1ra Palabra Padre Perdonalos Porque No Saben Lo Que Hacen

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George espero que lo siguiente te resulte útil y atractivo para compartirla, pero no tengo duda de que te resultará del todo provechosa y hasta remunerativa. Las siete veces que Jesús hablo mientras estaba en la Cruz, tienen y han tenido gran significado para la vida del ser humano en cada época. George, tú que has viajado a EU, sabrás que al pie de la estatua de la libertad hay una inscripción de Emma Lazarus que al pie dice: “Dame tus cansados, tus pobres, tus masas oprimidas que a porfía aspiran respirar el aire de la libertad; los miserables, los desamparados, los abofeteados por la tormenta de la esclavitud. Yo alzo mi antorcha junto a la puerta de oro...” Hace más de dos mil años, que se inscribió un monumento colocado sobre el pedestal de la historia, mucho más alto e insuperable que sigue simbolizado y ofreciendo la verdadera libertad espiritual y física a todos los cautivos y oprimidos por el pecado. Es la cruz del Gólgota, del Calvario, en la cual fue colgado nuestro Señor Jesucristo y que dice Jesús Nazareno Rey Judios”, nuestro Rey de Reyes y Señor de señores. Si nos imaginamos la escena, podremos ver más allá del sufrimiento, el dolor y el viento de la soledad soplando en su herido cuerpo, se ve a la persona adorable y sin pecado, al Hijo de Dios que muere en sustitución tuya y mía, con el propósito de traernos libertad de la culpa y pena por nuestros pecados y de darnos la salvación, sanidad y vida eterna. Desde esa cruz se pudieron oír a lo largo de la historia las célebres palabras de Jesucristo como la primera palabra de las 7 registradas en la Escritura que nuestro Señor Jesucristo pronunció al momento de ser crucificado. Dice la escritura sobre esta primera palabra: “Llevaban también con él a otros dos, que eran malhechores, para ser muertos. Y cuando llegaron al lugar llamado de la Calavera, le crucificaron allí, y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Y Jesús decía: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Y repartieron entre sí sus vestidos, echando suertes”. (Lucas 23:24) Esta es una exclamación de suprema bondad, de gracia, de perdón y de misericordia infinitos, palabras increíbles para ser pronunciadas en tales circunstancias. Nuestro Señor Jesucristo estaba pidiendo perdón para sus verdugos a pesar de la monstruosa injusticia que se testaba cometiendo contra él. ¿Quién de nosotros haría tal cosa, de pedir perdón por sus verdugos en circunstancias semejantes. Esta es una oración de valentía pero más de amor infinito de nuestro Señor Jesucristo a su Padre. El médico Lucas, uno de los historiadores de nuestro señor Jesucristo, dice sobre el particular: “Entonces Pilato sentenció que se hiciese lo que ellos - los judíos - pedían”. Lucas 23:24. Nuestro Señor Jesucristo en esos momentos fue entregado en manos de los soldados romanos para que sea crucificado. Precedieron a este momento las afrentas, la injusticia, los azotes las burlas, la humillación, la ignominia y cuántas otras barbaridades más. ¡Qué sufrimiento! Sufrimiento indecible, inimaginable. “...varón de dolores, experimentado en quebrantos”, declaró de él casi 800 años antes Isaías, el profeta (53:3). A pesar de la manifiesta maldad y el ensañamiento de sus acusadores y enemigos, a pesar de la injusticia que se estaba cometiendo con él, y que él bien lo sabía, en ningún momento nuestro Señor Jesucristo dejó de demostrar lo que realmente era: perfecto en amor, perfecto en bondad,

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George espero que lo siguiente te resulte útil y atractivo para compartirla, pero no tengo duda de que te resultará del todo provechosa y hasta remunerativa.

Las siete veces que Jesús hablo mientras estaba en la Cruz, tienen y han tenido gran significado para la vida del ser humano en cada época.

George, tú que has viajado a EU, sabrás que al pie de la estatua de la libertad hay una inscripción de Emma Lazarus que al pie dice: “Dame tus cansados, tus pobres, tus masas oprimidas que a porfía aspiran respirar el aire de la libertad; los miserables, los desamparados, los abofeteados por la tormenta de la esclavitud. Yo alzo mi antorcha junto a la puerta de oro...” 

Hace más de dos mil años, que se inscribió un monumento colocado sobre el pedestal de la historia, mucho más alto e insuperable que sigue simbolizado y ofreciendo la verdadera libertad espiritual y física a todos los cautivos y oprimidos por el pecado. Es la cruz del Gólgota, del Calvario, en la cual fue colgado nuestro Señor Jesucristo y que dice Jesús Nazareno Rey Judios”, nuestro Rey de Reyes y Señor de señores.

Si nos imaginamos la escena, podremos ver más allá del sufrimiento, el dolor y el viento de la soledad soplando en su herido cuerpo, se ve a la persona adorable y sin pecado, al Hijo de Dios que muere en sustitución tuya y mía, con el propósito de traernos libertad de la culpa y pena por nuestros pecados y de darnos la salvación, sanidad y vida eterna. 

Desde esa cruz se pudieron oír a lo largo de la historia las célebres palabras de Jesucristo como la primera palabra de las 7 registradas en la Escritura que nuestro Señor Jesucristo pronunció al momento de ser crucificado. Dice la escritura sobre esta primera palabra:

“Llevaban también con él a otros dos, que eran malhechores, para ser muertos. Y cuando llegaron al lugar llamado de la Calavera,

le crucificaron allí, y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Y Jesús decía: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.

Y repartieron entre sí sus vestidos, echando suertes”. (Lucas 23:24)

Esta es una exclamación de suprema bondad, de gracia, de perdón y de misericordia infinitos, palabras increíbles para ser pronunciadas en tales circunstancias. Nuestro Señor Jesucristo estaba pidiendo perdón para sus verdugos a pesar de la monstruosa injusticia que se testaba cometiendo contra él. ¿Quién de nosotros haría tal cosa, de pedir perdón por sus verdugos en circunstancias semejantes. Esta es una oración de valentía pero más de amor infinito de nuestro Señor Jesucristo a su Padre. El médico Lucas, uno de los historiadores de nuestro señor Jesucristo, dice sobre el particular: “Entonces Pilato sentenció que se hiciese lo que ellos - los judíos - pedían”. Lucas 23:24. 

Nuestro Señor Jesucristo en esos momentos fue entregado en manos de los soldados romanos para que sea crucificado. 

Precedieron a este momento las afrentas, la injusticia, los azotes las burlas, la humillación, la ignominia y cuántas otras barbaridades más. ¡Qué sufrimiento! Sufrimiento indecible, inimaginable. “...varón de dolores, experimentado en quebrantos”, declaró de él casi 800 años antes Isaías, el profeta (53:3).

A pesar de la manifiesta maldad y el ensañamiento de sus acusadores y enemigos, a pesar de la injusticia que se estaba cometiendo con él, y que él bien lo sabía, en ningún momento nuestro Señor Jesucristo dejó de demostrar lo que realmente era: perfecto en amor, perfecto en bondad, perfecto en paciencia, perfecto en gracia, perfecto en misericordia, perfecto en humildad, perfecto en dignidad, perfecto en inocencia. 

Dada ya la palabra humana final de Pilato, no había otra cosa más que hacer. Todo quedó ya decidido. Y se dio inicio a la “vía dolorosa” hacia el Gólgota o Calvario, o lugar de la calavera, como dice la Escritura, en las afueras de la ciudad. Se cumplía así la profecía del Antiguo Testamento, cuando explicando sobre la expiación, el autor inspirado dijo: “Y lo sacará... fuera del campamento...” (Levítico 4:21). 

“Era la tercera hora del día” (Marcos 15:25), según la manera de contar las horas por los judíos (las 9 de la mañana para nosotros), cuando los impertérritos soldados desnudaron públicamente y empezaron su macabra tarea de crucificar al Señor.

Los encargados de ejecutar tan macabra tarea empezaron con pasmosa frialdad su criminal trabajo. Luego colocando el madero horizontal sobre el suelo, y desnudado ya el Señor, le acostaron sobre el suelo colocándole los brazos sobre el madero. Luego vinieron los clavos que traspasarían sus manos. Estos clavos eran pedazos de hierro forrado grueso, tallados en forma rústica, cuadrada, no cilíndricos como los de hoy y bien agudos, de más

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o menos 6 pulgadas de largo. Un soldado puso el clavo en el centro de la mano del Señor; otro levantó la comba y sin compasión alguna dio el uno, dos, tres, etc. combazos hasta hundir el clavo en el madero. Luego de clavadas ambas manos, los soldados levantaron el travesaño para colocarlo en su lugar sobre el madero vertical. Nuestro Señor quedó así colgado. Luego de asegurar el travesaño completaron los verdugos su trágica tarea de clavarle los pies. 

En esas circunstancias nuestro Señor Jesucristo, el Cordero de Dios, exclamó, la primera de las 7 palabras desde la cruz: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34). 

El perfecto Hijo de Dios y Dios mismo “que se hizo carne”, según Juan 1:14, tuvo que morir en la cruenta cruz, en nuestro lugar, para así cumplir con las demandas de la justicia de Dios por causa de nuestros pecados y para que él, el Hijo, hiciese posible para nosotros nuestra eterna redención.  

Paradójicamente los hombres que “no sabían lo que hacían” eran a su vez instrumentos de Dios, porque actuaron en primera  y última instancia, sin saberlo ellos mismos, según el plan y propósito eternos de Dios. Recordemos lo que dice la Escritura que “nuestra injusticia hace resaltar la justicia de Dios” (Romanos 3:5).

Con este grito, esta petición, esta oración de perdón: “Padre perdónales porque no saben lo que hacen” nuestro Señor Jesucristo dio expresión a lo que el mismo enseñó: “De la abundancia del corazón habla la boca” (Mateo 12:34). Así mismo mostró su espíritu invencible, que ganó en la cruz todas las victorias sobre Satanás y sobre el pecado, la victoria decisiva del gran conflicto de las edades, de los siglos, entre las fuerzas de las tinieblas, del infierno, y del mal, encabezadas por Satanás, contra las fuerzas de la luz y del bien, encabezados por el único y gran vencedor nuestro Señor Jesucristo. 

En la cruz el triunfo fue de nuestro Señor Jesucristo. El es el victorioso. Con él el amor superó al odio. Esta fue la primera expresión de Jesucristo desde la cruz, la que reveló la grandeza de su corazón y resuena a través de los siglos el gran amor del único Salvador  de mundo: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. 

Recordemos, pues, la primera palabra de nuestro Señor Jesucristo desde la cruz: “Padre, perdónalos porque no saben l que hacen”.

Esta palabra de Jesús en la Cruz muestra su gran amor por la humanidad, dichoso aquel que se aferré en las palabras de Jesús cada día.

“VEN A JESÚS Y APOYATE EN EL, PORQUE POR TI MURIÓ”