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1. Introducción En la aproximación al fenómeno bursátil nada lo es más que la historia de los crash, aunque el humor resulta por momentos bastante negro. Pero no es solo cuestión de divertise un poco. En realidad, es algo sumamente instructivo. En las fases alcistas se van generando un estado de euforia que degenera en las burbujas especulativas. A modo de "ideología" justificativa de la burbuja se van tejiendo una serie de mitos sobre el funcionamiento de los mercados financieros, mitos que son aceptados por una masa de participantes en el mercado cegados por la codicia. El crash no solo tira por tierra los mitos, poniendo de manifiesto su falsedad. Además se lleva por delante a los incautos que creyeron en ellos. Conocer la historia de los crash permite conocer estos mitos y estar precavidos ante ellos. El historiador por excelencia de los crash, J.K. Galbraith, escribió lo siguiente en el prefacio a la edición española de su "Breve historia de la euforia financiera": "En este último cuarto de siglo, y especialmente en la última década, la larga, variada y a menudo desastrosa historia económica de España ha culminado en una era de notables éxitos. España ha gozado de un alto y sostenido crecimiento económico, y su tenor de vida ha progresado admirablemente. En otro tiempo fuente de voluntariosa y barata mano de obra para el resto de Europa occidental, hoy España demanda idéntico suministro de trabajadores de la vecina Africa. Esto, no cabe duda, brinda el escenario y el decorado apropiados para el optimismo, que podría convertirse en la euforia descrita en estas páginas. [...] Así pues, me sentiría feliz si creyera que logro hacer alguna contribución, por humilde que sea, para prevenir los excesos económicos que conducen al inevitable día del desencanto y del gran desastre. Esta es la modesta esperanza, o tal vez debería decir ligeramente inmodesta, que he depositado en este libro." Admirables palabras, llenas de lucidez, que hago mías. De todos los grandes crash de la historia el más famoso es de Wall Street en 1929. A diferencia de otros que desfilarán a lo largo de la serie, la crisis de 1929 es sumamente conocida, su

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1. Introducción

En la aproximación al fenómeno bursátil nada lo es más que la historia de los crash, aunque el humor resulta por momentos bastante negro.

Pero no es solo cuestión de divertise un poco. En realidad, es algo sumamente instructivo. En las fases alcistas se van generando un estado de euforia que degenera en las burbujas especulativas. A modo de "ideología" justificativa de la burbuja se van tejiendo una serie de mitos sobre el funcionamiento de los mercados financieros, mitos que son aceptados por una masa de participantes en el mercado cegados por la codicia. El crash no solo tira por tierra los mitos, poniendo de manifiesto su falsedad. Además se lleva por delante a los

incautos que creyeron en ellos.

Conocer la historia de los crash permite conocer estos mitos y estar precavidos ante ellos. El historiador por excelencia de los crash, J.K. Galbraith, escribió lo siguiente en el prefacio a la edición española de su "Breve historia de la euforia financiera":

"En este último cuarto de siglo, y especialmente en la última década, la larga, variada y a menudo desastrosa historia económica de España ha culminado en una era de notables éxitos. España ha gozado de un alto y sostenido crecimiento económico, y su tenor de vida ha progresado admirablemente. En otro tiempo fuente de voluntariosa y

barata mano de obra para el resto de Europa occidental, hoy España demanda idéntico suministro de trabajadores de la vecina Africa. Esto, no cabe duda, brinda el escenario y el decorado apropiados para el optimismo, que podría convertirse en la euforia descrita en estas páginas. [...] Así pues, me sentiría feliz si creyera que logro hacer alguna contribución, por humilde que sea, para prevenir los excesos económicos que conducen al inevitable día del desencanto y del gran desastre. Esta es la modesta esperanza, o tal vez debería decir ligeramente inmodesta, que he depositado en este libro."

Admirables palabras, llenas de lucidez, que hago mías.

De todos los grandes crash de la historia el más famoso es de Wall Street en 1929. A diferencia de otros que desfilarán a lo largo de la serie, la crisis de 1929 es sumamente conocida, su existencia forma parte de la "cultura general" de la gente. Hay muchas referencias y estudios, incluso una monografía muy famosa escrita por Galbraith.

Existe un paralelismo entre la situación política y económica de Europa a partir del tratado de Versalles. A esta Europa corresponde una economía en crisis, que no solo es reflejo de los destrozos de la guerra sino también de las medidas económicas y de la falta de solidaridad en los tratados de paz.

Uno de los grandes problemas es el pago de indemnizaciones y deudas entre los países:

* Alemania ha de afrontar el pago de las indemnizaciones de guerra.

* Inglaterra adeuda a Estados Unidos.

* Francia había contraído una deuda altísima con las empresas y el gobierno de los Estados unidos, Inglaterra debía colaborar

en ese pago.

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Todo esto provocaría graves problemas, por lo que en 1924 se aprueba el plan Dawes, era el intento de colocar a Alemania en condiciones de pagar a los aliados, para que éstos a su vez puedan pagar a Estados Unidos.

Pero no funcionaría.

En 1925 se inicia una nueva etapa. Alemania es admitida en la Sociedad de Naciones, se revisan y disminuyen las indemnizaciones y se intensifican los intercambios y las transferencias de capital.

Un aire de optimismo sopla en el mundo.

Una gran crisis mundial estalló el 24 de octubre de 1929, el famoso "Jueves Negro". Aquel día, en Wall Street (donde está la Bolsa de valores de Nueva York), el pánico se apoderó del mundo de las finanzas: la cotización de los valores se hundió. Muchos ciudadanos, desde grandes hombres de negocios hasta pequeños accionistas, se arruinaron. La depresión económica pronto se extendió por casi todos los países del mundo; y, como seguía a un período de prosperidad que había suscitado toda clase de esperanzas, causó una tremenda impresión: "Hombres y mujeres", escribió el historiador Arnold Toynbee, "previeron la posibilidad de que se dislocara el sistema social de Occidente". La crisis desembocó en una época de inestabilidad y de tensiones que culminó con el auge del nazismo y el estallido de la Segunda Guerra Mundial.

2. Antecedentes

La Primera Guerra Mundial

Esta guerra arrasó buena parte de Europa: diez millones de muertos, regiones enteras devastadas (la Europa balcánica, Polonia oriental, Rusia Blanca, el nordeste de Francia, Bélgica) y la red de comunicaciones casi totalmente destruida en las zonas de combates.

La Primera Guerra Mundial enriqueció a Estados Unidos, que se convirtió en el gran banquero del mando.

La guerra, muy costosa, provocó también el endeudamiento de muchos de los beligerantes: por ejemplo, Francia, que había previsto, para caso de guerra, un crédito de 2.500 millones de francos de su Banco Nacional, tuvo que pedir prestados 75.000 millones (sobre todo, a banqueros de Londres y de Nueva York).

De 1914 a 1920, el endeudamiento total de los beligerantes (con exclusión de Rusia) pasó de 26.000 millones a 225.000 millones de dólares. En cambio, muchos países prestamistas o proveedores de armamentos, de alimentos, de materias primas o de maquinaria se enriquecieron; entre otros, naciones neutrales como Suiza o los Países Bajos, así como Japón y Estados Unidos. Estos últimos se impusieron cada vez más en el mercado mundial: al terminar la guerra poseían la mitad del oro del mundo, y entre 1913 y 1929 su renta nacional pasó de 33.000 a 72.000 millones de dólares.

Creación de dinero, inflación y caída de la demanda.

Para satisfacer la renacida demanda, mejoró el rendimiento de las fábricas, pero subieron los precios. En contrapartida, cuando había que pagar los productos adquiridos, el crédito era escaso. Incapaces de hacer frente a sus deudas los gobiernos multiplicaron las emisiones de billetes, lo que favoreció la inflación.

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Una Primera crisis grave sacudió a la economía mundial entre 1919 y 1923; fue muy notoria en Alemania, donde el marco, en 1923, se devaluaba cada hora y donde los obreros llegaron a cobrar su salario después de cada hora de trabajo.

Una segunda fase se produjo con la caída de la demanda a medida que caía el nivel de vida. Los productos no vendidos se acumulaban, las fabricas cerraban sus puertas y esto aumento el desempleo.

Surge el capitalismo monopolista.

Los magnates de las grandes empresas aprovecharon la inflación para comprar a bajos precios fabricas enteras. La concentración de la producción en pocas manos (monopolios) se aceleró y el trabajo en cadena con baja paga de salarios se convirtió en el gran negocio.

Estados Unidos, a la cabeza de la economía mundial.

La Primera Guerra Mundial enriqueció a Estados Unidos, que se convirtió en el gran banquero del mando. De 1923 a 1929, la producción industrial de este país creció un 64%, con tasas aún más elevadas para el petróleo, acero y los productos químicos. La prosperidad se generalizó, y su símbolo fue la proliferación de automóviles: en 1929, se fabricaron en Estados Unidos más de cinco millones de vehículos (tantos como en el próspero año 1953).

Para aumentar las ventas, los industriales y los banqueros americanos desarrollaron el sistema de ventas a crédito. Se calcula en 7.000 millones de dólares el valor de los créditos concedidos en el año 1929; el 60 % de las ventas de automóviles y el 40 % de las transacciones inmobiliarias se efectuaban entonces a plazos. Se constituyeron o se reforzaron inmensos imperios industriales:

La United Steel Corporation controlaba el 60 % de la producción de acero;

La Ford y la General Motors dominaban dos terceras partes de la industria del automóvil.

Estos gigantes industriales estaban unidos a poderosos bancos. El mito de la prosperidad permanente ganó terreno, y el sistema de vida americano, fascinó al mundo.

3. La Gran Depresión

La frágil prosperidad de los años veinte

Europa logro salir de la crisis. Las monedas y los precios se estabilizaron. La producción aumentó. En 1929 Francia era el primer productor mundial de mineral de hierro y el segundo productor de automóviles, detrás de Estados Unidos.

El desarrollo de Alemania se veía obstaculizado por los 132.000 millones de marcos oro que debía a los vencedores como

reparaciones de guerra. No obstante, este país consiguió un escalonamiento de los pagos (hasta 1988) gracias a los americanos, que deseaban colocar en él sus capitales.

En los años 20, los norteamericanos invirtieron en empresas alemanas más de mil millones de dólares. En casi toda Europa renació la vida, de los negocios, aumentó la prosperidad y se hicieron fortunas: fueron los años locos", en los que Europa vivió con despreocupación.

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Una observación detenida hubiera descubierto algunos motivos de inquietud. Las tensiones políticas subsistían: en 1923, Francia ocupó el Ruhr para exigir que Alemania pagase las reparaciones de guerra.

En este país y en Italia, nazismo y fascismo causaban cada día mayor preocupación por su nacionalismo beligerante. En 1923, Miguel Primo de Rivera instauró en España una dictadura militar, y en 1926 los militares dieron un golpe de Estado en Portugal. En el Próximo Oriente y en el resto de Asia, los pueblos colonizados trataban de liberarse de la tutela europea.

Gran Bretaña tuvo dificultades para salir del marasmo económico; sus instalaciones productivas eran viejas, y el paro crecía sin cesar. Y, aunque la industria se desarrollaba, no ocurría lo mismo con la agricultura: en Estados Unidos, los precios agrícolas permanecieron bajos, los agricultores se endeudaron y, en diez años, más de dos millones de ellos tuvieron que abandonar sus tierras.

Alzas vertiginosas

Las monedas no se habían estabilizado por completo, y los problemas se complicaron: las divisas ya no se hallaban garantizadas sólo por las reservas de oro, sino también por algunas monedas fuertes, como la libra esterlina y, después, el dólar. Por último, el mercado bursátil, en el que se negociaban las acciones de las industrias, vivía bajo el signo de un optimismo desaforado. En la bolsa de Nueva York, el precio medio de los valores subió un 25 % en 1928 y un 35 % en los primeros meses de 1929.

Algunas acciones habían experimentado alzas vertiginosas (en 1929, las de General Motors valían cincuenta veces más de su valor inicial). El mercado al alza, engendró una especulación que aumentó desmesuradamente el volumen de las transacciones bursátiles: en marzo de 1928 se negociaban al día medio millón de acciones y, en junio de 1929, se alcanzaban los ¡cinco millones! Los financieros se lanzaron a operaciones complejas y aventuradas, valiéndose del crédito depositado en ellos.

Estallaron numerosos escándalos financieros, que testimoniaban la corrupción de los negociantes y el compromiso de ciertos medios políticos.

El "Jueves Negro"

A principios de octubre de 1929, en Wall Street, ciertos indicios comenzaron a inquietar a los corredores de la gran bolsa de valores neoyorquina. Los precios al por mayor del hierro, del acero y del cobre, así como los beneficios de la industria del automóvil, bajaban.

El jueves 24 de octubre de 1929, conocido como el jueves negro", se inicia la crisis económica mundial con el crack financiero de Wall Street.

Presagiando la tormenta, algunos especuladores astutos trataron de vender sus títulos mientras las cotizaciones aún iban en alza. El movimiento ya estaba en marcha, y las ventas se multiplicaron. Entonces los grandes bancos decidieron comprar para detener la baja, pero no pudieron hacer frente a los 16 millones de acciones volcadas sobre el mercado el martes 29 de octubre. Las autoridades no comprendieron la situación; en noviembre, el presidente Hoover aún decía: " Compren ahora, la prosperidad está a la vuelta de la esquina"

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El desconcierto fue general: ¡casi trece millones de títulos fueron puestos a la venta a cualquier precio!, la caída de las cotizaciones se aceleró; el 13 de noviembre, las acciones industriales habían bajado de 469 puntos a 220: quien tuviera

¿Por qué se produce el crack de 1929?

Con excepción de la Unión Soviética, todos los países se vieron afectados por la crisis bursátil y financiera. Esta crisis sólo era la expresión de una situación económica muy grave pues desde 1928 las compras habían disminuido y los mercados se hallaban saturados.

Este imprevisible descenso de las actividades industriales fue la causa de la caída de la bolsa. Y el crack bursátil aumentó las

dificultades económicas a partir de entonces.

Para 1928, la minería del carbón, la industria textil y los astilleros no habían recuperado su nivel de actividad de 1920, y persistía el paro (dos millones de desocupados). Las tierras hipotecadas por miles de agricultores cayeron en manos de grandes sociedades. Ello no impedía que la euforia fuera extraordinaria. En septiembre de 1928, el presidente de la Bolsa de Nueva York todavía afirmaba: "Muchas personas aún no han comprendido que, al parecer, esto es el fin de los ciclos económicos tal como los hemos conocido. Estoy convencido de la esencial y fundamental solidez de la economía americana. Los acontecimientos de los próximos años se encargaron de desmentirle de manera flagrante.

En todo boom hay un elemento especulativo, comenzando por el siglo XVII. Durante la tulipomanía holandesa (1630), un tipo poco común de bulbo se podía vender a 5.500 florines -50.000 dólares en moneda actual-. En el crack posterior, muchas personas se arruinaron. La historia se repitió casi cien años después, con la llamada "burbuja del mar del Sur" (1720), cuando una empresa de aventureros ofreció hacerse cargo de la deuda nacional británica a cambio del monopolio del comercio con las colonias españolas en América. En esa loca fiebre especulativa, los precios de las acciones subieron de 130 a 1.000 libras en siete meses, para estallar posteriormente. Entre los muchos que perdieron su dinero se encontraba el famoso científico Isaac Newton, quien comentó amargamente: "Puedo calcular los movimientos de los cuerpos pesados, pero no la locura de las personas". Antes del crack de 1929 se produjo el famoso escándalo de la tierra en Florida. Se pagaban fabulosas sumas de dinero por una ciénaga. Como siempre, la orgía especulativa terminó en lágrimas.

El capital ficticio, como llamaba Marx a la riqueza de papel generada por la especulación, ha jugado un papel similar en cada boom en la historia del capitalismo. Durante el período de auge hay una demanda febril de capital y una búsqueda irracional de beneficios rápidos y dinero fácil. Como explica Marx, el ideal de la burguesía es siempre hacer dinero del dinero sin la penosa necesidad de involucrarse en la producción. Este es el origen del juego en la Bolsa y otras formas de especulación. Durante los períodos de boom se generan grandes cantidades de capital ficticio y se dan por válidas aunque carezcan de una base real. En el actual boom de EEUU, éste fenómeno alcanza proporciones extraordinarias. No sólo se aprecia en los precios de Wall Street, inflados hasta el punto de que no guardan relación con el valor real o la rentabilidad de las empresas correspondientes, sino también en las asombrosas cantidades de capital ficticio que circulan por los mercados monetarios del mundo como derivados y recursos especulativos similares.

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De una manera distorsionada la Bolsa refleja el movimiento de la economía real y a su vez puede tener un gran impacto en ella. El actual boom del consumo en EEUU depende hasta cierto punto de la subida del precio de las acciones y de la deuda. Una vez que la burbuja estalle, tendrá un efecto destructor en la llamada confianza del consumidor. En la actualidad, casi el 50% de los norteamericanos posee acciones, directa o indirectamente, diez veces más que en 1929 y el doble que en 1987, año del último gran crack bursátil. Imaginar que un crack en estas circunstancias no tendría efecto en la economía real es una fantasía.

La última semana de octubre de 1.929 se produjo la hecatombe. Hubo sobre todo dos jornadas de auténtico pánico financiero: el día 24, cuando casi 13 millones de títulos fueron vendidos, y especialmente el 29, en que se negociaron 16,5 millones de títulos. Muchas familias estadounidenses vieron cómo de un soplo se desvanecían todas las ganancias que habían acumulado en los 18 meses anteriores.

Se cumplía así el principio de que lo que sube baja. Pero como otro principio dice que lo peor puede empeorar, aún quedaba más, y la caída de la Bolsa neoyorquina persistió hasta el 8 de junio de 1.932, en que tocó fondo. Ese día, el índice de Wall Street marcaba una octava parte de la que había sido su máxima cotización.

El martes 29 de octubre fue el día más devastador en la historia de la Bolsa de Nueva York y, posiblemente, el más devastador en la historia de todos los mercados. Todo lo peor de todos los días anteriores se dio apretada en él", escribe John Kenneth Galbraith en su libro El crac del 29.

El mecanismo que desencadenó la caída, con un efecto de bola de nieve, fue que, durante los días de euforia especulativa, los inversores habían comprado acciones mediante préstamos que estaban garantizados por esas acciones que adquirían. Cuando el valor de éstas comenzó a bajar, los prestamistas vendieron los títulos depositados en garantía para recuperar al menos una parte de las cantidades prestadas, lo que no iba a hacer más que acelerar la caída.

La mañana del jueves 24 de octubre de 1.929, una multitud se arremolinaba en Wall Street, donde el mercado era un tumulto de vendedores: los precios no hacían más que bajar y, a las once de la mañana, el pánico invadió la Bolsa. La policía avisada de que algo raro estaba ocurriendo, acudió para mantener el orden. Pero el aspecto de aquellas personas no era el de unos agitadores, sino que sus rostros denotaban una especie de horrorizada incredulidad ante el desplome bursátil.

Para evitar incidentes entre los inversores y los curiosos que se habían acercado a Wall Street, a las 12:30 se ordenó desalojar las dependencias de la Bolsa reservadas al público. Uno de los que debieron salir a la calle era Winston Churchill, ex-ministro de hacienda británico, que estaba en América de visita y dando conferencias. Churchill se admiró del orden y la calma que, dada la gravísima situación, mantenían los especuladores.

Ante el desplome, al mediodía, los cinco banqueros más importantes del país decidieron sostener el mercado y dieron órdenes de compra. Dijeron que las bases de la Bolsa eran firmes y que la depreciación se debía a correcciones técnicas. Su actitud tranquilizó los ánimos y contuvo los precios.

Pero la calma duró poco, pues el lunes siguiente, día 28, la situación empeoró. Y el 29, martes negro, las pérdidas equivalían a las ganancias de más de año y medio. Ese día, los banqueros se reunieron dos veces, pero su intención ya no era sostener el mercado, pues estaban

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vendiendo. Habían aceptado que algo iba mal en la economía y que los problemas no eran técnicos.

Consecuencias del crack de 1929

Los bancos restringieron el crédito, y se exigió a los industriales y los agricultores que pagaran sus deudas. Se multiplicaron las quiebras: en Estados Unidos, hubo más de 28.000 quiebras comerciales e industriales en 1931 y 5.000 bancarias en tres años.

El crack de 1929 inició la pavorosa crisis conocida como "gran depresión". Como nadie podía comprar, se produjo una baja general de los precios, y los productos se acumularon en las fábricas; consecuentemente, como los patronos no vendían, los salarios bajaron, la producción se redujo y el paro aumentó, con lo que aún se podía comprar menos.

La producción industrial del mundo se redujo en un 38 % entre 1929 y 1932, y el volumen del comercio internacional descendió en un tercio.

Era un círculo vicioso. Se destruía los productos por falta de compradores: automóviles nuevos eran desguazados; en Brasil, se utilizaba café para hacer funcionar las locomotoras; en Dinamarca y Argentina se sacrificaban las reses.

El desarrollo de la crisis industrial estaba ligado con la crisis agrícola crónica que padecía el mundo desde 1918.

En la agricultura, la crisis afectó tanto a las pequeñas y medianas explotaciones como a las grandes. Millones de campesinos, expulsados de sus tierras por los acreedores, y numerosos peones agrícolas que no encontraban trabajo pasaron a engrosar las ya prietas filas de los desempleados de las ciudades. En las tierras que les habían sido confiscadas nació una gran agricultura mecanizada.

La crisis provocó las mayores arbitrariedades: mientras millones de seres humanos morían de hambre en el mundo, los productores tiraban a destruían los artículos cuyo precio de venta se hundía. La leche o el café eran tirados a las alcantarillas o al mar. La distribución gratuita de estos productos hubiera hecho bajar todavía más los precios, por consiguiente, se prefería destruirlos sistemáticamente.

La producción de cereales, la ganadería y la economía lechera se vieron afectadas. Al bajar el nivel de vida de los asalariados, descendieron bruscamente las ventas de los agricultores. Los precios al por mayor se hundieron: en Nueva York, el bushel (unos 35 litros) de trigo bajó de 148 a 44,5 céntimos de dólar.

El desempleo alcanzó proporciones nunca vistas: diez millones de parados censados oficialmente en el mundo en 1929. ¡Cuarenta millones en 1932! En Estados Unidos, el 25% de la población laboral estaba en paro. Ante las oficinas de socorro, las sopas populares y los albergues nocturnos, se alargaban las filas.

Al llegar la crisis, los vendedores reclamaron lo que se les debía, y los deudores, a menudo parados, no pudieran pagar, por lo que se sucedían los embargos. Los parados se vieron obligados con frecuencia a mendigar su comida en organizaciones de caridad.

En la vida política internacional se recrudecen los nacionalismos. La vuelta al proteccionismo, al nacionalismo, como el fascismo italiano o el nazismo alemán. Comprobada la imposibilidad

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de instaurar una era de entendimiento cada potencia se desentenderá del resto. Aquí comienza, en gran medida, el camino hacia la guerra.

En orden de política interior se produce un descrédito de la democracia parlamentaria. Al demostrarse la necesidad de la intervención estatal se refuerzan los gobiernos autoritarios y los poderes ejecutivos toman las riendas por encima de los otros dos poderes del Estado.

La crisis repercute también en la demografía, que se detiene, hasta se produce una regresión. En países totalitarios, temerosos de la repercusión que un descenso de la natalidad puede tener en su potencial militar, estimulan los nacimientos.

Los movimientos de población también son afectados. Se detiene la concentración urbana. Se paraliza la emigración internacional.

Sin embargo, hay algunos sectores que se benefician, el descenso de precios aumenta la capacidad adquisitiva de aquellos que mantienen sus ingresos.

En casi todos los países se fortalecen los sindicatos y los partidos políticos obreros.

También en el orden intelectual se produce una crisis de valores.

Tentativas de salvación

Ante una crisis tan profunda, los gobiernos tenían que intervenir. En Estados Unidos, el presidente Roosevelt, elegido en 1932, puso en práctica el New Deal: el Estado llevó a cabo una política inflacionista para aliviar las deudas; devaluó el dólar en un 59 % para favorecer las exportaciones, millones de parados fueron empleados en un vasto plan de obras públicas y en la ordenación de vastas regiones; se fundaron instituciones de crédito agrícola que otorgaban préstamos a bajo interés, y se oficializó la ayuda a los parados.

Estas medidas permitieron una recuperación de la actividad económica, pero resultaron insuficientes. Hubo que esperar hasta 1939 para que la recuperación fuera evidente. Las tensiones internacionales favorecieron el desarrollo de la industria de armamentos.

El New Deal, a pesar de su éxito a medias, había enterrado al capitalismo liberal: el Estado había pasado a ser árbitro y organizaba la economía. Pero no todos los Estados optaron por reorganizar el capitalismo.

Producto de la reactivación económica causada por el plan del presidente Roosevelt fue reelegido tres veces:1936, 1940 y 1944.

En Alemania, el nazismo se aprovechó de la crisis. los nacionalsocialistas denunciaron la economía liberal y a los "capitalistas judíos", a quienes hacían responsables de todos los males. Deseaban suprimir los sindicatos y reemplazarlos por un sistema corporativo. Los grandes industriales, que sabían muy bien que el pretendido anticapitalismo de Hitler era pura farsa, vieron en él un bastión contra la agitación social y el avance comunista. Había empezado la era de la barbarie nazi, y con ella la marcha hacia la guerra.

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