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¡CALACUERDA! Publicación de estudios históricos militares de la SHM Año 1 N.°3 Agosto-Septiembre 2020 EN ESTE NÚMERO: “De los Vencedores de Maypo” Una condecoración bicentenaria Don Martín Miguel de Güemes, teniente de Partidarios Los Gastadores del Ejército Oriental Mercenarios en la Antigüedad, Jenofonte y las reformas de Ifícrates Miguel Chepoyá, “El Clarín de la Gloria” Reglamento de uniformes de la Gran Colombia 1826 (I) La Guerra de Troya (I) Un primer acercamiento 1820 - Bicentenario del paso a la inmortalidad del Gral. Manuel Belgrano - 2020

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¡CALACUERDA! Publicación de estudios históricos militares de la SHM

Año 1 – N.°3 – Agosto-Septiembre 2020

EN ESTE NÚMERO:

“De los Vencedores de Maypo”

Una condecoración bicentenaria

Don Martín Miguel de Güemes,

teniente de Partidarios

Los Gastadores del Ejército Oriental

Mercenarios en la Antigüedad,

Jenofonte y las reformas de Ifícrates

Miguel Chepoyá, “El Clarín de

la Gloria”

Reglamento de uniformes de

la Gran Colombia 1826 (I)

La Guerra de Troya (I)

Un primer acercamiento

1820 - Bicentenario del paso a la inmortalidad del Gral. Manuel Belgrano - 2020

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NUESTRA PORTADA

Ilustra nuestra portada una obra de Pedro Subercaseaux, acuarela de modestas proporciones de un juego en que el afamado

artista ilustró diversos momentos de la batalla de Maipú. El nombre del campo de batalla es una derivación del término mapundungun

(“mapuche”) maipún: lugar arado, nombre que se la daba a una locación distante diez kilómetros al sur de Santiago. Aquí el pintor

retrata la resistencia final del Burgos, ante el asalto conjunto del ejército patriota. El Burgos era uno de los “Expedicionarios”, como se

denominó a los cuerpos españoles destinados a América; tras una penosa travesía, arribó a Lima el 1.° Batallón en septiembre de 1817,

con la fuerza de 750 plazas (el 2.° se hallaba sirviendo con Morillo en Venezuela). Según el virrey Pezuela, para octubre “se halla este

día [27 oct.] en una sobresaliente instrucción, uniformada casi toda a nuevo, bien armada (…) y los reclutas (…) van poniéndose en

estado de entrar en filas”1. En noviembre, alistándose para la expedición a Chile, es reforzado con tropa y recluta americana hasta el

millar de bayonetas. En la acción que selló el destino del Chile independiente, le tocó resistir el embate del rehecho ejército indepen-

dentista, tras un primer descalabro; siempre firme y sin cesar de sufrir bajas, acosado por todas las armas enemigas, logró retirarse

junto al resto de la infantería realista a la hacienda de Lo Espejo. Allí se dio la resistencia final, verdadera hecatombe por el número de

muertos y heridos. No obstante, a pesar de la victoria decisiva de San Martín, restos importantes de esta y ot ras unidades lograron

llegar dispersos a Talcahuano, de donde se embarcaron al Perú, continuando así la existencia de la unidad.

1 Luqui Lagleyze, J. M.; El Ejército Realista en la Guerra de Independencia, Fund. Marter Dei, Rosario, 1995.

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Equipo Editorial

Año 1 – Número 3 - 2020

Dirección y Redacción

Prof. Diego Argañaráz

Consejo de Edición

Marcelo Molina

Leonardo Diego Muñoz (SHM Córdoba)

Miguel Escalante Galain

Diego Alejandro Núñez

Alejandro Millán Seeber

Colaboradores

Carlos Piñero

Alejandro Canaval

CU Rodrigo Galeano

Oscar Turchi Hache (SHM Córdoba)

Daniel Castiglione

Gabriel Popolizio

Cristián Fernández

Roberto Ávila

Mariano De Nucci

Jorge F. Manes Marzano

Miembros Honorarios de la SHM

Alberto del Pino Menck

Terry Hooker

John Fletcher

Mail: [email protected]

EDITORIAL

Con el espíritu que motivó el nacimiento de esta revista, de abarcar en

los espacial y temporal el marco más amplio de los períodos históricos,

hemos logrado, gracias al aporte desinteresado de colaboradores (que

esperamos aumenten), acrecentar las temáticas propias de nuestro

objeto de estudio. Esto dará mayor variedad, de manera tal de no foca-

lizar los artículos en algún período en particular, enriqueciendo el

panorama ofrecido a nuestros lectores.

Como novedad, estamos en el proyecto de crear una página

web propia, más atractiva y que sea funcional a generar el interés de un

público más amplio, aunque siempre focalizado en los temas del análi-

sis serio de los estudios históricos con eje en lo militar.

Nuevamente, en este número, contamos con las excelentes

láminas de Gabriel Popolizio y un concienzudo estudio (como nos

tiene acostumbrados) desde la otra orilla del Plata, de la mano del Lic.

Alberto del Pino Menck.

Sin más, esperamos que disfruten de este nuevo número de

nuestra revista.

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ÍNDICE

Agosto-Septiembre 2020

Editorial 3

Uniformes 5 Martín Miguel de Güemes

Teniente veterano de Partidarios

1810

Gabriel Popolizio y Diego Argañaráz

Ejércitos 9 El Gastador. Crónica de su presen-

cia en el Ejército Uruguayo

Alberto del Pino Menck

Numismática y Vexilología 27 “De los Vencedores de Maypo”

Una condecoración bicentenaria

Javier Campos Santander

Mundo Antiguo 43 Los Perros de la Guerra.

Mercenarios en la Antigüedad. La

revolución militar y su aporte al arte

de la guerra

Esteban Darío Barral

Personalidades 60 Miguel Chepoyá, “El Clarín de la

Gloria”

Juan Manuel Sureda

Uniformes 66 Reglamento de uniformes de la Re-

pública de Colombia 1826 (I)

Estado Mayor

Diego Argañaráz

Batallas y Campañas 74 La Guerra de Troya (I). Un primer

acercamiento

Marcelo Molina

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Don Martín Miguel de Güemes

Teniente veterano de Partidarios

1810

por Gabriel Popolizio y Diego Argañaráz

Uniformes

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Reseña histórica

Desde 1790, el 3.° batallón del Rgto. Fijo de Infantería de Buenos Aires se hallaba acuartelado en Sal-

ta, donde permaneció por varios años. Justamente en ese cuerpo, el 13 de febrero de 1799, con catorce años,

sentaba plaza de cadete el vecino Martín Miguel de Güemes en la 6.° compañía; como esta se hallaba en Poto-

sí, fue agregado a la 7.° compañía, de servicio en la ciudad de Salta. A poco de iniciar su carrera militar, ya

tenía mando sobre subunidades aún siendo cadete. Permaneció allí, hasta que en 1805 fue destinado a Buenos

Aires para continuar su instrucción, donde arribó en diciembre, a cargo de cuatro aprendices de músicos.

Al momento de la primera intervención británica en el Plata, a mediados de junio de 1806, Güemes

marcha en comisión a Córdoba con comunicados para el virrey Sobremonte; al retorno, “a mata caballos”

arriba nuevamente a la capital para el momento de la rendición del enemigo. Allí, fue llamado como adjunto

en el Estado Mayor de Liniers. Luego, en la segunda intentona, y siempre sentando plaza en la 6.° compañía

del Fijo como cadete, la documentación existente atestigua su participación en las acciones de los Corrales de

Miserere, el ataque a la Residencia y los combates generales en la urbe, aunque no recibió ningún ascenso.

Güemes permaneció en la capital hasta que, a principios de 1808, anoticiado del grave estado de salud

de su padre, pidió licencia para regresar a Salta, que le es concedida de forma ilimitada. A través de esta soli-

citud, se deduce que si bien continuaba con el grado de cadete del Fijo, gozaba del empleo de teniente del

Cuerpo de Granaderos Provinciales o Granaderos de Liniers. Ya en su provincia, y aparentemente él también

enfermo, el gobernador de la misma, Nicolás Severo de Isasmendi, lo agregó a las fuerzas de la plaza, con

toda probabilidad al Cuerpo de Partidarios; Isasmendi tenía encomendada formar una expedición para reali-

zar una visita a las fronteras de la Intendencia, pero diversas circunstancias fueron retrasando la misma, de

junio de 1809 hasta su final realización a finales de abril de 1810: el objetivo de la expedición era reconocer la

frontera salteña y las mejores locaciones dónde ubicar puestos militares, para evitar los malones de los chiri-

guanos; en concreto se buscaría concertar un tratado de paz con un tal cacique Cumbay. El joven Güemes

actúa en comisión ya con el grado de teniente.

Se suceden entonces los hechos de Mayo; en esta oportunidad, el gobernador Isasmendi tuvo una acti-

tud dudosa ante las comunicaciones de Buenos Aires, que arribaran en julio. Los cabildantes salteños, por otro

lado, tenían una tendencia más proclive a la Junta porteña, motivo por el cual resultan apresados. Esto no im-

pidió que uno de ellos, Calixto Gauna, lograra escapar y comunicar la situación a la capital. Desde allí, para

normalizar la situación de forma favorable a los revolucionarios, se envió como delegado a Feliciano Chicla-

na, que arriba en los primeros días de agosto. En esas mismas fechas, reaparece en la documentación Don

Martín Miguel de Güemes que, como teniente veterano de milicias, es enviado a una comisión secreta, por

disposición del Cnl. de milicias Diego J. de Pueyrredón: al frente de una partida de milicianos (no más medio

centenar de hombres), se dirige a la Quebrada de Humahuaca, donde permanecerá hasta finales de septiembre

de 1810; su misión, velar esa vía de comunicación con el Alto Perú y evitar la fuga de prominentes contrarre-

volucionarios, es decir Santiago de Liniers y otros. Lo que las órdenes de la Junta ocultaron a Pueyrredón y,

por lo tanto, Güemes también desconocía, era que tanto Liniers como sus seguidores estaban condenados con

anticipación al cadalso.

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A parte de interceptar las comunicaciones con Potosí, se apresaron a un par de individuos de cierta no-

ta, que fueron enviados apresados a Salta. Finalizada la comisión, Güemes regresó a Salta, habiendo cumplido

lo ordenado y, circunstancialmente, librándose del penoso deber de ajusticiar al “Conde de Buenos Aires”. No

obstante, con justeza se puede afirmar que fue el primer oficial “patriota” que llevaría a esos parajes la repre-

sentación del movimiento revolucionario.

El teniente de Partidarios Don Martín Miguel de Güemes

Cierra esta reseña la lámina de referencia al título; se reconstruye aquí la probable apariencia del te-

niente Güemes en su servicio en la Quebrada de Humahuaca, entre agosto y septiembre de 1810. Como se

dijo, en 1808 había recibido la licencia por tiempo ilimitado del Fijo de Infantería, pero en ya en la Intenden-

cia de Salta fue empleado en su carácter de oficial veterano (o sea de Línea) para comandar e instruir a las

milicias locales. El principal cuerpo de milicias presente era el Rgto. de Voluntarios de Caballería de Salta,

unidad creada en función del “Reglamento para las milicias disciplinadas de Infantería y Caballería del Vi-

rreinato de Buenos Aires” de 1801, de manufactura del entonces subinspector Rafael de Sobremonte. Se pro-

ponía levantar un regimiento de a 4 escuadrones con 1.200 plazas, para la defensa de la frontera, Salta y Jujuy.

La unidad se creó el 13 de mayo de 1802, con una fuerza de 13 compañías según el organigrama antes descri-

to; cada compañía formaba con capitán, teniente, subteniente, 3 sargentos, 4 cabos, cadete, 4 carabineros y

110 soldados, aparentemente armados los últimos de lanzas.

Aquí se representa a Güemes con el traje de estas milicias, también llamadas Cuerpo de Partidarios;

recuérdese que sólo los oficiales y suboficiales llevaban realmente uniforme: la tropa gastaba las ropas de

paisanos, sobre la que se adosaba generalmente un símbolo real, o sea la cucarda encarnada española. El traje

sigue los parámetros impuestos por la ordenanza vigente de 1792, que se comenzó a aplicar en el Plata por

1795, y que adoptaba para todas las milicias de Indias el traje de sus homólogas peninsulares: uniforme azul

con divisa encarnada y botón amarillo para la infantería, blanco para caballería y dragones. Luce entonces la

figura una casaca con esa disposición general (es probable que llevara solapas, pero sería para una prenda de

parada), botón plata así como sus divisas de grado, que eran las españolas, vigentes hasta 1813. Centro blanco,

botas (no visibles) y, como cubrecabezas, con cucarda encarnada un “sombrero redondo”, en uso desde 1805

en las milicias de España y que se utilizaría profusamente entre los Voluntarios creados en Buenos Aires en

1806, para afrontar la segunda intervención británica.

En cuanto al recado, lleva uno sencillo “del país”, donde sobresalen los guardamontes, fundamentales

para proteger al jinete de los montes espinosos de la región. Estos se confeccionaban con cueros de vaca o

novillo, de animales sanos para que la pieza no resultara débil.

Bibliografía

Balaguer, J.; Los uniformes del general Martín Miguel de Güemes y de las milicias de la Provincia de Salta 1810-1820,

Cuaderno de Historia Militar N.°8, Ed. del autor, Buenos Aires, 1999.

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Güemes, L.; Güemes documentado, tomo 1, Plus Ultra, Buenos Aires, 1979.

Villegas, A.; “Los uniformes militares usados en el Río de la Plata (1702-1810)”, en Biblioteca de Mayo, tomo 19, Sena-

do de la Nación, Buenos Aires, 1964.

.

La lámina que ilustra este artículo, de Gabriel Popolizio, ha recibido un galardón en el Primer Concur-

so de Arte Digital “Güemes en la Patagonia”, organizado por la asociación Fortín Miguel de Güemes,

de Comodoro Rivadavia, Provincia de Chubut.

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El Gastador

Crónica de su presencia en el ejército uruguayo.

por Alberto del Pino Menck

Arriba: Formación del Batallón 5º de Cazadores durante el comando del Coronel Cipriano Abreu, c.1884. Fotografía tomada en la plaza de armas del cuartel “General Artigas” de la Ciudad de Montevideo. Al fondo, formación en masa de las cuatro compañías de fusileros; el jefe del batallón a caballo en tercer plano; en segundo plano, las bandas lisa y de música del ba-tallón; y en primer plano, la escuadra de gastadores que esté formada por un sargento (con delantal de piel de lobo ma-rino) y ocho de los soldados más altos de la unidad (con delantales de piel de jaguareté). (Museo Histórico Nacional, Mon-tevideo)

Introducción

Zapador… gastador… hachero… Varios son los términos para referirse a un mismo soldado, de sin-

gular servicio e inconfundible estampa en los batallones del arma de infantería oriental durante casi todo el

Siglo XIX. Único por su atuendo, armamento y herramientas, así como en el desempeño que le cupo en elE-

jército Uruguayo, desde los primeros años de vida independiente y que antecede, por su peculiar servicio aún

antes de su definitiva constitución orgánica, al Arma de Ingenieros.

Ejércitos

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Aún está vivo en el recuerdo de muchos de los habitantes de Montevideo, aquellos hombres fornidos, con visto-

sos uniformes que desfilaban al frente de los Batallones de Cazadores, con sus temibles hachas, más conocidos

por esta circunstancia, en la clasificación popular, por los “Hacheros de Santos” y que constituían la dotación de

Gastadores asignado a cada uno de los Batallones de Cazadores a Pie, en la organización dada a estos Cuerpos

hace más de cincuenta años.1

De esta manera se refería en 1934 a los “hacheros” o “gastadores”, el Capitán de Ingenieros Mariano

Cortés Arteaga, erudito historiador militar uruguayo, describiendo a continuación - tomado del reglamento de

uniformes de 1881 - “el lujoso uniforme que usaban estos gastadores y que con justificado motivo llamaba la

atención de toda la población”.2Soldados que marchaban con sus hachas al frente de los batallones en los des-

files realizados durante el período 1880-1885, de gran esplendor de los uniformes uruguayos, calcados en

muchos detalles de los modelos franceses del Segundo Imperio. 3¿Pero, cual es el antecedente de la presencia

en Uruguay de estos altos y gallardos soldados criollos?

La voz “gastador”, alude según el diccionario de la Real Academia Española,al soldado dotado de es-

pecial fortaleza aplicado a los trabajos de “gastar” (sinónimo de “talar” del antiguo castellano), abrir trinche-

ras, o facilitar el paso en las marchas, para cuya tarea llevaban palas, hachas, serruchos y picos.El deleitante y

clásico diccionario militar de José Almirante, indica que los gastadores de los regimientos (contemporáneos

del tratadista militar español en 1869) aparecen por primera vez en 1768, según lo indica el artículo 5, título 1,

tratado 1 de la Ordenanza, que señala seis gastadores y un cabo a cada batallón, aunque en rigor -señala el

autor – ya fueron instituidos por el artículo 6º de la Real Instrucción de diciembre de 1760.4

Describe de la siguiente manera el origen de la palabra “gastador”, haciendo un pormenorizado y eru-

dito relato de su aparición en las fuerzas militares desde tiempos pretéritos:

El verbo gastar tenía antiguamente la acepción de robar, talar, destruir, un país. Del latinvastare, devastare, de

donde vino el sustantivo vastator. “Trojaevastator Aquiles”, dijo Stacio. También en francés antiguo guast sig-

nificaba lo mismo, y en italiano guasto. “Fece gran guasto allá dettacittade”. (J Villani, lib. 4. Cap. 2). “Junta-

ron hasta nueve hasta nueve ó diez mil hombres y anduvieron por el estado de Milan robando y gastando la tie-

rra”. (Sandoval, Hist. de Cart. V. lib. 26). “Y así el conde de Fuentes, aquel verano, había gastado la campaña y

prevenido todo lo necesario para la empresa de Cambray”. (Alonso Carnero. Guerr. de Flánd. Lib. 11, Cap. 10).

Se ve, pues, claro y natural el origen de un vocablo no muy fácil de adivinar. En las HUESTES de la EDAD

MEDIA; en la CONQUISTA de Granada (V. TALA, TALADOR), y hasta en el siglo XVII esta masa de GAS-

1 Cortés Arteaga, M. (Capitán de Ingenieros); Los Ingenieros Militares en nuestro pasado – Tradición del Arma, Monte-

video, Imprenta Militar, 1934, p. 78.

2Ídem, pp. 78-79

3Cfr. del Pino Menck, Alberto “Estudio del cuadro de Juan Manuel Blanes”, 1996.

4Almirante, J.; “Diccionario Militar”, Tomo I, A-G, [2ª edición], Ministerio de Defensa, Secretaría General Técnica,

Madrid, Comprint, S.A., 1989, p. 507.

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TADORES, TALADORES Y AZADONEROS (v. e. v.) era inevitable por la ORGANIZACIÓN de los ejércitos

y por la índole de las guerras. El texto que sigue, de Clonard, es curioso: “La opinión de este hombre eminente,

Gonzalo de Córdoba, respecto á los gastadores era también original y digna de alto aprecio. En el último tercio

del siglo XV, precedían á los ejércitos millares de peones, cuya única función consistía en allanar los caminos

para el paso de los trenes y carruajes. Esta multitud de hombres inermes se recogía al aspecto del enemigo en la

entraña del propio ejército, y no sólo entorpecía sus evoluciones, si que contribuía poderosamente á derramar el

pánico en espíritus afectados por la inminencia de un gran peligro. Para evitar estos graves inconvenientes, el

Gran Capitán sacaba de las filas un cierto número de soldados, los cuales manejando alternativamente la pica, la

espada ó la azada, aplanaban las asperezas de los caminos y peleaban en el momento de empezarse una función

marcial al lado de sus compañeros”.— En aquellos buenos tiempos, en que los españoles teníamos en todo la

primacía, esta idea organizadora de GONZALO era nueva y fecunda. Mont-Luc, que á fuer de buen francés,

gusta delucir, se la atribuye á sí mismo (Coment. edit. du Panth. pág. 81) medio siglo después, en 1545, al cons-

truir el fuerte Outreau destinado á reducir á Boulogne. “Allí por primera vez, dice, se logró que las tropas traba-

jasen y perdiesen la preocupación de que el trabajo de GASTADOR ó ZAPADOR era humillante, dejándolo á

los gastadours (destructeurs.).5

Luego de ocuparse Almirante de la costumbre de hacer “pesar sobre el villano el rudo trabajo del gas-

tador”, refiriéndose al ejemplo del sitio de Amiens de 1597, en que el Rey mandó traer de Picardía a más de

8.000 gastadores, “resuelto en cargar sobre los pobres villanos todo peligro y conservar su soldadesca”, se

dedica a compartir distintas citas de textos antiguos que hablan sobre la añeja utilidad de estos soldados, en

tareas de apoyo a las tropas en campaña: “Aquella noche el Duque de Alba hizo á los gastadores, los cuales

eran bohemios y serían hasta dos mil y son los mejores gastadores de cuantos pueden haber en el mundo, que

labrasen en una trinchera nueva…” (Avila y Zúñiga, Coment. 419). “Mandó á Pedro de Mendoza con mil

infantes y algún número de gastadores que fuera adelante, aderezando los pasos para la caballería”. (Mendoza.

G. de Gran.) “Consistían los socorros en dinero, soldados, vituallas, municiones, artillería, con gran número

de gastadores, para servir en las obras más manuales que pidiese el asedio”. (Baren. G. de Flánd.)”.6

5´Ídem, pp. 506-507. 6Ídem. p. 507.

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Arriba, izq.: El hacha, el alto morrión de pelo y el delantal son los elementos clásicos de indumentaria y armamento de estos soldados de élite; en primer término Gastador de infantería español en 1830, óleo de Josep Cusachs i Cusachs, en “La Vida Militar en España”; Derecha: Sapeur e infante franceses del Segundo Imperio c.1866; Plancha 26. (“Infanterie de Ligne, Soldat de l’compagnied’élite – Sapeur”) del Album phtographique des uniformes de l’Armée Française, de la casa de artículos militares de Alexis Godillot, MHAU/ Post Mr. Terry Hooker.

Izquierda: 2º Batalhao de Fusileiros, Imperio del Brasil c.1852, Porta-Machado en gran uniforme, gouache de Iván Rodrigues; los “porta-machados” (literalmente “portadores de hacha” o “hacheros”), eran escogidos entre los hombres más altos del batallón, distinguiéndose por el uso de barba, el delantal de cuero, la gorra de pelo y su hacha. En el manual del soldado de infantería de 1872, al referirse a los batallones de 8 compañías, se instruía que habría dos “porta-machados” por compañía, comandados por un cabo de escuadra;

Los gastadores en la República Oriental del Uruguay (1830-

1885)

No tenemos noticia de la presencia de gastadores en el

primer ejército de línea del naciente Estado Oriental del

Uruguay. Durante la presidencia del General Manuel Oribe, y

siendo el General José Rondeau su ministro de guerra, una

Orden General del 29 de octubre de 1937 dispuso en su artículo

1º, la creación de una Compañía de Zapadores, “compuesta de

morenos libres, de cuya ejecución ha sido encargado el Capitán

Don Juan C. Rodríguez y el Teniente Don Juan Santos”. Esta

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compañía tuvo corta vida, ya que dos meses más tarde fue incorporada a un batallón de infantería de línea.

Durante el Sitio de Montevideo, se constata la presencia de estos soldados por lo menos en uno de ellos:

el 4º de Cazadores al mando del Teniente Coronel César Díaz. En Caseros (3 de febrero de 1852), el Batallón

“Voltígeros” continuador del linaje del 4º de Cazadores, empleo a sus gastadores en el ataque a la casa fortificada,

uno de los hitos de la participación oriental en esa batalla según un testimonio escrito de su jefe, el entonces

Teniente Coronel León de Palleja.

Arriba: Batallón 4º de Cazadores, acuarela de Louis de Beaufort (Colección Anne Brown, Uruguayan uniformes 1732-1859, original watercolors, cortesía Capitán de Ultramar Rodrigo Galeano). Representa a un sargento y a un zapador; Este batallón, uno de los más conocidos en la Defensa de Montevideo, fue organizado y comandado por el Teniente Coronel César Díaz. Beaufort seguramente, tuvo acceso al álbum original de Juan Manuel Besnes e Irigoyen – hoy perdido - “Recuerdos de Montevideo” de 1845, en donde se basó para recrear en 1959 esta magnífica acuarela.

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En la ordenanza de León de Palleja, se señala el “puesto de la escuadra de gastadores en el orden de

batalla”, en el número 31 que reza: “La escuadra de gastadores, formada en una sola fila y á su frente el cabo de

dicha escuadra, se colocará veinte pasos á retaguardia de la fila exterior frente á la primera mitad de la quinta

compañía.7 También la Instrucción de Infantería de 1863 – la cual se ocupa de la fuerza y pie de los regimientos

de infantería organizados a dos batallones – señala que integran la plana mayor de cada regimiento, “diez

gastadores”. 8 Al describir la colocación en batalla de la Plana Mayor, el número 29 se ocupa de la colocación de

los Gastadores: “Los gastadores formados en 2 filas se colocarán á la derecha del regimiento, teniendo a su

izquierda á 8 pasos de la compañía de granaderos.”9

Entre febrero y mayo de 1865, el Coronel León de Palleja, ya se ha hecho cargo del bizarro Batallón

“Florida”, y en el breve lapso de tiempo que restó entre la reorganización del cuerpo que surgía de la guerra civil;

y su preparación para marchar a la guerra contra el Paraguay, se preocupó de uniformar al cuerpo de su mando

con un vistoso vestuario de parada y de diario, con el cual sería conocido durante la participación en la misma.

Los memorialistas que tuvieron el privilegio de vestirlo o de admirarlo, coinciden en el espléndido aspecto que

presentaba aquella unidad vestida de parada.

Destacaban en su descripción, el uso de pantalones mordoré y morriones con penachos los oficiales y

pompones verdes la tropa, por el que se hizo conocer en la batalla de Yatay (17 ago. 1865),en la rendición de

Uruguayana (18 sep. 1865), y en los siguientes combates donde participó la unidad luego del cruce del Paraná.

Respecto al vestuario especial vestido por los gastadores, hemos ubicado una solicitud elevada al Jefe del Estado

7Palleja, L. de; “Ordenanza”, 1867, p. 8.

8“Instrucción de Infantería”, 1863, p. 5. 9Ídem, p. 8.

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Mayor el 15 de mayo de 1865, en la que el jefe del “Florida” solicitaba el cambio de las hachas que tenían los

gastadores de su cuerpo.10

Un testimonio del veterano de la guerra Coronel Nicolás Ballesteros, brindado al “Centro de

Guerreros del Paraguay” en Montevideo en 1916, cobra un valor importante por los datos minuciosos que

aporta habiendo sido oficial del Batallón “Florida” durante la guerra, cuando se ocupadel uniforme de parada

que vistió el cuerpo durante la guerra. En la descripción nos habla del vestido por los “hacheros” del Batallón,

el cual se componía de las siguientes prendas: delantal blanco, levita azul oscuro, pantalón y morrión mordoré

con pompón verde, zapato bajo y polaina blanca, consistiendo su armamento en hacha, serrucho y carabina.

Contemporáneamente a la propuesta elevada por Palleja, el jefe del Batallón “24 de Abril”, Coronel

Wenceslao Regules con fecha 28 de abril de 1865 presentó al Ministerio de Guerra y Marina,siete cuentas

totalizando $ 164,60 por gastos para uniformar la Compañía de Hacheros. Esta cuenta entraba como proyecto al

Ministerio de Hacienda el 29 de abril de 1865, y lamentablemente no hemos podido ubicar el figurín o modelo en

colores que seguramente acompañó el detalle de los gastos, donde se precisaría los detalles de la confección del

vestuario correspondiente.11 Esto confirmaría que ambas unidades tuvieron escuadras de gastadores, aunque no se

ocupan de este detalle los memorialistas a la hora de describir el vestuario de aquellos que sin duda, deben haberse

destacado por sus delantales y hachas que le daban un aspecto peculiar dentro de la uniformidad del batallón.

El “Estado de la Fuerza, armamento, vestuario y equipo del expresado” Batallón “Libertad”, cuerpo

de infantería de línea al mando del Coronel Fortunato Flores, con asiento en Montevideo en el tradicional

Cuartel de Dragones, y fechado el 31 de marzo de 1867, el cual denota la presencia de 9 gastadores, dotados

de sus hachas, morriones y charreteras de gastador, levitas de parada, pantalones y polainas de ante, puños de

charol, entre los componentes del vestuario y armamento aunque sin mayores elementos para tentar una re-

construcción que permita recrear aquel atuendo. 12

Un año después de los luctuosos sucesos de febrero de 1868 - en donde murieron violentamente los ex

mandatarios Bernardo Prudencio Berro y Venancio Flores –el teniente coronel Olave, jefe del Batallón “Cons-

titucional” solicitaba en abril de 1869 al ministerio de guerra, pago de la cuenta elevada por Francisco Colombo

de 85 pesos con 60 centésimos por haber efectuado éste último, composturas en morriones de músicos y escudos

para los hacheros.13 Este batallón, ahora con la denominación de Batallón 1º de Cazadores, solicitó en julio de

1869 para el cuerpo, armamento y vestuario faltantes entre los que se destacan porta-fusiles, machetes, corba-

tines, pares de polainas, pantorrilleras, fusiles rayados, cajas de guerra y clarines, además de ocho morriones

para gastadores. 14

10Archivo General de la Nación, Montevideo. Fondo Ministerio de Guerra y Marina, Caja mayo 1865. Carpeta 279, 15 de

mayo de 1865. 11Archivo General de la Nación, Montevideo. Fondo Ministerio de Guerra y Marina, Carpeta 173, 28 de abril de 1865. 12Archivo General de la Nación, Montevideo. Fondo Ministerio de Guerra y Marina, abril de 1867 13Archivo General de la Nación, Montevideo., Fondo Ministerio de Guerra y Marina, Carpeta, 21 de abril de 1869.

14Archivo General de la Nación, Montevideo. Fondo Ministerio de Guerra y Marina, Caja julio 1869. Carpeta, 24 de julio de

1869.

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El Reglamento Interno para el Estado Mayor,15si bien no se ocupa de la descripción del vestuario de

los gastadores al referirse a los vestuarios autorizados y al describirse los uniformes en el reglamento respecti-

vo (Número 61 “Reglamento para el uniforme, divisas é insignias del ejército”16), si nos habla de delantales y

charreteras de gastador en un estado del Batallón 2º de Cazadores que, como modelo a seguir, se adjunta como

formulario N.º 14 lo cual informa sobre la presencia de estos soldados en la orgánica de los batallones de línea

uruguayos. 17

Si, en cambio, proporcionan datos sobre la presencia de los gastadores la escasa iconografía existente

(litografías de Michok), así como la memoria del Ministerio de Guerra y Marina que comprende 1878 y parte

de 1879. Los estados de fuerza efectiva están datados en noviembre de 1878, y ubican a los cuerpos de infan-

tería (Cazadores) donde servían aquellos gastadores, en sus respectivas guarniciones: los batallones 1.º, 3.º y

5.º de Cazadores en Montevideo, el Batallón 4.º de Cazadores en Mercedes y el 2.º de Cazadores en Paysandú.

Izquierda: Litografía de A. Michok c.1877 que representa al Teniente Coronel Máximo Santos, Jefe del Batallón 5º de Cazadores. En segun-do plano se advierte a oficiales y tropa en uniforme de parada. A la derecha se aprecia a integrantes de la escuadra de gastadores del batallón. Santos fue un gran impulsor del fasto y la pompa militar, amigo de dotar a su unidad de prendas militares de gala y parada de gran colorido y excelente factura, copiados de los modelos franceses de la época. Esta tendencia se incrementó durante el período en que ejerció notable influencia sobre las fuerzas armadas uruguayas y, en especial, cuando ocupó el cargo de ministro de Guerra y Marina, para luego ejercer la presidencia de la República, en que tuvieron su es-plendor extremo los vestuarios militares en uso. Los gastadores eran, por su vistosa indumentaria y su estatura, los que más llamaban la atención en los desfiles militares de la época. (Museo Histórico Na-cional, Montevideo).

15 Reglamento Interno para el Estado Mayor General confeccionado por el Teniente Coronel de artillería, jefe de la mesa

central del mismo D. Juan M. de la Sierra, aprobado por el Superior Gobierno de la República, primera edición, Monte-

video, Imprenta á vapor de La Tribuna, 25 de mayo 130, 1872. 16Idem, pp. 127-130. 17Idem, p. 71.

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Arriba: Litografía coloreada por A. Michok c.1877, que representa a integrantes de una escuadra en las postrimerías del gobierno provisorio del Coronel Lorenzo Latorre. En segundo plano, a la izquierda, se advierte al sargento a cargo de la escuadra de gastadores que se distingue por llegar un delantal de piel de loboarino, al contrario que los demás que llevan el clásico delantal de piel de “tigre” (Panthera onca), como se aprecia en la figura en primer plano. Esta hermosa lámina perteneció al acervo del General Lafone Gómez (Cortesía Sr. Enrique Gómez Haedo).

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Sin embargo un comentario relacionado con el despliegue de la infantería de línea en el año 1879, in-

dica que permanecían en la capital uruguaya apenas dos batallones (3º y 5º de Cazadores, con asiento respec-

tivo en los cuarteles de la Calle Agraciada o Bastarrica, y el de Dragones), mientras que los otros tres batallo-

nes de línea prestaban servicio en campaña, “fraccionados por Compañías” en distintos puntos del territorio

nacional, “evitando con este fraccionamiento la creación de las Compañías Urbanas que tantos gastos ocasio-

naban al Erario y que no respondían al objeto para que habían sido creadas.”.18Los expresados estados genera-

les contenidos en la memoria de 1879 detallan minuciosamente la fuerza efectiva y el armamento, municiones,

vestuario, equipo y menaje de los distintos batallones de cazadores existentes en el cuadro del ejército, infor-

mando sobre la existencia de 9 gastadores en solo dos de los batallones existentes. En el estado correspondien-

te al Batallón 1º de Cazadores, están descriptos hachas, penachos (que se diferenciaban obviamente de los

penachos para morriones del resto de la tropa y de los músicos), pieles de lobo (1), y de tigre (8). Así también

en el caso del Batallón 5º de Cazadores, únicos cuerpos de línea que ostentan la presencia de 9 gastadores

cada uno.

Los hacheros del General Santos

Al finalizar el gobierno del Coronel Lorenzo Latorre (1875-1879), cobró notable impulso la vistosidad

y diversidad de los uniformes militares uruguayos, lo cual contrasta con la sobriedad característica de las galas

castrenses del período inicial del gobierno provisorio de aquel. Se impuso pues, una tendencia a la ostentación

inusitada y exuberante en el vestuario militar, que se manifestó con fuerza irresistible desde 1880 hasta lan-

guidecer en el año 1886.

18“Memoria”, 1879, p. 6.

Izquierda: Apuntes a la acuarela de gasta-dores del 3.° y 5.° de Cazadores, ataviados con pieles de yagua-reté (Panthera onca), los cuales eran adqui-ridas en Paraguay (acuarelas realizadas por Alberto del Pino Menck en 1981 y 1992 respectivamen-te).

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Los uniformes de los “hacheros” de los batallones de infantería, alcanzan una magnificencia singular

con sus altos morriones de piel de oso, manoplas de charol y sus delantales de piel de yaguareté o de lobo en

los desfiles de la época. Por primera vez se incluye su descripción en el reglamento de uniformes contempo-

ráneo, del cual se conocen dos ediciones y que plasma en forma legal, todas estas galas militares.

Arriba: El recordado amigo, coleccionista de armas y empresario uruguayo Señor Enrique Gómez Haedo, me manifestó una vez haber donado al Museo Histórico Nacional (Montevideo), un morrión de “hachero”. Según las anotaciones que conservo de esa conversa-ción mantenida hace muchos años, y de la cual lamento no haber anotado la fecha, manifestó que el morrión de pelo llevaba el número 4 en metal al frente, con escudo y carrilleras, sin plumas ni borla, ante mis inquisidoras consultas de tenor “uniformólogico”, disparadas a un venerable que las sabía todas…Esta fotografía tomada hace algunos años atrás en el citado museo, sugiere que quizás Gómez Haedo se confundió (Museo Histórico Nacional, cortesía Tcnl. Carlos Spinelli).

En la edición de 1881 (Cazadores a pie – Capítulo VIII, art. 83, p. 24), figura la siguiente descripción:

“Gastadores de Parada. Art. 83. Chaquetilla de paño azul, vueltas, cuello y peto verdes, vivos mordoré, corne-

tas de metal en el cuello, delantal de cuero de tigre con uñas al frente, pantalón lacre, figurando bota de gamu-

za blanca, morrión alto negro de cuero de oso, penacho verde, imperial de los mismo con una corneta, número

de cuerpo al frente, cordones y borlas verdes, puños de charol, guantes de gamusa blanca y charreteras pun-

zoes.”. La edición aumentada y corregida de 1884 (Cazadores a pie – Capítulo IX, art. 85, p. 38), no presenta

ningún cambio en la descripción respecto de la anterior. Observamos que en ninguna se hace alusión al uso

del delantal de cuero de lobo (de tonalidad marrón claro), propio del Sargento 1º de Gastadores, ni que las

charreteras eran de lana verde y no punzó, igual a las usadas por los demás soldados y clases del batallón,

aunque con un ribete de lana amarilla circundando el borde exterior de la pala, en lugar del ribete de lana rojo

punzó que usaban estos: otra característica del gastador.

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Arriba, izq.: Hachero del Batallón 1.° de Cazadores, acuarela de Emilio Regalía 1884 (Museo Histórico Nacional, Montevideo Colec-ción E. Regalía, Caja Nº 1, Carpeta Nº 21). Esta hermosa acuarela representa a un gastador vestido de parada, según lo dispuesto por el reglamento de 1881, con su peto o delantal de piel de jaguar y su morrión de pelo de oso. Derecha: esquicio realizado por el artis-ta Alfredo Sansón, basado en la acuarela de Regalía anterior (colección de bocetos de Alfredo Sansón, reproducción Alberto del Pino).

Arriba, izq.: Sargento 1.° de la escuadra de hacheros del Batallón 1.° de Cazadores durante la época del gobierno del General Máximo Santos. El delantal de piel de lobo marino era de uso exclusivo del sargento a cargo de los hacheros (óleo de grandes dimensiones de M. Correa, Museo Histórico Nacional, Casa de Rivera, Montevideo). Derecha: Detalle del óleo.

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Arriba, izq.: Hachero del Batallón 1.° de Cazadores 1881-1885, acuarela del uniformólogo uruguayo Alfredo César Sansón. Esta acua-rela de pequeñas proporciones forma parte de una lámina que reproduce a cinco uniformes característicos del período de la presi-dencia del General Máximo Santos. Se aprecia que el recordado artista omitió las jinetas de Sargento 1º, jerarquía que ostentaba quien usaba delantal de piel de lobo (acervo del Departamento de Estudios Históricos del Estado Mayor del Ejército, Montevideo). Derecha: Representación artística del uniformólogo español Francisco Ferrer Llull, reproducida en su obra clásica Sinopsis Gráfica de la Historia Militar del Uruguay, Montevideo, Barreiro y Ramos, 1975. Ferrer presenta a un hachero de cazadores, curiosamente ostentando barba y y un collarín negro lo cual no se corresponde ni con las normas reglamentarias, ni con lo que indica la iconografía de la época.

En los estados anuales de fuerza, armamento, vestuario y equipo de los batallones, publicados en la

memoria del ministerio de guerra y marina de 1881, vemos descriptos elementos peculiares de los 9 gastado-

res entre los que se detallan delantales, morriones, pantalones, charreteras, mangos, sables o sables-bayonetas,

hachas, mochilas de parada, carabinas Remington, todo perteneciente a estos, en detalles separados o junto al

de los demás soldados de los distintos batallones.

Los mismos están fechados a fines de diciembre de aquel año, estando los batallones 1.º, 2.º, 3.º y 5.º

de Cazadores. Salvo el Batallón 1.º de Cazadores, que está de guarnición en Paysandú, el resto de los bata-

llones ocupa los cuarteles “33 Orientales”, “General Rivera” y “General Artigas” respectivamente, de la Ciu-

dad de Montevideo.

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Arriba, izq.: Gastadores del Batallón 5.° de Cazadores participantes de las maniobras militares de Punta Carretas, realizadas el 26 de agosto de 1884. Litografía de la “Ilustración Uruguaya”, periódico quincenal de la Escuela de Artes y Oficios, Montevideo (cortesía Tte. Cnel. Carlos Spinelli). Derecha: Un fragmento de la única fotografía que conocemos donde se aprecia a una columna de gastado-res marchando a ocupar su puesto en la formación del 2 de enero de 1884. Ese día se realizaron honores fúnebres a los restos del General Leandro Gómez con una gran parada de honor al mando del General Manuel Pagola. En la imagen se aprecia, en forma parcial, la formación frente al Cementerio Central donde se trasladaron los restos del “Defensor de Paysandú” desde la Catedral de Montevideo. Lamentablemente, la fotografía original está notablemente dañada – al contrario que otras de calidad magnífica - y solo permite apreciar algunos detalles del desfile, como la marcha de estos gastadores. La formación de caballería corresponde a la Escolta de Gobierno, con sus caballos blancos, ataviada de gran parada con uniforme de húsar francés color celeste claro (Museo Histórico Nacional, Montevideo).

Tras las medidas adoptadas al producirse el alejamiento del país del Capitán General Máximo Santos -

entre otras, la supresión de la Escolta y del 5.º de Cazadores - la presencia de los gastadores sería suprimida

del cuadro de las unidades donde revistaban. Y con su supresión, desaparecían sus vistosos uniformes que

marcaron una época.

Casi un siglo después, basándose en una investigación que incluía algunas de las litografías que in-

cluimos en nuestro artículo, así como en otros elementos como ser las hachas existentes de dos modelos dis-

tintos (hacha-pico y hacha-martillo) conservadas en el Museo Militar “Fortaleza General Artigas”, se recreaba

una compañía que evocaba el rol de los gastadores, motivo de nuestro estudio.

El Uniforme Tradicional Histórico del Arma de Ingenieros: la Compañía de Zapadores 1837

El 4 de mayo de 1976 el entonces Jefe del Departamento I del Estado Mayor del Ejército Nacional,

Cnel. Arturo D. Milans, elevó un oficio al Jefe del Estado Mayor del Ejército en el que planteaba dos proyec-

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tos. Los mismos consistían en crear en el seno de unidades decanas de las armas de Artillería e Ingenieros - tal

como ya existía en Caballería e Infantería - sendas subunidades que vestirían uniformes de tradición histórica.

Acompañaba el oficio, un álbum de láminas descriptivas, ilustradas por el artista nacional Alfredo César San-

són Noceda, basadas en documentación e iconografía de la época.

Arriba: Montevideo, 30 de agosto de 1976; ceremonia de entrega de los uniformes históricos a la Compañía de Zapadores, por parte del Comandante de la División I, Gral. Esteban Cristi, al Comandante de la Compañía de Zapadores Tne. 1.° Néstor Sainz (colección Cnel. de Ingenieros Néstor Sainz).

Prosperó afortunadamente la iniciativa del Cnel. Milans, cuando por la Orden del Comando General

del Ejército Nº 7568 del 30 de agosto de 1976, se estableció la entrega de Uniformes de Tradición Histórica al

Grupo de Artillería Nº 1 y al Batallón de Ingenieros Nº 1. Con este acto – rezaba la orden – se ponía de ma-

nifiesto, por parte del Ejército Nacional, “su firme disposición por mantener una viva comunión con el pasado

y cumplir una misión histórica, tan decisiva como la llevada a cabo por nuestros antepasados.”Se creaba de

esta manera, la Compañía de Zapadores 1837.

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Arriba: Zapador 1837 – Uniforme de Tradición Histórica del Arma de Ingenieros desde 1976. La Compañía está formada por una sección de Gastadores y otra de Fusileros representando al arma en su doble misión de trabajo y de combate (acuarela de Alfredo Sansón, cortesía Cnel. José Dinarte Pérez).

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El origen de esta Sub Unidad se remonta al 29 de Octubre de 1837, fecha en la cual se organiza una

Compañía de Zapadores, donde el Capitán Juan C. Rodríguez y el Teniente Juan Santos, toman a su cargo las

tareas iniciales de su creación.- Esta Sub Unidad registra como antecedente inmediato al Batallón de Zapado-

res, creado por el General José Rondeau en 1813, antes de nuestra Independencia. El uniforme que viste , con-

sistente en casaca azul larga con vivos mordoré , cuello de terciopelo negro , vueltas de terciopelo y un casti-

llo en cada faldón , pantalón blanco , morrión alto de pelo , mandil o delantal de cuero natural y guantes con

manopla , fue establecido por Decreto del 14 de febrero de 1835.- La Compañía que se crea , se integrará

con una Sección equipada con hachas de cabos largos que resucita el equipo de trabajo de los antiguos Gas-

tadores o Taladores , y otra dotada de armamento que representa el rol combatiente de los Ingenieros ".

Esta Compañía, desde el año 1976, representa al Arma de Ingenieros en todos los eventos de carácter

protocolar, siéndole concedido por OCGE Nº 9538 del 27 de Mayo de 1996, ser designado al Batallón de In-

genieros de Combate Nº 1, como "Unidad Custodia y Protocolar exclusiva del Poder Judicial " en la Sede de

la Suprema Corte de Justicia.

Y la presencia de estos soldados, ataviados con sus Uniformes de Tradición Histórica tan característi-

cos y peculiares como el uso del delantal, el hacha y el morrión de pelo, evoca espléndidamente como cum-

plida reminiscencia del Siglo XIX, a esos gastadores orientales cuyos servicios datan de los albores de la Re-

pública Oriental del Uruguay.

Bibliografía

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Madrid, Comprint, S.A., 1989

del Pino Menck, A.; “Estudio del cuadro de Juan Manuel Blanes” en Tradiciones – Historia – usos y costumbres, Revista

Bimestral Nº 1, setiembre-octubre, Buenos Aires, Argentina, 1996. pp. 20-26.

Cortés Arteaga, M.; Los Ingenieros Militares en nuestro pasado – Tradición del Arma, Montevideo, Imprenta Militar,

1934.

Ejército Nacional; Uniformes de Tradición Histórica, [Acuarelas de Alfredo César Sansón], Dpto. de EE.HH., Montevi-

deo, Uruguay, 1977.

Ejército Nacional; Brigada de Artillería Ligera – 1830 – Compañía de Zapadores -. 1837, [Acuarelas de Alfredo César

Sansón], Dpto. de EE.HH., Montevideo, Uruguay, 1976.

Instrucción de Infantería mandada observar por el Decreto Superior del 10 de febrero de 1863, Montevideo, 1863.

Memoria del Ministerio de Guerra y Marina. Elevada al Excmo. Señor Gobernador Provisional Coronel Don Lorenzo

Latorre en 1879, Montevideo, Imprenta de la Reforma, Rincón núm. 2, frente á la casa de Gobierno, 1879.

Ministerio de la Guerra; Memoria presentada a la XIVª Legislatura correspondiente a los años 1880 y 1881, Montevi-

deo, Imprenta á vapor La Nación, calle Zabala N.º 146, S/D.

Palleja, L. de; “Ordenanza sobre el ejercicio y las maniobras de los batallones de Cazadores á pié por el General Oriental

Don León de Palleja – Primera parte. Formación de los batallones. Escuela del soldado y de compañía. Escuela de tiro.

Instrucción de guerrilla”, Montevideo, Imp. de El Pueblo, Calle de Zavala Nº 152, 1867.

Reglamento Interno para el Estado Mayor General confeccionado por el Teniente Coronel de artillería, jefe de la mesa

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central del mismo D. Juan M. de la Sierra, aprobado por el Superior Gobierno de la República, primera edición, Monte-

video, Imprenta á vapor de La Tribuna, 25 de mayo 130, 1872.

Reglamento para el Uniforme, Divisas é Insignias del Ejército y Marina de la República Oriental del Uruguay – aprobado

por decreto de 23 de setiembre de 1881, Montevideo, Imprenta á Vapor, 1881.

Reglamento para el Uniforme, Divisas e Insignias del Ejército y Marina de la República Oriental del Uruguay – aprobado

por decreto de 23 de setiembre de 1881, Montevideo, Imprenta á vapor de “La Nación”, [2ª edición aumentada] 1884.

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“De los vencedores de Maypo”

Una condecoración bicentenaria

por Javier Campos Santander

Arriba: El abrazo de Maipú, óleo sobre tela, P. Subercasseaux, 1908, MHN, Bs. As.

A poco tiempo de haberse cumplido 202 años de la Batalla de Maipú, resulta atingente hacer memoria

sobre una de las piezas numismáticas más simbólicas entre las acuñadas en Chile durante su proceso de eman-

cipación. Se trata de una condecoración, concepto que puede comprenderse como un reconocimiento volunta-

rista a una acción determinada, señalada con el nombre del hecho y su fecha de ocurrencia, que en muchos

casos consagra un instante de gloria del portador y muestra, además, su pertenencia a un grupo de elite1.Su

existencia, en este caso, se posibilita gracias a la obtención de una victoria clave para la independencia de

Chile, de Argentina y del continente sudamericano, en los lomajes cubiertos de pastizales que se extendían al

sur de la ciudad de Santiago, un domingo 5 de abril de 1818.

1Rey Márquez, J. R.; “Yo fui del Ejército Libertador. Las medallas como indicios del periodo de la Independencia” en

Arte Americano e Independencia. Nuevas Iconografías. Quintas Jornadas de Historia del Arte, DIBAM, 2010, pp. 62-

63.

Numismática y Vexilología

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La condecoración a los combatientes de la batalla de Maipú fue creada mediante decreto del gobierno,

emitido poco más de un mes después del triunfo, el 10 de mayo de 18182, y publicado en la “Gazeta Ministe-

rial de Chile” en su edición del sábado 13 de junio3 .En éste se establecía, en primer lugar, la construcción de

una pirámide conmemorativa en un sector elevado y visible del campo de batalla, exhibiendo una placa de

bronce en cada uno de sus costados. La principal llevaría la leyenda “Gloria inmortal a los Héroes de Maipú,

vencedores de los vencedores de Bailén”4 y en el resto se distribuirían los nombres de los generales, jefes de

división y comandantes de los cuerpos participantes.

El resultado sería el monumento “A los vencedores de los vencedores de Bailén” que sólo se materia-

lizaría en vísperas del primer centenario de la independencia, siendo inaugurado un 13 de septiembre de 1910.

Actualmente se ubica en una plaza en la avenida Pajaritos, entre las calles Maipú y General Ordóñez de la

Comuna de Maipú.

El decreto detallaba a continuación las características de las medallas de oro, reservadas a oficiales je-

fes y de las medallas de plata, destinadas a oficiales:

Santiago, 10 de mayo de 1818.— […] Y queriendo así mismo que individualmente

reciba el ejército una insignia de su heroicidad y del justo reconocimiento de la patria, he acordado se distri-

buya á todos los jefes y oficiales que precisamente se hallaron en la acción, una medalla de oro para los prime-

ros, y de plata para los segundos, en cuyo anverso resalte la estrella de las armas del Estado, orlada de una co-

rona de laurel, y á su contorno esta inscripción: CHILE RECONOCIDO AL VALOR Y CONSTANCIA; y en el-

reverso, en líneas paralelas: DE LOS VENCEDORES DE MAIPÚ, ABRIL 5 DE1818, ceñido de la misma orla.

El todo pendiente de un lazo que tomará una cinta encarnada prendida del ojal de la casaca.

Las condecoraciones otorgadas a la tropa, por otra parte y como era usual en la época, son bastante

más sencillas y con un valor simbólico más que material. Para sargentos, cabos y soldados se establecía la

entrega de escudos de honor confeccionados en paño de lana y bordados con hilo metálico o seda, los cuales

se lucían cosidos sobre la bocamanga izquierda de la casaca o chaqueta, según correspondiese:

2Medina, J. T.; “Las Medallas de la Revolución de la Independencia”, Imprenta Universitaria, 1952, pp. 73-74. 2 La batalla de Bailén, acaecida en ese pueblo fronterizo el 19 de julio de 1808, fue la primera gran

victoria obtenida por el ejército español contra las fuerzas de Napoleón en el marco de la Guerra de

Independencia española (1808-1814). En esta contienda, José de San Martín participó como

ayudante de campo en Estudios históricos biográficos críticos y bibliográficos sobre la independencia de Chile,

Tomo III, Imprenta Particular, 1965, pp. 154-155. 3Archivo Nacional de Chile; Archivo de don Bernardo O’Higgins, Tomo XI, Imprenta Universitaria, 1952, pp. 73-74. 4 La batalla de Bailén, acaecida en ese pueblo fronterizo el 19 de julio de 1808, fue la primera gran victoria obtenida por

el ejército español contra las fuerzas de Napoleón en el marco de la Guerra de Independencia española (1808-1814). En

esta contienda, José de San Martín participó como ayudante de campo de Antonio Malet, Marqués de Coumpigny. El

curioso texto del monumento alude al regimiento de infantería Burgos, victorioso en Bailén y representado en Chile por

un batallón llegado con Mariano Osorio desde Perú, en enero de 1818.

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Los sargentos, cabos y soldados llevarán sobre el brazo izquierdo un escudo que exprese LA PATRIA Á LOS

VENCEDORES DE MAIPÚ, ABRIL 5 DE 1818. Con la diferencia que para la primera clase será de paño en-

carnado con letras bordadas de plata, y para la segunda y tercera, paño azul, con sobrebordado de seda color

oro; ambas insignias orladas con ramos de laurel.

Y expídase por el Ministerio de la Guerra las órdenes y comunicaciones convenientes para el cumplimiento de

esta resolución, según lo acordado.—O'Higgins.—Zenteno, secretario.5

Adicionalmente, por decreto del director rioplatense Juan Martín de Pueyrredón, emitido el 6 de julio

de 1818, se facultaría a los veteranos a llevar un cordón de distinción, compuesto por una doble trenza de tres

ramales de las que pendían dos cabetes, que colgaba del hombro izquierdo pasando por el ojal de la casaca al

costado derecho. Al igual que las medallas y escudos de honor, su materialidad variaba según el rango del

condecorado, abarcando desde hilo metálico hasta lana.6

El examen visual de las medallas de oro y plata permite corroborar que el decreto se respeta a cabali-

dad, sin alterar ninguna de las características establecidas en cuanto a diseño y leyendas de las piezas. Su mó-

dulo es oval y tiene, aproximadamente, 29 milímetros de alto por 26 milímetros de ancho. En la obra argentina

“Historia de los premios militares, República Argentina” (1910) se señala la existencia de una variante 1 mm.

más alta que exhibe, además, diferencias de cuño y peso, el cual oscilaría entre 11 y 13 gramos en las piezas

de plata.7Poseían un colgante, de oro o plata, según correspondiese, en forma de lazo en torno al cual se ceñía

la cinta de seda roja.

En “Historia de los premios militares…” se documenta conjuntamente la existencia de medallas de

cobre, las cuales, sin embargo, no serían piezas legítimas.8

Su factura correspondió a la Casa de Moneda de Santiago y, probablemente, al tallador mayor Fran-

cisco Borja Venegas, lo que resulta visible en los punzones tipográficos utilizados para los textos. Estos co-

rresponden a los mismos empleados en las monedas coloniales de un real, que al momento se continuaban

acuñando con la fecha de 1817 debido a dificultades técnicas para confeccionar cuños de monedas divisiona-

rias con los nuevos diseños republicanos.

5Varas, J. A.; Recopilación de leyes y decretos concernientes al ejército desde abril de 1812 a abril de 1839, Vol. 1,

Imprenta Nacional, Santiago de Chile, 1870, pp. 40-41. 6Ministerio de Guerra; Historia de los premios militares, República Argentina, pp. 289-290, Talleres Gráficos Arsenal

Principal de Guerra, 1910, Buenos Aires. 7Ministerio de Guerra; Ob. cit. p. 292. / En vista a los antecedentes, la oscilación en cuanto a peso y diámetro es alta. J. T.

Medina afirma que su ejemplar de plata tiene 21 mm. de ancho y el existente en el Museo Histórico Nacional, catalogado

en SURDOC, tiene 21 mm. de ancho y pesa 10,4 gramos. Véase http://www.surdoc.cl/registro/3-6432. Estas medidas nos

parecen inexactas, ya que la merma de 5 mm. en su ancho daría, en proporción, una pieza de forma más estrecha o alar-

gada. 8Op. cit., p. 292.

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Arriba: Condecoración de los vencedores de Maipo. Plata acuñada, Casa de moneda de Santiago, 1818. Colección particular.

Arriba: Condecoración de los vencedores de Maipo. Oro acuñado, Casa de moneda de Santiago, 1818. Colección Museo Históri-

co Nacional.

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Se conoce, adicionalmente, una variante acuñada en plata y cobre, no descrita en el decreto oficial, y

considerada “una de las piezas más raras de todas las de la serie de la emancipación americana”9. Se trata

de una medalla de forma octogonal compuesta de ocho arcos rematados por esferas, que en sus campos con-

serva la iconografía y leyendas de las piezas ovales. La de cobre carece, sin embargo, de reverso. En ambos

casos el módulo es de 29 mm. y las piezas de plata pesarían alrededor de 10 gramos, llevando una cinta roja.10

Uso de las condecoraciones de oro y plata

La fuente más significativa para constatar la forma en que se lucía la medalla y corroborar su posesión

por parte de algunos personajes, la constituyen los retratos de militares chilenos, rioplatenses y europeos eje-

cutados por el pintor limeño avecindado en Chile, José Gil de Castro (1785-1837), a partir de 1818.

Existen al menos 16 de sus retratos militares donde se ha representado la medalla, y éstos permiten

afirmar que la pieza, fuera de oro o plata y sin importar la nacionalidad del condecorado, llevaba una cinta de

color rojo y se prendía en el costado izquierdo del pecho a través de un ojal abierto en la casaca o en la solapa

de la misma, de existir esta. También es posible afirmar que se utilizaba indistintamente exhibiendo anverso o

reverso, ya que si bien la mayoría la lleva por el anverso, existen 2 ejemplos de condecorados llevándolas por

el reverso. En cuanto a su disposición con respecto a otras medallas, también resulta aleatoria. Generalmente

se ubica de forma cronológica, a continuación de las condecoraciones de batallas anteriores (se observa en

muchos casos la de Chacabuco) sin embargo, también hay 2 ejemplos donde las antecede.

Entre los retratados con la medalla de oro destacan José de San Martín, Bernardo O’Higgins, Hilarión

de la Quintana, Ramón Freire, Juan Gregorio de las Heras, Pedro Conde, Francisco Bermúdez, James Parois-

sien, Francisco Elizalde, Luis José Pereyra, José María Aguirre, José Antonio Melián y Manuel Larenas. En

cuanto a la de plata, sólo conocemos el retrato de Francisco Díaz.11

9Op. cit., p. 292. 10Medina, J. T.; Las medallas chilenas, Impreso en casa del autor, Santiago de Chile, 1901, p. 111. 11Majluf, N.; José Gil de Castro, pintor de libertadores, Museo de Arte de Lima – MALI. Lima, 2014, Perú. pp. 198,

199, 228, 230, 236, 238, 244, 264, 268, 290, 293, 300, 302, 380, 402.

Izq.: Variante de la condecoración de los vencedores de Maipo acuñada en

cobre. Reconstrucción en base a fotografía y reseña incluida en la obra

“Las Medallas Chilenas” de José Toribio Medina. Ilustración de Javier

Campos Santander.

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Conocemos, adicionalmente, los retratos de José Manuel Borgoño y Manuel Bulnes realizados por

Raymond Monvoisin, en los cuales se les observa llevando la medalla de oro, el retrato anónimo del sargento

mayor José Romero, alias “Zambo Peluca”, llevando la medalla de plata y el retrato anónimo del oficial de

Cazadores a Caballo de Chile Manuel Jordán Valdivieso, también exhibiendo la de plata.12

Entrega de las condecoraciones

Por fortuna, aún se conservan en algunas colecciones documentales del país (como la del Archivo his-

tórico de la Cámara de Diputados y el Archivo Andrés Bello de la Universidad de Chile) diplomas de entrega

de medallas a los combatientes de Maipú. La estructura base, que transcribimos a continuación, era impresa y

luego completada a mano en los espacios correspondientes:

EL DIRECTOR SUPREMO

DEL ESTADO DE CHILE

Por cuanto atendiendo al especial mérito contraído por [nombre del condecorado] en la jornada de MAYPO de 5 de abril

del presente año, a la que asistió sirviendo en clase [grado y cuerpo del ejército al que pertenece]. Por tanto, vengo en de-

clararle acreedor al goze de la medalla de [oro o plata, según correspondiese] designada por decreto de 10 de Mayo último

a los dignos defensores de la Patria en aquella célebre función: debiendo usar este distintivo conforme al citado decreto.

Para todo lo cual le hice expedir la presente, firmada de mi mano, signada con el sello de las armas del Estado, y del des-

pacho universal de la Guerra, de que se tomará razón en el Estado Mayor general. Dada en el Palacio directorial de San-

tiago de Chile á [fecha].

O’Higgins.

José Ignacio Zenteno.

12Los retratos de Bulnes, Romero y Jordán se conservan en el Museo Histórico Nacional de Chile.

Der.: Detalle del retrato del teniente coronel Francisco Elizalde,

llevando la condecoración de los vencedores de Maipo por el

reverso. José Gil de Castro, óleo sobre tela, 1820. Colección

Museo Histórico Nacional.

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En la esquina inferior izquierda del diploma se adhería un parche de papel en forma de rombo, sobre

el cual se estampaba un sello de lacre ovalado con el escudo nacional adoptado en 1817, compuesto por una

columna toscana sobre un plinto y soportando un globo terráqueo, coronada por una estrella radiante.

Hemos tenido acceso a siete de estos diplomas, cuatro originales13 y tres transcripciones14, todos fe-

chados el 22 de diciembre de 1818, lo que evidencia que la entrega de las condecoraciones se realizó de forma

bastante tardía.

Arriba: Reconstrucción del diploma de entrega de las condecoraciones, ilustración del autor.

13Archivo Histórico Cámara de Diputados; “Firmas históricas. Bicentenario Cámara de Diputados 1811-2011” p. 3 /

Ministerio de Guerra (1910) Ob. cit., 2011, p. 289. 14Letelier, V.; “Sesiones de los Cuerpos Lejislativos de Chile” Tomo XXIX, p. 41 , Tomo XXX, p. 115, Imprenta Cer-

vantes, 1905, Santiago de Chile. / Allende, Washington (1898) “El general José Antonio Bustamante. Su vida y sus he-

chos. 1778-1850.” pp. 22-23. Imprenta de El Correo, Santiago de Chile.

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Hacia una estimación de los ejemplares acuñados

Ya que no nos ha sido posible ubicar la cifra exacta en los archivos relativos a Casa de Moneda, tanto

en los fondos de Contaduría Mayor como en los del Ministerio de Hacienda de la época, hemos intentado

aproximarnos a la cantidad de ejemplares acuñados tomando como referencia las listas del cuartel general y de

los oficiales participantes de la acción, tanto del Ejército de los Andes como del de Chile, expedidas el 29 de

mayo y el 19 de junio de 1818, respectivamente.15

Cuartel General

Ejército de los Andes

Grado Cantidad

General 1

Brigadier 1

Coronel 1

Sargento Mayor 6

Capitán 4

Teniente 1

Ejército de Chile

Grado

Teniente coronel 2

Sargento Mayor 1

Capitán 1

Teniente 1

Subteniente 3

Ejército de Chile

Oficiales Jefes

Grado Infantería Caballería Artillería

Coronel - 1 -

Teniente coronel 5 1 1

Sargento Mayor 3 - 1

Ayudante Mayor 7 - -

Oficiales

Grado Infantería Caballería Artillería

Capitán 23 4 5

15Archivo Nacional. Ministerio de Guerra, Vol. 77, fs. 5-12.

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Teniente primero 23 6*

6

Teniente segundo 28

Subteniente 31 - 8

Alférez - 9 -

Abanderado / Portaestandarte** 6 3 -

Capellán 1 - -

Ejército de los Andes

Oficiales Jefes

Grado Infantería Caballería Artillería

Coronel 1 1 -

Teniente coronel 7 3 2

Sargento Mayor 5 6 1

Ayudante Mayor 6 3 2

Oficiales

Grado Infantería Caballería Artillería

Capitán 21 12 2

Teniente primero 16 21*

2

Teniente segundo 17 1

Subteniente 19 9 4

Alférez - 4 -

Abanderado / Portaestandarte** 1 2 -

Capellán 1 - -

* En caballería existía sólo una clase de teniente.

** Encargados de llevar el estandarte de la unidad. Esta función no constituye un grado, si no un empleo, llamado “Abanderado” en

infantería y “portaestandarte” en caballería.

Hemos tenido la oportunidad de ver, además, un diploma entregado a José Antonio Jaramillo, alférez

del Regimiento de Milicias de Caballería de Colchagua, lo que confirma que los oficiales de los cuerpos de

milicias también fueron condecorados y por tanto, deben considerarse en este censo, a través del listado expe-

dido el 30 de julio de 1818.

Regimientos de Caballería de Milicias disciplinadas de Aconcagua y Colchagua

Oficiales Jefes

Grado Cantidad

Coronel 1

Teniente coronel 1

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Sargento Mayor 1

Oficiales

Grado Cantidad

Capitán 6

Teniente primero/ segundo 18

Alférez 15

Alférez segundo* 8

Portaestandarte 3

Capellán 1

* Hemos visto este grado sólo en los cuerpos de milicias.

Resumen

Grado Cuartel ge-

neral

Ejército de

Chile

Ejército de

los Andes

Cuerpos de

Milicias

Total

Oficiales

jefes

12 19 37 3 71

Oficiales 10 153 132 51 346

En atención a las cantidades de oficiales jefes y oficiales expresadas en la documentación examinada,

podemos estimar un universo preliminar de, al menos, 71 medallas de oro y 346 medallas de plata. Sin em-

bargo, debe considerarse, por ejemplo, que el general O’Higgins y la milicia con la que se presenta en las

postrimerías de la batalla no se encuentran contabilizados en estas listas, y que a inicios de 1819 se presenta-

ron y aprobaron algunas solicitudes adicionales de medallas elevadas por efectivos de diversos cuerpos que no

habían sido considerados inicialmente.

Izq.: Coronel de caballería José Matías Zapio-

la (1774-1849).El retrato permite distinguir,

de izquierda a derecha, las medallas de Mai-

pú y Chacabuco. Daguerrotipo, circa 1840.

Izq.: Coronel de caballería José Matías Zapio-

la (1774-1849).El retrato permite distinguir,

de izquierda a derecha, las medallas de Mai-

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Solicitudes y concesiones tardías

Como señalamos anteriormente, la reacción de quienes no recibieron la codiciada presea a fines de di-

ciembre de 1818 no se hizo esperar, y se tradujo en un elevado número solicitudes donde la mayoría busca

probar su presencia en el campo de batalla, con la mediación de sus superiores ante el gobierno.

Una de las primeras solicitudes tardías registradas es la que hace el teniente coronel Antonio Arcos el

18 de enero de 181916, seguida por la del cirujano mayor James Parossien el 19 de enero, solicitando medallas

para sí mismo, los alférez Manuel Molina y Juan Briceño del Ejército de los Andes y el capitán Santiago De-

vlin, el teniente Gregorio Robles, el cirujano Juan Gerard y su ayudante Thomas Castro del Ejército de Chi-

le.17 Posteriormente, se agració a 17 oficiales del cuerpo de medicina, que durante la acción se habían visto

impedidos de asistir al campo de batalla por encontrarse atendiendo heridos en Santiago.18

Sucesivamente, hemos accedido también a las solicitudes del teniente segundo Juan Eldes (28 de

enero)19, el subteniente Alejandro Muñoz (29 de enero)20, el capitán Judas Tadeo Contreras (10 de febrero)21,

el teniente Juan José Olleres (26 de marzo)22, el sargento mayor Eugenio Necochea (27 de marzo)23 y el cape-

llán del Batallón Nº 7 Joaquín Villela (19 de agosto).

Gracias a esta documentación, podemos hacer subir el total de medallas de forma fehaciente a 373

unidades de plata y 74 de oro, sin embargo, no puede descartarse en absoluto la existencia y concesión de

piezas adicionales que no se encuentren en los registros del Ministerio de Guerra de la época.

Por otra parte, las cifras resultan, a grandes rasgos, similares a las de la condecoración de la Batalla de

Chacabuco (al menos de los ejemplares acuñados en Chile) encargadas el 23 de mayo de 1817 y cuya primera

partida estuvo finalizada el 11 de julio del mismo año. Durante los meses siguientes se acuñaron ejemplares

adicionales y, a fines de diciembre, la Casa de Moneda de Santiago expedía un informe donde contabilizaba

un total de 302 medallas de plata y 72 de oro.24

Ejemplares en colecciones públicas y privadas

Sabemos que la colección numismática del político y ex ministro de Guerra y Marina Francisco

Echaurren Huidobro (1804-1909), legada testamentariamente al Museo Histórico Nacional de Chile en 1911,

16Archivo Nacional. Ministerio de Guerra, Vol. 77, fs. 37. 17Archivo Nacional. Ministerio de Guerra, Vol. 77, fs. 19-21. 18Archivo Nacional. Ministerio de Guerra, Vol. 77, fs. 23-24. 19Archivo Nacional. Ministerio de Guerra, Vol. 77, fs. 40. 20Archivo Nacional. Ministerio de Guerra, Vol. 77, fs. 38. 21Archivo Nacional. Ministerio de Guerra, Vol. 77, fs. 25. 22Archivo Nacional. Ministerio de Guerra, Vol. 77, fs. 30. 23Archivo Nacional. Ministerio de Guerra, Vol. 77, fs. 31-33. 24Archivo Nacional de Chile (1962) “Archivo de don Bernardo O’Higgins” Primer apéndice. Imprenta Universitaria. p.

250-259. En cuanto a las medallas de Chacabuco, existen tres tipos: una de forma trapezoidal cuyos ángulos se encuen-

tran rematados por esferas, una de forma trapezoidal sin esferas y una de forma ovalada. A juicio del autor, este informe

considera sólo el tipo oval, ya que los estudios de J. T. Medina, Rosa y Cunietti coinciden en que las trapezoidales ha-

brían sido acuñadas en Londres.

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incluía una medalla a los vencedores de Maipo25. A la fecha (septiembre de 2018) se encuentran expuestos dos

ejemplares de oro, que forman parte de su exhibición permanente, y existe un ejemplar de plata que figura en

depósito. También hemos tenido la oportunidad de ver el ejemplar de plata que resguarda el Museo

O’higginiano y de Bellas Artes de Talca y el que se conserva en la colección del Complejo Museográfico

Enrique Udaondo, en Luján, Argentina.

En cuanto a colecciones privadas, sabemos que el abogado, político, historiador y numismático José

Toribio Medina (1852-1930) poseía un ejemplar de plata y un ejemplar octogonal de cobre. Esta colección fue

comprada a principios del siglo XX por el coleccionista Rafael González, de Valparaíso. Por otra parte, en el

inventario de la colección del escritor, numismático y economista Óscar Salbach (1854-c.1910), considerada

la mejor colección de medallas y condecoraciones sudamericanas reunida a la fecha, y rematada en Ámster-

dam en 1911, figuraban un ejemplar de oro y dos de plata.26

Reproducciones

Por último, es importante señalar la existencia de, al menos, tres proyectos de reproducción de las

medallas de oro y plata. El primero, realizado probablemente en Argentina, data defines del siglo XIX y puede

distinguirse de los originales, principalmente, por la fineza y regularidad de la tipografía utilizada, el exceso

de hojas en la corona de laureles, la añadidura de un lazo atando esta corona y el reemplazo del colgante ori-

ginal por una argolla. Desconocemos al material constitutivo, aunque probablemente sean de plata y bronce.

Esta reproducción ha sido incluida e ilustrada por Alejandro Rosa en su Monetario Americano (1892), con-

fundida con la pieza auténtica27.

El segundo corresponde a una reproducción hecha en bronce, de muy buena factura, acuñada por ini-

ciativa de la sociedad numismática “La Medalla”, de Argentina. Se distingue fácilmente por exhibir un sutil

reborde en torno a la estrella del anverso y debajo de ella, las iniciales “S.L.M.” y el año de acuñación (1914).

La pieza tiene 27 mm. de ancho, 30 de alto y pesa 6,9 gramos. Esta sociedad ya había realizado reproduccio-

nes en bronce de la medalla y del escudo de paño otorgado a los vencedores de Chacabuco en 1913, y en 1915

reprodujo el escudo de paño otorgado a San Martín por la misma victoria28.

El tercero fue realizado por la asociación argentina “Regimientos de América” de los investigadores

Daniel Pedrazzoli y Julio Luqui-Lagleyze en 2011, siendo mucho más reconocible por la sobredimensión de

la estrella del anverso, la corona de laureles con menor cantidad de hojas, la sobredimensión del colgante, la

cinta de fibra sintética y la aleación utilizada para su fabricación, probablemente zamac (zinc, aluminio, mag-

nesio y cobre).

25Catálogo de la Colección Numismática legada por Don Francisco Echaurren Huidobro al Museo Nacional, Imprenta Emilio Pérez, Santiago de Chile1911, p. 183. 26Collection de feu Monsieur Oscar Salbach à Hambourg. Premièrepartie. Amsterdam, 1911. 27Rosa, A.; Monetario Americano (ilustrado) Clasificado por su propietario, Imprenta de Martín Biedma, Buenos Aires,

Argentina, 1892, p. 329. 28Dool, D.; “Medals commemorating José de San Martín and the Liberation of South America”, en Tams Journal, Vol.

54, Nº 6, p. 163-170.

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Izq.: Reproducciones de inicios del

siglo XX, probablemente argentinas.

Izq.: Modelo incluido

erróneamente por Alejandro

Rosa en “Monetario

americano”, 1892.

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Abajo, izq.: Reproducción de bronce, realizada por la Sociedad La Medalla, Argentina 1914. Der.: Reproducciones realizadas

por Regimientos de América, 2011.

Conclusión

A través de este breve estudio, hemos hecho un repaso por los aspectos históricos, documentales e

iconográficos en torno a la institución y materialización de una destacada pieza numismática sudamericana,

como es la condecoración “De los vencedores de Maypo”. La documentación de época ha permitido elrescate

de antecedentes poco conocidos, como el hecho de que la medalla, a pesar de haber sido creada en mayo de

1818, fue acuñada y distribuida entre diciembre de 1818 hasta bien entrado el año de 1819, constatándose la

concesión tardía de bastantes unidades. Además, hemos realizado una primera aproximación al total de piezas

existentes sobre una base documental sólida, proveniente de los registros del Ministerio de Guerra del Archivo

Nacional de Chile. Con esto esperamos enriquecer el conocimiento en torno de una de las piezas más emble-

máticas de la falerística tanto chilena como argentina, considerando que las estimaciones de ejemplares acu-

ñados, sobre todo en medallística, suelen ser escasas o de plano, inexistentes.

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Los “Perros de la Guerra“

Mercenarios en el Mundo Antiguo

La Revolución Militar y su Aporte al Arte de la Guerra

por Esteban Darío Barral

Arriba: Hoplitas griegos luchando contra infantería persa. A muchos les podrá parecer incorrecto llamar revolución militar

a las reformas de Ifícrates y Chabrias, pero creemos, y compartimos con Arther Ferril1, que para el momento en que se dio,

fue una verdadera revolución en asuntos militares.

Introducción

La figura del soldado mercenario ha creado diferentes estados en el subconsciente de quien escucha

la palabra, para algunos es motivo de repulsa o de indiferencia, y generalmente se los relaciona con el lado

oscuro de los conflictos armados. Sin embargo, en la historia militar, las fuerzas mercenarias han estado

vinculadas a numerosas campañas militares siendo su aporte más que importante al arte de la guerra. En el

mundo antiguo la aparición de soldados profesionales ocasionó en muchos casos una verdadera revolución

militar, ya que los mismos brindaron una estructura profesional que era inexistente en las poleis griegas.

1 Ferrill, A.; Los Orígenes de la Guerra. De la Edad de Piedra a Alejandro Magno, Ediciones Ejército, Madrid. 1971,

pág. 213.

Mundo Antiguo

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Desde los orígenes de las primeras organizaciones militares de la historia existieron grupos de vete-

ranos que vendían sus conocimientos por una buena paga, por cuestiones políticas, o motivos varios que

sólo ellos conocerían. Durante la batalla de Qadesh en 1274 a.C., un cuerpo de mercenarios nubios sirvió a

órdenes del Faraón Ramses II y probablemente haya habido organizaciones similares del lado hitita; tam-

bién existieron cuerpos de mercenarios anteriores a los relatos de Qadesh, el caso de los mercenarios en los

ejércitos paleobabilónicos2, o el de los soldados nubios en Amarna aunque no está claro si eran mercena-

rios, cuerpos extranjeros voluntarios o simples soldados profesionales3.

Pero sin duda, las mejores fuentes antiguas son las vividas por una series de innovadores comandan-

tes griegos que lucharon entre los siglos V y IV a.C., pasando uno de ellos a la historia, no por su trabajo

como mercenario, sino como historiador. Jenofonte nació cerca de Atenas en la segunda mitad del siglo V

a.C., y su su campaña junto a Ciro lo convirtió en quien es hoy. La famosa “Retirada de los Diez Mil”, que

narra la campaña de una unidad de mercenarios griegos en Persia, es sin dudas, una de las grandes crónicas

de la antigüedad.

Los mercenarios, tanto los primeros de la antigüedad, como los modernos y actuales, han vendido

sus servicios a quien los requiriese. No estamos muy seguros de que el motivo económico haya sido la prin-

cipal causa de su empleo, es sin duda alguna un gran aliciente, pero nadie arriesga su vida en guerras leja-

nas sólo por el dinero y el botín. Jean Lartéguy, escribió una trilogía4 sobre un grupo de soldados que ha-

bían luchado en guerras controvertidas, como lo fueron las de Indochina y Argelia, finalizando su trabajo

con una participación francesa poco conocida en la también poco conocida guerra de Corea. Esta última

obra se titula “Los Mercenarios” y se centra en el batallón francés que luchó en aquel conflicto. Lo más im-

pactante de la misma es la definición que Lartéguy hace de los mercenarios, dejando una ventana abierta a

sí en realidad es tan desacertada o no la misma:

“Ninguno de los mercenarios por mí conocidos responde ya a la definición que de ellos da el Larousse: «Sol-

dado que sirve por dinero a un gobierno extranjero.» Los mercenarios que he tratado, y con quienes a veces he

2 Vidal, J.; “Mercenarios en los Ejércitos Paleobabilónicos”, en Espino, A.; Nuevas fronteras en la Historia de la Gue-

rra. Ed Pórtico, 2014, pág. 5.

3 Están descriptos cuerpos de soldados nubios en las cartas de Amarna del siglo XIV a.C., en Vidal, Jordi; Soldados

Nubios en las Cartas de Amarna. Art. Revista de Historia Nro 27. 2015.

4 Las obras de Lartéguy fueron controvertidas y muy criticadas en la época que aparecieron en las librerías y hasta el

día de hoy. La primera se titula “Los Centuriones” y narra la historia de los paracaidistas y soldados de la Legión Ex-

tranjera francesa en Indochina, siendo el personaje central el Coronel Raspeguy, que no es ni más ni menos que quien

fuera posteriormente general en el Ejército Francés Marcel Bigeard. La segunda obra se centra, con casi los mismos

personajes, en la impopular guerra de Argelia y se titula “Los Pretorianos”.

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compartido la vida, combaten de los veinte a los treinta años para rehacer el mundo. Hasta los cuarenta se ba-

ten por sus sueños y por esa idea que de sí mismos se han inventado. Después, si no se han dejado la piel en la

lucha, se resignan a vivir como todo el mundo —a vivir mal, porque no cobran ningún retiro— y mueren en su

lecho de una congestión o de una cirrosis hepática. El dinero nunca les interesa, la gloria rara vez, y se preocu-

pan muy poco de la opinión que merecen a sus contemporáneos. En esto es en lo que se distinguen de los de-

más hombres.”5

Si los mercenarios a órdenes de Clearco, luchaban solo por la paga o por otras razones, es motivo de

especulación, aunque Jenofonte hace ver que el jefe mercenario era un hombre dedicado por entero a la

guerra. Otros comandantes posteriores cómo Ifícrates, también eran hombres dedicados por entero a la gue-

rra y no estamos seguros que su motivación sea simplemente la

paga. El aporte que su estructura militar brindó a unas Poleis

aferradas a un conservadurismo militar incomprensible y la re-

volución militar que los mismos generaron, es el motivo de es-

tudio del presente trabajo.

Encontrar un término adecuado para las actividades mer-

cenarias no implica desviarnos o salirnos de la época en la que

los mismos actuaron; y queremos remarcar esto y dejarlo en

claro, los mercenarios que acompañaron a Jenofonte en su famo-

sa retirada después de la batalla de Cunaxa, no tienen nada que

ver con los hombres del 5.° Comando mercenario de Mike Hoa-

re en el Congo, ni tampoco con los Condotieros de Giovanni de

Medici a principios de la edad moderna. Todos tienen algo en

común: eran soldados profesionales que ofrecían sus servicios

y que luchaban en guerras lejanas. Es por ello que no haremos

paralelismos más allá de los que se hicieron hasta ahora, ya

que cada uno de ellos tuvo sus particularidades propias de la época en que vivieron.

Los primeros mercenarios

En apariencia, entre los siglos VIII y VII a.C. mercenarios carios y jonios combatieron en varias

campañas en distintos lugares, cuyas acciones están muy poco registradas, no así a algunos grupos que lu-

charon a órdenes del faraón Psametico I (664 a.C.)6, aunque es seguro no fueron los primeros griegos en

vender sus servicios. Ya el Mediterráneo, más que una barrera infranqueable, era un lugar para el libre in-

tercambio y un comercio por demás provechoso para todas las civilizaciones que se desarrollaban en sus

6 Trundle, M.; Greek Mercenaries. From the Late Archaic Period to Alexander, Ed. Routledge,.2004, pág. 28.

Arriba: Casco de estilo corintio, c.600-575 a.C., Metropolitan Museum of Art, Nueva York (foto por S. Sandoval). Este tipo de protección era usada por la infantería pesada hoplita.

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costas. Del centro a la periferia y viceversa, el intercambio de bienes y servicios fue una constante en el

mundo antiguo y es en ese intercambio donde los profesionales de la guerra también interactuaban.

Se ha debatido mucho si fueron los carios quienes crearon las primeras organizaciones mercenarias

griegas, puesto que la contraprestación de un servicio militar por una paga (misthophoroi) no era generali-

zado en el mundo antiguo. Sin embargo, ante la ausencia de fuerzas profesionales necesarias para una cam-

paña prolongada, era lógico recurrir a una estructura militar de ese tipo y las únicas disponibles eran de las

fuerzas mercenarias. El empleo de estos hombres para las tareas militares y otras afines, los tiranos de la era

arcaica los contrataban como guardaespaldas, eran una constante debido a que los mismos poseían habili-

dades difíciles de obtener entre los ciudadanos comunes.

Toda organización mercenaria cuenta entre sus filas con miembros que normalmente son parte de su

mismo grupo, de su polis o que han actuado en la milicia en ocasiones anteriores. Es por ello que las unida-

des mercenarias constituían en gran forma un brazo de la polis a la que representaban, transmitiendo no só-

lo sus servicios profesionales sino también su cultura.

Es en estos intercambios donde la fuerza mercenaria hace su mayor aporte al arte de la guerra en el

mundo antiguo, ya que como ellos transmitían conocimientos, también los recibían. Probablemente, la ad-

quisición de nuevos conocimientos tácticos permitió a los jefes militares transformar la limitada guerra de

hoplitas en una guerra de procedimientos más flexibles, que se adecuaran a las exigencias de la misma, en

tanto su evolución modificaba la estrategia militar de las poleis.

En la polis, el estatus económico-social se medía de acuerdo a la función militar, donde la misma era

necesaria para mantener la tierra y servir al estado. El mercenario era un elemento importante en esta rela-

ción social ya que era parte de la política exterior de la polis. Para Ste. Croix, el mercenariado era la mano

de obra contratada a gran escala y a primera instancia, y los mercenarios provenían de distintos estratos so-

ciales, convirtiéndose en el brazo armado de la polis para su política externa. Es en esa participación en el

extranjero donde los mercenarios fusionarán sus conocimientos previos con los adquiridos, conformando

una fuerza militar que desbancaría a los hoplitas al arrebatarles su primacía en el combate.

La guerra griega estaba basada en la guerra de falanges, una formación de combate de dudosa utili-

dad y que se asemejaba más a un combate ritual que a una forma práctica de encarar la guerra. Esta anoma-

lía en su utilización práctica y con capacidad para definir mediante una batalla todo un proceso bélico, que-

dó patente durante la guerra del Peloponeso, donde era necesario mucho más que la utilización de falanges

para poder definir un conflicto que se mostraba por demás extenso. Es probable que este tipo de forma gue-

rrera se viera atada a un conservadurismo militar sin sentido, algo que no es una rareza en los ejércitos, más

bien es algo normal, pero que, a pesar de todo, se siguió adoptando aunque su ineficacia combate había

quedado por demás demostrada. Es durante la guerra del Peloponeso, cuando una unidad de hoplitas espar-

tanos fue arrollada y obligada a rendirse. Fue en pilos y Esfacteria, donde los atenienses Cleón y Demóste-

nes al frente de un fuerte destacamento de infantería ligera, psilois, lograron rodear a un batallón espartano

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de 420 hombres, obligando a rendirse a 292 y matando al resto7. Las fuerzas ligeras demostraban que se po-

día vencer a la infantería pesada en campo abierto, siempre y cuando se supiera utilizar a la misma y man-

teniendo distancia de combate con los hoplitas. La guerra se estaba convirtiendo en algo mucho más móvil

y fluctuante, ya la táctica comenzaba a variar de acuerdo a las exigencias del terreno, el tiempo y el enemi-

go a enfrentar.

Si algo demostró la guerra del Peloponeso fue que la guerra de hoplitas estaba llegando a su fin, pues

ya era hora de que aparecieran nuevas formas de guerrear. Pero se necesitaba un vector para transportar los

conocimientos evolutivos propios de la experiencia extraída del combate. Eso sólo lo podían hacer los mili-

tares profesionales y los únicos con esas características eran los mercenarios.

Jenofonte y los diez mil mercenarios griegos8

La campaña de los 10.000 mercenarios griegos, que a órdenes del espartano Clearco (entre cuyos

efectivos se encontraba Jenofonte) fueron a combatir con Ciro, un sátrapa, a Persia es, tal vez, una de las

historias más fascinantes del mundo antiguo y que dejó una cantidad ingente de enseñanzas para la historia

militar. Era la primera vez que los persas utilizaban a un gran contingente de mercenarios para sus guerras

internas, igualmente lo seguirán haciendo y varios grupos combatirán contra Alejandro en sus campañas,

los que aportarían sus conocimientos militares para terminar combatiendo en Cunaxa.

El contingente mercenario de casi 14.000 hombres, según Jenofonte, estaba comandado por un es-

partano llamado Clearco, un veterano que estaba en el exilio, y a varios capitanes más que eran los que

comandarían los diferentes grupos de soldados contratados. A ninguno se les dijo el objetivo de la campaña,

sólo que iban a combatir contra rebeldes insurrectos de la satrapía de Asia Menor en la Pisidia, sin conocer

la realidad: destronar al hermano menor de Ciro y rey de Persia Artajerjes II; esto probablemente para evitar

un amotinamiento entre las tropas ante tamaña campaña. Luego de una serie de acontecimientos que van

desde deserciones, acciones menores durante el trayecto y nuevas mentiras, la fuerza mercenaria llegó al

Éufrates, donde se reveló el verdadero objetivo de la operación. Ya sin más que hacer, los mercenarios con-

tinuaron y se enfrentaron con el rey persa en la llanura de Cunaxa.

Las fuerzas de Ciro oscilan, de acuerdo a las fuentes, entre los 60.000 y 80.000 hombres de infante-

ría, entre ellos la fuerza de 14.000 mercenarios, y unos 3.000 jinetes que se enfrentarían a un poderoso ejér-

cito persa de aproximadamente 100.000 hombres y que incluía 6.000 jinetes y cerca de 200 carros de com-

bate falcados. Ambas fuerzas se enfrentaron en Cunaxa en el 401 a.C. y luego de un apresuramiento táctico

por parte de Ciro, pues su ejército aún no había entrado en posición para iniciar las acciones, se lanzó al

7 De los 292 hombres rendidos, 120 eran Homoioi, es decir, ciudadanos de plenos derechos y parte de la elite del ejér-

cito espartano. Tucidides; Historia de la Guerra del Peloponeso, Ed. Crítica, 2013, Libro IV, pp. 287-288.

8 Ver a Jenofonte; Anábasis. La Retirada de los Diez Mil, Ed. EDAF, 1993.

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ataque contra el centro persa, intentando alcanzar a su hermano para matarlo. Pero en el combate, este tipo

de actos arrojados, se pagan caro y Ciro lo hizo con su vida, a pesar de haber estado cerca de matar a Arta-

jerjes II. Sus hombres se retiraron y, con el ala izquierda destruida y Ciro muerto, la batalla estaba pérdida.

Pero los mercenarios que estaban en el ala derecha del dispositivo habían hecho lo que sabían hacer y ha-

bían vencido al ala izquierda de Artajerjes II, incluso amenazando con llegar hasta su retaguardia y envol-

ver al ejército del rey, ya que Clearco había hecho girar a sus fuerzas buscando el envolvimiento hacia el

centro. Se alinearon de espaldas al río y aguantaron el embate persa, rechazando todos sus ataques e incluso

contraatacando y empujando a las fuerzas persas hasta Cunaxa. Sólo la llegada de la noche impidió que la

fuerza griega arrasara con el resto del ejército persa.

Tanto Clearco como sus capitanes no supieron de Ciro, del resto de su ejército o del resultado de la

batalla hasta la mañana siguiente. La situación de los mismos no era para nada envidiable, se encontraban

aislados en el corazón del imperio persa y rodeados de enemigos; su contratista y pagador había caído y el

rey los quería muertos. Unos 12.000 hombres quedaban de esta manera librados a su suerte.

Los persas, con tal de que los mercenarios se fueran, urdieron un plan, inteligente y maquiavélico, y

enviaron a uno de sus agentes más confiables a parlamentar. Tisafernes, el hombre designado para tal fin,

logró convencer a Clearco que llevaría a él y a sus mercenarios fuera de las fronteras de su imperio. Para

ello los condujo a través del río Tigris con destino al Zab Mayor. Allí, llevó a Clearco y a sus capitanes a un

encuentro donde los tomó prisioneros y después los ejecutó. Con esta acción los persas apreciaban que el

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resto de los hombres se rendirían y serían esclavizados. Pero esto no fue lo que ocurrió. Los mercenarios

eligieron nuevos jefes, entre los cuales se encontraba Jenofonte, para que los condujeran nuevamente a su

patria. Es entonces cuando comienza una de las mayores travesías de una fuerza militar en la historia. Atra-

vesando territorio indómito y luchando contra tribus hostiles, seguidos de cerca por el ejército persa, los

griegos se abrieron paso combatiendo y dando muestras de una gran eficacia militar. Marcharon hacia el

Norte y lograron llegar hasta las costas del Mar Negro, donde con gran alegría y emoción habían práctica-

mente concluido la campaña. Era principios del 400 a.C. Luego de alcanzar Calcedonia y pactar con el sá-

trapa de la región, pudieron embarcar rumbo a Bizancio para cruzar el estrecho. Quirísofo, uno de los jefes

mercenarios, partió hacia esta ciudad con el fin de conseguir barcos para cruzar, mientras el resto de la fuer-

za continuaba la marcha con dirección a Paflagonia.

Cómo toda fuerza militar que se mueve por un territorio enemigo, a medida que avanzan se abastece

del mismo, ya sea por voluntad de los habitantes de la zona o por la fuerza. Ni bien llegaron a la costa de

Grecia, las ciudades de la zona los miraban con recelo e incluso les negaban la entrada. El amotinamiento

estuvo a la orden del día hasta que los contingentes lograron regresar a sus hogares, aunque una fuerza de

6.000 hombres fue contratada nuevamente, esta vez por Esparta para luchar contra Persia, cuando se inició

un nuevo conflicto entre ambos en 399 a.C.

De esta manera finalizaba la “Retirada de los Diez Mil”, tal como se la conoció a través de la histo-

ria. Jenofonte fue recibido con honores en Esparta y los mercenarios que quedaron estuvieron a órdenes de

Tibrón9.

9 El contingente mercenario, de acuerdo a Jenofonte, estaba compuesto antes de iniciar la campaña de las siguientes fuer-

zas: 1.000 hoplitas, 800 peltastas tracios y unos 200 toxotai cretenses, todos ellos bajo el mando del espartano Clearco. Comprendían el contingente más completo de la fuerza mercenaria. También había unos 300 hoplitas siracusanos, otros

700 hoplitas bajo Quirísofo de Esparta; 1.000 hoplitas bajo el mando de Soféneto de Arcadia; 4.000 hoplitas con Xenias

de Arcadia (gran parte de este contingente se fue con su jefe cuando abandonó a los mismos en Siria); 1.500 hoplitas y

500 peltastas con Próxeno de Beocia; 1.000 hoplitas con Soféneto de Stínfalo; 500 hoplitas con Sócrates de Acaya; 300

hoplitas y 300 peltastas con Pasión de Mégara y 1.000 hoplitas y 500 peltastas con Menón de Tesalia. Jenofonte. Op. cit.

Pags 20-27.

Izq.: Dos ejemplares de espadas

de hierro tipo kopis (en este caso

del Metropolitan Museum of Art,

de Nueva York), conocidas tam-

bién en el contexto heleno como

májaira o máchaira; su introduc-

ción en el mundo griego se dió

alrededor de finales del s.VI a.C.

Estas piezas están datadas c. V-IV

a.C.

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Las enseñanzas que dejó la campaña de Ciro fueron tomadas y transmitidas por los mercenarios en

sus respectivos lugares de origen, pues las lecciones aprendidas fueron varias. En primer lugar, se demostró la

capacidad de una fuerza militar profesional ante ejércitos de leva, especialmente en el choque de la infantería

pesada, ante infantería que no estaba concebida para este tipo de combate, como ya había quedado demostrado

en las guerras pérsicas de la primera mitad del siglo V a.C. Pero también se aprendió, y esto fue durante la

retirada de los mercenarios, que era necesario contar con un mayor número de infantería ligera, peltastas, de

arqueros, toxotai (arqueros armados, además, con espadas cortas u escudos tipo pelta), de honderos, de caba-

llería y de una logística adecuada para mantenerse durante un prolongado tiempo en el terreno operando. En

los combates contra las tribus de Armenia, la infantería ligera llevó el centro de gravedad de los combates

debido a su mayor movilidad ante combatientes que se movían con armas arrojadizas y no luchaban en terreno

abierto. Todas estas lecciones fueron descriptas minuciosamente por Jenofonte en su obra y es probable que

haya influido mucho en el pensamiento militar de otros profesionales de la guerra, incluido Filipo II de Mace-

donia y de su hijo Alejandro.

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El pensamiento táctico griego

La guerra griega estuvo marcada siempre por dos principios predominantes que marcaron un estilo

de hacer la guerra: el primero, se basaba en el enfrentamiento directo por la fuerza de la masa y el choque.

Para ello se debían dar ciertas condiciones, de lo contrario se corría peligro de que dicho principio no se

pudiera aplicar. Para poder hacer que la masa prevaleciera, dando fuerza al choque, era fundamental colocar

las mejores tropas enfrentando a las mejores del enemigo. El empuje fundamental de la falange buscaba

quebrar la línea enemiga y, para ello, se debía contar con las mejores tropas en el punto decisivo del en-

cuentro; a su vez se contrarrestaba el empuje enemigo, que también había apoyado sus mejores hombres

sobre el ala propia. Esto se puede referir de la siguiente manera: si el enemigo coloca sus mejores tropas

sobre el ala derecha, las mejores fuerzas propias se deben colocar en el ala izquierda para de esa forma po-

der contrarrestarla.

El segundo principio estaba relacionado con la profundidad de la falange. Este principio se regía por

el simple cálculo de que mayor masa era igual a mayor fuerza de choque. Cuanto más fuerte era el choque,

apoyado por la masa, mayor probabilidades de romper la línea enemiga había. Este principio se vio clara-

mente en la batalla de Leuctra (371 a.C.) donde la mayor profundidad de la falange tebana contuvo el cho-

que de los espartanos.

Ahora bien, para que ambos principios se pudieran cumplir era necesario que el enemigo combatiera

de la misma manera; esto funcionó en el combate de falanges hoplitas, pero no era lo mismo ante un

enemigo que luchaba de manera distinta. Los mercenarios lograron derrotar a la infantería pesada persa en

Cunaxa, pero luego durante la épica retirada debieron adaptarse a una nueva forma de lucha que era la que

les presentaban las distintas tribus hostiles, a medida que avanzaban. Es en estas situaciones donde se puede

observar la inutilidad del empleo de la falange, ya que no se podía vencer a un enemigo esquivo y que lu-

chaba con armas arrojadizas.

Izq.: Guerrero herido o caído, del frontón

del templo de Afaia, isla de Egis, Grecia

(Glytothek Staatliche Antikesammling,

Munich, Alemania) c.500-480 a.C. Se

observa en esta escultura tanto el casco

de estilo Corintio, como el reverso del

hoplon, el típico escudo hoplita, junto

con elementos de su sujeción al brazo del

combatiente. Anteriormente, los investi-

gadores consideraban la desnudez en el

arte asociado a lo militar, como un carác-

ter “heróico”; no obstante, puntos de

vistas más recientes, opinan que esta

forma de presentarse al combate no era

rara, a pesar de su falta de practicidad.

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Los mercenarios como profesionales de la guerra que eran, comprendieron esto rápidamente y se

adaptaron, ya que de lo contrario les iba la vida en ello. Como ocurre en toda fuerza mercenaria para co-

brar hay que sobrevivir. Es seguro que ese lema básico de los mercenarios fue el que los llevó a progresar y

a adaptarse a nuevas innovaciones tácticas, pues era lo que les aseguraba la supervivencia en el campo de

batalla. Es en esto que se basaba su principio de evolución en el campo de combate y lo demostrarían

ciertos capitanes mercenarios en la llamada guerra de Corinto.

Ifícrates, Chabrias y la Guerra de Corinto1010

La guerra de Corinto (395-387 a.C.), que enfrentó a Esparta contra Corinto, Argos, Tebas y Atenas,

demostró que la guerra de falanges había llegado a su fin. Hubo dos grandes victorias espartanas durante la

guerra, Nemea y Coronea, que marcaron el zenit de la guerra hoplita de falanges; pero también fue el co-

mienzo del fin de la misma.

La guerra del Peloponeso había dado una cierta experiencia a los ejércitos participantes, pero sobre

todo había formado a militares que habían adquirido un alto grado de profesionalismo, convirtiendo sus co-

nocimientos en dinero y empleándose de acuerdo a los mandatos, muchas veces de la propia polis, o tam-

bién de diversos empleadores. Durante la guerra de Corinto el dinero persa fue el que inclinó muchas veces

la balanza y de esta manera las poleis podían financiar sus ejércitos especialmente de mercenarios.

|Atenas poseía militares muy experimentados que habían operado como mercenarios, uno de ellos

era Ifícrates, que había demostrado una gran capacidad para la conducción. Y fue precisamente una fuerza

de tropas peltastas mercenarias a órdenes suyas las que derrotó por completo a un batallón espartano (Mo-

ra) en la batalla de Lequeo. A diferencia de lo ocurrido con la derrota de la unidad espartana en Pilos y Es-

facteria, donde las fuerzas atenienses poseían una capacidad muy amplia en efectivos comparada a los es-

partanos, aquí las fuerzas de Ifícrates eran similares y los derrotó utilizando tácticas de aferramiento por el

fuego de armas arrojadizas.

Ifícrates de Ramnunte (en el Ática, cerca de Maraton), llegó a tierras griegas hacia el 393 a.C., al

frente de un contingente de cerca de 2.000 hombres de elite, todos ellos profesionales con un alto grado de

preparación y con varias campañas a sus espaldas. Esta fuerza griega estaba compuesta, no por campesinos-

propietarios, sino por profesionales de la guerra que habían hecho de la misma un modo de vida.

10 Las acciones de Ifícrates y sus hombres han sido tomadas de Jenofonte en sus Helénicas, como también de Polieno y

Frontino.

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Arriba: recreación moderna de un peltasta tracio; su nombre deriva del tipo de escudo, pelta, construido en un principio

con una estructura de mimbre, forrado de cuero caprino u ovino. Originarios en la región de Tracia, estos hombres desta-

caron por un estilo de lucha diametralmente opuesto a la falange hoplita: en un principio carecían de protección pesada,

para conservar su ligereza, y hostigaban a las tropas más pesadas, carentes de mayor flexibilidad y adaptación al terreno,

a las que acosaban con jabalinas, su arma predilecta. Como mercenarios, se reclutaron originalmente en esa región, pero

luego su estilo de lucha se difundió, no en poco por el menor costo que resultaba costearse el equipo.

En 392 a.C. inician una serie de acciones de combate típicas de sus capacidades, especialmente in-

cursiones sobre posiciones enemigas y emboscadas sobre fuerzas pesadas que se movilizaban de un lado a

otro en el istmo de Corinto. Las acciones de los hombres de Ifícrates en Sición, Fliunte y Arcadia no hicie-

ron más que aumentar la ya de por sí sobrada fama de profesionalismo de la fuerza mercenaria. Su mayor

gloria y tal vez la que los llevaría a alcanzar el punto máximo de su fama fue el aniquilamiento de la Mora

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espartana en Lequeo. La acción ocurrió cuando una fuerza espartana, escoltando a ciudadanos de Amiclas,

que formaban parte del ejército lacedemonio e iban hacía Sición, fueron emboscados por una fuerza ate-

niense al mando de Calias e Ifícrates. La oportunidad del asalto sobre los espartanos no fue desaprovechada

por los experimentados mercenarios; por un lado, el jefe ateniense Calias alineó a sus hoplitas con el objeti-

vo de aferrar a los espartanos, mientras las fuerzas de Ifícrates los hostigaban contundentemente con armas

arrojadizas buscando el lado no cubierto por el hoplón (escudo hoplita).

El polemarco espartano, decidido a capturar a los peltastas, ordenó una primera carga a sus hoplitas,

que recibieron una andanada de proyectiles causándoles varias bajas; no obstante esto, nuevamente se orde-

nó una segunda carga, que tuvo el mismo resultado. Al llegar un refuerzo de caballería lacedemonia, se

procedió nuevamente a cargar a las fuerzas mercenarias, pero el resultado también concluyó con una gran

cantidad de bajas en el lado espartano. Los hoplitas no estaban en capacidad de perseguir a los infantes lige-

ros de Ifícrates; incluso, cuando quedaban aislados porque la línea se desordenada, eran presa fácil de los

hoplitas atenienses que alineados los esperaban. La caballería lacedemonia no quería perseguir sola, sino

que lo hacía acompañada de los hoplitas espartanos, por lo tanto su velocidad de movimiento quedaba res-

tringida a la del hoplita. Esta ventaja fue aprovechada por los experimentados hombres de Ifícrates, que fue-

ron acorralando a la fuerza espartana. Desde Lequeo se enviaron fuerzas navales para poder evacuar a los

hombres que quedaban, pero estos, en su desesperación para no quedar aislados, no lograron mantener una

acción de retaguardia efectiva y simplemente huyeron acosados ahora, no solo por los peltastas, sino tam-

bién por los hoplitas atenienses que, perfectamente formados, comenzaron a avanzar convirtiendo la retira-

da en una huida desesperada. La fuerza espartana fue aniquilada al completo, pero más allá de la acción bé-

lica en sí, lo interesante es la consecuencia que la misma trajo. Dejaba ver la imposibilidad de maniobrar a

una fuerza compuesta solo de hoplitas contra otras mucho más móviles y flexibles, en tanto que la combi-

nación de fuerzas profesionales altamente capacitadas y móviles con infantería pesada era una gran her-

mandad que ya no podía escapar a una nueva forma de hacer la guerra. Había quedado claro que una fuerza

de hoplitas no podía operar por separado de otras fuerzas, e incluso la caballería por si sola tampoco lo po-

día hacer si no tenía a su lado fuerzas ligeras que la acompañaran. Numerosas acciones más van a llevar a

cabo los hombres de Ifícrates y en muchas ocasiones combinados con infantería de hoplitas, algo que los

mercenarios de Jenofonte ya habían hecho en su campaña en Persia.

Por otro lado, la guerra de Corinto, con una influencia cada vez mayor de Persia, ya que su dinero

lograba financiar los costes de la misma, también llevó a fuerzas mercenarias a combatir al Norte de África,

en la campaña persa para recuperar Egipto. Conocida como la campaña egipcio-chipriota (y que no está

desligada de las acciones e influencias persas en la guerra de Corinto), se basó en el freno a las ambiciones

de Evágoras, monarca de Salamina en Chipre, que quiso poner el gran Rey de Persia.

Las numerosas revueltas campesinas en el delta del Nilo, llevaron al rey persa a utilizar dinastas para

un mejor control del territorio; es aquí donde se relaciona la campaña, ya que antes de poder controlar el

territorio egipcio se debía controlar Chipre, donde cualquier acción militar estaba condenada de antemano si

no se establecía una base firme en dicha isla. En la isla, la polis helena bajo el rey Evágoras, cuyas ambi-

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ciones políticas contrastaban con las persas. Atenas envió a una fuerza de experimentados soldados profe-

sionales al mando de Chabrias, que desembarcó en Chipre con el objetivo de realizar acciones militares y

demostrando una vez más la conjunción entre infantes ligeros y pesados, como un elemento ya imprescin-

dible para la lucha. La acción de Chabrias deja ver la importancia de las fuerzas mercenarias para las accio-

nes políticas externas de las poleis, donde hay un cierto paralelismo con las fuerzas mercenarias actuales y

la tercerización de la guerra.

En la primavera de 387 a.C. Chabrias desembarcó en Egina, en su camino a Chipre, que era una base

naval lacedemonia, al frente de una fuerza profesional

de 800 peltastas junto a una unidad de hoplitas atenien-

ses, bajo el mando de Demeneto. La misión de estos era

apoyar la rebelión de Evágoras contra Persia en una

nueva intervención política de Atenas en la guerra. La

fuerza de hoplitas incursionó cerca de Heracleo a modo

de cebo, mientras los mercenarios de Chabrias estable-

cían una emboscada sobre un camino. Nuevamente, esta

combinación de tropas ligeras y pesadas dio sus frutos

pues lograron aniquilar a una fuerza liderada por los es-

partanos.

Las acciones mercenarias las volveremos a ver

en la campaña que los persas lanzan contra Egipto en

373 a.C., donde participa el mayor contingente de mer-

cenarios griegos hasta el momento. El ejército persa ba-

jo el mando de Farnabazo, cifrado en cerca de 100.000

hombres y transportado por unas 300 naves, debía re-

montar el Nilo en una operación anfibia tan grande co-

mo pocas hubo en la época. Ifícrates comandaba a una

fuerza de 20.000 mercenarios griegos, todos ellos fuer-

zas especializadas en una combinación de infantería li-

gera y pesada. Del otro lado, es decir por el lado egip-

cio, Chabrias había sido contratado por el rey Ácoris con

la misión de establecer un sistema de entrenamiento para

sus hombres y erigir las defensas en el delta del Nilo.

Arriba: Estela con dos guerreros helenos, Reino del Bós-

foro, c.350 a.C. La evolución militar había llevado a un

aligeramiento del equipo, incluso de los hoplitas pesados,

como se observa en esta estela: los hombres sólo llevan

sus cascos, espadas (visible en el hombre de la derecha)

y escudos (en el de la izquierda). Nótese en la parte infe-

rior izquierda, el regatón de la lanza y cómo la lleva, del

extremo posterior, el guerrero barbado.

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La fuerza persa remontó el delta del Nilo, asolando las distintas guarniciones y aldeas que encontra-

ba; pero, a medida que se internaba, encontraba una mayor resistencia entre las fuerzas egipcias, que conta-

ban con el asesoramiento de Chabrias. Por su parte Ifícrates propuso al estratego persa una acción relámpa-

go para tomar Menfis, algo que fue desatendido por el persa. Cómo las acciones se ralentizaban y la estra-

tegia persa no iba con el pensamiento de Ifícrates, éste decidió retirar su contingente sin el consentimiento

de Farnabazo, dando por finalizada la acción de su fuerza en la campaña.

La utilización de mercenarios por ambos lados nos da la pauta de la llamada tercerización de la gue-

rra y su relación con la política externa de la polis griega, donde estos profesionales podían operar de

acuerdo a sus intereses.

Conclusiones

Los conocimientos de los mercenarios fueron transmitidos a través de los hombres que conformaban

las fuerzas profesionales y que al interactuar con otras fuerzas permitían su evolución. La única manera de

que conocimientos militares evolutivos pudieran desarrollarse fuera del ámbito del conservadurismo de la

polis, era con profesionales que se dedicaran por entero al arte de la guerra, que hicieran de la misma una

forma de vida y cuya adaptación a los distintos teatros de operaciones les permitiera desenvolverse para po-

der sobrevivir.

Der.: Estela funeraria de Dexileos c.394-387

a.C. Dexileos era ateniense y servía en la caba-

llería ligera de su polis; resultó muerto, al

parecer, en la batalla de Nemea (394 a.C.)

durante la guerra de Corinto. En su estela se lo

representa venciendo a un hoplita lacedemo-

nio (obsérvese el hoplon de este último). El

jinete no lleva más protección que su indumen-

taria y utilizaría una lanza ligera o, en su defec-

to, una pesada de mayor longitud, junto con un

arma blanca. La caballería ateniense había

evolucionado hacia una más ligera y multifun-

cional; la “nueva” forma de guerrear motivaría

a una táctica de estrecha cooperación entre

montados e infantes ligeros.

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La falange y el hoplita, el campesino-propietario-soldado, había demostrado sus limitaciones durante

el desarrollo de la Guerra del Peloponeso. Ya la guerra no se desarrollaba en los tiempos limitados a la co-

secha y la siembra que había regido la guerra griega hasta ese momento. Ahora, los tiempos eran otros y las

guerras posteriores necesitaban de tropas que se pudieran adaptar al prolongamiento de las acciones bélicas

y que, tarde o temprano, deberían evolucionar hacía una profesionalización de la misma, de lo contrario era

muy difícil mantener un ejército eficiente en el campo de batalla.

La guerra hoplita ritualizada y violenta nada podía hacer en los nuevos teatros de operaciones. Las

acciones de los mercenarios en la campaña de Ciro así lo demostraron, cuando debieron enfrentarse a tribus

hostiles que luchaban desde posiciones ventajosas y no entraban en combate cuerpo a cuerpo. La importan-

cia de la caballería y la infantería ligera iba a ser determinante cuando una fuerza hoplita quisiera operar en

ambientes fuera de los principios que regía a la utilización de la falange. De la única manera que la misma

podía evolucionar estaba en manos de tropas profesionales, que eran los que combatían en los diferentes

teatros de operaciones y que adaptaban constantemente sus procedimientos y su equipo, en pos de su super-

vivencia.

Es así como llegamos a la utilización de fuerzas profesionalizadas y que crearon una forma de gue-

rrear eficiente y eficaz. Las fuerzas mercenarias de Ifícrates y Chabrias demostraron la capacidad de adap-

tación de éstas a enemigos disímiles y a ambientes complejos. Eran hombres que comprendieron perfecta-

mente el arte de la guerra y que lograron prevalecer en una profesión que no perdona errores, pues los mis-

mos se pagan con la vida. Los mercenarios fueron el elemento fundamental para esa evolución, eran los

únicos que mantenían una estructura militar profesional y que se iría adaptando a los distintos ambientes

donde tuvieran que operar. Las fuerzas espartanas, que a su vez eran el único ejército profesional en la Gre-

cia continental, no pudieron adaptarse a pesar de su profesionalismo de la misma manera que los hicieron

los mercenarios. Atados a costumbres militares que les habían dado la victoria en campañas anteriores, no

pudieron ver que su forma de combatir estaba llegando a su fin. Si bien contaban con tropas ligeras y caba-

llería, su eje principal pasaba por el hoplita y sus tradiciones y ethos militar, aferrado a una cultura y a una

sociedad elitista, no les permitió ver que la forma de hacer la guerra estaba cambiando.

Por el contrario, las fuerzas mercenarias que no se ataban a ningún constreñimiento moral ni cultu-

ral, sino a la profesionalidad de sus acciones, les permitió adecuar su equipo y sus tácticas de combate

cuantas veces fuera necesario. Es probable que la evolución de la infantería ificrática haya sido el modelo

para que Epaminondas primero, luego Pelopidas y después Filipo II de Macedonia lograran cambiar para

siempre la forma de guerrear en Grecia. Fueron los “perros de la guerra”, esos profesionales que sabían lo

que hacían los que permitieron que la misma cambiara en una verdadera revolución militar.

Bibliografía

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MIGUEL CHEPOYÁ “El Clarín de la Gloria”

Juan Manuel Sureda

Introducción

Corría el año 1996 cuando nos enteramos del fallecimiento de nuestra querida amiga Silvia Diana Pini

de Ayala y queriendo hacerle un homenaje, aunque más no fuera póstumo, apuramos la aparición de nuestro

folleto “Miguel Chepoyá El Clarín de la Gloria”. A diez años de aquellos momentos, la Junta de Estudios

Históricos de Misiones efectuó una nueva publicación de aquel trabajo que cosechó comentarios favorables en

variados ámbitos. También debo decir que fue necesaria su aparición de entonces porque se inauguraba la

biblioteca con su nombre en la Asociación Sanmartiniana de Misiones y ello satisfacía la natural requisitoria

de asociados y concurrentes. Escribí entonces en las primeras páginas la dedicatoria en estos términos: “In

Memorian: A Silvia Diana Pini de Ayala, a la amiga de la infancia, a la compañera sanmartiniana de valor

incomparable, a la luchadora incansable de todas las horas. A Mario su esposo admirable, con un abrazo sin-

cero de quien los quiso y los quiere con devoción.”

Por ser Miguel Chepoyá uno de los que completó toda la Campaña Libertadora consideramos opor-

tuno su inclusión en este trabajo como colofón de la tarea llevada adelante por estos patriotas a quienes condu-

Miguel Chepoyá, Trompa de Órdenes del Ejército Libertador, complejo escultórico de la Plaza San Martín,

Apóstoles, Misiones.

Personalidades

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jeran desde Misiones a Buenos Aires hacia su destino de grandeza inigualable el Capitán Antonio Morales y el

Corregidor Matías Abucú.

El granadero Miguel Chepoyá

De las tropas solicitadas por San Martín en 1812, se destacaron de las Misiones los “naturales de bue-

na talla y robustez, de entre 25 y 35 años de edad”1, contingente que fuera conducido a Buenos Aires por el

Capitán Antonio Morales y que sobresalieron por su disciplina, valentía, compañerismo y sanos ideales.

De entre ellos, Miguel Chepoyá, perteneciente al cacicazgo de Marayuguá, nació en el pueblo de San-

ta María la Mayor, que se halla ubicado entre las localidades de San Javier y Concepción de la Sierra, dentro

del actual territorio de la Provincia argentina de Misiones. A los dieciocho años integró como granadero la 2.°

Compañía del 2.° Escuadrón, actuando como trompa de órdenes; participó en las Campaña del Norte (Salta y

Tucumán), integró luego el Ejército de los Andes, con el que cruzó la cordillera, se batió en Chacabuco y

Maipú siendo miembro destacado del glorioso Regimiento de Granaderos a Caballo, juntamente con los otros

260 naturales, paisanos de San Martín como éste los llamara, que se incorporaron a principios de 1813. Luego

de la campaña de Chile se embarca hacia el Perú siempre acompañando al General San Martín. Habiendo

servido al Protector del Perú, sirve luego a las órdenes de Bolívar y Sucre, dando cima a su agitado correr por

los campos de batalla de América, en el último encuentro con las tropas realistas: Ayacucho, el 9 de diciembre

de 1824. Recordemos que para entonces, San Martín ya no se encontraba en el escenario peruano porque ha-

bía partido desde el puerto de El Callao, el 21 de septiembre de 1822 a bordo del bergantín ‘Belgrano” rumbo

a Valparaíso2.

Regresa a las órdenes del Coronel José Félix Bogado el 13 de febrero de 1826 y, a su llegada a Bue-

nos Aires, desfila con los restos del histórico Regimiento por las calles de la capital argentina. Eran un puñado

de hombres adiestrados en un todo por el Gran Capitán y que hasta el último encuentro demostraron cuánto

vale la disciplina férrea, el tesón y la valentía puestos al servicio de un noble ideal. Dice al respecto el histo-

riador Antonio Monzón: “Era de los últimos, de los que recibieron el agasajo de Buenos Aires cuando allá en

1826, liberada América, desfilaron por sus calles como queriendo dar el último adiós a las armas, al vistoso

uniforme, a las medallas ganadas con honor”. Y continúa diciendo: “Desde entonces se nos pierden las huellas

de Chepoyá. Creemos que siguió alertando con su trompeta el inminente entrevero en otros campos de batalla,

posiblemente en la guerra con el Brasil; había vivido demasiado el ambiente bélico como para regresar a su

arrasada Provincia, en la cual posiblemente no hallaría ya a sus familiares”3.

Las armas, pertrechos, uniformes y diversos elementos que pertenecieron al glorioso Regimiento de

Granaderos a Caballo que regresaron fueron depositados en los cuarteles del Retiro, su propio punto de ori-

gen. Con tal motivo, por disposición del entonces Presidente Bernardino Rivadavia, las armas depositadas en

1 Furlong, G. S. J.; Misiones y sus Pueblos de Guaraníes, 1978, pp. 726-727.

2 Otero, J. P.; Historia del Libertador General San Martín, Tomo VI, 1978, pag. 290.

3 Ídem ant., pag.725.

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el “Cuartel del Retiro” debían ser “coronadas con una plancha de bronce, en que se lean grabados los nombres

de estos bravos, al pie de una diosa en acción de presentar el laurel de la paz que han dado al continente por su

valor y constancia a toda prueba”4.

A su regreso a la Patria amada, Chepoyá contaba a la sazón con treinta años y, estando muy próxima a

desatarse la contienda bélica con el imperio del Brasil, es muy difícil que no se haya tentado a combatir junto

a sus hermanos, que nuevamente habían sido convocados para esta nueva gesta patriótica. Dice al respecto

Monzón: “Sin embargo estaba trazado el sino de la otrora poderosa Provincia. Misiones debía desaparecer

definitivamente del escenario político, por la contribución cada vez más creciente en pro de la total indepen-

dencia nacional y el afianzamiento de los principios federales”. Bajo las órdenes de Félix de Aguirre y cuando

todo parecía encauzarse hacia la normalidad, aunque su población se hallaba diezmada por los acontecimien-

tos históricos mencionados, el gobierno porteño exige un nuevo sacrificio a la exhausta población misionera:

la contribución en 1825 al ejército nacional, para la lucha contra el Brasil. Y concurren, así como todos los

que se hallaban ya incorporados desde antes en los distintos regimientos del ejército republicano. Y es así

como, el 19 de marzo de 1826 el estado general de fuerzas de Misiones en el Cuartel General del Miriñay,

dispuestos a incorporarse a dicho ejército en la lucha contra el Brasil era el siguiente: Primer Escuadrón de

Caballería (Departamento San Miguel) 121 hombres entre Capitanes, Alférez, Sargentos, Cabos, Tambores y

Soldados; Segundo Escuadrón (Departamento de Loreto ) 90 hombres; Tercer Escuadrón (Departamento Ya-

peyú) 107 hombres; y Cuarto Escuadrón de Caballería (La Cruz) 91 hombres; lo que representa un total de

409 hombres con la plana mayor integrada por un Coronel, un Teniente Coronel, un Sargento Mayor, cuatro

Ayudantes y un porta Estandarte. Sigue diciendo Monzón: “Es digno de tenerse en cuenta que Misiones con-

curre a esa guerra mientras recibe el golpe artero del Brigadier Ferré, quien ante ciertas tropelías indígenas

provocadas principalmente por el estado ruinoso en que se hallaba su territorio exhausto de tanta devastación,

prefirió organizar ejércitos y hacer la guerra al guaraní y así posesionarse al fin de la desgraciada Provincia,

que en esos momentos rendía su último holocausto de sangre, por si fuera poca su contribución a los ideales

de libertad y federalismo”. Y sigue “Misiones desarmada por la contribución al Ejército Republicano fue pre-

sa fácil de Ferré que la sojuzgó, le impuso gobiernos títeres y culminó su obra destructora haciendo desapare-

cer ya definitivamente a la siempre abnegada y sacrificada Provincia de Misiones. Todo en Misiones y en el

guaraní, desde el primer llamado de la Patria, fue derramamiento de sangre, holocausto de sus hombres, ex-

tracción de sus frutos y haciendas; destrucción de sus pueblos, hambre, desolación, ruinas”5.

4 Yaben, J. R.; Biografías Argentinas y Sudamericanas, Tomo II, pp. 396-397.

5 Monzón, A.; Misiones en las Guerras de la Independencia y el Federalismo, Ed. El Territorio, 1952.

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La guerra contra el Imperio

Como sabemos, con los triunfos de Brown en Juncal el

9 de febrero de 1827 y de las fuerzas de tierra en Ituzaingó el 20

del mismo mes, integrado este último ejército mayoritariamente

por el Ejército de los Andes con sus jefes, oficiales y tropa, sos-

tenemos que, difícilmente con tales componentes pudiera sus-

traerse nuestro Miguel Chepoyá a continuar convocando con su

“Clarín de la Gloria” a las armas de la Patria. Nos falta la infor-

mación necesaria para dar como un hecho concluyente su pre-

sencia en Ituzaingó, pero sí contamos con la particular satisfac-

ción del conocimiento de la caída del enemigo mortal y acérri-

mo de otro grande de Misiones el Comandante Andrés Guacura-

rí Artigas: el esclavista Abreu. Al respecto dice Otero: “el 20 de

febrero de 1827 la victoria había coronado las armas de la Patria

en la batalla de Ituzaingó. Esta batalla había durado seis horas y

los imperiales o sea los brasileños, vencidos por el choque

enemigo emprendieron la retirada dejando en el campo de com-

bate mil doscientos muertos, entre ellos al Mariscal Abreu”6.

Nueva página de gloria para las armas de la Patria y para nues-

tras tropas misioneras y guaraníes.

Además del permanente hostigamiento de los luso-

brasileños y de los paraguayos, también Francisco Ramírez, el

“Supremo Entrerriano” envía a su valeroso Capitán Gregorio

Píriz en una misión “pacificadora y civilizadora” en 1820. Al

respecto nos dice Don Aníbal Cambas “las tropas vencedoras

[de Píriz] recorrieron San José, San Miguel, San Javier, San

Ignacio y otras poblaciones levantando ganado, trasladando

familias en dirección a la frontera correntina y llevando sus ca-

rretas con yerba, ornamentos y campanas de las Iglesias”7.

6 Otero, J. P.; op. cit., pag. 75.

7 Herrera, M. A.; La Provincia de Misiones (1810-1832), 1945, pp. 94-95.

Arriba: trompa del Rgto. de Granaderos a

Caballo c.1812-1815, de gala (por D. Arga-

ñaráz, según AGN). Un uniforme tal debió

llevar el granadero Chepoyá.

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Conclusión

Che - Pó - Yá: Mi-mano-doy o Apoyo, Yo-apoyo-con mi mano; en definitiva Yo Apoyo; son algunas

posibles interpretaciones etimológicas del apellido guaranítico de nuestro héroe y vaya que sí, cualesquiera de

ellas o incluso algunas otras más que no pueden alejarse substancialmente de lo ya expresado, son una cabal

descripción de lo que en sí mismo constituyó Miguel Chepoyá, es decir, alguien que apoyó y cómo, a todo el

proceso de emancipación en que transcurrió su tiempo vital, desde Chacabuco hasta Ayacucho seguro, y muy

posiblemente hasta la misma Ituzaingó.

Lo rescata en forma muy destacada don José A. Margalot, en su obra “150 años: Miguel Chepoyá el

Corneta de la Gloria” (1976), como uno de los seis que habían cumplido toda la campaña libertadora del

Ejército de los Andes, siendo sus nombres: Miguel Chepoyá, Segundo Patricio Gómez, Francisco Olmos,

Paulino Rojas, Damasio Rosales y Francisco Vargas.

También en un pasaje de su obra acerca de los granaderos guaraníes, dijo nuestra querida Fany Ettori

Chicha Contristano: “con emoción de misionera enmudecí frente a tan grande obra de arte y ante la figura del

indiecito con el clarín...’, comentando su visita al monumento enclavado en el Cerro de la Gloria, en Mendo-

za, donde “surge arrogante y bravía la figura inmortal del trompa de órdenes don Miguel Chepoyá”8.

No fue Chepoyá uno más, fue sin duda uno de los hijos más dilectos de esta tierra misionera, como

Manduré, Andresito y el Gran Capitán. Fue parte de un tiempo único, de gloria, de grandes e inimitables glo-

rias y por ello, irreproducibles. Fue hijo pródigo de una tierra generosa de vegetación exuberante que, otrora,

los Padres de la Compañía de Jesús supieron llevar a su máxima expresión social y económica.

Post scriptum

En oportunidad de visitar a un amigo músico, poeta, artista plástico, durante su residencia en San Ig-

nacio, Provincia de Misiones, acerca de las posibilidades de un ejecutante como Miguel Chepoyá de un ins-

trumento de convocatoria como la trompa de órdenes, me dijo casi textualmente Juan Catalano, el amigo de

referencia, quien cuenta en su larga trayectoria como miembro ejecutante de instrumentos de viento en bandas

de música la experiencia y el conocimiento necesarios, que por otra parte le viene de familia, me decía enton-

ces: “el ejecutante de instrumentos de viento tiene en sus manos y en su boca una amplia posibilidad de varia-

ciones que llegan o pueden llegar al espíritu de quien lo está escuchando en tanto y en cuanto su capacidad e

inspiración del momento así lo logren, puede llegar a tocar las fibras más íntimas de las personas, transmi-

tiéndoles sentimientos, sensaciones, inspiraciones y hasta motivaciones muy especiales de acuerdo a la temá-

tica musical que esté interpretando y mucho depende también de la calidad interpretativa aplicada al instru-

mento.” Algo o mucho de esto debió ocurrir con los sones que generaba con su instrumento Miguel Chepoyá.

Estimamos que el ambiente en que se encuentran los escuchas es en circunstancias, un fuerte condicionante

espiritual, como lo puede ser el inicio de un combate, los momentos previos y los distintos lances propios de

8 Ettorio de Contristano, I. F.; “Conferencias V Centenario”, en ciclo Encuentro de Dos Culturas, Junta de Estudios His-

tóricos de Misiones, 1992.

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la lucha agregamos nosotros. Queremos decir también que siempre nos ha llamado mucho la atención la pode-

rosa influencia que ejercía este nuestro paisano misionero y guaraní, instrumento en mano, sobre la tropa a

quien debía transmitir las vitales instrucciones que musicalizadas, representaban fielmente el pensamiento y

el sentir profundo de su amado y respetado Jefe, su paisano, el General José de San Martín.

Permítasenos finalizar este modesto aporte a la historia misionera compartiendo las palabras de Don

Antonio Monzón:

“Difícilmente se halle en la historia nacional otra Provincia que diera tanto por la causa común y fuera

más injustamente despojada y olvidada en la trayectoria de su existencia hasta desaparecer, descuaja-

da, sin que quedara más que el hálito de lo que fue vivo; el espíritu indomable del guaraní a través de

sus románticas leyendas, de los muros aún enhiestos de sus ruinas (…)”9

9 Monzón, A.; íbid.

El autor es miembro de la Junta de Estudios Históricos de Misiones, Presidente de la Asocia-

ción Civil “Flor del Desierto”, dedicada a la investigación y difusión del ideario de Andrés

Guacurarí y Artigas. Es miembro fundador de la Asociación Cultural Sanmartiniana de Misio-

nes y Biblioteca Popular “Granadero Chepoyá”. Emprendedor de investigaciones históricas,

colaboró estrechamente en la redacción de la Resolución H. C. R. N.° 69-95/96 pro-

repatriación de los restos de Andrés Guacurarí Artigas.

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Reglamento de uniformes del Ejército

de la República de Colombia 1826 (I)

Estado Mayor

por Diego Argañáraz

Introducción

Trataremos aquí en una breve reseña el interesantísimo documento de referencia; es notable por lo

minuciosidad del mismo que, por otro lado, sólo nos atendremos con mayor profundidad a lo correspondiente

a los uniformes.

Reseña histórica

El término de “Gran Colombia” fue uno carácter no contemporáneo a los hechos: en sus días, esa en-

tidad estatal era denominada simplemente como Colombia, y tuvo su gestación en la victoria de Boyacá (7

ago. 1819). Esto dio pábulo al intento de mantener a los territorios del antiguo virreinato de Nueva Granada en

la concreción de una sola nación, cuestión que recibió legitimidad política en diciembre de 1819.

Esto dio el marco para la integración de unas fuerzas que, por otro lado, desde el principio del proceso

emancipatorio, habían combatido lado a lado casi sin distinciones. Desde esos inicios, Bolívar se preocupó de

reglamentar el vestuario de sus ejércitos, con un primer fruto el 18 de octubre de 1813, con el Reglamento

para los Uniformes, divisas y graduaciones de los Exércitos de la República de Venezuela (publicado en la

Gazeta de Caracas el 1 de noviembre de ese año), con el fin expreso de que el “Exército de la República de

Venezuela se distinga de las Tropas Españolas en el uniforme, divisas, y orden de grados de aquella Nación”.

Uniformes

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No obstante lo completo del documento, la realidad de la guerra y sus carencias hizo que recién a finales de la

década de 1810 se contara con un mayor flujo vestuario para la tropa.

Ya con la clausura de las campañas de independencia en los departamentos del nuevo Estado, hubo

profusión de reglamentaciones atinentes a organizar la fuerza militar en todos sus aspectos. Con la vista puesta

en la marcha hacia el Perú, en 1823 la legislatura otorgó al Libertador las facultades para aumentar o dismi-

nuir a su sola consideración las fuerzas de tierra y mar. Tres años después, el senado y la cámara de represen-

tantes de la República decretaban en enero arreglar el uniforme del ejército y la marina, según el criterio que

siguiera el Ejecutivo, pero con la salvedad de primar la simpleza y economía de los mismos.

Organización de los Estados Mayores (EM)

Poco después, en junio de 1826 se establecía el organigrama y funciones de los EM1; por aquel, se

distinguían a los mismos como de Ejército o de División, en el caso de que el gobierno reuniera tropas ex

profeso, con un objetivo particular; luego estaban, además, los estados mayores departamentales con las fuer-

zas “en reposo” o pasivas. La normativa delineaba minuciosamente los deberes y atribuciones de un EM se-

gún estuviera en operaciones, sus funciones en las marchas, en combate, etc. En caso de conformarse tal, el

gobierno destinaría los ayudantes de EM General de 1.° y 2.° clase, y los adjuntos que considerara necesario,

según la entidad de la fuerza reunida. Así mismo, todos los oficiales de todas las armas, que se hallaran sin

destino en la región en que se reuniera la fuerza debían considerarse como pertenecientes a ese EM, lo mismo

que los oficiales jefes con mando de tropas o plazas. Para el funcionamiento del mismo, cada EM debía contar

cuatro secciones: la primera al mando del Jefe de EM, con funciones en lo concerniente al movimiento de las

tropas, la organización general, la correspondencia, órdenes del día, santos y señas, licencias y el arreglo de la

artillería. La segunda sección estaría al frente del Ayudante de EM de 2.°, con el encargo de la proveeduría, el

manejo de las plazas, remonta, equipajes, víveres y forrajes, hospitales, alimentos y vestuarios. La tercera, con

el Ayudante de 1.° al frente, lidiaba con los pagos, listas de revistas, altas y bajas, reclutas, rendiciones de

cuenta, guías y espionaje. Finalmente, la cuarta sección, con un oficial de ingenieros, trataba sobre la topogra-

fía.

Uniformes

También en junio 24 de ese año, con la firma del Gral. Santander, vicepresidente de la república, se

decretó el Reglamento de Divisas y Uniformes militares del Ejército, que tendría continuidad hasta el fin de la

década, junto con la disolución de la república.

En esta primera entrega no detendremos someramente en los trajes de los oficiales generales y de los

de EM, más allá de la minuciosidad del reglamento en todos los ramos y armas, que esperamos ir avanzando

en próximos números.

1 En 1825 se había decretado la organización del EMG de la República.

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Francisco de Paula Santader (1792-1840), vicepresidente de la República en el período 1819-1828, ejerciendo el Ejecutivo en ausencia de Bolívar. Conocido como el “El Hombre de las Leyes”, tuvo un real afán por la institucionalización del Estado y, lógicamente, sus fuerzas armadas. Este famoso óleo de José M. Espinosa es de 1853 (Museo Nacional de Colombia) y representa al general con el uniforme que se conserva, de 1840 y factura francesa.

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Lámina A – Oficiales Generales

1. General de División; según el artículos 1.° del Reglamento, los oficiales generales no vestirían otro traje

que el impuesto, sin importar el arma de origen a la que perteneciere. Por el Art.2.°, se establece el uniforme

mismo que, por otro lado, es básicamente el ya decretado en el Reglamento de octubre de 1813 para los gene-

rales en jefe, incluso las divisas de grado, consistentes en los entorchados, “figurando hojas de laurel”, y las

charreteras oro de canelones gruesos, con 2 estrellas de

plata de 8 puntas en contraste (3 para los generales en

jefe, dispuestas en línea con la pala). Los forros y vueltas

de la casaca son encarnados, mientras el pantalón es de

paño grana. La faja encarnada, propia del grado, es del

estilo adoptado durante las guerras de independencia, de

clara inspiración europea al uso de la caballería ligera. El

elástico podía llevar plumas de los colores nacionales, en

vez de las blancas.

2.Coronel Ayudante de EM de 1.° Clase; el uniforme

de estos oficiales ya se había establecido en los Regla-

mentos para EMG de 1825, consistente en un traje azul

con divisa encarnada y forros blancos. Las insignias de

grado son las charreteras oro, según el botón, y luce los

cordones y la faja de su empleo; en cuanto a esta último,

no había una descripción específica de la misma, por lo

que podía ser una faja común, o el difundido estilo “a la

húsar”. Por ir montado lleva espada colgada en tiros.

3.General de Brigada; las divisas de grado de este ofi-

cial general son la casaca toda azul, los entorchados, las

charreteras con una sola estrella y la faja (representada

aquí del estilo de pasadores) celeste. Se especificaba

(Art.3.°) pantalones blancos sin adornos.

Lámina B – Coroneles de EM

Estos uniformes correspondían al servicio en el EM y diferían (como veremos en futuras entregas) del

traje de cada arma respectiva. Como elemento común del empleo, nótese el uso de fajas amarillas con los

adornos según el botón.

4.Coronel de Caballería de EM; traje de gala detallado en el Reglamento, de azul con vueltas y forros en-

carnados, vivos blancos y cabos plata.

Gral. de Div. José María Córdoba; nativo de Arquito, Ecua-dor y héroe de Ayacucho, aquí con el pequeño uniforme de Gral. de Div. en 1828. Luce en su pecho (de izq. a der.) las condecoraciones de “A los Libertadores de Venezuela”, “Vencedores de Boyacá”, “A los Libertadores de Ecuador”, “Quito a sus Libertadores en Pichincha” y “Ayacucho” (óleo de J. M. Esponisa, 1828).

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Lámina A

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5.Coronel de Ingenieros de EM; traje de gala. El uniforme es el mismo que el de artillería (ver siguiente

figura), pero con los cabos blancos al igual que los vivos. Nótese el adorno en las barras, unos castillos tam-

bién presentes en el collarín.

6.Coronel de Artillería de EM; casaca de solapas y pantalón azules con divisa encarnada, vivos azules al

cuello y vueltas, vivos encarnados en las solapas. Los adornos oro, con granadas al cuello y en las barras.

Lámina B

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7.Coronel de Infantería de EM; el mismo uniforme que el de caballería, pero con vivos amarillos y cabos

oro.

Lámina C

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Lámina C – Oficiales de EM en uniforme de diario o campaña

8.General de División, pequeño uniforme; mucho más sobrio, este traje correspondía tanto a generaes de

división como de brigada: limitaba los entorchados a cuello y vueltas y las charreteras correspondientes.

9.Coronel de infantería de EM; traje de marcha o campaña, según el Reglamento. Estaban estos oficiales

autorizados a llevar levita o, como en este caso, capote o sobretodo (el corte del mismo es conjetural), con la

distinción de la faja amarilla del EM. Lleva, además, el elástico con una funda de hule.

10.Coronel de caballería de EM; traje de campaña para el servicio montado, según el Reglamento. El dol-

mán lucía los mismos colores, divisas y cabos que el traje de gala. Los edecanes o ayudantes de los generales,

pero que no pertenecieran al EM llevarían el uniforme del arma a la que pertenecía, sólo que como cubrecabe-

zas un chacó o morrión con penacho encarnado, faja celeste y cordones de ayudante.

10.Coronel de Caballería de EM; el Reglamento también autorizaba a Generales y Coroneles el uso, para el

servicio montado en campaña, de dolmanes con las divisas de su uniforme de parada: en este caso, cuello y

vueltas encarnadas, alamares y cabos plata. Como cubrecabezas, sombrero redondo con cucarda

Lámina B

Lámina C

Bibliografía

Biblioteca del Congreso de Colombia; “Reglamento de divisas y uniformes militares del Ejército, en Ejércitos de la

República de Colombia 1821-1826”, en Codificación Nacional de todas las leyes de Colombia desde el año 1821,

hecha conforme a la ley 13 de 1912 por la Sala de Negocios Generales del Consejo de Estado, Imprenta Nacional,

tomo 1, Bogotá, 1924.

Halperin Donghi, T.; Historia contemporánea de América Latina, Alianza, Madrid, 1997.

Vives Mejía, G., Escobar Calle, M., González, M.; La imagen de José María Córdova a través del tiempo, Serie de

cuadernos Icnográficos N.°5, Museo Nacional de Colombia, Bogotá, 2007.

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La Guerra de Troya (I)

Un primer acercamiento

por Marcelo Molina

Arriba: “Aquiles herido”, por Filippo Albacini 1825, Museo Británico.

“Canta, oh musa, la cólera del pélida Aquiles; cólera funesta que causó infinitos males a los aqueos y preci-

pitó al Hades muchas almas valerosas de héroes…a quienes hizo presa de perros y pasto de aves; cumplíase

la voluntad de Zeus desde que se separaron disputando el Atrida, rey de hombres, y el divino Aquiles”

Los orígenes poéticos

Con el verso que antecede, declamado a lo largo de varios los siglospor académicos, estudiantes y

estetas, Homero comienza la Illíada, considerada junto con la Odisea, también suya, el poema fundacional de

la cultura occidental. O así, al menos, se lo ha considerado. Fuertes motivos políticos han avalado esta idea:

desde los antiguos griegos, descendientes de aquellos aqueos, como los llamara Homero1, a los romanos, to-

dos los cuales se pretendían sucesores de los héroes homéricos quienes habrían dado así sustrato genealógico

hasta a la misma Roma. Dicha pretensión se extendió aún durante buena parte del Renacimiento, con el redes-

cubrimiento del legado cultural de la Antigüedad. Y perduró luego de la Ilustración hallando un campo muy

propicio en el Romanticismo.

1Eran estos griegos los reales herederos de la epopeya troyana.

Batallas y Campañas

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Arriba: Tetradracma de plata de Troya, período helenístico 188-160 a.C., con la esfinge de Atenea con casco ático en el anverso.

En su poema2, Homero, canta dos meses de la guerra que habría durado diez años. Relata la ira del hé-

roe Aquiles, retirado del combate por su enojo con Agamenón, lo que casi provoca la derrota griega, ante el

renovado ataque troyano. Al conocer de la muerte de Patroclo a manos de Héctor; Aquiles vuelve a la lid, lo

mata en singular combate y así se retempla el ánimo aqueo; culmina la obra con la reconciliación con Príamo,

padre de Héctor y rey de Troya, compartiendo los honores póstumos de Héctor.

La Illíada es una obra magnífica, que cuenta de un mun-

do guerrero en el que héroes y bellas princesas y sacerdotisas,

conviven con dioses y diosas que, como los griegos considera-

ban, tenían las mismas pasiones que los humanos. Los héroes

batallan entre sí, y también con las divinidades, en combates sin-

gulares.Así aparece una sociedad impregnada de una violencia

que es casi desapercibida por la elegancia y exquisitez de gran

parte de los versos de Homero.

Cantada en un cuidado lenguaje que ha permitido magní-

ficas traducciones a muchos idiomas3. Pierde, sin embargo, para

la mayoría de los lectores no especializados, el encanto de aquel

griego pretérito, en el que fue primero entonado, que le otorgaba

2 Mucho se ha discutido, y discute sobre la real paternidad, tanto de la Illíada como de la Odisea, poniendo en duda que

Homero fuera su autor. Es probable que este haya rescatado poemas e ideas muy anteriores y les haya dado forma de alta

poesía. De todas maneras son, a mi ver, discusiones bizantinas. 3En particular en castellano. Fue la primera la de Ignacio García Malo, de 1788. La gran última es la de Emilio Crespo

Güemes, calificada como de fantástica.

Arriba: Copa ática de figuras rojas c.440-430

a.C., Ayax el Menor arrastra a Casandra, afe-

rrada esta al Paladión.

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un ritmo y entonación por demás melodioso a los oídos de sus contemporáneos. Descripciones como “los

dárdanos (troyanos), criadores de caballos”; “la aurora, de rosados dedos”; “los naves, de negros vientres”; “el

mar, del color del vino”; “Odiseo, fecundo en ardides” le otorgan al poema una calma estilística refinada.

Tal vez La Jerusalén libertada4, de Torquato Tasso, poema épico escrito a mediados del Siglo XVI,

sea la mejor muestra de la influencia homérica en poetas posteriores. El italiano emula, en el asalto cristiano a

la ciudad, cuando la Primera Cruzada, tópicos similares: el sitio; combates singulares de héroes individualiza-

dos, en medio de batallas campales; disputas entre jefes cristianos similares a las de Aquiles y Agamenón.

También en el Orlando Furioso, obra farragosa, de Ariosto, coetáneo de Tasso, se ve la impronta homérica en

los combates entre los diversos héroes cristianos y moros.

Troya, la de altos muros…

No se ponía en duda la verosimilitud de la Illíada, tampoco la Odisea, ni de la existencia de Troya-Illión aun-

que no hubiera real testimonio de su existencia. No fue sino hasta que Heinrich Schliemann excavó, en 1870,

la colina donde se suponía, la mítica ciudad estaba sepultada, en 1870. Halló una superposición de Troyas que

se levantaron allí desde comienzos de la Edad del Bronce hasta el Bajo Imperio Romano.

Schliemann, quien dedicó su vida y sueños a la búsqueda de Troya y a darle sustancia efectiva al

poema, creyó que su ilusión se cumplía cuando sus ayudantes encontraron un conjunto de piezas y joyas de

oro, plata, y otros ricos materiales a los que supuso el tesoro de rey Príamo. Su encanto fue total, asimismo,

verosimilitud histórica no la había. Las excavaciones arqueológicas posteriores, hechas con menos entusiasmo

pero con mayor método y atropello que las de Schliemann, mostraron que la Troya VII, había sufrido un gran

incendio y destrucción: este nivel tenía todas las probabilidades de ser la Troya histórica que dio lugar al

poema. Los conocimientos actuales dan cuerpo a la existencia de una gran ciudad para la época, que ocupaba

4Obra que su autor pergeñó por el respeto que tuvo por el Papa Urbano II quien llamó a la Primera Cruzada.

Izq.: Plano de los diversos estratos de Troya, hallados en las excavaciones; en morado, Troya VII. Abajo: Ilustración de época de la colina de Hisarlik, tras las excavaciones de 1871-1873.

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más de 30 hectáreas, rodeada de una empalizada que envolvía una ciudadela con muros de piedra de más de 5

cinco metros de altura y, sobre éstos, otros 4 metros de adobes. Tanto la extensión de la empalizada, donde se

refugiarían los campesinos, como la altura de adobes, indican tiempos de alarma y apuro, en particular la ele-

vación de adobes, que reemplazan la dificultad y lentitud de alzar un muro pétreo.

Arriba: Reconstrucción hipotética de Troya VII.

Wilusa, Wilus, Illús, como se la mencionan en los documentos hititas, de lo que pocos han sido tradu-

cidos, aún, Illión, Troya., para nosotros. Era una ciudad habitada por gente de Anatolia, a la que geográfica-

mente pertenece, emparentada con hititas y luvitas, pueblos a menudo enemistados con la gente de Arzawa,

toponímico que algunos investigadores atribuyen a los aqueos.

Siendo éstos pueblos, pastores en una tierra de escasa fertilidad, en la que el olivo y la vid eran sus

únicas riquezas5, navegaban atravesando los Dardanelos y la Propóntide hasta el Mar Negro, para alcanzar la

Iberia buscando oro, (recordemos la saga del Vellocino de Oro), y preferentemente las tierras de la actual

Ucrania, para intercambiar, con gran ventaja, el trigo, siendo el pan la base de su sustento, por el vino y aceite

de olivo griegos.

Troya, que hoy está a unos kilómetros del mar, era entonces costera. Cuando los vientos del norte so-

plaban en el invierno, la navegación eólica era imposible, y a remo, agobiante. La ciudad se volvía un reparo y

lugar único de descanso imposible de evitar. Sería muy costoso hibernar en Troya y perentorio volver con las

ánforas de trigo. Durante mucho tiempo se fue gestando el enojo y el descontento. Tal vez una discusión por

una tarifa onerosa desató el drama.

5En una tierra montañosa y escasa tierra fértil, los griegos de deleitaban creyendo que sus dioses se alimentaban de am-

brosía y bebían néctar.

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Arriba: Mapa del Egeo y el Oeste de Anatolia, c. 1200 a.C.; se observa la ubicación de Troya y las principales locaciones

micénicas.

Un poeta, creador de belleza, no podía aceptar que esa guerra, cuyos episodios se transmitían de gene-

ración en una aureola mítica, se hubiera originado por un asunto prosaico. El rapto de Helena fue un motivo

justificador de una guerra. Los muros de Troya imponían respeto y, aunque se hubiera rebasado la empalizada

perimetral, la ciudadela resistiría de manera indefinida, ya que sus almacenes podían ser abastecidos por los

aliados desde tierra adentro, y porque tenía un flujo constante de agua, que les proveía el “canal del dios”6 y

habían cavado sus antepasados. Las incursiones griegas habrían ocupado la mayor parte de los diez años del

conflicto. Muchos aqueos se habrán desanimado y regresado a su tierra. Aún serían suficientes para continuar

un poco más. Solo un poco…

Aquí surge la solución con la propuesta de Odiseo de regalar a los troyanos, como reconocimiento de

su victoria, con un obsequio soberbio como un caballo de madera: un homenaje a los criadores de caballos.

Hay dos posibilidades. La primera es que ese “caballo” fuera una especie de ariete con cabeza de equino.,

artilugio que ya era conocido. La otra es que el obsequio fuera un caballo, pero de cerámica. Eran enormes

recipientes con estilizaciones de equinos o toros en los que se guardaba o transportaba vino. Dentro podrían

esconderse un par de hombres los que, una vez dentro de la urbe y llegado el momento, pudieran salir y abrir

6Este “canal del dios” ya figura como motivo de juramento de mutuo apoyo entre Iskandus, que bien puede ser Alejan-

dro, rey de Troya y el rey hitita Suppiliuluma. En ese canal habitaba un dios hídrico y por él se juraba.

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las puertas. Todas especulaciones. Es posible que nunca sepamos cómo terminó ese lejano y fantástico con-

flicto. Pero, ¿cómo luchaban aqueos y troyanos? Lo veremos en futuras entregas…

Arriba izq.: Rampa de entrada a Troya VII; der.: Restos de las murallas.

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Al igual que otros países de habla hispana, que no todos, México se destacó por el estableci-

miento de reglamentos específicos y ordenanzas concernientes al vestuario de su ejército y a la ins-

trucción y tácticas del mismo; en 1840 se editó uno que detallaba con precisión cada prenda, divisa,

insignia, etc. Otra cuestión sería la posibilidad del erario público para solventar esas medidas, en parti-

cular las concernientes a los trajes de sus hombres; no obstante, también entraba en juego los gustos de

los hombres encumbrados en el poder. Uno de ellos, Carlos Antonio López de Santa Anna llevó casi

hasta el paroxismo la combinación crematística de los uniformes de sus tropas.

Aquí representamos a un soldado del Bón. de Granaderos de la Guardia de los Supremos Po-

deres: una unidad pretoriana creada en diciembre de 1841; debía contar con 1.200 hombres, pero apa-

rentemente, para este período, no pasaron de las 300 plazas. El uniforme designado (ver Calacuerda

N.°1) fue reemplazado al año, en septiembre de 1842 por el de la ilustración: casaca encarnada con

divisa celeste, solapas y vivos blancos; las barras llevaban granadas amarillas en los remates y los

faldones tenían carteras, con vivo blanco, verticales de 3 botones. Las solapas blancas llevaban 8 boto-

nes en cada una con sardinetas. En los correajes, el porta cartuchera contaba con una chapa de latón,

con seguridad con distintivos nacionales; va armado de fusil, bayoneta y sable corto, probablemente

con dragona de lana encarnada. Para diario llevaban un uniforme más sencillo y práctico, de casaca

azul y chacó.

La siguiente figura es un soldado del Rgto. de Cazadores a Caballo; creado originalmente

como el Rgto. de Caballería Ligera a mediados de 1842; en 1843 recibieron su nueva denominación y,

en septiembre, este elegante traje de parada. Constaba de casaca corta o polaca verde oscuro con cue-

llo, vueltas, solapas, barras grana, vivos y botón blanco; en cada solapa 12 botones con ojales largos.

El colbac lleva una chapa con motivos nacionales, manga, penacho y forrajeras grana. El pantalón con

vivo grana y sobrepuestos de cuero.

Ambos cuerpos se distinguirían durante el conflicto contra estados Unidos de 1846-1847,

aunque los Granaderos pasarían por un breve tiempo de disolución, cuando Santa Anna cayó en des-

gracia por la pérdida de Texas, por lo que a mediados de 1845 el batallón desapareció, para ser recrea-

do al año siguiente, ya con Santa Anna nuevamente en la presidencia.

Bibliografía

Hefter, J. (coord.); Crónica del traje militar en México, del siglo XVI al XX, Artes de México, N.°102,

Año XV, México D.F., 1968.

Nieto, A., Brown, J., Hefter, J.; El soldado mexicano 1837-1847. Organización, Vestuarios, Equipo y

Reglamentos Militares. Recopilación de Fuentes Originales, Ed. de los autores, México D.F., 1958.

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México 1843

Granaderos de la Guardia de los Supremos Poderes – Cazadores a Caballo