2 - Godoy Arcaya - Terrorismo e Historia

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Estudios Públicos, 84 (primavera 2001). ENSAYO TERRORISMO E HISTORIA Óscar Godoy Arcaya ÓSCAR GODOY ARCAYA. Doctor en Filosofía, Universidad Complutense de Madrid. Profesor titular de Teoría Política del Instituto de Ciencia Política de la Pontificia Universi- dad Católica de Chile y profesor del Institut des Études Politiques de Paris. Miembro de número de la Academia de Ciencias Sociales, Políticas y Morales del Instituto de Chile. Consejero del Centro de Estudios Públicos. El autor propone analizar la hipótesis de que el acto terrorista del 11 de septiembre pasado significará un giro en el curso de la historia. La conjetura de que este giro ha acontecido se afirma en tres hechos: la aparición de actos de violencia inéditos que han producido un estado de guerra nuevo, universal y continuo, contra un enemigo diseminado y ubicuo; la gran vulnerabilidad de la mayor potencia del mundo, que hace evidente la crisis del paradigma imperial como garante de un orden de paz; la incapacidad del sistema internacional vigente para prever y manejar los conflictos y sustentar la paz. A la luz de estos “hechos inéditos” que sugieren un giro en la orientación de la historia, el autor se plantea la posibilidad de que ese giro sea aún más radical y se trate de un cambio de época. En este caso, la crisis afectaría al gran paradigma de la “imagen del mundo como representación”. La evidencia de la salida de la huma- nidad a otra época estaría significada, en el ámbito de las relaciones internacionales, por la voluntad de las naciones para crear un nuevo “orden de paz para la libertad”. Por esta razón, el autor expone una de las propuestas actuales para crear ese orden: la Sociedad de Pueblos, de John Rawls.

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Óscar Godoy Arcayaga - Terrorismo e Historia, Estudios Públicos 84 (2001)

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  • Estudios Pblicos, 84 (primavera 2001).

    ENSAYO

    TERRORISMO E HISTORIA

    scar Godoy Arcaya

    SCAR GODOY ARCAYA. Doctor en Filosofa, Universidad Complutense de Madrid.Profesor titular de Teora Poltica del Instituto de Ciencia Poltica de la Pontificia Universi-dad Catlica de Chile y profesor del Institut des tudes Politiques de Paris. Miembro denmero de la Academia de Ciencias Sociales, Polticas y Morales del Instituto de Chile.Consejero del Centro de Estudios Pblicos.

    El autor propone analizar la hiptesis de que el acto terrorista del 11de septiembre pasado significar un giro en el curso de la historia.La conjetura de que este giro ha acontecido se afirma en tres hechos:la aparicin de actos de violencia inditos que han producido unestado de guerra nuevo, universal y continuo, contra un enemigodiseminado y ubicuo; la gran vulnerabilidad de la mayor potenciadel mundo, que hace evidente la crisis del paradigma imperial comogarante de un orden de paz; la incapacidad del sistema internacionalvigente para prever y manejar los conflictos y sustentar la paz.A la luz de estos hechos inditos que sugieren un giro en laorientacin de la historia, el autor se plantea la posibilidad de queese giro sea an ms radical y se trate de un cambio de poca. Eneste caso, la crisis afectara al gran paradigma de la imagen delmundo como representacin. La evidencia de la salida de la huma-nidad a otra poca estara significada, en el mbito de las relacionesinternacionales, por la voluntad de las naciones para crear un nuevoorden de paz para la libertad. Por esta razn, el autor expone unade las propuestas actuales para crear ese orden: la Sociedad dePueblos, de John Rawls.

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    D espus del dramtico acto terrorista ejecutado por integristas is-

    lmicos en contra de la poblacin civil y edificios emblemticos de losEstados Unidos de Norteamrica, se ha hecho corriente la expresin quedice que nada nunca ser como antes, significando con ella que todo hacambiado. Este ensayo se propone explorar la hiptesis de que los hechosterroristas signifiquen un cambio en el curso de la historia. Ahora bien, eltexto que los lectores tienen a la vista se origina en un ensayo publicado enla seccin Artes y Letras del peridico El Mercurio (30 de septiembre,2001), titulado Un Giro en la Orientacin de la Historia? Dado que suredaccin obedeci a mi primer impulso reflexivo, suscitado por el dramaestadounidense, y que su publicacin provoc reacciones, comentarios ypreguntas, surgi un nuevo texto, ms completo y analtico que el anterior,en el cual se expresa mejor aquello que quise transmitir originalmente.

    Se ha dicho que importantes cientistas sociales habran anunciadocon antelacin la posibilidad de los hechos en cuestin, o, al menos, elabo-rado y difundido elementos de anlisis suficientes para prever el escenarioen que ellos acontecieron. Es un punto de vista vlido, que nadie podradesconocer. Pero en este ensayo, la cuestin se plantea en una perspectivadistinta, que es necesario definir. Para ello creo conveniente hacer tresconsideraciones preliminares.

    En primer trmino, mi propsito es analizar el evento del 11 deseptiembre desde la perspectiva de la teora poltica. En consecuencia, mipunto de partida es el evento mismo, en su facticidad, y posible interpreta-cin a la luz de ideas elaboradas por la teora poltica. En efecto, tales ideaspermiten, por una parte, disponer de un aparato hermenutico para interpre-tar el hecho, y, por otra, construir argumentos conjeturales que de algnmodo nos digan algo de su realidad ms profunda. As, este ensayo nofinaliza con conclusiones necesarias acerca del significado de los hechoscuya clave se intenta descifrar, ni con juicios que anticipen o anuncien elcurso cierto de la historia. Mis conclusiones son hipotticas, pues ellassolamente establecen que dadas ciertas condiciones se podran producirtales realidades. Y que, efectivamente cumplidas tales otras, es altamenteprobable y verosmil que est operando una determinada causalidad hist-rica.

    En segundo lugar, conviene aclarar que en la interpretacin delevento que nos ocupa no pretendo usar otros recursos intelectuales queaquellos que son propios de la razn analtica. Al fijar esta limitacin, nopretendo rechazar la validez de otras interpretaciones que apelen a instru-mentos que van ms all del uso terico de la razn. Kant, por ejemplo,argumentaba que este uso no admita anticipar el curso de la historia, por-

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    que tal pretensin entraa ponerse el hombre en el punto de vista de laProvidencia. El resultado de este uso dogmtico de la razn, segn l, serauna historia proftica. Pues bien, yo no comparto la invalidez o ilegitimidadde una teora del final, o sea, de un lgos sobre el eschaton, de unaescatologa. Simplemente digo que esa no es la perspectiva de este trabajo.No olvidemos que en nuestra cultura no solamente existe una teora deleschaton, fundada en la Fe y la Revelacin, sino tambin otras; entre lascuales basta recordar el fin de la historia anunciada por Hegel o la construc-cin de la sociedad sin clase y sin Estado, sin alienaciones, que segn Marxpoda preverse gracias al conocimiento de las leyes de la causalidad histri-ca, procurada por el materialismo histrico.

    En tercer lugar, deseo hacer explcita la razn que me indujo a abriresta exploracin bajo la gua inicial de Martin Heidegger. La motivacin essimple. Creo que la idea de que la concepcin de que la Era Moderna esten crisis es un lugar comn para la filosofa contempornea. Es aquello quelos griegos llamarn un endoxon, o sea una opinin compartida y difundidaen distintos mbitos de la cultura y expuesta y discutida en toda su comple-jidad por los ms sabios. A mi juicio, ese endoxon contemporneo meparece admirable y supremamente expresado por Heidegger.

    La frase todo ha cambiado, nada volver a ser como antes podraexpresar el enorme asombro que nos inund ante el espectculo del cuan-tioso acto terrorista del 11 de septiembre. Tal asombro, ms all de sucalidad de tal, como estado de nimo, no significara nada. Al otro extremo,ella podra significar un cambio importante en el curso de la historia. Invitoal lector a ponerse en la perspectiva de esta ltima hiptesis. Desde elmomento que conjeturamos que los eventos terroristas expresan o son sig-nos de un giro en la historia, se plantea la cuestin de la entidad de esecambio. O sea, se abre el enigma de su real envergadura. Asunto quepodemos plantear del siguiente modo: un giro en la orientacin del cursode la historia, al interior de un mismo bloque de continuidad histrica, o uncambio de poca? En este ltimo caso, se tratara de un cambio substancial,que entraara el surgimiento de un proceso histrico nuevo, que an care-cera de nombre. Y, en el primero, de un captulo nuevo de un mismodecurso, en el cual las variables mayores de su itinerancia seguiran plena-mente vigentes.

    La poca de la imagen del mundo

    Martin Heidegger caracteriz a nuestro tiempo histrico en trminostan luminosos, que nos procura una clave fundamental para el desarrollo de

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    nuestra hiptesis. Reitero algo dicho ms atrs, se trata de tomar comomarco de referencia un tpico de nuestros tiempos. A saber, que la pocamoderna misma parece agotada por sus mltiples contradicciones. ParaHeidegger el sello esencial y peculiar de nuestro tiempo es el ser la pocade la imagen mundo. Segn el filsofo, es recin en nuestra era que larealidad en su totalidad, o sea, el mundo, ha sido pensada como representa-cin, como imagen. Y ello acontece porque el hombre moderno se concibea s mismo como subiectum, sujeto, no solamente en la acepcin de quienrompe ataduras y dominaciones, y se libera, hacindose ciudadano en laesfera poltica, por ejemplo, sino en el sentido radical de erigirse a s mismoen el fundamento y centro de su propia concepcin o imagen del mundo. Larepresentacin del mundo no significa disponer de un retrato de toda larealidad, sino que el mundo es y est siendo slo en tanto establecidopor el hombre1 . Lo real, entonces, es reductivamente aquello puesto ante supresencia y que l reconoce como tal. La poca del mundo como imagenes el marco de otra caracterstica principal de nuestro tiempo: la cienciamoderna. Ella es el gran paradigma cognoscitivo de la poca, que ademsde expandir la imagen del mundo a los diversos estratos de la naturaleza,pone en manos de la humanidad los instrumentos para transformarla. As, laedad moderna, dice Heidegger, puede ser concebida como un campo dondeel sujeto despliega o pone en juego la irrestricta fuerza del clculo, delplaneamiento y del dominio sobre todas las cosas2 .

    Ahora bien, se podra decir que la poca moderna impregna todaslas expresiones de la vida actual y stas, a la vez, llegan hasta el ltimorincn de la Tierra, justamente a travs de los imponentes recursos tecnol-gicos de la representacin, los medios de comunicacin. Pero los medios,como la caverna de Platn, crean dos mundos. El de los que pertenecen almundo real, porque estn instalados en la poca y la experimentan comomodo de vida; y aquel otro, de los que estn fuera de la realidad y escasa-mente pueden vivir la poca por procuracin, a travs de los medios.

    Heidegger afirma que todo aquello que no es interpretado en elsentido ya expresado no puede ser del mundo3 . Esta exclusin delimita laesfera en que la poca moderna est vigente de aquella en que sobrevivenlos anacronismos de nuestro tiempo; las inercias del pasado con las cualesla poca solamente contemporiza. sta es un rea rara, poblada de identi-dades culturales, religiosas, raciales, tribales, etc., que no han podido oquerido incluirse en la modernidad. Por otra parte, la ciencia y la tecnologa

    1 Martin Heidegger, La poca de la Imagen del Mundo (1962), pp. 68-100.2 Ibdem, pp. 68-100.3 Ibdem, pp. 68-100.

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    han desencadenado potencias que el ser humano no puede administrar,porque segn Heidegger ellas no proceden de l, o han adquiridouna vida propia que puede amenazar a la misma existencia de la humani-dad.

    La modernidad, aunque a estas alturas del tiempo no se identificacon un espacio territorial especfico, porque se ha dispersado por todo elorbe, tiene su asentamiento mayor en Occidente. Y, a su interior, un lugaremblemtico por su enorme poder poltico, cultural y econmico: los Esta-dos Unidos de Norteamrica. El punto al cual quiero llegar es el siguiente:todos aquellos que estn fuera de la poca como imagen del mundo, de supotente racionalidad y sus bienes, o sea de todo aquello que consideramoscomo virtudes de nuestra civilizacin occidental, solamente cuentan conescasas opciones. Enuncio algunas: ingresar a la poca a travs de la mo-dernizacin; recluirse pasivamente en su anacrona; construir en los extra-muros de Occidente un universo cerrado y semiautnomo; o rebelarse yusar todos los recursos de la violencia contra la poca.

    Hanna Arendt, en su ensayo On Violence, dice que si miramos a lahistoria en trminos de un proceso cronolgico continuo, cuyo progreso essin embargo inevitable, la violencia al filo de la guerra y la revolucinaparece constituyendo su sola posible interrupcin4 .

    Para Hanna Arendt, la Ilustracin y su concepcin del progreso,sostenidas y animadas por el potente soplo del racionalismo cartesiano, nohan cesado de proseguir su marcha, en un proceso multiforme, que hainvadido geogrfica, intelectual y moralmente a toda la Tierra. Esta dispo-ra es consecuente con el anuncio de Kant, que sostena que el discursoilustrado es universal, porque est dirigido al gnero humano como tal.O sea, en clave poltica, la sociedad cosmopolita. Durante los siglos XIX yXX, ese discurso no ha cesado de expandirse, imponiendo sus paradigmas,culturales, cientficos, tecnolgicos y polticos en todo el orbe. Durantegran parte de ese perodo, el colonialismo ejerci la funcin poltica devehicularlo, bajo una forma civilizatoria, imponiendo el ideal de la raciona-lidad occidental y de los beneficios materiales de la modernizacin. Esteideal, a la vez, necesariamente concibe a lo otro como la barbarie, elatraso y la oscuridad que hay que erradicar y superar. El fin del colonialis-mo, en los aos posteriores a la Segunda Guerra Mundial, dej como resul-tado tres fenmenos complejos. En primer trmino, la cultura de Occidentese desterritorializ. El mundo se plag de occidentalizados, individualesy colectivos, portadores del proyecto ilustrado, a una escala e intensidad sin

    4 Hanna Arendt, On Violence (1970), p. 30.

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    precedentes histricos. En segundo trmino, durante un perodo de cincuen-ta aos, los occidentalizados transmitieron a su proyecto poltico y cultu-ral las dos ideologas antagnicas, emanadas de la racionalidad occidental,vigentes durante gran parte del siglo XX, el liberalismo y el socialismo. Deeste modo, en el Tercer Mundo se reprodujo a escala la divisin en dosbloques, generada por la guerra fra entre las grandes ideologas. Y, porltimo, una vez que el socialismo colaps, los occidentalizados vieronque en lugar de producirse un fin de la historia, en distintas regiones delmundo las identidades ancestrales de las culturas, religiones y lenguas ver-nculas se transformaban en una nueva fuente de contestacin y discordiapoltica.

    La cuestin de la violencia poltica y el terrorismo como su formaextrema, no es nueva. Durante las guerras por la independencia de losnuevos Estados, que se constituyen como tales en el siglo XX, la prcticadel terrorismo fue generalizada. La lucha por la independencia de Argelia,por ejemplo, llev al territorio de Francia el flagelo del terrorismo naciona-lista. Una vez finalizado el proceso de descolonizacin, y producida lacrisis del socialismo y las democracias populares, la violencia poltica notiene como propsito conseguir el autogobierno y la soberana o instaurarun rgimen socialista, sino algo mucho ms radical, que es aniquilar unproceso histrico cuyo designio parece querer recapitular todo en unasntesis superior e integradora. El discurso ms radical de las identidadesculturales, religiosas y polticas que se sienten en peligro de extincin, antela marcha civilizatoria de la modernidad ilustrada, es la violencia que Han-na Arendt considera como el ltimo recurso para detener un proceso conti-nuo e inevitable. No es necesario que ella previera, en los aos sesenta,cuando escriba las palabras transcritas ms arriba, que la violencia podaejercerse a travs del suicidio del agresor, transformado en un proyectilmasivamente homicida y devastador; como tampoco que las armas que losterroristas fundamentalistas podran eventualmente usar fuesen qumicas,biolgicas e incluso nucleares. Le bastaba con establecer la motivacin msradical, capaz de suscitar la respuesta ms extrema. Ahora nos parece claroque el fundamentalismo islmico, cuya doctrina se basa en una interpreta-cin anacrnica del Corn, pretende representar una identidad amenazadapor la poca moderna, cuya esencia occidental sera radicalmente incompa-tible con ella. As se justificara el uso de la forma extrema de terrorismo deque fuimos testigos oculares el 11 de septiembre pasado.

    Ahora, podemos retomar el hilo conductor de este ensayo, interpe-lando al acto terrorista del 11 de septiembre e intentar descubrir signos deun giro en la marcha de la historia. El asunto se repone en los siguientes

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    trminos, qu de nuevo trae consigo el evento terrorista? Pues, en tantopodamos establecer eso nuevo, se abre un campo frtil para nuestra con-jetura acerca de un cambio histrico.

    La guerra nueva y la crisis del paradigma imperial

    La yihad islmica, la guerra santa, tiene mltiples significados. Ellosdependen de las interpretaciones que los creyentes pueden darle a unaveintena de pasajes del Corn. Para algunos es una guerra consigo mismo,un combate contra nuestras pasiones, una va para adecuar nuestra vida alos preceptos de la religin. En la Edad Media, esos pasajes fueron inter-pretados como un llamado a combatir a los infieles, o sea, a los no creyen-tes. En reiteradas ocasiones, el Islam declar la yihad al cristianismo, nosolamente como una guerra defensiva, sino tambin ofensiva. Pero en nues-tros das, su versin ms extendida y aceptada por los creyentes est enlnea con la primera interpretacin. No obstante, la yihad puede asumir laforma de una guerra defensiva y reivindicatoria, cuando el Islam es objetode agresin. Pero en este caso, la prctica de la guerra est regulada pornormas que establecen que est prohibido afectar la vida de las mujeres, losnios, los ancianos y los soldados desarmados. O sea, nada diferente a lasregulaciones que el derecho internacional le ha incorporado, sin muchoxito, al ius belli. Pero la versin fundamentalista de esta guerra se inscribeen el uso de la violencia sin lmites. Su propsito es aniquilatorio, y, ensuma, radicalmente nihilista. No distingue entre guerra defensiva y ofensi-va, no reconoce diferencias entre combatientes y poblacin civil, ni entre elescenario blico y la superficie territorial ocupada por una nacin. El men-saje de Osama bin Laden, difundido despus del inicio de las accionesblicas de Estados Unidos y Gran Bretaa en Afganistn, anunci accionesviolentas contra los estadounidenses, o sea, contra la poblacin civil deNorteamrica.

    La entidad de este tipo de violencia, que desborda la figura delictivadel mero terrorismo, es nueva. En efecto, el terrorismo clsico es testimo-nial, y cuando no lo es, slo pretende la obtencin de un fin parcial yespecfico. El terrorismo fundamentalista aspira a algo difuso e inespecfi-co: la victoria sobre el mal, para reducirlo a la nada. En este sentido, elPresidente Bush, aun cuando solamente haya querido significar la profundaconsternacin y justa ira del pueblo norteamericano, ha definido bien a labrutal accin terrorista como un acto de guerra. Esta guerra, en su nove-dad, ser larga, ubicua e intensa. Exigir sacrificios de vidas humanas y elcastigo de criminales dispersos en sesenta o ms pases, y de sus encubrido-

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    res, as sean Estados. No es, en consecuencia, una persecucin policial paraaprehender a Bin Laden y sus secuaces, ni una guerra convencional, sino elestablecimiento de un estado de guerra universal y continuo. Y en estoconsiste la guerra nueva, cuya aparicin nos sugiere un giro en la historia.

    El problema es que esta nueva forma de guerra no existe en eluniverso jurdico del derecho internacional. El ius belli es una facultadsoberana de cada Estado. Y sta es la razn por la cual los Estados Unidos,afectados en su integridad nacional y territorial, no han declarado formal-mente ninguna guerra, sino que han comenzado acciones punitivas investi-das de la forma de guerra. Una guerra no-guerra, que requiere de legitimi-dad internacional, aliados y autorizacin expresa de otros Estados y lacobertura un tanto impotente de las Naciones Unidas. Y, por otra parte, queobliga a los gobiernos de los pases occidentales, y especialmente al de losEstados Unidos, un fortalecimiento, altamente tecnificado, de la inteligen-cia y la seguridad, y con ello, a una reestructuracin de esas mallas delpoder de observacin, vigilancia y coercin fsica, a expensas de las liberta-des, que tan bien analiz Michel Foucault en sus trabajos sobre la microfsi-ca del poder contemporneo.

    Todo lo anterior, en primer trmino, demuestra que tanto la sobera-na de los Estados, tomadas por separado, como las alianzas de Estados,carecen del poder real y la legitimidad y legalidad adecuadas para enfrentarlos desafos de la guerra nueva. Y, en segundo trmino, que las democra-cias, para priorizar la seguridad, deberan fortalecer el poder del Estado. Enefecto, la racionalidad del Estado frente al peligro externo pide ms po-der para la seguridad, la inteligencia y la potencia armada. Y, como corre-lato, menos libertades y limitaciones a los derechos individuales. En unescenario de inseguridad y temor generalizado, los Estados democrticosno tienen otro camino que recurrir a los estados de excepcin constitucio-nal, y restringir, por ejemplo, el libre trnsito de las personas y los bienes,la privacidad de las comunicaciones y las transacciones mercantiles y finan-cieras y la libertad de asociacin y de informacin. Y adems, actuar en elescenario internacional siguiendo a la razn de Estado, o sea, ciendo suconducta al clculo y maximizacin de sus intereses particulares.

    La reflexin moderna acerca del Estado y la soberana adquiere hoyda una enorme actualidad. Los autores contractualistas del siglo XVII ad-virtieron con lucidez que los individuos preferan disfrutar de los beneficiosde la sociedad polticamente organizada, porque sta los protege de lasincertidumbres de un estado de libertad natural, sin leyes positivas, juecesimparciales y un poder coercitivo comn. Uno de estos autores, ThomasHobbes, argument que si la sociedad poltica desapareciese, los individuos

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    se comportaran entre s como enemigos. No obstante, tal enemistad serainsostenible en el tiempo, entre otras razones, por la relativa igualdad de loscontendientes: en un estado de guerra de todos contra todos, esa igualdad sehace manifiesta, porque all el ms dbil puede destruir al ms fuerte,sea por maquinacin secreta o por federacin con otros que se encuentranen el mismo peligro que l5. As se impone la evidencia racional de la paza travs de la asociacin poltica.

    El famoso argumento hobbesiano, aplicado a las relaciones entre losEstados, nos dice que en un escenario de guerra permanente, expreso odifuso, ningn Estado es suficientemente hegemnico, en el largo plazo,como para mantener su supremaca sobre el resto de los Estados e imponerun orden pacfico. Hoy da, Estados relativamente dbiles y, lo que es msdramtico, grupos polticos o religiosos diseminados en el mundo, puedendaar gravemente a la poblacin y el territorio de los Estados ms podero-sos. En consecuencia, es imposible que una superpotencia imponga su he-gemona y asegure un orden internacional de paz. Esto significa que en lasactuales circunstancias el paradigma poltico del imperio universal, o sea, laconcepcin de un modelo de un orden global, fundado en la supremaca y elpoder excesivo de una sola potencia central, no tiene ninguna viabilidadhistrica.

    A este respecto, Kant observ en el siglo XVIII que los Estados, porla sola virtud de su naturaleza soberana, tienden a o tienen la vocacina ser monarquas universales. El dinamismo y la lgica del poder libre,solutus y perpetuo, que constituye la esencia de su propia soberana, explicaesta vocacin. Pero, nos dice el filsofo de Knisberg, hay dos disposicio-nes de la naturaleza (natura daedala rerum) que les impiden a los Estadosla realizacin de ese propsito imperial universal: la diversidad de las reli-giones y la de las lenguas6. Creo que esta sorprendente y aguda observa-cin se aplica perfectamente a nuestro caso. Pues el gran veto que lasnaciones le ponen al paradigma del imperio se establece justamente a partirde la diversidad de las identidades.

    Un nuevo orden de paz

    Si es verdad que hay un giro en la historia, es porque se ha hechopatente la necesidad de un nuevo orden internacional. En este contextoresurge con fuerza la apelacin de Kant a la constitucin a travs de un

    5 Thomas Hobbes, Leviathan (1651), p. 95.6 Inmanuel Kant, Projet de Paix Perptuelle (1795), pp. 30-48.

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    pacto entre Estados de una sociedad cosmopolita, un foedus pacificum.Kant es el primer filsofo en proponer la extensin del pacto social a laasociacin de los Estados, siempre y cuando cumpliesen con la clusularepublicana7 . O sea, que fuesen Estados en que estuviesen vigentes lasgarantas a las libertades y derechos de las personas, la divisin de poderes,la supremaca de la ley y el sistema de gobierno representativo.

    Se podra argumentar que resulta paradjico que se recurra a unaidea expuesta por una figura emblemtica de la Ilustracin, cuando se con-jetura acerca de la probable crisis de su poca. El posmodernismo filosfi-co, al plantear el debate acerca de la Ilustracin, ha puesto el acento en suracionalidad reductiva y excluyente y su ceguera ante todo aquello queescapa al paradigma de la representacin. Esta crtica, justamente, permitediscernir aquello que, ms all de la Ilustracin, y de las edades, constituyeuna de las constantes mayores de la historia de la humanidad. Y, me atrevoa sostener, que as como la esencia del ser humano se identifica con sulibertad, as la historia de la humanidad es la historia de su libertad. Yresulta significativo que cuando Kant nos explica que la historia es unmovimiento de la humanidad hacia lo mejor, o sea, hacia la libertad, y quela garanta de este despliegue es la naturaleza, su sistema filosfico semuestra incapaz de mantener su propia coherencia (es decir, afirmar poruna parte que los lmites de la razn no admiten pensar un orden teleolgi-co, y, por otra, que la historia se mueve por una finalidad inscrita en lanaturaleza). Digo esto, porque pienso que la tradencia y evolucin de lalibertad, trasciende a las edades y sus discontinuidades. Por esta razn, laidea de Kant, sobre un foedus pacificum, no recibe su validez del hecho deprovenir de un pensador de la Ilustracin, sino de fundarse sobre un dina-mismo de la humanidad, que cruza las edades. Por lo mismo, ms all deldesvanecimiento de la Ilustracin, esa lnea tradente proseguir su marcha.Y la proseguir en la direccin de lo mejor, si logra poner su fundamentono en el poder sino en el consentimiento de las naciones acerca de un ordende paz. Y, en primer, lugar, en un consenso entre las naciones cuyos reg-menes polticos sean equivalentes a lo que en su tiempo Kant denominrepublicano.

    Y, efectivamente, la filosofa poltica contempornea ha recreado lapropuesta de Kant. En nuestros das, John Rawls, en su obra The Law ofPeoples, nos ofrece una nueva versin de la sociedad cosmopolita esta-dio superior, segn Kant, del secreto designio de la naturaleza organiza-da como un orden de paz para la libertad.

    7 Ibdem, p. 14.

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    El punto de partida de la teora rawlsiana de ese orden son lassociedades liberales8, en tanto organizadas como democracias constitu-cionales. Ellas podran constituir el ncleo duro de ese nuevo orden. Lacomunidad bsica de Estados democrticos permitira trazar la lnea quesepara a las sociedades bien ordenadas de aquellas que no lo son. Y, porlo mismo, establecer principios normativos para las relaciones internaciona-les de los Estados. Recordemos que la Organizacin de Naciones Unidas(ONU) tiene una norma de admisin que estipula que los eventuales miem-bros deben ser Estados pacficos. Los candidatos deben ser sometidos auna doble votacin de la Asamblea General, con mayora calificada de dostercios, pero solamente con la recomendacin del Consejo de Seguridad.De este modo, la membresa a la ONU est condicionada a una clusula deEstado pacfico, pero su control depende en ltima instancia de la volun-tad de las cinco grandes potencias, que son miembros permanentes delConsejo de Seguridad, cada una de ellas dotada de poder de veto. De facto,el nico criterio que se ha aplicado hasta la fecha es la ndole de Estadosoberano del gobierno candidato (tericamente se trata de Estados funda-dos en el principio de la soberana del pueblo).

    La demanda de una clusula democrtica no es utpica, ya esttcitamente en prctica con la Unin Europea, pues ella la impone a susmiembros como condicin de ingreso y permanencia en su seno. SegnRalws, solamente las sociedades liberales estaran habilitadas para discer-nir los principios de justicia internacional y promulgar as la Ley de losPueblos. Tal ley, por emanar de un dispositivo de pacto, que permitesuperar los intereses particulares de cada Estado (velo de ignorancia), con-sagrara principios justos y equitativos de convivencia internacional, sobrecuyas bases se fundaran las instituciones del nuevo orden. La Ley de losPueblos constituira el marco constitucional del orden internacional y laregla ltima a la cual se ceiran los legisladores, ejecutivos, jueces, funcio-narios y fuerzas armadas del sistema cosmopolita. Rawls enumera ochoprincipios normativos de esta ley9, algunos de los cuales ya estn vigentes,total o parcialmente, en el actual sistema internacional, como por ejemplola obligacin de cumplir los pactos o el respeto a los derechos humanos.Pero hay otros cuya aplicacin limitara atributos del poder soberano de losEstados, como el principio de guerra justa o el de justicia distributivainternacional. Es obvio que estos principios la democracia, y el pluralis-mo, adoptados como esenciales constitucionales del orden internacio-nal conducen necesariamente a limitar an ms el poder soberano de los

    8 John Rawls, The Law of Peoples (1999), p. 12.9 Ibdem, pp. 35-43.

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    Estados. Limitacin que se reflejara, por ejemplo, en la anulacin de larazn de Estado, como gua en la conducta de los gobiernos de las so-ciedades liberales. Y en consecuencia, un poderoso impedimento a laagresividad y criminalidad estatal.

    Conviene tomar en cuenta que para Rawls, la estructura bsica deuna sociedad liberal incluye un principio de pluralismo, asentado en unconsenso, que l denomina sobrepuesto (overlaping consensus), entre con-cepciones del bien religiosas, filosficas, y morales distintas, e inclusocontradictorias entre ellas, con el fin de cooperar, de generacin en genera-cin, en la realizacin del bien comn. Tanto los principios de justiciacomo el consenso pluralista configuran una estructura poltica neutral res-pecto de las concepciones del bien de las personas que integran la sociedadcivil. Y sta es la razn por la cual las sociedades liberales bien constitui-das son estructuralmente tolerantes. El pacto internacional, condicionado ala clusula democrtica, debera incorporar una concepcin similar delpluralismo, a nivel de las naciones. Pues, en caso contrario, se carecera deuna base normativa para darles a las concepciones comprehensivas delbien, religiosas, filosficas y morales, un espacio libre, pacfico y seguropara su pleno desenvolvimiento. O dicho de otra manera, as como en lasdemocracias el pluralismo garantiza la sobrevivencia y el desarrollo de ladiversidad de las identidades particulares, as tambin ese mismo principiodebera garantizarlos a nivel de las naciones.

    La cuestin del pluralismo es compleja por muchas razones. Peroaqu conviene tener presente una de ellas, que se refiere a sus lmites. Enefecto, Rawls elabora una extensa y minuciosa conceptualizacin de lascaractersticas que deben reunir las concepciones comprehensivas del bienque pueden participar en el consenso constitutivo de una sociedad libe-ral10. Solamente voy a nombrar las que creo son esenciales. La primera esque se trata de concepciones del bien necesarias para articular y dar conte-nido moral a los proyectos de vida de las personas. En segundo trmino setrata de concepciones del bien que son racionales, y que, por lo mismo,adems de articuladas, coherentes y discursivamente comunicables, tambinadmiten someterse a la discusin crtica. Esta racionalidad no se refiere asus contenidos, que vlida y legtimamente pueden provenir de la fe y larevelacin, como es el caso del catolicismo, sino de su estructura formal. Y,en tercer lugar, son razonables, es decir, sus contenidos doctrinarios per-miten e incluso promueven la relacin de cooperacin y tolerancia conaquellos que sostienen doctrinas del bien diferentes11 . El pluralismo no

    10 Ibdem, pp. 47-88.11 John Rawls, Political Liberalism (1993), pp. 75-78.

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    tolera las doctrinas que no renen las caractersticas sealadas. El principiopluralista, as concebido, es operante en las relaciones entre los Estados,pues les confiere un marco normativo a partir del cual se legitima la convi-vencia pacfica entre naciones marcadas por la diversidad de sus etnias,religiones, lenguas y modos de vivir y pensar.

    Pero, adems, permitira poseer un canon para admitir cierto tipo deEstados no liberales en la Sociedad de Pueblos. Rawls los denomina pue-blos decentes, refirindose a aquellas sociedades que a pesar de fundar suestructura constitucional en una concepcin particular del bien, secular oreligiosa, por ejemplo, en el Islam, reconocen y protegen los derechoshumanos; poseen instituciones participativas o de consulta ciudadana y susciudadanos tienen el derecho y el poder de disentir de los gobernantes; ysus jueces son imparciales e independientes. La Sociedad de Pueblos nopodra justificar la marginacin de este tipo de sociedades, sin cometer unacto de arbitrariedad, desconociendo la posibilidad del cambio y la proba-bilidad de que ellas evolucionen hacia el liberalismo. Rawls imagina unEstado, al cual denomina Kazanistn12, cuyos esenciales constitucionalesno emergen de un consenso pluralista sino del Corn. Este Estado confesio-nal donde los principios de justicia poltica y los que informan los proyec-tos de vida individual de la mayora se confunden, no es un obstculo paraintegrar a la Sociedad de Pueblos, porque cumple con los requisitos bsicosy preliminares de una sociedad bien ordenada.

    El dispositivo normativo e institucional de la Sociedad de Pueblosno solamente es capaz de distinguir a los Estados afines al concepto desociedad bien ordenada, tambin habilita a la Sociedad de Pueblos paradetectar la existencia de Estados ilegales, que son aquellos que violan laLey de los Pueblos. De este modo, el orden de paz dispone de un sistemanormativo que le permite juzgar y sancionar a los Estados ilegales. O sea,ejercer un poder de jurisdiccin y de coercin sobre ellos, en tanto cometancrmenes internacionales y transgredan el sistema normativo del orden in-ternacional. Ello es posible porque la vigencia de leyes e institucionesinternacionales legitimara y regulara el ejercicio de una guerra justacontra el Estado transgresor. Hoy da, no existe la figura del Estado ile-gal, porque no hay una legalidad internacional positiva, y, por lo mismo,un derecho penal internacional aplicable a los Estados. Lo justo de unaguerra lo decide cada Estado a la luz de su voluntad soberana. En estoconsiste la precariedad esencial del actual orden internacional. Nuevamentenos conviene recordar que la ONU est dotada de un rgano a cargo de lamantencin y la paz internacional, que es el Consejo de Seguridad ya

    12 John Rawls, The Law of Peoples (1999), pp. 75-78.

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    mencionado. Pero tal rgano, por su estructura oligrquica (cinco miembrospermanentes con derecho de veto), no puede tomar decisiones dotadas deplena legitimidad universal. Esas resoluciones pueden ser incumplidas porlos Estados, pues la Organizacin adems carece de un verdadero poderjurisdiccional y coercitivo propio sobre ellos.

    Rawls agrega a su tipologa de los Estados, una tercera forma esta-tal, que es relevante en este ensayo (en realidad, ella incluye cinco tipos).Me refiero a la de aquellos Estados que dadas sus condiciones de extremapobreza no estn en disposicin de desarrollar las instituciones y las prcti-cas mnimas de las sociedades bien ordenadas (sociedades liberales ypueblos decentes). La Sociedad de Pueblos tiene deberes para con este tipode Estados, cuya situacin de miseria material y moral solamente puede sersuperada con la cooperacin internacional. Estos pueblos tienen el derechoa ser asistidos por la Sociedad de Pueblos, para recibir la ayuda necesariaque les permitan alcanzar los niveles de desarrollo econmico y socialadecuados para realizar el ideal de sociedad bien organizada. As, laSociedad de Pueblos deber incluir en su sistema normativo disposicionesde justicia distributiva. A este respecto, tengo la impresin de que la crisisdesencadenada por el atentado del 11 de septiembre tambin interpela alproceso de globalizacin que est en curso. Una vez que el escenario delucha inmediata contra el terrorismo se decante, seguramente se plantear lacuestin de si este proceso, centrado en la apertura de las economas, esviable con un orden internacional dbil, inseguro e ineficaz como el exis-tente.

    Conjeturas finales

    Mi hiptesis es que los hechos terroristas del 11 de septiembre pasa-do marcan un giro en la orientacin de la historia. Los signos que validanesta conjetura son la aparicin de un escenario de guerra nueva que hapuesto en evidencia la crisis de la paz fundada en la supremaca de unasuperpotencia o en el equilibrio de los Estados ms fuertes. Tal crisis puedeinducir a los Estados Unidos y sus aliados a aumentar los recursos de poderpara asegurar la paz por la va de la supremaca. Esta va es perfectamenteposible, porque la ciencia y la tecnologa pueden ofrecer recursos cada vezms eficaces para potenciar materialmente el poder. Entre la Guerra delGolfo y la que desarrollan los aliados en Afganistn hay grandes diferenciastecnolgicas, que demuestran la perfectibilidad del poder armado de lasgrandes potencias. Pero, a la vez, somos testigos de que los Estados Unidosy las grandes potencias son fsicamente vulnerables; y, adems, necesitan

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    crear constelaciones de legitimidad para responder a las agresiones de quepueden ser objeto y mantener un precario orden mundial, que no es unorden sustantivamente fundado en la paz para la libertad. Ello significaraque los Estados, si aspiran a una paz estable y duradera, deberan buscar lasolucin en los consensos y no en la inflacin del poder. Los argumentosclsicos de Hobbes y Locke parecen evidentes, porque en las actuales cir-cunstancias los resultados, siguiendo la misma lgica del poder, en el largoplazo, sern de suma cero.

    Si y solo si los Estados se movilizaran para echar las bases de unasociedad cosmopolita, como la que sugiere Rawls u otra semejante, podra-mos concluir que realmente los actos del 11 expresaban la inminencia de uncambio de poca. Pero si no es as, solamente estaramos ante un giro de lahistoria, siempre al interior de un mismo bloque de continuidad. Mientrastanto solamente podemos esperar que el enigma se resuelva a favor de uncambio de poca. Y en este caso, la esperanza no es una conjetura, porqueella emana de una evidencia de la razn, que pone un veto irresistible a laguerra y nos ordena hacer la paz.

    BIBLIOGRAFA

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    Ne Mnent Nulle Part. Pars: Gallimard, 1962.Hobbes, Thomas. Leviathan. Londres: Oxford University Press, 1963.Kant, Inmanuel. Projet de Paix Perptuelle. Pars: Vrin, 1947.Rawls, Jonh. Political Liberalism. Nueva York: Columbia University Press, 1993.Rawls, John. The Law of Peoples. Cambridge y Londres: Harvard University Press, 1999.