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REGLAS DEL JUEGO. Manfred Nolte Se debe retornar de vez en cuando a los clásicos, cada cual en su disciplina, no para descubrir nada nuevo sino para recordar aquellos principios que ignoran inmutables el paso de las modas y el tiempo. La ocasión lo merece porque Grecia y la difícil construcción europea plantean aparentes contradicciones y porque cada cual ha estereotipado a los actores de este drama a su manera, señalando a los buenos y malos según sus criterios, más o menos al rebufo de las últimas tertulias de turno, que son –Pablo Iglesias nos lo ha recordado- el auténtico parlamento de la sociedad española actual. Uno de estos clásicos es el Nobel estadounidense de economía James Buchanan(1919-2013). De su libro ‘La razón de las reglas’, una obra maestra de fácil lectura y semillero de conclusiones clarividentes, se extraen algunas reflexiones inspiradoras de las que se hagan al término de esta columna. “Necesitamos de las reglas en la sociedad –explica Buchanan- porque sin ellas la vida sería solitaria, pobre, despreciable, embrutecida y corta, como nos señaló Thomas Hobbes hace más de tres siglos. Las reglas definen los espacios dentro de los cuales cada uno de nosotros puede

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REGLAS DEL JUEGO.

Manfred Nolte

Se debe retornar de vez en cuando a los clásicos, cada cual en su disciplina, no para descubrir nada nuevo sino para recordar aquellos principios que ignoran inmutables el paso de las modas y el tiempo. La ocasión lo merece porque Grecia y la difícil construcción europea plantean aparentes contradicciones y porque cada cual ha estereotipado a los actores de este drama a su manera, señalando a los buenos y malos según sus criterios, más o menos al rebufo de las últimas tertulias de turno, que son –Pablo Iglesias nos lo ha recordado- el auténtico parlamento de la sociedad española actual.

Uno de estos clásicos es el Nobel estadounidense de economía James Buchanan(1919-2013). De su libro ‘La razón de las reglas’, una obra maestra de fácil lectura y semillero de conclusiones clarividentes, se extraen algunas reflexiones inspiradoras de las que se hagan al término de esta columna.

“Necesitamos de las reglas en la sociedad –explica Buchanan- porque sin ellas la vida sería solitaria, pobre, despreciable, embrutecida y corta, como nos señaló Thomas Hobbes hace más de tres siglos. Las reglas definen los espacios dentro de los cuales cada uno de nosotros puede desarrollar sus propias actividades”. Señala, en fin, el nobel americano, que "los buenos juegos dependen de las buenas reglas más que de los buenos jugadores”.

La economía y los mercados – tal vez más que ninguna disciplina- también necesitan reglas e instituciones que los regulen. Mal irán las cosas si, en vez de prestar atención a las reglas e instituciones básicas dentro de las cuales se desarrolla la conducta individual en los mercados, se distrajese la atención en las tácticas que interfieren

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con esas reglas o principios institucionales. Puede decirse que la política y en su caso la política económica consisten, muy a menudo, en un conjunto de estrategias que intenta sobornar las reglas establecidas, en favor de intereses partidistas.

Pues he aquí que los días recientes, y en su medida las semanas y meses que han precedido a la enésima crisis Grecia, y que arrancan con la victoria en las urnas de la coalición Syriza en enero de este año, son un ejemplo típico de cuales son los resultados para una economía y un país cuando sencillamente no se respetan algunas reglas esenciales. Y como polo opuesto la devoción prestada por el espíritu (Geist) alemán a las reglas, que en lo económico se concreta en las reglas del ordoliberalismo –orden liberal, pero sobre todo ‘orden’-, una singular combinación del ideario liberal y una vigorosa presencia del aparato estatal siempre y cuando dicha presencia sea necesaria para preservar el espíritu de las reglas. Todos los requisitos para un choque de trenes.

La clave de la reciente crisis griega está en haber olvidado que el euro tiene unas reglas muy exigentes y que quien las incumpla no puede estar en él. Son varias. Pero en particular, el ‘Pacto de estabilidad y crecimiento’ que consagra para sus firmantes un déficit presupuestario inferior al tres por ciento del PIB y una deuda pública inferior al 60, constituye el corazón de la convergencia europea. Solo un grupo de países homogéneo puede conducir al escenario final visualizado en el reciente ‘Informe de los 5 Presidentes’ que apunta a un Tesoro único europeo, y a una Unión Monetaria genuina, un lugar estable y próspero para todos los ciudadanos de los Estados miembros que comparten la moneda única. Y ello a más tardar para el 2025. Ello no significa que la eurozona no cuente con mecanismos para encarar los choques asimétricos temporales de sus socios, incluidos un Banco central común, una incipiente Unión Bancaria y un sólido y probado Fondo de Rescate.

Además Alexis Tsipras ha tenido que aprender otra regla elemental: que no se gana ascendiente sobre otros líderes europeos por el simple hecho de haber ganado unas elecciones. Los demás también lo ha hecho. Lo concluyente es ganarse el respeto colectivo demostrando que se tiene capacidad para alcanzar la convergencia europea adoptando en casa medidas de corte decisivo.

Manifestaba el viernes pasado el Presidente del Consejo Europeo Donald Tusk que en el acuerdo de rescate griego no hay vencedores ni vencidos y que “desde luego, lo que es cien por cien seguro es que Alemania no ha sido la ganadora en términos de poder político”. Para quienes disienten –y son multitud- del Sr.Tusk, bastará recordar que al final del día, Alemania, asumiendo lealmente su proclamada regla de oro ‘solidaridad con responsabilidad’ deberá, en efecto, sacrificar mucho más que cualquier otro país en términos de aportación dineraria.

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Y un recordatorio urgente para la economía española. España es después de Grecia el país de la Unión Europea que registra un mayor déficit presupuestario y uno que se sitúa en el pelotón de cabeza de los que acumulan una cifra amenazadora de deuda pública. El desenlace del caso griego pone el énfasis en que la centralidad europea no se alcanzará con discursos victimistas, populistas y antigermánicos como el encabezado por Alexis Tsipras sino con la continuación de las reformas ambiciosas, diseñadas para transformar el potencial productivo de nuestra economía y acceder por mérito propio a una Unión Monetaria, a la que la confluencia de unas reglas comunes, habrá elevado al rango de mutualizada.