1T2014 Lección 4 - Discipular a Los Niños - Presentación
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Las naciones paganas de Canaán tenían poco respeto por la vida de los niños.
Los cananeos y otros pueblos de la antigüedad sacrificaban niños a los dioses.
“Y no andéis en las prácticas de las naciones que yo echaré de delante de vosotros; porque ellos hicieron todas estas cosas, y los tuve en abominación” (Levítico 20:23)
Por ejemplo, el rey de Moab sacrificó a su primogénito sobre el muro de la ciudad(2R. 3:26-27)
Dios amonestó a Israel que no hicieran como estas naciones y les dio instrucciones precisas en cuanto a los niños.
Dios le enseñó a Israel que los niños eran una bendición: “Cosa de estima el fruto del vientre” (Sal. 127:3)
Desde muy pequeños, los niños eran instruidos en la palabra de Dios.
“Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes” (Deuteronomio 6:6-7)
“Desde los tiempos más remotos, los
fieles de Israel habían prestado mucha
atención a la educación de la juventud.
El Señor había indicado que, desde la
más tierna infancia, debía enseñarse a
los niños su bondad y
grandeza, especialmente en la forma en
que se revelaban en la ley divina y en la
historia de Israel. Los cantos, las
oraciones y las lecciones de las
Escrituras debían adaptarse a los
intelectos en desarrollo. Los padres
debían enseñar a sus hijos que la ley de
Dios es una expresión de su carácter, y
que al recibir los principios de la ley en
el corazón, la imagen de Dios se grababa
en la mente y el alma”E.G.W. (El Deseado de todas las gentes, pg. 49)
“Y el niño crecía y se fortalecía, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios era sobre él” (Lucas 2:40)
Jesús no apareció como un hombre adulto. Él nació como un niño más.
Tuvo que aprender a andar, a hablar, a escribir, a adorar a Dios.
Como niño, Jesús fue también un ejemplo para los niños.
Instruido por sus padres en los caminos de Dios, fue lleno de sabiduría y gracia.
A los 12 años, el niño israelita era aceptado como miembro de la comunidad de Israel.
A esa edad, Jesús demostró un conocimiento y una preocupación por las cosas espirituales que sorprendió a los más sabios de Israel.
“Y todos los que le oían, se maravillaban de su inteligencia y de sus respuestas” (Lucas 2:47)
Resucitó a la hija de Jairo
(Mateo 9:18-26)
“Mi hija acaba de morir; mas ven y pon tu mano sobre ella, y
vivirá” (Mt. 9:18)
Expulsó el demonio de la hija de la mujer
sirofenicia(Mateo 15:21-28)
“Oh mujer, grande es tu fe; hágase contigo como
quieres” (Mt. 15:28)
Expulsó el demonio del hijo de un padre
desesperado (Marcos 9:17-27)
“Creo; ayuda mi incredulidad”
(Mr. 9:24)
Sanó al hijo enfermo de un oficial del rey
(Juan 4:46-54)
“Y el hombre creyó la palabra
que Jesús le dijo” (Jn. 4:50)
Todos estos casos tienen algo en común: padres angustiados que llevan a sus hijos a Jesús para que Él los sane. Jesús restauró todas las esperanzas y sueños que los padres tenían para sus hijos, y así les dio la oportunidad decrecer para honrar a Dios y usar sus talentos para su gloria.Los niños fueron sanados en base a la fe de sus padres.
Los padres somos invitados a llevar a nuestros hijos a Jesús en oración ferviente, en procura de sanidad física y espiritual. Él escucha y contesta cada oración según sea más conveniente en cada ocasión.
“y dijo: De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos”
(Mateo 18:3)
¿En qué aspectos debemos ser como niños (Mt. 11:25; 18:4)?
Autenticidad. Humildad. Dependencia. Inocencia. Sencillez. Confianza. Susceptibles para aceptar los
impulsos del Espíritu Santo.
Los que hacen discípulos hoy deberían aprender otra lección: los niños nunca necesitan dejar atrás su dependencia infantil. Educados apropiadamente, los niños pueden llevar su confiada inocencia a la adultez. Cuando los niños crecen y maduran, cuestionarán algunas cosas, tendrán luchas, dudas y preguntas sin respuestas, como las tenemos todos. Pero una fe infantil nunca pasa de moda.
“[Cristo] Sabía que esos niños escucharían sus
consejos y le aceptarían como su Redentor,
mientras que los que eran sabios según el mundo y
de corazón endurecido estarían menos inclinados
a seguirle y a hallar cabida en el reino de Dios. Al
acercarse estos pequeñuelos a Cristo y al recibir
su consejo y bendición, la imagen de él y sus
palabras misericordiosas se grababan en sus
mentes plásticas, para no borrarse ya más.
Debemos aprender una lección de este acto de
Cristo, a saber que el corazón de los jóvenes es
muy susceptible a las enseñanzas
del cristianismo, pues es fácil
influir en él a favor de la piedad y
de la virtud, y es fuerte para
conservar las impresiones recibidas”
E.G.W. (El hogar cristiano, pg. 250)
“Y cualquiera que haga tropezar a alguno de estos pequeños que creen en mí, mejor le fuera que se le colgase al cuello una piedra de molino de asno, y que se le hundiese en lo profundo del mar” (Mateo 18:6)
“Mirad que no menospreciéis a uno de estos pequeños; porque os digo que sus ángeles en los cielos ven siempre el rostro de mi Padre que está en los cielos” (Mateo 18:10)
Como padres o adultos, deberíamos hacer todo lo que podamos para instalar en los niños el conocimiento de Dios y de su amor, y nada es mejor que revelarles ese amor a través de nuestra vida, nuestra bondad, compasión y cuidado por ellos.
Seamos o no padres, somos responsables por la forma en que tratamos a los niños de nuestra iglesia y el ejemplo que les damos.
“Y le presentaban niños para que los tocase; y los discípulos reprendían a los que los presentaban. Viéndolo Jesús, se indignó, y les dijo: Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de Dios” (Marcos 10:13-14)
“Al decir Jesús a sus discípulos que no
impidieran a los niños el acercarse a
él, hablaba a sus seguidores de todos los
siglos, es decir, a los dirigentes de la
iglesia: ministros, ancianos, diáconos, y
todo cristiano. Jesús atrae a los niños, y
nos manda que los dejemos venir; como si
nos dijera: Vendrán, si no se lo impedís”
E.G.W. (El ministerio de curación, pg. 27)