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La elección de una causa Muchos son los caminos posibles para encontrar una

causa. Para algunos, puede ser la vía guerrillera; pero también hay otras causas, como la religión, la ciencia, el psicoanálisis o cualquier otra que sea asumida como tal y en la que se instauren una pertenencia y una filiación.

Desde un primer momento entre los miembros de una organización guerrillera van surgiendo fuertes vínculos, profundas solidaridades, relaciones particularmente es­trechas; todos unidos en una colectividad con una causa común, la causa guerrillera. Cursan una cotidianidad intensamente vivida, marcada por la aventura, el riesgo constante y el peligro inminente, el albur y la sorpresa, en un colectivo ilegal y clandestino donde se juegan la vida.

El vínculo a una organización guerrillera es una en­trega incondicional que implica una elección, soportada en motivos diversos y aún contradictorios, construir una sociedad nueva, un nuevo Hombre, destruir un orden social, hacerse a las armas; en fin, múltiples aspiracio­nes colocadas en el lugar del ideal.

Decir elección es acudir a un término agudo introdu­cido por Freud a propósito de la sexualidad humana para

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plantear que en la escogencia está comprometida la sub­jetividad y que no cualquiera va;1 en otras palabras, hace referencia a un sujeto implicado. La elección entraña una inclusión y, como su envés, una exclusión, e insta­la al sujeto en un significante que implica el medio de goce.2

Como en toda escogencia, hay condiciones bajo las cuales el sujeto hace su elección, referidas al vínculo, es decir, condiciones de amor, y también condiciones de goce, que determinan la opción por el ideal y lo que éste mediatiza. Siempre hay una peculiaridad contingente que hace enganche con el sujeto y, dada su determinación, se hace obligante; por lo tanto, no podrá hablarse de li­bertad del sujeto. Seguramente hay algo de azaroso, en tanto tyché; puede darse o no, como todo encuentro que implica la subjetividad, pero al momento de ocurrir hay un desencadenamiento que produce la elección y favore­ce la puesta en juego de una elección de objeto que es a la vez elección de identidad.3

Hacerse a la causa guerrillera es un intento del suje­to por hacerse al ser. Esta elección, como apuesta en un momento avanzado de la vida, se organiza en cada uno según su particular estructura y por lo mismo no es un acaecer estructurante.4 Intentando crear un nuevo significante, un significante amo de "la revolución", el

La noción de goce, introducida por J. Lacan pora referir a lo satisfacción articulada a la pulsión de muerte, encontrará el

despliegue de sus matices a lo largo de los capítulos de este libro. En particular, J.-A. Miller enfatiza sobre el vínculo de la

elección y el goce. cf. Jacques-Alain Miller, Introducción al método psicoanalítico, Buenos Aires, Paidós, 1998

Id., El hueso de un análisis, Buenos Aires, Tres Haches, 1998.

' J.-A. Miller, Introducción al método psicoanalítico, Op. cit.

En psicoanálisis; la estructuro refiere a la organización básica del deseo con respecto a la ley, lo cual impliea también uno

forma particular de goce. Así, se diferencia de la contingencia, entendida ésta como casual o azarosa, pero que forja destino en

tanto se articula a la estructura.

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sujeto se hace a la verdad, amurallándose en una identi­dad que le otorga la certeza de su saber.

Es una elección que entraña también renuncias, pues darse a la causa conlleva para un sujeto un concomitan­te abandono de sí y de lo suyo. Están comprometidas múltiples abdicaciones vividas sin dolor ni angustia, ha­ciéndose factibles por aquello que moviliza la adhesión. Es una renuncia a muchas cosas propias y de la historia personal, que con frecuencia implica también el discurso y los ideales familiares. Se deja aquello que fue en la fa­milia, ese primer tiempo lógico en los avatares de la vida familiar; se deja todo por un norte encontrado, una mira que marca el camino, un ideal soportado en un hombre capaz de hacer justicia en el mundo, colocado en ese lu­gar donde la ley falla en el registro de lo social.

A la vez, el vínculo a la magnánima empresa provoca el engrandecimiento del ser; se hace parte de un cuerpo armado y se participa de su omnipotencia y poderío.

La ... búsqueda de trascendencia... la pretensión de proyectarse, de superar las trivialidades de la vida, de ... no ser uno más... expresan formas de religiosidad instala­das más allá de una vida cualquiera. Evidencian también la indisposición a soportar los impedimentos de la vida, así como las propias limitaciones.

Como dice Freud: "La vida se empobrece, pierde inte­rés, cuando la máxima apuesta en el juego de la vida, que es la vida misma, no puede arriesgarse. Se vuelve insípida e insustancial..."5 Frente al temor a una vida intrascendente, una muerte en vida, a lo insoportable de

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1979, p. 291.

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la mortalidad, el ser se entrega al ideal como posibilidad de ... darle sentido a la vida... La muerte, por su nega­ción, introduce la necesidad de trascendencia. Así po­dría decirse que el colectivo de un proyecto guerrillero participa de una estructura religiosa en tanto da un sen­tido trascendente, esclarece los enigmas del mundo, ase­gura protección y permite soportar los dolores y las más difíciles tareas, imponiendo para todos por igual un ca­mino.

Un guerrillero construye su destino y es allí donde habrá de escenificar los azares de su existencia. Hacerse clandestino será entonces hacer del clan su destino.

De la falta en ser del sujeto se despliega, a modo de paradoja, su pasión por justificar la existencia. Es sufri­miento y es pasión que puede expresarse aún en el dolor como prueba de la existencia. El amor, el ideal, es posibi­lidad de prueba de la existencia distinta al dolor, así a la vez lo incluya.

La elección es una posición subjetiva que, si bien re­fiere a la estructura, se resuelve en la contingencia y se expresa en el registro de la justificación. Frente a la falta de una razón de ser, como metonimia del vacío que cons­tituye al sujeto, frente a ser más vano que existente, el sujeto inventa una razón de ser, una buena razón para ser. Es encontrar una buena causa para defender, que pueda obturar el vacío en que él mismo consiste; es de­cir, la causa viene a alojarse en el lugar de la hiancia que constituye al sujeto. Inventar una causa, derivar de allí valores, son motivos fabricados para justificar la propia existencia.

Así, en la pasión está incluida la relación con el Otro, el Otro de la justificación, al que el sujeto pide su razón

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de ser y al que hace surgir solamente a partir de la dis­culpa, de la excusa.6 Hay pues una voluntad de justifi­cación de la existencia que dice de "un deseo que se pre­senta como vacilante con relación al goce pero que, respecto del Otro de la justificación, es constante".7 Sin embargo, la causa no es reducible al significante y ha­brá de extenderse el análisis a la relación con el goce en el despliegue de las posiciones subjetivas del ser.

La religión como la política se sirven de la voluntad de justificación, por la vía de la justicia distributiva. ¿Será la guerra, la vía armada, donde el derecho al goce en­cuentra su justificación?

Sólo la diferencia puede justificar la existencia, así sea en la forma de su negación, porque esa diferencia, en tanto falta en ser, es todo lo que tiene el sujeto. El sujeto empuña el ideal, aunque implique entrega, renuncia, su­frimiento, porque su falta en ser es todo lo que tiene para justificar la existencia. Es entonces su falta en ser la que hace su diferencia subjetiva; a ella se aferra, a la vez que con persistencia pretende su taponamiento. Asi, en las vacilaciones y eclipses del deseo está la búsqueda para no encontrar, la búsqueda que borra el hallazgo, que lo evita, y así mismo, la obnubilación producto del embelecamiento.

Jacques-Alain Miller, Los signos del goce, Buenos Aires, Paidós, 1999.

' Ibid, p. 8/.

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Lógicas del lazo social La elección de una causa guerrillera, al igual que la

de cualquier causa colectiva, y la permanencia en ella, tienen como condición la fraternidad. Esta supone al in­terior de la colectividad una particular tramitación de la diferencia que permita el encuentro de muchos y To haga soportable por la vía de la igualdad y la homogenización. Como el envés de la fraternidad, un colectivo despliega la segregación.

Fraternidad y segregación

La intensidad de los afectos y de los vínculos al inte­rior del colectivo guerrillero, significado como ... una gran familia... dan cuenta de una situación privilegiada en cuan­to a la solidez y consistencia de los nexos. Y, más que privilegiada, excepcional. Es una fraternidad construida por la filiación al partido, a la organización, la adhesión a un proyecto, donde cualquier desconocido es a la vez her­mano, hermano de causa. La plenitud de la entrega hace vivir también de manera particularmente intensa y positi­va el encuent ro in te rhumano. Con ello pareciera desdibujarse una paradoja del vínculo social ilustrada con riqueza por Freud, esto es, la coincidencia del amor y la hostilidad en el lazo amoroso.

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La hostilidad existente en las ligazones intensas, es­condida en lo inconsciente a veces tras un tierno amor, es para Freud el arquetipo de la ambivalencia de las mo­ciones de sentimientos en los seres humanos, "sentimien­tos bi-escindidos".8 El otro, modelo, objeto de amor, es a la vez rival y adversario, configurando aquello que Freud apuntó a denominar "sentimientos de ambivalencia".9

Lacan vuelve al problema para precisar que el psi­coanálisis incita a recordar que no hay amor sin odio; entre "menos odia, menos es ... y como no hay, des­pués de todo, amor sin odio, menos ama".10 En una palabra de Lacan, es el "odioamoramiento".11 Sin em­bargo, los alcances de este acierto se ven matizados para Lacan en su reclamo a Freud de no haber podido darle otro nombre, sino "el término, bastardo, de ambivalencia".12 Con ello sugiere que otro nombre u otra noción habría podido potenciarse mejoren el mar­co de la teoría. Lacan dimensiona esta conjunción del amor y del odio ligándola al saber, pues quien no co­noce el odio es el ser más ignorante de todos. En su trabajo habrá de inscribir el amor y el odio como pa­siones, aunadas a la ignorancia.

Ya en un momento temprano de la existencia, dice Lacan, el otro es posibilitador de la jubilosa asunción de la imagen especular de la cría humana, inaugural de la dialéctica de la identificación con el otro y constituyente de sus objetos en una correlativa rivalidad con el seme-

Sigmund Freud, "Tótem y tabú". Obras completas, T. XIII, Buenos Aires, Amorrortu, 1980, p. 68.

Id., "Psicología de ias masas y análisis del yo". Obras completos, T. XVIII, Buenos Aires, Amorrortu, 1979, p. 97.

Jacques Lacan, Seminario 20. Aún, Buenos Aires, Paidós, 1985, p. 108.

" Ibid., p. 110. n Ibid.

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jante.13 La imagen capturada anticipadamente crea una tensión, la cual no encuentra más posibilidad de resol­verse sino en la destrucción del otro. Se revela así la agre­sividad como componen te fundamenta l en la estructuración del sujeto que subyace a todas las futu­ras formas de identificación. El deseo del sujeto, mediatizado por el deseo del otro, se afirma en una com­petencia, en una lucha de prestigio, rivalidad absoluta por el objeto hacia el cual se orienta.

'Esta problemática tiene sus inicios en el nexo con el Otro primordial, la madre, enfrentándose a una repeti­ción a lo largo de la existencia. El hermano es un intruso indeseado, rival en la relación con la madre v obieto de la más profunda hostilidad. Compartirla madre implica per­der, renunciar a una parte de su cariño. Pero el "herma­no" en la guerrilla, compañero, camarada, deja de ser extraño para convertirse en íntimo, cercano y preciado, como parte de un todo, de un "ser en colectivo". Conse­cuente con la fuerza del discurso guerrillero que opera en la dimensión del deber ser, sin reparos se es solidario y fiel hasta la muerte, opacando al ser en la perspectiva de los celos y la rivalidad ¿Cómo explicar una relación de estas particularidades? ¿Qué puede dar lugar al surgi­miento de lazos afectivos aliviados de ambivalencia? ¿Cómo puede, además, sostenerse un odio intenso hacia otros?

Toda relación afectiva íntima y prolongada contiene sedimentos de hostilidad que sólo dejan de ser percibidos en virtud de la represión. En la vida en colectivo pueden existir sentimientos opuestos sin que perturben ni lle-

'' Jacques Lacan, "El estadio del espejo como formador de la función del yo (je) tal como se nos revela en la experiencia

psicoanalítica", Escritos l , México, Siglo XXI, 1981.

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guen necesariamente a generar conflicto. Como propio de la vida anímica inconsciente, una moción sofocada puede sostenerse por un largo tiempo.

Para el caso de una organización guerrillera hay un recurso de trascendental importancia en el sostenimien­to de la cohesión: la configuración de un enemigo afuera de la organización. El enemigo permite desplazar sobre un nuevo objeto la hostilidad. Como lo destaca Freud, amor por los propios, odio para los extraños.14 Dentro de una rigurosa lógica binaria, quien no está conmigo, está contra mí, o lo que es lo mismo, contra el proyecto unifi­cador. En una guerra siempre será necesario satanizar al enemigo; se justifica la guerra diciendo que el enemigo es malo, que es un demonio, que es lo peor, un bandido.15

La rivalidad de esa relación especular se hace insoporta­ble dando lugar a la expresión de lo mortífero del lazo social, ubicándolo fuera.

Construir un adversario externo, permite expulsar la hostilidad fuera del colectivo y mantenerla así bajo con­trol. De esa manera se hace posible en la guerrilla con­servar la ligazón colocando afuera todos los sentimientos adversos, tal como el niño tramita la ambivalencia des­plazando la hostilidad al padre y conservando el amor hacia la madre.16

La disociación de la ambivalencia propia del vínculo social conlleva la construcción de un interior y un exte­rior a ese cuerpo armado. Se marcan con radicalidad in-

S. Freud, "Psicología de las masas y análisis del yo", Op. Cit.

Enrique Flórez, "La dimensión psicosocial de la reinserción", en: María Clemencia Castro y Carmen Lucio Díaz, Guerrilla,

Reinserción y Lazo Social. Santafé de Bogotá, Almudena, 1997, p. 145.

Sigmund Freud, "Sobre lo sexualidad femenina", Obras Completas, T, XXI, Buenos Aires, Amorrortu, 1979,

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clusiones y exclusiones, amigos y enemigos, expresán­dose el narcisismo de los colectivos17 y dando posibilidad a la intención agresiva que conduce a eliminar al otro sin mediación alguna. Así mismo, colocarse en el orden so­cial como opositor es ofrecerse al odio del otro, pues ha­cerse diferente despierta la hostilidad desplegada en la dialéctica especular.

De allí la búsqueda en el colectivo guerrillero de es­tricta nitidez en los límites, de definir lo interno y lo ex­terno, lo propio y lo extraño, que se deriva en rígidas va­loraciones y categorías de amigo y enemigo, desplegando la protección de los propios y la descarnada intolerancia hacia quienes no son cercanos. Las personas que esta­ban con nosotros eran nuestros amigos, los que estaban por fuera de nosotros, nuestros enemigos o colaboradores de nuestros enemigos.18

El colectivo mismo se encarga de protegerse y ase­gurar su existencia, intentando evitar con gran celo los retiros. Las rupturas y la disgregación pueden llegar a desintegrarlo y por ello se anticipa a estigmatizar cual­quier intento de separación. El empeño por sostener la unidad transita por requerimientos y renuncias,oexpre­sándose la coerción como la otra cara de la cohesión. Se vive minuto a minuto y los lazos de afectividad son inten­sos tanto en las lealtades como en las traiciones. De ahí la intensidad con la cual es excluida unapersona cuando trata de saiirse del grupo guerrillero; se llega al ajusticia­miento porque también es muy fuerte esa situación de ruptura.ig

S. Freud, "Psicología de las masas y análisis dei yo", Op. cit. • 18 PROGRESAR, Balance Proceso de Reinserción del EPL. Informe Final, Santafé de Bogotá, 1995, p, 62.

" E . Flórez, Op. c i t , p. 155.

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La creación de un enemigo tiene además otra podero­sa incidencia en la colectividad, pues el odio puede pro­ducir un efecto unitivo y generar ligazones afectivas tan fuertes como aquellas motivadas por un conductor o una idea rectora. Bien dice Freud: "La condición de oponente no coincide necesariamente con la de enemigo; sólo deviene tal cuando se la toma como pretexto y se hace abuso de ella".20 Cualesquiera que sean los móviles, un colectivo debe siempre su existencia a las ligazones allí establecidas.

Con Freud puede acudirse así a la noción de ambivalencia y a su intento de resolución por la vía de la disociación, para explorar las formas del encuentro interhumano. Pero igualmente se halla en su trabajo la anticipación temprana de otra noción que más tarde en­contrará su desarrollo en la obra de Lacan. "Siempre es posible ligar en el amor a una multitud mayor de seres humanos con tal de que otros queden por fuera".21 Freud expresa esta idea inicialmente en Tótem y tabú, la desa­rrolla luego en su texto Psicología de las masas y análisis del yo, y la precisa de nuevo en El malestar en la cultura. La noción de segregación es introducida y clarificada pos­teriormente por Lacan, reconociéndola como estructural a la constitución del sujeto en el lazo social. La exclusión retorna del Otro, dado el efecto del lenguaje en el sujeto y la falta en el saber que lo constituye.

Su escenificación en la dinámica de los colectivos puede provocar exacerbación de lo imaginario, reapare­ciendo con una fuerza aniquilante y dando expresión al ímpetu destructivo como forma de insistencia de lo real,

Sigmund Freud, "El malestar en la cultura", Op. cit. n Ibid, p. 111.

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es decir, de lo imposible de escribir en el discurso.22 La diversidad implica modalidades distintas de goce y en la medida en que el impulso homogeneizador se realce, és­tas se hacen insoportables.

Puede apelarse a significantes para dotar de sentido a la segregación, pero en lo esencial no requiere de una ideología y tampoco obliga que un rasgo unario sea puesto en un líder; será suficiente que un plus de gozar pueda ubicarse en ese lugar.23

La segregación, propia del lazo social, es el fundamento de la fraternidad. Es segregando o apartando a unos que se unen otros. Su forma reflexiva es igualmente una segre­gación. Una fraternidad lo es por su segregación y con fre­cuencia habrá de camuflar su fundamento. Así lo dice Lacan: "Sólo conozco un origen de la fraternidad ... es la segregación... En la sociedad todo lo que existe se basa en la segregación, y la fraternidad lo primero. Incluso no hay fraternidad que pueda concebirse si no es por estar sepa­rados juntos, separados del resto".24

Igualdad y homogeneización

Una organización guerrillera alberga en su interior hombres y mujeres, adultos unos, jóvenes otros, niños y también viejos; vienen de distintas regiones, variada es su extracción social y cultural, diferente su nivel educa­tivo. En fin, cada uno con una historia propia en un en­cuentro que acoge y sostiene a sujetos de muy diversa

Omaira Aristizábal, "Colombia: Niños y síntomas del lazo social", en: Instituto del Campo Freudiano y Centro Interdisciplinario

de Estudios del Niño, Lo clínica frente a la segregación, Barcelona, Eolio, 1998.

Roberto Mozzuco, "La segregación y las agrupaciones de analistas", en: Jacques-Alain Miller, Comentarios al Seminario

Inexistente. Buenos Aires, Manantial, 1992.

Jacques Lacan, Seminario 17. El reverso del Psicoanálisis, Buenos Aires, Paidós, 1992, p. 121.

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estructuración psíquica. ¿Cómo es posible que sujetos tan disímiles puedan soportarse y sostenerse unidos?

La adhesión a un grupo guerrillero es el vínculo a un cuerpo armado, un cuerpo estructurado, que prefigura una imagen corporal integrada, organizada, completa. La identificación con el ideal, con un discurso, el líder que lo representa, y a la vez con los demás miembros, unifi­can a quienes pertenecen al colectivo y producen un par­ticular efecto de borramiento de las diferencias. En el interior de la organización persiste la solidaridad sin con­diciones ni límites y los elementos agresivos hacen pre­sencia de manera eclipsada.

La pervivencia en colectivo implica la ilusión funda­mental de igualdad. Por lo tanto, no hay cabida para la diferencia; múltiples mecanismos procuran intentar su borramiento. El proyecto, el gran ideal, es uno solo, co­mún para todos, pues todos proyectan el ideal del yo ha­cia afuera en un mismo objeto. Así mismo, todos son igua­les frente a él en cuanto lo hacen suyo, compartiéndolo. En toda masa organizada rige idéntico espejismo, dice Freud.25 Según él, de esta ilusión depende todo; si se la deja desvanecer, enseguida se deshace el colectivo. La igualdad implica entonces la ilusión de un reparto homo­géneo del goce. Implica también ser homogéneo con los otros, hacerse colectivo, esto es, hacerse uniforme e indi-ferenciado. En la vida militar se expresa la fascinación de los uniformes, la perfecta simetría de las marchas, los can­tos al unísono. Cuando tú gritas con fuerza y sientes que trescientos hombres gritan contigo, te sientes identificado con muchos, te sientes grande, todos ocupan tu pecho.26

S. Freud, "Psicología de las masas y análisis dei yo", Op. cit. K PROGRESAR, Op. c i t , p. 73.

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El amor al prójimo implica siempre un narcisismo fren­te al cual toda divergencia se apuntala como crítica. De allí la especial sensibilidad a las diferencias. Sin embar­go, Freud advierte: "Toda esa intolerancia desaparece, de manera temporal o duradera, por la formación de masa y en la masa. Mientras que ésta perdura o en la extensión que abarca, los individuos se comportan como si fueran homogéneos; toleran la especificidad del otro, se consi­deran como su igual y no sienten repulsión hacia él".27

Una restricción así del narcisismo, dice Freud, sólo pue­de ocurrir por una ligazón libidinosa con otras personas. El amor, por sí mismo no encuentra más impedimento que el amor por otros. Ni la comunidad de intereses, ni el trabajo conjunto son suficientes para producir una res­tricción duradera del narcisismo; son los lazos surgidos en la cooperación los que fundan y extienden la relación entre los sujetos. Sólo el amor es capaz de transformar el egoísmo en altruismo. Sin embargo, esa entrega de lo propio por la causa, y aún por los otros, sigue siendo una acción eminentemente narcisista, con importantes efectos de engrandecimiento y sobreestimación.

Con quienes no alcanza a operar ese mecanismo pro-piciador de la tolerancia, las diferencias se hacen inadmi­sibles, por sutiles que ellas sean. Ya en 1913 advertía Freud que entre menores sean las diferencias, mayor sen­sibilidad hay frente a ellas y más fuerte es la intoleran­cia28. Es el "narcisismo de las pequeñas diferencias"29 lo que puede explicar las devastadoras críticas y pugnas

S. Freud, "Psicología de las masas y análisis del yo", Op. cit., p. 97.

Esta idea, expresada por Freud en tótem y tabú, es desarrollada en 1921 en su texto Psicología de las masas y análisis del

yo, y precisada de nuevo en 1930, en El malestar en la cultura.

S. Freud, "El malestar en la cultura", Op. cit., p. 111,

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entre unas y otras organizaciones guerrilleras. Ofrecer un escape a la pulsión en la hostilidad a los extraños es una manera de ponerle límite. En el intento de sofrenar sus manifestaciones se opta por orientarla hacia identifi­caciones y vínculos que favorecen la cohesión de los miem­bros de la propia colectividad.

Una nueva paradoja del vínculo social deja planteada Freud al advertir que cuando la intolerancia no se mues­tra tan violenta y cruel se debe mucho más al debilita­miento de los lazos sociales que al apaciguamiento y dul­cificación de las costumbres.30

Una rivalidad mortífera se exacerba entre los diversos grupos por la tenencia de la verdad; así mismo, en cada grupo, ante el atisbo de cualquier discrepancia, se convo­ca el narcisismo en su imposibilidad de enfrentar las más sutiles diferencias, teniendo como"soporte la exclusión. Al interior, el colectivo guerrillero opera desmintiendo la di­ferencia, homogeneizando hace que se diluya su especifi­cidad. De este modo se encubre que la armonía y la complementariedad sólo existen en su forma nugatoria.

La organización guerrillera es una colectividad que hace Uno; es la perspectiva del "todos" como totalidad, en contraposición a una serie que implica uno por uno. Es la búsqueda del Uno con el Todo, la suposición iluso­ria de completud, en la búsqueda del Uno sin falta. Esa unidad se hace posible bajo el significante madre, que por excelencia une sin tachadura a todos los hombres, representado en la "organización guerrillera". La unidad expresa al Uno en la ilusión de armonía, de uniformi­dad, en la perspectiva de la homogeneización del goce.

S. Freud, "El malestar en la cultura", Op. cit.

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La agrupación de estos hombres guerrilleros se hace excluyendo; aglutina a partir de la diferencia, expulsán­dola. En el colectivo se reúnen todos, "los que son", y los demás quedan fuera. Expulsar la diferencia implica ex­cluir aquello que hace excepción, que hace la pequeña diferencia. Eso de lo que no se quiere saber se deja afue­ra precisamente porque hace evidencia de su tachadura. Pero, más tarde o más temprano, se encontrará que no hay completud, es decir, el sujeto habrá de enfrentarse a lo imposible de la totalidad.

Esto compromete también una paradoja, pues el co­lectivo está montado sobre una diferencia; el colectivo mismo es una implicación tardía porque en cada uno de sus integrantes hay inicialmente una primera intro­ducción estructural de la diferencia con la sexuación, que dice de su inscripción subjetiva en lo real de la dife­rencia de los sexos, diferencia irreductible. Como tal, cualquier intento en la vida social por opacar la diferen­cia convoca ese elemento estructurante del sujeto que refiere a la diferencia sexual.

Ahora bien, los guerrilleros, constituidos como colecti­vo, se convierten en estandartes de una exquisita diferen­cia con respecto a los gobernantes y a los burgueses aman­tes del confort, a las costumbres de los civiles en lo familiar y en lo social. Reclaman, además, el estado de beligerantes y ven en la fuerza una estrategia para hacerse oír del amo político. Esto los convierte en seres que no son tolerados por la legalidad, impulsándolos hacia la clandestinidad, para ordenar sus actos desde allí. Guerrillero es sinónimo de clandestino y una primera consecuencia que esto halla en cada uno es el cambio de nombre. A más de borrar su nom­bre, queda destinado a borrar sus huellas para evitar que se sepa quién es y para que de su andar no quede rastro.

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A la sombra de la clandestinidad

La causa guerrillera exige una entrega plena, sin cuestionamientos, y requiere hasta renunciar al propio nombre. El significante que marca al sujeto en su unici­dad imaginaria es dejado atrás, en un intento por rom­per la cadena de su referente primero. En la causa habrá otro nombre, posiblemente varios, y un nuevo referente. El nuevo nombre sella la adhesión a la causa y formaliza la pertenencia al colectivo. Como nombramiento es acto inaugural, iniciación muchas veces sin rito, que dice del paso dado. El nombre del grupo al que se vincula consti­tuye una nueva marca de filiación y pertenencia.

El nombre al cual se renuncia es lo más íntimo y pro­pio; no es un nombre cualquiera el que se deja, es uno y único, o mejor, gracias a éste el sujeto se ha hecho uno. Precisamente el nombre ha sido una vía de inscripción en el lenguaje, un acto simbólico por excelencia; forja un sím­bolo propio y designa al sujeto, declarando su nacimiento cultural. Nombrando el deseo paterno y el deseo materno, el nombre hace ingreso del hijo a la cadena significante de los padres, en cuanto lo sitúa en una cadena de filiación y en una estructura de parentesco. Ese nombre opera, en

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u n comienzo, u n a primera separación, señalando al niño como no confundido con su madre. Dar nombre es un acto simbólico que interpone un significante entre la ma­dre y el hijo, u n significante en la línea del padre. De allí que el nombre propio encuentre su referente en el nombre del padre, que inscribe en un cuerpo la ley del límite y de la muerte. Por lo mismo, el nombre no sólo permite desig­nar lo que hay vivo en el sujeto, sino que enuncia al sujeto como ya muerto; será el nombre a grabar en su tumba.

En la guerrilla el nombre propio se convierte a veces h a s t a en lo m á s banal . Allí, como siempre sucede en u n a c a u s a que implique el sacrificio del ser al amo, el nuevo nombre vendrá m á s de los muer tos que de los vivos.

Esta renunc ia al propio nombre implica u n a quiebra del ser que marca al sujeto e inicia u n a nueva cadena de identificaciones, inaugurando un segundo tiempo lógico en la historia subjetiva. Múltiples nombres , múltiples identidades, varias y ninguna. Seres despojados de his­toria ... con la familia propia ... compartíamos un p a s a d o pero con un relato falso del presente. Con los compañeros vivíamos lo cierto de la acción política presente, pero con un relato falso del p a s a d o 31

El seudónimo tiene la forma lógica de la sustitución. No es propiamente un alias, pues éste es un sobrenombre que además acen túa el hecho de estar fuera de un orden social. En la guerrilla se t ra ta más bien de un significante que protege la identidad legal32 pero que esencialmente representa el querer ser;33 marcando la adscripción al ideal.

Palabras de León Valencia. Arturo Guerrero, "Hay que desatar la imaginación", en: Corriente y Común, No. 2, Santofé de

Bogotá, enero-febrero, 1998, p, 7.

María Eugenia Vásquez, Escrito para no morir. Bitácora de una militando, Santafé de Bogotá, 1998, p. 71 33 Ibid.

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Eso distintivo del sujeto, su nombre, al igual que aquello que le es esencial, su deseo, se subsume desde un comienzo en el colectivo a cuenta del ideal. El víncu­lo a la guerrilla es así, un ingreso al anonimato en la vía de la clandestinidad y de manera particular configura un borramiento del sujeto del deseo.

Pero los estragos subjetivos de la pérdida del nombre. en su operación de borramiento subjetivo, evidenciado en otras circunstancias como la oscura experiencia de los campos de concentración, quedan atenuados por la función del ideal.

El sujeto subsume también en el colectivo su respon­sabilidad individual. Se emprende una cadena de actos de los cuales no es responsable, porque responde el co­lectivo a nombre del ideal. Así, amparado en el colectivo, el sujeto puede aliviarse del oneroso sentimiento de cul­pa. Será a partir de ahora actor por interpósito nombre, como aquel que aparentando actuar por cuenta propia (a nombre propio), interviene en un acto por encargo y en provecho de otro. Pero se trata de un acto que es funda­mental realizar porque es el único instante donde puede sentirse nombrado por el amo y al mismo tiempo verse a sí mismo en acción.

El sujeto depone su nombre y pliega su deseo. Ha­biendo trocado su nombre, se produce un anonimato por cuenta de la adhesión al colectivo. Aún así, siempre está allí en su ex-sistencia como ser de goce. Con su vida es­cribe la historia para que sobre ella pueda ser leída; con su muerte paga la posibilidad de hacerse nombrar. ¿Será la muerte una forma de individuación? En todo caso, sí es un momento en el que por fin se existe, en el que por fin se es nombrado y particularizado como mártir de la revolución, como ejemplo a seguir y nombre a recordar.

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El colectivo sirve de referente facilitando una posibili­dad de identificación que mantiene en la exclusión. Re­nunciar al nombre es abdicar al derecho en la sociedad. Se renuncia a la inscripción como ciudadano, para colo­carse en el lugar de opositor. Es renunciar a la inscrip­ción legal y jurídica que marca el vínculo con el orden social y que habilita en el circuito de la legalidad. Para­dójicamente, en tanto evento simbólico, la propia nomi­nación es una inscripción imborrable en el Otro social y, por consiguiente, tiene un carácter inalienable.

Sin embargo, el sujeto, un "ser que aparece como fal­tando en el mar de los nombres propios",34 no encontra­rá allí lo propio de su nombre, sino en el nombre del ser como nombre de goce.35 Es esta la denominación que sugiere Lacan en una vía distinta a la del padre y de la cual el padre no es el origen. Cuando se refiere al goce, no es del nombre propio de lo que se trata y tampoco del seudónimo que lo reemplaza en una nueva adscripción. Ese nombre de goce, su verdadero nombre, es una inven­ción de cada sujeto que lo hace peculiar, lo particulariza. Por lo mismo, la ruptura del sujeto con la cadena significante, que se opera en el abandono del nombre propio en su ingreso a la guerrilla, es una ruptura con el lado ordenador del significante, con su vertiente reguladora de una sucesión en la vía paterna, pero no es una ruptura con el goce, con el nombre de goce.

Jacques Lacan, "Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano". Escritos 2, México, Siglo XXI,

1985, p. 799.

Jacques-Alain Miller, Comentario oí Seminario Inexistente, Buenos Aires, Manotial, 1992.

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Del padre y la causa En el ingreso a una organización guerrillera se acce­

de a una nueva cadena significante que se interpone con la cadena de filiación originaria. Nombrándolo para reconocerlo, el colectivo guerrillero cumple frente al su­jeto una función paterna. La guerrilla es una posibili­dad de reconocimiento ofrecida para muchos, reconoci­miento amoroso de un padre y a un padre, en la dimensión imaginaria. Es una búsqueda de ser-re-co­nocido, ahora en ese ser de guerrillero amparado por el nombre de Otro. Pero aquel que sigue siendo nombrado y aún no nombra, sigue siendo hijo, hijo de la revolu­ción, más no padre. Un guerrillero podrá ser coman­dante y hasta llegar a ser líder, como alguien en quien el colectivo proyecte el ideal, cumpliendo una función ordenadora; sin embargo, no por ello llegará necesaria­mente a ser padre fundador de algo que trascienda su colectividad.

Padre es aquel que constituye un acto fundante, un acto frente al cual el sujeto puede reconocerse y ser re­conocido. En ese sentido, una organización guerrillera podrá tener muchos hermanos y entre ellos varios líde­res, quienes en su protagonismo tratarán de arrebatar­se el lugar paterno, haciendo alianzas, tejiendo ardides;

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sin embargo, allí difícilmente se produce un padre por­que todos son esclavos de una causa ajena a la pregun­ta por su deseo. Alguno eventualmente habrá de confi­gurar actos creadores y podrá inclusive cumplir una función paterna, pero no necesariamente como amo de su deseo y regulador del goce, sino más bien empujando al sacrificio. Frente a la causa todos evidencian por igual su sometimiento. Esa homogeneidad que vela la diferen­cia constituye uno de los fundamentos de la cohesión y de la obnubilación del deseo.

Desde la elección realizada por el sujeto, la organiza­ción guerrillera viene a ubicarse como organizadora, reguladora y protectora, garante de un referente que or­ganiza la vida, estructura el colectivo y sostiene al suje­to. Ofrece una pertenencia dentro de una normatividad rigurosa y otorga sentido a la existencia, configurando un horizonte, un proyecto de vida, así sea dentro del im­perativo de exponerse a la muerte.

La guerrilla se constituye en un Nombre del Padre que se rescata en su poder, en su justicia, bondad y ri­gor. Como todo sujeto, un guerrillero busca en la organi­zación la manera de saldar, de resolver la falla ubicada en la función paterna, pues ningún padre cumple del todo su función. Es la búsqueda de un nuevo padre. Es decir, el ingreso a la guerrilla implica la destitución de un pa­dre para instituir uno nuevo que sí cumpla su función. Por lo tanto, esto no es vivido como pérdida. Es la desti­tución del padre de la realidad consanguínea para ins­cribirse, más allá de él, en una relación con otro padre omnipotente y poderoso, sabio y verdadero, padre de la revolución, padre imaginario.

La organización guerrillera en su compartimentación, obligada por la clandestinidad y el accionar militar, es

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un cuerpo de mil pedazos, pero nombrado e imaginado en su unidad. El ligue es a través del padre en su ver­sión imaginaria que acompaña la versión simbólica so­portada en el discurso, sostén del cuerpo armado en calidad de masa artificial, como cuerpo unificado y om­nipotente.

En tanto intervención simbólica, el ideal tiene su homología con el Nombre del Padre y el significante. El llamado al ideal es un llamado al padre simbólico. Pero en tanto el sujeto se ve desde el Otro, en el lugar del Ideal, éste toma valor de amo, haciéndose dueño del de­seo. Sostener el deseo del padre a nivel del Ideal tiene como marco las identificaciones. La demanda de pleni­tud se dirige al padre como ideal, haciéndose infinita, y con ello deja al sujeto expuesto al Otro, dependiente de él, para lo mejor y lo peor. Así, se inaugura ia dimensión sacrificial. Cuando el padre real desempeña su función, permite vivificar la relación imaginaria, donde puede desplegarse en todo su esplendor el ideal, aunando la omnipotencia y la rivalidad.

Las condiciones de posibilidad de un sujeto están dadas por la función del nombre, en tanto es lo esencial de la función paterna como estructuración lógica que organiza. No se trata de la transmisión de la vida, sino de la transmisión subjetiva del deseo.

El padre simbólico es un nombre, una función, es un lugar vacío y por lo tanto ninguno podrá ocupar ese lu­gar; quien lo asuma lo hará a modo de representación, también expuesto a ser destituido cualquier día. El pa­dre real y el padre imaginario, que hacen parte de la his­toria de cada sujeto, pueden operar en referencia al pa­dre simbólico. Como dice Lacan, el padre simbólico no está en ninguna parte, no es ninguno; es propiamente

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una función lógica.35 Es un Otro de estructura que subyace, un Otro como dimensión simbólica. Sólo la muerte simbólica del padre imaginario permitirá insti­tuir la diferencia y la renuncia a lo imposible.

El significante amo es la categoría propuesta por Lacan a propósito del registro simbólico, que reagrupa estos con­ceptos, desde el Ideal del yo hasta el Nombre del Padre.

El héroe freudiano es aquel que se subleva contra el padre y lo mata en alguna figura suya; el héroe guerrille­ro representa la lucha, la valentía llevada al extremo de su propia muerte. La muerte . . .un destino escogido...37

Jalonado por el padre o en contra suya ofrenda su vida, dejando la culpa del lado de aquel que no muere. Estar vivo ... después de tanto muerto coleccionado en la cabeza, debía ser una traición para con los muertos o en el mejor de los casos una comprobación de su pésima vocación re­volucionaria donde no tuvo cabida como mártir.38

Alguno intentará entonces ir más allá del padre y, en tanto salga ileso o en tanto muera, se convierte en héroe. Como dice Freud, cada uno tendrá "sin duda el deseo de perpetrar la hazaña por sí solo y, de ese modo, procurar­se una posición excepcional y un sustituto para la iden­tificación-padre".39

En la vía guerrillera hay otra versión de la función pa­terna que anuda la rebeldía y la transgresión, donde la subversión despliega su-versión frente a la Ley, expresan-

Jacques Lacan, Seminario 4. Lo relación de objeto, Buenos Aires, Paidós, 1994, p. 212.

Palabras de León Valencia, en: A. Guerrero, Op. cit., p. 8.

Víctor Cunea, "Que me perdonen los muertos", en: Dora Stella Cardona y otros, Memoria de los olvidados, Santafé de

Bogotá, fondo Editorial para la Paz, 1994, p. 215.

Sigmund Freud, "Moisés y la religión monoteísta", Obras Completas, I. XXIII, Buenos Aires; Amorrortu, 1980, p. 84.

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do hacia afuera del colectivo la máxima rebeldía. La oposi­ción al orden social, a la institucionalidad dada, pone en juego la oposición a la paternidad legalmente constituida, cons iderándola u n a versión opresora, arbi t rar ia , abusadora. Así, el enemigo es ubicado fuera del colectivo, en la tiranía institucional, gubernamental y en sus repre­sentantes. El exterior se estigmatiza y repudia, el interior se idealiza, configurando un cierre radical en un movi­miento que hace fraternidad por la vía de la segregación.

Un guerrillero, como propio de su postura rebelde, intenta crear un nuevo significante amo en oposición al orden establecido. Desde su posición en "contra"40 con­forma un grupo que instituye su rebeldía en acto positi­vo, como creación, pero que tenderá inevitablemente al fraccionamiento, pues un revolucionario encuentra en su propio grupo las mismas dificultades que halla en la sociedad. No sólo destruye, también crea; sin embargo, eso que crea también lo destruye, como expresión de su impasse en la relación establecida con la ley de la ciu­dad, radicalmente opuesta a la ley guerrillera.

El lugar donde se articula el deber moral, es el lugar donde se articula el goce. Es precisamente esto lo que siempre hace rebeldía, puesto que no es el padre muerto quien opera organizando el mundo social, sino más bien alguien que usurpa ese lugar. Quien participa de un movimiento guerrillero se instala en una posición de de­safío a la ley social frente a quienes la representan en su arbitrariedad. La rebeldía opera el desafío, poniendo en acción la competencia y la rivalidad. Ante la falla en la ley, se intenta sobrepasarla para obligarla a funcionar.

Gerord Pommier, Freud ¿Apolítico?, Buenos Aires, Nueva Visión, 1987.

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Es una invocación paradójica por fuera de la ley del con­junto social, tendiente a agenciar el restablecimiento de la ley que, sin embargo, siempre es fallida; se trata así de una pretensión de suplencia. Convocado y movilizado irre­mediablemente por ese punto de inconsistencia, el suje­to se instala en su borde, usufructuando en la guerra el supuesto poderío sin límites.

El Nombre del Padre no logra reglamentar plenamen­te y es a propósito de esto que Lacan procede a introdu­cir el concepto de objeto a, para referirse a aquello que siempre hace objeción y permanece como perturbador.

Una organización guerrillera ofrece a un sujeto la posibilidad de inscribirse en contra de la ley de la ciu­dad; por la vía del altruismo, en los tiempos del gran ideal, o como propio de los tiempos más modernos, por la vía de la lógica de colectivo que da viabilidad esen­cialmente a hacerse a un lugar y reivindicar un nom­bre, garante de una pretendida identidad: ser alguien ... se r guerrillero.. . Se puede hacer , así , un cierto anudamiento entre las soluciones subjetivas como in­vención singular y las modalidades del malestar que se expresa en un conjunto social.

La oposición al orden social establecido en su forma de refutamiento e impugnación a su función legal, pero legítima, hace imprescindible discernir entre la subjetivación de la ley y la ley misma e, igualmente, dis­tinguir la ley de la ciudad de la ley simbólica, para adver­tir cómo un subversivo, si bien opera un desafío, no está por fuera de la ley del lenguaje. La temprana alianza con el orden simbólico, instituyente de lo humano, inaugura en cada uno su posicionamiento subjetivo, primera su­misión estructurante. Es la ley articulada al discurso y no como homonimia de la justicia. En su esquiva postu-

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ra ante la ley de la ciudad, como ley civil que soporta un ordenamiento social, la subversión guerrillera no impli­ca u n a subvers ión del sujeto, sino m á s bien su opacamiento; pero no es propiamente la desaparición sub­jetiva, aún capturado en las entrañas de un colectivo, el sujeto habrá de hacer frente a lo simbólico. A falta de esencia del ser, el sujeto es apresado en las identificacio­nes que advienen al amparo del ideal. Sin embargo, por más que se oculte tras ellas, no escapará enteramente a la cuestión de su deseo.

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Ante el brillo del ideal La guerrilla en su ideal promete una sociedad nueva,

se ofrece como espacio de promoción de un Nuevo Hom­bre capaz de hacer justicia en el mundo y de venir a ins­talarse como estandarte de la igualdad cuando por fin el amo injusto llegue a ser vencido.

Acorde con las modalidades y las épocas de una u otra organización guerrillera se han privilegiado y tam­bién hecho conjunción distintas formas del ideal que se promueve, desde las más altruistas, hasta las más prác­ticas y articuladas a una emblemática guerrera.

En la opción por la vía guerrillera están implicados rasgos imaginarios a partir de los cuales todas las ilu­s iones son p o s i b l e s . Es tos son o r g a n i z a d o s y temperados por un rasgo simbólico puesto en el lugar del Ideal del yo.

El Ideal del yo se formula como instancia simbólica que rige la imagen especular, regula y trasciende la rela­ción imaginaria abocada a la lucha a muerte, pacificán­dola. Es punto de encuentro de las identificaciones en el orden simbólico y punto donde lo imaginario se une con lo simbólico. En su dimensión pacificante y amable otor­ga un marco simbólico a lo imaginario y cumple una fun-

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ción apaciguante frente al deseo, pues precisamente el Ideal aparece en su punto de desfallecimiento.

La difuminación de la diferencia dentro de una colec­tividad se hace posible por la identificación. El referente, el discurso, en la guerrilla es el rasgo de identificación y a la vez rasgo unificador. Este da cuenta de un rasgo que hace susceptible al sujeto de introducirse en una causa colectiva; al circular el rasgo y hacerse común su apropia­ción, auspicia la unidad. Esa identificación simbólica hace vínculo, anudada con una identificación imaginaria don­de el rasgo del otro se hace a la vez propio, encontrándose en la base una relación especular.

En el interior de la guerrilla operan entonces identifi­caciones en diferentes registros. Hay un referente, un dis­curso que funciona como significante amo, alrededor del cual se hace posible una identificación simbólica. Esa identificación permite poner el lazo social en función de ideales y aspiraciones. La diferencia podrá tolerarse si hay una fuerte identificación simbólica mediada por el referente como elemento tercero, limitando la rivalidad. Como dice Miller: "el Ideal del yo es el lugar donde se inscribe un significante amo que apacigua la siempre ines­table y siempre agresiva relación imaginaria."41 Es ésta una primera explicación apoyada en el valor pacificante de lo simbólico. Destacar el poder ordenador y apaciguante del significante es, así mismo, una cuestión política. A partir de allí se alcanza a discernir que en la guerrilla ese significante se encuentra fuertemente imaginarizado y, por tanto, no logra producir consistentes efectos pacifi­cadores. El significante puesto en el lugar del Ideal del yo crea un ámbito homogéneo y unificador. La profunda sen-

Jacques-Aloin Miller, Lógicas de la vida amorosa, Buenos Aires, Manantial, 1989, p. 46.

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sibilidad frente a las particularidades de la diferencia hace que ante las discrepancias y las disidencias se configure sin dilación el paso de amigo a enemigo, empujando a la eliminación del otro.

Son las identificaciones las que podrán llevar a la cate­goría de "todos", construyendo una totalidad identificable con "todos". El Ideal del yo es el lugar donde se colectiviza, donde se hace masa. Por la vía de su nexo con el Otro colec­tivo, tiene una función colectivizante, y a la vez normativa, que garantiza el "todos". La masa se funda en el ideal. Una multiplicación de los vínculos concurren en un mismo ob­jeto. Con ello se pone el lazo social y la formación de colec­tivo en la vía amorosa.. Miller, así lo advierte: "el enamora­miento extendido a muchos, reiterado para cada uno".42

Las identificaciones constituidas alrededor de la cau­sa guerrillera y de la colectividad que la soporta conlle­van una sobreestimación del colectivo en la unidad, del Uno con el Todo.43 Un grandioso ideal de transforma­ción social y la capacidad de comandar la vida y la muerte constituyen una ilusión de omnipotencia y poderío ge­neradora de una estructura social capaz de taponar la incompletud, la precariedad de cada uno. La vincula­ción a la organización guerrillera y su alienación en ella es una manera de enfrentarse a la condición de la frágil existencia, a la miseria individual. Se trata de una exal­tación imaginaria del yo por la proyección del ideal en un lugar único, común para muchos.

Como identificación significante, el Ideal del yo per­mite al sujeto encontrar un lugar en el Otro, un lugar

Jacques-Alain Miller, Lógicas de la vida amorosa, Buenos Aires, Manantial, 1989, p. 46.

Sigmund Freud, "El malestar en lo cultura". Obras Completas, T. XXI, Buenos Aires, Amorrortu, 1979.

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desde donde se mira el sujeto. Es la ficción de una tota­lidad desde donde localiza el sujeto esa mirada, conste­lación de insignias donde el sujeto se toma como Uno. El significante del Otro es lo que permite al sujeto contarse como Uno, en una afirmación conclusiva. Esta identifi­cación no es fundamental ni originaria, sino simplemen­te secundaria; como entificación del sujeto, la identifica­ción evidencia su paradoja en cuanto a los dos términos implicados, el sujeto en su división y el significante en su unicidad. Mientras la identificación hace síntesis, en el sujeto, desde el momento de su ingreso al lenguaje, hay división.

El Ideal del yo propiamente no divide al sujeto sino que por el contrario vela su división subjetiva, elide la falta. Tiene como función atemperar, velar la pérdida fun­damental dei sujeto de la que sin embargo depende para constituirse como tal. Posee así la propiedad de hacer existir lo que no existe; de este modo realiza la falta. El Ideal pretende la coaptación del significante amo y el ob­jeto, como Uno sin resto; idealiza al objeto, haciéndolo sin equivalente. Es así punto de detención del sujeto y sus identificaciones. Implica la coalescencia del sujeto con el Otro, en el punto donde se hace insigne y se erige como entidad, pagando con la negación del deseo.

El Ideal del yo, como lugar desde donde el sujeto se ve, es punto de ser evanescente con el cual confunde el sujeto su desvanecimiento. En esa mirada el sujeto se juega su ser por medio de artificios y semblantes que semejan darle soporte. De ese objeto resplandeciente sólo se tienen envolturas, su brillo es puro semblante.

La identificación es la operación por la cual se toma el objeto, siempre perdido, significado como ideal. Tiene la categoría de inercia, en tanto inmoviliza al sujeto. La

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dependencia de esa mirada, en el punto en el que el su­jeto se fija, es vital para sostener su realidad y no su­mergirse en la angustia. La mirada del Ideal del yo cons­tituye el yo ideal. Cualquier semejante puede ocupar el lugar del yo ideal y también despojar de ese yo ideal. De allí que se plantee la tensión entre "él o yo", donde la agresividad y la envidia están aseguradas.

A partir de lo imposible de una identidad, de una uni­dad del sujeto, se inaugura la lógica de las identificacio­nes y sus paradojas.44 No hay entonces identidad sino identificaciones susceptibles de alteraciones. Cualesquie­ra que sean las identificaciones que el sujeto revista, los significantes amos que asuma, podrá luego prescindir de ellos. El sistema de identificaciones que constituyen la trama del sujeto no se restringe a los ideales, a la aspira­ción altruista. Dan un marco identificatorio y operan en el intento de desmentir la castración.45 Los ideales y sus emblemas hacen semblante.

El ideal, como causa, ordena al sujeto en el sentido de organizarlo, regularlo, pero también es deber que con­mina, imperativo obligante; por eso se presenta como su destino. La fuerza del ideal deviene de que el sujeto haga depender de éste su ser.46

En la guerrilla no se es sólo opositor y disidente, sino también portador de un estandarte que hace cuerpo como un intento por hacerse al ser; tentativa de obliterar imaginariamente la falta que como sujeto lo constituye. De allí la omnipotencia y el esplendor, la fascinación y la

1 Eric Laurenf, Las paradojas de ¡a identificación, Buenos Aires, Paidós, 1999.

Javier Aramburu. "Del Ideo! al síntoma, un cambio de orientación", en: Escuela de la Orientación Lacaniana, El peso de los

ideales, Buenos Aires, Paidós, 1999. 44 Ibid.

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grandeza. Es también la faz imaginaria del narcisismo fulgúreo del guerrero, su uniforme, su porte -porte de a rmas- mostración de prestancia y apelación a la mirada fascinada del Otro. Como propio de la relación con el objeto, el proyecto guerrillero con su brillo encadilante, se apun ta l a enclavándose en la falta en ser; el ideal su­puesto que el colectivo encarna, sirve pa ra br indar iluso­ria completud.

La vida guerrillera empuja al sacrificio y a la máxima entrega; impele al sujeto a exponerse a la muerte. La re­nuncia a todo lo suyo es a la vez u n a exaltación narcisista, ser salvador, verdadero representante del pueblo. Por el vín­culo al ideal grandioso se participa de su grandiosidad, haciéndose invencible, y por qué no, ser excepcional en el sentido de la inmortalidad. Aún muerto no muere y quizá así menos que nunca , pues se hace héroe. Como dice ia consigna: Morir por la revolución es vivir pa ra siempre.

Hay u n a cadena sostenida por el ideal y por la identi­ficación a part ir del investimiento del Otro, a n u d a d a ha­cia a t r á s a los muer tos , a los caídos en combate. Cuan importantes son los muer tos , cuán ta su fuerza. Quienes ya no viven son ja lonadores de ilusiones y esperanzas, dan la fortaleza p a r a nuevas hazañas y retos; son aque­llos que hacen presencia con su ausencia, sostenidos en el recuerdo y actualizados por los ritos como aquel padre mítico. Hay ahí algo del orden de la repetición: un muer­to que no muere ... vive en el corazón ... en el interior de todo hombre que lucha po r la justicia y la fraternidad hu-m a n a s m Marcando su destino, hace presencia entre los vivos ... con la fuerza que su muerte gloriosa nos da...48

Manuel Pérez (Combatiente de! ELN), Corto abierto, Desde las montañas colombianas, febrero 15, 19/0, p <8 Ibid, p. 3.

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Así mismo, ... un pueblo que no recuerde permanentemen­te a sus héroes no tiene derecho a sobrevivir. Un pueblo que no se cubre con los ideales fulgurantes de sus héroes no tiene la fuerza para desplegar sus banderas.49

La pacificación de los colectivos por la vía de lo sim­bólico es un canto al poder del significante en nombre del Ideal del yo. El ideal unifica; el enemigo que se hace común, auna. Pero, más allá de la fascinación, de la incidencia apaciguadora del significante que opera como significante amo, de la cohesión amorosa que propicia, y a pesar de su poder, resta un malestar que da testi­monio de un fracaso en la función pacificadora de la identificación simbólica. Es el anuncio de Freud, escla­recido luego por Lacan; o mejor, puede decirse que es el paso dado entre la Psicología de las masas y El malestar en la cultura, que en el decurso de la teoría evidencia el pasaje del amor a la muerte.50 Esto implica introducir en el vínculo social la problemática del goce al lado del ideal, que en nombre de un interés por la sociedad com­pele al sacrificio.

En la vía guerrillera el significante amo hace herman­dad por la mediación del ideal; más allá del objeto está el ideal, punto donde es posible anudar configurando vín­culo; pero, a la vez, el ideal entraña la muerte. Se expre­sa así el ideal en sus heterogéneas funciones: enaltece y obnubila, es garante de fatuidad, sostén en la más extre­ma adversidad, soporte del lazo social en la conforma­ción de intensa fraternidad, mediación dialéctica y com­petencia pacificante. Está también su otra cara, la del ideal que mata, fascinación desafiante ante la muerte y

Manuel Pérez, "Treinta y tres años de 'pedacitos de trapo rojo y negro'", en: Correo del Magdalena, julio 4,1997, p. 7-8.

J. Miller, lógicos de lo vida amoroso, Op. cit.

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desborde de emergencias pulsionales, cuya más ostensi­ble consecuencia es la tiranía, obligante a la devoción sin límites.

El ideal, en su metonimia infinita, está soportado en el goce que como tal es interdicto. Así, en la vertiente del amor se tropieza con el goce, precisamente porque el amor se constituye donde el goce se articula con el Otro del significante. Lo que hace vínculo es el amor, que se so­porta en un aspecto imaginario, es decir, siempre hay un engaño y una ilusión de por medio. Por eso mismo, ha­blar de amor requiere decir del velamiento por la imagen. Pero el amor siempre tiene un puente con lo real del goce. En cada sujeto, los rasgos que hacen identificación es­tán en relación con los signos de su goce. De allí que se pueda sugerir el amor como "la envoltura formal del goce".51 Entonces se descubre la vía amorosa como una sustitución, cuya articulación es necesario poner de pre­sente: La condición de amor es una condición de goce.52

Cabe develar también la opacidad del goce a la sombra del ideal; he ahí la trampa de los ideales.

J.-A. Miller, Introducción al método pslcoonalitico, Op. cit, p. 175.

" Ibid.

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Avalares del sujeto al amparo del colectivo

Hacerse al colectivo por la vía del ideal produce la ilusión de que algo se articula, la ilusión del encuentro. Es "un tiempo de suspensión"53 de la hiancia del sujeto, aquella que marca el exilio de la relación sexual en su posibilidad de coaptación y armonía; es el taponamiento de la falta donde el sujeto se experimenta en tanto de­seo.54 Se trata de un momento en el que el ser halla su vía de espejismo.

El colectivo guerrillero está organizado en torno al Uno y no a lo diverso. Eso se produce a condición de abnegar de lo propio, de aquello que distingue al sujeto, a nombre del deber. El deber entra entonces a operar en lugar del deseo. Allí el psicoanálisis encuentra la alienación del sujeto en tanto su deseo se subsume en el colectivo. La fusión en colectivo es, por tanto, una obnubilación del sujeto. Paradójicamente en la guerrilla aquellos que se reúnen para diferenciarse, como efecto de su reunión encuentran más bien su borramiento.

Jocques Lacón, Seminario 20. Aún, Buenos Aires, Paidós, 1985, p. 175.

Iá., Seminario 11. Los cuatro conceptos fundamentales del Psicoanálisis, Buenos Aires, Paidós, 1989, p. 274.

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Como principio mismo de la vida social cada uno busca su rasgo de distinción y es precisamente eso lo que per­mite que los hablantes sean puestos en fila. El anhelo da cuenta de que el sujeto es, de su función, por fuera del conjunto.55 Para contar, para ser contado, hace falta un rasgo de distinción que acaba siendo también un rasgo de conformidad, pues allí donde se ubica por su distin­ción es donde se evidencia más acorde con el ordena­miento del mundo y con el mando del Otro.

El rasgo de distinción es esencialmente un rasgo de serialidad, que permite ser puesto en serie. Así, a la vez que es lo más particular es lo más común. El sujeto se cuenta en el Otro y allí cumple la función de falta, cuenta como "en menos" y así se adiciona como falta. Poner en serie no alude únicamente a la contabilidad, es también el principio configurador de colectivo.

El sujeto tiene su lugar en el Otro, como un hermano entre los demás. "Libertad ... no sé. Igualdad ... sin duda. Fraternidad ... ciertamente. Yo también soy un hermano. Desde esa perspectiva me cuento en el Otro".56 La expre­sión "ser un hermano" no dice nada de la diferencia, sólo dice de la identidad y es por esa identidad que se parece a otros, pero a la par de la identidad está la diferencia. Se es uno entre otros.

No ser uno más ... puede llevar a la inmersión en un movimiento guerrillero, cuando ante la pobreza de una cotidianidad, la injusticia y la arbitrariedad, la ausencia de un motivo trascendente, la carencia de un gran ideal, se vive "en menos". Paradójicamente, se agrega a la cau-

Jacques-Alain Miller, Los signos del goce, Buenos Aires, Paidós, 1999.

" Ibid, p. 32.

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sa haciéndose "uno más". Ser uno más hace colectivo, pero es como "menos uno" que se plantea la relación del sujeto al "todos". Operan el engrandecimiento y el poderío por la mediación del ideal al cual se ase el sujeto; "uno en más" sólo se es como ideal y como sem­blante.

Freud toma como ejemplo de formaciones colectivas a la iglesia y al ejército, aparentemente tan disímiles, para plantear el hecho de estructura que atañe a la puesta en su lugar del significante amo. La guerrilla como masa artificial es la conjunción privilegiada de lo religioso y lo militar. Como ideario, como sistema de creencias, se or­dena respecto a un significante amo que organiza y re­gula la economía del goce, cumpliendo su función de prohibir lo imposible y frente al cual se configura la obe­diencia, la sumisión; en su empuje trascendente, impele a la entrega y el sacrificio. Como ejército comanda a la guerra, a la destrucción del adversario, a la muerte.

Así, en la rebelión un guerrillero revela también su dependencia. La vía guerrillera, como una posibilidad de dar curso a la rebeldía, impone para todos por igual un camino. De ahí la sumisión constituida, la abnegación. Los valores por los cuales el sujeto se entrega, lo llevan a renunciar a su propio ser, como radical alineación de su libertad. Así, como dice Lacan, el sujeto deviene con­quistado por los efectos de sus conquistas.57

Tal como en el desarrollo de la teoría psicoanalítica, la salida del paradigma hegeliano permite a Lacan ubi­car el acento en el significante. Para el caso de quien opta por una vía guerrillera, el ideal que somete, como

Jacques Lacan, Seminario l l . Los cuatro conceptos fundamentales del Psicoanálisis, Op. cit., p.228.

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causa, hace del sujeto esclavo de su doctrina y retador de la muerte; la desafía y la convoca para dar fin a la vida.

Puede decirse entonces que frente al significante amo, un rebelde es también esclavo, haciéndose la sumisión el envés de la subversión. En tanto que el ideal opera para el sujeto, éste toma valor de amo, a veces hasta de regulador absoluto y tiránico, haciéndose dueño del de­seo. Encontrarse inscrito en un discurso donde procede la obturación del sujeto en su inmersión a un significante amo, da lugar a señalar su enclave en el discurso del amo moderno como otro modo del amo y del someti­miento.

En la guerrilla opera una feroz normatividad y una desresponsabilización del sujeto. Esto podría nombrarse como "suspensión subjetiva", o puesta entre paréntesis del sujeto, en tanto implica destituir al sujeto de su res­ponsabilidad y, así mismo, la suspensión de su deseo, dando vía al goce. Es la rescisión de su responsabilidad, inaugurando una nueva dimensión ética ya señalada por el psicoanálisis, la ética del goce.

Mediante múltiples artificios el sujeto se resguarda de interrogantes esenciales. El colectivo como elemento a través del cual se hace lazo, estabiliza al sujeto, obtu­rando el conflicto por la gran consistencia del Otro y por consiguiente resguarda de la emergencia del síntoma.

Pero el borramiento del sujeto nunca es total; siempre hay amagos de la subjetividad. En la duda, la incertidum­bre y otras formas, intenta su emergencia, aunque mu­chas veces logre ser opacada. La acechante sombra de la traición a la causa atisba como el peor de los delitos, se paga con culpa y hasta compromete la vida misma.

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La ironía de las revoluciones, dice Lacan, radica en­tonces en el poder tanto más absoluto que engendran, no por ser anónimo, sino por su reducción a las palabras que lo significan. La fuerza del colectivo reside en el len­guaje, instancia que, según él, Freud dejó a la sombra en su aproximación a lo que llamará las subjetividades co­lectivas.58 En este punto, donde Lacan intenta aún dilu­cidar las paradojas de la relación del lenguaje y la pala­bra, advierte ya el poder soberano de lo simbólico sobre la subjetividad, cuya dimensión habrá de ser explorada.

Quien se implica en la revolución se instala sobre una pérdida y una promesa. La desposesión de algo justifica el propósito, pero, tal como dice Lacan, aquello que se restituye no es la parte que le corresponde. Lo "que se le da a cambio en una especie de subversión, es otra cosa, un saber de amo. Por eso no ha hecho más que cambiar de amo".59 Entonces la revolución no es subversión del sujeto, es decir, la revolución no lo es propiamente. Está destinada "por su mismo enunciado, a evocar el retor­no",50 inclusive de un amo aún más riguroso.

A más de la adscripción al ideal, la elección por la vía guerrillera implica la inmersión en la guerra. Habrá en­tonces que proceder a descifrar esa apuesta vital y mortí­fera, ese envite del ser en una profunda enajenación del sujeto que da la ocasión para olvidar la existencia y la muerte, poniendo de soslayo el sentido particular de su vida.

Jacques Lacan, "Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis". Escritos I, México, Siglo XXI, 1984, p. 272,

' ' Id., Seminario 17. El reverso del Psicoanálisis, Buenos Aires, Paidós, 1992, p, 32.

~ Id., Seminario 20. Aún, Op. cit, p. 54.