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RESUMEN Cualquier investigación en torno al monacato hispano de la séptima centuria deberá tratar de resolver la paradoja nacida tras la confrontación entre restos materiales y evidencias docu- mentales. Mientras éstas últimas nos presentan un estamento en plena efervescencia con notable presencia en los ámbitos de de- cisión políticos y religiosos del reino visigodo, los trabajos de carácter arqueológico se centran en el estudio de establecimien- tos rurales que, hasta el momento, apenas han proporcionado datos relevantes para este período concreto. Reivindicamos aquí la existencia de un monacato de carácter urbano, que desa- rrolla funciones pastorales, asistenciales y formativas. Todo ello en perfecta armonía con los dos principales centros religio- sos de la ciudad tardoantigua, la basílica martirial y el conjunto catedralicio. SUMMARY The studies about Spanish monastic architecture of the se- venth century should intend to sort out the paradox originated after the confrontation between material remains and written sources. According to the latest, there was by then a very active statement taking part in religious and political meetings at the Toledo’s Visigothic court. However, the archaeological works have focused the attention on rural settlements, which have hardly hitherto offered important facts to draw the exact lands- cape of this century. The main aim of this paper is to describe and underline the existence of an urban monasticism that deve- lops pastoral, assistant and formative functions, all of them spe- cially linked with the two main churches of every late antique urban centre: the martyrium and the episcopium. PALABRAS CLAVE: Monasterio; fuentes textuales; restos materiales; episcopium; monjes; canónigos. KEY WORDS: Monastery; textual sources; material evidences; episcopium; monks; canons. 1. REFLEXIÓN EPISTEMOLÓGICA La escasez y ambigüedad de las fuentes escritas así como la ausencia de excavaciones arqueológicas son tradicionalmente argüidos como los mayores obs- táculos para el conocimiento del monasterio tardoan- tiguo, pero tal vez no sean los más difíciles de supe- rar. Lo primero que cabe preguntarse es si no estare- mos tratando de encontrar un modelo arquitectónico similar al del posterior monasterio románico-benedic- tino, el monasterio prototípico tan férreamente an- clado en el imaginario colectivo. 1 A lo largo de este trabajo pretendemos superar tal consideración para aproximarnos lo más posible a la realidad de los esta- blecimientos cenobíticos creados entre los siglos IV y X, tanto en lo que atañe a su comunidad como a los edificios que lo componen. La práctica total ausencia de estudios arqueológi- cos específicamente referidos a la actividad monástica pre-benedictina nos hace depender de otros de carác- ter más general, pero aún así es posible insertar nues- tro trabajo dentro de la dinámica historiográfica ac- tual de investigación del mundo tardoantiguo y obtener excelentes resultados. Es necesario hacer par- tícipe al fenómeno monástico de la «revitalización» urbana que parece desprenderse de las evidencias ar- queológicas y la revisión de los textos correspondien- tes a este momento. 2 Sobre ambas ideas trataremos de sustentar la revisión crítica de los argumentos utiliza- dos para la identificación de comunidades cenobíticas y, partiendo de ella, superar clichés pre-establecidos que han lastrado el avance en su estudio y atisbar un modelo cuya inserción dentro del tejido urbano ofrezca garantías para un mejor desarrollo, tanto espi- ritual como práctico, de la vida en comunidad. ARQUITECTURA Y USOS MONÁSTICOS EN EL SIGLO VII. DE LA RECREACIÓN TEXTUAL A LA INVISIBILIDAD MATERIAL POR FRANCISCO J. MORENO MARTÍN Universidad Complutense de Madrid 1 De tal manera que se invierten los términos en la relación entre precedentes y consecuentes y, de forma errónea, insista- mos en adaptar el modelo plenomedieval (rural, sometido a una regla perfectamente establecida y con una estructura arquitectó- nica polarizada en torno a dos elementos fundamentales, iglesia y claustro) a los cenobios construidos entre los siglos IV y XI. 2 Propuesta ya por García Moreno (1993). Las acertadas in- dicaciones que hace al respecto en este aclarador artículo son, en buena medida, la base sobre la que se asienta nuestra aporta- ción.

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RESUMEN

Cualquier investigación en torno al monacato hispano de laséptima centuria deberá tratar de resolver la paradoja nacidatras la confrontación entre restos materiales y evidencias docu-mentales. Mientras éstas últimas nos presentan un estamento enplena efervescencia con notable presencia en los ámbitos de de-cisión políticos y religiosos del reino visigodo, los trabajos decarácter arqueológico se centran en el estudio de establecimien-tos rurales que, hasta el momento, apenas han proporcionadodatos relevantes para este período concreto. Reivindicamosaquí la existencia de un monacato de carácter urbano, que desa-rrolla funciones pastorales, asistenciales y formativas. Todoello en perfecta armonía con los dos principales centros religio-sos de la ciudad tardoantigua, la basílica martirial y el conjuntocatedralicio.

SUMMARY

The studies about Spanish monastic architecture of the se-venth century should intend to sort out the paradox originatedafter the confrontation between material remains and writtensources. According to the latest, there was by then a very activestatement taking part in religious and political meetings at theToledo’s Visigothic court. However, the archaeological workshave focused the attention on rural settlements, which havehardly hitherto offered important facts to draw the exact lands-cape of this century. The main aim of this paper is to describeand underline the existence of an urban monasticism that deve-lops pastoral, assistant and formative functions, all of them spe-cially linked with the two main churches of every late antiqueurban centre: the martyrium and the episcopium.

PALABRAS CLAVE: Monasterio; fuentes textuales; restosmateriales; episcopium; monjes; canónigos.

KEY WORDS: Monastery; textual sources; material evidences;episcopium; monks; canons.

1. REFLEXIÓN EPISTEMOLÓGICA

La escasez y ambigüedad de las fuentes escritasasí como la ausencia de excavaciones arqueológicasson tradicionalmente argüidos como los mayores obs-táculos para el conocimiento del monasterio tardoan-

tiguo, pero tal vez no sean los más difíciles de supe-rar. Lo primero que cabe preguntarse es si no estare-mos tratando de encontrar un modelo arquitectónicosimilar al del posterior monasterio románico-benedic-tino, el monasterio prototípico tan férreamente an-clado en el imaginario colectivo.1 A lo largo de estetrabajo pretendemos superar tal consideración paraaproximarnos lo más posible a la realidad de los esta-blecimientos cenobíticos creados entre los siglos IV yX, tanto en lo que atañe a su comunidad como a losedificios que lo componen.

La práctica total ausencia de estudios arqueológi-cos específicamente referidos a la actividad monásticapre-benedictina nos hace depender de otros de carác-ter más general, pero aún así es posible insertar nues-tro trabajo dentro de la dinámica historiográfica ac-tual de investigación del mundo tardoantiguo yobtener excelentes resultados. Es necesario hacer par-tícipe al fenómeno monástico de la «revitalización»urbana que parece desprenderse de las evidencias ar-queológicas y la revisión de los textos correspondien-tes a este momento.2 Sobre ambas ideas trataremos desustentar la revisión crítica de los argumentos utiliza-dos para la identificación de comunidades cenobíticasy, partiendo de ella, superar clichés pre-establecidosque han lastrado el avance en su estudio y atisbar unmodelo cuya inserción dentro del tejido urbanoofrezca garantías para un mejor desarrollo, tanto espi-ritual como práctico, de la vida en comunidad.

ARQUITECTURA Y USOS MONÁSTICOS EN EL SIGLO VII.DE LA RECREACIÓN TEXTUAL

A LA INVISIBILIDAD MATERIAL

POR

FRANCISCO J. MORENO MARTÍNUniversidad Complutense de Madrid

1 De tal manera que se invierten los términos en la relaciónentre precedentes y consecuentes y, de forma errónea, insista-mos en adaptar el modelo plenomedieval (rural, sometido a unaregla perfectamente establecida y con una estructura arquitectó-nica polarizada en torno a dos elementos fundamentales, iglesiay claustro) a los cenobios construidos entre los siglos IV y XI.

2 Propuesta ya por García Moreno (1993). Las acertadas in-dicaciones que hace al respecto en este aclarador artículo son,en buena medida, la base sobre la que se asienta nuestra aporta-ción.

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El origen del fenómeno monástico puede rastrear-se en el oriente mediterráneo desde prácticamente elprimer siglo de la era cristiana. Nos interesa, no obs-tante, ver en qué condiciones se traslada hasta la zonaoccidental del Imperio pues, como ha constatadoacertadamente Díaz Martínez (1998: 93), existen dife-rencias sustanciales que nos llevan a valorar un desa-rrollo divergente a partir de su aceptación dentro delas más altas esferas de la sociedad romana del si-glo IV;3 ascetismo si, pero sin renuncia al mundo, pa-rece ser el lema que distinga a las primeras experien-cias monásticas documentadas en la capital delImperio y en otros territorios como Hispania o la Ga-lia a lo largo del siglo V.4

Por su proximidad al siglo y su origen cercano almundo urbano, no resulta extraño que el monacato oc-cidental establezca fuertes vínculos con el episcopadocorrespondiente, relación que irá conformando todauna serie de prescripciones conciliares que desembo-carán en la total sumisión de los cenobios a la disci-plina de la diócesis a la cual pertenecen, siendo fre-cuente la relación entre obispado y monasterio a travésde la aparición de una figura constante a lo largo de laTardoantigüedad y la Alta Edad Media; la del monjeque alcanza la dignidad episcopal y que, en algunoscasos, llega a compaginar los cargos de obispo y abad(Mundó, 1957: 81). No parece, a tenor de lo expuesto,que la pertenencia a una comunidad monástica esté re-ñida con la ordenación sacerdotal5 existiendo clérigosque practican una vida cenobítica que, en muchos ca-sos, gira en torno a la figura del propio obispo.6 La au-sencia de menciones explícitas a este tipo de congre-

gaciones podría llevarnos a negar su existencia, perono hay duda de que el tipo de monacato propuesto porSan Agustín (esencialmente compuesto por clérigosdedicados al servicio de la sociedad dentro de contex-tos urbanos), permite vislumbrar la posibilidad de quela difusión de este modelo y de su regla (Leclerq,1961: 8), que a su vez tenía origen en el italiano Am-brosio, llevara asociada una transmisión de estos valo-res por el occidente del Imperio.7

Uno de los textos hispanos que permiten intuir untipo de monacato urbano ligado a la figura del obispotitular es la carta escrita por Severo, obispo de Me-norca, en el año 417, narrando la conversión de los ju-díos de la isla gracias a la intercesión de las reliquiasde San Esteban (Seguí Vidal, 1937: 40). A lo largo delmismo podemos ver la actividad de un grupo de mon-jes que viajan desde Iamo (actual Ciudadela), dondepudieron tener su monasterio, a Mago (Mahón) juntoal obispo, con quien supuestamente vivían: su actitudallí es dispar, y alterna momentos de piedad con otrosde evidente violencia, como cuando contribuyen a ladestrucción de la sinagoga (Marcos, 2000: 223-225).

El siglo VI resulta enormemente prolijo en lo que afuentes monásticas se refiere —sobre todo si lo com-paramos con los anteriores— y éstas aumentan nota-blemente a partir de su segunda mitad para alcanzar laextremada precisión en la siguiente centuria. Sonabundantes los textos que proporcionan noticiasacerca de la actividad monástica en suelo hispano an-terior a la conversión de suevos y godos al catoli-cismo.8 Un ejemplo de ello es la labor evangelizadora

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3 Desde el año 350 un buen número de mujeres aristócratasde Roma, atraídas por las noticias del monacato egipcio del de-sierto, comenzaron a abrazar la vida ascética. La muerte del ma-rido o del padre era un evento significativo para la dedicaciónascética de estas damas, ya que, en ese momento alcanzabancierta autonomía legal como viudas o hijas (Dunn, 2000: 46).

4 Entre la aristocracia romana no es rara la costumbre pa-gana del retiro al campo o secessus in villam (Díaz Martínez,1991: 133), lo que permite suponer que esta práctica fuera«cristianizada» al igual que otros muchos aspectos culturalesdel mundo romano, en cuyo caso nos resultaría sumamente di-fícil distinguir una estructura de carácter doméstico de otraamortizada para uso monástico.

5 Frecuente en las comunidades de San Ambrosio en Miláno de San Agustín en Tagaste o Hipona.

6 En la Alta Edad Media serán muchos los clérigos que de-cidan vivir en comunidad bajo la autoridad de uno de ellosque será nombrado abbas y aparecen en las fuentes con elnombre de monasterium García Gallo (1951: 111, 118, 119).La consecuencia para nuestro estudio es que de este fenómenose debieron derivar una serie de tipologías constructivas queresultan imposibles de distinguir de la de los monasterios or-todoxos, en tanto que sus necesidades son básicamente lasmismas. Por ello, y hasta que aparezca perfectamente divididaen el panorama hispano –a partir del siglo XI– su considera-ción material habrá de ser la misma a todos los efectos. El

propio García Gallo (Id.: 146) reconoce que la legislación vi-sigótica emplea los términos ecclesia y monasterium de formaambigua y que su distinción podría establecerse en lo referidoal grado de dependencia respecto al obispo. Nada permite, porlo tanto, establecer distinciones desde el punto de vista mate-rial y arquitectónico.

7 Resulta enormemente complicado proponer la existenciade una vida común del clero para los primeros siglos del cristia-nismo hispano, más aún cuando los especialistas, en base a lasevidencias textuales, no aseguran su nacimiento más allá del si-glo IX. Lo que nos empuja a manejar esta posibilidad –que aquívaloramos desde una óptica exclusivamente material– es laconstatación de dos acontecimientos que fijan los probables lí-mites para su presencia: por un lado el monacato agustiniano decarácter clerical, urbano y fuertemente vinculado al episco-pado, amén de su más que probable difusión por la PenínsulaIbérica, permite establecer el arranque reglado de esta modali-dad monástica a principios del siglo V, mientras que los cáno-nes dispuestos en el Concilio de Coyanza (1055) revelan lanecesidad de establecer los límites necesarios para la denomi-nación de las comunidades clericales como canónicas, tratandode subsanar el error por el cual recibían la denominación demonasterium (García Gallo, 1951: 130).

8 La recopilación de las referencias textuales fue realizadoya por Pérez de Urbel (1933), Linage Conde (1973), PuertasTricas (1975), con una interesante reflexión acerca de la mate-rialidad de las mismas por Martínez Tejera (1998).

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de Martín, mencionado por Isidoro9 como obispo delmonasterio de Dumio o la noticia en torno a la llegadade monjes norteafricanos que proporciona Juan de Bí-claro en su chronica (Campos, 1960), autor del quetambién conocemos su doble naturaleza de abad yobispo gracias a Isidoro de Sevilla (Codoñer, 1964).Igualmente anterior al momento de la unificación reli-giosa son otros dos centros: el monasterio destruidopor Leovigildo en la costa levantina, que conocemosgracias a una referencia de Gregorio de Tours («Liberin gloria confessorum» SS rer. Merov. 1, 2, c. 12) y eleremitorio fundado por San Millán y descrito porBraulio de Zaragoza en el siglo VII (Minguella, 1883).Más revelador, si cabe, es el resultado de interrogar-nos sobre quiénes son los autores que nos hablan deestos monjes: Isidoro obispo de Sevilla, Ildefonsoobispo de Toledo, Braulio obispo de Zaragoza y elpropio Juan obispo de Gerona, en suma, todos ellosocuparon una silla episcopal entre los siglos VI y VII,siendo estos textos un claro indicio del nivel deconcordia alcanzado entre monasterios y sedes epis-copales en este período.

En qué medida afecta la unificación religiosa delConcilio III de Toledo (589) al monacato hispano re-sulta difícil de valorar. Desde luego es indudable quela asociación entre Iglesia y Estado hubo de afectarpositivamente a todas las estructuras eclesiásticas —incluidos los monasterios—, pero no debemos olvi-dar que durante el período gótico arriano en ningúnmomento se impide la fundación, dotación y manteni-miento de monasterios y que éstos, en suma, puedendesarrollar su labor con total libertad.10

Lo que sí aumenta de forma considerable es la li-teratura producida dentro de los círculos religiosos,fundamentalmente aquéllos más cercanos al poder ci-vil, multiplicándose los datos acerca de la situaciónque se experimenta en el reino tras la unificación. Po-dría decirse que la extendida opinión acerca de la«eclosión» del fenómeno monástico en el siglo VII esproducto del aumento de documentos escritos, entreellos, y ocupando un papel importantísimo, las ReglasMonásticas Hispanas; escritas por Leandro, Isidoro,Fructuoso y la denominada Regula Communis (Cam-pos y Roca, 1971).

Tras un siglo de experimentaciones y constanteformación (Díaz Martínez, 2006: 19), el estamentomonástico de siglo VII se presenta ante nosotros comoinagotable fuente de la que nacen los más piadosos yeruditos personajes: intervienen en los concilios, ocu-pan las sillas episcopales, regentan escuelas y, por su-puesto, son guías espirituales en la conformación delideal cristiano fijado por la alianza Iglesia-Estado.¿Cómo es posible conciliar esta actividad con un fe-nómeno que permanece arraigado dentro de la histo-riografía tradicional como eminentemente rural (DíazMartínez, 1989: 55)? Es preciso comenzar a hacerhincapié en el estudio de las comunidades urbanas,muchas de las cuales son conocidas gracias a la laborde formación de nuevos obispos.

Pese a la persistencia de ideas que hunden sus raí-ces en los primeros tiempos del monacato y son dota-das de cierto aire legendario, de arrebato místico ymartirio incruento,11 lo cierto es que lo más caracterís-tico del monasterio hispanovisigodo es su perfectaadecuación a las estructuras civiles y religiosas, acti-tud que alcanza su punto culminante con la presenciade abades en los concilios nacionales,12 primero comorepresentantes de obispos ausentes y, más tarde, to-mando parte activa en los mismos y situados en un es-calón inferior a los obispos congregados pero por en-cima de los magnates palatinos (Bishko, 1941). Elpunto de inflexión en la aparición del ordo abbatumen las reuniones, pasando de la mera representación ala participación activa, se producirá en el VIII concilionacional de Toledo celebrado el año 653.13

Aparte de esta «novedosa» actividad de los aba-des, poco parecen haber variado las funciones que elmonasterio lleva a cabo dentro de la sociedad en laque se inscribe. Continúan siendo lugares de acogidade peregrinos y de enfermos, tal y como aparece per-fectamente reflejado en el relato de las Vidas de losPadres de Mérida a propósito de la construcción delxenodochium por el obispo Masona. Obras similares

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9 Historia Sueuorum (Edición a cargo de RodríguezAlonso, 1975: 319).

10 Exceptuando los últimos años del reinado de Leovigildo.Pero incluso entonces su actitud con respecto a los monasterioses contradictoria; por un lado tenemos noticias de la destruc-ción de algunos de ellos (caso del monasterio levantino men-cionado por Gregorio de Tours) y, sin embargo, éstas se alter-nan con otras donde muestra su piedad y generosidad (como enel caso de la historia del abad Nancto narrada en el Liber VitasSanctorum Patrum Emeritensium).

11 Como en la epístola de Braulio de Zaragoza al abad Fru-nimiano, a mediados del siglo VII, o la de este mismo autor(XLIV, 49-53) a Fructuoso alabando su actividad evangeliza-dora en un desierto cuajado de bestias salvajes (Riesco Terrero,1975).

12 Es conveniente recalcar que, a partir del III Concilio deToledo, las decisiones adoptadas en los sínodos nacionales su-peran ampliamente los marcos estrictamente religiosos para al-canzar aspectos políticos, económicos y sociales. De ahí la im-portancia de la aparición de los abades en dichas reuniones.

13 Se celebró pocos meses después del ascenso al trono deChindasvinto y el marco elegido fue la iglesia pretoriense delos Santos Pedro y Pablo. Son 14 las rúbricas de abades consig-nadas: Eumerio, Fugitivo, Eusiquio, Sempronio, Ciríaco, Juan,Marcelino, arcipreste de Toledo, Sirículo, Ildefonso (2), Anato-lio, Eumerico, Morario y Secundino (Vives, 1963: 283).

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aparecen registradas también en este siglo, como laque llevan a cabo un matrimonio de nobles toledanos,Eterio y Teudesinda, al fundar un monasterio dedi-cado a San Félix a unas cuatro millas de la corte,14 enun lugar denominado Tutanesio, que incluía una hos-pedería y un asilo para peregrinos enfermos, y así lorecoge un poema de San Eugenio15 (García Rodrí-guez, 1966: 428). A finales del siglo VII, existe unadisposición conciliar16 que llama la atención acercadel modo en el cual se ejerce esta hospitalidad ya que,según parece, muchas comunidades habían relajadosus costumbres permitiendo la entrada dentro delclaustrum monástico a seglares que perturban la vidade los hermanos.

El cenobio acoge también una importante activi-dad pedagógica a través de las escuelas monásticas yasí se deduce de la lectura de la Regula Communis,cuando trata de la recepción de oblatos en el monaste-rio y de su posterior formación (c. VI). Más explícitoresulta el texto de las Vidas de los Santos PadresEmeritenses (II-14), al describir cómo unos niños in-terrumpían sus estudios en la escuela monástica paramofarse de un monje totalmente ebrio. Con mayor ra-zón debieron existir escuelas en aquellos monasteriosque gozaran de una estrecha vinculación con la sedeepiscopal del lugar donde fueron fundados, en tantoque muchas de ellas son auténticos «semilleros» decandidatos a ocupar el puesto de obispo.

Dentro de esta breve relación de las funcionesotorgadas a los monasterios del siglo VII y de las cua-les se puede deducir algún tipo de característica arqui-tectónica, aún debemos constatar la utilización del re-cinto monástico como lugar de reclusión. No se tratade una novedad, en tanto que ya aparece registrada enalgunas prescripciones conciliares de la colección his-

pana anterior al año 589 (canon I del concilio de Ta-rragona 516). Lo que sí resulta ciertamente novedosoes el aumento sustancial de las indicaciones que enlos sínodos se producen a este respecto,17 convir-tiendo a los monasterios en auténticas prisiones tantode religiosos como de legos (siervos y nobles), paracastigar delitos civiles18 o como retiro de penitentes.

El monasterio hispanovisigodo en el momento desu máximo apogeo era, por tanto, lugar de oración, deculto a las reliquias de los mártires, de enseñanza, depenitencia, reclusión, hospitalidad y caridad. Resultaciertamente complejo imaginar que un cenobio en elcampo pueda aglutinar tantas funciones y parece másbien, sin negar la existencia de estos pequeños centrosrurales, que hubieron de existir grandes complejos decarácter urbano,19 allí donde la población necesita desus labores asistenciales y espirituales, donde se lle-varon a cabo estas importantes actividades.

La trayectoria de las instituciones monacales his-panas, o tal vez el volumen de textos escritos que noshablen de ellas, parecen sufrir un duro revés con la in-vasión islámica. De la misma forma que el 589 es in-terpretado como el acontecimiento clave a partir delcual se presentan las condiciones óptimas para el flo-recimiento de la vida monástica en el siglo VII, el 711cercenará de forma dramática su crecimiento y haráque las fundaciones se marchiten para volver a reta-llar en la zona septentrional de la península coinci-diendo con el paulatino resurgir de los reinos cristia-nos.20 Una vez más, creo que esta postura necesitaráser matizada y lo que se intuye es que, a pesar de losindudables cambios coyunturales, aún queda muchotrabajo por realizar hasta confirmar la defunción delos monasterios hispanos, en todo caso será preciso

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14 La ubicación exacta de este monasterio se encuentra, enla actualidad, en el aire, puesto que existen autores que, basán-dose en la estancia de Eugenio en Caesaraugusta, lo conside-ran situado en el entorno de dicha ciudad (García Iglesias,1979: 89; Aguarod y Mostalac, 1998; 84 y Magallón, 2006:20). Incluso se ha llegado proponer la identificación de una ne-crópolis ad sanctos asociados a dicho monasterio (Galvé yBlanco, 2005: 497). Son varios los argumentos que nos llevan adudar de esta propuesta. Además de que esta iglesia y su corres-pondiente monasterio pudieron encontrarse en torno a la capitalvisigoda, de la que Eugenio II fue metropolitano, hemos deañadir que en el Carmen del propio Eugenio se menciona la ti-tularidad compartida con otros santos lo que, en principio, pa-rece contradecir encontrarnos con un martyrium único. Por otrolado se conoce que las reliquias del mártir Félix se debieron ve-nerar en Gerona.

15 Este dato sirve para confirmar la persistencia de iniciati-vas piadosas de carácter privado por parte de matrimonios perte-necientes a las clases nobiliarias. Esta costumbre, registrada encasos de los siglos IV-VI (casos de Paulino de Nola o la dama Mi-nicea), parece continuar vigente en la séptima centuria hispana.

16 Concilio III de Zaragoza, 691 (c. III).

17 Narbona, 589 (c. VI y XI); Sevilla II, 619 (c. III); Toledo,IV 633 (c. XXIV y XLV); Toledo VIII, 653 (c. III, V, VI y VII)y Zaragoza III, 691 (c. V).

18 Aún para el siglo IX, en el reino de Asturias –según lacrónica de Alfonso III en su versión rotense–, Ramiro I ordenala reclusión del usurpador Nepociano en un monasterio (Gil,Moralejo y Ruiz, 1985: 142).

19 La existencia de estos monasterios urbanos, además depor las constataciones arqueológicas que veremos a continua-ción, es deducida ya por Díaz y Díaz (1958; 77) de la interpre-tación de la homilía De monachis perfectis, cuya autoría adju-dica a un obispo en cuyo ánimo está ensalzar el modo de vidaen los monasterios urbanos de su diócesis.

20 La postura más catastrofista, la que habla de la destruc-ción y la diáspora que debieron sufrir los monasterios a raíz dela penetración sarracena, fue encabezada por Pérez de Urbel(1933: 521 y 1942: 39). Según este autor, aquéllos que resistie-ron el empuje islámico fueron los menos, sólo los que dispo-nían de sólida fábrica, mientras que la opción más recurrentefue la de huir hacia las montañas del norte –cuando no rebasarlos Pirineos– para desde allí unirse a la tarea repobladora en laque las fundaciones monásticas cobraron un papel verdadera-mente protagonista.

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aclarar que es la ausencia de fuentes la que ha llevadoa tal aseveración.

El escenario que nos proporcionan las actuales in-vestigaciones es hoy más comedida (Acién, 2000:432), obviándose términos añejos como despoblacióno diáspora, apareciendo otros como pacto, capitula-ción, asimilación y permanencia. En lo referido a lainstitución monástica contamos, además de con lainestimable información facilitada por la excavaciónarqueológica de un monasterio con actividad en épocaemiral,21 con los valiosos testimonios del cordobésEulogio,22 amén de otros que iremos mencionando.Lo que resulta indudable es que los acontecimientoshistóricos provocan una «bifurcación» (y no una frac-tura) en el desarrollo del monacato hispano. Los con-dicionantes políticos, religiosos y culturales harán quelos cenobios fundados en zona cristiana se vayan do-tando de funciones derivadas de la particular situa-ción experimentada en ese territorio, mientras que lasnoticias que poseemos acerca del monacato mozárabeapuntarían hacia una evidente continuidad en los usosmonásticos heredados de época visigoda.23

De la situación vivida en territorio cristiano entrelos siglos VIII y XI son buena muestra las disposicio-nes del concilio de Coyanza. Los obispos reunidosen la ciudad leonesa el año 1055 establecen la vidacanonical en todas sus sedes episcopales y aconsejanque éstas adopten una regla, entre ellas la de San Be-nito o la de Isidoro.24 Lo que realmente pretendíancon esta decisión es dotar de una normativa concretaa un fenómeno extendido por sus diócesis, acabar deforma contundente con la confusión entre ecclesia ymonasterium que se había producido en este inter-valo de relajación y que ha quedado reflejada en lasfuentes escritas. Es un intento por regresar a las nor-mas dictadas por los concilios hispanos, a la legisla-ción de época visigoda. Sin embargo hemos podidover que ésta tampoco es excesivamente clarificadoraal respecto, lo que nos lleva a proponer que esta con-fusión entre vida canónica y vida monástica esincluso anterior a la irrupción islámica, algo que po-dría confirmar la existencia de comunidades canó-

nicas —episcopales y no episcopales— en el reinohispanovisigodo.

2. REFLEXIÓN HISTORIOGRÁFICAY METODOLÓGICA

Tal y como hemos podido observar a través de estesintético recorrido por las distintas experiencias ascé-ticas hispanas entre los siglos IV y X, tras la apariciónde la vida monástica y de la fijación de modelos ar-quitectónicos derivados de ella se encierran un buennúmero de variables (temporales, territoriales, econó-micas, culturales y sociales) que conforman un pano-rama extremadamente heterogéneo o, cuando menos,lo suficientemente complejo como para tratar de esta-blecer unos criterios únicos que lo definan. Esta situa-ción es especialmente delicada en la séptima centuriahispana donde, además, entra en juego un factordeterminante como es esa supuesta «eclosión monás-tica» acaecida tras la unificación religiosa y cuya im-portancia tiene inmediato reflejo en los textos, loscuales nos facilitan nombres de cenobios, de sus fun-dadores, protectores y abades, así como de referenciasacerca de la manera en la que se inserta en el mundoque les rodea.

El registro de monasterios anteriores a la con-quista islámica mediante la lectura de las fuentes do-cumentales es una labor iniciada ya en la monumentalobra del padre Flórez (1773), teniendo continuidad enel siglo pasado en los trabajos realizados por Pérez deUrbel (1933), Antonio Linage (1973) y Rafael Puertas(1975). Textos conciliares, hagiográficos, epigráficos,legendarios, epistolares, crónicas, reglas monásticas ycalendarios litúrgicos fueron «exprimidos» a lo largode estos estudios ofreciendo grandes resultados25 yallanando el camino para futuras investigacionesfuera del ámbito estrictamente documental, puestoque en su afán por aproximarse a la realidad monás-tica acompañan estas listas de posibles cenobios conlas ubicaciones deducidas del repaso de los textos. Pa-sados más de treinta años desde que fuera publicada

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21 Nos referimos al monasterio toledano de Sta. María deMelque, del que trataremos más adelante.

22 Para el análisis de su obra nos hemos servido de la re-ciente edición a cargo de Herrera Roldán (2005).

23 Lo que aún no se puede constatar son los aspectos mate-riales de esta posible continuidad. Para el estudio de la activi-dad constructiva en la sociedad mozárabe, Arce. F. (1992),(2000) y (2003), la relación de monasterios ofrecida por Eulo-gio es recogida y presentada por Puertas Tricas (1975).

24 En la versión que parece la que auténticamente transcribelos cánones allí dispuestos, es decir, la recogida en el LiuroPreto de Coimbra en Portugal (Martínez Díez, 2006: 84).

25 El número de monasterios correspondientes a los si-glos VI y VII identificados por cada autor es de:.

— 43. Pérez de Urbel.— 25. Linage Conde.— 22. Puertas Tricas.Datos abrumadores si los comparamos con el número de

monasterios conocidos antes de la sexta centuria. Esta compa-ración ofrece resultados distintos, por razones lógicas, si la rea-lizamos con los cenobios conocidos a través de la documenta-ción directa entre el año 711 y el 1109 en el MonasticonHispanum de Linage (quien certifica la mención de 1828 mo-nasterios).

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la última de estas obras, la arqueología, sometida asus propios ritmos, apenas ha podido dar cumplidarespuesta a los testimonios literarios conocidos ycualquier intento de aumentar esta nómina de monas-terios a través de la relectura de las fuentes resultarádesalentador.

Esta relación queda necesariamente vacía de con-tenidos descriptivos, dado que no existe mención al-guna en la que se nos ofrezcan características precisasque permitan la recreación de un modelo genérico,algo que, en todo caso, hubiera resultado insuficientea tenor de la heterogeneidad que del fenómeno mo-nástico se desprende de los documentos.

Sin embargo, el uso de algunas fuentes para tratarde establecer las características de la arquitecturamonástica hispanovisigoda ha sido la opción más re-currente a lo largo de los últimos años de investiga-ción. Por encima de todas ellas destaca el canon I dela regla monástica dictada por Isidoro,26 por su natu-raleza descriptiva y el ofrecimiento por parte delobispo hispalense de un modelo prototípico de distri-bución de las estancias monásticas —que no de lascaracterísticas arquitectónicas de las mismas— paraun mejor desarrollo de la vida en comunidad. Es pre-cisamente por su carácter modélico lo que nos haceplantearnos dudas razonables acerca del alcance delmismo. No se puede negar la difusión de la regla isi-doriana, lo que se antoja complicado es que la con-cepción arquitectónica del monasterio propuesto pu-diera ser llevado a cabo de forma sistemática. Es uncaso similar al ofrecido por el famoso plano de SanGall y su utilidad para la comprensión de los compo-nentes básicos que se dan cita en la arquitectura mo-

nástica carolingia.27 Ambos documentos, por su tem-prana cronología y la riqueza de su contenido, consti-tuyen una referencia fundamental en la investigaciónde aquellas unidades básicas que conformaban losmonasterios altomedievales europeos. Nos muestranla preocupación de abades y obispos por encontrar unmarco arquitectónico adecuado para el desarrollo es-piritual y práctico de la comunidad y el interés de és-tos por la difusión de un modelo de articulación delos diferentes espacios monásticos.

Si bien es cierto que el canon primero de la regladel hispalense pasa por ser el más explícito de lostextos a este respecto, el uso del resto de reglasmonásticas hispanas ha sido un medio habitual deaproximación a la realidad material de los cenobioshispanogodos (Maciel, 1998 y Bango, 1999). Estautilización de las fuentes, y en especial de las reglas,como material indispensable para la identificación dela arquitectura monástica ha sido defendida tradicio-nalmente por su indisoluble unión con la realidadconstructiva. En palabras de Braunfels (1975: 10)«todo buen monasterio representa un organismo através del cual la vida según la regla primero es posi-bilitada, luego racionalizada, y por último simboli-zada». Sin embargo, resulta clarificador en este sen-tido que muchos de los trabajos que aplican de formaexclusiva esta metodología van encabezados de tér-minos como «aproximación» (Martínez Tejera, 1998y Bango 1999), «primera toma de contacto» (Maciel,1998: 27) o que será necesaria su constatación a tra-vés de los hallazgos materiales. En conclusión, lasfuentes monásticas nos proporcionan un conoci-miento rico pero limitado cuando lo contextualiza-mos dentro de una realidad espacial más amplia(Díaz Martínez, 1989: 49) que presenta un sinfín dematices y una casuística para la cual las reglas mo-násticas no pueden ofrecer respuesta.

Las muestras de este abanico de posibilidades geo-gráficas, temporales y culturales presentadas a lolargo de nuestro estudio confluyen en lo que se deno-minarían usos y costumbres monásticas (Bango,2007), en definitiva, a la particular aplicación de la re-gla en cada momento y lugar bajo condicionantes ex-clusivos. La arquitectura nacida bajo dichos paráme-tros será difícilmente explicable si nos limitamos alestudio de normas que nacen con vocación de ser uni-versales.

Si acudimos directamente al análisis de los posi-bles conjuntos conventuales podremos observar que,ante la dificultad para establecer con certeza las carac-

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26 Se trata de un texto extremadamente sugerente que, porla importancia del tema tratado, no nos resistimos a reproducirde forma íntegra:.

Es de gran importancia, hermanos carísimos, que vuestromonasterio tenga extraordinaria diligencia en la clausura, demodo que sus elementos pongan de manifiesto la solidez de suobservancia pues nuestro enemigo el diablo ronda en nuestroderredor como león rugiente con las fauces abiertas como que-riendo devorar a cada uno de nosotros. La fábrica del monas-terio solamente tendrá en su recinto una puerta y un solo pos-tigo para salir al huerto. Es preciso que la ciudad, por suparte, quede muy alejada del monasterio, con el fin de que noocasione penosos peligros o menoscabe su prestigio y dignidadsi está situada demasiado cerca. Las celdas de los monjes hande estar emplazadas junto a la iglesia para que les sea posibleacudir con presteza al coro. La enfermería, en cambio, estaráapartada de la iglesia y de las celdas de los monjes, con objetode que no les perturbe ninguna clase de ruidos ni voces. Ladespensa del monasterio debe estar junto al refectorio, demodo que por su proximidad se presten los servicios sin de-mora. El huerto, asimismo, ha de esta incluido dentro del re-cinto del monasterio, en cuanto que, mientras trabajan dentrolos monjes, no tengan pretexto alguno para andar fuera delmonasterio. (Campos y Roca, 1971: 91).

27 Fue enviado al abad Gozbert (816-836), probablementepor Haito, abad de Reichenau (Braunfels, 1975: 58).

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terísticas de las dependencias residenciales y de servi-cios que formaron parte de todo monasterio (debido ala ausencia confirmada de restos constructivos asimi-lables a dichas funciones), éstos se concentran en elestudio de las iglesias que, supuestamente por estardedicada a la oración de una comunidad monástica,debieron poseer alguna particularidad (Caballero,1988: 33).

Es Gómez-Moreno (1943-1944: 50) quien, en unartículo dedicado a la iglesia gallega de Santa Combade Bande, se aventura a proponer como elemento ca-racterístico de determinados templos monásticos deépoca visigoda —por aquel entonces Bande lo era contotal seguridad— la presencia de estancias anejas alespacio cultual de la misma.28 A dichos espacios noles encuentra una función litúrgica precisa, no du-dando entonces en considerarlos aposentos para mon-jes. La debilidad de la propuesta de Gómez-Moreno,incluso desde el punto de vista funcional, es evidente,y parece más lógico adjudicar a dichas estancias unafunción auxiliar dentro de la compleja liturgia his-pana.

Schlunk hace suyo el modelo explicativo pro-puesto para Bande y lo aplica a la iglesia portuguesade San Giâo de Nazaré (1971: especialmente 520). Ensu intento por dotar de mayor complejidad a esta pri-mera aproximación a la arquitectura templaria monás-tica en la Alta Edad Media hispana, el investigadoralemán profundiza en las fuentes litúrgicas tratandode encontrar datos que la avalen. Así, en el canonXVIII del concilio IV de Toledo (633), halla la si-guiente prescripción «la bendición al pueblo debe se-guir a la oración dominical y a la mezcla del pan y elcáliz, y entonces finalmente se sumirá el sacramentodel cuerpo y sangre del Señor. Observando este or-den: que el obispo y el levita comulguen delante delaltar, el clero en el coro, y el pueblo fuera del coro(extra chorus)». A la compartimentación teórica aquíofrecida une Schlunk los datos obtenidos del análisisde San Giâo —con una división física entre lo que su-pone el aula y un transepto que precede al ábside cen-tral— para emitir una hipótesis a través de la cual seexplicarían como monásticas todas aquellas iglesias

con crucero desarrollado29 (reservado a la comunidadmonástica), con accesos directos desde el exterior yseparado de la nave para la feligresía por altos cance-les que impiden la comunicación visual. En un trabajoposterior (1978) vuelve a reiterar su total acuerdo laidea manejada por Gómez-Moreno en el caso deBande.30 En un intento, tal vez simplificado, de unifi-car ambas posturas, propone la planta cruciformecomo elemento diferenciador de las iglesias monásti-cas conventuales del siglo VII hispano, aportando al-gunos ejemplos concretos que serían, además deSanta Comba, La Mata o San Pedro de la Nave.

Efectivamente, el término chorus parece definir alespacio del interior del recinto sagrado reservado parael clero (Puertas, 1967: 210), pero la misma conside-ración posee el lugar acotado para que el ordo monas-tico siga los oficios, tal y como se desprende de lasmenciones que al respecto hacen el anónimo autor dela Regla Común31 y San Isidoro. De esta forma laúnica manera para diferenciarlos es su tamaño (paralas comunidades monásticas este espacio será másgrande) y el tipo de cancel que actúa de barrera conrespecto a los legos (los canceles serán más bajos enlas iglesias parroquiales). Son muchos los investiga-dores que consideran insuficiente esta apreciacióncomo elemento diferenciador de las iglesias monásti-cas (Bango, 2001: 538, Caballero, 1988: 41 y 2006:119), llegando a desestimar por completo la defini-ción de los rasgos comunes de las iglesias monásticascomo vía para la identificación de complejos cenobí-ticos, punto éste para el que nosotros aportaremos lossiguientes datos.

1º Resulta altamente improbable establecer la divi-sión entre iglesias parroquiales e iglesias monásticas enbase a la compartimentación interior de las mismas,más aún si tenemos en cuenta la dificultad para hablarde parroquias en el reino visigótico. Tampoco debemosolvidar que es frecuente en la documentación hispanaentre los siglos VIII y XI, la ambigua utilización de lostérminos ecclesia y monasterium a la hora de referirseal templo. En todo caso existirían comunidades monás-

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28 En el caso de Santa Comba el hallazgo de estas depen-dencias a través de excavaciones en el lugar produce una tipo-logía de cruz inscrita. Por ello, el ilustre investigador granadinoencuentra paralelos para las mismas en Quintanilla de las Viñas(Burgos) y San Pedro de la Nave (Zamora). Tras una recienteinvestigación arqueológica de la fábrica constructiva de la er-mita orensana (Caballero, Arce y Utrero, 2004: 308), se llega ala conclusión de que las estancias que él considera viviendaspara los monjes fueron realizadas en un momento posterior a laetapa inicial, de tal forma que la planta original es de cruz latinaexenta.

29 El que el crucero muestre un gran desarrollo sería conse-cuencia de su función monástica, en tanto que la ausencia detransepto o su pequeña superficie sería indicio de la partici-pación de un número reducido de clérigos, es decir, una iglesiacon función parroquial.

30 Agradecemos a la Dra. Utrero la traducción del textoalemán.

31 A las que debemos añadir la inscripción actualmente de-saparecida (Corchado 1988: 395) procedente de Bailén (Jaén) yfechada hacia el año 691, que reza: + in nme Dni: Locuber acsi indignnus abba fecit, / et duos coros ic construxit, et sacra /te sun scorum Di eglesie pridie idus Ma / g […] ql, dni nsi Egi-cani. (Vives, 1942: 105, número 312).

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ticas compuestas por un pequeño número de monjes y,al contrario, iglesias servidas por muchos clérigos.

2º Los textos que recogen los distintas ceremoniascelebradas en la liturgia hispana hacen referenciaconstante a la separación física que implicaba la per-tenencia a uno u otro de los grupos que conforman lacomunidad cristiana, tanto entre religiosos (lectores,diáconos, presbíteros, acólitos, etc.) como entre legos(catecúmenos, penitentes, competentes, etc.). Cance-les y barreras debieron ser frecuentes entre presbiterioy coro, entre coro y naves, pero también dentro decada una de estas unidades.

3º La diferencia entre una iglesia monástica y otraque no lo era no parece que fuera muy grande, o entodo caso ésta no radicaba en sus estructuras arquitec-tónicas, lo que permitía a los obispos convertir, segúnel canon IV del concilio III de Toledo (589), en mo-nasterio una de las iglesias de la diócesis.

Dicho esto, consideramos que la vía adecuada deidentificación de complejos monásticos ha de centrarsus esfuerzos en conocer mejor los edificios y el en-torno próximo que circundaban las iglesias —monás-ticas o no— con el objetivo de encontrar allí las evi-dencias que permitan establecer la presencia de unacomunidad reglada.

Antonio Linage (1973: 13), en su magna obra so-bre el proceso de benedictización de la Península Ibé-rica expresa su convencimiento acerca de las limita-ciones del estudio documental en torno al monacatohispano y resulta sintomático que quien ha realizadouna labor tan importante en la búsqueda de fuentesdocumentales deposite finalmente sus esperanzas entrabajos de naturaleza material o, como él mismo dice«a realizar sobre el terreno». Si esta determinación esaplicable a todos los monasterios hispanos hasta elaño 1109 ¿cuánto más necesaria será para los monas-terios anteriores a la invasión islámica que represen-tan un 1,6% de los reflejados en su estudio?32

Nuestra propuesta, de la que aquí presentamosuna mínima parte, pretende aprovechar los resultadosde las excavaciones ya realizadas con el objetivo deenfrentarlos a los datos obtenidos a través de lasfuentes y así poder recoger las innumerables varia-bles constructivas y tipológicas que se debieron pro-ducir en el desarrollo de la arquitectura monásticahispana entre los siglos IV y XI. Sólo así será posibleafrontar futuras intervenciones con plenas garantías.De la misma forma que se reinterpreta un docu-mento, es posible llevar a cabo una «relectura» de lasfuentes arqueológicas.

3. PROPUESTA METODOLÓGICA

El monasterio se entiende, desde el punto de vistamaterial, como la unión física entre un espacio de usolitúrgico y otros que poseen funciones relacionadascon la vida y desarrollo de la comunidad. Dadas lasdificultades anteriormente expuestas para identificarlos templos monásticos, la alternativa lleva a centrar-nos en los segundos como vía para el descubrimientoy análisis de posibles complejos conventuales. La im-prescindible presencia de edificios residenciales,explotaciones agropecuarias o elementos de delimita-ción respecto al conjunto de la sociedad laica justifi-can sobradamente la búsqueda y estudio de los mis-mos, pues son fruto de la aplicación práctica de lavida en comunidad.

La puesta en marcha de un proyecto común devida dedicado a la oración y a la observancia de losprincipios cristianos conlleva la necesidad de crearespacios arquitectónicos en los cuales desarrollar unaserie de actividades que, en origen, poseen un altocomponente de individualidad. No es extraño que lasreglas monásticas legislen de una forma precisaacerca de la necesidad de dormir y comer en común,usos que tendrán una inmediata repercusión en la con-figuración arquitectónica de la zona de clausura.

Otro factor a tener en cuenta a la hora de analizarlas distintas dependencias claustrales es el de la cari-dad desempeñada por las comunidades monásticas,puesto que traerá aparejada la construcción de edifi-cios destinados al cuidado de peregrinos, ancianos yenfermos —tanto religiosos como laicos (Isidoro,c. 23 y Fructuoso, c. 9)— que habrán de disfrutar decaracterísticas propias que los diferencien del resto dedependencias.

Queda asumido, por lo tanto, que las prescripcio-nes regulares observan con rigidez la obligación dehospitalidad y caridad para con laicos y religiosos y,en lo referido a las propias comunidades, a trabajar,tomar la refección y a pernoctar bajo un mismo techo.La dificultad radica en identificar de forma precisa es-tos espacios a través de la actividad arqueológica.

A partir del riguroso trabajo de Díaz Martínez(1987) han quedado perfectamente registrados todoslos factores económicos que se dan cita en la funda-ción y mantenimiento económico de un cenobio his-panovisigodo (dotación, acumulación de patrimonio através de donaciones y explotación de los recursos),estableciendo como punto de partida aquellos rasgoscomunes con el sistema de producción y gestión de lapropiedad latifundista tardoantigua. Este modelo teó-rico, justificado a través de un minucioso repaso delas fuentes documentales, vendría a suponer un hito

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32 31 monasterios sobre un total de 1859.

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más en el método propuesto para la identificación deestablecimientos monásticos tardoantiguos. Al temploy a los edificios conventuales se le suma la presenciade unos terrenos colindantes cuya explotación garan-tice la estabilidad de la comunidad.33 Para la identifi-cación de esta zona de usufructo económico será pre-ciso tener en cuenta los condicionantes económicos,geográficos, climatológicos y culturales. Aún sepuede establecer una consecuencia más de la implan-tación de sistemas de explotación del territorio en re-lación a los centros monásticos tardoantiguos. Nos re-ferimos a la presencia necesaria de infraestructurasasociadas a la captación de recursos hídricos, asícomo de almacenamiento y de transformación de losproductos cultivados (hórreos y molinos, fundamen-talmente). La existencia de estos elementos, ademásde responder a una cuestión lógica, está suficiente-mente atestiguada a través de las reglas monásticas,textos hagiográficos34 y donaciones.35

El estudio del entorno del monasterio toledano deSanta María de Melque (Caballero y Fernández Mier,1999: 211), cuyos edificios residenciales presentare-mos a continuación, se llegó a la conclusión de que elconjunto de presas que se encuentran en el interior delcomplejo productivo cercado tienen como objetivoprincipal proporcionar agua a los cultivos que se dis-tribuyen en las terrazas de los valles que por ellas sonregados. Los datos obtenidos mediante los análisis depólenes, frutos y maderas indican una actividad plenade la explotación hasta bien entrado el período emiral.

Otro de los factores a tener en cuenta como ele-mento identificador de los complejos monásticos es elprincipio de clausura y los elementos constructivosderivados de ella. La relación entre la comunidad y lasociedad en la que ésta se inscribe está sometida a lahuída voluntaria del siglo, a la creación de un micro-cosmos propio para cuyo mantenimiento será precisoestablecer unas barreras físicas entre los edificiosconventuales y el mundo. Las reglas monásticas ex-tra-hispanas, como la Regla del Maestro o la de SanBenito, codifican esta circunstancia de forma clara(Dey, 2005: 362), incluso la dictada por Agustín, queposee un claro componente de inserción en la socie-

dad y servicio de ésta, permite suponer la existenciade un tipo de arquitectura tendente a la autoprotecciónespiritual (Id.; 361). La topografía monástica, portanto, debió presentar una serie de elementos que tu-vieran como fin la salvaguarda del recinto conventual—en su doble vertiente espiritual y material—, lo quepermite suponer que puede ser éste un elemento degran valor a la hora de la identificación de los mismos(Moreno Martín, e.p.), si bien la prolongación de estacaracterística en el tiempo la dota de un valor gené-rico incapaz de dictaminar por sí sola la pertenencia aun período temprano del monacato hispano.36

El interés suscitado por la arqueología tardoanti-gua peninsular, y como consecuencia de ello el au-mento en el número de excavaciones, ha permitido elconocimiento de una serie de estructuras de carácterresidencial, generalmente vinculados a edificios litúr-gicos, cuya cronología se puede situar entre los si-glos VI y VIII. Aunque escasos, de ellos podemos ex-traer unas características generales que nos sirvan debase para establecer de forma primaria algunos posi-bles rasgos constructivos de las estructuras domésti-cas de los monasterios hispanos.

El Germo (Espiel, Córdoba) [Fig. 1a]. Aproximada-mente a unos cien metros a occidente del recinto cul-tual —la basílica, datada en torno al 600, denominadade forma errónea como Alcaracejos— se descubrió unedificio coetáneo tendente a la planta cuadrada con unespacio central en torno al cual se distribuyen trescrujías que no mantienen una regularidad constructivaclara y alternan estancias de muy variada tipología(Ulbert, 1971: 180) que parecen ofrecernos, de formadesvirtuada y vaga, un modelo que recuerda al de ladomus romana en torno a un peristilo. Tal disposicióndio pie para su interpretación como monasterio, aun-que existen argumentos que más bien hacen pensar enuna granja o gran caserío con iglesia propia (Id: 181),siendo ésta una hipótesis que ha sido aceptada (Go-doy, 1995: 272, Caballero, 2006: 111).

Falperra (Braga, Portugal) [Fig. 1b]. En un pro-montorio amurallado y cercano a la antigua capitaldel reino suevo fueron halladas estructuras ediliciasordenadas en torno a un templo. Su excavador (Ri-gaud, 1968: 64) describe el monumental edificioanexo como un gran rectángulo (34,20 X 12,60 me-tros) dividido transversalmente en dos naves, cadauna de ellas con compartimentaciones propias, desta-cando una gran sala alargada dividida en dos espacios

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33 Esta idea no es incompatible con la existencia de monas-terios urbanos y suburbanos. Hemos de suponer que sus propie-dades se concentraran en los campos de labor que con total se-guridad circundaban los núcleos de las ciudades.

34 En la Vita Sancti Emiliani, XIX, Braulio de Zaragozacuenta cómo el santo obró un milagro para alargar un maderocon el que realizar un granero para el cenobio (Minguella,1883: 266).

35 Donación de Vicente al monasterio de Asán (Díaz Martí-nez, 1987: 81 y Ariño y Díaz 2003), que incluye sistemas deirrigación de los terrenos donados.

36 Salvo que un estudio arqueológico establezca una crono-logía absoluta para ella.

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Fig. 1. a) El Germo (Ulbert, 1971); b) Falperra (Rigaud, 1968); c) Pla de Nadal (Juan y Lerma, 2000); d) Sant Julià de Ramis(Burch et alii, 2001); e) Vallejo del Obispo (Barroso y Morín, 1996); f) Santa María de Melque (Caballero, 2004); g) Recopolis

(Olmo, 1988).

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longitudinales por la presencia siete pilares cúbicos ycon contrafuertes exteriores. Considerado monasteriopor Palol (1967: 371 y 1970: 308), una propuesta ac-tual reivindica su catalogación como lugar de residen-cia regia en el momento de dominación sueva (Real,2000: 26)

Recopolis (Zorita de los Canes, Guadalajara)[Fig. 1g]. No existen dudas razonables, en el estadoactual de las investigaciones, que permitan poner entela de juicio la identificación del yacimiento alca-rreño con la ciudad fundada por Leovigildo el año578 según el texto de Juan de Biclaro. Su mejor avallo constituye el grandioso edificio que cierra el ladonorte de la plaza que sirve de organizador para el con-junto. Se trata de una espectacular construcción rec-tangular de más de 140 metros de longitud y hastatrece de anchura (Olmo, 1987: 349 y 1988: 159) contodo su espacio interior dividido en dos grandes salaspor pilares cúbicos. Al exterior, en su muro sur, se si-tuaron una serie de ocho contrafuertes semicirculares.Para Olmo (2000: 386) debió poseer dos plantas ycumplir una función representativa (el palacio propia-mente dicho). En el lado sur de la basílica se comenzóa excavar el año 1986 otro edificio rectangular divi-dido longitudinalmente en dos naves paralelas que pa-rece servir de límite entre el gran espacio diáfano con-siderado como plaza y otra serie de construcciones devariada tipología que serían lugares con función ad-ministrativa.

Pla de Nadal (Ribarroja de Turia, Valencia)[Fig. 1c]. Precisar su cronología contribuiría al mejorconocimiento tanto de la arquitectura residencial tar-doantigua como de la vía de traslación de motivos de-corativos de indudable influencia bizantina.37 Tras untitubeo inicial (Centcelles y Navarro, 1986: 38) en elque se propuso una función religiosa por la apariciónde veneras y cruces, se ha consensuado su considera-ción como edificio residencial vinculado a un grupo

de poder civil —visigodo o dimmí— (Caballero,1994: 337, Gutiérrez, 2000: 105, Juan y Lerma, 2000:141 y Ribera, 2004: 68).

Pese a encontrarse incompleto, desarrolla un tipode estructura de gran complejidad y articulación ar-quitectónica. Posee un espacio longitudinal, con unaaltura estimada de dos pisos, flanqueado por dos es-tancias menores que, a su vez, forman parte de estruc-turas que se adelantan perpendicularmente respecto ala primera formando una especie de atrio (esquemaque, en menor medida, también se repite en los ladosmenores y que, en este caso, están precedida por unaarquería triple de acceso). Su planta alta estuvo pavi-mentada con opus signinum mientras que en la infe-rior, considerada zona de almacenamiento de produc-tos agrícolas, era de tierra batida (Juan y Lerma,2000: 136).

Sant Juliá de Ramis (Gerona) [Fig. 1d]. La montañade Sant Juliá se encuentra situada al norte de Gerona,la Gerunda romana, en un paso natural aprovechadopor la Vía Augusta en su camino hacia la Galia (Nollaet alii, 2003: 255). En su parte más septentrional seconstruyó entre los siglos IV y V un monumental edifi-cio con función militar y residencial que es denomi-nado castellum.38 Se trata de una construcción orde-nada en torno a una gran estructura longitudinal consoportes cúbicos en su espina central para sostener unsegundo piso. A cada lado de esta sala, y formando unesquema simétrico, se articula un conjunto de estan-cias rectangulares, entre ellas una torre. Este primeredificio es datado entre los siglos IV y V, formandoparte de las clausurae construidas para defender el ca-mino hacia la Narbonense (Id.: 256 y Burch et alii,2005: 58). La estructura será mantenida en su períme-tro pero su alzado será modificado profundamente enel siglo VI (Nolla et alii, 2003: 258), momento en elque parece documentarse la existencia de un recintocultual en la zona sur de la cima de la montaña.39

Vallejo del Obispo (Cañaveruelas, Cuenca)[Fig. 1e]. Se trata de un edificio hallado en las pro-ximidades de la ciudad romana de Ercavica y que

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37 Fechado en época visigoda, segunda mitad del siglo VII,por la semejanza estilística de su conjunto decorativo con losedificios «visigodos» de la meseta norte (Centcelles y Navarro,1986: 25, también Juan y Lerma, 2000: 141), la aparición de ungrafito y de un monograma que fueron puestos en relación conTudmir, protagonista del pacto que afecta a la parte sur del le-vante tras la invasión islámica, su construcción fue llevada a lasprimeras décadas del siglo VIII, pero dentro de la tradición visi-goda (Gutiérrez, 2000: 105 y Ribera, 2004: 68). Propuesta al-ternativa es la de Luis Caballero, para quien la temática decora-tiva que sirve para adjudicar su filiación visigoda demuestrauna clara dependencia de motivos orientales aparecidos en lasprimeras obras islámicas post 711 en suelo hispano así como enresidencias omeyas de oriente próximo, lo que retrasaría nota-blemente su cronología (Caballero, 1994: 337 y 2000: 217).

38 Este término aparece en algunos textos del siglo V,siendo interpretado como una mansión solitaria y con algunasestructuras defensivas sin llegar a definir de forma exclusiva alos recintos militares. En la Carta de Consencio al obispo Se-vero se indica que el obispo de Osca, a la sazón un rico propie-tario, poseía su propio castellum (Amengual, 1992: 495).

39 Así se desprende de la aparición de una jarrita litúrgica yde las excavaciones bajo la iglesia románica, que dieron comoresultado el hallazgo de un edificio sumamente sencillo deplanta rectangular con un pie de altar y sillares decorados(Burch et alii, 2001: 121 y 2005: 60).

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algunos autores consideran el famoso monasterioservitano fundado por Donato y del que fue abadEutropio.40 Aún dando validez a la suposición deque dicho cenobio se encontrara junto a la propiaciudad de Arcavica, los argumentos para tal identi-ficación y la secuencia derivada de la misma pare-cen insuficientes.41

Valoraremos aquí esta hipótesis por cuanto quie-nes defienden dicha identificación creen interpretaralgunos espacios del edificio excavado como las cel-das para los monjes (Barroso y Morín, 1994: 231), sibien aprovechamos aquí para expresar nuestras dudasacerca de la función conventual de esta construcción,debido a la carencia de excavaciones y, sobre todo, ala ausencia de un espacio claramente identificadocomo el templo monástico. En cualquier caso es bas-tante improbable que dichas habitaciones cuadrangu-lares, de nueve metros cuadrados, puedan ser las cel-das para los monjes dado que existe unanimidad entretodas las reglas hispanas en cuanto a la necesidad deconstruir un dormitorio común para evitar, digámosloasí, actos pecaminosos.

Ninguna duda plantea para su consideración comocomplejo monacal el compuesto por la iglesia deSanta María de Melque (San Martín de Montal-

bán, Toledo)42 [Fig. 1f] y sus edificios anejos descu-biertos durante las excavaciones llevadas a cabo enlos años -70 (Caballero y Latorre, 1980). Las campa-ñas que de forma irregular se desarrollaron entre losaños 1994 y 2002 permitieron confirmar la existenciade dos grandes edificios que flanqueaban el templopor su lado norte y este (Caballero, 2004: 350), dandolugar así a un modelo de topografía tendente a la cen-tralización del complejo en torno a la iglesia, a la es-pera de futuras excavaciones que corroboren esta hi-pótesis en los lados sur y oeste.

Los edificios de Melque, son difícilmente expli-cables si no se recurre a la figura de un poderoso be-nefactor que sufragara tamaño desembolso, puestoque tienen un indudable parecido con los edificiospalatinos de Recopolis y Falperra. Pese a todo es, hoypor hoy, prácticamente imposible aplicarles una fun-ción determinada dentro de las necesidades básicasque ha de cubrir el monasterio prebenedictino. Susmuros fueron realizados en mampuesto con refuerzosde sillares, y forman grandes estancias longitudinalesque facilitan la distribución y el trasiego en torno altemplo —se han documentado dos galerías portica-das— así como las actividades comunes de los mon-jes. Llama poderosamente la atención la estanciacentral del edificio oriental, tanto por su anchuracomo por la presencia de basas de pilastras que indi-can una posible solución abovedada o la existenciade un segundo piso.43

Del análisis de estos conjuntos podemos extraerlas siguientes conclusiones acerca de la arquitectura

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40 De forma tradicional se había situado este famoso ceno-bio en la zona levantina, junto a Valencia, dado que Eutropioocupó, tras su cargo de abad, esta silla episcopal. La nuevaubicación del monasterio servitano junto a la ciudad con-quense ya es manejada por Linage (1980: 368), tras exponerlas dudas acerca de su tradicional adscripción a la diócesis deValencia. Las razones para la asociación con la ciudad deErcavica pasa, en primer lugar, con la identificación de dichaurbe con la Arcavica de época visigoda y, fundamentalmente,con la epístola que Eutropio, siendo abad del servitano, dirigeal obispo Petrum episcopus Ircavicensem (Díaz y Díaz,1958).

41 Tras la propuesta de Linage, la posterior excavación dellugar de Ercavica (actual castro de Santaver) proporciona al-gunos datos que invitan a buscar por su entorno el famosomonasterio. Osuna (1977: 25) excava un conjunto rupestrecon una necrópolis asociada en la misma falda de la ciudadromana considerando este complejo troglodítico como pleno-medieval. El estudio de materiales posterior realizado porMoncó (1986: 256) ofrece una cronología de hacia el siglo V,barajando como posibilidad su carácter monástico y sin conje-turar nada en torno al monasterio de Donato y Eutropio. Esteautor, sin embargo, ya habla de un edificio cercano a la ciudad(con el nombre «El Ejido») para el que intuye una función re-ligiosa que cabría relacionar con el eremitorio rupestre. SeránBarroso y Morín (1994), quienes propongan definitivamentela completa identificación entre un edificio excavado en el lu-gar conocido como Vallejo del Obispo –desconocemos si setrata de una variante toponímica de «El Ejido» o realmente esotro el lugar propuesto– y el monasterio servitano. Allí identi-fican un espacio litúrgico, almacenes e incluso celdas. Estaopinión sigue siendo mantenida hasta nuestros días, inclusopor otros autores (Id: 1996, 2003 y Martínez Tejera, 2006:78), aunque estos argumentos han sido cuestionados (Caba-llero, 2006: 114).

42 A pesar de la rigurosa aplicación del método arqueoló-gico de trabajo en extensión y la multiplicación de datos estrati-gráficos, la cronología absoluta obtenida no logra precisar elmomento fundacional del monasterio. El marco temporal ofre-cido por la secuencia cerámica y los análisis de carbono 14 nosdesplazan a un momento indeterminado del siglo VIII (Caba-llero, 2004: 357, Id. 2006: 137 e Id. Murillo, 2005: 258). Encualquier caso estamos completamente de acuerdo con su exca-vador en que una iniciativa constructiva de tal magnitud se hade identificar, conceptualmente hablando, con la actividad mo-nástica desarrollada en el Toledo del siglo VII pues, ademásconsideramos que da continuidad a una tradición de fundacio-nes piadosas extraurbanas que hemos venido rastreando desdelos primeros tiempos del cristianismo encarnada en figurascomo Paulino de Nola (siglo V), Minicea y el monasterio servi-tano (VI) y la fundación de San Félix de Totanes por parte delmatrimonio toledano en el siglo VII. La actividad y fundaciónde centros monásticos no cesa el año 711, tal y como demues-tran los estudios de las fuentes correspondientes al siglo IX cor-dobés. Falta aún por conocer en qué medida este ejemplo puedeser llevado a otros territorios de al Andalus dada la presumibleheterogeneidad y los múltiples factores dominantes en la socie-dad andalusí previa al califato omeya.

43 Resulta complicado imaginar un edificio de servicio contal monumentalidad por lo que, con todas las reservas posibles,bien podría haber acogido la residencia del abad o, en todocaso, el refectorio común.

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residencial desarrollada en la transición entre elmundo tardoantiguo y al Alta Edad Media.

1. Se repiten, con mayor o menor precisión, esque-mas básicos procedentes de la arquitectura domésticaromana, como las estructuras en torno a un patio o pe-ristilo (casos de El Germo o Vallejo del obispo) o lasgrandes salas rectangulares con pilares centrales ycontrafuertes como solución para el establecimientode un segundo piso (Recopolis y Falperra).

2. Jerarquías eclesiásticas y civiles, en tanto queherederos del sistema gubernamental romano, son losque mantienen intacto el deseo de construcciones mo-numentales. Las viviendas de aquellos sectores menosfavorecidos, en cambio, se caracterizarían por la ex-trema sencillez o la amortización y compartimenta-ción de edificios de época anterior.

3. En la gran mayoría de los ejemplos presentadosse ha certificado una pervivencia de las estructuras enun momento posterior a la conquista islámica.

Trasladadas al ámbito conventual, se pueden sin-tetizar en una única; previsiblemente las grandesempresas monásticas nacidas al amparo de poderessuperiores (religiosos o civiles) seguirán modelos ar-quitectónicos tardorromanos y disfrutarán de carac-terísticas materiales propias de la arquitectura pala-tina mientras que para el resto de cenobios seríahabitual la presencia de edificios humildes, de es-casa complejidad e, incluso, con un elevado protago-nismo de materiales como la madera o el barro.

4. UNA HIPÓTESIS INTERPRETATIVA

A lo largo de este trabajo hemos venido insis-tiendo en el distanciamiento evidente entre el con-cepto monasterio y el monasterio como realidad cons-tructiva. La ambigüedad de las fuentes y la ausenciade excavaciones aumentaban de manera considerableesta brecha hasta llegar a la paradójica situación deconsiderar el monacato hispano de la séptima centuriacomo un fenómeno eminentemente rural y, sin em-bargo, concederle la extraordinaria virtud de protago-nizar los más importantes acontecimientos religiosos,culturales y políticos de aquel siglo.

La ciudad tardoantigua es, desde el punto de vistareligioso, una realidad bipolar.44 Las grandes urbestardorromanas e hispanovisigodas disfrutan de dos, oen algunos casos más, focos de atracción devocional y

de sumisión jerárquica; el complejo episcopal y elconjunto funerario, esto es, la catedral y la basílicamartirial, éste último como fruto del imparable as-censo del culto a los santos. ¿En qué medida se puedesuponer la participación activa de comunidades mo-násticas dentro de estos centros?

Uno de los rasgos más notorios en la topografíacristiana de las ciudades tardoantiguas es la apariciónde espacios destinados de forma exclusiva a la venera-ción de las reliquias de quienes con su vida pagaron ladefensa de la fe cristiana. El héroe clásico encuentra sucontrapartida en la figura del mártir, en torno a la cualse generará un complejo de culto y peregrinación cuyaorganización, difusión y salvaguarda permanecerá, contoda probabilidad, en manos de una comunidad monás-tica. Lo habitual es que el culto principal se establezcaen el lugar en el que el mártir sufrió el castigo o dondeéste fue enterrado (los cementerios romanos extraurba-nos provocaron el que las basílicas martiriales crecie-ran en estos suburbios, convirtiéndose en un importantefactor de desarrollo de estas zonas de los alrededoresde las grandes ciudades). Tal y como aparece en lostextos, fueron construidas monumentales basílicas amodo de inmensos relicarios que sirvieron para acogergrandes cantidades de peregrinos (excepcionales en elcaso de celebrar el natalicio del santo). Resulta casiobligada la presencia de un colectivo encargado de laorganización y control de estos importantes centros re-ceptores de peregrinos y donaciones ¿quiénes mejorque un grupo de monjes o clérigos? Esta idea es reco-gida como parte fundamental de la transformación delas ciudades cristianas (García Moreno, 1977: 319 eId., 1993: 185), fundamentalmente en lo que respecta ala zona inmediata al trazado murario de la ciudad ro-mana, el suburbium (Id., 1999: 10). Es sin lugar a du-das en las zonas originalmente ocupadas por las necró-polis paganas donde la incidencia del cristianismotendrá una mayor repercusión, modificándolas sustan-cialmente, cambios que se han podido documentar gra-cias a las recientes intervenciones arqueológicas.

García Rodríguez (1966: 391) analiza la estrechavinculación entre monacato y basílicas martiriales, aña-diendo además la peculiar relación entre éstas y losepiscopados correspondientes. Se establece así una «in-terdependencia» a través de la cual el obispo se con-vierte en el primer benefactor de tales conjuntos mien-tras que este monasterio pasa a ser la «cantera» de lacual se nutre dicha diócesis.45 Uno de los casos más

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44 El mismo término utiliza P. Mateos (2005: 59) al exponercómo esta bipolarización de la ciudad tardoantigua sienta susbases en la presencia de un poder religioso oficial (episcopadointra muros) frente a uno más popular y devocional (basílicamartirial extra muros).

45 Para C. Godoy (2005: 65) esta es una señal de la impor-tancia y prestigio que poseen las reliquias pues, según ella, lle-garon a ocupar el lugar más importante en la oración de la curiaepiscopal, por encima de las iglesias principales o catedrales.

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temprano y mejor documentado es el del senador deorigen galo Paulino de Nola46 y el cariño que demues-tran sus poemas hacia los restos de los mártires, espe-cialmente San Félix en Cimitile (Nola,47 Italia) y las delos mártires de Complutum. En torno al sepulcro deSan Félix creará junto a su esposa Terasia, de origenhispano, una comunidad monástica encargada de guar-dar y organizar el inmenso flujo de peregrinos quedesde todos los rincones llegaban para adorar las reli-quias del santo (Carmen XIV, 45-55). En Complutum,junto al sarcófago de unos mártires de los que no citanombre, debió enterrar a su hijo recién nacido48 (Car-men XXXI, 598-610). Gracias a sus poemas, general-mente compuestos para celebrar el natalicio de San Fé-lix, podemos reconstruir la vida cotidiana de sucomunidad, los edificios que la componen e incluso surelación con el obispado cercano en el que, finalmente,acabó ocupando la silla el propio Paulino.

En el siglo VII el apoyo de las sedes episcopalescorrespondientes, el crecimiento del fenómeno mo-nástico y la alianza con los poderes civiles traeránaparejada la definitiva implantación e institucionali-zación de los santos mártires hispanos.49 Se crearáuna liturgia de los santos, es decir, un calendario con-memorativo que recoge los natalicios de los mártiresy confesores y durante la cual se insertará la lecturade la passio correspondiente durante el oficio noc-turno. Se hace necesaria la fijación definitiva de lavida y el sacrificio de los innumerables santos locales,de tal forma que se va generando un gran número detextos que recuerdan la legendaria historia de cadauno de ellos. Hacia finales del siglo VII y, con todaseguridad, para el VIII se ha establecido de forma defi-nitiva el libro litúrgico que recoge todas las actas mar-tiriales, el conocido como Pasionario Hispánico(García Rodríguez, 1966: 74).

Tal y como hemos descrito, la instauración delculto martirial en los suburbios de las más importan-tes ciudades de la tardoantigüedad hispana llevaráasociada una modificación del espacio en el que éstese instala. El elemento más evidente, en tanto quesirve como polo de atracción para estos conjuntos, esla basílica funeraria y en torno a ella se crea un com-plejo destinado a satisfacer, entre otras muchas, dosde las necesidades derivadas de este fenómeno; el

flujo constante de peregrinos y el enterramiento adsanctos. Su desarrollo, en ambos casos, constituyeuna variación en el desarrollo arquitectónico de igle-sia y espacio inmediato, pero también una de las prin-cipales fuentes de ingresos de estos centros.

Necrópolis ad sanctos y edificios destinados alcuidado de peregrinos serían por tanto indicios de en-contrarnos frente a un complejo de culto martirialcuya gestión, de acuerdo con lo expuesto, correspon-dería a una comunidad monástica o formada por cléri-gos. Hemos tratado de aplicar este axioma en algunosde los centros de culto martirial durante la tardoanti-güedad hispana incidiendo, allí donde se pueda, en lasexcavaciones llevadas a cabo y detallando los hallaz-gos que pudieran ser puestos en relación con la pre-sencia de cenobios dentro de sus muros, siendo éste elresultado

Santos Justo y Pastor (Complutum/Alcalá de Hena-res) [Fig. 2a]. Por el poema 31 de Paulino de Nola seconoce la existencia de una necrópolis ad sanctos enla ciudad complutense hacia el año 392 o 393.50 Por elHimno IV del Peristefanon de Prudencio conocemosque allí se veneraba a los santos niños Justo y Pastor,de lo que se deduce que su culto había alcanzadocierta importancia dentro del primitivo cristianismohispano (Vallejo, 1992: 54). Ningún dato aportanacerca de quien partió la iniciativa de crear y mante-ner este centro martirial.

La respuesta parece encontrarse un texto muy pos-terior, cuando San Ildefonso en su Viris Illustribus, re-dactado entre los años 657-667 (Codoñer, 1972: 32),nos habla de cómo el obispo Asturio de Toledo encon-tró las santas reliquias y decidió darles la «gloria pú-blica» que por su importancia les correspondía (Va-llejo, 1999: 205) lo que, en términos prácticos, setraduciría en la construcción, cuando menos, de unmartyrium y no se debe descartar si de alguna instala-ción asociada para su cuidado.

La abundancia de datos textuales y la continuidaden el culto a las reliquias hacían del todo imposible el

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46 Utilizamos para sus textos la traducción de J. J. Cienfue-gos (2005).

47 En la región de Campania de la que había sido senadorcon anterioridad.

48 Posiblemente los Santos Justo y Pastor. Ver infra.49 Así se deduce de la lectura de algunos textos hagiográfi-

cos redactados en el siglo VII, como las Vidas de los Santos Pa-dres de Mérida o la Vida de San Millán.

50 En este texto Paulino consuela a Neumancio y Fidela porla muerte de su hijo Celso, de apenas ocho años. Para ello, ade-más de recordarles la gracia de Dios para con los niños, les ex-pone el ejemplo de su propio hijo, quien murió de corta edad yfue enterrado junto a los mártires de Complutum, de quien noda nombres.

(Poema, 31, 598-610): «A él lo dejamos en la ciudad deCompluto confiado a los mártires vecinos, unido a ellos en elvínculo de la sepultura, para que de la vecina sangre de lossantos extraiga con qué rociar nuestras almas cuando estén enaquel fuego».

Este texto prueba la existencia de, al menos, una memoriaen torno a la cual eran enterrados los miembros de la comuni-dad cristiana de la ciudad.

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Fig. 2. a) La catedral magistral de Alcalá de Henarés. Zona excavada (Sánchez y Olmo, 1999); b) topografía cristiana de Mérida(Mateos, 1995); c) El conjunto paleocristiano junto al Francolí. Tarraco (López, 1997); d) Iglesia triconque del conjunto de

Cercedilla en Córdoba (Hidalgo, 1992); e) El edificio hallado bajo iglesia de Santa Leocadia de Toledo (Palol, 1991).

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que no se asociara el posible martyrium tardorromanocon el edificio que actualmente ocupa la Catedral Ma-gistral de la sede alcalaína (Méndez y Rascón, 1989:179, Id.,: 96, Rascón, 1997: 656, Id., 1999: 61, Id. ySánchez, 2000: 240). La ubicación de la actual cate-dral, justo dentro del tejido urbano de Alcalá de Hena-res, dificulta notablemente las labores de identificaciónarqueológicas del supuesto martyrium. Son abundanteslos hallazgos en su entorno que hablan de la existenciade necrópolis y restos edilicios fechados en época vi-sigoda (Rascón y Sánchez, 2000: 241 y Sánchez yOlmo, 1999: 368), pero la excavación puntual de deter-minadas zonas del interior de la catedral magistral noofrecen datos contundentes acerca de la localizacióndel conjunto martirial (Benito et alii, 1999).

Santa Eulalia (Emerita Augusta/Mérida). La impor-tancia del culto de la mártir Eulalia tiene como avallas abundantes fuentes textuales, la continuidad delmismo y los importantes restos arqueológicos quepueden ser puestos en relación con su veneración porparte de la ciudadanía emeritense. Es, sin lugar a du-das, el anónimo texto de las Vidas de los Santos Pa-dres de Mérida el que mayor número de referencias, ymás jugosas, nos proporciona del conjunto martirial,de su composición y de la devoción que despierta en-tre los habitantes de la ciudad y los ocupantes de la si-lla episcopal emeritense. Gracias a esta obra, escritaen la séptima centuria, sabemos la existencia de unmonasterio en su entorno (I, 1-2),51 de la construcciónde un hospital para peregrinos, enfermos y pobres dela colonia (V, III, 2-5), de la costumbre de sepultar enel interior de la basílica (I-28) y de ser lugar de des-canso para los obispos de Mérida (IV, 8), tanto en vidacomo después de ella.

La continuidad en el culto medieval de Eulalia,materializada en el templo actual, no dio pie a las es-peculaciones o identificaciones erróneas de la basílicatardorromana. Los restos arqueológicos exhumadosen las últimas décadas han venido a confirmar, casi deforma modélica, lo que las fuentes exponían (Mateos,1999)52 e incluso fuera de la propia basílica, pero den-

tro de su área de influencia, han servido para la identi-ficación de un gran edificio excavado como el xeno-dochium fundado por Masona (Mateos, 1995: 315)[Fig. 2b].

La sorprendente adecuación entre referencias do-cumentales y hallazgos arqueológicos sirve para con-firmar la existencia de un monumental conjunto deedificios auxiliares dependientes directamente de labasílica martirial, entre ellos al menos, dos monaste-rios (Vives, 1942, Camacho, 1988: 205, Mateos,2000a 510, Id. 2000b: 230, Id. y Alba, 2000: 151).Para llegar a esta conclusión, además de las referen-cias mostradas a través de las Vidas, los autores se re-miten a la aparición de dos inscripciones que registranla existencia de una Domus Eulaliae (año 638) y la re-paración de una puerta durante el gobierno de Eugeniavirginum mater (año 661). La prueba más contundentees de naturaleza material y la compone el hallazgo deun espectacular edificio que fue identificado en base ala cronología otorgada, la funcionalidad de su tra-zado53 y paralelos extranjeros, como el albergue fun-dado por el obispo Masona (Mateos, 1995).

Innumerables Mártires y Santa Engracia (Caesa-raugusta/Zaragoza). Que existía un monasterio anejoa dicha basílica martirial nos lo confirma Ildefonso deToledo, quien al incluir entre su catálogo la figura deEugenio II nos dice en su capítulo XIII que: «Él, aun-que era un clérigo destacado de la Iglesia de Toledo,disfrutaba con la vida monacal. Marchando a la ciu-dad de Zaragoza sin ser advertido, se dedicó al cultode los sepulcros de los mártires y cultivó su entrega ala sabiduría y a la vida monacal de modo irreprocha-ble» (Codoñer, 1972: 133). Centro de importantísimavida cultural y religiosa en la ciudad, tiene el honor deocupar un lugar de referencia para los prelados de di-cha sede, como suele ser habitual dentro de esta doblevía entre martyrium y episcopium. Conocemos un do-cumento de donación del siglo X que hace suponer sucontinuidad en época mozárabe (Fatás, 1998: 65), paraarribar al pleno medievo, primero como comunidad ca-nonical de clérigos regulares y, finalmente, ser consti-tuido un monasterio jerónimo por parte de Juan II.

La infructuosa excavación54 en la cripta de SantaEngracia desanima a pensar que ésta ocupe el lugar

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51 Utilizamos la traducción de Camacho (1988).52 En las conclusiones a dicha obra (197-201) se resumen

los resultados de las excavaciones y su adecuación con la se-cuencia histórica propuesta a través de las fuentes escritas. Laaplicación del método Harris de excavación en área trajo con-sigo un registro amplísimo de unidades estratigráficas y activi-dades, de tal forma que se estableció con precisión la existenciade varias etapas de ocupación y transformación del edificio ysu subsuelo. Se pudo constatar la existencia de un martyrium (omemoria) que condiciona la construcción de la gran basílica delsiglo V y las reformas registradas en la siguiente centuria bajoel episcopado de Fidel.

53 De una estancia absidada central parte dos alas lateralesrectangulares (40 X 10 metros) con una división tripartita (laparte central un patio abierto) perpendicular al eje central (Ma-teos, 1995: 311).

54 Desconocemos por completo, al no existir publicación alrespecto, las características y desarrollo de dicha intervenciónarqueológica, limitándose su excavador que ésta se localizó«junto al pozo del supuesto martirio».

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del supuesto martyrium (Beltrán, A. 1991: 108). Pesea todo, hasta no llevarse a cabo una intervención enárea que abarque la superficie actual del templo no sedebe descartar esta posibilidad. A pesar de la esterili-dad de los hallazgos bajo la basílica actual se repro-duce aquí el mismo fenómeno que en el caso de Com-plutum, actuando como «epicentro» con el que serelacionan todos los hallazgos de cronología tardoan-tigua excavados en sus proximidades. Sucede así conlos restos de un edificio con pavimento musivo en-contrado al final de la calle Costa (Aguarod y Mosta-lac, 1998: 52)55 y con la necrópolis de sarcófagos cu-biertos con mosaico halladas en la calle Mosén PedroDosset (Galve y Blanco, 2001, Id., 2005).

San Félix (Gerunda/Gerona). Aunque relativamentedistantes en el tiempo, existen fuentes literarias queconfirman la presencia de un edificio martirial dedi-cado al santo gerundense desde, al menos, finales delsiglo VI y, muchas de ellas parecen indicar que, dentrodel complejo, se incluyó un monasterio al que se leotorgó su gestión y protección.

El sucesor del obispo Juan (el famoso biclarensede la crónica), llamado Nonito, será incluido por Ilde-fonso en su nómina de varones ilustres (Cap. IX). Deél destaca su vocación monacal —virtud ésta posible-mente heredada de su antecesor— así como su dedi-cación al cuidado del sepulcro de San Félix (Codoñer,1972: 129). Tras la corta y, presumiblemente, poco in-tensa presencia islámica en la ciudad, los documentosde época carolingia parecen registrar la continuidad yla reactivación en el culto. Todo parece indicar que, apartir de este momento, la iglesia de San Félix (si-tuada a escasos metros de la puerta septentrional delas murallas, a los mismos pies de la Via Augusta) co-mienza a perder protagonismo dentro de la comuni-dad cristiana gerundense56 debido la creación de un

centro episcopal intramuros en torno a la nueva cate-dral de Santa María (Nolla y Sagrera, 1999: 78). Enun documento del siglo X se menciona la construcciónen este espacio —actualmente ocupado por el palacioepiscopal— de un xenodochium (se usa específica-mente el vocablo de origen griego) en relación con lanueva catedral. La utilización de dicho término, encierto modo arcaizante, unido a la indudable existen-cia de peregrinaciones mucho antes del siglo X, hacepensar en la posibilidad de que, junto al martyrium deFélix existiera un albergue que fuera sustituido por elahora mencionado (Amich y Nolla, 2001: 89),57 co-brando mayor fortaleza la presunta existencia de uncentro monástico a su cargo.

Los restos materiales, sin embargo, se encuentrana una distancia notable de lo expuesto a través de lasfuentes, puesto que se limitan a algunas piezas deco-radas (Amich y Nolla, 1992: 70), un escueto sondeoarqueológico (Nolla y Sureda, 1999: 19, Canal et alii,2000: 19 y Amich y Nolla, 2001: 78) y el conjunto desepulcros tardorromanos hoy expuestos en el presbi-terio de la iglesia tardorrománica (Nolla y Sureda,1999: 17)

San Fructuoso (Tarraco/Tarragona) [Fig. 2c]. En elaño 1914, bajo los terrenos de Tabacalera junto al ríoFrancolí extramuros de la ciudad romana, fue exca-vado un monumental edificio de planta basilical conrecintos funerarios adosados y al que se asocia unaespectacular necrópolis de más de un millar de inhu-maciones de diverso tipo, entre ellas las de las másrelevantes figuras del primitivo cristianismo tarraco-nense. Los sepulcros cubiertos con mosaico propor-cionan una datación entre la segunda mitad del si-glo IV y la primera de la siguiente centuria, en tantoque los muros de la basílica cortan algunas inscripcio-nes fechadas ya a principios del V, de tal forma que lacronología resultante supera los límites de esta fecha(Amo, 1999: 173), siendo imposible que pudiera ha-ber sido contemplada por Prudencio. No obstante, si-guiendo el ejemplo emeritense, resulta probable queel origen de tan espectacular conjunto fuera un mau-soleo anterior (Gurt y Macías, 2002: 94), incluso uno

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55 Ante la indefinición del mismo y la proximidad a la ac-tual iglesia de Santa Engracia, estos autores indican que:«…con esta basílica tuvo que haber en estrecha relación otraserie de edificios como oratorios, monumentos funerarios, etc.,con los que habría que relacionar la estructura arquitectónicapavimentada a diferentes alturas con mosaico teselado poli-cromo hallada al final de la calle Costa, y que bien podría rela-cionarse con un martyrium» ¿El propio martyrium de Sta. En-gracia? ¿El de los Innumerables? ¿Tal vez se refieran a unamemoria, aunque pudiera ser también pagana?.

56 Nos encontraríamos ante un rara avis dentro de la topo-grafía cristiana de las ciudades hispánicas, el que la basílicamartirial extramuros fuera, a su vez, la sede episcopal. Así pa-rece desprenderse de la lectura de la documentación de épocacarolingia.

Año 891 (u 892). Bula del papa Formós para la recupera-ción de dicha silla por el obispo Servusdei, se lee: «…priuile-gio confirmare dignaremus omnes mobiles eiusdem Gerunden-sis Ecclesiam in honorem Sanctae Dei genitricis et semper

uirginis Mariae Dominae nostrae ubi beatus Felix Christi mar-tir corpore reciescit…» (Amich, 2002: 381).

Año 892: «et hodie debent esse ista omnia superius scriptade Sancta Maria quod est infra muros Gerunda ciuitate etSancto Felice qui est fundatus ante Gerunda ciuitate uel de istoepiscopo, cuius iste Odilanus presbiter mandatarius potestatede Sancta Maria et Sancto Felice…» (Canal et alii, 2000: 37).

57 Según estos autores la carta de Braulio de Zaragoza aPomponia, hermana del obispo Nonito, tras la muerte de éste ydonde enumera como su virtud principal la costumbre de aco-ger peregrinos y enfermos, confirmaría esta hipótesis.

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de los que aparecen relacionados con los muros deledificio basilical. Sea como fuere parece indudableque una necrópolis ad sanctos de tal magnitud sólopuede estar relacionada con las tres figuras más im-portantes de la persecución del cristianismo en la ciu-dad; Fructuoso, Agurio y Eulogio.58

Por otro lado, en los años -90 del siglo pasado laconstrucción de una gran área comercial junto a labasílica del Francolí facilitó el hallazgo de otro edi-ficio religioso de planta basilical precedido de unimportante atrio, así como un espacio residencialque flanqueaban una de las vías de llegada al marty-rium, apuntando sus investigadores (López, 1997:64), entre otras, la posibilidad de encontrarnos frentea un monasterio59 que, de resultar cierta, tendría unaclara relación con la organización del culto, la pere-grinación y la hospitalidad del centro martirial deFructuoso. Tampoco hemos de olvidar las referen-cias tempranas a posibles monasterios en la ciudadde Tarraco, entre ellas la epístola de Consencio aAgustín y el epitafio de metropolitano Sergio (Sales,2000: 38).

San Vicente (Valentia/Valencia). Los espacios enlos que se desarrolla su juicio, martirio y descubri-miento del cuerpo han dado origen a los conocidoscomo «lugares vicentinos», siendo muchos de ellossusceptibles de haber acogido una memoria, unmartyrium o generar un centro monástico e inclusoepiscopal. La adecuación entre estos lugares y los ha-llazgos arqueológicos, pese a la intensidad de éstosúltimos en la zona de l’Almoina, no acaba de ser per-fecta. No obstante, la mayoría de los autores coinci-den en señalar el monasterio de San Vicente de la Ro-queta como el núcleo original del culto al mártirVicente. Su situación junto a la Via Augusta y su pro-longación cultual y funcional hacen de él un lugaridóneo para ubicar el principal lugar de culto vicen-tino en la ciudad del Turia, y así lo han recogido latradición y la historiografía, ya desde el siglo XIX

(García Rodríguez, 1966: 257-278). Pese a todo esto,estamos de acuerdo con Linage (1980: 386) en,cuando menos, establecer que las fuentes son, en este

caso, menores que el peso de la tradición60 y que,como veremos a continuación, las evidencias arqueo-lógicas tampoco son mucho más explícitas. En el año1985 se intervino en la zona del claustro hallándoserestos fechados en el período tardoantiguo y que secomponían de un sepulcro de plomo y restos de te-gula y vidrio posiblemente relacionado con éste (Ri-bera y Soriano, 1987: 149). Aunque escasa, esta erala prueba definitiva para poder relacionar este lugarcon el aquel donde se recogió y fue venerado elcuerpo de Vicente, una necrópolis cristiana asociadaa su sepulcro. La bibliografía posterior lo registra deforma unánime (Blasco et alii, 1992: 189, Soriano,1996, Ribera 2000b; 26, Soriano Gonzalvo y SorianoSánchez, 2000: 46 y Ribera, 2005: 211).

San Acisclo y San Zoilo (Corduva/Córdoba)[Fig. 2d]. El caso del conjunto suburbano tardoanti-guo excavado en el lugar Cercadilla (a unos 700 me-tros al noroeste de las murallas de la Córdoba ro-mana) no permite, por el momento, establecer unarelación clara con alguno de los mártires ejecutadosen la época de las grandes persecuciones.

Parece totalmente confirmado que algunos de losedificios fueron posteriormente adecuados para suutilización como por parte de la comunidad cristiana.El caso más evidente es el del espacio triconque delcierre norte del criptopórtico. Su aula fue articuladaen tres naves y en torno a su cabecera se instala unanecrópolis que hubo de tener su origen en la devocióna alguna reliquia, es decir, un cementerio ad sanctosvinculado a un recinto martirial y con una estrecha re-lación con el episcopado cordobés, puesto que en suentorno fueron encontrados elementos pertenecientesa prelados de dicha diócesis.61 La primera interpreta-ción fue considerarlo como la basílica dedicada a unode los antiguos mártires cordobeses mencionado en elPeristefanon de Prudencio, San Acisclo (Hidalgo yMarfil, 1992: 280), de manera que el lugar elegidopara levantar el martyrium sería aquel en el que elsanto sufrió tormento o el que la tradición cristiana re-cogía como tal (Hidalgo y Ventura, 1994: 233). Según

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58 En el himno IV del Peristefanon, Prudencio anuncia laconstrucción de una basílica en su honor.

59 La reciente publicación de un monográfico (López,2006) dedicado a este importante conjunto religioso ha permi-tido matizar la cronología del mismo –ahora trasladada hacia elmomento de cambio entre los siglos IV y V (Id.: 218)–, así comola función monástica de la basílica septentrional (Id:.272). Elmismo autor, en cambio, propone la identificación de las es-tructuras arquitectónicas halladas al sur de la basílica meridio-nal, como un posible cenobio fundado a mediados del siglo VI

(Id.: 252).

60 Otro de los argumentos utilizados para identificar el lu-gar con un monasterio anterior a la conquista islámica es sumantenimiento en época mozárabe, aglutinando un importantenúcleo de población cristiana en su entorno. Si bien esto entra-ría en contradicción con la versión musulmana que nos cuentacómo sus reliquias fueron trasladadas por un grupo de monjeshasta el cabo del mismo nombre en el sur de Portugal, constru-yendo la que se conoce como «iglesia de los cuervos» (Pérez deUrbel, 1942: 39).

61 En concreto la lápida sepulcral del obispo Lampadiusreutilizada en un enterramiento mozárabe y el anillo del obispoSamson (Hidalgo y Marfil, 1992).

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las fuentes, la basílica de San Acisclo fue protagonistaen algunos acontecimientos bélicos de la Córdoba tar-doantigua62 (Pérez de Urbel, 1933: 521) lo que con-lleva la necesidad de contar con una arquitectura po-derosa que, en el estado actual de las investigacionesarqueológicas en la ciudad, sólo puede ser ofrecidapor alguno de los edificios aparecidos en el conjuntode Cercadilla (Hidalgo, 2002: 365).

Una segunda opción es la presentada por Marfil(2000 a y b), para quien el edificio de Cercadilla seríala basílica paleocristiana de San Félix sobre la que, entiempo del rey Sisebuto y por orden del obispo Aga-pio,63 se alzó el martyrium dedicado a otro de los már-tires cordobeses, San Zoilo.

En lo que a nuestro estudio afecta, cualquiera de lasdos versiones apuntadas ofrece la posibilidad de rela-cionar las sedes martiriales cordobesas con la actividadmonástica, incluso en un momento posterior a la con-quista islámica.64 Son los textos de Eulogio de Córdobalos que nos proporcionan datos más precisos. De SanAcisclo señala la existencia de una escuela clerical enla que se formó el presbítero Perfecto (Memorial de losSantos, Libro II. Cap. I), mientras que San Zoilo fue ellugar donde él mismo llevó a cabo su aprendizaje ecle-siástico y, tal y como se ha mencionado anteriormente,su origen se halla en una congregación monástica esta-blecida el año 613 por el obispo Agapio. En nuestraopinión, cualquiera de los múltiples edificios documen-tados en el imponente conjunto cordobés pudo ejercer,con las adecuadas remodelaciones, como lugar de resi-dencia de una comunidad cenobítica.

La imparable penetración del cristianismo dentrodel tejido social ha convertido a estos centros marti-riales y monásticos en uno de los referentes sobre losque se sustentan los poderes eclesiásticos y civiles du-rante todo el siglo V y, fundamentalmente, el siglo VI.Para cuando se produce el reencuentro de ambas insti-tuciones en el año 589 es necesario crear esta «esce-nografía» del poder en la ciudad que acoge la corte vi-sigoda. Si bien Toletum debía contar ya con unaimportante comunidad cristiana desde el siglo IV (allíse celebró un concilio nacional en el año 400), seránecesario acrecentar el prestigio de su sede episcopalasí como de su basílica martirial, además de levantar

un complejo palatino capaz de armonizar la unión delos dos grandes poderes de la nueva monarquía cató-lica, en definitiva, dotar a la capital del estado de unatopografía similar a la que presentaban las grandes ur-bes de la cristiandad, Constantinopla y Roma.

Santa Leocadia (Toletum/Toledo) [Fig. 2e] será la fi-gura elegida en torno a la cual concentrar el culto mar-tirial en la nueva capital del estado godo y, con éste, laconformación de un conjunto basilical extramuros losuficientemente importante como para acoger conci-lios, dar sepultura a obispos y reyes y, posiblemente,albergar un monasterio. La construcción de la basílicaencomendada a guardar sus restos es fruto de una ini-ciativa regia, si tomamos como auténtica la menciónque hace Eulogio de Córdoba en su Apologético de losMártires, XVI, escrito hacia el año 857.65

Sea como fuere, lo cierto es que las fuentes escri-tas registran su existencia a partir del año 633, cuandoen sus dependencias se celebre el IV concilio de To-ledo en presencia del rey Sisenando —donde, curiosa-mente, se concede un gran protagonismo los cánonesdictados para regular la disciplina de clérigos, monjesy obispos (Vives, 1963: 201)—, inaugurando la seriede reuniones celebradas en la basílica martirial tole-dana, a saber: concilios V (636), VI (638) y XVII(694). Tal y como nos narra Ildefonso de Toledo, en elcapítulo XIII de su Viris Illustribus en su interior semandó enterrar Eugenio II (Codoñer, 1972: 135). Di-versas fuentes nos hablan de la continuidad de dichoespacio como lugar de enterramiento para los prela-dos toledanos —el propio Ildefonso y su sucesor, Ju-lián— e incluso como panteón real, dado que, segúnalgunas crónicas posteriores al 711, allí recibieron se-pultura Suintila, Sisenando, Wamba y Witiza. (Veláz-quez y Ripoll, 2000: 557).

Las posibilidades de que este importante centrofuera atendido por una comunidad monástica parecen

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62 Sus muros fueron utilizados como lugar fuerte en el queresistir las acometidas de los ejércitos enemigos. El caso mejorconocido se produjo durante la conquista islámica de la ciudad.

63 Junto a dicha basílica mandó construir, además, un mo-nasterio para cien monjes (Riesco Chueca, 1995: 246).

64 Esta continuidad también está certificada, en el caso de lanecrópolis de Cercadilla, a través del registro arqueológicodonde incluso se experimenta un aumento en la densidad de in-humaciones de época emiral (Fuertes e Hidalgo, 2001: 161).

65 «Nació, en efecto, el heresiarca Mahoma en tiempos delEmperador Heraclio, en el séptimo año de su reinado, co-rriendo el 618. En esta época el obispo de Sevilla Isidoro brillóen la doctrina católica y Sisebuto ocupó el trono real en To-ledo. En la ciudad de Idulgi se edifica la iglesia de san Eufra-sio sobre la tumba del mismo; en Toledo se levanta también pororden del antedicho rey el templo de santa Leocadia, de mara-villosa factura y gran altura…» (Eulogio, 2005: 202) Aunque,tal y como apuntan Velázquez y Ripoll (2000: 556), este textopodría hacer referencia a la reconstrucción o ensalzamiento deun templo anterior y no del levantamiento ex novo de una basí-lica. Resulta lógico pensar esto, dado el «desfase» cronológicoentre los acontecimientos capitales que llevaron a Toletum aconvertirse en sede del gobierno y el levantamiento de una ba-sílica de estas características. Por otro lado, es presumible queexistiera en el lugar una que indicara el lugar de enterramientode una figura que debería despertar un limitado culto de carác-ter local.

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aumentar ante la existencia de un abad de la santaiglesia de Leocadia, llamado Valderedus, cuya rúbricafigura entre los componentes del ordo abbatum quefirman el XI Concilio de Toledo (Vives, 1963: 369).

Entre los años 1972 y 1975 se llevaron a cabo ex-cavaciones frente a la fachada occidental de la iglesiamudéjar de Santa Leocadia y en el exterior sur de lamisma (Palol, 1991). A pesar de que no se pudo certi-ficar la presencia de una necrópolis correspondienteal periodo hispanovisigodo, el resultado de estas in-tervenciones parciales arrojó como principal fruto laexistencia de un extraordinario edificio de monumen-tales dimensiones del que sólo fue posible documen-tar un ángulo del mismo. Se trata de una construcciónrealizada a base de muros de sillería paralelos con elinterior relleno de ripio de cal y piedra menuda (Id.:797). Sus paramentos exteriores se verían jalonadospor la presencia de contrafuertes que son indicio deplantas superiores o cubiertas en piedra.

Corresponde ahora el turno de valorar la posibili-dad de que también el otro polo de atracción cristianaen la ciudad tardoantigua diese cabida a comunidadescenobíticas encargadas de su organización espiritual ymaterial, esto es, la posibilidad de que los conjuntoscatedralicios hispanos contaran entre sus dependen-cias con algún monasterio.66 Este enfoque tiene comoimportantísimo punto de apoyo un mejor conoci-miento de la realidad material puesto que, al contrarioque los establecimientos eclesiásticos rurales, la acti-vidad arqueológica centrada en el estudio de los con-juntos catedralicios tardoantiguos ha experimentadoun enorme desarrollo en los últimos tiempos.

Cuando Eusebio de Vercelli, San Martín de Tourso San Agustín de Hipona se rodean de comunidadesclericales (Linage, 1973: 460), sometidas a una regla,viviendo en común dentro del recinto episcopal, loque se está llevando a cabo, dejando a un lado cues-

tiones de carácter terminológico, es la organizaciónde un cenobio con la particularidad de que la gran ma-yoría de sus miembros han sido ordenados, lo que, sinduda alguna, condicionará sus relaciones con el mun-do que les rodea.

No resulta baladí registrar cómo son muchos losque se apoyan precisamente en las decisiones conci-liares de época hispanovisigoda para confirmar la pre-sencia de vida común del clero en un momento ante-rior al siglo VIII, pues la literalidad con la que seexpresa el Canon XXIV del Concilio IV de Toledo seantoja contundente en este sentido (Esquieu, 1992:16, Claussen, 2004: 14). Es de justicia reseñar, sinembargo, que salvo estas referencias textuales y otrasen las que queda patente el aprecio que los obisposhispanos sentían hacia la institución monástica, nonos ha llegado evidencia alguna acerca de la instaura-ción de un ordo canonicum en tierras del reino visi-godo de Toledo. La consecuencia inmediata de estevacío es la utilización de un método deductivo, in-completo si se quiere, que nos llevará a utilizar los da-tos registrados para otras zonas de la cristiandad occi-dental como camino para determinar su existencia.

Retrotrayéndonos en el tiempo, es la figura deSan Agustín, para algunos el padre de la vida canó-nica (García Lobo, 1987: 18), la que se constituye enel «nudo gordiano» entre ambas instituciones, y suinfluencia dentro del ascetismo hispano se nos an-toja fundamental para comprender el desarrollo delas mismas en nuestro territorio. El tipo de monaste-rio agustiniano posee una indudable raíz cenobíticaasimilada a través de su estancia en Milán junto aSan Ambrosio, pero también se encuentra impreg-nado de la esencia caritativa, asistencial y urbana delos ascetas romanos con los que sin duda conviviódurante casi un año (Langa, 1991: 94). El ideal mo-nástico que propone Agustín se basa, por tanto, en lapobreza evangélica, la caridad y la cura de ánimas,todo ello dentro de un contexto episcopal y urbano(Beltrán, 1996: 339). La pregunta es la siguiente: ¿esposible establecer de manera cuantitativa el grado deinfluencia material del monacato agustiniano en loscenobios peninsulares?

Isidoro de Sevilla67 da cuenta de la persecución ala que fueron sometidos los miembros de la iglesiade Cartago tras la invasión del territorio por parte delos vándalos, y como el rey Unerico «relegó tambiénal más duro destierro alrededor de cuatro mil mon-jes y laicos, hizo mártires; cortó las lenguas de losconfesores…»

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66 Realidad ésta suficientemente constatada para épocasposteriores en toda la cristiandad occidental, con importantesnoticias al respecto en el mundo carolingio –Regla de Chrode-gango de Metz en el 760 y el Concilio de Aquisgrán del 816–,pero especialmente a partir de los siglos XI y XII tras un movi-miento de renovación de la vida clerical que ha sido denomi-nada «reforma agustiniana». La multiplicidad de variantes quela vida en común adquiere de acuerdo con los textos de SanAgustín es fundamental para entender su expansión (Jaspert,2006: 408). Ningún autor concibe que tal tipo de vida en comu-nidad comience a experimentarse en plena Edad Media, sinoque más bien parece que es entonces cuando alcanza verdaderaindependencia con respecto a la vida cenobítica «ortodoxa».Partiendo de tal indefinición, y apoyándonos en fuentes escri-tas, atisbamos la posibilidad de que existan comunidades mo-násticas que desarrollaran su actividad dentro de los límites fi-jados por el episcopium tardoantiguo, comunidades que, dadala inexistente distinción terminológica, serían denominadasmonasterios.

67 Isidoro de Sevilla. Historia Wandalorum (LXXVIII) edi-ción de Rodríguez Alonso (1975: 301).

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Incluso despojando tan dramático texto de la habi-tual carga de exacerbado cristianismo, un dato es in-contestable: la irrupción del pueblo arriano significó unduro revés para la iglesia católica norteafricana,68 loque hubo de conducir a muchos de sus miembros a unaperegrinatio forzosa hacia otras regiones próximas, en-tre las cuales se encontraría sin duda alguna Hispania.Si tomamos las fuentes al pie de la letra podríamosanunciar sin temor a equivocarnos que los principalesafectados por este proceso fueron los obispos y los gru-pos de monjes a éstos vinculados. Recordemos que SanAgustín había fundado su primera comunidad en Ta-gaste el año 388 y que para la irrupción vándala entrelos años 439 y 442 este modelo monástico está plena-mente instaurado en gran número de las sedes episco-pales norteafricanas. Tal éxito es fruto de la actividad«proselitista» de sus muchos discípulos, una actividadque bien pudieron continuar en otras tierras tras la diás-pora de la que nos da noticias San Isidoro.

No resulta ni mucho menos novedosa la considera-ción del monacato norteafricano como una de las prin-cipales fuentes de las que bebe el monasticismo his-pano. Ya Mundó (1957: 83) se encarga de apuntar losprincipales hitos documentales sobre los cuales se sus-tenta dicha influencia. En su artículo spoletino recogelos testimonios de Ildefonso de Toledo y el anónimoautor de las Vidas de los Padres de Mérida acerca demonjes africanos en tierras hispanas (los abades Do-nato, éste acompañado de 70 monjes, y Nancto, respec-tivamente). Nos gustaría, no obstante, hacer hincapiéen el texto del obispo toledano Ildefonso al hablar delabad Donato. Según el texto del capítulo III de su VirisIllustribus «él fue el primero que trajo a Hispania lacostumbre de aplicar una regla» (Codoñer, 1972: 121).Si analizamos de forma literal esta frase deberíamosaceptar que las comunidades hispanas no conocían re-gla alguna hasta la llegada de este grupo de monjesnorteafricanos. Resulta desproporcionado dado loavanzado de la fecha —segunda mitad del siglo VI—,por lo que algunos autores han sugerido (Id.: 51; DíazMartínez, 2006; Martínez Tejera, 2006) que tal nove-dad es la aplicación de la regla de San Agustín. A modode hipótesis se podría plantear que esta excepcionali-dad no sería la aplicación de la regla del santo africanoen los monasterios hispanos sino, tal vez, la de aplicaruna regla dentro de las comunidades de clérigos vincu-lados al episcopado y tampoco resultaría extraño que

fuera Ildefonso, obispo metropolitano, quien consi-derara tal acontecimiento como el inicio de la vida encomún del clero episcopal.

Por otro lado, el Liber Ordinum, en su Ordo XVIII,describe la ceremonia de ordenación del abad de unmonasterio y parte fundamental del mismo es el mo-mento en el que éste recibe de manos del obispo el co-nocido como Codex Regularum, el conjunto de nor-mas sobre las que habrá de sustentar el gobierno de sumonasterio (Freire, 1998: 172). Dentro de esta misce-lánea, a las reglas de las grandes figuras del ascetismooriental y occidental se le hubieron de añadir otras mu-chas que hoy desconocemos hasta alcanzar la perfectacompilación de las formas de comportamiento queconducían al asceta hacia el perfecto ideal monástico(Mundó, 1957: 94). No resultaría extraño que la reglade San Agustín ocupara un lugar preferente dentro deeste codex regularum (Campos y Roca, 1971: 4) dadala influencia de sus escritos patrísticos para toda laIglesia Occidental. Incluso se pueden intuir algunas in-fluencias del santo hiponense en las reglas hispanas,esencialmente reflejadas en las disposiciones referidasa la vida y el trabajo en común, la labor de hospitali-dad y el monacato urbano

Otro aspecto fundamental para poder considerar lavida monástica dentro de los conjuntos episcopales,es la predisposición que pudieran tener los preladoshacia este modelo de vida cristiana. Para ello habre-mos de analizar la relación entre obispos y monaste-rios de acuerdo con la dualidad que de los textos sedesprende: la realidad canónica expresa la sumisiónde los monasterios a la diócesis a la que pertenecen, lasensación que transmiten las fuentes documentales esde una elevada consideración hacia la vida cenobíticapor parte de los mitrados.

Hemos de entender que la relación básica entremonasterios y episcopados se establece en términosde estricta dependencia, lo cual no excluye la exis-tencia —recogida a través de las fuentes escritas—de un buen número de obispos con formación ceno-bítica o, en su defecto, con un profundo aprecio ha-cia la institución monacal.69 La distancia a recorreres, en algunos casos concretos, tan estrecha, que se

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68 Una de las fórmulas utilizadas para acabar con la resisten-cia cristiana por parte del pueblo vándalo era el «descabeza-miento» de las sedes episcopales, dado que con esta acción seconseguía también la desestructuración del sistema municipal y,además, la progresiva desaparición de un estamento monásticoque había alcanzado un enorme desarrollo (Beltrán, 1996: 345).

69 La consideración del ideal monástico como la más altacota de vida cristiana fue opinión generalizada dentro de loscírculos episcopales hispanos. Mundó (1957: 81) ya enumeró alos monjes o fundadores de monasterios que acaban ocupandoel cargo de obispo: Juan y Sergio de Tarragona; Justiniano, El-pidio, Pedro y Justo de Valencia, Huesca, Lérida y Urgel, res-pectivamente; Leandro, Isidoro y Fulgencio de Sevilla; Juan deBíclaro y Nonnito, de Gerona; Braulio de Zaragoza; Martín yFructuoso de Braga; Liciniano de Cartagena; Eutropio de Va-lencia; Quirico de Barcelona; Masona de Mérida; Eladio, Justo,Eugenio II e Ildefonso de Toledo.

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nos antoja complicado no pensar el que muchos deestos obispos decidieran organizar una comunidaden torno a su sede, en suma, establecer una vida ca-nónica en el interior de su episcopium. A falta de tes-timonios literales lo suficientemente explícitos70

será necesario recurrir a la investigación arqueoló-gica para poder determinar dicha existencia. Peroaquí son también muchas más las sombras que lasluces, dada la dificultad en la excavación de los con-juntos catedralicios tardoantiguos que, en su mayo-ría, se encuentran bajo núcleos urbanos actualmenteocupados. Cuando las circunstancia lo permiten —casos de Barcelona, Tarragona o Valencia— o setrata de una ciudad abandonada —El Tolmo de Mi-nateda o Segobriga—, las investigaciones se centranen la identificación y estudio de las estructuras decarácter litúrgico (basílica, baptisterio), conmemora-tivo (memoria o martyrium) o de inhumación (ne-crópolis) que conformaban el episcopium, es decir,para aquellas que existen criterios de identificacióny paralelos más o menos claros. La dificultad radicaen el establecimiento del resto de las dependenciasque formaron dichos conjuntos; palacio episcopal,hospedería, residencia de clérigos, edificios de alma-cenamiento y producción, etc.

El conjunto episcopal de Barcino [Fig. 3a] pudo te-ner su origen en la donación de unos terrenos —queincluían espacios domésticos y dependencias indus-triales— por parte de un acaudalado propietario71 enun acto piadoso para el establecimiento allí de la pri-mera catedral cristiana de la ciudad (Bonnet y Bel-trán, 1999: 179). La amortización de las estructuraspara su uso religioso incluiría la conversión de la do-mus en residencia episcopal, la conservación de de-pendencias de servicio y la construcción de los edifi-cios con unta tipología específicamente litúrgica(basílica y baptisterio), todo ello en un momento inde-terminado a finales del siglo IV. En el ocaso de lasexta centuria se llevan a cabo importantes remodela-ciones en sus estructuras que harán variar notable-mente su configuración arquitectónica y distribuciónespacial.

Dejando de lado el ignoto edificio basilical y elbaptisterio a él adosado,72 las excavaciones y el estu-dio de los restos aparecidos bajo la Plaza del Rei,arrojan cuantiosos resultados en lo que a espacios «nolitúrgicos» se refiere. Este recinto fue ocupado por unnúmero indeterminado de edificios que guardan unavinculación muy estrecha con la iglesia principal,constituyéndose en el núcleo de la sede catedralicia.Se trata, por tanto, de estancias destinadas al obispo ylos clérigos que regían la diócesis. Entre ellos destacael palacio episcopal construido a finales del siglo VI,que muestra una tipología fundamentada en la cons-trucción de un eje central con dos cuerpos lateralesprácticamente simétricos que conecta con la planta deotros edificios cuyo uso doméstico está confirmadopero con cronologías dispares.73 Las estancias latera-les sobreelevadas a modo de torres dotaron a su as-pecto exterior de una apariencia cercana a la de unafortaleza (Id., 2000: 224) con un complicado juego devolúmenes en alzado y un probable segundo piso (Id.,2004: 164). Se registran, además, otros espacios den-tro del conjunto cuya función nos es aún desconocida,tales como el edificio exento de dos pisos con unaplanta rectangular dividido en tres estancias longitu-dinales hallado bajo las estructuras del palacio condaly el denominado como «aula basilical» y sus estructu-ras asociadas a oriente.

El episcopium de Barcino parece haber sobrevi-vido a los acontecimientos del 711, manteniendo granparte de su fisonomía durante época carolingia, tal ycomo parece demostrar la descripción que del palacioepiscopal se hace en el siglo XII, pudiendo alguno desus edificios haber formado parte de la primera resi-dencia para la comunidad canonical de la que se tieneconstatación en esta sede, el año 994 (Beltrán y Nico-lau, 1999: 104) o del hospital de peregrinos documen-tado en el siglo XI (Beltrán, 2005: 163).

En los terrenos actualmente conocidos como L’Al-moina y anteriormente ocupados por el foro de la ciu-dad romana (Escriva y Soriano, 1992: 103) se acondi-cionó un espacio cuya extensión está aún pordeterminar, en el que se levantó la monumental basí-lica catedralicia de la antigua sede de Valentia de la

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70 Un caso modélico, aunque extra hispano, es el del epis-copium de Arles, donde gracias a los textos se de Cesáreo se hapodido confirmar la existencia de un monasterio de clérigos ylo que parece ser un xenodochium, junto a la catedral del si-glo VI (Guyon, 2005).

71 Siguiendo los ejemplos de los conjuntos episcopales deAosta, Ginebra, Lyon o Tournai, donde se ha certificado la par-ticipación de nobles familias en la edificación de dichos con-juntos, Charles Bonnet y Julia Beltrán (2001: 74), consideranmás que posible que miembros de la nobleza senatorial actua-ran de una forma similar en el caso de Barcelona.

72 Hay pleno consenso en dictaminar que el espacio deso-rientado e irregular tradicionalmente considerado como basí-lica (Oriol, 1995) es, en realidad, un espacio de representaciónque algunos autores denominan «aula episcopal» (Godoy,1998), suponiéndose entonces que la primitiva basílica se en-contraría bajo la actual catedral gótica, siguiendo una orienta-ción canónica.

73 La «cárcel» de San Vicente, el edificio civil de Pla de Na-dal o las residencias emirales del barrio de Morerías en Mérida(Bonnet y Beltrán, 2001: 87).

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Fig. 3. a) Grupo episcopal de Barcino en el siglo VII (Bonnet y Beltrán, 2000); b) Edificio identificado como parte del grupo epis-copal de Tarraco (Aquilué, 1993); c) Basílica y edificio septentrional en El Tolmo de Minateda (Gutiérrez, S. 2007, «La islamiza-ción de Tudmir» en Senac, P. (Ed.) Villes et campagnes de Tarraconaise et d’al-Andalus (VIe-XIe siècles): la transition, Toulouse.275-318.); d) Topografía cristiana de Oviedo en el siglo IX (tomado de Arias, 2006).

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que, por el momento, tan sólo conocemos con exacti-tud su gran ábside poligonal.74 En relación con ella seencontraría un edificio cruciforme adosado en su án-gulo sureste (tradicionalmente conocido como la cár-cel de San Vicente75) y un posible baptisterio en unadisposición análoga en el ángulo nororiental (Ribera,2005: 216). Vinculada a los edificios litúrgicos apare-ció una necrópolis cristiana cuyo uso fue establecidoentre los siglos V y VII (Escrivá y Soriano, 1990). Porúltimo, hemos de señalar la existencia de un conjuntode estructuras que se sitúan al norte de la necrópoliscuyo estado de conservación y tipología no permitenestablecer con claridad la función para la que fueronlevantadas (Id.,: 227) aunque, teniendo en cuenta lohallado hasta ahora, es bastante probable que se tratede zonas de residencia o servicio,76 También en estesector norte se descubrió parte de un edificio deplanta poligonal de humilde fábrica y significado des-conocido (Ribera, et alii, 2000: 78).

La identificación segura de los principales espa-cios litúrgicos del conjunto catedralicio, permite atis-bar la posibilidad de que, bien dentro de las estructu-ras desconocidas, bien dentro de aquellas que notienen una función establecida, se hallaran las depen-dencias de quienes se encargaban del cuidado espiri-tual y de la protección física de tan monumental esce-nario, el obispo y, asociado a él, una comunidad declérigos y siervos.

La identificación de los restos hallados en elTolmo de Minateda (Hellín, Albacete) [Fig. 3c] conla sede episcopal de Elo (Abad, Gutiérrez y Gamo,2000) ha permitido estudiar con gran precisión su mo-numental conjunto eclesiástico compuesto por una ba-sílica de tradición tardorromana, un baptisterio a suspies y un edificio que se adosa a éstos por los ladosnorte y oeste y que, tras los primeros trabajos, podríaser considerado como el palacio episcopal (Gutiérrez,Abad y Gamo, 2005: 351). Los trabajos arqueológicos

y el análisis documental permiten fechar con total se-guridad este grupo en el siglo VII, así como certificarsu homogeneidad constructiva.

Por variadas razones, nos centraremos en la es-tructura de reciente excavación considerada como re-sidencia del obispo. Se trata de un edificio que, estra-tigráficamente, corresponde al mismo período quebasílica y baptisterio (Id.: 350) y que comparte conéstos características constructivas, si bien incorporauna planimetría adecuada para su función residencialy representativa que guarda semejanzas con otros edi-ficios tardoantiguos de naturaleza doméstica, comoPla del Nadal, palacio episcopal de Barcelona o algu-nas de las residencias emirales del barrio de Moreriasen Mérida (Id.: 350). La basílica, pese a su cronologíatardía, responde a planteamientos constructivos ancla-dos en la tradición tardorromana, lo que permite insi-nuar que este ámbito residencial es heredero de estasmismas tradiciones arquitectónicas adaptadas a lascondiciones específicas del lugar sobre el que seasienta, de tal forma que se convierte en referente ti-pológico clave en el estudio del desarrollo de la arqui-tectura residencial.

Se trata de un edificio con una compleja comparti-mentación y distribución interna fundamentada en lapresencia de un eje E-W en torno al cual se alinean es-tancias y espacios abiertos a modo de patios (uno deellos actúa de medianero con el muro norte de la basí-lica). La presencia de contrafuertes adosados jalo-nando algunos de sus muros y espacios intermedios yel hallazgo de algunos pedazos de opus signinum pro-cedentes del derrumbe han hecho pensar en la presen-cia de un segundo piso en determinadas zonas (Id.:349). A falta de la excavación total del edificio y delos datos procedentes del estudio de los materiales re-cogidos, sus excavadores consideran complicado es-tablecer la funcionalidad de cada una de las estanciasque conforman esta construcción, si bien es claro queen un plano general debió acoger actividades admi-nistrativas, de representación y residenciales (Id.:351) hasta un momento indeterminado de la segundamitad del siglo VIII. Resulta interesante destacar que ladisposición del palacio episcopal adosado en uno delos lados mayores de la basílica catedralicia y ce-rrando el conjunto es similar al conocido en la ciudadnorteafricana de Sbeitila (Duval, 1989).

Este mismo paralelo es el ofrecido por Aquilué(1993) para el edificio que identifica con el episcopiumde la antigua Tarraco [Fig. 3b], excavado con motivode la construcción en el lugar del Colegio de Arquitec-tos, muy próximo a la actual catedral gótica.

Se trata del ángulo meridional de una construccióncuya estructura está compuesta por muros paralelos

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74 La realización de prospecciones geofísicas permite supo-ner la existencia un aula dividida en tres naves con unas medi-das aproximadas de 48 X 40 m. (Ribera, 2000 a: 172-174).

75 Anotamos con brevedad las distintas funciones otorgadasa este excepcional edificio; considerado por Soriano (1995:139) como memoria conmemorativa del martirio de San Vi-cente se trata, tras las últimas excavaciones en el lugar, de unmausoleo privilegiado (Ribera et alii, 2000: 84) al que inclusose le ha llegado a proponer como lugar de reposo del famosoobispo Justiniano (Id., 2000 a: 175), aunque sin desestimar laposibilidad de que tuviera su origen como lugar de veneraciónde los restos del santo (Id., 2005: 220). Respecto a los lugaresde culto vicentino ver el apartado correspondiente al posiblemartyrium del santo.

76 La presencia de silos en la segunda mitad del siglo VII yprincipios del VIII en la zona septentrional permiten suponer suutilización como lugar de almacenamiento para esos momentos(Ribera, 2005: 237).

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que forman estancias longitudinales (se conocen 2 yel inicio de una tercera). Su potente cimentación deopus caementicium cortaba estratos republicanos, delmismo modo que amortiza algunos muros altoimpe-riales preexistentes. La obra necesitó la regularizaciónde los espacios exteriores y su adecuación como pavi-mento, el aporte material necesario para esta opera-ción incluía fragmentos cerámicos77 que marcan unhorizonte cronológico posterior a finales del siglo V yprincipios del VI.

Se trata, por tanto, de un proyecto arquitectónicoque arrasa, amortiza y varía el aspecto de edificiosoficiales, así como modifica parte del trazado urbanodel núcleo original de la capital de la Tarraconense.Para su excavador, una iniciativa de tal envergaduraes sólo posible si se cuenta con la participación efec-tiva de las máximas autoridades municipales, que,para este momento, se encuentran perfectamente im-bricados con las altas jerarquías eclesiásticas. De estamanera se llega a la identificación de los restos estu-diados como parte de las estancias no litúrgicas queconformarían el conjunto catedralicio de Tarraco,complejo éste que se situaría, en consecuencia, en laparte alta de la ciudad, en la zona más septentrionaldel espacio ocupado por el antiguo foro provincial(Id.: 120).

Se completaría así la nómina de conjuntos episco-pales sobre cuyos espacios domésticos poseemos in-formación arqueológica, si bien aún podría verse in-crementada de aceptarse como residencia episcopal elconjunto palatino de Cercadilla. Poco más se puedeañadir al respecto salvo que disponemos de informa-ción textual para algunas otras sedes —el caso de Mé-rida78— así como de excavaciones necesitadas de unaprofunda revisión, como en la basílica de Segobriga.79

Hasta el momento, los datos textuales parecen te-ner cierta correspondencia con las evidencias materia-les, de tal forma que se confirma que el episcopiumtardoantiguo contaba, además de con los edificios es-pecíficamente litúrgicos, con zonas anejas destinadasa un uso doméstico. La complejidad de algunos de loscasos estudiados (los casos de Barcino y Valentia), yla multiplicidad de funciones asumidas en ellos (pas-toral, caritativa, productiva, recaudadora, legislativa,conmemorativa y de enterramiento) impiden com-prender su funcionamiento pleno si no es incluyendola presencia estable de un grupo de clérigos junto alobispo y con capacidad para desarrollar todas estas ta-reas, en suma, una comunidad canonical que, a faltadel término preciso para denominar a este tipo de con-gregaciones, podemos considerar un monasterium.

Si avanzamos en el tiempo hasta la fundación de lasede episcopal de Oviedo [Fig. 3d] en el año 791 porparte de Alfonso II, sobre un asentamiento monásticoen el monte Ovetao, vemos que la concepción topo-gráfica del conjunto parece referirse a modelos ante-riores y que, aunque materialmente desconocidos ensu gran mayoría, poseen edificios claramente vincula-dos a la actividad cenobítica, como el famoso monas-terio de San Juan Bautista y San Pelayo.

La reinterpretación de los hallazgos de excavacio-nes llevadas a cabo en el siglo pasado permite adjudi-car a las estructuras halladas en el lado meridional dela actual catedral gótica una alternativa a la tradicio-nal consideración como el palacio de los reyes FruelaI y Alfonso II. Para García de Castro (1995: 369), esprecisamente su comparación con ejemplos tardoanti-guos la que permite interpretar que los edificios exca-vados pudieron formar parte de la residencia episco-pal. Se podría añadir que la tipología de los edificioshallados sugiere cierta continuidad con respecto aejemplos de naturaleza residencial de época tardoanti-gua aquí expuestos, especialmente una sala longitudi-nal con orientación E-W jalonada de estribos interio-res y con pilares rectangulares en su espacio central.

La vida canonical aparece documentada enOviedo el año 1044 (Carrero Santamaría, 2003: 15),es decir, en un momento anterior al concilio de Co-yanza, pero todo apunta que el clero ovetense debiódesarrollar una vida en común desde un momentotemprano y que los edificios donde se desarrolló ple-namente la comunidad se encontrarían en el lado surdel conjunto (Id.: 77), donde aparecen los restos alto-medievales.

Las fuentes escritas y las excavaciones arqueoló-gicas en otras zonas del Mediterráneo y el centro deEuropa hablan, con mayor o menor intensidad, deuna relación directa entre la organización edilicia del

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77 Forma Hayes 104. (Aquilué, 1993: 108).78 La ausencia de excavaciones en el subsuelo y el entorno

de la actual catedral, donde la tradición supone el origen de laecclesia senior emeritense, impide por ahora conocer más datosacerca del episcopium emeritense. Según el autor de las Vidasde los Santos Padres de Mérida, era un mismo conjunto in-traurbano el que daba cabida a la basílica catedralicia, el baptis-terio y el palacio episcopal, éste último reedificado por elobispo Fidel (Mateos, 1999).

79 La basílica situada en los suburbios de la sede episcopalsegobricense (Almagro y Abascal, 1999) fue «excavada» a fi-nales del siglo XVIII. Los obispos allí inhumados, de los que sehallaron varias inscripciones funerarias, debieron elegir este lu-gar por la presencia de reliquias importantes –de un mártir delque no nos ha llegado noticia o de uno de los personajes rele-vantes de la primitiva comunidad cristiana–, pero esto noquiere decir necesariamente que nos encontremos frente a unabasílica episcopal, tal y como se ha visto en los casos de Sta.Eulalia de Mérida o Sta. Leocadia de Toledo. La presencia cer-cana de una gran necrópolis pudiera ser indicio más bien de unimportante núcleo martirial.

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episcopium y la necesidad de acoger comunidadesde clérigos encargadas de su gestión.80 La compleji-dad arquitectónica y la multifuncionalidad de las es-tancias que componen los conjuntos catedraliciossirven de discriminante a Duval (1989) para distin-guir entre éstos y los posibles monasterios en elNorte de África. Entre las características que esteautor defiende para los conjuntos episcopales en estazona del Mediterráneo se encuentra, entre otras, lanecesaria presencia de un conjunto de edificios do-mésticos no litúrgicos que constituyen la Domus ec-clesiae (palacio episcopal, residencia de clérigos yestancias administrativas).

En Oriente, un caso espectacular es el de la ciudadjordana de Gerasa, donde un mismo recinto encierrados basílicas —una martirial y otra catedralicia— ser-vidas por una comunidad de clérigos (Piccirillo, 1989:501).

Con respecto a Italia, donde sin duda existieroncomunidades clericales como la de San Ambrosio deMilán, resulta muy interesante observar como los car-tularios conservados del siglo VII parecen definir a lascongregaciones de clérigos con el término monaste-rium (Balzaretti, 2000: 243), cuestión que, como he-mos tratado de justificar a lo largo de este estudio,también se puede deducir para el caso hispano.

Es en el mundo franco donde se redacta la primeraregla conocida destinada exclusivamente a una comu-nidad canonical, la Regla de San Chrodegango enMetz. Los datos arqueológicos obtenidos de esta sedeepiscopal son escasos y para su hipotética reconstruc-ción se recurre a otra fundación del santo, Lorsch,donde aparece por vez primera una distribución de losedificios comunes en torno a un espacio cuadrangular(el claustro carolingio), siendo posible poner en rela-ción ambas sedes (Piva, 2000: 262) y, por extensión,la del desarrollo de este tipo de organización cons-tructiva vinculada a la vida comunitaria clerical. Unejemplo sumamente interesante es el del episcopiumde Paderborn en Westfalia (Gai, 2005), en origen unestablecimiento regio fortificado que se componía deuna sencilla iglesia y un aula rectangular de dos pisoscon funciones de representación, residencia y servi-cios. El año 799, previamente a su nombramientocomo sede episcopal, aparece citado como monaste-rium Paderburnensis, lo que quiere decir que existióuna comunidad allí establecida, posiblemente de clé-rigos, que debieron ser el embrión de la futura canó-nica episcopal, utilizando el aula como residencia.

5. CONCLUSIONES

Pretender definir un modelo de desarrollo para laarquitectura monástica tardoantigua es, en el mo-mento actual de la investigación y ante a escasez deevidencias materiales, una labor ineficaz. Antes de laconformación del monasterio románico benedictino elpanorama parece estar dominado por la heterogenei-dad lógica de un proceso en pleno desarrollo quearranca casi en el mismo momento en el que aparecenlas primeras comunidades cristianas. Este abanico deposibilidades vendrá dado por particularismos de di-versa índole (cronológicos, geográficos y de interpre-tación de las reglas) que, a su vez, desembocan enunos usos monásticos que serán los que condicionenla organización y arquitectura del monasterio en cadamomento. Sí parece urgente establecer unos criteriosclaros a la hora de identificar un asentamiento monás-tico. Nuestra propuesta puede resultar ingenua peroparte de un presupuesto básico; la condición indispen-sable es la presencia de espacios litúrgicos en relacióna edificaciones domésticas y de producción.

La sistematización de la arquitectura del monaste-rio hispanovisigodo encuentra su principal dificultaden la ausencia de restos constructivos. En cambio, suorganización espiritual y práctica es extraordinaria-mente conocida a través de las fuentes escritas de fi-nales del siglo VI y de la siguiente centuria, lo que pa-rece ser un síntoma claro de la importancia alcanzadapor dichas comunidades. Este aumento en el númerode referencias y de escritos de carácter monástico hasido interpretado como una desproporcionada eclo-sión del fenómeno pero, a nuestro juicio, no demues-tra nada en sí mismo salvo la alianza entre iglesia yestado acaecida tras el Concilio III de Toledo, pues laactividad de los monasterios hispanos no parece habersido limitada antes del año 589, ni tras la penetraciónde los pueblos germánicos ni durante la época góticaarriana.

La impresión obtenida tras la lectura de las fuen-tes de época visigoda es que el estamento monástico,con los abades a su cabeza, desempeña un papel capi-tal en la evolución política, cultural y social delreino. El máximo exponente lo compone la partici-pación del ordo abbatum en las reuniones concilia-res. El monasterio es, además de centro ascético, es-cuela, hospital, lugar de enterramiento, de reclusión yde reunión. Por ello resulta insostenible continuarconsiderando este fenómeno desde una perspectivaexclusivamente rural.

En el occidente mediterráneo existen suficientesargumentos para establecer la presencia de un mona-cato de carácter urbano fuertemente vinculado con la

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80 Hemos de reconocer que este breve repaso por la geogra-fía cristiana tardoantigua posee un carácter superficial y habráde ser necesariamente ampliado.

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aristocracia romana y, derivado de ello, con el esta-mento jerárquico de la Iglesia. Reunidos en torno a lafigura del obispo, algunos clérigos practican la vidacomún, un cenobitismo que hunde sus raíces en lasdoctrinas de los Padres de la Iglesia y que, ante la au-sencia en las fuentes de un término que lo defina,puede dar origen a los monasteria de carácter urbanoque aquí reivindicamos.

La ciudad tardoantigua es, desde el punto de vistareligioso, una realidad bipolar en la que son dos loscentros de atracción para las comunidades cristianas;la basílica martirial y el episcopium. Los textos con-servados nos hablan de una estrecha relación entre al-gunas comunidades monásticas y el culto a las reli-quias de los santos, así como de una intensa actividadde otras muchas en torno a la figura del obispo. Portanto, consideramos que merece la pena acercarnos alas investigaciones arqueológicas llevadas a cabo enestos núcleos con el fin de entablar posibles concor-dancias entre la realidad material y los aspectos obte-nidos en las fuentes documentales.

En el caso concreto de las basílicas martiriales po-demos establecer varios estados que dependen, enbuena medida, de la mayor o menor actividad arqueo-lógica desarrollada en torno a ellas. Por encima de to-dos destaca el caso de Santa Eulalia de Mérida, dondelas fuentes documentales y epigráficas han encon-trado su resonancia en las excavaciones de la basílicay el xenodochium asociado a ella que, previsible-mente, formaban parte de un mismo complejo cenobí-tico. En otros casos la actividad monástica se ve re-frendada por la continuidad en el uso del lugar—Santa Engracia de Zaragoza, San Vicente de la Ro-queta en Valencia y San Félix de Gerona—, pero nitan siquiera se ha podido hallar la basílica martirial.El único caso exclusivamente referido a la séptimacenturia es el de Santa Leocadia de Toledo, cuya acti-vidad monástica y esplendor se limita, por el mo-mento, al ámbito textual.

La vida en común del clero dentro del recinto epis-copal tiene, desde el punto de vista de las referenciasdocumentales referidas a nuestro marco cronológico,tres hitos importantes. Las fuentes de finales del si-glo IV aseguran su presencia dentro del mundo ita-liano y norteafricano, mientras que la presencia de co-munidades canonicales hispanas aparece en el registrodocumental a partir del siglo X. Entre ambas fechas,algunas referencias como el canon 24 del IV Conciliode Toledo parecen apuntar la permanencia de estapráctica en época hispanovisigoda. Nuestra propuestapresenta como posible indicio de vida comunitariaaquellos edificios que, con una función residencial yrepresentativa, han sido hallados dentro de los con-

juntos episcopales tardoantiguos. Pese a no haberconstancia explícita, creemos que los datos son cierta-mente importantes en los casos de Barcelona y ElTolmo de Minateda, donde se ha podido identificar elpalacio episcopal. No hemos de pensar en comunida-des compuestas por cientos de monjes, basta que unnúmero de clérigos, por limitado que sea, decidan se-guir un ideal ascético en torno al obispo para poderconsiderarlo una comunidad canonical, en definitiva,un monasterium.

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