(1976) BARUK Henri - La Hipnosis

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Ciertas enfermedades pueden privar al hombre, momentáneamente o de forma duradera, de su independencia, de su iniciativa espontánea y de su facultad de actuar sobre el mundo exterior. El individuo se convierte en este caso en un ser pasivo, obligado a experimentar todas las influencias exteriores, conservando las posiciones que se le imponen y adoptando la imagen de un robot o de un muñeco articulado. Se trata de la catalepsia, que puede producirse ya sea durante la histeria .causada por una emoción, o bien en el transcurso de diversas causas tóxicas hepatointestinales o endocrinas, como se observa en la catatonía. La hipnosis representa, por su parte, una catalepsia provocada por diversos métodos que persiguen como común objetivo la anestesia de la voluntad consciente, la resistencia y la iniciativa, para que, bajo sus efectos, el enfermo quede reducido a sus pensamientos subconscientes y permanezca sugestionable. Es por ello que tales métodos han sido relacionados por sus autores con ciertas filosofías que, procedentes de la India, tienden a buscar la evasión de la realidad y a desembocar en el «nirvana». Estos problemas nos llevan a estudiar el «yoga» en su práctica y en su filosofía inspiradora. Todo ello nos lleva a considerar las discusiones éticas relacionadas con los derechos y los límites de la acción del terapeuta sobre la personalidad humana. MEDICINA <^

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  • Ciertas enfermedades pueden privar al hombre, momentneamente o de forma duradera, de su independencia, de su iniciativa espontnea y de su facultad de actuar sobre el mundo exterior. El individuo se convierte en este caso en un ser pasivo, obligado a experimentar todas las influencias exteriores, conservando las posiciones que se le imponen y adoptando la imagen de un robot o de un mueco articulado. Se trata de la catalepsia, que puede producirse ya sea durante la histeria .causada por una emocin, o bien en el transcurso de diversas causas txicas hepatointestinales o endocrinas, como se observa en la catatona. La hipnosis representa, por su parte, una catalepsia provocada por diversos mtodos que persiguen como comn objetivo la anestesia de la voluntad consciente, la resistencia y la iniciativa, para que, bajo sus efectos, el enfermo quede reducido a sus pensamientos subconscientes y permanezca sugestionable. Es por ello que tales mtodos han sido relacionados por sus autores con ciertas filosofas que, procedentes de la India, t ienden a buscar la evasin de la realidad y a desembocar en el nirvana. Estos problemas nos llevan a estudiar el yoga en su prctica y en su filosofa inspiradora. Todo ello nos lleva a considerar las discusiones ticas relacionadas con los derechos y los lmites de la accin del terapeuta sobre la personalidad humana.

    MEDICINA < ^

  • Henri Baruk Miembro de la Academia Francesa de Medicina

    LA HIPNOSIS

    oikos-tau, s. a. - ediciones APARTADO 5347 - BARCELONA

    VILASSAR DE MAR - BARCELONA - ESPAA

  • , ._ _

    Traduccin de Alexandre Ferrer

    Primera edicin en lengua castellana 1976

    Titulo original de la obra:

    L'HYPNOSE par Henri Baruk

    Copyr ight Presses Universitaires de Franca 1976

    ISBN 8 4 - 2 8 1 - 0 3 0 2 - X

    Depsito Legal: B -33 .484-1975

    Diseo cubierta Jul i Blasco

    oikos-tau, s. a, - ediciones

    Derechos reservados para todos los pases de habla castellana

    Prlnted in Spaln - Irhpreso en Espaa

    Industrias Grficas Garcia Montserrat, 12 -14 - Vllassar de Mar (Barcelona)

    ndice

    Introduccin 7

    1. La histeria. Apreciacin histrica 11

    Charcot y la histeria 11 Babinsl

  • 4. El psicoanlisis y el descubrimiento del inconsciente tras la censura. Psicoanlisis e hipnosis 103

    5. Anestesiologa y sofrologa 111

    6. El yoga, dominio del cuerpo? 123

    Conclusin 133

    Apndice 143

    Int roduccin

    El carcter esencial y ms preciado de la perso-nalidad humana es su independencia, su posibilidad de resistir a las Influencias exteriores y, principalmen-te, a los intentos de dominacin por parte de otras personalidades, as como su facultad de iniciativa y de accin para tomar parte activa en la vida de socie-dad de conformidad con su jerarqua de valores pro-pios, jerarqua que le confiere los objetivos de su vida y el sentido de su accin.

    Ahora bien, ciertas enfermedades pueden privar al hombre, momentneamente o de forma durable, de esta independencia, de esta iniciativa espontnea y de su facultad de actuar sobre el mundo exterior. El indi-viduo se convierte en este caso en un ser pasivo, obl i -gado a experimentar todas las influencias exteriores, conservando las posiciones que se le imponen y adop-tando la imagen de un robot o de un mueco'art icula-do. Se trata de la catalepsia, que puede producirse ya sea durante la histeria causada por una emocin, o bien en el transcurso de diversas causas txicas

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    hepatointestinales o endocrinas, como se observa en la catatona. Pero, aunque el individuo se vea despo-sedo de sus medios de accin y expresin durante esta enfermedad de la catalepsia, su razonamiento y sentimientos pueden en cambio permanecer inclu-mes. Queda entonces en la situacin de un hombre como petrificado, capaz de ver, percibir, pensar y sufrir, pero que se encuentra bloqueado y sin posibil i-dad de hablar o de actuar. Se trata evidentemente de una situacin atroz, sobre todo si el enfermo queda situado en un medio que no conoce a fondo esta enfermedad y que, juzgando solamente por las apa-riencias, considera al paciente como totalmente inhabilitado y se lo hace sentir as. Por el contrario, el mdico experimentado sabr apaciguar las angustias de tan triste situacin mediante algunas palabras comprensivas logrando que, aunque el enfermo se sienta impedido, por lo menos se sienta comprendido.

    Tampoco es justo que, ignorando o despreciando los principios tan admirablemente expresados por Esquirol en su famosa carta al prefecto de polica f ran-cs, la legislacin se ensae automtica y torpemente contra todo enfermo privado de la expresin de su voluntad y considerado como un'adulto incapacitado, aplicndole una sancin como la de ia puesta bajo tutela. La autoridad social viene as a aadirse a la enfermedad para sancionar al desdichado segn la frmula romana del vae victis. Bastante ms huma-nas eran las disposiciones de la ley francesa de 1838 , que aseguraban la proteccin de los bienes sin la humillacin de la inhabilitacin social!

    En algunos casos ms graves, la enfermedad llega ms lejos y afecta en su desarrollo la jerarqua de valores, "particularmente de los valores morales pro-fundos que confieren a la personalidad su forma espe-cfica. Sobreviene entonces la atenuacin o la desapa-ricin de los juicios sobre el bien o el mal, de la tica.

    Introduccin 9

    del altruismo, de los sentimientos afectivos y de las diversas aspiraciones; el enfermo se mueve, por el embate desordenado de sus instintos y de sus impul -sos, sobre un fondo de indiferencia. La verdadera esquizofrenia es afortunadamente ms rara de lo que se cree y no siempre es incurable como se piensa con frecuencia.

    Acabamos de ver cmo la naturaleza puede perju-dicar a la personalidad en lo que esta posee de ms valioso, inhibiendo el poder de su voluntad, de su ini-ciativa y de sus frenos para reducir al hombre al apa-rente estado de un robot , si la enfermedad se agra-va, para retrotraerle a un nivel casi animalizado por lo menos hasta cierto punto, ya que, incluso en el fondo mismo de la enfermedad ms grave, persiste siempre un destello de humanidad susceptible, por otra parte, de ser revivida.

    Hemos visto tambin cmo, mediante una legisla-cin inadecuada, la sociedad puede asociarse en cier-tos casos a las fechoras de la enfermedad y empeorarlas. Pero es en cambio el mdico quien, en determinadas circunstancias, puede intentar con pro-psitos teraputicos la realizacin artificial de los mis-mos afectos de la catalepsia-enfermedad, para lograr que el enfermo quede hasta cierto punto en condicio-nes para conseguir su pasividad y apto para recibir las sugestiones teraputicas capaces de liberarle de sus obsesiones patolgicas, o bien para convertirle en psquicamente insensible y anestesiarle con vistas a ciertas operaciones quirrgicas. Este ser el tema de nuestros estudios en la presente obra.

    El centro de este sujeto queda representado por la hipnosis y por la catalepsia hipntica, que hemos podido comparar con la catalepsia catatnica, catalepsias que representan el sueo de la voluntad.

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    La hipnosis representa, por su parte, una cataiep-sia provocada por unos medios artificiales estudiados muy detalladamente por nosotros, y conviene recordar a este respecto que el psicoanlisis de Freud y Breuer se inspir en la hipnosis practicada por Charcot en Pars y por Bernheim en Nancy; esta consideracin es la que.nos obliga a recordar sucintamente la evolucin del psicoanlisis.

    Tendremos que estudiar seguidamente las nuevas utilizaciones de los mtodos hipnticos o parahipnti-cos en la anestesia, as como el reciente desarrollo de nuevos mtodos derivados de la hipnosis, pero dife-rentes en ciertos aspectos, mtodos a los que se designa bajo la denominacin de sofrologa.

    Estos diversos mtodos persiguen como comn objetivo la anestesia de la voluntad consciente, la resistencia y la iniciativa, para que, bajo sus efectos, el enfermo quede reducido a sus pensamientos subcons-cientes y permanezca sugestionable. Es por ello que tales mtodos han sido relacionados por sus autores con ciertas filosofas que, procedentes de la India, t ienden a buscar la evasin de la realidad y a desem-bocar en el nirvana-. Estos problemas nos llevan a estudiar el yoga (recordando los famosos trabajos de Masson-Oursel) en su prctica y en su filosofa ins-piradora.

    Todo ello nos llevar a considerar las discusiones ticas relacionadas con los derechos y los lmites de la accin del terapeuta sobre la personalidad humana, siendo as como cerraremos esta obra con algunas reflexiones relativas a la imposicin psicolgica y la resistencia de la personalidad.

    1. La histeria

    Apreciacin histrica

    Charcot y la histeria

    La influencia de Bayle hizo que, a principios del siglo XIX, la medicina mental derivara hacia la orientacin del organicismo. El cerebro era progresi-vamente considerado como el origen del funciona-miento del psiquismo, y el desarrollo del descubri-miento de las localizaciones cerebrales no haba hecho ms que reforzar esta tendencia, Dicha orienta-cin era muy especialmente la de Charcot. Como anatomopatlogo empeado en introducir el mtodo anatomoclnico de Laennec en el estudio de las enfer-medades del sistema nervioso, Charcot haba realiza-do el descubrimiento de nuevas enfermedades sobre la base anatmica, tales como la esclerosis lateral amiotrfica, la esclerosis diseminada que haba descu-bierto con Vulpian, y las artropatas tabticas (la Ciiar-cot's disease de los ingleses), cuando la marcha de su

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    servicio de la Saipetrire le puso en presencia de la histeria. Como hecho curioso, aquel anatomopatlogo y partidario convencido de las localizaciones cere-brales iba a figurar f inalmente en el origen del des-arrollo de la hipnosis, amparando dicho mtodo con su autoridad.

    Aunque sin desconocer esta teraputica psicol-gica, en su concepto de la histeria Charcot estaba impregnado por la idea de las localizaciones cere-brales. Sin duda, no poda admitir que las crisis de his-teria que se prodigaban en su servicio tuvieran el mis-mo origen que las crisis de epilepsia y las dems manifestaciones orgnicas. Era demasiado buen clni-co para no captar las diferencias entre estos dos gru-pos de afecciones, as como para no tener en cuenta los factores psicolgicos, tan importantes en el domi-nio de la histeria. Pero intent, con todo, relacionar la histeria con una concordancia anatomoclnica, creyen-do que, si la histeria no poda ser atribuida a unas lesiones anatmicas destructoras de los centros ner-viosos, tendra quiz cierta relacin con determinados trastornos funconaies (.{dinmicos (segn su propia expresin) sufridos por los mismos centros cuya lesin anatmica provoca las alteraciones orgnicas. Por ejemplo, cuando una lesin anatmica de la frontal ascendente produce una hemipleja prgnica o un trastorno funcional, es decir, una irritacin o una inhi-bicin en dicha zona, dara lugar segn Charcot a una hemipleja histrica capaz de desaparecer a veces bruscamente, porque nada haba sido destruido.

    Como ejemplo, una lesin de la zona deWern icke izquierda ocasiona una afasia. En caso de trastorno funcional de dicha zona producira, por ejemplo, una jaqueca acompaada, una alteracin psquica pura: la mudez.

    Se trataba de una concepcin segn la cual ios trastornos psicolgicos quedalaan vinculados con unas

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    Apreciacin histrica 13

    perturbaciones funcionales de los mismos centros, cuya alteracin anatmica daba lugar a trastornos orgnicos. Por consiguiente, Charcot admita en esta orientacin que los trastornos histricos eran de naturaleza psquica, aunque haca depender este tras-torno psquico de una iocaiizacin funcional cerebral. La psicopatologa de Charcot era as, pues, una psicopatologfa fundada en trastornos funcionaies localizados.

    Importa recordar aqu estos datos histricos fundamentales, datos histricos que pudimos conocer muy de cerca al haber trabajado en 1925-26 como interno de nuestro venerado maestro A. Souques, quien form parte con Babinski y P, IVIarie de la glo-riosa trada de los alumnos de Charcot que fundaron la Sociedad de Neurologa, y que desarrollaron aquella ciencia nueva iniciada por su maestro. Influido por Babinski, A. Souques acab abandonando la teora organodinmica de Charcot que acabamos de recor-dar, teora que l haba expuesto en su tes is \a adoptar la nueva concepcin de Babinski, eliminadora del criterio organodinmico de Charcot.

    Babinski y la histeria

    La obra considerable de Babinski es generalmente mal conocida o incomprendida, sobre todo por parte de los psiquiatras puros carentes de formacin neurolgica; incomprensin que falsea la interpreta-cin de las neurosis, y demuestra que la separacin entre psiquiatra y neurologa es nefasta^.

    Los descubrimientos esenciales de Babinski tuvie-ron como resultado mostrar unos signos ciertos y

    ' Souques, A., Etude des syndromes hystrques simulateurs des maladies organiques de la moelle pinire, tesis, Lecrosnier y Bab, Pars, 1 8 9 1 .

    ^ Barl

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    objetivos, que nos permiten saber si ios trastornos observados guardan concordancia directa con ias afecciones orgnicas o funcionaies dei sistema nervio-so, o bien si taies trastornos mantienen alguna rela-cin con las perturbaciones de la personalidad.

    Tomemos como ejemplo la hemipleja orgnica: como sea que la distribucin especial de las parlisis afecta las extremidades distales y predomina sobre los msculos contractores, presentando unas disociacio-nes peculiares que la voluntad es incapaz de realizar ni tampoco imitar, este caso constituye ya la confirma-cin de un fallo en el sistema piramidal. Por otra parte, los signos especiales que Babinski puso en evidencia, tales como la extensin del dedo gordo cuando se excita la planta del pie, el del clono, a veces los refle-jos defensivos, los movimientos combinados del muslo y del tronco, las sincinesis, etc., todos estos sig-nos que pueden ser provocados, determinan una res-puesta directa de los centros o de las vas piramidales del sistema nervioso; respuestas objetivas, indepen-dientes de la voluntad, de la imaginacin o del psi-quismo, que la personalidad no consigue reproducir,

    Valindose de este mtodo, Babinski traz un riguroso plano de los diversos sistemas arquitectni-cos del cerebro (sistema piramidal, cerebeloso, extra-piramidal, etc.) que permite un diagnstico riguroso y de extraordinaria eficacia prctica, hasta el punto de que citamos repetidamente el caso de una enferma paralizada y atacada por una histeria, en la que el m-todo de Babinski permiti reconocer un tumor de la mdula espinal, operarla y curarla,

    Con este mtodo Babinski diferenciaba rigurosa-mente las afecciones orgnicas centrales ya fueran anatmicas o funcionales de las afecciones psqui-cas y de la histeria. El punto esencial de su doctrina consista en invalidar la concepcin funcional de ia histeria, es decir, la concepcin de Charcot, Las parli-

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    sis, las contracturas y las crisis histricas no tenan para Babinski ninguna localizacin en el sistema ner-vioso, sino que procedan nicamente de un trastorno de la personalidad y de la voluntad y realizaban una especie de simulacin inconsciente, ofreciendo por la misma causa un aspecto externo de coordinacin y de sntesis que slo la voluntad puede realizar, mientras que las afecciones orgnicas o funcionales de los cen-tros nerviosos se reflejan solamente en trastornos disociados segn las disposiciones anatmicas. Por ejemplo, una lesin anatmica de la zona de Wernicke determina la perturbacin o la desaparicin del vocabulario y de la comprensin de las palabras, es decir, la afasia de Wernicke; pero un trastorno funcio-nal de dicha zona produce tambin la misma desapari-cin del vocabulario y de te comprensin verbal, aun-que de una forma transitoria, tal como suceda con cierta enferma de Bouil laud, que durante sus jaquecas era incapaz de identificar La Marsellesa cantada por las calles pero que, una vez eliminado su malestar, recobraba todo su lenguaje. La afeccin de la zona de Wernicke no puede producir en ningn caso la mudez, trastorno dependiente de la personalidad y de la voluntad.

    La obra de Bernheim: el conflicto entre la Escuela de SIancy

    y la Escuela de Pars

    Quedaba por definir la naturaleza de los trastor-nos de la personalidad y de la voluntad en la histeria. A este respeclo, Bernheim haba abierto en Nancy un nuevo mbito, destacando en l la rotunda evidencia del papel desempeado por la sugestin. Se trataba dei paso hacia ia interpretacin psicolgica de la his-teria, que se opona a ia interpretacin fisiolgica y

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    funcionai de Ciiarcot. En ello reside ei famoso conflic-to entre la Escuela de Nancy y la Escuela de la Saipe-trire.

    Pero este conflicto opona en el fondo a Bernheim y a Charcot, no a Bernheim y a Babinski, siendo por ello sorprendente que la pugna persistiera tras la muerte de Charcot, ya que Babinski adopt de hecho la interpretacin de Bernheim sobre el caso y defendi la sugestin. Las clebres demostraciones de Babinski en el gran anfiteatro de la Piti, que producan a voluntad una crisis de histeria tpica previamente anunciada y conseguida con un impresionante despliegue de aparatos, crisis que se curaba instant-neamente avisando una inversin de las corrientes, eran bien caractersticas... Venan a ser una rplica a las presentaciones de Charcot, propicias a multiplicar las crisis, y Babinski demostr con ellas que los famo-sos estigmas de la histeria, tales como la hemianeste-sia, eran de hecho creados por la sugestin del mdi-co. Por el hecho de preguntarle al enfermo Siente usted algo? o no siente usted nada?, le induca a una creacin inconsciente del trastorno, hasta el pun-to de que uno de nuestros enfermos, en el que busc-bamos la sensibilidad, contestaba que no senta nada a cada palpacin efectuada en la zona paraliza-da, indicando con ello que se trataba de una anes-tesia psquica realizada por una voluntad inconsciente, sin concordancia con las distribuciones anatmicas.

    En una palabra: Babinski quedaba as en perfecta coincidencia con Bernheim. Por qu persisti enton-ces el conflicto? Probablemente por cuestiones per-sonales, y quiz tambin por otras relativas al amor propio y a la prioridad. Nancy se haba anticipado a Pars en-el descubrimiento de la naturaleza psicolgi-ca de la histeria, y Bernheim precedi a la evolucin de la Saipetrire. Babinski y Bernheim contribuyeron uno y otro a invalidar la concepcin fisiolgica de

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    Charcot. Babinski, por el estudio metdico de los aspectos objetivos de los trastornos y los reflejos, poniendo en evidencia y demostrando que existan en la histeria unos trastornos de la personalidad, de la voluntad y de factores psicolgicos; mientras Bern-heim haba ya establecido anteriormente con la sugestin la naturaleza psicolgica de tales trastor-nos. Se comprende que este conflicto mal resuelto haya dado lugar todava recientemente a las reivindi-caciones de la Escuela de Nancy, expresadas en la tesis de Barrucand; este pone de relieve que Bernheim era desde 1870 profesor de clnica mdica en Nancy, que haba consagrado desde 1882 varias publicacio-nes al hipnotismo, y que la aparicin de su obra funda-mental. De ia suggestion dans i'tat iiypnotique et dans i'tat de veiiie, databa de 1884. Escribe Barru-cand que, segn Bernheim, la histeria no era la enfer-medad neurolgica descrita por la Saipetrire, sino que se trataba de un sndrome reaccional de origen siempre emotivo y cuyo tratamiento slo poda ser de ndole psicoterpico. En cuanto a Charcotpuntual i-za Barrucand^- , en 1882 fue cuando se le nombr titular de la primera ctedra mundial de neurologa. En este mismo ao present ante la Academia de Ciencias su histrico comunicado sobre los diversos estados nervi^osos determinados en los histricos por la hipnotizacin, admitiendo as la identidad entre la histeria y el hipnotismo y describiendo de forma psicolgica los cuatro perodos de la crisis histrica: el perodo epileptoide, el perodo de los grandes movi-mientos, el perodo de las actitudes pasionales, y el delirio terminal, perodos ilustrados por los famosos dibujos de su alumno Richer. Charcot admita adems ciertas modificaciones de los reflejos osteotendinosos,

    ^ Barrucand (de Nancy), L'hypnose de 1769 1369. Comunicado presenta-do ante la Sociedad (Vloreau de Tours, sesin del 27 de enero de 1969. Ver rEncphale, nm. 5, 1969.

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    as como la hemianestesia y el estrechamiento con-cntrico del campo visual, y describa tambin en el hipnotismo (slo realizable en los histricos) las fases de letargo, de catalepsia y de sonambulismo, fases adoptadas ms tarde por su alumno Pitres en su cle-bre trabajo. Aunque .Charcot admitiera ia accin de la presin ovrica en las crisis de histeria, describi la histeria masculina cuando hasta entonces solamen-te se atribua al sexo femenino. Nos es imposible ex-tendernos aqu sobre los diversos alumnos de Char-cot que han sostenido la opinin de su maestro, particularmente Richet y sobre todo Luys (que tanto ha publicado sobre la histeria y la hipnosis). Pitres, Giles de La Tourette, etc.; pero destacaremos primor-dialmente el carcter sistemtico de las descripciones de Charcot, ya que^su creencia se fundaba en que los sntomas venan determinados por ciertas perturba-ciones funcionaies de ios centros nerviosos. Se trata-ba de una concepcin neurolgica de la histeria.

    La obra crtica de Babinski se inici tras el fal leci-miento de Charcot en 1893, despus de la querella entre la Escuela de Nancy y la Escuela de Pars y de las famosas declaraciones' hechas por Bernheim en 1884. Pero Babinski hizo justicia, desde el primer momento, a la pretendida modificacin de los reflejos en la histeria. Todos los reflejos seguan siendo normales; y, para precisar todava ms la reflejologa, Babinski estudi en aquella ocasin los reflejos de los miembros superiores, a los que se consideraba como inconstantes, y de los que demostr la constancia y' significacin. .

    Freud y el papel del inconsciente

    Poco despus de esta querella de 1884 fue cuan-do Freud, que haba trabajado a las rdenes de Char-cot, fue a vivir en Nancy y vio a Bernheim. Ep su

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    artculo de la Presse iViedicale'', L. Chertok nos recuer-da que Freud haba tenido conocimiento con Charcot de las reminiscencias traumticas (accidentes hist-ricos descritos por Charcot como consecuencia de los primeros accidentes ferroviarios y estudiados par-t icularmente en Gran Bretaa y en Estados Unidos), as como adquirido conciencia con Bernheim de po-derosos procesos psquicos capaces de mantenerse ocultos a la conciencia de los hombres.

    Puede as suponerse que la influencia de Bern-heim desempe un importante papel en los estudios de Freud sobre el inconsciente.

    Puede decirse que la doctrina de Bernheim y de Babinski seala ia creacin en medicina de ia doctrina psicosomtica. Se reconoca, en efecto, la nocin, de que una idea, inconsciente o no, sugerida o no, imagi-nada o no, poda dar lugar a unos sntomas somticos creados por ella. Recordarenios, a ttulo de ejemplo, el caso de cierta enferma que acudi a la Saipetrire para una consulta, presentndose en el servicio de nuestro maestro Souques aquejada de una parlisis braquial derecha completa, parlisis precedida de fuertes dolores de cabeza. Dicha enferma haba acudi-do a la consulta durante las vacaciones, y el sustituto de Souques se impresion ante la Importancia de las jaquecas premonitorias, pensando inmediatamente en un tumor cerebral, cometiendo la imprudencia de anunciar a los alumnos all presentes qu convena dedicar especial atencin y vigilancia al estado de la vista y del fondo ocular de la enferma. Pero Souques identific de inmediato a su regreso de vacaciones la forma de aquella parlisis; aplic el mtodo de Babinski sobre la parlisis histrica y, con la ayuda del torpedeo, cur totalmente a la paciente en el espacio de una hora.

    * Chertok, L., L'hypnose depuis le p' Congrs International tenu Paris en 1889, Prejse Medcale, 73, nm. 25 , pg. 1,497, 2 2 de mayo de 1955 .

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    De regreso a su casa, enTurena, la mujer disfrut durante cinco^aos de una salud normal. Luego, como consecuencia de un agotamiento tras graves preocu-paciones relacionadas con la salud de sus hijos, volvi a experimentar violentas jaquecas que derivaron en una aparente ceguera total. Acudi nuevamente a Pars, .presentndose primero en la Saipetrire y, -al no encontrarnos ya all, nos busc en Santa Ana, en el servicio del profesor Claude, cuya clnica estaba a nuestro cargo. La mujer caminaba con los ojos cerra-dos, los prpados cados y con los globos oculares f\adosgiobaimente hacia abajo y a la derecha^, y nos dijo inmediatamente que e mdico de la Saipetrire haba tenido razn al asegurar cinco aos antes que convena vigilar aquellos ojos propensos a la ceguera. Pudimos curarla esta segunda vez en slo media jor-nada valindonos del mtodo de la escopocloralosa, al que nos referiremos ms adelante.

    Ulteriormente, con la colaboracin de nuestro amigo R. Kourilsky^ y utilizando los m.todos de la rieurofisiologa moderna durante la contractura hist-rica de un miembro inferior, hemos demostrado que ciertas enrgicas corrientes de accin de resistencia se hacen presentes cuando se intenta contrariar la actitud adoptada por un enfermo, que desaparecen en cambio totalmente desde el momento en que se acta en el mismo sentido que la actitud decidida por el paciente. Todo viene as a desarrollarse como si a\gu-na actitud psicoigica consciente o inconsciente rigie-ra ias contracturas patoigicas dei afectado. .

    Se comprende as el problema del diagnstico diferencial de la histeria y de la simulacin. Aadire-

    Destacamos aquf la palabra globalmente, pues no se observaba en esta enferma la disociacin de los msculos oculares que se registra en neurologa en las parlisis orgnicas, ni las parlisis de funcin del t ipo Pannaud. La actitud de los globos corresponde a un propsito .de aspecto voluntario.

    " Barul

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    el famoso naufragio del Provence, Clunet no observ crisis de histeria. Vincent no registr manifestaciones histricas en el frente, durante la guerra de 1914 -18 . En cambio, dirigiendo despus en Tours un centro neuropsiquitrico del interior, pudo tratar numerosos accidentes histricos en los que aplic enrgicamente el torpedeo, lo que condujo a que uno de los enfer-mos, el zuavo Vincent, le provocara a una pelea. La opinin se demostr alterada respecto a la histeria, en aquellos momentos. Yo misnio, mientras actuaba como mdico auxiliar en un regimiento de infantera entre 1914 y 1918, jams observ casos de histeria en el frente; por el contrario, con ocasin de dirigir en Reims un centro de neuropsiquiatra durante el pero-do de 1 9 3 9 - 4 0 , pude estudiar gran nmero de mani-festaciones histricas a las que hice objeto de un detallado anlisis''. Recuerdo, particularmente, el siguiente episodio; durante uno de mis permisos normales de diez das de descanso, tuve que confiar el cuidado del centro durante mi ausencia a un mdico joven de medicina general, poco versado en neuropsi-quiatra y acobardado ante sus responsabilidades. A mi regreso asist a un espectculo escalofriante. Una gran cantidad de soldados presentaban impresionan-tes crisis como las descritas por Charcot: arqueados con la cabeza hacia atrs, en opisttono, saltaban en esta pos tu ra desde l cama hacia el t e c h o para desplomarse nuevamente sobre el lecho, repi-t indolo varias veces.

    El personal espantado corra de una a otra cama, y la emocin, as como la afluencia de ayudantes, multiplicaba las crisis histricas. Hice salir a todos los asistentes y con autoridad y algunas maniobras per-suasivas, logr restablecer rpidamente la ms com-pleta calma.

    ' Les crises nerveuses gnralises. Smiologie, diagnostio, conduite teir notamment en neuropsychiatrie militaire, Ann. mdico-psycholagiques, nm. 3, octubre de 1944 .

    Apreciacin histrica 23

    Se comprende con ello que Babinski hiciera una definicin de la histeria reducida al pitiatismo, es decir, a los accidentes provocados por sugestin y curados por la persuasin. Los hechos que acabamos de recordar muestran el gran poder de los factores psquicos, de la confianza, de la persuasin, de la autoridad f irme pero confiante, y de otros mil factores derivados de la influencia afectiva del m'dico y del jefe, influencia que Mesmer quiso objetivar con su nocin del fluido. Es evidente que si se prescinde de estos factores acta como un ciego ante las acciones humanas. Pero sera errneo suponer que dichos fac-tores slo intervienen en los casos de histeria, ya que operan igualmente sobre todos los hombres y, espe-cialmente, sobre las multitudes y las colectividades. Insistiremos ms adelante sobre este tema, particular-mente en materia mi l i tar

    Prosiguiendo nuestras investigaciones en el ejr-cito, y con la posterior observacin de las secuelas de la deportacin, fue como pudimos descubrir una nue-va interpretacin de la histeria: la funcin de \as im-genes mentales. Hemos menc ionado hace un momento la obra de Dupr sobre la imaginacin, y ello nos recuerda la utilizacin de este mismo trmino en los informes de la comisin designada en 1774 por el gobierno francs para establecer un conocimiento sobre el mesmerismo, informes que, salvo las conclu-siones de L. de Jussieu, atribuan a la imaginacin el f luido-mesmeriano. El trmino imaginacin e imagina-rio se emple peyorativamente en aquel caso, pare-ciendo sugerir la idea de que el histrico era un perso-naje de teatro (teatralismo), realizador de construccio-nes artificiales y falsas.

  • 24 La hipnosis

    Las imgenes mentales y ia histeria

    Bien diferente es la concepcin que nosotros hemos defendido sobre imgenes mentaies motivado-ras de accidentes histricos, concepcin que nos fue inspirada en parte gracias al estudio de las crisis hist-ricas en medios militares y en perodo de guerra, y tambin por la observacin de los accidentes nervio-sos de los deportados. Hemos recordado anteriormen-te las opiniones de Babinski y de otros autores con referencia al papel de la emocin, Pero aquellos que niegan el papel de la emocin suelen limitarse a observar sus e.fectos inmediatos. Lo que conviene estudiar son los efectos retardados de la emocin. Por ejemplo, nada se ha producido en el campo de batalla entre los heridos, mientras que, semanas o meses despus, cuando el herido se hallaba en seguridad y reposo, sola reviv"' sus emociones precedentes prin-cipalmente por la noche, mientras dorma y en sueos. Se trataba entonces de una reproduccin emotiva a travs de la imagen mentai^. Pero la diferencia entre la percepcin directa y la imagen es muy considerable. En la percepcin, durante la emocin inicial, toda la personalidad se mantiene tensa y en estado defensi-vo, por lo que la carga afectiva de la emocin queda en parte neutralizada. En cambio, ms tarde, durante el sueo, la reviviscencia de la imagen se incrementa por una fuerte- carga afectiva debido a que l per-sonalidad est adormecida y sin defensas. De ah el poder a veces formidable de la imagen, que adquiere la forma de visiones'o tremendas pesadillas. .

    " Baruk, H., Le problme des accidents hystriques et des images mentaies dans la personnalit hysterique, C. f. du Congrs de Psychiatrie et de Neurolo-gie de Langue franps/se, LXIIl sesin, pgs. 3 6 1 - 7 0 , Lausana, 13-18 de sep-tiembre de 1965.

    Apreciacin histrica 25

    El mtodo catrtico y la ecmnesia

    , Este traumatismo afectivo de la imagen es toda-va mucho ms grave en los ex deportados. Recorda-mos haber tratado a un desdichado cuya esposa haba desaparecido en las deportaciones y que haba asisti-do en Auschwitz al asesinato de un nio al que aplas-taron el crneo. La reviviscencia de aquella imagen le provocaba pesadillas acompaadas de gritos violen-tos, El fenmeno se produca a veces incluso durante el da, desembocando en una especie de repentino delirio. Se identifica tambin en este caso la ley de la aparicin de las alucinaciones durante el perodo intermedio entre la vigilia y el sueo, regla puesta en evidencia por Bail larger La emocin estara como reprimida y sera susceptible de formar un ncleo patgeno. Por ello algunos utilizan en casos parejos el mtodo catrtico. Se ha discutido el origen de este trmino. El profesor Schuhl y su alumno O, R. Bloch^ explican en un interesante trabajo el significado de la catarsis en la traduccin griega y recuerdan al respec-to que el suegro de Freud era un helenista, siendo ello causa de que su yerno pudiera sentirse influido por este trmino griego, lo que explicara el empleo repeti-do de la mitologa helena en toda su obra. En su traba-jo consagrado al mtodo catrtico, Chertok''" refiere para el caso las investigaciones de Bourru y Burot en 1885, mencionando tambin las ocasiones en las que se ha logrado en un enfermo la reviviscencia de un perodo ya .transcurrido de su existencia y recordando -la utilizacin del mtodo efectuada por Janet. Convie-ne tener asimismo presente que la proyeccin del paciente hacia un perodo anterior de su existencia ha

    ' Schuhl, P. IVl. y Bloch, O. R., Freud, l 'hellnisme, J , Bernays et la cathar-sis. Ann. de thrap. psychatrique, Ann. IVtareau de Tours, vol. IV, pg. 2 5 1 , 1 9 6 9 .

    ^ chertok, L,, A propos de ia dcouverte de la mthode cathartique, Bule-tin de Psycholagie, 184-XlV, 1, 4 , 5 de noviembre de 1960 ,

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    sido descrito en los histricos por Pitres, bajo el nom-bre de ecmnesia. Nosotros hemos proseguido el estu-dio de la ecmnesia de Pitres en nuestra obra consa-grada a los trastornos mentales en los tumores del cerebro, refiriendo casos en los que pudimos observar la ecmnesia durante la confusin mental de los tumo-res cerebrales".

    Recordemos igualmente que Chaslin expone en su clebre obra de sintomatologa mental, un caso de retrospeccin provocado en un periodo de la infancia por la aplicacin de los metales.

    El mtodo catrtico, por supuesto, no puede resolver siempre el problema. La reviviscencia de la emocin no produce siempre la desensibilizacin, sino que ocurre a veces lo contrario, como se produce en los ex deportados, cuyos trastornos suelen ser muy tenaces y se prolongan a menudo en la actualidad; Una desensibili2;acin prudente y progresiva puede resultar, en cambio, ms eficaz. Tuvimos as ocasin de atender a un joven enfermo que, al menor contacto con el agua, presentaba verdaderas crisis de t ipo his-trico. Acabamos por enterarnos de que la emocin inicial haba tenido lugar cuando el paciente contaba tres aos, Haba sido confiado a una niera que lo abandon por descuido en un jardn; esta distraccin hizo que la criatura se viera de golpe sometida a una ducha helada por un aspersor de riego. Ms tarde tuvimos que proceder a una verdadera vacunacin, obligando al paciente a entrar primeramente en con-tacto con una gota de agua y luego, progresivamente, a dosis poco a poco mayores, hasta que conseguimos su desensibilizacin''^.

    " Baruk, H,, Les troubles mentaux dans es tumeurs cerebrales, captulo Syndrome confusionnel, vol. 1, Dion, 1926,

    " Conviane recordar al respecto la vacunacin psquica contra las serpientes que aparece en la Biblia.

    Apreciacin histrica 27

    La escopocloralosa

    La experiencia ha venido a demostrarnos que, ya sea normal o bien hipntico, el sueo puede sensibil i-zar en algunos casos a un enfermo; es por ello que hemos optado por abandonar la prctica de la hipno-sis clsica, a la que nos haba iniciado Pierre Janet y a la que dedicamos los estudios que mencionaremos ms adelante en su aspecto psicofisiolgico, para sustituirla por e mtodo de la escopocloralosa y prefi-riendo la desensibilizacin emotiva o'afectiva practi-cada abierta y francamente, con la consciente colabo-racin del paciente, en un ambiente de plena confian-za. He aqu un ejemplo de este mtodo. Se trataba de una mujer de 36 aos casada con un hombre que la amaba devotamente, pero afecta de . unas crisis abdominoperineales muy dolorosas y violentas; estas crisis empezaron por manifestarse primeramente cada vez que la enferma vea a su madre, y acabaron por surgir a .cualquier momento y sin causa explicable, adquiriendo entonces el aspecto de simpatalgias. Las crisis desaparecieron por completo durante un emba-razo que termin desdichadamente en un falso parto relacionado probablemente con alguna insuficiencia hormonal, fracaso que origin una amarga decepcin en la paciente, seguida de inmediato por la reaparicin incrementada de aquellas crisis dolorosas. Los ms minuciosos exmenes orgnicos de esta enferma practicados por competentsimos especialistas han sido absolutamente negativos, Tenieado en cuenta el problema hormonal, prescribimos un recuento hormo-nal con dosificacin de la foliculina urinaria y un exa-men de las extensiones vaginales.

    Pero en el aspecto psicolgico nos enteramos de que, siendo la enferma muy joven, se fue a vivir con sus tos, siendo objeto de un intento de violacin por

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    parte de su to. Enterados del incidente, los padres discutieron violentamente con sus parientes y prohi-bieron a su hija que volviera a verlos. Sin embargo, la joven se haba encariado con su ta y mantuvo con ella una correspondencia secreta, lo que la situ en una postura molesta, de doble juego con su madre, y la sensibiliz agudamente al respecto. En semejante caso esta situacin de clandestinidad nos pareci extremadamente traumatizante, y fue por ello que propusimos a la enferma nos permitiera llamar a sus padres para tener con ellos una entrevista y tratar de disipar el malentendido. Esta simple propuesta provo-c violentas reacciones emotivas en nuestra paciente, que acab por autorizarnos. En su presencia telefo-neamos a sus padres, los cuales contestaron con mucha amabilidad y acudieron a mi consulta al da siguiente, lo que permiti un cambio de impresiones altamente provechoso.

    Cremos necesario afianzar el tratamiento con una cura de escopocloralosa. Despus de un solo compr i -mido tan slo al da, ia enferma se sinti relajada y consigui liberarse. Fue hacia las cuatro de la tarde nos escribi cuando la somnolencia provocada por el medicamento.se atenu para dar paso a un gozoso recobramiento de vitalidad, favorecido por la presen-cia de mi marido. Los amagos de crisis dolorosas no prosperaron, y nuestra paciente estuvo en situacin de vencer sus recuerdos dolorosos y comportarse como una mujer adulta, totalmente apaciguada.

    Recordemos al respecto que la escopocloralosa (asociacin de escopolamina y cloralosa) fue propues-ta por P. Brot teaux" para realizar una hipnosis medi-camentosa. Nos escribi, y en 1934 dimos comienzo a nuestros estudios sobre este producto. Brotteaux utilizaba tres dosis:

    " Brotteaux, P., Le scopochioralose, Revue de Psychothrapie, marzo ci 1929 .

    Apreciacin histrica 29

    1. Una dosis dbil, comprendiendo 1/4 de mg de bro-midrato de escopolamina y 0 '25 de cloralosa.

    2. Una dosis mediana: 1/2 mg de escopolamina y 0 '50 de cloralosa.

    3. Una dosis fuerte: 3/4 de mg de escopolamina y 0 7 5 de cloralosa, Aadamos que la cloralosa utilizada necesita ser

    rigurosamente pura, ya que cuando este producto es impuro puede determinar ciertos mioclonios que per-turban al enfermo. Ambos medicamentos tienen que quedar nt imamente mezclados en la preparacin.

    La escopocloralosa ha sido sometida por nosotros a exhaustivos estudios, primeramente en la experi-mentacin animal (con Massaut)^'*, y aplicada sobre todo al ratn y al gato. Hemos podido constatar per-sonalmente que a altas dosis produca una ceguera psquica en el gato (descrita por C. Richet), as como algunas sacudidas clnicas. La cloralosa (glucocloral) inhibe efectivamente la corteza cerebral y aumenta la excitabilidad medular.

    Habamos consultado antes de iniciar nuestros experimentos al profesor Tiffeneau, quien os inform de que, segn las investigaciones realizadas en su laboratorio, la escopolamina refuerza la accin de la cloralosa y permite utilizarla a dosis menos fuertes^^.

    Hemos estucliado la accin neurovegetativa de ia escopocloralosa en el hombre con nuestros alumnos Gevaudan, Cornu y Mathey, observando que el pro-ducto ejerce un efecto bradicardizante y que reduce ligeramente por otra parte la tensin arterial mxima, aunque aumenta la ampli tud del ndice oscilomtrico,

    " Baruk, H. y Massaut, Ch., Action physiologique experimntale et clinique du scopochioralose et bulbocapnlne. Applications quelques problmes de la catatonie expnmentale. Ann. mdico-psychologiques, nm. 4 , noviembre de 1936.

    Broun, D., seorita Lvy y seora Meyer-Oul i f ,lnf luence de la scopolami-ne sur les hypnotiques corticaux et basilaires, C. . Soc. de Bio/ogie, vol . CVII, pg. 1,522, 9 3 1 ,

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    detalle rnuy importante si se t iene en cuenta que dicho ndice disminuye en los estados depresivos y recobra su ampli tud con la curacin. Procedimos f inal-mente a investigar experimentalmente los efectos de la escopocloralosa sobre la circulacin cerebral de los animales, constatando que activaba ligeramente dicha circulacin y produca una pequea vasodilatacin {Encphiaie, 1945, nms, 5-6-7, pgs. 81-88) , Pusi-mos tambin de relieve, con Hacine, la frecuencia de la taquicardia durante los accidentes histricos, desde cuyo aspecto puede resultar til la accin bradicardi-zante de la escopocloralosa.

    Deducimos as que los efectos favorables de la escopocloralosa se explicaban en parte por su accin neurovegetativa'^^. El problema del estado neurovege-tativo en la histeria ha sido discutido. El propio Babinski, por ms que decidido partidario de exclusi-vos factores psicolgicos, describi casos de manifes-taciones con todo el aspecto de las contracciones y dems manifestaciones histricas, pero acompaadas de considerables trastornos neurovegetativos locales (cianosis y modificacin del ndice oscilomtrico estu-diadas por Babinski y Heitz); se trata de los trastornos fisiopticos de Babinsl

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    enfriamiento central) en una habitacin oscura, con el fin de que pueda entregarse al sueo. Antes de administrarle el comprimido, se le toma el pulso, la tensin arterial y el ndice oscilomtrico. Los efectos del comprimido empiezan a manifestarse aproximada-mente a los 30 45 minutos despus de su absor-cin. El sueo se mantiene ligero, interrumpindose a la menor indicacin o llamada. En el momento de la accin se toma nota del estado del pulso, de la ten-sin arterial y del ndice oscilomtrico.

    La accin psicoterpica necesita completar a la farmacodinmica y neurovegetativa. Esta accin psi-coterpica es necesario que sea ante todo reconfor-tante, actuando en ciertos casos como agente persua-sivo. Tuvimos un enfermo afecto de disfagia histrica e incapaz de engullir, y al que logramos hacer tragar unas gotas de leche al tenerlo sometido al sueo por la escopocloralosa. Coment entonces intencionada-mente con mi interno, el doctor Cornu: Fjese, ya est curado 1, consiguiendo que una ancha sonrisa iluminara el semblante del paciente y que, al desper-tar, diera rpida cuenta de una excelente comida. Estaba efectivamente curado, y su curacin sigue mantenindose desde hace ms de treinta aos.

    La escopocloralosa permite en otros casos una accin ms imperativa, como sucedi en un caso gra-ve de obsesin con delirio de contactos. Este paciente senta horror a tocar cualquier cosa, se lavaba las manos de forma incesante y era incapaz de sustraerse a esta obsesin. Cuando se intentaba obligarle, sola echarse a llorar y haca una escena igual que un nio. Pero, en el curso de la accin de la escopocloralosa, pudimos convencerle de que se levantara de la cama, tocara sus libros y abrazara a su esposa (cosa que lle-vaba varios aos sin hacer), al t iempo que tratbamos de persuadirie de que su temor a los microbios era i lu-sorio, que los microbios eran necesarios para la vida.

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    etc. Una considerable mejora se evidenci ya al primer comprimido. Volvimos a repetirio ocho das despus. El enfermo pudo reemprender sus estudios. Era inge-niero, y le haba impresionado ver cmo unos obreros rabes escupan en sus manos y le estrechaban des-pus la suya, haciendo que el miedo al contagio pene-trara as su espritu. Esta aversin se limitaba en un principio a los rabes, pero acab extendindose a todas las personas y tambin a los objetos. Gracias a la distensin que es capaz de llevar a cabo, la escopocloralosa consigui liberarle de aquellas resis-tencias y permiti una eficaz psicoterapia.

    La duracin de la cura abarca una jornada. Tras administrarse el comprimido en ayunas, el enfermo puede tomar un caldo caliente a medioda y cenar nor-malmente. Si se desea una nueva aplicacin conviene esperar por lo menos de ocho a diez das, dejando que el producto se elimine lentamente.

    Pudimos utilizar profusamente la escopocloralosa en los medios militares durante la campaa de 1 9 3 9 -40 y en nuestro Centro de Neuropsiquiatria de Reims, gracias al doctor Vaillant, farmacutico jefe de aquel centro. Nos fue as posible curar rpidamente a un elevado nmero de soldados atacados por impresio-nantes crisis de histeria. Despus, muchos de ellos nos han escrito dndonos las gracias y diciendo que se encuentran con buena salud.

    La cura de los accidentes histricos se realizaba antes de la escopocloralosa por el mtodo brutal del torpedeo, cuya prctica pudimos presenciaren nume-rosas ocasiones en la Saipetrire y en Santa Ana. Ello consista en hacer pasar unas corrientes elctricas muy dolorosas a travs de la piel, particularmente en la zona enferma. El enfermo se retuerce y debate para librarse de aquel dolor, desprendindose as de su parlisis; pero slo se obtiene a veces un resultado efectivo tras una electrizacin prolongada, de la que el

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    enfermo sale agotado. Hubo quien crey indicado acompaar en un principio esta teraputica dolorosa con incitaciones verbales y hasta a veces con invecti-vas, mtodo lamentable que, aparte de menoscabar la dignidad del mdico, confiere al paciente la impresin de que se le hace objeto de una sancin y suele provo-car en l verdaderas rebeldas, segn se recordar haber ledo antes, en el caso del incidente del zuavo Vincent durante la guerra de 1914-18 .

    El terreno de la histeria

    Acabamos de referirnos a los accidentes histri-cos y a su tratamiento. Pero conviene no olvidar que tales accidentes surgen de un terreno adquirido o constitucional.

    Una de las condiciones ms favorables para la aparicin de los accidentes histricos reside en la depresin, particularmente en la depresin ciciotmi-ca, cuyo papel es frecuente y considerable lo mismo en el piano mdico que en el social, hechos sobre los cuales hemos insistido muy especialmente con nues-tra alumna la doctora IVlathey-Gevaudan.

    Ello explica que los accidentes histricos vayan precedidos las ms de las veces por agotamientos, pesadumbres, angustias, extenuacin o secuelas de enfermedades infecciosas. El estado de agotamiento nervioso empieza por manifestarse con trastornos neurovegetativos acompaados de intensas cefaleas que suelen simular un tumor cerebral, vrtigos, ansie-dad y dolores errticos con forma simpatlgica y sintomologa imaginada, dando la impresin de ten-sin, de agua que corre, etc., acompaado de preocu-paciones y de desaliento. Es sobre este campo como puede sobrevenir el accidente histrico, por cualquier causa ocasional. As ocurri con un enfermo que, aquejado de dolores gstricos, anorexia, cefaleas y

    Apreciacin histrica 35

    vrtigos, acudi a visitarse a ltimas horas de la maana en mi consultorio del Establecimiento nacio-nal de Charenton. Le entregu su receta y abandon el dispensario para ir a comer.

    El enfermo se rezag, y un empleado le encerr en el consultorio. Creyndose secuestrado, el enfermo entr en crisis y, cuando regresamos despus de comer, nos lo encontramos presa de violentas sacudi-das y realizando la corea rimada histrica de Charcot. Aquella crisis dur sin duda toda la tarde y la noche.

    A la maana siguiente le curamos rpidamente con un comprimido de escopocloralosa.

    Es bien evidente que el terreno constitucional y hereditario desempea una importante funcin. Nos consta, por otra parte, que semejante circunstancia interviene esencialmente en la ciclotimia, donde observamos casi siempre la herencia directa. Dupr describi al respecto una constitucin histrica o histerizable. Se trata por regla general de individuos impresionables, pero cuya emotividad es reservada, en los cuales se observan variaciones curiosas en el apetito y en los instintos, o en la anorexia mentai rela-cionada algunas veces con la histeria, de la facil idad de las premoniciones e instituciones, de las paradji-cas variaciones en las funciones viscerales y, f inal-mente, de sobre todo una sealada sugestionabilidad. Conviene destacar tambin la gran frecuencia de acci-dentes histricos en los dbiles mentales, recordando al respecto los trabajos que sobre ellos y su problema realiz en el ejrcito F. Blanc.

    Babinski puso f inalmente de relieve el papel de la imitacin. Se trata de un factor que no puede ser subestimado, ya que el paciente que observa a su alrededor alguna crisis de histeria puede fci lmente imitarla. As ocurri probablemente en t iempos de Charcot, siendo un hecho que interviene en las epide-mias histricas.

  • 36 La hipnosis

    Naturaleza de la histeria

    Esta naturaleza es todava harto misteriosa, pero algunos puntos concretos se perfilan en la actualidad. Insistiendo recientemente en un artculo de La Gazet-te des hibpitaux (10 de junio de 1967, pgs. 8 5 9 -861) , seal que el problema de la histeria concierne de hecho al de las relaciones entre ei aima y ei cuerpo. Nuestros antepasados supusieron que la histeria esta-ba vinculada con ciertas migraciones del tero, y de ah el nombre de histeria surgido del griego ustera (matriz). Este origen sexual de la histeria ha sido sos-tenido muchas veces, e incluso ciertos autores llega-ron a comparar la crisis histrica con el orgasmo. Pudimos observar varias veces como A. Souques rechazaba esta interpretacin. Sin embargo, la teora sexual de la histeria volvi a figurar en el orden del da con la doctrina de Freud y la de la represin. Ello no impide que se observen frecuentes manifestaciones histricas en individuos carentes de toda represin sexual, aparte de que, en presencia de ciertas pertur-baciones incluibles en esta esfera, cabe preguntarse si tales perturbaciones sern ms bien secundarias que casuales. No en vano se ha insistido tan a menudo (Dide) sobre el carcter novelesco de ciertas histerias, sobre el bovarismo y, particularmente, sobre el pre-dominio de la imaginacin (Dupr), y de ciertos casos sobre una espiritualizacin exclusiva con rechazo de todo fenmeno corporal. Es lo que indudablemente se observa en la anorexia mental, consistente en un tras-torno de la integracin mental y somtica.

    La clnica demuestra que las manifestaciones his-tricas constituyen solamente una modalidad ligera de la depresin. Como en la depresin, se desarrollan en un estado donde se combinan la fatiga, la inhibi-cin y la hiperexcitabilidad simptica. Es por ello que

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    el accidente histrico puede ser curado ya sea por una estimulacin violenta, como el torpedeo, o bien mediante la puesta en reposo o la distensin con la escopocloralosa. Segn hemos proclamado insisten-temente ante la sociedad mdico-psicolgica,, la escopocloralosa constituye la nica cura de sueo verdadera, ya que las dems curas de sueo practica-das con estas mezclas hipnticas no son de hecho autnticas curas de sueo, sino curas de narcosis.

    Nos es imposible tratar aqu a fondo este proble-ma, ya que nuestra intencin se limita a destacar la evolucin y los progresos alcanzados. Desde una con-cepcin puramente neurolgica y funcional, la histeria ha evolucionado despus de Bernheim y Babinski hacia otra concepcin psicolgica, con un importante factor sugestivo. Pero sobre todo, gracias a Babinski es como se ha distinguido entre las afecciones locali-zadas del sistema nervioso y los trastornos proceden-tes de la personalidad. Ello es esencial en el aspecto prctico, ya que los errores de diagnstico pueden provocar terribles consecuencias. Considerar como histrico a un enfermo orgnico puede ser causa de su muerte. As sucedi, por ejemplo, con un paciente que, aquejado de una miastenia de Erb-Goldflam, fue trado a mi consulta ya al final de su dolencia. Se le haba tratado como histrico, se haban atribuido a imaginaciones las dolencias que le aquejaban, y se le haba aadido ia incomprensin y la humillacin moral, cuando de hecho estaba sufriendo el arranque de unos, accidentes bulbarios que iban a acabar poco despus con su vida. Semejantes hechos deben hacer reflexionar sobre las responsabilidades en que se incu-rre con tales errores de diagnstico.

    La equivocacin inversa no resulta menos grave. Considerar como orgnico a un enfermo histrico equivale a favorecer la extensin de los trastornos y a^ malograr su curacin. La cuestin se compilen

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    an ms con el problema de las manifestaciones hiistero-orgnicas: un trastorno orgnico puede com-binarse en ciertos casos con el aadido de manifesta-ciones histricas. As ocurre con la histero-epilepsia. La crisis de epilepsia se acompaa con una prdida total de la conciencia, mientras que la crisis de histeria lo hace con intensa agitacin y movimientos desorde-nados, aunque sin prdida, por lo menos total , de la conciencia. Se ha estado considerando durante largo t iempo a estos dos tipos de crisis como separadas por un abismo, dndose con ello lugar a una nocin de la combinacin de dos entidades separadas. Este problema exige en realidad una revisin.

    Se sabe, en efecto, que ciertas enfermedades orgnicas pueden iniciarse con crisis de apariencia t-picamente histrica. Este es, por ejemplo, la esclerosis diseminada. Experimentando, por otra parte, con Jong sobre la bulbocapnina y otros productos cataleptge-nos en los animales, pudimos observar que ciertas dosis de txicos determinaban unas crisis de ges-ticulacin de t ipo histrico, as como la epilepsia a dosis fuertes. Existira as en ambos casos una partici-pacin del sistema nervioso, que diferira solamente segn el grado de intoxicacin. La obra de Babinski merece ser reconsiderada en este aspecto, ya que lo que dicho autor designaba con la denominacin de sntomas orgnicos se refera esencialmente a unos sntomas de iocaiizacin; pero no exclua la idea de que una causa biolgica difusa pudiera determinar las manifestaciones histricas, por lo que nos dijo en una ocasin: Es a vosotros, los psiquiatras, a quienes corresponde averiguar las causas difusas capaces de influir sobre la personalidad. Recuerdo que, cuando yo era jefe de clnica del profesor Claude, en Santa Ana, acudi a la consulta una enferma que presentaba unas impresionantes crisis de histeria en opisttonos del t ipo Charcot; pero se obsen/aba tambin en la

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    paciente una peculiar actitud en la mano y el brazo que hizo sospechar a Claude una rigidez descerebrada y, consecuentemente, una localizacin mesenceflica. Con esta interpretacin fue como, por consejo del pro-pio Claude, present con Tinel y Lamache a dicha enferma ante la Sociedad IVIdica de los Hospitales. Ei choque de Babinski fue tremendo. Despus de dos tardes enteras de enconada discusin, Babinski acu-di personalmente a Santa Ana para examinar a la paciente, hacindolo en presencia del profesor Claude y de P. Bailey; mediante las adecuadas pruebas que nadie como l saba realizar, Babinski consigui demostrar que no exista ningn signo de localizacin. Fue a consecuencia de este caso como pas seguida-mente a ser alumno de Babinski, lo que me condujo a abandonar los criterios de Claude, tendentes a volver a la concepcin organodinmica de Charcot. Aquel regreso a la neurologizacin localizadora de la histeria estaba entonces en boga; Marinesco y Radovici t rata-ban en Rumania de atribuir la histeria a ciertos trastor-nos extrapiramklales; volvi a surgir tambin la dispu-ta sobre la tortcolis espasmdica, a la que se haba considerado al principio como histrica y designada como tortcolis mental, pero que Babinski demostr estar relacionada con un trastorno estriado, lo mismo que el espasmo de torsin de Z. Oppenheim, atribuido antes a la histeria y relacionado con una lesin mesenceflica. Recordemos, adems, que incluso la enfermedad de Parkinson fue considerada como hist-rica antes de que se descubrieran sus lesiones.

    Todos estos hechos muestran que una parte considerable del antiguo dominio de la histeria ha sido desmembrado en provecho de los sndromes de locali-zacin neurolgica. Lo mismo ocurri en el dominio psiquitrico, donde un importante contingente de la antigua demencia histrica pas a pertenecer al mbi-to de las psicosis circulares o esquizofrnicas.

  • 40 La hipnosis

    Es por ello que nuestra poca ha podido asistir por anticipacin al enfrentamiento de dos tendencias. Una primera tendencia apunta con sus excesos a con-fundir nuevamente la histeria con los sndromes org-nicos, mientras que el segundo criterio tiende a expli-car todos los sndromes nerviosos mediante una novela psicolgica. Se ha llegado a ver como, durante un reciente congreso celebrado en Lausana, se inclua la corea verdadera en la histeria. Es como si se preten-diera anular todos los descubrimientos y progresos incontestables de la neurologa, por querer explicarlo todo por la sugestin, la imaginacin o la represin. Lafforgue pretendi dar una explicacin psicoanaltica al signo de Babinski, signo orgnico por excelencia y totalmente independiente del psiquismo.

    En el extremo opuesto se sitan los intentos de atribuir todas las manifestaciones histricas a localiza-ciones anatmicas de orden al menos funcional. Tal fue la doctrina de Claude sobre el regreso a la concep-cin organodinmica de Charcot, doctrina hacia la cual procur atraerme, pero que yo me-negu a seguir. Claude opt por transmitir aquella doctrina a H. Ey, quien trat de sostenerla y fracas en su intento; as tena que suceder inevitablemente, ya que se trataba de un retroceso insostenible en el estado actual de la ciencia.

    Antes que retornar al pasado, es mejor marchar hacia el futuro. El dptico de Babinski ha aclarado las afecciones localizadas del sistema nervioso, pero ha dejado al olvido el estudio de las causas perturbadoras de la personalidad. Al utilizar la sugestin, Babinski observ que slo poda demostrarla en el l imitado dominio ele las afecciones inmediata y totalmente curables por persuasin, en el grupo de las afecciones pititicas creadas; pero advirti tambin que otras neurosis, como las obsesiones, no eran asequibles a la sugestin. Babinski vino a separar en realidad las

    Apreciacin histrica 41

    afecciones con concordancias anatomoclnicas direc-tas y estrictas de las dolencias vinculadas con pertur-baciones de la voluntad y de la personalidad, f^rofun-diz solamente el primer dptico, quedando por explo-rar el segundo y pendientes de indagacin las causas biolgicas generales o psicolgicas capaces de pertur-bar los procesos voluntarios. Este fue el papel reserva-do a los modernos estudios sobre la catalepsia y la catatona.

  • 2. Catalepsia y sueo catalpt ico

    El sueo de la voluntad

    El sistema nervioso, y ms particularmente el cerebro, es a menudo considerado como un aparato informativo, perceptivo y sensitivo. Pero es tambin un sistema de accin con vistas al movimiento, y es por ello que Laennec lo designaba ya como mpetum faciens.

    El anlisis del movimiento es, sin embargo, muy complejo. Dejaremos aqu aparte ios movimientos reflejos y nos l imitaremos a considerar lo que se cono-ce con la denominacin de movimiento voluntario.

    Este movimiento voluntario comprende de hecho dos especies de sistemas muy distintos entre s. El pr i-mero de ellos es un sistema que regula la ejecucin del movimiento mediante un conjunto de automatis-mos que, una vez puestos en marcha, se suceden y desarrollan por s mismos. Dichos automatismos son de ndole motriz y ms o menos independientes del psiquismo. As ocurre, por ejemplo, con el sistema

  • 44 La hipnosis

    piramidal, cuyos centros son corticales'a lo largo de la frontal ascendente y cuyas vas de proyeccin atravie-san la cpsula interna y llegan hasta las clulas motr i -ces de la mdula, que transmiten el Influjo hasta los msculos. Cuando este sistema sufre alguna lesin, la voluntad dei movimiento persiste, pero el movimiento deja de ejecutarse por causa del fallo del mecanismo ejecutor Es lo que sucede en la hemipleja orgnica vulgar, en la que los miembros no obedecen al influjo psquico voluntario, es decir, a la iniciativa y a la ani-macin del movimiento. Esta situacin podra ser comparada a ia de un automvil cuyo carburador deja-ra de funcionar y no respondiera a los estmulos del conductor Ahora bien; este aparato ejecutor, este car-burador, queda estrictamente localizado en el cerebro, como todos los sistemas automticos. El estudio de los sistemas automticos, da su localizacin y de su alteracin, es del dominio propio de la neurologa.

    Pero los sistemas automticos de ejecucin per-manecen rigurosamente intactos en la hemipleja his-trica, hecho que puede ser comprobado con certeza por los diversos procedimientos descubiertos por Babinski para explorarlos (reflejos tendinosos y cut-neos, reflejo plantar, bsqueda de clono, de la sincine-sis, etc.). Aunque todo se desarrolla en semejante caso como si la orden de puesta en marcha del apara-to y procedente del psiquismo dejara de producirse. Digamos que el carburador sigue intacto, pero el con-ductor est inerte o adormecido. No existe, as, puesta en marcha, es decir, ninguna iniciativa del movimien-to. Es por ello que un despertar, como por ejemplo el torpedeo, restablece el movimiento.

    Se trata aqu de una inhibicin psquica limitada a una mitad del cuerpo, aunque puede observarse en otras afecciones una inhibicin psquica extendida al cuerpo entero, siendo entonces lo que se designa con ei nombre de cataiepsia.

    Cataiepsia y sueo cataiptico 46

    La catalepsia puede sobrevenir por crisis, que se describan antao como sueo histrico, estudiado particularmente por Pitres, y cuya investigacin emprendimos en 1928 con el profesor Claude''. El paciente queda inmvil , con los prpados cados y sometidos a breves y caractersticos parpadeos, Si en este estado se le levanta algn miembro hacia arriba mientras est acostado, sigue mantenindolo en la misma posicin; pero, hecho esencial, no se puede despertar al paciente como se hara con quien estuvie-ra en un sueo normal. En tal caso se produce un entumecimiento especial parecido al sueo, pero dife-rente a l y cuya duracin puede ser muy variable, yendo desde algunas horas o quiz das hasta meses o incluso aos. Tuvimos as el caso de una muchacha que permaneci cinco aos en tal estado y a la que lleg a conocerse por el sobrenombre de la bella dur-miente del bosque. Transcurridos estos cinco aos, la joven se cur y pudo reanudar su vida normal. Las fun-ciones vegetativas funcionan normalmente durante el largo sueo; el paciente puede ser alimentado, el fun-cionamiento visceral y digestivo se mantiene intacto, y no se registra ninguna perturbacin propia del coma. La respiracin no se hace suspirante ni entrecortada, ni se pone en evidencia la menor alteracin orgnica o neurovegetativa observable en el estado comatoso. El enfermo aparece relajado, con el semblante tranquilo y normalmente coloreado, mientras que la respiracin no solamente no es ruidosa, sino que hasta a veces es silenciosa, como si el individuo retuviera su respira-cin. El corazn y el pulso estn completamente normales.

    Si se insiste en hacer sentar o incluso levantarse al paciente, este lo hace algunas veces, aunque queda

    ' Les crises de calalepsie, leur diagnostic avec le sommeil pati iologique. Leurs rapports avec l'iiystrie et la catatonie, Encphale, pgs, 373 y siqs mayo de 1928 .

  • 46 La hipnosis

    en la posicin en la que se le ha situado. Como hecho todava ms curioso, suele mantener en ocasiones unas posturas dificilsimas y que exigen gran esfuerzo, como por ejemplo la de sostenerse sobre un solo pie y con la otra pierna encogida, o bien con el cuerpo doblado, etc. Acta de hecho como un autmata, como un mueco articulado. El mutismo es absoluto, pero muy especial la expresin del semblante, El ros-tro suele aparecer inmvil , con los ojos espontnea-mente fi jos; o, cuando alguien levanta aquellos prpa-dos, la mirada parece perdida en la lejana y como muerta, carente de expresin. Es por ello que, durante la Edad Media, en la poca de A. Par en Francia o de Pereira de Medina en Espaa, se tema tanto confun-dir a los epi lpt icos con personas muertas y enterrarlos indebidamente.

    Cabe preguntarse qu es lo que est sucediendo en el espritu de estos enfermos durante el transcurso del sndrome, y es posibl-e saberlo interrogndoles cuando despiertan. Conservan generalmente perfecta memoria respecto a todo lo sucedido durante su sue-o, y pueden dar detalles completos sobre los aconte-cimientos ocurridos y hasta sobre los comentarios habidos sobre el caso. Su conciencia se mantena as despierta, pero todos coinciden en afirmar una y otra vez que se hallaban imposibil itados de decidir y actuar por s mismos, y en que su voluntad estaba como en suspenso por alguna causa misteriosa que les impeda cualquier iniciativa e independencia y les condenaba a aquella invencible pasividad.

    Sucede tambin con cierta frecuencia que el paciente sometido a dicha pasividad sienta revolotear por su mente ciertas ideas a las que no puede frenar o dominar Su poder de control estaba as inhibido.

    Poder de iniciativa y poder de control representan los dos polos de la accin voluntaria. Pudiendo enton-ces decirse que ia cataiepsia representa ei sueo de ia

    Cataiepsia y sueo cataiptico 47

    voiuntad. Es por ello que nosotros hemos utilizado el trmino de sueo cataiptico.

    En otros casos, el fenmeno de la catalepsia que acabamos de describir puede asociarse con fases de intensa resistencia, llamadas e negativismo. El enfer-mo se apuntala entonces con extrema energa para resistirse a los movimientos o gestos que pretenden imponerle manos ajenas (negativismo pasivo), l legan-do a veces a ejecutar el movimiento inverso al que se trat de obligarle a realizar (negativismo activo).

    El enfermo se sita al mismo t iempo en una acti-tud en flexin, encorvndose sobre s mismo y adop-tando a veces una especie de postura fetal; suele incl i-narse hacia adelante, sostener la cabeza entre ambas manos e inmovilizar la mirada como si quedara sumi-do en profundas meditaciones. Se trata de la posicin que hemos descrito con De Jong como la actitud del Pensador de Rodin.

    Esta impresionante postura de estatua se puede ver interrumpida de golpe por hiipercinesias impulsi-vas: se trata unas veces de bruscos movimientos este-reotipados mecnicos, otras de muecas y expresiones repetidas en la faz, tanto por violentos impulsos ten-dentes a golpear a alguien recin llegado, aunque para volver inmediatamente a la postura primitiva, como por grandes gesticulaciones con los brazos en cruz y la mirada extasiada en lo alto (actitud de crucifixin), o bien por una serie de demostraciones durante las cuales el enfermo emprende repentinas carreras para detenerse en seco o para lanzarse por los suelos, pare-ciendo a veces sacudido por el espanto o la zozobra, actitudes que recuerdan hasta cierto punto las crisis histricas que Kahbaum ha designado con el nombre de crisis de pateticismo.

    Se observan durante todo este perodo unos extraordinarios trastornos neurovegetativos. El sem-blante aparece particularmente plido, apagado y

  • 48 La hipnosis

    como muerto, tanto ms por cuanto la vitalidad de la mirada parece haber desaparecido. V/alindonos de f i l -maciones, y de dibujos en serie realizados gracias a Lemeunier, hemos podido estudiar muy especialmen-te esta prdida de vida en la mirada, tan peculiar a la enfermedad que nos ocupa y tan diferente de la visin fi ja, pero viviente, de los parkinsonianos.

    Es frecuente que la boca del paciente deje esca-par un incesante flujo salivar, capaz en ciertas ocasio-nes de formar un verdadero charco.

    La respiracin es a veces muy lenta, apenas observable, frenada en todo caso, alternndose este ri tmo con bruscos accesos de jadeante poiipnea, como si fuera una forja. La circulacin aparece bien conservada, aunque el electrocardiograma permite registrar ocasionales modificaciones que nosotros hemos estudiado con Racine y que Chatagnon ha considerado posteriormente, con un aumento de la elevacin T y una modificacin especial de la lnea ST (sndrome de Coluccl).

    Cuando el enfermo est acostado, los miembros inferiores ponen en evidencia unas piernas tan blan-cas como las sbanas. Si se procede a hacerle levan-tar, se observa en los pies la aparicin de un color rojo vinoso que invade la pierna desde abajo hacia arriba, hasta la mitad del muslo: se trata de la acrocianosis ortosttica que hemos descrito con el profesor Claude, acrocianosis vinculada con una contraccin especial de las arterias que incluso recuerda a veces la arteritis obliterante, pero que desaparece total y bruscamente cuando el paciente despierta.

    Efectivamente: ei cambio vascular es tal desde el despertar, que el rostro recobra su color normal y toda su vivacidad, hasta el punto de que puede llegar a no reconocerse al enfermo. As me ocurri con un pacien-te mo queHlevaba tres aos en catatona, y que cur sbitamente una afortunada maana. Pudo reempren-

    Catalepsia y sueo cataiptico 49

    der entonces sus actividades como pintor y logr realizar las mejores telas de su vida.

    Durante la catatona se observan muchos otros trastornos funcionales orgnicos. El estmago puede experimentar espasmos, y el funcionamiento del plo-ro es a la vez espasmtico y atnico, lo mismo que el funcionamiento intestinal (Henry, H. Baruk y L. Camus). Las reacciones vestibularias quedan sobre todo profundamente modificadas, segn hemos sealado con Aubry: el enfermo es insensible al vrt i -go galvnico, y se observa igualmente una inexcitabil i-dad calrica y rotatoria, inexcitabilidad que desapare-ce totalmente al despertar.

    Cuando la catalepsia aparece asociada con el negativismo, las hipercinesias y los trastornos neuro-vegetativos, estamos entonces en presencia del sn-drome que Kahibaum describi en Berln, en 1874, con el nombre de catatonia, sndrome al que nosotros hemos venido dedicando ininterrumpidas investiga-ciones desde 1927 hasta la actualidad.

    Inspirado inicialmente por el descubrimiento de la parlisis general que Bayle haba hecho en Charenton en 1882, Kahibaum supuso que la catatona era una enfermedad cerebral anatmica, pero que ofreca un carcter peridico y polimorfo capaz de evolucionar en ciertos casos hacia la demencia.

    Despus de Kahibaum se emprendi la investiga-cin de las lesiones cerebrales de la catatona y, tras la aparicin de la encefalitis letrgica, realizadora de tan-tos sndromes parkinsonianos, la atencin result atrada hacia los centros de la base del cerebro y los ncleos centrales, haciendo que numerosos autores trataran de asimilar la catatona con el parkinsonismo y con los sndromes estriados debido a su contraccio-nismo y al negativismo (Dide y Guiraud, Obario, etc.).

    En 1926 , estando al servicio del profesor Claude, en Santa Ana, emprendimos el estudio de la catatona mediante los recursos de la neurofisiologa moderna y

  • 50 La hipnosis

    valindonos particularmente de la electromiografa (con Thvenard y despus con la seorita Nouel), de la cronaxia (con G. Bourguignon), de la electrocardiogra-fa (con Racine), del estudio de las reacciones vestibulares (con Aubry), de las reacciones vasculares, etc. El estudio de los reflejos de postura hecho en Bur-deos por Delmas-Marsalet haba mostrado ya que en la catalepsia y en la catatona no se registraban las modificaciones de. los reflejos de postura que apare-cen en las lesiones de los ncleos centrales, ya que se trata de un factor psquico. Llevadas a cabo por medios convergentes y particularmente por la electro-miografa, nuestras investigaciones evidenciaron las indudables diferencias que separan la catalepsia y ia catatona del parkinsonismo y de los sndromes estria-dos, objetivando al mismo t iempo que la catalepsia y la catatona se emparentaban con ei sueo.

    En efecto: catalepsia, negativismo, automatismos hipercinticos y trastornos neurovegetativos cesan instantneamente tan pronto se produce ei despertar de! enfermo. Y tan claro resulta este hecho que, con la desaparicin de la catatona, hemos podido compro-bar la simultnea suspensin de las modificaciones en el electrocardiograma, de las constricciones vascula-res, de las alteraciones respiratorias, e incluso de cier-tos cambios biolgicos de los prtidos que logramos observar en la sangre con la seorita H. Jankowska, y ms tarde en la bilis con Olivier y Liteanu.

    Estos hechos nos condujeron a describir dos va-riedades de medicina psicosomtica {Mdecine et Hygine, Ginebra, 23 de junio de 1 9 6 5 , n. 693) . Una primera variedad, que hemos mencionado ya refirin-donos a la histeria, consiste en la realizacin de un sntoma fsico en virtud de una idea; se trata de lo que los psicoanalistas designan como histeria de conver-sin, y es lo que representa actualmente la psicom-tica americana, es decir, una forma dei psicoaniisis.

    Catalepsia y sueo cataiptico 51

    La segunda variedad consiste en ciertas modif ica-ciones de los diversos sistemas somticos por causa de un embotamiento psquico especial que nosotros hemos designado como sueo cataiptico. As, el entumecimiento parcial de la conciencia y de la volun-tad libera determinadas funciones somticas y biol-gicas, y es con esta nocin que conviene relacionar las prcticas del yoga, que estudiaremos ms adelante.

    Quedaba pendiente el descubrimiento de las cau-sas de este embotamiento catatnico, y fue entonces cuando, en Pars y en 1928, conseguimos realizar con De Jong la catatona experimental por la bulbocapni-na, alcaloide obtenido de la corydas cava. Este alcaloide nos permiti lograr primeramente en el gato, fenmenos tales como la catalepsia, el negativismo, las hipercinesias y los trastornos neurovegetativos de la catatona, particularmente la salivacin, as como las mismas alteraciones electromiogrficas y crdnxi-cas que en el enfermo humano. Observemos al res-pecto que las corrientes de accin registradas en los msculos durante la catatona recuerdan por su ri tmo a las de la contraccin voluntaria, es decir, a las corrientes de accin de origen psquico. Nuestros t ra-bajos experimentales, desarrollados seguidamente en Amsterdam con De Jong, en el laboratorio de f isiolo-ga del profesor rouwer y en el Instituto del Cerebro de Kappers, nos demostraron lo siguiente: 1. Que la catalepsia y la catatona slo se producen

    en aquellos animales cuya corteza est suficiente-mente desarrollada, y que tales sntomas nunca pueden ser realizados en los vertebrados inferio-res (peces, reptiles, batracios).

    2. Que, segn las dosis empleadas, se obtienen unos sntomas diferentes: a) con las dosis pequeas se produce ei sueo

    verdadero, del que se puede despertar fci l -mente al enfermo

  • 52 La hipnosis

    b) con dosis medianas, se alcanza la catalepsia c) con unas dosis algo mayores se llega al negati-

    vismo y a ias hipercinesias histeriformes d) y, con las dosis muy fuertes, el resultado es ya

    ia epilepsia. Esta nocin de los sntomas segn los grados de

    intoxicacin se extendi seguidamente a toda una mult i tud de posteriores experimentaciones, en las que nos valimos de otras clases de drogas. Fue por ello que la formulamos bajo la denominacin de ley de los estadios o ley de los estadios psicoorgnicos (Congre-so de Psicofarmacologa de Basilea, 1960) , confron-tando los datos extrados de la experimentacin ani-mal con los obtenidos tras la utilizacin en el hombre de la teraputica mediante el somnfero que habamos estudiado en 1928 con el profesor Claude.

    La realizacin de la catatona experimental pona as en evidencia el hecho esencial de que la catalepsia y la catatona representan una modalidad de peculiar entumecimiento psicocerebrai emparentado con el sueo, pero diferenciado de este por un mayor grado de intoxicacin y de perturbacin.

    Ulteriores trabajos efectuados en el mundo entero han permitido descubrir toda una serie de sustancias susceptibles de producir la catalepsia y la catatona, Nosotros nos hemos dedicado por nuestra parte a estudiar muy especialmente las toxinas surgidas del intestino (toxina colibacilar neurtropa) o de la bilis del entubado duodenal (Baruk y Camus), as como ciertas reacciones alrgicas y la catatona experimen-tal de los neurolpticos (Baruk, Launay y Berges), Los trabajos efectuados en Amrica por Rinkel, Denber, Kline, Sackler y Kluever, que participaron con noso-tros en el simposio de Zurich (septiembre de 1957), los descubrimientos de la sustancia catatongena de Heath y de la sustancia P de Gaddum, el papel del adenocromo de Hoffer, el del amonaco de Gjessing,

    Cataiepsia y sueo cataiptico 53

    las intervenciones de De Jong con la acetilcolina y el nitrgeno, y las de Divry con la Insulina, e t c , han con-tr ibuido a disponer de una lista de sustancias capaces de crear una catalepsia experimental. Estas sustancias han sido estudiadas qumicamente y en fechas recien-tes por S imn, Langevinski y Boissier, comparando desde esta perspectiva la catalepsia de los neurolpti-cos con la de la bulbocapnina, y nosotros las hemos designado con la denominacin genrica de toxinas de i a voluntad.

    Las investigaciones psicolgicas que hemos reali-zado no solamente en animales, sino tambin en hom-bres normales y en nios lactantes valindonos de la objetivacin de la iniciativa voluntaria con el piezgra-fo y otros medios, nos han demostrado que el movi-miento voluntario puede ser definido como un movi-miento espontneo, imprevisible, adaptado ai logro de un propsito, y realizador del mismo.

    Su carcter espontneo viene a distinguirlo de los movimientos reflejos o reaccionales que, segn pudi-mos comprobar con De Jong en el Parque Zoolgico de Amsterdam, se observan en los vertebrados infe-riores, en los que la movilidad oscila entre/a acinesia y el impulso.

    Por su carcter adaptado y finalista se diferencia de la impulsin.

    En el recin nacido y en el lactante hemos distin-guido, y tras la fase de' los movimientos extrapirami-dales propios del nacimiento, la fase del impulso del deseo, y luego la aparicin del control del impulso, que desemboca en el movimiento cuyo fruto es la con-secucin de un propsito.

    Dos factores aparentemente opuestos intervienen en el movimiento voluntario: el impulso afectivo por una parte, sobre el que Babinski y Jarkowski insistie-ron en sus famosos trabajos sobre la cinesia paradji-ca, y el del freno y control que transforman, por la

  • 64 La hipnosis

    otra, este impulso brutal y ciego en un acto coordina-do y adaptado, capaz de lograr lo propuesto.

    Estas son las modalidades que se pueden objet i -var, segn hemos demostrado con R. Porak y poste-riormente con Gmez y Rossano al estudiar en el hombre la iniciativa psicomotriz por medio del erg-grafo de Mosso o bien del piezgrafo de Gmez-Langevin. Las curvas dibujan una parbola regular en el individuo normal, mostrando la nitidez y la cont inui-dad de un determinio. Pero en el catatnico la puesta en marcha es, por el contrario, excesivamente lenta, con persistentes interrupciones que dibujan una forma trapezoidal hasta el momento en que se establece el automatismo. Finalmente, en los neurpatas y los his-tricos, una curva irregular e incierta refleja las indeci-siones, la apata y las contradicciones.

    Estos hechos nos permiten una mejor compren-sin de la catalepsia y de la catatona. La catalepsia representa en suma la inhibicin de la puesta en mar-cha psicomotriz, es decir, de la iniciativa voluntaria.

    La catatona exhibe un grado ms acentuado con negativismo y fuertes trastornos neurovegetativos.

    El funcionamiento de la voluntad queda mediat i-zado en ambos casos, tanto en sus funciones de in i -ciativa como en las de control, explicndose as la asociacin de la inmovil idad por una parte y las des-cargas de los automatismos o de los influjos afectivos por la otra.

    Estos fenmenos se emparentan con el sueo, sin que puedan, no obstante, identificarse con el sueo verdadero. Se trata de un sueo que inhibe, que cap-tura ia voiuntad, y de ah el nombre de catalepsia, cuya etimologa griega significa captar, capturar.

    En el plano psicolgico, hemos recordado en pgi-nas anteriores el estado psquico del antiguo sueo histrico, de la crisis catalptica. Y hemos mostrado la importancia de los sueos en la catatona propiamen-

    Catalepsia y suea cataiptico 55

    te dicha, as como la del delirio onrico de origen tx i -co, como fue el caso de cierta enferma que, padecien-do catatona durante una septicemia colibacilar, se imaginaba estar viajando a bordo de un avin que la llevaba a Rusia para ser fusilada por los bolcheviques, comportndose en todo con relacin a este delirio. Es por ello que el comportamiento de estos enfermos aparece a veces como algo tan caprichoso y extrao que, para un observador inexperto, adquiere la semblanza de una simulacin. Pero la realidad es que, si bien dicho comportamiento puede parecerse a una opcin voluntaria, no se trata en modo alguno de una voluntad libre, sino de una actitud impuesta por un delirio cuyo origen es de ndole txica.

    Ha surgido la pregunta de si la catatona tiene o no vinculaciones con alguna zona determinada del cerebro. Pero la catatona experimental ha permitido aclarar esta duda^. Realizando desde 1933 la catato-na experimental por medio de la toxina del colibacilo intestinal, hemos podido demostrar la funcin de las toxinas intestinales; luego, en 1934 , y con L. Camus, la intervencin de una toxina biliar que posteriores investigaciones nos han hecho relacionar con ciertos polipptidos, tratando de identificar con Olivier y Li-teanu una toxina designable como catatonina biliar que el profesor Mal estudi igualmente en Alema-nia. Ulteriormente, con Launay y Berges, hemos des-crito la catatona experimental de los neurolpticos y determinado las reglas de la catatona experimental en las pruebas psicofarmacolgicas; realizando las sustancias activas en teraputica psiquitrica una catatona experimental en los animales, obtuvimos la prueba as denominada, y tan corriente actualmente en todos los laboratorios de psicofarmacologa.

    ^ De Jong, H. y Baruk, H La catatonie expnmentale par ia bulbocapnlne, vol , 1 , Masson, 1930 . Baruk, H., La catatonie, Psychiatrie medcale, vol . 1, Masson, 1938. De Jong, H., Experimental Catatona, Balt imore, 1945 . Baruk, H La catatonie. Traite de Psychiatrie, vol . 1, Masson, 1959 .

  • 56 La hipnosis

    Los famosos trabajos efectuados por Shaiten-brand en Alemania han puesto en evidencia el papel de un importante factor cortical, cuyos influjos ha con-f irmado Paviov con sus trascendentales investigacio-nes. Los estudios que nosotros hemos realizado con Puech en el mono, han demostrado a su vez que, si bien este factor cortical difuso es en efecto importan-te, la intensidad de la catatona es proporcionai a ia difusin de ia accin txica. Este papel de la difusin es esencial en la produccin de los trastornos psqui-cos, oponindose con ello al carcter estrictamente localizado de las afecciones neurolgicas.

    Es esta difusin txica lo que explica las pequeas lesiones celulares y vasculares (particularmente de los capilares) puestas de relieve por diversos autores con ocasin de precederse a la autopsia de ciertos viejos catatnicos, y que hemos podido comprobar por nues-tra parte con Claude y Lhermitte, con Cuel y, en un caso muy particular, con el profesor Del Ro Hortega.

    Aadamos que L. Rojas ha demostrado que la accin txica de la bulbocapnina se inicia actuando sobre los vasos sanguneos irrigadores del cerebro-y que, caso de prolongarse, esta accin vascular puede determinar ciertas lesiones celulares secundarias. Ayudados por nuestros amigos los profesores Puech y David y nuestros colaboradores Racine, Vallancien y la seorita Leuret, hemos logrado captar experimen-talmente en el mono la modificacin vascular catato-ngena, que se produce las ms de las veces en forma de vasoconstriccin y de anemia cerebral (tal como sucede en la catalepsia bulbocapnnica), o bien ms raramente como un edema cerebral (caso que pusi-mos en evidencia con Rougerie en el mono y en catalepsia provocada por intoxicacin con ACTH).

    Concluiremos diciendo que la catalepsia y la cata-tona representan una sideracin o una inhibicin del sistema psicomotor voluntario, sistema estrechamen-

    Caalepsia y sueo cataiptico 67

    te vinculado con el entero funcionamiento no sola-mente de la corteza, sino de todo el cerebro. Esta inhi-bicin puede ser de origen txico u orgnico, pudien-do entonces ir acompaada de delirio onrico. Si se prolonga su accin, es incluso capaz de producir la disociacin psquica que caracteriza el proceso esqui-zofrnico. Es por ello que, tras haber sido confundidas con la histeria y luego con la catatona de Kahibaum, la catalepsia y la catatona citada pasaron seguida-mente a ser dilui'das en el extenso marco de la demen-cia precoz de Kraepelin y de la esquizofrenia de Bleuler.

    Pero, tal como hemos proclamado insistentemen-te en repetidos trabajos, y segn ha sido admitido en las recientes discusiones de la sociedad medicopsicolgica^, esta sistemtica extensin ha padecido evidentes exageraciones, resultando as preferible volver a la concepcin de Falret, que vea en la catatona un simple sndrome capaz de producirse partiendo de diferentes condiciones. Si bien pueden observarse algunos casos crnicos en los que la catalepsia local forma parte de un vasto sndrome disociativo, no es menos cierto que se hace posible encontrar tambin ciertas catalepsias peridicas o sin-tomticas integradas en ja catatona de Kahibaum, as como otras catalepsias igualmente transitorias provo-cadas por una momentnea sideracin psquica emo-tiva; y son estos lt imos casos (de los que hemos publicado varios ejemplos) los que pueden ser catalo-gados bajo la denominacin de catalepsia histrica, casos que se relacionan, por otra parte, con la catalep-sia hipntica que vamos a estudiar seguidamente.

    ' Ver a este respecto nuestro estudio de conjunto t i tulado: La catatonie de Kafi lbaum, la schizoplirnie et la revisin de la nosograpiiie psychiatnque,

    Semaine des Hdpitaux de Paris, ao 46 , nm. 25 , pgs, 1 .697-1 ,729 ,26 de mayo de 1970.

  • 3. La hipnosis o catalepsia provocada

    Acabamos de mencionar una enfermedad espon-tnea, la catalepsia, que puede aparecer durante los procesos de la histeria, de la catatona de Kahibaum, de la esquizofrenia, o de otras afecciones similares, ya que pueden observarse tambin catalepsias sintom-ticas como, por ejemplo, la asociacin catalepsia-epilepsia (sobre la que hemos insistido con Lagache), la catalepsia sintomtica de ciertas encefalitis (como en el caso que nos pas Babinski y que publicamos con el profesor Claude, donde se trataba de una catalepsia sintomtica procedente de una encefalitis letrgica, o como en el caso que pudimos estudiar con el profesor Del Ro Hortega, consistente en una encefalitis que haba afectado a una parte de la corticalidad, particularmente la circunvolucin del cuerpo calloso), o bien incluso" la catalepsia s intomt i -ca producida por otras dolencias estudiadas par-t icularmente por nuestro maestro M. Klippel.

    Pero, junto con la catalepsia espontnea produ-cindose como una enfermedad, coexiste otra cata-lepsia provocada por determinadas maniobras psico-lgicas. La hipnosis constituye en gran parte esta catalepsia provocada.

  • 60 La hipnosis

    Nociones histricas

    La historia de la hipnosis merece ser brevemente recordada al respecto. Sus circunstancias han sido recientemente examinadas en Francia gracias a los trabajos de Bar rucand\e Chertok^ y de Lassner^; en Gran Bretaa, por S. Black*; en Amrica a travs de numerosas obras; en Italia con el meritorio libro del profesor Granone^, y en otras partes del mundo.

    Si bien el trmino de hipnosis fue utilizado por vez primera por Braid, en Manchester y en 1843, la nocin y la prctica de dicha actividad son muy ante-riores al citado autor Existe un general acuerdo en considerar como verdadero precursor de la hipnosis a Mesmer, el creador del magnetismo animal. Recorde-mos que, nacido en 1734, en Suabia (Alemania), Mesmer realiz sucesivamente estudios de teologa, de derecho y luego de medicina, y que, influido des-pus por los xitos de ciertos curanderos como Gass-ner, se traslad a Austr ia, y en Viena inici la a