1952-Hemingway, Ernest - El Viejo y El Mar

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EL VIEJO Y EL MAR ERNEST HEMINGWAY 2 Agradecimientos: Al Instituto Superior de Diseæo Industrial por los perfiles de las colecciones realizadas por sus alumnos: Alain Valladares Ulloa/ David Alfonso SuÆrez/ Osmany Lorenzo Santana/ Eduardo Sarmiento Portero/ Idania del Río GonzÆlez/ Alberto Barrios Gómez/ Jorge MØndez CalÆs/ Evelin Ruiz Crego Tomado de Colección Cocuyo, Editorial Arte y Literatura, 1976 Colección al cuidado de Esteban Llorach Ramos y Elizabeth Díaz Edición: Nadia Portal Domingo/ Dirección artística: Adriana VÆzquez PØrez/ Ilustración de cubierta: Alexandr Petrov/ Composición: Nidia FernÆndez y Diana SuÆrez Companioni 'Herederos de Ernest Hemingway, 1976 Todos los derechos reservados ' Sobre la presente edición, Instituto Cubano del Libro, Editorial de Ediciones Especiales, 2002 Edición realizada para el medio educativo y cultural sin Ænimo de lucro, al amparo de la licencia No. 007/2001, otorgada por el CENDA. Prohibida la reproducción total o parcial de esta edición. Prohibida su circulación fuera de la Repœblica de Cuba Biblioteca Familiar Instituto Cubano del Libro, Editorial de Ediciones Especiales, Palacio del Segundo Cabo, O‘Reilly No. 4, La Habana Vieja, Ciudad de La Habana, Cuba ISBN 959-7108-42-9 Impreso en el Combinado de Periódicos Granma 31 Gracias dijo el muchacho. El muchacho llevó la lata de cafØ caliente a la choza del viejo y se sentó junto a Øl hasta que despertó. Una vez pareció que iba a despertarse. Pero había vuelto a caer en su sueæo profundo y el muchacho había ido al otro lado del camino a buscar leæa para calentar el cafØ. Finalmente el viejo despertó. No se levante dijo el muchacho. Tóme- se esto le echó un poco de cafØ en un vaso. El viejo cogió el vaso y bebió el cafØ. Me derrotaron, Manolín dijo. Me derro- taron de verdad. No. l no. Él no lo derrotó. No. Verdaderamente. Fue despuØs. Perico estÆ cuidando del bote y del aparejo. ¿QuØ va a hacer con la cabeza? Que Perico la corte para usarla en las nasas. ¿Y la espada? Puedes guardÆrtela si la quieres. Sí, la quiero dijo el muchacho. Ahora tenemos que hacer planes para lo demÆs. ¿Me han estado buscando? Desde luego. Con los guardacostas y con ae- roplanos. La mar es muy grande y un bote es pequeæo y difícil de ver dijo el viejo. Notó lo agradable que era tener a alguien con quien hablar en vez de hablar sólo consigo mismo y con el mar. Te he echado de menos dijo. ¿QuØ han pescado? Uno el primer día. Uno el segundo y dos el tercero. Muy bueno. Ahora pescaremos juntos otra vez. No. No tengo suerte. Yo ya no tengo suerte. Al diablo con la suerte dijo el muchacho. Yo llevarØ la suerte conmigo. ¿QuØ va a decir tu familia? No me importa. Ayer pesquØ dos. Pero aho- ra pescaremos juntos porque todavía tengo mu- cho que aprender. Tenemos que conseguir una buena lanza y llevarla siempre a bordo. Puedes hacer la hoja con una hoja de muelle de un viejo ford. Pode- mos afilarla en Guanabacoa. Debe ser afilada y sin temple para que no se rompa. Mi cuchillo se rompió. ConseguirØ otro cuchillo y mandarØ a afilar la hoja de muelle. ¿CuÆntos días de brisa fuerte nos quedan? Tal vez tres. Tal vez mÆs. Lo tendrÆ todo en orden dijo el muchacho. Cœrese sus manos, viejo. Yo sØ cuidÆrmelas. De noche escupí algo ex- traæo y sentí que algo se había roto en mi pecho. Cœrese tambiØn eso dijo el muchacho. AcuØstese, viejo y le traerØ su camisa limpia. Y algo de comer. TrÆeme algœn periódico de cuando estuve ausente dijo el viejo. Tiene que curarse pronto, pues tengo mu- cho que aprender y usted puede enseæÆrmelo todo. ¿Ha sufrido mucho? Bastante dijo el viejo. Le traerØ la comida y los periódicos dijo el muchacho. Descanse, viejo. Le traerØ la me- dicina de la farmacia para las manos. No te olvides de decirle a Perico que la ca- beza es suya. No. Se lo dirØ. Al atravesar la puerta y descender por el ca- mino tallado por el uso en la roca de coral, el muchacho iba llorando nuevamente. Esa tarde había una partida de turistas en La Te- rraza, y mirando hacia abajo, al agua, entre las latas de cerveza vacías y las picœas muertas, una mujer vio un gran espinazo blanco con una in- mensa cola que se alzaba y balanceaba con la marea mientras el viento del este levantaba un fuerte y continuo oleaje a la entrada del puerto. ¿QuØ es eso? preguntó la mujer al camare- ro, y seæaló al largo espinazo del gran pez, que ahora no era mÆs que basura esperando a que se la llevara la marea. Tiburón dijo el camarero. Un tiburón. Quería explicarle lo que había sucedido. No sabía que los tiburones tuvieran colas tan hermosas, tan bellamente formadas. Ni yo tampoco dijo el hombre que la acompaæaba. AllÆ arriba, junto al camino, en su cabaæa, el viejo dormía nuevamente. Todavía dormía de bru- ces y el muchacho estaba sentado a su lado contem- plÆndolo. El viejo soæaba con los leones marinos.

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EL VIEJO Y EL MARERNEST HEMINGWAY

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Agradecimientos:

Al Instituto Superior de Diseño Industrial por los perfiles de las coleccionesrealizadas por sus alumnos:

Alain Valladares Ulloa/ David Alfonso Suárez/ Osmany Lorenzo Santana/Eduardo Sarmiento Portero/ Idania del Río González/ Alberto Barrios Gómez/

Jorge Méndez Calás/ Evelin Ruiz Crego

Tomado de Colección Cocuyo, Editorial Arte y Literatura, 1976

Colección al cuidado de Esteban Llorach Ramos y Elizabeth DíazEdición: Nadia Portal Domingo/ Dirección artística: Adriana Vázquez Pérez/

Ilustración de cubierta: Alexandr Petrov/Composición: Nidia Fernández y Diana Suárez Companioni

©Herederos de Ernest Hemingway, 1976Todos los derechos reservados

© Sobre la presente edición, Instituto Cubano del Libro, Editorial de Ediciones Especiales, 2002Edición realizada para el medio educativo y cultural sin ánimo

de lucro, al amparo de la licencia No. 007/2001, otorgadapor el CENDA. Prohibida la reproducción total o parcial de esta edición.

Prohibida su circulación fuera de la República de Cuba

Biblioteca FamiliarInstituto Cubano del Libro, Editorial de Ediciones Especiales,

Palacio del Segundo Cabo, O`Reilly No. 4, La Habana Vieja, Ciudad de La Habana, Cuba

ISBN 959-7108-42-9

Impreso en el Combinado de Periódicos Granma

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�Gracias �dijo el muchacho.El muchacho llevó la lata de café caliente a la

choza del viejo y se sentó junto a él hasta quedespertó. Una vez pareció que iba a despertarse.Pero había vuelto a caer en su sueño profundo yel muchacho había ido al otro lado del camino abuscar leña para calentar el café.

Finalmente el viejo despertó.�No se levante �dijo el muchacho�. Tóme-

se esto �le echó un poco de café en un vaso.El viejo cogió el vaso y bebió el café.�Me derrotaron, Manolín �dijo�. Me derro-

taron de verdad.�No. Él no. Él no lo derrotó.�No. Verdaderamente. Fue después.�Perico está cuidando del bote y del aparejo.

¿Qué va a hacer con la cabeza?�Que Perico la corte para usarla en las nasas.�¿Y la espada?�Puedes guardártela si la quieres.�Sí, la quiero �dijo el muchacho�. Ahora

tenemos que hacer planes para lo demás.�¿Me han estado buscando?�Desde luego. Con los guardacostas y con ae-

roplanos.�La mar es muy grande y un bote es pequeño

y difícil de ver �dijo el viejo. Notó lo agradableque era tener a alguien con quien hablar en vezde hablar sólo consigo mismo y con el mar�. Tehe echado de menos �dijo�. ¿Qué han pescado?

�Uno el primer día. Uno el segundo y dos eltercero.

�Muy bueno.�Ahora pescaremos juntos otra vez.�No. No tengo suerte. Yo ya no tengo suerte.�Al diablo con la suerte �dijo el muchacho�.

Yo llevaré la suerte conmigo.�¿Qué va a decir tu familia?�No me importa. Ayer pesqué dos. Pero aho-

ra pescaremos juntos porque todavía tengo mu-cho que aprender.

�Tenemos que conseguir una buena lanza yllevarla siempre a bordo. Puedes hacer la hojacon una hoja de muelle de un viejo ford. Pode-mos afilarla en Guanabacoa. Debe ser afilada ysin temple para que no se rompa. Mi cuchillo serompió.

�Conseguiré otro cuchillo y mandaré a afilarla hoja de muelle. ¿Cuántos días de brisa fuertenos quedan?

�Tal vez tres. Tal vez más.�Lo tendrá todo en orden �dijo el muchacho�.

Cúrese sus manos, viejo.�Yo sé cuidármelas. De noche escupí algo ex-

traño y sentí que algo se había roto en mi pecho.�Cúrese también eso �dijo el muchacho�.

Acuéstese, viejo y le traeré su camisa limpia. Yalgo de comer.

�Tráeme algún periódico de cuando estuveausente �dijo el viejo.

�Tiene que curarse pronto, pues tengo mu-cho que aprender y usted puede enseñármelotodo. ¿Ha sufrido mucho?

�Bastante �dijo el viejo.�Le traeré la comida y los periódicos �dijo

el muchacho�. Descanse, viejo. Le traeré la me-dicina de la farmacia para las manos.

�No te olvides de decirle a Perico que la ca-beza es suya.

�No. Se lo diré.Al atravesar la puerta y descender por el ca-

mino tallado por el uso en la roca de coral, elmuchacho iba llorando nuevamente.

Esa tarde había una partida de turistas en La Te-rraza, y mirando hacia abajo, al agua, entre laslatas de cerveza vacías y las picúas muertas, unamujer vio un gran espinazo blanco con una in-mensa cola que se alzaba y balanceaba con lamarea mientras el viento del este levantaba unfuerte y continuo oleaje a la entrada del puerto.

�¿Qué es eso? �preguntó la mujer al camare-ro, y señaló al largo espinazo del gran pez, queahora no era más que basura esperando a que sela llevara la marea.

�Tiburón �dijo el camarero�. Un tiburón.Quería explicarle lo que había sucedido.�No sabía que los tiburones tuvieran colas

tan hermosas, tan bellamente formadas.�Ni yo tampoco �dijo el hombre que la

acompañaba.Allá arriba, junto al camino, en su cabaña, el

viejo dormía nuevamente. Todavía dormía de bru-ces y el muchacho estaba sentado a su lado contem-plándolo. El viejo soñaba con los leones marinos.

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Cuando a mediados de los aæos cincuenta alguientrajo una revista Bohemia al embarcadero de ElGuincho con la traducción de The Old Man andthe Sea, la mayoría de los pescadores y tortuguerosde la cØlebre cayería de Romano no pudieron disfru-tar de ese extraordinario relato; sencillamente no po-dían, no sabían leer.

Sin embargo, Ernest Hemingway (Oak Park,Chicago, 1899-1961) ya era conocido en aquellosparajes; se le recordaba como el americano que, deFaro Maternillos a Cayo Guillermo, a bordo de unyate, había estado persiguiendo submarinos alemanesdurante casi dos aæos.

Algo parecido había ocurrido en los alrededoresde la esplendorosa Habana, donde Hemingway cons-tituía ya uno de los grandes mitos, y no precisamentepor la influencia que pudiera ejercer con su magníficaobra; sino por esa presencia suya entre los cubanos.

En 1936, con menos de doscientas palabras,Hemingway había publicado en la revista Esquire«On the blue water» la anØcdota del pez y el viejo enla corriente. Era el relato que le hiciera CarlosGutiØrrez, primer patrón del Pilar, sobre un pesca-dor de Cabaæas.

Lo cierto es que, a pesar de todos los estudios quese han realizado, Hemingway sigue siendo en algu-nos aspectos ese gran desconocido. Incluso, cuando sepublica El viejo y el mar, se desconocía que eserelato había sido desgajado de un producto mayor,una obra que Hemingway había comenzado a escri-bir tan pronto como concluyó la Segunda GuerraMundial. Se trataba de una extensa novela quetituló The Sea Book, una trilogía sobre el mar, elaire y la tierra, a la que nunca le hizo la revisiónfinal, y nunca publicó en vida.

Debieron transcurrir mÆs de veinte aæos, y diver-sas circunstancias, incluyendo su muerte, para queuna versión de esa novela viera la luz en 1970:Islands in the Stream (Islas en el Golfo); sindudas corregida, mutilada, tal vez castrada, algo quenunca llegarÆ a conocerse realmente. The Sea Bookera una novela esperada por millones de lectores en elmundo entero; pero Hemingway la echó a un lado, lasepultó y creó así uno de los grandes misterios de laliteratura contemporÆnea.

Es la Øpoca en que muere su preciado editor: MaxPerkins; y en que tratan de involucrarlo en conspira-ciones contra el tirano Trujillo; por lo que acosado yperseguido (y asaltada Finca Vigía en 1947 por unpelotón del ejØrcito procedente del Campamento Mili-tar de Columbia), se ve obligado a huir de Cuba,para refugiarse durante largos meses en los escenariosde Adiós a las armas.

Es a su regreso a La Habana, en 1949, quedecide utilizar ciertos elementos de la novela The SeaBook, para escribir A través del río y entre losárboles, publicada en 1950; pero esta novela, por lomenos para la crítica especializada, resultó un fracaso.

Es entonces que, con unas veintiocho mil pala-bras, Hemingway se dedica a encarnar una de lasmÆs bellas, míticas y fascinantes pÆginas de la litera-tura: el relato de un viejo pescador de la zona deCojímar, en lucha permanente, vigorosa, tenaz, paraarrebatarle a la Corriente del Golfo una de sus mÆsesplØndidas criaturas, sin imaginar que con la muertedel gran pez estÆ en el umbral de la derrota.

Con la aparición de El viejo y el mar, en elotoæo de 1952, este libro se convierte con rapidez enuno de los mÆs afamados relatos de la literatura nor-teamericana. Había aparecido primero en la revistaLife, el 1° de septiembre, y una semana mÆs tarde laeditorial Scribner�s de Nueva York lo publica en for-ma de libro. Esto promueve de inmediato toda suobra anterior.

Por El viejo y el mar, en 1953, Hemingwayrecibe el Premio Pulitzer; y finalmente, en octubre de1954, por toda su obra, el Nobel de Literatura.

Por esos días se atrinchera en Finca Vigía y seniega a recibir a la prensa. Es en una breve entrevis-ta concedida a la televisión cubana, en la que declaraque quien ha ganado el Nobel es «un cubano sato».Luego entregaría la medalla del Premio Nobel a laVirgen de la Caridad del Cobre, en el Santuario deSantiago de Cuba.

El viejo y el mar es una pieza magistral, llenade encanto y poesía, tierna y ruda a la vez: un pez, elmar, un viejo y un muchacho, en los escenarios deCojímar, con la sencillez de un texto clÆsico, genuina-mente cubano, entre símbolos y míticas reflexiones,que escribió cuando ya llevaba casi veinte aæos de con-

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metió al tiburón con el cabo roto. Lo sintió pe-netrar, y sabiendo que era agudo lo empujó denuevo. El tiburón lo soltó y salió rolando. Fue,de la manada, el último tiburón que vino a co-mer. No quedaba ya nada más que comer.

Ahora el viejo apenas podía respirar y sentíaun extraño sabor en la boca. Era dulzón y comoa cobre y por un momento tuvo miedo. Pero noera muy abundante.

Escupió en el mar y dijo:�Cómanse eso, galanos y sueñen con que han

matado a un hombre.Ahora sabía que estaba finalmente derrotado

y sin remedio, y volvió a popa y halló que el caboroto de la caña encajaba bastante bien en la cabe-za del timón para poder gobernar.

Se ajustó el saco a los hombros y puso el botesobre su derrota. Navegó ahora livianamente yno tenía pensamientos ni sentimientos de ningu-na clase. Ahora estaba más allá de todo y gober-nó el bote para llegar a puerto lo mejor y másinteligentemente posible. De noche los tiburonesatacan las carroñas como pudiera uno recoger mi-gajas de una mesa. El viejo no les hacía caso. Nohacía caso de nada, salvo del gobierno del bote.Sólo notaba lo bien y ligeramente que navegabael bote ahora que no llevaba un gran peso ama-rrado al costado.

«Un buen bote �pensó�. Sólido y sin nin-gún desperfecto, salvo la caña. Y ésta es fácil desustituir.»

Podía percibir que ahora estaba dentro de la co-rriente y veía las luces de las colonias de la playay a lo largo de la orilla. Sabía ahora dónde estabay que llegaría sin ninguna dificultad.

«El viento es nuestro amigo, de todos modos�pensó. Luego añadió�: A veces. Y la gran marcon nuestros amigos y enemigos. Y la cama �pen-só�. La cama es mi amiga. La cama, y nada más�pensó�. La cama será una gran cosa. No es tanmala en derrota �pensó�. Jamás pensé que fueratan fácil. ¿Y qué es lo que te ha derrotado, viejo?»

�Nada �dijo en voz alta�. Me alejé demasiado.Cuando entró en el puertecito, las luces de La

Terraza estaban apagadas y se dio cuenta de quetodo el mundo estaba acostado. La brisa se habíaido levantando gradualmente y ahora soplaba confuerza. Sin embargo, había tranquilidad en elpuerto y puso proa hacia la playita de grava bajolas rocas. No había nadie que pudiera ayudarlo,de modo que adentró el bote todo lo posible enla playa. Luego se bajó y lo amarró a una roca.

Quitó el mástil de la carlinga y enrolló la velay la ató. Luego se echó el palo al hombro y empe-zó a subir. Fue entonces cuando se dio cuenta dela profundidad de su cansancio. Se paró un mo-mento y miró hacia atrás y al reflejo de la luz dela calle vio la gran cola del pez levantada detrásde la popa del bote. Vio la blanca línea desnudade su espinazo y la oscura masa de la cabeza con

el saliente pico y toda la desnudez entre los ex-tremos.

Empezó a subir nuevamente, y en la cima cayóy permaneció algún tiempo tendido, con el más-til atravesado sobre su hombro. Trató de levan-tarse. Pero era demasiado difícil y permaneció allísentado con el mástil al hombro, mirando al ca-mino. Un gato pasó indiferentemente por el otrolado y el viejo lo siguió con la mirada. Luego si-guió mirando simplemente el camino.

Finalmente soltó el mástil y se puso de pie.Recogió el mástil y se lo echó al hombro y partiócamino arriba. Tuvo que sentarse cinco vecesantes de llegar a su cabaña.

Dentro de la choza inclinó el mástil contra lapared. En la oscuridad halló una botella de aguay tomó un trago. Luego se acostó en la cama. Seechó la frazada sobre los hombros y sobre la es-palda y las piernas, y durmió boca abajo sobrelos periódicos, con los brazos por afuera, a lo lar-go del cuerpo, y las palmas hacia arriba.

Estaba dormido cuando el muchacho asomó ala puerta por la mañana. El viento soplaba tanfuerte, que los botes del alto no se harían a la mary el muchacho había dormido hasta tarde. Luegovino a la choza del viejo como había hecho todaslas mañanas. El muchacho vio que el viejo respi-raba y luego vio sus manos y empezó a llorar.Salió muy calladamente a buscar un poco de caféy no dejó de llorar en todo el camino.

Muchos pescadores estaban en torno al botemirando lo que traía amarrado al costado, y unoestaba metido en el agua, con el pantalón reman-gado, midiendo el esqueleto con un tramo desedal.

El muchacho no bajó a la orilla. Ya había esta-do allí y uno de los pescadores cuidaba el bote ensu lugar.

�¿Cómo está el viejo? �gritó uno de los pes-cadores.

�Durmiendo �respondió gritando el mucha-cho. No le importaba que lo vieran llorar�. Quenadie lo moleste.

�Tenía dieciocho pies de la nariz a la cola�gritó el pescador que lo estaba midiendo.

�Lo creo �dijo el muchacho.Entró en La Terraza y pidió una lata de café.�Caliente y con bastante leche y azúcar.�¿Algo más?�No. Después veré qué puede comer.�¡Ése sí era un pez! �dijo el propietario�.

Jamás ha habido uno igual. También los dos queustedes cogieron ayer eran buenos.

�¡Al diablo con ellos! �dijo el muchacho yempezó a llorar nuevamente.

�¿Quieres un trago de algo? �preguntó eldueño.

�No �dijo el muchacho�. Dígales que no sepreocupen por Santiago. Vuelvo enseguida.

�Dile que lo siento mucho.

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tacto con espacios marinos de la cultura cubana, entrepescadores y navegantes; y, ademÆs, empleados, buscavi-das, dependientes, limpiabotas, taxistas y boxeadores.

Este relato, y por lo menos otras dos novelas suyas,estÆn vinculadas a las aristas mÆs preciadas de la lite-ratura cubana. A cincuenta aæos de su publicación, elmito del mÆs universal de los escritores norteamerica-nos en Cuba alcanza una renovada fuerza y esplendor.

Sin dudas, Hemingway es un autor inagotable. Unescritor que vivió y trabajó en nuestra Isla durante lar-

gos aæos, primero en el Hotel Ambos Mundos, en lazona mÆs bulliciosa de La Habana Vieja, y despuØsen las afueras de la capital cubana, sobre una de lascolinas de San Francisco de Paula. Un autor quesigue siendo uno de los grandes artífices del lenguajey de la creación literaria. El maestro del iceberg; el quede manera genial recreó historias, mitos y reme-moraciones: uno de los autores que mÆs ha influido enla literatura del siglo XX.

ENRIQUE CIRULES

LA HABANA, DICIEMBRE DE 2001

Hemingway era un ferviente admirador de la Revolución Cubana y de su líder FidelCastro, con quien departió en varias ocasiones, incluso en la Copa Hemingway.

Foto: Osvaldo Salas.

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«No podía esperar matarlo �pensó�. Pudie-ra haberlo hecho en mis buenos tiempos. Perolos he magullado bien a los dos y se deben desentir bastante mal. Si hubiera podido usar unbate con las dos manos habría podido matar alprimero, seguramente. Aun ahora», pensó.

No quería mirar al pez. Sabía que la mitad deél había sido destruida. El sol se había puestomientras el viejo peleaba con los tiburones.

�Pronto será de noche �dijo�. Entonces po-dré acaso ver el resplandor de La Habana. Si mehallo demasiado lejos al este, veré las luces de unade las nuevas playas.

«Ahora no puedo estar demasiado lejos �pen-só�. Espero que nadie se haya alarmado. Sólo elmuchacho pudiera preocuparse, desde luego. Peroestoy seguro de que habrá tenido confianza. Mu-chos de los pescadores más viejos estarán preocu-pados. Y muchos otros también �pensó�. Vivoen un buen pueblo.»

Ya no le podía hablar al pez, porque éste esta-ba demasiado destrozado. Entonces se le ocurrióuna cosa.

�Medio pez �dijo�. El pez que has sido. Sien-to haberme alejado tanto. Nos hemos arruinadolos dos. Pero hemos matado muchos tiburones,tú y yo, y hemos arruinado a muchos otros.¿Cuántos has matado tú en tu vida, viejo pez?Por algo debes de tener esa espada en la cabeza.

Le gustaba pensar en el pez y en lo que podríahacerle a un tiburón si estuviera nadando libre-mente. «Debí de haberle cortado la espada paracombatir con ella a los tiburones», pensó. Pero notenía un hacha, y después se quedó sin cuchillo.

«Pero si lo hubiera hecho y ligado la espada alcabo de un remo, ¡qué arma! Entonces los habría-mos podido combatir juntos. ¿Qué vas a hacer aho-ra si vienen de noche? ¿Qué puedes hacer?»

�Pelear contra ellos �dijo�. Pelearé contraellos hasta la muerte.

Pero ahora en la oscuridad y sin que aparecie-ra ningún resplandor y sin luces y sólo el vientoy sólo el firme tiro de la vela, sintió que quizásestaba ya muerto. Juntó las manos y percibió lasensación de las palmas. No estaban muertas y élpodía causar el dolor de la vida sin más que abrir-las y cerrarlas. Se echó hacia atrás contra la popay sabía que no estaba muerto. Sus hombros se lodecían.

«Tengo que decir todas esas oraciones que pro-metí si pescaba al pez �pensó�. Pero estoy de-masiado cansado para rezarlas ahora. Mejor quecoja el saco y me lo eche sobre los hombros.»

Se echó sobre la popa y siguió gobernando ymirando a ver si aparecía el resplandor en el cielo.«Tengo la mitad del pez �pensó�. Quizá tenga lasuerte de llegar a tierra con la mitad delantera.Debiera quedarme alguna suerte. No �se dijo�.Has violado tu suerte cuando te alejaste demasia-do de la costa.»

�No seas idiota �dijo en voz alta�. Y no teduermas. Gobierna tu bote. Todavía puedes te-ner mucha suerte. Me gustaría comprar alguna sila vendieran en alguna parte.

«¿Con qué habría de comprarla? �se pregun-tó�. ¿Podría comprarla con un arpón perdido yun cuchillo roto y dos manos estropeadas?»

�Pudiera ser �dijo�. Has tratado de com-prarla con ochenta y cuatro días en la mar. Y casiestuvieron a punto de vendértela.

«No debo pensar en tonterías �pensó�. Lasuerte es una cosa que viene en muchas formas, y¿quién puede reconocerla? Sin embargo, yo to-maría alguna en cualquier forma y pagaría lo quepidieran. Mucho me gustaría ver el resplandorde las luces �pensó�. Me gustarían muchas co-sas. Pero eso es lo que ahora deseo.» Trató deponerse más cómodo para gobernar al bote y porsu dolor se dio cuenta de que no estaba muerto.

Vio el fulgor reflejado de las luces de la ciudada eso de las diez de la noche. Al principio eranperceptibles únicamente como la luz en el cieloantes de salir la luna. Luego se las veía firmes através del mar, que ahora estaba picado debido a labrisa creciente. Gobernó hacia el centro del res-plandor y pensó que, ahora, pronto llegaría al bor-de de la corriente.

«Ahora ha terminado �pensó�. Probable-mente me vuelvan a atacar. Pero, ¿qué puede ha-cer un hombre contra ellos en la oscuridad y sinun arma?»

Ahora estaba rígido y adolorido y sus heridasy todas las partes castigadas de su cuerpo le do-lían con el frío de la noche. «Ojalá no tenga quevolver a pelear �pensó�. Ojalá, ojalá que no ten-ga que volver a pelear.»

Pero hacia medianoche tuvo que pelear y estavez sabía que la lucha era inútil. Los tiburonesvinieron en manadas y sólo podía ver las líneasque trazaban sus aletas en el agua y su fosfores-cencia al arrojarse contra el pez. Les dio con elpalo en las cabezas y sintió el chasquido de susmandíbulas y el temblor del bote cada vez quedebajo agarraban su presa. Golpeó desesperada-mente contra lo que sólo podía sentir y oír, sin-tió que algo agarraba la porra y se la arrebataba.

Arrancó la caña del timón y siguió pegandocon ella, cogiéndola con ambas manos y dejándo-la caer con fuerza una y otra vez. Pero ahora lle-gaban hasta la proa y acometían uno tras otro ytodos juntos, arrancando los pedazos de carne queemitían un fulgor bajo el agua cuando ellos sevolvían para regresar nuevamente.

Por último vino uno contra la propia cabezadel pez y el viejo se dio cuenta de que todo ha-bía terminado.

Tiró un golpe con la caña a la cabeza del tibu-rón donde las mandíbulas estaban prendidas a laresistente cabeza del pez, que no cedía. Tiró unoo dos golpes más. Sintió romperse la barra y arre-

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Era un viejo que pescaba solo en un bote enla corriente del Golfo y hacía ochenta ycuatro días que no cogía un pez. En los pri-

meros cuarenta días había tenido consigo a un mu-chacho. Pero después de cuarenta días sin haberpescado, los padres del muchacho le habían dichoque el viejo estaba definitiva y rematadamentesalao1 lo cual era la peor forma de la mala suerte; ypor orden de sus padres, el muchacho había salidoen otro bote, que cogió tres buenos peces la prime-ra semana. Entristecía al muchacho ver al viejo re-gresar todos los días con su bote vacío, y siemprebajaba a ayudarle a cargar los rollos de sedal o elbichero y el arpón y la vela arrollada al mástil. Lavela estaba remendada con sacos de harina y, arro-llada, parecía una bandera en permanente derrota.

El viejo era flaco y desgarbado, con arrugasprofundas en la parte posterior del cuello. Laspardas manchas del benigno cáncer de la piel queel sol produce con sus reflejos en el mar tropical,estaban en sus mejillas. Estas pecas corrían porlos lados de su cara hasta bastante abajo, y susmanos tenían las hondas cicatrices que causa lamanipulación de las cuerdas cuando sujetan losgrandes peces. Pero ninguna de estas cicatrices erareciente. Eran tan viejas como las erosiones deun árido desierto.

Todo en él era viejo, salvo sus ojos; y éstos teníanel color mismo del mar y eran alegres e invictos.

�Santiago �le dijo el muchacho trepando por laorilla desde donde quedaba varado el bote�. Yo po-dría volver con usted. Hemos hecho algún dinero.

El viejo había enseñado al muchacho a pescar, yel muchacho le tenía cariño.

�No �dijo el viejo�. Tú sales en un bote quetiene buena suerte. Sigue con ellos.

�Pero recuerde que una vez llevaba ochenta ysiete días sin pescar nada y luego cogimos peces gran-des todos los días durante tres semanas.

�Lo recuerdo �dijo el viejo�, y yo sé que nome dejaste porque hubieses perdido la esperanza.

�Fue papá quien me obligó. Soy un chiquillo ytengo que obedecerlo.

�Lo sé �dijo el viejo�. Es completamentenormal.

�Papá no tiene mucha fe.�No. Pero nosotros, sí, ¿verdad?

�Sí �dijo el muchacho�. ¿Me permite brin-darle una cerveza en La Terraza? Luego llevare-mos las cosas a casa.

�¿Por qué no? �dijo el viejo�. Entre pescadores.Se sentaron en La Terraza. Muchos de los pes-

cadores se reían del viejo, pero él no se molestaba.Otros, entre los más viejos, lo miraban y se poníantristes. Pero no lo manifestaban y se referían cor-tésmente a la corriente y a las hondonadas dondehabían tendido sus sedales, al continuo buen tiem-po y a los que habían visto. Los pescadores queaquel día habían tenido éxito habían llegado y ha-bían limpiado sus agujas y las llevaban tendidas so-bre dos tablas �dos hombres tambaleándose alextremo de cada tabla� a la pescadería, dondeesperaban a que el camión del hielo las llevara almercado, a La Habana. Los que habían pescadotiburones los habían llevado a la factoría de tiburo-nes al otro lado de la ensenada, donde eran izadosen aparejos de polea; les sacaban los hígados, lescortaban las aletas y los desollaban y cortaban sucarne en trozos para salarla.

Cuando el viento soplaba del este, el hedor seextendía a través del puerto, procedente de la fábricatiburonera; pero hoy no se notaba más que un débiltufo porque el viento había vuelto al norte y luegohabía dejado de soplar. Era agradable estar allí, alsol, en La Terraza.

�Santiago �dijo el muchacho.�¿Qué? �respondió el viejo. Con el vaso en la

mano pensaba en las cosas de hacía muchos años.�¿Puedo ir a buscarle sardinas para mañana?�No. Ve a jugar al béisbol. Todavía puedo

remar, y Rogelio tirará la atarraya.�Me gustaría ir. Si no puedo pescar con usted,

me gustaría servirlo de alguna manera.�Me has pagado una cerveza �dijo el viejo�.

Ya eres un hombre.�¿Que edad tenía yo cuando usted me llevó por

primera vez en un bote?�Cinco años. Y por poco pierdes la vida cuan-

do subí aquel pez demasiado vivo que estuvo a pun-to de destrozar el bote. ¿Te acuerdas?

�Recuerdo cómo brincaba y pegaba coleta-zos, y que el banco se rompía, y el ruido de losgarrotazos. Recuerdo que usted me arrojó a laproa, donde estaban los sedales mojados y enro-llados. Y recuerdo que todo el bote se estreme-cía, y el estrépito que usted armaba dándolegarrotazos como si talara un árbol, y el pegajosoolor a sangre que me envolvía.

A Charles Scribner y Max Perkins

1 Todas las palabras en cursiva aparecen en español en eloriginal inglés. (Todas las notas pertenecen a la edición de base.)

28

�Deben de haberse llevado un cuarto del pezy de la mejor carne �dijo en voz alta�. Ojalá fue-ra un sueño, y que jamás lo hubiera pescado. Losiento, pez. Todo se ha echado a perder.

Se detuvo y ahora no quiso mirar al pez. Desan-grado y a flor de agua parecía del color de la partede atrás de los espejos, y todavía se veían sus franjas.

�No debí haberme alejado tanto de la costa,pez �dijo�. Ni por ti, ni por mí. Lo siento, pez.

«Ahora �se dijo� mira la ligadura del cuchi-llo, a ver si ha sido cortada. Luego pon tu mano enbuen estado, porque todavía no se ha acabado esto.»

�Ojalá hubiera traído una piedra para afilarel cuchillo �dijo el viejo después de haber exami-nado la ligadura en el cabo del remo�. Debíhaber traído una piedra.

«Debiste haber traído muchas cosas �pensó�.Pero no las has traído, viejo. Ahora no es el mo-mento de pensar en lo que no tienes. Piensa en loque puedes hacer con lo que hay.»

�Me estás dando muchos buenos consejos �dijoen voz alta�. Estoy cansado de eso.

Sujetó la caña bajo el brazo y metió las dos ma-nos en el agua mientras el bote seguía avanzando.

�Dios sabe cuánto se habrá llevado ese últi-mo �dijo�. Pero ahora pesa mucho menos.

No quería pensar en la mutilada parte inferiordel pez. Sabía que cada uno de los tirones del tibu-rón había significado carne arrancada y que el pezdejaba ahora para todos los tiburones un rastrotan ancho como una carretera a través del océano.

«Era un pez capaz de mantener a un hombretodo el invierno �pensó�. No pienses en eso.Descansa simplemente y trata de poner tus ma-nos en orden para defender lo que queda. El olora sangre de mis manos no significa nada, ahoraque existe todo ese rastro en el agua. Además, nosangran mucho. No hay ninguna herida de cui-dado. La sangría puede impedir que le dé calam-bre a la izquierda.

»¿En qué puedo pensar ahora? �se dijo�. Ennada. No debo pensar en nada y esperar a los siguien-tes. Ojalá hubiera sido realmente un sueño �pen-só�. Pero, ¿quién sabe? Hubiera podido salir bien.»

El siguiente tiburón que apareció venía solo yera otro hocico de pala. Vino como un puerco ala artesa: si hubiera un puerco con una boca tangrande que cupiera en ella la cabeza de un hom-bre. El viejo dejó que atacara al pez. Luego le cla-vó el cuchillo del remo en el cerebro. Pero el ti-burón brincó hacia atrás mientras rolaba y la hojadel cuchillo se rompió.

El viejo se puso al timón. Ni siquiera quisover cómo el tiburón se hundía lentamente en elagua, apareciendo primero en todo su tamaño;luego, pequeño; luego, diminuto. Eso le habíafascinado siempre. Pero ahora ni siquiera miró.

�Ahora me queda el bichero �dijo�. Perono servirá de nada. Tengo los dos remos y la cañadel timón y la porra.

«Ahora me han aniquilado �pensó�. Soy de-masiado viejo para matar a los tiburones agarrotazos. Pero lo intentaré mientras tenga losremos y la porra y la caña.»

Puso de nuevo sus manos en el agua paraempaparlas. La tarde estaba avanzando y todavíano veía más que el mar y el cielo. Había más vientoen el cielo que antes, y esperaba ver pronto tierra.

�Estás cansado, viejo �dijo�. Estás cansadopor dentro.

Los tiburones no lo atacaron hasta justamen-te antes de la puesta del sol.

El viejo vio venir las pardas aletas a lo largo dela ancha estela que el pez debía de trazar en elagua. No venían siquiera siguiendo el rastro. Sedirigían derecho al bote, nadando a la par.

Trancó la caña, amarró la escota y cogió laporra que tenía bajo la popa. Era un mango deremo roto, serruchado a una longitud de dos piesy medio. Sólo podía usarlo eficazmente con unamano, debido a la forma de la empuñadura, y locogió firmemente con la derecha, flexionando lamano mientras veía venir los tiburones. Amboseran galanos.

«Debo dejar que el primero agarre bien parapegarle en la punta del hocico o en medio de lacabeza», pensó.

Los tiburones se acercaron juntos y cuando elviejo vio al más cercano abrir las mandíbulas yclavarlas en el plateado costado del pez, levantóel palo y lo dejó caer con gran fuerza y violenciasobre la ancha cabezota del tiburón. Sintió la elás-tica solidez de la cabeza al caer el palo sobre ella.Pero sintió también la rigidez del hueso y otravez pegó duramente al tiburón sobre la punta delhocico al tiempo que se deslizaba hacia abajo se-parándose del pez.

El otro tiburón había estado entrando y sa-liendo y ahora volvía con las mandíbulas abier-tas. El viejo podía ver pedazos de carne del pezcayendo, blancas, de los cantos de sus mandíbu-las, cuando acometió al pez y éste cerró las man-díbulas. Le pegó con el palo y dio sólo en la cabe-za, y el tiburón lo miró y arrancó la carne. Elviejo le pegó de nuevo con el palo al tiempo quese deslizaba alejándose para tragar y sólo dio enla sólida y densa elasticidad.

�Vamos, galano �dijo el viejo�. Vuelve otra vez.El tiburón volvió con furia y el viejo le pegó

en el instante en que cerraba sus mandíbulas. Lepegó sólidamente y desde tan alto como habíapodido levantar el palo. Esta vez sintió el hueso,en la base del cráneo, y le pegó de nuevo en elmismo sitio mientras el tiburón arrancabaflojamente la carne y se deslizaba hacia abajo, se-parándose del pez.

El viejo esperó a que subiera de nuevo, perono apareció ninguno de ellos. Luego vio uno enla superficie nadando en círculos. No vio la aletadel otro.

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EL VIEJO Y EL MARERNEST HEMINGWAY

6

�¿Lo recuerdas realmente o es que yo te lo hecontado?

�Lo recuerdo todo, desde la primera vez quesalimos juntos.

El viejo lo miró con sus amorosos y confiadosojos quemados por el sol.

�Si fueras hijo mío, me arriesgaría a llevarte�dijo�. Pero tú eres de tu padre y de tu madre, ytrabajas en un bote que tiene suerte.

�¿Puedo ir a buscarle las sardinas? También sédónde conseguir cuatro carnadas.

�Tengo las mías, que me han sobrado de hoy.Las puse en sal en la caja.

�Déjeme traerle cuatro cebos frescos.�Uno �dijo el viejo. Su fe y su esperanza no le

habían fallado nunca. Pero ahora empezaban arevigorizarse como cuando se levanta la brisa.

�Dos �dijo el muchacho.�Dos �aceptó el viejo�. ¿No los has robado?�Lo hubiera hecho �dijo el muchacho�. Pero

éstos los compré.�Gracias �dijo el viejo. Era demasiado simple

para preguntarse cuándo había alcanzado la humil-dad. Pero sabía que la había alcanzado y sabía queno era vergonzoso y que no comportaba pérdida delorgullo verdadero.

�Con esta brisa ligera, mañana va a hacer buendía �dijo.

�¿A dónde piensa ir? �le preguntó el muchacho.�Saldré lejos para regresar cuando cambie el

viento. Quiero estar fuera antes que sea de día.�Voy a hacer que mi patrón salga lejos a traba-

jar �dijo el muchacho�. Si usted engancha algorealmente grande, podremos ayudarle.

�A tu patrón no le gusta salir demasiado lejos.�No �dijo el muchacho�, pero yo veré algo

que él no podrá ver: un ave trabajando, por ejemplo.Así haré que salga siguiendo a los dorados.

�¿Tan mala tiene la vista?�Está casi ciego.�Es extraño �dijo el viejo�. Jamás ha ido a la

pesca de tortugas. Eso es lo que mata los ojos.�Pero usted ha ido a la pesca de tortugas duran-

te varios años, por la costa de los Mosquitos, y tienebuena vista.

�Yo soy un viejo extraño.�Pero, ¿ahora se siente bastante fuerte como

para un pez realmente grande?�Creo que sí. Y hay muchos trucos.�Vamos a llevar las cosas a casa �dijo el mu-

chacho�. Luego cogeré la atarraya y me iré a buscarlas sardinas.

Recogieron el aparejo del bote. El viejo se echóel mástil al hombro y el muchacho cargó la caja demadera de los enrollados sedales pardos de apretadamalla, el bichero y el arpón con su mango. Lacaja de las carnadas estaba bajo la popa, junto a laporra que usaba para rematar a los peces grandescuando los arrimaba al bote. Nadie sería capaz de

robarle nada al viejo; pero era mejor llevar la velay los sedales gruesos, puesto que el rocío los da-ñaba, y aunque estaba seguro de que ninguno dela localidad le robaría nada, el viejo pensaba queel arpón y el bichero eran tentaciones, y que nohabía por qué dejarlos en el bote.

Marcharon juntos camino arriba hasta la ca-baña del viejo y entraron; la puerta estaba abier-ta. El viejo inclinó el mástil con su vela arrolladacontra la pared y el muchacho puso la caja y elresto del aparejo junto a él. El mástil era casi tanlargo como la habitación única de la choza. Estaúltima estaba hecha de las recias pencas de la pal-ma real que llaman guano, y había una cama, unamesa, una silla y un lugar en el piso de tierra paracocinar con carbón. En las paredes, de pardas,aplastadas y superpuestas hojas de guano de resis-tente fibra, había una imagen en colores del Sa-grado Corazón de Jesús y otra de la Virgen delCobre. Éstas eran reliquias de su esposa. En otrotiempo había habido una desvaída foto de suesposa en la pared, pero la había quitado porquele hacía sentirse demasiado solo el verla, y ahoraestaba en el estante del rincón, bajo su camisalimpia.

�¿Qué tiene para comer? �preguntó el mu-chacho.

�Una cazuela de arroz amarillo con pescado.¿Quieres un poco?

�No. Comeré en casa. ¿Quiere que le enciendala candela?

�No. Yo la encenderé luego. O quizás coma elarroz frío.

�¿Puedo llevarme la atarraya?�Desde luego.No había ninguna atarraya. El muchacho recor-

daba que la habían vendido. Pero todos los días pa-saban por esta ficción. No había ninguna cazuela dearroz amarillo con pescado, y el muchacho lo sabíaigualmente.

�El ochenta y cinco es un número de suerte �dijoel viejo�. ¿Qué te parece si me vieras volver con unpez que, en canal,2 pesara más de mil libras?

�Voy a coger la atarraya y saldré a pescar lassardinas. ¿Se quedará sentado al sol, a la puerta?

�Sí. Tengo ahí el periódico de ayer y voy a leerlos resultados de los partidos de béisbol.

El muchacho se preguntó si el «periódico de ayer»no sería también una ficción. Pero el viejo lo sacó dedebajo de la cama.

�Perico me lo dio en la bodega �explicó.�Volveré cuando haya cogido las sardinas.

Guardaré las suyas junto con las mías en el hieloy por la mañana nos las repartiremos. Cuandoyo vuelva, me contará lo del béisbol.

�Los Yankees de Nueva York no puedenperder.

2 Es decir, listo para llevar al mercado.

27

Pero le gustaba pensar en todas las cosas en quese hallaba envuelto, y puesto que no había nadaque leer y no tenía un receptor de radio, pensabamucho y seguía pensando acerca del pecado. «Nohas matado al pez únicamente para vivir y venderpara comer �pensó�. Lo mataste por orgullo yporque eres pescador. Lo amabas cuando estabavivo y lo amabas después. Si lo amas, no es pecadomatarlo. ¿O será más que pecado?»

�Piensas demasiado, viejo �dijo en voz alta.«Pero te gustó matar al dentuso �pensó�. Vive

de los peces vivos, como tú. No es un animal quese alimente de carroñas, ni un simple apetito am-bulante, como otros tiburones. Es hermoso ynoble y no conoce el miedo.»

�Lo maté en defensa propia �dijo el viejo envoz alta�. Y lo maté bien.

«Además �pensó�, todo mata a los demás encierto modo. El pescar me mata a mí exactamen-te igual que me da la vida. El muchacho sostienemi vida �pensó�. No debo hacerme demasiadasilusiones.»

Se inclinó sobre la borda y arrancó un pedazode la carne del pez donde lo había desgarrado eltiburón. La masticó y notó su buena calidad y subuen sabor. Era firme y jugosa como carne deres, pero no era roja. No tenía nervios y él sabíaque en el mercado se pagaría al más alto precio.Pero no había manera de impedir que su aromase extendiera por el agua y el viejo sabía que seacercaban muy malos momentos.

La brisa era firme. Había retrocedido un pocohacia el nordeste y el viejo sabía que eso significa-ba que no decaería. El viejo miró adelante, perono se veía ninguna vela, ni el casco, ni el humo deningún barco. Sólo los peces voladores que se le-vantaban de su proa abriéndose hacia los lados ylos parches amarillos de los sargazos. Ni siquierase veía un pájaro.

Había navegado durante dos horas, descansan-do en la popa y a veces masticando un pedazo decarne de la aguja, tratando de reposar para estar fuer-te, cuando vio el primero de los dos tiburones.

�¡Ay! �dijo en voz alta. No hay equivalentepara esta exclamación. Quizá sea tan sólo un rui-do, como el que pueda emitir un hombre,involuntariamente, sintiendo las clavos atravesarsus manos y penetrar en la madera.

�Galanos �dijo en voz alta. Había visto aho-ra la segunda aleta que venía detrás de la primeray los había identificado como los tiburones dehocico en forma de pala por la parda aleta trian-gular y los amplios movimientos de cola. Habíancaptado el rastro y estaban excitados y en la estu-pidez de su voracidad estaban perdiendo y reco-brando el aroma. Pero se acercaban sin cesar.

El viejo amarró la escota y trancó la caña.Luego cogió el remo al que había ligado el cuchi-llo. Lo levantó lo más suavemente posible por-que sus manos se rebelaban contra el dolor. Lue-

go las abrió y cerró suavemente para despegarlasdel remo. Las cerró con firmeza para que ahoraaguantaran el dolor y no cedieran y clavó la vistaen los tiburones que se acercaban. Podía ver susanchas y aplastadas cabezas de punta de pala ysus anchas aletas pectorales de blanca punta. Eranunos tiburones odiosos, malolientes, comedoresde carroñas, así como asesinos, y cuando teníanhambre eran capaces de morder un remo o untimón de barco. Eran estos tiburones los que cer-cenaban las patas de las tortugas cuando éstas na-daban dormidas en la superficie, y atacaban a unhombre en el agua si tenían hambre aun cuandoel hombre no llevara encima sangre ni mucosi-dad de pez.

�¡Ay! �dijo el viejo�. Galanos. ¡Vengan, galanos!Vinieron. Pero no vinieron como había veni-

do el mako. Uno viró y se perdió de vista, abajo,y por la sacudida del bote el viejo sintió que eltiburón acometía al pez y le daba tirones. El otromiró al viejo con sus hendidos ojos amarillos yluego vino rápidamente con su medio círculo demandíbulas abierto para acometer al pez dondehabía sido ya mordido. Luego apareció claramentela línea en la cima de su cabeza parda y más atrásdonde el cerebro se unía a la espina dorsal y elviejo clavó el cuchillo que había amarrado al remoen la articulación. Lo retiró, lo clavó de nuevo enlos amarillos ojos felinos del tiburón. El tiburónsoltó al pez y se deslizó hacia abajo tragando loque había cogido, mientras moría.

El bote retemblaba todavía por los estragosque el otro tiburón estaba causando al pez y elviejo arrió la escota para que el bote virara enredondo y sacara de debajo al tiburón. Cuandovio al tiburón, se inclinó sobre la borda y le diode cuchilladas. Sólo encontró carne y la piel esta-ba endurecida y apenas pudo hacer penetrar elcuchillo. El golpe lastimó no sólo sus manos, sinotambién su hombro. Pero el tiburón subió rápi-do, y sacó la cabeza, y el viejo le dio en el centromismo de aquella cabeza plana al tiempo que elhocico salía del agua y se pegaba al pez. El viejoretiró la hoja y acuchilló de nuevo al tiburón exac-tamente en el mismo lugar. Todavía siguió pega-do al pez que había enganchado con sus mandí-bulas, y el viejo lo acuchilló en el ojo izquierdo.El tiburón seguía prendido del pez.

�¿No? �dijo el viejo, y le clavó la hoja entrelas vértebras y el cerebro. Ahora fue un golpefácil y el viejo sintió romperse el cartílago. Elviejo invirtió el remo y metió la pala entre lasmandíbulas del tiburón para forzarlo a soltar.Hizo girar la pala, y al soltar el tiburón, dijo:

�Vamos, galano. Baja, déjate ir hasta una millade profundidad. Ve a ver a tu amigo. O quizá seatu madre.

El viejo limpió la hoja de su cuchillo y soltó elremo. Luego cogió la escota y la vela se llenó deaire y el viejo puso el bote en su derrota.

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EL VIEJO Y EL MARERNEST HEMINGWAY

7

�Pero yo les tengo miedo a los Indios de Cle-veland.

�Ten fe en los Yankees de Nueva York, hijo,piensa en el gran DiMaggio.

�Les tengo miedo a los Tigres de Detroit y alos Indios de Cleveland.

�Ten cuidado, no vayas a tenerles miedo tam-bién a los Rojos de Cincinnatti y a los White Soxde Chicago.

�Usted estudia eso y me lo cuenta cuando vuelva.�¿Crees que debiéramos comprar unos bille-

tes de la lotería que terminen en un ochenta ycinco? Mañana hace el día ochenta y cinco.

�Podemos hacerlo �dijo el muchacho�.Pero, ¿qué me dice de su gran récord, el ochentay siete?

�No podría suceder dos veces. ¿Crees que pue-das encontrar un ochenta y cinco?

�Puedo pedirlo.�Un billete entero. Eso hace dos pesos y me-

dio. ¿Quién podría prestárnoslos?�Eso es fácil. Yo siempre encuentro quien me

preste dos pesos y medio.�Creo que yo también. Pero trato de no pedir

prestado. Primero pides prestado; luego pides li-mosna.

�Abríguese, viejo �dijo el muchacho�. Re-cuerde que estamos en septiembre.

�El mes en que vienen los grandes peces�dijo el viejo�. En mayo cualquiera es pescador.

�Ahora voy por las sardinas �dijo el mu-chacho.

Cuando volvió el muchacho, el viejo estabadormido en la silla. El sol se estaba poniendo. Elmuchacho cogió de la cama la frazada del viejo yse la echó sobre los hombros. Eran unos hom-bros extraños, todavía poderosos, aunque muyviejos, y el cuello era también fuerte todavía, ylas arrugas no se veían tanto cuando el viejo esta-ba dormido y con la cabeza derribada hacia ade-lante. Su camisa había sido remendada tantas ve-ces, que estaba como la vela; y los remiendos,descoloridos por el sol, eran de varios tonos. Lacabeza del hombre era, sin embargo, muy vieja ycon sus ojos cerrados no había vida en su rostro.El periódico yacía sobre sus rodillas y el peso desus brazos lo sujetaba allí contra la brisa del atar-decer. Estaba descalzo.

El muchacho lo dejó allí, y cuando volvió, elviejo estaba todavía dormido.

�Despierte, viejo �dijo el muchacho, y pusosu mano en una de las rodillas de éste.

El viejo abrió los ojos y por un momento fuecomo si regresara de muy lejos. Luego sonrió.

�¿Qué traes? �preguntó.�La comida �dijo el muchacho�. Vamos a

comer.�No tengo mucha hambre.�Vamos, venga a comer. No puede pescar sin

comer.

�Habrá que hacerlo �dijo el viejo, levantán-dose y cogiendo el periódico y doblándolo. Lue-go empezó a doblar la frazada.

�No se quite la frazada �dijo el muchacho�.Mientras yo viva, usted no saldrá a pescar sincomer.

�Entonces vive mucho tiempo, y cuídate�dijo el viejo�. ¿Qué vamos a comer?

�Frijoles negros con arroz, plátanos fritos yun poco de asado.

El muchacho lo había traído de La Terraza enuna cantina. Traía en el bolsillo dos juegos de cubier-tos, cada uno envuelto en una servilleta de papel.

�¿Quién te ha dado esto?�Martín. El dueño.�Tengo que darle las gracias.�Ya yo se las he dado �dijo el muchacho�.

No tiene que dárselas usted.�Le daré la ventrecha de un gran pescado

�dijo el viejo�. ¿Ha hecho esto por nosotrosmás de una vez?

�Creo que sí.�Entonces tendré que darle más que la ven-

trecha. Es muy considerado con nosotros.�Mandó dos cervezas.�Me gusta más la cerveza en lata.�Lo sé. Pero ésta es en botella. Cerveza

Hatuey. Y yo devuelvo las botellas.�Muy amable de tu parte �dijo el viejo�.

¿Comemos?�Es lo que yo proponía �le dijo el muchacho�

. No he querido abrir la cantina hasta que estu-viera usted listo.

�Ya estoy listo �dijo el viejo�. Sólo necesi-taba tiempo para lavarme.

«¿Dónde se lava?», pensó el muchacho. Elpozo del pueblo estaba a dos cuadras de distan-cia, camino abajo. «Debí de haberle traído agua�pensó el muchacho�, y jabón, y una buenatoalla. ¿Por qué seré tan desconsiderado? Tengoque conseguirle otra camisa y un yÆquet parael invierno, y alguna clase de zapatos, y otra fra-zada.»

�Tu asado es excelente �dijo el viejo.�Hábleme de béisbol �le pidió el muchacho.�En la Liga Americana, como te dije, los

Yankees �dijo el viejo muy contento.�Hoy perdieron �le dijo el muchacho.�Eso no significa nada. El gran DiMaggio

vuelve a ser lo que era.�Tienen otros hombres en el equipo.�Naturalmente. Pero con él la cosa es dife-

rente. En la otra liga, entre el Brooklyn y elFiladelfia, tengo que quedarme con el Brooklyn.Pero luego pienso en Dick Sisler y en aquelloslineazos suyos en el viejo parque.

�Nunca hubo nada como ellos. Jamás he vis-to a nadie mandar la pelota tan lejos.

�¿Recuerdas cuando venía a La Terraza? Yoquería llevarlo a pescar, pero era demasiado tími-

26

armados que no tuvieran otro enemigo. Ahora,al percibir el aroma más fresco, su azul aleta dor-sal cortaba el agua más velozmente.

Cuando el viejo lo vio venir, se dio cuenta deque era un tiburón que no tenía ningún miedo yque haría exactamente lo que quisiera. Preparó elarpón y sujetó el cabo mientras veía venir al tibu-rón. El cabo era corto, pues le faltaba el trozoque él había cortado para amarrar al pez.

El viejo tenía ahora la cabeza despejada y enbuen estado y se hallaba lleno de decisión, perono abrigaba mucha esperanza. «Era demasiadobueno para que durara», pensó. Echó una miradaal gran pez mientras veía acercarse al tiburón. «Talparece un sueño �pensó�. No puedo impedirque me ataque, pero acaso pueda arponearlo.Dentuso �pensó�. ¡Maldita sea tu madre!»

El tiburón se acercó velozmente por la popa ycuando atacó al pez, el viejo vio su boca abiertay sus extraños ojos y el tajante chasquido de losdientes al entrarle a la carne justamente sobre lacola. La cabeza del tiburón estaba fuera del aguay su lomo venía asomado y el viejo podía oír elruido que hacía al desgarrar la piel y la carne delgran pez cuando clavó el arpón en la cabezadel tiburón en el punto donde la línea del entre-cejo se cruzaba con la que corría rectamente ha-cia atrás partiendo del hocico. No había tales lí-neas: solamente la pesada y recortada cabeza azuly los grandes ojos y las mandíbulas que chasquea-ban, acometían y se lo tragaban todo. Pero allíera donde estaba el cerebro y allí fue donde lepegó el viejo. Le pegó con sus manos pulposas yensangrentadas, empujando el arpón con toda sufuerza. Le pegó sin esperanza, pero con resolu-ción y furia.

El tiburón se volcó y el viejo vio que no habíavida en sus ojos; luego el tiburón volvió a volcar-se, se envolvió en dos lazos de cuerda. El viejo sedio cuenta de que estaba muerto, pero el tiburónno quería aceptarlo. Luego, de lomo, batiendo elagua con la cola y chasqueando las mandíbulas,el tiburón surcó el agua como una lancha demotor. El agua era blanca en el punto donde ba-tía su cola, y las tres cuartas partes de su cuerposobresalían del agua cuando el cabo se puso entensión, retembló y luego se rompió. El tiburónse quedó un rato tranquilamente en la superficiey el viejo se paró a mirarlo. Luego el tiburónempezó a hundirse lentamente.

�Se llevó unas cuarenta libras �dijo el viejoen voz alta.

«Se llevó también mi arpón y todo el cabo�pensó�, y ahora mi pez sangra y vendrán otrostiburones.»

No le agradaba ya mirar al pez porque habíasido mutilado. Cuando el pez había sido atacado,fue como si lo hubiera sido él mismo.

«Pero he matado al tiburón que atacó a mipez �pensó�. Y era el dentuso más grande que

había visto jamás. Y bien sabe Dios que yo hevisto dentusos grandes.

»Era demasiado bueno para durar �pensó�.Ahora pienso que ojalá hubiera sido un sueño, yque jamás hubiera pescado al pez, y que me halla-ra solo en la cama sobre los periódicos.»

�Pero el hombre no está hecho para la derro-ta �dijo�. Un hombre puede ser destruido, perono derrotado.

«Pero siento haber matado al pez �pensó�.Ahora llega el mal momento y ni siquiera tengoel arpón. El dentuso es cruel y capaz y fuerte e inte-ligente. Pero yo fui más inteligente que él.Quizá no �pensó�. Acaso estuviera solamentemejor armado.»

�No pienses, viejo �dijo en voz alta�. Si-gue tu rumbo y dale el pecho a la cosa cuandovenga.

«Pero tengo que pensar �pensó�. Porque eslo único que me queda. Eso y el béisbol. Me pre-gunto qué le habría parecido al gran DiMaggio laforma en que le di en el cerebro. No fue grancosa �pensó�. Cualquier hombre habría podi-do hacerlo. Pero, ¿cree usted que mis manos ha-yan sido un inconveniente tan grande como lasespuelas de hueso? No puedo saberlo. Jamás hetenido nada malo en el talón, salvo aquella vez enque la raya me lo pinchó cuando la pisé nadandoy me paralizó la parte inferior de la pierna. Mecausó un dolor insoportable.»

�Piensa en algo alegre, viejo �dijo�. Ahoracada minuto que pasa estás más cerca de la orilla.

Tras haber perdido cuarenta libras, navegabamás y más ligero.

Conocía perfectamente lo que pudiera suce-der cuando llegara a la parte interior de la co-rriente. Pero ahora no había nada que hacer.

�Sí, cómo no �dijo en voz alta�. Puedo ama-rrar el cuchillo al cabo de uno de los remos.

Lo hizo así con la caña del timón bajo el bra-zo y la escota de la vela bajo el pie.

�Vaya �dijo�. Soy un viejo. Pero no estoydesarmado.

Ahora la brisa era fresca y navegaba bien. Vigi-laba sólo la parte delantera del pez y empezó arecobrar parte de su esperanza.

«Es idiota no abrigar esperanzas �pensó�.Además, creo que es un pecado. No pienses en elpecado �se dijo�. Hay bastantes problemas aho-ra sin el pecado. Además, yo no entiendo de eso.

»No lo entiendo y no estoy seguro de creer enel pecado. Quizá haya sido un pecado matar alpez. Supongo que sí, aunque lo hice para vivir ydar de comer a mucha gente. Pero entonces todoes pecado. No pienses en el pecado. Es demasia-do tarde para eso y hay gente a la que se paga porhacerlo. Deja que ellos piensen en el pecado. Túnaciste para ser pescador y el pez nació para serpez. San Pablo era pescador, lo mismo que el pa-dre del gran DiMaggio.»

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EL VIEJO Y EL MARERNEST HEMINGWAY

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do para proponérselo. Luego te pedí a ti que selo propusieras, y tú eras también demasiado tí-mido.

�Lo sé. Fue un gran error. Pudo haber idocon nosotros. Luego eso nos hubiera quedado paratoda la vida.

�Me hubiese gustado llevar a pescar al granDiMaggio �dijo el viejo�. Dicen que su padreera pescador. Quizás fuese tan pobre como noso-tros y comprendiera.

�El padre del gran Sisler no fue nunca pobre,y jugó en las Grandes Ligas cuando tenía mi edad.

�Cuando yo tenía tu edad me hallaba de ma-rinero en un velero de altura que iba al África, yhe visto leones en las playas al atardecer.

�Lo sé. Usted me lo ha contado.�¿Hablamos de África o de béisbol?�Mejor de béisbol �dijo el muchacho�. Há-

bleme del gran John J. McGraw.�A veces, en los viejos tiempos, solía venir

también a La Terraza. Pero era rudo y bocón, ydifícil cuando estaba bebido. No sólo pensaba enla pelota, sino también en los caballos. Por lomenos llevaba listas de caballos constantementeen el bolsillo y con frecuencia pronunciaba nom-bre de caballos por teléfono.

�Era un gran director �dijo el muchacho�.Mi padre cree que era el más grande. ¿Quién esrealmente mejor director: Luque o MikeGonzález?

�Creo que son iguales.�El mejor pescador es usted.�No. Conozco otros mejores.�QuØ va �dijo el muchacho� Hay muchos

buenos pescadores y algunos grandes pescadores.Pero como usted, ninguno.

�Gracias. Me haces feliz. Ojalá no se presen-te un pez tan grande que nos haga quedar mal.

�No existe tal pez, si está usted tan fuertecomo dice.

�Quizá no esté tan fuerte como creo �dijo elviejo�. Pero conozco muchos trucos, y tengo vo-luntad.

�Ahora debiera ir a acostarse para estar des-cansado por la mañana. Yo llevaré otra vez lascosas a La Terraza.

�Entonces buenas noches. Te despertaré porla mañana.

�Usted es mi despertador �dijo el muchacho.�La edad es mi despertador �dijo el viejo�.

¿Por qué los viejos se despertarán tan temprano?¿Será para tener un día más largo?

�No lo sé �dijo el muchacho�. Lo único quesé es que los jovencitos duermen profundamentey hasta tarde.

�Lo recuerdo �dijo el viejo�. Té despertarétemprano.

�No me gusta que el patrón me despierte. Escomo si yo fuera inferior.

�Comprendo.

�Que duerma bien, viejo.El muchacho salió. Habían comido sin luz en

la mesa, y el viejo se quitó el pantalón y se fue a lacama a oscuras. Enrolló el pantalón para haceruna almohada, y puso luego el periódico dentro.Se envolvió en la frazada y durmió sobre los otrosperiódicos viejos que cubrían los muelles de lacama.

Se quedó dormido enseguida y soñó con Áfri-ca, en la época en que era muchacho, y con laslargas playas doradas y las playas blancas, tan blan-cas que lastimaban los ojos, y los altos promon-torios y las grandes montañas pardas. Vivía en-tonces todas las noches a lo largo de aquella costay en sus sueños sentía el rugido de las olas contrala rompiente y veía venir a través de ellas los bo-tes de los nativos. Sentía el olor a brea y estopade la cubierta mientras dormía, y sentía el olorde África que la brisa de tierra traía por la ma-ñana.

Generalmente, cuando olía la brisa de tierra,despertaba y se vestía, y se iba a despertar almuchacho. Pero esta noche el olor de la brisa detierra vino muy temprano y él sabía que erademasiado temprano en su sueño, y siguió soñan-do para ver los blancos picos de las islas que selevantaban del mar. Y luego soñaba con los dife-rentes puertos y fondeaderos de las Islas Canarias.

No soñaba ya con tormentas, ni con mujeres,ni con grandes acontecimientos, ni con grandespeces, ni con peleas, ni con competiciones de fuer-za, ni con su esposa. Sólo soñaba ya con lugares,y con los leones en la playa. Jugaban como gati-tos a la luz del crepúsculo y él les tenía cariño lomismo que al muchacho. No soñaba jamás con elmuchacho. Simplemente despertaba, miraba porla puerta abierta a la luna y desenrollaba su pan-talón y se lo ponía. Orinaba junto a la choza yluego subía al camino a despertar al muchacho.Temblaba por el frío de la mañana. Pero sabíaque temblando se calentaría y que pronto estaríaremando.

La puerta de la casa donde vivía el muchachono estaba cerrada con llave; la abrió calladamen-te y entró descalzo. El muchacho estaba dor-mido en un catre en el primer cuarto, y el viejopodía verlo claramente a la luz de la luna mori-bunda. Le cogió con suavidad un pie y lo apretóhasta que el muchacho despertó y se volvió y lomiró. El viejo le hizo una seña con la cabeza y elmuchacho cogió su pantalón de la silla junto a lacama y, sentándose en ella, se lo puso.

El viejo salió afuera, y el muchacho vino trasél. Estaba soñoliento y el viejo le echó el brazosobre los hombros y dijo:

�Lo siento.�QuØ va �dijo el muchacho�. Es lo que debe

hacer un hombre.Marcharon camino abajo hasta la cabaña del

viejo; y a todo lo largo del camino, en la oscuri-

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luego la pasó a través de la otra agalla. Dio otravuelta al pico y anudó la doble cuerda y la sujetóa la bita de proa. Cortó entonces el cabo y se fuea popa a enlazar la cola. El pez se había vueltoplateado (originalmente era violáceo y plateado)y las franjas eran del mismo color violáceo páli-do de su cola. Eran más anchas que la mano deun hombre con los dedos abiertos y los ojos delpez parecían tan neutros como los espejos de unperiscopio o como un santo en una procesión.

�Era la única manera de matarlo �dijo el vie-jo. Se estaba sintiendo mejor desde que había to-mado el buche de agua y sabía que no desfallece-ría y su cabeza estaba despejada.

«Tal como está, pesa mil quinientas libras �pen-só�. Quizá más. ¿Si quedaran en limpio dos terciosde eso, a treinta centavos la libra?»

�Para eso necesito un lápiz �dijo�. Mi cabe-za no está tan clara como para eso. Pero creo queel gran DiMaggio se hubiera sentido hoy orgu-lloso de mí. Yo no tenía espuelas de hueso. Perolas manos y la espalda duelen de veras.

«Me pregunto qué será una espuela de hueso �pensó�. Puede que las tengamos sin saberlo.»

Sujetó el pez a la proa y a la popa y al bancodel medio. Era tan grande, que era como amarrarun bote mucho más grande al costado del suyo.Cortó un trozo de sedal y amarró la mandíbulainferior del pez contra su pico a fin de que no seabriera su boca y que pudiera navegar lo másdesembarazadamente posible. Luego encajó elmástil en la carlinga, y con el palo que era su bi-chero y el botalón aparejados, la remendada velacogió viento, el bote empezó a moverse y, mediotendido en la popa, el viejo puso proa al suroeste.

No necesitaba brújula para saber dónde esta-ba el suroeste. No tenía más que sentir la brisa yel tiro de la vela. «Será mejor que eche un sedalcon una cuchara al agua y trate de coger algo paracomer y mojarlo con agua.» Pero no encontróninguna cuchara. y sus sardinas estaban podridas.Así que enganchó un parche de algas marinas conel bichero y lo sacudió, y los pequeños camaro-nes que había en él cayeron en el fondo del bote.Había más de una docena de ellos y brincaban ypataleaban como pulgas de playa. El viejo lesarrancó las cabezas con el índice y el pulgar y selos comió, masticando las cortezas y las colas.Eran muy pequeñitos, pero él sabía que eran ali-menticios y no tenían mal sabor.

El viejo tenía todavía dos tragos de agua en labotella y se tomó la mitad de uno después de ha-ber comido los camarones. El bote navegaba bien,considerando los inconvenientes, y el viejo gober-naba con la caña del timón bajo el brazo. Podíaver al pez y no tenía más que mirar a sus manos ysentir el contacto de su espalda con la popa parasaber que esto había sucedido realmente y que noera un sueño. Una vez, cuando se sentía mal, ha-cia el final de la pelea, había pensado que quizá

fuera un sueño. Luego, cuando había visto saltaral pez del agua y permanecer inmóvil contra elcielo antes de caer, tuvo la seguridad de que eraalgo grandemente extraño y no podía creerlo.Luego empezó a ver mal. Ahora, sin embargo,había vuelto a ver como siempre.

Ahora sabía que el pez iba ahí y que sus ma-nos y su espalda no eran un sueño. «Las manoscuran rápidamente �pensó�. Las he desangra-do, pero el agua salada las curará. El agua oscuradel Golfo verdadero es la mejor cura que existe.Lo único que tengo que hacer es conservar la cla-ridad mental. Las manos han hecho su faena ynavegamos bien. Con su boca cerrada y su colavertical navegamos como hermanos.» �Luego sucabeza empezó a nublarse un poco y pensó�:«¿Me llevará él a mí o lo llevaré yo a él? Si yo lollevara a él a remolque no habría duda. Tampocosi el pez fuera en el bote ya sin ninguna digni-dad.» Pero navegaban juntos, ligados costado concostado, y el viejo pensó: «Deja que él me lleve siquiere. Yo sólo soy mejor que él por mis artes yél no ha querido hacerme daño.»

Navegaban bien y el viejo empapó las manosen el agua salada y trató de mantener la menteclara. Había altos cúmulos y suficientes cirrossobre ellos: por eso sabía que la brisa duraría todala noche. El viejo miraba al pez constantementepara cerciorarse de que era cierto. Pasó una horaantes de que le acometiera el primer tiburón.

El tiburón no era un accidente. Había surgidode la profundidad cuando la nube oscura de la san-gre se había formado y dispersado en el mar a unamilla de profundidad. Había surgido tan rápida-mente y tan sin cuidado, que rompió la superficiedel agua azul y apareció al sol. Luego se hundió denuevo en el mar y captó el rastro y empezó a na-dar siguiendo el curso del bote y el pez.

A veces perdía el rastro. Pero lo captaba de nue-vo, aunque sólo fuera por asomo, y se precipitabarápida y fieramente en su persecución. Era un ti-burón mako muy grande, hecho para nadar tanrápidamente como el más rápido pez en el mar, ytodo en él era hermoso, menos sus mandíbulas.

Su lomo era tan azul como el de un pez espa-da y su vientre era plateado y su piel era suave yhermosa. Estaba hecho como un pez espada, sal-vo por sus enormes mandíbulas, que iban her-méticamente cerradas mientras nadaba, justa-mente bajo la superficie, con su alta aleta dorsalcortando el agua sin oscilar. Dentro del cerradodoble labio de sus mandíbulas, sus ocho filas dedientes se inclinaban hacia dentro. No eran losordinarios dientes piramidales de la mayoría delos tiburones. Tenían la forma de los dedos de unhombre cuando se crispaban como garras. Erancasi tan largos como los dedos del viejo y teníanfilos como de navajas por ambos lados. Éste eraun pez hecho para alimentarse de todos los pecesdel mar que fueran tan rápidos y fuertes y bien

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dad, se veían hombres descalzos portando losmástiles de sus botes.

Cuando llegaron a la choza del viejo, el mu-chacho cogió de la cesta los rollos del sedal, elarpón y el bichero; y el viejo llevó el mástil conla vela arrollada al hombro.

�¿Quiere usted café? �preguntó el muchacho.�Pondremos el aparejo en el bote y luego to-

maremos un poco.Tomaron café en latas de leche condensada en un

puesto que abría temprano y servía a los pescadores.�¿Qué tal ha dormido, viejo? �preguntó el

muchacho.Ahora estaba despertando aunque todavía le

era difícil dejar su sueño.�Muy bien, Manolín �dijo el viejo�. Hoy

me siento confiado.�Lo mismo yo �dijo el muchacho�. Ahora

voy a buscar sus sardinas y las mías y sus carna-das frescas. El dueño trae él mismo nuestro apa-rejo. No quiere nunca que nadie lleve nada.

�Somos diferentes �dijo el viejo�. Yo te de-jaba llevar las cosas cuando tenías cinco años.

�Lo sé �dijo el muchacho�. Vuelvo ense-guida. Tome otro café. Aquí tenemos crédito.

Salió, descalzo, por las rocas de coral hasta lanevera donde se guardaban las carnadas.

El viejo tomó lentamente su café. Era lo úni-co que bebería en todo el día, y sabía que debíatomarlo. Hacía mucho tiempo que le mortifica-ba comer, y jamás llevaba un almuerzo. Teníauna botella de agua en la proa del bote, y eso eralo único que necesitaba para todo el día.

El muchacho estaba de regreso con las sardi-nas y las dos carnadas envueltas en un periódico,y bajaron por la vereda hasta el bote, sintiendo laarena con piedrecitas debajo de los pies, y levan-taron el bote y lo empujaron al agua.

�Buena suerte, viejo.�Buena suerte �dijo el viejo. Ajustó las amarras

de los remos a los toletes, y echándose adelantecontra los remos, empezó a remar, y salió del puer-to en la oscuridad. Había otros botes de otras pla-yas que salían a la mar, y el viejo sentía sumergirselas palas de los remos y empujar, aunque no podíaverlos ahora que la luna se había ocultado detrásde las lomas.

A veces alguien hablaba en un bote. Pero en sumayoría los botes iban en silencio, salvo por el ru-mor de los remos. Se desplegaron después de habersalido de la boca del puerto, y cada uno se dirigióhacia aquella parte del océano donde esperaba en-contrar peces. El viejo sabía que se alejaría muchode la costa y dejó atrás el olor a tierra y entróremando en el limpio olor matinal del océano. Viola fosforescencia de los sargazos en el agua mientrasremaba sobre aquella parte del océano que los pes-cadores llaman «el gran hoyo» porque se producíauna súbita hondonada de setecientas brazas, dondese congregaba toda suerte de peces debido al remo-

lino que hacía la corriente contra las escabrosas pa-redes del lecho del océano. Había aquí concentra-ciones de camarones y peces de carnada, y a vecesmanadas de calamares en los hoyos más profundos,y de noche se levantaban a la superficie, donde to-dos los peces merodeadores se cebaban en ellos.

En la oscuridad el viejo podía sentir venir la ma-ñana y, mientras remaba, oía el tembloroso rumorde los peces voladores que salían del agua y el siseoque sus rígidas alas hacían surcando el aire en la os-curidad. Sentía una gran atracción por los peces vo-ladores, que eran sus principales amigos en el océa-no. Sentía compasión por las aves; especialmentepor las pequeñas, delicadas y oscuras golondrinasde mar que andaban siempre volando y buscando,y casi nunca encontraban, y pensó: «Las aves llevanuna vida más dura que nosotros, salvo las de rapiñay las grandes y fuertes. ¿Por qué habrán hecho pája-ros tan delicados y tan finos como esas golondrinasde mar, cuando el océano es capaz de tanta cruel-dad? La mar es dulce y hermosa. Pero puede sercruel, y se encoleriza muy súbitamente, y esos pája-ros que vuelan picando y cazando, con sus tristesvocecillas, son demasiado delicados para la mar.»

Decía siempre la mar. Así es como le dicen enespañol cuando la quieren. A veces los que la quie-ren hablan mal de ella, pero lo hacen siempre comosi fuera una mujer. Algunos de los pescadores másjóvenes, los que usaban boyas y flotadores parasus sedales y tenían botes de motor compradoscuando los hígados de tiburón se cotizaban alto,empleaban el artículo masculino, le llamaban elmar. Hablaban del mar como de un contendienteo un lugar, o a un enemigo. Pero el viejo lo conce-bía siempre como perteneciente al género femeni-no y como algo que concedía o negaba grandesfavores, y si hacía cosas perversas y terribles eraporque no podía remediarlo. La luna, pensaba, leafectaba lo mismo que a una mujer.

Remaba firme y seguidamente, y no le costa-ba un esfuerzo excesivo porque se mantenía ensu límite de velocidad, y la superficie del océanoera plana, salvo por los ocasionales remolinos dela corriente. Dejaba que la corriente hiciera untercio de su trabajo; y cuando empezó a clarear,vio que se hallaba ya más lejos de lo que habíaesperado estar a esa hora.

«Durante una semana �pensó� he trabajadoen las profundas hondonadas, y no hice nada. Hoytrabajaré allá donde están las manchas de bonitosy albacoras, y acaso haya un pez grande con ellos.»

Antes de que se hiciera realmente de día, habíasacado sus carnadas y estaba derivando con la co-rriente. Un cebo llegaba a una profundidad decuarenta brazas. El segundo, a sesenta y cinco, yel tercero y el cuarto descendían hasta el agua azula cien y ciento veinticinco brazas.

Cada cebo pendía cabeza abajo con el asta otallo del anzuelo dentro del pescado que servía decarnada, sólidamente cosido y amarrado; toda la

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tad firmes, piernas. No me falles, cabeza. No mefalles. Nunca te has dejado llevar. Esta vez voy avirarlo.»

Pero cuando puso en ello todo su esfuerzoempezando a bastante distancia antes de que elpez se pusiera a lo largo del bote, y tirando contodas sus fuerzas, el pez se viró en parte, y luegose enderezó, y se alejó nadando.

�Pez �dijo el viejo�. Pez, vas a tener que morirde todos modos. ¿Tienes que matarme también a mí?

«De ese modo no se consigue nada», pensó. Suboca estaba demasiado seca para hablar, pero aho-ra no podía alcanzar el agua. «Esta vez tengo quearrimarlo �pensó�. No estoy para muchas vuel-tas más. ¡Sí, como no! �se dijo a sí mismo�. Estáspara eso y para mucho más.»

En la siguiente vuelta, estuvo a punto de ven-cerlo. Pero de nuevo el pez se enderezó y saliónadando lentamente.

«Me estás matando, pez �pensó el viejo�.Pero tienes derecho. Hermano, jamás en mi vidahe visto cosa más grande, ni más hermosa, ni mástranquila, ni más noble que tú. Vamos, ven amatarme. No me importa quién mate a quién.

»Ahora se está confundiendo mi mente �pen-só�. Tienes que mantener tu cabeza despejada.Mantén tu cabeza despejada y aprende a sufrircomo un hombre. O como un pez», pensó.

�Despéjate, cabeza �dijo en voz que apenaspodía oír�. ¡Despéjate!

Dos veces más ocurrió lo mismo en las vueltas.«No sé �pensó el viejo. Cada vez se había senti-

do a punto de desfallecer�. No sé. Pero probaréotra vez.»

Probó una vez más y se sintió desfallecer cuandoviró al pez. El pez se enderezó y salió nadando denuevo lentamente, meneando en el aire su gran cola.

«Probaré de nuevo», prometió el viejo, aun-que sus manos estaban ahora pulposas, y sólopodía ver bien a intervalos.

Probó de nuevo y fue lo mismo. «Vaya �pen-só, y se sintió desfallecer antes de empezar�. Voya probar otra vez.»

Cogió todo su dolor y lo que quedaba de sufuerza y del orgullo que había perdido hacía mu-cho tiempo y lo enfrentó a la agonía del pez. Yéste se viró sobre su costado y nadó suavementeasí, de costado, tocando, casi con el pico la tabla-zón del bote y empezó a pasarlo: largo, espeso,ancho, plateado y listado de púrpura e intermi-nable en el agua.

El viejo soltó el sedal y puso su pie sobre él, ylevantó el arpón tan alto como pudo y lo lanzóhacia abajo con toda su fuerza, y más fuerza queacababa de crear, al costado del pez, justamentedetrás de la gran aleta pectoral que se elevaba enel aire, a la altura del pecho de un hombre. Sintióque el hierro penetraba en el pez y se inclinó so-bre él y lo forzó a penetrar más, y luego le echóencima todo su peso.

Luego, el pez cobró vida, con la muerte en laentraña, y se levantó del agua, mostrando toda sugran longitud y anchura y todo su poder y subelleza. Pareció flotar en el aire sobre el viejo queestaba en el bote. Luego cayó en el agua con unestampido que arrojó un reguero de agua sobre elviejo y sobre todo el bote.

El viejo se sentía desfallecer y estaba mareadoy no veía bien. Pero soltó el sedal del arpón ylo dejó correr lentamente entre sus manos encarne viva, y cuando pudo ver, vio que el pezestaba de espalda, con su plateado vientre haciaarriba. El mango del arpón se proyectaba en án-gulo desde el hombro del pez y el mar se estabatiñendo de la sangre roja de su corazón. Primeroera oscura como un bajío en el agua azul que te-nía más de una milla de profundidad. Luego sedistendió como una nube. El pez era plateado yestaba quieto y flotaba movido por las olas.

El viejo miró con atención en el intervalo devista que tenía. Luego dio dos vueltas con el sedaldel arpón a la bita de la proa y se sujetó la cabezacon las manos.

�Tengo que mantener clara la mente �dijocontra la madera de la proa�. Soy un hombre vie-jo y cansado. Pero he matado a este pez, que es mihermano y ahora tengo que terminar la faena.

«Ahora tengo que preparar los lazos y la cuer-da para amarrarlo al costado �pensó�. Aun cuan-do fuéramos dos y anegáramos el bote paracargar al pez y achicáramos luego el bote, no po-dría jamás con él. Tengo que prepararlo todo yluego arrimarlo y amarrarlo bien y encajar elmástil y largar vela de regreso.»

Empezó a tirar del pez para ponerlo a lo largodel costado, de modo que pudiera pasar un sedalpor sus agallas, sacarlo por la boca y amarrar sucabeza al costado de proa. «Quiero verlo �pen-só�, tocarlo, y palparlo. Creo que sentí el con-tacto con su corazón �pensó�. Cuando empujéel mango del arpón la segunda vez. Acercarloahora y amarrarlo, y echarle el lazo a la cola yotro por el centro, y ligarlo al bote.»

�Ponte a trabajar, viejo �dijo. Tomó un tra-go muy pequeño de agua�. Hay mucha faena quehacer ahora que la pelea ha terminado.

Alzó la vista al cielo y luego la tendió hacia supez. Miró al sol con detenimiento. «No debe sermucho más de mediodía �pensó�. Y la brisa seestá levantando. Los sedales no significan nadaya. El muchacho y yo los empalmaremos cuandolleguemos a casa.

�Vamos, pescado, ven acá �dijo. Pero el pezno venía. Seguía allí, flotando en el mar, y el vie-jo llevó el bote hasta él.

Cuando estuvo a su nivel y tuvo la cabeza delpez contra la proa, no pudo creer que fuera tangrande. Pero soltó de la bita la soga del arpón, lapasó por las agallas del pez y la sacó por sus man-díbulas. Dio una vuelta con ella a la espalda y

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parte saliente del anzuelo, la curva y el garfio,estaba recubierta de sardinas frescas. Cada sardi-na había sido empalada por los ojos, de modo quehacían una semiguirnalda en el acero saliente. Nohabía ninguna parte del anzuelo que pudiera dara un gran pez la impresión de que no era algosabroso y de olor apetecible.

El muchacho le había dado dos pequeños boni-tos frescos, que colgaban de los sedales más pro-fundos como plomadas, y en los otros tenía unaabultada cojinúa y un cibele que habían sido usa-dos antes, pero estaban en buen estado y las exce-lentes sardinas les prestaban aroma y atracción.Cada sedal, del espesor de un lápiz grande, ibaenroscado a una varilla verdosa, de modo quecualquier tirón o picada al cebo haría sumergir lavarilla; y cada sedal tenía dos adujas o rollos decuarenta brazas que podían empatarse a los ro-llos de repuesto, de modo que, si era necesario,un pez podía llevarse más de trescientas brazas.

El hombre vio ahora descender las tres vari-llas sobre la borda del bote y remó suavementepara mantener los sedales estirados y a su debidaprofundidad. Era día pleno y el sol podía salir encualquier momento.

El sol se levantó tenuemente del mar y el viejopudo ver los otros botes, bajitos en el agua, y bienhacia la costa, desplegados a través de la corriente.El sol se tornó más brillante y su resplandor cayósobre el agua; luego, al levantarse más en el cielo,el plano mar lo hizo rebotar contra los ojos delviejo, hasta causarle daño; y siguió remando sinmirarlo. Miraba al agua y vigilaba los sedales quese sumergían verticalmente en la tiniebla de ésta.Los mantenía más rectos que nadie, de manera quea cada nivel en la tiniebla de la corriente hubieraun cebo esperando, exactamente donde él queríaque estuviera, por cualquier pez que pasara porallí. Otros los dejaban correr a la deriva con la co-rriente y a veces estaban a sesenta brazas cuandolos pescadores creían que estaban a cien.

«Pero �pensó el viejo�, yo los mantengo conprecisión. Lo que pasa es que ya no tengo suerte.Pero, ¿quién sabe? Acaso hoy. Cada día es un nuevodía. Es mejor tener suerte. Pero yo prefiero ser exac-to. Luego, cuando venga la suerte, estaré dispuesto.»

El sol estaba en ese momento a dos horas dealtura, y no le hacía tanto daño a los ojos mirar aleste. Ahora sólo había tres botes a la vista, y lu-cían muy bajo y muy lejos hacia la orilla.

«Toda mi vida me ha hecho daño en los ojosel sol naciente �pensó�. Sin embargo, todavíaestán fuertes. Al atardecer, puedo mirarlo de fren-te sin deslumbrarme. Y por la tarde tiene másfuerza. Pero por la mañana es doloroso.»

Justamente entonces, vino una de esas aves ma-rinas llamadas fragatas con sus largas alas negrasgirando en el cielo sobre él. Hizo una rápida pica-da, ladeándose hacia abajo, con sus alas tendidashacia atrás, y luego siguió girando nuevamente.

�Ha cogido algo �dijo en voz alta el viejo�.No sólo está mirando.

Remó lentamente y con firmeza hacia dondeestaba el ave trazando círculos. No se apuró ymantuvo los sedales verticalmente. Pero habíaforzado un poco la marcha a favor de la corrien-te, de modo que todavía estaba pescando con co-rrección, pero más lejos de lo que hubiera pesca-do si no tratara de guiarse por el ave.

El ave se elevó más en el aire y volvió a girar,con sus alas inmóviles. Luego picó de súbito, y elviejo vio una partida de peces voladores que bro-taban del agua y navegaban desesperadamentesobre la superficie.

�Dorados �dijo en voz alta el viejo�. Dora-dos grandes.

Montó los remos y sacó un pequeño sedal dedebajo de la proa. Tenía un alambre y un anzue-lo de tamaño mediano, y lo cebó con una de lassardinas. Lo soltó por sobre la borda y lo amarróa una argolla a popa. Luego cebó el otro sedal y lodejó enrollado a la sombra de la proa. Volvió aremar y a mirar al ave negra de largas alas queahora trabajaba a poca altura sobre el agua.

Mientras él miraba, el ave picó de nuevo ladean-do sus alas para el buceo, y luego salió agitándolasfiera y fútilmente, siguiendo a los peces voladores.El viejo podía ver la leve comba que formaba en elagua el dorado grande siguiendo a los peces fugiti-vos. Los dorados corrían, disparados, bajo el vue-lo de los peces y estarían, corriendo velozmente,en el lugar donde cayeran los peces voladores. «Esun gran bando de dorados �pensó�. Están des-plegados ampliamente: pocas probabilidades deescapar tienen los peces voladores. El ave no tieneoportunidad. Los peces voladores son demasiadograndes para ella, y van demasiado velozmente.»

El hombre observó cómo los peces volado-res irrumpían una y otra vez, y los inútiles mo-vimientos del ave. «Esa mancha de peces se me haescapado �pensó�. Se están alejando demasiadorápidamente, y van demasiado lejos. Pero acasocoja alguno extraviado, y es posible que mi pezgrande esté en sus alrededores. Mi pescado gran-de tiene que estar en alguna parte.»

Las nubes se levantaban ahora sobre la tierracomo montañas, y la costa era sólo una larga líneaverde con las lomas azul-grises detrás de ella. Elagua era ahora de un azul profundo, tan oscuroque casi resultaba violado. Al bajar la vista, vio elcolor rojo del plancton en el agua oscura, y la ex-traña luz que ahora daba el sol. Examinó sus sedales,y los vio descender rectamente hacia abajo, y per-derse de vista; y se sintió feliz viendo tantoplancton, porque eso significaba que había peces.

La extraña luz que el sol hacía en el agua, aho-ra que el sol estaba más alto, significaba buen tiem-po, y lo mismo la forma de las nubes sobre latierra. Pero el ave estaba ahora casi fuera del al-cance de la vista y en la superficie del agua no

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dal. Dos veces, sin embargo, había sentido vahídosy mareos, y eso lo preocupaba.

�No puedo fallarme a mí mismo y morir fren-te a un pez como éste �dijo�. Ahora que lo es-toy acercando tan lindamente, Dios me ayude aresistir. Rezaré cien padrenuestros y cienavemarías. Pero no puedo rezarlos ahora.

«Considéralos rezados �pensó�. Los rezarémás tarde.»

Justamente entonces, sintió de súbito una se-rie de tirones y sacudidas en el sedal, que sujetabacon ambas manos. Era una sensación viva, duray pesada.

«Está golpeando el alambre con su pico �pen-só�. Tenía que suceder. Tenía que hacer eso. Sinembargo, puede que lo haga brincar fuera del agua,y yo preferiría que ahora siguiera dando vueltas.Los brincos fuera del agua le eran necesarios paratomar aire. Pero después de eso, cada uno puedeensanchar la herida del anzuelo, y pudiera llegara soltar el anzuelo.»

�No brinques, pez �dijo�. No brinques.El pez golpeó el alambre varias veces más, y

cada vez que sacudía la cabeza, el viejo cedía unpoco más de sedal.

«Tengo que evitar que aumente su dolor �pensó�. El mío no importa. Yo puedo contro-larlo. Pero su dolor pudiera exasperarlo.»

Después de un rato, el pez dejó de golpear elalambre y empezó a girar de nuevo lentamente.Ahora el viejo estaba ganando sedal gradualmen-te. Pero de nuevo sintió un vahído. Cogió un pocode agua del mar con la mano izquierda y se mojóla cabeza. Luego cogió más agua y se frotó la par-te de atrás del cuello.

�No tengo calambres �dijo�. El pez estarápronto arriba y tengo que resistir. Tienes que re-sistir. De eso, ni hablar.

Se arrodilló contra la proa y, por un momen-to, deslizó de nuevo el sedal sobre su espalda. «Aho-ra descansaré mientras él sale a trazar su círculo,y luego, cuando venga, me pondré de pie y lotrabajaré», decidió.

Era una gran tentación descansar en la proa ydejar que el pez trazara un círculo por sí mismosin recoger sedal alguno. Pero cuando la tirantezindicó que el pez había virado para venir hacia elbote, el viejo se puso de pie y empezó a tirar enese movimiento giratorio y de contoneo, hastarecoger todo el sedal ganado al pez.

«Jamás me he sentido tan cansado �pensó�,y ahora se está levantando la brisa. Pero eso meayudará a llevarlo a tierra. Lo necesito mucho.»

�Descansaré en la próxima vuelta que salga adar �dijo�. Me siento mucho mejor. Luego, endos o tres vueltas más, lo tendré en mi poder.

Su sombrero de yarey estaba allá en la partede atrás de la cabeza. El viejo sintió girar de nue-vo al pez, y un fuerte tirón del sedal lo hundiócontra la proa.

«Pez, ahora tú estás trabajando �pensó�. Ala vuelta te pescaré.»

El mar estaba bastante más agitado. Pero erauna brisa de buen tiempo y el viejo la necesitabapara volver a tierra.

�Pondré, simplemente, proa al sur y al oes-te �dijo�. Un hombre no se pierde nunca en lamar. Y la isla es larga.

Fue en la tercera vuelta cuando primero vio alpez. Lo vio primero como una sombra oscura(que tardó tanto tiempo en pasar bajo el bote,que el viejo no podía creer su longitud).

�No �dijo�. No puede ser tan grande.Pero era tan grande, y al cabo de su vuelta

salió a la superficie solo a treinta yardas de dis-tancia, y el hombre vio su cola fuera del agua.Era más alta que una gran hoja de guadaña, y deun color azuloso-rojizo muy pálido sobre la os-cura agua azul. Volvió a hundirse, y mientras elpez nadaba justamente bajo la superficie, el viejopudo ver su enorme bulto y las franjas purpurinasque lo ceñían. Su aleta dorsal estaba aplanada; ysus enormes aletas pectorales desplegadas a todolo que daban.

En ese círculo pudo el viejo ver el ojo del pezy las dos rémoras grises que nadaban en torno aél. A veces se adherían a él. A veces salían dis-paradas. A veces nadaban tranquilamente a susombra. Cada una tenía más de tres pies de largo,y cuando nadaban rápidamente meneaban todosu cuerpo como anguilas.

El viejo estaba ahora sudando, pero por algomás, que por el sol. En cada vuelta que daba pláciday tranquilamente el pez, el viejo iba ganando se-dal y estaba seguro de que en dos vueltas más ten-dría ocasión de clavarle el arpón.

«Pero tengo que acercarlo, acercarlo, acercar-lo �pensó�. No debo apuntar a la cabeza. Ten-go que metérselo en el corazón.»

�Calma y fuerza, viejo �dijo.En la vuelta siguiente, el lomo del pez salió

del agua; pero estaba demasiado lejos del bote.En la siguiente vuelta, estaba todavía lejos, perosobresalía más del agua, y el viejo estaba segurode que cobrando un poco más de sedal habríapodido arrimarlo al bote.

Había preparado su arpón mucho antes y surollo de cabo ligero estaba en una cesta redonda,y el extremo estaba amarrado a la bita en la proa.

Ahora el pez se estaba acercando, bello y tran-quilo, a la mirada, y sin mover más que su grancola. El viejo tiró de él todo lo que pudo paraacercarlo más. Por un instante el pez se viró unpoco sobre un costado. Luego se enderezó y em-prendió otra vuelta.

�Lo moví �dijo el viejo�. Esta vez lo moví.Sintió nuevamente un vahído, pero siguió apli-

cando toda la presión de que era capaz el granpez. «Lo he movido �pensó�. Quizá esta vezpueda virarlo. Tirad, manos �pensó�. Aguan-

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aparecían más que algunos parches de amarillosargazo requemado por el sol, y la violada, re-dondeada, iridiscente y gelatinosa vejiga de unamedusa que flotaba a corta distancia del bote. Flo-taba alegremente como una burbuja con sus lar-gos y mortíferos filamentos purpurinos a remol-que por espacio de una yarda.

�Agua mala �dijo el hombre�. Puta.Desde donde se balanceaba suavemente contra

sus remos, bajó la vista hacia el agua y vio los diminu-tos peces que tenían el color de los largos filamentosy nadaban entre ellos y bajo la breve sombra quehacía la burbuja en su movimiento a la deriva. Eraninmunes a su veneno. Pero el hombre, no, y cuandoalgunos de los filamentos se enredaban en el cordely permanecían allí, viscosos y violados, mientras elviejo laboraba por levantar un pez, sufría verdugonesy excoriaciones en los brazos y manos, como losque producen el guao y la hiedra venenosa. Peroestos envenenamientos por el agua mala actuabanrápidamente y como latigazos.

Las burbujas iridiscentes eran bellas. Pero eranla cosa más falsa del mar, y el viejo gozaba viendocómo se las comían las tortugas marinas. Las tortu-gas las veían, se les acercaban por delante, luegocerraban los ojos, de modo que, con su carapacho,estaban completamente protegidas, y se las comíancon filamentos y todo. El viejo gustaba de ver a lastortugas comiéndoselas y gustaba de caminar sobreellas en la playa, después de una tormenta, oírlasreventar cuando les ponía encima sus pies callosos.

Le encantaban las tortugas verdes y los careyescon su elegancia y velocidad, y su gran valor; ysentía un amistoso desdén por las estúpidas tortu-gas llamadas caguamas, amarillosas en su carapacho,extrañas en sus copulaciones, y comiendo muy con-tentas las aguas malas con sus ojos cerrados.

No sentía ningún misticismo acerca de las tor-tugas, aunque había navegado muchos años enbarcos tortugueros. Les tenía lástima; lástima sen-tía hasta de los grandes «baúles», que eran tan lar-gos como el bote y pesaban una tonelada. Por logeneral, la gente no tiene piedad de las tortugasporque el corazón de una tortuga sigue latiendovarias horas después que han sido muertas. Pero elviejo pensó: «También yo tengo un corazón así, ymis pies y mis manos son como los suyos.» Se co-mía sus blancos huevos para darse fuerza. Loscomía todo el mes de mayo para estar fuerte enseptiembre y salir en busca de los peces verdadera-mente grandes.

También tomaba a diario una taza de aceitede hígado de tiburón sacándolo del tanque quehabía en la barraca donde muchos de los pesca-dores guardaban su aparejo. Estaba allí, para todoslos pescadores que lo quisieran. La mayoría de lospescadores detestaban su sabor. Pero no era peorque levantarse a las horas en que se levantaban, yera muy bueno contra todos los catarros y gripes,y era bueno para sus ojos.

Ahora el viejo alzó la vista y vio que el aveestaba girando de nuevo en el aire.

�Ha encontrado peces �dijo en voz alta. Nin-gún pez volador rompía la superficie y no habíadesparramo de peces de carnada. Pero mientrasmiraba el anciano, un pequeño bonito se levantóen el aire, giró y cayó de cabeza en el agua. Elbonito emitió unos destellos de plata al sol, y des-pués que hubo vuelto al agua, otro y otro más selevantaron, y estaban brincando en todas las di-recciones, batiendo el agua y dando largos saltosdetrás de sus presas, cercándolas, espantándolas.

«Si no van demasiado rápidos, los alcanzaré»,pensó el viejo, y vio la mancha batiendo el agua,de modo que era blanca de espuma, y ahora elave picaba y buceaba en busca de los peces, forza-dos a subir a la superficie por el pánico.

�El ave es una gran ayuda �dijo el viejo. Jus-tamente entonces el sedal de popa se tensó bajo supie, en el punto donde había guardado un rollo desedal, y soltó los remos y tanteó el sedal para verqué fuerza tenían los tirones del pequeño bonito;y sujetando firmemente el sedal, empezó a levan-tarlo. El retemblor iba en aumento según tiraba, ypudo ver en el agua el negro-azul del pez, y el orode sus costados, antes de levantarlo sobre la borday echarlo en el bote. Quedó tendido a popa, al sol,compacto y en forma de bala, sus grandes ojos sininteligencia mirando fijamente mientras dejaba suvida contra la tablazón del bote con los rápidos ytemblorosos golpes de su cola. El viejo le pegó enla cabeza para que no siguiera sufriendo, y le diouna patada. El cuerpo del pez temblaba todavía ala sombra de popa.

�Bonito �dijo en voz alta�. Hará una lindacarnada. Debe de pesar diez libras.

No recordaba cuánto tiempo hacía que habíaempezado a hablar solo en voz alta cuando no teníaa nadie con quien hablar. En los viejos tiempos, cuan-do estaba solo, cantaba; a veces, de noche, cuandohacía su guardia al timón de las chalupas y lostortugueros, cantaba también. Probablemente ha-bía empezado a hablar en voz alta cuando se habíaido el muchacho. Pero no recordaba. Cuando él yel muchacho pescaban juntos, por lo general habla-ban únicamente cuando era necesario. Hablaban denoche o cuando los cogía el mal tiempo. Se conside-raba una virtud no hablar innecesariamente en elmar, y el viejo siempre lo había reconocido así y lorespetaba. Pero ahora expresaba sus pensamientosen voz alta muchas veces, puesto que no había na-die a quien pudiera mortificar.

�Si los otros me oyeran hablar en voz alta,creerían que estoy loco �dijo�. Pero, puesto queno estoy loco, no me importa. Los ricos tienenradios que les hablan en sus embarcaciones y lesdan las noticias del béisbol.

«Ésta no es hora de pensar en el béisbol�pensó�. Ahora hay que pensar en una sola cosa.Aquella para la que he nacido. Pudiera haber un

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levantó la cabeza de la madera y la sacó de la taja-da de pescado que su mejilla había aplastado. Lue-go se puso de rodillas y seguidamente se puso depie con lentitud. Estaba cediendo sedal, pero máslentamente cada vez. Logró volver adonde podíasentir con el pie los rollos de sedal que no veía.Quedaba todavía suficiente sedal y ahora el peztenía que vencer la fricción de todo aquel nuevosedal a través del agua.

«Sí �pensó�. Y ahora ha salido más de unadocena de veces fuera del agua y ha llenado de airelas bolsas a lo largo del lomo y no puede descendera morir a las profundidades de donde yo no puedalevantarlo. Pronto empezará a dar vueltas. Enton-ces tendré que empezar a trabajarlo. Me preguntoqué le habrá hecho brincar tan de repente fueradel agua. ¿Habrá sido el hambre, llevándolo a ladesesperación, o habrá sido algo que lo asustó enla noche? Quizás haya tenido miedo de repente.Pero era un pez tranquilo, tan fuerte, y pareciótan valeroso y confiado... Es extraño.»

�Mejor será que tú mismo no tengas miedo yque tengas confianza, viejo �dijo�. Lo estás su-jetando de nuevo, pero no puedes recoger sedal.Pronto tendrá que empezar a girar en derredor.

El viejo sujetaba ahora al pez con su manoizquierda y con sus hombros, y se inclinó y co-gió agua en el hueco de la mano derecha paraquitarse de la cara la carne aplastada del dorado.Temía que le diera náuseas, y vomitara, y perdie-ra sus fuerzas. Cuando hubo limpiado la cara, lavóla mano derecha en el agua por sobre la borda, yluego la dejó en el agua salada mientras percibíala aparición de la primera luz que precede a lasalida del sol.

«Va casi derecho al este �pensó�. Eso quieredecir que está cansado y que sigue la corriente.Pronto tendrá que girar. Entonces empezará nues-tro verdadero trabajo.»

Después de considerar que su mano derechallevaba suficiente tiempo en el agua, la sacó y lamiró.

�No está mal �dijo�. Para un hombre, eldolor no importa.

Sujetó el sedal con cuidado, de tal forma queno se ajustara a ninguna de las recientes rozadu-ras, y lo corrió de modo que pudiera poner sumano izquierda en el mar por sobre el otro costa-do del bote.

�Lo has hecho bastante bien y no en balde�dijo a su mano izquierda�. Pero hubo un mo-mento en que no podía encontrarte.

«¿Por qué no habré nacido con dos buenasmanos? �pensó�. Quizá yo haya tenido la cul-pa, por no entrenar ésta debidamente. Pero biensabe Dios que ha tenido bastantes ocasiones deaprender. No lo ha hecho tan mal esta noche,después de todo, y sólo ha sufrido calambre unavez. Si le vuelve a dar, deja que el sedal le arran-que la piel.»

Cuando le pareció que se le estaba nublandoun poco la cabeza, pensó que debía comer un pocomás de dorado. «Pero no puedo �se dijo�. Esmejor tener la mente un poco nublada que per-der fuerzas por la náusea. Y yo sé que no podréguardar la carne si me la como después de haber-me embarrado la cara con ella. La dejaré para uncaso de apuro hasta que se ponga mala. Pero esdemasiado tarde para tratar de ganar fuerzas pormedio de la alimentación. Eres estúpido �sedijo�. Cómete el otro pez volador.»

Estaba allí, limpio y listo, y lo recogió con lamano izquierda, y se lo comió todo, hasta la cola,masticando cuidadosamente.

«Era más alimenticio que casi cualquier otropez �pensó�. Por lo menos me dará el tipo defuerza que necesito. Ahora he hecho lo quepodía �pensó�. Que empiece a trazar círcu-los, y venga la pelea.»

El sol estaba saliendo por tercera vez desdeque se había hecho a la mar, cuando el pez empe-zó a dar vueltas.

El viejo no podía ver, por el sesgo del sedal,que el pez estaba girando. Era demasiado prontopara eso. Sentía simplemente un débil aflojamien-to de la presión del sedal y comenzó a tirar de élsuavemente con la mano derecha. Se tensó, comosiempre, pero justo cuando llegó al punto en quese hubiera roto, el sedal empezó a ceder. El viejosacó con cuidado la cabeza y los hombros dedebajo del sedal, y empezó a recogerlo suave yseguidamente. Usó las dos manos sucesivamente,balanceándose y tratando de efectuar la tracción,lo más posible, con el cuerpo y con las piernas.Sus viejas piernas y sus hombros giraban con esemovimiento de montoneo a que lo obligaba latracción.

�Es un ancho círculo �dijo�. Pero está girando.Luego el sedal terminó de ceder, y el viejo lo

sujetó hasta que vio que empezaba a soltar las go-tas al sol. Luego empezó a correr, y el viejo se arro-dilló y lo dejó ir nuevamente, a regañadientes, alagua oscura.

�Ahora está haciendo la parte más lejana delcírculo �dijo.

«Debo aguantar todo lo posible �pensó�. Latirantez acortará su círculo cada vez más. Es po-sible que lo vea dentro de una hora. Ahora deboconvencerlo y luego debo matarlo.»

Pero el pez seguía girando lentamente y el vie-jo estaba empapado en sudor y fatigado hasta lamédula dos horas después. Pero los círculos eranmucho más cortos; y, por la forma en que el se-dal se sesgaba, podía apreciar que el pez había idosubiendo mientras giraba.

Durante una hora, el viejo había estado vien-do puntos negros ante los ojos, y el sudor salabasus ojos y salaba la herida que tenía en su ceja yen su frente. No temía a los puntos negros. Erannormales a la tensión a que estaba tirando del se-

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pez grande en torno a esa mancha. Sólo he cogidoun bonito extraviado de los que estaban comien-do. Pero están trabajando rápidamente y a lo le-jos. Todo lo que asoma hoy a la superficie viajamuy rápidamente y hacia el nordeste. ¿Será la hora?¿O será alguna señal del tiempo, que yo no conoz-co?» Ahora no podía ver el verdor de la costa; sólolas cimas de las verdes colinas que asomaban blan-cas como si estuvieran coronadas de nieve, y lasnubes parecían altas montañas de nieve sobre ellas.El mar estaba muy oscuro, y la luz hacía prismaen el agua. Y las miríadas de lunares del planctoneran anuladas ahora por al alto sol, y el viejo sóloveía los grandes y profundos prismas en el aguaazul que tenía una milla de profundidad, y en laque sus largos sedales descendían verticalmente.

Los pescadores llamaban bonitos a todos los pe-ces de esa especie, y sólo distinguían entre ellos porsus nombres propios cuando venían a cambiarlospor carnadas. Los bonitos estaban de nuevo abajo.El sol calentaba fuertemente y el viejo lo sentía enla parte de atrás del cuello, y sentía el sudor que lecorría por la espalda mientras remaba.

«Pudiera dejarme ir a la deriva �pensó�, ydormir, y echar un lazo al dedo gordo del piepara despertar si pican. Pero hoy hace ochenta ycinco días, y tengo que aprovechar el tiempo.»

Justamente entonces, mientras vigilaba lossedales, vio que una de las varillas se sumergíavivamente.

�Sí �dijo�. Sí �y montó los remos sin gol-pear el bote.

Cogió el sedal y lo sujetó suavemente entre elíndice y el pulgar de su mano derecha. No sintiótensión, ni peso, y aguantó ligeramente. Luegovolvió a sentirlo. Esta vez fue un tirón de tanteo,ni sólido, ni fuerte; y el viejo se dio cuenta, exac-tamente, de lo que era. A cien brazas más abajo,una aguja estaba comiendo las sardinas quecubrían la punta y el cabo del anzuelo en el pun-to donde el anzuelo, forjado a mano, sobresalíade la cabeza del pequeño bonito.

El viejo sujetó delicada y blandamente el sedal,y con la mano izquierda lo soltó del palito verde.Ahora podía dejarlo correr entre sus dedos sin queel pez sintiera ninguna tensión.

«A esta distancia de la costa, en este mes, debe deser enorme �pensó el viejo�. Cómelas, pez. Cóme-las. Por favor, cómelas. Están de lo más frescas; y tú,ahí, a seiscientos pies en el agua fría y a oscuras. Daotra vuelta en la oscuridad y vuelve a comértelas.»

Sentía el leve y delicado tirar; y luego, un tirónmás fuerte cuando la cabeza de una sardina debíade haber sido más difícil de arrancar del anzuelo.Luego, nada.

�Vamos, ven �dijo el viejo en voz alta�. Daotra vuelta. Da otra vuelta. Ven a olerlas. ¿Verdadque son sabrosas? Cómetelas ahora, y luego ten-drás un bonito. Duro y frío y sabroso. No seastímido, pez. Cómetelas.

Esperó con el sedal entre el índice y el pulgar,vigilándolo, y vigilando los otros al mismo tiem-po, pues el pez pudiera virar arriba o abajo. Lue-go volvió a sentir la misma y suave tracción.

�Lo cogerá �dijo el viejo en voz alta�. Dioslo ayude a cogerlo.

No lo cogió, sin embargo. Se fue y el viejo nosintió nada más.

�No puede haberse ido �dijo�. ¡No se pue-de haber ido, maldito! Está dando una vuelta. Esposible que haya sido enganchado alguna otra vezy que recuerde algo de eso.

Luego sintió un suave contacto en el sedal yde nuevo fue feliz.

�No ha sido más que una vuelta �dijo�. Locogerá.

Era feliz sintiéndolo tirar suavemente, y luegotuvo la sensación de algo duro e increíblementepesado. Era el peso del pez, y dejó que el sedal sedeslizara abajo, abajo, llevándose los dos primerosrollos de reserva. Según descendía, deslizándose sua-vemente entre los dedos del viejo, todavía él podíasentir el gran peso, aunque la presión de su índicey de su pulgar era casi imperceptible.

�¡Qué pez! �dijo�. Lo lleva atravesado en laboca, y se está yendo con él.

«Luego virará y se lo tragará», pensó. No dijoesto porque sabía que cuando uno dice una bue-na cosa, posiblemente no suceda. Sabía que ésteera un pez enorme, y se lo imaginó alejándose enla tiniebla con el bonito atravesado en la boca.En ese momento sintió que había dejado de mo-verse, pero el peso persistía todavía. Luego el pesofue en aumento, y el viejo le dio más sedal. Acen-tuó la presión del índice y el pulgar por un mo-mento, y el peso fue en aumento. Y el sedal des-cendía verticalmente.

�Lo ha cogido �dijo�. Ahora dejaré que selo coma a su gusto.

Dejó que el sedal se deslizara entre sus dedosmientras bajaba la mano izquierda y amarraba elextremo suelto de los dos rollos de reserva al lazode los rollos de reserva del otro sedal. Ahora esta-ba listo. Tenía tres rollos de cuarenta brazas desedal en reserva, además del que estaba usando.

�Come un poquito más �dijo�. Come bien.«Cómetelo de modo que la punta del anzuelo

penetre en tu corazón y te mate �pensó�. Subesin cuidado y déjame clavarte el arpón. Bueno.¿Estás listo? ¿Llevas suficiente tiempo a la mesa?»

�¡Ahora! �dijo en voz alta y tiró fuerte conambas manos; ganó un metro de sedal; luego tiróde nuevo, y de nuevo, balanceando cada brazoalternativamente y girando sobre sí mismo.

No sucedió nada. El pez seguía, simplemente,alejándose con lentitud, y el viejo no podía le-vantarlo ni una pulgada. Su sedal era fuerte; eracordel catalán y nuevo, de este año, hecho para pe-ces pesados, y lo sujetó contra su espalda hastaque estuvo tan tirante que soltó gotas de agua.

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se percibía la luz de su lento descenso. Se volvióentonces y puso los dos peces voladores dentrode los filetes de pescado y, volviendo el cuchillo ala funda, regresó lentamente a la proa. Su espaldaera doblada por la presión del sedal que corríasobre ella mientras él avanzaba con el pescado enla mano derecha.

De vuelta en la proa, puso los dos filetes depescado en la madera y los peces voladores junto aellos. Después de esto, afirmó el sedal a través desus hombros y en un lugar distinto, y lo sujetóde nuevo con la mano izquierda apoyada en laregala. Luego se inclinó sobre la borda y lavó lospeces voladores en el agua notando la velocidaddel agua contra su mano. Su mano estaba fosfo-rescente por haber pelado al pescado y observóel flujo del agua contra ella. El flujo era menosfuerte y al frotar el canto de su mano contra latablazón del bote salieron flotando partículas defósforo y derivaron lentamente hacia popa.

�Se está cansando o descansando �dijo el vie-jo�. Ahora déjame comer este dorado, y to-mar algún descanso, y dormir un poco.

Bajo las estrellas en la noche, que se iba tor-nando cada vez más fría, se comió la mitad deuno de los filetes de dorado y uno de los pecesvoladores limpio de tripa y sin cabeza.

�Qué excelente pescado es el dorado para comer-lo cocinado �dijo�. Y qué pescado más malo es cru-do. Jamás volveré a salir en un bote sin sal o limones.

«Si hubiera tenido cerebro, habría echado aguasobre la proa todo el día. Al secarse, habría hechosal �pensó�. Pero el hecho es que no enganché eldorado hasta cerca de la puesta del sol. Sin embar-go, fue una falta de previsión. Pero lo he mastica-do bien y no siento náuseas.»

El cielo se estaba nublando sobre el este y unatras otra las estrellas que conocía fueron desapa-reciendo. Ahora parecía como si estuvieran en-trando en un gran desfiladero de nubes, y el vien-to había amainado.

�Dentro de tres o cuatro días habrá mal tiem-po �dijo�. Pero no esta noche, ni mañana. Apa-reja ahora para dormir un poco, viejo, mientrasel pez está tranquilo y sigue tirando seguido.

Sujetó firmemente el sedal en su mano dere-cha, luego empujó su muslo contra su mano de-recha mientras echaba todo el peso contra la ma-dera de la proa. Después pasó el sedal un pocomás abajo, en los hombros, y lo aguantó con lamano izquierda en forma de soporte.

«Mi mano derecha puede sujetarlo mientrastenga soporte �pensó�. Si se afloja en el sueño,mi mano izquierda me despertará cuando el sedalempiece a correr. Es duro para la mano derecha.Pero está acostumbrada al castigo. Aun cuandosólo duerma veinte minutos o media hora, mehará bien.» Se inclinó adelante, afianzándose con-tra el sedal con todo su cuerpo, echando todo supeso sobre la mano derecha, y se quedó dormido.

No soñó con los leones marinos. Soñó conuna vasta mancha de marsopas que se extendíapor espacio de ocho a diez millas. Y esto era en laépoca de su apareamiento, y brincaban muy altoen el aire, y volvían al mismo hoyo que habíanabierto en el agua al brincar fuera de ella.

Luego soñó que estaba en el pueblo, en sucama, y soplaba un norte, y hacía mucho frío, ysu mano derecha estaba dormida porque su cabe-za había descansado sobre ella en vez de hacerlosobre una almohada.

Después sí empezó a soñar con la larga playaamarilla, y vio al primero de los leones que des-cendían a ella al anochecer. Y luego vinieron losotros leones. Y él apoyó la barbilla sobre la made-ra de la proa del barco que allí estaba fondeado, ysintió la vespertina brisa de tierra mientras aguar-daba a ver si venían más leones. Y era feliz.

La luna se había levantado hacía mucho tiem-po, pero él seguía durmiendo, y el pez seguía ti-rando seguidamente del bote, y éste entraba enun túnel de nubes.

Lo despertó la sacudida de su puño derecho con-tra su cara y el escozor del sedal pasando por sumano derecha. No tenía sensación en su mano iz-quierda, pero frenó todo lo que pudo con la dere-cha y el sedal seguía corriendo precipitadamente.Por fin su mano izquierda halló el sedal, y el viejo seechó hacia atrás contra el sedal, y ahora le quemabala espalda y la mano izquierda, y su mano izquierdaestaba aguantando toda la tracción, y se estaba de-sollando malamente. Volvió la vista a los rollosde sedal y vio que se estaban desenrollando suave-mente. Justo entonces, el pez irrumpió en la super-ficie haciendo un gran desgarrón en el océano, ycayó pesadamente luego. A poco, volvió a irrum-pir, brincando una y otra vez, y el bote iba veloz-mente aunque el sedal seguía corriendo, y el viejoestaba llevando la tensión hasta su máximo de resis-tencia, repetidamente, una y otra vez. El pez habíatirado de él contra la proa, y su cara estaba contra latajada suelta de dorado y no podía moverse.

«Esto es lo que esperábamos �pensó�. Asípues, vamos a aguantarlo.

»Que tenga que pagar por el sedal �pensó�.Que tenga que pagarlo bien.»

No podía ver los brincos del pez sobre el agua:sólo sentía la rotura del océano y el pesado golpecontra el agua al caer.

La velocidad del sedal desollaba sus manos,pero nunca había ignorado que esto sucedería, ytrató de mantener el roce sobre sus partes callo-sas y de no dejar escapar el sedal a la palma, paraevitar que le desollara los dedos.

«Si el muchacho estuviera aquí, mojaría losrollos de sedal �pensó�. Sí. Si el muchacho es-tuviera aquí. Si el muchacho estuviera aquí.»

El sedal se iba más y más, pero ahora más len-tamente, y el viejo estaba obligando al pez a ga-nar con trabajo cada pulgada de sedal. Ahora

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Luego empezó a hacer un lento sonido de siseoen el agua.

El viejo seguía sujetándolo, afincándose con-tra el banco e inclinándose hacia atrás. El boteempezó a moverse lentamente hacia el noroeste.

El pez seguía moviéndose sin cesar y viajabanahora lentamente en el agua tranquila. Los otroscebos estaban todavía en el agua, pero no habíanada que hacer.

�Ojalá estuviera aquí el muchacho �dijo envoz alta�. Voy a remolque de un pez grande, yyo soy la bita de remolque. Podría amarrar el se-dal. Pero entonces pudiera romperlo. Debo aguan-tarlo todo lo posible y darle sedal cuando lo ne-cesite. Gracias a Dios, que va hacia adelante, y nohacia abajo. No sé qué haré si decide ir hacia aba-jo. Pero algo haré. Puedo hacer muchas cosas.

Sujetó el sedal contra su espalda y observó susesgo en el agua; el bote seguía moviéndose inin-terrumpidamente hacia el noroeste.

«Esto lo matará �pensó el viejo�. Algunavez tendrá que parar.» Pero, cuatro horas des-pués, el pez seguía tirando, llevando el bote aremolque, y el viejo estaba todavía sólidamenteafincado, con el sedal atravesado a la espalda.

�Eran las doce del día cuando lo enganché�dijo�. Y todavía no lo he visto ni una sola vez.

Se había calado fuertemente el sombrero deyarey en la cabeza antes de enganchar al pez; ahorael sombrero le cortaba la frente. Tenía sed. Searrodilló y, cuidando de no sacudir el sedal, esti-ró el brazo cuanto pudo por debajo de la proa, ycogió la botella de agua. La abrió y bebió un poco.Luego reposó contra la proa. Descansó sentadoen la vela y el palo que había quitado de la carlin-ga, y trató de no pensar: sólo aguantar.

Luego miró hacia atrás y vio que no había tie-rra alguna a la vista. «Eso no importa �pensó�.Siempre podré orientarme por el resplandor de LaHabana. Todavía quedan dos horas de sol, y posi-blemente suba antes de la puesta del sol. Si no,acaso suba al venir la luna. Si no hace eso, puedeque suba a la salida del sol. No tengo calambres, yme siento fuerte. Él es quien tiene el anzuelo en laboca. Pero para tirar así, tiene que ser un pez demarca mayor. Debe de llevar la boca fuertementecerrada contra el alambre. Me gustaría verlo. Megustaría verlo aunque sólo fuera una vez para sa-ber con quién tengo que entendérmelas.»

El pez no varió su curso ni su dirección entoda la noche; al menos, hasta donde el hombrepodía juzgar, guiado por las estrellas. Después dela puesta del sol hacía frío, y el sudor se habíasecado en su espalda, sus brazos y sus piernas. Dedía había cogido el saco que cubría la caja de lascarnadas y lo había tendido a secar al sol. Des-pués de la puesta del sol, se lo enrolló al cuello demodo que le caía sobre la espalda. Se lo deslizócon cuidado por debajo del sedal, que ahora lecruzaba los hombros. El saco mullía el sedal, y el

hombre había encontrado la manera de inclinar-se hacia adelante contra la proa en una posturaque casi le resultaba confortable. La postura era,en realidad, tan sólo un poco menos intolerable,pero la concibió como casi confortable.

«No puedo hacer nada con él, y él no puedehacer nada conmigo �pensó�. Al menos mien-tras siga este juego.»

Una vez se enderezó, orinó por sobre la bor-da, miró a las estrellas y verificó el rumbo. Elsedal lucía como una lista fosforescente en el agua,que se extendía, recta, partiendo de sus hombros.Ahora iban más lentamente y el fulgor de LaHabana no era tan fuerte. Esto le indicaba que lacorriente debía de estar arrastrándolo hacia el este.«Si pierdo el resplandor de La Habana, será queestamos yendo más hacia el este», pensó.

Pues si el rumbo del pez se mantuviera inva-riable vería el fulgor, durante muchas horas más.

«Me pregunto quién habrá ganado hoy en lasGrandes Ligas �pensó�. Sería maravilloso tenerun radio portátil para enterarse.» Luego reflexio-nó: «Piensa en esto; piensa en lo que estás hacien-do. No hagas ninguna estupidez.» A poco, dijoen voz alta:

�Ojalá estuviera aquí el muchacho. Para ayu-darme y para que viera esto.

«Nadie debiera estar solo en su vejez �pensó�.Pero es inevitable. Tengo que acordarme de co-mer el bonito antes de que se eche a perder, a finde conservar las fuerzas. Recuerda: por poca ganaque tengas, tendrás que comerlo por la mañana.Recuerda», se dijo.

Durante la noche acudieron delfines en tornoal bote. Los sentía rolando y resoplando. Podíapercibir la diferencia entre el sonido del soplo delmacho y el suspirante soplo de la hembra.

�Son buena gente �dijo�. Juegan y bromeany se hacen el amor. Son nuestros hermanos, comolos peces voladores.

Entonces empezó a sentir lástima por el granpez que había enganchado. «Es maravilloso yextraño, y quién sabe qué edad tendrá �pensó�.Jamás he cogido un pez tan fuerte, ni que se por-tara de un modo tan extraño. Puede que seademasiado prudente para subir a la superficie.Brincando y precipitándose locamente pudieraacabar conmigo. Pero es posible que haya sidoenganchado ya muchas veces y que sepa que éstaes la manera de pelear. No puede saber que nohay más que un hombre contra él, ni que estehombre es un anciano. Pero, ¡qué pez más gran-de! y qué bien lo pagarán en el mercado, si sucarne es buena. Cogió la carnada como un ma-cho, y tira como un macho, y no hay pánico ensu manera de pelear. Me pregunto si tendrá algúnplan o si estará, como yo, en la desesperación.»

Recordó aquella vez en que había enganchadouna de las dos agujas que iban en pareja. El ma-cho dejaba siempre que la hembra comiera pri-

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No se sentía realmente bien porque el dolorque le causaba el sedal en la espalda había rebasa-do casi el dolor y pasado a un entumecimientoque le parecía sospechoso. «Pero he pasado cosaspeores �pen-só�. Mi mano sólo está un pocorozada y el calambre ha desaparecido de la otra.Mis piernas están perfectamente. Y además, aho-ra te llevo ventaja en la cuestión del sustento.»

Ahora era de noche, pues en septiembre se hacede noche rápidamente después de la puesta del sol.Se echó contra la madera gastada de la proa y re-posó todo lo posible. Habían salido las primerasestrellas. No conocía el nombre de Venus, pero lavio, y sabía que pronto estarían todas a la vista, yque tendría consigo a todas sus amigas lejanas.

�El pez es también mi amigo �dijo en vozalta�. Jamás he visto un pez así, ni he oído ha-blar de él. Pero tengo que matarlo. Me alegra queno tengamos que tratar de matar a las estrellas.

«Imagínate que cada día tuviera uno que tratarde matar a la luna �pensó�. La luna se escapa.Pero, ¡imagínate que tuviera uno que tratar diaria-mente de matar al sol! Nacimos con suerte.»

Luego sintió pena por el gran pez que no te-nía nada que comer, y su decisión de matarlo nose aflojó por eso un instante. «Podría alimentar amucha gente �pensó�. Pero, ¿serán dignos decomerlo? No, desde luego que no. No hay perso-na digna de comérselo, a juzgar por su comporta-miento y su gran dignidad.

»No comprendo estas cosas �pensó�. Peroes bueno que no tengamos que tratar de matar alsol o a la luna o a las estrellas. Basta con vivir delmar y matar a nuestros verdaderos hermanos.

»Ahora �meditó� tengo que pensar en el re-molque para demorar la velocidad. Tiene sus pe-ligros y sus méritos. Pudiera perder tanto sedalque pierda al pez si hace su esfuerzo y si el re-molque de remos está en su lugar y el bote pierdetoda su ligereza. Su ligereza prolonga el sufrimien-to de nosotros dos, pero es mi seguridad, puestoque el pez tiene una gran velocidad que no haempleado todavía. Pase lo que pase, tengo quelimpiar el dorado a fin de que no se eche a perdery comer una parte de él para estar fuerte.

»Ahora descansaré una hora más, y veré si con-tinúa firme y sin alteración antes de volver a la popa,y hacer el trabajo, y tomar una decisión. Entre tan-to, veré cómo se porta y si presenta algún cambio.Los remos son un buen truco, pero ha llegado elmomento de actuar sobre seguro. Todavía es mu-cho pez, y he visto que el anzuelo estaba en el cantode su boca, y ha mantenido la boca herméticamen-te cerrada. El castigo del anzuelo no es nada. El cas-tigo del hambre y el que se halle frente a una cosaque no comprende, lo es todo. Descansa ahora, vie-jo, y déjalo trabajar hasta que llegue tu turno.»

Descansó durante lo que creyó serían dos ho-ras. La luna no se levantaba ahora hasta tarde yno tenía modo de calcular el tiempo. Y no des-

cansaba realmente, salvo por comparación. To-davía llevaba con los hombros la presión del se-dal, pero puso la mano izquierda en la regala deproa y fue confiando cada vez más resistencia alpropio bote.

«Qué simple sería si pudiera amarrar el se-dal �pensó�. Pero con una brusca sacudidapodría romperlo. Tengo que amortiguar la ten-sión del sedal con mi cuerpo y estar dispuesto entodo momento a soltar sedal con ambas manos.»

�Pero todavía no has dormido, viejo �dijoen voz alta�. Ha pasado medio día y una noche,y ahora otro día, y no has dormido. Tienes queidear algo para poder dormir un poco si el pezsigue tirando tranquila y seguidamente. Si noduermes, pudiera nublársete la cabeza.

«Ahora tengo la cabeza despejada �pensó�.Demasiado despejada. Estoy tan claro como lasestrellas, que son mis hermanas. Con todo, debodormir. Ellas duermen, y la luna y el sol tam-bién duermen, y hasta el océano duerme a ve-ces, en ciertos días, cuando no hay corriente yse produce una calma chicha.

»Pero recuerda dormir �pensó�. Oblígate ahacerlo e inventa algún modo simple y seguro deatender a los sedales. Ahora vuelve allá y preparael dorado. Es demasiado peligroso armar los re-mos en forma de remolque y dormirse.

»Podría pasarme sin dormir �se dijo�. Perosería demasiado peligroso.»

Empezó a abrirse paso de nuevo hacia la popa,a gatas, con manos y rodillas, cuidando de no sa-cudir el sedal del pez. «Éste pudiera estar ya me-dio dormido �pensó�. Pero no quiero que des-canse. Debe seguir tirando hasta que muera.»

De vuelta en la popa, se volvió de modo quesu mano izquierda aguantaba la tensión del sedala través de sus hombros y sacó el cuchillo de lafunda con la mano derecha.

Ahora las estrellas estaban brillantes, y vio cla-ramente el dorado, y le clavó el cuchillo en la ca-beza y lo sacó de debajo de la popa. Puso uno desus pies sobre el pescado, y lo abrió rápidamentedesde la cola hasta la punta de su mandíbula infe-rior. Luego soltó el cuchillo y lo destripó con lamano derecha limpiándolo completamente y arran-cándole de cuajo las agallas. Sintió la tripa pesada yresbaladiza en su mano, y la abrió. Dentro habíados peces voladores. Estaban frescos y duros, y lospuso uno junto al otro, y arrojó las tripas a lasaguas por sobre la popa. Se hundieron dejando unaestela de fosforescencia en el agua. El dorado esta-ba ahora frío y era de un leproso blanco gris a laluz de las estrellas; y el viejo le arrancó el pellejode un costado mientras sujetaba su cabeza con elpie derecho. Luego lo viró y peló la otra parte, ycon el cuchillo levantó la carne de cada costadodesde la cabeza a la cola.

Soltó el resto sobre la borda y miró a ver si seproducía algún remolino en el agua. Pero sólo

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mero, y el pez enganchado, la hembra, presentó unapelea fiera, desesperada y llena de pánico, que no tar-dó en agotarla. Durante todo ese tiempo, el machopermaneció con ella, cruzando el sedal y girando conella en la superficie. Había permanecido tan cerca,que el viejo había temido que cortara el sedal con lacola, que era afilada como una guadaña y casi de lamisma forma y tamaño. Cuando el viejo la habíaenganchado con el bichero, la había golpeado suje-tando su mandíbula en forma de espada y de ásperoborde, y golpeado en la cabeza hasta que su color sehabía tornado como el de la parte de atrás de los espe-jos; y luego cuando, con ayuda del muchacho, la ha-bía izado a bordo, el macho había permanecido jun-to al bote. Después, mientras el viejo levantaba lossedales y preparaba el arpón, el macho dio un brincoen el aire junto al bote para ver dónde estaba la hem-bra. Y luego se había sumergido en la profundidadcon sus alas azul-rojizas, que eran sus aletas pectorales,desplegadas ampliamente y mostrando todas sus fran-jas del mismo color. «Era hermoso», recordaba elviejo. Y se había quedado junto a su hembra.

«Es lo más triste que he visto jamás en ellos�pensó�. El muchacho también había sentido tris-teza, y le pedimos perdón a la hembra y le abrimosel vientre prontamente.»

�Ojalá estuviera aquí el muchacho �dijo en vozalta, y se acomodó contra las redondeadas tablas de laproa y sintió la fuerza del gran pez en el sedal quesujetaba contra sus hombros, moviéndose sin cesarhacia no sabía dónde: a donde el pez hubiese elegido.

«Por mi traición ha tenido que tomar una de-cisión», pensó el viejo.

Su decisión había sido permanecer en aguas pro-fundas y tenebrosas, lejos de todas las trampas ycebos y traiciones. «Mi decisión fue ir allá a buscar-lo, más allá de toda gente. Más allá de toda gente enel mundo. Ahora estamos solos uno para el otro yasí ha sido desde el mediodía. Y nadie que venga avalernos, ni a él ni a mí.

»Tal vez yo no debiera ser pescador �pensó�.Pero para eso he nacido. Tengo que recordar, sinfalta, comerme el bonito tan pronto como sea de día.»

Algo antes del amanecer cogió uno de los sedalesque tenía detrás. Sintió que el palito se rompía yque el sedal empezaba a correr precipitadamentesobre la regala del bote. En la oscuridad sacó elcuchillo de la funda y, echando toda la presión delpez sobre el hombro izquierdo, se inclinó haciaatrás y cortó el sedal contra la madera de la regala.Luego cortó el otro sedal más próximo, y en laoscuridad sujetó los extremos sueltos de los rollosde reserva. Trabajó diestramente con una solamano y puso su pie sobre los rollos para sujetarlosmientras apretaba los nudos. Ahora tenía seis ro-llos de reserva. Había dos de cada carnada, quehabía cortado, y los dos del cebo que había cogidoel pez. Y todos estaban enlazados.

«Tan pronto como sea de día �pensó�, mellegaré hasta el cebo de cuarenta brazas y lo cor-

taré también y enlazaré los rollos de reserva.Habré perdido doscientas brazas del buen cordelcatalán y los anzuelos y alambres. Eso puede serreemplazado. Pero este pez, ¿quién lo reempla-za? Si engancho otros peces, pudiera soltarse. Mepregunto qué peces habrán sido los que acabande picar. Pudiera ser una aguja, o un emperadoro un tiburón. No llegué a tomarle el peso. Tuveque deshacerme de él demasiado pronto.»

En voz alta dijo:�Me gustaría que el muchacho estuviera aquí.«Pero el muchacho no está contigo», pensó.«No cuentas más que contigo mismo, y harías

bien en llegarte hasta el último sedal, aunque sea enla oscuridad y empalmar los dos rollos de reserva.»

Fue lo que hizo. Fue difícil en la oscuridad, yuna vez el pez dio un tirón que lo lanzó de bru-ces, y le causó una herida bajo el ojo. La sangre lecorrió un poco por la mejilla. Pero se coaguló yse secó antes de llegar a su barbilla, y el hombrevolvió a la proa y se apoyó contra la madera.Ajustó el saco y manipuló cuidadosamente el se-dal de modo que pasara por otra parte de sus hom-bros y, sujetándolo en éstos, tanteó con cuidadola tracción del pez y luego metió la mano en elagua para sentir la velocidad del bote.

«Me pregunto por qué habrá dado ese nuevoimpulso �pensó�. El alambre debe de haber res-balado sobre la comba de su lomo. Con seguridadsu lomo no puede dolerle tanto como me duele elmío. Pero no puede seguir tirando eternamente deeste bote por grande que sea. Ahora todo lo quepudiera estorbar está despejado y tengo una granreserva de sedal: no hay más que pedir.»

�Pez �dijo, dulcemente en voz alta�, segui-ré hasta la muerte.

«Y él seguirá también conmigo, me imagino»,pensó el viejo, y se puso a esperar a que fuera dedía. Ahora, a esta hora próxima al amanecer, ha-cía frío, y se apretó contra la madera en busca decalor. «Voy a aguantar tanto como él», pensó. Y,con la primera luz, el sedal se extendió a los lejosy hacia abajo en el agua. El bote se movía sincesar y cuando se levantó el primer filo de sol fuea posarse sobre el hombro derecho del viejo.

�Se ha dirigido hacia el norte �dijo el viejo.«La corriente nos habrá desviado mucho al este

�pensó�. Ojalá virara con la corriente. Eso in-dicaría que se estaba cansando.»

Cuando el sol se hubo levantado más, el viejose dio cuenta de que el pez no se estaba cansando.Sólo una señal favorable. El sesgo del sedal indi-caba que nadaba a menos profundidad. Eso nosignificaba, necesariamente, que fuera a brincar ala superficie. Pero pudiera hacerlo.

�Dios quiera que suba �dijo el viejo�. Ten-go suficiente sedal para manejarlo.

«Puede que si aumento un poquito la tensiónle duela y surja a la superficie �pensó�. Ahoraque es de día, conviene que salga para que llene

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Justamente antes del anochecer, cuando pasa-ban junto a una gran isla de sargazo que se alzaba ybajaba y balanceaba con el leve oleaje, como si elocéano estuviera haciendo el amor con alguna cosa,bajo una manta amarilla un dorado se prendió ensu sedal pequeño. El viejo lo vio primero cuandobrincó al aire, oro verdadero a los últimos rayosdel sol, doblándose y debatiéndose fieramente.Volvió a surgir, una y otra vez, en las acrobáticassalidas que le dictaba su miedo. El hombre volviócomo pudo a la popa y agachándose y sujetando elsedal grande con la mano y el brazo derecho, tiródel dorado con su mano izquierda, plantando sudescalzo pie izquierdo sobre cada tramo de sedalque iba ganando. Cuando el pez llegó a popa, dan-do cortes y zambullidas, el viejo se inclinó sobre lapopa y levantó al bruñido pez de oro de pintasvioláceas por sobre ésta. Sus mandíbulas actuabanconvulsivamente en rápidas mordidas contra elanzuelo y batió el fondo del bote con su largo cuer-po plano, su cola y su cabeza, hasta que el viejo lepegó en la brillante cabeza dorada. Entonces seestremeció y se quedó quieto.

El viejo desenganchó al pez, volvió a cebar elsedal con otra sardina y lo arrojó al agua. Des-pués volvió lentamente a la proa. Se lavó la manoizquierda y se la secó en el pantalón. Luego pasóel grueso sedal de la mano derecha a la mano iz-quierda y lavó la mano derecha en el mar mien-tras clavaba la mirada en el sol que se hundía enel océano, y en el sesgo del sedal grande.

�No ha cambiado nada en absoluto �dijo.Pero observando el movimiento del agua contra

su mano, notó que era perceptiblemente más lento.�Voy a amarrar los dos remos uno contra otro

y a colocarlos de través detrás de la popa: eso re-tardará de noche su velocidad �dijo�. Si el pezse defiende bien de noche, yo también.

«Sería mejor limpiar el dorado un poco des-pués para que la sangre se quedara en la carne �pensó�. Puedo hacer eso un poco más tarde yamarrar los remos para hacer un remolque almismo tiempo. Será mejor dejar tranquilo al pezpor ahora y no perturbarlo demasiado a la puestadel sol. La puesta del sol es un momento difícilpara todos los peces.»

Dejó secar su mano en el aire, luego cogió elsedal con ella y se acomodó lo mejor posible y sedejó tirar adelante contra la madera para que elbote aguantara la presión tanto o más que él.

«Estoy aprendiendo a hacerlo �pensó�. Porlo menos esta parte. Y luego, recuerda que el pezno ha comido desde que cogió la carnada, y quees enorme, y necesita mucha comida. Ya me hecomido un bonito entero. Mañana me comeré eldorado. Quizá me coma un poco cuando lolimpie. Será más difícil de comer que el bonito.Pero, después de todo, nada es fácil.»

�¿Cómo te sientes, pez? �preguntó en vozalta�. Yo me siento bien, y mi mano izquierdava mejor, y tengo comida para una noche y undía. Sigue tirando del bote, pez.

Escena de la película El viejo y el mar filmada en el pueblo de Cojímar y protagonizadapor el actor norteamericano Spencer Tracy.

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de aire los sacos a lo largo de su espinazo y no puedaluego descender a morir a las profundidades.»

Trató de aumentar la tensión, pero el sedalhabía sido estirado ya todo lo que daba desdeque había enganchado al pez y, al inclinarse haciaatrás sintió la dura tensión de la cuerda y se diocuenta de que no podía aumentarla. «Tengo quetener cuidado de no sacudirlo �pensó�. Cada sa-cudida ensancha la herida que hace el anzuelo y, sibrinca, pudiera soltarlo. De todos modos me sien-to mejor al venir el sol y por esta vez no tengo quemirarlo de frente.»

Había algas amarillas en el sedal, pero el viejosabía que eso no hacía más que aumentar laresistencia del bote, y el viejo se alegró. Eran lasalgas amarillas del Golfo �el sargazo� las quehabían producido tanta fosforescencia de noche.

�Pez �dijo�, yo te quiero y te respeto mu-chísimo. Pero acabaré con tu vida antes de quetermine este día.

«Ojalá», pensó.Un pajarito vino volando hacia el bote, pro-

cedente del norte. Era una especie de curruca quevolaba muy bajo sobre el agua. El viejo se diocuenta de que estaba muy cansado. El pájaro lle-gó hasta la popa del bote y descansó allí. Luegovoló en torno a la cabeza del viejo y fue a posarseen el sedal, donde estaba más cómodo.

�¿Qué edad tienes? �preguntó el viejo al pá-jaro�. ¿Es éste tu primer viaje?

El pájaro lo miró al oírlo hablar. Estaba de-masiado cansado siquiera para examinar el sedaly se balanceó asiéndose fuertemente a él con susdelicadas patas.

�Estás firme �le dijo el viejo�. Demasiadofirme. Después de una noche sin viento no debie-ras estar tan cansado. ¿A qué vienen los pájaros?

«Los gavilanes �pensó� salen al mar a espe-rarlos.» Pero no le dijo nada de esto al pajarito,que de todos modos no podía entenderlo y queya tendría tiempo de conocer a los gavilanes.

�Descansa, pajarito, descansa �dijo�. Lue-go ve a correr fortuna como cualquier hombre opájaro o pez.

Lo estimulaba a hablar porque su espalda se habíaendurecido de noche y ahora le dolía realmente.

�Quédate en mi casa si quieres, pajarito�dijo�. Lamento que no pueda izar la vela y lle-varte a tierra, con la suave brisa que se está levan-tando. Pero estás con un amigo.

Justamente entonces el pez dio una súbita sa-cudida; el viejo fue a dar contra la proa; y hubie-ra caído por la borda si no se hubiera aferrado ysoltado un poco de sedal.

El pájaro levantó el vuelo cuando el sedal sesacudió, y el viejo ni siquiera lo había visto irse. Pal-pó cuidadosamente el sedal con la mano derechay notó que su mano sangraba.

�Algo la ha lastimado �dijo en voz alta, ytiró del sedal para ver si podía virar al pez. Pero

cuando llegaba a su máxima tensión, sujetó firmey se echó hacia atrás para formar contrapeso.

�Ahora lo estás sintiendo, pez �dijo�. Y biensabe Dios que también yo lo siento.

Miró en derredor a ver si veía al pájaro, por-que le hubiera gustado tenerlo de compañero. Elpájaro se había ido.

«No te has quedado mucho tiempo �pensó elviejo�. Pero a donde vas, va a ser más difícil, hastaque llegues a la costa. ¿Cómo me habré dejado cor-tar por esa rápida sacudida del pez? Me debo deestar volviendo estúpido. O quizá sea que estabamirando al pájaro y pensando en él. Ahora presta-ré atención a mi trabajo y luego me comeré el bo-nito para que las fuerzas no me fallen.»

�Ojalá estuviera aquí el muchacho, y que tu-viera un poco de sal �dijo en voz alta.

Pasando la presión del sedal al hombro izquier-do y arrodillándose con cuidado, lavó la mano enel mar y la mantuvo allí sumergida, por más deun minuto, viendo correr la sangre y deshacerseen estela, y el continuo movimiento del agua con-tra su mano al moverse el bote.

�Ahora va mucho más lentamente �dijo.Al viejo le hubiera gustado mantener la mano

en el agua salada por más tiempo, pero temía otrasúbita sacudida del pez y se levantó y se afianzó yalzó la mano contra el sol. Era sólo un roce del se-dal lo que había cortado su carne. Pero era en laparte con que tenía que trabajar. El viejo sabía queantes de que esto terminara necesitaría sus manos, yno le gustaba nada estar herido antes de empezar.

�Ahora �dijo, cuando su mano se hubo se-cado� tengo que comer ese pequeño bonito.Puedo alcanzarlo con el bichero y comérmeloaquí tranquilamente.

Se arrodilló y halló el bonito bajo la popa con elbichero y lo atrajo hacia sí evitando que se enredaraen los rollos de sedal. Sujetando el sedal nuevamentecon el hombro izquierdo y apoyándose en el brazoizquierdo, sacó el bonito del garfio del bichero ypuso de nuevo el bichero en su lugar. Plantó unarodilla sobre el pescado y arrancó tiras de carne os-cura longitudinalmente desde la parte posterior dela cabeza hasta la cola. Eran tiras en forma de cuñay las arrancó desde la proximidad del espinazo has-ta el borde del vientre. Cuando hubo arrancado seistiras las tendió en la madera de la popa, limpió sucuchillo en el pantalón y levantó el resto del bonitopor la cola y lo tiró por sobre la borda.

�No creo que pueda comerme uno entero�dijo, y cortó por la mitad una de las tiras.

Sentía la firme tensión del sedal y su manoizquierda tenía calambre. La corrió hacia arribasobre el duro sedal y la miró con disgusto.

�¿Qué clase de mano es ésta? �dijo�. Pue-des coger calambre si quieres. Puedes convertirteen una garra. De nada te va a servir.

«Vamos», pensó, y miró al agua oscura y alsesgo del sedal. «Cómetelo ahora y le dará fuerza

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El sol y el continuo movimiento de sus dedoshabían librado completamente de calambre lamano izquierda, y empezó a pasar más presión aesta mano contrayendo los músculos de su espal-da para repartir un poco el escozor del sedal.

�Si no estás cansado, pez �dijo en voz alta�,debes de ser muy extraño.

Se sentía ahora muy cansado y sabía que pron-to vendría la noche y trató de pensar en otrascosas. Pensó en las Grandes Ligas. Sabía que losYankees de Nueva York estaban jugando contralos Tigres de Detroit.

«Éste es el segundo día en que no me entero delresultado de los juegos �pensó�. Pero debo tenerconfianza y debo ser digno del gran DiMaggio, quehace todas las cosas perfectamente, aun con el do-lor de la espuela de hueso en el talón. ¿Qué cosa es unaespuela de hueso? �se preguntó�. Nosotros nolas tenemos. ¿Será tan dolorosa como la espuelade un gallo de pelea en el talón de una persona?Creo que no podría soportar eso, ni la pérdida deuno de los ojos, o de los dedos, y seguir peleandocomo hacen los gallos de pelea. El hombre no esgran cosa junto a las grandes aves y a las fieras.Con todo, preferiría ser esa bestia que está allá abajoen la tiniebla del mar.»

�No sé �dijo en voz alta�. Nunca he tenidouna espuela de hueso.

El sol se estaba poniendo. Para darse más con-fianza, el viejo recordó aquella vez, cuando, en lataberna de Casablanca, había pulseado con el grannegro de Cienfuegos, que era el hombre más fuer-te de los muelles. Habían estado un día y unanoche con sus codos sobre una raya de tiza en lamesa, y los antebrazos verticales, y las manosagarradas. Cada uno trataba de bajar la mano delotro hasta la mesa. Se hicieron muchas apuestasy la gente entraba y salía del local bajo las lucesde queroseno, y él miraba al brazo y a la manodel negro, y a la cara del negro. Cambiaban deárbitro cada cuatro horas, después de las prime-ras ocho, para que los árbitros pudieran dormir.Por debajo de las uñas de los dedos manaba san-gre, y se miraban a los ojos y a sus antebrazos, ylos apostadores entraban y salían del local, y sesentaban en altas sillas contra la pared para mi-rar. Las paredes estaban pintadas de un azul bri-llante. Eran de madera, y las lámparas arrojabanlas sombras de los pulseadores contra ellas. Lasombra del negro era enorme y se movía contrala pared según la brisa hacía oscilar las lámparas.

Las apuestas siguieron subiendo y bajando todala noche, y al negro le daban ron y le encendíancigarrillos en la boca. Luego, después del ron, elnegro hacía un tremendo esfuerzo y una vez habíatenido al viejo, que entonces no era viejo, sino San-tiago, el Campeón, cerca de tres pulgadas fuera de lavertical. Pero el viejo había levantado de nuevola mano y la había puesto a nivel. Entonces tuvo laseguridad de que tenía derrotado al negro, que era

un hombre magnífico y un gran atleta. Y al venirel día, cuando los apostadores estaban pidiendo quese declarara tablas, había aplicado todo su esfuer-zo y forzado la mano del negro hacia abajo, más ymás, hasta hacerle tocar la madera. La competen-cia había empezado el domingo por la mañana yterminado el lunes por la mañana. Muchos de losapostadores habían pedido un empate porque te-nían que irse a trabajar a los muelles, a cargar sacosde azúcar, o a la Havana Coal Company. De noser por eso, todo el mundo hubiera querido quecontinuara hasta el fin. Pero él la había terminadode todos modos antes de la hora en que la gentetenía que ir a trabajar.

Después de esto, y por mucho tiempo, todo elmundo le había llamado el Campeón y había habi-do un encuentro de desquite en la primavera.Pero no se había apostado mucho dinero y él habíaganado fácilmente, puesto que en el primer matchhabía roto la confianza del negro de Cienfuegos.Después había pulseado unas cuantas veces más yluego había dejado de hacerlo. Decidió que podíaderrotar a cualquiera si lo quería de veras, pero pensóque perjudicaba su mano derecha para pescar. Al-gunas veces había practicado con la izquierda. Perosu mano izquierda había sido siempre una traidoray no hacía lo que le pedía; no confiaba en ella.

«El sol la tostará bien ahora �pensó�. No debevolver a engarrotárseme, salvo que haga demasia-do frío de noche. Me pregunto qué me traerá estanoche.»

Un aeroplano pasó por encima en su viajehacia Miami y el viejo vio cómo su sombra es-pantaba a las manchas de peces voladores.

�Con tantos peces voladores, debe de haberdorados �dijo, y se echó hacia atrás contra el se-dal para ver si era posible ganar alguna ventaja so-bre su pez. Pero no: el sedal permaneció en esatensión, ese temblor y ese rezumar de agua queprecede a la rotura. El bote avanzaba lentamentey el viejo siguió con la mirada al aeroplano hastaque lo perdió de vista.

«Debe de ser muy extraño ir en un aeroplano�pensó�. Me pregunto cómo lucirá la mar desdeesa altura. Si no volaran demasiado alto, podríanver los peces. Me gustaría volar muy lentamente adoscientas brazas de altura y ver los peces desdearriba. En los barcos tortugueros, yo iba en lascrucetas de los masteleros y aun a esa altura veíamuchos. Desde allí los dorados lucen más verdes yse puede ver sus franjas y sus manchas violáceasy se ve todo el banco buceando. ¿Por qué todoslos peces voladores de la corriente oscura tienenlomos violáceos y generalmente franjas o manchasdel mismo color? El dorado parece verde, desdeluego, porque es realmente dorado. Pero cuandoviene a comer, verdaderamente hambriento, apa-recen franjas de color violáceo en sus costados,como en las agujas. ¿Será la cólera o mayor veloci-dad lo que las hace salir?»

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a la mano. No es culpa de la mano, y llevas mu-chas horas con el pez. Pero puedes quedarte siem-pre con él. Cómete ahora el bonito.»

Cogió un pedazo, se lo llevó a la boca y lomasticó lentamente. No era desagradable.

«Mastícalo bien �pensó�, y no pierdas nin-gún jugo. Con un poco de limón o lima o con salno estaría mal.»

�¿Cómo te sientes, mano? �preguntó a la quetenía calambre y que estaba casi rígida como uncadáver� . Ahora comeré un poco para ti.

Comió la otra parte del pedazo que había cor-tado en dos. La masticó con cuidado y luego es-cupió el pellejo.

�¿Cómo va eso, mano? ¿O es demasiado pron-to para saberlo?

Cogió otro pedazo entero y lo masticó.«Es un pez fuerte y de calidad �pensó�. Tuve

suerte de engancharlo a él, en vez de a un dorado.El dorado es demasiado dulce. Éste no es nadadulce y guarda toda la fuerza.

»Sin embargo, hay que ser práctico �pensó�.Otra cosa no tiene sentido. Ojalá tuviera un pocode sal. Y no sé si el sol secará o pudrirá lo que mequeda. Por tanto, será mejor que me lo coma todoaunque no tengo hambre. El pez sigue tirandofirme y tranquilamente. Me comeré todo el bo-nito y entonces estaré preparado.»

�Ten paciencia, mano �dijo�. Esto lo hagopor ti.

«Me gustaría dar de comer al pez �pensó�.Es mi hermano. Pero tengo que matarlo y cobrarfuerzas para hacerlo.» Lenta y deliberadamentese comió todas las tiras en forma de cuña del pes-cado.

Se enderezó, limpiándose la mano en el pantalón.�Ahora �dijo�, mano, puedes soltar el se-

dal. Yo sujetaré al pez con el brazo hasta que sete pase esa bobería.

Puso su pie izquierdo sobre el pesado sedal quehabía aguantado la mano izquierda y se echó ha-cia atrás para llevar con la espalda la presión.

�Dios quiera que se me quite el calambre�dijo�. Porque no sé qué hará el pez.

«Pero parece tranquilo �pensó�, y sigue suplan. Pero, ¿cuál será su plan? ¿Y cuál es el mío?El mío tendré que improvisarlo de acuerdo conel suyo, porque es un pez muy grande. Si brinca,podré matarlo. Pero no acaba de salir de allá aba-jo. Entonces, seguiré con él allá abajo.»

Se frotó la mano que tenía calambre contra elpantalón y trató de obligar los dedos. Pero éstosse resistían a abrirse. «Puede que se abra con elsol �pensó�. Puede que se abra cuando el fuertebonito crudo haya sido digerido. Si la necesito, laabriré cueste lo que cueste. Pero no quiero abrir-la ahora por la fuerza. Que se abra por sí misma yque vuelva por su voluntad. Después de todo, abusémucho de ella de noche cuando era necesario sol-tar y empatar los varios sedales.»

Miró por sobre el mar y ahora se dio cuentade cuán solo se encontraba. Pero veía los prismasen el agua profunda y oscura, el sedal estiradoadelante y la extraña ondulación de la calma. Lasnubes se estaban acumulando ahora para la brisa,y miró adelante y vio una bandada de patos sal-vajes que se proyectaban contra el cielo sobre elagua, luego formaban un borrón y volvían a des-tacarse como un aguafuerte; y se dio cuenta deque nadie está jamás solo en el mar.

Recordó cómo algunos hombres temían ha-llarse fuera de la vista de tierra en un botecito; yen los mares de súbito mal tiempo tenían razón.Pero ahora era el tiempo de los ciclones, y cuan-do no hay ciclón en el tiempo de los ciclones es elmejor tiempo del año.

«Si hay ciclón, siempre puede uno ver las se-ñales varios días antes en el mar. En tierra no lasven porque no saben reconocerlas �pensó�. Entierra debe notarse también por la forma de lasnubes. Pero ahora no hay ciclón a la vista.»

Miró al cielo y vio la formación de los blancoscúmulos, como sabrosas pilas de mantecado, ymás arriba se veían las tenues plumas de los ci-rros contra el alto de septiembre.

�Brisa ligera �dijo�. Mejor tiempo para míque para ti, pez.

Su mano izquierda estaba todavía presa del ca-lambre, pero la iba soltando poco a poco.

«Detesto el calambre �pensó�. Es una trai-ción del propio cuerpo. Es humillante ante losdemás tener diarrea producida por envenenamien-to de ptomaínas o vomitar por lo mismo. Pero elcalambre lo humilla a uno, especialmente cuan-do está solo.

«Si el muchacho estuviera aquí podría frotar-me la mano y soltarla, desde el antebrazo �pen-só�. Pero ya se soltará.»

Luego palpó con la mano derecha para cono-cer la diferencia de tensión en el sedal; despuésvio que el sesgo cambiaba en el agua. Seguidamen-te, al inclinarse contra el muslo, vio que cobrabaun lento sesgo ascendente.

�Está subiendo �dijo�. Vamos, mano. Ven,te lo pido.

El sedal se alzaba lenta y continuamente. Lue-go la superficie del mar se combó delante del botey salió el pez. Surgió interminablemente y mana-ba agua por sus costados. Brillaba al sol, y su ca-beza y lomo eran de un púrpura oscuro, y al sollas franjas de sus costados lucían anchas y de untenue color azul-rojizo. Su espada era tan largacomo un bate de béisbol, yendo de mayor a me-nor como un estoque. El pez apareció sobre elagua en toda su longitud, y luego volvió a entraren ella dulcemente, como un buzo, y el viejo viola gran hoja de guadaña de su cola sumergiéndo-se, y el sedal comenzó a correr velozmente.

�Es dos pies más largo que el bote �dijo elviejo. El sedal seguía corriendo veloz pero gra-

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dualmente, y el pez no tenía pánico. El viejo tra-taba de mantener con ambas manos el sedal a lamayor tensión posible sin que se rompiera. Sabíaque si no podía demorar al pez con una presióncontinuada, el pez podía llevarse todo el sedal yromperlo.

«Es un gran pez y tengo que convencerlo �pensó�. No debo permitirle jamás que se décuenta de su fuerza ni de lo que podría hacer siechara «a correr». Si yo fuera él emplearía ahoratoda la fuerza y seguiría hasta que algo se rompie-ra. Pero, a Dios gracias, los peces no son tan inte-ligentes como los que los matamos; aunque sonmás nobles y más hábiles.»

El viejo había visto muchos peces grandes. Ha-bía visto muchos que pesaban más de mil libras,y había cogido dos de aquel tamaño en su vida,pero nunca solo. Ahora, solo, y fuera de la vistade tierra, estaba sujeto al más grande pez que ha-bía visto jamás, más grande que cuantos conocíade oídas, y su mano izquierda estaba todavía tanrígida como las garras convulsas de un águila.

«Pero ya se soltará �pensó�. Con seguridadque se le quitará el calambre para que pueda ayu-dar a la mano derecha. Tres cosas se puedenconsiderar hermanas: el pez y mis dos manos.Tiene que quitársele el calambre.» El pez habíademorado de nuevo su velocidad y seguía a suritmo habitual.

«Me pregunto por qué habrá salido a la superfi-cie �pensó el viejo�. Brincó para mostrarme logrande que era. Ahora ya lo sé �pensó�. Me gus-taría demostrarle qué clase de hombre soy. Peroentonces vería la mano con calambre. Que pienseque soy más hombre de lo que soy, y lo seré. Qui-siera ser el pez, con todo lo que tiene, frente a mivoluntad y mi inteligencia solamente.»

Se acomodó confortablemente contra la ma-dera y aceptó sin protestar su sufrimiento. Y elpez seguía nadando sin cesar, y el bote se movíalentamente sobre el agua oscura. Se estaba levan-tando un poco de oleaje con el viento que veníadel este, y al mediodía la mano izquierda del vie-jo estaba libre del calambre.

�Malas noticias para ti, pez �dijo, y movió elsedal sobre los sacos que cubrían sus hombros.

Estaba cómodo, pero sufría, aunque era inca-paz de confesar su sufrimiento.

�No soy religioso �dijo� Pero rezaría diezpadrenuestros y diez avemarías por pescar este pez,y prometo hacer una peregrinación a la Virgen delCobre si lo pesco. Lo prometo.

Comenzó a decir sus oraciones de modo mecá-nico. A veces se sentía tan cansado que no recorda-ba la oración, pero luego las decía rápidamente, paraque salieran automáticamente. «Las avemarías sonmás fáciles de decir que los padrenuestros», pensó.

�Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señores contigo, bendita tú eres entre todas las mujeres, ybendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María,

madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, aho-ra y en la hora de nuestra muerte, Amén.

Luego añadió:�Virgen bendita, ruega por la muerte de este

pez. Aunque es tan maravilloso.Dichas sus oraciones y sintiéndose mejor,

pero sufriendo igualmente, y acaso un poco más,se inclinó contra la madera de proa y empezó aactivar mecánicamente los dedos de su mano iz-quierda.

El sol calentaba fuerte ahora, aunque se esta-ba levantando ligeramente la brisa.

�Será mejor que vuelva a poner cebo al sedalde popa �dijo�. Si el pez decide quedarse otranoche, necesitaré comer de nuevo y queda pocaagua en la botella. No creo que pueda conseguiraquí más que un dorado. Pero si lo como bastan-te fresco, no será malo. Me gustaría que viniera abordo esta noche un pez volador. Pero no tengoluz para atraerlo. Un pez volador es excelentepara comerlo crudo y no tendría que limpiarlo.Tengo que ahorrar ahora toda mi fuerza.

«¡Cristo! ¡No sabía que fuera tan grande!»�Sin embargo, lo mataré �dijo�. Con toda

su gloria y su grandeza.«Aunque es injusto �pensó�. Pero le demos-

traré lo que puede hacer un hombre y lo que escapaz de aguantar.»

�Ya le dije al muchacho que yo era un hom-bre extraño �dijo�. Ahora es el momento dedemostrarlo.

El millar de veces que lo había demostrado nosignificaba nada. Ahora lo estaba probando denuevo. Cada vez era una nueva circunstancia ycuando lo hacía no pensaba jamás en el pasado.

«Me gustaría que se durmiera y poder dormiryo, y soñar con los leones �pensó�. ¿Por qué,de lo que queda, serán los leones lo principal? Nopienses, viejo �se dijo�. Reposa dulcemente con-tra la madera y no pienses en nada. El pez traba-ja. Trabaja tú lo menos que puedas.»

Estaba ya entrada la tarde y el bote todavía semovía lenta y seguidamente. Pero la brisa del estecontribuía ahora a la resistencia del bote, y el viejonavegaba suavemente con el ligero oleaje, y el es-cozor del sedal en la espalda le era leve y llevadero.

Una vez, en la tarde, el sedal empezó a alzarsede nuevo. Pero el pez siguió nadando a un nivelligeramente más alto. El sol le daba ahora en elbrazo y el hombro izquierdos y en la espalda.Por eso sabía que el pez había virado al nordeste.

Ahora que lo había visto una vez, podía ima-ginárselo nadando en el agua con sus purpurinasaletas pectorales desplegadas como alas y la grancola erecta tajando la tiniebla. «Me pregunto cómopodrá ver a tanta profundidad �pensó�. Sus ojosson enormes, y un caballo, con mucho menosojo, puede ver en la oscuridad. En otro tiempoyo veía perfectamente en la oscuridad. No en latiniebla completa. Pero veía casi como los gatos.»