2da de Pascua

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Mario Alberto Molina, O.A.R. Arzobispo de Los Altos, Quetzaltenango Totonicapán DOMINGO DE PASCUA 7 de abril de 2013 Ciclo C Las tres lecturas de hoy nos proponen temas diversos para nuestra reflexión en torno a la resurrección de Jesús y nuestra fe en él. Comencemos por el evangelio. Se nos cuentan dos apariciones de Jesús a los apóstoles, una el mismo día de la resurrección y la otra, ocho días después. En la primera aparición, Jesús se presenta entre los discípulos reunidos, sin que sea necesario abrirle la puerta para que entre. Como prueba de que se trata del mismo Jesús que murió en la cruz, les muestra las llagas de las manos y del cos- tado. Se trata de la misma persona. Su presencia llena a los discípulos de alegría. Es la alegría de volver a reencontrarse con Jesús y poder continuar de un modo nuevo la amis- tad con él; es la alegría de saber que la muerte ha sido vencida y hay esperanza y futuro; es la alegría de la salvación. Por eso saluda con el deseo de paz. La paz esté con ustedes. Paz que es salud del cuerpo y del alma; paz que es esperanza y sentido de vida; paz que se expresa en el amor a Dios y al prójimo; paz que se traduce en esfuerzo y empeño para contribuir a crear una sociedad más humana y acogedora en la esperanza del Reino de Dios. A continuación Jesús les encarga la misión. Hay que ver las palabras con las que Jesús la establece: Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo. La misión en la Iglesia es una iniciativa que viene de Dios. La misión de la Iglesia es continuación de la de Jesús, que a su vez se remonta a los designios benévolos de Dios. No nos inven- tamos la misión; la recibimos de Dios a través de Cristo. Por eso la misión y la tarea evangelizadora de la Iglesia es colaboración en el designio de Dios. Por eso Jesús tam- bién capacita a sus discípulos con el don del Espíritu Santo. Reciban el Espíritu Santo, les dice, mientras sopla sobre ellos. La misión parece concentrarse en un punto: el perdón de los pecados. A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a quienes no se los perdonen, les quedarán sin perdonar. La misión trae perdón, favore- ce la reconciliación. Con el perdón se restablecen la relación de cada persona con Dios y con su prójimo; con el perdón se crean las condiciones que hacen posible la paz. El perdón, concedido en nombre de Dios, logra que cada persona pueda comenzar de nuevo, que el pasado no hipoteque el futuro. El anuncio del Evangelio ofrece a todos la posibili- dad de plantearse su vida y su futuro de un modo nuevo. Lo novedoso de este pasaje es que Jesús otorga esa capacidad de perdón a sus apóstoles, y con ellos, a la Iglesia. Lo que sólo Dios puede hacer, es un poder que Jesús confía a sus apóstoles. La segunda aparición de Jesús gira en torno a otro asunto muy diverso. El apóstol Tomás, que no estaba con sus compañeros cuando Jesús se apareció la primera vez, no les cree cuando le dicen que han visto al Señor. La duda de Tomás la experimentamos todos en algún momento de nuestra vida. ¿Es la resurrección una ilusión o una realidad? ¿Es la resurrección una ficción o un acontecimiento que realmente le sucedió a Jesús? O

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Mario Alberto Molina, O.A.R. Arzobispo de Los Altos, Quetzaltenango – Totonicapán

DOMINGO 2° DE PASCUA 7 de abril de 2013 – Ciclo C

Las tres lecturas de hoy nos proponen temas diversos para nuestra reflexión en

torno a la resurrección de Jesús y nuestra fe en él. Comencemos por el evangelio. Se nos

cuentan dos apariciones de Jesús a los apóstoles, una el mismo día de la resurrección y la

otra, ocho días después. En la primera aparición, Jesús se presenta entre los discípulos

reunidos, sin que sea necesario abrirle la puerta para que entre. Como prueba de que se

trata del mismo Jesús que murió en la cruz, les muestra las llagas de las manos y del cos-

tado. Se trata de la misma persona. Su presencia llena a los discípulos de alegría. Es la

alegría de volver a reencontrarse con Jesús y poder continuar de un modo nuevo la amis-

tad con él; es la alegría de saber que la muerte ha sido vencida y hay esperanza y futuro;

es la alegría de la salvación. Por eso saluda con el deseo de paz. La paz esté con ustedes.

Paz que es salud del cuerpo y del alma; paz que es esperanza y sentido de vida; paz que

se expresa en el amor a Dios y al prójimo; paz que se traduce en esfuerzo y empeño para

contribuir a crear una sociedad más humana y acogedora en la esperanza del Reino de

Dios.

A continuación Jesús les encarga la misión. Hay que ver las palabras con las que

Jesús la establece: Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo. La misión

en la Iglesia es una iniciativa que viene de Dios. La misión de la Iglesia es continuación

de la de Jesús, que a su vez se remonta a los designios benévolos de Dios. No nos inven-

tamos la misión; la recibimos de Dios a través de Cristo. Por eso la misión y la tarea

evangelizadora de la Iglesia es colaboración en el designio de Dios. Por eso Jesús tam-

bién capacita a sus discípulos con el don del Espíritu Santo. Reciban el Espíritu Santo,

les dice, mientras sopla sobre ellos. La misión parece concentrarse en un punto: el

perdón de los pecados. A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y

a quienes no se los perdonen, les quedarán sin perdonar. La misión trae perdón, favore-

ce la reconciliación. Con el perdón se restablecen la relación de cada persona con Dios y

con su prójimo; con el perdón se crean las condiciones que hacen posible la paz. El

perdón, concedido en nombre de Dios, logra que cada persona pueda comenzar de nuevo,

que el pasado no hipoteque el futuro. El anuncio del Evangelio ofrece a todos la posibili-

dad de plantearse su vida y su futuro de un modo nuevo. Lo novedoso de este pasaje es

que Jesús otorga esa capacidad de perdón a sus apóstoles, y con ellos, a la Iglesia. Lo

que sólo Dios puede hacer, es un poder que Jesús confía a sus apóstoles.

La segunda aparición de Jesús gira en torno a otro asunto muy diverso. El apóstol

Tomás, que no estaba con sus compañeros cuando Jesús se apareció la primera vez, no

les cree cuando le dicen que han visto al Señor. La duda de Tomás la experimentamos

todos en algún momento de nuestra vida. ¿Es la resurrección una ilusión o una realidad?

¿Es la resurrección una ficción o un acontecimiento que realmente le sucedió a Jesús? O

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peor, ¿es la resurrección un invento de los sacerdotes para mantener sometidos a los in-

genuos? ¿Es la resurrección un mito para expresar el valor de la enseñanza moral de

Jesús o es un acontecimiento que redefine de un modo nuevo el ámbito de lo humano, en

cuanto que abre una puerta través de la muerte? Las dudas de Tomás se han multiplicado

a lo largo de los siglos e incluso se han vuelto más sutiles y agudas.

Jesús le da a Tomás la oportunidad de una comprobación personal, Jesús se le apa-

rece e invita a Tomás a tocarlo para comprobar su realidad objetiva. Nosotros ya no te-

nemos esa oportunidad. Jesús mismo lo prevé. Después de que Tomás reconoce a Jesús

resucitado como su Señor y su Dios, Jesús dice: Tú crees porque me has visto; dichosos

los que creen sin haber visto. ¿Es la fe, entonces, un acto ciego, una decisión de pura

voluntad? ¿Es lo mismo creer sin ver que creer sin evidencias? La resurrección de Jesús

es un hecho histórico único. Como cualquier otro hecho histórico dependemos para co-

nocerlo de los testigos que lo vieron y experimentaron primero. Los testigos de aquel

tiempo nos cuentan tres hechos: el cadáver desapareció de la tumba; numerosos seguido-

res de Jesús atestiguaron que lo habían visto; quienes vieron a Jesús y creyeron en él que-

daron transformados en sí mismos. A partir del acontecimiento de la resurrección se

formó la Iglesia, como la comunidad de los creyentes que quedaron transformados en sus

vidas por la fe en Jesús. Nuestra fe hoy se sitúa en esa tradición. Debemos saber que la

fe es un acto personal, pero no una decisión en solitario. La fe siempre se da en la Igle-

sia. La evidencia más inmediata de la fe es la vida nueva, alegre, esperanzada de los que

creen en Jesús resucitado. La primera lectura de hoy describe el impacto que causó la

primera comunidad de creyentes en Jerusalén. Es una comunidad donde hay fraternidad,

donde hay solidaridad, donde hay salud y vida. La evidencia de la resurrección es la vida

nueva de los creyentes. Por eso, cuando en la Iglesia el testimonio de santidad y humani-

dad se oscurece, cuando la caridad y la solidaridad se acaban, cuando la alegría se mar-

chita es muy difícil seguir teniendo fe y la Iglesia se convierte, en el mejor de los casos,

en una organización benéfica sin fines de lucro. La fe en la resurrección ha estado siem-

pre muy vinculada al testimonio de santidad y caridad de los creyentes, pero también la fe

se vincula a la confianza de que el testimonio de los primeros testigos es veraz. El cris-

tianismo no es el fruto de un embuste, sino de un hecho real. Cuando dejamos actuar en

nosotros mismos la fe en la resurrección, se convierte en fuerza que ayuda al creyente a

sacar lo mejor de sí: le da motivación para actuar con responsabilidad; le da esperanza

para empeñarse en el bien; le da alegría y paz para hacer frente a las adversidades de la

vida, porque sabe que la muerte no es el final. La fe en la resurrección nos hace experi-

mentar la salvación en nosotros mismos. La prueba más sencilla de la verdad de la resu-

rrección está en los efectos sanadores que tiene para ayudar al creyente a ser más persona

y mejor persona.

Finalmente la segunda lectura de hoy nos relata la visión introductoria al libro del

Apocalipsis. El apóstol Juan está desterrado en la isla de Patmos por haber predicado la

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palabra de Dios y haber dado testimonio de Jesús. Esta es otra constante que acompaña

la fe: la persecución y martirio de los creyentes. La verdad y la fuerza de la resurrección

son tan avasalladoras, que el recurso más frecuente de quienes se oponen a ella ha sido la

persecución de los cristianos. Esta es otra prueba de la resurrección. Una ficción no se

combate con tanto ahínco. Un domingo el apóstol Juan tiene una visión. Fijémonos que

Jesús resucitado se apareció en el evangelio en dos domingos seguidos; luego a Juan

también en un domingo. El domingo fue el día y sigue siendo el día en que los creyentes

se reúnen para celebrar la eucaristía. Estas apariciones de Jesús en domingo nos indican

que en la escucha de la Palabra y en la Fracción del Pan encontramos a Jesús resucitado

en medio de nosotros. Jesús se presenta vestido de una túnica larga ceñida a la altura del

pecho con una franja de oro, símbolos de su condición divina, de su vida nueva resucita-

da. Se presenta con estas palabras: Yo soy el primero y el último; yo soy el que vive.

Estuve muerto y ahora estoy vivo por los siglos de los siglos. Yo tengo las llaves de la

muerte y del más allá. Frente a las vicisitudes de la historia, Jesús se presenta como el

que abarca el mundo y el tiempo de principio a fin. Todo está en su mano. Sobre todo es

el que tiene las llaves para abrir la puerta de la muerte para que quienes ponemos nuestra

fe en él podamos cruzar ese muro y alcanzar también la vida. Esa esperanza es la que

transforma nuestro presente y nos permite experimentar la salvación ya desde ahora por

medio de una vida buena, una vida santa, una vida responsable y fraterna.