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LAS DOCTRINAS DE LA GRACIANaturalmente bíblicas y teológicamente relevantes

Juan Martínez


Contenido

DEDICATORIA

PREFACIO DEL AUTOR

I.DIOS NO ES UN DICTADOR LATINOAMERICANO

Dios no es soberano a la manera de los dictadores latinoamericanos

Definición de soberanía

La voluntad y el poder soberano de Dios. Su voluntad decretiva y prescriptiva

La omnipotencia de Dios como fundamento de su soberanía

La soberanía de Dios, el pecado y el mal

II.“PERO SIGO SIENDO EL REY”

Las posibilidades de José Alfredo Jiménez y la terrible realidad

¿Por qué nacemos con una voluntad esclavizada al pecado?

La eficacia de la salvación en este caso imposible

III.LA DIVINA SENTENCIA A NUESTRO FAVOR

Nadie puede ser juzgado dos veces por el mismo delito

Definición de justificación

IV. “NO DEPENDE DEL QUE QUIERE, NI DEL QUE CORRE, SINO DE DIOS QUE TIENE MISERICORDIA” (RO. 9:16)

La doctrina de la elección no es una doctrina sectaria, por lo que no debe abordarse como tal.

Todos los cristianos creen en la doctrina de la predestinación y elección soberanas

V. ¡SÍ SE PUEDE, SÍ SE PUEDE, SÍ SE PUEDE!

El balompié y la porra mexicana

El Espíritu Santo no es una porra de Dios para el hombre

La expiación de Cristo no es universal sino limitada y particular

Carta a un hermano arminiano


VI. NO EXISTE UN CRISTIANISMO SOLITARIO NI TAMPOCO ESTA FE PERTENECE A UNA SOCIEDAD SECRETA

La iglesia no es un invento humano sino una institución divina

Huye del cristianismo sui generis

¿Obediencia a pastores y ancianos?

VII. ¿SEGUROS PERO NERVIOSOS?

El problema de la duda eterna

Es el testimonio del Espíritu Santo y no las emociones el lugar donde se debe buscar la certeza de la salvación

Evidencias de la redención genuina

La salvación es eterna y no temporal

BIBLIOGRAFÍA


DEDICATORIA

A todos aquellos que no han conocido las doctrinas de la gracia y ahora mismo viven en la zozobra presos de una errónea enseñanza bíblica.


PREFACIO DEL AUTOR

Doctrinas de la gracia es un título para el libro que ya de por sí habla mucho de su contenido. Se trata de una referencia breve de la exposición clásica y reformada de las verdades expuestas en las Santas Escrituras.

Pero más que el título del libro es el subtítulo del mismo el que merece un breve comentario introductorio. Naturalmente bíblicas y teológicamente relevantes es un subtítulo que elegí pensando en los términos que muchas iglesias usan hoy en día para atraer a las personas. Haciendo eco del “ecologismo individualista” del que hablaba Gilles Lipovetsky se habla de una fe “fresca y natural”, de un cristianismo “orgánico” y de un mensaje “relevante”.

Las iglesias emergentes han contribuido mucho a esta nueva forma de propaganda. Hay una sed creciente por resultar atractivos para la gente y presentarse diferentes a lo que la iglesia había venido representando desde hace varios siglos: doctrina, ortodoxia, himnología, sacrificio y separación, entre otros aspectos. Hoy se busca que los cultos al Señor sean incluyentes en la práctica, musicalmente actualizados, que las vestimentas de los miembros den una impresión de relajamiento y poca seriedad, y que los mensajes entretengan al oyente con asuntos que tienen que ver con sus necesidades inmediatas.

Pienso que las doctrinas de la gracia son más necesarias hoy que nunca. Luego de alrededor de un siglo de emocionalismo y perfeccionismo arminiano pentecostal México está inundando de humanismo e interpretaciones carismáticas de la Biblia. Siempre las doctrinas de la gracia han resultado y resultarán “naturalmente bíblicas” y “teológicamente relevantes”. Las doctrinas de la gracia no son un “esfuerzo” para atraer a las personas a la congregación, ni forman parte de algún nuevo movimiento celular o administrativo de la iglesia cristiana, sino que constituyen la base de la fe más próxima y fiel al testimonio de la Biblia.

Originalmente, escribí este documento pensando en el pueblo mexicano. Por ello, los lectores nacionales podrán comprender un poco mejor lo que las doctrinas de la gracia significan puesto que he usado ilustraciones y ejemplos que son familiares a los mexicanos. De cualquier forma, estas notas también serán útiles para los latinoamericanos en general y para los cristianos


extranjeros que hacen misión en el pueblo de México. Por último, es mi oración a nuestro soberano Señor que puedan servirle a cualquier hermano interesado en refrescarse de nuevo en estas hermosas doctrinas, así como también a todo lector que jamás haya leído nada sobre el tema y que esté en la búsqueda de una mejor comprensión de lo que enseñan en las iglesias reformadas, particularmente las congregaciones presbiterianas.


I. DIOS NO ES UN DICTADOR LATINOAMERICANO

Dios no es soberano a la manera de los dictadores latinoamericanos

En Latinoamérica existe una triste historia de caudillismo y tiranía estatal. Por citar algunos ejemplos, está el caso de Augusto Pinochet que encabezó la dictadura militar argentina entre 1973 y 1990; el caso de Manuel Antonio Noriega que gobernó Panamá desde 1983 hasta 1989; y el caso de Alfredo Stroessner jefe de Estado en Paraguay desde 1954 hasta 1989. En todos estos casos, las violaciones a los derechos humanos fueron sistemáticas. La única voluntad imperante fue la de los líderes despóticos indicados y la de aquellos que los apoyaron. Violencia, secuestro, represión, destrucción y muerte fue lo que dejaron a su paso estas dictaduras militares.

Definición de soberanía

Cuando se trata el tema de la soberanía de Dios, por lo tanto, para muchos dentro del pueblo latinoamericano puede sonar, a primera vista, un término familiar. La soberanía de Dios se puede definir como el control absoluto que ejerce sobre toda su creación de acuerdo con el beneplácito de su voluntad. La soberanía de Dios implica que no existe ningún otro poder o autoridad por encima de la voluntad divina, sino que todo poder y autoridad le están sujetos y acontece todo cuanto está dispuesto en su plan eterno (Éxodo 15:18; 1 Crónicas 29:11-12; 2 Crónicas 20:6; Salmos 22:28). Sin embargo, la soberanía de Dios, a diferencia del despótico poder del caudillismo latinoamericano, es un atributo que está integrado dentro de otros atributos de Dios (v. gr. Su inmutabilidad, como se verá después) de entre los cuales uno de capital importancia es el amor.

Esta voluntad y poder absolutos de Dios son ejercidos a la par de su amor, justicia y santidad. Augusto Pinochet ordenaba desaparecer presos políticos porque se oponían a su régimen tirano. Dios, al amarse así mismo en sus criaturas (Berkhof), ordena todos los acontecimientos a la luz de su amor eterno por la humanidad. Aún los hechos más repulsivos en la historia sirven al propósito eterno de Dios que es amor (1 Juan 4:8). El más terrible ejemplo


de lo anterior es la muerte de su propio hijo, Jesucristo, que murió por los pecadores (Hechos 4:27-28). El mayor mal (el crimen contra el hijo de Dios) terminó siendo el mayor bien para el mundo (la salvación de los elegidos).

La voluntad y el poder soberano de Dios. Su voluntad decretiva y prescriptiva

La soberanía de Dios se puede dividir para su estudio en dos: A) su voluntad soberana; y B) su poder soberano. La voluntad soberana de Dios se puede dividir a su vez en dos partes: a) su voluntad decretiva; y b) su voluntad preceptiva. La voluntad decretiva de Dios es aquella que le resulta secreta a la humanidad y que sólo es conocida por sus efectos (Deuteronomio 29:29; Proverbios 16:33), mientras que la voluntad preceptiva de Dios es aquella que se encuentra en la Ley de Dios y el Evangelio de Jesucristo (v. gr. Éxodo 20:1-17; Mateo 5-7). Algunos llaman a la primera voluntad de propósitos y a la segunda voluntad de mandamientos (véase R. L. Smalling). La voluntad decretiva de Dios jamás puede ser violada sino que siempre se cumple cabalmente y no hay nadie que se pueda oponer a ella (Isaías 43:13); la voluntad preceptiva sí puede ser trasgredida por los seres humanos.

La omnipotencia de Dios como fundamento de su soberanía

Para poder cumplir su voluntad soberana Dios ejerce su poder soberano que también es llamado omnipotencia. La omnipotencia es el atributo comunicable de Dios –es decir, uno de los que nos comparte o comunica imperfectamente- según el cual Él, por el solo hecho de ejercer su voluntad hace que acontezca todo aquello que Él ha decidido que ocurra, de manera que puede extender su resolución todo cuanto le parezca de acuerdo con su propia naturaleza.

Como se vio anteriormente, el caudillismo latinoamericano ha estado integrado históricamente por hombres cuya máxima pasión es su propio poder y gloria. Todas las acciones dictatoriales son hechas fundamentalmente para favorecer las riquezas y vanidad de los líderes. A diferencia de lo anterior, la soberanía de Dios descansa sobre su atributo


incomunicable –es decir, uno de los que no nos comparte o comunica- denominado inmutabilidad. La inmutabilidad de Dios es aquella según la cual Él no cambia jamás en su divino Ser y perfecciones, así como en sus propósitos y promesas. Mientras un caudillo al amanecer puede arengar al pueblo que resolverá sus problemas y hará tal o cual cosa y al anochecer mudar de ánimo y arruinar las vidas de aquellos que juró guiar y liberar, Dios gobierna soberanamente sobre la inmutabilidad de su consejo, de modo que los que así gobierna pueden estar seguros y confiados de que Dios hará todo cuanto ha prometido y establecido en su santa voluntad desde antes de la fundación del mundo.

La soberanía de Dios, el pecado y el mal

Si Dios controla todas las cosas de acuerdo con el beneplácito de su voluntad y se observa que el mundo está sumido en pecado, sufrimiento y maldad, ello puede llevar a la conclusión de que Dios es el autor del pecado y el origen del mal en la tierra. Esta ha sido la conclusión de los más feroces detractores de la fe cristiana, de los ateos y aún de algunos hermanos opositores del calvinismo.

En primer lugar, Dios no es el origen del pecado (Santiago 1:13; 1 Juan 1:5). Se deben estudiar dos aspectos de la voluntad decretiva de Dios: a) el decreto eficiente de Dios; y b) el decreto permisivo de Dios. No son dos decretos sino uno solo que abarca todo cuanto sucede, pero para efectos didácticos conviene distinguir las siguientes diferencias. El decreto eficiente de Dios se puede observar en su decreto para producir y crearlo todo en los primero capítulos de la Biblia, esto es, en su fiat, según el cual Él eficientemente da vida y orden a todas las cosas. Por otro lado, el decreto permisivo de Dios es aquel según el cual Él permite que la libre agencia y las causas secundarias se ocupen de los acontecimientos, entre los cuales se encuentra el pecado. Dios decreta eficientemente la creación de seres morales y decreta permisivamente el pecado. Por todo ello, Dios no es la causa ni el origen del mal sino sus criaturas, de entre las cuales en todo caso, el primer pecado surge en el corazón de Satanás. La humanidad es culpable de su propio pecado aunque el decreto permisivo de Dios haya hecho seguro que el pecado acontecería.


En segundo lugar, parece ser que convendría mejor comenzar a hablar del problema del pecado en lugar de hablar del problema del mal. El problema del mal existe porque existe el pecado. El hombre es libre para hacer todo aquello que su naturaleza le permita hacer. Los seres humanos por naturaleza están inclinados a pecar y a intentar huir de Dios (Romanos 3:10-18). El hombre peca porque es un pecador. A no ser por la divina regeneración espiritual en Cristo los afectos de los hombres jamás cambiarían su rumbo y el mundo sería una mole de malvada depravación en una rauda precipitación al infierno.

En el siguiente capítulo se tratará el tema del problema y las posibilidades del ser humano, lo cual arrojará mayor luz sobre la condición de su libre albedrío.


II.“PERO SIGO SIENDO EL REY”

Las posibilidades de José Alfredo Jiménez y la terrible realidad

José Alfredo Jiménez fue un cantautor mexicano que con sus éxitos definió el género de música ranchera. Uno de ellos llamado El rey es un himno al voluntarismo humano. Dice la letra en el coro: Con dinero y sin dinero/Hago siempre lo que quiero/Y mi palabra es la ley/No tengo trono ni reina/ Ni nadie que me comprenda/ Pero sigo siendo el rey. Aquí es claro que es más fuerte el deseo de “ser un rey que hace lo que quiere” que las posibilidades de que eso sea una realidad. Sin embargo, detrás de este clamor de autoridad humana absoluta yace una realidad bíblica difícil de digerir.

La Biblia enseña que el ser humano está completamente incapacitado para hacer alguna obra que sea aprobada por Dios y acorde a su santa ley, y para lograr dirigir sus afectos lejos del pecado y de su propio egoísmo. Por tanto, como resultado de esta incapacidad total la humanidad se encuentra impedida para tener alguna comunión con Dios (Romanos 3:23). Nótese que esto no significa que el hombre carezca de la posibilidad de hacer el bien natural (v. gr. Dar de comer a los hijos o crear una vacuna contra alguna enfermedad) o civil (v. gr. Pagar impuestos y ser un vecino ordenado), así como el bien religioso exterior (v. gr. Dar ofrendas y diezmos o ir puntualmente a la iglesia).

Sin embargo, ni el bien natural, ni el civil, ni el religioso exterior pueden acercarnos un ápice a la comunión con Dios porque aún nuestras mejores obras en cualquiera de estos rubros están ausentes del amor y la fe bíblicos que son una condición indispensable para agradar a Dios (Isaías 64:6). Incapacitados totalmente, los seres humanos no pueden hacer la voluntad de Dios ni pueden dejar de pecar. En este sentido, el ser humano es libre sólo para hacer conforme a su propia naturaleza no regenerada. De allí el adjetivo “total”, es decir, que ninguna parte de sus facultades o poderes (en alma y cuerpo) está libre de la corrupción del pecado. Sus actos pecaminosos son actos libres provenientes de su libre albedrío, pero ese libre albedrío sólo es ejercido a partir de su condición depravada.

Como bien dice José Alfredo en su canción él hace siempre lo que quiere, y lo


que quiere siempre es el pecado. Somos por naturaleza, en nuestro estado caído, hijos de desobediencia y nada nos repugna más que hacer la voluntad de Dios (Isaías 1:6; Colosenses 3:5-7). Si Dios corre hacia la derecha nosotros lo hacemos a la izquierda. Si Dios dice “limpio” nosotros decimos “sucio”. Si Dios dice “mentira” nosotros decimos “verdad”. Y lo peor es que por más que nuestra libre voluntad en realidad resulta esclava del pecado gemimos entre la gloria y la tragedia cantando: “¡Pero sigo siendo el rey!”.

¿Por qué nacemos con una voluntad esclavizada al pecado?

En el acto de la creación del hombre Adán fue creado con la libertad necesaria para elegir entre el bien y el mal. Originalmente, su voluntad no estaba esclavizada al pecado. Había sido creado en una perfección y santidad relativas (durante un periodo de prueba mientras confirmaba que obedecería la voluntad de Dios) y sin estar sujeto a la maldición de la muerte (Génesis 1:26-31). Pero una vez que pecó su intelecto, voluntad y afectos quedaron arruinados y perdidos. Creado a la imagen de Dios Adán tenía tanto dones naturales (el ser racional y moral) como cualidades espirituales (verdadero conocimiento, justicia y santidad). Al pecar se arruinaron sus dones naturales y se perdieron completamente sus dones espirituales.

Dentro del Pacto de las obras Dios constituyó a Adán como cabeza representativa de la humanidad, y por ende, al caer en pecado Dios imputó el mismo no sólo al primer hombre sino a toda su descendencia (Romanos 5:12). Desde entonces, todos los seres humanos nacen con la culpa del pecado de Adán y heredan su depravación que los hace totalmente incapaces de vivir vidas para Dios (Salmo 51).

La eficacia de la salvación en este caso imposible

De lo anteriormente dicho queda precisado que el ser humano está imposibilitado totalmente para obtener alguna liberación de su ruina moral. No se encuentra enfermo de manera que algún remedio pudiera salvarle la vida. Carece de la esperanza total de alguna cura. El hombre natural está simplemente muerto en sus pecados y ninguna fuerza humana puede darle vida espiritual (Efesios 2:1).


Sin embargo, precisamente por ello Dios en su gracia y misericordia eternas quiso salvar a algunos y pasar por alto a otros según el beneplácito de su propia voluntad, en orden de su propia gloria. Aunque el tema de la elección se tratará más adelante conviene aquí referir el decreto divino como preámbulo para hablar de la regeneración espiritual. Dios, dentro del Pacto de la Gracia que tiene como base el Pacto de la redención (donde Cristo es fiador y Cabeza de la humanidad ante el Padre), manda a su Hijo Jesucristo a morir eficazmente por los pecadores elegidos y por medio de la operación del Espíritu Santo regenera el corazón depravado del hombre natural, le da el don de la fe y en Cristo restaura su conocimiento, justicia y santidad originales, de modo que pueda amar y servir a Dios, tener paz con Él, glorificarlo y vivir eternamente en su presencia (2 Corintios 5:17).


III. LA DIVINA SENTENCIA A NUESTRO FAVOR

Nadie puede ser juzgado dos veces por el mismo delito

En el derecho existe un principio constitucional que reza: “Nadie puede ser juzgado dos veces por el mismo delito” (art. 23). Esto no significa que si alguno roba y va a la cárcel, y al salir vuelve a robar ya no se le puede volver a juzgar por robo. Lo que significa es que cuando alguno comete un delito y esa causa es ventilada y juzgada en un juzgado o tribunal, la sentencia que emita el juez sobre ese delito específico anula la posibilidad de volver a abrir otro procedimiento en contra del sentenciado por el hecho ya resuelto.

El hecho delictivo bíblico es que pecamos contra Dios, o como algunos teólogos lo han llamado “hemos cometido traición cósmica” (véase R. C. Sproul). La pena impuesta por ese delito es la muerte (física y espiritual). De modo que cuando nacemos somos pecadores delante de Dios, y en tanto Él es juez justo, merecemos la muerte. Ante el divino tribunal todos los seres humanos nacen declarados culpables porque todos pecamos en Adán. Aún asumiendo la errática crítica de que no es justo ser culpables por el pecado de otro, lo cierto es que un estudio detallado y serio de la ley de Dios nos haría reparar, inmediatamente, de los terrores que nos esperan a causa de nuestras reiteradas violaciones a la misma.

Al estar completamente incapacitados para venir a Dios y ser declarados inocentes, Dios, en su consejo eterno decretó enviar un Salvador para que pagara la condena en nuestro lugar, esto es, la muerte, de modo que expiara nuestros pecados y culpas en la cruz y nos fuera imputada su justicia y santidad (Hechos 2:23; Efesios 5:25-27; Tito 2:14; 1 Pedro 1:1-5). Las condiciones de este Salvador debían de ser las siguientes: nacer libre del pecado original, vivir una vida de perfecta santidad (impecable) y morir en nuestro lugar (Mateo 1:20; Hebreos 4:15). Todo ello se cumplió en Cristo, verdadero hombre y verdadero Dios, quien absorbe la ira de Dios en la crucifixión y satisface su justicia, y la imputa por gracia a todos lo que por medio de la fe en Él, arrepentidos por sus pecados, reciben la salvación.


Definición de justificación

La justificación es el término legal de acuerdo con el cual Dios declara justos a los pecadores sobre la base de la perfecta justicia de Cristo. Esta es una sentencia celestial a favor del pecador de manera que de una vez y para siempre es justificado por la fe delante de Dios y nadie ni nada puede revocar o recurrir el fallo santo a nuestro favor (Romanos 5:1). Nunca más podemos ser juzgados otra vez por haber pecado contra Dios pues Cristo paga por nuestros pecados pasados, presentes y futuros. Hay que considerar que al ser regenerado el pecador recibe el don del Espíritu Santo, las fuerzas necesarias para combatir y vencer en su lucha contra el pecado y la gracia necesaria para perseverar hasta el final en el camino de la fe verdadera (Colosenses 3:5 y ss.). Por lo tanto, ninguno debería temer que la justificación relajara a alguno sino por el contrario, la justificación asegura la vida del cristiano y le otorga la confianza para vivir una vida santa en el amor y temor de Dios (Romanos 6:1-2).

Por la justificación somos declarados inocentes y somos hechos hijos de Dios por adopción. No es verdad, como alguno se atreven a enseñar, que Calvino inventó estas doctrinas porque era abogado. Simplemente, en función de sus estudios al reformador le resultó más fácil ordenar las doctrinas de la Biblia que en estos particulares usa términos legales usados en las cortes romanas del tiempo del Nuevo Testamento. Sin embargo, hay que notar que mientras en un proceso judicial puede ser que el procesado haya sido declarado inocente porque realmente lo era, en el caso de la sentencia absolutoria divina siempre son declarados inocentes lo que eran culpables. Así mismo, en la adopción como hijos de Dios los creyentes reciben todos los beneficios divinos de su nuevo estado delante de Dios, entre ellos la herencia de la vida eterna (Juan 10:28).


IV. “NO DEPENDE DEL QUE QUIERE, NI DEL QUE CORRE, SINO DE DIOS QUE TIENE MISERICORDIA” (RO. 9:16)

La doctrina de la elección no es una doctrina sectaria, por lo que no debe abordarse como tal.

Antes de referir cualquier cosa de la doctrina de la elección es importante considerar que no se trata de una doctrina sectaria. Las sectas acostumbran presentar su mensaje del modo más ortodoxo posible y reservan para después las verdaderas doctrinas fundamentales de sus congregaciones. Por ejemplo, los mormones no tienen reparo en hablar de la deidad de Cristo con sus nuevos prosélitos pero guardan hasta un momento posterior sus enseñanzas acerca de la deidad que los hombres están destinados a poseer después de la muerte, y según la cual poblarán y gobernarán otros mundos en un matrimonio donde habrá Padre Celestial y Madre Celestial. Así mismo, los Testigos de Jehová tocan las puertas y en sus primeras visitas enseñan que creen en Jesucristo como Hijo de Dios y que la Biblia es su verdadera guía en todo asunto de fe, pero no puntualizan que no creen en la Trinidad, que Cristo es un ser creado y que ya ha venido en 1918 a “su Templo”.

La Confesión de fe de Westminster dice en su capítulo III apartado VIII que la doctrina de la elección debe ser tratada “con especial prudencia y cuidado”. Estas características, sin embargo, no se refieren a tratar el tema sólo en instancias posteriores a la presentación de ciertas doctrinas básicas de la fe cristiana. De hecho, el confesión en comento indica allí mismo que ha de estudiarse con cuidado para que los que oyen y obedecen la Palabra de Dios “estén seguros de su elección eterna”. Esto implica que no se puede tener seguridad en la vida cristiana a menos que se exponga con claridad y reverencia la santa doctrina de la elección. Por ello, debe presentarse dentro de las enseñanzas básicas y primeras del discipulado cristiano.

Por otro lado, el resto del apartado ofrece otra aclaración más sobre las palabras “especial prudencia y cuidado”: se lee al final que debe ser motivo de “humildad, diligencia y abundante consuelo”. La doctrina de la elección cuando es mal presentada y fundamentada puede sonar presuntuosa, arrogante y elitista. La Confesión llama a todos los hermanos a presentarla de modo que ocurra lo contrario y lleve a los que la escuchan a una actitud humilde y agradecida. ¿Cómo privar a los que recién vienen a la fe de tan


enorme consuelo sólo porque se piensa que es una doctrina que puede confundir o ahuyentar a los que la oyen? Pablo, cuando la presentó a los romanos no sobó la nuca de los que se oponían y la cuestionaban, sino les dijo: “Mas antes, oh hombre, ¿quién eres tú para que alterques con Dios?” (Romanos 9:20).

Los hombres que reciben la Palabra de Dios como tal no pueden menos que asentir con humildad a las santas verdades contenidas en el evangelio. No debemos, por lo tanto, vacilar en enseñarlas con amor y paciencia. Pero a todos aquellos que, sin comprender la misericordia y prerrogativas divinas, simplemente se levantan en contra de la soberanía de Dios porque les parece un atentado a sus propios derechos y a sus limitados y mundanales conceptos de justicia, hay que encomendarlos a la divina misericordia y emular al apóstol en su respuesta ya referida a los romanos.

Todos los cristianos creen en la doctrina de la predestinación y elección soberanas

Todos los cristianos estamos de acuerdo en que la predestinación es un concepto bíblico. Efesios 1:11 dice: “En él asimismo tuvimos herencia, habiendo sido predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad” (énfasis añadido). Somos predestinados (προορισθέντες), palabra que tiene su base en προοριςσ que se traduce como predestinación y que significa, literalmente, “determinar por anticipado” (pro, orizo).

¿Qué fue lo que Dios determinó por anticipado? y ¿por anticipado a qué? Las respuestas se obtienen a la luz del versículo 4: “nos escogió en él antes (πρ )ὸ de la fundación del mundo”. Eso significa que antes de que usted y yo naciéramos Dios determinó por anticipado la elección de los que vendrían a ser sus hijos: “Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó” (Romanos 8:30). Ninguna tradición cristiana ha negado jamás esta doctrina de la predestinación. Sin embargo, sí han existido diferencias esenciales en la respuesta que el pueblo de Dios le ha dado a una tercera pregunta: ¿Sobre la base de qué Dios determinó por anticipado nuestra elección para la alabanza de la gloria de su gracia (Efesios 1:6)? Para responder hay que hacer una breve referencia histórico-doctrinal.


Existen tres posiciones doctrinales de las cuales sólo dos se pueden llamar cristianas: pelagianismo, semi-pelagianismo y agustinianismo:

El pelagianismo no puede ser considerado cristiano porque niega la necesidad de la Gracia en la vida de las personas. Pelagio decía que si Dios nos pedía algo era porque podíamos hacerlo en nuestras propias fuerzas y libre voluntad, sin necesidad de ser asistidos por Él.

Por otra parte, el semi-pelagianismo afirma que no podemos ser salvos aparte de la Gracia de Dios, pero aduce que el hombre debe hacer una parte del trabajo en el misterio de la redención. Dios y el hombre deben trabajar juntos (sinergismo) para que la salvación se pueda realizar. El hombre está capacitado, en medio de su depravación, para venir voluntariamente a Cristo bajo las influencias de la Gracia. Pero dicha Gracia se puede resistir según la disposición del libre albedrío del ser humano.

Contra esto, el agustinianismo enseña que el hombre es incapaz de venir a Cristo por su propia voluntad. Está completamente impedido por el pecado, de manera que Dios debe arrastrarlo ( λκύσ en Juan 6:44) hacia Él deἑ ῃ forma irresistible. El ser humano no tiene nada que ver en el proceso de redención, sino que toda la gloria es de Dios, de principio a fin (monergismo). En todo caso, el hombre no regenerado es libre sólo según su naturaleza pecaminosa.

Entonces, ¿Sobre la base de qué Dios determinó por anticipado nuestra salvación? Descartando de plano el pelagianismo, hay dos respuestas básicas: el semi-pelagianismo dice que Dios nos eligió y predestinó sobre la base del previo conocimiento que tuvo, en la eternidad, acerca de la libre decisión que tomaríamos a su favor. Según esto, fuimos elegidos porque Dios sabía que en nuestro libre albedrío un día lo elegiríamos a Él. El hombre está en la base de la elección. Por el contrario, la respuesta del agustinianismo -que nos parece la correcta y la que es bíblica- es que Dios nos predestinó desde antes de la fundación del mundo sobre la única base de su propio consejo, beneplácito y soberana voluntad, sin que mediara absolutamente ninguna previsión acerca de cualesquiera respuesta humana posible. La voluntad divina está en la base de la elección.

La Biblia expone de numerosas maneras la doctrina de la predestinación soberana de Dios, única y exclusivamente “según el puro afecto de su voluntad…según su beneplácito…para alabanza de su gloria” (Efesios 1:5,9,14). Por lo tanto, el semi-pelagianismo es una doctrina que tiene que


ser rechazada en tanto que coloca al ser humano en un lugar que la Escritura no le da. Finalmente, hay que indicar que hay muchos hermanos que son instruidos en las doctrinas del semi-pelagianismo y que ignoran estos errores de interpretación bíblica, condenados como contrarios a las Escrituras en la historia de la iglesia. Así, como indica el Sínodo de Dort (1619):

Por tanto, a cuantos piadosamente invocan el nombre de nuestro Salvador Jesucristo, este Sínodo de Dordrecht les pide en el nombre del Señor, que quieran juzgar de la fe de las Iglesias Reformadas, no por las calumnias que se han desatado aquí y allá, y tampoco por los juicios privados o solemnes de algunos pastores viejos o jóvenes,que a veces son también fielmente citados con demasiada mala fe, opervertidos y torcidos en conceptos erróneos; si no de las confesiones públicas de las Iglesias mismas, y de esta declaración de la doctrina ortodoxa que con unánime concordancia de todos y cada uno de los miembros de este Sínodo general se ha establecido.A continuación, este Sínodo amonesta a todos los consiervos en el Evangelio de Cristo para que al tratar de esta doctrina, tanto en los colegios como en las iglesias, se comporten piadosa y religiosamente;y que la encaminen de palabra y por escrito a la mayor gloria de Dios, a la santidad de vida y al consuelo de los espíritus abatidos;que no sólo sientan, sino que también hablen con las Sagradas Escrituras conforme a la regla de la fe; y, finalmente, se abstengan de todas aquellas formas de hablar que excedan los límites del recto sentido de las Escrituras, que nos han sido expuestos, y que pudieran dar a los sofistas motivo justo para denigrar o también para maldecir la doctrina de las Iglesias Reformadas.ElHijo de Dios, Jesucristo, que, sentado a la derecha de Su Padre, da dones a los hombres, nos santifique en la verdad; traiga a la verdad a aquellos que han caído; tape su boca a los detractores de la doctrina sana; y dote a los fieles siervos de Su Palabra con el espíritu de sabiduría y de discernimiento, a fin de que todas sus razones puedan prosperar para honor de Dios y para edificación delos creyentes. Amén.

Sirvan estas exhortaciones para complementar también las secciones anteriores y subsiguientes de este libro.


V. ¡SÍ SE PUEDE, SÍ SE PUEDE, SÍ SE PUEDE!

El balompié y la porra mexicana

En México el balompié (regularmente llamado futbol) es el deporte con mayor afición. Niños y adultos lo practican diariamente en todo el país y es toda una predilección a la hora de elegir que ver en la televisión. Podría decirse que este deporte es parte de la identidad de millones de mexicanos del mismo modo que lo es el raigambre en la familia o en una ciudad.

Al menos en los partidos de la selección nacional muchas veces se ha escuchado el grito de “¡Sí se puede!” desde la tribuna. Es una de las últimas credenciales de la porra mexicana que, en mi opinión, resulta de un hambre por el cambio de mentalidad: de la derrota a la victoria, del “ya mero” al “ya se pudo”. Así las cosas, “¡Sí se puede!” es un canto a la esperanza mexicana de triunfar.

El Espíritu Santo no es una porra de Dios para el hombre

Aunque ya ha quedado claro en apartados anteriores que la gracia de Dios es indispensable para que el hombre pecador pueda nacer de nuevo, conviene referir de nuevo esta verdad en relación al sacrificio eficaz de Cristo.

Algunos han enseñado que la regeneración espiritual es semejante a la porra del “¡Sí se puede!” del balompié. Sugieren que la gracia de Dios actúa animando, exhortando y molestando al pecador, empujón tras empujón, hasta lograr que por un acto de su voluntad caída sea capaz de elegir a Cristo como su Salvador. Dicen, en otras palabras, que el Espíritu de Dios grita insistentemente “¡Sí se puede!” al impío y que a veces tiene éxito, y otras no. Para darle algo de coherencia lógica a su planteamiento añaden que Cristo murió potencialmente por todos los hombres, que no hay elegidos sino únicamente aquellos que por su libre voluntad y bajo la influencia de la así llamada gracia “previniente” de Dios rinden finalmente sus voluntades al Señor, y que a la acción de esta gracia se pueden resistir los pecadores, para quienes Dios hizo posible la redención, perdiéndose eternamente en el


infierno.

En suma, existen dos opciones importantes en relación a la interpretación bíblica: a) que Cristo murió potencialmente por toda la humanidad y no hizo segura la salvación para nadie; o b) que Cristo murió eficazmente por los elegidos haciendo segura la salvación para todos aquellos que Dios predestinó desde antes de la fundación del mundo, por el puro afecto de su voluntad. De acuerdo con lo anterior, la primera de estas opciones debe descartarse de acuerdo con el tenor bíblico. Sirvan las razones que se expondrán a continuación para reforzar lo que ya se ha estudiado en el apartado de la elección.

La expiación de Cristo no es universal sino limitada y particular

En primer lugar, Cristo no murió en la cruz porque sintiera simpatía por los pecadores. A no ser porque Cristo en el amor del Padre tomó el lugar del pecador la humanidad entera hubiera sido destruida. Cristo no murió porque alguno de nosotros le resultáramos interesantes o buenos o dignos de conmiseración, sino que la causa que provocó la expiación fue el puro afecto de la voluntad de Dios, o en palabras parcas: porque quiso (Juan 3:16; Efesios 1:5.11).

La extensión de esta expiación sigue el mismo criterio. Es incorrecto decir que Cristo hizo posible la salvación porque ello significaría que no salvó a nadie en la cruz, lo que contradice el testimonio de las Escrituras. Cristo dio su vida por su pueblo, murió por los elegidos, por sus ovejas y por la iglesia (Isaías 53:10-11; Mateo 1:21; Juan 6:35-40; 10:3-4.11.14-15; Hechos 20:28; Efesios 5:25).

Cuando la Biblia dice en algunas partes que Cristo murió “por todo el mundo” la expresión se puede interpretar generalmente de tres maneras: a) que “todo el mundo” significa que todas las personas que han habitado la tierra son salvas por el sacrificio de Cristo; b) que “todo el mundo” significa que Cristo murió por todas las personas que bajo la influencia de la gracia previniente eligieran al Señor, sin que nadie en lo particular hubiese sido predestinado para la salvación; y c) que “todo el mundo” significa que Cristo no murió por alguna clase de persona en particular, ya sea por su estatus social, color de piel u origen racial, sino que murió por gente de todas las naciones del mundo, de todas las razas, culturas y lenguas. La primera


opinión debe rechazarse porque las Escrituras enseñan que no todo el mundo será salvo y que existe el infierno reservado para todos los que rebelándose contra la santa voluntad de Dios cometieron toda clase de iniquidades sin arrepentirse. La segunda opinión también debe rechazarse porque también está escrito que Dios eligió de antemano a quienes habrían de ser salvos sin que ninguna obra humana o decisión pudiera afectar la santa y divina elección a favor del pecador. Además, la gracia bíblica en el actuar eficiente del Espíritu Santo es irresistible, de modo que ninguna voluntad humana se le puede oponer. La operación de la regeneración espiritual se da en un corazón muerto en delitos y pecados, y por tanto, totalmente incapacitado para asirse de la gracia divina. La idea de la una supuesta gracia débil -o previniente- no existe en las Santas Escrituras. Por último, es la tercera opinión la que merece aceptación ya que, además de ser consistente con la doctrina de la depravación total, de la elección soberana de Dios y con el testimonio bíblico en torno a la expiación de Cristo, no violenta el análisis contextual de los pasajes en que ocurre varias veces esta expresión (Apocalipsis 5:9; Gálatas 3:28, 1 Timoteo 2:1-6; Juan 1:29; Tito 2:11-14).

Carta a un hermano arminiano

Hace algún tiempo redacté una carta dirigida a mis hermanos arminianos acerca de este tema. Aunque el tono de la carta es singular la hice pensando en todos ellos. Aquí la reproduzco como corolario de este capítulo:

Asumo que si eres cristiano crees en la soberanía de Dios. Estoy seguro que en tu corazón existe la certeza de que Él controla todas las cosas que te ocurren y que te procura el mayor bien. No dudo un sólo instante en que crees que Cristo, nuestro Señor, murió por tus pecados en la cruz y que te ha dado la salvación. Como cristiano que eres, tú sabes que estos son pilares básicos de nuestra fe y que sin ellos estamos perdidos.

Sin embargo, amado hermano, tenemos que estar seguros de algo más. La preciosa sangre de nuestro Señor Jesucristo que empapó el madero y con la cual somos limpiados de todo pecado fue derramada en función de la Rica y Soberana Gracia redentora de Dios y conforme a su eterno propósito. Ninguna cosa era posible, ni ha sido posible, ni


será posible añadir al sacrificio perfecto del Cordero de Dios sin mancha que murió por los pecados del mundo. Absolutamente nada adicional se requería añadir a la expiación perfecta de Cristo, nuestro Amado Señor Cabeza de la iglesia, porque en Él la justicia y santidad de Dios alcanzó su máxima realización de una vez y para siempre para que nosotros fuéramos redimidos.

Tal vez estés pensado: “Eso es lo que yo creo”. Ruego a Dios porque así sea, amado hermano. Porque hay algunos que han tratado estos santos hechos relatados por las Escrituras añadiendo a la obra perfecta de la Gracia Divina un elemento adicional. “¿Pero cómo?”- dirás justamente indignado. “¿Qué más se le puede agregar a la bendita expiación por la que fuimos rescatados? ¿Quién se ha atrevido a intentar semejante cosa?”. Te diré que se les ha ocurrido a algunos hombres y mujeres inmersos en la filosofía humanista –según la cual somos el centro de todas las cosas- que Cristo murió potencialmente por todos los seres humanos.

Decir que Cristo murió potencialmente por todo el mundo significa que cuando Él fue clavado en la cruz y entregó el Espíritu al Padre, lo que Dios hizo fue abrir una especie de puerta al cielo y enviar una invitación a toda la humanidad para persuadirlos de entrar por ella, sin que nadie en lo particular hubiese existido en la “mente” de Dios. Me explicaré con un ejemplo más sencillo: Imagina que en tu casa el refrigerador está vacío. Todos se mueren de hambre y necesitan alimentarse. Entonces en la puerta alguien pasa y deja comida y víveres suficientes para todos, por lo que lo único que tienen que hacer los miembros de esa familia es decidirse, levantarse e ir a coger los alimentos para romper esa dieta desesperante. La comida en la puerta puede alimentar potencialmente a esa familia. Pero el hambre acabará hasta que el alimento obsequiado sea voluntariamente tomado por los que tienen su refrigerador vacío.

Quizá ahora digas: “Tiene sentido. Nadie te traerá el alimento a la boca a menos que tú te levantes y lo tomes”. Y si has ido más allá del ejemplo podrías llegar a pensar: “Sí. Cristo murió potencialmente por todos los seres humanos, porque cada persona en lo individual debe levantarse e ir por el regalo de la salvación. Es un asunto de decisión personal”. No obstante, si estuviste de acuerdo en que nuestra salvación fue obra de la pura y soberana Gracia del Señor, y que


absolutamente nada hubo de nuestra parte en la perfección de la obra expiatoria de Cristo en nosotros, te tengo que advertir de que acabas de entrar en una contradicción. La consecuencia lógica de aceptar que Dios nos salva con la condición de que primero decidamos aceptar el don de la redención es que nuestra salvación ya no es una obra exclusiva de Dios en Cristo, sino que es una obra mutua entre Dios y el ser humano. Estás afirmando que la salvación es el salario que Dios te ha pagado por tu buena decisión de creer en Él.

Esto es precisamente el final de la salvación potencial: una doctrina que coloca al hombre en el escenario de la obra redentora de Cristo y que le otorga una dignidad que de acuerdo con las Santas Escrituras no tiene. Aún si dices que es el Espíritu Santo el que te ha convencido para decidir seguir a Cristo y aceptar la dádiva de la redención, estás aceptando tácitamente que el principio de tu salvación estuvo en tu libre voluntad de escoger. Es como decir que en un restaurante te sirvieron el mejor platillo por recomendación del chef, en el que tú confiaste, cuya exposición de sus deleites culinarios te pareció apropiada y que finalmente te llevó a decidir a su favor. Siempre sabrás que orgullosamente elegiste bien el restaurante y que elegiste bien al confiar en el platillo que te ofrecieron.

Pero la soberanía y Gracia de Dios tiene muy poco que ver con una merienda en un local de alimentos. Cuando la Biblia dice que Cristo murió por todos los que creen en Él no debes ignorar el resto de la Palabra Santa. Tú y yo no debemos aislar pasajes. La Escritura dice que el hombre está muerto y que no quiere nada con Dios. Es como si esa pobre familia cuyo refrigerador estaba vacío hubiera muerto de hambre antes del obsequio del alimento. No importa cuánta comida le hayan acumulado en la puerta porque jamás se levantarán, a menos que un acto soberano de Dios llegue a ese hogar y los resucite a todos. Ese acto soberano del Señor se llama nuevo nacimiento o regeneración. Cristo murió por nosotros, y como nosotros estábamos completamente carentes de toda posibilidad de elegirlo, Él tuvo a bien elegirnos a nosotros por su pura Gracia Soberana y Sublime.

Si eres sincero, amado hermano, recodarás aquél día en que la conciencia de pecado te llevó al arrepentimiento y entonces creíste que el Señor era capaz de darte redención. Dudo mucho que algún verdadero cristiano pueda decir: “Sí. Recuerdo ese 05 de mayo en que


después de pensarlo mucho le di una oportunidad a Jesús para que me demostrara que podía salvarme”. Todos los testimonios que he escuchado generalmente están llenos de frases como “Ese día algo sucedió dentro de mí”, “Inexplicablemente, comencé a sentir paz sin saber que era”, “Entré a ese lugar y después de salir de allí era como si yo hubiera sido transformado en otra persona”.

Cristo murió particularmente por ti y por mi. Nosotros no lo elegimos a Él, sino que Él nos eligió a nosotros. Si en el plan de redención existe una voluntad no puede ser otra que la de Dios. Esta es la preciosa Gracia de la que habla las Santas Escrituras, la historia de la iglesia cristiana, la tradición y la experiencia.

Nada depende de ti ni de mi, sino todo depende de Dios.

En el amor de Cristo.


VI. NO EXISTE UN CRISTIANISMO SOLITARIO NI TAMPOCO ESTA FE PERTENECE A UNA SOCIEDAD SECRETA

La iglesia no es un invento humano sino una institución divina

En Mateo 16:18 Jesús indica que “edificará su iglesia” ( κκλησίανἐ ) y que “las puertas del Hades no prevalecerán contra ella”. Iglesia significa etimológicamente sacados o convocados fuera y particularmente, por su uso más común en el Nuevo Testamento, se refiere a “todo el cuerpo de fieles, estén en el cielo o en la tierra, los cuales ya han sido o serán espiritualmente unidos a Cristo como su Salvador” (Berkhof, 1, p. 665). Es por ello una equivocación garrafal el pregonar que existe un cristianismo sin iglesia, que Cristo no fundó ninguna congregación y que la fe cristiana sólo es auténtica cuando se vive de forma aislada, sin responder a ninguna autoridad pastoral o sin procurar la unidad de los cristianos.

El cristianismo solitario o el cristianismo que se vive de forma secreta, es decir, sin que nadie sepa que uno es cristiano, es un cristianismo sin Cristo. Ciertamente, en una época de la historia hubo quienes al ver la perversión de la religiosidad optaron por irse al desierto o recluirse en un monasterio para hacer penitencia. Pero esto no se corresponde con las exigencias del discipulado cristiano en las Santas Escrituras. Del mismo modo que una persona no abandona la escuela porque en ella haya mucha gente que no estudia, así ocurre con la iglesia en la cual permanecen unidos, por la gracia de Dios, los verdaderos cristianos muy a pesar de la oposición y la cizaña interna que tanto daño hace a la fe de las congregaciones.

Huye del cristianismo sui generis

Existen personas que se consideran cristianas pero que no van a la iglesia, no hacen oración, ni estudian las Santas Escrituras. Hay otros que quizá van a la iglesia pero que no hacen oración ni estudian la Biblia. También los hay quienes no van a la iglesia pero hacen oración y estudian la Biblia. Y hay quienes estudian la Biblia pero no van a la iglesia ni hacen oración.

Por principio, sostengo que ninguno de estos casos, a no ser por alguna


condición de salud (que le impida a alguna persona moverse, leer, concentrarse, etcétera), es conforme a la enseñanza de las Santas Escrituras.

El principio del error de este cristianismo sui generis está en la ignorancia respecto de la revelación bíblica. Nadie que escudriñe seriamente la Palabra de Dios podrá fraccionar la fe cristiana de tal modo que se pueda ser cristiano y a la vez no tener iglesia, ni vida de oración, ni devoción por el estudio de la Biblia.

Algunos movimientos ideológicos de metafísica han asegurado que se puede ser cristiano y no asistir a la iglesia. Dicen que Cristo “no fundó ninguna iglesia”, que lo único que pide es que nos amemos unos a otros, que Él sólo espera que “despertemos” y que vivamos una vida de “abundancia y placer”. Dicen que la iglesia es una “institución humana” que sólo ha servido para estafar a las personas, y por tanto, no se le debe obediencia ni consideración a nadie que se diga ser líder religioso.

El destino de esta enseñanza es erigirse como piedra de tropiezo para el desarrollo espiritual de los que vienen a Cristo. Sin una interpretación correcta de la Biblia su lectura se puede convertir en fundamento de cualquier clase de cosa, por más detestable que pueda llegar a ser. Es por ello que la Biblia urge a la comunión de los santos, al estudio diligente de la Biblia, al apoyo y unidad entre cristianos, a la obediencia a las autoridades pastorales y a la intercesión en oración por todo el pueblo de Dios.

Respecto de la autoridad de la Biblia en Josué se lee el mandamiento santo de “cuidar de hacer conforme a toda la ley”, cuyo libro “nunca se apartará de tu boca” y que “de día y de noche meditarás en el” (Josué 1:7-8). De esta misma ley Jesús indicaba: “No penséis que he venido para abrogar la ley y los profetas…sino para cumplir” (Mateo 5:17). Y Pablo escribía que las Escrituras “te pueden hacer sabio para la salvación” porque toda ella es “inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2 Timoteo 3:15-16).

Respecto de la autoridad pastoral la carta a los Hebreos indica: “Acordaos de vuestros pastores, que os hablaron la Palabra de Dios; considerad cuál haya sido el resultado de su conducta, e imitad su fe” (13:7); y también se lee: “Obedeced a vuestros pastores, y sujetaos a ellos; porque ellos velan por vuestras almas, como quienes han de dar cuenta; para que lo hagan con alegría, y no quejándose, porque esto no os es provechoso” (v. 17).


Respecto de la necesidad de congregarse se lee en Hebreos: “considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras; no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca” (10:24-25). El Salmo 133 dice: “¡Mirad cuan bueno y cuán delicioso es habitar los hermanos juntos en armonía!”(v. 1). Y una mirada rápida al Nuevo Testamento nos hará percatarnos de que una y otra vez se observa esta comunión en las iglesias, apoyándose en asuntos económicos y pasando la instrucción de las cartas apostólicas, orando unos por otros y aprendiendo a vivir según la Palabra de Cristo, y también recibiendo disciplina según la sana doctrina y la verdadera religión.

De estas nociones básicas se obtiene la conclusión de que no puedes decir que eres cristiano si teniendo la posibilidad, no te congregas, ni tienes vida de oración ni tampoco estudias las Santas Escrituras e intentas conformar tu vida cada vez más a ellas. Esa clase de cristianismo sui generis es pura desobediencia a Dios y según la Biblia no agrada al Señor.

¿Obediencia a pastores y ancianos?

La filosofía del mundo en relación a la libertad enseña que ésta es la capacidad de obrar de una u otra manera, o de no obrar. Eres una persona libre cuando eres capaz de hacer y no hacer al ejercer tu voluntad, con independencia de los efectos de dicha decisión. E. Kant habla de la libertad en términos de autodeterminación y otros escritores abundan en sus teorías afirmando que somos libres por naturaleza porque no estamos sujetos a la dictadura de nuestros apetitos. Otros filósofos enseñan que nadie es realmente libre sino que todos estamos atados a cargas subconscientes y culturales, y que sólo respondemos de acuerdo a las predisposiciones de nuestra educación.

Sin embargo, en ambas posturas (libres para decidir o simplemente programados) estas doctrinas de la libertad no terminan de explicar el fenómeno de la rebeldía, porque aún en aquellos de los cuales se afirma que viven atados a la sociedad y sus reglas se encuentra siempre presente la semilla y el fruto de la rebelión, la inconformidad y la oposición a la autoridad, cualesquiera que sea la naturaleza de la misma. El ser humano no


sólo se opone a la tiranía y a la injusticia, sino que también se opone a las cosas que le pueden reportar algún beneficio o que pueden desarrollar sus capacidades (como ocurre, por ejemplo, en aquellos que se niegan a ir a la escuela a estudiar, o los que no quieren ir a trabajar, o los que se niegan a pagar impuestos al Estado).

La iglesia cristiana está fuera del mundo pero dentro del mundo. Está fuera del mundo en tanto que se constituye por personas redimidas por Cristo que ya no participan de las obras de la oscuridad (Efesios 5:11) sino que se oponen a ellas y las vencen (1 Juan 5:4). Pero está dentro del mundo porque la tierra con todos sus elementos, personas e influencias malignas es el ámbito en donde la iglesia realiza su función. Por ello nuestro Señor oraba: “No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal” (Juan 17:15). En este contexto, es inevitable que dentro de las comunidades cristianas se sienta la influencia de las filosofías mundanas sobre la libertad y exista en algunos confusión sobre la autoridad, no sólo de la iglesia, sino más gravemente sobre la misma Palabra de Dios.

El capítulo 13 de Hebreos precisa en los versículos 7 y 17 la voluntad de Dios en relación a la autoridad eclesial (para la autoridad gubernamental véase Romanos 13). El versículo 17 dice con claridad: “Obedeced a vuestros pastores”. Obedecer (Πείθεσθε) aquí no significa seguir ciegamente, sin cuestionar ni reparar en las consecuencias de dicha obediencia, sino que se trata de obedecer por persuasión. Por lo tanto, la obediencia está vículada de forma inevitable con la fe. La persuasión bíblica es diferente de la persuasión de la filosofía mundanal: entre amigos se persuaden mutuamente de que algo es bueno principalmente sobre la base del interés personal, de la ganancia y del menor sacrificio. Esto ocurre también entre cristianos en cosas triviales y pasajeras, como puede ser la compra de un automóvil o la inversión en una casa, pero jamás pasa en relación a la obediencia a Dios y a las autoridades por él constituidas en la iglesia.

El versículo 17 dice “Obedeced a vuestros pastores, y sujetaos a ellos”. La única forma en que una persona puede cumplir este mandato del Señor es que su sujeción sea producto de su fe. Uno puede fingir un tiempo pero tarde o temprano la obediencia será probada, y entonces se revelará el carácter verdadero de una persona. Esto pasa, principalmente, cuando algún congregante es disciplinado por los pastores o ancianos de la iglesia. La única forma de sujetarse a las autoridades eclesiales en estos casos es por medio del fruto de la fe. Sujetarse ( πείκετε) implica ceder bajo la autoridadὑ


de otro. La idea sigue a tono con la obediencia por persuasión: un cristiano, por la persuasión que produce su fe, cede su voluntad a la dirección espiritual de los pastores y ancianos de la iglesia. Por ello, las exigencias escriturales para el pastorado son enormes y las advertencias contra la ligereza en los quehaceres de la iglesia por parte de los líderes son extraordinariamente duras.

La reiterada rebeldía de una persona hacia las autoridades de la iglesia es un indicador serio de su condición espiritual. Desde luego, nunca se debe esperar de un pastor o anciano que exiga de los miembros de la congregación alguna acción que contravenga las Sagradas Escrituras (se nos llama a “considerad cuál haya sido el resultado de su conducta, e imitad su fe” v. 7), porque en tal caso, no sólo se tiene el derecho de desobedecer sino la obligación de denunciar las obras pecaminosas de dichos ministerios para que la apostasía deje de crecer y expandirse. Esta es quizá una razón por la cual Dios ha querido que las congregaciones no sólo tengan a su disposición la Biblia sino sus libros de orden y gobierno, que no deben ser sino la exposición sistemática de la sana doctrina en cuanto a las responsabilidades, derechos y organización de las iglesias y sus miembros.

El libro de disciplina de la Iglesia Nacional Presbiteriana de México cita a Juan Calvino en sus primeras páginas y se lee:

Si no hay sociedad ni casa, por pequeña que sea la familia, que pueda subsistir en buen estado sin disciplina, mucho más necesaria a de ser en la Iglesia, que debe mantenerse perfectamente ordenada. Así como la doctrina salvadora de Cristo es el alma de la Iglesia, así la disciplina es como sus nervios, mediante la cual los miembros del cuerpo de la Iglesia se mantienen cada uno en su debido lugar.Para ello, todos los que desean que no haya disciplina o impiden que se establezca o restituya, bien sea que lo haga deliberadamente, bien por inconsideración, ciertamente estos tales procuran la ruina total de la iglesia.

Por tanto, las nociones de libertad y autoridad del mundo difieren de las nociones de libertad y autoridad de las Santas Escrituras. En la Biblia el concepto de autodeterminación mundanal (como virtud) no existe. La virtud es referida a la perfecta obediencia de Cristo al Padre y ésta constituye el


modelo que todo creyente debe seguir. Jesús dijo: “Porque yo no he hablado por mi propia cuenta; el Padre que me envío, el me dio mandamiento de lo que he de decir , y de lo que he de hablar” (Juan 12:49); en otra ocasión expresó: “Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra” (Juan 4:34). Pablo escribió acerca de los extremos de su obediencia:

Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en condición de hombre se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz (Filipenses: 2:5-8).

Cristo “aprendió obediencia” (Hebreos 5:8) y fue “perfeccionado” -esto es, cumpliendo paulatinamente todo lo que era necesario para salvarnos- por medio de aflicciones (2:10). Por lo tanto, hay que concluir junto con la Biblia que “Es verdad que ninguna disciplina al presente para ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados” (Hebreos 12:11). Todos los que quieran ser perfeccionados deben crecer cada día en la obediencia a Dios, soportando la disciplina y abrazándola cuando sea necesario si así lo dispone el Señor por medio de las autoridades de la iglesia u otras muchas circunstancias de nuestra vida.


VII. ¿SEGUROS PERO NERVIOSOS?

El problema de la duda eterna

Hace algún tiempo, en una reunión a la que asistieron varios jóvenes cristianos, el cielo comenzó a llenarse de luces y relámpagos. Los cielos negros tronaban con toda su fuerza cuando uno de ellos volteó hacia mi, y con un temor evidente me preguntó: “Si el Señor viene hoy ¿estás listo?”. Lo miré por unos momentos y le dije: “Sí”. Más tarde, medité en la pregunta que me había hecho y gracias a Dios estaba seguro de lo que había dicho. Sin embargo, ¿por qué hay quienes están inmersos en una multitud de dudas respecto a su salvación? ¿Cómo es posible que alguien que estudia las Santas Escrituras diariamente no sea capaz de ver en ellas la certeza que Dios ofrece a todos los que vienen a Él? Y más aún ¿qué clase de Evangelio es ese en el cual se le dice al neófito: “Dios te ha redimido pero sólo temporalmente”?

Hay varios planteamientos que conviene referir para aclarar este asunto de importancia vital para la vida cristiana. Podemos pensar en lo siguiente: 1) Dios salva temporalmente al pecador, lo prueba en esta vida y si resiste lo suficiente lo recibirá en gloria al morir; o 2) Dios salva eternamente al pecador, lo guarda en esta vida y lo hace perseverar hasta su muerte cuando lo recibirá en gloria. En el primer caso, nadie puede estar completamente seguro de su redención, pues ¿qué tal que alguno siente que se está engañando? ¿qué ocurrirá con aquella persona fiel que por cuestiones de carácter y de honradez tiene que reconocer que ha fallado delante de Dios y que quizá esté lejos de la redención final de su alma? ¿Y si antes de morir la conciencia no lo acusó de algo por lo cual se hará merecedor del infierno? ¿Cómo lo sabe aquel que enseña que la salvación se puede perder? Deberá tener mucho cuidado al irse a dormir por la noche porque tal vez haya dejado de confesar algo al Señor por lo cual tenga que pagar en la eternidad.

¡Oh, si leyéramos con atención que “comete pecado el que sabe hacer el bien y no lo hace” (Santiago 4:17)! Si hemos dejado de orar, si hemos dejado de ayudar al vecino en su necesidad, si hemos dejado nuestra vida devocional, si hemos dejado de estudiar para los exámenes o si hemos dejado de cumplir con alguna responsabilidad en el trabajo, con el gobierno o con el medio ambiente, o también, si hemos dejado de comer alimentos sanos o si hemos


dejado de ver cosas buenas en el televisor, ya hemos pecado contra Dios. Entonces ¿Cómo haremos para hacer siempre el bien y evitar siempre el mal, en toda circunstancia, de manera que estemos seguro de que nuestra salvación temporal está vigente aún? ¿Cómo nos atreveremos a voltear al cielo y decirle a Dios: “Señor, yo sé que hasta esta hora del día soy temporalmente salvo, pero ayúdame a llegar salvo hasta la siguiente hora”?

Es el testimonio del Espíritu Santo y no las emociones el lugar donde se debe buscar la certeza de la salvación

La Biblia indica que el Espíritu Santo nos da testimonio de que somos hijos de Dios (Romanos 8:16). Pero este testimonio no se puede circunscribir a un sentimiento determinado porque las emociones son fluctuantes. Por ende, el testimonio del Espíritu Santo es la Palabra de Dios. Viene con la Palabra y a través de la Palabra. El Espíritu Santo nos segura que la Biblia es la Palabra de Dios. Es por esta poderosa razón que tenemos que acudir a las Escrituras en oración para escudriñarlas y encontrar en ellas el verdadero testimonio acerca de nuestra salvación.

Siguiendo a R. C. Sproul (1996) hay cuatro posiciones posibles con respecto a la certeza de la salvación:

1. Hay personas que no son salvas y que saben que no son salvas

2. Hay personas que son salvas pero que no saben que son salvas

3. Hay personas que son salvas y que saben que son salvas

4. Hay personas que creen que son salvas pero que no son salvas

Existen varias maneras con las cuales podemos saber en qué clase de caso estamos: a) Una falsa doctrina acerca de la salvación nos priva de la salvación; b) La idea de que podemos ganar la salvación reuniendo ciertos requisitos morales en esta vida nos priva de la salvación; y c) Tener la doctrina correcta acerca de la salvación pero no vivir en consecuencia nos priva de la salvación.


Evidencias de la redención genuina

Hay que examinar nuestros corazones y el fruto de nuestra fe a la luz de la Palabra de Dios. John MacArthur (2010) ofrece nueve evidencias de la redención genuina: amor a Dios (Salmo 42:1; 73:25; Lucas 10:27; Romanos 8:7), arrepentimiento del pecado (Salmo 32:5: Proverbios 28:13; Romanos 7:14; 2 Corintios 7:10; 1 Juan 1:8-10), humildad sincera (Salmo 51:17; Mateo 5:1-12; Santiago 4:6,9), celo por la gloria de Dios (Salmo 105:3; 115:1; Isaías 43:7; 48:10; Jeremías 9:23, 24; 1 Corintios 10:31), oración continua (Lucas 18:1; Efesios 6:18; Filipenses 4:6; 1 Timoteo 2:1-4; Santiago 5:16-18), amor abnegado (1 Juan 2:9; 3:14; 4:7), separación del mundo (1 Corintios 2:12; Santiago 4:4; 1 Juan 2:15-17, 5:5), crecimiento espiritual (Lucas 8:15; Juan 15:1-6; Efesios 4:12-16) y obediencia (Mateo 7:21; Juan 15:14; Romanos 16:26; 1 Pedro 1:2;,22; 1 Juan 2:3-5).

La salvación es eterna y no temporal

Ya hemos dicho algo acerca de la salvación temporal según entienden algunos que enseña la Biblia. Pero la Santa Palabra, la tradición y la experiencia confirman que la salvación eterna es eterna y no temporal. Cristo indica en Juan 10: 27-28: “Mis ovejas oyen mi voz; yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy vida eterna, y nunca perecerán , ni nadie podrá arrebatármelas de mi mano”. El verbo griego en tiempo presente usado aquí significa que el cristiano es aquel que habitualmente tiene dispuesto todo su ser al Señor. “Nadie podrá arrebatármelas de mi mano” dice Jesús ¿Como es que somos tan osados para decir que una persona redimida, un cristiano real, puede caer de la gracia? ¿No hemos leído acaso que el que comenzó la buena obra la irá perfeccionando hasta el día de Jesucristo (Filipenses 1:6)? ¿Acaso pensamos que cuando la Biblia dice que fuimos predestinados para ser adoptados (Efesios 1:5) está refiriéndose a un “buen deseo” de Dios para nuestra vida? ¿Creemos que cuando el texto sagrado dice que fuimos elegidos antes de la fundación del mundo para que seamos santos y sin mancha delante de Él se trata de una simple fórmula motivacional? ¿Por qué nos cuesta tanto aceptar la soberanía de Dios?

Quizá alguno dirá: “Salvo siempre salvo es una mentira que constituye una licencia para pecar”. Pero es bueno leer aquí la Confesión de Fe de


Westminster (1647) que contiene uno de los andamiajes cristianos más completo y más fiel de las Escrituras al que se añadieron y se siguen allegando millares de millares de cristianos cuyo amor por la Palabra de Dios es puro y auténtico:

Aunque los hipócritas y otros hombres no regenerados pueden vanamente engañarse a sí mismos con esperanzas falsas y presunciones carnales de estar en el favor de Dios y en estado de salvación; (1) cuya esperanza perecerá; (2) sin embargo, los que creen verdaderamente en el Señor Jesús y le aman con sinceridad, esforzándose por andar con toda buena conciencia delante de él, pueden en esta vida, estar absolutamente seguros de que están en el estado de gracia, (3) y pueden regocijarse en la esperanza de la gloria de Dios; y tal esperanza nunca les hará avergonzarse.(4)1. Job 8:13,14; Miqueas 3:11; Deuteronomio 29:19; Juan 8:41.2. Mateo 7:22,23. 3. 1 Juan 2:3; 5:13 y 3:14,18,19,21,24.4. Romanos 5:2,5.

Esta bendita gracia de Dios se revela con mayor hermosura en la siguiente declaración:

Esta seguridad no es una mera persuasión presuntuosa y probable, fundada en una esperanza falible; (1) sino que es una seguridad infalible de fe basada en la verdad divina de las promesas de salvación, (2) en la demostración interna de aquellas gracias a las cuales se refieren las promesas, (3) en el testimonio del Espíritu de adopción testificando a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios; (4) este Espíritu es la garantía de nuestra herencia, y por EL cual somos sellados hasta el día de la redención.(5)1. Hebreos 6:11,19. 2. Hebreos 6:17,18. 3. 2 Pedro 1:4,5,10.11; 1 Juan 2:3; 3:14; 2 Corintios 1:12. 4. Romanos 8:15,16.5. Efesios 1:13,14; Efesios 4:30; 2 Corintios 1:21,22.

Esta seguridad está muy lejos de inducir a la negligencia a los seres humanos. Todos aquellos que levantan su voz contra esta doctrina bíblica de la salvación eterna la han comprendido mal, o bien, intentan afirmarse así mismos sobre la base de una falible piedad personal.

Es mi oración que todos aquellos cristianos verdaderos que han padecido de las agobiantes incertidumbres que conlleva la ignorancia de las Escrituras


puedan sentirse liberados, o al menos escuchen en sus corazones acerca de esta esperanza bendita cada vez que alguno les instruya en el miedo de perder el regalo de la salvación.


BIBLIOGRAFÍA

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· 2016-05-18 · El balompié y la porra mexicana El Espíritu Santo no es una porra de Dios para...

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