —le digo, que es más una mentira.

Se burla, pero la ira desaparece de su rostro, se convierte en una especie de frustración. —Podríamos haber salido un poco, antes de que

tuvieras que irte.

—Lo siento —murmuro de nuevo, porque no sé qué más decir.

—Es sólo que... Pensé que tal vez podríamos ser... —Su garganta se contrae por un minuto antes de que le llegue la voz—. Amigos.

Tucker Avery quiere ser mi amigo.

Se ve tan vulnerable en este momento, mirando sus botas, sus orejas ligeramente rojas bajo su bronceado y sus hombros estrechos. Quiero estirarme y poner la mano en su brazo. Quiero sonreír y decir:

Seguro. Vamos a ser amigos. Me encantaría ser tu amiga.

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Pero tengo que ser fuerte. Tengo que recordar por qué rompimos en

primer lugar: para que pudiera tener una vida en la que no sería atacado por un ángel caído al final de una cita, donde pudiera besar a su novia sin

que ella literalmente se iluminara como una bengala en el Cuatro de Julio, que no lo mantiene constantemente en la oscuridad. Él necesita a alguien normal. Alguien que va a envejecer junto a él. Alguien que puede proteger

de la forma en que un hombre protege a su mujer, y no al revés. Alguien que no soy yo. Quiero decir, hace cinco minutos me chantajeaba un Alas Negra, por amor de Dios. Estoy siendo perseguida por un ángel caído que

quiere "reunirme". Voy a tener que luchar. Posiblemente morir.

Tomo una respiración profunda. —No creo que sea una buena idea.

Levanta la mirada. —No quieres que seamos amigos.

Trato de mirarlo a los ojos. —No, no quiero.

Por una vez me alegro de que no pueda leer mi mente de la manera

en que Christian lo hace. Vería lo mucho que pienso en él, como sueño con él, que incluso después de todo este tiempo, mi corazón todavía duele al

verlo, tocarlo, escuchar su voz. Vería que no podemos ser amigos. Vería que cada minuto que estoy con él quiero sus brazos a mi alrededor. Recuerdo sus labios sobre los míos. Nunca, nunca, voy a ser capaz de

verlo como un amigo.

Es mejor así, me repito a mí misma. Es mejor así. Es mejor así. Él tiene que vivir su vida, y tengo que vivir la mía.

Tiene la mandíbula tensa. —Está bien —dice—. Lo entiendo. Hemos terminado. Estás superándolo.

Sí, tengo que decirle. Pero no puedo hacer que mis labios formen la palabra.

Asiente, flexiona sus manos como si quisiera su sombrero de

vaquero en este momento, pero que no lo tiene. —Debo irme —dice—. Tengo tareas que hacer en el rancho.

Se mueve hasta el final del pasillo, y luego se detiene. Hay algo más que quiere decirme. Se me corta la respiración en la garganta.

—Ten una buena vida, Clara —dice—. Te mereces ser feliz.

Mis manos se aprietan en puños mientras lo observo alejarse.

Tú también, pienso. Tú también.

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9 Atrás Atrás demonio

Traducido por SwiftieSomerholic & Majo_Smile ♥

Corregido por Elena_Verlac

—Clara, estás distraída —dice papá—. Necesitas concentrarte.

Bajo mi parte de la escoba, jadeando. Mi hombro palpita donde

Christian me golpeó. Hemos estado entrenando en el patio de mi casa en Jackson con la nieve hasta los tobillos durante la última media hora, y hasta ahora ha sido bastante uniforme. Lo golpeo, él me golpea. A pesar de

que su último golpe fue extraordinario.

Christian me mira con culpa en sus ojos con motas doradas.

—¿Estás bien? —pregunta en voz baja—. Lo siento.

—Estoy bien. Estuvimos de acuerdo en no tirar puñetazos, y te dejé una abertura, así que tenías que ir a por ella. —Hago girar mi brazo en su

punto, se contrae por el dolor, y luego ruedo la cabeza de lado a lado, estirando—. ¿Podemos hacer una pausa de un minuto? Me vendría bien un descanso.

Papá frunce el ceño —No tenemos tiempo para eso. Deben practicar.

Este es nuestro quinto período de sesiones de entrenamiento juntos —papá, Christian y yo— y cada vez papá parece más tenso, como si no

hubiéramos estado haciendo suficiente progreso. Nos estuvo poniendo a trabajar como un loco durante toda la semana, pero las vacaciones de

invierno están por terminar, y no vamos a tener tanto tiempo libre para entrenar una vez que vuelva a la escuela. Deberíamos estar manejando el asunto con más seriedad.

—Creo que no hay tal cosa como el tiempo para ti. —Estoy tratando de no gemir—. Vamos. Necesito chocolate caliente. Mis pies se están

congelando.

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Papá suspira, entonces va a grandes zancadas por el patio hasta

ponerse de pie entre Christian y yo. Él pone una mano en la parte de atrás de mi cuello, justo debajo de la línea del cabello, y luego hace lo mismo

con Christian. Yo no tengo tiempo para asimilar lo que está haciendo antes de que sienta una sacudida en el estómago y el mundo se disuelva en una luz blanca brillante, y cuando se desvanece, estamos de pie en una playa.

Parece el set de una película de una isla desierta, toda la arena blanca y agua azul perfecta, nadie alrededor, solo algunas gaviotas curiosas.

—Mierda, papá —jadeo—. Trata de advertirnos la próxima vez.

—Ahora —dice, juntando sus manos—, una vez más.

Nos quitamos las botas, los calcetines, las chaquetas, y los echamos

en la arena. Papá está en la orilla del agua y cruza sus brazos al vernos. Levanto la escoba y el enfoque de Christian se deja caer en una postura defensiva. La arena se aplasta entre los dedos de mis pies.

—Entonces —dice Christian, como si fuéramos a tener una conversación relajada en lugar de tratar de vencer al otro—, ¿cómo está

Angela?

—Ella está bien. Me habla de nuevo, por lo menos. —Empujo. Él esquiva—. Tuve una cena en su casa hace un par de noches, y hablamos

un poco. Por lo menos me dio la versión de la historia que quiere que todos crean. —Se balancea, yo bloqueo—. Va a estar en mi clase de literatura en este trimestre, ¿no te lo dije? Estamos leyendo a Dante. Eso debería ser un

barril de risas.

—La vi ayer comiendo un helado de cono de dos pisos con un clima

de veinte grados —dice Christian—. Me dio problemas como normalmente solía hacer. Sólo que es más… grande.

—Oh, vamos, no está tan grande. Apenas y cuenta.

—¿Cómo está? ¿De seis meses de embarazo?

Veo una apertura y lo golpeo en la pierna, pero se mueve muy

rápido. Me tropiezo y golpeo justo a tiempo para desviar un golpe destinado a la cadera. Lo empujo lejos.

—Eso depende de la historia que quieras creer. —Limpio un mechón

de pelo que está pegado a mi cara—. Si Pierce es el padre, tendría como cuatro meses como mucho. Pero me dijo que está previsto para marzo, lo que haría que su hijo sea de seis. Las matemáticas no cuadran. Seis meses

significa que se quedó embarazada en Italia. Así que el bebé tiene que ser de Phen.

—Pero no admitirá que Phen es el padre, ¿ni siquiera a ti? —pregunta Christian.

—De ninguna manera, dice que es de Pierce. Incluso le dijo a Pierce

que es el padre, lo que significa que está completamente asustado. Se

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ofreció a ayudar, pero Angela no le permitirá hacer cualquier cosa por ella.

Es un tipo decente. Lástima que no sea el padre.

Christian frunce el ceño. —¿Así que Angela va a aguantar hasta el

final del trimestre de invierno?

Trato de darle en las costillas y salta de nuevo. —Sip. Pero entonces se va, o algo así —digo—, indefinidamente.

—Pero, ¿qué pasa con su designio? Se lleva a cabo en Stanford, ¿no es así?

—No quiere hablar de su designio. Es como si hubiera dejado de

creer en él, o decidió que no le importaba, o que está demasiado ocupada centrándose en esta cosa del bebé en este momento —Me tropiezo, y

Christian consigue un golpe sólido a mi muslo—. ¡Ay! ¡Oye, no tan duro!

Hace una pausa, baja la escoba. —Pero creí que acordamos…

Lo ataco, tomando ventaja de su arma baja. —¡Atrás, atrás,

demonio! —grito, y se ríe mientras lo desarmo, su escoba voladora cae en el agua. Se hunde hasta las rodillas, al final coloco mi escoba en la

garganta. Sonríe, levanta las manos en el aire.

Es bueno verlo sonriendo. Han sido un par de semanas difíciles para él, estar en su casa vacía, con el recuerdo constante de Walter y de las

cosas que solían hacer juntos.

—Ríndete —entono gravemente.

—Prefiero morir —grita, entonces me derriba y me arrastra hacia la

arena.

—No, detente —grito, luchando cuando lanza una pierna sobre la

mía—. ¡Sin cosquillas! ¡No hay cosquillas en el entrenamiento con espada! ¡Christian! —Me río sin poder hacer nada.

—Ya es suficiente —dice papá de pronto.

Christian y yo hacemos una pausa para mirarlo. Creo que los dos nos olvidamos que está allí. No es divertido, tampoco. Christian se aleja y

me tira sobre mis pies, rozando la arena de su camisa. Papá le tiende de vuelta su escoba.

—Una vez más —dice.

—Joder, eres un sargento. —Lanzo una risita—. Relájate.

Los ojos de papá chispean. —Ésta no es una clase de gimnasia —dice.

—Nunca fui muy aficionada a la gimnasia —bromeo.

Lo cual es, por supuesto, lo que no debía decir. —Esto es la vida y la

muerte, Clara. Esperaba más de ti. Esperaba que te lo tomaras enserio.

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Me quedo mirando la arena. He estado tratando de no obsesionarme

con la imagen de mí misma cubierta de sangre, de ojos apagados, que se encienden de vez en cuando por la mente de Christian junto con una ola

de ansiedad.

—Ella lidia con la tensión haciendo bromas —dice Christian en voz baja—, pero va en serio.

El fuego deja los ojos de papá. Deja escapar un suspiro. —Lo siento —dice y sorprende muchísimo—, vamos a tomar un descanso.

Nos sentamos en una línea en la playa, mirando las olas. Miro a

Christian y sonrío, mandándole un abrazo mental para asegurarle que estoy bien, porque en éste momento está considerando dar al Arcángel

Michael un poco de locura.

—De alguna manera —dice papá a Christian—,sólo soy su padre.

—Esto es lo que no entiendo —dice Christian después de un

minuto—. Toda mi vida, desde que mi tío me contó sobre los Alas Negras, me dijo que corriera. Me dijo que no me haría ningún bien tratar de luchar

contra ellos, que son demasiado poderosos, demasiado rápidos, demasiado fuertes. No se puede acabar con ellos. Corre, siempre decía.

—Mamá decía lo mismo —digo.

—Es cierto —dice papá—. En una lucha uno-a-uno con un ángel, no prevalecerás. No es sólo sobre el poder, la velocidad y la fuerza. Es la experiencia. Hemos estado luchando un largo, largo tiempo. —Parece triste

ante la idea—. Y ustedes solo empezaron a luchar.

—Entonces, ¿cuál es el punto? —pregunta Christian—. Si no

podemos luchar contra uno y tener éxito, ¿por qué mi tío intentaría enseñarme? ¿Por qué estás enseñándonos a usar la espada de gloria? —Sacude la cabeza—. Sé que me veo empuñando una en la visión. Pero,

¿por qué? ¿Por qué, si no puedo ganar?

—Es poco probable que los Alas Negras traten de hacerte daño

directamente —dice papá—, todavía son ángeles, después de todo, y herir a alguien en el lado del bien va en contra de nuestro designio. Esto podría causar incluso a un Alas Negras una gran cantidad de dolor. Es por eso

que prefieren usar secuaces para causar el daño físico.

—¿Secuaces? —repito.

—Ángeles de sangre —dice—, los Alas Negras hacen su trabajo sucio

a través de los Nephilim. Y los Triplare son los más poderosos de los Nephilim.

—Así que, ¿en la visión estamos luchando contra otros ángeles de sangre? —concluye Christian.

Papá asiente.

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Lo relaciono con lo que me dijo Samjeeza en el cementerio sobre

Asael.

—Sí —dice papá—, Asael es muy peligroso. Tal vez el más peligroso y

totalmente malo de los Alas Negras. Es como el mismo Satanás. Sin piedad. Sin dudas. Toma lo que quiere, y si te ve, si sabe lo que eres, te llevará. Ha matado y esclavizado a muchos, a la mayoría, de los Triplare.

—¿Hay un montón de Triplare? —pregunto.

—No —dice papá—, hay muy pocos de ustedes. De hecho, nunca hay más de siete Triplare caminando en la tierra al mismo tiempo. Y hasta

el momento Asael está en posesión de al menos tres.

—Siete —dice Christian, casi para sí mismo—. Así que tú, Jeffrey y

yo... eso sólo deja uno más.

Siete Triplare. Siete.

Me encuentro con los ojos de Christian. Tenemos el mismo

pensamiento en el mismo momento.

El séptimo es nuestro.

—El bebé de Angela. —Me doy cuenta—. Porque Phen es el padre.

Papá frunce el ceño. —Phen —dice el nombre como si fuera una mala palabra—. Asquerosa, criatura cobarde y ambivalente. Peor que los

caídos, de muchas maneras. —Sus ojos son tan feroces que da un poco de miedo—. No tienen ninguna convicción en absoluto.

—Se lo diré en el camino de regreso a California —le digo a Christian

cuando estamos de vuelta en mi casa en Jackson, sentados en el sofá de la sala delante de una fogata, bebiendo té de frambuesa—. Cuanto antes lo

sepa, mejor.

Mira fijamente las llamas. —Está bien. ¿Quieres que nos encontremos el viernes por la noche en el CoHo, ya que vamos a perder el

sábado?

—Por supuesto. —Me muerdo el labio—. Y pensé que, tal vez, si

estás a la altura, tú y yo podríamos empezar a correr por las mañanas. Sé que se supone que entrenaríamos con la espada de gloria, pero podría ser bueno para poner al día nuestro funcionamiento, por si acaso.

—Por si acaso. —Se hace eco—. Sí, me gustaría. ¿Todas las mañanas?

—Sí. Digamos que a las seis y media. —Me estremezco al pensar en

levantarme tan temprano, pero es por una buena causa. Al igual que, posiblemente extender mi esperanza de vida.

—Está bien —dice con una sonrisa—. Sólo recuerda que fue tu idea.

—Lo haré. Así que dime como es tu horario este trimestre.

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—Nada muy emocionante. Mi clase loca va a ser ingeniería

estructural.

Giro la cabeza hacia él. —¿Ingeniería estructural? Eso suena serio.

—Estrecho mis ojos con recelo—. ¿Estás pensando escoger una carrera?

Hace esa cosa suya de sonreír/exhalar. —Estoy pensando en arquitectura.

—¿Quieres ser arquitecto? ¿Cuándo ocurrió esto?

—Me gusta construir cosas. Era un asesino con Lincoln cuando era un niño. —Se encoge de hombros—. Se me hace genial así que pensé, ¿por

qué no probarlo?, hacer frente a todas las matemáticas, la física y el dibujo, a ver si al final de todo todavía me gusta la idea.

No está mirándome directamente, pero puedo decir que está observando para ver cómo voy a reaccionar. Si voy a pensar que es una tontería, que se va hacia algo tan pesado como la arquitectura, si voy a reír

porque lo imagino con un traje y un casco con un rollo de planos bajo el brazo.

Creo que es caliente. Lo empujo con mi hombro. —Eso es increíble. Suena… perfecto.

—¿Qué hay de ti? —pregunta—. ¿Todavía vas a estudiar medicina?

—Sip. Estoy tomando una clase de bioquímica llamada Genómica y Medicina, que estoy bastante segura de que va a volar mi mente.

—¿Qué más? —pregunta—. ¿Se acabó la felicidad?

Suspiro. —No hay mayor felicidad. Sólo los pre-requisitos normales y pre-medicina y, uh, alguna clase de educación física.

—Clara, ¿qué clase de educación física? —Lo pesca fuera de mi mente—. ¿Estás tomando esgrima? Eso es hacer trampa.

—Oye, nadie dijo que no podíamos entrenar en nuestro propio

tiempo.

Se sienta, me mira como si fuera más tortuoso de lo que pensaba. —

Voy a inscribirme en la clase, también. ¿Cuándo es?

—Los lunes y miércoles, de una a dos de la tarde.

Asiente como si todo estuviera arreglado, entonces. —Así que vamos

a correr por las mañanas, y hacer esgrima en las tardes.

—Está bien.

—Y no hagas planes para el próximo fin de semana —añade.

Levanto la vista hacia él— ¿Por qué no?

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La esquina su boca se curva. Me lanza una mirada que haría que las

piernas de cualquier chica se convirtieran en gelatina. —Vamos a salir. En una cita. Antes de que las cosas se pongan locas.

Mi corazón late más rápido. —Cena y una película —acuerdo.

—Viernes por la noche —dice—. Te recogeré a las siete.

—Siete —repito con un estremecimiento estúpido en mi voz—.

Viernes.

Va a la puerta y empieza a ponerse el abrigo.

—¿A dónde vas?

—Casa. Tengo que prepararme —dice.

—¿Para el viernes?

—Para todo —responde—. Te veré en la granja.

—Estas acelerando —dice Angela.

No tengo que comprobar el velocímetro para saber que está en lo

cierto. Estoy nerviosa por cómo se tomará toda la cosa de “tal vez el séptimo es tu bebé”. Hemos conducido todo el día, a punto de encontrar

un hotel para pasar la noche, y todavía no he logrado el valor para abordar el tema.

—No sabía que tenías un problema de exceso de velocidad —

comenta—. Eres generalmente un conductor decente, cuando no chocas con ángeles, es decir. Eres una seguidora de reglas.

Lo que por supuesto ella hace sonar como un insulto. —Vaya,

gracias.

Regresa a la revista para padres que está leyendo. Ha estado

investigando este tema de los bebés con el mismo tipo de pasión que por lo general se reserva para cosas de ángeles. Lo que últimamente mantiene escondido bajo la almohada es un manoseado ejemplar de Qué esperar cuando se está esperando. Y un tomo de trescientos años de antigüedad, que tiene un pasaje acerca de una mujer que da a luz a un Nephilim. Sólo

un poco de lectura ligera.

—Entonces, ¿cómo fue tu descanso? —pregunta, y sonríe sugestivamente—. ¿Llegaste a desahogarte con Christian?

Ignoro sus obvias insinuaciones. —Pasamos mucho tiempo en la playa.

Ella mira a la ventana con nostalgia, donde el cielo se ha oscurecido a un profundo y seductor azul, sus manos se apoyan en la curva de su estómago. Me pregunto cuándo fue la última vez, que hizo otra cosa que

preocuparse.

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—Ange, tenemos que hablar.

—Podríamos hablar de por qué no estás con Christian —sugiere.

—¿Qué tal si no hablamos de eso, pero hacemos como que lo

hicimos?

—¿Cuál es el retraso, C? —continúa como si no me oyó—. Es caliente, está caliente por ti, está disponible, y espera, aguanta... —Sus

ojos dorados se ensanchan teatralmente—. ¿No estás tú disponible ahora?

Odio estar sonrojándome.

—Y no nos olvidemos de que es tu destino. Tu designio o lo que sea. Tu chico. Así que sal con él ya. Sólo con él. En una especie de forma horizontal, como dijiste.

—Gracias, Angela, —digo con ironía—. Esto es muy revelador.

—Lo siento, —dice, aunque está claro que no lo siente en absoluto—. Me molesta verlos torturarse a sí mismos.

Aquí empecé, decidida a hablar de ella, y estamos hablando de mí. La dejo cambiar de tema por el momento, pero estoy decidida a volver en

torno a toda esta situación del bebé.

—No estamos… —Suspiro—. Es complicado. No queremos estar juntos porque alguien nos dijo que tenemos que estarlo.

—Y por “alguien” te refieres a Dios, ¿verdad?

Por supuesto que suena increíblemente arrogante por mi parte,

insistir en una relación en mis propios términos, pero ella lo puso así.

—No es tan complicado —dice ella—. Ustedes quieren estar juntos por sí mismos. Es obvio, especialmente él. No me digas que no has notado

la manera en que te mira, como si besaría el suelo que pisas si pensara que eso te persuadiría.

—Lo sé —admito suavemente—. Pero…

—Pero todavía estás colgada del vaquero.

Compruebo mis espejos. —No quiero saltar de una relación y

directamente en otra. Christian y yo tenemos tiempo para lo que sea que estamos destinados o… que decidimos ser.

—No quieres que sea tu rebote —dice pensativamente—, muy adulto

de tu parte.

—Gracias. Lo estoy intentando —Cambio de carril, luego acelero

para pasar una caravana que se pasea a lo largo de la autopista.

—Pero tal vez no tienes tiempo —dice ella, la primera vez que admite lo que le dije acerca de mi visión—. Y han pasado meses desde que

terminaste con Tucker, ¿no? —señala.

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Bueno, eso es todo. Basta de discutir sobre mí. —Entonces, ¿cómo

es que tú llegaste a exigir que no hablemos acerca de tu vida amorosa y luego saltamos directamente a hablar de la mía? Difícilmente suena justo

—le digo.

Su cuerpo entero se tensa. —No tengo nada que decir acerca de Pierce. Él es un chico dulce.

—Estoy segura de que lo es. Pero no estás enamorada de él. Y él no es el padre de tu bebé, ¿verdad?

Ella se burla. —Vamos, C. Ya hemos pasado por esto.

—Entiendo por qué estás diciendo que es él —le digo—. Entiendo, de verdad, lo hago. No sé si es la mejor cosa para hacerle a Pierce, pero lo

entiendo. Estás protegiendo a tu bebé. De la misma forma en que mi madre trató de proteger a Jeffrey y a mí dejándonos saber que mi papá era de la variedad regular de incumplidores.

Mira su regazo. Está determinada a no admitirlo. A cualquier persona. Se hizo una promesa a sí misma, un compromiso con la idea de

Pierce como el papá del bebé, y no va a romper eso por nadie. Ni siquiera por mí. Resulta más seguro así.

—Bueno, está bien, que sea de esa manera —digo.

Voy a tener que dejar que se dé cuenta ella misma. Pero no haya nada malo en que la ayude.

Enciendo la radio, y escuchamos sin hablar durante un rato, ambas

sumidas en nuestros pensamientos. Vengo con un nuevo enfoque. —Oye, ¿te acuerdas cómo seguía viendo a ese pájaro en el campus, y resultó ser

Samjeeza?

—Sí —dice a la ligera, aliviada porque piensa que estoy cambiando de tema—. ¿Qué pasó con él, de todos modos? ¿Todavía te sigue

acosando?

—Le lancé una piedra hace un par de semanas, y no lo he visto

desde entonces.

—¿Le lanzaste una piedra a un Alas Negras? —dice, impresionada—. Guau, C.

—Estaba enfadada. Probablemente fue un error. Sabe que soy una Triplare, y tal vez lo cabreé lo suficiente para que decida decirle a Asael sobre mí.

Angela se congela. —Asael. ¿Quién es?

—El Gran Vigilante Malvado, al parecer. Él reúne a los Triplare. Al

parecer hay solamente siete de nosotros en un momento dado, y quiere poseer el paquete completo —recito, como si todo el mundo lo supiera.

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—Siete de ustedes... —repite.

Ella finalmente lo consigue.

—Mi padre dijo que nunca hay más de siete Triplare caminando por

la tierra en un momento dado, y Asael los quiere a todos. Christian dijo algo acerca de eso una vez, también… Siete Triplare, algo que Walter le dijo —Miro hacia ella—. Cómo es eso del número siete, ¿verdad? Pero

como dijiste, es el número de Dios.

—El séptimo —susurra. Mira hacia su estómago—. El séptimo es nuestro.

—Ahora estamos en la misma página —le digo, y acelero.

Cuando regreso a Stanford, lo primero que hago es tratar de

encontrar a mi hermano. Lo que Samjeeza dijo sobre Jeffrey —¿Dónde está tu hermano, Clara?— me molesta, y no quiero esperar a que él me llame

para pasar el rato. Una parte de mí sólo quiere verlo. Además de que debe saber sobre la cosa de los siete Triplare. Así que tomo el asunto en mis propias manos y empiezo a buscar en Google pizzerías dentro o alrededor

de Mountain View —llamémoslo una corazonada de que Jeffrey está en o cerca de nuestra ciudad natal. Después de todo, la primera vez que

apareció en mi habitación de la residencia, dijo que pensaba que me había visto, y que fue el día que llevé a Cristian a Mountain View antes de ir a Buzzards Roost.

Resulta que hay tres restaurantes de pizza en Mountain View, y Jeffrey trabaja en la tercera que compruebo —justo al lado de la estación de tren, en la calle Castro.

No está encantado de verme cuando llego a irrumpir en su vida.

—¿Qué estás haciendo aquí? —pregunta cuando aparezco en el

mostrador y dulcemente pido una Coca-Cola light.

—Oye, ¿no puede una chica extrañar a su hermano? —pregunto—. Tengo que hablar contigo. ¿Tienes un minuto?

—De acuerdo, está bien. Oye, Jake, ella es mi hermana —le dice a un gran chico Latino detrás del mostrador, quien gruñe y asiente—. Me tomo un descanso. —Me guía a una mesa en la esquina frontal, debajo de

la ventana, y se sienta frente a mí—. ¿Quieres una pizza? —pregunta, y me entrega un menú—. Obtengo una gratis cada día.

—Trabajo de ensueño, ¿eh? —Miro alrededor a los enormes frescos de diferentes verduras pintadas en la pared de color naranja detrás de la cabeza de Jeffrey: un aguacate gigante, cuatro tomates grandes, un

enorme pimiento verde. Esto no es exactamente lo que me imaginaba cuando Jeffrey me dijo que trabajaba en una pizzería. El lugar es pequeño,

estrecho, pero de una manera acogedora, con un cálido azulejo de color melocotón en los pisos, mesas sencillas alineadas a ambos lados de la

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sala, la cocina abierta detrás del mostrador, limpia y brillante de acero

inoxidable. Es más elegante y orgánica que su pizzería promedio.

Jeffrey se ve cansado. Sigue parpadeando y frotándose los ojos.

—¿Tú vives ahí? —pregunto.

Sonríe con cansancio. —Lo siento. Tarde en la noche.

—¿Trabajando?

—Jugando —dice, su sonrisa amplificándose en una más grande.

Eso no suena bien.

—¿Jugando qué? —pregunto, y supongo que la respuesta no va a

ser Xbox.

—Fui a un club.

Un club. Mi hermano de dieciséis años está cansado porque estuvo hasta tarde en un club. Increíblemente impresionante. —Así que, déjame ver tu identificación falsa —le digo, tratando de llevarlo bien—. Quiero ver

cuán buena es.

—De ninguna manera. —Toma el menú de mí y señala en una pizza

llamada vegana Berkeley—. Ésta es asquerosa.

—Bueno, no pidamos ésa, entonces. —Bajo la mirada hacia el menú de papel—. ¿Qué tal si intentamos ésta? —digo, señalando a la pizza

llamada Casablanca.

Se encoge de hombros. —Está bien. Estoy un poco harto de todas ellas. Cualquiera que suene bien para ti.

—Está bien. Así que vamos, déjame ver la identificación falsa.

Cruza los brazos sobre la mesa. —No tengo una identificación falsa,

Clara. En serio.

—Oh, claro. Te vas a uno de esos clubes súper Impresionantes que no requieren identificación falsa —le digo con sarcasmo—, dónde está eso,

porque estoy definitivamente iré.

—El padre de mi novia es dueño del club. Me deja entrar. No te

preocupes. No bebo... mucho.

Oh, qué consuelo, creo. De hecho, tengo que morderme el labio para no dejarme ir toda hermana-mayor-regañona sobre él.

—Así que ahora la llamas novia, ¿eh? —le digo—. ¿Cuál es su nombre?

—Lucy. —Toma un minuto para correr a la parte de atrás y poner

nuestra orden—. Sí, ahora estamos como, juntos.

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—¿Y, cómo es ella, aparte de ser la hija de un tipo que es dueño de

un club?

—No sé cómo describirla —dice encogiéndose de hombros—. Es

ardiente. Y genial.

Típica charla de chico, y tan vaga cómo es posible.

Él sonríe, pensando en ella. —Tiene un gran sentido del humor.

—Quiero conocerla.

Sonríe, mueve la cabeza. —No creo que sea una buena idea.

—¿Por qué no? ¿Qué, piensas que te avergonzaría?

—Sé que me avergonzarías —dice.

—Oh, vamos. Me portaré bien, lo prometo. Traerla a verme en algún

momento.

—Voy a pensar en ello. —Se queda mirando por la ventana, donde un grupo de jóvenes está caminando por la acera, a propósito chocando

unos con otros, riendo. Los mira a medida que pasan, y consigo una sensación triste de él, como si estuviera mirando la vida que solía tener.

Sin querer, se obligó a crecer. Está siendo un adulto. Cuidando de sí mismo.

Yendo de fiesta.

Se aclara la garganta. —Entonces, ¿Qué has venido a hablar conmigo? —pregunta—. ¿Necesitas consejos sobre la vida amorosa de

nuevo? ¿Sigues enganchándote con Christian?

Ruedo mis ojos. —Ugh. ¿Por qué todo el mundo me pregunta eso? Y tú eres mi hermano pequeño. Este tipo de cosas se supone que te

disgustan.

Se encoge de hombros. —Así es. Estoy disgustado, la verdad. ¿Así que lo hiciste?

—¡No! Pero iremos a una cita el viernes por la noche. —Admito a regañadientes—. Cena y una película.

—Ah, así que tal vez el viernes... —bromea.

Quiero darle una bofetada. —¿Ese es el tipo de chica que crees que soy?

Otro encogimiento de hombros. —Estaba allí esa mañana que te colaste a casa después de pasar la noche encima de Tucker. No puedes

jugar toda inocente conmigo.

—¡No pasó nada! —exclamo—. Me quedé dormida, eso es todo. Joder, eres peor que mamá. No es que mi inocencia o la falta de la misma

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es de tu incumbencia —digo rápidamente—, pero Tucker y yo, nosotros no

podíamos... ya sabes.

Su frente se arruga en confusión. —¿Tu no podías qué?

Nunca fue el cuchillo más afilado del cajón. —Tú sabes —le digo de nuevo, con énfasis.

Comprensión alborea en su rostro. —Oh. ¿Por qué?

—Si me encontraba demasiado... feliz, empezaba a brillar, y Tucker enfermaba. Toda esa cosa de gloria que aterroriza a los humanos. Así que… —Empiezo a reorganizar los paquetes de pimienta roja sobre la

mesa—. Eso es lo que debes que esperar, supongo.

Ahora sí que se ve sacado de quicio. —Está bien.

—Es por eso que es difícil tener relaciones con los seres humanos —le digo—. De todos modos, eso no es lo que tenemos que discutir. —Trago saliva, de repente nerviosa acerca de cómo se va a tomar esta idea mía—.

He estado entrenando con papá.

Sus ojos se estrechan, inmediatamente cautelosos. —¿Qué quieres

decir con entrenando?

—Me ha estado entrenando para usar una espada de gloria. Christian y yo, al mismo tiempo, en realidad. Y creo que deberías venir con

nosotros, la próxima vez.

Por un momento me mira fijamente con ojos cautelosos. Luego se mira las manos.

Sigo balbuceando: —Eso suena divertido, ¿verdad? Apuesto a que lo harías muy bien.

Se burla. —¿Por qué iba yo a querer aprender a usar una espada?

—Para defenderte a ti mismo.

—Contra quién, ¿un ángel samurái? Éste es el siglo XXI. Tenemos

algo llamado armas ahora.

Jake sale y pone una pizza humeante sobre la mesa. Se ve

malhumorado. Jeffrey y yo esperamos en silencio mientras pone los platos en frente de nosotros.

—¿Hay algo más que pueda ofrecerte? —pregunta sarcásticamente.

—No, gracias —digo, y él deja de acecharnos, me inclino sobre la mesa y susurro—: Para defenderte contra los Alas Negras. —Le cuento a Jeffrey sobre mi charla con Samjeeza en el cementerio, incluido el hecho

de que Samjeeza preguntó específicamente acerca de él, la forma en que sigo viendo a Samjeeza como un cuervo en el campus, las cosas que papá

dijo sobre los siete, er, Personas-T y cómo si nosotros vamos a enfrentar a

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cualquiera, probablemente serán ellos—. Así que papá me está enseñando.

Y sé que él querría enseñarte, también.

—¿Personas-T?

Lo miro fijamente hasta que dice: —Oh.

—Entonces, ¿qué te parece? ¿Quieres venir? Podría ser como un Club de Ángeles, sólo que sin Angela, porque ella está... ocupada.

Niega con la cabeza. —No, gracias.

—¿Por qué no?

—No voy a aprender a luchar. Eso es sólo seguir el juego. No es para

mí.

—Jeffrey, eres como un luchador campeón. Eres un linebacker. Eres

el campeón de lucha libre del distrito medio. Eres…

—Nunca más. —Se pone de pie, y me da una mirada que dice muy claramente que ha terminado de hablar de esto—. Disfruta de la pizza.

Tengo que volver al trabajo.

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10 Cena y una película

Traducido por *~ Vero ~*

Corregido por Violet~

—Deberías ir de negro —dice Angela.

Me doy la vuelta, sorprendida de verla de pie detrás de mí en el espejo. Apunta al vestido que tengo en mi mano izquierda.

—El negro —dice de nuevo.

—Gracias —cuelgo el otro vestido—. ¿Por qué no me sorprende que

eligieras el negro? —bromeo—. Chica gótica.

Camina con rigidez a la cama de Wan Chen y se sienta, toma una botella de menta con olor a loción que Wan Chen mantiene junto a la cama

y empieza frotarlo en sus pies. Trato de no mirar su vientre. Sólo en los últimos días como que estalló. Con la oscura y holgada ropa y la forma en

que siempre encorva sus hombros últimamente, es todavía capaz de ocultar que está embarazada, si quiere. Sin embargo, no por mucho tiempo. Muy pronto va a haber un bebé.

Un bebé. La idea sigue pareciendo demasiado loca para ser cierta.

Entro en el baño y me pongo el vestido, la definición misma de pequeño vestido negro, sin mangas, ceñido al cuerpo y se corta a la rodilla.

Angela tenía razón. Es perfecto para una cita. Luego voy al espejo que cuelga en la parte posterior de la puerta del armario y contemplo si debo

tirar de mi pelo hacia arriba o hacia abajo.

—Abajo —dice Angela—. Ama tu cabello. Si lo dejas abajo, querrá tocarlo.

Escucharla decirlo de esa manera, como si estuviera preparándome como un plato de comida para ser servido ante Christian, sólo aumenta la

ansiedad que siento por toda esta situación.

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Todo lo que hago para prepararme para esta cita se reduce a lo

mismo: ¿le va a gustar a Christian? ¿Le gustará mi perfume? ¿Mis zapatos de tiras? ¿Mi cabello? ¿El collar que elegí, una pequeña ala de pájaro

plateada que destella contra el hueco de mi garganta? ¿Le gustará? Me pregunto cada vez, y luego tengo que preguntarme a mí misma si quiero que le guste.

Saco mi pelo de la cola de caballo y lo dejo caer libremente por mi espalda. Hay un fuerte golpe en la puerta, y corro para abrir. Christian se

encuentra parado en el pasillo, lleva unos pantalones de color caqui y una camisa de vestir azul, arremangada hasta los codos. Huele a jabón Ivory y crema de afeitar.

Sostiene un ramo de margaritas blancas.

—Para ti.

—Gracias —le digo, que sale como un chillido. Me aclaro la

garganta—. Voy a ponerlas en un poco de agua.

Me sigue dentro. Revuelvo buscando algo para usar como un florero,

pero lo mejor que puedo encontrar es vaso grande. Lo lleno con agua y pongo las flores en mi escritorio.

Christian mira a Angela sentada en la cama de Wan Chen,

garabateando en su cuaderno negro y blanco.

—Hola, Angela —dice.

—Hola, Chris —dice ella, pero no deja de escribir—. Clara me dijo que podía dormir aquí mientras estaban fuera esta noche. Necesito alejarme de mis compañeros de cuarto. Me están tratando como un

episodio de 16 and Pregnant. Así que. Has traído flores. Muy suave.

—Sí, lo intento —dice con una sonrisa. Me mira—. ¿Estás lista?

—Sí. —Lucho contra el impulso de meter el pelo detrás de las orejas—. Adiós —le digo a Angela—, Wan Chen estará de regreso de su cosa de astronomía alrededor de la medianoche. Es posible que desees

salir de su cama antes de esa hora.

Mueve su mano hacia mí con desdén.

—Ve —dice—. Arrastra tus pies ya.

Cuando los dos estamos situados en su camioneta, Christian pone la llave en el contacto, pero no lo inicia. En su lugar, se vuelve hacia mí.

—Esta es una cita —dice.

—Oh, bueno —le digo—, porque me preguntaba, ¿qué con las flores y todo?

—Y como una cita, hay ciertas reglas básicas que tenemos que seguir.

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Oh chico. —Está bien —me río nerviosamente.

—Voy a pagar por todas las actividades de esta noche —comienza.

—Pero…

Levanta la mano.

—Sé que eres una mujer moderna, liberada e independiente. Yo respeto eso, y entiendo que eres capaz de pagar por tu propia comida, pero

todavía voy pagar para la película, y luego por la cena, y cualquier otra cosa. ¿De acuerdo?

—Pero…

—Y a pesar de que pago, eso no quiere decir que espero nada de ti. Quiero invitarte esta noche, y eso es todo.

Es lindo que esté sonrojándose.

—Está bien —me quejo falsamente—. Pagarás. ¿Algo más?

—Sí. Me gustaría que mantuviéramos al margen todos los temas

relacionados con ángeles esta noche, si no te importa. No quiero oír la palabra ángel, o designio, o visión, o cualquiera de nuestras otras

terminologías especiales. Esta noche quiero que simplemente seamos Christian y Clara, dos estudiantes universitarios en una cita. ¿Qué te

parece?

—Me parece bien —le digo. Más que bien, incluso. Suena perfecto.

Era una gran idea en teoría, no hablar de cosas de ángel, pero lo que

realmente significa es que una hora más tarde, sentados en el auditorio con poca luz antes de que la película comience en esta pequeña sala de cine indie increíble en Capitola, nos estamos quedando sin cosas de que

hablar.

Ya hemos hablado de cómo fue la primera semana de clases de

invierno, y los chismes sobre Stanford, y nuestras películas favoritas. La de Christian es Zombieland, lo que me sorprende, lo habría catalogado como un tipo profundo, como The Shawshank Redemption.

—Shawshank es bueno —dice—, pero no se puede mejorar la forma en que Woody Harrelson mata zombis. Toma mucha alegría en ello.

—Uh-huh —le digo, haciendo una mueca—. Siempre me ha parecido que los zombis son los menos amenazantes de los monstruos que dan

miedo. Quiero decir, vamos. Son lentos. Son clínicamente muertos. No traman el mal o intentan apoderarse del mundo. Ellos simplemente… —Puse mis brazos hacia el frente y le doy mi mejor gemido zombi. Niego con

la cabeza—. Así que no dan miedo.

—Pero simplemente. Siguen. Viniendo —dice Christian—. Puedes correr, puedes matarlos, pero siempre aparecen más, y no paran nunca. —

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Se estremece—. Y tratan de comerte, y si eres mordido, eso es todo, estás

infectado. Estás condenado a convertirte en un zombi tú mismo. Fin de la historia.

—Está bien —admito—, dan un poco de miedo. —Y ahora estoy vagamente decepcionada que no estamos aquí para ver una película de zombis.

—La próxima vez —dice Christian.

—Oye, tengo una nueva regla para nuestra cita —le sugiero con una

sonrisa alegre—. Nada de leer la mente.

—Lo siento —dice rápidamente—. No voy a hacerlo de nuevo. —Suena tan serio de repente, avergonzado como si lo hubiera agarrado

mirando el frente de mi camisa, que no tengo más remedio que tirar una palomita de maíz hacia él.

—Será mejor que no lo hagas —le digo.

Sonríe.

Sonrío.

Y luego nos sentamos en silencio, comiendo palomitas de maíz, hasta que las luces se apagan y la pantalla parpadea a la vida.

Después me lleva a la playa. Cenamos en el Paradise Beach Grille, es

un pequeño lugar de lujo en la costa, y después de cenar tomamos nuestros zapatos y caminamos a lo largo de la arena. El sol se puso hace

horas, y la luz de la luna juega en el agua.

El océano nos hace callar suavemente, lamiendo nuestros pies, y reímos, porque tuve que admitir que mi película favorita es Ever After, este

viejo y completamente cursi recuento del cuento de la Cenicienta, donde Drew Barrymore intenta y falla al dominar un acento Inglés.

Lo cual es vergonzoso, pero ahí lo tienes.

—Entonces, ¿cómo lo hago? —me pregunta después de un tiempo.

—La mejor cita de mi vida —le respondo—. Buena película, buena

comida, buena compañía.

Toma mi mano. Su poder y el mío convergen, lo que provoca el calor familiarizado entre nosotros. Una brisa fresca me levanta y sopla el pelo, y

lo lanzo de nuevo por encima de mi hombro. Me mira por el rabillo del ojo, y luego mira hacia otro lado, hacia el agua, lo que me da la oportunidad de

mirarlo.

Es difícil llamar a un chico hermoso, pero él lo es. Su cuerpo es delgado pero fuerte, y se mueve con tanta gracia, como un bailarín, pienso,

aunque nunca le diría eso.

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A veces me olvido de lo hermoso que es. Sus hermosos ojos con

motas doradas. Aquellas oscuras y gruesas pestañas que cualquier chica mataría por tener, sus graves cejas, los ángulos finamente cincelados de

los pómulos, los labios llenos y expresivos.

Me estremezco.

—¿Tienes frío? —pregunta, y antes de que pueda responder, se quita

la chaqueta, la chaqueta de lana negra, y tira de ella a mi alrededor. Estoy inmediatamente envuelta por su olor: jabón y colonia, el olor de las nubes, como si hubiera estado volando. Retrocedo a la primera vez que llevaba la

chaqueta, la noche del incendio, cuando la puso alrededor de los hombros. Ha pasado más de un año desde aquella noche, pero aún persiste la visión

brillante en mi mente: la ladera en llamas, la manera en que Christian dijo, Eres tú, cómo se sentía cuando tomó mi mano. En realidad nunca sucedió de esa manera, pero se siente como un recuerdo.

Eres tú, dijo.

—Gracias —le digo ahora, mi voz entrecortada.

—De nada —dice, y toma mi mano de nuevo.

No sabe qué más decir. Quiere decirme lo linda que soy para él,

también, cómo lo hago sentir como el mejor, la versión más fuerte de sí mismo, como quiere meter mi pelo fuera de control detrás de mi oreja y besarme, y tal vez esta vez le devolvería el beso.

Ahora yo soy la que hace trampa.

Suelto su mano.

No importa, dice en mi mente. No me importa que veas lo que hay dentro de mí.

Mi aliento se atraganta. Tengo que dejar de ser una gallina, pienso.

No es que tenga miedo de él, exactamente, porque si hay una persona en este mundo que me hace sentir segura, es Christian, pero tengo miedo de dejarme ir, dejar que lo que hay entre nosotros realmente suceda. Tengo

miedo de perderme.

—No vas a perderte a ti misma —susurra.

Ahora estamos claramente haciendo trampa ambos.

¿No lo haré? pregunto en silencio.

No conmigo, dice. Sabes quién eres. No dejes que nadie se lleve eso.

Le encanta eso de mí. Ama…

Me jala más cerca y me mira a los ojos. Mi corazón sale corriendo

violentamente de mi pecho. Cierro los ojos, y sus labios tocan mi mejilla cerca de mi oreja.

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—Clara —dice, mi nombre es todo, pero envía un temblor a través de

mí.

Se aleja, y sé que me va a besar, en cualquier segundo, y quiero que

lo haga, pero en ese momento, sus labios a centímetros de los míos, de repente veo el rostro de Tucker.

Los ojos azules de Tucker. La boca de Tucker a un suspiro de la mía.

Christian se detiene, su cuerpo volviéndose rígido. Ve lo que yo veo. Se aleja.

Abro los ojos.

—Yo…

—No lo hagas. —Se pasa la mano por el cabello, mira fijamente

hacia el agua—. Sólo... no lo hagas.

Me odia. Yo me odiaría ahora, también.

—No te odio —dice bruscamente. Suspira—. Pero me gustaría que lo

superaras.

—Lo estoy intentando.

—No lo suficiente. —Sus ojos son duros como de pedernal cuando me mira esta vez. No está acostumbrado a perseguir chicas, ellas siempre lo han perseguido. Ciertamente no está acostumbrado a ser segunda

opción de alguien. El pensamiento le hace apretar la mandíbula.

—Lo siento —le digo. Se merece algo mucho mejor que esto.

Sacude la cabeza y comienza a volver por la playa hacia la carretera.

Lo sigo, luchando por ponerme los zapatos a medida que avanzo.

—Espera —digo—. No nos vayamos todavía. Todavía es temprano.

Tal vez podemos…

—¿Cuál sería el punto? —Interrumpe—. ¿Crees que deberíamos restarle importancia y tratar de fingir que no sucedió? No estoy hecho así.

—Suspira de nuevo—. Sólo vámonos.

No me gusta la idea del viaje en silencio a Stanford.

—Puedo llegar a casa por mí misma —digo, dando un paso atrás—. Tú vete. Lo siento.

Me mira fijamente, con las manos metidas en los bolsillos.

—No. Yo debería…

Niego con la cabeza.

—Buenas noches, Christian —digo, y entonces cierro los ojos, llamo

la gloria y me alejo.

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Quise ir a Buzzards Roost, un lugar tranquilo, en el que puedo

pensar, pero cuando se desvanece la gloria y mis ojos se acostumbran, me encuentro en un espacio cerrado oscuro como la boca de un lobo. Casi

tengo un ataque de pánico justo ahí, pero creo que esto no puede ser mi visión, mi muerte, porque dejé a Christian atrás. Me tropiezo hacia adelante, los brazos extendidos, sintiendo el piso con mis pies, dejo salir

un suspiro profundo cuando encuentro que no está inclinado. Me encuentro con la pared, áspera y de madera, y trato de caminar a lo largo de ella en pasos lentos y arrastrando los pies. Me encuentro con algo así

como una fila de rastrillos apoyados en la pared, que caen al suelo con un alto estrépito. Me apresuro a ponerlos de nuevo en posición vertical, luego,

me doy cuenta, que se joda, y llamo la gloria que enciende mi camino.

Levanto mi mano y me concentro en la arrastras la gloria en su interior, la forma en que papá dice que lo hace con la espada de la gloria,

pero ahora mismo estoy pensando en linterna, no en la hoja. Estoy impresionada conmigo misma cuando soy capaz de dar forma a una bola

brillante en mi mano, que se siente tan cálida y viva que hace que mis dedos hormigueen. Ah, la gloria, pienso, tan útil, el poder del Todopoderoso cuando se necesita un arma, pero también funciona como una linterna en mi mano.

Miro a mi alrededor. Estoy en un granero. Un granero muy familiar.

Mierda.

Me dirijo hacia la puerta, pasando por los establos de caballos en el camino de salida. Midas relincha suavemente un saludo hacia mí, con las

orejas inclinadas hacia delante, sus ojos en mí y la bola brillante en mi mano, extrañamente asustado de mi luz. Tal vez piensa que lo ha visto

todo ya.

—Hola, guapo —le digo, estirando la mano libre y acariciando su nariz aterciopelada—. ¿Cómo estás, chico grande? ¿Me extrañaste?

Él se inclina y sopla un aire húmedo, heno perfumado en mi cuello, y luego suavemente mordisquea mi hombro.

—Oye, ya basta —me río.

De repente el granero se inunda con la luz. Midas se aleja de mí y relincha en alarma. Me doy la vuelta y me encuentro al final de la punta de

una escopeta. Grito y levanto las manos en señal de rendición inmediata, mi bola de gloria al instante se disipa.

Es Tucker.

Deja escapar un suspiro exasperado.

—¡Por Dios, Clara! ¡Me has asustado!

—¿Te asusté?

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Baja el arma.

—Eso es lo que te pasa por colarte en los graneros de las personas en el medio de la noche. Tienes suerte de que fui yo quien te escuchara y

no mi padre, de lo contrario ya podrías haber perdido tu cabeza.

—Lo siento —dejo escapar—. No quería venir aquí.

Todavía viste su pijama de franela bajo una capa de trabajo de gran

tamaño. Pone el arma contra la pared y se va hacia Midas, que está echando la cabeza hacia atrás y pateando la puerta.

—A los caballos no les gustan las sorpresas —dice.

—Obviamente.

—Está bien, amigo —dice, alcanza el bolsillo de la chaqueta y saca

un puñado de lo que parecen ser dulces. Midas inmediatamente da un paso adelante, resoplando, y Tucker lo alimenta con ellos.

—¿Siempre llevas dulces contigo en caso de emergencia? —le

pregunto.

—Le gustan los caramelos de goma —dice encogiéndose de

hombros—. Le hemos dejado que coma tantos como quiera, también. Se está poniendo gordito —acaricia el cuello de Midas, luego, me mira—. ¿Quieres darle de comer?

—Claro —le digo, y me pasa algunos.

—Mantén tu mano abierta —indica Tucker—. O podrías perder un dedo.

Midas sacude su cabeza y se mueve con impaciencia mientras doy un paso adelante. Luego deja caer su nariz en mi palma y sorbe

rápidamente los caramelos de goma, masticándolos ruidosamente.

—Hace cosquillas —me río.

Tucker sonríe, y saco otro puñado de su bolsillo, y por un minuto las

cosas se sienten normales entre nosotros, como si no hubiéramos tenido todo lo de los francotiradores, la torpeza y el decirnos adiós.

—Te ves bien —dice, mirándome valorativamente, a mi cabello rizado y maquillaje, su mirada vacilante sobre el ruedo de mi vestido negro, mis bonitas sandalias y las uñas, hasta la chaqueta de lana negra, que todavía

estoy usando alrededor de mis hombros—. No es un funeral, en esta ocasión.

—No. —No sé qué más decir.

—Una cita.

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Estoy tentada a mentir, decir que estaba con un grupo de gente, no

hay problema, no hay nada especial, pero soy mala en mentir, y Tucker es muy bueno en la detección de una mentira.

—Sí. Una cita.

—Con Prescott —concluye.

—¿Importa?

—Supongo que no. —Acaricia Midas en la nariz, luego vuelve y retrocede unos pocos pasos. La expresión de su cara me está matando, como si estuviera tratando muy duro de actuar como si no le importara,

pero lo conozco.

—Tucker…

—No, todo está bien —dice—. Supongo que debería haber esperado que hiciera su movimiento, ahora que hemos terminado. Así que, ¿cómo te fue?

Lo miro sin palabras.

—Bueno, no puede haber ido demasiado bien, o no habrías

terminado aquí al final de la noche.

—Eso —le digo con cuidado—, no es asunto tuyo, Tucker Avery.

—Bueno, tienes razón en eso —dice—. Tenemos que seguir adelante,

¿no? Pero la forma en que yo lo veo, hay una cosa grande en el camino para que nosotros hagamos eso.

Se me corta la respiración.

—¿Ah, sí? ¿Qué?

Me mira con frialdad.

—Tú sigues apareciendo.

Tiene un punto.

—Mira —decimos al mismo tiempo. Suspira.

—Tú primero —le digo.

Se rasca la parte posterior de su cuello.

—Quería decirte que lo siento, que he sido tan irritable contigo. Tenías razón. He sido un idiota.

—Estabas sorprendido. Y tienes razón. Estoy invadiendo su espacio.

Asiente.

—Aun así, no es excusa. No eres la peor cosa que podría aparecer inesperadamente en mi vida.

—Oh, genial. No soy la peor.

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—Nop.

Nos reímos, y se siente bien, reír. Se siente como en los viejos tiempos. Pero luego pienso, tal vez yo soy lo peor que podría aparecer en

su vida. Me mira con un parpadeo de anhelo en sus ojos que reconozco muy bien, y envía un dardo de miedo por él a través de mí. No puedo dejar de acercarme. No soy buena para él. Además, podría incluso no pasar de

este año.

—Tu turno —dice.

—Oh. —Encuentro que no puedo decirle lo que pensaba. Dirijo mi pulgar detrás de mí en la puerta del granero abierta—. Yo iba a decir que me voy.

—Está bien.

Se ve confundido cuando no me muevo. Luego divertido.

—Oh, claro. Quieres que me vaya.

—Puedes quedarte. Sólo, la gloria...

—Está bien —Sonríe con sus hoyuelos, entonces camina sin prisas

hacia la puerta—. Tal vez nos veremos por ahí, Zanahoria.

No, no lo harás, pienso con gravedad. Tengo que parar esto. No

puedo seguir viniendo aquí. Tengo que mantenerme alejada.

Me llamó Zanahoria.

Angela todavía está en la misma posición en la que se encontraba

cuando la dejé, garabateando en la cama de Wan Chen. Me mira fijamente durante un minuto después de que me materializara en la habitación.

—Guau —dice ella—. Tenías razón cuando dijiste que era como una

tu brillante en Star Trek. Eso es muy buena onda.

—Estoy mejorando en eso —reconozco.

—¿Cómo fue la cita…? —comienza a preguntar, entonces consigue un vistazo a mi cara—. Oh. No fue bien.

—No, no fue bien —le digo, pateando mis zapatos y acostándome de

espaldas sobre mi cama.

Se encoge de hombros.

—Hombres.

—Hombres.

—Si somos capaces de enviar un hombre a la luna, ¿por qué no

podemos enviarlos a todos allí? —dice.

Estoy cansada y no puedo evitar reír por su broma.

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—Es por eso que no me molesto con los hombres —dice—. No tengo

la paciencia.

Cierto. Ella no trata con simples mortales, es lo que quiere decir.

—Es Phen —dice a continuación.

—El padre, ¿quieres decir?

Empieza como si mi pregunta la sorprendiera, entonces vacila por

un instante antes de decir, en voz baja: —Sí. Pero tú ya lo sabías.

—Uh, sí.

—Pero también es Phen en mi visión —ella está diciendo—. El

hombre del traje gris. Es Phen.

Ondas de choque pasan a través de mí.

—¿Estás segura?

Asiente con entusiasmo.

—No puedo creer que no lo reconocí antes. Todas las veces que tuve

la visión, pero no creo que fuera por mí.

—Sí, las visiones pueden ser engañosas.

—He perdido tanto tiempo sintiendo lástima por mí misma —dice—. Pensé, ya que esto pasó —asiente a su panza—, que había destrozado todo. Pero no lo hice. Lo que se suponía que iba a suceder de esta manera.

Se suponía que debía ser.

Me giro sobre mi estómago.

—Entonces, ¿qué se supone que debes hacer?

—Se supone que debo decirle sobre nuestro bebé —dice ella—. El séptimo es el nuestro.

Esto me parece una muy mala idea, teniendo en cuenta todo lo que sé sobre Phen. Sólo no es digno de confianza, a pesar de su encanto. Pero Angela no va a querer escuchar eso ahora. Ella no escucha razones

cuando se trata de Phen.

—Está bien, digamos que tienes razón… —Empiezo despacio.

—Por supuesto que tengo razón —dice.

—Por supuesto que tienes razón. —Estoy de acuerdo—. Pero, ¿cómo sabe Phen que tiene que venir? ¿Cómo sabrá que debe encontrarte allí?

—Eso es fácil. Le envié un correo electrónico.

Trato de poner mi cabeza alrededor de la idea de un ángel con una cuenta de Gmail.

—Pero Ange…

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—Va a venir, y se lo diré —dice con firmeza—. ¿No ves lo que esto

significa, Clara?

No lo hago.

—Esto significa —dice serenamente, curvando el brazo por el hueco de su hinchado vientre—, que todo va a estar bien.

Lo dudo mucho. Pero por una vez, espero que esté bien.

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11 Un paso hacia adelante, dos pasos

hacia atrás

Traducido por CrisCras & Mery St. Clair

Corregido por Innogen D.

Estoy en la oscuridad otra vez. Escondiéndome.

Estoy llorando. No hay duda esta vez. Mi rostro está húmedo. Las hebras de mi cabello se pegan a mis mejillas. Las lágrimas se acumulan

bajo mi barbilla y gotean. Algo que no puedo sacar de mi cerebro ha sucedido, pero yo solo entiendo en términos de sonidos: un gemido ahogado, un sollozo, unas cuantas palabras susurradas.

Que Dios me ayude.

Pongo las manos sobre mi boca para no gritar. La Clara que se

encuentra en el futuro se siente impotente. Inútil. Perdida. La Clara que soy ahora no sabe dónde estoy. Solo conoce la oscuridad. El miedo. El sonido de las voces acercándose. El olor de la sangre.

Es inútil esconderse. Me encontrarán. Mi destino ya ha sido decidido. Solo tengo que esperar a que todo tenga lugar. Tengo que ser valiente, creo, y afrontarlo.

Que Dios me ayude, pienso, pero tengo muy poca fe en lo que Dios hará.

Termino debajo de un árbol. Hay algo duro empujando bajo mi espalda, y lo siento: el libro que leía antes de que me asaltara la visión. Miro a mi alrededor para ver si alguien me ha visto entrar en estado

comatoso en la hierba, pero nadie, hasta donde puedo decir, está mirándome. Me limpio los ojos. Llorando otra vez. Aterrorizada, las palmas

de mis manos sudando, con los que se siente como un gran nudo en mi estómago.

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Tengo que comprender esta visión antes de que me vuelva loca.

Saco mi teléfono y me quedo mirando el nombre de Christian en la lista de contactos durante mucho rato antes de suspirar y ponerlo de

nuevo en mi mochila. No me ha dicho más de dos palabras desde hace más de un mes, ni siquiera en clase de esgrima. Su orgullo está herido. Entiendo eso. Yo también estaría enfadada si hubiera estado a punto de

besarlo, arriesgándome a exponer mi corazón, y él fuera y pensara en otra chica.

Recojo mi libro, buscando la página en la que estaba antes de que

mi cerebro hiciera un rápido viaje al futuro. Es una novela, una de esas distopías épicas que son tan populares estos días. Me está gustando —

poniendo las cosas en perspectiva. Claro, yo podría tener visiones ocasionales sobre la fatalidad, un misterioso dolor en mi corazón capaz de aplastar mi alma, una premonición de muerte, pero al menos no estoy

mendigando por el campo post-apocalíptico en busca de refugio, mi único amigo un perro mutado de tres ojos al cual tendré que comerme más tarde

con el fin de sobrevivir a un invierno nuclear.

Por supuesto, un perro mutado sería un paso adelante respecto a la situación de mis amistades en estos momentos. Teniendo en la cima el

hecho de que Christian no me habla, Jeffrey no ha llamado y Angela está demasiado ocupada orquestando su designio y su “todo-va-a-estar-bien” reuniéndose con Phen, como para darse cuenta siquiera de que estoy viva.

Amy y Robin han sido extravagantes desde que se dieron cuenta de que Angela tiene un bollo en el horno, y todo lo que quieren hacer cuando nos

reunimos es hablar acerca de lo trágico y sorprendente que es que Angela esté en esta posición, y sobre qué va a hacer ella, de cualquier modo. Incluso Wan Chen ha estado manteniéndose alejada desde que se enteró,

como si el embarazo fuera algo contagioso.

Suspiro otra vez, intentando recordar el tipo de cosas que escribiría

en mi diario, el cual, para ser sincera, no he cogido desde el trimestre pasado.

Tengo una buena vida, me recuerdo a mí misma. Hay un montón de

gente que me quiere.

Simplemente no están alrededor en este momento.

Oigo el graznido de un cuervo directamente sobre mi cabeza. Me

asomo entre las ramas del árbol y, por supuesto, ahí está Samjeeza mirándome.

Cada vez que lo veo no importa lo valiente y casual que intento mostrarme, es como si me lanzaran al agua helada. Porque cada una de las veces me pregunto si ha decidido matarme. Y él podría, con el más

ligero toque de su muñeca, creo. Podría.

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—¿No tienes mejores cosas que hacer que seguirme? —pregunto,

intentando mantener un tono descarado.

El pájaro ladea la cabeza, luego revolotea hasta descender de la

rama y aterrizar en la hierba, a mi lado. La triste melodía de su dolor se envuelve en mi cabeza, haciendo que mi pecho se cierre con el pesar que siente.

Meg, piensa, el nombre de mi madre y nada más, pero hay un mundo de recuerdos y dolor en la palabra. Anhelo. Culpabilidad. Meg.

Lo bloqueo.

—Vete —susurro.

De repente, es un hombre, surgiendo del cuerpo del cuervo,

expandiéndose en un parpadeo.

—¡Caray! —Retrocedo rápidamente, contra el tronco del árbol—. ¡No hagas eso!

—Nadie está mirando —dice, como si lo que realmente me preocupara en este momento es si alguien me vio hablando con un pájaro

y lo que eso puede hacerle a mi reputación.

Estoy dividida entre el deseo de correr —directamente a la Iglesia Memorial, el terreno sagrado más cercano en el que puedo pensar— o

aguantar y escuchar lo que vaya a decirme esta vez.

Echo un vistazo hacia la iglesia, que está al otro lado del patio.

Demasiado lejos.

—¿Cómo puedo ayudarte, Sam? —pregunto en su lugar.

—Llevé a tu madre a bailar una vez —dice, empezando otra vez con

sus historias—. Ella llevaba un vestido rojo, y la banda tocó Till We Meet Again y puso su cabeza en mi pecho para escuchar el latido de mi corazón.

—¿Tienes un corazón siquiera? —pregunto, lo cual es algo tonto para decir por mi parte, y tal vez incluso quiera decirlo un poco, pero no puedo evitarlo. No me gusta la idea de él y mi madre de esa forma. O de

cualquier forma, en realidad.

Se ofende.

—Por supuesto que tengo corazón. Me pueden herir, al igual que cualquier hombre. Ella me cantó esa noche, mientras bailábamos, Sonríe mientras me besas, triste adiós. Cuando las nubes pasen vendré por ti —canta, y su voz no es del todo mala.

Reconozco la canción inmediatamente. Mamá solía cantarla cuando

hacía alguna tarea, como doblar la ropa o lavar los platos. Es la primera vez que he reconocido a mi madre en estos misterios de Meg.

—Olía a rosas —dice.

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Lo hacía.

Saca la pulsera de plata de su bolsillo y la sostiene en su palma.

—Le di esto en su puerta, justo antes de darle las buenas noches.

Todo ese verano dejé talismanes para que los encontrara. Este… —Sus dedos tocan un talismán con forma de pez—, para esa primera vez que la vi en el estanque. —Toca el caballo—. Este para cuando fuimos a través de

la campiña francesa después de que el hospital en el que ella trabajaba fuera bombardeado.

Acaricia el diminuto corazón de plata con un solo rubí en el centro,

aunque no me habla acerca de ese. Pero sé lo que significa.

Ese es el punto de todo esto, supongo. Él la amaba.

Aún la ama.

Sus manos se cierran alrededor del brazalete, y lo devuelve a su bolsillo.

—¿En qué año fue eso? —pregunto—. ¿Cuándo bailaron?

—1918 —dice.

—Podrías volver allí, ¿verdad? ¿No pueden los ángeles viajar en el tiempo?

Sus ojos se encuentran con los míos, resentido.

—Algunos ángeles —dice.

Se refiere a los buenos. Los que tienen acceso a la gloria. Los que aún están del lado bueno de Dios.

—¿Me contarás una historia ahora? —me pregunta suavemente—. ¿Sobre tu madre?

Dudo. ¿Por qué siento lástima por él?

Quizás —ofrece mi molesta voz interior— porque él ama a alguien a quien no puede tener. Y tú puedes identificarte con eso.

Le digo a mi voz interior que se calle.

—No tengo ninguna historia para ti. —Me levanto, me limpio la

hierba de mis vaqueros, y recojo mis cosas. Él se pone de pie, también, y me horrorizo al darme cuenta de que la hierba de justo debajo de donde ha estado sentado es de color marrón y quebradiza. Muerta.

En verdad es un monstruo.

—Tengo que irme.

—La próxima vez, entonces —dice mientras me doy la vuelta para alejarme.

Me detengo.

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—No quiero que haya una próxima vez, Sam. No sé por qué estás

haciendo esto, qué quieres de mí, pero no quiero saber nada más.

—Quiero que sepas —dice.

—¿Por qué? ¿Así puedes restregarme por la cara que tuviste una supuesta aventura amorosa apasionada con mi madre?

Sacude la cabeza, sus dos capas, cuerpo y alma, con forma y sin

forma, difuminadas por el movimiento. Y entonces me doy cuenta: él quiere que lo sepa porque no hay nadie más con quien compartirlo. Nadie más a quien le importe.

—Adiós, Sam.

—Hasta la próxima vez —dice detrás de mí.

Me alejo sin mirar atrás, la imagen de mi madre llevando un vestido rojo, un brazalete con talismanes de plata tintineando contra su muñeca, cantando y oliendo a rosas, brilla en mi cabeza.

—Así que, es mañana —me informa Angela. Estamos haciendo su colada en la lavandería de Roble. Estoy ayudándola ya que es cada vez

más difícil para ella agacharse en estos días, el ruido de la lavadora y la secadora, la máscara perfecta para una conversación secreta sobre el destino. El cual va a suceder mañana, aparentemente.

—¿Cómo lo sabes? —le pregunto.

—Porque es entonces cuando le he dicho que se reúna conmigo —dice—, en el correo electrónico.

—¿Cómo sabes que verá el correo?

—Contestó y dijo que vendría. Y porque eso es lo que va a pasar.

Viene porque lo veo allí.

Esta es una lógica circular, pero la acepto.

—Así que vas a ir y simplemente vas a decirle, “El séptimo es

nuestro”. —Esta idea me preocupa. Mucho. He estado revisando el escenario una y otra vez en mi cabeza, y nunca logro imaginarme que

salga bien. No es solo porque las alas de Phen sean grises, sino por su alma, su propio ser. Y Angela siempre se vuelve de algún modo loca cuando se trata de él. Significa malas noticias, en mi opinión.

Angela atrapa su labio inferior entre sus dientes durante unos pocos segundos, el primer signo real de nerviosismo que le he visto desde todo el asunto del séptimo.

—Algo así —dice.

Le creo cuando dice que es su visión. Por lo tanto debe de estar

destinado a suceder, ¿verdad?

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No lo sé. Nunca logré entender por qué Jeffrey tuvo una visión sobre

empezar un fuego en el bosque y luego salvar a alguien de ese mismo fuego. O por qué se suponía que yo debía reunirme con Christian en el

bosque ese día. O qué estaba haciendo en el funeral de mi madre.

Lo nuestro no es cuestión de por qué, supongo. Lo nuestro es cuestión de hacer o —bueno, meter la pata.

—¿Y entonces qué? —pregunto—. Se lo dices, y luego…

—Él y yo nos ocuparemos de este asunto —apoya su mano ligeramente sobre su vientre—… juntos.

Reflexiono acerca de esto. ¿Acaso piensa que se lo contará a él y entonces ellos —una estudiante universitaria de diecinueve años, un ángel

ambivalente de miles de años con alma gris, y el jubiloso paquete de rebote de Triplare— serán una familia feliz? Supongo que cosas más extrañas han pasado, pero aun así…

Lee la duda en mi rostro.

—Mira, C, no estoy esperando un final de cuento de hadas aquí.

Pero este es mi designio, ¿no lo ves? Por esto me pusieron en la tierra. Tengo que decírselo. Él es… —Toma un rápida respiración, como si lo próximo que está a punto de decir tomara todo su valor—. Él es el padre

de mi hijo. Se merece saberlo.

Estoy familiarizada con el destello de certeza de sus ojos. Su fe en la visión, y cómo se siente en ella, su fe en cómo funcionan las cosas. Me

sentí de esa manera una vez, no hace mucho.

—Si esta es un prueba de algún tipo, mi momento de decisión

espiritual —dice—, entonces elijo decirle la verdad.

—Entonces mañana. Gran día —digo, como si lo entendiera. Lo entiendo.

Ella sonríe.

—Un maldito gran día. ¿Vendrás conmigo, C?

—¿A ver a Phen? No lo sé, Ange. Quizás esto es entre tú y él. —La última vez que tuve una interacción cara a cara con Phen, en cierto modo le dije que dejara a Angela en paz, que se merecía algo mejor de lo que él

podía ofrecerle. Y me llamó hipócrita y una niña. No somos exactamente los mejores amigos, Phen y yo.

Angela se apoya contra la secadora.

—Vas a venir conmigo —dice con total naturalidad—. Siempre estás allí, en mi visión.

Me había olvidado completamente de eso. O quizás pensé que exageró un poco para obligarme a venir a Stanford con ella.

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—Cierto. Y, ¿dónde estoy yo, exactamente, en esta visión?

—Como a dos pasos por detrás de mí, la mayor parte del camino. Como apoyo moral, creo. —Aletea con sus ojos, haciéndome pucheros.

De repente se siente como una prueba para mí, también. Como un ángel de sangre que se supone que cree en las visiones. Como su amiga.

—Está bien, está bien. Estaré allí, dos pasos por detrás —prometo.

—Tenía la sensación de que ibas a decir que sí —dice alegremente.

—Sí, no tientes a la suerte.

Mete la mano en su bolsillo trasero y saca una hoja de papel

arrugada, la desdobla por mí. Es un ultrasonido.

—¿Fuiste a un doctor? —pregunto—. Habría ido contigo, si lo

hubiera sabido.

Se encoge de hombros.

—He estado un montón de veces. Quería asegurarme de que ella

estaba bien —Se corrige a sí misma—: Él. Es un niño.

Miro la imagen, una parte de mí asombrada de que esto sea

realmente una personita diminuta creciendo dentro de mi amiga. Es granulosa, pero puedo ver claramente un perfil, una diminuta nariz y barbilla, los huesos que forman el brazo del bebé. —¿Estás segura? ¿De

que es un niño?

—Bastante segura —dice con una sonrisa—. Creo que voy a llamarle Webster.

—Webster, ¿cómo después del diccionario? Hmm, me gusta. —Le devuelvo la imagen.

La mira por un largo momento.

—Se está chupando el pulgar. —Vuelve a doblar el papel y lo pone de nuevo en su bolsillo. El pitido de la secadora indica que ha terminado, y

empieza a sacar la ropa y a ponerla en la cesta.

—Yo llevaré eso —ofrezco, y desliza la cesta hacia mí.

Cuando estamos de regreso en su habitación, doblando la ropa, de repente dice:

—No sé cómo ser una madre. No soy muy… maternal.

Doblo una camiseta y la pongo sobre la cama.

—Supongo que nadie sabe cómo ser una madre hasta que llega a ser una.

—Él va a ser tan especial —dice suavemente.

—Lo sé.

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—Phen sabrá qué hacer —dice, como un mantra que se repite a sí

misma—. Él sabrá cómo protegerlo.

—Seguro que lo hará —digo para tranquilizarla, pero tengo mis

dudas acerca de Phen. He visto en su interior, y paternal no es una palabra que me venga a la mente.

Golpeo la puerta de Christian. Está sudando cuando abre la puerta,

llevando una camiseta blanca y pantalones de deporte, una toalla cuelga de su cuello. Está sorprendido de verme.

—Deseaba que hubieras llamado primero.

—Pero no me devuelves las llamadas —digo.

Su mandíbula se tensa.

—Aún estás molesto conmigo, y creo que es razonable, considerándolo. Pero necesitamos hablar.

Abre la puerta para mí, y entro en su habitación. Miro

inmediatamente en dirección a la televisión, buscando a Charlie, pero él no está aquí.

—Tenemos que hablar de Angela —digo.

No responde. Involuntariamente, al parecer, sus ojos se mueven a una fotografía enmarcada en la cómoda, una instantánea en blanco y

negro de una mujer lanzando un pequeño niño de cabello oscuro al aire. La imagen es un poco borrosa, ya que los dos están en movimiento, pero el chico es inconfundiblemente Christian, a los cuatro o cinco años, supongo.

Christian y su mamá. Juntos. Felices. Ambos están riendo. Casi puedo escucharlos, mirarlos. Casi puedo sentirlo. Lo disfrutan. Y me entristece el

pensar en su perdida apenas cuando era tan pequeño. Y ahora Walter, también.

Me giro para mirarlo. Está de pie con los brazos cruzados sobre su

pecho, cerrado en todos los sentidos. —Sabes, si vamos a tener una conversación, debes hablar conmigo. Con palabras y cosas —digo.

—¿Qué quieres que diga? Tú me dejaste, Clara.

—¿Te dejé? —repito incrédula—. ¿Es por eso que estás enojado? Tú eras el único que quería marcharse.

—No quiero estar molesto contigo por eso o por otra cosa —dice, sus ojos no se encuentran con los míos—. Tú no podías controlar eso.

Algunas veces, es tan comprensible que me molesta.

—Pero luego tú desapareciste—dice, y escucho el dolor en su voz—. Te fuiste.

—Lo siento —digo, y de verdad lo lamento.

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—¿A dónde fuiste? —pregunta—. Vine a tu dormitorio después, a

disculparme por lo que dije, o quizás por cómo lo dije, de todos modos, y Angela dijo que aún no volvías.

Lo miro fijamente, atrapando su mirada.

Cierra sus ojos y frunce el ceño, como si yo le causara dolor físico.

—Eso fue lo que pensé.

Me pregunto si le haría sentir mejor el saber que mi conversación con Tucker esa noche no fue mucho mejor que mi conversación con él.

Abre los ojos.

—Me lo imaginé.

Por Dios. Hombres.

Continuo.

—De acuerdo, a pesar de que esto es muy divertido, no vine a hablar contigo sobre nosotros—le digo—. Vine a hablar sobre Angela.

—¿Ya tuvo al bebé? —pregunta preocupado—. ¿Qué va a hacer?

—No ha tenido al bebé —digo—. No aún. Pero mañana va a hablar

con Phen sobre ello.

Christian se tensa.

—¿Va a contarle sobre el bebé?

—Bueno, va a decirle que es el padre. Ese es el plan, de todos modos.

—No es buena idea —dice, sacudiendo la cabeza como si fuera la

peor idea del mundo—. No debería decirle a nadie sobre el séptimo. Especialmente a Phen.

—Él no es de confianza —reconozco—. Bo es… feliz. Pero supongo que eso ya lo averiguaremos. Angela quiere decírselo. Te llamaré mañana después de que volvamos.

Sus cejas se juntan.

—Espera. ¿Irás con ella?

—Me pidió que fuera. Bueno, me dijo que debía ir, así que iré.

Su boca se tuerce en una línea de desaprobación.

—Deberías mantenerte alejada de él.

—Este es su designio. Además, Phen ya me conoce, así que no creo vaya a atacarme, de todas maneras. Iré allí para darle mi apoyo moral.

—De ninguna manera. —Sus ojos verdes son gélidos—. Es

demasiado arriesgado. Es un ángel. Podría deducir lo que eres.

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—No es el diablo, técnicamente hablando…

Christian se mofa.

—Escuchaste lo que tu papá dijo sobre los ángeles ambiguos. Él es

peor que un Alas Negras. No tienen lealtad hacia nadie. —Me agarra por los hombros como si quisiera sacudirme para que tuviera algo de sentido común, pero todo lo que dice es—: No podemos desfilar frente a los ángeles

ambiguos.

—Ambivalente —corrijo—. Y pensaba en usar un uniforme de banda de guerra y un bastón.

—No bromees sobre esto —dice—. Hablo en serio.

Trato de dar un paso atrás, pero me sostiene con fuerza.

—No vayas —dice—. Se precavida por una vez en tu vida.

—No me des órdenes —le digo, apartándolo.

—No seas una tonta.

—No me llames así. —Me dirijo a la puerta.

—Clara, por favor —suplica, su ira desvaneciéndose.

Me detengo.

—Toda mi vida… bueno, toda mi vida desde que mi madre murió, mi tío me advirtió sobre este tipo de cosas. Nunca reveles ante nadie lo que

eres. No confíes en nadie.

—Sí, sí, no hables con ángeles extraños. —Este no sería el mejor momento para decirle sobre mi pequeña charla con Samjeeza esta tarde.

Así que no lo hago—. Estoy allí en su visión, Christian.

—Tú, de todas las personas, deberías saber que las cosas no siempre

ocurren de la manera en que lo hacen las visiones —dice.

Fue un golpe bajo.

—Clara —continua—. Te he visto en mi visión, también. ¿Qué pasa

si esto es lo que va a…?

Levanto mi mano.

—Creo que ya hemos hablado lo suficiente.

Voy a estar allí con Angela mañana. Donde se supone que debo estar. Dos pasos detrás. Sin importar lo que ocurra.

Y así sucede al pasar quince minutos de la tarde, el trece de febrero, el día que Angela decidió hacerle cara a su destino, ella y yo salimos de Roble para encontrarnos con un ángel ambivalente. Está vestida para la

ocasión, usando una camiseta de maternidad púrpura con un moño en el dobladillo, vaqueros ajustados con una banda alrededor del estómago en

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lugar de una cremallera, un suéter de punto color crema que resalta el

brillo de su piel y el negro azulado de su cabello. Incluso se puso maquillaje, no su habitual grueso delineado en sus ojos y el labial oscuro,

sino una simple capa de rímel y bálsamo para los labios color rosado. Hace un buen clima para ser febrero, y las mejillas de Angela se sonrojan bajo las capas de ropa, pero se mueve con una agilidad sorprendente para una

chica de su condición. Se ve saludable, vibrante y hermosa.

—Nunca presté atención a esta parte —resopla mientras caminamos—. En las visiones, nunca pensé en cómo me sentía,

físicamente, quiero decir. No puedo creer que nunca noté esto. —Hace un gesto hacia su abultado vientre—. O como mi centro de gravedad se

desplazó hacia abajo. O cómo tengo ganas de hacer pis.

—¿Quieres que nos detengamos? —pregunto—. ¿Encontremos un baño?

Sacude la cabeza.

—No puedo llegar tarde.

Cuando más nos acercamos al lugar de su visión, ella se siente más ligera, a punto de estallar en la gloria de tanta emoción, su piel brilla sin duda, con los ojos encendidos de determinación.

—Ahí está —susurra de repente, aferrándose a mi mano.

Allí está él. De pie en el patio, de espaldas a nosotras, usando un traje gris como ella lo describió. ¿Qué tipo lleva un traje a una reunión con

su exnovia? Me pregunto. Está mirando hacia las estatuas, cuyas abatidas y tristes caras resaltan más en contraste con el brillante y soleado día, las

flores floreciendo por todo el patio, el sol brillando, los pájaros cantando.

Pájaros. Miro alrededor con nerviosismo. No había pensado en las aves.

Angela me entrega su bolso.

—Aquí voy —dice.

—Estaré detrás de ti —prometo, y me mantengo varios pasos detrás de ella.

Se toma su tiempo al acercarse a Phen. El suéter tiene botones en

medio, exponiendo su hinchado vientre, empujando el borde de su camisa como si se hubiera tragado una pelota de baloncesto, aunque no una muy grande. La veo tomar una rápida respiración en el último paso, y no puedo

decir si tiene nervios de pronto o estoy sintiendo los míos.

Toca su hombro, y él se da la vuelta.

Definitivamente es Phen. Tenía razón.

—Hola —dice sin aliento.

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—Hola, Angela —dice él, sonriendo—. Es bueno verte. —Se inclina y

le da un beso en la boca. Trato de no pensar en la criatura de alma oscura que esconde ese atractivo cuerpo.

—¿Cómo estás? —pregunta, como siempre, pensando en él.

—Mejor ahora que te veo —dice.

Um, amordácenme.

—Eres una visión —dice—. Podría pintarte ahora mismo.

Aquí viene. Las manos de ella se vuelven puños brevemente, luego se relaja.

—También estoy mejor al verte —dice, y se aleja, baja la mirada y estira los pliegues de su suéter, frotando la mano sobre su vientre. La

sonrisa de él desaparece mientras sus ojos viajan a lo largo de su cuerpo. Juro que incluso desde aquí puedo ver el color dejar su rostro. Me esfuerzo por escuchar sus voces.

—Angela —jadea—. ¿Qué te ocurrió?

—Ocurriste tú —dice con una sonrisa en su voz, pero luego se pone

seria—. Es tuyo, Phen.

—¿Mío? —respira—. Es imposible.

—Nuestro —dice ella, y no puedo ver su rostro desde aquí, pero creo

que está sonriendo con esa serena y esperanzadora sonrisa que es tan poco normal en Angela, tan abierta, tan vulnerable. Pone su mano en su hombro de nuevo, descansando allí su mano, mirándolo directamente a

sus conmocionados ojos, y dice claramente—: El séptimo es nuestro.

Un escalofrío me atraviesa. Por el rabillo del ojo me parece ver el

aleteo de unas alas negras, pero cuando miro no veo nada. Dirijo mi atención de regreso a Phen. Estira la mano y la coloca sobre su vientre, con los ojos aún incrédulos, y durante unos segundos creo que todo estará

bien, como dijo Angela. Él cuidará de ella. Los protegerá a ambos.

Pero entonces, el control sobre su humanidad se desvanece, y pillo

un destello de aquella alma oscura que posee. Parece repentinamente violento, no muy seguro de ser visto en público con ella. Su mirada recae en mí sólo por un segundo, reconociéndome. No tengo que ser empático

para sentir el miedo crudo en sus ojos, puro y sin diluir. Está aterrorizado.

—Phen, di algo —dice urgentemente Angela.

Levanta la mirada hasta su rostro.

—No deberías habérmelo dicho —murmura sin emoción—. Yo no debería estar aquí.

—Phen —dice ella, alarmada, sus dedos agarrando su traje—. Sé que esto es una sorpresa. También fue una sorpresa para mí, créeme. Pero

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tenía que ocurrir, ¿no lo ves? Esta es mi visión, mi designio. He estado

viendo este momento desde que tenía ocho años. Eres tú, Phen. Podemos estar juntos. Se supone que debamos estar juntos.

—No —dice—. No lo estaremos.

—Pero te amo. —Su voz se rompe en la palabra te amo—. Mi corazón ha sido tuyo desde la primera vez que te vi en la iglesia. Tú también me

amas. Lo sé.

—No puedo amarte —dice con firmeza, y ella se estremece—. No puedo protegerte, Angela. No debiste habérmelo dicho. No debes decírselo

a nadie más.

—Phen —ruega. Mete la mano en el bolsillo para sacar la ecografía,

como si una imagen del bebé pudiera hacerlo cambiar de opinión, pero él cierra su mano sobre la de ella y evita que pueda sacar el papel. Su mirada sube a sus ojos, levantando la otra mano a su rostro, sus dedos rozan su

mejilla, y por una fracción de segundo se ve desgarrado.

Luego desaparece. Sin despedirse. Sin un: lo siento, pero tendrás que hacerlo tú sola, cariño. Sólo se va.

Corro hacia ella mientras a Angela se le debilitan las rodillas.

—Estarás bien —le digo una y otra vez, como si decirlo lo hiciera realidad.

Me mira con lágrimas contenidas en los ojos. Sus manos tiemblan

cuando le ayudo a ponerse de pie, pero no me permite ayudarle. Es muy consciente de los otros estudiantes que nos miran, así que levanta la cabeza y comienza a caminar tambaleante por el mismo camino que

vinimos. Trato de tomar algo de su peso, pero me aparta.

—Estoy bien —dice, luego agrega en un tono casi monótono—:

Vamos.

Regresamos a Roble, se movió como si fuera un zombi, quitándose la ropa y colocándola en el suelo hasta que se quedó sólo con su camisola y

bragas.

Amy entra, llevando los brazos cargados de libros. La tomo por el brazo y la hago girar, la empujo de nuevo al pasillo.

—Vuelve más tarde —le digo.

—Pero tengo que…

—Quizás mañana. Fuera.

Amy parece terriblemente ofendida. Cierro la puerta y me vuelvo hacia Angela.

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De repente se ríe, como si todo fuera muy divertido, como si Phen le

hubiera jugado una broma. Se aparta el flequillo del rostro, me da la más fea, desconsolada sonrisa.

—Bueno, esto no salió como yo pensé que sería.

—Oh, Ange…

—No hablemos de ello. Estoy bien.

Se mete a la cama y tira de las mantas hasta la barbilla. Afuera, los pájaros siguen cantando, el sol sigue brillando, pero dentro de ella siento que todo es oscuridad. Me siento al borde de su cama. No digo nada,

porque todo lo que pienso suena completamente estúpido.

—Concordamos desde el principio que no hablaríamos de amor. —Se

da la vuelta y me da la espalda, hacia la pared—. Debí haber recordado eso —agrega, su voz débil, se esfuerza por actuar como si esto no estuviera matándola—. Está bien. Estoy bien con ello. Lo entiendo.

Si la vuelvo a escuchar decir bien una vez más, creo que mi cabeza va a explotar. Miro fijamente su espalda, donde sus hombros están

totalmente tensos.

—No. Esto no está bien —digo—. Esto también es su responsabilidad. Debería estar allí para ti. Debería hacerse cargo.

—Es un ángel —dice, excusándolo—. Es la misma cosa que ocurrió con tu papá. Lo veo ahora. No pudo estar contigo todo el tiempo. No pudo

protegerte. Es lo mismo.

No es lo mismo, pienso. Mi papá se casó con mi madre. Estuvo allí para mi nacimiento, mis primeros pasos, mis primeras palabras. Cuido de

nosotros, aunque solo fuera por ratos. Pero no dije eso.

—Ange. —Pongo mi mano sobre su hombro.

—No me toques —dice bruscamente—. Por favor… no quiero que me leas justo ahora.

Comienza a llorar. No parece acabar. Su humillación me golpea

como un puñetazo en el estómago. Su vergüenza. Su miedo. Su miseria. Por supuesto que no me ama, piensa. Por supuesto que no.

Me acuesto a su lado y pongo mis brazos su alrededor, abrazándola torpemente por la espalda mientras solloza. Las lágrimas corren por mi rostro mientras siento sus sentimientos. Por un minuto no puedo respirar,

no puedo pensar… no puedo hacer nada.

—Estarás bien —digo con voz temblorosa, y lo digo en serio. Le duele ahora, pero es mejor de esta manera, creo—. Estás mejor sin él.

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Se sienta, alejándose de mí, y toma una respiración profunda,

estremeciéndose, luego utiliza la manta para secarse los ojos. Tan de pronto como perdió el control, se recupera.

—Lo sé —dice—. Estaré bien.

Después de un rato vuelve a recostarse. Mi corazón duele por ella, pero no me atrevo a tocarla de nuevo. Escucho su respiración volviéndose

firme, profunda, hasta que creo que cae dormida. Pero entonces habla:

—Ya no quiero estar aquí —dice—. Quiero irme a casa.

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12 El camino correcto perdido

Traducido por Liz Holland & Nico Robin.

Corregido por MaryJane♥

Al día siguiente, Angela Zerbino oficialmente se retira de la Universidad de Stanford. Su madre viene dos días después y empaca sus

cosas en cajas, las que ayudo a cargar en el coche, y me quedo de pie en la acera viéndolas marcharse. Angela apoya la cabeza contra la ventana, cierra los ojos y se aleja. No mira hacia atrás.

Las visiones empiezan a venir con más frecuencia después de esto, a lo largo de febrero y principios de marzo, al menos una o dos veces a la semana. Divido mi tiempo entre estudiar para las clases y prepararme, en

cualquier capacidad que pueda, para entrar en la habitación oscura y cualquiera sea el destino que me espere allí. Compro un cuaderno y

empiezo a documentar cada visión cuando la veo, tratando de obtener los detalles, pero no consigo mucho aparte de la conmoción y el terror, la yuxtaposición de luz y oscuridad, la silueta de Christian iluminada por la

gloria, gritándome ¡Agáchate! y luchando contra las sombras negras que se supone que tienen que matarnos, casi todas las veces ahora choco contra

el momento en que se supone que tengo que ayudarlo, debo elaborar mi propia espada y pelear en mi propia pelea. Esa es mi hora de la verdad, mi designio, pero nunca me quedo en la visión lo suficiente como para saber

cómo hacerlo.

Supongo que eso está por venir.

Las cosas entre Christian y yo están tensas, pero hemos vuelto a reunirnos todas las mañanas en un camino que rodea el Lake Lag y corremos hasta el Dish, un radiotelescopio enorme que sobresale sobre las

colinas. Es un buen sendero, bonito, a través de pequeños claros boscosos y colinas verdes, hasta un punto donde en los días despejados se puede ver todo el camino a la Bahía de San Francisco. Entendemos que está

sucediendo algo más grande que nosotros, y hablamos, todo negocios al principio, sobre Angela y nuestras visiones, pero poco a poco nuestras

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conversaciones se encaminan a nuestras opiniones acerca de la búsqueda

del tesoro de los novatos o artículos en el periódico de Stanford, mi medicina y sus diseños de edificios. Y las cosas entre nosotros mejoran.

Una mañana nos cruzamos con un puma en el camino. Se detiene y nos mira con grandes ojos dorados, de algún lugar en su interior sale un ruido sordo, una sorpresa e ira que puedo sentir a tres metros de

distancia.

—Vete —le digo en angélico, como ¡Shoo! y se da la vuelta y

desaparece en la hierba alta.

—¿Cómo sabías hacer eso? —me pregunta Christian asombrado, riendo, y le cuento cómo una vez me topé con una osa parda con dos

cachorros, y todo lo que hizo falta para que se diese la vuelta fue angélico y un poco de gloria. No le digo que estaba con Tucker cuando pasó, y que fue el incidente que convenció a Tucker de que yo era, de hecho, algo

sobrenatural. Lo que nos llevó a nuestro momento en el granero, y la primera vez que nos besamos.

Me gustas, Clara, dijo Tucker, Me gustas mucho… Sólo quería que supieras… No creo que quieras estar con Christian Prescott… Él no es tu tipo.

Oh, y supongo que tú eres mi tipo, ¿cierto?

Supongo que lo soy.

Reprimo el recuerdo, las palabras y la manera en que las dijo, todo arrogante y engreído, atrapándome como a un pez con su anzuelo.

Me cierro a mí misma para que Christian no mire en mi cabeza y vea

a Tucker.

—Eso es increíble —dice Christian—. Eres una susurradora de

animales.

Asiento sonriendo. Mirándole a la cara sé que no me atrapó pensando en Tucker.

Se siente como una pequeña victoria en la guerra contra mí misma.

En marzo voy a ver a mi hermano. No lo he visto desde el primer día después de que terminaran las vacaciones de invierno. Lo extraño. Me

quedo de pie durante cinco minutos fuera mirándolo furtivamente a través de la ventana de la pizzería de Castro. Parece triste, decido, viéndolo

moverse entre las mesas, apilando platos sucios, pasando un trapo por las mesas, y restableciendo los cubiertos. Apenas parece estar despierto, arrastrando los pies de una mesa a otra, sin levantar la vista,

simplemente: apilar los platos, ponerlos en un cubo, llevar el cubo a la cocina, limpiar la mesa, restablecer.

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Podría haber regresado a Palo Alto entonces, contenta por saber

dónde está y que por lo menos no está en las garras de un Alas Negras, cuando una chica con el pelo negro y largo pasa junto a mí en la calle y

entra en el restaurante, y algo en ella hace que me detenga. Llama a Jeffrey por su nombre, él levanta la vista y sonríe, mierda santa, sonríe de verdad, algo que no le he visto hacer desde el día en que mamá admitió

que se estaba muriendo.

Esta debe ser Lucy, la chica que ha robado el corazón herido de mi hermano pequeño.

Por supuesto, ahora me tengo que quedar y verlos.

Se desliza en una mesa vacía en la esquina, se pone de espaldas

contra la pared, y mete las piernas debajo de ella como si ese es su lugar predeterminado. Es guapa, tal vez en parte asiática o polinesia, con pelo negro lacio que le cae por la espalda en una única capa brillante, cejas

delicadas, ojos oscuros y fuertemente delineados.

Jeffrey inmediatamente aumenta el ritmo y termina las mesas

restantes. Entonces desaparece en la cocina por un minuto y vuelve con un vaso alto y oscuro de lo que parece ser té helado. Ella le sonríe. Él se limpia la mano en el delantal blanco y se desliza en la cabina frente a ella.

Deseo poder escuchar lo que están diciendo. Pero no puedo, así que me lo invento.

—Oh, Jeffrey —digo en voz alta por Lucy mientras les veo hablar—.

Te ves tan fuerte cuando levantas esos cubos con platos. Tus músculos son espectaculares.

—Bueno, gracias, señorita. Tengo músculos fantásticos.

Se inclina sobre la mesa y le toca el brazo.

—¿Puedo tocar tu bíceps? Ooh. Tan masculino.

—Yo también creo que estás caliente. Y fría. Eres una contradicción andante, nena —digo por él. Un hombre pasa por detrás de mí en la acera,

me aclaro la garganta y me alejo de la ventana.

Cuando vuelvo a mirar, se agarran las manos sobre la mesa. Jeffrey está riendo, riendo de verdad, su rostro todo enrojecido, sus ojos plateados

brillan.

Ooh. Ella le hace feliz. El trabajo podría hacerle sentir miserable, pero esta chica le hace sonreír.

Está bien. Debería irme.

Pero la suerte quiso que justo en ese momento una familia en el

restaurante se levante para marcharse, y Jeffrey les mira por encima, lo pasa, y esos ojos brillantes me ven antes de que pueda escabullirme. Su boca se abre, y entonces Lucy se vuelve para mirarme también, y a través

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del cristal cojo la palabra hermana, y la palabra molesta, y se pone de pie

de un salto.

Me alejo por la acera hacia mi coche.

—¡Oye, Clara! —me llama Jeffrey antes de llegar allí—. ¿Qué estás haciendo?

Me doy la vuelta.

—Quería asegurarme de que estabas bien. No has llamado desde hace meses.

Se detiene a pocos metros de mí y cruza los brazos sobre el pecho como si tuviera frío.

—Ya te he dicho que estoy bien. —Algo parpadea en sus ojos una

decisión, aunque una renuente—. ¿Quieres volver conmigo? Puedo sacar para ti una pizza gratis.

—Bueno, ya sabes que no puedo decir que no a una pizza gratis.

—Mi novia está ahí —me dice mientras caminamos juntos de vuelta al restaurante.

—¿Es ella? No me di cuenta —dije con fingida inocencia.

Pone los ojos en blanco.

—No me humilles, ¿de acuerdo? No cuentes historias de cuando era

pequeño. Promételo.

—Está bien —digo con un pequeño mohín—. Sin historias de cómo,

cuándo tenías tres años, hiciste popó en el jardín del vecino.

—¡Clara!

—Seré buena.

Me abre la puerta. Lucy todavía está sentada donde estaba, mira con curiosidad. Sonríe mientras nos acercamos a la mesa.

—Luce, esta es mi hermana, Clara —murmura Jeffrey mediante una

presentación formal—. Clara, Luce.

—Hola —digo, le doy un pequeño saludo con la mano, lo que hace

que Jeffrey me mire con advertencia como si ya estuviera haciéndole quedar mal.

—Jeffrey me ha dicho muchas cosas sobre ti —dice Lucy mientras

me deslizo en la cabina y Jeffrey se sienta a mi lado.

—Cosas buenas, espero.

Levanta una ceja perfectamente definida mirándome y su sonrisa se vuelve algo más descarada.

—En su mayor parte —dice ella.

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—Oye, tengo que trabajar —dice Jeffrey y se levanta de un salto—.

¿Pizza marroquí? —Se dirige a Lucy.

—Sabes lo que me gusta —dice ella.

Sonríe, todo avergonzado, y se va a la cocina. Eso nos deja solas a la nueva novia y a mí.

—Jeffrey me dijo que vas a Stanford —dice.

—Sip. Culpable de los cargos.

—Eso es duro —dice—. Nunca me gustó la escuela. Estaba tan contenta cuando por fin me gradué.

—¿Te graduaste? —Soy incapaz de contener la sorpresa de mi voz—. ¿Cuándo te graduaste?

—Hace dos años —responde con indiferencia. Se estremece—. Estaba tan contenta por salir de ese agujero infernal.

¿Entonces cuántos años tenía? ¿Veinte?

—Así que, ¿vives por aquí? —le pregunto mientras reflexiono sobre lo extraño que es que la novia de mi hermano sea mayor que yo.

—Sí y no —dice—. Mi padre es el dueño de un salón de tatuajes en El Camino, y me gusta pasar el tiempo allí, y los tipos que trabajan allí tienen una cosa por la pizza, así que vengo por aquí con bastante

frecuencia.

—Espera, pensé que tu padre tenía un club.

—Eso también —sonríe—. Tiene las manos en muchos pasteles.

Nunca he entendido esa expresión. Siempre me ha parecido bastante repugnante.

—¿Así que hay un salón de tatuajes en Mountain View? No creo recordar eso de cuando vivíamos aquí —digo.

—Lo abrió hace unos pocos años —dice—. El negocio está bien. La

gente ahora está más abierta a la idea de la tinta como una forma de expresarse a sí mismos.

La miro buscando tatuajes. Lleva un vestido-camisa de color plata metálica y mallas negras, botas negras, pendientes plateados. Sin embargo no hay tatuajes. Tiene un anillo muy interesante, una serpiente de plata

con ojos de rubí enroscada alrededor del dedo índice derecho. Hay algo en ella que me recuerda vagamente a Angela, quizás el delineador de ojos o el esmalte de uñas oscuro.

Jeffrey regresa a la mesa y se sienta a su lado, analiza nuestras caras antes de preguntar:

—Así que, ¿de qué hablaban?

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—Le estaba hablando acerca del salón de tatuajes de mi padre —dice

Lucy.

La mira con adoración.

—Ese lugar es impresionante.

Ella le da un codazo en el hombro.

—Muéstrale lo que te hiciste.

Niega con la cabeza.

—No.

—¿Te hiciste un tatuaje? —digo con el tono de voz un poco más alto

de lo habitual.

—Muéstraselo —le insta Lucy.

Gruñe y se enrolla la manga de la camisa para revelar una línea de caracteres en sánscrito rodeándole el antebrazo.

—Eso es tan ardiente —dice Lucy, y Jeffrey sonríe con alegría—.

Pone…

—Yo controlo mi destino —leo en su piel, y cierro los ojos

brevemente.

Ups. Probablemente pensará que es raro que pueda leer en sánscrito.

—Las palabras fueron idea suya —dice Jeffrey—. Estoy ahorrando para una verdadera obra de arte para la próxima vez.

—¿La próxima vez? —Estoy tratando de mantener la calma. No tiene el diploma de la escuela secundaria y ya tiene tinta en la piel. Genial.

—Sí, estoy pensando en hacerme un pájaro en el hombro, como un

halcón o algo así.

—Tal vez un cuervo —sugiere ella.

Pretendo mirar mi reloj. Es hora de retirarse y recuperarse,

encontrar la manera de manejar esto.

—Saben, en realidad tengo que irme. Se acercan los finales, y tengo

que estudiar en serio. —Salgo de la cabina y le tiendo la mano a Lucy—. Fue genial conocerte.

—Igualmente —dice ella. Su mano es fría y suave al tacto,

perfectamente cuidada, y su mente es juguetona, llena de una especie de picardía alegre. Está disfrutando el haberme desestabilizado.

Retiro la mano.

—¿Me acompañas al coche?—le pregunto a Jeffrey.

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—Realmente no debería…

—Te costará dos minutos —insisto.

Nos abrimos paso en silencio por la calle hasta que llegamos a mi

coche. Me vuelvo hacia él. Mantén la calma, me digo. Mantén el ánimo.

No te alteres con él todavía.

Él ve la expresión de mi cara.

—Clara, no te enfades.

—¿Tienes un tatuaje?

—Está bien.

—Dios, odio esa palabra. Esto está de cualquier manera menos bien. Estás yendo a los clubes, haciéndote tatuajes, bebiendo, y saliendo con

una chica mayor que tú.

—Ella no es mucho mayor —protesta.

—¡Es ilegal! —Estoy a años luz de estar calmada. Cierro los ojos y

me froto la frente, respiro, y los abro—. Está bien, Jeffrey. Esto es demasiado. Deberías volver a casa ahora.

—No has escuchado ni una palabra de lo que te he dicho, ¿verdad? —dice—. En Wyoming nunca me sentí como en casa. Nunca.

Lo miro, estoy sin palabras, herida por la idea de que el hogar no se

hallaba donde estábamos. Donde yo me encontraba.

—Estoy en casa —dice—. Aquí.

Estoy impresionada por la horrible sensación de que lo he perdido y que no tengo manera de recuperarlo. No sin Mamá.

—¿Le dijiste a Lucy que eres una… —mi voz titubea—… persona-T?

Levanta la barbilla.

—Se lo conté todo. Está bien. Puedo confiar en ella.

Empiezo a gritarle de nuevo, otro fracaso épico en el departamento

“mantener la calma”.

—¿No aprendiste nada de Kimber?

Niega con la cabeza.

—Lucy no es así. Es buena con las cosas paranormales. Me acepta tal como soy. Incluso hablamos de religión a veces. Es muy inteligente, y

ha leído todos esos libros… si te deshicieras de los prejuicios, verías que es la chica perfecta para mí.

—Así que de ella es de donde estás sacando toda esa mierda de que Dios no existe y…

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—No es mier…

—¡Eres un arrogante y desconsiderado! Esto es imprudente incluso para ti. Nos estás poniendo a todos en peligro. ¿No lo entiendes? ¿No

entiendes que la gente podría salir herida, incluso muerta, si no mantienes lo que eres en secreto?

Sus ojos resplandecen de una manera que me recuerda a papá.

—No eres mi madre —dice.

—¿No crees que lo sé? Mamá enloquecería…

—Entonces deja de tratar de actuar como ella —me espeta—. Tengo

que volver.

Se da la vuelta para irse.

—¡Oye! ¡No hemos terminado de hablar sobre esto!

—Es mi vida —me rugió—. Por última vez ¡mantente fuera de esto!

El pisotea por la calle y desaparece en el restaurante. Me meto en el

coche y cierro mis manos alrededor del volante.

Quiero a mi mamá tanto que no puedo respirar. Mis ojos se

desenfocan.

Nada en mi vida va ni remotamente bien.

Temblando, agarro el teléfono. Suspiro y presiono el número dos en

el marcado rápido.

—Soy yo —digo cuando Christian lo coge—. Te necesito.

Esta sentado en el suelo con la espalda recargada en la puerta de mi

dormitorio, cuando llego. No hablamos hasta que estamos dentro, la segunda puerta se cierra detrás de nosotros, pone sus brazos a mi

alrededor, un mili-segundo antes de que empiece realmente a llorar.

—Está bien —murmura en mi cabello.

Wan Chen se aclara la garganta desde donde está sentada en su

escritorio.

—Creo que voy a conseguir algo de cenar —dice, pasando junto a

nosotros sin encontrarse con mis ojos.

Encuentro un pañuelo y me sueno la nariz con fuerza. —Lo siento. No sé por qué estoy tan emocional. Tal vez estoy exagerando un poco.

—Dime —dice.

—Es Jeffrey. —Empiezo a llorar de nuevo. Sin embargo, entre los sollozos, me las arreglo para decirle todo.

—¡No sé qué hacer! —exclamo—. No me va a escuchar, y tengo un mal presentimiento sobre su novia. Tal vez estoy siendo injusta, criticona,

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como él dijo, pero ojalá hubieras visto como lo tiene envuelto en su dedo

meñique. Sabes lo que me gusta… Amordázame. Y ella era súper presumida como ¿Estas en la Universidad? Asco, odio la escuela. ¿De

dónde diablos salió eso? Y Hola, ella tiene como veinte y él tiene unos jodidos dieciséis. Y está llenando su cabeza con cosas sin sentido, lo sé. —

Finalmente me quedo sin aliento—. Sueno como una persona loca, ¿no es

así?

No sonríe. —Suenas asustada.

Caigo en la silla de mi escritorio. —¿Qué debo hacer?

Va a la ventana y mira hacia afuera, pensativo. —No hay mucho que puedas hacer. A menos que…

Espero, pero no termina la oración. —¿Al menos que…?

—Podrías llamar a la policía.

—¿Por ella?

—Por él. Sobre el fuego. Podrías llevarlos hacia donde trabaja.

Lo miro, estupefacta.

—Lo van a arrestar, pero lo alejarían de ella. Estaría a salvo —dice.

—A salvo.

—Seguro. Tendría que volver a Jackson. Al reformatorio, quizá, por un tiempo. Pero lo mantendría alejado.

—No creo que le pueda hacer eso —digo después de un minuto. No

lo podía traicionar de aquella manera. Me odiaría para siempre—. No puedo.

—Lo sé —dice Christian—. Solo lo estaba poniendo por ahí.

Jeffrey no me llama después de eso, pero entonces, ¿qué esperaba? Pienso en volver a la pizzería a pedir disculpas, pero algo me dice (mejor

dicho, Christian me dice) que probablemente terminaría haciendo las cosas peores. Déjalo calmarse, dice Christian. Deja que te relajes.

Christian y yo milagrosamente volvemos a la normalidad, de vuelta a

conversaciones profundas sobre el café, compitiendo entre en nuestro trote mañanero, riendo y empujándonos, parándonos el uno al otro en la clase de esgrima, todo como estaba antes de nuestra cita.

Bueno, casi. Siempre está ese momento al final de nuestro rato juntos, cuando estamos diciendo adiós, que sé que quiere invitarme a salir

de nuevo. Para volver a intentarlo. Para sorprenderme. Porque piensa que eso es parte de su designio.

Pero decidió dejarme hacer el primer movimiento, esta vez. La pelota

está en mi cancha. Pero no sé si estoy lista.

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Lo que nos lleva hasta finales de marzo, y al final del cuatrimestre de

invierno, unos días antes de que salgamos de vacaciones de primavera. Estoy a punto de sentarme a hacer mi examen final de literatura en clase,

cuando me llega un texto.

Fuente rota. NO vengas al hospital. Te llamo después.

Angela está en trabajo de parto.

Tengo un momento difícil tratando de concentrarme en mi examen. Sigo pensando en su cara cuando dijo: No sé cómo ser mamá, su cara

después de que Phen desapareció y la dejó de pie en el patio, la forma en que el fuego pareció quemarlo delante de mis ojos. Cuando hablo últimamente con ella suena con sueño, y siempre dice que está bien, me

da un poco de los detalles acerca de cómo se prepara para el bebé, tomando unas clases, comprando una cuna y pañales, pero no es la misma feroz y fiera. Piensa que su vida está arruinada. Sus propósitos de

antes, arruinados.

Reviso mi teléfono cuando acabo mi examen, pero no hay nada

nuevo.

¿Está aquí? Escribo. Trato de no pensar mucho en lo que pondría

conllevar.

Ella no responde.

Alrededor de una hora después estoy dando vueltas por mi

dormitorio, mordiendo mis uñas, cuando Christian llama a mi puerta.

—Oye, terminé mi último final. ¿Quieres tomar una especie de cena de celebración? —pregunta.

—Angela está en trabajo de parto —le suelto.

Casi me rio ante la mirada horrorizada en su rostro.

—Me envió un mensaje hace unas horas, y no sé si ya ha acabado o no. Me dijo que no fuera al hospital hasta que me llamara, pero…

—Vas a ir de todos modos, ¿no es así?

—Me quedaré en la sala de espera o algo, pero… quiero ir. —Me pongo un abrigo, porque es marzo en Wyoming y probablemente todavía me congele—. ¿Quieres venir conmigo?

—¿Te refieres a llevarnos a los dos a Wyoming? ¿Puedes hacerlo?

—No lo sé. Nunca he tratado de llevar a nadie conmigo antes. —Le

tiendo mi mano—. Papá lo hace, también. ¿Quieres probar?

Lo piensa.

—Sala de espera. No sala de parto —enfatizo.

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—Está bien. —Toma mi mano, y mi sangre hierve positivamente con

nuestro poder compartido y siento la anticipación. No debería ser ningún problema en absoluto.

—Está bien, dame la otra mano. —Lo enfrento, nuestras manos unidas. Jadea cuando convocamos la gloria que nos rodea.

—Es fácil para ti, ¿no es así?

—¿Gloria? Estoy mejorando en ello. ¿Y tú?

Mira a sus pies y me da una media sonrisa avergonzada. —No es tan fácil. Puedo hacerlo, pero por lo regular me lleva algo de tiempo. Pero no

puedo cruzar. Eso está mucho más allá de mí todavía.

—Bueno, la gloria es más fácil cuando estoy contigo —le digo, y me recompensa por sus ojos iluminados. —Vamos. —Cierro los ojos, pienso en

mi patio trasero en Jackson, los álamos, el sonido de nuestro arroyo. La luz que nos rodea se intensifica, rojo detrás de mis parpados.

Luego se desvanece.

No estoy sosteniendo más la mano de Christian.

Abro los ojos.

El granero de Tucker.

Gaaa, tal vez es una buena cosa que no pude traer a Christian.

Saco mi teléfono.

Lo siento, escribo, ¿quieres intentarlo de nuevo? Puedo volver.

Está bien. Voy a casa de la manera tradicional. Nos vemos en un par de días. Dile hola a Angela por mí.

Levanto la vista para ver a Tucker mirándome desde el pajar.

Me voy antes de que tenga tiempo de formar un saludo.

Encuentro a Angela en la parte de recuperación del ala de maternidad, vestida con una bata de hospital azul y blanco, mirando por

la ventana. El bebé está a unos cuantos metros de distancia en una cuna de plástico con ruedas, envuelto apretadamente en una manta por lo que

parece un pequeño burrito, durmiendo, un pequeño gorrito de color azul lo tapa pero no acababa de cubrir una espesa mata de cabello negro. WEBSTER dice una tarjeta impresa al final de la cuna. Su rostro es todo

purpura y manchado, hinchado alrededor de los ojos. El tipo que parece haber ido solo a un combate de boxeo. Y perdió.

—Es adorable —le susurro a Angela—. ¿Por qué no me escribiste?

—Estaba ocupada —dice, y hay una cualidad hueca en su voz que hace que mi corazón se hunda, una terrible pesadez en sus ojos.

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Me siento en una silla cerca de la cama. —Así que fue bastante

malo, ¿eh?

Se encoge de un solo hombro como si estuviera demasiado cansada para levantar los dos. —Fue humillante y terrible, y me dolió. Pero

sobreviví. Dicen que me puedo ir a casa mañana. Nosotros, quiero decir. Podemos volver a casa.

Mira por la ventana, es un buen día, el cielo azul, las nubes esponjosas se mueven más allá del cristal.

—Bueno —le digo a falta de algo mejor—. ¿Me necesitas…?

—Mi mamá puede manejarlo. Está consiguiendo unas cosas en estos momentos. Ella me ayudará.

—Voy a ayudar también —le digo—. En serio. Terminé todos mis

finales. Tengo casi dos semanas de descanso. —Me inclino hacia adelante y pongo mi mano sobre la suya.

Se siente tan desesperada que hace que me duela el pecho.

—No sé nada de bebes, pero estoy aquí para ti, ¿de acuerdo? —

Suspiro por el dolor.

Saca su mano de la mía, pero sus ojos se ablandan ligeramente. —Gracias, C.

—No creo que te haya dicho lo mucho que te admiro por cómo estas manejando todo esto —le digo.

Se burla. —¿Qué parte? ¿La parte que he mentido a todo el mundo

acerca de quién es el padre? ¿La forma en que puse todas mis esperanzas en una tonta visión? ¿Lo estúpida que fui por dejar que sucediera en

primer lugar?

—Um, nada de lo anterior. Por ir adelante con esto, a pesar de tener miedo.

Sus labios se tensan. —No lo podía regalar a un desconocido. Tal vez habría sido más seguro. Con una familia humana. Tal vez habría sido

mejor. Tal vez estoy siendo egoísta.

El bebé comienza a hacer un ruido de gruñido, retorciéndose en la manta en la que está envuelto. Abre los ojos, de oro como los de ella, y

empieza a llorar, suena fino y aflautado. El sonido envía un escalofrió por mi espalda. Salto a mis pies.

—¿Quieres que lo entretenga? —le pregunto

Duda. —Voy a llamar a alguna enfermera. —Presiona un botón en el marco de la cama.

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Voy a lado de la cuna y miro. Es tan pequeño. No creo jamás haber

visto algo tan pequeño y nuevo. Nunca he sostenido un bebé antes, aparte de Jeffrey, supongo y no me acuerdo de eso.

—No quiero romperlo —le confieso a Angela.

—Yo tampoco —dice ella.

Pero somos salvadas por Anna, que entra en la habitación unos

pasos por delante de la enfermera. Va a la derecha y levanta al bebé, arrulla, lo sostiene en su hombro, pero no deja de llorar. Ella revisa su pañal, que aparentemente está bien. Eso es claramente un alivio para

Angela.

—Tiene hambre —informa Anna.

Angela se tensa. —¿Otra vez? Lo alimenté hace solo una hora.

—¿Quieres tratar de amamantar otra vez? —pregunta la enfermera.

—Supongo. —Ella tiende sus brazos, y Anna le da al bebé, y luego

Angela me mira como diciendo: Perdón por ser grosera, pero voy a sacar mis pechos aquí.

—Voy a estar afuera… —le digo, y salgo del cuarto. Me dirijo a la tienda de regalos a comprar unas flores amarillas en un jarrón que tiene la forma de una bota de bebé. Espero que piense que es divertido.

Cuando vuelvo, Anna está sosteniendo al bebé de nuevo, y está calmado. Angela esta acostada con los ojos cerrados, su respiración

superficial. Pongo las flores en el alfeizar de la ventana y le digo a Anna que me voy.

Asiente, pero camina conmigo hacia la puerta.

—¿Quieres cargarlo? —susurra.

—No, soy buena mirando, no tocando. Sin embargo, es hermoso —le

digo, a pesar de que eso podría ser una exageración.

Lo mira con adoración en los ojos.

—Es un milagro —dice. Sus ojos parpadean hacia Angela—. Tiene

miedo ahora. Fue lo mismo para mí. Pero lo entenderá, muy pronto. Esto es un regalo. Se dará cuenta de que ha sido bendecida.

El bebé bosteza y ella sonríe, le reajusta el gorrito azul en la cabeza.

Me acerco a la puerta.

—Gracias por estar aquí —dice—. Eres una buena amiga. Angela

tiene suerte de tener a alguien como tú.

—Dile que me llame —le digo, desconcertada, como de costumbre por la intensidad constante de sus ojos oscuros y sin sentido del humor de

Anna sobre mí—. Voy a estar por aquí.

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Cuando me meto en el ascensor, sostengo la puerta a una pareja con

un bebé vestido con lo que parece ser un mono rosa con mariquitas bordadas en los pies. Ambos —la madre en una silla de ruedas cargando al

bebé y el padre atrás de ella— se centran exclusivamente en el bebé, sus cuerpos vueltos hacia ella, sus ojos abandonan su pequeña cara.

—La estamos llevando a casa —me dice el padre, con orgullo.

—Felicitaciones. Eso es épico.

El enfermero que empuja la silla de ruedas me mira sospechosamente. La madre ni siquiera parece escucharme. El bebé, por

su parte, cree que el ascensor es de lo más fascinante que ha visto. Ella decide que la reacción adecuada para esta caja mágica maravillosa que te

lleva de un lugar diferente a donde te encontrabas es un estornudo.

Un estornudo.

Se podría pensar que había recitado todo el alfabeto por la emoción

que esta acción provoco en sus padres.

—Oh, Dios mío —dice la madre en voz alta, suave, doblando su

rostro cerca de su bebé.

—¿Qué fue eso?

El bebé parpadea confusamente. A continuación estornuda de

nuevo.

Todo el mundo se ríe: la madre, el padre, el enfermero, y yo, por si acaso. Pero estoy viendo la forma en que el padre pone su mano sobre la

parte posterior de los hombros de su esposa, y cómo llega hasta tocar brevemente su mano, el amor que pasa entre ellos simplemente con eso, y

creo que, Angela no conseguirá esto. Ella no va a dejar el hospital de esta manera.

Me hace recordar una cita del examen de hoy. De Dante. En medio del camino de la vida, me encontré con maderas oscuras, el buen camino perdido.

Sé lo que quiere decir.

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13 Una lección de escuela dominical

Traducido por val_17 & Christicki

Corregido por Alaska Young

—La espada de la gloria es más que un arma simple —está diciendo

papá—. He hablado sobre que una espada es la extensión tu brazo, imaginando que es parte de ti, pero la espada de la gloria es más que una metáfora. La gloria es parte de ti; crece a partir de la luz dentro de ti, esa

energía, esa conexión con el poder que gobierna toda la vida.

Nos encontramos en la playa desierta de nuevo, porque él decidió

que el lugar tiene menos distracciones para entrenar que mi patio trasero en Jackson. Está anocheciendo. Christian y yo estamos sentados cerca de la línea de flotación, nuestros pies enterrados en la arena, mientras papá

nos da una mini conferencia sobre la composición de la gloria y sus múltiples usos.

Y yo que pensaba que estaba en vacaciones de primavera. Hemos estado entrenando todos los días desde que llegamos de nuevo a Jackson. Al menos hoy estamos golpeándonos en la playa.

Papá continúa: —No hay nada, ni en la tierra ni en el cielo, ni en el infierno, que pueda superar esa luz. Si crees esto, entonces la gloria se dará forma a sí misma en todo lo que necesitas.

—Como una linterna —le digo.

—Sí. O una flecha, como también se ha visto. Pero la forma más

efectiva es una espada. Es rápida y eficaz, más cortante que toda cuchilla de dos filos, y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las articulaciones y médulas, discierne los pensamientos y las intenciones del corazón.

Ahora se está volviendo todo poético con nosotros.

Recuerdo cómo Jeffrey reaccionó ante la idea de una espada de

gloria. —¿Qué pasa con una pistola de la gloria? —pregunto—. Quiero

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decir, este es el siglo veintiuno. Tal vez lo que realmente deberíamos de

estar tratando es dar forma de semiautomática a la gloria.

—¿Qué necesitaríamos para crearlas, una acción y barril de la gloria,

un mecanismo de disparo, la pólvora de la gloria, proyectiles y balas de la gloria? —pregunta papá, sus ojos divertidos.

—Bueno, suena tonto cuando lo pones de esa manera. Supongo que

una espada está bien.

Papá hace una mueca. —Creo que encontrarás la espada más útil que cualquier otra cosa. Y de buen gusto.

—Un arma elegante, para una era más civilizada —bromeo.

No lo entiende, pero mi ser nerd hace a Christian sonreír, lo que

cuenta para algo.

—¿Por qué? —pregunta Christian de repente—. ¿Por qué una espada es más útil, quiero decir?

—Debido a que el enemigo también usa una cuchilla —dice papá, con sus ojos serios—. Hecha de su dolor.

Me siento más derecha. —¿Una cuchilla hecha de dolor? —Trato de no pensar sobre la visión de Christian, sobre la sangre en mi camiseta, sobre lo asustada que estoy, como cada minuto, lo que está viendo es mi

muerte. Pero no reuní aún el valor de pedir a papá por su interpretación del futuro.

—Por lo general es más corta, más como una daga. Pero aguda.

Penetrante. Y dolorosa. Hiere el alma y el cuerpo. Es difícil de curar —dice papá.

—Bueno, eso es... genial —logro decir—. Nosotros tenemos una espada de gloria. Ellos tienen una daga de dolor. ¡Sí!

—Así que ya ves por qué es tan importante que aprendas —dice.

Me levanto, y quito la arena de mis pantalones cortos. —Basta de hablar —le digo—. Vamos a intentarlo.

Una hora más tarde me caigo de nuevo a la arena, jadeando. Christian está de pie junto a mí con la cuchilla de gloria más bella en la mano, perfecta y brillante. Yo, por otra parte, he hecho un farol un par de

veces, algún tipo de flecha de gloria (más como una jabalina de gloria, pero funcionaría en un apuro, creo, que no es nada, señalo), pero no una

espada de gloria.

Papá está con el ceño fruncido, a lo grande. —No te estás concentrando en las cosas correctas —dice—. Tienes que pensar en la

espada como más que algo físico que se puede sostener en la mano. Debes pensar en ella como si fuera real.

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—Pensé que habías dicho que no era una metáfora.

—Dije que era más que una metáfora. Vamos a intentar otra cosa —sugiere. El sol está completamente metido ahora, las sombras se extienden

por el suelo—. Piensa en algo que sabes, por supuesto, que sea verdad.

Digo que la primera cosa que viene a la mente. —Sé que soy tu hija.

Se ve contento. —Bueno. Vamos a empezar por ahí. Piensa en la

parte de ti que sabe este hecho. Que lo siente, en tu instinto. ¿Lo sientes?

Asiento. —Sí. Lo siento.

—Cierra los ojos.

Lo hago. Da un paso a mi lado y toma mi muñeca en su mano, estira mi brazo. Siento que saca la gloria a nuestro alrededor. Sin preguntar,

saco la mía para encontrarla, y su gloria y mi gloria se combinan, su luz y la mía hacen algo mejor, algo más brillante. Algo poderoso y bueno.

—Tú eres mi hija —dice.

—Lo sé.

—Pero, ¿cómo sabes que eres mi hija? ¿Debido a que tu madre te

dijo eso?

—No, porque... porque siento una conexión entre nosotros que es como... —No tengo la palabra correcta—. Algo dentro de mí, como en mi

sangre o lo que sea.

—Carne de mi carne —dice—. Sangre de mi sangre.

—Ahora lo estás haciéndolo raro.

Se ríe. —Céntrate en ese sentimiento. Cree que es la simple verdad. Tú eres mi hija.

Me concentro. Lo creo. Sé que es verdad.

—Abre los ojos —dice papá.

Lo hago, y quedo boquiabierta.

Justo ante mis ojos hay una barra vertical de luz. Es, definitivamente la gloria, la luz, una mezcla de calidez, ondulación de oro y

plata fría, el sol y la luna combinados. Puedo sentir su poder moverse a través de mí. Miro mi brazo extendido, veo la gloria alrededor de mi codo, en mi antebrazo, en donde estoy agarrando la luz como si tuviera una

especie de mango, luego paso mi mirada hasta la longitud de nuevo, a la punta, y parece tener una ventaja para él. Un punto.

Síp. Es una espada.

Miro a Christian, que sonríe y me da unos mentales pulgares hacia arriba. Papá suelta mi muñeca y da unos pasos hacia atrás, admirando

nuestra obra.

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—Hermoso, ¿no es así? —dice.

—Sí. Ahora, ¿qué hago con ella?

—Lo que quieras —dice.

—¿Tengo que tener cuidado? ¿Puedo cortarme?

Papá responde formando su propia espada de la gloria y moviéndola en Christian, tan rápido que ni siquiera tuvo tiempo de moverse, y mucho

menos escabullirse del camino, antes de que la espada corte a través de él. Muerdo un grito, segura de que voy a ver a mi mejor amigo cortado por la mitad, pero la hoja pasa, como el rayo de sol entre las nubes. Christian se

queda ahí totalmente sorprendido, su propia espada de gloria bruscamente ida de su mano, y luego mira a su estómago. Una parte de su camisa

aletea al suelo, limpiamente cortada. Pero no hay un rasguño en su cuerpo.

—Santa... —Christian deja escapar un suspiro—. Se puede advertir

a un hombre antes de atacarlo de esa manera. Me gustaba esa camisa.

—Si fueras un Triplare —dice papá de manera casual—, ya estarías

muerto.

Frunzo el ceño. —Es un Triplare.

—Uno de ellos, quiero decir —aclara papá—. Esos con alas oscuras.

—¿Así que no podemos hacer daño a los demás? —le pregunto—. Quiero decir, si entrenamos con espadas de gloria, ¿van a traspasar de esa manera?

—Mientras que estés alineado con la luz, la gloria no te hará daño —responde—. Es parte de ti, después de todo.

Christian está mordiéndose el labio inferior, nervioso. —Mis alas no son blancas —confiesa, mirando a los ojos de papá—. Ellas tienen manchas negras. ¿Qué significa eso?

—Esto ocurre cuando un niño nace de una madre de alas blancas y uno de los Apesadumbrados —dice papá pensativo—. Es una marca que

los Alas Negras dejan para identificar a sus hijos Triplare.

—Pero nuestras alas son un reflejo de nuestra alma, ¿no? —le pregunto, confundida—. ¿Estás diciendo que el padre de Christian marcó

su alma?

Papá no responde, pero su mirada sombría lo dice todo.

Christian parece que va a enfermar del estómago.

Hora de aliviar el estrés, pienso.

Muevo mi brazo lentamente hacia adelante y hacia atrás, veo la

forma en que la luz permanece en el aire, detrás de mis movimientos. Es

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casi oscuro, el cielo de un azul marino profundo, y la espada haciendo

contraste me recuerda a las luces de bengala en el Cuatro de Julio. En un impulso escribo mi nombre con ella. C. L. A. R. A.

—Vamos —le digo a Christian—. Inténtalo.

Se recupera y se concentra en una cuchilla brillante que aparece en su mano, y luego comienza a escribir sus propias letras en el aire.

Empezamos a tontear, dar vueltas, crear patrones, luego golpear al otro en los brazos y las piernas expuestas. Así como dijo papá, las hojas nos

atraviesan. La calidez y el poder de la gloria me marean un poco, y me sigo riendo por cómo maniobra la espada. Por un momento me olvido de las visiones. No hay nada que me pueda tocar, con esto. No hay nada que

temer.

—Me alegro de que lo comprendas ahora —dice papá, y hay alivio en su voz—. Debido a que esta es nuestra última sesión.

Christian y yo dejamos caer los brazos y lo miramos, sorprendidos. —¿La última sesión? —repito.

—Para su formación —dice.

—Oh. —Levanto la espada de nuevo. Mi corazón está de repente pesado, y la espada se atenúa en mi mano, parpadeando—. ¿No vamos…

no te veré de nuevo?

—No por mucho tiempo —dice.

La espada se apaga. Me dirijo a él, herida, temerosa de que no se me ha enseñado lo suficiente. He aprendido mucho en este poco tiempo: cómo volar mejor, cómo luchar, cómo cruzar y transportar a los demás, que ya

ha sido muy útil cuando necesito ir con Christian a la playa por nuestra cuenta, cómo llamar casi instantáneamente a la gloria y darle forma, y utilizarla de manera más eficiente para la curación. También nos enseñó a

hablar el uno al otro mentalmente, por lo que podemos hablar en silencio sin ser escuchados por nadie, ni siquiera los ángeles, aunque estoy segura

que de vez en cuando se arrepiente de haberlo hecho, cuando es claro que Christian y yo estamos hablando de él a sus espaldas. Ha sido el trabajo más duro que cualquiera de mis cursos en Stanford, pero me ha

encantado la formación, a decir verdad, tan asustada como me hace sentir. Esto me ha acercado a papá, me hizo más parte de su vida. Me ha hecho

sentir más cerca de Christian. Pero no me siento preparada para cualquier tipo de batalla contra los Alas Negras, contra los Triplare. Ni siquiera nos enseñó a usar las espadas de gloria reales hasta hoy. —¿Hasta cuándo?

Pone la mano en mi hombro. —Me temo que hay algunas pruebas por venir, y no puedo ayudarte. No puedo interferir, tanto como me gustaría.

Eso no suena bien. —¿Hay alguna pista que te gustaría darme?

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—Sigue tu visión —dice—. Sigue a tu corazón. Y voy a estar de

nuevo con ustedes pronto.

—Pero pensé que habías dicho que no por mucho tiempo.

Sonríe casi avergonzado. —Es una cuestión de perspectiva.

Se vuelve a Christian. —En cuanto a ti, joven, ha sido un placer conocerte. Tienes un buen espíritu. Cuida de mi hija.

Christian traga saliva. —Sí, señor —dice.

Papá se vuelve hacia mí. —Ahora, vuelve a intentarlo con la espada, por tu cuenta esta vez.

Cierro los ojos y trato de nuevo, repasando por los pasos con cuidado, y funciona. La espada llena mi mano. Papá saca la suya, y todos

pasamos un poco más de tiempo allí, sólo un poco más de tiempo juntos en la playa, Christian, papá y yo, escribiendo nuestros nombres brillantes en el aire.

—Me enteré de Angela —dice Wendy mientras salimos del Teatro de Teton en Jackson un par de días más tarde. La llamé, como prometí, le

pregunté para pasar el rato, y la recogí como en los viejos tiempos, ella y yo bromeando, disfrutando del momento, y he hecho un trabajo admirable, debo decir, de no mostrar que pienso en Tucker cada vez que veo alguna

de sus expresiones cruzar su rostro.

A veces realmente apesta que sean gemelos.

—¿Qué has oído? —le pregunto.

—Que tiene un bebé.

—Sí, lo tuvo, un niño —le digo un poco cautelosa. Estoy en modo

protector cuando se trata del tema de Angela y su bebé. Tal vez porque siento que no tienen a nadie más para protegerlos, y hay tanto en este mundo de lo que probablemente necesiten protección, empezando con los

rumores desagradables que seguramente se dicen en Jackson. Las palabras aquí viajan rápido.

—Eso es duro —dice Wendy.

Asiento. La última vez que llamé a Angela, podía oír a Web llorando todo el tiempo en el fondo, y ella dijo: —¿Qué quieres, Clara? —Todo

monótono, y le dije—: Te llamo para ver cómo estas. —Y ella dijo—: Soy una madre adolescente despistada cuyo bebé no para malditamente de llorar. Estoy cubierta de leche, vómito y mierda, y no he tenido más de dos

horas de sueño en una semana. ¿Cómo crees que estoy? —Y entonces me colgó.

Era evidente que no ha llegado a ver lo bendecida que es.

—Lo va a lograr —le digo a Wendy—. Es inteligente. Va a entenderlo.

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—Nunca pensé que sería la clase de... —Wendy se desvanece—.

Bueno, ya sabes. No es exactamente del tipo materno.

—Tiene a su madre para ayudarla —le digo.

Nos dirigimos hacia la plaza, donde la cornamenta de arcos nos recibe en las cuatro esquinas. Pienso en cuánto tiempo pasó desde que llegué aquí y me quedé debajo de uno de los arcos, cuando mi cabello

comenzó a brillar y mi mamá decidió que necesitábamos teñirlo. —Sólo hasta que aprendas a controlarlo —había dicho, y me reí y dije algo como—: ¿Voy a aprender a controlar mi cabello? Me había sentido loca,

diciendo eso. Ahora puedo controlarlo. Si mi cabello comenzara a brillar en este momento, estoy bastante segura de que sería capaz de apagarlo muy

rápido, antes de que nadie se diera cuenta.

He crecido, creo.

Entramos en el parque y me asiento en un banco. En uno de los

árboles sobre nuestras cabezas hay un pequeño pájaro oscuro mirando hacia nosotras, pero me niego a mirar lo suficiente cerca como para ver si

es un pájaro o un ángel especialmente molesto. No he estado viendo tanto a Sam en estos día, sólo dos veces en febrero, y tampoco en el tiempo en que me habló, aunque no estoy segura de por qué. Me pregunto si lo

ofendí, la última vez. Tomo un sorbo del refresco que conseguí para la película. Suspiro.

—Es bueno estar de vuelta —le digo.

—Lo sé —dice Wendy—. No has hablado mucho acerca de lo que está pasando contigo. ¿Cómo es Stanford?

—Bueno. Stanford es bueno.

—Bueno —dice ella.

—Stanford es grande, en realidad.

Asiente. —¿Vas a salir con Christian Prescott?

Estuve a punto de escupir mi refresco. —¡Wendy!

—¿Qué? ¿No se me permite preguntarte sobre tu vida amorosa?

—¿Qué pasa con tu vida amorosa? —respondo—. No has dicho nada sobre eso.

Sonríe. —Estoy saliendo con un chico llamado Daniel, gracias por preguntar. Está estudiando comunicaciones empresariales, y estábamos

en la misma clase de inglés el otoño pasado, le ayudé con algunos de sus trabajos. Es lindo. Me gusta.

—Apuesto a que no es todo en lo que lo ayudaste —bromeo.

Ella no mordió el anzuelo. —Entonces, ¿qué está pasando entre tú y Christian?

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Prefiero tirar mis dientes a tener esta conversación, me mira

expectante con su versión de Tucker con ojos azules brumosos.

—Somos amigos —tartamudeo—. Quiero decir, hemos estado en una

cita. Pero...

Arquea una ceja. —¿Pero qué? Siempre le has gustado.

—Me gusta. Me hace reír. Siempre está ahí para mí, cada vez que lo

necesito. Me entiende. Es increíble.

—Suena como una combinación hecha en el cielo —dice—. Entonces, ¿cuál es el problema?

—Nada. Me cae bien.

—¿Y te gusta?

Mis mejillas se están poniendo calientes. —Sí.

—Bueno. —Suspira—. Es como mi papá siempre dice. Puedes llevar un caballo al agua, pero no puedes obligarlo a beber.

No sé lo que quiere decir, pero tengo la sensación de que es algo relacionado con Tucker. Me río cuando lo entiendo, y miro a la calle, donde

hay una ráfaga repentina de ruido y movimiento. Algún tipo de espectáculo. Bloquearon parte de la carretera, y un número de chicos disfrazados están de pie en el medio de ella, gritando algo acerca de cómo

la banda Jackson ha robado un banco en Eagle City.

—¿Qué es esto? —pregunto a Wendy.

—¿Nunca has visto esto antes? —pregunta con incredulidad—.

Melodrama Vaquero. Una de las mejores cosas de esta ciudad. ¿Dónde más en la tierra se puede ir y ser testigo de un buen tiroteo salvaje pasado

de moda del Occidente? Vamos, vamos a echar un vistazo.

La sigo a través de la calle hacia la acción. Los actores de vaquero atraen rápidamente a una multitud de turistas en el paseo marítimo. No

puedo oír lo que dicen, pero me doy cuenta de que todos los actores tienen rifles o pistolas.

Wendy se vuelve hacia mí. —Divertido, ¿verdad?

—Considérame entretenida —digo, riendo, presionada por la gente a mi alrededor, cuando de repente veo a Tucker más arriba en el paseo

marítimo, que sale de lo que parece ser el museo Ripley Believe It or Not!6, otro lugar donde nunca he estado a pesar de que he considerado Jackson

mi casa desde hace más de dos años. Sonríe mostrando sus hoyuelos, con los dientes en un destello de blanco contra su cara bronceada. Puedo oír el

6Ripley, ¡aunque usted no lo crea! es una franquicia estadounidense que trata de

acontecimientos extraños o curiosos sucedidos en el mundo.

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leve sonido de su risa, y no puedo evitarlo, me hace sonreír oír eso. Me

encanta su sonrisa.

Pero no está solo. Otro segundo y Allison Lowell, la chica del rodeo,

la chica que era una de sus citas en el baile el año que fui con Christian, la joven que ha tenido un flechazo gigante con él casi toda su vida, sigue a Tucker fuera del edificio, y se ríe también, el cabello largo de color rojo en

una cola hecha trenza cayendo sobre su hombro, mirando hacia él exactamente de la manera que yo solía mirarlo. Ella pone la mano en su brazo, dice otra cosa para hacerlo sonreír. Él dobla el brazo alrededor de

su mano, como si la estuviera acompañando a algún sitio, siempre el perfecto caballero.

Disparos suenan en el aire. El público se ríe cuando uno de los villanos se tambalea melodramáticamente, entonces muere y yace con espasmos.

Sé cómo se siente.

Tengo que irme. Están llegando a esta parte, y en cualquier

momento va a verme, y no hay ni una palabra de lo incómodo que va a ser. Tengo que irme. Ahora. Pero mis pies no se mueven. Estoy como si me hubieran congelado, observándolos mientras caminan juntos, la

conversación fácil, familiar, Allison mirándolo por debajo de sus pestañas, usando una camiseta de estilo occidental en los hombros, vaqueros ajustados, botas. Una niña de Wyoming. Su tipo de chica de Wyoming,

específicamente.

No puedo dejar de pensar en lo mucho mejor que será para él, no

como yo.

Pero también tengo una especie de deseo de arrancarle el cabello.

Están cerca. Puedo oler su perfume, ligero, afrutado y femenino.

—Oh, oh —oigo decir a Wendy detrás de mí, al verlos por fin—. Debemos… —Irnos de aquí, está a punto de decir, pero luego Tucker

levanta la mirada.

La sonrisa desaparece de su rostro. Deja de caminar.

Por diez largos segundos nos encontramos allí, en medio de la

multitud de turistas, mirándonos el uno al otro.

No puedo respirar. Oh, hombre. Por favor, no dejes que me ponga a

llorar, pienso.

Entonces Wendy tira de mi brazo, y mis pies por arte de magia funcionan de nuevo, y doy la vuelta y corro —oh, sí, soy así de digna— y

estoy a tres cuadras de distancia, en la esquina, antes de reducir la velocidad. Espero a que Wendy me alcance.

—Bueno —dice sin aliento—. Eso fue emocionante.

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No está hablando sobre el tiroteo.

Tomamos el camino largo para volver a mi coche. Cuando estamos las dos con el cinturón puesto, listas para irnos, de repente se estira y

toma las llaves del encendido.

—Así que todavía estás enamorada de mi hermano —dice, y cuando trato de tomar las llaves, añade—: Oh no, vamos a hablar de esto.

Silencio. De nuevo lucho contra el impulso humillante de llorar.

—Está bien —dice—. Vamos a sacar todo a la luz. Todavía lo amas.

Me muerdo el labio, luego lo suelto. —No importa. He seguido

adelante, y él también. Es evidente que está con Allison ahora.

Wendy resopla. —Tucker no está enamorado de Allison Lowell. No

exageres.

—Pero…

—Eres tú, Clara. Tú eres la única, desde el primer día que te vio. Te

mira exactamente de la misma forma en que papá mira a mamá.

—Pero no soy buena para él —le digo rotundamente—. Tengo que

dejarlo ir.

—¿Y cómo está ese funcionamiento para ti?

—No estamos destinados a ser —murmuro.

Esto consigue otro resoplido. —Eso —dice—, es una cuestión de opinión.

—Oh, así que es tu opinión que Tucker y yo, que nosotros…

—No lo sé. —Se encoge de hombros—. Pero sé que te ama. Y tú lo amas.

—Estoy en Stanford. Él está aquí. Tú misma has dicho que las relaciones a distancia no funcionan. Tú y Jason…

—Yo no amo a Jason —dice—. Además, no sabía de lo que estaba

hablando. —Suspira profundamente—. Bueno, por lo que probablemente no debería estar diciendo esto. Sé que no debería estar diciéndolo, en

realidad. Me mataría. Pero Tucker aplico a la universidad este año. E irá, en otoño.

—¿Qué? ¿Dónde?

—Universidad de Santa Clara. Ya ves, ¿verdad? ¿Por qué esto es importante?

Asiento, aturdida. La Universidad de Santa Clara que apenas pasa

por ser parte de California.

Mi corazón está en mi garganta. Trato de tragarlo. —Apestas.

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Wendy pone su mano sobre la mía. —Lo sé. Es mi culpa, en parte.

Yo como que les tiré ese verano con las botas.

—Realmente lo hiciste.

—Eres mi amiga, y quiero que seas feliz, y él es mi hermano, y quiero que también sea feliz. Y creo que podrían hacerse feliz el uno al otro, si le das una oportunidad real.

Si fuera así de simple.

—Creo que deberías hablar con él de nuevo, eso es todo —dice.

—Ah, ¿sí? ¿Y qué debo decir?

—La verdad —dice con solemnidad—. Dile cómo te sientes.

Fantástico, creo. Estoy llorando por Tucker. Liberando la feminidad,

lo sé. Va en contra de todo lo que creo, todo lo que mi madre me enseñó, que soy fuerte, que soy capaz, que no necesito un hombre que me haga feliz, pero aquí estoy, toda acurrucada en posición fetal en el sofá, con un

cuenco de palomitas de caramelo sin tocar en el suelo, a mis pies, sollozando en los cojines, porque lo único que quería era ver era una

película estúpida para dejar de pensar en las cosas y todo Netflix se ha alineado para mí sólo con comedias románticas.

Estoy repitiendo ese momento en el paseo marítimo una y otra vez,

Allison Lowell mirando a Tucker, con los ojos marrones de ciervo y fascinada y, mierda, lo tocó de la manera que lo he tocado. Cómo sonrió.

Y él le devolvió la sonrisa.

Pero aparentemente irá a la universidad a unos treinta kilómetros de mí. La posibilidad de eso, de tener a Tucker cerca, se expande con dolor, la

esperanza, el lío confuso en mi cerebro empapado.

Podría querer que nosotros estuviéramos juntos.

Puede ser que yo quiera que nosotros estemos juntos.

Pero nada ha cambiado, ¿verdad? Sigo siendo yo, siendo una persona T, aún Señorita Pequeña Luciérnaga, que sigue teniendo visiones

horripitásticas de que quizá no sobreviva, y si lo hago, y todavía le importo a otra persona. Él sigue siendo él, divertido, cálido, hermoso, amable, perfectamente normal y tan extraordinario, pero cuando lo beso con

demasiado entusiasmo, me hacen sentir enferma. Porque es humano. Y yo no, en su mayoría. Cuando tenga ochenta, voy a verme como si tuviera

treinta. No está bien.

Excepto que mi padre me dijo que siguiera mi corazón.

¿Es esto lo que quiere decir?

Me sueno la nariz. Deseo que Angela estuviera aquí para decirme que tomara un calmante ya, para patearme el trasero para estar bien otra

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vez, pero esa parte de nuestra amistad parece haberse perdido. Mo va a

estar de humor para discutir asuntos de chicos. Probablemente mataría por mis pequeños problemas fáciles ahora. Así que todavía tienes una cosa por el vaquero, me la imagino diciendo. Gran cosa.

Inicio una nueva ronda de lágrimas por mí, porque no sólo es mi

corazón confundido y roto de nuevo, estoy total e indiscutiblemente sola.

Suena mi celular. Sorbo mi nariz y respondo.

—Hola, tú —dice Christian en voz baja.

—Hola.

Nota que algo no está del todo bien con mi voz. —¿Te he despertado?

Me incorporo, limpiándose los ojos. —No. Estaba a punto de ver una

película.

—¿Quieres un poco de compañía? —pregunta—. Podría pasar por

allí.

—Claro —le digo—. Ven. Podríamos ver zombis.

Zombis sería excelente. Me desplazo por el menú en busca de algo

sobre zombis, y me siento moderadamente menos devastada y desgastada.

Hay un golpe en la puerta, y pienso, bueno, eso fue rápido, pero

luego me congelo.

Cinco golpes sincopados.

Golpes de Tucker.

Mierda.

Llama de nuevo. Estoy en el pasillo y contemplo en silencio cómo

puedo colarme por la puerta trasera y volar lejos. Pero no sé si puedo volar cuando me siento así, y Christian llegará en cualquier momento.

—Sé que estás ahí, Zanahoria —llama a través de la puerta.

Doble mierda.

Voy a la puerta y abro. Odio que parezca como si hubiera estado llorando, mis párpados hinchados, la piel toda manchada. Me obligo a

mirarlo a los ojos.

—¿Qué quieres, Tucker?

—Quiero hablar contigo.

Hago el informal encogimiento de hombros me-importa-poco, que no logro hacer de forma convincente. Sin embargo, tengo que conseguir

puntos por intentarlo. —No hay nada de qué hablar. Siento haber interrumpido tu cita. Este no es un buen momento, en realidad. Estoy esperando…

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Él pone su mano en la puerta cuando intento cerrarla.

—Vi tu cara —dice.

Se refiere a lo de antes. Lo miro. —Me sorprendió, eso es todo.

Niega con la cabeza. —No. Todavía me amas.

El confiado Tucker acaba de llegar y sale directo a decirlo.

—No —le digo.

La esquina de su boca sube. —Eres una mala mentirosa.

Doy unos pasos hacia atrás, levantando la barbilla. —Realmente debes irte.

—No va a suceder.

—¿Por qué tienes que ser tan testarudo? —exclamo, lanzando mis

manos en el aire—. Está bien. —Me alejo de la puerta y lo dejo seguirme al interior.

Se ríe. —Lo mismo digo.

—¡Tucker! ¡Te lo juro!

Se quita el sombrero y lo coloca en el gancho de la puerta. —La cosa

es que he tratado de dejar de pensar en ti. Créeme, lo he intentado, pero cada vez que pienso que tengo manejado a mi corazón, apareces de nuevo.

—Voy a trabajar en eso. Voy a tratar de permanecer fuera de tu

camino —prometo.

—No —dice— No quiero que te alejes de mí.

—Esto es una locura —le digo—. No puedo. Estoy tratando de

hacer…

—Lo que es correcto —completa—. Siempre estás tratando de hacer

lo correcto. Me encanta eso de ti. —Está más cerca, demasiado cerca ahora, mira hacia mí con ese calor familiar en sus ojos.

Entonces dice: —Te amo. Eso no va a desaparecer.

Mi corazón vuela como un pájaro, pero trato de darle una paliza de nuevo hacia abajo. —No puedo estar contigo —consigo decir.

—¿Por qué, a causa de tu designio? ¿Puesto que Dios te ha dicho eso? Quiero verlo escrito en alguna parte, quiero ver decretado, que tú, Clara Gardner, no me puedes amar porque eres parte ángel. Dime dónde

dice eso. —Para mi sorpresa saca lo que parece ser una Biblia de la cintura de sus pantalones vaqueros—. Porque quiero leer eso.

La abre, busca hasta encontrar un pasaje a la derecha.

—El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor. Mira, allí mismo, en blanco y negro.

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—Gracias por la lección de escuela dominical —le digo—. ¿No te

parece un poco tonto que tú estés citando a la Biblia para alguien como yo, que recibe instrucciones divinas directamente de la fuente? Tucker,

vamos, sabes que es más complicado que eso.

—No, no lo es —dice—. No tiene que serlo. Lo que tenemos, es divino. Es hermoso, bueno y correcto. Lo siento... —Presiona su mano en

el pecho, sobre su corazón—. Lo siento todo el tiempo. Estás aquí, en una parte de mí. Tú eres lo que pienso cuando voy a la cama y lo que pienso cuando me despierto en la mañana.

Las lágrimas comienzan a deslizarse por mi cara. Él hace un ruido en la parte posterior de la garganta y cruza la habitación hacia mí, pero me

tropiezo hacia atrás.

—Tuck. No puedo —jadeo.

—Me gusta cuando me llamas Tuck —dice, sonriendo.

—No quiero que resultes lastimado.

Comprensión súbita aparece en sus ojos. —Eso es lo que significa

para ti esta ruptura, ¿no? Pensaste que iba a salir lastimado. Me alejaste para protegerme. Todavía me estás alejando. —Sacude la cabeza—. Perderte, ese es el peor tipo de dolor que existe.

Extiende la mano y toca un mechón de mi cabello, lo mete detrás de mi oreja, y luego retrocede un poco, intenta un enfoque diferente. —Oye. ¿Qué tal esto? Estás en casa durante un par de días, ¿no? Estoy en casa,

como de costumbre. —Veo que la situación de la universidad se levanta en su mente, pero por alguna razón no me habla de eso—. Vamos a pescar.

Vamos a escalar una montaña. Vamos a intentarlo de nuevo.

Nunca he deseado tanto algo.

Veo la incertidumbre en mi cara. —Debería haber luchado por ti,

Clara, incluso si hubiera tenido que luchar contigo por luchar por ti. Nunca debí haberte dejado ir.

Cierro los ojos. Sé que en cualquier momento va a besarme, y mi resistencia va a desaparecer por completo.

—No fue tu culpa —le susurro. Y entonces, bajo autoprotección, más

que nada, traigo la gloria. No le advierto, ni nada. La traigo. La sala se llena de luz.

—Esto es lo que soy —le digo, mi cabello en llamas alrededor de mi

cabeza.

Entrecierra los ojos hacia mí. Su mandíbula se adentra un poco en

la terquedad pura. Se mantiene firme.

—Lo sé —dice.

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Doy un paso hacia él, cierro el espacio entre nosotros, pongo mi

mano que brilla intensamente contra su mejilla pálida. Él empieza a temblar. —Esto es lo que soy —le digo otra vez, con mis alas ahora.

Sus rodillas se tambalean, pero lo combate. Pone su mano en mi cintura, me toma, me tira más cerca, lo que me sorprende.

—Puedo aceptar eso —susurra, y mantiene el aliento, y se inclina

para besarme.

Sus labios acarician los míos por un instante, y una emoción como lágrimas de victoria pasan por medio de él, pero luego se aleja y mira hacia

la puerta principal. Refunfuñando.

Christian está de pie en la puerta.

—Guau —dice Tucker, tratando de sonreír—. Tú sí que sabes cómo dar calambres con estilo a un hombre.

Sus piernas se doblan. Cae de rodillas.

Mi luz parpadea y se apaga.

Christian está agarrando una copia en DVD de Zombieland en una

mano y la otra mano se cierra en un puño. Su expresión está completamente cerrada.

—Creo que voy a volver más tarde —dice—. O no.

Tucker sigue recuperando el aliento en el suelo.

Sigo a Christian a la puerta. —Él sólo vino. No me refiero a que…

—¿Ves eso? —termina por mí—. Genial. Gracias por tratar de herir mis sentimientos.

—Yo estaba tratando de demostrarle algo a él.

—Correcto —dice—. Bueno, déjame saber cómo resulta.

Se vuelve hacia la puerta, luego se detiene, sus músculos se tensan de nuevo. Está a punto de decir algo muy duro, creo, algo de lo que no

será capaz de retractarse.

—No lo hagas —le digo.

Mareo se estrella sobre mí. He oído un ruido, un extraño silbido, como el viento en mis oídos, acompañados por el olor característico del humo. Christian voltea, con la cara toda arrugada como si estuviera

confundido por lo que ve en mi cabeza. Se ve de repente preocupado.

Es entonces cuando me desmayo.

La sala negra se está llenando de humo.

Me sacudo al futuro en el momento exacto en que la oscuridad estalla en la luz, y en ese momento, entiendo: Esta luz no es gloria. Es

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fuego. Una bola de fuego por encima de mi hombro y golpea la pared en

alguna parte a un lado, detrás de mí. Entonces Christian grita: —¡Abajo! —Y me caigo justo a tiempo para que salte literalmente sobre mi cuerpo, su

espada de gloria fuera, brillante y mortal, me ciega. Todo es un revoltijo de destello negro y blanco: Christian y las figuras que lo circundan, el rápido movimiento de su espada contra la oscuridad. Me apresuro hacia atrás

hasta que mi espalda choca contra algo sólido, miro por encima del hombro para ver lo que está pasando con el fuego.

Las llamas lamen el lado de la habitación, encendiendo las cortinas

de terciopelo, como un pañuelo de papel. Este lugar va a ser un infierno en unos cinco minutos. Mi corazón martillea, pero trago, me empujo sobre

mis rodillas y luego de pie. Tengo que ayudar a Christian. Tengo que luchar.

No, dice en mi mente. Ve a encontrarlo. Ve.

El sonido agudo viene de nuevo, delgado y aflautado, asusta. El humo choca contra mí, el aire de cerca, caliente y pesado en mis

pulmones, pero inexplicablemente me aparto de Christian y lo que creo que debe ser la salida y tropiezo hacia el fuego, tosiendo, con ojos llorosos.

Golpeó el borde de algo muy duro y con mucha madera en el pecho,

lo suficiente para quitarme el aire, si lo tuviera, para empezar. Me imagino lo que la barrera debe ser, al mismo tiempo que mis ojos finalmente se

deciden ajustar.

Es un escenario.

Miro a mi alrededor frenéticamente para confirmar lo que ya sé, pero

es una locura evidente que no puedo creer que nunca me di cuenta de esto antes. Todo encaja perfectamente en su lugar: el suelo inclinado de la sala, los fantasmas de manteles blancos a lo largo de la parte frontal, las filas de

asientos con soporte metálico. Las cortinas de terciopelo y el olor a aserrín y pintura.

Estamos en el Liguero Rosa.

Y en ese instante, me imagino lo que el ruido es.

Es un bebé que llora.

—¡Clara!

Abro los ojos. De alguna manera terminé en el piso de mi sala, y no

sé muy bien cómo. Dos pares de ojos están mirándome, unos azules y otros verdes, tan preocupados insanamente.

—¿Qué pasó? —se pregunta Tucker.

—Fue el cuarto negro —dice Christian, no pregunta.

—Fue en el Liguero. —Me esfuerzo por incorporarme—. Necesito mi teléfono. ¿Dónde está mi teléfono?

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Tucker lo encuentra en la mesa de café y me lo trae, mientras que

Christian me ayuda a llegar hasta el sofá. Todavía me siento sin aliento.

—Va a haber un incendio —le digo a Christian.

Tucker hace un ruido de incredulidad. —Oh, genial.

Marco el número de Angela. Suena y suena, y cada segundo que pasa la sensación de temor en mi estómago crece más fuerte. Pero

entonces, finalmente, hay un clic y hay un hola débil en el otro extremo.

—¡Angela! —digo.

—¿Clara? —suena como si hubiera estado durmiendo.

—Acabo de tener mi visión de nuevo, y el cuarto negro es el Liguero, Angela, y el ruido que escuché… ¿Recuerdas que te lo dije? El ruido, que

es lo que nos dice, es un bebé. Tiene que ser Webster. Tienes que salir. Ahora.

—¿Ahora? —dice, todavía medio dormida—. Son las nueve de la

noche. Acabo de dormir a Web.

—Ange, van a venir. —No puedo evitar el chirrido frenético en mi

voz.

—Está bien, tranquila, C —dice Angela—. ¿Quién va a venir?

—No lo sé. Alas negras.

—¿Saben sobre Web? —pregunta, empezando a comprender algo de lo que estoy diciendo—. ¿Vienen por él? ¿Cómo lo saben?

—No lo sé —le digo de nuevo.

—Bueno, ¿qué sabes?

—Sé que algo terrible va a suceder allí. Tienes que irte.

—¿Y a dónde? —pregunta, aún no capta completamente—. No. No puedo ir a ninguna parte esta noche.

—Pero, Ange…

—¿Cuánto tiempo has estado teniendo la visión? ¿Casi un año? No hay necesidad de salir corriendo asustada y desorientada. Vamos a pensar

en ello.

—La visión era diferente esta noche. Era urgente.

Su voz se endurece. —Bueno, a veces las visiones son de esa

manera, ¿no es así? Y tú crees que sabes lo que quieren decir, pero no es así. —Suspira como si se diera cuenta de que está sacando sus problemas

conmigo, y que lo siente—. No puedo salir corriendo en medio de la noche por un capricho, C. Tengo que pensar en Web ahora. Necesitamos un plan. Ven al Liguero en la mañana, y vamos a hablar de tu visión, ¿de acuerdo?

Entonces decidiré a dónde ir desde allí.

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Hay un agudo gemido en el fondo. El sonido hace que los pelos de mi

nuca estén en punta.

—Oh, genial. Lo despertaste —dice, molesta—. Me tengo que ir. Te

veré en la mañana.

Cuelga.

Me quedo mirando el teléfono durante un minuto.

—¿Qué fue todo eso? —pregunta Tucker detrás de mí—. ¿Qué está pasando?

Me encuentro con los ojos de Christian, y él sabe lo que estoy

pensando. —Podemos tomar mi camioneta —dice.

Empezamos a movernos hacia la puerta. —Vamos a ir allí, puedo

tocarla y tratar de mostrarle lo que veo. Tal vez sea capaz de recibir esto. La haremos entender. Después, vamos a empacar y la llevaremos a ella y al bebé a un hotel. —Me cuelgo el abrigo por encima de mi hombro.

—Espera, ¿qué? —Tucker nos sigue en el porche—. Espera, Zanahoria. Explícame esto. ¿Qué está pasando?

—No tenemos tiempo. —Miro a Tucker sobre mi hombro mientras estoy corriendo lejos, le digo—: Tengo que ir; lo siento. —Y luego subo a la camioneta de Christian para irnos, la grava que se levanta en el camino de

acceso a Jackson, me da la sensación de hundimiento, de los juicios que mi padre hablaba, estos, están realmente a punto de comenzar.

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14 Abandona toda esperanza

Traducido por Aileen & hermanaoscura

Corregido por Lalu♥

Justo antes de llegar a la ciudad, recibo un mensaje de Angela—:

TRP DR —dice, y no tengo idea de lo que eso significa, pero mi mal presentimiento empeora. Luego, cuando llegamos al Liguero Rosa, nos encontramos con la puerta entreabierta. Cristian y yo nos pasamos con lo

que vemos. Sabemos que Anna Zerbino mantiene este lugar encerrado en sus apretadas y adicionales horas de descanso desde que un incidente del

año pasado, cuando un grupo de turistas borrachos entró y robó un montón de trajes de los vestuarios y se fueron correteando con las enaguas por toda la ciudad. Christian abre con los dedos la puerta lo suficiente

para que podamos pasar, y nos metamos en el vestíbulo. La habitación está vacía. Toma un momento para inspeccionar la puerta, pero no hay nada que indique violencia. La cerradura está intacta.

Cruzo el vestíbulo hasta la cortina de terciopelo rojo que separa la parte delantera de la casa desde el auditorio y entro. Las luces están

apagadas.

El teatro es un pozo de negrura que parece salido directamente de mis peores temores, no puedo mirarlo por más de unos pocos segundos

antes de tener que darle la espalda.

Arriba se escucha una voz apagada, y un ruido que es como si estuvieran arrastrando una silla por el suelo.

Miro con incertidumbre a Christian diciéndole: —¿Qué debemos hacer? —Él hace un gesto con la cabeza hacia la parte de atrás, donde hay

una escalera que sube a la segunda planta. Tomamos las escaleras lentamente, con cuidado de no hacer ningún ruido. En la parte superior

nos detenemos y escuchamos. La puerta está cerrada, una cinta de luz brilla intensamente debajo.

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Estoy tentada por el ridículo impulso de tocar la puerta, pensando

que si actúo como alguien normal, las cosas van a ser normal. Me imagino que tal vez cuando entre Anna responderá toda seria y nos preguntara qué

estamos haciendo aquí a esta hora, pero luego nos llevara a su habitación, y esperaré a que se tumbe en la cama, leyendo, y nos diga: ¿de verdad, chicos? ¿Son realmente tan paranoicos que no podían esperar hasta mañana?

Ojala pudiera tocar la puerta, y luego ver que no hay nada malo

detrás.

Christian mueve la cabeza ligeramente. ¿Qué sientes?, me pregunta.

Abro mi mente. Bajo mi defensa por un minuto. Ni siquiera era

consciente de que estaba tan exageradamente triste, es un dolor penetrante, tan feroz que me hace jadear en busca de aire. Me apoyo en la

pared y trato de profundizar en el sufrimiento, para identificar su fuente, pero todo lo que obtengo es una imagen del cuerpo flotando boca abajo de una mujer en el agua, su cabello oscuro extendiéndose alrededor de su

cabeza.

El ángel —oh sí, definitivamente es un ángel— no es Samjeeza, eso

lo sé. Su dolor es diferente al de Sam, es enojado, furioso atrapado en una agonía por siglos atrás y todavía al rojo vivo, pero también es más controlado que el de Sam, menos autocompasivo, como si intentará

canalizar sus emociones en otra cosa: en un propósito. El deseo de destruir.

Hay un Alas Negras, le digo a Christian en silencio, cuidando de que

las palabras fluyan sólo entre nosotros, de la forma en que papá nos enseñó a hacer. Grado-A de tristeza. Eso es todo lo que puedo conseguir, me abruma todo lo demás ¿Qué hay de ti? ¿Puedes decir lo que alguien está pensando ahí?

Hay por lo menos siete personas en esa habitación, dice, cerrando los ojos. Es difícil examinar cuidadosamente.

—Te dije que no eres bienvenido aquí —dice una voz de pronto,

suena baja y asustada—. Quiero que te vayas.

—Vamos, Anna —responde otra voz, un hombre mayor, con el

mismo ligero acento de su discurso que tiene papá—. ¿Es esa la manera de tratar a un viejo amigo?

—Nunca fuiste mi amigo —dice Anna—. Tú fuiste un error. Un

pecado.

—Oh, un pecado —dice—. Me siento halagado.

—Te reprendo —dice Anna— En el nombre de Jesucristo. Vete.

Esto le molesta. —Oh, no seas tan dramática. Esto no es acerca de ti.

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—Entonces, ¿Sobre qué? —Angela está calmada, es algo loco

considerando que hay un Alas Negras en su sala de estar—. ¿Qué quieres?

—Hemos venido a ver al bebé —dice él.

Christian y yo intercambiamos miradas preocupadas. ¿Dónde está Webster?

—¿Mi bebé? —Angela repite, casi estúpidamente—. ¿Por qué?

—A Penamue le gustaría ver lo, al igual que yo soy el abuelo, después de todo.

Mierda, pienso. Si Phen está aquí. Y… ¿significa eso que el otro ángel es el padre de Angela?

—No eres nada para él, Asael —escupe Anna—. Nada.

El nombre Asael inunda mi cerebro con cada pieza de información que he reunido acerca de este tipo durante el año pasado: el colector, el gran mal que no se detendrá ante nada para reclutar o destruir toda la

Triplare de este mundo, el hermano que usurpó a Samjeeza como el líder de los Vigilantes. Muy peligroso, casi puedo oír a mi padre diciendo. Sin piedad. Sin dudarlo. Él toma lo que quiere, y si te ve, si sabe lo que eres, te llevará. Quiero correr, ese es mi instinto, correr, correr por las escaleras y

salir por la puerta, y no mirar hacia atrás, pero en cambio aprieto los dientes y me quedo donde estoy.

—No está aquí —dice Angela, también sólo está irritada por esta

intrusión y no aterrorizada por su terrible mente—. Podrías haber llamado simplemente, Phen, y yo les lo hubiera dicho eso. No tenías que haber

venido hasta aquí.

Asael ríe. El sonido hace mi piel de gallina. —Podríamos haber llamado —repite, divertido—. ¿Dónde está el bebé, entonces, si no está

aquí?

—Lo regalé.

—¿Lo regalaste? ¿A quién?

—A una buena pareja. Vi su perfil en la agencia de adopción. Querían desesperadamente un niño. El padre es un músico, la madre es

una chef de repostería. Me gustó la idea de que siempre tendría la música y la buena comida.

—Hmm —dice Asael pensativo—. Creo que Penamue creía que iba a

quedarse con el niño. ¿No es así?

—Sí —responde una voz la cual no habría reconocido como la de Phen si yo no supiera que era él quien hablaba. Suena como si tuviera un

resfriado—. Ella me dijo que lo esperaba.

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—Él —corrige Angela—. Y he cambiado de opinión, después de que

quedó claro que tú no me ibas a sacar de apuros. —No puede evitar la amargura en su voz—. Mira, no soy del tipo maternal. Tengo diecinueve

años. Voy a Stanford. Tengo una vida. Estar atado con un niño es lo último que quiero. Así que se lo di a unas personas que sí se ocuparían de él.

No puedo ver bien, pero me imagino Angela de pie, con la expresión cuidadosamente en blanco que hace cuando está escondiendo algo, su cadera apoyada un poco hacia un lado, con la cabeza ladeada como si no

pudiera creer que siga teniendo esta conversación tan aburrida. —Así que parece que has perdido tu tiempo —añade—. Y el mío.

Hay un momento de silencio. Entonces Asael comienza a aplaudir, lentamente, tan alto, que me estremece cada vez que sus manos golpean entre sí.

—¡Qué estupendo! —dice—. Eres toda una actriz, querida.

—Créeme o no —dice—. No me importa.

—Busca en el apartamento —dice Asael, con una calma imperturbable de su voz, como agua sin gas en el lago, que no revela la turbulencia debajo de la superficie—. Busquen en todos los rincones y

grietas. Creo que el bebé está aquí, en alguna parte.

Escucho a la gente que se aleja de nosotros al final del pasillo, y luego el ruido de muebles tirándose y cristales. Anna comienza a

murmurar para sí misma, suave y desesperada, algo que vagamente reconocí como la Oración del Señor.

Tenemos que hacer algo, le digo a Christian.

Niega con la cabeza. Estamos en inferioridad numérica. Hay dos ángeles completos, Clara, y tu padre dijo que no sería capaz de vencerlos incluso si estamos en igualdad. Además, añadir que algunos en los que estoy apostando son Triplare. No tendríamos ninguna oportunidad allí.

Me muerdo el labio. Pero tenemos que ayudar a Angela.

Niega con la cabeza. Debemos averiguar dónde está Webs. Eso es lo que Angela quiere que hagamos, dice. Puedo sentir su deseo de huir, la forma en que ha estado condicionado esta situación, y puedo sentir su

miedo, casi pánico en este momento, que nace en él. No tiene miedo de sí mismo. Tiene miedo de mí. Quiere que me meta en su camioneta y conduzca muy lejos de aquí. Sabe que si nos quedamos todo se puede

desenvolver como su visión, que termina conmigo cubierta de sangre, mirándolo con los ojos vidriosos. No puede permitir que eso suceda.

Ahora es mi turno para negarlo. No podemos dejar a Angela.

—No está aquí. Te lo dije —dice Angela.

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—Eres mía —dice Asael con voz más fuerte, empezando a perder la

paciencia. El suelo cruje bajo su peso mientras da un paso hacia ella—. Ustedes son la sangre de mi sangre, carne de mi carne, y el bebé pertenece

a mí también. El séptimo es mío. Lo tendré.

—Él —corrige Angela de nuevo suavemente.

Los otros vuelven.

—No hay ningún bebé —informa la voz de una mujer—. Pero hay una cuna en una de las habitaciones de atrás. —Entonces empiezan a

destrozar la cocina, volcar cajones, tirar cosas al suelo, por si acaso.

La oración de Anna se hace más fuerte.

—Basta —dice Asael, su voz calmada de nuevo—. Dinos dónde está.

—Se ha ido —dice Angela, su voz temblorosa—. Lo envié lejos de aquí.

—¿Dónde? —pregunta de nuevo Asael, su paciencia se agota—.

¿Dónde lo enviaste?

Ella no responde.

—Angela —dice Phen—. Por favor. Dile. Sólo dile, y nos dejará ir.

Asael hace un sonido divertido en la parte posterior de su garganta. —Oh, Penamue, realmente te preocupas por ella, ¿no? Que gracioso.

Nunca lo hubiera imaginado, cuando envié a mi hija perdida hace mucho tiempo a Italia, nunca pensé que perdería su pequeño corazón gris. Pero

supongo que lo entiendo. Lo hago. Ella es tan joven, ¿verdad? Tan nueva, como un tierno brote verde que empuja para salir de la tierra.

Tengo un flash de la mujer que está flotando de nuevo, pero la estoy

llevando esta vez, con el rostro apretado contra su blanco cuerpo, sin pulso en el cuello.

—Entonces —continúa Asael—, haz lo que tu pareja te ordena.

Dinos dónde tienes el bebé.

—No.

Suspira. —Muy bien. No me gusta tener que emplear esta táctica particular, pero... Desmond, ¿puedes sostener a su madre por un momento?

Paso a Paso. Anna deja de orar cuando siente que la alejan de un tirón de Angela. Luego se pone en marcha de nuevo: —Venga tu reino,

hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo....

—Amen. Yo espero que él esté escuchando todo esto —dice Asael

—Ahora, entonces, dime lo que quiero saber, o tu madre morirá.

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Oigo a Angela respirar bruscamente. Miro desesperadamente a

Christian, mi mente dando vueltas. ¿Qué podemos hacer?

—¿Es un dilema no? —dice Asael—. Tu madre o tu hijo. Pero

considera esto: Si nos dices dónde se encuentra el niño, te prometo que estará a salvo de cualquier daño. Lo resucitaré como mi propio hijo.

—Sí, bueno, yo soy tu hija —dice Angela—. Y eso no está

funcionando tan bien.

Se ríe, sorprendido por lo que acaba de decir. —Entonces serás mi

hija, ya que estas dos preciosas niñas han sido: sus hermanas, ya sabes. Te daré una habitación en mi casa, un lugar en mi mesa, a mi lado.

—En el infierno, ¿quieres decir? —dice ella.

—El infierno no es tan malo. Somos libres allí. Los ángeles son los reyes, y tú podrías ser una princesa. Podrías quedarte con tu hijo.

—No lo hagas —dice Anna.

—Ven conmigo, y vamos a dejar a tu madre ilesa, por el resto de su vida —promete Asael.

—No, recuerda lo que te enseñé —murmura, Anna—. No te preocupes por mí. Ellos pueden matar el cuerpo, pero nunca podrán dañar mi alma.

—¿Estás segura de eso? —pregunta Asael—. Olivia, ven aquí, querida. Tal vez deberíamos educarla. Este —se detiene brevemente— es

un tipo muy especial de cuchillo. Yo lo llamo Dubium Alta. La hoja causa lesiones graves, me temo, que para el cuerpo y el alma. Si digo la palabra, mi niña Olivia cortará su alma en cintas. Y eso lo disfrutaré mucho.

—No nos dejes caer en la tentación.

—Olivia —pide Asael.

No escucho el movimiento de Olivia, pero de repente Anna da un largo y agonizante grito.

—Mamá —susurra Angela, al mismo tiempo en el que Anna se

disuelve en sollozos irregulares.

El gusto de la sangre llena mi boca por la forma en la que muerdo fuertemente mi labio. La mano de Christian me toma el brazo, lo

suficientemente apretado para hacerme daño.

No, dice.

Voy a llamar a la gloria, le digo, y voy a ir correr con ellos, antes de que puedan…

Siento lo que puede pasar a través de los escenarios posibles, pero ninguno de ellos funciona, ninguno va a terminar de la forma en que ellos

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quieren, con todos nosotros juntos y seguros. Es inútil, dice. Son demasiado rápidos. Incluso con la suerte de nuestro lado, hay demasiados. Son demasiado fuertes.

—Y líbranos del mal —finaliza Anna.

—Es un poco como un disco rayado, ¿verdad? Olivia, mi amor...

—Anna grita de nuevo.

—Detente —dice Angela—. ¡Deja de hacerle daño! —Toma una respiración profunda—. Te llevaré con el bebé.

—Excelente —Asael casi ronronea.

—No, Angela —suplica Anna débilmente, como si hablar ya fuera demasiado para ella.

—Me tienes que prometer que va a ser atendida, que estará a salvo —dice Angela.

—Te doy mi palabra —dice, Asael—. No se verá perjudicado ni un pelo de su cabeza.

—Muy bien. Vayamos, entonces —dice ella.

Christian empieza tirar de mí por las escaleras.

Pero el suspiro de Asael nos detiene. —Me gustaría poder creerte,

querida.

—¿Qué? —Angela está confundida.

—Tú no tienes ninguna intención de llevarnos a su hijo. No me gusta

pensar en la búsqueda inútil que nos gustaría liderar en…

—No, te lo juro

—Tú me darás lo que quiero —dice casi con alegría—. Con el tiempo.

Unas horas en el infierno y me estarás dibujando un mapa para llegar al niño, estoy seguro. —Su voz se endurece—. Muy bien, Olivia. Estoy

cansado de jugar.

—¡Espera! —dice Angela desesperada—. Dije que lo haría.

Alguien se atraganta, tose, asfixiándose.

—¡Mamá! —Angela está llorando, luchando contra los brazos de alguien—. ¡Mamá! ¡Mamá!

Anna susurra con voz ronca—: Dios me ayude. —Y cae pesadamente

al suelo.

Puedo oler su sangre.

Que Dios me ayude.

—Mamá —llora Angela—. Noo.

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La realidad de lo que ha ocurrido cae sobre mí como una ola gigante.

Hemos esperado demasiado tiempo, tuvimos demasiado miedo para hacer algo. Hemos dejado que esto suceda. Hemos dejado que la maten.

—Vamos —dice Asael.

Se mueven rápidamente hacia la puerta, dándonos sólo algunos segundos para que Christian pueda arrastrarme por las escaleras antes de

que nos hayan visto. No hay tiempo suficiente para lograr cruzar el vestíbulo y salir a la calle. Me jala dentro del interior del auditorio, nos mueve a ciegas en la oscuridad.

Durante unos minutos me encuentro en la oscuridad, temblando, con los ojos fuera de foco, con calambres estomacales, pero al mismo

tiempo me siento extrañamente desconectada de mi cuerpo, como si me estuviera viendo a mí misma desde la distancia. Desde una visión, tal vez. Mi visión.

Anna está muerta. A Angela la están llevando al infierno.

Y no hay nada que pueda hacer al respecto.

El grupo viene por las escaleras, Phen primero, observo por lo poco que se puede ver a través de la hendidura de dos pulgadas en las cortinas de terciopelo, a continuación, Angela está flanqueada por dos chicas de

pelo oscuro usando vestidos idénticos. No veo sus caras, pero hay algo en ellas que me llama la atención, la joven, de mi edad, tal vez incluso más joven. El rostro de Angela cuando pasa es sorprendido; lágrimas brillan en

sus mejillas. Mantiene la mirada baja. A continuación, un tipo que nunca había visto antes, sale, el llamado Desmond, supongo, y, finalmente, un

hombre con un traje negro que se parece bastante a Samjeeza desde lejos. Dudo que pudiera distinguirlos. Levanta una mano, y todo el mundo se detiene en medio del vestíbulo.

—Ustedes dos —dice—. Quiero que se queden y limpien.

—¿Limpiar? —repite una de las chicas en casi un gemido—. Pero,

padre…

—Encárguense del lugar —dice.

—Pero, ¿cómo se supone que vamos a volver? —pregunta el otro.

—Sólo nos ocuparemos de ella —dice irritado.

Desmond suelta unas risitas, y una de las chicas lo golpea fuerte en el pecho. Levanta el puño para tomar represalias, pero Asael lo detiene,

poniendo una mano en el hombro de una manera paternal, luego se vuelve a Angela y le agarra suavemente en la parte posterior del cuello. Sonríe. Se

inclina al oído. Susurrando.

—Aquí, hija mía, es donde hay que abandonar toda esperanza.

Se desvanecen

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La primera chica que hace un sonido de disgusto, patea una bota

contra uno de los postes de bronce que sostiene una línea de cuerda de terciopelo. Se derriba al suelo con rabia. —¿Por qué siempre nos dan los

empleos de mierda?

Espero ver desaparecer a Phen también, ahora que el trabajo sucio se hace, pero él se queda. Está en la entrada del teatro y tira de la cortina,

lo que obliga a Christian y a mí a retroceder aún más en el vientre de la sala, más profundo en las sombras, agazapados entre los asientos.

—Todo el mundo es un escenario —dice Phen, ausente, como si

estuviera hablando consigo mismo—. Y todos los hombres y mujeres somos actores.

—¿Qué estás diciendo? —le pregunta una de las chicas. Sus voces son exactamente igual, como si fueran gemelas o algo así, aunque una de ellas lleva un montón de pulseras de plata que brillaban en ocasiones

tintineando cuando se mueve. En otra parte, el sonido de la misma está rompiendo, abriendo la caja registradora en el mostrador de refrescos y

sacando el cambio.

—Creo que Padre está cansado de ti —le dice a Phen—. Puedes volver a tu pequeño escondite en Roma. ¿A menos que nos lleves a casa?

¿Lo harías? Eso sería muy amable de tu parte.

—Todo el mundo es un escenario —murmura, y parece no oírla—. Un escenario.

Se vuelve, dejando caer la cortina, dejándonos de nuevo en la oscuridad total.

—Oh, vamos —la chica ronronea—. Vamos a hacer que esto valga la pena.

No hubo respuesta. Se ha ido.

—Idiota —murmura una de las gemelas malvadas—. ¿Dónde está la próxima estación de tren? A unas 800 kilómetros de aquí, apuesto.

Pueblito tonto.

—Hay que admitir, sin embargo, que Phen es sexy —se burla la gemela malvada dos—. A mí no me habría importado hacerle un favor.

—El hecho de que tiene un cuerpo caliente no significa que no sea un anciano en el interior —dice la gemela malvada uno.

—Está bien; lo olvidé —dice la gemela malvada dos, obviamente

masticando algo, probablemente dulces de debajo del mostrador—. Solo vas por hombres jóvenes.

—Cállate, vamos, terminemos con esto —dice la primera gemela malvada.

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Está tranquilo por un minuto. Mi corazón suena en mis oídos, duro

y rápido. Entonces cojo la primera bocanada de humo en el aire. Esto es todo.

Sé lo que va a suceder. Lo he visto demasiadas veces como para contarlas. Pero incluso así, en momentos de la vida real, sabiendo todo lo que sé, me aferro a la esperanza de que ellas solo se irán ahora. Las oigo

discutiendo hacia la puerta, y creo, que se irán esta vez, y entonces nosotros podemos salir de este agujero negro en que nos tienen. Voy a subir las escaleras y Anna todavía estará viva y la sanaré.

Encontraremos a Web. Y todo irá bien, de algún modo.

Pero entonces, como siempre sucede, hay un llanto muy agudo,

sordo y asustado. Y recuerdo.

Web está aquí con nosotros. En algún lugar en la oscuridad. Detrás de mí siento a Christian tensarse como un resorte enrollado.

—¿Qué es eso? —dice una de las gemelas malvadas—. Shh. Haz silencio.

Como si fuese una señal, el llanto se detiene abruptamente. El silencio a su paso es ensordecedor. Retengo el aliento. A continuación las cortinas se separan, enviando un haz de luz hasta la mitad del auditorio.

—Hay algo ahí. Dame luz —riñen junto a la pared.

—No puedo encontrar el estúpido interruptor.

La primera ríe. —Mira esto.

Los arcos de la bola de fuego sobre mi cabeza y golpean el borde posterior de la pared de la izquierda, la cual se enciende al instante. Estoy

cegada por la luz.

Christian no espera que nos vean. —¡Abajo! —grita, su esplendorosa espada como una llamarada en sus manos. Me sumerjo en el pasillo, que

es incómodo ya que está inclinado. Golpeo duro mi mentón y luego me acuesto cuando Christian salta sobre mí, llevando su espada con fuerza

hacia abajo sobre la daga negra de la gemela malvada. La hoja cruje de dolor y se agrieta. Pero la chica tiene otra en su mano antes de que la primera se haya desintegrado totalmente. Se lanza hacia él, deslizándose

hacia sus piernas, pero se hace a un lado. La otra chica silba y trata de moverse en su flanco.

—¿Quién eres? —Se le lanza y él fácilmente desvía su golpe,

haciendo añicos su daga.

—Preocupada. Ciudadana. —Sale entre las embestidas.

Ellas ni siquiera me han visto. Me apresuro hacia atrás hasta que mi espalda golpea una silla. Veo que Christian esquiva otro ataque de la segunda gemela, moviéndose más rápido de lo que alguna vez lo haya visto

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moverse. De repente se desvía lateralmente a la primera gemela, se da la

vuelta y la lanza contra la segunda. Se tambalean pero se recuperan rápidamente, avanzando. Una salta por encima de una fila de asientos, y

luego otra, tratando de ponerse detrás de él, pero retrocede. Manteniéndolas frente de él. Me recuerdan a las serpientes, pienso aturdida. Sus movimientos fluidos, con propósito, sincronizados.

El fuego se extiende ahora por las pesadas cortinas en el borde del escenario, llenando la habitación con un espeso humo negro que hierve en las vigas de sobrecarga. El bebé comienza a llorar de nuevo, más fuerte

esta vez, mas enojado. Las gemelas se vuelven hacia el sonido.

Christian gira para interponerse entre ellas y la dirección de la que

viene el llanto.

Es increíble con su espada, girando y cortando, manteniéndolas a raya casi como una danza, mucho más de lo que he visto en nuestros

entrenamientos juntos. Hay una fiereza en él que es impresionante para la vista. Pero está cansado. Puedo ver eso, también.

Tengo que levantarme, pienso. Necesito sacar mi espada, y ayudarle. Levanto mis piernas y temblorosamente las subo hasta la altura de mis pies.

No, retrocede, dice Christian en mi mente. Las retendré, encuentra al bebé.

Web, mi cerebro conmocionado lucha por enfocarse. Necesito llegar a Web. Me tropiezo sobre el escenario y más allá, entre bastidores en uno de

los pequeños vestidores, en la habitación de al lado. Hay tela por todas partes, rollos tendidos alrededor de los trajes, toco entre ellos pero no golpeo nada sólido como un bebé. Intento escuchar el llanto, pero se ha

detenido de nuevo.

—¡Web! —lo llamo, a pesar de que, obviamente, no puede contestarme—. Web, ¿dónde estás?

Me voy al otro lado del escenario, y puedo literalmente sentir su calor creciendo, hay un chasquido encima mío, y una de las lentes de la

luz del escenario se estrella en el suelo, haciéndome gritar. Está oscuro aquí atrás, demasiado jodidamente oscuro para ver nada.

—Llora, Web, llora —lo llamo. Oigo a Christian gritar de dolor en

alguna parte, junto a la puerta del vestíbulo. Tengo que hacer algo. Me tambaleo hacia el centro del escenario. Ya no veo el arco brillante de la espada de Christian o a las sombras de las gemelas. El vestíbulo está

completamente envuelto en llamas. No queda mucho tiempo antes de que no sea capaz de respirar, de ver, ni abrirme camino para salir de aquí.

Pero no puedo salir de aquí sin Web. Y entonces recuerdo la trampilla. Angela nos la enseñó una vez, cuando estábamos aburridos en

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el Club del Ángel. Es un espacio bajo el escenario lo suficientemente

grande para que una persona quepa. Destinado a momentos de juego cuando el personaje debe desaparecer por arte de magia.

Trp dr

Angela trataba de decirme donde se encuentra él.

Me lanzo hacia el lugar y empiezo a romper las tablas del suelo, y

luego llego a lo profundo, tosiendo a causa del creciente humo. Mis dedos tocan algo suave, cálido y vivo. Saco un paquete envuelto en una manta. Web. No me tomo el tiempo para el reencuentro. Aprieto su cuerpo en mi

hombro y me giro directamente hacia la puerta de atrás, lo que nos lleva al callejón detrás del edificio.

Christian, pienso. Lo tengo, estoy saliendo.

Pero antes de dar tres pasos encuentro mi camino bloqueado por las gemelas. Doy un paso tambaleante hacia atrás. Son las novias de mi

hermano. Por lo menos una de ellas lo es.

—Lucy —digo parpadeando ante ellas en la confusión.

—Clara Gardner —dice la que tiene las pulseras tintineantes, sus ojos oscuros se amplían con asombro—. Oh, Dios mío. —sonríe—. Qué casualidad, tropezarme aquí contigo, de todos los lugares. Clara, me

gustaría presentarte a mi hermana, Olivia. —dice, como si nos hubiésemos tropezado en el club de campo.

Ella mató a Anna, recuerdo, la chica acaba de matar a la madre de mi amiga.

—Encantada, por supuesto —dice Olivia, a pesar de que está claro

que no está encantada—. Danos al bebé —dice—. Se acabó.

Echo un vistazo por encima de mi hombro, de vuelta al auditorio. ¿Dónde está Christian?

—Oh, nos ocupamos de tu amigo, a pesar de que dio una pelea bastante buena—dice Lucy despreocupadamente—. Ahora danos al bebé.

Si nos lo das ahora mismo, prometo que seré rápida cuando te mate.

Mi garganta se cierra en la desesperación ante la idea de que Christian está acostado en la oscuridad debajo de nosotras en algún lugar.

Muerto o moribundo, su alma al desnudo. Agarro a Web en mi pecho. Ha estado tranquilo —demasiado tranquilo— pero no puedo preocuparme de

eso en este momento.

—Dame al bebé —dice Lucy.

Niego con la cabeza. Ella suspira como si realmente estuviera

arruinando su día. —Voy a disfrutar destripándote. —La daga negra aparece en su mano. Siento una especie de zumbido en ella, una vibración que resuena a lo largo de mí. Da un paso más cerca. —Adoro a tu

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hermano, lo sabes. —Se ríe—. Es el mejor novio que he tenido, tan atento,

tan sexy, va a ser terrible cuando se entere de que su hermana murió. Tan trágicamente en el fuego. Va a necesitar mucha atención, amor y cuidado

para conseguir superarlo.

Está tratando de provocarme, me doy cuenta débilmente, pero no hay nada en mí que se levante para pelear con ella. No tengo tiempo ahora.

Por el rabillo del ojo veo a Olivia que comienza a moverse hacia mí desde un lado. Están orillándome al borde del escenario.

Incluso si pudiera luchar contra ellas, nunca sería capaz de

mantenerlas acorraladas a ambas. No con Web en mis brazos. Se acercan a la muerte. Tengo que convocar la gloria, pienso. No sé si va a

mantener de nuevo la forma de alas negras, pero tengo que intentarlo.

Es mi única oportunidad. Cierro los ojos. Trato de dejar mi mente en blanco. Concentración.

En todas los otras veces que he preguntado, en verdad lo pedí, la luz ha llegado a mí. Ese día en el bosque con mi madre, cuando me enfrenté a

Samjeeza, la noche del accidente de coche después del baile; lo necesitaba verdaderamente, ha estado ahí como si estuviera esperando el momento para literalmente brillar. Pero no hay gloria en este momento, o si hay, no

puedo sentirlo. No puedo acceder a ella. Todo lo que siento es oscuro. Porque voy a perder esta batalla. Christian lo ha visto. Voy a morir.

No, viene la voz de Christian a mi mente. No, no lo harás.

Las lágrimas vienen a mis ojos. No estás muerto, digo estúpidamente.

Necesito que hagas lo que te diga. ¿Vale?

Está bien.

Oigo el sonido de las sirenas en la distancia.

—Danos. Al. Bebé. —Olivia está lo suficientemente cerca ahora. Tanto, que podría apuñalarme fácilmente. Levanta la daga.

—Vete. Al. Infierno —digo con los dientes apretados. Quizás quede algo de fuego dentro de mí, después de todo.

Levanta a Web por encima de tu cabeza. ¡Ahora!, grita Christian en

mi mente, y no pienso, solo hago lo que dice, levanto al bebé, y Christian salta desde el foso de la orquesta sobre el escenario, y su espada de gloria

es un spray de luz cegador cuando pasa a través de mi hombro hasta mi cadera. Puedo sentirlo cortando mi ropa, pero cuando toca mi piel, solo hay calidez.

—¡No! —alguien le grita.

Aturdida, bajo a Web de nuevo a mi hombro, y es entonces cuando

veo a Lucy —la de las pulseras— de pie a unos metros de distancia, su

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cara es una máscara de furia e incredulidad, gritando con voz rota, como

un animal agonizando.

Y Olivia cae a mis pies, muerta. Reducida casi a la mitad por la

espada de gloria de Christian.

—¡Te mataré! —grita Lucy, mirándome con ojos saltones, llenos de dolor, la daga negra apretada en su puño.

Pero Christian está conmigo ahora, a mi lado, con su espada en la mano, y las sirenas cada vez se escuchan más cerca. En cualquier momento este lugar estará lleno de bomberos.

Lucy mira hacia la salida. —Te juro que te mataré, Clara Gardner. —Una lágrima cae por su cara, colgando de la barbilla durante unos

segundos antes de caer—. Y me aseguraré de que sufras primero —dice, luego se da la vuelta y corre por el pasillo del teatro, a través del humo y de las llamas, y sale a la calle. Puedo oír sus sollozos mientras corre. No

miro a Olivia. No puedo. Me aparto, bilis corre por mi garganta cuando me doy cuenta de que estoy cubierta con su sangre, mi camisa empapada con

ella, mis hombros y brazos salpicados. Solía pensar en este lugar como algo tan seguro, lo creía. Un lugar para todos nosotros para hablar y ser nosotros mismos. Un lugar mágico. Ahora se está quemando a nuestro

alrededor. Se ha ido. Angela se ha ido. Poco a poco me doy cuenta de la posición de Christian frente a mí, jadeando, apretando su camisa a sus costillas.

—¿Estás bien? —pregunta, apretando mi hombro—. ¿Te lastime?

—No. —Respondo a ambas preguntas, entonces veo que él está

sangrando—. Estás herido.

—Sobreviviré —dice. En ese mismo momento, escuchamos voces gritar en el vestíbulo.

—Tenemos que salir de aquí. Ahora.

Nos apresuramos hacia la puerta de atrás y entramos en el callejón

detrás del teatro. El aire frio de la noche golpea mi piel, mis pulmones, y puedo volver a respirar.

—Tenemos que volar —dice Christian. Despliega sus alas, las

manchas negras permanecen sobre sus plumas blancas como tinta derramada sobre el papel en la oscuridad. Mi corazón está tan cargado de miedo y shock, de tristeza por Anna, miedo por Angela, con la muerte de

Olivia, que yo sepa volar no es posible. Niego con la cabeza a Christian. —No puedo.

Mira al suelo por un minuto, pensando, luego asiente solemnemente y repliega sus alas.

—Está bien. Rodearemos el lugar y alcanzaremos mi camioneta. Es

un plan mejor, de todos modos. ¿De acuerdo?

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Asiento.

—¿Lo tienes? —pregunta Christian.

Miro hacia la carita redonda de Web. Me mira con sus grandes ojos

de color ámbar. Los ojos de Angela. Tose. Lo acerco más fuerte a mí.

—Lo tengo —digo, y entonces corremos, por las calles humeantes de Jackson. La mano de Christian tiembla cuando pone las llaves en el

contacto.

A continuación su mandíbula se tensa, la camioneta retumba a la vida y nos alejamos de la acera. Ninguno de los dos dice nada por un

tiempo, el único sonido es el ruido del motor.

Quiero decirle que está conduciendo demasiado rápido, que la

última cosa que necesitamos es conseguir que lo detengan, con nosotros todos ensangrentados y con un bebé en el asiento delantero pero no tengo corazón para hacerlo. Lo está haciendo lo mejor que puede.

—¿A dónde vamos? —pregunto mientras se vuelve a la carretera que nos llevará fuera de la ciudad.

—No lo sé —dice—, la chica, a la que no… —Deja de hablar por un minuto y toma una respiración profunda como si estuviera tratando de no vomitar—. Ella probablemente llamara por refuerzos. No sé cuánto tiempo

le tomará ir al infierno y regresar.

—Lucy —murmuro.

Se gira para mirarme bruscamente. —¿Cómo sabes su nombre?

—Es la novia de Jeffrey.

Si es posible que su rostro se vuelva más duro, lo hace. —¿Y ella

sabe quién eres tú?

—Sí.

—Entonces no podemos volver a casa —dice como si eso lo resolviera

todo.

Lucho contra una ola de pánico. —¿Por qué? Es terreno sagrado, tu

lugar y el mío, lo es. Tiene que ser seguro.

Niega con la cabeza. —El terreno sagrado funciona con las Alas Negras, no con los Triplare. —Toma una respiración profunda—. Tenemos

que irnos —dice lentamente, deliberadamente, porque sabe que esto me va a molestar—. Te van a cazar, después irán tras el bebé, tenemos que irnos muy lejos de aquí.

—Pero Angela...

—Angela quería que mantuviéramos a salvo a Web —dice.

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Sé que tiene la razón, pero siento que hay un fin ahora, como que si

nos vamos ahora, si dejamos este lugar, nunca volveremos. Siempre estaremos corriendo, siempre asustados.

—Clara, por favor —dice en voz baja—, ya se nos ocurrirá algo. Pero ahora mismo necesito que confíes en mí. Te necesito a salvo.

Trago duro y asiento, Christian baja la cabeza por un segundo,

aliviado, luego busca debajo de su asiento y saca un mapa de carreteras descolorido. Lo abre en un mapa de los Estados Unidos y lo pone en el salpicadero.

—Cierra los ojos y pon un dedo en cualquier punto —dice—, y allí es donde iremos.

Cierro los ojos con fuerza y pongo mi dedo en la página. Me pregunto su alguna vez volveré a ver a Tucker.

Conducimos de noche. Por la mañana nos detenemos en una parada

de descanso para asearnos y Christian entra en un Walmart por algo de ropa, una sillita para el coche y artículos de bebé.

Me sorprendo cuando abre la caja de plata en la cama de su camioneta para revelar un kit de escape salido directamente de una peli de acción: un montón de documentos, certificados de nacimiento, falsa

licencia de conducir, algo que parece ser la documentación del seguro, y la mayor pila de dinero en efectivo que haya visto alguna vez.

—Mi tío —dice explicándome— podía ver el futuro, no solo el suyo, a

veces, sino también el de otros. Siempre me decía que algún día tendría que huir.

Su tío era un poco extremo, pero claro, aquí estábamos, huyendo. Trato de hacer un biberón para Web, pero no lo bebe. Me mira bien ahora que hay luz y se pone a llorar. Duro. Nada de lo que hago parece ayudar.

No soy su madre.

¿Dónde está mi mamá? Prácticamente puedo sentirlo preguntar. ¿Mi abuela? ¿Qué has hecho con ellas?

—Deberías tratar de descansar un poco —dice Christian después de que regresamos a la autopista y Web, arrullado por las vibraciones de la

carretera, por fin se vuelve a dormir.

No hay posibilidad alguna de eso. Cada vez que cierro los ojos,

regreso a ese hueco de la escalera escuchando como alguien mata a la madre de mi amiga. Estoy en el cuarto oscuro a la espera de ser asesinada. Estoy viendo a alguien morir justo en frente de mí. En cambio

meto la mano en el bolsillo para sacar mi celular y llamar a Billy como por décima vez desde que huimos de Jackson.

No responde, lo que me tiene paranoica de que de alguna manera

Lucy haya regresado del infierno y haya ido a buscarme a mi casa con

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algún ejército malvado de muertos vivientes, posiblemente tropezando con

Billy desprevenida.

Sigo imaginándolo como una escena de una película de terror, donde

Lucy está de pie delante del contestador automático, riendo malvadamente mientras escucha mi voz tratando de advertir a Billy.

—Hola, Billy, es Clara —digo al teléfono, mi voz quebrada en mi

nombre—, llámame. Es importante.

—Estoy seguro de que está bien —dice Christian cuando cuelgo—. Billy puede cuidarse a sí misma.

Pienso en la sangre, el sonido del cuerpo de Olivia golpeando el escenario.

—Está bien. Clara —murmura Christian—, estamos a salvo.

Miro por la ventana. Estamos pasando una cordillera llena de aerogeneradores: altos molinos blancos, sus hélices dando vueltas y

vueltas, cortando el aire.

Las nubes dejan sombras a medida que se mueven entre el sol y la

tierra, como las criaturas de la noche que caminan por la tierra. ¿Nunca estaremos a salvo de nuevo?, me pregunto.

Christian quita una mano del volante y busca la mía. Frota su pulgar por mis nudillos, y se supone que me debería consolar de la manera en que siempre lo hace. Se supone que me llene de confianza.

Pero todo lo que siento es debilidad.

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15 Jugando a las casitas

Traducido por Karlamirandar & aa.tesares

Corregido por LadyPandora

El lugar que apuntaba en el mapa termina siendo Lincoln, Nebraska. Cuando llegamos ahí, encontramos un hotel. El dependiente del mostrador

principal, y una mujer amable en sus tardíos cincuentas, nos sonríe como una pareja de casados y se inclina sobre el mostrador para ver mejor a Web.

—Oh, Dios, qué pequeño —dice—. ¿Cuánto tiempo tiene?

—Nueve días —respondo, de repente nerviosa, su expresión claramente refleja que con nueve días es muy pronto para viajar con un

bebé, pero ese no es su problema.

—Estamos visitando a mis suegros —dice Christian, colocando sus

brazos alrededor de mi cintura y acercándome a él como si no soportara estar apartado de mí—. No es el mejor arreglo, quedarse en un hotel, pero, ¿qué podemos hacer? No se lleva bien con mi madre.

Con que facilidad se mete en este papel: esposo devoto y padre carente de sueño.

—Créanme, lo entiendo —dice la dama furtivamente—. Tenemos esas cunas/portabebés. ¿Necesitan una?

—Sí, gracias. Usted es una salvadora —contesta y juro que se

sonroja cuando enciende esa sonrisa de alto voltaje. Mantiene su brazo a mi alrededor mientras salimos de la recepción, pero mientras esperamos al ascensor, su cara se torna triste de nuevo.

Ponemos a Web en la cuna/portabebés al lado de la cama y enseguida se queda dormido. Creo que los bebés duermen mucho a esta

edad. Marco el número 411 de la pizzería en Mountain View, esperando hablar con Jeffrey, aunque quien sabe qué le diré. ¿Cómo haces para

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decirle a tu hermano que su novia es una homicida Triplare de alas negras

y que ha prometido matarme?

—No está aquí —dice Jake cuando pregunto por Jeffrey—. Es su día

libre.

—Bueno, ¿puedes decirle que me llame? —digo y hace un ruido evasivo.

No sé qué más hacer.

Christian insiste en que tome la primera ducha. Me quedo bajo el chorro hirviente y restriego mi piel hasta que está en carne viva,

quitándome lo último de la sangre de Olivia. Mientras estoy frente al espejo húmedo peinando mi cabello, mi propia cara parece acusarme.

Débil.

No trataste de salvar a Anna, ni de detenerlos por llevarse a Angela. Ni siquiera lo intentaste.

Cobarde.

Pasaste todas esas horas entrenando el uso de la espada de Gloria, porque tu padre te dijo que lo necesitarías, pero cuando llega el momento, no puedes ni arrastrarla.

No tienes agallas.

Agarro el cepillo tan fuerte que mis nudillos se vuelven blancos. No miro más a mis ojos hasta que mi cabello esté arreglado.

Cuando abro la puerta, Christian está sentado con las piernas

cruzadas en la única cama matrimonial, mirando fijamente hacia el cuadro la pared, una imagen de un gran pájaro blanco con largas patas y una

franja roja en la cima de su cabeza, extendiendo sus alas, sus patas tocando el agua, aunque no puedo estar segura de si está despegando o aterrizando.

Fracaso, creo, recordando mi incapacidad tanto como conjurar mis alas en el Liguero Rosa. Incluso algo tan simple como volar. He fracasado.

Christian me mira. Aclaro mi garganta y hago un ademán para decirle que es su turno para usar el baño. Asiente y se levanta rozándome, con movimientos rígidos y torpes, como si hasta ahora sus músculos

hubieran estado inmersos en todo el infierno que ha estado pasando durante las últimas veinticuatro horas.

Me siento en la cama y escucho la ducha, la respiración de Web, el

reloj haciendo tic tac en la mesa de noche y mi estómago gruñendo. Alrededor de cinco minutos después, el agua se detiene abruptamente, la

cortina de la ducha se corre a un lado, pasos apresurados a través del baño, corriendo y luego el sonido de la tapa del inodoro y Christian vomitando. Salto sobre mis pies y voy hacia la puerta, pero me asusta

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tener que abrirla. No quiere que vea esto. Descanso mi mano en el marco

de madera delicadamente pintado y cierro mis ojos mientras lo escucho tener arcadas de nuevo y después gemir.

Toco, suavemente.

Estoy bien, dice, no está bien. Nunca lo había sentido así de mal.

Voy a entrar, digo.

Dame un minuto. Descarga el agua del inodoro.

Cuando entro, sesenta segundos después, está en el lavabo con una

toalla amarrada alrededor de su cintura, cepillándose los dientes. Desenvuelve un vaso de la bandeja en la repisa y lo llena de agua, toma un

trago y lo mueve dentro de su boca, escupe.

Cuando sus ojos encuentran los míos en el espejo están avergonzados.

Fracaso. Él también lo siente.

Aparto la mirada, mirando involuntariamente hacia su cuerpo y es cuando veo la herida dentada en su costado.

—No está tan mal como parece —dice mientras jadeo—. Pero probablemente no debí haberlo lavado sin atenderlo primero, porque se

abrió de nuevo.

No importa lo que diga, está mal, una profunda puñalada de casi 25 centímetros desde lo alto de su costilla izquierda hasta su cadera, negra en

los bordes, como si la cuchilla lo hubiera quemado mientras lo cortaba.

—Necesitamos llevarte a un hospital —digo.

Sacude su cabeza.

—¿Y decir qué, exactamente? ¿Que fui atacado por un par de gemelos malvados quienes me cortaron con un cuchillo hecho de tristeza?

—Se dobla dolorosamente mientras le hago inclinarse sobre el mostrador, para poder tener una mejor vista—. Se curará. Ya tendría que haberse cerrado. Normalmente me curo más rápido que esto.

—No es un corte normal. —Lo miro—. ¿Puedo tratar de curarlo?

—Esperaba que pudieras hacerlo.

Hago que se siente en el borde del mostrador y me sitúo frente a él. Mi boca está seca por el repentino nerviosismo, pego mis labios y trato de concentrarme.

Concéntrate.

Pongo todo lejos, todos los pensamientos, los sentimientos, las acusaciones silenciosas y el vacío baja por mi centro. Olvido lo que

sucedió. Todo en lo que he fallado. Sólo estoy.

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Llamo a la gloria.

Un par de minutos después hecho una ojeada hacia Christian disculpándome, con el sudor brillando en mi frente. Descansa su mano en

mi hombro para ayudarme, juntando su fuerza con la mía y trato de nuevo de traer la luz.

De nuevo, fracaso.

Web se despierta y empieza a gritar como si alguien lo hubiera empujado.

—Lo siento —le digo a Christian.

—Ya regresará a ti —dice.

Desearía tener su certeza.

—No podemos dejar la herida así. Esto necesita un cuidado profesional.

Sacude de nuevo la cabeza.

—Si no puedes arreglarlo con gloria, tendremos que hacerlo de la vieja forma. Estoy seguro de que tienen un kit de costura por algún lado.

Ahora yo soy la que está indispuesta.

—Oh no. Deberías ver a un doctor.

—Tú quieres ser doctora, Clara —dice—. ¿Por qué no empiezas

ahora?

Después de que lo difícil esté hecho, cae en un sueño profundo, en parte gracias a la pequeña botella de whiskey del hotel, que se tomó antes

de que empezara a coserlo. No puedo ayudar, pero siento que el mundo se está acabando, que esto es el primer acto de algo horrible que está por

venir y me acurruco a su lado.

Observo a Web durmiendo en su cuna. Su respiración parece laboriosa y desigual, me asusta. Me acuesto en la cama sobre mi

estómago, con mis pies colgando por un lado de la cama y veo su pequeño pecho moviéndose arriba y abajo, temiendo que de repente se detenga,

pero no lo hace. Sigue respirando y rápidamente, agotada, me quedo dormida.

Me despierto con mi teléfono sonando. Por un minuto estoy

completamente desorientada. ¿Dónde estoy? ¿Qué estoy haciendo aquí? ¿Qué sucedió? Web comienza a llorar, Christian murmura algo, se gira para salir de la cama, gime y agarra su costado como si hubiera olvidado

que estaba herido, pero da un traspié para levantar a Web.

Encuentro el teléfono. Es Billy.

—Oh, Billy, he estado tan preocupada. ¿Estás bien?

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—¿Qué si estoy bien? —exclama—. ¿Qué te pasó?

Le cuento todo. Después de terminar, se queda callada un par de minutos. A continuación dice:

—Este es el chico malo. El Liguero Rosa está en todas las noticias. Están informando que Anna y Angela Zerbino están muertas, las víctimas del incendio provocado.

—Espera —la interrumpo—. ¿Piensan que Angela está muerta?

Pero luego lo entiendo. El bombero debería haber encontrado dos

cuerpos en el Liguero Rosa: Anna y Olivia, y Olivia es casi de la misma estatura y complexión que Angela. Son hermanas, si Asael es capaz de creerlo y así lo pienso. Es una suposición natural para que las autoridades

crean. Me pregunto cuanto tiempo les tomara darse cuenta de su error.

—La congregación también está reportando señales de muchas figuras sospechosas acechando en Jackson y sus alrededores, hurgando

donde no deberían —Billy continúa—: Corbett incluso descubrió a una pareja merodeando alrededor de la casa. Sin duda, están buscándote.

¿Dónde estás?

—Nebraska.

—Oh, Dios.

—No sabíamos a donde ir, así que elegimos un lugar al azar —digo a la defensiva. Puede no ser el lugar más elegante del mundo, seguro, pero

es también un lugar donde no podrían buscarnos.

—¿Están bien? —pregunta Billy—. ¿Ninguno está herido?

Miro a Christian. Está de pie, en la ventana, sosteniendo a Web

contra su pecho y hablándole en un murmuro bajo. Se gira y encuentra mis ojos.

—Estamos vivos —respondo—. Creo que eso está bien, considerando

lo demás.

—Está bien, escucha —dice Billy—. Quiero que ustedes dos se

queden quietos unos días. Convocaré una reunión de emergencia de la congregación y veremos si podemos arreglarnos con un plan. Luego te llamaré. ¿Estás de acuerdo con eso?

—Sí. Quedarnos quietos. Podemos hacerlo.

—Hiciste lo correcto, yéndote de aquí —dice ella—. Quiero que seas

extremamente cuidadosa. No llames a nadie más. Lo digo en serio. Nadie. No seas amable con nadie. Será mucho mejor sabiendo que yo soy la única que sabe dónde estás. Te llamaré tan pronto como tengamos un plan de

acción.

Un plan de acción suena tan bien que quiero llorar.

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—Cuida a ese bebé —dice ella—. Y cuídate. —Suspira pesadamente

y agrega—: Algunas veces era muy ruidoso.

—¿Quién? —pregunto.

—Walter. Dijo que esto pasaría. Un hombre irritante siempre debe tener la razón.

Nos mantenemos con el perfil bajo unos días. Nos cambiamos a un

hotel mejor, uno donde tenemos una cocina completa, área de comedor y una sala, dos habitaciones, así podíamos cerrar la puerta y ver televisión mientras Web toma su siesta. Caímos en una rutina: Web se despertaba y

comenzaba a llorar. Jugábamos a piedra, papel o tijera para determinar a quién le tocaba cambiarle el pañal. Intentamos convencerlo para que

tomara una botella de leche maternizada. Lo intentamos con diferentes marcas y diferentes tipos de biberones, pero se atraganta, lo escupe y parece molesto por que Angela no esté, pero al fin se toma 50 gramos del

producto. Nos preocupa que no sea suficiente. Después de comer, vomita. Empieza a llorar de nuevo. Los limpiamos. Lo balanceamos, le hablamos,

cantamos, subimos el volumen de la televisión, subimos y bajamos por el ascensor, lo llevamos en largos viajes en la camioneta, lo sacudimos, tranquilizamos y suplicamos, pero llora horas y horas, normalmente en

mitad de la noche.

Estoy segura que los demás huéspedes del hotel están adorándonos.

En algún momento se queda dormido de nuevo. Entonces nos

movemos de puntillas, nos lavamos, cepillamos nuestros dientes, comemos de lo que sea que haya en el refrigerador. Nos memorizamos todos los

menús a domicilio de todos los restaurantes locales, que en Nebraska son un montón de sitios con carne. Cambio la venda de la herida de Christian, que se rehúsa a sanar. Trato de llamar a la gloria. Fallo. Hablamos de todo

excepto de lo que pasó en el Liguero Rosa aquella noche, aunque sabemos que es en lo único que podemos pensar. Nos sentamos como zombis en el

sillón, mirando programas al azar. Y luego, muy pronto, siempre muy pronto, Web se despierta y hacemos todo de nuevo.

Estoy empezando a entender porque Angela siempre estaba de mal

humor.

Aun así, también hay buenos momentos. Cosas graciosas pasan, como una vez cuando Web se mea en la camiseta de Christian mientras le

cambia el pañal, dando en el blanco del logo de Coldplay y Christian sólo asiente calmado y dice:

—¿Qué decías, Web? —Nos reímos hasta que nuestros costados duelen, y es bueno, reírse. Libera la tensión.

En la cuarta noche, mientras estamos sentados en el sillón, después

de pasar la última hora dando vueltas con Web gritando en mi oído, Christian se acerca y sube mis pies en su regazo y comienza a

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masajearlos. Contengo la risa, porque tengo cosquillas y a continuación

gimo de lo bien que se siente. Es lindo, el sentimiento de que estamos juntos en esto, de que somos compañeros y de que vamos a salir de algún

modo de esta.

—Creo que estoy sorda —digo, es una broma que surgió entre nosotros cada vez que Web de repente paraba de llorar y se quedaba

dormido.

—¿Cuándo dijo Billy que llamaría de nuevo? —contesta Christian, otra broma que nos hemos estado diciendo contantemente y me río.

Pero algo dentro de mí se retuerce incómodamente, porque todo esto se siente como una escena que estamos actuando la vida de alguien más

con el hijo de alguien más y todo lo que hacemos es jugar a las casitas.

Los dedos de Christian se quedan quietos alrededor de mi tobillo. Suspira.

—Estoy cansado. —Se levanta y cruza la habitación donde Web está durmiendo—. Tomaré el primer turno. Buenas noches, Clara.

—Buenas noches.

Se va a su habitación y cierra la puerta. Doy vuelta a los canales por un tiempo, pero no hay nada bueno. Apago el televisor. Es temprano, sólo

las nueve, pero me lavo la cara y me visto para la cama. Compruebo a Web por última vez. Me acuesto.

Sueño con Tucker. Estamos en su barco en el lago Jackson,

tendidos en una manta en el fondo de la barca, con los brazos enredados, tomando el sol. Del modo en que las cosas solían ser. Estoy

completamente en paz, mis ojos cerrados, casi dormida, pero no del todo. Presiono mi cara en el hombro de Tucker y lo respiro. Juega con los rizos cortos y finos en la base de mi cuello, pelo del bebé, lo llama. Su otra

mano se mueve hacia arriba de mi cadera hasta ese punto sensible debajo de mi brazo.

—No me hagas cosquillas —le advierto, sonriendo contra su piel.

Se ríe y arrastra los dedos por la parte de atrás de mi brazo, ligera cual pluma, enviando una sacudida a todo por mi cuerpo. Muerdo su

hombro en broma, lo cual le saca otra risa. Levanto la cabeza y miro en sus ojos azules cálidos. Los dos tratamos de parecer serios y fallamos.

—Creo que deberíamos quedarnos aquí, Zanahoria —dice—. Para

siempre.

—Estoy totalmente de acuerdo —murmuro y lo beso—. Para siempre

suena bien.

Una sombra pasa por encima de nosotros. Tucker y yo levantamos la mirada. Un pájaro vuela por encima de nuestras cabezas, un cuervo

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enorme, más grande que un águila, más grande que cualquier otro pájaro

que jamás haya visto. Da vueltas en un lento círculo por encima de nosotros, una mancha contra el cielo azul.

Tucker se vuelve hacia mí con preocupación en sus ojos.

—No es más que un pájaro, ¿cierto?

No respondo. El terror se mueve como el hielo congelándose en mis

venas mientras otro pájaro se une al primero, dando vueltas, tejiendo el aire encima de nosotros. A continuación, otro se une, y otro, hasta que no pueda seguir la pista. El aire parece más frío, al igual que el lago podría

congelarse por debajo de nosotros. Puedo sentir los ojos de las aves en nosotros mientras dan vueltas, el círculo apretándose.

—¿Clara? —dice Tucker. Su aliento sale en un soplo de nube.

Levanto la mirada, mi corazón late con fuerza. Están esperando el momento adecuado para descender en picada y picarnos con sus picos

afilados y garras. Para destrozarnos.

Están esperando.

Los buitres dan la vuelta a lo que está muerto o muriéndose. Eso es lo que están buscando en nosotros.

—Oh, bueno —dice Tucker, encogiéndose de hombros—. Siempre

supimos que esto era demasiado bueno para durar.

A la mañana siguiente, Christian y yo lavamos los platos. Estamos de pie, hombro con hombro en el fregadero, yo lavando, él secando,

cuando de repente dice:

—Hay algo que tengo que decirte.

—Está bien —le digo con cautela.

Sale de la habitación un minuto y cuando regresa, está sosteniendo un cuaderno de composición negro y blanco.

El diario de Angela.

—Volviste —digo, asombrada.

Asiente.

—Ayer por la noche. Volé de regreso al Liguero Rosa. Lo encontré en un baúl en la habitación que no se quemó.

—¿Por qué? —grito—. ¡Eso fue muy peligroso! Billy dijo que allí hay Alas Negras, mirando. Podrías haber sido…

Atrapado. Muerto. Llevado al infierno. Y yo nunca habría sabido lo

qué le pasó.

—Lo siento —dice—. No quería que su diario cayera en las manos

equivocadas. Quiero decir, ¿quién sabe lo que Angela escribió sobre

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nosotros? ¿O acerca de la congregación? Sólo quería... hacer algo. Tengo

tantas preguntas. Pensé que tal vez esto nos daría algunas respuestas. Estuve despierto toda la noche leyéndolo.

—Y bueno… ¿has encontrado lo que buscabas? —pregunto suavemente, sin saber si sentirme furiosa con él por tomar ese riesgo o aliviada de que regresara sano y salvo.

Su boca se tuerce.

—Hay un montón de cosas. Investigación. Poemas. Una relación detallada de todos los pañales sucios de web. Una lista de las canciones

que Anna le cantó para hacer que se duerma. Y los pensamientos de Angela, cómo se sentía acerca de las cosas. Estaba cansada, enojada y

asustada, pero quería lo mejor para Web. Estaba haciendo planes.

Y ahora no podrá llevar a cabo ninguno de ellos, creo. No sé dónde está Angela, no exactamente, pero sí sé algo del infierno. Es frío y

descolorido. Desolado. Lleno de desesperación. Tengo una opresión en mi pecho, imaginándome a Angela en ese lugar, la falta de esperanza que

debe sentir. El dolor.

—Y había una última anotación, escrita rápido —dice Christian—. Esa noche tenía un mensaje de Phen. Le advirtió de que los Alas Negras

estaban viniendo. Sólo tuvo un minuto para ocultar a Web, pero Phen le dio ese minuto.

Así que Phen no es del todo malo, es lo que está diciendo. Pero de

alguna manera no me hace sentir mucho mejor acerca de él. Porque él fue el que le metió en este lío en primer lugar.

—De todos modos —dice Christian—. Quería decírtelo.

Sostiene el diario hacia mí, una ofrenda, pero no lo tomo. No sé cómo me siento acerca de leer su diario, ahora que se ha ido. Esa son sus

cosas privadas.

—Lo voy a poner en la mesta de noche —dice—. Por si quieres leerlo.

—No, gracias —contesto, aunque tengo curiosidad.

Volvemos a lavar los platos, ahora en silencio, cada uno perdido en sus propios pensamientos. Cristian pensando en el diario, en algo que

Angela debió haber escrito, algo sobre Web y la familia. Después de un rato, dice:

—¿Alguna vez piensas en ese día en el cementerio?

Lo que quiere decir es que si alguna vez pienso en el beso. Si alguna vez pienso en nosotros.

No creo que pueda manejar esta conversación. No en este momento.

—Tú eres el que lee las mentes. Dímelo —bromeo débilmente.

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Pero la verdad es que sí, pienso en ello. Cuando estamos caminando

juntos y él, con naturalidad, toma mi mano. Cuando me mira a través de la mesa en la cena, riéndose de una broma que he dicho, con sus ojos

verdes brillantes y dorados. Cuando nos cruzamos en el camino hacia el baño, su pelo mojado de la ducha, su camiseta aferrándose ligeramente húmeda, el olor de su gel de afeitar flotando encima. Pienso en lo fácil que

sería aceptar esta vida. Para estar con él.

Pienso acerca de cómo sería entrar en la misma habitación al final de la noche. Lo hago. Pienso en ello. Incluso si eso me hace sentir como

una mala persona, porque él no es el único tipo que piensa de esa manera.

—Está limpio —señala y suavemente toma el plato que he estado

fregando vigorosamente—. Yo sí pienso —dice después de un minuto.

No va a dejarlo pasar.

—¿Crees que habrías hecho todo por ti mismo? —pregunto.

Me mira, sorprendido por mi pregunta.

—¿Por mi cuenta?

—Bueno, besarme era parte de tu visión, así que sabías lo que iba a suceder. Dijiste “No lo vas hacer”, cuando quise irme. Porque sabías que me quedaría. Sabías que ibas besarme y te lo permitiría.

Algo se atora en su garganta. Deja caer su cabeza, un rizo de su pelo cae en sus ojos y mira al fregadero como si hubiera una respuesta misteriosa que encontrar en el agua con jabón.

—Sí, te besé en una visión —dice finalmente—. Pero no salió como yo pensaba.

—¿Qué quieres decir?

—Pensé... —Entonces siento su decepción, su vergüenza, su orgullo herido.

—Pensabas que si nos besábamos, volveríamos a estar juntos —digo por él.

—Sí. Pensé que estaríamos juntos. —Se encoge de hombros—. No es mi momento, supongo.

Está esperando. Sigue esperando. Ha renunciado a todo por mí. Su

vida entera. Su futuro. Todo, porque quiere mantenerme a salvo. Porque él cree, en su corazón, que es mi objetivo y yo soy suya.

—Para que conste, fue por mi cuenta. —Mete el paño de cocina en la

manija del refrigerador y entonces da unos pasos más cerca de mí—. Quería besarte —murmura—. Por mí. No por ninguna visión. Por ti. Por lo

que siento.

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Las palabras cuelgan entre nosotros por un segundo y a

continuación se inclina hacia adelante, me acaricia la mejilla con el dorso de la mano y me besa, suavemente, sin presión. Mantiene sus labios

contra los míos durante un largo momento, rozando suavemente. El calor se levanta entre nosotros. El tiempo se ralentiza. Veo el futuro que imagina: siempre juntos, siempre el uno para el otro. Somos pareja. Los

mejores amigos. Amantes. Viajamos juntos por todo el mundo. Construimos una vida el uno junto al otro minuto tras minuto, hora tras hora, día tras día. Elevamos a Web como nuestro y si llegan los problemas,

los enfrentamos. Juntos.

Nos pertenecemos.

Se aleja. Sus ojos buscan los míos, los flecos de oro como chispas, pidiéndome una pregunta.

—Yo... —empiezo a decir, pero no tengo ni idea de cómo responder.

Quiero decir que sí, pero algo me detiene.

Mi teléfono empieza a sonar.

Suspira.

—Responde —dice—. Adelante.

Contesto el teléfono.

—Bien, niña —dice Billy, sin molestarse siquiera con un saludo—. Es el momento para venir, ¿puedes estar en el prado la noche del viernes?

Miro a Cristian. ¿Deberíamos regresar a Wyoming? Aquí estamos a

salvo, donde nadie sabe dónde encontrarnos. Web está a salvo aquí. Podríamos quedarnos.

—Claro, ¿por qué no? —dice, muy a la ligera—. ¿Qué tenemos que perder?

Demasiado, pienso entonces. Todavía hay mucho que perder.

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16 Clara Lux In Obscuro

Traducido por CrisCras & vaanicai

Corregido por Aimetz14

Por lo que puedo decir, todos los miembros de la Congregación están reunidos alrededor de la fogata en el momento en el que llegamos al prado

el viernes por la noche, y cuando entramos en el círculo, acuno a Web en mis brazos, todo el mundo se queda en silencio.

Nunca he visto tantos rostros preocupados.

—Bueno —dice Stephen después de un minuto. Al parecer, él es el maestro de ceremonias del evento de esta noche—. Tomen asiento los dos.

Genial. Nada de una pequeña charla, nada de es bueno verte de una pieza, directo al interrogatorio.

La gente se mueve rápidamente para hacernos hueco en la parte

delantera del círculo, nos sentamos en la hierba. Envuelvo más apretadamente a Web con la manta, como si así le protegiera de todas las

miradas curiosas que está recibiendo. Él extiende una mano diminuta en dirección al fuego, sus ojos dorados reflejando la luz.

—Antes de que comencemos está discusión —dice Corbett Phibbs,

dando un paso hacia adelante—, nos gustaría oír qué sucedió, con sus propias palabras. Ese es el modo de que todos estemos seguros de entender.

Dejo a Christian contarlo. Me esfuerzo por mantener mi rostro pasivo mientras le escucho relatar los eventos sin adornos, de la forma en

que hablamos en el viaje, sin entrar demasiado en los detalles más escurridizos. Christian lo mantiene simple: Nosotros llegamos. Asael quería el bebé de Angela. Le dijo a uno de sus secuaces que matara a Anna

Zerbino, luego se marchó, llevándose a Angela, dejando a los otros para que quemaran el lugar. Nosotros descubrimos dónde había escondido

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Angela a Web, no las arreglamos para salir del Liguero, y huimos. El

esqueleto de lo que había sucedido.

Después de eso la Congregación nos acribilla con algunas preguntas

que Christian no sabe cómo responder. ¿Cómo sabía Asael acerca del bebé?; ¿Cómo sabía Angela que tenía que esconder al bebé antes de que llegaran los Alas Negras? Y finalmente, ¿Cómo luchaste contra ellos?

—Con una espada de gloria —responde Christian, lo cual hace que todos contengan la respiración. Se supone que saber cómo manejar una

espada de gloria no es del conocimiento común de todos—. Mi tío me enseñó.

La primera de las mentiras que planeamos decirles esta noche. Apesta no ser totalmente honestos con la Congregación, pero si hay algo que Christian y yo tenemos arraigado por nuestros padres, es que nunca

debemos admitir ser Triplare. A cualquiera. Ni siquiera queremos dejar que se sepa que los Triplare existen. Es por eso que Corbett nos pidió que contáramos nuestra historia de esta manera, así podemos contarla como

necesitamos, sin delatarnos, o a Web. Solo Corbett y Billy saben la verdad.

—Entonces, el cuerpo de la chica que encontraron en el Liguero no

es el de Angela —confirma alguien. Localizo el origen de la voz: Julia. La voz de la disidencia cada vez que nos hemos reunido durante el último año. No es mi persona favorita.

—No. Asael se llevó a Angela —responde Christian.

—¿Por qué? ¿Qué podría querer de ella? —pregunta Stephen.

—Es su hija —dice Christian—. Al menos, es la manera como le hablaba. Como si hubiera estado manteniendo vigilándola.

Mi garganta se cierra brevemente. Asael había estado utilizando a

Phen para vigilar a Angela. Todo ese tiempo, todo lo que ella sentía por Phen, todo lo que creía saber sobre él, era una mentira. Estaba siguiendo órdenes. No parecía disfrutar de seguirlas, pero eso no cambiaba la

verdad. Ella era un trabajo para él.

Si pensé que la expresión de Stephen era seria antes, era

apocalípticamente seria ahora.

—Ya veo —dice—. ¿Y quién es el padre del hijo de Angela?

—Algún chico de la escuela —respondo rápidamente. Mentira

número dos.

Stephen frunce el ceño. —¿Algún chico?

—Su nombre es Pierce. Vive en nuestro dormitorio. Pero no importa

quién es el padre —digo, mi voz más alta de lo normal—. Tenemos que encontrar a Angela. Tenemos que recuperarla. Web la necesita. Así que

espero que realmente tengan algún tipo de plan impresionante.

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Silencio. Incluso Corbett parece incómodo durante un minuto.

—Tenemos un plan —dice suavemente—. Pero involucra al bebé, no a Angela.

—¿Qué quieres decir? ¿Cómo puede involucrar al bebé y no a Angela? —Abrazo a Web más estrechamente contra mí.

—Creemos que lo mejor sería que le dieras el bebé a Billy. Ella está

de acuerdo en cuidarlo, protegerlo, quizás indefinidamente. Hasta que las cosas se desarrollen más.

—¡¿Se desarrollen más?! —exclamo—. ¿Qué quiere decir eso?

—Clara —murmura Christian—. Cálmate. Están haciendo su mejor esfuerzo.

—¿Qué? ¿No te importa? —le desafío—. Angela es una de los nuestros. Ha sido secuestrada. ¿Ni siquiera vamos a intentar recuperarla?

—No es que no nos importe —dice Billy. Ha estado en silencio hasta

ahora, sentada detrás del fuego, removiendo las brasas con un palo—. Es que no tenemos el poder para salvarla. Por lo que nos habéis dicho. —Sus

ojos se encuentran con los míos a través del fuego, queriendo decir por lo que me has dicho—. Suena como si se la hubieran llevado al infierno.

Sabía eso. Se la han llevado al infierno, y no hice nada para detenerlos.

Me aclaro la garganta. —Bueno, entonces tenemos que sacarla de

allí.

Corbett sacude la cabeza con tristeza. —Nosotros no podemos entrar en el infierno. Incluso si tuviéramos la habilidad de movernos entre

dimensiones, sería imposible encontrarla. El infierno es tan grande como la tierra, o eso creemos. No podrías esperar localizar a Angela sin algún

tipo de guía, alguna idea de a dónde ir.

—Un guía. ¿Cómo un ángel? —pregunto.

Corbett se rasca la barba. —Un ángel verdadero, pura sangre, podría

hacerlo. Pero ninguno de nosotros conoce a alguno de estos.

Mi padre podría ayudarnos, pienso, pero dijo que se iba a ir por un tiempo. Dijo que tenía que hacer las cosas por mi cuenta. Dijo que no

podría ayudarme.

Vamos a tener que encontrar otra manera.

—Creemos que ustedes dos fueron muy valientes y pasado por mucho —dice Billy mientras mi mente se agita con esta nueva información, la Congregación murmura su acuerdo—. Hicieron todo lo que

pudieron, y nosotros haremos todo lo que podamos para ayudaros ahora.

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Me ofrecí voluntaria para cuidar de Web porque pensé que les quitaría algo

de su carga.

—Pero, ¿qué haríamos? Si te damos a Web, ¿dónde iríamos? —

pregunta Christian.

Billy asiente como si hubiera esperado la pregunta. —Hemos tenido algunos desacuerdos sobre eso, pero la mayoría pensamos que deberías

permanecer en la clandestinidad. Podríamos llevarlos a alguno de nuestros puestos fronterizos, en cualquier parte del mundo. —Suspira como si la idea la deprimiera totalmente.

Mi esperanza se convierte en una bola de plomo en la boca de mi estómago. —Estás diciendo que no podemos volver. A nuestras antiguas

vidas. Nunca.

Su sonrisa es compasiva. —Nosotros no podemos tomar esa decisión por ti. Pero sí, eso es lo que estoy diciendo. El consenso general es que no

es seguro para ustedes volver a California.

Así que eso es todo. No más Stanford. No más sueños de llegar a ser

médico. No más vida normal. Vamos a tener que esperar empezar de nuevo.

—Creo que el bebé podría quedarse con nosotros —dice Christian—.

Vamos a hacerlo bien con él.

—¿Pero los Alas Negras no estarán buscando a una pareja con un bebé? —dice Julia desde el círculo.

Cállate, Julia.

—No me importa —dice Christian ferozmente—. Web se queda con

nosotros.

Porque ya somos una familia, es lo que él siente. Porque somos responsables de él. Porque es lo mínimo que podemos hacer, por Angela.

No hay mucho que decir después de eso, y se levanta la sesión. Billy, Christian y yo cruzamos la hierba alta hacia el sendero que conduce de

nuevo a la camioneta, un dormido Web se acurruca contra el pecho de Christian en una mochila porta bebés que alguien de la Congregación nos dio. Siempre es verano aquí, no importa la temporada que sea, y trato de

tomarme un momento para disfrutar del dulce aire, del olor de la hierba y el agua fresca, y de las flores silvestres del verano. El cielo, libre de nubes. Las estrellas girando brillantes sobre nuestras cabezas.

Estoy arrastrando los pies, literalmente. Algo dentro de mí no quiere dejar este lugar. Es como si estuviera esperando que algo más sucediera.

Dejo de andar.

—¿Qué? —pregunta Christian—. ¿Cuál es el problema?

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No puedo obligarme a ir más lejos. Estoy llorando. Todo este tiempo,

desde la noche que el Liguero ardió, desde que todo se vino abajo, una parte de mí ha estado adormecida. Silenciosa. Paralizada.

Pero ahora estoy llorando a mares.

—Oh, niña —dice Billy, envolviéndome con sus brazos, meciéndome—. Solo respira. Todo va a estar bien, ya lo verás.

No lo veo. ¿Cómo puede estar todo bien, si vamos a dejar a Angela en el infierno? Me aparto y limpio mis lágrimas, luego empiezo a llorar nuevamente. Pensé que encontraríamos una solución para nuestros

problemas aquí. Pensé que finalmente sería capaz de hacer algo respecto a lo que sucedió esa noche en el Liguero. Para salvar a Angela. Pero aquí

estoy, dándome por vencida. Volviendo a esconderme. Huyendo.

Soy una cobarde. Un fallo. Una débil.

—Clara —dice Christian—. Tú eres la persona más fuerte que

conozco.

—No tienes que cargar todo esto por ti misma —dice Billy—. Estoy

aquí para ti, niña. Y este chico seguro que está aquí para ti. —Señala con su barbilla a Christian—. Somos todos un equipo, Clara, todo el mundo en esta pradera, cada uno de nosotros está de tu lado, incluso Julia. —Hace

una mueca, y contengo una risa, que suena como un sollozo—. Por supuesto, las cosas son oscuras en estos momentos. Ponernos uno-a-uno frente a los Alas Negras, somos todos débiles. Estamos asustados. Somos

fáciles de derrotar. Pero juntos, somos una fuerza a tener en cuenta.

Asiento, me seco los ojos con la camiseta e intentó sonreír. No es

justo por mi parte esperar demasiado de la Congregación. Ellos han intentado ayudarnos en lo que podían. Incluso se ofrecieron a enviar a un par de exploradores en busca de Jeffrey esta semana, para advertirle, pero

no creo que escuche a cualquiera de ellos.

—Tenemos que apoyarnos los unos en los otros —dice Billy,

dándome un apretón.

—Gracias. —Equilibro mi peso para apoyarme pesadamente contra ella, y se ríe.

—Esa es mi chica. Ahora vamos. Vamos a llevarlos a ustedes dos al camino. —Mantiene su brazo alrededor de mí mientras caminamos hacia el borde de la pradera—. Puedes llamarme —dice, en el punto en el que se

supone que debemos despedirnos—. En cualquier momento, día o noche. Lo digo en serio. Cubriré tus espaldas.

—Espera. —Me giro hacia Christian. Quiero unirme a la Congregación, digo, no sé por qué me avergüenza decirle esto, pero lo hace.

Oficialmente, quiero decir, aclaro, ya que parece que desde hace unos días he sido un miembro de este grupo todo el tiempo.

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He estado pensando en esto durante las catorce horas de viaje desde

Nebraska. Más que eso, incluso. He pensado en convertirme en un miembro de la Congregación desde la primera vez que vine a esta pradera.

Mamá y yo tuvimos una charla al respecto. Le pregunté—: Entonces, ¿se espera que me una a la Congregación ahora? —Sonrió y dijo que era algo que tendría que decidir por mí misma.

—No es algo que hay que hacer a la ligera —dijo—. Es un gran compromiso, comprendes, unirte a estas personas, a esta causa, es de por vida.

—¿Compromiso? —repetí—. Bueno, cuando lo pones de esa manera, tal vez voy a esperar.

Ella se rio. —Cuando sea el momento correcto, lo sabrás.

Se siente como el momento correcto.

¿Te importa esperar?, le pregunto a Christian.

No, por supuesto que no, dice. Él entiende. Se unió a la Congregación el año pasado, pero no habla a menudo del porqué.

Lo hice porque quería ser parte de ellos, dice. Sé que desde el exterior puede parecer una familia que discute, inoportuna y medio disfuncional, pero debajo de todo eso, están intentando hacer lo correcto. Están luchando del lado del bien, en todas las maneras que conocen.

Él recordaba la forma en que se reunieron después de que su madre

fuera asesinada. Protegiéndole. Consolándole. Deteniéndose en las comidas para que no se muriera de hambre, mientras su tío aprendía a

cocinar para un niño de diez años vegetariano. Se convirtieron en su familia, también.

Me giro hacia Billy, quien ha estado esperando pacientemente a que

dijera algo en voz alta. —No sé las reglas, si tengo que ser invitada o realizar alguna tarea o algo especial, pero quiero unirme a la Congregación. Quiero luchar del lado del bien. —Mi voz tiembla en la

palabra luchar, porque no puedo luchar. Ya he demostrado eso. Pero esto, sobre lo que estamos hablando no es una lucha con espadas de gloria.

Christian tiene razón es una familia, la única familia que me queda. Tengo que hacer algo. Tengo que representar algo tangible y bueno, como hizo mi madre. Tengo que intentarlo. —¿Puedo hacer eso, antes de irme?

—Por supuesto —dice ella, y me lleva a encontrar a Stephen. Lo encontramos recostado en una de esas sillas de camping plegables cerca

de su tienda, leyendo un libro encuadernado en cuero de gran tamaño.

—A Clara le gustaría unirse a nosotros —le dice Billy.

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Por dos segundos Stephen cree que sólo significa que quiero unirme

a ellos para asar malvaviscos o algo así, pero luego ve la expresión de mi cara. —¡Ah! —dice—. Ya veo. Voy a llamar a los demás.

En diez minutos estoy de pie en el interior de un círculo de ángeles de sangre, toda la congregación reunida de nuevo en el centro del prado, cada uno de ellos está mirándome directamente.

Trate de no retorcerme. Stephen hace una sola pregunta:

—¿Prometes servir a la luz, para luchar por el lado bueno, amar y proteger a los demás que sirven con vos?

Digo que sí. Es como una especie de ceremonia de boda.

La congregación despliega sus alas. He visto hacer esto antes, con

mi madre, cuando ellos le decían adiós la última vez que estuvo aquí. Pero ahora soy yo en el centro del círculo, y es de noche, así que cuando se convoca la gloria a mí alrededor, se siente como el sol en mi alma. No he

sentido la gloria y la liberación interior cuando la luz me inunda. Me siento caliente, por primera vez en más de un semana. Me siento segura. Me

siento querida. Su luz llena el prado, y es diferente de la gloria que llamo en mí, más completa, al igual que el corazón que late de cada persona en el círculo es mi corazón y su respiración es la mía, sus voces son mi voz.

Dios está con nosotros, dicen en latín, por lo que supongo que es el lema del equipo, sus palabras se hinchan alrededor de mí. Clara lux in

obscuro. La luz brillante en la oscuridad.

—Estoy pensando en Chicago —dice Christian, el día después de que

volvimos a Lincoln. Está sentado en la mesa de comedor en el hotel, navegando por internet en su computadora portátil.

Levanto la vista desde donde estoy preparando la botella de Web

para mañana. —¿Qué estás pensando?

—Debemos movernos allí —dice—. He encontrado una casita perfecta.

Pronto perdí la cuenta de cuántas cucharadas de fórmula en polvo puse en la botella. —Oh. Una casa. —Está buscando casas. Para nosotros.

Aunque me siento más ligera después de la gloria en el prado la otra noche, la idea de esconderme con Christian y Web, la creación de una identidad totalmente nueva para mí, todavía no se siente bien.

Pero Christian está emocionado al respecto. Está haciendo planes.

Ve la expresión espantada en mi cara, o tal vez la siente. —Clara, no te preocupes. Podemos tomar todo esto muy lento. Un paso a la vez, como

todo. Vamos a permanecer aquí por un par de semanas más, si quieres. Sé que es difícil.

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¿Es cierto? Me pregunto. Walter se ha ido, creo. Christian es hijo

único. No está dejando nada atrás.

—Eso no es justo —dice en voz baja—. Tenía amigos en Stanford.

Tenía una vida allí, también.

—¡Deja de leer mi mente! —exclamo y con frialdad digo—: Tengo que alimentar a Web. —Y salir de esta habitación.

Estoy siendo infantil, creo. No es culpa Christian que estemos así. Después de alimentar y cambiar a Web, me escabullo a la cocina.

Christian cerró la laptop. Está viendo la televisión. Me mira con

recelo.

—Lo siento —digo—. No quise gritar.

—Está bien —dice—. Hemos estado encerrados.

—¿Puedes tener a Web por un tiempo? Tengo que dar un paseo. Despejar mi mente.

Asiente con la cabeza, y lleva su mano hacia Web.

—Oye, ¿quieres pasar el rato, hombrecito? —le pregunta Christian,

Web arrulla felizmente una respuesta. Salgo en línea recta por la puerta.

Afuera está lloviendo, pero no me importa. El aire frío se siente bien en mi cara. Meto las manos en los bolsillos de mi sudadera, tiro hacia

arriba de la capucha para cubrir la cabeza, y camino a un parque a pocas cuadras del hotel. Está desierto. Me siento en uno de los columpios y enciendo el teléfono.

Tengo que hacer una última cosa, que he estado evitando y esperando, porque tal vez, todo se resolvería por sí mismo. Pero no

funciona así.

Tengo que llamar a Tucker.

—Oh, Clara, gracias a Dios —dice cuando digo hola. Estaba

durmiendo.

Lo desperté, y su voz es áspera. —¿Estás bien? —carraspea.

No estoy bien. Sólo oírle trae lágrimas a mis ojos, sabiendo lo que estoy a punto de hacer. —Estoy bien —digo—. Siento no haber llamado antes.

—He estado completamente loco, preocupado —dice. —Te encontrabas así, como loca, frenética y todo eso, y luego el Ligero apareció en todas las noticias. Estoy tan… Lo siento mucho, Clara. Sé que Angela

era una de tus mejores amigas. —Deja escapar un suspiro—. Por lo menos estás a salvo. Pensé que estabas… Pensé que podrías estar…

Muerta.

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Pensó que podría estar muerta.

—¿Dónde estás? —pregunta—. Puedo ir a algún lugar. Tengo que verte.

—No, no puedes. —Simplemente hazlo, me digo. Sácalo antes de perder los nervios.

—Mira Tucker, llamo porque tengo que hacerte entender algo. No

hay futuro para nosotros. Ni siquiera sé cuál es mi futuro, en este momento. Pero no puedo estar contigo. —Una lágrima solitaria se abre paso por mi cara, y la limpio con impaciencia—. Tengo que dejarte ir.

Da un suspiro agravado. —No importa, ¿verdad? —dice, su voz mezclada de ira—. Todo lo que te dije antes, de nosotros, de lo que siento,

no tiene importancia. Estás haciendo la elección por los dos.

Tiene razón, pero es como tiene que ser. Me empujo hacia adelante.

—Quería decirte que donde quiera que esté, pase lo que pase,

siempre pensaré en ti, el tiempo que pasamos juntos, serán mis momentos más felices. Lo haría todo de nuevo, si tuviera que elegir. Sin

remordimientos.

Está en silencio durante un minuto. —Realmente estás diciendo adiós esta vez —dice, no sé si me está preguntando o simplemente intenta

hacerse la idea.

—Estoy diciéndote adiós.

—No —dice contra mi oído—. No, no voy a aceptar eso. Clara...

—Lo siento, Tuck. Me tengo que ir —digo, y cuelgo. Y lloro. Y lloro.

Me siento en ese columpio durante mucho tiempo, bajo la lluvia,

pensando, tratando de obtener el control sobre mi misma. Trato de imaginar Chicago, lo que será, pero lo único que puedo conjugar en mi cabeza es un grano gigante de plata y un montón de edificios altos. Y

Oprah. Y los Bears.

Miro las grises nubes cambiantes.

¿Es este mi destino? Les pregunto. ¿Estar con Christian? ¿Ir con él? ¿Para proteger a Web porque su madre no pudo estar aquí?

¿Es este mi designio?

Las nubes no tienen muchas respuestas.

Por primera vez en mi vida, deseo tener una visión. Casi extraño

tenerlas, lo que es irónico, lo sé. Todas las noches últimamente me acuesto a dormir frágil, preguntándome, ¿van a venir? ¿Es esta la noche cuando la misteriosa escena jugará como un tráiler de película detrás de mis párpados y todo el proceso comenzará de nuevo: la clasificación a través de los fragmentos, los detalles, los sentimientos, tratando de entender cómo se

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suman? En ese momento, antes de cerrar los ojos y caer en la oscuridad de

la noche, para dormir, los tiempos de mi cuerpo bajo las hojas. Mi respiración se acelera. Espero.

Con la esperanza de que una visión venga, y haya algo que Dios quiere que haga. Cualquier cosa.

Con la esperanza de una dirección. Un sendero para caminar. Un

signo.

Pero la visión no viene.

Detrás de mí, campanas de una iglesia imponente con ladrillos rojos comienzan a sonar. Cuento los latidos —diez de ellos— y me levanto. Debería volver con Christian.

Pero entonces, cuando las últimas notas del reloj se desvanecen, una idea viene a mí, trueno de una inspiración repentina. Podría hacerme tener una visión. O, por lo menos, podría intentarlo.

Echo un vistazo alrededor. No hay nadie más en el parque, lo cual tiene sentido. Tendría que estar loco para salir con esta lluvia. Estoy sola.

Sonrío y cierro los ojos. Me enfoco.

Y la gloria viene, como si nunca me hubiera dejado. Viene. Gracias en gran parte a la congregación, creo. Imagino el sol. Una hilera de

palmeras. Una fila de flores rojas a lo largo de un camino de piedras a cuadros púrpura y marrón.

Pienso en Stanford.

Cruzo.

El patio está abandonado en gran medida mientras camino a Iglesia

Memorial. Los últimos pasos prácticamente corro. No puedo irme por mucho tiempo, creo. Christian se preocupará.

Todavía es temprano aquí, y sólo hay una persona que recorre el

laberinto cuando llego a la parte delantera de la nave: un hombre con una sudadera roja, murmurando en voz baja para sí mismo mientras camina el

patrón en el suelo.

Me saco los zapatos húmedos, los recojo en la entrada del círculo y comienzo a caminar, lentamente, siguiendo las vueltas y giros del patrón,

tratando de aclarar mi mente de todo lo que llega a obstruirla.

Tiempo para meditar. En pocas palabras, me preocupa que yo

pueda comenzar a brillar intensamente frente al tipo de la sudadera roja, pero parece perdido en sus propios pensamientos y no puedo esperar.

Camino en círculos por un rato, sin pensar, pero moviendo los pies

de forma automática, siguiendo el camino delante de mí, luego paro y compruebo mi reloj.

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He estado aquí durante diez minutos, y ni siquiera he estado a

punto de tener una visión. Tal vez esto es un sueño imposible. No podía hacerme tener una visión antes. ¿Por qué funcionaría ahora?

—No vas a conseguir el resultado deseado si sigues mirando el reloj —dice una voz. Me doy la vuelta. De pie en el lado opuesto del círculo el de la sudadera roja es Thomas.

El bueno e incrédulo de Thomas.

—Gracias —dije con ironía—. Apuesto a que no voy a obtener el resultado que espero si te sigues deteniendo a ver lo que todo el mundo

está haciendo.

—Lo siento. Yo sólo intentaba ayudar. —Sus cejas se juntan—.

¿Cómo lograste mojarte?

—¿Vienes aquí a menudo? —digo en lugar de tratar de explicar, ya que este no es exactamente el lugar que habría esperado encontrar al tipo

que parece que nunca pudo dejar las cosas como estaban en la clase de felicidad.

Asiente con la cabeza. —Desde que terminé esa clase. Ayuda a distraer mi mente de mi vida loca.

Su vida loca, creo. ¿Qué locura puede ser?

—No soy muy buena en esto —confieso, haciendo un gesto hacia el círculo de vinilo azul. El sol de la mañana pasa a través de las vidrieras, lanzando una explosión de color en los patrones debajo de nuestros pies—.

No sé lo que estoy haciendo. No está sucediendo.

—Aquí. —Saca algo alrededor de su cuello y se queda con los

auriculares para el iPod y me los pasa—. Prueba con esto.

Los deslizo tentativamente en mis oídos. Aprieta reproducir, y estoy inundada con un coro de voces masculinas cantando en latín. El canto

gregoriano.

Una vez más, Thomas me sorprende. Yo lo habría catalogado como

un aficionado al rap.

—Agradable —digo.

—No sé lo que están diciendo, pero me gusta —dice—. Ayuda.

Escucho.

Panis Angelicus fit panis hominum7…

A veces espero no ser capaz de entender cualquier idioma del mundo.

7 El pan de los ángeles se convierte en el pan de los hombres.

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—Ahora camina —dice Thomas—. Sólo hay que caminar, escuchar y

dejar que tu mente se vacíe por sí misma.

Hago lo que dice. No pienso en lo que quiero. No pienso en Angela,

Web o en Christian. Camino. El canto de los monjes en mis oídos, y los oigo como si estuviera de pie entre ellos, y me detengo por un momento, en el centro del círculo, y cierro los ojos.

Por favor, pienso. Por favor. Muéstrame el camino.

Fue entonces cuando la visión me golpeo como un camión Mack. Y

me llevó lejos.

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17 Dos minutos para la medianoche

Traducido por SomerholicSwiftie & Juli

Corregido por LadyPandora

En la visión, estoy esperando a alguien. Estoy junto a una larga mesa metálica, de pie porque estoy demasiado nerviosa para sentarme.

Doy unos pasos en una dirección. Me detengo. Camino hacia el otro lado. Miro a mi alrededor. Compruebo el reloj.

Dos minutos para la medianoche.

Un montón de nubes delante de la luna, que está llena, rodeada por un anillo de color gris brumoso. Me presiono en mi chaleco, aunque no tengo frío. Mi cabeza está llena de miedo, mi pecho se siente apretado, mi

corazón late con fuerza. Esto es una locura, creo. Temerario, mi madre lo llamaría así. Insano. Pero aquí estoy, de todos modos.

La cordura está sobrevalorada.

Detrás de mí, algo silba, alto y mecánico y me giro para mirar. Hay un tren, elegante, una hilera de vagones plateados se extiende a lo largo de

las vías. Se enrolla lentamente hacia mí.

Tal vez tenga que ir a alguna parte.

El tren pasa, chasqueando a un fuerte ritmo, como mi corazón. Los frenos chirrían mientras se desliza hasta detenerse y las puertas de los pasajeros se abren. Doy un paso hacia adelante y bajo la mirada, la

plataforma está vacía. Después de un momento, las puertas se cierran, el motor ruge y el tren continúa, sacudiendo la tierra con su peso, chirriando y chasqueando hasta que pasa el último vagón. Se enrolla hacia la

oscuridad sin mí.

Compruebo mi reloj. Un minuto para la medianoche.

Cuando miro de nuevo, veo una bandada de aves desde el techo de la estación de tren, oscura, como una sombra. Aterrizan en un poste de

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luz a través de las pistas y giran la cabeza hacia mí, graznan. Es un

cuervo. Mi corazón empieza a latir más rápido.

—Caw —dice el cuervo, me pone a prueba, burlándose de mí,

pidiendo que me una a él a través de las vías.

Empiezo a caminar hacia él, y no miro hacia atrás.

Porque conozco a ese ave.

Él va a ser mi guía.

Me llevo de vuelta a la iglesia. Me detengo en el centro del círculo,

con la cara levantada y los monjes cantan, cantan, cantan, su voz se oscurece.

—Parece que ha funcionado —dice Thomas, sonriendo, mientras le

devuelvo su iPod con las manos temblorosas.

—¿Estás bien?

Asiento.

—Me tengo que ir.

Camino hacia la marca del óvalo y me siento bajo el árbol donde

siempre estudio. Repito el nombre de Samjeeza, una y otra vez, llamándole de la única manera que sé, con la esperanza de que ahora no haya renunciado a su espeluznante acecho cuando estoy realmente contando

con él. Lo espero.

Siento su presencia antes de verlo. Sale de los árboles del límite del

campus, con sus ojos ámbar desconcertados, pero curiosos.

—Me llamaste.

—Sí, lo hice. —Aunque estoy tan sorprendida como él de que haya

funcionado.

—No esperaba verte aquí de nuevo —dice—. Estás en problemas con el Gran Hermano.

Así que ya lo sabe. Por supuesto que sí. Estoy segura de que los chismes vuelan en el infierno.

—Podría decirse que sí. De todos modos. Estoy lista para contar una historia —le digo—. Pero quiero algo a cambio.

Sonríe, sorprendido y contento y ahora incluso más curioso. Abre los

brazos con las palmas hacia arriba y da un paso atrás en apariencia de una reverencia formal.

Este tipo es hortera hasta la médula.

—¿Qué puedo hacer por ti, pajarito? —dice.

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Esto es todo. No te acobardes ahora, me digo a mí misma. Lo miro a

los ojos.

—Los Alas Negras se llevaron a mi amiga Angela. ¿Sabes dónde está?

—Sí. Asael la tiene.

—¿En el infierno?

—Por supuesto.

Trago saliva.

—¿La has visto?

Asiente.

—¿Está bien?

Hay una cruel mueca en su boca.

—Nadie está bien en ese lugar.

—¿Está... está viva?

—Físicamente hablando, sí, el corazón aún le latía la última vez que

la vi.

—¿Y cuándo fue eso? —pregunto.

Encuentra la pregunta divertida.

—Hace algún tiempo —responde con una carcajada.

Me muerdo el labio. Esta es la parte loca: Contarle mi plan

improvisado. Ponerlo todo ahí. Dejar que las fichas caigan donde caigan. El viento coge fuerza y envía los árboles en un susurro furtivo, como una advertencia. No confíes en él, dicen.

Pero confío en la visión y la visión me dice que confíe.

Samjeeza está impacientándose.

—Te dije lo que sé de tu amiga. Ahora cuéntame la historia.

—Todavía no. Necesito algo más. —Respiro hondo.

Sé valiente, querida, me dijo mi madre una vez. Eres más fuerte de lo

que crees. Puedo ser valiente, me digo.

—Necesito que me lleves hasta Angela —digo después—. Al infierno.

Deja escapar una risa incrédula.

—¿Para qué?

—Para poder sacarla.

Sus ojos se abren.

—¿Hablas en serio?

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—Tan en serio como un ataque al corazón —digo, es apropiado

porque siento que estoy a punto de tener uno.

—Imposible —dice, aunque sus ojos adquieren un brillo emocionado.

—¿Por qué es imposible? —pregunto, cruzando los brazos sobre el pecho—. ¿No tienes el poder para hacerlo? Me llevaste allí antes.

Lo estoy provocando y lo sabe. Aun así, dice sonriendo:

—Podría llevarte allí con bastante facilidad. Sacarte sería infinitamente más difícil. Lo más probable es que te pierdas en pocos minutos y si lo haces quedarás atrapada como tu amiga.

—Yo soy fuerte —digo—. Tú mismo lo has dicho.

—Sí, y ¿por qué? —se pregunta—. ¿Por qué eres tan fuerte, pequeña

Quartarius?

Sonrío vagamente.

—Tú estarías bajo la nariz de Asael y tomarías algo que le pertenece

—dice, como si la idea no fuera del todo descabellada. Él no es muy admirador de Asael. Lo que me sirve.

—Sí. ¿Me ayudarás?

—¿Y todo por esa mera historia? ¿Me tomas por tonto?

—Entonces supongo que esta conversación no tiene sentido. —Me

encojo de hombros y me levanto, limpiando la hierba de mis vaqueros—. Oh, bueno, tenía que intentarlo.

—Espera —dice, todo el humor desaparecido de su voz—. No he

dicho exactamente que no.

La esperanza y el terror florecen simultáneamente en mi pecho.

—Entonces, ¿aceptas?

Duda.

—Es muy peligroso para nosotros, pero especialmente para ti. La

probabilidad de que seamos atrapados…

—Por favor —suplico—. Tengo que intentarlo.

Niega con la cabeza.

—No entiendes la naturaleza del infierno. Te tragará. A menos que... —Empieza a caminar. Tiene una idea, algo bueno, puedo decirlo por la

forma en que se pone de pie, recto, por el rebote diabólico en su paso. Espero a que me lo diga.

—Está bien —dice al fin—. Si no puedo hacer que cambies de

opinión, te llevaré.

—¿Cuándo podemos ir? —pregunto.

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—Esta noche. Esto te dará el tiempo suficiente para reconsiderarlo.

—Se inclina hacia mí—. Este es un esfuerzo inútil, pequeño pajarito, no importa lo fuerte que creas que eres.

—¿Cuándo debería encontrarte? ¿Dónde? —le pregunto.

—¿Dónde está la estación de tren más cercana?

—A pocas manzanas de aquí. Palo Alto.

—Nos vemos entonces en la estación de tren, en Palo Alto —dice—. Medianoche.

Estoy mareada. Yo ya sabía la hora y el lugar por la visión, pero oírle

decirlo, sabiendo a ciencia cierta que es de lo que va la visión, me choca. Eso y que está listo para llevarme tan pronto. Como esta noche. Esta

noche voy a ir al infierno.

—¿Ya tienes dudas? —pregunta, con la insinuación de una sonrisa.

—No, estaré allí.

—Lleva algo negro o gris, nada sobresaliente ni llamativo y cubre tu cabello —dice—. Además, debes de traer a un amigo, otro de los

Nephilims, de lo contrario no podré llevarte.

Se da la vuelta como si fuera a marcharse.

—¿Un amigo? No hablas en serio —jadeo.

—Si llegas a tener éxito en esta pequeña excursión, necesitarás a alguien para ayudar. Alguien que te ayude a sanar las penas de los condenados. De lo contrario tu don de sentir lo que otros sienten te

ahogará. No tendrás más que unos dos minutos.

—Está bien —digo con voz ronca.

Se convierte en un pájaro. Mi ojo no es lo suficientemente rápido como para ver la transición, pero en un segundo es un hombre y al siguiente un cuervo. Emito un jadeo.

Medianoche, dice en mi mente, su voz es como un jarro de agua fría. Y no se te olvide, me debes una historia.

No lo olvidaré.

Christian está más que un poco sorprendido cuando me cruzo directamente a nuestra habitación de hotel y le digo que, después de todo,

tenemos que llevar a Web a Billy. Más tarde se lo explicaré todo.

—Confía en mí —le digo y su mandíbula se tensa, pero no discute

cuando agarro las cosas de Web y nos vamos a la casa de Billy en las montañas, donde, evidentemente, está esperándonos.

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Piensa que estoy volviéndome loca por todo esto de la maternidad.

Que no quiero ser responsable de Web. Está decepcionado, porque creía que podríamos manejarlo, pero lo entiende.

O, al menos, cree que lo hace.

Me mata dejar a Web con Billy, pero trato de sonreír cuando lo hago. Estará más seguro con Billy, me recuerdo a mí misma. Pero está inseguro

en sus brazos, sollozando y mi corazón se contrae dolorosamente por la forma en que sigue mirándome.

—Está bien, amiguito. La tía Billy va a cuidar bien de ti —le digo y

me pongo a repasar todas sus cosas por última vez, qué tipo de leche maternizada toma y cual le hace vomitar como en El Exorcista, cual es la

manta para envolverle por la noche, qué chupete es su favorito, la importancia vital de su mono de peluche…

—Lo tengo, chicos —dice Billy, acariciando mi brazo. También está

poniéndose emocional. En el fondo siempre quiso un hijo. Habría tenido uno con Walter, si hubiera podido. Pero sólo tiene siete años más para

vivir.

—Llamaré esta noche y le cantaré. —Prometo y apenas salgo de allí sin echarme a llorar.

Y todo ese tiempo, Christian está a mi lado, esperando a que le diga lo que pasa.

Está locamente sorprendido cuando cruzamos a la sala de estudio en el sótano Roble y no volvemos a Lincoln.

—Muy bien, Clara —dice, tratando de ocultar su alarma—. ¿Dónde

estamos? ¿Qué está pasando?

Se le digo.

Tiene la siguiente reacción:

—¿Qué hiciste qué?

Sí, está un poco molesto. Es comprensible.

—Estuve de acuerdo en reunirme con Samjeeza en la estación de tren de Palo Alto, a medianoche —le digo de nuevo.

—¿Cómo pudiste hacer eso? —Se pasa las manos por el pelo—.

¿Tienes ganas de morir?

—No —contesto con frialdad—. Tengo una visión y está diciéndome

que voy a ir a su encuentro.

—Estamos hablando de tomar un viaje en tren hacia el infierno.

—Lo sé.

Comienza a sacudir la cabeza.

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—No. No puede ser. No

—Te lo demostraré —le digo, se niega a aceptar un no por respuesta—. Vamos.

Sin decir ni una palabra, subimos por las escaleras, salimos de Roble y caminando rápido por el campus no tiene mucho más remedio que seguirme. No ha aprendido aún a atravesar y por increíble que parezca con

sus alas y espadas esplendorosas, sigo estando a años luz por delante de él cuando se trata de llamar y usar la gloria. No puede volver sin mí.

En cuando ve la iglesia se da cuenta de a dónde voy y no quiere

venir. Tomo su mano y empiezo a tirar de él por el patio. Llegamos a las puertas de la Iglesia Memoria. Me dirijo a él.

—Sólo entra conmigo. Recorre el laberinto. Ver si no tienes también una visión allí. Te apuesto diez dólares a que ves una estación de tren.

Sus ojos parpadean con incertidumbre. Está tentado.

—La última vez que fui salí, pensando que ibas a morir —dice con voz ronca.

—Pero no lo hice. Y tú hiciste lo que tenías que hacer. Me has salvado. Has salvado a Web.

—Maté a una persona —susurra.

—Lo sé. Pero esto es lo que se supone que debemos hacer ahora. ¿No lo ves? Es nuestro designio. Tal vez todo, desde el principio, ha sido por esto. Rescatar a Angela. Sacarla del infierno. —Me siento como si alguien

encendiera un fuego debajo de mí. Casi no puedo estar quieta, estoy tan llena de anticipación.

La frente de Christian se arruga.

—¿Todo el tiempo? —pregunta—. ¿Qué quieres decir?

—¿Y si se supone que Angela debía tener a Web? Quiero decir, Asael

envió a Phen para encontrarla y tal vez estaban destinados a enamorarse y ella estaba destinada a quedarse embarazada. Con el séptimo, el número

perfecto de Dios.

—¿Qué tiene eso que ver con nosotros?

—Entonces tuve mi primera visión, la cual me decía que tenía que ir

a Wyoming. Así que lo hice. Y te conocí y a Angela. Luego tuve mi segunda visión y era desconcertante, porque nunca pude entender por qué seguía viendo el cementerio, por qué Dios quería que yo supiera de ese momento

por adelantado, pero ahora creo que se me mostraba dos cosas que tenía que saber. Me mostraba que Samjeeza estaba allí, así que yo sabía que iba

a estaría ese día, cuando fui a darle la pulsera de mi madre. Elegí ser amable con él, lo cual cambió la forma en que se sentía por mí. Es por eso

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que me ha estado observando, hablando conmigo y por qué yo podía ir con

él y preguntarle por esto.

—¿Cuál es la segunda cosa? —pregunta Christian.

—Tú. Mi visión en el cementerio me mostró que tú me haces más fuerte. Tú y yo juntos, podemos conseguir cualquier cosa. Podemos ser el ancla del otro. Podemos ser la fuerza del otro.

—Suenas exactamente como Angela ahora mismo, ¿te das cuenta? —dice.

Me río y sigo hablando.

—Y la tercera visión me mostró lo que le pasó. Si yo no hubiera tenido esa visión, nunca habría sabido que tenía que ir al Liguero Rosa esa

noche. Angela habría desaparecido, los gemelos habrían incendiado el teatro y probablemente Web habría muerto o ellos también lo habrían tomado. Estaba destinada a estar allí, Christian. Y ahora estoy destinada a

ir por ella.

—Clara, no lo sé —dice dubitativo.

—No todo es acerca de mí —le digo—. Se trata de Angela. Todo este tiempo, ha sido sobre ella. Vamos. —Empiezo a jalarlo hacia la frialdad de la iglesia—. Camina por el laberinto una vez más, conmigo.

Diez minutos más tarde, los dos estamos sentados en el primer banco de la iglesia, conteniendo nuestro aliento. No hay nadie más en la iglesia, pero cuando hablamos, tengo la sensación de que todos los ángeles

del mosaico están escuchando.

—Lo vi otra vez —le digo a Christian, silenciosamente,

triunfalmente—. Dos minutos para la medianoche. El tren incluso tiene el logotipo de Caltrain. Uno entra, dirigiéndose hacia el norte y luego, unos minutos más tarde, otro se dirige hacia el sur. Ese es el que vamos a

tomar.

—Yo no lo vi —dice, su cara más blanca de lo normal.

Un poco de mi entusiasmo se desvanece.

—¿No viste el tren?

Niega con la cabeza.

—Vi a Asael —murmura.

Mi aliento se congela en mis pulmones.

—Lo viste.

—Vi su cara. Estaba hablándome. No sé lo que decía, pero se encontraba a menos de diez metros de mí.

Eso no es una buena noticia. Reflexiono sobre esto por un minuto.

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—Pero veo el tren tan claramente. Y estoy esperando. Sigo mirando

el reloj. Estoy esperando a que aparezcas.

—¿Qué pasa si no me presento? —dice—. No puedes irte entonces.

Samjeeza no te llevará sin mí, ¿verdad?

—Pero Christian, tenemos que ir. Puede ser que sea la única oportunidad de Angela.

—Angela se ha ido —dice—. Puede no estar muerta, pero ha ido a donde van los muertos.

Me pongo de pie.

—¿Cuándo te volviste tan cobarde?

También se levanta. Hay una vena resaltando sobre su cuello que

nunca antes he visto.

—No es de cobardes no querer hacer algo loco.

—Sí, esto es una locura —admito—. Ya lo sé. Incluso en la visión

principalmente todo lo que estoy pensando es: “Esto es una locura”. Esto es una locura. Pero aun así lo hago.

—No tenemos que hacer esto sólo porque tú lo veas —argumenta—. Tú y yo sabemos que las visiones nunca resultan de la forma en que esperamos que sucedan.

—No puedo dejar a Angela en el infierno —le digo, mirándolo a los ojos—. No lo haré.

—Vamos a encontrar otra manera.

—¿Qué otra manera?

—Tal vez la congregación...

—La congregación ya ha dicho que no puede ayudarnos.

—Podríamos preguntar a tu padre.

Niego con la cabeza.

—Te acuerdas de lo que dijo, ¿no? Me dijo que tenía que estar lista para enfrentarme a lo que fuera sin él. Ayudarme no es parte del plan.

Se queda mirando a los ángeles con enojo.

—Entonces, ¿para qué es bueno? ¿Para qué era todo eso, la formación, las conversaciones, todo eso? ¿Qué bien nos hizo? —Suspira—.

Pensé que éramos compañeros —dice en voz baja—. Pensé que podríamos decidir juntos las cosas. Y aquí estás decidiendo lo que se refiere a los ángeles caídos, sin siquiera decírmelo.

Me arrodillo a su lado.

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—Tienes razón. Debería haber hablado contigo primero. Somos

compañeros. Estoy contando con eso, en realidad. Te necesito.

—Porque Samjeeza dijo que necesitabas traer a un amigo.

—Porque no puedo hacer esto sin ti. Necesito nuestra fuerza, Christian.

Se ve acorralado. Esta es su peor pesadilla hecha realidad, me doy

cuenta.

—¿Y qué crees que pasará si lo hacemos, si conseguimos sacar a Angela de allí? ¿Crees que van a quedarse de brazos cruzados? Vendrán

detrás de nosotros por venganza.

No había pensado mucho en lo que sucedería después de que

saliéramos. Estaba demasiado ocupada imaginando las lágrimas de agradecimiento de Angela, los abrazos felices, el sentimiento “Genial, estamos fuera del infierno”.

Pero tiene razón. Vendrán detrás de nosotros. Después tampoco vamos a ser capaces de volver a una vida normal. No va a cambiar nuestro

destino, no de esa manera. Sólo puede empeorar las cosas.

Christian ve la comprensión en mi cara.

—Estamos aquí, Clara. Estamos a salvo, al menos por el momento.

Me muerdo el labio.

—Pero Angela está en el infierno.

Sus ojos están tristes, resignados.

—No puedes salvar a todo el mundo, Clara. Hay cosas que están más allá de nuestra capacidad para cambiar.

Como Jeffrey. O mi madre muriéndose. O estar con Tucker.

—No —le susurro—. ¿Qué pasa con la visión?

Da una pequeña risa amarga.

—¿Cuándo te volviste tan fiel de repente?

Me duele que me diga esto, pero lo soportaré. Y de lo que me doy

cuenta en este momento es que este es también su destino. Es su elección. No puedo hacerlo por él.

—Entiendo si no quieres hacerlo —le digo entonces. Me estiro y

engancho mi mano detrás de su cuello, metiéndome en sus brazos para un abrazo. Dejo que su calor me llene y el mío hace lo mismo en él.

Cuando me alejo, sus ojos brillan.

—Si no voy, tú tampoco puedes —dice—. No te llevará.

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Oh, Christian, pienso. Siempre tratando de mantenerme fuera de los

problemas.

—Te veré a medianoche en la estación de tren —le digo—. O no. Pero

realmente espero verte.

Beso su mejilla y luego lo dejo solo con los ángeles de cristal de colores.

Más tarde reviso mi lista mental “antes de ir al infierno”: Asegurarme de que Web esté en un lugar seguro. Contarle a Christian el plan, esperando que no enloquezca demasiado. Y ahora tengo que tratar de

encontrar a mi hermano. La idea de que Lucy sepa lo suyo y que haya jurado vengarse de mí, me tiene al borde del pánico cada vez que pienso en

ello.

Como de costumbre, empiezo por la pizzería. Desde la noche en el Liguero he estado llamando como loca, tratando de llegar a él, pero nunca

ha estado allí.

—Renunció —me informa el gerente, claramente molesto—. No avisó

ni nada. Sólo dejó de presentarse hace una semana.

—¿Sabe dónde vive? —pregunto.

El gerente se encoge de hombros.

—Siempre venía en bicicleta al trabajo, incluso con mal tiempo. Si lo ves, dile que necesitamos nuestro uniforme de regreso.

—Se lo diré —le digo, pero tengo una sensación de malestar en el

estómago de que no voy a tener esa oportunidad a corto plazo.

Paseo por mi viejo barrio, tratando de pensar en dónde buscarlo

después. Se siente como un déjà vu, buscando a mi hermano, como lo hicimos el verano pasado, en las primeras semanas, cuando se había ido. Mi inclinación es empezar en mi antigua casa, empiezo mi camino desde

allí. Llamo a Billy.

—¿Cómo está Web? —pregunto, sin poder evitarlo.

—Está bien. Me sonrió. Voy a enviarte la imagen.

Mi corazón se contrae. Angela está perdiéndoselo.

—Oye, le has preguntado a la gente que se mudó en nuestra antigua

casa si habían visto a Jeffrey por los alrededores, ¿verdad? ¿En junio pasado? —pregunto.

—El primer lugar que comprobé —contesta—. Una chica bastante

bonita vivía allí, también. Pelo largo, negro. Dijo que conocía a Jeffrey, de cuando iban a la escuela juntos, pero que no lo había visto.

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—¿Te dio su nombre? —pregunto, mi corazón empieza a latir

rápidamente. Una chica bonita. El pelo negro y largo. Que había ido a la escuela con Jeffrey.

—Algo con L —dice Billy—. Déjame pensar.

—¿Lucy? —Me las arreglo para decir.

—Eso es —dice Billy—. ¡Dios mío! —dice, cuando se da cuenta de a

donde quiero llegar.

La respuesta que ha estado delante de mis narices todo este tiempo, ahora básicamente, me golpea. Lucy ha estado involucrada con Jeffrey

durante mucho tiempo y nosotros no lo sabíamos. ¿Quién sabe todas las formas en que podría haber estado jugando con su cabeza?

—Ha estado viviendo en nuestra casa. Mamá nunca la vendió —murmuro para mis adentros.

Mamá sabía que iba a alejarme, me dijo él. Incluso estaba preparada para ello.

Las ventanas están oscuras cuando llego allí, no hay coches en la

entrada, ni la bicicleta apoyada en el garaje. Solíamos guardar una llave de repuesto bajo una losa en el patio trasero. Salto encima de la valla hacia nuestro viejo patio trasero. El columpio se balancea suavemente al pasar.

Oh, inteligente y astuta mamá.

No es que no se preocupara por la visión de Jeffrey o que no se

interesara en su camino como estaba involucrada en el mío. Es que ella ya sabía cómo se desarrollaría. Sabía lo que él necesitaría. No puedo evitar estar molesta por esto. Es como si le permitiera huir.

La llave de repuesto está justo donde pensé que estaría. Mis manos tiemblan mientras abro la puerta y entro en la casa.

—¿Jeffrey? —llamo.

Silencio.

Envío una pequeña oración para no enfrentarme a Lucy en su lugar.

Porque eso sería difícil.

Me asomo a la cocina. Hay una pila de platos sucios en el fregadero. Abro la nevera y la encuentro casi vacía, excepto por un galón de leche con

chocolate que caducó hace una semana y lo que creo que es una rebanada de una vieja pizza envuelta en papel de aluminio. Es difícil saberlo con el

molde.

Digo su nombre de nuevo y troto escaleras arriba a su habitación. No está aquí, pero sus sábanas están en la cama, arrugadas en la esquina

inferior. Los cajones de su vieja cómoda, algo de lo que mamá dijo se desharía antes de mudarnos a Wyoming, de hecho, me quejé porque ella

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compró a Jeffrey todo un nuevo conjunto de muebles de dormitorio para el

traslado, oh inteligente y astuta mamá, están llenos de su ropa. Aquí huele a él.

Busco en los cajones, buscando pistas, pero no encuentro nada.

Vive aquí, está claro. O lo hizo. No parece como si hubiera estado aquí por un tiempo. Añadiendo lo que el gerente de la pizzería dijo sobre

que no se presentó a trabajar durante una semana, me quedé oficialmente preocupada.

Lucy podría tenerlo, ahora mismo. Asael podría tenerlo. O él podría

estar…

No voy a permitirme pensar la palabra muerto, no voy a dejarme

imaginar a Jeffrey con un cuchillo a través de su corazón. Tengo que creer que está ahí fuera, en alguna parte.

Me siento en la cama y excavo por un trozo de papel en el bolso y un

bolígrafo. En el reverso de un recibo de la tienda de comestibles Nebraska escribo la siguiente nota:

Jeffrey:

Sé que estás enojado conmigo. Pero realmente necesito hablar contigo. Llámame. Por favor, recuerda que siempre estoy de tu lado.

Clara.

Espero que reciba el mensaje.

Fuera de nuevo, escondo la llave debajo de la losa y doy una última

y larga mirada a la casa en la que crecí, y me pregunto si volveré a poner los ojos en ella de nuevo después de esta noche, o si alguna vez lograré hablar con mi hermanito.

Muy pronto, ahora tengo que tomar un tren.

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18 Me verás de nuevo

Traducido por SomerholicSwiftie & BeaG

Corregido por Itxi

En algún momento de la tarde parecía que no tenía nada que hacer excepto esperar a que la noche cayera. Echo un vistazo a mi reloj. Tengo un par de horas antes de tener que hacer el viaje a la estación de tren.

Antes de ir al infierno.

Debería hacer algo frívolo, pienso. Divertirme. Subirme a una

montaña rusa. Comer un montón de helado. Comprar algo absurdo a crédito. Estas bien podrían ser mis últimas horas en esta tierra.

¿Qué debo hacer? ¿Qué es lo que, si todo fuera a cambiar, echaría

de menos?

La respuesta viene a mí como una canción en el viento.

Tengo que volar.

Es tormentoso en Big Basin. Subo de forma rápida, sencilla, mis nervios me dan más velocidad de lo habitual, y tomo mi lugar en la roca en

la parte superior de Buzzards Roost, mis piernas colgando por el borde, mirando a través de la maraña de nubes azul-negro que se encuentran sobre el valle.

No son buenas condiciones de vuelo. Considero brevemente ir a otro lugar —Tetons, tal vez, cruzar por allí— pero no lo hago. Este es nuestro

lugar para pensar, de mamá y mío, así que me sentaré aquí y pensaré. Intentaré estar en paz con lo que va a pasar.

Vuelvo de nuevo al primer día que mi mamá me trajo aquí, cuando

me dio la noticia de que era un ángel de sangre. Eres especial, siguió diciendo, y cuando me reí de ella, la llamé loca, y negué que fuera más

rápida o más fuerte o más inteligente que cualquier otro adolescente perfectamente normal que conocía, dijo, tan a menudo sólo hacemos lo que

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pensamos que se espera de nosotros, cuando somos capaces de mucho más.

¿Aprobaría lo que estoy a punto de hacer, el salto que voy a hacer?

¿Me dirá que estoy loca al pensar que puedo hacer esta cosa imposible? O bien, si estuviera aquí, ¿sería ella la que me dijera que fuera valiente? Sé valiente, cariño. Eres más fuerte de lo que crees.

Voy a tener que encontrar una historia que contarle a Samjeeza, me recuerdo a mí misma. Ese es mi pago. Una historia sobre mamá.

Pero, ¿qué historia?

Algo que muestre a mi madre: bonita, animada y divertida, las cosas que a Samjeeza le gustaban más de ella. Tiene que ser bueno.

Cierro los ojos. Pienso en las películas caseras que vimos los días antes de que muriera, todos esos momentos ensartados como un mosaico de recuerdos: Mamá llevaba un sombrero de Santa Claus en la mañana de

Navidad, mamá en las gradas en el primer partido de fútbol de Jeffrey, mamá encuentra el perfecto dólar de arena en la playa de Santa Cruz, o

aquella vez que fuimos a la casa del misterio de Winchester en la noche de Halloween y ella terminó más descolocada que nosotros; nos burlábamos de ella, se rio y agarró nuestros brazos, Jeffrey en un lado y yo en el otro, y

dijo: Vamos a casa. Quiero meterme en la cama y tirar de las cubiertas por encima de mi cabeza y fingir que no hay nada que temer en el mundo.

Un millón de recuerdos. Innumerables sonrisas, risas y besos, la forma en que me dijo que me quería todo el tiempo, todas las noches antes de que me metiera en la cama. La forma en que siempre creyó en mí, ya

sea para un examen de matemáticas o un recital de ballet o averiguar mi designio en esta tierra.

Pero ese no es el tipo de historia que Samjeeza querrá, ¿verdad? Tal vez lo que le voy a dar no será suficiente. Tal vez lo diré, y reiré como él lo hace, todo burlón, y luego no me va a llevar al infierno después de todo.

Podría fallar en esto antes de empezar.

Me siento mareada y abro los ojos, me tambaleo vacilante en el borde de la roca. Por primera vez en mi vida, me siento como si estuviera

demasiado alto. Podría caer.

Me apresuro hacia atrás lejos de la orilla, mi corazón latiendo en mi

pecho.

Guau. Es demasiada presión, creo. Me froto los ojos. Es demasiado.

Una ráfaga de viento me golpea, cálida e insistente contra mi cara, y

mi pelo toma este momento para deslizarse fuera de mi cola de caballo y se arremolina alrededor de mí, en mis ojos. Toso. En estos dos segundos me

gustaría tener un par de tijeras. Me gustaría cortarlo todo. Tal vez lo haga,

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siempre y cuando regrese del infierno. La nueva yo necesita un cambio de

imagen radical.

Miro con nostalgia hacia el cielo, y luego recupero el aliento cuando

realmente lo veo. Las nubes casi han desaparecido, sólo unas pocas de color blanco que cuelgan en la distancia. El cielo está despejado. El sol está bajando lentamente hacia el mar, mirando a las copas de los árboles

en un resplandor de oro.

¿Qué ha pasado? Pienso aturdida. ¿Hice eso? ¿He disipado la tormenta, de alguna manera? Sé que Billy puede controlar el tiempo, y a

veces las cosas se ponen torcidas cuando se siente emocional, pero nunca pensé que podría ser capaz de hacer lo mismo.

Me pongo de pie. Cualquiera que sea la razón, es bueno. Puedo volar ahora, incluso si es sólo por unos minutos. Se siente como un regalo. Me quito la capucha, estiro los brazos por encima de mi cabeza, y me preparo

para convocar mis alas.

En ese momento escucho un ruido por debajo de mí, el

inconfundible sonido de las zapatillas de deporte en la roca, los pequeños gruñidos de esfuerzo como cuando alguien sube una pared de roca. Alguien se acerca.

¡Valla mierda!. Nunca he visto a nadie más aquí antes. Es un camino público, y cualquiera puede caminar, supongo, pero normalmente está desierto. Es una subida difícil. Siempre he contado con que sea un lugar

en el que podía ir a estar sola.

Bueno, supongo que tendré que volar.

Estúpido alguien, pienso. Encuentra tu propio lugar para pensar.

Pero las manos de ese alguien estúpido aparecen en el borde de la roca, seguido por los brazos, la cara, y no es alguien estúpido después de

todo.

Es mi madre.

—Oh, hola —dice—. No sabía que había alguien aquí.

No me conoce. Sus ojos azules se abren cuando me ve, pero no veo reconocimiento en ellos. Es la sorpresa. Nunca ha visto alguien más por

aquí, tampoco.

Es hermosa, es lo primero que pensé, y más joven de lo que la he visto en toda mi vida. Su cabello es rizado de una manera suave y

esponjosa que me hubiera molestado si la hubiera visto en una fotografía. Lleva los pantalones vaqueros de color claro y una camiseta azul que se

queda atrás del hombro, de una forma que me recuerda a una vez cuando me hizo ver Flashdance en la televisión. Es una chica del cartel de los años ochenta, y se ve tan saludable. Hace que tenga un doloroso bulto en mi

garganta. Quiero lanzar mis brazos a su alrededor y nunca dejarla ir.

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Aparta la mirada, incómoda. La estoy mirando.

Cierro mi boca. —Hola —me ahogo—. ¿Cómo estás? Es un día precioso, ¿no es así?

Está mirando mi ropa ahora, mis vaqueros ajustados y camiseta negra, mi pelo soplando por el viento. Sus ojos se resisten, pero curiosos, y se da vuelta y mira hacia el valle conmigo. —Sí. Buen tiempo.

Le extiendo mi mano.

—Soy Clara —le digo, la imagen de la amistad.

—Maggie —responde, tomando mi mano, temblando sin apretar, y

me da una idea de lo que está pasando en su interior. Está irritada. Este es su lugar. Quería estar sola.

Sonrío. —¿Vienes aquí a menudo?

—Este es mi lugar para pensar —dice en un tono que sutilmente me informa que es su turno, y debería irme.

No iré a ninguna parte.

—El mío también. —Me siento de vuelta en mi roca, casi me río en

voz alta.

Decide esperar. Se sienta en el otro lado y estira las piernas, mete la mano en su bolso y saca un par de gafas de sol estilo policía y se las pone,

inclina la cabeza hacia atrás como si estuviera tomando el sol. Se mantiene así durante unos momentos, sus ojos cerrados, hasta que ya no puedo más. Tengo que hablar con ella.

—Entonces, ¿vives aquí? —le pregunto.

Frunce el ceño. Sus ojos se abren, y puedo sentir su irritación dando

paso a una desconfianza más general. No le gusta la gente que hace demasiadas preguntas, que aparecen de la nada en los lugares más inesperados, que son muy amables. Ha tenido experiencias con este tipo

de cosas antes, y ninguna de ellas terminó bien.

—Estoy terminando mi primer año en Stanford —digo—. Todavía soy

nueva en la zona, por lo que siempre estoy acosando a los locales con preguntas acerca de los mejores lugares para comer y salir.

Su expresión se ilumina. —Me gradué de Stanford —dice—. ¿Cuál es

tu especialidad?

—Biología —le digo, nerviosa por ver lo que va a pensar de eso—. Pre-medicina.

—Tengo una licenciatura en enfermería —dice—. Es un camino difícil, a veces, pero gratificante también.

Casi había olvidado eso. Una enfermera.

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Hablamos un rato sobre la rivalidad Stanford-Berkeley, cerca de las

playas de California que son las mejores para el surf, sobre el programa de pre-medicina. Antes de los cinco minutos de pausa actuaba mucho más

amigable, todavía se notaba que quería que me fuera para que pueda ponerse las pilas y tomar la decisión de lo que vino a hacer aquí, pero también se divierte con mis bromas, curiosa sobre mí, encantada. Me

quiere, puedo decir. Mi madre me quiere, incluso si no sabe que se supone que me ama. Me siento aliviada.

—¿Alguna vez has estado dentro de la Iglesia Memorial? —le

pregunto cuando hay una pausa en la conversación.

Niega con la cabeza. —No voy a la iglesia, normalmente.

Interesante. No es que mamá nunca fue fanática de la iglesia ni nada, pero siempre me dio la impresión de que le gustaba. Sólo me dejó ir cuando llegué a la adolescencia, tal vez porque pensó que haría algo que

podría revelar que había algo más de nuestra familia de lo parecía a simple vista. —¿Por qué no? —le pregunto—. ¿Qué pasa con la iglesia?

—Ellos siempre te dicen qué hacer —dice—. Y no me gusta recibir órdenes.

—¿Incluso de parte de Dios?

Me mira, una de las esquinas de la boca se eleva en una sonrisa tranquila. —Sobre todo de Dios.

Muy interesante. Tal vez estoy teniendo un poco de diversión con

esta conversación. Tal vez debería decirle quién soy, dejar de tirar indirectas, pero ¿cómo romper a alguien cuando eres su hija todavía no

concebida del futuro? No quiero asustarla.

—Entonces —dice después de un minuto—. ¿Para qué viniste aquí a pensar?

¿Cómo decirlo? —Se supone que debo ir a un… viaje, para ayudar a un amigo que está en un mal lugar.

Asiente. —Y no quieres ir.

—Quiero. Ella me necesita. Pero tengo la sensación de que si me voy, no voy a ser capaz de realmente volver. Todo va a cambiar. ¿Entiendes?

—Ah —me está mirando intensamente—. Y hay un tipo que estás dejando atrás.

—Algo por el estilo.

—El amor es una cosa esplendorosa —dice—. Pero también es un dolor en el culo.

Doy una risa de sorpresa. Ella juró. Nunca la había escuchado jurar. Las damas, me decía todo el tiempo, no juran. Es indigno.

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—Suena como la voz de la experiencia —le digo en broma—. ¿Es eso

lo que has venido aquí para pensar? ¿Un hombre?

La veo enmarcar cuidadosamente las palabras antes de que las diga.

—Una propuesta de matrimonio.

—¡Guau! —exclamo, y se ríe—. Eso es grave.

—Sí —murmura—. Lo es.

—¿Así que él te lo pidió? —Mierda. Debe ser papá del que está hablando. Está aquí tratando de decidir si debe o no casarse con papá.

Asiente, sus ojos distantes como si estuviera recordando algo

agridulce. —Ayer por la noche.

—¿Y tú dijiste...?

—Le dije que tenía que pensar en ello. Y dijo que si quería casarme con él, lo buscara hoy. Al ponerse el sol.

Doy un silbido, y sonríe de una manera dolorosa. No puedo

ayudarme a mí misma. —¿Así que te estás inclinando hacia el sí o hacia el no?

—Hacia el no, creo.

—¿Tú no… lo amas? —le pregunto, de repente sin aliento. Este es mi futuro del que estamos hablando aquí, toda mi existencia en la línea, ¿y se

está inclinando hacia el no?

Baja la mirada a sus manos, en su dedo anular, donde hay muy visible un anillo de compromiso precioso. —No es que no lo quiera. Pero no

creo que me lo esté preguntando por las razones correctas.

—Déjame adivinar. Eres rica, y quiere casarse contigo por el dinero.

Da un bufido. —No. Quiere casarse conmigo porque quiere que tenga a su hijo.

Niño, singular. Porque no sabe que hay un Jeffrey en el plan.

—¿No quieres niños? —le pregunto, mi voz un poco más alta de lo normal.

Niega con la cabeza. —Me gustan los niños, pero no creo que quiera tener uno propio. Me preocuparía demasiado. No quiero amar algo tanto y que luego me lo quiten. —Mira a través del valle, avergonzada por lo

mucho que ha dicho de sí misma—. No sé si puedo ser feliz en la vida. Ama de casa. Madre. No es para mí.

Está tranquila por un momento mientras trato de pensar en algo

inteligente que decir, y milagrosamente, me golpea. —Tal vez no debes buscar en términos de si serás o no feliz como esposa de este hombre,

solamente si ser su esposa es fiel a la clase de persona que quieres ser.

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Pensemos en la felicidad como algo que podemos tomar. Pero por lo

general se trata de conformarse con lo que tenemos, y la aceptación de nosotros mismos.

Las clases de felicidad me vienen bien, por fin.

Me mira agudamente. —¿De nuevo, cuántos años tienes?

—Dieciocho. Más o menos. ¿Cuántos años tienes tú? —pregunto con

una sonrisa, porque ya se la respuesta. He hecho los cálculos. Cuándo mi papá le preguntó para casarse, tenía noventa y nueve años.

Ella enrojece. —Más vieja que eso —suspira—. No quiero

convertirme en alguien más, simplemente porque eso es lo que se espera de mí.

—Entonces no lo hagas. Sé más —digo.

—¿Qué has dicho? —pregunta.

—Sé más de lo que se espera de ti. Mira más allá de eso. Escoge tu

propio designio.

Al oír la palabra designio, sus ojos se estrechan en mi cara. —

¿Quién eres?

—Clara —respondo. —Te lo dije.

—No —se levanta, camina hasta el borde de la roca—. ¿Quién eres

en realidad?

Me levanto y la miro, encontrándome con sus ojos. Hora de mostrar mi mano, pienso. Trago.

—Soy tu hija —digo—. Sí, es bastante extraño verte, también — continuo, mientras su cara se pone blanca como un papel—. ¿Qué fecha

es hoy, de todas maneras? He estado muriendo por saber desde que vi tu vestimenta.

—Es diez de julio —dice aturdidamente—. 1989. ¿A qué estás

jugando? ¿Quién te envió?

—Nadie. Supongo que te estaba extrañando y crucé el tiempo por

accidente. Papá me dijo que te vería de nuevo, cuando más te necesitara. Supongo que esto es a lo que se refería. —Doy un paso hacia delante—. Realmente soy tu hija.

Sacude su cabeza. —Deja de decir eso. No es posible.

Levanto mis brazos, encogiéndome de hombros. —Y aun así aquí estoy.

—No —dice, pero puedo verla escudriñando mi cara de una manera totalmente diferente, mirando mi nariz como su nariz, la forma de mi

rostro, mis cejas, mis orejas. La incertidumbre parpadea en sus ojos.

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Luego pánico. Empiezo a preocuparme de que vaya a saltar de la roca para

volar lejos de mí.

—Es un truco —dice.

—¿Ah, sí? ¿Y para qué estoy tratando de engañarte?

—Quieres que me…

—¿Te cases con mi papá? —completo su frase—. ¿Piensas que él,

Michael, mi padre, un ángel del Señor y todo eso… quiere atraparte en un matrimonio en el que no quieres estar? —suspiro—. Mira, sé que esto es surrealista. Se siente extraño para mí también, como si en cualquier

minuto pudiera desaparecer, como si nunca hubiese nacido, lo que sería un fastidio total, si sabes a lo que me refiero. Pero no me importa,

realmente. Estoy tan feliz de verte. Te he extrañado. Mucho. ¿Simplemente podríamos… hablar sobre eso? Voy a nacer el 20 de junio de 1994. —Doy lentamente un paso hacia ella.

—No lo hagas —dice bruscamente.

—No sé cómo convencerte. —Me detengo y pienso sobre ello. Luego

alzo mis manos—.Tenemos las mismas manos —digo—. Mira. Las mismas. ¿Ves cómo tu dedo anular es ligeramente más largo que el dedo índice? El mío también. Siempre bromeabas de qué se trataba de un signo de una

gran inteligencia. Y tengo esta gran vena que pasa horizontalmente a través de la derecha, la cual pienso que se ve un poco extraña, pero tú también tienes eso. Así que supongo que somos extrañas juntas.

Ella mira sus manos.

—Creo que debería sentarme —dice, y cae pesadamente al sentarse

en la roca.

Me agacho a su lado.

—Clara —susurra—. ¿Cuál es tu apellido?

—Gardner. —Pienso que es el que mi papá eligió como su nombre mortal, pero no estoy segura, en realidad. Clara, por cierto, era el nombre

más popular más o menos en 1910, pero no mucho desde aquella época. Gracias por eso.

Ella reprime una sonrisa. —Me gusta el nombre Clara.

—¿Quieres que te diga mi segundo nombre, o se te puede ocurrir uno por tu cuenta?

Pone sus dedos en sus labios y sacude la cabeza con incredulidad.

—Así que… —digo, porque el sol está definitivamente en su camino hacia el horizonte, y tendrá que irse pronto—. No quiero presionarte ni

nada, pero creo que deberías casarte con él.

Ella se ríe débilmente.

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—Te ama. No por mí. O porque Dios le dijo que lo hiciera. Es por ti.

—Pero no sé cómo ser una madre —murmura. —Fui criada en un orfanato, lo sabes. Nunca tuve una madre. ¿Soy buena en ello?

—Eres la mejor. En serio, y no estoy tratando solo de hacer mi caso aquí, pero eres la mejor madre. Todos mis amigos están súper celosos de lo increíble que eres. Pones a todas las otras mamás en vergüenza.

Su expresión todavía está nublada. —Pero voy a morir antes de que crezcas.

—Sí. Y eso apesta. Pero no te cambiaría por alguien que pudiera vivir

mil años.

—No estaré ahí para ti.

Pongo mi mano sobre la suya. —Estás aquí ahora.

Asiente ligeramente, traga. Da vuelta a mi mano sobre la suya y la examina.

—Increíble —exhala.

—Lo sé. ¿Cierto?

Nos sentamos por un rato. Luego dice. —Así que dime acerca de tu vida. Dime acerca de este viaje en el que estás.

Muerdo mi labio. Me preocupa que si le digo demasiado del futuro

vaya interferir con el espacio-tiempo o algo así y destruir el mundo. Cuando le digo esto, se ríe.

—He visto el futuro toda mi vida —dice—. Tiende a funcionar como

una paradoja, en mi experiencia. Te das cuenta de que algo va a suceder, y luego lo haces porque sabes que eso es lo que va a pasar. Es una especie

de escenario de ¿qué fue primero el huevo o la gallina?

Está lo suficientemente bien para mí. Le digo acerca de todo lo que pienso que tengo tiempo. Le digo sobre mis visiones, acerca de Christian y

el fuego, el cementerio, y el beso. Le digo sobre Jeffrey, lo que le sorprende, porque nunca consideró que tendría más de un hijo.

—Un hijo —exhala—. ¿Cómo es?

—Se parece mucho a papá. Alto, fuerte, y obsesionado con los deportes. Y mucho a ti. Terco. Y terco.

Sonríe, y siento un rayo de felicidad viniendo de ella sobre la idea de Jeffrey, un hijo que luce como papá. Parloteo sobre como la visión de

Jeffrey se arruinó y como huyó lejos y que ha estado viviendo en nuestra vieja casa, como está saliendo con una Triplare mala, como no puedo encontrarlo ahora, y se pone seria.

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Y finalmente, le cuento sobre Angela, Phen y Web, y lo que pasó en

el Liguero, y como estoy empezando a creer de que Angela es sobre quien se trata mi designio.

—¿Así que, qué tienes que hacer? —pregunta. —¿Salvarla?

—Hice un pacto con el diablo, por así decirlo.

—¿Qué diablo?

—Samjeeza.

Se estremece como si la hubiera abofeteado. —¿Conoces a Samjeeza?

—Se considera a sí mismo un amigo de la familia.

—¿Qué quiere? —pregunta con gravedad.

—Una historia. Sobre ti. No sé porque, realmente. Está obsesionado contigo.

Se muerde la punta de su dedo pulgar suavemente, contemplando.

—¿Qué tipo de historia?

—Un recuerdo. Algo con lo que pueda imaginar que estás viva, como

un nuevo dije en la pulsera. —Parece sorprendida—. La cual me diste, y se la regresé, el día de tu funeral. Es complicado. Necesito una historia. Pero no puedo pensar en algo lo suficientemente bueno.

Sus ojos están llenos de pensamientos. —Te daré una historia —dice—. Algo que querrá oír.

Respira hondo y mira hacia los arboles debajo de nosotras. —Como

he dicho antes, una vez fui enfermera, durante la Gran Guerra, trabajaba en un hospital en Francia, y un día conocí a un periodista.

—En un estanque —proporciono—. En tu ropa interior.

Levanta la vista, sobresaltada.

—Él me contó algunas historias también.

Está avergonzada de la idea, pero continúa. —Nos hicimos amigos, de alguna manera. Nos hicimos más que amigos. Al principio pensé que

era solo un juego para él, para ver si podía ganarme, pero mientras el tiempo pasaba nos convertimos en algo… más. Para los dos.

Hace una pausa, mirando hacia el horizonte como si estuviera en

busca de algo, pero no lo puede conseguir.

—Luego una noche el hospital fue bombardeado por los hunos8 —Sus labios se tensan—. Todo estaba en llamas. Todos estaban… —Cierra

8 Hunos: Confederación de tribus euroasiáticas, muchas de ellas de los más diversos

orígenes, unidas por una aristocracia que hablaba una lengua túrquica.

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los ojos brevemente, y luego los vuelve a abrir—. Muertos. Me las arreglé

para salir de allí, y todo era solo fuego, fuego en todas partes, y luego Sam llegó en un caballo y dijo mi nombre, tendió una mano hacia mí, yo la

tomé, y me puse detrás de él. Me sacó de allí. Pasamos la noche en un antiguo granero de piedra cerca de Saint-Céré. Me dio un poco de agua e hizo que me sentara, lavó el hollín y la sangre de mi cara. Y me besó.

Besada en un granero. Debe ser una cosa genética.

Pero esta historia no lo hará, me doy cuenta. Samjeeza ya la sabe. Es el dije del caballo.

—Me había besado antes —continúa mamá—. Pero después de esa noche era diferente, de alguna forma. Las cosas habían cambiado.

Hablamos hasta que el sol salió. Finalmente admitió lo que era. Ya había adivinado que era un ángel. Lo sentí cuando lo conocí por primera vez. En ese tiempo no quería tener nada que ver con ángeles, así que traté de

ignorarlo.

—Claro —sonrío—. Los ángeles pueden ser un dolor en trasero.

Su boca se tuerce, sus ojos brillando por un momento antes de ponerse sería otra vez. —Pero no era simplemente un ángel. Me contó cómo se había caído, y por qué. Me mostró sus alas negras. Y me confesó

que había estado intentando seducirme porque los Vigilantes querían descendencia de ángel.

—Guau. ¿Simplemente lo admitió?

—Estaba furiosa —dice—. Era todo de lo que había estado huyendo toda mi vida. Lo abofeteé. Atrapó mi muñeca y me pidió que lo perdonara.

Dijo que me amaba. Me preguntó si alguna vez podría amarlo.

Se detiene de nuevo. Estoy paralizada por su historia. La puedo ver, las imágenes y sus sentimientos vertiéndose en mi cerebro. Sus ojos,

sinceros, llenos de amor y dolor, rogando. Su voz, suave mientras le decía, sé que soy un miserable. ¿Pero es posible que alguna vez me ames?

Suspiro. —Mentiste.

—Mentí. Dije que nunca podría quererlo. Le dije que no quería verlo de nuevo. Me miró por un rato largo, y luego se había ido. Así como así.

Nunca le dije a nadie acerca de esa noche. Michael sabe, creo, en la manera en la que él parece saber todo. Pero nunca he hablado acerca de ello hasta ahora. —Exhala a través de sus labios como si hubiera puesto

en el suelo algo pesado—. Así que esa es tu historia. Mentí.

—Tú lo querías —digo cuidadosamente

—Lo amaba —susurra—. Fue mi sol y mi luna por un tiempo. Estaba loca por él.

Y ahora él está loco por ti, pienso. Énfasis en loco.

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Aclara su garganta. —Fue hace mucho tiempo.

Y aun así las dos sabemos que el tiempo puede ser una cosa difícil.

—Esto debe ser incómodo para ti —dice, al ver mi ceño fruncido—.

Yo diciendo que amé a un hombre que no es tu padre.

—Pero sé que amas a papá. —Recuerdo a mamá y papá juntos en sus últimos días, lo obvio que era el amor entre ellos, lo puro. Le sonrío,

golpeando mi hombro con el suyo—. Lo aaaaaamas. Lo haces.

Se ríe, y me empuja de vuelta. —Está bien, está bien, me casaré con él. No podría rechazarlo ahora, ¿no? —De repente jadea—. Debo irme —

dice, saltando como si fuera Cenicienta llegando tarde al baile—. Se supone que debo encontrarme con él.

—En la playa de Santa Cruz —digo.

—¿Te dije acerca de ello? —pregunta—. ¿Qué le digo?

—Solo lo besas —digo—. Ahora ve antes de que se te haga tarde y yo

deje de existir.

Se mueve hacia el borde de la roca y convoca a sus alas. Estoy

sorprendida de lo gris que son, cuando normalmente, cuando la conocí mejor, eran de un blanco penetrante. Aun son hermosas, pero grises. Indecisas. Inciertas.

Duda.

—Vete —digo.

Hay lágrimas en sus ojos. No quiero dejarte, dice en mi mente.

No te preocupes, mamá, respondo. Llamándola mamá por primera vez desde que llegué aquí. Me verás de nuevo.

Sonríe y acaricia mi mejilla, luego se da la vuelta y se va, el viento de sus alas soplando mi pelo, y se desliza hacia el océano. Hacia la playa,

donde mi papá está esperando.

Seco mis ojos. Y cuando miro de nuevo, estoy de vuelta en el presente, como si toda esta tarde hubiese sido una especie de hermoso

sueño.

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19 Tren hacia el Sur

Traducido por CoralDone & Chubasquera Acl

Corregido por Findareasontosmile

Dos minutos para la medianoche.

De verdad, esta vez.

La visión no me había preparado para la enormidad de este momento. Siento como que voy a saltar fuera de mi piel. Siento cada tic-

tac de mi reloj de segunda mano como una descarga eléctrica pulsando a través de mí, una y otra vez.

Puedo hacer esto, me digo, jugando con la cremallera de mi sudadera con capucha negra.

Tic, tac

Tic, tac

El tren hacia el norte viene y va. Samjeeza llega, reclama la farola, graznando hacia mí.

Pero Christian no está aquí.

Me vuelvo en un lento círculo, buscándolo, mis ojos demorándose en

cada espacio vacío, en cada sombra, esperando encontrarlo, pero no está aquí.

No va a venir.

Por un minuto, siento que mi miedo va a comerme.

—Caw —dice el cuervo impacientemente.

Es medianoche.

Me tengo que ir. Con o sin él.

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Me enfrento al tramo del pavimento que me llevará a través de las

vías. Un paso a la vez, mi corazón salta como un conejo, mi respiración sale en superficiales jadeos, cruzo a través de las vías.

Al otro lado, Samjeeza se desarrolla poco a poco en un hombre. Se ve complacido consigo mismo, emocionado, el tipo de excitación de un zorro en el gallinero, un malicioso brillo en sus ojos. Mi piel hormiguea al verlo.

—Una buena noche para un viaje. —Mira alrededor—. Te dije que trajeras a un amigo.

—¿Tienes a algún amigo que iría al infierno por ti? —pregunto,

tratando de evitar que mi labio inferior tiemble.

Su mirada es penetrante. —No.

No tiene amigos. No tiene a nadie.

Chasquea la lengua como si estuviera decepcionado de mí. —Esto no va a funcionar sin alguien que te conecte a la tierra.

—Me podrías conectar —digo, alzando la barbilla.

La esquina de su boca se curva hacia arriba. Se inclina hacia

delante, sin tocarme, pero lo suficientemente cerca para envolverme en el capullo de tristeza que siempre lo envuelve. Es una profunda y desgarradora agonía, como si todo lo brillante y hermoso en este mundo

poco a poco se atrofiara y muriera. Desmoronándose en cenizas en mis manos. No podía respirar, no podía pensar.

¿Cómo mamá pudo manejar el acercarse alguna vez a esta criatura?

Pero entonces, ella no tenía la susceptibilidad que tengo. No podría haber sabido cómo de oscuro y escalofriante era él realmente, cómo de

destrozado.

—¿Es esto a lo que quieres estar vinculada? —pregunta, su voz estruendosa.

Doy un paso atrás y jadeo cuando soy capaz de recuperar mi aliento de nuevo, como si hubiera estado asfixiándome.

—No. —Me estremezco.

—No lo creía —dice—. Ah, bueno. —Baja la mirada, a las vías, donde en la distancia puedo escuchar el leve silbido de un tren que se

aproxima—. Probablemente es para mejor —dice.

Voy a perder mi oportunidad.

—¡Espera!

Me volteo para ver a Christian apresurándose a través de las vías, vistiendo su chaqueta de lana negra y sus vaqueros grises. Sus ojos están

muy abiertos, su voz entrecortada mientras dice en voz alta: —¡Estoy aquí!

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Mi aliento sale apresuradamente. No puedo evitar sonreír. Me

alcanza y nos abrazamos, agarrándonos a los brazos del otro por un minuto, murmurando: —¡Lo siento! Y: —¡Estoy tan contenta de que estés

aquí! Y: —¡No me lo podía perder! Y: —¡No tienes que hacer esto! Una y otra vez entre nosotros, a veces en voz alta, a veces en nuestras cabezas.

Samjeeza se aclara la garganta, nos alejamos del otro y giramos

hacia él, que ladea la cabeza hacia Christian.

—¿Quién es este? —pregunta—. Lo he visto andando a tu alrededor como un cachorro enfermo de amor. ¿Es uno de los Nephilim?

Christian inhala bruscamente. Nunca había visto a Samjeeza antes, nunca había estado tan cerca de un Alas Negras. Por un momento me

pregunto si no se había equivocado acerca de ver a Asael. Asael y Samjeeza lucen lo suficientemente iguales que tal vez los confundió. Es posible. Esta podría seguir siendo su visión, creo.

—Es un amigo —digo, agarrando la mano de Christian. Inmediatamente me siento más fuerte, más balanceada, más centrada.

Podemos hacer esto—. Dijiste que necesitaba un amigo y aquí está. Así que ahora puedes llevarnos a Angela.

—Nos estamos olvidando de algo ¿no? —dice Samjeeza—. ¿Tu pago?

¿Qué pago? Demanda Christian en mi cabeza. ¿Clara, que pago? ¿Qué le prometiste?

—No lo he olvidado

El tren se está acercando, una leve luz roja delante, avanzando por las vías. Voy a tener que hacer esto rápido.

—Tengo una historia —le digo—. Pero te la mostraré.

Con mi mano libre, levanto mi brazo y toco la mejilla de Samjeeza, la cual es delicada y fría, inhumana. Su dolor me inunda, haciendo que

Christian jadee mientras este reverbera a través de mí y dentro de él, pero me agito en su contra, apretando la mano de Christian más fuerte. Me

enfoco en hoy, la hora que pasé con mi madre en lo alto de Buzzards Roost. Vierto todo en la abierta y conmocionada mente de Samjeeza: su voz contando la historia. El viento soplando su largo cabello castaño, la forma

en la que se sintió mientras lo decía, el suave y cálido apretón de su mano sosteniendo la mía, y finalmente, las palabras.

Mentí

Lo amaba.

Samjeeza retrocede. Es más de lo que esperaba. Lo sentí comenzar a

temblar bajo mi mano. Doy un paso atrás y lo dejo ir.

Esperamos a ver qué hará. El tren se acerca a la estación. Es diferente al que viene del norte; este está manchado con tierra y hollín, o

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algo negro y desagradable, por lo que no puedo leer las palabras de los

lados. Las ventanas están llenas de figuras negras. Gente gris, me doy cuenta. En su camino al inframundo.

Los ojos de Sam están cerrados, su cuerpo absolutamente inmóvil, como si lo hubiera convertido en piedra.

—Sam… —le recuerdo—, debemos irnos.

Sus ojos se abren. Sus cejas se empujan juntas, el espacio entre ellas arrugado como si estuviera sufriendo. Nos observa a Christian y a mí como si no supiera qué hacer con nosotros. Como si estuviera teniendo

segundos pensamientos.

—¿Están absolutamente seguros de que quieren hacer esto? —

pregunta, su voz ronca—. Una vez que aborden esta locomotora en particular, no hay vuelta atrás.

—¿Por qué tenemos que tomar un tren? —pregunta Christian

impulsivamente—. ¿No nos puedes llevar allí, como lo hiciste con Clara y su madre antes?

Samjeeza parece recuperar un poco de su equilibrio. —Para mí gastar la energía de esa forma, llamaría la atención de lo que estoy haciendo, y el tren puede ser seguido. No, tienen que ir como todos los

comunes condenados de este mundo, en las profundidades del transbordador, en coche o en tren.

—Está bien —dijo Christian firmemente—. En tren, entonces.

¿Estás seguro?, le pregunto silenciosamente, mirándolo.

Iré a donde vayas, respondió.

Me dirijo de nuevo a Sam. —Estamos listos.

Asiente.

—Escúchame cuidadosamente, te llevaré donde tu amiga, donde he concertado para que ella esté en el momento dado, y debes convencerla de irse contigo.

—¿Convencerla? —interviene Christian de nuevo—. ¿No estará ella ansiosa por salir de ahí?

Samjeeza lo ignora, centrándose en mí. —No hables con nadie más

que no sea la chica.

¿Qué, piensa que me voy a parar a hablar con la primera persona

que me tropiece? —No hay problema.

—Nadie más —repite rápidamente, hablando en voz alta para hacerse oír por encima del motor del tren, mientras este disminuye hasta

detenerse frente a nosotros—. Mantengan sus cabezas abajo, no miren a nadie a los ojos. —Mira a Christian—. Trata de mantener contacto físico

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con tu amigo, pero cualquier signo exterior de afecto o conexión entre

ustedes será notado, y no quieres que se note. Mantente cerca de mí, pero no me toques. No me mires directamente. No me hables en público. Si me

voy a quedar contigo, tienes que hacer exactamente lo que te diga, cuando te diga, sin preguntar. ¿Entiendes?

Asiento sin decir nada.

El tren se estremece hasta detenerse completamente. Samjeeza toma dos monedas de oro de su bolsillo y las deposita en mi mano. —Para el pasaje. —Le entrego una a Christian.

—Tu cabello —dice, y pongo mi capucha sobre mi cabeza.

Las puertas se abren con un silbido.

Me acerco más a Christian, para que nuestros hombros se toquen, tomo una profunda respiración, la cual es toda aceitosa, el aire es pesado, y dejo ir su mano. Juntos seguimos a Samjeeza dentro del coche

esperando. Las puertas se cierran detrás de nosotros. No hay vuelta atrás.

Esto es.

Nos vamos al infierno.

Está oscuro dentro del coche. Estoy inmediatamente abrumada por una sensación de claustrofobia, como si las sucias paredes se estuvieran

reduciendo, encerrándonos, atrapándonos. No está ayudando el hecho de que está lleno de gente alrededor de nosotros, como sombras, insustancial y fantasmal. A veces tan inmateriales que puedo ver a través de ellos o

como si estuvieran sobreponiéndose entre sí, ocupando el mismo espacio. Hay alguno que otro gemido ocasional de unos de ellos, el sonido de un

hombre tosiendo miserablemente, una mujer llorando. Las luces parpadean sobre nuestras cabezas, rojas, zumbando como insectos enojados. Afuera de la ventana no hay más que oscuridad, como si

estuviéramos pasando a través de un túnel sin fin.

Estoy asustada. Quiero agarrar la mano de Christian, pero no

puedo, la gente lo notaría. No queremos que lo noten. No podemos ser notados. Así que me siento, con la cabeza abajo y los ojos mirando al suelo, mi corazón palpitando, y de vez en cuando, mis piernas cepillan las

suyas, y su ansiedad por esta situación, su propio miedo, pulsa a través de mí y se mezcla con el mío, hasta que no puedo decir quien está sintiendo qué exactamente. El tren se estremece, balanceándose. El aire

dentro es pesado, sofocante y frío, como si estuviéramos bajo el agua y lentamente nos congeláramos en un bloque sólido de vacío. Tengo que

luchar para no temblar.

Estoy asustada, sí, pero también determinada. Vamos a hacer esto, esta imposible tarea que se abre ante nosotros ahora. Vamos a rescatar a

Angela.

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Y estoy agradecida, en ese momento, llena hasta el borde de gratitud

de que Christian está conmigo. Está aquí. Mi compañero, mi mejor amigo.

No tengo que hacer esto sola.

Si tuviera mi diario de gratitud ahora, eso es lo que escribiría.

Nos detenemos y más personas entran. Un hombre con un uniforme negro pasa a través del coche y toma las monedas de oro. Me pregunto de

dónde las sacaran personas grises, si hay algún tipo de dispensador de monedas para los muertos en algún lugar allá fuera, en el mundo, o si alguien se las da, como si la moneda fuera una metáfora de lo que las

personas se quieren llevar con ellos de una vida a la siguiente, sólo que ahora se la tienen que dar al hombre con el uniforme negro. Algunos

parecen reacios a entregársela. Un chico afirma que no tiene una moneda, y en la siguiente parada el hombre en el uniforme negro tiene a este chico por los hombros y lo arroja fuera del tren. ¿Me pregunto a dónde irá? ¿Hay

un lugar peor que ir al infierno?

El hombre en el uniforme negro le da un amplio espacio a Samjeeza

y no le hace ninguna pregunta, noto.

En la tercera parada, Samjeeza se mueve hacia la puerta. Me mira, una señal, y sale. Christian y yo nos paramos y nos empujamos a través

de la gente gris. Y cada vez que rozo lo suficiente a alguno de ellos, recibo un golpe de crudo y feo sentimiento; odio, amor perdido, resentimiento, infidelidad y asesinato. Entonces estamos de pie sobre la plataforma, y

puedo respirar de nuevo. Trato de buscar discretamente a Samjeeza y lo encuentro a pocos pies de distancia. Ya luce diferente aquí; su humanidad

se está desvaneciendo. Es alto y más amenazador por el momento, la negrura de su abrigo, un escueto contraste con el gris de aquellos a su alrededor.

¿Dónde estamos?, pregunta Christian en mi cabeza. Esto me parece familiar.

Me doy la vuelta.

Es Mountain View, lo reconozco inmediatamente. La estructura de los edificios es en gran parte la misma, hace frío, espesa niebla pasando

entre los edificios y no hay color que ver, como si estuviéramos parados en el set de una película de terror, dentro de una televisión en blanco y negro.

Míralos, dice Christian, con un estremecimiento interior de repulsión.

Las grises personas caminan a nuestro alrededor, cabezas abajo,

algunos con lágrimas negras fluyendo por sus rostros, algunos arañándose de forma violenta, sus brazos y cuellos despellejados con las marcas de

sus uñas, algunos murmurando como si estuvieran hablando con alguien, pero nadie habla con alguien más. Están a la deriva en sus propios

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océanos de soledad, a la vez que son presionados desde todos los lados por

otros iguales a ellos, pero nunca levantan la mirada.

Está en movimiento, le dije a Christian mientras Samjeeza

comenzaba a caminar de nuevo, hacia lo que sería la calle Castro en la tierra. Esperamos algunos segundos antes de seguirlo, deslizo mi mano en la de Christian bajo el borde de su chaqueta, agradecida por la calidez de

sus dedos, el aroma de su colonia que sólo puedo detectar débilmente en esta mezcla congestionada, que puedo identificar como el escape quemado

de un coche y el olor a moho.

El infierno apesta.

La calle está libre de coches, nadie conduce, pero la masa de

personas en las aceras nunca se aventura a la carretera. Ellos se separan alrededor de Samjeeza mientras camina entre ellos, algunas veces gimiendo mientras pasa. Un sedán negro está en ralentí en la esquina. A

medida que nos acercábamos, el conductor se baja y cruza a abrirle la puerta a Samjeeza. Es algo más que la gente gris, algo como lo que el

hombre del uniforme negro era, y de hecho, lleva una especie de uniforme propio, un ajustado traje negro y un sombrero de chofer curveado, con el borde brillante.

No lo mires, me advierte Christian, mantén tu cabeza abajo.

Muerdo mi labio cuando veo que el conductor no tiene ojos o boca,

sólo una extensión suave de piel desde la nariz hasta la barbilla, un par de pequeñas marcas en el rostro, donde las cuencas de sus ojos deberían estar. Aun así, parece mirarnos cuando nos paramos detrás de Samjeeza,

y sin palabras, parece hacer una pregunta:

¿Dónde?

—Estoy llevando a estos dos para ser marcados por Asael —dice Samjeeza, pone un dedo en sus labios y el mensaje para nosotros es claro; Este hombre no puede hablar, pero puede oír, no hablen.

El chofer asiente una vez.

Siento la ola de ansiedad de Christian con el nombre de Asael como

una nueva oleada de adrenalina golpeando mi sistema. Esto puede ser una trampa. Estamos caminando derecho a ella.

Técnicamente, estamos siendo llevados derecho a ella, digo, tratando

de aligerar el momento, pero él no tiene tiempo de responder antes de que Samjeeza ponga una mano en medio de la espalda de Christian y lo

empuje al asiento trasero, y lo siga. Samjeeza se desliza a mi lado, su hombro tocando el mío ahora, y le gusta, esta luz, el contacto tentador, mi olor humano, la forma en la que mis labios están ligeramente separados

con horror. Le gusta como un mechón de mi cabello se ha escapado de mi

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cola de caballo, saliendo fuera de mi capucha, como en este mundo sin

color, brilla de color blanco puro.

Me presiono más cerca de Christian, que espera hasta que Samjeeza

cierre la puerta del coche antes de poner su brazo a mi alrededor, atrayendo mi cabeza a su hombro, lejos de Sam.

Ah, tan protector, dice Sam en nuestras mentes. ¿Quién eres, de todos modos? Pensé que ella estaba enamorada de alguien más.

Christian aprieta los dientes, pero no responde.

Pasamos a través de la versión infernal del centro de Mountain View rápidamente, más allá de la Iglesia y de la Calle Misericordia, el ayuntamiento, donde hay una línea de personas grises esperando fuera;

más allá de las tiendas y restaurantes, algunos cubiertos pero otros abiertos, las personas encorvadas en una mesa, sobre platos de comidas indistinguibles. Alcanzamos lo que sería El Camino Real, la calle principal

que conecta todas estas pequeñas ciudades entre San Francisco y San José, y hacia el sur. Aún no hay otros coches en la vía.

¿Te sorprende el infierno?, pregunta Samjeeza silenciosamente. Su voz interna mordiéndome, quemándome, como el regusto de algo amargo.

Supongo que no pensaba que iba a ver restaurantes y tiendas.

Es un reflejo de la tierra, dice. Lo que es real en la tierra, es más o menos lo verdadero aquí.

¿Entonces, todas estas personas están atrapadas aquí? Hago un gesto hacia la ventana, donde la multitud de personas grises se empujan

en las calles, siempre en su camino hacia algún lugar, eso parece, pero al mismo tiempo sin rumbo, sin ninguna dirección.

No atrapadas, pero almacenadas. Muchos de ellos no se dan cuenta de que están en el infierno. Han muerto y gravitado hacia este lugar, que es donde han querido ir ellos mismos. Pueden irse en el momento que elijan, pero nunca lo van a elegir.

¿Por qué no?

Porque no dejarán a un lado lo que los trajo aquí en primer lugar.

Nos detenemos en un aparcamiento, el coche chirriando hasta detenerse.

Recuerda lo que te dije, dijo Samjeeza, no hables con nadie más que tu amigo, y solamente cuando te diga que lo hagas.

El chofer abre la puerta, y salimos. Sorbo un aliento cuando me doy

cuenta de dónde estamos.

Un salón de tatuajes.

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Samjeeza nos empuja hacia el edificio, y luego abre y sostiene la

puerta mientras entramos. Es todo blanco y negro, los sofás de cuero de color gris carbón profundo. La gran palabra de neón que dice Tatuaje

brillando cruda, una perforación de ojo blanco, los diseños de las paredes batiendo como pájaros asustados con la repentina ráfaga de viento que dejamos entrar. El piso está sucio; hay pegajosidad y arena bajo nuestros

pies. Nos paramos por un momento en la sala de recepción, esperando. Una burbuja se levanta en el refrigerador de agua; agua gris en un contenedor gris.

Entonces; un grito ahogado se oye desde algún lugar del edificio.

Un hombre viene de la parte de atrás, un pequeño, delgado, hombre

negro con la cabeza rapada. Un ángel, creo, sin embargo, no como uno que haya visto antes. Sus inexistentes cejas se levantan, sorprendidas, cuando nos ve.

—Samjeeza —dice, inclinando su cabeza en una especie de arco.

—Kokabel —lo saluda Samjeeza en la forma en la que un Rey puede

conocer el payaso de la corte.

—¿A qué debo este honor?

—He traído a estos dos para mi hermano. Son de los caídos.

Está tomando hasta la última gota de autocontrol de Christian para no salir corriendo por la puerta y arrastrarme con él. Me muevo más cerca y trato de sostenerlo. Mantén la calma, quiero susurrar en su mente, pero

no sé si este nuevo ángel será capaz de escuchar nuestra conexión.

—¿Dimidius vivos? —pregunta Kokabel, sorprendido otra vez.

Los ojos de Samjeeza brillan cuando me miran. —Quartarius. Pero un par que combina, y creo que él lo encontrará gracioso.

—¿Por qué te detienes aquí? ¿Por qué no los llevas directo con el

maestro?

—Pensé que iba a complacerlo tenerlos marcados en primer lugar —

dice Samjeeza—. ¿Puedes hacerlo hoy? Tenía la esperanza de presentarlos a Asael pronto, si es posible.

—¿Qué sucede hoy? —pregunta Kokabel, sonriendo. Gira su cabeza

hacia el pasillo—. ¿Necesitamos contenerlos? —Luce como si le gustara la idea.

—No —responde Samjeeza suavemente. —Los tengo estropeados completamente. No deberían oponer resistencia.

Seguimos a Kokabel por un pasillo hacia una pequeña habitación,

como la sala de chequeo del consultorio de un médico. Hay una persona recostada en un sillón de cuero, con un hombre, Desmond, reconozco, inclinado sobre ella, una pistola de tatuajes zumbando en su mano. Desde

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este ángulo, no puedo ver su rostro, sólo sus manos mientras se aferran a

los brazos de la silla.

Está usando un esmalte de uñas gris, pero creo que en la tierra sería

púrpura.

Christian y yo tomamos aire al mismo tiempo. Kokabel nos empuja más lejos dentro de la habitación, como si fuéramos un ganado, y me

gustaría poder sostener la mano de Christian mientras la desesperación de Angela se estrella contra mí. Desmond está tatuando algo en un lado de su cuello. Ella lleva una camisola sin matices, casi del mismo color que su

pálida y sucia piel, tejanos rasgados y sin zapatos. Las plantas de sus pies están negras. Su cabello está recogido en un andrajoso nudo en la base de

su cráneo, su flequillo demasiado crecido que casi oculta sus ojos, unas pocas hebras alargadas de cabello sobresaliendo como paja en un espantapájaros. Todo su brazo derecho está cubierto con palabras,

algunas de fácil lectura, algunas sobreponiéndose e indescifrables.

Celosa, leo a lo largo de su antebrazo. Insufrible sabelotodo. Mala amiga. Despreocupada.

Egoísta, se lee en la curva de su codo.

Puta, en el espacio en que su brazo se encuentra con su hombro.

Y otras cosas, los pecados más específicos, como: Mentí a mi madre, mentí a mis amigos, empecé un rumor, oculté la verdad, un pequeño garabato impreso todo a lo largo de su bíceps. La palabra MENTIRA atraviesa ampliamente su cuerpo.

—Siéntense —nos manda Samjeeza, y nos hundimos obedientemente en un par de sillas plegables contra la pared del fondo.

Trato de mantener la mirada baja, pero una parte de mí no puede mantener mis ojos apartados de Angela.

—Desmond, te hemos traído algunos nuevos clientes —dice

Kokabel.

—Justo estoy terminando aquí. —Desmond sorbe su nariz como si tuviera un resfriado, limpiándose la nariz con el dorso de la mano. Sus

ojos revolotean hacia Samjeeza, después rápidamente los aparta.

Levanto mi mirada hacia el cuello de Angela, el lugar en donde

Desmond está dejando una fila de caracteres. Extiende sus dedos para estirar la piel allí, poniendo la pistola en el espacio sensible bajo su oreja, limpiando una mancha de tinta de color negra con un trapo sucio. Las

letras son oscuras y sorprendentes en contraste con la frágil blancura de su piel.

Mala madre.

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—Una mala madre —comenta Samjeeza—. ¿Quién es su

desafortunada descendencia?

Kokabel niega con la cabeza. —De Penamue, creo. Creí que no podía

engendrar hijos. Pero dijeron que es el padre.

—Es una problemática. Asael la envía de vuelta hacia nosotros cada vez que le desagrada, lo cual es a menudo.

Angela toma un respiro de repente, un gemido estrangulado escapa de ella, los tendones de su cuello sobresalen y hacen vacilar el progreso de Desmond. Sin pestañear, se levanta y le da una bofetada, duro, en la cara.

Tengo que morderme el labio para evitar gritar. Ella se desliza hacia abajo en la silla y cierra los ojos. Lágrimas grises se deslizan por sus mejillas

mientras termina sus palabras.

Samjeeza se gira hacia Kokabel. —Me gustaría elegir el diseño de la hembra. ¿Me mostrarías tu libro?

—Sí. Por este camino —dice Kokabel—. Regresaré por la chica. —Se dirige a Desmond, y luego camina hacia el pasillo. Samjeeza se detiene por

un largo momento, deja caer algo en la mano de Desmond, una bolsa de plástico, entonces sigue a Kokabel para deliberar sobre mi tinta.

Estoy pensando que no será una bonita mariposa en mi cadera.

Desmond pone la bolsa en su bolsillo y le da una palmadita, como si fuera una mascota o algo así. Gira su taburete hacia mi silla. Fuerzo mis ojos a bajar mientras él toma mi barbilla y la mueve de lado a lado.

—Preciosa piel —dice, su aliento apesta a cigarrillos y ginebra—.No puedo esperar para trabajar en ti.

El cuerpo de Christian se tensa como una cuerda.

No, le digo con una mirada, no atreviéndome a incluso hablar con la mente aquí.

Desmond se levanta y se quita los guantes, los arroja a un contenedor en la esquina, estirándose, limpiando su nariz otra vez.

—Necesito un refresco —dice, chasqueando sus dedos juntos en una especie de ritmo nervioso. Luego sale, sorbiéndose la nariz y buscando la bolsa que Samjeeza le dio, y cierra la puerta tras él.

Tienes quizás cinco minutos para hacer tu escape, la voz incorpórea de Samjeeza viene a mi cabeza al segundo que estamos solos con Angela.

Ve a la estación de tren y coge el que se dirige hacia el norte, llegará en breve. Apresúrate. En pocos minutos el infierno entero estará detrás de ti, incluido yo. Y recuerda lo que te dije. No hables con nadie. Sólo ve. Ahora.

Christian y yo corremos al lado de Angela.

—Ange, Ange, ¡levántate!

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Ella abre sus ojos, las huellas oscuras de las lágrimas aún en sus

mejillas. Frunce el ceño cuando me mira, como si mi nombre no estuviera muy cercano a ella.

—Clara —le informo—. Soy Clara. Tú eres Angela. Y este es Christian. Tenemos que irnos.

—Oh, Clara —dice con cansancio—. Siempre has sido tan bonita. —

Ausente, se frota el brazo donde dice Celosa—. Me están castigando, ya sabes.

—No más. Vamos.

Jalo sus brazos, pero se resiste. Susurra: —Los perdí.

—Ange, por favor…

—Phen no me ama. Mi madre lo hacía, pero ahora ella está perdida también.

—Web te ama —dice Christian a mi lado.

Ella mira fijamente hacia él, con angustia en sus ojos. —Lo dejé para que pudieran encontrarlo. ¿Lo encontraron?

—Si —dice—. Lo encontramos. Está a salvo.

—Está mejor así —dice ella. Sus dedos van a la deriva hacia las palabras en su cuello. Mala madre.

Tomo su mano. Su odio hacia sí misma se reproduce en serie a través de mí. Siento un fuerte sabor a bilis en la parte posterior de mi

garganta. Nadie la ama. Ella nunca podrá regresar.

Si, tú puedes, susurro en su mente. Ven con nosotros, pero no sé si puede escucharme. Nunca aprendió a recibir.

—¿Cuál es el punto? Está acabado. Arruinado —dice—. Perdido.

En ese instante, sé que su alma está herida. Nunca despertará del

trance en el que se encuentra, no así. Nunca estará de acuerdo en venir con nosotros.

Vinimos aquí por nada.

Nadie me ama, piensa.

No, no dejaré que esto ocurra, no de nuevo. Tomo sus hombros y la

obligo a mirarme. —Angela, te amo, en nombre del cielo. ¿Piensas que habría venido hasta aquí, al maldito infierno, si no te amara? Te amo. Web te ama, y lo que es más, te necesita, Ange, necesita a su madre. Y no

tenemos más tiempo que perder contigo sintiendo lástima por ti misma. ¡Ahora, levántate! —le ordeno, y en ese preciso instante, envío una pequeña explosión de gloria a su cuerpo.

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Angela se sacude, luego parpadea, sorprendida, como si hubiese

tirado un vaso de agua en su cara. Mira a Christian y luego a mí de regreso, con sus ojos como platos.

—Angela —susurro—. ¿Estás bien? Di algo.

Sus labios se curvan lentamente en una sonrisa.

—Caray —dice—. ¿Quién murió y te hizo jefe?

Nos miramos fijamente. Ella salta sobre sus pies. —Vamos.

No hay tiempo de celebrar. Nos deslizamos por el pasillo, devuelta en la desierta sala de espera. Toma dos segundos completos para que estemos

fuera de la puerta y en la calle. Manteniéndonos cerca, Christian nos dirige al norte, en dirección a la estación de tren, seguido de cerca por mí, detrás

de él, tratando de seguir su ritmo y mantener un contacto físico sutil entre nosotros, seguidos por Angela. En esta cadena, nos abrimos paso entre una fila de apartamentos sucios, derrumbándose, y hacia la calle Palo

Alto, la cual en la tierra tiene una encantadora sensación de pueblo natal, pero en el infierno, es como algo sacado de una película de Hitchcock,

llena de perversos, deshojados árboles negros que parecen garras mientras pasamos, las casas en descomposición, las ventanas rotas o hasta el borde, la pintura descascarada en láminas grises.

Pasamos a una mujer que está en medio de un jardín, sosteniendo una manguera, regando una parcela sin hierba, tierra fangosa, murmurando algo acerca de sus flores. Vemos a un hombre golpear a un

perro. Pero no nos detenemos. No podemos detenernos.

El barrio vecino da paso a una ciudad más abierta, edificios

comerciales, restaurantes y oficinas. Angela está mirando alrededor como si nunca hubiese visto este lugar antes, lo que encuentro extraño, teniendo en cuenta que es la única que ha estado aquí por casi dos semanas.

Damos la vuelta a la calle Misericordia cerca de la biblioteca, y el Ayuntamiento se cierne sobre nosotros, un enorme edificio de granito, con

las ventanas ennegrecidas, y de repente, la calle se inunda con gente gris otra vez, gimiendo, llorando y desgarrando su piel. Es difícil continuar, ya que las almas perdidas se mueven en su mayoría hacia el sur, en la

dirección equivocada. Somos como peces empujando nuestro camino río arriba, contra la corriente, pero al menos, nos vamos acercando, paso a paso, lentamente. Se siente como si hubiésemos estado caminando por

horas, pero no podemos tomar un descanso por cinco o diez minutos.

Muy, muy pronto, van a notar que nos hemos ido.

¿Solo vamos a caminar fuera de aquí? Piensa Angela incrédulamente.

Ese es el plan. Le doy una pequeña inclinación de cabeza, no segura

de si me puede escuchar. No hay cerraduras en este lugar. No es una prisión. Todos ellos podrían irse, le digo, mirando a la gente caminando, si

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lo deciden. De repente me siento abrumada por el deseo de agarrar a una

de esas personas grises por los hombros y decirle: Vengan con nosotros, y sacarlos de esta fila uno a uno.

Pero no puedo. Sería romper la regla que Samjeeza nos explicó muy claramente. No hables con nadie.

Por fin volvemos a Castro, la calle principal. Estamos en el corazón del centro de Mountain View, la calle llena de restaurantes, cafeterías y bares de sushi. Mis ojos van hacia un edificio que en la tierra fue mi

librería favorita: Libros Inc., un lugar donde mamá y yo solíamos simplemente pasar el rato, beber café y sentarnos en las cómodas sillas.

Pero aquí algo ha rascado lejos la palabra Libros por encima de la puerta, dejando profundos huecos en la piedra, como si el edificio hubiese sido atacado por una bestia enorme. Los toldos negros están hechos jirones y

colgando, humo brota de las ventanas rotas, de un fuego en algún lugar de la parte posterior.

Pasamos alrededor de otros dos bloques, manteniendo la cabeza hacia abajo tanto como podemos, como si estuviéramos caminando hacia el viento, hasta el arco negro de hierro forjado que marca la entrada a la

estación de tren está a la vista. Mi corazón se eleva ante la vista de eso.

Casi allí, dice Christian. Espero que no necesitemos una moneda de oro para salir de aquí, porque Samjeeza no nos dio nada para el viaje de regreso.

Empezamos a movernos más rápido. Una cuadra para caminar. Una

cuadra y estamos fuera de peligro. Por supuesto, sé que esto no ha terminado. Salir de aquí es solo el primer paso, después tendremos que correr, ocultarnos y permanecer escondidos, dejando atrás todo para

siempre. Pero al menos, todos estamos vivos. No sé si, en el fondo, esperaba sobrevivir este viaje en una sola pieza. Resultó ser tan simple.

Casi, ¿me atrevería a decir? Fácil.

Pero entonces veo la pizzería.

Me detengo tan de repente que Angela me choca por detrás, y

Christian aúlla cuando tiro de su brazo. Las almas grises nos empujan, gimiendo, gritando, pero permanezco un minuto con mis pies plantados y

mirando a través de la calle al edificio pequeño, en forma de caja, en el que mi hermano solía trabajar.

No me digas que quieres pizza en un momento como este, dice Angela.

Christian la hace callar mentalmente. ¿Clara?

Dejo de existir, creo.

Doy un paso en la acera hacia la calle vacía.

Clara, Jeffrey no está allí, dice Christian con urgencia. Vuelve a la acera.

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¿Cómo lo sabes? Tengo una horrible y dolorosa sensación en la boca

del estómago.

Debido a que no está muerto. Él no pertenece aquí.

Nosotros no estamos muertos. Angela no estaba muerta, digo, y doy otro paso, tirando de ellos a la calle conmigo.

Tenemos que irnos, dice Christian, mirando frenéticamente hacia el arco negro. No podemos cambiar el curso ahora.

Tengo que revisar, digo al mismo tiempo, y luego los dejo ir y tiro de

ellos lejos con mis manos.

Clara, ¡no!

Pero estoy yendo. Las emociones de las almas vienen a mí de repente, ahora que no tengo a Christian conmigo para ayudarme a bloquearlas, pero aprieto los dientes y cruzo rápidamente la calle, a la

acera opuesta. Hacia el lugar de las pizzas. Cada paso me acerca más a la ventana del frente, la cual tiene una larga grieta horizontal en el vidrio,

como si se fuera a producir una ruptura en cualquier momento, pero a través del panel nebuloso veo a Jeffrey, su cabeza hacia abajo, un paño de cocina sucio en la mano, deslizándolo en una mesa en círculos ausentes.

Es peor de lo que pensaba.

Mi hermano está en el infierno.

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20 Zombilandia

Traducido por Anelynn

Corregido por Verito

No me tomo tiempo para pensar. Irrumpo precipitadamente por la puerta y voy hacia él, sabiendo que cada segundo ahora Kokabel y Samjeeza y quien sabe quién más podrían estar detrás de nosotros,

dolorosamente consciente que le prometí a Samjeeza que no hablaría con nadie excepto Angela, pero no me importa. Es mi hermano. En ese

momento se me ocurre que tal vez mi designio en venir al infierno no era todo sobre Angela, después de todo. Tal vez yo estaba predestinada a salvar a Jeffrey.

Mira de nuevo cuando me acerco a él, entonces frunce el ceño. —Clara, ¿qué estás haciendo aquí?

Supongo que no debería esperar que esté feliz de verme.

No hay tiempo para charlas, no hay tiempo para explicaciones. Diviso a Angela y a Christian en la acera justo afuera de la ventana, sus

bocas abiertas con horror de que yo tenía razón. —Necesito que hagas lo que te diga, sólo esta vez —digo en voz baja, mirando alrededor a toda la gente gris en el restaurante, una persona en cada mesa, pero ninguno de

ellos levanta la mirada. Todavía. Agarro su mano y tiro de él hacia la puerta—. Ven conmigo, Jeffrey. Ahora.

Se aleja de mí. —No puedes aparecerte aquí y darme órdenes. Este es mi trabajo, Clara. Mi boleto de comida. Apesta, pero una de las cosas sobre tener un trabajo es que no puedo exactamente ir y venir cuando se

me plazca. Los jefes tienden a fruncir el ceño con eso.

No sabe dónde está. Piensa que esta es su vida normal. No tengo

tiempo para rumiar sobre cuán depresivo es que mi hermano no pueda diferenciar entre la normalidad y condena eterna.

—Este no es tu trabajo —digo, tratando de seguir calmada—. Ven.

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Por favor.

—No —dice—. ¿Por qué debería escucharte? La última vez fuiste realmente grosera conmigo, me gritaste, y entonces nunca regresaste por

todo este tiempo, y ahora esperas que yo...

—No sabía que estabas aquí —interrumpo—. Habría venido antes si hubiera sabido.

—¿De qué estás hablando? —Lanza su trapo de cocina hacia una mesa cercana y me mira con furia—. ¿Te has vuelto loca o algo?

Oh, voy en camino. Ya la barrera que levanté entre yo y las

emociones de todas estas personas alrededor se está carcomiendo, y pequeños susurros se están colando.

No es de su incumbencia.

Lo odio. Merezco algo mejor.

Engañada. Ellos me engañaron.

Parpadeo furiosamente, trato de aclarar mi cabeza y concentrarme en Jeffrey, pero entonces…

¿Qué está haciendo ella aquí?

Oh, mierda. Miro sobre el hombro de Jeffrey, y ahí está Lucy, enmarcada en la entrada, su expresión es totalmente pasmada de verme.

—Tú… ¿Qué estás haciendo aquí? —Avanza y demanda, sus ojos llenos de furia, pero su voz controlada. Desliza un brazo en el de Jeffrey. Sólo verla otra vez trae el recuerdo de esa noche en el Liguero Rosa

pasando velozmente, la bola de fuego que nos lanzó, su chillido mientras Christian mataba a Olivia, lo que juró después. Juro que te mataré, Clara Gardner. Me aseguraré de que sufras primero.

—Déjalo ir —le digo en voz baja.

Christian repentinamente está a mi lado, mirando a Lucy con ojos

fieros que la retan a atacarnos aquí, como que le está recordando que él mató a su hermana y que podría tener una espada de Gloria con su

nombre en ella. Lo que hace que me pregunte si las espadas de Gloria funcionan en el infierno.

De verdad, de verdad espero que lo hagan.

Lucy me mira sin hablar, su agarre en el brazo de mi hermano apretándose. Siento su odio hacia mí pero también su miedo. Ella quiere

herirme, cortarme en dos con su espada, para vengar a su hermana, para ganar el respeto de su padre, pero me tiene miedo. Le tiene miedo a Christian. En el fondo, es una cobarde.

—Nos vamos —dice Christian—. Ahora.

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—No voy a ir con ustedes —dice Jeffrey.

—Cállate —espeto—. Te voy a sacar de aquí.

—No —dice Lucy, su voz mucho más calmada de lo que puedo sentir

agitándose dentro de ella—. No lo van a hacer. —Le sonríe a Jeffrey dulcemente—. Puedo explicarte todo esto, bebé, lo prometo, pero primero, tengo que encargarme de algo. Te quedas justo aquí, ¿de acuerdo? Tengo

que irme por un minuto, pero regresaré de inmediato. ¿Vale?

—De acuerdo... —acepta Jeffrey, frunciendo el ceño. Está confundido, pero confía en ella.

Se levanta, lo besa suavemente en la boca, y se relaja. Entonces lo deja ir, lo cual me sorprende, lo está soltando sin una pelea. Me preparo

para una repentina espada de dolor hacia el pecho, pero me roza pasándome sin una mirada en mi dirección.

Entonces siento lo que pretende hacer. Va a ir al club, a dos cuadras

de distancia. Para encontrar a su padre. Para traer un mundo entero de dolor sobre nuestras cabezas.

Espera que Asael nos convierta a todos, a mí, Christian y Angela, en pequeñas pilas de cenizas.

Cuando está fuera de vista me volteo hacia Jeffrey, quien regresa a

limpiar la mesa.

—Jeffrey. ¡Jeffrey! Mírame. Escucha. Estamos en el infierno. Tenemos que irnos, ahora mismo, así podemos alcanzar un tren para salir

de aquí.

Sacude su cabeza. —Ya te dije, tengo que trabajar. No puedo irme.

—Se mueve hacia otra mesa vacía y comienza a apilar platos.

—Este no es el lugar donde trabajas —digo, cuidando mantener mi voz regular—. Este es el infierno. Hades. El inframundo. Luce como una

pizzería. Pero no lo es. Es solo un reflejo de la tierra. Esto no es pizza real, ¿ves? —Cruzo hacia la mesa y agarro una rebanada de pizza del plato, la

sostengo junto a la cara de Jeffrey. Es como un pedazo de cartón pastoso, gris y sin textura, disolviéndose en mi mano—. No es real. Nada es real aquí. Nada es sólido. Esto es el infierno.

—No hay tal cosa como el infierno —murmura, su mirada en la pizza, vagamente preocupado—. Es algo que la gente de la iglesia hizo para

asustarnos.

—¿Lucy te dijo eso?

No responde, pero lo veo en sus ojos, los comienzos de la duda. —No

puedo recordar.

—Ven conmigo, tomaremos un tren, y todo se aclarará otra vez. Lo prometo.

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Se resiste mientras jalo su brazo. —Lucy dijo que volvería enseguida.

Dijo que lo explicaría.

—No hay nada que explicar —digo—. Es simple. Estamos en el

infierno. Necesitamos salir. Lucy es un Alas Negras, Jeffrey. Ella te trajo aquí.

Sacude su cabeza, con la mandíbula apretada. —No. No es posible.

Christian está dando vueltas en la puerta, renuente a esperar más tiempo. Tienes que venir ahora.

Me giro hacia Jeffrey. —Vamos, Jeffrey. Confía en mí. Soy tu hermana. Soy la única familia que tienes. Tenemos que permanecer juntos. Eso es lo que mamá nos dijo, ¿recuerdas? Haz esto por mí ahora.

Sus ojos color plata se pusieron tristes, y siento, por medio de mi pared que se derrumba, cuan herido está por todo lo que está pasando: la inexplicable visión y su fracaso por recrearlo, la manera de que todo era

siempre sobre mí y nunca sobre él, papá abandonándonos, mamá muriendo y dejándonos con tantas preguntas sin responder, todo se

convierte en cenizas justo delante de sus ojos. Todos se han ido, y no hay nadie para él excepto Lucy, y hay algo que sabe se está perdiendo de ella, algo importante, y no sabe si todo es su culpa, si es porque no es la

persona que se supone que es, pero no quiere perderla tampoco. ¿Quién soy?, piensa. ¿Qué estoy haciendo aquí? ¿Tengo que herir tanto todo el tiempo? ¿Por qué nunca, nunca se vuelve algo más fácil?

Y él desearía que sólo se detuviera.

Desearía estar muerto.

—Oh, Jeffrey —jadeo—. No pienses en eso. —Lanzo mis brazos a su alrededor, mi corazón en mi garganta—. Te amo, te amo —lo digo una y

otra vez—. Y mamá te ama, y papá te ama, lo hace; todos te amamos, tonto. No pienses eso.

—Mamá está muerta. Papá se fue. Tú estás ocupada —dice sin

inflexión.

—No. —Me alejo y miro en sus ojos, lágrimas cayendo de mi rostro.

Pongo una mano en su mejilla de la forma que hice con Samjeeza hace un rato y lo inundo con el recuerdo de mamá en Buzzards Roost esta tarde, esperando que pueda recibirlo, enfocando en el momento cuando primero

le dije sobre Jeffrey, cuan feliz estaba con el idea de él. Entonces le muestro el cielo. Mamá caminando en la luz distante. Su calidez. La paz. Los persistentes rastros de amor todo sobre ella.

—¿No lo ves? Es real —susurro.

Me mira fijamente, un brillo de lágrimas en sus ojos.

—Vamos a casa —digo.

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—De acuerdo. —Asiente—. Está bien.

Todo mi aliento me deja en un alivio rápido. Nos movemos hacia la puerta. Christian prácticamente rebotando en la planta de sus pies,

mirando todo a su alrededor como que las sombras van a saltar sobre nosotros. Por allá, dice, mirando hacia el oeste, a la luz de advertencia. Algo está viniendo.

Agarro la mano de Christian, todavía agarrando la de Jeffrey. —Vamos.

Hay un claro sonido de un silbido del tren, alto y dulce. Nunca he escuchado un sonido más bienvenido en mi vida.

La gente en la calle se gira hacia el ruido.

Está viniendo. Casi está aquí.

Pero hemos atrapado la atención de los condenados. Me estaba concentrando en Jeffrey antes, no mirando hacia las otras almas perdidas

en la recepción de la pizzería, pero todos me están mirando.

Incluso la gente gris afuera en la calle se están girando lentamente

hacia nosotros, sus rostros levantados en vez de inclinados hacia el suelo. Miran directamente hacia nosotros, y donde sus ojos deberían de ser negros, son agujeros vacíos. Abren sus bocas, y sus entrañas son negras

—los dientes son negros, sus lenguas— y me vuelvo consciente de otro ruido, como el zumbido de moscas. Muerte.

Christian jura bajo su aliento. Angela agarra la mano de Jeffrey.

Uno de las personas grises levanta un dedo huesudo para señalarnos. Entonces otro, y otro. Entonces comienzan a moverse en

nuestra dirección.

—¡Corran! —grita Angela y nos vamos hacia la estación del tren corriendo en medio de la calle, nuestros brazos chocando chirriando

mientras batallamos para mantenernos unos con otros. Podemos hacerlo. Solo tenemos como media cuadra más, si eso. Estamos tan cerca. Minutos

lejos de la seguridad. Podemos hacer esto. Podemos llegar ahí.

Pero no logramos hacer tres metros antes de que la gente gris comience a fluir en el asfalto, bloqueando nuestro camino. Son más ligeros

que la gente real, más fácil para retroceder empujando, para pasar, pero de pronto hay muchos de ellos, demasiados ahora, un ejército de

condenados entre nosotros y la estación. Sus dedos son fríos y húmedos, como zombis, sus manos desgarrando mi sudadera con capucha y entonces mi cabello, Angela pateando, gritando y llorando, Jeffrey

arrancado de mi agarre. Todos están alrededor de nosotros, en cada lado, gimiendo, gritando cosas en un lenguaje que no entiendo, una letanía de bajos ruidos guturales, chillidos. Vamos a ser desgarrados en pedazos,

creo. Vamos a morir aquí mismo.

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Pero entonces paran, mientras repentinamente se vuelven contra

nosotros. Retroceden, entonces bajan sus rostros otra vez, dejándonos a los cuatro jadeando y resollando en un pequeño círculo en el medio de la

calle. Estamos atrapados.

Te advertí que no hablaras con nadie, viene la voz de Samjeeza sonando en mi cabeza, y siento una clase de entusiasmo en él. Miedo.

Excitación. Esperaba esto. Sabía que Jeffrey estaba en el infierno, y sabía que hablaría con él. Sabía que podía traicionarnos a todos.

Estoy comenzando a pensar que nos engañó.

Por favor, digo desesperadamente. Ayúdanos.

No puedo ayudarte ahora. Asael te tiene, y entonces la presencia de

Samjeeza se desvanece tan rápido como llegó. Nos abandonó.

La multitud de gente gris se está dividiendo para dejar que alguien

cruce. No puedo verlo aún, pero puedo sentirlo. Lo conozco. Mi sangre se convierte en hielo con la ola de deleite malevolente que irradia este hombre, este ángel, el cual derrota la sensación de tristeza al punto que

enfría mis huesos pensar en todo lo que pudiera ser capaz. Su poder. Su odio. Carga la imagen de una mujer ahogada como un tatuaje en su

corazón.

—Asael —susurro.

Me giro hacia Christian. Me sonríe con tristeza, levanta mi mano

hacia sus labios y besa mis nudillos. Angela pone su mano tatuada en mi hombro y lo aprieta.

—Gracias por intentarlo —dice—. Significa mucho que lo intentaras.

—¿Qué está pasando? —pregunta Jeffrey.

—Estamos acabados —respondo—. No hay salida.

—Tú podrías cruzarnos. —Los ojos de Christian encuentran los míos, brillando con esperanza—. Llama la gloria, Clara. Esto es todo. Tenías razón. Este es tu designio, esto, ahora mismo. Llama la gloria.

Sácanos de aquí.

Me estiro por la gloria, pero la tristeza me oprime.

—No puedo —digo con impotencia—. Hay muchos de ellos, demasiada tristeza; puedo sentirlos...

—Olvídalos. —Toma mi rostro en sus manos—. Olvida a Asael. Solo

estás conmigo.

Levanto la vista hacia sus cálidos ojos verdes, tan cerca que puedo ver las motas doradas.

—Te amo —susurra—. ¿Puedes sentir eso? Tú. No algún destino al que creo que me están llamando. Tú. Estoy contigo. Mi fuerza. Mi alma. Mi

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corazón. Siéntelo.

Tengo que hacer esto.

Mi luz explota alrededor de nosotros. Y nos envío lejos.

La luz toma un rato para desvanecerse. Me alejo un paso de Christian, mi aliento viniendo en jadeos irregulares. Gentilmente quita un mechón de cabello de mi rostro, el dorso de su mano persistiendo contra

mi mejilla. Quiere besarme.

—Consigan una habitación, ustedes dos —dice Angela, sacando la mano de mi hombro. Con la otra mano sostiene la oreja de Jeffrey. Él

empuja su mano lejos casi sin prestar atención.

Lo hicimos.

Christian mira alrededor. —¿Dónde estamos?

Una vaca muge nerviosamente desde la oscuridad, y todos, excepto yo, se giran para ver. Levanto la mano y llamo la gloria así que todos

pueden ver lo que yo ya sé: un juego de puestos a un lado, sillas de montar y tachuelas, maquinaria agrícola, y un viejo tractor oxidado en la

parte posterior, un pajar sobre nosotros.

—Bonito —dice Angela, mirando hacia mi linterna de gloria—. Quiero una.

Me tropiezo sobre la pared para encender la luz. Mis rodillas se sienten graciosas mientras dejo que la gloria se apague. He expandido mucha energía en los pasados minutos. Estoy cansada.

—¿Qué es esto? —pregunta Christian, todavía sonando aturdido—. ¿Un granero?

—Lazy Dog —digo, mirando hacia la suciedad para evitar la repentina comprensión en sus ojos—. El granero Avery.

Angela estalla en carcajadas. —Nos trajiste al granero de Tucker —

dice, sus ojos brillando.

—Lo siento —le susurro a Christian.

—¿Lo siento? —repite Angela—. ¿Lo sientes? Nos sacaste del infierno. Nos trajiste a casa. —Levanta su brazo tatuado sobre su cabeza y respira profundamente como si este lugar con olor a estiércol donde hemos

aterrizado es el más fresco, más libre aire que ha olido.

Jeffrey se sienta en un fardo de paja, su rostro pálido, aferrando en su estómago como que he ha sido golpeado. —Nos sacaste del infierno.

—Nos sacaste del infierno —repite Christian con tanto orgullo y convicción en su voz que mis ojos se llenan de lágrimas.

—Me hallaba en el infierno —susurra Jeffrey, como si recién lo

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captara—. ¿Viste los ojos de esas personas? Estaba en el maldito infierno.

¿Cómo terminé en el infierno?

—¿Dónde está Web? —pregunta Angela de repente—. ¿Dónde está?

—Está con Billy. Está a salvo.

—Quiero verlo. ¿Podemos ir a verlo? Apuesto que ni siquiera me reconocerá. Probablemente es más alto que yo en este momento. ¿Dónde

está, dijiste? ¿Dónde está Web?

Christian y yo intercambiamos miradas preocupadas. —Está con

Billy —digo otra vez, lentamente—. Todavía es un bebé, Ange. Ni siquiera tiene tres semanas.

Me mira, entonces a Christian. —¿Tres semanas?

—Hemos estado cuidando bien de él. Está genial, Ange. Quiero decir, llora. Mucho. Pero por fuera es el mejor bebé.

—Pero... —Cierra sus ojos, lleva una mano temblorosa a su boca. Ríe

otra vez, incontrolablemente—. Así que no me lo perdí. Cada día pensé, me lo estoy perdiendo. Me estoy perdiendo su vida. Todos esos años me

pregunté. —Sus ojos se levantan hacia los míos—. Pero me trajiste de vuelta.

Sabía que el tiempo funcionaba diferente en el infierno, pero no

esperaba esto. Angela se había ido por diez días cuando decidimos ir a buscarla, pero suena como, de su lado, ella se hubiese ido por más tiempo.

Mucho más.

Tropieza, y Christian la atrapa entre nosotros, la guía hacia un fardo de paja, y la sienta. Agarra mi muñeca repentinamente, y estoy inundada

con el enredo de emociones, asombro, alivio y furia, y profundo deseo de ver a Web, para sostenerlo y oler la parte de atrás de sus orejas, un miedo de que no olerá igual, o que ella no será la misma. Está fracturada ahora,

piensa, una muñeca rota con ojos vidriosos.

—Ange, está bien —digo.

—Gracias por venir —murmura, entonces sacude su cabeza, aleja el flequillo de sus ojos, y levanta la vista hacia mí seriamente—. Gracias —intenta decir otra vez—. Por venir por mí. ¿Cómo me encontraste?

—Sí, ¿cómo la encontraste? —Explota una voz detrás de nosotros—. Esa es una parte que no puedo descifrar.

Angela levanta la vista. Entonces inclina su cabeza hacia sus rodillas y gime, un sonido de agonía y desesperación.

Giro. Allí, parado en las sombras en la parte trasera del granero,

está Asael.

Luce como Samjeeza, creo. Ambos son altos, pero eso es en cierto

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modo, un don para los ángeles, con cabello lustroso negro como carbón.

Este hombre lo tiene tan corto que termina justo pasando su oreja, un poco ondulado mientras que el de Samjeeza es lacio, pero ellos tienen los

mismos ojos ámbar hundidos. Veo a Angela en su rostro también, algo sobre la nariz romana con el ligero gancho en el puente, su labio inferior lleno. Y hay algo más sobre él que me golpea como familiar, pero no puedo

poner mi dedo en ello.

Lucy está parada a su lado, con los brazos cruzados, luciendo regordeta.

Jeffrey se pone de pie. —¿Luce? ¿Sr. Wick?

Sr. Wick. Padre de Lucy. El hombre que es dueño del club y la sala

de tatuajes.

—Hola, Jeffrey —dice Asael. Da un paso adelante. Contrarresto convocando un círculo de gloria alrededor nuestro. Estoy tan cansada.

Comienza a vacilar inmediatamente, pero antes de que salga, Christian la reemplaza con su propia gloria. Un suspiro de alivio. Al menos por el

momento estamos a salvo.

Asael se detiene en seco, fastidio en su rostro, como si hubiésemos hecho algo increíblemente grosero. Mira primero a Jeffrey, quien está

mirándolo asustado, de la forma que naturalmente harías si alguna vez encuentras al papá de tu novia en un granero al azar en otro estado, entonces Angela, quien no se mueve, levanta su mano, luego Christian.

Luego yo.

—No creo que nos hayamos conocido —dice él, demorándose en mí—

. Soy el Sr. Wick.

—Tú eres Asael —digo—. Eres el líder de los Vigilantes —digo, por el bien de Jeffrey—. Un Alas Negras.

Asael voltea su mano implorando. —¿Por qué insistes en tales etiquetas? Negro, blanco, gris, ¿qué importa? Jeffrey, me conoces. ¿Alguna

vez he sido cruel contigo?

—No —dice Jeffrey, pero el comienza lucir mareado, confundido.

—Sí importa —le digo a mi hermano—. El bien y el mal existen,

Jeffrey. Son reales. Este tipo es tan malo como de donde vienen. ¿No puedes sentirlo?

Asael se ríe como si la idea es absurda, y Lucy se le une.

—Vamos Jeffrey —dice—. Regresa con nosotros. No perteneces con estas personas. Perteneces conmigo.

—¿En el infierno? —pregunta.

Sus ojos destellan. —Eso no es el infierno. Es un mundo alternativo para los nuestros, sí, pero no es el infierno. ¿Ves algún foso de lava

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hirviendo o algún tipo con traje rojo, una cola y un tridente? Eso es un

mito, bebé. Lo que es importante es que podemos estar juntos. Estamos destinados a estar juntos, ¿cierto?

Por un horrible segundo creo que va a decir: Cierto, y va a cruzar hacia ellos, y lo perderé otra vez, esto dura por siempre, pero luego su mandíbula se tensa.

—No —dice en voz baja—. No pertenezco contigo.

—¿Qué? —Suena verdaderamente asombrada—. ¿Qué estás

diciendo?

—Está diciendo que piensa que ustedes dos deberían ver a otra gente —digo sarcásticamente.

Suficiente con la charla, le digo a Christian, mente-a-mente. Vamos a salir de aquí. Me sentiría mucho mejor si estuviéramos en tierra santa.

¿Puedes hacerlo?, pregunta Christian. ¿No estás muy cansada?

Estoy cansada. Pero estoy bastante motivada para darle una oportunidad al plan de salir de aquí rápidamente. Estoy bien.

Christian toma mi mano, e instantáneamente me siento más fuerte. Puedo hacer esto, pienso. Christian se inclina y le susurra algo a Angela.

Ella se pone de pie, meticulosamente sin mirar a Asael o a Lucy, y engancha su brazo.

Le tiendo una mano a Jeffrey. Vamos a casa, digo.

—Jeffrey, escúchame... —dice Lucy.

Comienzo a imaginar nuestro lugar en Jackson, solo a unos

kilómetros de aquí, los álamos en el patio frontal, el viento en los pinos, la sensación de bienestar y calidez que siempre asocio con nuestra casa, las ardillas apilándose fuera de su territorio en los árboles, parloteando, las

aves moviéndose rápidamente de arbusto a arbusto. Ahí es donde nos llevaré. Estaremos a salvo allí. Podemos resolver las cosas.

Jeffrey toma mi mano, lo que me hace sentir más fuerte aún. —Vámonos —dice.

Asael hace un ruido de furia en la parte de atrás de su garganta,

pero no puede detenerme, no puede tocarme, y cierro mis ojos.

Estoy a dos segundos de disponernos a salir de aquí. Dos segundos.

Pero cuando la puerta del granero se abre Tucker entra.

Sé en el minuto que lo veo que estamos jodidos.

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21 Sano y salvo

Traducido por Deydra Eaton, CrisCras & Val_17

Corregido por Violet~

Tucker no ve a Asael o a los demás inmediatamente. Sólo tiene ojos para mí.

—Has vuelto —dice, con tal alivio en su voz que me dan ganas de

llorar, y luego antes de que pueda advertirle que Asael está a su lado, moviéndose más rápido de lo que el ojo humano puede percibir, está

bloqueando la salida.

—¿Y quién es este? ¿Viene a unirse a la fiesta? —pregunta Asael.

Por un momento, nadie habla. Tucker se para recto, y sé que está

deseando haber traído la escopeta esta vez. No es que la escopeta le sirviera de algo.

Lucy se acerca por detrás, rodeándonos a nosotros y la gloria.

—Este debe ser Tucker —dice, poniéndose al otro lado de él—. Jeffrey me ha hablado sobre él. Es el novio de Clara.

—Ah. Y un ser humano frágil —dice Asael—. Interesante.

Encuentro mi voz.

—Él no es mi novio.

—¿Ah, no? —Asael se gira hacia mí con una expresión divertida, como si no pudiera esperar a escuchar lo que estoy a punto de decir. Está

disfrutando esto, la forma en que nos tiene a todos de pie tan completamente inmóviles, con miedo. Tiene éxito en esto.

—Rompimos. Es como tú has dicho, es un humano. No me entendía.

No funcionó. —La mano de Christian aprieta la mía mientras registra cómo, a pesar de que lo que estoy diciendo es prácticamente verdad,

también es una mentira, y puede sentir cuán desesperadamente quiero ser convincente en esta mentira. Porque si Tucker no vale nada para mí, no lo puede utilizar como una ventaja.

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Pero entonces, si Tucker no vale nada para mí, también puede ser

descartado como un vaso de papel vacío, que se usa y se desecha. Debo tener cuidado.

—Ella está conmigo ahora —dice Christian. Es mucho mentiroso que yo. No hay ninguna pizca delatora en su voz.

—Es verdad que ambos parecen terriblemente cariñosos el uno con

el otro —dice Asael pensativamente—, pero entonces, hay que preguntarse: ¿Por qué has venido aquí? ¿Por qué, de todos los lugares en la tierra a los que podrías haber ido, te dirigiste hacia aquí, a este chico?

Me encuentro con los ojos de Tucker y trago saliva. Esta es la mentira con la que no voy a escapar.

Porque él es mi casa.

—Lucy, sé tan amable y sostén al humano, ¿quieres? —dice Asael, y ahora hay un cuchillo negro en la garganta de Tucker. Lucy toma su brazo

y lo empuja a unos pasos de distancia de Asael, los ojos de ella brillando con la emoción de todo. Escucho el dolor que hace que la hoja cruja

ligeramente mientras toca el cuello de Tucker, y él se estremece.

Asael parece feliz, como si su día estuviera mejorando.

—Ahora —dice él, de pronto todo negocios—. Negociemos. Creo que

un trueque podría estar bien. Una vida por otra vida.

—Yo iré —se ofrece Angela inmediatamente. Se aclara la garganta y lo dice de nuevo más fuerte—. Volveré contigo, padre. —Su voz vacila en la

última palabra.

Asael se burla.

—No te quiero. Has sido nada más que una decepción desde que te encontré. Mírate. —Sus ojos miran su cuerpo de arriba abajo, deteniéndose en las marcas en su brazo. Mala hija.

No responde, pero una parte parece encogerse dentro de sí misma. Nadie me ama, pasa por su mente.

—Quiero a Jeffrey —dice Lucy, como un niño pidiendo su juguete favorito. Lo observa, ella sonríe—. Vamos, nene. Ven conmigo.

Jeffrey toma una profunda y valiente respiración y empieza a dar un

paso adelante, tomo su brazo y lo jalo hacia atrás.

—Querida y dulce Lucy —dice Asael mientras Jeffrey y yo discutimos

sin palabras por un minuto—. Sé que tienes un enamoramiento con el chico, y sé que has puesto mucho trabajo en él, pero creo que prefiero esa.

Me señala.

—No —dicen Christian y Tucker al mismo tiempo.

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Asael sonríe maliciosamente.

—Ah, ¿ves? Es valiosa. Y agradable a la vista. —Su mirada es como un toque, y me estremezco, poniendo mis brazos sobre mi pecho—. Estoy

esperando escuchar cómo te las arreglaste para salir del infierno. Me contarás, ¿verdad? ¿Quién te ha estado enseñando?

—Llévame —dice Christian en ese momento.

Asael alza la mano con desdén. —Ni siquiera sé quién eres tú. ¿Por qué te querría?

—Es el que mató a Liv —acusa Lucy.

Los ojos de Asael relampaguean. —¿Eso es cierto? ¿Tú mataste a mi hija?

Entiendo el propósito de Christian un segundo demasiado tarde.

—Christian, no...

—Si —dice Christian—, pero yo soy tu hijo.

Su hijo.

Oh, cielos. No vi venir eso. Pero Christian, me doy cuenta, ha estado

viendo este momento. Esta es su visión, enfrentando al hombre que mató a su madre. Su padre.

Lucy jadea, girando su cara de nuevo con los ojos muy abiertos. Si

Christian es el hijo de Asael, eso significa que también es su hermano. Su hermano y el de Angela. Es como una reunión familiar la que estamos teniendo aquí.

¿Cuánto tiempo lo ha sabido?, me pregunto. ¿Por qué no me lo dijo?

Los ojos de Asael se ensanchan. —¿Mi hijo? ¿Qué te hace pensar

que tú eres mi hijo?

—Tú eres el colector, ¿verdad? —Christian baja la mirada a sus pies—. Tú colectaste a mi madre. Su nombre era Bonnie. Una Dimidius. La

conociste en Nueva York, en 1993.

—Ah, lo recuerdo —dice Asael—. Ojos verdes. Cabello largo y claro.

—La mandíbula de Christian se aprieta—. Es una pena lo que tuve que pasar con ella —continúa Asael—. Odio destruir cosas hermosas. Pero simplemente no quiso decirme donde podía encontrarte. Dime, ¿tienes

manchas negras en tus alas?

—Cállate —murmura Christian. Nunca antes había sentido ese tipo

de rabia de él, y es algo espantoso. Mataría a Asael, si pudiera.

Asael lo mira pensativamente, inconsciente.

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—Bueno, eso cambia las cosas. Tal vez te quiero a ti, después de

todo. A pesar de que tendrás que ser castigado, supongo, por matar a Olivia.

—No —digo firmemente, negando con la cabeza—. Yo iré contigo. Tucker es mi responsabilidad, de nadie más. Yo iré.

Clara, gruñe Christian en mi mente. Deja de hablar y déjame hacer esto.

Tú no eres mi jefe, envío ferozmente. Piénsalo. Lo que hiciste hace un momento, decirle eso, fue increíblemente valiente y desinteresado, sé que lo hiciste por mí, pero fue... estúpido. No me importa lo que te dijo la visión. Tenemos que ser inteligentes en esto. De todos nosotros, yo soy la más

probabilidades tiene de salir del infierno. Puedo salir.

No sin mí, dice. Te volverás loca ahí sin alguien que te mantenga cuerda.

Tenía un punto, pero intenté ignorarlo. Encuentra a mi papá, digo.

Tal vez él pueda venir por mí.

Recuerdo las palabras exactas de mi papá la última vez que hablamos. No puedo interferir, dijo. No puede salvarme. Aun así, es lo que

tengo que hacer. Y, de hecho, estoy empezando a formar los comienzos de un plan.

Iré. No más discusiones, le digo a Christian. Además, tu eres el que mantiene la gloria, digo, y luego, antes de que pueda responder, doy un

paso lejos de él.

Tucker gime cuando camino hacia ellos.

—Déjalo ir —digo, mi voz traicioneramente temblorosa—. Una vida

por una vida, como tú dijiste.

Asael asiente en dirección a Lucy, cuya daga desaparece, pero todavía tiene a Tucker sujeto por el abrigo.

—Déjale caminar hacia la gloria —digo.

—Primero ven hacia mí —insiste Asael.

—¿Qué te parece si lo hacemos al mismo tiempo?

Sonríe. —Está bien. Vamos.

Doy un paso hacia Asael, y Lucy da un paso hacia el círculo de

gloria con Tucker.

No permitas que te toque, susurra Angela fervientemente en mi

mente. Te envenenará.

Ese es un problema que no sé cómo voy a evitar. Asael extiende los brazos como si estuviera dándome la bienvenida a casa. No puedo evitar

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dejar que me toque, y en cuestión de segundos sus manos están sobre mis

hombros, luego sus brazos a mi alrededor como si estuviera abrazándome, y Angela tiene razón, mi mente se llena con pesar. Todos los fracasos, cada

paso en falso que he dado, cada duda que he tenido sobre mí misma, se alzan dentro de mí a la vez.

Yo era una niña egoísta, egoísta en mi interior, consentida,

impertinente con la gente de mí alrededor. Era una hija desobediente y desagradecida. Una mala hermana. Una terrible amiga.

Débil. Cobarde. Un fallo.

Asael murmura algo entre dientes, y aparecen sus alas, una capa negra que se envuelve a mi alrededor. El mundo está desapareciendo en la

oscuridad y el frío, y sé que en un momento estaré en el infierno otra vez, y esta vez no habrá manera de luchar contra el dolor. Me tragará entera.

Vuelvo la cabeza para echarle un último vistazo a Tucker a través de

las plumas negro aceitoso de Asael.

Le mentí. Le rompí el corazón. Lo traté como a un niño. Yo no era

fiel. Lo herí.

—Sí —dice Asael, el siseo de una serpiente en mi oído. Me acaricia el pelo—. Sí.

Pero eso no es todo, tintinea una pequeña y brillante voz en mi cabeza. Mi propia voz. Tú buscabas protegerlo. Te has sacrificado a ti misma, tu propia alma, para que pueda vivir. Has puesto su bienestar por delante del tuyo.

Tú le amas.

Lo amo. Guardaré ese pensamiento en mi interior donde nada pueda tocarlo. Lo conservaré, de alguna manera. Le daré forma a algo que pueda

usar para protegerme cuando me lleven al infierno.

Asael hace un ruido ahogado. Retrocedo contra él, el peso de sus alas opresivo a mí alrededor, y lucho para ver nada más que negro. Su

boca está abierta, jadeando como si no tuviera aire, y todavía hace el húmedo y denso sonido en la parte de atrás de su garganta.

—¿Padre? —pregunta Lucy con incertidumbre.

Se tambalea, llevándome con él. Sus alas caen de mí alrededor, y es entonces cuando todos vemos la espada de gloria enterrada en su pecho.

He golpeado su corazón.

La hoja brilla cuando reajusto mi agarre sobre la empuñadura. Toda la carne de alrededor de su herida chisporrotea, se calienta y se quema,

como lo hizo ese día en el bosque con Samjeeza hace mucho tiempo, cuando destruí su oreja con la gloria, pero esta herida es de una escala

mucho mayor. La boca de Asael se abre y se cierra, pero no sale ninguna

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palabra. La luz de mi espada se vierte en su interior. Me mira como si no

me reconociera, sus manos agarran mis hombros, pero está repentinamente débil, y yo soy fuerte, muy, muy fuerte.

Hundo la espada más profundamente.

Grita, luego una explosión de agonía que sacude las paredes del granero hace que todo el mundo excepto yo se cubra los oídos. La bombilla

que hay sobre nuestras cabezas se rompe en pedazos que caen sobre nosotros. Humo sale de Asael mientras se apoya contra mí, y quiero alejarme de él. Aprieto los dientes mientras pongo la mano sobre su

clavícula y extraigo la espada de su cuerpo. Doy un paso atrás. Él cae sobre sus rodillas, y mi brazo se mueve casi con mente propia, en un

poderoso barrido que secciona una de las enormes alas negras de su hombro.

Estalla en trozos de plumas y humo.

Asael ni siquiera parece sentirlo. Su mano está aún en su corazón, y de repente levanta los brazos hacia el cielo en una especia de súplica

silenciosa.

—Perdóname —gime, y luego cae de cara en el suelo de tierra del granero y desaparece.

Nadie habla. Inclino la cabeza durante un minuto, mi pelo cayendo salvajemente alrededor de mi cara, el calor de la espada de gloria aun moviéndose a través de mí, subiendo por mi brazo, enroscándose alrededor

de mi brazo en zarcillos brillantes. Luego levanto la mirada hacia Lucy. Todavía está agarrando a Tucker por el brazo, su cara desencajada con

horror y consternación.

—Déjalo ir —digo.

Lo jala más cerca. La hoja de dolor aparece otra vez en su mano,

vacilante, pero está allí, lo suficientemente sustancial como para hacer daño, y la sostiene hacia fuera, gesticulando hacia todos nosotros.

—Retrocede —dice ella, sus oscuros ojos salvajes por el pánico. Ahora está en inferioridad numérica, superada sin su gran padre malvado para conseguir lo que quiere, pero todavía es peligrosa. Podría matar a

Tucker fácilmente.

Quiere hacerlo.

—Déjalo ir —digo otra vez más firmemente.

—Luce —dice Jeffrey suavemente, dando un paso hacia adelante. Christian ha dejado caer su círculo de gloria, y el granero se siente sumido

en la oscuridad. Ni siquiera sé qué hora es, de día o de noche, si la pálida luz de fuera de la ventana del granero es del amanecer o del atardecer. Como el tiempo es poco firme allí, no sé cuánto tiempo estuvimos en el

infierno.

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—No —dice Lucy. Me mira, apartándose las lágrimas de los ojos con

el dorso de la manga—. Tú. Tú me lo has quitado todo.

—Luce —la disuade Jeffrey—. Baja el cuchillo.

—¡No! —grita ella—. ¡Retrocede!

Alzo la espada amenazadoramente y chilla. Sus alas salen en una ráfaga de plumas negras, como las de Christian, pero lo contrario,

obsidiana con salpicaduras de color blanco puro a través de ellas, y levanta a Tucker sin esfuerzo, atrapado por un brazo y por la parte delantera de su abrigo. Bate las alas furiosamente, llevándolas hacia

arriba, estrellándose a través de la gran ventana del pajar. Por segunda vez esa noche, cristal cae sobre nosotros, y me cubro la cara con mi brazo

para proteger mis ojos, y cuando miro otra vez, se ha ido.

Mi gloria se esfuma.

Se ha llevado a Tucker.

Sin una palabra voy tras ellos. Estoy volando antes de que mis alas estén extendidas del todo. Me detengo en el aire sobre el rancho,

girándome, buscando por dónde se ha ido, y hacia el este veo una pequeña mancha negra contra la luz del sol que se alza. Es por la mañana, entonces. Oigo la voz de Christian en algún lugar detrás de mí, su grito de:

—¡Espera! ¡Iremos juntos! —Pero no puedo esperar. Me lanzo tras ella, volando más fuerte y más rápido de lo que he volado antes. Vuelo y vuelo, siguiéndola, sobre las montañas, alto, donde el aire se vuelve delgado y

frío. La sigo cuando se desvía hacia el norte y luego hacia el este otra vez, y deja de manifiesto que no sabe a dónde está yendo. No tiene un destino.

Simplemente está volando para escapar. Está corriendo asustada.

A cualquier lugar que vayas, te seguiré, prometo silenciosamente. Es fuerte, lo que con la daga de dolor, las alas manchadas y todo, la hija de

Asael y desafortunada ángel de sangre como la madre de Christian. Es rápida y poderosa.

Pero no puede volar para siempre.

En cuestión de minutos estamos en lo profundo del Parque Nacional Grand Teton, Jackson Lake aparece a continuación como un reluciente y

largo espejo sobre la tierra. Lucy se empuja alto, moviéndose más arriba por ahora, y me pregunto lo que está planeando. El aire es muy delgado, y

mi garganta se siente seca con cada trabajosa respiración que tomo, mis pulmones se quejan por falta de oxígeno.

¡Alto!, grito hacia ella.

Desacelera y se sitúa, con las alas trilladas en el aire casi con suavidad. Está cansada.

—Suficiente —jadea cuando estoy cerca de veinticinco metros de distancia, su voz entrecortada. Se gira en el aire. Tucker está inerte frente

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a ella, con los brazos y las piernas colgando, la cabeza hacia atrás.

Estamos tan altos, aparentemente al nivel de la cima de Grand Teton. Me preocupa que no pueda respirar en esta altura. Me preocupa que lo hiriera

con la daga negra. Me preocupa esa mirada medio loca en sus ojos.

—Dámelo —le digo.

Sonríe ligeramente, irónicamente, y puedo ver la expresión de Angela

de “oh sí, estoy intrigada” en su rostro. Me pregunto si alguna vez seré capaz de ver a Angela de la misma manera, sólo ella y no relacionada con estas personas.

—Entonces ven y tómalo —escupe.

La daga de dolor canta en el aire y me atrapa con la guardia baja.

Es un mal tiro, pero se clava en mi hombro y parte de mi ala izquierda. El dolor es intenso y penetrante, el tipo de dolor que desacelera la mente, y lo que me lleva un par de latidos más de lo normal entender lo

que ha hecho.

Está volando de nuevo.

Y Tucker está cayendo. Abajo, abajo, cae.

Hacia el lago, muy por debajo de nosotros.

Me olvido de Lucy. Sólo esta Tucker, y sé que es el momento de

empezar a ir por él porque no voy a ser capaz de atraparlo.

Trato. Entrecierro mi cuerpo, me empujó a través del aire, pero todavía está demasiado lejos para detenerlo.

Es terrible, aquellos pocos segundos, una especie de terrible tranquilidad, el camino vuelve una y otra vez en el aire cuando cae,

suavemente, con gracia, casi como danzando, con los ojos cerrados, los labios entreabiertos, su pelo, que ha crecido ya a lo largo de los meses que no lo he visto, acariciando su rostro. El mundo se abre a nuestros pies, en

un arrebato de azul y verde.

Y luego golpea el agua.

Escucharé ese sonido en mis pesadillas por el resto de mi vida. Desciende de espaldas, llega a la superficie tan rápido, con tanta fuerza, que podría también haber golpeado el concreto. La bienvenida es enorme,

oscureciendo todo. Golpeo el agua unos minutos más tarde, sólo pensando en retraer mis alas en el último momento. El agua se cierra a mí alrededor, sobre mí, fría como un cuchillo apuñalándome, sacando el aire mis

pulmones. Empujo hacia arriba, rompiendo la superficie, jadeando en busca de aire. No hay señales de Tucker. Me dirijo por el agua

frenéticamente, buscando, rezando por una señal, algunas burbujas, algo que me dé una idea de dónde buscar, pero no hay nada.

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Me sumerjo. El agua esta oscura y profunda. Me tiro hacia abajo,

con los ojos abiertos, los dedos hacia fuera y ando a tientas.

Tengo que encontrarlo.

Siéntelo, viene esa voz en mi cabeza. Siéntelo con algo más que solo tus manos.

Empujo más profundo, girando en una dirección diferente. Mi pecho me pide más aire y se lo niego. Buceo profundo, llegando a él antes en mi mente, un pequeño destello de algo que podría ser, y cuando estoy a punto

de perder la esperanza y salir por más aire, mis dedos toman su bota.

Me toma mucho tiempo agonizante llevarlo a la superficie, a la orilla, y luego fuera del agua. Lo arrastro a la orilla rocosa, pidiendo ayuda a

gritos con toda la fuerza de mis pulmones, luego caigo de rodillas a su lado y pongo mi oreja cerca de su pecho.

Su corazón no está latiendo. No está respirando.

Nunca he aprendido RCP, pero lo he visto en la televisión. Estoy llorando entrecortadamente, reprimiendo mis sollozos para que pueda

respirar por la boca. Presiono en su pecho y escucho un crujido de hueso, lo que me hace llorar más fuerte, pero sigo haciendo las compresiones,

deseando que su corazón vuelva a bombear. Puedo sentir cuando lo toco que ya se ha hecho demasiado daño, por lo que hay muchos huesos rotos, órganos que resultaron heridos, tal vez sin remedio. Sangrado en el

interior.

—¡Ayúdenme! —grito de nuevo, y luego estúpidamente recuerdo que soy más que una niña humana en esta situación, que tengo el poder de

curar, pero estoy tan afectada que me lleva varios intentos convocar la gloria. Me inclino sobre él, la gloria brilla a través de mí como un faro en la

orilla del Lago Jackson, donde cualquier persona que este caminando temprano por la mañana podría verme ahora, pero eso no importa. Sólo me importa Tucker. Pongo mis manos brillantes en su cuerpo y su piel a

reparar. Estiro mi cuerpo a lo largo de él, mejilla con mejilla, mis brazos alrededor, cubriéndolo con mi calor, mi energía, mi luz.

Pero él no respira. Mi gloria se desvanece con mi esperanza.

Oigo alas detrás de mí. Una voz.

—Ahora ya sabes cómo se siente —dice ella, y levanto mi brazo para

bloquear la daga, aunque no soy lo bastante rápida. Va a matarme también, pienso aturdida.

Pero no lo hace. Hay un ruido extraño, algo que silba por mi cabeza.

Y luego una flecha de gloria sale del pecho de Lucy.

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Jeffrey estaba parado detrás de ella, con el rostro firme, pero

también sorprendido, como si ni siquiera supiera lo que hace hasta ahora. Deja caer los brazos.

La daga de Lucy ha desaparecido. Se derrumba en el suelo, jadeando como un pez fuera del agua.

—Jeffrey —dice ella, tratando de alcanzarlo—. Nene.

Sacude la cabeza.

Ella se da vuelta sobre su estómago como si fuera a arrastrarse lejos de nosotros. Luego, sin advertencia se gira hacia el lago, y se ha ido.

Me vuelvo hacia Tucker y traigo la gloria de nuevo.

Christian desciende en la orilla junto a Jeffrey.

—¿Qué pasó? —pregunta.

Levanto la vista hacia él.

—¿Me puedes ayudar? —susurro—. Por favor. No puedo hacer que

respire.

Jeffrey y Christian intercambian miradas. Christian se pone de

rodillas junto a nosotros y pone su mano sobre la frente de Tucker, sintiendo la fiebre, aturdido, aunque eso no es lo que siente. Suspira. Pone su mano sobre mi brazo.

—Clara...

—No. —Me alejo, agarrando a Tucker con más fuerza—. No está muerto.

Los ojos de Christian son oscuros por el dolor.

—No —le digo, luchando con mis rodillas. Levanto a Tucker de la

camiseta, pongo mis manos en la fuerte expansión, marrón de su pecho, sobre el corazón que he oído latir en mi oído tantas veces, y vierto mi gloria en él como el agua, uso toda ella, cada parte de la vida y la luz que hay

dentro de mí, cada chispa o destello de luz que puedo encontrar—. No voy a dejar que muera.

—Clara, no —suplica Christian—. Te vas a hacer daño. Ya has dado demasiado.

—¡No me importa! —sollozo, limpiándome los ojos y empujando las

manos de Christian en su intento por sacarme.

—Ya se ha ido —dice Christian—, has curado su cuerpo, pero su alma se ha ido. Se fue.

—No. —Me inclino y pongo la mano en la mejilla pálida de Tucker. Me muerdo el labio contra el gemido que quiere salir, y siento el sabor de

la sangre. El suelo se desplaza debajo mío. Me siento mareada, débil.

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Junto el cuerpo de Tucker con el mío, reteniéndolo, mis manos se

encrespan y desenroscan en su abrigo, se derraman caramelos de goma en la roca mojada debajo de nosotros. Me quedo así por mucho tiempo,

dejando que mis lágrimas corran en su hombro. El sol se pone más y más caliente, secando mi pelo, mi ropa, secándome.

Finalmente levanto la cabeza.

Christian y Jeffrey se han ido. El lago esta tan claro que hace un perfecto reflejo del Teton en el agua, el cielo de color rosado detrás de ellos, los pinos a lo largo de la orilla opuesta. Es tan increíble todavía este lugar.

No hay sonido solo mi respiración. Ningún animal. Nadie. Sólo yo.

Es como si se hubiera detenido el tiempo.

Y Tucker está de pie detrás de mí, con las manos metidas en los bolsillos de sus pantalones vaqueros, mirándome. Su cuerpo ha desaparecido misteriosamente de mi regazo.

—Eh —dice perplejo—. Tuve la sensación de que podría estar en el cielo.

—Tucker —doy un grito ahogado.

—Zanahoria.

—Este es el cielo —le digo sin aliento, mirando a mi alrededor,

dándome cuenta a la vez cómo los colores son más brillantes, el aire más cálido, el suelo bajo mis pies más firme, de alguna manera, más que en la tierra.

—Eso parece. —Me ayuda a levantarme, mantiene mi mano en la suya mientras me conduce a lo largo de la costa. Me tropiezo, las rocas en

la orilla son demasiado duras para mis pies. Tucker tiene menos problemas, pero es difícil para él, también. Finalmente nos dirigimos a un lugar arenoso y nos sentamos, hombro con hombro, mirando hacia el

agua, mirándonos el uno al otro. Estoy bebiendo con los ojos sin interrupción y está sano, perfecto en su belleza, cálido, sonriente y vivo,

con los ojos más azules incluso aquí, resplandeciendo.

—No creo que esta cosa sobre morir sea tan malo como lo pintan —dice.

Trato de sonreír, pero mi corazón se está rompiendo de nuevo. Porque sé que no puedo quedarme aquí.

—¿Qué crees que debo hacer ahora? —me pregunta.

Miro por encima de mi hombro hacia las montañas. La tierra del sol estaría en el otro lado de ellas a medida que sube, hacia el este, pero en

este caso la luz se encuentra detrás. Siempre creciendo. Siempre es amanecer en el cielo, de forma que en el infierno está la puesta de sol

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perpetuo, nunca entrando la plena luz del día, pero no hay promesa de

que, pronto, tal vez.

—Ve hacia la luz —le digo, y se burla de lo cliché que suena.

Resopla. —Abandona la ciudad.

—No, en serio. Se supone que debes ir por ese camino.

—¿Y sabes esto por qué...?

—He estado aquí antes —le digo.

—Oh. —No sabía eso—. ¿Así que puedes ir y venir? ¿Podrías regresar?

—No, Tucker. No lo creo. No sé a dónde vas. No pertenezco a este lugar.

—Hmm. —Se queda mirando el lago de nuevo—. Bueno, me alegra que hayas encontrado el camino esta vez.

—Sí. Yo también.

Se estira hacia mi mano, la toma entre las suyas, y me acaricia la palma.

—Te amo, lo sabes.

—Te amo, también —le digo. Lloraría, pero no creo que me quede una lágrima—. Siento mucho que esto haya pasado. Tenías una hermosa

vida por delante, y ahora se ha ido. —Es bueno estar aquí con él, verlo sano y salvo, pero me duele el corazón cuando pienso en Wendy y sus padres, su muerte va a abrir un gran agujero negro en sus vida, una llaga

que no se curará nunca totalmente.

Me duele cuando pienso en pasar toda mi larga vida en la tierra sin

poder volver a verlo.

Levanta mi barbilla.

—Oye, está bien.

—Si yo no te hubiera dejado solo...

—No hagas eso —dice—. No nos lamentemos. Yo no lo hago. No lo

haré nunca más.

Nos sentamos así juntos no sé por cuánto tiempo, nuestras manos se enredan, mi cabeza en su hombro. Me habla de todo lo que me perdí

este año, cómo tomó la monta de toros en el rodeo, la adrenalina en eso, dice, porque quería algo para hacerlo sentir vivo cuando se sentía bastante deprimido.

—Tienes suerte de que no te rompieras el cuello —le digo.

Sonríe. Se encoge de hombros.

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—Está bien, no tienes tanta suerte.

—Te extrañé cada minuto. Quería conducir a California y agarrarte por el pelo molesto tuyo, arrastrarte de nuevo a Wyoming y hacerte entrar

en razón. Entonces pensé, bueno, si no la puedo traer a mí, voy a ir con ella.

—Por lo que aplicaste a la Universidad de Santa Clara

—¿Wendy te dijo eso? —me pregunta, sorprendido. Asiento—. Es una chismosa. —Suspira, pensando en ella. Se despeja—. ¿Estás segura de que no podemos quedarnos aquí para siempre? —pregunta con

nostalgia.

—No. Se supone que tienes que seguir adelante.

—Tú también, supongo. No se puede pasar el rato con un hombre muerto toda la vida.

—Desearía poder hacerlo.

—Prescott es un buen tipo —dice, con la voz tensa—. Va a cuidar de ti.

No sé qué decir. Se pone de pie, sacando la tierra celestial inexistente de sus pantalones por pura fuerza de costumbre.

—Bueno, debo dejarte ir, creo. Tengo una larga caminata por

delante.

Me jala en sus brazos. Hemos tenido algunas buenas despedidas, Tucker y yo, de vez en cuando, pero nada como esta. Me aferro a él,

respirando su olor, su colonia y el olor a caballo y heno, un toque de galletas Oreo, siento la solidez de sus brazos, sabiendo que ésta es la

última vez que voy a sentir esto, y lo miro todo desesperado y afligido, luego nos besamos. Me aferro a él para salvar su vida, besándolo como si el mundo estuviera a punto de finalizar, y supongo que, en cierto modo, lo

está. Lo beso como probablemente debería estar avergonzada de hacerlo en un lugar como el cielo, que se siente como la iglesia, un lugar donde Dios

está mirándonos, pero no me detengo. Le doy todo mi corazón a través de mis labios. Lo amo. Abro mi mente y le muestro lo mucho que lo amo. Da un sobresalto, una risa agónica, y rompe el beso, respirando con

dificultad.

—No puedo dejarte —dice con voz ronca.

—Tampoco puedo dejarte —le digo, sacudiendo la cabeza—. No

puedo.

—Entonces no lo hagas —dice, me agarra por detrás del cuello y me

besa de nuevo, y el mundo se está inclinando, inclinando, y todo se vuelve negro.

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22 El Profeta

Traducido por SomerholicSwiftie

Corregido por Melii

Me despierto en mi habitación de Jackson. Por un momento

considero si fue o no un mal sueño. Se siente como uno. Pero entonces la realidad se asienta sobre mí. Me quejo y giro hacia un lado, acurrucándome en posición fetal, presionando mis manos en mi frente

hasta que duele, balanceo, balanceo, porque sé que Tucker se ha ido.

—Ah, ahora —dice una voz—. No llores.

Hay un ángel que se sienta en el borde de mi cama. Puedo sentir que me ama. Está agradecido de que esté de acuerdo. Hogar. Puedo sentir su alivio de que estoy a salvo.

Me vuelvo a mirarlo. —¿Papá?

No es papá. Es un hombre con el pelo castaño corto limpio, ojos del color del cielo como después de que el sol se ha puesto, cuando la luz casi

se ha alejado. Sonríe.

—Michael no pudo venir esta vez, me temo, pero envía su amor —

dice—. Soy Uriel.

Uriel. Yo lo he visto antes. En algún lugar de mi mente tengo almacenando una imagen de él de pie junto a papá, viéndose feroz y

majestuoso, pero no sé de dónde viene. Me siento y estoy inmediatamente inundada de debilidad, un vacío en el estómago, como si no hubiera

dormido en días. Uriel asiente con simpatía mientras me hundo de nuevo en las almohadas.

—Has tenido bastante aventura, ¿no lo crees? —dice—. Lo has hecho

bien. Hiciste lo que estabas destinada a hacer. Y tal vez más de lo que debías.

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Pero no lo suficientemente bien, creo, porque Tucker está muerto.

Nunca lo volveré a ver.

Uriel niega con la cabeza. —El chico está bien. Esta más que bien,

de hecho. Es por eso que he venido a hablar contigo.

Es como si todo mi cuerpo se tornara flácido de alivio. —¿Está vivo?

—Él está vivo.

—¿Estoy en problemas? —pregunto— ¿No se suponía que lo tenía que salvar?

Uriel se ríe un poco. —No estás en problemas. Pero lo que hiciste por

él, lo salvó, pero también lo ha cambiado. Es necesario que comprendas.

—¿Ha cambiado? —repito, el temor desenroscándose en mis

entrañas—. ¿Cómo?

Suspira. —En mis viejos tiempos llamábamos a una persona que tenía tanta gloria, que tenía gran parte del poder de lo divino dentro de él,

un profeta.

—¿Qué significa eso, un profeta?

—Va a ser algo más que humano. Los profetas del pasado han sido a veces capaces de curar a los enfermos, o conjurar incendios o tormentas, o incluso tener visiones del futuro. Afecta a las pequeñas cosas: su

sensibilidad a la parte del mundo de los seres humanos, la conciencia del bien y del mal, su fuerza, tanto en cuerpo como en espíritu. A veces también afecta a su longevidad.

Me tomo un minuto digerir esta información. Y me pregunto lo que la palabra longevidad significaba en realidad en este caso.

La expresión de Uriel era casi traviesa. —Debes mantener un ojo sobre él. Asegúrate de que no se meta en problemas.

Lo miro. Trato de tragar. —¿Qué hay de Asael? ¿Va a venir a por

nosotros?

—He tratado con Asael de manera eficiente —dice, con un toque de

orgullo en su voz.

—¿Lo… mate?

—No —responde—. Asael regresó al cielo. Sus alas son de color

blanco, una vez más.

—No entiendo.

—Una espada gloria no es sólo un arma. Es el poder de Dios, y

ahora está en el centro del ser de Asael. Lo llenaste de luz, lo venciste con la verdad.

Tal vez yo soy ese tipo de chica Buffy.

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—Todo lo que hice fue usar la espada una vez —le digo, avergonzada

ante la idea.

—Oh, ¿eso es todo? —pregunta a la ligera, como si me estuviera

tomando el pelo, pero no podría estar segura.

—¿Qué pasa con los otros Vigilantes? ¿Van a venir?

—Cuando Asael cayó, el liderazgo de los Vigilantes volvió de nuevo a

Samjeeza. Y, por alguna misteriosa razón, no creo que vaya a atacar.

Eso funcionó muy bien, creo. Todo parecía demasiado bueno para ser verdad, si estoy siendo honesta. Se supone que debo mantener mi ojo

en Tucker. Estoy segura de los Alas Negras. No estoy, por una vez, en problemas. Estoy esperando a que el otro zapato caiga en cualquier

momento.

—No estás a salvo de los Alas Negras —dice Uriel con tristeza—. Los Vigilantes son sólo una pequeña fracción de los caídos, que seguirán

buscando los Nephilim y perseguirán su agenda en todo el mundo.

—¿Y cuál es su agenda, exactamente?

—Ganar la guerra, mi querida. Tendremos que estar atentos en nuestro trabajo contra de ellos, todos nosotros, desde el más poderoso al más pequeño de los ángeles de sangre. Hay mucho trabajo por hacer.

Muchas batallas.

—¿Es ese mi designio? ¿Luchar? —pregunto. Yo soy la hija del atacante, después de todo.

Uriel se sienta de nuevo. —¿Es eso lo que crees que es?

El mejor truco de mi madre: responder a una pregunta con otra

pregunta. Lo cual, francamente, estoy harta. Pienso en la chispa de la espada de gloria que hizo cuando me empujó en el pecho de Asael, su grito de angustia, con la cara gris. Ondas de repulsión a través de mí. —No creo

ser una luchadora. Pero, ¿qué soy yo, entonces? ¿Cuál es mi designio? —Levanto mis ojos hacia Uriel, y él me da una simpática sonrisa. Suspiro—:

Oh, correcto. No vas a decirme.

—No puedo decirte —dice, lo cual me asusta—. Tú eres el única que puede decidir cuál es su designio, Clara.

¿Decidir? ¿Ahora dice que yo decido? Hola, flash de noticias. —Pero la visión…

—Las visiones te muestran bifurcaciones en el camino a lo largo de convertirse en quién estás destinada a ser.

Niego con la cabeza. —Espera. ¿Se supone que debo elegir por cual

camino bajar? Quiero decir: ¿yo decido qué estoy destinada a ser?

—Ambos —dice.

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Está bien, eso es una respuesta irritante.

—¿Cuál es tu designio, Clara? —Uriel me pregunta con cuidado

Christian, creo inmediatamente. En todas las visiones, esta

Christian. Está presente, de todos modos, en cada lugar en mi camino. ¿Pero eso significa que él sea mi designio? ¿Puede una persona ser un designio?

Mi designio eres tú, mi madre me dijo una vez. Pero, ¿qué quiso decir con eso? ¿Estaba siendo literal? ¿O ella, también, hablaba de algún tipo de

decisión?

Cada respuesta me lleva a cinco preguntas más. No es justo.

—No lo sé —reconozco—. Quiero ser buena. Quiero hacer cosas

buenas. Quiero ayudar.

Asiente. —Entonces tú debes decidir lo que va a permitir que hagas eso.

—¿Habrá más visiones? —De alguna manera, incluso antes de que respondiera, sabía que la respuesta era sí.

—¿Crees que habrá más bifurcaciones en el camino? —Uriel pregunta, otra pregunta para una pregunta. Tiene los ojos familiares, a sabiendas, azul con pequeñas luces en ellos.

Conozco esos ojos.

—¿Acaso eres...? —Empiezo a sentarme de nuevo, para obtener una

mejor visión de su rostro.

Sus manos presionan suavemente mis hombros. Echa las mantas sobre mí.

—No —dice—. Duerme, mi querida. Eso es suficiente por ahora. Necesitas descansar.

Y antes de que pueda alegar, antes de que pueda hacer lo que

realmente iba a hacer, pone su mano en mi sien, y me desvanezco en un sueño profundo y sin sueños.

Abro los ojos cuando el rostro de Christian se cierne sobre mí.

—Hola —susurra—. ¿Cómo te sientes?

—Estoy bien. —Miro a mi alrededor por Uriel, pero no hay ningún

rastro de él. Christian me da espacio para sentarme. Me llevé la mano a la frente. Ahora me siento mejor, más como yo. O tal vez es sólo porque está

Christian—. ¿Cuánto tiempo he estado fuera?

—Oh, ya sabes. Unos pocos días —responde alegremente—. Algo como, tres.

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¿Whoa, tres días? —Bueno, una chica tiene que conseguir su sueño

de belleza —le digo.

Se ríe —Estoy bromeando. Solo ocho horas. No mucho.

—¿Dónde está Tucker? —pido inmediatamente—. ¿Está bien?

Su sonrisa se pierde en una sombra, una resignación que hace que algo toque en mi interior.

—Está bien. Está abajo en la habitación de tu madre. Ha estado preguntando por ti, también.

—¿Qué pasó? En el lago, quiero decir.

—Lo curaste —dice—. Lo curaste hasta que te desmayaste, incluso dejaste de respirar durante unos segundos, y luego Jeffrey te golpeó en el

pecho un par de veces, te dio algo de aire que estoy seguro de que ninguno de ellos va a querer hablar acerca de eso, y volviste. Tosiste cerca un galón de agua del lago, pero regresaste. —Christian me mira a los ojos—. Lo

salvaste.

—Oh.

—Sí —dice con una sonrisa—. Eres un poco el show. En primer lugar nos sacas del infierno. Y luego de derrotar al más grande, más malo de los Vigilantes en los libros, vas a una persecución a alta velocidad, a

una gran altura, y luego resucitas a los muertos. ¿Has terminado? Porque en serio, no sé si puedo aguantar más entusiasmo.

Aparto la mirada, apretando los labios para no sonreír. —Yo creo

que sí. —Entonces le digo acerca de la visita de Uriel.

—¿Por qué Uriel? —Christian pregunta cuando termino—. ¿Por qué

lo enviarían?

—Creo que es mi abuelo —le digo lentamente—. No me dijo eso, me dio la impresión de que pensaba en mí como familia.

—¿El padre de tu madre?

—Sí. —Relaciono lo que dijo Uriel sobre Asael y Samjeeza, y

Christian se ve aún más aliviado, y extrañamente con problemas, así que no sé si es una buena noticia para él—. Entonces tal vez podamos volver a Stanford —le digo—. Somos libres para vivir una vida normal por un

tiempo. No existe un programa de protección de ángeles de sangre. Bueno, ¿no?

Se muerde el labio. —Me voy a tomar un descanso de la escuela,

creo.

—¿Por qué? —le pregunto.

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Se sacude el pelo de los ojos y se ve un poco avergonzado. —No creo

que haya ido a Stanford por las razones correctas. No sé si yo pertenezco a ese lugar.

No quiere estar cerca de mí es lo que recibo de la respuesta.

—Así que estás despegando.

—Podría viajar con Angela y Web, encontrar un lugar para pasar

inadvertido durante un tiempo. Angela necesita un poco de descanso.

—¿Por qué nunca me dijiste que es tu hermana? —le pregunto.

Se encoge de hombros. —Todavía no estaba acostumbrando a la

idea. He leído en su diario acerca de su padre al que llamó un coleccionista, y conecte los puntos. Pero no se sentía real hasta…

Hasta que vio a Asael cara a cara.

—Así que Web es tu sobrino —le digo.

Asiente, feliz ante la idea. —Sí. Lo es.

Son una familia. Siento un destello de algo así como la envidia mezclada con pérdida. No habrá más días con Christian, Web y yo. Pero es

lo mejor. Los imagino caminando por la arena en una playa desierta, al igual que en ese lugar al que papá le gusta para entrenarnos, Web aplastando la arena entre sus dedos regordetes, riéndose de las olas.

—Siempre me ha gustado la playa —dice.

—¿Cuándo? —le pregunto.

—Ahora. Yo sólo quería decir adiós. —Ve mi expresión afectada—. No

te preocupes. Voy a seguir en contacto.

Se levanta. Sonríe como si todo fuera color de rosa, pero puedo

sentir que esto lo está matando. Dejándome va en contra de todos sus instintos, todo lo que su corazón le está diciendo.

—Lo dije en serio, lo que dije en el infierno —dice—. Tú eres mi

espada de gloria, ¿lo sabías? Mi verdad.

—Christian.

Sostiene mi mano como diciendo déjame terminar. —Vi la mirada en tu cara cuando murió. Vi lo que había en tu corazón, y es real. Todo este tiempo me decía a mí mismo que era un enamoramiento, y lo superarías, y

luego serías libre para estar conmigo. Pero no es una fase pasajera, o la obstinada negativa a aceptar lo que crees que es tu destino. No vas a

superarlo. Eso lo sé. Le perteneces —traga—. Me equivoqué al besarte ese día en el cementerio.

Hay lágrimas en mis ojos. Me limpio de ellos. —Eres mi mejor amigo

—le susurro.

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Baja la mirada. —Sabes que siempre voy a querer ser más que eso.

—Lo sé.

Un incómodo silencio se extiende entre nosotros. A continuación, se

encoge de hombros y me da su sonrisa despreocupada de atención, acaricia con la mano por el pelo castaño ondulado. —Bueno, ya sabes, que Tucker no va a estar ahí para siempre. Tal vez me veas en cien años más o

menos.

Se me corta la respiración. ¿Quiere decir que, o está siendo impertinente? Balanceo las piernas por un lado de la cama y me levanto,

con cuidado, en caso de que todavía este débil. Pero me siento sorprendentemente bien —descansada, incluso. Lo miro solemnemente.

Pienso en la palabra longevidad. —No esperes por mí, Christian. Eso no es lo que quiero. No puedo prometer que…

Sonríe —No voy a llamar a la espera —dice—. Me tengo que ir.

—Espera. No te vayas todavía.

Se detiene, algo en su expresión me dice que no acaba de perder la

esperanza. Cruzo la habitación hacia él y le levanto la camisa. Por un momento parece totalmente confundido, pero luego coloco mi mano en el largo corte en el costado, que aún no ha sanado. Aclaro mi cabeza tanto

como pueda, y luego llamo a la gloria a mis dedos. Y funciona.

Da un grito de dolor mientras su carne se une de nuevo. Cuando

toma mi mano, el corte está completamente curado, pero hay una larga cicatriz de plata que se extienden hasta las costillas.

—Lamento lo de la cicatriz —le digo.

—Guau —se ríe—. Eso fue como E. T. Gracias.

—Es lo menos que podía hacer.

Se traslada a la ventana y la abre, se inclina para salir. Luego se

vuelve hacia mí, el viento alborotando su cabello, sus ojos verdes llenos de tristeza y de luz, levanta la mano en un saludo. Levanto la mía.

Nos vemos más tarde, dice en mi mente, llama a sus alas, y vuela.

Me baño. Froto cada parte de mi cuerpo, me afeito las piernas, quito la tierra de debajo de mis uñas, hasta que por fin, por fin, me siento

limpia. Entonces me siento en mi escritorio en mi bata de baño y hago frente a la ardua tarea de peinar los enredos de mi pelo. Me pongo el

humectante suave sobre mi cara, un poco de bálsamo para los labios en un capricho esperanzador. En mi armario me quedo un rato mirando un vestido amarillo que mi madre una vez me dio por mi cumpleaños, que

llevé la primera noche que Tucker me llevó a Bubba, que fue, en cierto modo, nuestra primera cita. Me pongo unas sandalias blancas de tiras, y

bajo las escaleras.

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Mi sudadera negra, la que llevé a lo largo de toda esta dura prueba,

cuelga cuidadosamente sobre el respaldo del sofá. La recojo. Huele como agua del lago y sangre. Camino a la lavandería para dejarla allí, pero

primero reviso los bolsillos.

En el interior del bolsillo izquierdo hay una pulsera de plata. La sostengo en mi mano, examinando cada dije. Un caballo, para cuando te

quitaron a través del campo. Un pez, cuando se conocieron. Un corazón. Y ahora un nuevo dije.

Un gorrión de plata minúsculo.

Me la puse. Tintinea contra los huesos de mi muñeca mientras camino por el pasillo a la antigua habitación de mamá. Mi corazón

empieza a latir rápido, mi respiración se acelera, pero no lo dudo. Quiero verlo. Abro la puerta.

La cama vacía, las hojas arrancadas de un modo desordenado, como

si alguien tratara de arreglar las tapas en un apuro. No hay nadie aquí. Frunzo el ceño.

Tal vez me tomé demasiado tiempo para llegar a encontrarlo. Tal vez se fue.

Huele a quemado.

Encuentro a Tucker en la cocina, tratando espectacularmente de hacer huevos revueltos. Empuja el desastre ennegrecido con una espátula, intenta darle la vuelta, se quema, se defiende con una mala palabra, y

empieza a sacudir la mano cuando siente dolor de ella. Me río, y se da la vuelta, sobresaltado. Sus ojos azules se abren.

—Clara —dice.

Mi corazón se levanta mirándolo. Me acerco y tomo la espátula de su mano.

—Pensé que tendrías hambre —dice.

—No es por eso. —Sonrío y tomo un paño de cocina, recojo el sartén,

tiro el huevo a la papelera, y raspo los restos. Luego voy al lavabo y lo enjuago—. Déjame —le digo.

Asiente y se sienta en uno de los taburetes de la cocina. No lleva una

camisa, sólo un par de pantalones de pijama como de la edad de mi hermano. Incluso para ser domingo por la mañana, su expresión no es agotada. Trato de no mirarlo, voy a la nevera y saco un cartón de huevos,

los quiebro en un bol, agrego la leche y bato todo junto.

—¿Cómo estás? —pregunta—. Jeffrey me dijo que estabas

durmiendo.

—¿Ya viste a Jeffrey?

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—Sí, estuvo aquí por un tiempo. Parecía un poco distraído. Trató de

darme un sobre lleno de dinero.

—¿Uh, lo siento? —Ofrezco.

—Ustedes los de California creen que pueden comprar cualquier cosa —bromea Tucker.

Y está bromeando. Se está volviendo muy aficionado a los de

California.

—Estoy bien —le digo con una tos, para responder a su pregunta inicial—. ¿Cómo estás?

—Nunca me sentí mejor —dice.

Paro de batir y lo miro. No parece cambiado, creo. No se parece a

ningún profeta que he oído hablar.

—¿Qué? —pregunta—. ¿Tengo huevo en la cara?

—No tengo hambre —le digo, haciendo a un lado los huevos—.

Necesitamos hablar.

Traga. —Por favor, no llegues a la parte en la que dices que es lo

mejor para mí.

Niego con la cabeza, rio. —¿Por qué no te pones algo de ropa?

—Esa es una gran idea —dice—. Pero parece que se perdieron.

Supongo que las debieron de haber tirado. Tal vez me podrías llevar a casa muy rápido.

—Por supuesto. —Me acerco y tomo su mano, la aleja. Me mira con

incertidumbre.

—¿Qué estás haciendo? —pregunta.

—¿Confías en mí?

—Por supuesto.

Me deleito en la rápida inspiración cuando me estiro y cubro sus

ojos con ambas manos. Llamo a la gloria, a un ambiente cálido, un palpitante círculo de luz nos rodea. Cierro los ojos, sonriendo, y nos envío

a The Lazy Dog. Hacia el granero. En fin.

—Está bien, puedes ver —le digo, tomo sus manos, y la luz se desvanece lentamente a nuestro alrededor, y jadea.

—¿Cómo hiciste eso?

Me encojo de hombros. —Hago clic en mis talones tres veces y digo: No hay lugar como el hogar.

—Uh-huh. Así que... ¿Crees que esta es tu casa? ¿Mi granero?

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Su tono es lúdico, pero la mirada que me da es en serio. Una

cuestión.

—¿No habías adivinado ya? —le digo, mi corazón latiendo—. Mi

hogar eres tú.

Tiene una especie de sonrisa de incredulidad en su rostro. Se aclara la garganta. —Y no me siento mal con la gloria en esta ocasión. ¿Por qué

es eso?

—Te lo diré todo acerca de eso —le prometo—. Más tarde.

—Entonces —dice—. ¿Haber empujado a ese tipo en el corazón con

una espada significa que ya no tienes que salir corriendo ahora.

—No voy a salir corriendo.

Sonríe. —Esa es la mejor noticia que he oído. Jamás. —Pone su mano en mi cintura, me jala más cerca. Va a besarme—. Así que ¿realmente quisiste decir todo eso cuando era un muerto?

—Cada palabra.

—¿Podrías decirlo de nuevo? —pregunta—. Mi memoria es un poco

confusa.

—¿Qué parte? ¿La parte en la que dije que quería quedarme contigo para siempre?

—Sí —murmura, con la cara cerca de la mía, su aliento caliente en mi mejilla.

—¿Cuando dije que te amaba?

Se aleja un poco, busca mis ojos con los suyos. —Sí. Dilo.

—Te amo.

Toma una respiración profundamente feliz. —Te amo —dice de nuevo—. Te amo, Clara.

Luego su mirada cae a mis labios otra vez, se inclina, y el resto del

mundo simplemente desaparece.

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Epílogo

Traducido por Mel Cipriano

Corregido por Melii

—Mírame, mírame —grita Web desde la espalda de Midas, mientras Tucker lo lleva alrededor del pastizal.

Desde el porche, donde estoy sentada con Angela, bebiendo

limonada, levanto la mano y saludo. Cada vez que lo veo, es varios centímetros más alto. Ese niño, a pesar de ser pequeño para un niño de nueve años de edad, siempre ha hablado hasta por los codos (pareciéndose

a su madre), siempre sonriéndote con esos traviesos ojos dorados bajo la mata de rebelde cabello negro azulado. Mientras lo miramos, deja a Midas

descansar un poco para conseguir que vaya más rápido, y Tucker tiene que correr junto a ellos para mantenerse a ritmo.

—¡Ten cuidado! —grita Angela, más para Tucker que para su hijo.

Tucker asiente, rueda los ojos, y le da a Midas palmaditas en el cuello, desacelerándolo. Como si caerse de un caballo haría cualquier cosa

además de sobresaltar a ese niño indestructible.

—Eres una especie de madre helicóptero, ¿lo sabías? —bromeo.

Se burla y levanta los brazos por encima de la cabeza. Si miro

detenidamente, puedo ver las marcas claras en su brazo derecho, sólo quedan unas pocas ahora. Los tatuajes empezaron a desaparecer en el momento en que sostuvo a Web en sus brazos de nuevo, como si su amor

la hubiera limpiado. Siempre dice eso.

Sin embargo, me pregunto si alguna vez las palabras desaparecerán

completamente.

—Creo que soy más una madre apegada —argumenta.

—Por supuesto que lo eres.

En pocas horas, todos nos reuniremos alrededor de la gran mesa de los Avery, para la cena: los padres de Tucker, Wendy y Dan, la pequeña Gracie, Angela y Web desde la Ciudad de los Vientos, y, si juego bien mi

cartas, Jeffrey. Todos comeremos, nos reiremos y hablaremos de las noticias y el empleo de todo el mundo, y casi seguro que obtendré algunas

críticas, sobre todo de Angela, para que vaya a Stanford y obtenga mi

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ostentoso título de médica con toda la intención de terminar de nuevo

aquí, como la vieja médica de la familia. Bromearé sobre el buen tiempo en Wyoming y cómo no podría soportar la idea de irme. Tucker apretará mi

rodilla debajo de la mesa. Y voy a tener una breve sensación de unión, de que todo es como debe ser, pero también voy a sentir una ausencia, como si hubiera una silla vacía en la mesa. En ese momento, el tema de

conversación, inevitablemente, volverá a Christian, como si el hecho de que estuviera pensando en él hace que todo el mundo piense en él, y Angela nos hablará de los edificios en los que está trabajando, y Web

hablará con entusiasmo sobre la última aventura a la que ambos asistieron: el Lincoln Park Zoo, el Museo de los Niños en Chicago, o el

observatorio de la nonagésima cuarta planta del edificio John Hancock Center. Y entonces, la conversación va a pasar a otras cosas, y me voy a sentir normal otra vez. Me sentiré bien.

Angela sigue hablando acerca de los estilos de crianza, algo llamado Amor y Lógica. Se ofrece a prestarme sus libros sobre el tema, sonrío y le

digo que voy a echarles un vistazo. Bajo mi limonada y me pongo de pie, dando un paso fuera del porche para caminar hacia el pastizal, pasando por la sombra de un granero rojo y grande. El cielo sobre él es abierto y

azul.

—Mírame, mírame, Clara —dice Web de nuevo cuando me descubre. Después de la cena lo llevaré a volar, creo, si Angela me deja. El sonido de

su risa mientras Tucker guía al caballo a lo largo de la cerca me hace sonreír. Me tomo un momento para admirar la vista de Tucker desde

atrás, la forma en que camina con una especie de gracia vaquera divertida, el ajuste de sus pantalones.

—¡Te veo! Hola, guapo —le digo a Tucker.

Se inclina sobre la cerca para darme un beso, tomando mi rostro entre sus manos, la banda de oro liso en su dedo es fría contra mi mejilla.

Luego da un paso atrás y deja caer la cabeza por un momento, sus ojos se cierran de una manera que he llegado a conocer a través de los años. Pongo mi mano sobre su hombro.

—¿Estás bien? ¿Otra visión? —le pregunto.

Me mira y sonríe. —Sí, estoy teniendo una visión —dice con una sonrisa en su voz—. Estoy teniendo una visión que sé que va a convertirse

en realidad.

—¿Y qué es eso? —le pregunto.

—Vamos a ser felices, Zanahoria —dice, metiendo un mechón de mi pelo suelto detrás de la oreja—. Eso es todo.

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Sobre el Autor Cynthia Hand es originaria del sudeste de Idaho y hasta el día de hoy vive con su esposo y dos niños en la parte sureña de California, donde enseña escritura en la Universidad Pepperdine. Se ha graduado en escritura creativa de la Universidad de Boise State y la Universidad de Nebraska-Lincoln. En lugar de una musa, Cynthia

tiene un ángel guardián llamado Buster. Él usa un sombrero vaquero en lugar de un halo, prefiere una camioneta destartalada a volar, y adora corregir la gramática de Cynthia. Averigua más en www.cynthiahandbooks.com.

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Traducido, Corregido y

Diseñado por:

www.librosdelcielo.net

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