13111587 David Stoll Rigoberta Menchu y La Historia de Todos Los Guatemaltecos Pobres

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http://www.scribd.com/people/view/3502992-jorge

David Stoll

RIGOBERTA MENCHÚ

Y LA HISTORIA DE TODOS LOS

GUATEMALTECOS POBRES

Extraído de http://www.nodulo.org/

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Prólogo

En 1992, le fue otorgado el Premio Nobel de la Paz a una campesina guatemalteca. A excepción de las personas interesadas en Latinoamérica o en los derechos indígenas, la reacción usual fue: ¿Rigoberta qué? Aun para aquéllos familiarizados co n su nombre, Rigoberta Menchú era una Premio Nobel de la Paz poco probable. Ni ella ni nadie hab ían podido poner fin a la guerra civil que sufría Guatemala desde que Rigoberta era niña. Su c arrera pública había iniciado una década atrás cuando, en París, le contó a una antropóloga la his toria de su vida hasta los veintitrés años. Nacida en un pueblo maya-k'iche', Rigoberta nunca p asó por la escuela y sólo recientemente había aprendido a hablar español. Ella narró su trabajo e n las plantaciones durante su niñez, de los desalojos efectuados por los terratenientes y de có mo adquirió conciencia de su situación. Luego, habló de lo que soldados y policías hicieron a su f amilia, historias terribles de muerte por tortura y fuego. Me llamo Rigoberta Menchú (1983), libro creado a partir de entrevistas graba das, la lanzó a una posición prominente asombrosa para u na persona de su origen y la transformó en la representante más conocida de los pueblos indígenas de las Américas; una figura que podría visitar al Papa, a presidentes de países importantes y al S ecretario General de las Naciones Unidas.

¿Qué tal si gran parte de la historia de Rigoberta no es verdadera? Esta es una pregunta difícil, especialmente para alguien que, como yo, p iensa que el Premio Nobel fue una buena idea. No obstante, decidí que la pregunta debía ser plant eada. Mientras entrevistaba a los sobrevivientes de la violencia política a finales d e los ochenta, empecé a encontrarme con problemas considerables en la historia relatada por Rigoberta al comienzo de su carrera. No hay duda respecto a los puntos más importantes: que una dictadura masacró a miles de campesinos indígenas, que las víctimas incluían a la mitad de la familia inmediata de Rigoberta, que ella misma huyó a México para ponerse a salvo, y que se unió a un movimiento revolucionario para liberar su país. En estos puntos, el relato de Rigo berta es incuestionable y merece la atención que recibe. Pero en otros aspectos, tales como la s ituación de su familia y su pueblo antes de la guerra, otros sobrevivientes me describieron un cua dro diferente, el cual es confirmado por los documentos disponibles.

¿Tendría alguna importancia si parte de la historia famosa de la Premio Nobel no fuera verdadera? Quizás no. Rigoberta obtuvo el Premio No bel de la Paz en el 500 aniversario de la colonización europea de las Américas. Ella fue la p rimera en reconocer que no lo recibió por sus propios logros, sino porque representa a un grupo m ás amplio de personas que merecen apoyo internacional. Independientemente de los hechos de su vida particular, la intención del premio era resaltar la deuda histórica que se tiene con las po blaciones nativas del Hemisferio Occidental, y también alentar las conversaciones de paz en su pat ria, Guatemala. Aunque el origen social de Rigoberta es una cuestión interesante, no es la pri ncipal.

No obstante los méritos de Rigoberta como Premio No bel, decidí que los problemas relacionados con su relato de 1982 debían ser expuestos ante una audiencia más amplia. El análisis crítico de Me llamo Rigoberta Menchú no será bien recibido por algunos lectores porque sonará como ofrecer municiones al enemigo, en este caso, al ejército qu e por décadas ha dominado la vida política de Guatemala y que todavía tiene mucho por responder. Si Rigoberta está básicamente en lo cierto respecto a lo que hizo el ejército, ¿por qué disecc ionar un relato personal que inevitablemente es selectivo, como toda memoria humana sobre cualquier cosa? Si su historia expresa una verdad mayor, ¿por qué un antropólogo comprensivo debería poner e n duda su credibilidad? Un colega razonaba conmigo: «Quizás sea culpa de la antropóloga france sa que editó su testimonio. Quizás la precisión de su memoria fue afectada por el trauma. Quizás la tradición oral maya no se basa en la misma definición de la verdad que la de un periodista occ idental. No es como si mintió en los tribunales. ¡Se pasó una semana hablando con alguie n en París! Quizás estaba cansada, quizás había problemas de comunicación, quizás sólo estaba hacie ndo lo que siempre hacen quienes defienden alguna causa: exagerar un poco.»

Acepto que sería ingenuo cuestionar el relato de Ri goberta sólo porque no es un modelo de exactitud. Obviamente, las historias pueden ser ver daderas aun si son selectivas en lo que informan. Condenar por inexactitud a una persona qu e ha sido galardonada con el Premio Nobel no es el propósito del presente libro. Aun cuando Rigober ta es una auténtica sobreviviente de las violaciones a los derechos humanos y ello la convie rte en un símbolo para las víctimas de las mismas, es importante establecer por qué una catást rofe como ésta le ocurrió a su familia y a su pueblo.

Esta pregunta merece un examen detenido, especialme nte ahora que la guerra ha terminado y que equipos de exhumación desentierran a las víctimas d e las masacres, a la vez que comisiones de la verdad publican sus conclusiones. Las contradiccion es entre las versiones sobre los acontecimientos ofrecidas por Rigoberta, sus vecino s y los registros documentales colocan su historia en otra perspectiva, en la cual predomina el problema de por qué las masacres empezaron a nivel local. La respuesta más evidente –la brutalid ad demostrada de las fuerzas de seguridad guatemaltecas– no es suficiente como respuesta únic a. Un tema subyacente aún está por resolverse. ¿El movimiento de la guerrilla derrotada a principi os de los ochenta fue una lucha popular que expresaba las aspiraciones más profundas del pueblo de Rigoberta? ¿Fue una reacción inevitable del pueblo que consideraba carecer de otra alternativa ante la agobiante opresión?

En estas cuestiones, Me llamo Rigoberta Menchú tiene una autoridad mayor de la que merece. Aunque las opiniones de la Premio Nobel han cambiad o considerablemente a lo largo de los años, en 1982 ella se presentaba como testigo presencial de la movilización de su gente. No hay fuente que confiera mayor autoridad que esta condición y, ante ello, la mayoría de lectores le ha tomado la palabra de una manera que trasciende los confines d e su propio país. Para algunos de mis colegas, disectar el legado de la lucha guerrillera equivale a golpear un caballo muerto. Ciertamente, es una estrategia que gran parte de la izquierda latin oamericana parecería haber rechazado. Pero se

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sigue idealizando, tal como lo ilustra el aura que rodea al Che Guevara, y difícilmente ha desaparecido, tal como lo confirman las noticias so bre Colombia, Perú y México.

Lo que descubrí en el pueblo natal de Rigoberta no es muy sorprendente, si tomamos en cuenta que las celebridades y los movimientos siempre se m itifican a sí mismos. Cuando la futura Premio Nobel relató su historia en 1982, reinventó la expe riencia de su pueblo previo a la guerra, con el propósito de ajustarla a las necesidades de la orga nización revolucionaria a la cual se había incorporado. Según su narración, la convergencia tr ágica de movimientos militares y vendettas locales se transformó en un movimiento popular que, por lo menos en su área, probablemente jamás haya existido. Rigoberta contó su historia lo sufic ientemente bien para que le fuera conferida toda la autoridad que puede tener una historia de t errible sufrimiento. Partiendo de las incuestionables atrocidades cometidas por el ejérci to guatemalteco, su credibilidad se extendió más de la cuenta, abarcando el ámbito de las causas de la violencia, una cuestión de fondo más nebulosa. El resultado fue mistificar las condicion es que enfrentaban los campesinos, lo que ellos consideraban sus problemas, cómo dieron inicio las masacres y cómo ellos reaccionaron ante las mismas.

El dilema que me obligó a escribir este libro es la posibilidad de que un símbolo valioso también sea sumamente engañoso. El problema no radi ca simplemente en el nivel de lo que sucedió y no sucedió en un rincón de Guatemala. Éste también se extiende al aparato internacional para reportar las violaciones a los derechos humanos, la s reacciones a las mismas y las interpretaciones sobre sus implicaciones para el fu turo: el mundo del activismo de los derechos humanos, el periodismo y los estudios académicos. E n un mundo dominado por los medios de comunicación masiva, en donde las naciones y los pu eblos viven o mueren por su capacidad de atraer la atención internacional, ¿qué posición adoptan lo s profesionales de la comunicación ante la mezcla de verdad y falsedad en la descripción que l os movimientos hacen de sí mismos, incluyendo a los que moralmente nos sentimos obligados a apoyar? ¿Debemos resignarnos a ser apologistas de uno u otro lado?

En Guatemala aprendí que es imposible discutir la v iolencia política sin agredir a símbolos poderosos que presuponen lo que es preciso discutir , encubriendo lo debatible con el manto de la incuestionabilidad. Como cualquier símbolo de entre ga sacrificada, la imagen de Rigoberta infunde lealtad por amalgamar mucha experiencia, sentimient o y convicción. La destrucción de su familia representa las muertes de otras miles de personas p ara quienes jamás se pudo hacer justicia. Ese fue el propósito de Rigoberta cuando contó su histo ria de la manera que lo hizo: ello le permitió concentrar la condena internacional en una instituc ión que se lo merecía, el ejército guatemalteco. Pero el poder de síntesis de un símbo lo de este tipo también tiene su costo.

Cuando una persona se vuelve un símbolo para una ca usa, se oculta la complejidad de una vida particular para convertirla en una vida representat iva. Sin embargo, tarde o temprano, de una forma u otra, lo que la leyenda encubre volverá a a traer nuestra atención. Las contradicciones disimuladas por una figura heroica no desaparecerán por nuestro deseo de ignorarlas. En Guatemala, muchos temas sobre los que se debe deliberar en rel ación con el último medio siglo de revolución y contrarrevolución, derramamiento de sangre y reconc iliación, continúan disfrazados de símbolos que impiden su discusión franca. Lo que se dejó de deci r en Me llamo Rigoberta Menchú y lo que frecuentemente se deja de decir en las discusiones sobre Guatemala constituyen el tema de este libro.

No está en tela de juicio la elección de Rigoberta como Premio Nobel o la verdad mayor que contó acerca de la violencia. Desafortunadamente, h acer esa diferenciación no significa mucho ni para Rigoberta ni para algunos de sus seguidores, q uienes consideran que cuestionar su versión es racismo. En 1997, Rigoberta produjo un nuevo libro sobre su vida, en especial sobre los quince años que han pasado desde el último libro. Según se rumorea, La nieta de los Mayas pretendía corregir errores anteriores. Este libro resultó ser revelador pero no una revelación porque Rigoberta, aunque se aparta de su relato inicial de un modo interesante, no se retracta del mismo.

Hacia principios de 1997, le envié a la Premio Nobe l un breve resumen de mis conclusiones, le pedí una entrevista y ofrecí remitirle una copia de l manuscrito de este libro. No obtuve respuesta. A una segunda carta enviada por correo c ertificado, el director de la oficina de Rigoberta en Nueva York respondió que ella estaba e xcesivamente ocupada para conceder una entrevista. Sin embargo, solicitó una copia de mi m anuscrito, el cual le fue enviado en junio del mismo año, de nuevo por correo certificado. Seis me ses más tarde, Rigoberta atacó a la editora de Me llamo Rigoberta Menchú, la antropóloga Elisabeth Burgos. «Ese no es mi lib ro. Es un libro de la señora Elisabeth Burgos. No es mi obra, es una obra que no me pertenece, ni moral ni política ni económicamente.» Acusó a Elisabeth de excluirla del proceso editorial, privarla de las regalías y despojarla de su testimonio. «Todos aquéllos que te ngan dudas sobre la obra deben acudir a la señora Burgos», dijo {1} . Afortunadamente, yo ya lo había hecho.

Lo que sigue no es una biografía de la Premio Nobel . Por el contrario, es una comparación entre la historia de su vida, narrada en 1982, y fuentes locales, tanto testimoniales como documentales. Luego argumentaré por qué su historia adoptó la for ma que adoptó, y por qué atrajo a una audiencia internacional antes de ser divulgada en su patria, en donde los guatemaltecos la han hecho parte de un debate nacional sobre su identidad como puebl o. El primer capítulo describe cómo mis entrevistas en el norte del Departamento de Quiché pusieron en duda el relato más leído sobre la violencia en Guatemala. Publicado en 1983, Me llamo Rigoberta Menchú hizo uso de la historia convincente de una familia para personificar los du alismos morales de una sociedad en guerra consigo misma. Con sus nobles indígenas y sus malva dos terratenientes, el odio étnico ancestral y el martirio revolucionario, la historia de Rigobert a se volvió un retrato profundamente influyente de la violencia en Guatemala.

Vicente Menchú y su Pueblo (capítulos 2 y 3)

Las tragedias ocurridas a familias como los Menchú son innegables. Pero cómo estas tragedias fueron entendidas por el movimiento revolucionario, sus colaboradores extranjeros y los activistas

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de derechos humanos, es cosa diferente. Los estrate gas de la guerrilla deseaban encontrar entre los campesinos mayas a comunidades unidas, subyugad as por los terratenientes y ansiosas por tomar las armas. Lo que encontraron fue diferente, como s e puede observar en el caso de Vicente –el padre de Rigoberta–, su lucha por la tierra, y cont ra quiénes tuvo que pelear para obtenerla. Los Capítulos 2 y 3 colocan el supuesto imperativo de l a lucha guerrillera en el contexto de una localidad que en el relato de Rigoberta se volvería arquetípica. Me llamo Rigoberta Menchú animó a la izquierda guatemalteca y a sus colaboradores ext ranjeros a seguir considerando el área rural como una contienda entre clases sociales, bloques é tnicos y fuerzas estructurales. Mientras tanto, los dramas protagonizados en las aldeas parodiaban los grandes paradigmas.

Guerra Revolucionaria Popular (capítulos 4 a 10)

El tema central de esta parte del libro se refiere a la manera en que el padre de Rigoberta y sus vecinos respondieron al Ejército Guerrillero de los Pobres (EGP), una organización dirigida por un compañero y admirador del Che Guevara. El Ca pítulo 4 presenta el dominio del ejército en Guatemala y la oposición armada, para luego describ ir cómo ambos descendieron sobre Uspantán, cometiendo allí los primeros asesinatos políticos e n agosto de 1979. Las discrepancias entre Me llamo Rigoberta Menchú y los relatos locales plantean una serie de cuesti ones, entre éstas: ¿Por qué la guerrilla quería establecer contactos con ho mbres como Vicente Menchú? ¿Vicente Menchú y otros campesinos uspantanos tenían idea de los sacr ificios que el EGP esperaba de ellos? ¿Se integraron al movimiento por una razón diferente a la de querer defenderse de las represalias del ejército?

Una pregunta recurrente es: ¿A quién creer? ¿Cómo p onderar la fiabilidad del relato de Rigoberta contra las versiones testimoniales recole ctadas por mí y las de las fuentes documentales? El Capítulo 5 compara diferentes rela tos sobre el asesinato de Petrocinio, hermano de Rigoberta, clímax emocional de Me llamo Rigoberta Menchú. Aunque la versión de la Premio Nobel sobre lo que ocurrió es verdadera en muchos aspecto s, yo demuestro que no puede ser el relato de un testigo presencial como pretende ser. El Capítul o 6 describe la muerte del padre de Rigoberta durante una protesta en la Embajada de España en la Ciudad de Guatemala, en una conflagración misteriosa que cobró las vidas de treinta y seis pe rsonas. Un análisis detenido de cómo inició el fuego sugerirá la habilidad del movimiento revoluci onario de transformar una versión infundada de los acontecimientos en un hecho aceptado internacio nalmente.

Los siguientes dos capítulos exploran la relación d e Vicente Menchú con dos organizaciones revolucionarias, el Comité de Unidad Campesina (CUC ) y el EGP, y establecen cómo la llegada de la guerra profundizó las divisiones al interior de la comunidad. En el Capítulo 7, la pregunta clave es, si el CUC fue una respuesta de base de un campe sinado cada vez más oprimido, o si fue un invento del EGP para atraer a los campesinos hacia una confrontación con el estado. El Capítulo 8 explora las implicaciones de la estrategia del EGP para los campesinos uspantanos, específicamente la idea de que podían organizarse para derrotar a u n ejército con una merecida reputación de brutalidad. Los Capítulos 9 y 10 describen el clíma x de la represión del ejército en Uspantán, incluyendo la muerte de la madre de Rigoberta y la de su hermano Víctor. Aunque ninguna fuente sobre una situación basada en el terror puede consi derarse autorizada, espero convencer a los lectores de que el EGP nunca desarrolló en Uspantán la fuerte base social que Rigoberta nos quiere hacer creer.

La hija de Vicente y la reinvención de Chimel (capí tulos 11 a 14)

Entonces, ¿de quién fue esta guerra? Hasta ahora, n uestro tema principal ha sido Vicente Menchú, el patriarca campesino ensalzado en la hist oria de su hija, y las interpretaciones contradictorias de su vida. Los Capítulos 11 y 12 v uelven a Rigoberta, su paradero cuando su familia fue perseguida, y cómo encontró un nuevo ho gar en el aparato político del Ejército Guerrillero de los Pobres. Los Capítulos 13 y 14 ex ploran la cuestión de si Me llamo Rigoberta Menchú realmente fue su historia. En cuanto apareció el l ibro, los escépticos se preguntaron cómo una campesina no instruida, analfabeta y monolingüe hasta pocos años antes, podía tener tanto dominio de conceptos como clase, etnicidad, cultura , identidad y revolución.

Se sospechó rápidamente de la antropóloga que grabó las declaraciones de Rigoberta en París y que transformó sus historias en libro. Elisabeth Bu rgos era la esposa de Régis Debray, el marxista francés que teorizó que, en su lucha revolucionaria , Latinoamérica podía seguir el camino precursor de la guerrilla establecido por Fidel Cas tro y el Che Guevara en Cuba. La promoción del libro de Rigoberta y Elisabeth en Cuba no disipó la sospecha de que éste hablaba más por la guerrilla que por los campesinos. Las luchas intest inas que dividieron a los vecinos de Rigoberta se marginaron de la historia, haciendo que la lucha armada sonara como una reacción inevitable a la opresión, en un momento en que los mayas estaban desesperados por escapar a la violencia. Me llamo Rigoberta Menchú se volvió un medio de movilizar apoyo externo para una insurgencia herida que se batía en retirada.

La Premio Nobel vuelve a casa (capítulos 15 a 20)

Rigoberta no era muy conocida en Guatemala antes de la campaña para otorgarle el Premio Nobel de la Paz en 1992. Para ese entonces, su historia h abía transformado el terror de derecha sufrido por un pequeño y recóndito país en un simbolismo in ternacional que podría ser utilizado para luchar contra el mismo. Aun cuando el ejército habí a vencido a nivel militar y político, la guerrilla continuó peleando al margen para mantener su derecho a ser contraparte en las negociaciones de los intereses nacionales. La guerr a más importante se libró en el extranjero, a través de imágenes, y es en la guerra de propaganda internacional donde la guerrilla venció con ayuda de Me llamo Rigoberta Menchú, como eje testimonial de sus reivindicaciones.

Los Capítulos 15 y 16 recorren el camino de Rigober ta hacia el Premio Nobel y los desafíos que enfrentó en el proceso de paz de Guatemala, el cual no detuvo la lucha sino hasta cuatro años después, en 1996. Mientras los activistas extranjer os se centraban en los abusos del ejército, los sobrevivientes campesinos se quejaban de estar «ent re dos fuegos»: la guerrilla y los soldados. Rigoberta tuvo que enfrentar el fuego cruzado metaf órico desde cuatro direcciones: el ejército, el

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EGP, la comunidad internacional y su propia gente. Aunque los extranjeros asumían que ella era una líder, pocos campesinos mayas apoyaron la organizac ión armada de la cual ella formaba parte.

El Capítulo 17 aborda la cuestión de por qué tantos activistas y estudiosos extranjeros han conferido tal autoridad a su historia. La Rigoberta que explicaré como ícono es un símbolo casi sagrado que resuelve contradicciones a la gente que cree en él, de un modo que no puede ser cuestionado. El Capítulo 18 nos regresa a Uspantán, para presenciar cómo los sobrevivientes de Chimel superaron incontables obstáculos para repobl ar su tierra y cómo los Menchú son recordados en el lugar. El Capítulo 19 describe cómo los esfue rzos de Rigoberta por representar a su pueblo, desde 1993, la han alejado del movimiento guerrille ro que impulsó su carrera.

Para demostrar que el valor literal de la historia de Rigoberta podría inducir a malinterpretaciones, tendré que distinguir entre lo corroborable y lo incorroborable, entre lo probable y lo altamente improbable. Sin embargo, el identificar cuánto un relato se atiene a los hechos es solamente un medio para alcanzar un fin. El problema subyacente no es cómo Rigoberta contó su historia, sino cómo han decidido los extra njeros interpretarla. Especialmente ahora que muchos académicos están ansiosos por deconstruir la s verdades establecidas, la historia de Rigoberta debería haber sido comparada con muchas o tras. Si ella deseaba volcar toda la culpa de la violencia en el ejército y apoyar a la guerrilla , tenía derecho a ser escuchada, al igual que los mayas que también culparon de la violencia a la guerrilla y que no se sintieron representados por ésta. Esas diferencias exigían una comparación. En cambio, la versión de Rigoberta fue tan atractiva para tantos extranjeros que los mayas que repudiaban a la guerrilla fueron ignorados frecuentemente. Esto reforzó la afirmación de que l a guerrilla representaba a la masa de campesinos mayas, cuando hacía mucho que había buen as razones para ponerlo en duda.

El aire de sacrilegio que implica cuestionar la fia bilidad de Me llamo Rigoberta Menchú nos da por lo menos tres razones para hacerlo. La primera es lo que nos puede decir sobre la violencia en Guatemala, sus raíces populares, y cómo éstas fuero n mitificadas para satisfacer las necesidades del movimiento revolucionario y las de sus adeptos. La segunda es cuestionar conjeturas románticas subyacentes acerca del pueblo indígena y la lucha g uerrillera, por las cuales los mayas no serán los últimos en pagar caro. La tercera es plantear p reguntas en relación con un nuevo marco teórico en las humanidades y en las ciencias sociales.

La nueva ortodoxia parte de la premisa que las form as occidentales del conocimiento, como el enfoque empírico adoptado aquí, están fatalmente in fluenciadas por el racismo y por otras formas de dominación. Por lo tanto, como académicos respon sables debemos identificarnos con los oprimidos y tirar al basurero del colonialismo mucho de lo qu e creemos saber de ellos. La nueva base de autoridad consiste en dejar que los subalternos hab len por sí mismos, repudiando cualquier indicio de complicidad con el sistema que los oprime y alin eándose en relación con los teóricos de moda. De hecho, hay mucho que decir para ser escuchado, ¿ pero a quién se supone que debemos escuchar? Lo que demostraré en el caso de Me llamo Rigoberta Menchú es que la teoría crítica puede terminar girando alrededor de concepciones románticas sobre los pueblos indígenas, mitologías que pueden ser utilizadas para justificar el sacrificio de ést os en beneficio de causas mayores.

Agradecimientos

Ciñéndome a las normas éticas de la antropología, e specialmente cuando las fuentes pueden ser víctimas de represalias, he evitado identificarlas por su nombre. En aras de la coherencia, he identificado a ciertas familias, en particular a la s implicadas en pleitos por la tierra, pero por lo general no menciono personas individuales si tod avía están vivas. Una de las pocas excepciones es el único hermano sobreviviente de Rigoberta, que tuvo un papel heroico en el proceso de recuperación de las tierras de su padre y que no po día permanecer en el anonimato sin suprimir una parte importante de la historia. He nombrado tambié n a varios individuos, ninguno vive actualmente en la región ni fue entrevistado por mi, que muchos uspantanos identificaron como asesinos del ejército guatemalteco. Las citas no atribuidas proc eden de mis entrevistas entre 1988 y 1997, principalmente en el municipio de Uspantán.

Las entrevistas se hicieron más que todo en castell ano, lengua hablada por muchos mayas k'iche's. Entre 1994 y 1996, conté a menudo con la ayuda de Barbara Bocek, una arqueóloga de Stanford University que trabajaba como voluntaria d el Cuerpo de Paz. Una vez que empecé a trabajar con Barbara, me costó entender cómo había logrado h acer algo sin ella. Puesto que ella habla fluidamente el maya k'iche', se hizo cargo de docen as de entrevistas, especialmente con las viudas que hablaban poco castellano. No todo lo que oí apo ya mi argumento, y también he reportado lo que era incongruente, a fin de que los lectores puedan llegar a conclusiones diferentes si así lo desean. A pesar de las limitaciones de lo que sigue , espero que inspire a hablar de estos hechos a más supervivientes, lo que podría llevar a una mejo r interpretación en el futuro.

Este libro fue escrito como parte de una investigac ión más amplia sobre el impacto del simbolismo de los derechos humanos en el norte de E l Quiché. Estoy en deuda con la Harry Frank Guggenheim Foundation por dos años de generosa ayud a; con el Woodrow Wilson International Center for Scholars por una beca de un año; y con el Bella gio Center por un mes de residencia en el lago Como. Durante el pasado año, mis colegas de Middleb ury College me dieron ánimos siempre que fue necesario. También me gustaría agradecer a mis cole gas de otros lugares, muchos tenían dudas acerca de la sensatez de este proyecto o me aconsej aron que procediera de otro modo. Agradezco sus desacuerdos tanto como sus sugerencias. Entre ellos se incluyen Jeffrey Ehrenreich, Stener Ekern, Henrik Hovland, Susan Burgerman, Abigail Adams, Ant onella Fabri, Diane Nelson, Daniel H. Levine, Mitchell Seligson, Paul Kobrak, Pascual Huwart, Pie tro y Kate Venezia, Betty Adams, Lynn Roberts, Jan Lundius, David Holiday, Tania Palencia, Jan Rus , Joseph Gaughan, Michael Brown, Mick y Tico Taussig, Rachel Moore, Kamala Visweswaran, Elizabet h y Jacqueline Sutton, Sharon Stancliff, Robert Carlsen, Duncan Earle, Erica Verillo, Richard Wilso n, Manuela Canton Delgado, Daniel Rothenberg, Victoria Sanford, Kathy Dill, Norman Stolzoff, Terr i Shaw, Robert Packhenham, Dave Thomas, Steve Tullberg, Elaine y Stephen Elliott, Mary Jo McConah ay, Joel Simon, Colum Lynch, Victor Perera, Michael Shawcross y Paul Goepfert.

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También estoy en deuda con Timothy Wickham-Crowley, Richard N. Adams, Ted Fischer y John Watanabe por sus comentarios a Westview Press, con mis disculpas por no haber podido seguir más sugerencias suyas. Sin Karl Yambert, de Westview Pr ess, este libro todavía estaría inédito. De todas las personas que entrevisté, sólo a dos puedo agradecerles por sus nombres: Elisabeth Burgos y el Embajador Máximo Cajal y López. Les estoy prof undamente agradecido, pero no más que con las muchas personas de Uspantán que tuvieron la valentí a de compartir sus experiencias con Barbara Bocek y conmigo. Este libro está dedicado a la memo ria de todos sus seres queridos.

Notas

{1} «Menchú reniega de 'Así me nació la conciencia'», El Periódico (Ciudad de Guatemala), 10 de diciembre de 1997.

Cronología

1530

Los españoles conquistan el reino maya de Uspantán, en lo que ahora es el departamento de El Quiché.

1821

Guatemala se independiza de España.

1920

Nacimiento de Vicente Menchú.

1944

Una revolución democrática depone al último de los dictadores Liberales, General Jorge Ubico.

Finales de los 40

Vicente Menchú se casa con Juana Tum Cotojá y comie nza a trabajar las tierras del futuro sitio de Chimel.

1954

La CIA destituye al Presidente Jacobo Arbenz.

1959

Rigoberta Menchú Tum nace en el caserío de Chimel, quince kilómetros al nordeste de la cabecera de Uspantán.

1966-1967

El ejército de Guatemala derrota una guerrilla marx ista en el oriente de Guatemala. En Uspantán se agudiza un pleito por 151 hectáreas entre Vicent e Menchú y sus parientes políticos, los Tum de Laguna Danta.

1972

El futuro Ejército Guerrillero de los Pobres (EGP) comienza a organizarse en la selva de Ixcán, al noroeste de Uspantán.

1978

El Comité de Unidad Campesina (CUC) hace su primera declaración pública.

1979

Las columnas del EGP dan un mitin en el pueblo de U spantán (29 de abril), visitan Chimel por primera vez (posiblemente, el 3 de mayo) y matan a dos vecinos ladinos, Honorio García y Eliu Martínez (12 de agosto). El ejército secuestra al h ermano menor de Rigoberta, Petrocinio Menchú (9 de setiembre). Vicente Menchú encabeza una protesta en el congreso de Guatemala (26 de septiembre). El ejército mata a Petrocinio y otros seis prisioneros en el pueblo de Chajul (6 de diciembre). El Instituto Nacional de Transformación Agraria concede a Chimel el título provisional de 2.753 hectáreas de tierra (28 de diciembre).

1980

Vicente Menchú y 35 más mueren durante una protesta en la embajada de España en Ciudad de Guatemala (31 de enero). El ejército secuestra a la madre de Rigoberta, Juana Tum Cotojá (19 de abril). Chimel es atacado por primera vez (24 de di ciembre).

1982

Desde el exilio en México, Rigoberta visita París y cuenta la historia de su vida a la antropóloga Elisabeth Burgos-Debray. Cuatro organiz aciones guerrilleras, incluido el Ejército Guerrillero de los Pobres, forman la Unión Revoluci onaria Nacional Guatemalteca (URNG).

1983

Se publica en España Me llamo Rigoberta Menchú. Los hermanos de Rigoberta, Víctor y Nicolás, se entregan al ejército; Víctor muere asesinado cuando trata de escapar.

1986

Nicolás Menchú comienza a solicitar la recuperación de Chimel.

1991

El gobierno guatemalteco y la URNG inician negociac iones de paz.

1992

Rigoberta recibe el premio Nobel de la Paz.

1996

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7

Con el apoyo de Naciones Unidas, el gobierno de Gua temala y la URNG firman el acuerdo de paz.

1998

Rigoberta publica una nueva crónica de su vida, La nieta de los Mayas. Comisiones de la verdad auspiciadas por Naciones Unidas y la Iglesia Católi ca preparan sus informes.

Mapas

El Departamento del Quiché

Uspantán y Chimel

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Primera Parte

Capítulo 1

La historia de todos los guatemaltecos pobres

«Me llamo Rigoberta Menchú. Tengo veintitrés años. Quisiera dar este testimonio vivo que no he aprendido en un libro y que tampoco he aprendido so la ya que todo esto lo he aprendido con mi pueblo... No soy la única, pues ha vivido mucha gen te y es la vida de todos. La vida de todos los guatemaltecos pobres y trataré de dar un poco mi hi storia. Mi situación personal engloba toda la realidad de un pueblo.» — Me llamo Rigoberta Menchú, página 1.

Cautelosamente, iba acercándome al pueblo maya ixil de Chajul, en el altiplano occidental de Guatemala. Salvo en las fiestas patronales, se trat a de un lugar tranquilo de casas de adobe encalado y tejas rojas, donde los niños juegan inge niosamente con restos recogidos en la basura y los adultos son más correctos que amistosos. La may oría habla un poco de español, pero su lengua vernácula es el ixil, uno de los idiomas mayas habl ados por los guatemaltecos descendientes de la civilización precolombina. A principios de los 80, el ejército guatemalteco arrasó todas las aldeas vecinas con el fin de derrotar a un movimien to guerrillero de ideología marxista. Ocasionalmente, el ejército seguía trayendo de las montañas contiguas prisioneros que eran arrastrados a un destino desconocido. O tiraba un c adáver en la plaza como advertencia de lo que les pasaba a los subversivos. Bajo estas circunstan cias, yo no tenía derecho a esperar que nadie estuviera dispuesto a hablar de lo sucedido, no mie ntras la guerrilla siguiera luchando, ciertas aldeas permanecieran bajo su control y el resto de la población estuviera bajo la mirada sospechosa del ejército.

Afortunadamente, algunos chajules consintieron ayud arme. Entre ellos había un anciano llamado Domingo. Cuando hubo narrado los sufrimientos del p ueblo, le pregunté sobre otros incidentes de los informes de derechos humanos para ver si podía corroborarlos. De repente Domingo me miraba perplejo. Una de mis preguntas le había pillado des prevenido. ¿El ejército había quemado prisioneros vivos en la plaza del pueblo? Aquí no, respondió. Sin embargo eso es lo que yo había leído en Me llamo Rigoberta Menchú, la autobiografía de la joven maya k'iche' que gana ría pocos años después el Premio Nobel de la Paz. {1}

Domingo y yo estábamos en la calle principal, miran do hacia la vieja iglesia colonial que se eleva sobre la plaza. Según el libro que hizo famos a a Rigoberta fue en esta misma plaza donde los soldados habían formado en fila a veintitrés prisio neros, incluyendo a su hermano menor, Petrocinio. Los cautivos estaban desfigurados tras semanas de tortura, sus cuerpos estaban hinchados como vejigas y el pus supuraba de sus her idas. Metódicamente, los soldados cortaron con tijeras las ropas de los presos, para mostrar a sus familiares cómo había sido infligida cada herida con un instrumento de tortura diferente. Lue go de una arenga anticomunista, los soldados empaparon a los capturados en gasolina y los quemar on. Con sus propios ojos, Rigoberta vio cómo su hermano se retorcía hasta morir. {2} Este era el pasaje más dramático de su libro, publ icado en revistas y leído en voz alta en conferencias, en sa lones a oscuras excepto por una luz iluminando al narrador. Sin embargo, Domingo decía que el ejér cito nunca había incinerado prisioneros vivos en la plaza del pueblo, y él fue el primero de siet e lugareños que me contaron lo mismo.

El departamento de El Quiché, donde nació Rigoberta y donde está situado Chajul, está habitado por campesinos que comparten una inquebrantable ded icación al cultivo del maíz. Sus valles y montañas tienen una cualidad épica y El Quiché impr esiona a sus visitantes con su belleza. Pero las altas laderas montañosas están marcadas por la deforestación y la erosión. Muchas de las milpas están en lugares tan abruptos que resultan p rácticamente inaccesibles. No merecería la pena cultivarlas a menos que escasearan las tierras, sie ndo éste el caso de la mayor parte de la población. El terreno es tan poco prometedor que lo s españoles, después de conquistarlo en el siglo XVI, fueron hacia otros lugares en busca de r iquezas. En vez de adjudicarse propiedades para ellos, entregaron la región a los misioneros católi cos. Apenas hace un siglo llegó a El Quiché un capitalismo rudimentario encarnado por ladinos que utilizaron el alcohol para endeudar a los indígenas y arrastrarlos a las fincas. Por los años 70 los descendientes de varias generaciones profundamente explotadas estaban defendiendo sus de rechos con más efectividad que antes. Si lo peor había pasado, todavía quedaban muchas injustic ias acumuladas.

Se podría aducir que ésta fue la razón por la que u n grupo llamado Ejército Guerrillero de los Pobres (EGP) se convirtió a finales de la década de los 70 en un movimiento popular. La breve liberación resultante fue seguida por una aplastant e ocupación militar. Al igual que otros baluartes de la guerrilla en la década de los 80, t ales como los departamentos de Chalatenango y Morazán en El Salvador y la provincia de Ayacucho, en Perú, El Quiché se convirtió en un distrito quemado. En 1981-1982 la guerra mató aquí y en otra s partes del altiplano guatemalteco a unas 35.000 personas y desplazó a cientos de miles más. Posteriormente, algo que no habría de faltar serían las memorias de horror. En Chajul, el ejérci to colgó a docenas de civiles del balcón de la municipalidad para castigarlos por supuestos contac tos con la guerrilla. A otros les cortaban la garganta y los abandonaban para pasto de los perros . Otros más murieron en el interior de viviendas que los soldados convirtieron en piras fu nerarias. Sin olvidar a las viudas (645) y a los huérfanos (1.425). Con el fin de derrotar a un enemigo invisible, el ejército mató a miles de civiles en Chajul y los otros dos municipios ixiles . A otros cientos les mató la guerrilla para mantener a raya a su vacilante base de apoyo. {3}

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La crónica más leída sobre la violencia en Guatemal a procedió de una mujer de veintitrés años que creció en el cercano municipio de Uspantán. Rig oberta Menchú nació en una aldea campesina en la que el español era una lengua extranjera y casi todo el mundo era analfabeto. En 1982, en vez de recitar masacres y recuentos de muertes hasta la saciedad, Rigoberta, durante una semana en París, grabó en cintas la historia de su vida, en c astellano y no en su lengua nativa maya k'iche'. La entrevistadora, una antropóloga llamada Elizabeth Burgos-Debray, transcribió los resultados, los puso en orden cronológico y los pub licó en forma de testimonio o autobiografía oral.

El relato de Rigoberta incluye cálidos recuerdos de su infancia en una aldea indígena que vivía en armonía consigo misma y con la naturaleza. Aunqu e sus padres son tan pobres que se desplazan cada año con sus hijos a la Costa Sur de Guatemala para trabajar a cambio de salarios miserables en las cosechas del café y del algodón. Las condici ones en las fincas son tan espantosas que dos de sus hermanos mueren en ellas. Entretanto, el pad re de Rigoberta, Vicente Menchú, funda en el altiplano un asentamiento llamado Chimel, en un mar gen del bosque del norte de Uspantán. Vicente, el héroe de la narración de su hija, se enfrenta a dos enemigos en su lucha por la tierra. El primero se trata de unos finqueros ladinos, vecinos no-indígenas que reclaman las tierras para ellos. En dos ocasiones los desalmados finqueros ex pulsan a los Menchú y a sus vecinos de sus hogares. Vicente también es encarcelado dos veces, y golpeado tan brutalmente que necesita casi un año de hospitalización. {4}

El otro enemigo de Vicente es el gubernamental Inst ituto Nacional de Transformación Agraria (INTA). En teoría el INTA ayuda a los campesinos a obtener el título de propiedad de tierras nacionales, pero según Rigoberta lo que realmente h ace es ayudar a los terratenientes a expandir sus fincas. El resultado para Vicente es un purgato rio de amenazas por parte de los topógrafos, de citaciones en la capital y de presiones para firmar documentos misteriosos. Con el fin de pagar los abogados, secretarios y testigos necesarios par a sacar a Vicente de la cárcel, toda la familia se resigna a seguir sometida a la explotación. Rigo berta se traslada a la Ciudad de Guatemala para trabajar con una familia rica que alimenta a su per ro mejor que a ella. {5} Su padre empieza a involucrarse en los sindicatos campesinos y a parti r de 1977 está ausente la mayor parte del tiempo, viviendo en la clandestinidad y organizando a otros campesinos que afrontan las mismas amenazas. Tras años de persecución, ayuda a fundar el legendario Comité de Unidad Campesina (CUC), una organización que se suma al movimiento guerrill ero.

Durante el transcurso de los acontecimientos, la ad olescente Rigoberta adquiere una profunda conciencia revolucionaria. Al igual que su padre, s e hace catequista de la Iglesia Católica. Cuando el ejército ataca las aldeas, ella les enseñ a a defenderse cavando trampas, fabricando cócteles Molotov e incluso capturando soldados reza gados. Pero la autodefensa no logra evitar que su familia sea devorada por las atrocidades. Primer o es el secuestro de su hermano menor, Petrocinio, que tras semanas de torturas es quemado vivo en Chajul. Luego su padre va a la capital liderando a un grupo de manifestantes que, en un in tento desesperado por llamar la atención, ocupan la embajada de España el 31 de enero de 1980 .

En un crimen denunciado en todo el mundo, la policí a antimotines asalta la embajada. Vicente Menchú y treinta y cinco personas más mueren en el incendio resultante, que la opinión general atribuye a un artefacto incendiario lanzado por la policía. La comunidad internacional está indignada. Pero esto no protege a la familia de Rig oberta. Después el ejército secuestra a la madre de Rigoberta, que es violada y torturada hast a que muere. En homenaje a sus padres mártires, Rigoberta se convierte en organizadora del Comité d e Unidad Campesina. No habiendo tenido nunca oportunidad de ir a la escuela, aprende castellano con la ayuda de sacerdotes y monjas. Cuando ya que se ha convertido en líder como su padre, las fu erzas de seguridad la persiguen y tiene que escapar a México.

Diez años después de contarle su historia a Elizabe th Burgos, Rigoberta recibió el premio Nobel de la Paz, como representante de los pueblos indíge nas en el 500 aniversario de la colonización europea de las Américas. El Comité Nobel también qu iso dar un impulso a las interrumpidas conversaciones de paz entre el gobierno guatemaltec o y sus adversarios de la guerrilla, la Unión Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG). En teo ría, la democracia había vuelto a la patria de Rigoberta, pero el ejército seguía imponiendo parám etros estrechos sobre lo que se podía decir y hacer. Quizás el reconocimiento internacional hacia una de sus víctimas empujaría al ejército a hacer concesiones.

Un símbolo internacional de los derechos humanos

«Ganamos el Nobel de literatura en un país de analf abetos, y ahora ganamos el Nobel de la paz por una guerra interminable.» —Anciano en la ca lle, 1993 {6}

Cuando apareció Me llamo Rigoberta Menchú en 1983, nadie podía imaginarse que la narradora s e convertiría en premio Nobel. Pronto quedó claro que éste era uno de los testimonios más poderosos producidos por América Latina en los últimos tiempo s. El libro tuvo todo un impacto en los lectores, incluyendo a muchos que conocen bien Guat emala. Puesto que fue eficazmente prohibido en Guatemala durante la década de los 80, la mayoría d e los lectores eran extranjeros, que podían elegir el libro en cualquiera de las once lenguas a las que se tradujo el original en castellano. Rigoberta se convirtió en una figura conocida en el circuito de los derechos humanos de Europa y Estados Unidos, participó en comisiones de las Naci ones Unidas y fue colmada de doctorados honoris causa. Pocos meses antes del Nobel, tenía que elegir entr e 260 invitaciones internacionales, incluyendo una del primer ministro de Austria y otr a de la reina de Inglaterra. Dos años después decía que habían aumentado a más de siete mil. {7}

Una de las razones por las que el testimonio de Rig oberta tuvo tanta credibilidad es que todo aquello sonaba muy familiar para cualquiera que est uviera al corriente de cómo habían sido desposeídos por la colonización los pueblos nativos . Sus experiencias eran un asombroso micro cosmos de los procesos más amplios con los que a lo largo de quinientos años habían despojado a los pueblos indígenas de sus tierras y los habían e xplotado como mano de obra y reducido a

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ciudadanos de segunda clase en sus propios países. En sustitución de los colonos europeos estaban sus herederos contemporáneos, los blancos y los mes tizos de habla hispana conocidos como ladinos.

Al ser la crónica de una mujer perteneciente a un g rupo racial oprimido, Me llamo Rigoberta Menchú abordaba aspectos más amplios de la vida intelectu al. En las universidades de los Estados Unidos se volvió parte de un canon nuevo y ardiente mente discutido en la intersección del feminismo, los estudios étnicos y la literatura con ocida como multiculturalismo. Para los conservadores, el libro ejemplificaba el reemplazo de los clásicos occidentales por las diatribas marxistas. {8} A sus oídos, las referencias de Rigoberta a la res istencia cultural, la teología de la liberación y la lucha armada sonaban como una im itación improbable de la jerga políticamente correcta. Incluso los benévolos podían encontrarla mojigata, la fuente de una ideología difícil de asumir cuyos campesinos virtuosos y terratenientes villanos se parecían demasiado a varios siglos de imaginación literaria occidental. En el propio p aís de Rigoberta, las clases altas la consideraban una marioneta de los comandantes, los líderes ladinos de la URNG exiliados en México. Muchos guatemaltecos se sentían incómodos por sus v ínculos con un movimiento guerrillero que, aun después de que ella recibiera el Nobel de la Paz, r echazaba los llamados para un alto al fuego.

Pero para la izquierda guatemalteca, sus aliados en el resto de América Latina y sus simpatizantes estadounidenses y europeos, Me llamo Rigoberta Menchú era un ejemplo conmovedor de resistencia contra la opresión. Lo consideraron un texto autorizado sobre las raíces sociales de la violencia política, de las actitudes indígenas f rente al colonialismo y de los debates sobre etnicidad, clase e identidad. No era una coincidenc ia que tuviera lugar en Guatemala, porque éste es un país que desde hace mucho tiempo ha atraído a los extranjeros en una proporción desmesurada para su tamaño. Encuentran ahí una cultura rica y u na tragedia política, la segunda se remonta a 1954, el año en que Estados Unidos derrocó un gobie rno electo y lo reemplazó con una dictadura anticomunista. Cuando Rigoberta contó su historia, no había habido unas elecciones presidenciales creíbles en treinta años. Sin embargo, a principios de 1982 parecía que una coalición de organizaciones guerrilleras marxistas estaba a punt o de cambiarlo todo. La victoria estaba próxima ya que los oficiales del ejército que dirigían Guat emala habían perdido la cabeza, al extremo de reprimir a sus propios aliados de la clase alta. In dignados por los secuestros y las masacres del gobierno, un número creciente de guatemaltecos conf iaban en la guerrilla para su liberación, especialmente en el densamente poblado altiplano in dígena al noroccidente de la capital.

Grabado en París, el testimonio de Rigoberta captur aba el terror y también la esperanza en el apogeo revolucionario de Centro América. Al igual q ue los guerrilleros del vecino El Salvador, los rebeldes guatemaltecos querían repetir la victoria sandinista de 1979 en Nicaragua. Querían desmantelar un aparato militar represivo, distribui r las tierras agrarias y convertir una sociedad capitalista en una socialista. Pero los rebeldes se expandieron demasiado rápido, más allá de su capacidad de organizar a sus seguidores. Las armas que tenían que llegar de una Cuba revolucionaria nunca llegaron, dejando a los campes inos a merced de un ejército desbocado. Justo en el momento en que varias organizaciones guerrill eras se fundían en la Unión Revolucionaria Nacional Guatemalteca, la corriente se volvió en su contra. Su infraestructura civil no pudo mantenerse, acosada por las matanzas del ejército. A mediados de 1982 estaban en franca retirada. Para todos, excepto sus partidarios más incondicion ales, estaba claro que el ejército había ganado la guerra.

Una década más tarde la guerrilla seguía siendo un problema para el ejército, pero nunca recuperó el apoyo que había tenido a principios de los 80. Perdida la esperanzas de ocupar el poder, la URNG dilató una guerra de guerrillas para obtener «Paz con justicia», concesiones importantes de las negociaciones que se prolongaban desde hacía seis años. Guatemala recuperó un gobierno civil en 1986, pero seguía estando dominad a por el ejército, que no veía razón alguna para ser generoso con un enemigo que sólo era la so mbra de su fuerza anterior. Era éste el punto muerto de uno de los conflictos internos más largos de América Latina. A medida que empezó a acumularse la presión internacional sobre los belig erantes, los debates en torno a los derechos humanos se convirtieron en una arena más decisiva q ue el campo de batalla.

Cuando Rigoberta contó su testimonio en 1982, habló abiertamente de su relación con la guerrilla. A diferencia de sus dos hermanas menores , ella no era combatiente del Ejército Guerrillero de los Pobres. Pero pertenecía a dos fr entes organizativos, Cristianos Revolucionarios Vicente Menchú y Comité de Unidad Campesina, que es taban públicamente comprometidos con el EGP. Aunque los cuadros como ella por lo general no port aban armas, podían darse por muertos si caían en manos de las fuerzas de seguridad. En aquel tiem po, la franqueza de Rigoberta acerca de sus afiliaciones revolucionarias no era un riesgo puest o que el enemigo era una dictadura que había perdido toda su legitimidad. La guerrilla parecía t ener una buena probabilidad de ganar y contaba con gran simpatía en el extranjero. No obstante, po cos años después estaba claro que la lucha armada no llegaría a ninguna parte. La guerrilla pe rdió credibilidad entre la mayoría de los guatemaltecos, el ejército transfirió el poder a lo s civiles en un supuesto retorno a la democracia. Por esta época la relación de Rigoberta con la URNG y el EGP se volvió turbia. Se convirtió en un tema delicado cuya sola mención lev antaba acusaciones de caza de brujas.

Sin embargo, Rigoberta seguía siendo un activo obvi o para la guerrilla porque ella achacaba toda la responsabilidad de la violencia a las fuerz as del gobierno. Nunca criticó a sus viejos camaradas. Su historia era tan convincente que ella se convirtió en el símbolo más atractivo del movimiento revolucionario, recomponiendo las imágen es de resistencia de la década anterior. Era el rostro humano de una oposición que aún tenía que op erar en secreto. También era una indígena maya que validaba la reivindicación del movimiento revol ucionario en cuanto a representar al pueblo indígena, el cual conforma aproximadamente la mitad de los diez millones de habitantes del país. Si bien ellos no eran libres para expresar sus opin iones, ella sí lo era, y resultaba evidente que apoyaba al movimiento revolucionario aunque éste es tuviera dirigido por no-indígenas.

Rigoberta también se convirtió en la voz más amplia mente reconocida de otro movimiento que era diferente al de los insurgentes. A principios de la década de los 90, el movimiento maya estaba formando docenas de organizaciones nuevas para supe rar las barreras entre indígenas de diferentes

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grupos lingüísticos, defender su cultura y alcanzar la igualdad con los ladinos. A diferencia de los compañeros mayas que militaban en organizacione s populares que seguían la línea de la URNG, la nueva ola de activistas criticaba tanto a la guerri lla como al ejército. Tenían dudas con respecto a Rigoberta debido a su aparente carrera en la URNG . Pero podían identificarse con su historia de persecución, aunque no sabían quién era hasta que e l movimiento revolucionario empezó a hacerle publicidad como candidata al Nobel. Para esta gran audiencia, Rigoberta y su testimonio representaban lo que ellos habían sufrido.

Luego del premio de la paz, uno de mis colegas se e ncontró a un hombre que le dijo: «Todas esas cosas que le pasaron a Rigoberta, me pasaron a mí. Incluso lo escribí todo, igual que hizo ella. Y después enterré lo que había escrito. Lo enterré en la tierra. Pero Rigoberta no enterró lo que escribió. Lo publicó en un libro y ahora todo el mu ndo puede leer lo que pasó.» {9} «Está trabajando para nuestra gente», me contó un pariente suyo. «Es nuestra representante para la gente indígena que están algo atrasados, no para la gente pudiente . Qué milagro que alguien como nosotros que come tortilla y chile llegue al premio Nobel, a sab er cómo sucedió eso. Está hablando a favor de toda nuestra gente, no solo de ella. Qué Dios la be ndiga.»

Hasta que la nominación del Nobel permitió que Rigo berta visitara Guatemala, su principal audiencia fue internacional. Ahí fue donde comenzó a contar su historia y donde confirmó el planteamiento del movimiento revolucionario de que éste representaba a los indígenas guatemaltecos. Una vez que la guerrilla fue derrota da en muchos aspectos, sus actividades militares se redujeron al nivel necesario para mant ener su participación como contraparte de la negociación nacional. La guerra internacional, la r elacionada con la imagen, se volvió la más importante, y ésta es la que ganó la guerrilla con la ayuda de Me llamo Rigoberta Menchú. Al contar la historia de su vida, Rigoberta tradujo cr ímenes fácilmente ignorados en poderosos símbolos internacionales que podían ser utilizados en contra del ejército.

La mayor parte de las presiones que obligaron al ej ército y al gobierno a negociar procedían del exterior, y estaban generadas por el discurso d e derechos humanos. Dentro de una cadena recurrente de acontecimientos, el ejército guatemal teco fue acusado de atrocidades que los grupos de derechos humanos divulgaron en el extranjero. Ob ligados a responder, los gobiernos extranjeros y los grupos internacionales exigían al gobierno gu atemalteco que rindiera cuentas, so pena de detener el próximo certificado de derechos humanos o el próximo paquete comercial. Las élites del país comprendieron que la única manera de normaliza r las relaciones con el resto del mundo era aceptar las conversaciones de paz propiciadas por l as Naciones Unidas. Sin esta cadena de transmisión, que a menudo ha convertido situaciones locales complicadas en símbolos internacionales dramáticos, a finales de 1996 proba blemente no se hubieran firmado los acuerdos de paz entre un gobierno civil, el todavía poderoso ej ército y los vestigios del movimiento guerrillero.

Una perspectiva diferente de Me llamo Rigoberta Menchú

Cuando en 1987 inicié mis visitas a El Quiché para entrevistar a los campesinos acerca de la violencia y la reconstrucción, no tenía motivos par a dudar de la veracidad de Me llamo Rigoberta Menchú. Que yo sepa, nadie más los tenía. Lo que Rigoberta contó acerca del ejército guatemalteco, el punto más importante del libro para la mayoría d e los lectores, coincidía con otros testimonios. Recuerdo haberme sorprendido cuando en una revisión rutinaria de las atrocidades, descrita al principio de este capítulo, no logré co rroborar la inmolación de su hermano y otros cautivos en la plaza de Chajul. Puesto que pude ver ificar que el hermano había muerto en Chajul, aunque no exactamente en la forma descrita, no me s entí obligado a convocar una conferencia de prensa. Mis entrevistas confirmaban tantas acusacio nes contra el ejército guatemalteco que el problema parecía mínimo.

Sólo después de haberme familiarizado con lo que lo s campesinos tenían que decir fui consciente de que su testimonio no respaldaba al de Rigoberta en dos aspectos fundamentales. No se cuestionaba la reputación del ejército guatemalteco , en ese sentido la imagen que Rigoberta da de la violencia era bastante verídica. Ni tampoco los sentimientos de los campesinos hacia el ejército. La mayoría parecía compartir con Rigobert a el mismo resentimiento hacia las fuerzas armadas, aún si lo expresaban en voz baja puesto qu e seguían bajo la ocupación militar. En lo que la mayor parte de los campesinos no coincidía con R igoberta era, en primer lugar, en su definición del enemigo. A diferencia de Me llamo Rigoberta Menchú, que describe a los guerrilleros como liberadores, mis fuentes ixiles tendían a agrupar a soldados y guerrilleros como amenazas para sus vidas. En lugar de ser héroes populares, los guerri lleros, al igual que los soldados, eran personas armadas que les traían problemas.

«Ellos buscan la bulla, no las necesidades de la fa milia», me dijo un ex combatiente, explicando por qué aceptaba una amnistía del gobier no. «A ambos, la guerrilla y el ejército, les gusta la bulla. Pero nosotros somos población civil , sólo queremos cultivar nuestra milpa». Un funcionario ixil dijo: «No es un problema entre el pueblo y la guerrilla, ni entre el ejército y el pueblo, sino entre ellos. Nos están usando como un escudo porque, cuando hay enfrentamientos, el ejército manda a los patrulleros a pelear. Y cua ndo los guerrilleros atacan, traen a los civiles para pelear con los mismos civiles».

Obviamente, el contraste con el testimonio de Rigob erta podía tratarse de una cuestión de tiempo. Ella contó su historia en 1982, en el momen to álgido de la movilización revolucionaria, cuando mayor era el número de campesinos que apoyab a a la guerrilla. En aquel entonces, es posible que más campesinos secundaran sus declaraciones. Qu izás, yo había llegado demasiado tarde para percibir cómo se sentían y cómo proyectaban expresa rse en el futuro. Sin embargo mis entrevistas con los ixiles también sacaron a la luz un segundo contraste más perturbador con la versión de la violencia según Rigoberta, que no se podía explicar como resultado del desencanto con la que fuera una guerrilla popular.

Los campesinos de Me llamo Rigoberta Menchú han sido acorralados contra la pared por los finqueros y sus guardianes militares que se dedican a acosar a los disidentes. Su aldea no tiene

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otra opción más que la de organizar la autodefensa y recurrir a la guerrilla en busca de apoyo. Por lo tanto la insurgencia surge a partir de la ne cesidad más básica de los campesinos, sus tierras. Esta es la explicación socioeconómica de l a insurgencia, la teoría de la pobreza o tesis del empobrecimiento, es así cómo las organizaciones guerrilleras y sus partidarios acostumbran justificar el costo de la lucha armada. Cuando el p ueblo se enfrenta a condiciones cada vez peores, no le queda, pues, más alternativa que hace rle frente al sistema, y es ahí donde surge la guerrilla para facilitar los líderes.

Estas no eran las condiciones pre bélicas de las qu e oí hablar en el curso de mis entrevistas con los ixiles. Vivían, efectivamente, bajo una dic tadura militar, algunos ladinos tenían pésima reputación y al menos unos cuantos ixiles estuviero n dispuestos desde un principio a convertirse en guerrilleros. Pero ésta no era una población que sólo pudiera defenderse por la fuerza. En vez de ello, los ixiles estaban aprendiendo a hacer uso de las elecciones y los juzgados. Así como para muchos campesinos guatemaltecos, los años 60 y 70 habían sido para ellos una época de logros modestos. Por lo general, los primeros grupos armad os que recordaban eran guerrilleros, que fueron acusados por muchos campesinos de la subsecuente ll egada de los soldados. Los secuestros del ejército no comenzaron como reacción a los esfuerzo s pacíficos de los ixiles para mejorar su vida sino a la llegada de los cuadros guerrilleros. Si a lguien prendió la llama de la violencia política en la región ixil fue el Ejército Guerrill ero de los Pobres. Sólo entonces las fuerzas de seguridad militarizaron la región y la convirtieron en un campo de matanzas.

¿Fue diferente en el vecino Uspantán? ¿O Me llamo Rigoberta Menchú expresaba una razón de ser para la insurgencia que no procedía realmente de lo s campesinos, que más bien procedía de alguien que decía hablar en nombre de éstos? Nadie había en trevistado nunca a los antiguos vecinos de Rigoberta para comparar sus historias con la suya. En junio de 1989 fui a Uspantán por primera vez. Mi visita confirmó el perfil básico de Me llamo Rigoberta Menchú, que ella procedía de la aldea de Chimel y que su padre, su madre y su herma no menor habían muerto al inicio de la violencia. Sin embargo, un solo día en Uspantán sus citó otros problemas con el relato de Rigoberta. En este punto hice lo que hace cualquier estudiante de post grado sensato ante un descubrimiento controvertido. Abandoné el tema y me centré en mi tesis doctoral. No fue hasta más tarde, ya de regreso en Estados Unidos, cuando supe que tendría que confrontar la autoridad del testimonio de Rigoberta. Una discrepancia no muy im portante sobre cómo muere su hermano en Chajul fue el primer anuncio de algo más importante: la co nsiderable brecha entre la voz del compromiso revolucionario encarnado por Rigoberta y las voces de los campesinos que yo estaba escuchando.

Mis averiguaciones en la región ixil planteaban tem as más amplios, debatidos dondequiera que hombres armados reclaman el apoyo popular. ¿Comenzó la lucha armada como respuesta defensiva de un pueblo oprimido? ¿O fue una estrategia proyectada p or algún grupo externo? ¿Demuestra la rápida propagación del movimiento guerrillero que tenía un respaldo masivo? ¿O podría asentarse en las bases de una pequeña vanguardia, y la represión y l a polarización obligaron a los habitantes a elegir partido? ¿Cuándo los campesinos proporcionan alimentos, refugio y jóvenes a los rebeldes, quieren lograr más o menos lo que los rebeldes quie ren lograr? Por último, ¿consiguen los estrategas de la guerrilla lo que dicen que quieren conseguir? ¿La lucha armada protege a los campesinos de la represión y les da poder, o es una estrategia de alto riesgo que suele terminar en derrota y desilusión, luego de sacrificar campes inos en pos de románticas imágenes de resistencia?

Juzgando las historias ixiles sobre la violencia, d ecidí que los debates de las ciencias políticas y sociológicas sobre qué motiva a los cam pesinos a unirse a las insurgencias no estaban tomando en consideración los hechos elementales de vida en dichas situaciones. Según los ixiles, una vez que el EGP se trasladó a la escena y comenz ó a sostener reuniones en las aldeas, sus habitantes se vieron expuestos a un dilema. Por una parte, si cooperaban con la guerrilla, el ejército los mataría. Por otra parte, si cooperaban con el ejército, la guerrilla los mataría. «Estamos entre dos fuegos», me decían. Puesto que l os guerrilleros eran menos homicidas y más atrayentes que los soldados, durante un tiempo much os ixiles recurrieron a éstos en busca de protección contra un ejército enfurecido. Pero la m ayoría no se incorporó a la guerrilla como un medio para satisfacer sus propias necesidades. En v ez de ello, lo hicieron para sobrevivir a las repercusiones de la propia estrategia del EGP. Lo q ue resultó no fue un movimiento popular profundamente arraigado, lo que ayuda a explicar po r qué la mayoría de los campesinos pronto se sintieron defraudados por éste. {10}

En 1993, cuando mi tesis se convirtió en libro, el título sería Entre dos fuegos en los pueblos ixiles de Guatemala. No fue bien recibido por muchos de mis colegas del traslapado movimiento de solidaridad (que organiza el apoyo para la izquierd a centroamericana), del movimiento de derechos humanos (que supuestamente debe operar según los pr incipios del derecho internacional y no del de las lealtades políticas) y de la comunidad académic a (muchos de cuyos miembros son activistas o acatan los planteamientos de éstos). {11} El punto de vista dominante era que los ixiles, y por añadidura el pueblo guatemalteco, no se encontraban «entre dos fuegos». Esto era crear una ecuación falsa entre dos fuerzas con niveles muy di ferentes de credibilidad, cuando la mayoría de los guatemaltecos veía a una de ellas como los libe rtadores y a la otra como los opresores. Si hasta el quince por ciento de la población había mu erto en la región en la que yo estaba entrevistando, ¿cómo podía saber que los sobrevivie ntes me estaban contando lo que realmente sentían?

Otra objeción era «Esto no es lo que leímos en Me llamo Rigoberta Menchú ». El testimonio de Rigoberta de 1982, producido para el movimiento rev olucionario mientras estaba de gira en Europa, se había convertido en la perspectiva más aceptada sobre la relación entre la guerrilla y el campesinado guatemaltecos. A finales de los 80 y pr incipios de los 90, el aura en torno a la versión de Rigoberta se extendió mucho más allá de su pueblo de origen, abarcando toda la guerra en el altiplano occidental. Todo análisis que contr adijera sus afirmaciones y las del movimiento revolucionario que ella validaba tenía garantizada una acogida colérica. En el ámbito de la solidaridad y de los derechos humanos, así como en buena parte de la comunidad académica, muchos

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todavía sentían que Rigoberta merecía ser interpret ada literalmente, como un monumento a las raíces populares del movimiento revolucionario de s u tierra del norte. O que si la historia tenía que ser aceptada cum grano salis, cuestionarla no era asunto de ningún antropólogo e stadounidense.

En el fondo, había dos argumentos en contra de refu tar el testimonio de Rigoberta. Una era pragmático. Puesto que su testimonio había contribu ido a la presión internacional que obligaba por fin al gobierno a negociar con la guerrilla, pudier a ser que no fuera el mejor momento para poner en duda su credibilidad. Este era un argumento que no podía descartar. Fue uno de los motivos por los que decidí no revelar mis averiguaciones, con l a esperanza de que se firmara un acuerdo de paz. El segundo argumento me impresionaba menos: qu e un antropólogo no tenía derecho a contradecir la historia de Rigoberta porque ello violaría el de recho de una persona nativa a contar su historia a su manera.

Desde hace muchos años los antropólogos han recopil ado historias de vida de sus informantes. Generalmente no profundizan en la veracidad de los resultados. La simple idea de refutar una historia de vida suena periodística. Es más importa nte la perspectiva del narrador y lo que dice acerca de su cultura. No obstante, además de ser un testimonio de vida, Me llamo Rigoberta Menchú fue una versión de hechos con objetivos políticos e specíficos. Se trataba también del más ampliamente aclamado ejemplo de testimonio, el géne ro latinoamericano que ha llevado a los círculos académicos las vidas de los pobres con sus propias palabras poderosas. Todo el mundo acepta que los testimonios reflejan puntos de vista personales. Pero sus defensores también los consideran como fuentes fiables de información y vo ces representativas de clases sociales enteras. «Mi historia es la historia de todos los guatemalte cos pobres», dijo Rigoberta, y su afirmación ha sido tomada muy en serio por todo el mundo, desde p artidarios de los movimientos guerrilleros hasta el Comité Nobel. {12}

Si bien la veracidad de la laureada es un asunto le gítimo, la naturaleza de mis averiguaciones resulta inoportuna para muchos académicos. A los an tropólogos se nos clasifica como científicos sociales, pero buena parte de nuestro trabajo perte nece al ámbito de las humanidades. Recientemente nos ha afectado la teoría literaria y el escepticismo postmoderno acerca de la mera posibilidad de conocer la verdad. Al igual que otro s académicos influenciados por estas tendencias, cada vez tenemos más dudas sobre nuestr a autoridad para hacer declaraciones definitivas con respecto a los grupos subordinados. Avergonzados por la contribución del pensamiento occidental al colonialismo, preocupados por nuestro derecho a «representar» o retratar a las víctimas de este proceso, deseamos legitimiza rnos de nuevo abogando por la perspectiva de los pueblos que estudiamos y retransmitiendo sus vo ces generalmente no escuchadas hasta ahora.

Eso era exactamente lo que yo mismo, como partidari o de ese proyecto, estaba tratando de hacer: complementar una voz indígena con otras que no esta ban siendo escuchadas. Pero no todas estas voces han sido creadas iguales. Algunas, como la de Rigoberta con su política militante, han sido mejor recibidas que otras. Se tiende a despreciar p or vendidos a los campesinos mayas que rechazan la izquierda. O quizá han sido demasiado reprimidos como para decir lo que realmente piensan, por lo tanto lo que dicen no refleja sus verdaderos sen timientos. En cualquier caso, la identificación con ciertos tipos de voces marginalizadas se ha con vertido en un nuevo y poderoso estándar de legitimidad entre los académicos, y Rigoberta Mench ú es un símbolo evidente de ello. En ocasiones es invocada como si se tratara de un santo patronal , autorizando lo que de otro modo sería una incursión ilegítima en los asuntos de su pueblo. Po r lo tanto, para algunos académicos poner en duda la veracidad de Me llamo Rigoberta Menchú es poco menos que monstruoso. Arroja dudas sobre todo el proyecto de otorgar autoridad a las voces d e los oprimidos, y a la autoridad que ellos mismos derivan de esto.

En Europa y los Estados Unidos, Me llamo Rigoberta Menchú ha sido una de las piedras angulares para definir los problemas de los campesinos de Gua temala. Si el retrato que hace Rigoberta acerca de cómo empezó la violencia en Uspantán es cierto, entonces mi interpretación de los hechos en la región ixil no se puede extender a las áreas vecina s. Podría implicar que yo me equivoqué acerca de la región ixil. Pero si la versión de Rigoberta fuera errónea, entonces la acogida a su testimonio de 1982 habrá fomentado malentendidos so bre los problemas que enfrentan los campesinos. Asimismo pudiera suscitar en los observadores inter nacionales un dudoso paradigma de responsabilidad: que es suficiente identificar a un a persona o grupo como representante de los oprimidos, y después abstenerse de contradecirlos.

Notas

{1} Siguiendo a la Academia de Lenguas Mayas de Guatem ala, escribiré los nombres de los grupos lingüísticos mayas como sigue: «Quiché» se vuelve « K'iche'»; «Uspanteco» se escribe «Uspanteko»; «Kekchí» será «Q'eqchi'»; «Pocomchí» se convierte e n «Poqomchi'»; «Aguacateco» es «Awakateko»; «Cakchiquel» es «Kaqchikel»; «Kanjobal» se transfor ma en «Q'anjob'al» y «Tzutujil» en «Tz'utujil».

{2} Burgos-Debray 1984:174-179.

{3} Para un cálculo aproximado del costo de la violenc ia en la región ixil, véase Stoll 1993:227-233, 341.

{4} Burgos-Debray 1984:102-115.

{5} Burgos-Debray 1984:92.

{6} Oído por mi colega Stephen Elliot. El primer premi o Nobel de Guatemala fue Miguel Angel Asturias, que ganó el Nobel de Literatura en 1967 p or Hombres de maíz, Señor Presidente, y otras novelas. Su hijo Rodrigo sería el fundador de la Or ganización del Pueblo en Armas (ORPA).

{7} Blanck 1992 y «Una chica superpopular», Crónica (Ciudad de Guatemala), 7 de junio de 1994, pág. 8.

{8} La crítica conservadora que introdujo a Rigoberta en este debate fue Dinesh D'Souza (1991:59-93). Para una respuesta, véase Bell-Villad a 1993.

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{9} Duncan Earle, comunicación personal en noviembre d e 1992.

{10} Stoll 1993.

{11} La necesidad de distinguir entre derechos humanos y solidaridad resulta aparente cuando los activistas de derechos humanos demuestran tener poco interés en los abusos cometidos por el movimiento o gobierno con el que se muestran solida rios. En la práctica puede ser muy difícil diferenciar las dos esferas.

{12} Burgos-Debray 1984:1. Esta frase de la primera pág ina de la edición inglesa se debe en parte a la elocuencia de la traducción de Ann Wrigh t. En el texto original en castellano (Burgos-Debray n.d.:21), Rigoberta dice: «Quiero hacer un e nfoque que no soy la única, pues ha vivido mucha gente y (este testimonio) es la vida de todos . La vida de todos los guatemaltecos pobres y trataré de dar un poco mi historia. Mi situación pe rsonal engloba toda la realidad de un pueblo». Dos años más tarde, en el documental When the Mountains Tremble (Yates et al. 1985), Rigoberta comenzó su narración con las palabras: «Les voy a c ontar mi historia, que es la historia de todo el pueblo de Guatemala».

Capítulo 2

Uspantán como frontera agrícola

«Lo que pasa entre nosotros los indígenas es peor.»

—Miembro de la familia Menchú al autor, 1991

Desde el sur, la Sierra de los Cuchumatanes es una larga cordillera azul envuelta en nubes. Más allá de la capital departamental, Santa Cruz del Qu iché, la carretera serpentea entre valles erosionados y sierras cubiertas de pinares. Poco ha y excepto hierba y maleza, que están amarillas la mayor parte del año, con ralas parcelas de maíz intercaladas y caseríos de aspecto triste que extraen su sustento de la carretera y no de la tier ra. Después de Sacapulas, un pulcro pueblo de adobe encalado, la calzada sube zigzagueando la mur alla, de kilómetro y medio de altura, de los Cuchumatanes y se mantiene igual de pedregosa y abr upta la mayor parte del camino. Más tarde una rara señal de fertilidad, el verde valle que rodea el pueblo de Cunén. La carretera gira hacia el este; atraviesa una garganta rocosa, a continuación un valle largo y estrecho que ofrece ciertas esperanzas agrícolas y, finalmente, llega al pueblo de Uspantán. Con unos 3.000 habitantes, este es el centro urbano del municipio del mismo nombre que lo rodea.

A diferencia de las aldeas remotas en las que vive la mayor parte de la población, el pueblo de Uspantán tiene comodidades básicas: mesas donde com er, colchones en los que dormir, electricidad, instalaciones sanitarias y teléfonos. Pero nunca ha sido la Meca de los buscadores de indígenas, ni siquiera ahora que tiene una premio Nobel. Pocos extranjeros se quedan algo más que la noche necesaria para abordar la próxima camioneta que sal ga hacia occidente o hacia oriente. Los forasteros que ha atraído Uspantán son más bien bus cadores de tierra, principalmente guatemaltecos. Al norte del pueblo se elevan las cu mbres de los Cuchumatanes, en torno a ellas se reúnen las nubes todas las tardes. En la subida, pi nos y pasto ceden lugar al bosque húmedo tropical, o lo que queda de éste. Sólo restos de es te biotopo fragante, jugoso, se sigue adhiriendo a las laderas más escarpadas, por encima de donde los campesinos han talado y quemado para los pastos y la agricultura.

Más al norte, una segunda cordillera todavía está c ubierta con un rico bosque húmedo que se prolonga por kilómetros. El estrecho valle entre am bas cadenas montañosas, el primero deforestado y el segundo exuberante aún, es la cuna de nuestra historia. Es aquí donde el padre de Rigoberta inició en los años 50 un nuevo asentamiento llamado Chimel. Aquí es donde la frontera agrícola, de hombres abriéndose paso entre troncos de árboles mu cho mas grandes que ellos, fue interrumpida por la violencia. Es donde aún abundan las lluvias, a d iferencia de los alrededores del pueblo de Uspantán, donde ya no llueve como antes y donde ha vuelto a comenzar ahora la tala del bosque.

El paisaje de Uspantán no es un paisaje sencillo; n i ecológica ni etnológicamente Rigoberta estaba formulando una monografía académica cuando c ontó su historia en 1982, de modo que el medio es más complicado que el que los lectores podrían d educir. Esto incluye su composición étnica, la progresión de grupos indígenas y no-indígenas que a lo largo de los años han ido trasladándose a la región. Me llamo Rigoberta Menchú presenta una lucha titánica entre dos grupos opues tos: su propio pueblo indígena k'iche' y los ladinos (de as cendencia europea y mestiza) que les subyugaban. Estos son los oprimidos y los opresores , claramente definidos por odios ancestrales que los padres cuidadosamente inculcan a sus hijos. Rigoberta aprende eventualmente que no todos los ladinos son malos, que muchos son campesinos po bres como ella y que algunos son compañeros en el movimiento revolucionario. Pero lo que permanece es un modelo bipolar de relaciones étnicas, el mismo que aparece virtualmente en toda descripción de Guatemala.

La distinción entre ladino e indígena no es errada. La mayoría de los guatemaltecos están dispuestos a identificarse con uno u otro, algo que ellos entienden en términos de raza. Se puede caminar entre la multitud e identificar individuos que parecen recién salidos de las estelas que dejaron los antiguos mayas. También se puede ver la ascendencia europea en la mayoría de los ladinos. Pero muchos ladinos reconocen que son mest izos –principalmente de origen europeo y maya– y también lo son numerosos indígenas. No cuesta muc ho encontrar ladinos que parecen indígenas e indígenas que parecen ladinos, porque la distinción , en última instancia, es más cultural que biológica. Los indígenas pueden volver a definirse a si mismos o a sus hijos como ladinos mediante una combinación de alejarse de sus lugares de orige n, conseguir una buena educación, renunciar a la lengua vernácula, casarse en una familia ladina o adquirir riqueza.

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Otra limitación del modelo bipolar es que resta imp ortancia a las diferencias entre indígenas. No sólo hay en Guatemala veinte grupos lingüísticos mayas diferentes, si no que uno de ellos está notablemente ausente en el retrato que Rigoberta ha ce de Uspantán. Me refiero a los mayas uspantekos, que solían ser los principales habitant es del municipio. Que ya no lo sean se debe a los k'iche's y ladinos que se han trasladado a la r egión. Sería engañoso comparar en todos los aspectos las corrientes migratorias de k'iche's y l adinos, pero ambas fueron atraídas por lo mismo: tierras baldías en lo que solía ser un munic ipio escasamente poblado. Ambos, ladinos y k'iche's, son también, en grados diferentes, grupos étnicos dominantes. Los ladinos tienen el monopolio del poder en el ámbito nacional, donde di rigen el estado, el ejército, la Iglesia Católica y toda otra institución nacional. El caste llano que dominan es el idioma del poder y el estatus, y quien no lo posea no podrá llegar muy le jos.

No obstante, en el altiplano occidental los k'iche' s tienen un cierto peso propio. Justo al sur de las pequeñas tierras Uspantekas, los hablantes k 'iche's gobernaron una vasta región antes de la Conquista española; han seguido siendo el grueso de la población (de ahí el nombre del Departamento del Quiché, escrito a la vieja usanza) y finalmente están haciendo un esfuerzo para volver a su antigua posición. Esto es evidente en l a economía regional, en la cual los k'iche's destacan visiblemente en una nueva burguesía indíge na; en los gobiernos municipales; y en el Movimiento Maya, en el que los portavoces de los ha blantes k'iche's juegan un papel importante.

Desde finales de los años 80, el Movimiento Maya ha reunido a los k'iche's y otros grupos lingüísticos en maneras que podrían transformar la política guatemalteca. Pero el término «maya» es tan nuevo en el discurso guatemalteco que Rigobe rta apenas lo mencionó en su relato de 1982. Hasta recientemente, era utilizado principalmente p or los antropólogos para designar a cinco o seis millones de hablantes de treinta lenguas corre spondientes en el sureste de México, Guatemala y Honduras. Incluso hoy no es necesariamente una fo rma común de identificación entre ellos mismos. En su lugar, muchos siguen identificándose en térmi nos de su aldea y municipio, como indígenas o naturales («naturales» en oposición a «gente de razón»), o e n términos de la lengua propia que hablan.

A excepción de los más detallados, todos los mapas lingüísticos dan la impresión de que los hablantes de cada lengua maya viven juntos en un te rritorio contiguo. Una inspección más minuciosa muestra que éste no es el caso, especialmente en la Sierra de los Cuchumatanes. Kanjobales, q'eqchi's y poqomchi's se han ido desplazando de un lugar a otro, al igual que los ladinos y la etnia de Rigoberta: los k'iche's, cuyas aldeas punt ean los montes delanteros, y que se han convertido en un factor político en varios municipi os. Aunque las poblaciones nativas de Sacapulas y Cunén mantienen la mayoría demográfica y lingüíst ica frente a la migración K'iche', no es éste el caso de los uspantekos, que ahora son una pequeñ a minoría en el municipio que lleva su nombre. {1}

En añadidura a su modelo bipolar de etnicidad, la t ierra es un segundo aspecto por el que Me Llamo Rigoberta Menchú requiere un comentario. Para los campesinos de Gua temala se ha convertido en una escasez crónica, habiendo tenido que desplaz ar sus cultivos hacia laderas montañosas que mejor hubieran seguido siendo bosque. Uno de los mo tivos para esta insuficiencia está detallado en la historia de Rigoberta del 82, así como en la may oría de los relatos de Guatemala: la tenencia desigual de la tierra. La tierra más fértil está co ntrolada por las fincas productoras de café, azúcar, algodón y ganado para la exportación, espec ialmente en la costa del Pacífico, donde la mayoría de los campesinos indígenas (y muchos campe sinos ladinos) se han visto reducidos a pequeñas propiedades de subsistencia en el altiplan o. En los valles que rodean Uspantán, hay unas cuantas fincas que podrían ser repartidas entre peq ueños propietarios, aunque no se debe exagerar su importancia. La mayoría de la tierra ya es propi edad de los campesinos. Es más, una gran parte de las fincas ha sido alquilada ya a campesinos que viven en ella.

El otro motivo para la escasez de la tierra no apar ece en Me llamo Rigoberta Menchú. A menudo se le resta importancia en los relatos sobre Guatem ala porque cualquier referencia que no sea somera desencadena objeciones políticas, culturales y religiosas. No sería un problema insuperable si la productividad agrícola pudiera seguirle el ri tmo, ni sería tan urgente si la tierra estuviera distribuida más equitativamente, pero nad a puede reducir su importancia, que aumenta cada año que pasa. Me refiero al rápido crecimiento de la población.

Se dice que los campesinos mayas están arraigados a su tierra, pero la metáfora primordial casi niega cómo su relación con ella requiere desarraigo s periódicos. Al igual que muchos otros campesinos, los mayas han desgastado sus tierras re gularmente y se han ido en busca de nuevas. Los ciclos de asentamientos, crecimiento de población, sobre explotación y migración se remontan al Maya Clásico y su espectacular colapso alrededor de l año 800 A.C, al noreste, en lo que ahora es el Departamento del Petén. Durante todo el siglo pa sado, ha tenido lugar otro gran ciclo en el que la población guatemalteca se ha quintuplicado. {2} En el departamento del Quiché los municipios densamente poblados del sur han ido enviando remesa s de campesinos sin tierra al norte, a las montañas de Uspantán y a los municipios vecinos. Al lí deforestan laderas escarpadas y roban la fertilidad al suelo cultivando maíz año tras año se gún los métodos tradicionales. «Ya se cansó, se fue toda la tierra buena», me dijo un poblador de C himel acerca de su localidad anterior. Procedentes de tierras que se han vuelto «cansadas» , «secas», «flojas», los hombres buscan terrenos nuevos, que todavía estén en el bosque, qu e puedan ser talados y quemados para sembrar maíz. Eventualmente llevaran a sus familias a vivir al nuevo lugar, en un movimiento que se repite cada unas pocas generaciones.

La búsqueda de productividad agrícola es evidente e n Uspantán la mayoría de los días de la semana, cuando hombres y mujeres recorren los cerro s y el valle para cultivar las pequeñas parcelas de tierra que han heredado o comprado, a m enudo en diferentes altitudes y en ecozonas distintas. Un amigo de Caracol, una aldea sobre el camino a Chimel, tenía un programa bastante típico: el jueves caminaba dos horas al otro lado d el cerro para cultivar una parcela de zanahorias, después regresaba ese mismo día. El vie rnes bajaría caminando dos o tres horas en otra dirección para cultivar una parcela de frijol, lueg o subiría penosamente de vuelta ese mismo día.

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El sábado sólo tenía que caminar una hora y media p or la ladera del cerro para cultivar maíz y frijoles. El domingo bajaba a pie tres horas hasta el mercado de Uspantán, luego recorría una subida de cuatro horas para llegar a casa. Según el criterio local ninguno de los trayectos era largo, pero después del cuarto día habría pasado ve inte horas subiendo y bajando montes a pie, cargando a menudo pesados bultos con el mecapal ya que, al igual que la mayoría de los campesinos, era demasiado pobre para tener una bestia de carga.

Este capítulo ahonda en la ecología que hay detrás de esos esfuerzos extraordinarios: un proceso degenerativo de crecimiento demográfico; un a agricultura de tala y quema, y unas corrientes migratorias que se complican con el conf licto ladino-indígena y la tenencia desigual de la tierra, asuntos a los que Rigoberta concede tant a importancia, aunque no llegan a transformar necesariamente los aspectos fundamentales de esta m igración. La mitificación romántica de los campesinos es una vieja tradición que tiene la virt ud de dramatizar su derecho a la tierra. Pero el romanticismo también puede ser utilizado para ig norar el daño que hacen los campesinos, cómo compiten por tierras baldías y los pleitos que resu ltan –tal como lo ejemplifica la historia de un pionero de la frontera agrícola de Guatemala, el pa dre de Rigoberta, Vicente Menchú.

El auge y la caída de la hegemonía ladina

Los restos de la fortaleza maya de Uspantán se asie ntan sobre una cresta situada a cuarenta minutos de camino a pie desde el pueblo actual. No mucho es visible desde la distancia. Después emergen entre las cañas de maíz unos cimientos bajo s de piedra. También hay montículos con vestigios de muros de piedra. A diferencia de la ur be fundada por los españoles en el siglo XVI, en una llanura más baja, el Uspantán precolombino e staba situado para la defensa en caso de ataque. En ambos lados el cerro cae en picado. Haci a el oeste la salida está bloqueada por una abrupta pendiente de tierra, seguida de un escarpad o foso del tamaño de un talud del ferrocarril. Según las crónicas españolas, desde esta fortaleza se gobernaba un pequeño reino que resistió después de que los conquistadores destruyeran el re ino k'iche'en el sur. En 1529 los uspantekos rechazaron una expedición española, sólo para sucum bir ante otra un año más tarde.

Puesto que la región no resultaba atractiva para lo s colonos españoles, la Corona dispuso que los frailes dominicos se hicieran cargo de la pobla ción sobreviviente. Bajo la Pax Dominica, en palabras de Jean Piel, los indígenas estaban obliga dos a vivir juntos en los nuevos pueblos. Gradualmente, las haciendas de la iglesia se convir tieron en la puerta de entrada para el asentamiento de los ladinos a través de los criados ladinos que las administraban. {3} Pero los indígenas eludieron algunas de las formas más destr uctivas del colonialismo. Alrededor del pueblo de Uspantán, la propiedad y la población siguió sie ndo casi prácticamente uspanteka. Las familias ladinas más antiguas del pueblo sólo remontan sus a ntepasados locales a finales del siglo diecinueve e inicios del veinte, cuando llegaron co mo ganaderos desde el sur del Quiché. Aunque la mayoría de los ladinos se estableció en los peñasco s más meridionales de los Cuchumatanes, los k'iche's que comenzaron a llegar durante el mismo p eriodo se instalaron cerca del pueblo de Uspantán, luego empezaron a abrir claros en el bosq ue húmedo de los cerros del norte.

Desde el este llegaron los emigrantes más exóticos de todos –los alemanes del Departamento de Alta Verapaz. Hasta que fueron deportados durante l as dos guerras mundiales por dictadores presionados desde Washington, los empresarios alema nes marcaron el paso en la economía del café. Dominaron Alta Verapaz y la convirtieron en uno de los rincones más prósperos del país. Se desplazaron también hacia los valles tropicales de las tierras bajas al norte de Uspantán, la mitificada Zona Reina que está aislada de la cabece ra municipal por montañas amedrentadoras y densos bosques. Pero el aislamiento de la Zona venc ió hasta a los alemanes. Los niños que engendraron «se perdieron entre la gente», según un dicho popular. Sus descendientes no viven en mejores condiciones que las del resto de la poblaci ón, principalmente mayas q'eqchi's que también llegaron procedentes de Alta Verapaz en busca de ti erra.

Hacia la segunda mitad del siglo veinte, los k'iche 's eran mayoría en los alrededores del pueblo de Uspantán, pero no lo controlaban. En térm inos étnicos, el poder político había pasado de una población uspanteka disminuida a un elemento la dino pequeño pero en expansión. A primera vista Uspantán parece un pueblo ladino, pero en parte est o es el resultado del terremoto de 1985 que destruyó la mayoría de las antiguas construcciones de adobe. Todavía en la década de 1950, había pocos ladinos en el pueblo y, probablemente, inclus o hoy día los indígenas siguen siendo más numerosos. En qué número les superan es algo tan co nfuso como el total de la población. Según el censo de 1981 (subreportado), el veintiséis por cie nto de los 42.685 habitantes del municipio eran ladinos. Hay, sin embargo, un patrón definido de có mo se asentaron los ladinos en la región. Fuera de la cabecera municipal, tienden a vivir en un gru po de aldeas en el sur, donde hay pocos indígenas. Al norte del pueblo, en los valles más a ltos y húmedos, los campesinos ladinos sólo predominan en unas pocas aldeas, y una gran mayoría habla k'iche'como su primera lengua.

Contrariamente a lo que dice Me llamo Rigoberta Menchú, los ladinos de Uspantán no destacan como una clase alta acomodada. Más bien, trabajan p rincipalmente en ocupaciones comerciales y de servicio, como trabajadores especializados, maestro s y enfermeras. Muchos son más pobres que los indígenas más prósperos y es difícil encontrar un l adino que posea más de una caballería de tierra, la medida local equivalente a cuarenta y ci nco hectáreas. {4} El propietario de la línea de camionetas de transporte es un ladino y unos cuanto s son dueños de comercios, pero hay otras tiendas propiedad de indígenas, que también poseen parte de la flota local de vehículos y que son propietarios de edificios cercanos a la plaza. Las cantinas que sirven licor a los vulnerables son principalmente propiedad de indígenas. Solía haber algún que otro ladino contratista de trabajo, pero han sido sustituidos por indígenas.

En efecto, los ladinos dominaron los asuntos del pu eblo desde finales del siglo diecinueve hasta la década de 1970 y siguen ejerciendo una aut oridad que supera con creces su número. La falta de una base económica de poder sugiere que su s ventajas políticas más bien han sido culturales y sociales, basadas en su dominio del ca stellano y en sus conexiones superiores en el sistema nacional. ¿Por qué no ha habido alcaldes in dígenas hasta recientemente?, le pregunté a los

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ancianos. «Porque los ladinos dieron muchos consejo s y nosotros decimos que sí», explicó uno. «A los ladinos se les tiene mucha confianza» añadió ot ro, un viejo amigo de los Menchú que ayudó a ganar una victoria legal importante contra una finc a. «Saben expresarse cuando hay comisiones. Entonces la gente estaba contenta». {5}

Como sucede a menudo cuando reina la cortesía hispa na, bastantes habitantes, indígenas al igual que ladinos, niegan que la tensión étnica sea un pr oblema serio. Sin embargo, la pregunta correcta consigue historias acerca de un tiempo más opresivo . «De discriminación había un sinnúmero», me contó un k'iche' activista de derechos humanos. «Cu ando la gente llegaba a la muni para sacar sus asuntos, no los atendían. Les decían de esperar dos tres días, no le atendían a uno. Y también hacían los servicios regalados. Los mayores hacían servicios de una semana sin recompensa. No valorizan. Sólo el alcalde ladino estaba pagado.» « Para mí», declaró uno de los familiares de Rigoberta, «mi abuelo lo tenían como esclavo, porqu e le mandó cargar 6 arrobas a Guatemala, más su comida para él tenía que cargar. Los ladinos siempr e mandaban en la gente porque el indígena se deja mucho».

Los peores abusos fueron menos frecuentes bajo las reformas laborales de las décadas de 1930 y 1940. Durante los próximos treinta años, los k'iche 's de Uspantán minaron gradualmente el control ladino de la municipalidad, al igual que hicieran l os indígenas de otros muchos pueblos durante este periodo. En Uspantán la subordinación étnica c omenzó a desmoronarse con una revuelta en contra de la institución del alcalde indígena. Este era un sistema que se remontaba a la colonia española, según el cual los pueblos indígenas conse rvaban jerarquías de deberes comunales conocidas como cargos. Aunque algunos cargos suponí an un servicio a la municipalidad, otros giraban en torno al culto de los santos, era costum bre celebrar fiestas en su honor y en ellas la población bebía hasta caer desmayada.

Cuando los ladinos sustituyeron a los indígenas en el puesto de alcalde, las obligaciones del cargo quedaron bajo la autoridad de un segundo alca lde indígena. Era elegido por una asamblea de ancianos, que también nombraba hombres más jóvenes que servían bajo su mando. El alcalde indígena se encargaba de los problemas suscitados entre su g ente y en su propia lengua. Lamentablemente, una concesión a la soberanía indígena también se co nvirtió en un medio para que los ladinos explotaran la mano de obra indígena. Los hombres qu e servían bajo la autoridad del alcalde indígena estaban a disposición de las autoridades l adinas como mensajeros y cargadores y no eran remunerados por su trabajo.

El sistema de Uspantán se desplomó a finales de la década de 1960 debido a la oposición de los catequistas. Estos eran indígenas (incluyendo la fa milia de Rigoberta) organizados por una nueva generación de clero español para divulgar la doctri na de la iglesia, frenar la embriaguez y modernizar sus comunidades. Dado que los catequista s se negaron a asistir a la asamblea anual para elegir los cargos del próximo año, los deberes reca yeron con más fuerza en un número decreciente de tradicionalistas. Luego de que algunas de las al deas ya no participaran, otras también rehusaron hacerlo, hasta que la alcaldía indígena y sus obligaciones laborales fueron abolidas. Los catequistas fueron los actores claves en estos dramas de cambio y empoderamiento en muchos pueblos.

En Uspantán, el movimiento catequista fue el respon sable de la elección del primer alcalde municipal indígena del que haya habido constancia. Ganó en 1978 como miembro de los demócratas cristianos, un partido reformista asociado con la I glesia Católica. Como secretario paralegal, el nuevo alcalde estaba bien preparado para sus obliga ciones y acabó su periodo de cuatro años sin ser acusado de corrupción, lo cual es todo un honor en la vida pública guatemalteca. Pero su administración no fue del agrado de los ladinos más conservadores, que sentían que un indígena en el sillón municipal desvirtuaba la imagen de modern idad de su pueblo. El resultado fue la secesión de Chicamán, el segundo centro de población más gra nde del municipio, como una jurisdicción propia. Los ladinos son mayoría en el pueblo de Chi camán y también abundan en muchas de las aldeas que se incorporaron al nuevo municipio. Hubo tambié n otras quejas más, pero el nuevo municipio fue una escisión ladina en contra del éxito político in dígena.

Uspantekos, k'iche's y títulos de propiedad

Solamente una pequeña minoría de la población de Us pantán sigue hablando uspanteko. A diferencia del sacapulteco y el cunense hablados en los municipios cercanos, el uspanteko no es una versión local del maya k'iche'. En vez de ello, es una lengua separada aunque muy relacionada cuya inteligibilidad con el k'iche' sólo es de un s esenta por ciento. Según el Instituto Lingüístico de Verano, una misión evangélica especi alizada en la traducción de la Biblia, tres mil personas siguen hablando uspanteko. Pero de éstos, sólo mil lo utilizan como forma principal de comunicación, y se concentran en dos aldeas. En los lugares donde viven los otros uspantekos las lenguas dominantes son el k'iche' y el castellano. El motivo más obvio para dicho declive es que muchos uspantekos se han casado con gente de afuera , especialmente con k'iche's. La pérdida del idioma es algo común cuando en estos grupos uno es demográficamente más fuerte que el otro. Puesto que el k'iche's es el mayor grupo lingüístico maya del país, con cerca de un millón de hablantes, se puede utilizar mucho más que el uspanteko, de mo do que es lo que tienden a aprender los hijos de parejas mixtas.

A medida que disminuyen los hablantes de uspanteko, muchos han ido perdiendo interés en identificarse a si mismos como indígenas, especialm ente en el centro del pueblo. «Casi la mayoría ya no quieren hablar uspanteko, hablan k'iche' y es pañol. Quieren ser ladinos, pero es imposible por sus apellidos, y por el color de piel también», dijo un anciano. «Muchos hacen de menos nuestro dialecto. Nos sentimos muy cerca de los lad inos, pero no somos ladinos», me dijo un uspanteko que tenía esperanzas de revitalizar la le ngua: «Muchos hablamos mucho español con nuestros niños y por eso no aprenden uspanteko». Su disminución como grupo único ha sido rápida. Dos ancianos recordaban que cuando ellos eran niños , en las décadas de 1920 y 1930, en el pueblo había pocos ladinos y k'iche's. Otro afirmaba que h asta 1940 los uspantekos todavía ganaban en número a los k'iche's. Ahora son un vestigio, super ados también por los ladinos. Incluso

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visualmente, se ha vuelto difícil distinguir por su traje a las mujeres uspantekas de las k'iche's.

Hasta una reciente ráfaga de organización étnica, c uya importancia está por ver, los uspantekos opusieron poca resistencia a la transformación étni ca de su tierra natal. En vez de ello, muchos vendieron sus propiedades de los alrededores del pu eblo y se retiraron a las montañas. Cuando preguntaba a los ancianos por qué, sus respuestas s iempre tenían que ver con la ecología. Acompañando al flujo de ladinos y k'iche's hubo cam bios perturbadores, incluyendo pérdida de tierras baldías, deforestación y reducción de lluvi as. Entre los uspantekos, los más tradicionales se vieron obligados a levar anclas. «Casi cada uno tenía ganado, hasta los pobres tenían dos o tres», me dijo un anciano. «Pero ahora el pueblo es más grande y no hay tierra vacía sin un dueño». Otro anciano dijo: «Cuando yo era joven, ha bía más lluvia y empezaba el 20 de abril. Ahora a veces en mayo y a veces en junio. Tal vez porque abunda la gente, han botado mucho árbol y no siembran otra vez. O porque así lo quiere Dios».

En este medio se ha vuelto muy difícil encontrar ti erras baldías. El resultado puede ser hostilidades graves, y no solamente entre indígenas y ladinos. Aunque por regla general los uspantekos han logrado evitar verse enfangados en c onflictos interminables, éste no es el caso de los k'iche's. En el vecino municipio de Nebaj, los ixiles se refieren a los k'iche's como ulá –personas de otro lugar–. El término otorga a la con ducta personal un cariz competitivo, reñido con los ideales de armonía comunal. En palabras de un d etractor ixil: «Les gusta acaparar tierra. Compran un pedazo y después agarran más». En justic ia, algunos k'iche's logran vivir en armonía con sus vecinos. Si tienen fama de peleoneros se de be a la forma en que llegaron muchos de ellos a la región ixil, mediante el sistema nacional de tit ulación de la tierra que establecieron los dictadores del Partido Liberal a finales del siglo diecinueve.

Los liberales querían desarrollar tierras de munici pios indígenas. Los beneficiarios deseados eran los ladinos, pero los k'iche's también lograro n sacar provecho a las nuevas leyes. Algunos eran miembros de milicias que habían luchado por lo s dictadores liberales. Otros, sencillamente, sabían más acerca de la legislación nacional de reg istro de propiedades que los atrasados ixiles. Desgraciadamente, ésta era una estrategia reñida co n el concepto local de tenencia de la tierra, el cual se remonta a la colonia española cuando los indígenas poseían su tierra mediante títulos comunales. Aun hoy día, pocos campesinos ixiles han obtenido títulos de propiedad jurídicamente válidos porque son demasiado caros. En vez de ello, solicitan al alcalde municipal un papel con la descripción de los límites de su propiedad, lo cual normalmente es suficiente entre los vecinos aunque tiene poca validez ante un tribunal.

De las concesiones de tierra otorgadas en los albor es del siglo por presidentes liberales, surgieron generaciones de conflictos sin desenlace a la vista. En teoría, los beneficiarios de estas concesiones no podían sacar el título de una tierra que ya estuviera ocupada. En la práctica, podían sobornar a topógrafos, secretarios del registro y jueces para que no hicieran caso de los indígenas que ya estuvieran allí. Inclu so cuando la tierra aún estaba baldía, tendía a ser la periferia de un pueblo indígena, lo cual, se gún la ley colonial, se consideraba una reserva territorial para su propia expansión demográfica. O terratenientes ausentes obtenían títulos en las instancias nacionales sin manifestar sus derech os localmente, aun después de que los parcelarios invirtieran décadas de esfuerzo bajo la impresión errónea de que las tierras no tenían dueño.

La confusión era algo normal en los densos bosques al norte de Uspantán. Los mapas de registro muestran que la mayoría de la tierra tenía título d e propiedad durante la fiebre de tierra del gobierno Liberal, pero algunos de los nuevos propie tarios tardaron en ocupar su propiedad, haciendo que pareciera tierra baldía para los colon os. Los límites eran tan vagos que no era extraño instalarse por error en la propiedad de otr o. Había títulos de registro confuso que se remontaban al siglo diecinueve; derecho de ocupació n para los colonos que mejoraran tierras desocupadas; y el indolente legado de topógrafos, n otarios y jueces que estampaban su sello en cualquier cosa por la que les pagaran.

A cargo de la solución de todos los problemas está el Instituto Nacional de Transformación Agraria (INTA), que se fundó para aliviar la presio nes por la reforma agraria. En teoría, y a veces en la práctica, el INTA puede aplicar un impu esto a las tierras ociosas que obliga a los propietarios de las fincas a traspasarlas a los cam pesinos. La función más importante de la agencia ha sido parcelar terrenos públicos. Ambos a spectos requieren una mediación entre demandantes rivales que a menudo son indígenas. Ser ía difícil exagerar las dimensiones de esta labor para una institución de recursos muy limitado s. Año tras año, cientos de conflictos tienen que ser manejados por un puñado de investigadores d el INTA que normalmente carecen de medios prácticos para resolverlos, con el resultado de que nunca se terminan.

No es de sorprender que el INTA haya sido objeto de duras críticas por virtualmente todos los que han tenido que tratar con él. Exhaustos y en ba ncarrota por sus incontables viajes a las oficinas, los solicitantes lo acusan de indiferenci a, ineptitud y corrupción. No hay duda de que el INTA ha puesto a prueba la resistencia de miles de campesinos. Pero cuando se toma un caso como el que estamos a punto de examinar –más conflictivo que la mayoría, pero para nada extraño– surge una posibilidad perturbadora. Los propios demandant es podrían estar volviendo imposible la solución.

La lucha por la tierra de Vicente Menchú

Una pregunta que surge del testimonio de Rigoberta de 1982 es por qué ella y su familia pasaban buena parte del año lejos de las nuevas tierras que estaban colonizando, para trabajar por un pequeño salario en fincas remotas. Es cierto que co nvertir un bosque tropical en una milpa de maíz lleva años, como lo menciona Rigoberta (hay que que mar los troncos; las raíces deben pudrirse y la tierra debe secarse antes de que la cosecha llegue al máximo).

Sin embargo, el maíz crecerá desde el principio. Pa sarse la mayor parte del año en una finca suena algo exagerado para campesinos que están tala ndo y quemando sus propias tierras nuevas. {6} A

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juzgar por las fuentes de Uspantán, el motivo de es ta incongruencia es que Rigoberta nunca trabajó en las fincas. Algunos vecinos iban a la costa del Pacífico, pero principalmente entre octubre y diciembre, mientras esperaban que madurase la cosec ha.

En cuanto al padre de Rigoberta, Vicente, trabajó e n las fincas a edad temprana pero lo dejó mucho antes de que naciera ella en 1959. La razón e s que él no era pobre según el criterio local. Conforme con el relato de Rigoberta, sí creció en l a pobreza, sin padre y por lo tanto sin tierra, tras nacer en el pueblo de Santa Rosa Chucuyub, en el sur del Quiché, en 1920. Su padre murió cuando él era niño, según Rigoberta, después de lo cual su madre se lo llevó a él y a sus dos hermanos pequeños a Uspantán, donde se ganaban la v ida como criados. {7} A decir de su nieta, Rosa Menchú trabajó para un adinerado patrón ladino que abusaba de ella sexualmente y la obligó a entregar a Vicente a otra familia. Cuando averigüé el paradero de la familia del patrón, resultaron ser uspantekos en vez de ladinos, al igu al que una familia para la que Rosa había trabajado anteriormente. {8} «Todos vivíamos y trabajábamos juntos, con un azad ón», afirmó un hijo que creció con Vicente.

Social y étnicamente, Uspantán era una sociedad más fluida que la que da a entender el testimonio de Rigoberta de 1982. Puesto que ella er a de una aldea dedicada a la agricultura y narraba una historia de opresión, da una imagen de su pueblo que es más conservadora que la que resultaría de, digamos, una investigación sociológi ca. Durante su juventud, los ancianos hablaban de experiencias atroces de principios de siglo. Aun que los indígenas seguían siendo ciudadanos de segunda clase, los trabajos forzados eran cosa del pasado, a excepción del servicio militar obligatorio, del cual Chimel estaba convenientement e distante. Entretanto, los indígenas estaban aprendiendo mejores medios para ganarse la vida. Ya no trabajaban para las fincas tanto como antes. {9} En su lugar, eran cada vez más los que iban a la e scuela. Algunos prosperaban en los negocios. Un síntoma de estos progresos es el vesti gio del catolicismo animista del testimonio de Rigoberta en 1982. Ella era de una aldea que lo hab ía rechazado, junto con el consumo intenso de alcohol en la fiesta, el cual contribuía a la pobre za.

Los indígenas también estaban empezando a emigrar a los Estados Unidos. Una prima hermana de la madre de Rigoberta, tan indígena como ella, se tras ladó a la ciudad de Quetzaltenango, se casó con un ladino y desde hace décadas vive con sus dos hij os en Los Angeles, California. Sus nietos (primos segundos de Rigoberta) son ciudadanos estad ounidenses. El uspanteko con el que creció el padre de Rigoberta es un agricultor indígena, pero tiene un hijo que vive en Maryland, una hija viviendo en Suiza y dos nietas trabajando en Italia . «Nunca hemos sido discriminados por ser indígenas», afirmaba una hija que conoció a Rigober ta cuando era niña. «Mi familia siempre ha tenido buenas relaciones con los ladinos. La mayorí a de nuestros vecinos son ladinos. Los indígenas tienen un poco de culpa por la discrimina ción. A veces la discriminación es peor si uno no se quiere a uno mismo, si no se siente igual. Si alguien dice: 'Como soy indio, no soy igual' entonces se discrimina. Pero si uno se siente igual , no».

Vicente y sus dos hermanos menores se encuentran en tre los muchos miembros de su generación que ascendieron socialmente. Esto no sólo lo confirman sus propias vidas independientes, también las de la mayoría de sus descendientes. Uno de los medi os mediante los que se estableció Vicente fue el servicio a los ladinos, primero en el ejército y después como auxiliar en la municipalidad. También se hizo catequista católico. Otro medio más que mejoró la situación de Vicente fue su unión con una mujer de un clan de campesinos acomod ados. En Me llamo Rigoberta Menchú no se menciona un matrimonio anterior y menos afortunado. Duró lo suficiente como para engendrar cuatro hijos, dos de los cuales sobreviven todavía. La uni ón se deshizo luego de que Vicente regresara del servicio militar hacia 1943, renovara su interé s en la agricultura y se enamorara de una muchacha aún adolescente. Su nombre era Juana Tum C otojá. Dos de sus primeros hijos murieron cuando todavía eran pequeños, pero sobrevivió uno, nacido en 1949, así como otros seis más. {10} El cuarto de los siete que llegaron a adultos era la f utura laureada, nacida en 9 de enero de 1959.

El primer suegro de Vicente le había dado tierras d e cultivo, pero el segundo tenía muchas más. Juana Tum Cotojá pertenecía a la próspera comunidad k'iche' de Xolá. Situada en una fértil cuenca en las montañas, a pocos pasos de distancia hacia e l noreste del pueblo, Xolá estaba colonizando nuevas tierras en el norte. Según el testimonio de Rigoberta en 1982, la familia de su madre es tan pobre como la de su padre, aunque ella misma co rrigió este retrato una década más tarde. {11} Según su segundo relato, la familia de la madre de Juana (los Cotojás) eran naturales de Lemoa, una aldea próxima a la capital departamental, Santa Cruz del Quiché. La familia del padre de Juana (los Tums) eran chiquimultecos –nativos de Santa Ma ría Chiquimula, en el Departamento de Totonicapán– a los que se les conocía como los «git anos» de Guatemala porque abandonaron su superpoblado municipio para convertirse en comercia ntes itinerantes.

Puede ser que los Tums y los Cotojás fueran pobres cuando llegaron a Uspantán. Pero ya en 1928 ambas familias formaban parte de un grupo que compr ó más de ochocientas hectáreas de bosque a un día de camino hacia el norte, en un lugar llamado L aguna La Danta. {12} Con buenas tierras en Xolá, más en Laguna Danta y aún más tierras despobladas q ue se extendían al norte de la nueva localidad, los Tums y los Cotojás tenían los requisitos para a segurar una vida independiente a sus hijos y sus nietos. Justo al norte de Laguna Danta se extie nde un valle dramáticamente escarpado que corre de este a oeste. La caída hacia el fondo es larga y abrupta –trescientos metros– y el muro septentrional del valle se eleva más aún, por encim a de los quinientos metros, a una altitud de 2.613 metros. Esta es la cadena montañosa de bosque s ancestrales que atraviesa la parte meridional del municipio, en torno al pueblo de Uspantán, exte ndiéndose desde el norte hasta la Zona Reina. Eran también unos terrenos nacionales que nunca hab ían sido registrados con éxito durante la fiebre de tierras del gobierno Liberal, lo que lo c onvertía en uno de los últimos reductos sin dueño de la región.

Una porción de la montaña, de casi veintiocho kilóm etros cuadrados, era la tierra que reclamaban Vicente Menchú y su grupo de colonos. El único límite disputado se encontraba en la esquina suroriental, donde una familia ladina recla maba un pedazo estrecho de cuarenta y cinco hectáreas que el INTA adjudicaría más tarde a Vicen te. Podría haberse contentado con este pequeño

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reino, hubiera obtenido el título una década antes de lo que tardó en conseguirlo. Lamentablemente, ya había situado su casa y su colo nia justo más allá de la esquina suroriental. El nuevo caserío de Chimel se encontraba entre las 2.753 hectáreas reconocidas por el INTA y la aldea ya establecida de Laguna Danta, donde había l legado Vicente en calidad de yerno. Los Tums de Laguna Danta consideraban que las 151 hectáreas adi cionales en las que él se había establecido eran de ellos. {13}

De este desacuerdo aparentemente pequeño habría de brotar un río de tragedia. Allí había empezado a desbrozar el bosque el suegro de Vicente a finales de la década de 1930, llegando su yerno una década más tarde para cultivar junto a él . Parece que los problemas comenzaron poco después de que apareciera Vicente, no con su suegro , Nicolás Tum Castro, sino con el hermano de éste, Antonio, y sus hijos. Con un gesto de impoten cia, una de las hijas mayores de Vicente recordaba que cuando había ido a vivir con su padre en Chimel, entre 1949 y 1950, él y Antonio Tum «ya estaban pleiteando por la santa tierra... por c uestiones de tierra, de mojones». Las 151 hectáreas de la discordia eran las tierras más acce sibles de la reivindicación de Vicente. También estaban bien irrigadas, con arroyos que bajaban por la misma ladera en la que Vicente construyó su casa. Es más, como yerno de los Tum, ya había dedic ado varios años de trabajo para desbrozarlo. En comparación, las 2.753 hectáreas debían parecer un paraje salvaje.

La lucha de Vicente por el título de propiedad come nzó antes de que naciera Rigoberta. Hacia el final del régimen del Coronel Carlos Castillo Armas (1954-1957), instalado por la CIA, otro colono k'iche' recuerda haber acompañado a Vicente al regi stro nacional de la propiedad. Luego de que el registro desoyera la solicitud, Vicente y su compañ ero fueron con un coronel retirado y abogado de la cabecera departamental, Francisco López, que les dijo que «juntaran más gente». Para obtener el título que querían, les aconsejó el coronel, tendrí an que invitar a otros colonos que se adhirieran a su causa. Desgraciadamente, el recluta miento de gente de afuera aumentó la ira de los parientes políticos de Vicente. «Como yerno», me co ntaba un anciano Tum cuatro décadas más tarde, «Vicente era miembro de la comunidad de Laguna Dant a, por pedir mujer de allí. Pero nunca nos pidió permiso para traer gente de afuera, y nunca n os invitó... Nosotros ya teníamos nuestro título y ya teníamos nuestra tierra. Tal vez nuestr os hijos querían la tierra, pero todavía no... Eran terrenos municipales: Vicente no tenía derecho para traer gente de otros lugares».

Notas

{1} Para un mapa que muestre la complejidad de la dist ribución lingüística, véase Diócesis del Quiché 1994:25

{2} Arias de Blois 1987:8.

{3} Piel 1989:213, 253-261, 309, 320-322, 340-342..

{4} Las familias ladinas adineradas como los Brol (véa se el capítulo 4) y los Botrán siguen teniendo propiedades importantes cerca de Uspantán, pero ya antes de la violencia la mayoría de sus herederos vivían en Ciudad de Guatemala, lo que les aleja del escenario social local. Puesto que la mayor parte de las fincas del norte del Quic hé son escasamente rentables, la violencia de principios de los 80 aceleró la tendencia ya establ ecida a renunciar a ellas. Tradicionalmente, las propiedades se subdividen entre los campesinos que ya vivan en ellas.

{5} Si los indígenas dieron la bienvenida a los ladino s que llegaron como comerciantes, pudo ser consecuencia de que ellos ya estaban muy acostu mbrados a que los párrocos actuaran como sus mediadores, y durante el régimen anticlerical de lo s liberales los sacerdotes escasearon paulatinamente.

{6} Burgos-Debray 1984: 4, 43, 109.

{7} Según otro miembro de la familia, el padre de Vice nte se llamaba Pío Pérez y no reconoció a su hijo. Lo cual explicaría por qué éste prefirió l levar el apellido de su madre y no el de su padre. Vicente tendría que haber sido Vicente Pérez Menchú. En algunos documentos presentados en el INTA, aparece en ocasiones como Vicente Menchú P érez, tal vez porque algún funcionario le pidió que proporcionara un segundo apellido.

{8} Burgos-Debray 1984: 2-3. Aunque la traducción ingl esa de Me Llamo Rigoberta Menchú identifica al patrón como ladino, el original en ca stellano se refiere a él como ladino y como «de los uspantanos» (Burgos n.d.:23). En este libro uti lizo el término uspantano para referirme a cualquier persona nacida en Uspantán, incluyendo k' iche's y ladinos, y reservo el de uspanteko para los hablantes de esta lengua.

{9} En base a las investigaciones de inicios de los 70 , Carol Smith (1984:212-215) ha reportado un descenso de la inmigración en gran parte del alt iplano occidental.

{10} En su relato de 1982, Rigoberta menciona haber vis to morir a sus dos hermanos mayores por la escasez de comida en las fincas, pero más tarde afirma que nunca conoció a su hermano mayor que murió y describe al otro que vio fallecer como al m ás joven de sus hermanos (Burgos-Debray 1984: 4, 38-41, 88). Según una fuente de la familia, ambo s habían muerto mucho antes de que ella naciera.

{11} Burgos-Debray 1984: 4. Menchú y Comité de Unidad C ampesina 1992: primera sección sin numerar.

{12} Documento del título de propiedad de la Finca Rúst ica 2.864, folio 244, libro 15, del departamento del Quiché, «Segundo Registro de la Pr opiedad», 14 de noviembre de 1966 (Archivos del INTA, paquete 3.650, págs. 51-54).

{13} La cifra de 151 hectáreas aparece en el borrador d e una resolución sin fecha, basada aparentemente en un estudio de 1972 (Archivos del I NTA, nuevo paquete 139, págs. 37-38).

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Capítulo 3

La lucha por Chimel

«Mi padre luchó veintidós años defendiendo, librand o su heroica lucha en contra de los terratenientes que querían despojarnos de la tierra , a nosotros y a los vecinos. Cuando nuestra pequeña tierra ya daba cosecha después de m uchos años y que el pueblo tenía ya grandes cultivos, aparecieron dos terratenientes: l os Brol. Dicen allá, que fueron más famosos por lo criminal de lo que fueron los Martín ez y los García.» — Me llamo Rigoberta Menchú, pág. 129.

Entre las descripciones de explotación de Rigoberta asoman recuerdos evocando su aldea como un lugar bucólico. Esto también se lo oí decir a otras personas. «Aquí en Chimel hubo una capilla, una escuela, clínicas, un equipo de fútbol que juga ba contra otras aldeas, me dijo uno de sus familiares. Hubo tiendas. Casi ningunos se fueron a la costa. Tenían su maíz, nadie compraba maíz. Y la gente tenían sus fiestecitas, se juntaban para matar una oveja, un marrano, y todos juntos hacían un almuerzo. En sus fiestas no había kuxa, n o quiere la gente. Todos eran de una religión –la católica– pero no permitían estos fabricantes de kuxa. En Laguna Danta casi todos tenían su kuxería, pero aquí ninguno. Si quedaba un azadón o hacha tirada, nadie lo quitaba. Casi todos tenían respeto».

A los pies de una abrupta cadena de montañas que do mina el horizonte por encima de Chimel se resguardan sus viviendas entre cerritos y valles. L a casa de Vicente se levantaba en un potrero regado por un pequeño arroyo. Aun después de que el valle fuera despojado de árboles, los exuberantes bosques de las alturas circundantes gar antizaban lluvias a lo largo del año. La lluvia era tan abundante que Chimel resultaba demasiado hú medo para secar ladrillos de adobe, el material favorito de construcción, de modo que las casas est aban construidas con planchas de madera y cubiertas con tejados de paja o de lámina. Todas la s tardes ondean las nubes en el valle que se abre hacia occidente. Era un bonito lugar, muy quer ido por sus habitantes antes de que desapareciera.

Uno de los temas mas poderosos de Rigoberta es la d efensa que su padre hace de Chimel frente a los grandes terratenientes que quieren arrebatársel a. La lucha de Vicente Menchú para defender su tierra de los García, los Martínez y los Brol evoca imágenes populares de la resistencia indígena. Me llamo Rigoberta Menchú dramatiza la lucha más básica de los pueblos nativ os, su lucha por la tierra, y además responsabiliza rotundamente a los colonizadores que tanto se adjudicaron. El pueblo de Chimel no sólo es desalojado de sus propi as casas por los finqueros en dos ocasiones; además Vicente es encarcelado dos veces, la primera durante catorce meses y la segunda es condenado a cadena perpetua. En medio de todo esto es tan brutalmente golpeado por los matones de un finquero que nunca llega a recuperarse del todo, y todo ello antes de encontrar la muerte en la embajada de España. {1} Las acusaciones de Rigoberta contra el Instituto N acional de Transformación Agraria, la oficina de tierras del gobierno, aúna s iglos de explotación indígena con sistemas legales impuestos. Aunque el INTA afirma ayudar a l os campesinos a obtener los papeles de sus tierras, Me llamo Rigoberta Menchú describe una institución de dos caras que en compl icidad con los finqueros les roba sus tierras. De ahí las repe tidas ocasiones en las que los topógrafos del INTA vuelven a medir Chimel a costa de la comunidad ; por no nombrar otras en las que los campesinos son amenazados por los guardaespaldas de los finqueros y las innumerables citaciones en la capital por parte de las autoridades del INTA pa ra que Vicente firme otro papel misterioso que será utilizado en su contra. De hecho, a Vicente Me nchú se le recuerda hoy en Uspantán por su lucha por la tierra. Oí hablar de cómo en dos ocasi ones desalojaron de sus casas a la gente de Chimel; de cómo Vicente hizo innumerables viajes al INTA; de cómo fue encarcelado dos veces y golpeado tan brutalmente que tuvo que ser hospitali zado. Pero lo que emergía de mis entrevistas era algo muy distinto al testimonio de Rigoberta, t an diferente que arroja otra luz sobre toda la historia. Cuando pregunté por los conflictos de Vic ente por la tierra, la respuesta que obtuve se puede resumir en un apellido que prácticamente no s e menciona en Me llamo Rigoberta Menchú : los Tum.{2} También se menciona un pleito pre-bélico por linde s territoriales con la familia Martínez, así como otro con los hermanos García después de la muerte de Vicente, pero todo el mundo parece convenir que su pelea más seria por la tierra no fu e con finqueros ladinos. Sino con colonos k'iche's como él: sus parientes políticos, los Tum de Laguna Danta. Una visita a un archivo en la Ciudad de Guatemala permite llegar a la misma concl usión. Conforme al espíritu de Me llamo Rigoberta Menchú, el edificio del INTA al que tantas veces recurrió Vicente está una cuadra más abajo de la sórdida fortaleza del cuartel general d e la policía nacional. Entre el laberinto de oficinas repletas de funcionarios y reclamantes, ha y una habitación pequeña atestada con fardos de documentos desde el suelo hasta el techo. Incluyen dos gruesas carpetas de peticiones, contrapeticiones, apelaciones y contra apelaciones presentadas por Vicente Menchú, sus adversarios y sus herederos. Los documentos abarcan cuatro déca das, desde 1961 hasta la actualidad, un caso que quizás nunca termine mientras haya un gobierno al que pueda apelar cualquiera de las partes en conflicto.

Guerra de trámites en el INTA

El testimonio de Rigoberta teje al mismo tiempo muc hos hilos de la experiencia indígena en Guatemala, pero algo que le falta son los conflicto s de tierra entre los campesinos. Dado lo frecuentes que son, más aún que los que ocurren con los finqueros, se trata de una omisión importante. Hay dos presunciones bien representadas en Me llamo Rigoberta Menchú, (1) que las comunidades indígenas son más cohesivas que las no indígenas y (2) que los conflictos más importantes de los campesinos son verticales, con o presores externos tales como finqueros y autoridades estatales, lo cual explica su predispos ición a rebelarse. Pero, ¿es éste el estado habitual de las cosas? Y en general, ¿consideran lo s campesinos que los foráneos son el principal problema que enfrentan? Lamentablemente, una perspe ctiva heroica de los campesinos nos ciega ante la posibilidad de que éstos perciban que su problem a principal es el prójimo. También nos cierra

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los ojos ante la posibilidad de que, lejos de resis tir al estado, los campesinos lo utilicen contra otros miembros de su propia clase social. {3}

Existen las familias ladinas de finqueros maldecida s en Me llamo Rigoberta Menchú, pero sólo son partícipes periféricos en las querellas present adas por Vicente Menchú y los otros colonos. Un repaso a quienes las presentaban sugiere el context o del litigio. Entre 1961 y 1978 Vicente Menchú presentó quince peticiones; sus compañeros de Chime l otras cuatro. En la mayoría de ellas solicitaban al INTA que hiciera el favor de darse p risa, pero en cinco se presentaban quejas contra otros colonos k'iche's, principalmente los T um de Laguna Danta. Sólo una de las nueve peticiones iba dirigida contra un ladino (véase el capítulo 4). Entretanto, los Tum estaban igualmente activos. Desde 1966 hasta 1979, presenta ron diecisiete reclamos, principalmente contra Vicente Menchú y sus partidarios. Esto por no menci onar otras veinticinco peticiones de otros cuatro grupos de colonos. Entre estos cuatro se inc luyen dos facciones disidentes de Chimel que presentaron una denuncia contra Vicente, más dos nu evos grupos de demandantes que reclamaron contra los Tum, contra Vicente y uno contra el otro . Puesto que casi todas las personas involucradas eran indígenas, casi todas las denunci as iban dirigidas contra ellos mismos más que contra los ladinos.

La primera petición mencionada en los archivos es d e Vicente y se remonta a 1961, le siguen sus solicitudes a cada nueva administración. {4} Los documentos fueron mecanografiados por un aboga do o secretario, después sellados con la impresión del p ulgar de Vicente y de los compañeros que estuvieran en aquel momento con él. Pronto comprend ió que esperar tranquilamente una repuesta equivalía a ser ignorado; a una de sus primeras las autoridades no le dieron curso durante tres años y medio. Sus peticiones siempre fueron cortese s, pero solían perder el tono implorante del campesino que apela a la autoridad cuando se referí a al tiempo y los gastos por los que le habían hecho pasar.

No es difícil entender por qué le irritaban tantos viajes a la capital, una experiencia campesina clásica que es secundada por los hombres que le conocían. «Siempre la lucha de él era por la tierra», me dijo un ladino. «El INTA les eng añó muchas veces. Decía que perdieron su expediente, que hay que medir sus tierras otra vez. Les decía que iba entregar sus títulos y no lo hacía. Viaje tras viaje a la capital. Esta gente, e se hombre sufrieron penas. Aquí en la municipalidad hicimos lo que pudimos.» «El INTA es muy ingrato», dijo otro simpatizante ladino, refiriéndose a su propia lucha con la institución. «Deja a uno sin dinero. Y si resulta que hay un terrateniente con más dinero, lo deja a uno con nad a». Otro demandante recuerda que Vicente dijo: «el gobierno es ladrón porque siempre nos quita din ero. La tierra es de nosotros, acaso es del gobierno».

Sin embargo, el INTA no era el principal impediment o de su solicitud. Lo eran sus parientes políticos k'iche's, lo que afligía a su esposa, Jua na Tum Cotojá. Su tío Antonio y los hijos de éste impugnaban cada solicitud de Vicente, daban pr oblemas después de cada inspección del INTA y llevaron sus protestas a la municipalidad, el gober nador departamental y los juzgados. Hasta la década de los 60 el desacuerdo no había transcendid o del valle a las instituciones nacionales. Pero a medida que Vicente se volvió un demandante c onstante, los Tum reforzaron su posición a través de la compra a un ladino llamado Angel Martí nez de un título por 360 hectáreas de tierra que incluían las 151 que se peleaban con Vicente. {5} Desgraciadamente, el documento nunca impresionó al INTA porque no especificaba los límit es. Los Tum se pusieron a la defensiva frente a la institución, por lo tanto tenían más motivos que Vicente para el resentimiento.

Los Tum tuvieron más suerte con el sistema judicial . Fueron ellos, no los finqueros como informa Me llamo Rigoberta Menchú, los responsables de desahuciar a los habitantes de Chimel en dos ocasiones y de encarcelar a Vicente en dos ocas iones más. El primer desalojo fue por orden del juzgado de la capital departamental el 18 de septie mbre de 1967. {6} Según los testimonios locales, se presentaron unos diez judiciales que ordenaron a la gente que saliera de sus casas, sacaron sus posesiones y atrancaron las puertas con clavos. Vic ente pasó un mes en el INTA persuadiéndoles para que intervinieran. El resto de la aldea pasó e l mes acampado delante de sus casas, mojado y afligido. Finalmente el INTA envió una comisión que decidió a favor de Vicente y permitió que la comunidad recuperara sus hogares, hasta que otra or den judicial de desalojo les obligó a repetir el proceso.

En 1970 los Tum lograron meter preso al padre de Ri goberta. El 29 de setiembre fue arrestado por hurto y llevado a Santa Cruz del Quiché. {7} Vicente fue acusado de desmantelar una vivienda de Chimel que pertenecía a uno de los Tum y de haberse llevado los materiales para mejorar su propia vivienda. Cuatro de mis fuentes creen que era culpa ble, su único defensor piensa que le habían tendido una trampa. Fue condenado y sentenciado y p asó quince meses en la prisión departamental de Santa Cruz del Quiché. Siete años más tarde, dos de los socios de Vicente que morirían durante la violencia, Pedro Jax y Manuel Tiquiram Tum, fueron encarcelados porque los Tum de Laguna Danta les acusaron de haber invadido su propiedad. Finalmente , el 7 de noviembre de 1978, cuando Chimel estaba haciendo el pago inicial de su tierra al INT A, la policía nacional arrestó a Vicente debido a otra denuncia de los Tum. Esta vez sólo pasó una semana o dos en la cárcel hasta que la comunidad pagó la fianza y el caso nunca volvió a j uicio. {8} Los Tum no fueron los únicos que recurrieron a la policía nacional y a los juzgados. Vicente también lo hizo, como cuando consiguió que dos hombres fueran encarcelados en Santa Cruz d el Quiché, el 22 de febrero de 1974, por asaltarle y golpearle. Los dos formaban parte de un a facción disidente de su propia aldea, y éste podría ser el incidente que le llevó a ser hospital izado en Santa Cruz del Quiché. {9} Según un familiar de Vicente, los Tum habían pagado a los do s para que lo atacaran. Pero otros tres parientes dicen que la paliza que mandó a Vicente a l hospital había sido directamente administrada por los Tum, de modo que es posible que hubiera un segundo incidente. «Los Tum gastaron mucho dinero y vendieron muchos animales para tratar con licenciados, pero no podían [desalojar a Vicente]», me contó un familiar. «Entonces le esper aron en el camino y le golpearon con palos, y él pasó seis semanas en hospital».

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Mi evidencia sobre los asaltos y los pleitos es lim itada. Una de las razones es que alguien quemó el archivo judicial de Santa Cruz del Quiché (por razones ajenas a los Menchú) justo antes de que yo llegara a consultarlo. Otra, es que mucho s de los demandantes murieron durante la violencia, mientras que otros tendían a ser reticen tes. «¿Qué está buscando?» , preguntó un ex litigante convertido en pastor evangélico cuando Ba rbara Bocek y yo aparecimos en su casa. «Es un escritor, escribe libros sobre la historia y la gen te», le explicó Barbara en k'iche'. «Sólo quiero hablar de cosas del cielo», respondió el vie jo adversario de Vicente. «Ya no hablo de cosas de este mundo. ¿Escribe sobre la palabra de Dios?». «No, escribe sobre la historia, la tierra, la gente», explicó mi compañera. «De lo último que qui ero hablar es de asuntos políticos y de tierra», concluyó el pastor.

Otra razón por la que también resulta difícil recup erar los detalles de estos incidentes es que los espectadores confundían quién estaba haciendo q ué a quién. En 1972-1973 Vicente no sólo se enfrentaba a los hermanos de su suegro Tum, también peleaba con un grupo de oponentes de su propia aldea. Había, además, dos nuevos grupos de demandan tes y cada uno de ellos reclamaba las 210 hectáreas del título invalidado de Laguna Danta que Vicente no pedía. Los terrenos en cuestión corrían a lo largo del fondo del valle entre Laguna Danta y Chimel, el llamado Chimel Chiquito en contraste con el Chimel Grande de Vicente. El prime r grupo estaba capitaneado por un ladino de la aldea Los Canaques, pero estaba formado principalme nte por k'iche's –entre ellos Víctor Menchú, el hijo de Vicente– y presentó su solicitud con el apo yo de Vicente. El segundo grupo consistía en k'iche's de otra aldea cercana, Macalajau. Pronto a mbos grupos se sumaban a la triste historia de enfrentamientos físicos y peticiones angustiosas al INTA. Lo que nunca surgió en los testimonios que yo escuché fue algo que identificara a Vicente como prisionero político. En este aspecto, el relato de su hija es único.

Una aldea dividida

«Fue un elemento importante para mí cuando aprendí a distinguir a los enemigos. Entonces, el terrateniente era un gran enemigo, negro, para mi. El soldado, también era un enemigo criminal, pues. Y los ricos, en general. Empezamos a emplear el término enemigos. Porque en nuestra cultura no existe un enemigo como el punto a que han llegado esa gente con nosotros, de explotarnos, de oprimirnos, de discriminarnos; s ino que para nosotros, en la comunidad, todos somos iguales. Todos tenemos que prestar serv icios unos a otros. Todos tenemos que intercambiar nuestras cosas pequeñas. No existe alg o más grande y algo menos.» — Me llamo Rigoberta Menchú, págs. 148-149 (ed. Arcoiris)

Cualquier hablante k'iche' puede confirmar que esta lengua tiene un término para enemigo, k'ulel, que surge rápidamente en las hostilidades con otro s k'iche's y que, sin duda, se utilizaba en Chimel. Lejos de ser pacífica, la aldea de Rigob erta tenía fama de ser más conflictiva que la mayoría. Los colonos de Chimel pertenecían a varios grupos étnicos y locales; por encima de todo, tenían en común su afán de tierras. Fuera cual fues e el sentimiento comunitario que lograran construir, se resquebrajaba una y otra por cuestión de mojones. Rigoberta no es la única persona que recuerda Chimel como una comunidad cohesiva, pe ro también era el hogar transitorio de una población cambiante, la mayoría de la cual se iba p or culpa del pleito.

Toda comunidad de colonos tiende a ser inestable de bido a las dificultades inherentes. «Siempre se entra y se va», me dijo un veterano. Ciertamente , fue así en el caso de Chimel, tal como lo sugiere la comparación de cinco listados de jefes d e familia a lo largo de los años. {10} En 1978, justo antes del inicio de la violencia, Vicente Men chú y cuatro jefes de familia más eran los únicos hombres que quedaban del primer censo llevad o a cabo dieciséis años antes. Los otros ochenta y ocho habían desaparecido de la lista, con un saldo total de casi el noventa y cinco por ciento.

En la década de los 60, Vicente amplió su comunidad con cobaneros, q'eqchíe's que trataban de independizarse de las fincas. Muchos fueron intimid ados por los Tum para que se fueran; en particular después de ser desalojados de sus casas, aunque sólo fuera temporalmente, y de ver a Vicente encarcelado en la capital departamental.

La segunda oleada de llegadas a Chimel fue de k'ich e's como los propios Menchú. Algunos procedían de aldeas cercanas a Uspantán, pero la ma yoría, veinticuatro familias, venían de Parraxtut, una colonia k'iche' en el municipio de S acapulas, hacia occidente, en los Cuchumatanes. Originalmente, los colonos de Parraxtut solicitaban tierras nacionales situadas más al norte, en la región de Ixcán. Pero había tantos obstáculos qu e el INTA los envió a Chimel, con el fin de que acrecentaran el número de familias necesarias para asentarse en veintiocho kilómetros cuadrados. Los hombres de Parraxtut empezaron a acompañar a Vi cente en sus visitas al INTA y a presentar solicitudes en su ausencia. Pero en cuestión de poc os años, se rebelaron contra su liderazgo. Según su primera denuncia, presentada por dos hombr es de Parraxtut en 1972, Vicente les había dado lotes de la mitad del tamaño de los que habían sido asignados a los demás. Después Vicente les amenazó con quitárselos, afirmando hacerlo con la a utoridad del INTA. {11} A finales de 1973, otros veintitrés jefes de familia añadieron sus huellas d igitales en una carta acusando a Vicente de perseguir sus intereses a costa de ellos. {12} La carta pedía al INTA que reconociera a dos de lo s líderes de Parraxtut como los representantes de Chi mel. Entre los disidentes se encontraban ahora k'iche's de Uspantán. En 1976, Vicente reconoció qu e la comunidad estaba dividida en dos facciones. Aunque cuarenta y un jefes de familia es taban dispuestos a participar en los deberes comunitarios, tales como pagar al INTA por sus títu los, decía que los otros quince se negaban a hacerlo porque se habían rebelado contra los lídere s del grupo. {13} Según los disidentes, Vicente les amenazaba con expulsarlos de su tierras y ya no le reconocían como su representante. {14} El resultado fue un segundo éxodo de familias. Puesto que el INTA seguía insistiendo en exigir más personas para una denuncia tan grande, a finales de los 70 Vicente reclutó una tercera generación de colonos que sirvieran de reemplazo, veinticuatro familias que, una vez, más eran k'iche's, pero, ahora, de Uspantán. Los recién llegados llega ron justo a tiempo para la violencia.

Rehusando comprometerse

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«He pasado un tiempo en el hospital, y he estado ca zando alces para renovar mi espíritu, y por supuesto peleando con mis vecinos por cuestión de tierras. El tiempo que dedicamos a pelear vale más que la propia tierra. Pero para los granjeros de donde yo vivo, ceder una pulgada de tierra en un litigio es como ceder todo aquello en lo que uno cree. La obstinación en cuestión de pleitos por la tierra es también una manera espléndida de vincularse con los antepasados, e instantáneamente te gana popularidad entre los parientes más ancianos. Supongo que Noruega y Guatemala no es tán tan distantes una de la otra como se pudiera pensar.» —Henrik Hovland, 1994. {15}

Resumiendo una situación complicada, cinco grupos d e campesinos mayas competían por las tierras de Chimel y sus alrededores. En primer lugar estaba Vicente Menchú y los colonos de Chimel; después los Tum de Laguna Danta, que no habían deja do de defender la validez de las tierras que habían comprado; luego una facción disidente del pr opio grupo de Vicente, liderada por 25 colonos de Parraxtut; además de otros dos grupos de las ald eas de Los Canaques y Macalajau. Excepto unos cuantos individuos de Los Canaques, todos los deman dantes eran indígenas. Se disputaban un pedazo de tierra de 360 hectáreas situado entre la aldea d e Laguna Danta y las 2.753 hectáreas incontestadas que el INTA estaba dispuesto a regist rar a nombre de Vicente Menchú. En esas 360 hectáreas se encontraban los terrenos que Vicente h abía cultivado por primera vez a través de sus parientes políticos, donde había construido su casa y donde había establecido el caserío de Chimel. Pero de las 360 hectáreas, él sólo reclamab a 151, dejando el resto en un conflicto tripartito entre los colonos de Los Canaques, a los que se unirían uno de sus hijos, los otros colonos de Malacajau y los Tum de Laguna Danta.

Todas las partes apelaban regularmente a los funcio narios del INTA, pero éstos no tenían ni la autoridad legal ni la fuerza para imponer una soluc ión. Lo único que podían hacer era mediar, repetidamente y sin éxito. Eventualmente los funcio narios del INTA trataron de poner término a la controversia registrando a nombre de Vicente y de s us compañeros las 2.753 hectáreas que nadie más reclamaba. Tal vez se les podría persuadir de que s e trasladaran de las 151 hectáreas en litigio, en las que se asentaba su caserío a las 2.753 en la s que nadie les molestaría. Los colonos de Parraxtut estaban dispuestos a hacerlo, pero Vicent e no. Uno de sus primeros compañeros, que dejó Chimel «porque no nos gusta pelear con los vecinos» , me habló de una reunión del INTA a principios de los 70 en la cual Vicente se negó a ceder un poc o para llegar a un acuerdo. «¿Quién está peleando por el terreno en litigio?», pregunta el f uncionario. El líder del contingente de Parraxtut en Chimel, Diego De León Imul, dice que é l no quiere pleitear, pero Vicente alza la mano y dice, «Soy yo el que está peleando.» «Ahora que f ue medida, ¿vas a seguir peleando?», pregunta el funcionario del INTA. «Si voy a seguir peleando, » responde Vicente. «Ustedes son guatemaltecos», declara el oficial del INTA, «los d os, Antonio Tum y Vicente Menchú también. Si uno fuera de otro país, bien, pero no es así, ambos son hijos del mismo padre, del mismo país. Entonces, mejor que no sigan peleando.» Luego, le d ice a Vicente: «'Ahora que la tierra [las 2.753 hectáreas] ha sido medida, pueden pasarse a vivir e n ella'. Pero él no quiere», recuerda su compañero. Según esta fuente, sólo Diego De León, d e Parraxtut firmó la medición de tierras; Vicente se negó.

Su negativa a abandonar la reclamación de las 151 h ectáreas, retrasando así la concesión de la titulación de las 2.753 hectáreas, sería la princip al queja dentro de Chimel contra Vicente. De ahí el recurso presentado en 1978 por cinco hombres que solicitaron (infructuosamente) sumarse a los cuarenta y cinco jefes de familia que estaban a punto de obtener un título provisional. «El motivo por el que dejaron Chime, según su petición, era haber llegado a la conclusión de que las batallas legales de Vicente eran su capricho person al, y que a nosotros no nos convenía apoyar esta actitud». {16} Ahora les habían sacado del censo final del INTA, y sólo porque se habían negado a darle dinero para su pleito con los Tum. «No nos conviene porque siempre se cree el líder y quiere mandar como si fuera un patrón de finca, que resulta lo mismo como que uno estuviera de mozo colono». {17}

«Por eso que Vicente Menchú se volvió en contra de nosotros, porque no quisimos pelear por el terreno en litigio», me dijo recientemente un hombr e. «Por eso que demoró mucho [el título de] las 61 caballerías.» «Se fue a la cárcel por los Tum po r... no querer soltar este cuchillito, que todavía está en litigio.» Otro miembro de Chimel di jo: «Si uno quiere pelear por las 3 caballerías (la medida local para las 151 hectáreas), entonces también tiene derecho a las 61 caballerías. El que no quiere pelear por las 3, que se vaya a otro lado. Realmente la gente se cansó de las contribuciones». La explicación menos halagadora pa ra la conducta de Vicente, la que dan sus oponentes, es que se estaba aprovechando de las col ectas para gastos legales. Si los hogares de la aldea no tenían dinero en efectivo como solía suced er, le pagaban con pavos, patos o pollos. «Cuenta la gente que fue algo por interés, para pag ar sus días, sus viáticos y algo para mantener a su familia», aclaró un defensor que ponía en duda la veracidad del cargo.

¿Por qué no reclutó Vicente a los colonos extras qu e el INTA exigía a Laguna Danta, evitando así que le acusaran de importar gente de afuera? Un o de sus antagonistas Tum me afirmó que él nunca los había invitado, y que si los hubiera invi tado le habrían dicho que no. Varios Tum se mudaron a Chimel, de modo que quizás Vicente lo int entó. Pero es posible que necesitara más colonos de los que las redes familiares de Laguna D anta podían proporcionar, teniendo en cuenta que quienes tuvieran suficiente tierra no querrían pasar por todo el gasto y las molestias de reclamar más. Probablemente, también, las dotes de mando de Vicente eran demasiado fuertes para la deferencia que sus adversarios esperarían de un yer no que había contraído matrimonio en su clan. En cualquier caso, sólo la animadversión más intens a, la cual aparece con demasiada frecuencia en los litigios de campesinos por la tierra, puede exp licar un pleito tan autodestructivo que costó a los adversarios más de lo que nunca podrían esperar obtener de las hectáreas en cuestión. De Nicolás Tum Castro, el oponente de Vicente, que tam bién murió en la violencia, un anciano recordaba que «tenía buenos bueyes, una máquina par a moler caña y ganado, pero lo vendió todo para pelear contra Vicente Menchú. El abogado se aprovec hó de él». {18}

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El Vicente Menchú que emerge de los recuerdos sobre el pleito con los Tum puede parecer difícil de reconciliar con el personaje retratado por Rigob erta. Pero si ponemos en un platillo de la balanza la nostalgia de una hija huérfana y en el o tro el rencor de los oponentes, la distancia es menor de lo que parece. Según Me llamo Rigoberta Menchú, Vicente era una figura patriarcal fuerte en su comunidad. {19} «Nos aconsejó mucho», confirma un sobrino. «Hay qu e vivir con la gente, no hay que robar, hay que ser buena gente. Hablaba mucho d e Dios. A mí me aconsejó bien, tenemos que estar bien con la gente, también hablaba del trabaj o, de cuidar bien lo que se heredó del padre. Fue un señor que habló lo correcto, tenía razón, no s ayudó cuando quisieron quitar un terreno, nos ayudó a recuperarlo. Tenía muchas ideas, sabía recl amar sus derechos».

Este es el patriarca sabio y atento del libro de su hija. Contrario a las declaraciones hostiles citadas anteriormente, no es difícil encon trar personas que hablan de Vicente en los mejores términos. «Era humilde, tranquilo, pacífico », recordó un viejo amigo. «Era un poco listo, pero no tenía instrucción». No obstante, la autorid ad patriarcal siempre se puede percibir como tiranía. «Es un poco autoritario y estricto, igual a un padre de familia,» me dijo un sobreviviente de Chimel. «Si uno no le obedece, se puede marchar a otra comunidad». Según las regulaciones del INTA, cada hogar de Chimel tenía l os mismos derechos sobre la tierra registrada a nombre de la comunidad. Pero hasta justo antes de l a violencia, Chimel no fue reconocida como aldea por la municipalidad, por lo tanto no elegían alcaldes auxiliares como hacían los demás. Incluso después de elegir autoridades, resultaron s er los hijos y aliados de Vicente. En la sociedad maya los padres tienen derecho a negar rec onocimiento y propiedades a los hijos que les desobedezcan. Como fundador de una nueva comunidad, Vicente aparentemente se veía como el padre de la comunidad y se adjudicaba el derecho de castigar a los miembros que le desobedecieron. Esto les daría derecho a juzgar si otros hombres cumplían o no sus deberes hacia la comunidad, entendiendo por esto su disposición a apoyar su lucha por las 1 51 hectáreas fatales. Hay dos diferencias notables entre el retrato que Rigoberta hace de su padre y el hombre que emerge de otros testimonios. Una es su actitud hacia los ladinos, d ramatizada por el considerable énfasis que pone su hija en el odio étnico. En Me llamo Rigoberta Menchú, Vicente y su suegro llegan a odiar a los ladinos y enseñan a los jóvenes a odiarlos también. Si los Menchú hubieron sufrido por los ladinos tan seriamente como afirma Rigoberta, esto sería co mprensible. Sin embargo no es la imagen que surge de los testimonios locales. Cualquier injusti cia que Vicente hubiera sufrido en su niñez como sirviente habría sido con patrones uspantekos, no con ladinos; y su principal conflicto de tierras era con sus parientes políticos k'iche's, a los que debía agradecer muchos de los viajes realizados a la capital por asuntos legales, al men os una paliza, una temporada en el hospital y dos temporadas en la cárcel. En vez de explorar los problemas de Vicente con sus parientes políticos k'iche's, Me llamo Rigoberta Menchú exagera sus problemas con los finqueros. Siendo un hombre capaz que tenía que soportar la subordinació n étnica como todos los indígenas, Vicente probablemente albergaba sentimientos hacia los ladi nos que no les expresaba a ellos. Evidentemente había desconfianza entre ambos grupos étnicos, pero también compostura, formas de comunicación a través de las actividades cotidianas, y amistades. Una realidad que el testimonio de Rigoberta prácticamente niega es que en la vecindad de Chimel ladinos y indígenas coexistían pacíficamente. Ambos grupos estaban formados por campesinos pobres pero hábiles, que en muchos aspectos compartían la misma forma de vida. En cuanto al pad re de Rigoberta, era conocido por sus buenas relaciones con los ladinos. Aunque su propio asenta miento de Chimel Grande no incluía a ninguna persona no-indígena, invitó a un grupo mixto lidera do por un ladino de Los Canaques a colonizar el vecino Chimel Chiquito. Una segunda diferencia entr e el retrato que Rigoberta hace de su padre y el hombre que se puede reconstruir con base a los r ecuerdos locales es su relación con el estado. Buena parte de la talla de Vicente como líder puede atribuirse a su éxito tratando con las instituciones ladinas o controladas por ladinos o e xtranjeros, incluyendo el ejército, la Iglesia Católica, el INTA y la izquierda urbana. Para sus c ompañeros k'iche's esto no era nada censurable. Era una virtud, un requerimiento para el liderazgo exitoso de una aldea, como también lo era la fluidez de Vicente en castellano. Lo que suscita co mentarios, de críticas en unos y de asombro en otros, es la incapacidad de Vicente para hacer las paces con sus parientes políticos. Habiendo entrado en conflicto por las tierras, las dos parte s se acostumbraron a apelar al estado una en contra de la otra, lo cual es un patrón muy común e ntre los campesinos. En lugar de esta historia, Rigoberta dotó a su padre con una larga genealogía personal de opresión por las dictaduras de Guatemala. A los dieciocho años es reclutado a la f uerza para el servicio militar. Durante la invasión de Guatemala en 1954 por un ejército de ex iliados de derecha organizado por la CIA, es tomado prisionero junto con muchos otros hombres y arrastrado a un destacamento militar del que apenas logra escapar con vida. A principios de los 70, luego de repetidas traiciones por parte del INTA, el Vicente de Me llamo Rigoberta Menchú es un campesino radicalizado que no espera nada de l sistema. Preso político en dos ocasiones, está list o para tomar las armas y vengar a su hijo. {20} Es cierto que generaciones de muchachos indígenas h an sido reclutadas a la fuerza para el servicio militar. Pero según un miembro de la familia Menchú , el se incorporó al ejército voluntariamente. Un anciano recordó que después de año y medio de se rvicio estaba lo suficientemente satisfecho como para alistarse de nuevo. En cuanto a que fuera capturado durante la invasión de la CIA en 1954, uno de sus hijos negó tener constancia del ep isodio: «aquí estamos muy arrinconados, no hay este clase de conflicto, aquí sólo de la tierra». A juzgar por los testimonios locales, hasta el último año de su vida la política de Vicente fue mu y diferentes a la que describe su hija. En las relaciones con los ladinos y el estado, empleaba un estilo cauto, imbuido de las normas legales de la burocracia hispana, la cual ha sido practicada d urante siglos por los líderes de las comunidades. {21} Todo lo que tuviera que ver con una autoridad exte rior, a veces incluso la visita de un antropólogo, lleva a la elaboración de un act a, aunque la mayoría de los habitantes no puedan leerla. En efecto, desde hace muchos años lo s ladinos han temido la furia de la turba indígena. Pero debido a la creciente superioridad d el estado en término de comunicaciones y armas de fuego, los indígenas de la generación de Vicente casi habían abandonado el enfrentamiento como método de lucha contra el estado. Al igual que la m ayoría de los líderes campesinos educados en la implacable definición guatemalteca de lo permisible , recurrió en su lugar a las solicitudes incesantes. Recurrió a la ley aun después de que el ejército secuestrara a su hijo y de su viaje

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de protesta a la capital. El libro de Rigoberta rep roduce fielmente la tendencia de los campesinos de Uspantán de culpar a otro, sean los funcionarios del gobierno o sean los ladinos, por los conflictos de tierra entre ellos. «Pero los causant es son los mismos españoles», insistió uno de sus familiares, «por trazar las líneas mal, para sa car mordidas. Cuántos ingenieros han llegado allá! Me costó mucho entender eso, pero allá comenz ó [el pleito]» . Es cierto que un sistema arcaico y corrupto de registro de tierras ha sembra do muchos conflictos. Pero esto no explica la razón por la cual parientes políticos con abundanci a de tierras eran incapaces de cooperar entre sí. Como veremos en los próximos capítulos, éste no es el único caso en el que proclamar víctimas a la ligera implica la aceptación de una versión mu y parcial de los acontecimientos que tantas víctimas causaron.

Notas

{1} Burgos-Debray 1984:105-114.

{2} La única referencia a los Tum aparece en la página 172, en otro contexto.

{3} Compárese con Kobrak 1997.

{4} Con fecha 22 de noviembre de 1961, se menciona la petición en el informe nº 35, Departamento Legal y asesoría jurídica, 26 de mayo de 1978 (Archivo del INTA, paquete 3650, págs. 549-550).

{5} El nombre Martínez no aparece en el título de la f inca nº 3305, la cual fue adquirida por los Tum en 1965 (Archivo del INTA, paquete 3650, pá gs. 212-214), pero los herederos de los Martínez afirman que Angel fue el vendedor, tal com o lo corrobora una referencia en los documentos del INTA (paquete 3650, pág. 138).

{6} Esta fecha aparece en una declaración jurada fecha da el 3 de febrero de 1975 y firmada por Edwyn Edmundo Domínguez, Juez de Primera Instancia, Santa Cruz del Quiché (archivo del INTA, paquete 3650, pág. 504).

{7} Registro de Procesos, Primer Juez de Primera Insta ncia, Santa Cruz del Quiché, apunte nº 757 de 1970. Denuncia iniciada por Francisco Hernán dez contra Vicente Menchú Pérez el 21 de setiembre de 1970.

{8} Testimonios locales, además del memo de Víctor A. Ortiz M., Encargado Control de Títulos, al Señor Jefe de la Sección de Beneficiarios INTA, 13 de noviembre de 1978 (archivo del INTA, paquete 3650, págs. 583-584).

{9} Según una petición presentada al presidente del IN TA por veinte hombres de Chimel con fecha 20 de febrero de 1974 (archivo del INTA, paquete 36 50, págs. 460-461), los dos hombres eran Juan Us Imul, que se convertiría en el líder de los disi dentes, y Juan Us Mejía. La fecha del arresto es del Registro de Procesos, Primer Juez de Primera Instancia, Santa Cruz del Quiché, apunte nº 111 de 1974, por una denuncia iniciada por Vicente Menchú contra Juan Us Imul por lesiones.

{10} Cuadro 3.1. Reducción de hogares en Chimel, 1962-1 991

Número total de jefes de familia

Jefes de familia

procedentes del censo anterior

Jefes de familia desaparecidos desde el censo

anterior

Reducción desde el censo anterior

1962 30 – – –

1965 66 10 20 67%

1969 53 23 43 65%

1978 45 28 25 47%

1991 57 16 29 64%

Fuente: Archivo del INTA, paquete 3650, Lista los q ue están viviendo en el terreno baldío Chimel, 29 de enero de 1962. Nómina de los peticion arios del baldío Chimel, todos con residencia en el mismo terreno, junio de 1965, págs. 14-15. Ce nso del INTA, septiembre de 1969, pág. 65. Censo del INTA, noviembre de 1978, pág. 584. Archiv o del INTA, nuevo paquete 139, censo del INTA, junio de 1991.

{11} Petición de Francisco Us Imul y de Juan Us Imul al director del INTA, 25 de enero de 1972 (archivo del INTA, paquete 3650, pág. 376).

{12} Petición de Juan Us Imul y colaboradores al presid ente del INTA, 17 de diciembre de 1973 (archivo del INTA, paquete 3650, págs. 446-447).

{13} Petición de Vicente Menchú al presidente del INTA, 18 de octubre de 1973 (archivo del INTA, paquete 3650, págs. 89-92).

{14} Petición de Francisco Tum Tiu y colaboradores al p residente del INTA, 20 de febrero de 1974 (archivo del INTA, paquete 3650, págs. 460-461 ). Los disidentes querían que el INTA reconociera como su representante a Juan Us Imul, u no de los dos hombres encarcelados por asaltar a Vicente en 1974.

{15} Henrik Hovland, comunicación personal, 22 de octub re de 1994.

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{16} Petición al presidente del INTA, 18 de noviembre d e 1978 (archivo INTA, paquete nuevo 139, págs. 40-41).

{17} Petición al presidente del INTA, 8 de diciembre de 1978 (archivo INTA, paquete nuevo 139, págs. 47-48).

{18} No se trata del suegro de Vicente, sino de un sobr ino suyo que tenía el mismo nombre.

{19} Burgos-Debray 1984: 17, 106.

{20} Burgos-Debray 1984: 3, 26, 181-184.

{21} Compárese con Kobrak 1997: 206.

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Segunda Parte. Lucha revolucionaria popular

Capítulo 4

La justicia revolucionaria llega a Uspantán

«La integración de los indígenas a la elaboración, la las tareas de ejecución y de dirección de la guerra revolucionaria es el problema número u no de la revolución guatemalteca, pero también el más difícil de resolver. ¿Cómo podrá lle gar un día esta guerra a ser su guerra? Tal es la pregunta que hoy se plantean todas las va nguardias serias.» –Régis Debray, con Ricardo Ramírez, 1974. {1}

Meses de rumores anunciaron su llegada. Los campesi nos se preguntaban si eran animales o humanos. En Uspantán, ocuparon una finca en el extr emo septentrional del municipio, después tendieron una emboscada a un camión del ejército. E l 29 de abril de 1979, se materializó de repente el Ejército Guerrillero de los Pobres (EGP) , tras haberse infiltrado en el pueblo vestidos de civil. Ya uniformados, sumaban más de un ciento, principalmente mayas ixiles y kíicheís, además de unos cuantos ladinos. Puesto que ninguno se ocul taba detrás de una máscara y nadie fue reconocido durante las horas que ocuparon Uspantán, da la impresión de que ninguno era del pueblo. «Pasaron por todo el pueblo y lo pintaron todo de r ojo», me contó una viuda kíicheí. «Entraron en el mercado, agarraron el dinero de los impuestos y lo botaron en las calles para que la gente lo tomara. Abrieron la cárcel y dejaron libres a todos los presos. Cuando llegaron al parque, gritaron durante quince o veinte minutos, '¡Somos l os defensores de los pobres!'»

«Fueron a cortar la comunicación, el telégrafo», añ adió un funcionario kíicheí, «y fueron a traer a la policía nacional y al ex alcalde, Don Sa lvador Figueroa, y al cobrador para que asistieran a un mitin en el parque. Dijeron que era n de la guerrilla. Que tenían que ganar, que estaban defendiendo a los pobres, porque el gobiern o cometía muchas injusticias y había mucha desigualdad. Que en los hospitales faltaban medicin as, que los ricos tenían las tierras buenas, que pagaban mal a los trabajadores en las fincas de la costa sur y que el ejército agarraba a los muchachos indígenas». No hubo disparos ni amenazas. Pero había una muchedumbre presente, ya que era día de mercado.

Unos dicen que la multitud aplaudió a los oradores del EGP, otros que hubo algunos gestos de aprobación. ¿Cómo se sentía la gente?, le pregunté a la viuda citada anteriormente, que en la actualidad colabora en la dirección de una organiza ción popular de izquierdas en Uspantán. «Nos asustaron», contestó. «Todos nos asustamos porque l legaron muchos y estaban armados. Parece que entre el grupo había mujeres, pero no se las mira b ien porque todos iban uniformados. Hubo unos que dijeron que no era bueno, porque puede ser que nos van a matar. Otros dicen que es bueno porque van a ayudar a los pobres».

El sentir de los campesinos de Uspantán a la llegad a del EGP –su conciencia política– es un tema complejo que exploraremos a lo largo de los pr óximos siete capítulos. Empecemos con las preguntas más simples: qué lugar ocupaban las guerr illas en la política guatemalteca, qué querían conseguir y porqué buscaban aliados en Uspantán. La s respuestas aparecen en una segunda institución, mucho más poderosa, el ejército guatem alteco, que dominó la vida nacional hasta la década de los 90. Luego, este capítulo observa dos lugares que atrajeron a la guerrilla durante su búsqueda de llamas revolucionarias. El primero es u na gran finca de café al oeste de Chimel, llamada San Francisco. El segundo es El Soch, un es trecho valle al este de Chimel ocupado por un hilera de fincas de café mucho más pequeñas. En los años 70 ambos se ajustaban al espíritu del testimonio de Rigoberta de 1982 mucho mejor que su propia aldea. Uno de ellos fue el escenario de los primeros asesinatos políticos en Uspantán.

La democracia que colapsó

Cuando los campesinos del norte del Quiché analizan sus desgracias, se refieren en ocasiones a soldados y guerrilleros como si ambos procedieran d e la misma raíz. «Se dice que el mismo ejército se enredó con la guerrilla, que jefes de ellos semb raron la semilla de la guerrilla», me contó un Uspantano, «El ejército no quiere terminar la guerr a, y la guerrilla tampoco quiere terminar la lucha. Entre los dos hay como un equilibrio. La gue rra nunca termina.» éste parece ser un resumen acertado de la historia de Guatemala. Cuando Centro América se independizó de España a principios del siglo XIX, el despotismo estable se desmoronó e n guerra civil. Liberadas de la soberanía central del imperio español, las élites locales fue ron incapaces de moderar sus diferencias bajo una forma republicana de gobierno. Sólo los caudill os militares lograron restaurar el orden.

No se cuestionaba la condición subordinada de las m asas populares, el campesinado, que en Guatemala seguía siendo mayoritariamente indígena. Luego de que en el siglo XVI los españoles conquistaran una serie de pequeños reinos mayas, la s enfermedades europeas redujeron a los indígenas a una pequeña fracción de su número origi nal. Para evitar la extinción de su fuerza de trabajo, la monarquía española prohibió que los col onos y sus descendientes mestizos adquirieran tierras en la vecindad de los asentamientos indígen as. Una falta de oportunidades para exportar bienes a España redujo eventualmente la demanda de mano de obra indígena. Poco a poco, éstos recuperaron parte de su número y basaron su economí a en la agricultura, la artesanía y el pequeño comercio que sobreviven hasta hoy día.

La situación de los indígenas se deteriora de nuevo en el siglo XIX, cuando Guatemala se convierte en república. Tras medio siglo de guerra civil, los conservadores (que defendían la

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antigua legislación que protegía a los indígenas) f ueron derrotados por los liberales (que creían apasionadamente en el capitalismo moderno). A parti r de 1870, los dictadores liberales acogieron la inversión extranjera, especialmente la relaciona da con la exportación del café. Los campesinos mayas eran un obstáculo doble. En primer lugar, con servaban el control sobre algunas de las mejores tierras para el cultivo del café. Por lo ta nto, y para que los extranjeros pudieran comprarlas, los liberales establecieron nuevas leye s de registro de tierras, con los resultados que se han descrito en el capítulo 2. En segundo lu gar, muchos campesinos eran autosuficientes y no estaban muy dispuestos a trabajar en las fincas. Los liberales, entonces, impusieron el reclutamiento forzoso de indígenas para trabajos ag rícolas y obras públicas. Suavizaron también las leyes del alcohol, facilitando así que los indí genas tendieran a contraer deudas de peonaje. En consecuencia, la modernización de Guatemala supu so la reinstauración de condiciones semifeudales para los indígenas.

¿Por qué no se rebelaron? El miedo a una rebelión i ndígena ha sido una constante en la historia de Guatemala. Aunque nunca ha dejado de haber resis tencia, ésta tiende a ser local y dirigida hacia situaciones específicas de opresión, no en co ntra del sistema como un todo. {2} Cuando corre la sangre, suele ser indígena en vez de ladina. Baj o la tiranía liberal, al aumento de demanda de tierra y mano de obra mayas se sumaron nuevas línea s telegráficas y rifles de repetición que simplificaban la represión de oposiciones. Desde el palacio nacional, un señor presidente presidía sobre oligarcas regionales e inversores extranjeros , que administraban sus respectivos dominios como si fueran feudos propios. Finalmente, la suble vación no se consolidó en el campo, sino en la capital, mayoritariamente ladina, donde la tiranía agropastoral dejaba muy poco espacio a los profesionales de la clase media, profesores, abogad os, funcionarios civiles, que debían seguir el ritmo que marcaba el resto del mundo en la carrera hacia la modernidad.

En 1944, los disidentes urbanos persuadieron a ofic iales del ejército para que derrocaran al último de los dictadores liberales, un general y fi nquero, de tendencias prusianas, llamado Jorge Ubico. La siguiente década de gobiernos electos es recordada por la izquierda como la primavera democrática del país, y por la derecha como la caíd a en espiral hacia el comunismo. Bajo los presidentes Juan José Arévalo (1945-1951) y Jacobo Arbenz (1951-1954), se abolió el trabajo forzado y se legalizaron los sindicatos. El paso má s decisivo era una reforma agraria largamente esperada. El propio presidente Arbenz era coronel y finquero, pero la predecible oposición de su clase social le inclinó hacia la izquierda. Entre s us asesores predominaban los intelectuales del partido comunista guatemalteco, algunos de sus líde res incitaban a los campesinos para que se apropiaran de las fincas. Washington decidió actuar después de que Arbenz expropiara (previo pago) las fincas de la United Fruit Company. Convencido d e que Guatemala se había convertido en un bastión estalinista, el gobierno estadounidense org anizó una invasión de exiliados de derecha para recuperarla. {3}

Mediante despliegues de fuerza aérea y otras formas de intimidación, la CIA paralizó al ejército guatemalteco. Sus oficiales ya estaban div ididos en dos opiniones acerca de las implicaciones de la reforma agraria, especialmente en lo referente a sus propios sueños de retirarse a una finca. Aunque apareció un gentío en defensa de la revolución, los rifles nunca fueron repartidos. Arbenz fue obligado por la fuerz a a renunciar. Los oficiales de su ejército se tragaron su orgullo. En vez de defender la constitu ción que habían ayudado a establecer, aceptaron al nuevo presidente impuesto por los estadounidense s, un coronel llamado Carlos Castillo Armas. Las tierras que habían sido distribuidas entre los campesinos fueron devueltas a sus propietarios anteriores.

Una década más tarde, incluso Washington pedía con insistencia una reforma agraria para evitar otras revoluciones. Si se hubiera distribuido la ti erra en Guatemala, habría contribuido a que más campesinos se convirtieran en pequeños agricultores comerciales y se habría fomentado un reparto más equitativo de los ingresos. Al aumentar el pode r adquisitivo de las clases bajas, la reforma agraria también habría convencido a las élites de G uatemala para que invirtieran su capital en el país. Luego de una o dos elecciones, la oposición p odría haber desplazado a la izquierda, instaurándose el centro político en forma de democr acia cristiana o social. El país podía haber evolucionado en la misma dirección que Costa Rica, que está a la cabeza de América Latina en renta per capita y estabilidad política. En vez de esto, la contrarrevolución de 1954 sacó del sistema electoral a una izquierda respetuosa de la ley y pe rmitió que la elite guatemalteca se creyera por encima de la ley. Después de que Washington restaur ó su idea de democracia, el gobierno se volvió más corrupto, las élites se negaron a pagar todo lo que no fueran impuestos nominales y el capital huyó a los Estados Unidos, paralizando la capacidad de la economía para proporcionar trabajo a una población creciente.

Un anticomunismo virulento se convirtió en la respu esta a cualquier desafío al status quo. Para evitar la posibilidad de que el ex presidente Aréva lo fuera elegido de nuevo en 1963, el ejército ocupó el gobierno. Cuando otro reformista fue elegi do presidente en 1966, el ejército sólo le permitiría ocupar el cargo si aceptaba aplastar un movimiento guerrillero en el oriente del país. El ejército lo logró, con un reinado de terror que costó miles de vidas. Uno de los cerebros, el Coronel Carlos Arana Osorio, ganó las elecciones pr esidenciales en 1970. Cuatro años más tarde, el régimen manipuló los resultados electorales para im poner como nuevo presidente a su ministro de defensa. Cuatro años después, volvía a suceder lo m ismo. El ministro de defensa se convertiría en el nuevo presidente de lo que prometía ser una suce sión infinita de dirigentes militares.

Una generación revolucionaria

Si existe una sola razón de ser para el movimiento guerrillero y su premisa de que Guatemala necesitaba la liberación armada, ésta sería la part icipación de la CIA en la destitución de un gobierno elegido en 1954. Para la izquierda, éste e ra el acontecimiento que le obligaba a tomar las armas. Pero cuando surgió la guerrilla ocho año s después, sus primeros líderes no fueron intelectuales marxistas, trabajadores con concienci a de clase o campesinos furiosos. Eran jóvenes oficiales del ejército, patriotas guatemaltecos ind ignados por la subordinación de su país a los Estados Unidos. {4} Durante un golpe militar en 1960, los soldados reb eldes fueron rodeados por

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campesinos ladinos que les pedían armas para poder luchar también. Luego de que fracasara el golpe, docenas de ellos se ocultaron, contactaron c on comunistas guatemaltecos y, con su ayuda, organizaron las primeras columnas guerrilleras.

Para la generación que optó por la insurgencia en l os años 60 y la lideró hasta los 90, la experiencia formativa fue el shock de la invasión d e la CIA. El trauma fue mayor aún ya que se trataban de hombres y mujeres jóvenes que habían cr ecido en una era de libertad de expresión, reforma y posibilidades ilimitadas que se truncaban abruptamente en el momento en que ellos se convertían en adultos. Sólo les quedaba un sentimie nto poderoso de misión patriótica, que incluía la convicción de que sus compatriotas esperaban que los líderes adecuados se alzara en contra de la oligarquía guatemalteca y del imperialismo estad ounidense. {5}

Uno de los miembros de esa generación era Ricardo R amírez, el comandante en jefe del Ejército Guerrillero de los Pobres. No provenía de una famil ia pobre: Su padre era militar cuando el ejército se rebeló contra la dictadura de Ubico. El propio Ramírez estudió agronomía en la renombrada escuela tecnológica de la United Fruit C ompany en Zamorano, Honduras. En el momento de la caída de Arbenz, él era un líder estudiantil en la capital guatemalteca. Refugiado en una embajada extranjera, hizo amistad con un joven arge ntino que había llegado a unirse a la revolución y que tuvo que pedir asilo al igual que cientos de otros. Era el Che Guevara, que más tarde invitaría a Ramírez a sumarse a su círculo de exiliados revolucionarios en Cuba. {6} Bajo el nombre de guerra de Rolando Morán, Ramírez procedió a organizar el Ejército Guerrillero de los Pobres, en cuya bandera ondea la famosa imagen del Che con la mirada perdida en el horizonte.

Otro miembro de la generación revolucionaria de Gua temala, fue Mario Payeras. Nacido en 1940 en una familia adinerada, su despertar político tambié n se remonta a 1954, cuando vio cañones antiaéreos apostados detrás de su casa disparando a los aviones de combate pilotados por la CIA: «Después vino la frustración, la vergüenza, la trem enda conciencia de que la revolución había sido derrocada». Uniéndose a las filas de revolucionario s clandestinos, estudió filosofía en la Universidad de San Carlos, continuó después su educ ación en México y allí conoció a revolucionarios exiliados que le enviaron a estudia r a Alemania Oriental. Finalmente, se incorporó al EGP, ascendió al rango de comandante y se dedicó a escribir testimonios conmovedores de la guerra. {7}

Para aquellos guatemaltecos que querían resucitar l a revolución democrática de los 50, el ejemplo del Che Guevara, de Fidel Castro y de la gu erra de guerrillas que se libraba en la Sierra Maestra de Cuba parecían ser la única vía posible. Al igual que otros muchos latinoamericanos, veían en la revolución cubana un modelo para libera r una región esclavizada. Condenadas a la pobreza y la muerte prematura, las masas latinoamer icanas anhelaban un cambio, que las oligarquías nacionales y sus aliados de Washington habían frust rado. Al ser evidente que los Estados Unidos aplastarían cualquier reforma democrática, las masa s esperaban a sus libertadores.

Así como la revolución cubana fomentaba las esperan zas de la izquierda guatemalteca, también despertaba los temores de las élites nacionales. Pa ra la derecha guatemalteca, la tragedia de su país no comenzó con la liberación del dominio comun ista en 1954 sino con el inicio de la guerra de guerrillas en 1962. En toda América Latina, los esf uerzos realizados para imitar el camino de Fidel Castro hasta el poder obligaron a los ejércit os nacionales a dejar de defender las fronteras nacionales para combatir la subversión interna. Par a quienes planificaban la contrainsurgencia desde Washington, las guerrillas apoyadas por Cuba justificaban la modernización de los semimoribundos ejércitos latinoamericanos. Una de l as instituciones que más apoyo necesitaba era el ejército de Guatemala, cuyos oficiales se encont raban divididos y confusos desde los acontecimientos de 1954.

Acaso porque oficiales militares y comandantes guer rilleros estaban igualmente hartos de los procónsules norteamericanos, esta guerra entre ambo s bandos comenzó como una contienda entre caballeros, que anteponía los vínculos preestableci dos en la academia militar a la desagradable tarea de matarse unos a otros. Cuando el teniente a scendido a comandante Luis Turcios Lima murió en un accidente de automóvil, los cadetes militares se cuadraron ante su cortejo funerario. El Coronel Enrique Peralta Azurdía, que tomó el poder en 1963, era lo suficientemente consciente de los sentimientos de sus militares como para rechaza r los consejos de los Estados Unidos respecto a cómo combatir a los rebeldes. Aprovechando la desmo tivación latente en el ejército, la guerrilla se apuntó algunos tantos; organizó a los campesinos en diferentes regiones e inició negociaciones con el presidente civil electo en 1966. Pero tambié n bajó la guardia en un momento en que sus logros convencieron al ejército de que era necesari o trabajar con asesores estadounidenses. Muy pronto el ejército los expulsaba de las áreas que h abían organizado y exterminaba a sus partidarios.

La guerrilla de los años 60 se sirvió principalment e de los ladinos del oriente de Guatemala. Aunque algunos indígenas se unieron a ella, otros s e apresuraron a informar a los puestos de policía más cercanos. Para evitar futuros desastres , la guerrilla de los 60 no puso mucho empeño en organizar a los indígenas, ya que pensaba que ha sta que la revolución consiguiera situarlos en el siglo veinte, serían reaccionarios y seguirían r eacios y cerrados a la comunicación. El saludable resultado fue que la mayoría de los indíg enas escaparon a la represión que se cernió sobre el oriente de Guatemala. En vez de ello, much os empezaron a participar en organizaciones de base respaldadas por la Iglesia Católica. Se uniero n a cooperativas y ligas de campesinos, en vez de a las filas guerrilleras. Pese a amenazas y arre stos ilegales ocasionales, muchos campesinos recuerdan los años 60 y 70 como una época de paz y prosperidad.

Mientras tanto, los supervivientes de las primeras columnas guerrilleras buscaban una nueva base social desde la que liberarían su país. Regres ar a las regiones ya desgastadas por las luchas anteriores era algo impensable. Sus seguidores más fervientes estaban sepultados, otros no querían tener nada que ver con ellos y sus guaridas de anta ño estaban infestadas de informantes. ¿Hacia dónde dirigirse ahora?

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Un lugar fue la capital. La guerrilla se infiltró e n las organizaciones populares, asaltó bancos y ametralló delegaciones de la policía. Secu estraron también a oligarcas y embajadores para intercambiarlos por prisioneros políticos o exigir rescates. Esta última innovación resultó desastrosa ya que la ultraderecha y el ejército res pondieron del mismo modo, y con mayor eficacia, mediante los escuadrones de la muerte. {8} Las células urbanas fueron reducidas a balazos. En lugar de crear un momento político, su inferioridad bélic a dio una excusa al ejército para militarizar la sociedad. Para los militantes de izquierda de lo s sindicatos y las escuelas, los resultados de esta guerrilla urbana fueron igualmente devastadore s. Interpretando su misión con liberalidad, las fuerzas de seguridad asesinaron a todo el que pudie ra estar involucrado.

Otra posibilidad para la guerra de guerrillas era l a bocacosta y la costa sur, cuyas fincas de café, azúcar y algodón eran el motor agroexportador de la economía guatemalteca. Grandes latifundistas poseían virtualmente toda la tierra, sus trabajadores permanentes no tenían prácticamente nada y cada año cientos de miles de i ndígenas abandonaban sus hogares en el altiplano para ir a trabajar por sueldos ignominios amente bajos. Aquí abundaría la conciencia proletaria que los marxistas consideraban una condi ción esencial para la revolución.

Es aquí donde se estableció la Organización del Pue blo en Armas (ORPA), entre volcanes y fincas de café, y donde continuó operando hasta 1996. Sin embargo, la costa sur y la bocacosta no se convirtieron en el nuevo escenario. Una de las razo nes podría ser que a través de la población hispano hablante se hubiera difundido el conocimien to de lo que el ejército había hecho en el oriente de Guatemala. Otra sería que los proletario s rurales dependían totalmente de la economía de las fincas para su sustento, por lo tanto no log rarían sobrevivir a una estrategia que suprimía sus sueldos.

En vez de ello, el próximo escenario sería el altip lano occidental, donde se concentraba la población maya hablante del país. Citando las palab ras de la periodista revolucionaria Marta Harnecker: «El pequeño productor minifundista dispo ne ...de mucha mayor flexibilidad y puede ser fuente de abastecimiento de un ejército». {9} En otras palabras, los campesinos del altiplano te nían una economía de subsistencia que podía proporcionar alimentos y reclutas. Vivían en montañas en las que se podían ocultar los guerrilleros. Y, a ju zgar por mis propias entrevistas, ignoraban lo que les podía hacer el ejército.

Pero, ¿cómo superar la desconfianza de los indígena s hacia la gente de fuera con armas y agendas políticas? Una posibilidad sería apelando a las población maya relativamente sofisticada que vivía cerca de la Carretera Panamericana, a lo largo de un corredor que se extendía desde Chimaltenango y Sololá, pasando por el sur del Quic hé, hasta Totonicapán y Quetzaltenango. Los empresarios mayas habían construido aquí una econom ía regional controlada por indígenas. En la década de los 90 ésta también fue la región en la q ue el movimiento maya y las nuevas organizaciones populares de izquierda tendrían más fuerza, representando la conciencia política más avanzada del altiplano. La guerrilla tuvo un éx ito considerable en Chimaltenango y el sur del Quiché, como veremos en el capítulo 7. No obstante, no fue aquí donde comenzó. Incluso después de que una parte de la población se uniera a los insur gentes, no lograron concentrar suficientes fuerzas para controlar el área, y nunca fueron muy fuertes en el corazón de la región, alrededor de Totonicapán y Quetzaltenango, tal vez porque la conciencia étnica maya se impuso a sus llamados.

La EGP decidió comenzar en el Ixcán, una región sel vática de las tierras bajas, próxima a la frontera mexicana y colonizada por campesinos del a ltiplano. La geografía del Ixcán resultaba atractiva. La logística podía ser canalizada a trav és de México, la región era remota y los organizadores de la guerrilla podían ocultarse en l a selva durante años, conectando con la población local pero corriendo menos riesgo de llam ar la atención del ejército que en las áreas más pobladas. La selva del Ixcán era también una fr ontera agrícola en la cual los campesinos se habían alejado de las autoridades tradicionales de sus aldeas de origen, donde la lucha por la supervivencia les obligaba a trabajar con forastero s de otros lugares y donde ya habían sido organizados por la Iglesia Católica. Aquí, al noroe ste de Uspantán, se establecieron en 1972 los primeros quince guerrilleros de la EGP.

El terror de Lucas

Si Cuba inspiró a los insurgentes guatemaltecos de los 60, su modelo a finales de los 70 fue Nicaragua. Jóvenes de barrios enteros se alzaron en contra de la dictadura de Anastasio Somoza. Construyeron barricadas, resistieron a la guardia n acional con revólveres y bombas de gasolina, y después se replegaron al campo para unirse a la gue rrilla Sandinista y preparar la siguiente insurrección. En julio de 1979 la guardia nacional se vino abajo y la familia Somoza huyó del país. ¿Podrían hacer lo mismo los guatemaltecos? El momento parecía maduro ya que, bajo el mandato del presidente militar Kjell Laugerud (1974-1978), el ejército recrudeció la represión. Después del terremoto de febrero de 1976, que cobró un sald o de treinta mil vidas y dejó a un millón de personas sin hogar, los programas de ayuda internac ional propiciaron el desarrollo de las organizaciones de base. La guerrilla restante no pa recía muy activa y el régimen de Laugerud hablaba de reforma. En un análisis retrospectivo, e ste fue el ojo del huracán. Aunque se organizaron más sindicatos que en ningún otro momen to desde 1944-1954, muchos patrones se negaron a reconocerlos. Fueron asesinados un gran número de sindicalistas. Convencidos de que era inevitable otra ola de violencia, las organizacione s revolucionarias establecieron redes clandestinas para otra ronda de guerra de guerrilla s.

La administración Lauregud perdió su última legitim idad a raíz de la masacre de Panzós, un distrito fértil de Alta Verapaz, en el que los finq ueros recurrieron al ejército para defenderse de campesinos mayas qíeqchiís que peleaban los lími tes de sus propiedades. El 29 de mayo de 1978, finqueros y soldados ametrallaron en la plaza del p ueblo a una multitud de manifestantes. El ejército había abierto la veda de los campesinos qu e reclamaban sus derechos, o así parecía. No obstante, bajo Laugerud una nueva generación de opo nentes había aprendido a expresar su enojo.

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Mientras que la juventud rebelde de Nicaragua demos traba el potencial de la guerrilla urbana, los guatemaltecos escuchaban la radio y soñaban en libe rar su país.

Así como la revolución sandinista fue una inspiraci ón para la izquierda guatemalteca, también fue una advertencia clara para la derecha, que esta ba decidida a evitar que se repitiera. El general que ocupaba en ese momento el palacio presi dencial era Romeo Lucas García (1978-1982) . «De aquí, del Palacio Nacional», declaró, «no me sa carán como sacaron a Anastasio Somoza». {10} A juzgar por los actos desvariados del presidente, es posible que ya sufriera la enfermedad de Alzheimer que habría de destruir su mente. Sus subo rdinados culparían del aumento de la ola de secuestros y asesinatos políticos a la extrema dere cha, la cual se demostró que estaba coordinada por un centro de comunicaciones militares situado a la par del palacio presidencial. {11}

Acosada en la capital, la izquierda volvió los ojos hacia el campo en busca de su liberación, tal como se suponía que había sucedido en Cuba y en Nicaragua. Finalmente, los indígenas empezaban a alzarse –o eso decían el Ejército Guerrillero de los Pobres y el Comité de Unidad Campesina. Las metáforas sobre el campo juegan a menudo un papel i mportante en los movimientos políticos urbanos ya que reafirman la representatividad nacional. Si bien no fueron los únicos en idealizar a las aldeas campesinas, la izquierda guatemalteca supuso que se trataban de comunidades cohesivas cuyas luchas más importantes eran verticales (contra finq ueros, contratistas o el estado) y no horizontales (entre ellos o contra otros campesinos ). {12} Dado que los indígenas enfrentaban una explotación creciente, habrían de ser receptivos an te la idea de la lucha armada. Obviamente, se tendrían que superar las barreras de comunicación. Pero los líderes guerrilleros creían que los indígenas estaban a punto de abrazar un movimiento revolucionario y que podrían convertirse en un bastión de apoyo indestructible.

Para los observadores, las noticias acerca de las o cupaciones guerrilleras, los secuestros de los escuadrones de la muerte y las redadas del ejér cito en el departamento de El Quiché parecían confirmar que los campesinos tomarían partido por l a guerrilla. Ya en junio de 1978, la diócesis católica reportó más de setenta y cinco secuestrado s por el gobierno en la región ixil, así como de docenas más en Ixcán. {13} Sin embargo, en otras áreas, entre ellas Uspantán, las cosas parecían tranquilas.

Los finqueros de San Francisco y El Soch

«Antes de la bulla, era un pueblo tranquilo, así se veía. Siempre hubo discriminación, al indígena, no se le tomaba en cuenta, pero no había enfrentamientos.» –Activista de derechos humanos de Uspantán, 1994.

No es totalmente cierto que no hubiera confrontacio nes étnicas en Uspantán antes de la violencia. Pero si lo suficiente como para ser toma do en consideración por los lectores de Me llamo Rigoberta Menchú que asuman que la insurgencia se desarrolló inexor ablemente a partir de la violencia estructural de todos los días del agro gu atemalteco. A fin de reclutar cuadros rurales, el EGP necesitaba llamar la atención sobre las inju sticias cometidas por los opresores, dando por supuesto que éstos eran los finqueros, contratistas laborales, comisionados militares y extranjeros, en particular los estadounidenses, cuy os asesores militares habían tenido un rol decisivo en la destrucción de la insurgencia de los 60. Chimel podría no parecer el lugar más atractivo para comenzar a organizarse: Era una comu nidad independiente, no estaba sometida a ningún finquero. Sus conflictos más serios eran con otros colonos kíicheís. Y los colonos tienen más libertad para organizarse que los campesinos qu e dependen de un patrón. Chimel estaba también en el límite de dos distritos finqueros en los que era más evidente el tipo de injusticias que buscaba el EGP.

La Finca San Francisco, la empresa cafetalera más g rande y productiva del norte del Quiché, era uno de los lugares donde comerciaban los Menchú y s us vecinos. Un italiano llamado Pedro Brol comenzó a acumular la propiedad a principios de sig lo, mediante la compra de títulos nacionales de propiedad que legó a sus hijos. Eventualmente, lleg aron a reclamar siete mil ochocientas hectáreas y en temporada de cosecha empleaban alrededor de tr es mil quinientos trabajadores, incluyendo kíicheís. El edificio central de la finca está a me dio día de camino hacia el oeste de Chimel, en el municipio ixil de Cotzal, pero los Brol reclamab an terrenos más cercanos. Por ello, en Me llamo Rigoberta Menchú, los Brol tienen los ojos puestos en Chimel para ac apararlo. {14} Sin embargo, ni una sola de las personas a las que entrevisté recor daba un conflicto entre ambos. En el voluminoso archivo del INTA, la única referencia a los Brol es una medición de límites en 1971 que no impugnaron. Sí se opusieron al cercano asentamiento de San Pedro La Esperanza, pero el desacuerdo nunca degeneró en violencia. El terreno en cuestión todavía era un paraje salvaje. Cuando se establecieron en ella los ladinos y los colonos kíi cheís de San Pedro, los Brol retiraron su reclamación.

Otros kíicheís tuvieron serios problemas con los Br ol por unas tierras más atractivas, en un lugar llamado Guacamayas. Algunos de los colonos de Guacamayas eran amigos de Vicente Menchú, incluyendo al padrino de Rigoberta. En 1976, trece de ellos fueron encarcelados. Pero estaban lo suficientemente bien conectados como para tener abo gados que convocaron a la prensa. Un juez falló en contra de la Finca San Francisco y los kíicheís fueron puestos en libertad. Los Brol aceptaron ceder mil doscientas hectáreas, y después vendieron a los colonos otras seiscientas más o menos. Cuando los kíicheís tuvieron que defender nuevament e su propiedad de las Guacamayas, a principios de los 90, tenían buenas relaciones con los Brol. A hora se enfrentaban a ixiles de Cotzal que reclamaban las Guacamayas y gran parte de la Finca San Francisco.

Las reclamaciones municipales de los ixiles de Cotz al les convirtió en los oponentes más tenaces de los Brol. Durante la fiebre de tierras d e la época liberal, a principios del siglo, perdieron el cuarenta y cinco por ciento de su pequ eño municipio en manos de latifundistas. Con la reforma agraria de Arbenz los cotzaleños obtuvieron decretos de expropiación, que pronto fueron revertidos por la contrarrevolución respaldada por la CIA. En 1954 fueron encarcelados los líderes agrarios de Cotzal. Luego uno de ellos cambió de ba ndo, y mediante alianzas con la Finca San Francisco, robó unas elecciones y llegó a ser el ca cique del pueblo. Sus enemigos fueron los

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primeros ixiles en dar la bienvenida a la guerrilla . En 1969, Jorge Brol, uno de los herederos de la finca, y su chófer cayeron asesinados en un asal to para robarles el dinero para las nóminas. Varios cotzaleños y una columna guerrillera recién formada resultaron ser los responsables. Tres años después, miembros de la misma facción anti-Bro l contactaron a una nueva columna guerrillera que se convertiría en el Ejército Guerrillero de lo s Pobres. {15}

Mientras tanto, debido a dificultades financieras, la Finca San Francisco estaba transformando su sistema administrativo. Hasta ese momento, Jorge y sus hermanos habían mantenido buenas relaciones con sus trabajadores permanentes mediant e la política paternalista de su padre. Ahora nuevos administradores seguían una línea más dura. Una de sus acciones fue eliminar un privilegio concedido a los quinceneros, que trabajaban para la finca durante medio mes y cultivaban parcelas propias el otro medio. Las parcelas estaban en terr enos de la finca, pero los quinceneros podían sembrar y vender su café propio. El acuerdo no deja ba de dar pie a las tentaciones: los quinceañeros podían suplementar su propia cosecha a propiándose una parte de la cosecha de la finca. Ya antes de la muerte de Jorge Brol, en 1968 , los nuevos administradores prohibieron que los quinceañeros siguieran plantando sus matas de c afé. En 1972 obligaron a los quinceañeros a renunciar a sus sembradíos y despidieron a los que se resistieron. El gobierno envió una comisión para investigar los abusos. Trató de organizarse un sindicato, pero fue disuelto. Cientos de trabajadores fueron despedidos.

El Ejército Guerrillero de los Pobres vio otra opor tunidad de organización en las fincas mucho más pequeñas de El Soch, a pocas horas de camino de Chimel en dirección contraria, hacia el este. Extendidas a lo largo de un valle cálido y estrecho , esta cadena de propiedades pertenecía a varios miembros de las familias García y Martínez. A diferencia de los Brol de la Finca San Francisco, varios García tendrán un rol crucial en la destrucción de Chimel. Puesto que las tierras de los García y de los Martínez eran confus as debido a herencias, matrimonios entre ellos y feudos, la gente de fuera tendía a confundir indi viduos y propiedades. La familia Martínez llegó a principios del siglo, incluso antes que los Tum, y por supuesto mucho primero que Vicente Menchú, como administradores de un propietario ause nte que decidió venderles las tierras. La casa familiar era la Finca la Soledad, una propiedad caf etalera de 250 hectáreas al pie del valle de Chimel. En el límite con Chimel, los Martínez tambi én eran dueños de la Finca El Rosario, un lugar menos desarrollado, de 450 hectáreas en las que cri aban ganado y cultivaban maíz y caña de azúcar.

El fundador del otro clan, Carlos García Fetzer, ll egó en los años 30. Hijo de un alemán, cambió el orden de sus apellidos (de Fetzer García a García Fetzer) durante la Segunda Guerra Mundial para hispanizar su progenitura y evitar ser recluido en los Estados Unidos al igual que el resto de la comunidad alemana. Carlos también llegó como administrador de un patrón ausente, que posteriormente le daría las mil trescientas o mil q uinientas hectáreas (las estimaciones difieren) de la Finca El Soch. Puesto que los kíicheís y los uspantekos del lugar eran demasiado independientes y no le proporcionaban la mano de ob ra que requería, importó poqomchiís de Alta Verapaz que le recuerdan con cariño aún hoy día, al igual que otros que recuerdan muchas buenas obras. A su muerte, en 1965, dejó a sus peones sete cientas hectáreas en la ladera sur del valle del Soch, lo que permitió que organizaran su propia comunidad más autónoma.

La reputación de uno de los hijos de Carlos fue peo r. Honorio García Samayoa había nacido en la costa sur de una madre que también era medio aleman a, pero que se separó de Carlos García antes de que éste se trasladara al Soch. Honorio fue a vivir con su padre a El Soch cuando ya tenía algo más de veinte años y su padre estaba criando una se gunda familia. Las relaciones entre el padre y el hijo no eran muy buenas. Cuando murió García pad re, dejó la mayor parte de su propiedad a su segunda esposa, que la perdió a manos del banco –un destino común en el fuertemente hipotecado sector del café. A Honorio le quedaron poco más de cien hectáreas, que uno de sus hijos completó más tarde con otras cien. Tal vez porque Honorio er a mucho más pobre que su padre –sólo trabajaban para él entre cuatro y diez pokomchiís, mientras qu e la fuerza de trabajo de su padre había llegado a los 160– tenía fama de exigir sus derecho s y de ser un resentido.

Me llamo Rigoberta Menchú da la errónea impresión de una solidaridad entre l os ladinos de El Soch, lo que demuestra que los indígenas pueden ten er las mismas dificultades para apreciar los conflictos entre ladinos que los ladinos entre indí genas. Ya en los 70, con sus patriarcas muertos o con un pie en la tumba, los García y los Martínez no eran los finqueros prepotentes que describe Rigoberta. En vez de ello, habían subdividido sus p ropiedades entre numerosos herederos, a algunos de los cuales la violencia redujo a poco más que ca mpesinos, la condición de la mayoría de los ladinos rurales de Uspantán. Ambas familias gastaba n más energía peleando entre sí que con sus vecinos indígenas.

Pero Rigoberta da una imagen muy dura de los García y de los Martínez, acusándolos de haber expulsado de sus casas a las familias de Chimel en 1967 (cuando en realidad los responsables fueron los Tum de Laguna Danta). «Fue el momento en que más confirmé mi rechazo hacia esa gente. Por eso decimos nosotros que los ladinos eran ladro nes, eran criminales, eran mentirosos». Según su testimonio, uno de los «más criminales» era Ange l Martínez. {16} Sin embargo, según la familia de Ángel, Vicente Menchú solía visitarlo y cambiaban h ortalizas por fruta. A decir de un Menchú, la esposa de Ángel solía pasar por Chimel para platica r con la esposa de Vicente.

El otro finquero malvado del testimonio de Rigobert a es Honorio García. Sin embargo, parece ser que él y Vicente Menchú también tenían relaciones c ordiales. «Honorio y mi papá eran buenos amigos» me contó un familiar de Rigoberta. «El pasa ba por allá para comprar café, guineos y panela, y nosotros les vendíamos chilacayote y frij ol de mata». A diferencia de Angel Martínez, Honorio y sus hijos se convirtieron en figuras clav es en la tragedia de Chimel, pero la razón está notablemente ausente en Me llamo Rigoberta Menchú. En su lugar, Rigoberta narra una de sus historias más espantosas, la del asesinato de Petro na Chona, una madre joven que trabajaba para los García. Según dice Rigoberta, después de que de spreciara las proposiciones de Carlos, el hijo de Honorio, su amiga Petrona es descuartizada a mac hetazos por el guardaespalda de Honorio, que también da muerte a uno de los dos hijos pequeños d e Petrona y le corta un dedo al otro. Puesto

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que nadie más se atreve, recae en Rigoberta y su pa dre (que están trabajando para los García en ese momento) la amarga tarea de recoger los restos. {17}

No hay nadie en torno a Soch o Chimel que recuerde a la Petrona Chona que nombra Rigoberta en su relato. Pero sí recuerdan la muerte de una Pascu ala Xoná Como, de diecinueve años, esposa de uno de los trabajadores pokomchiís de Honorio. {18} El 29 de junio de 1973, el marido de Pascuala llegó ebrio a la casa procedente del mercado, se en ojó porque su almuerzo no estaba preparado y la mató con su machete. Se dice que él había puesto en duda su fidelidad. Según uno de los hijos de Honorio, los compañeros de cantina del esposo le ha bían estado gastando bromas sobre la buena mujer que tenía, como si hubieran tenido relaciones sexuales con ella. Según otra fuente, Pascuala era una de las amantes indígenas de Honorio García, el patrón de su esposo.

El testimonio de Rigoberta acerca de Petrona Chona (o Xoná) podría tener por lo tanto una pizca de verdad. Pero también es posible que el rol de Ho norio fuera inventado por el rumor que creció en Soch para racionalizar una tragedia que de lo co ntrario resulta inexplicable. Incluso si hubiera habido concubinato, Pascuala fue asesinada por su marido, no por el guardaespaldas de Honorio. Contrariamente a la imagen que da Rigobert a sobre un asesinato que quedó impune, el esposo de Pascuala cumplió una larga condena en la cárcel. También es importante señalar que ni siquiera los más duros críticos de los García están de acuerdo con Rigoberta en que éstos emplearan guardaespaldas.

Sin embargo, la muerte de Pascuala Xolá hace eco de la subordinación de la fuerza de trabajo de El Soch. Se trataba principalmente de poqomchiís de l cercano Alta Verapaz a los que se les consideraba sometidos en comparación con kíicheís c omo los Menchú. «¡Mire sus mozos, los tratan como a perros, ni pueden hablar!» exclamó un ladino , criticando a los García. Antes de la guerra, los trabajadores vivían en las tierras del patrón y trabajaban para él durante medio mes, con un sueldo inferior al de las fincas de la costa. (He o ído decir que los promedios oscilaban entre Q 0,30 y Q 0,80 diarios.) Durante la otra mitad del m es, los trabajadores podían cultivar su propio maíz en la tierra del patrón si no estaban trabajan do para nadie más. Los Menchú no estaban dispuestos aceptar estos términos, y nadie recuerda que trabajaran para los García o para otro patrón. En vez de ello, Vicente tenía sus propias t ierras y él también empleaba trabajadores, incluyendo a algunos de los mismos hombres que trab ajaban para los Martínez y los García.

Hubo disputas por la tierra en El Soch, pero no se trataba precisamente de la división indígena-ladino que tanto se recalca en Me llamo Rigoberta Menchú. Un ejemplo de esto salta a la vista en el archivo del INTA para San Pablo el Bald ío, un asentamiento nuevo de indígenas y ladinos que cuelga de un cerro por encima de El Soc h. En 1964, el representante ladino de la comunidad presentó una demanda doble contra un Mart ínez y Vicente Menchú. A juzgar por el texto, los dos habían unido fuerzas para ocupar tierras de San Pablo. {19} Según un miembro de la familia Martínez, uno de sus familiares pagó una medición d el bosque y descubrió que Chimel y San Pablo ya habían reclamado esas tierras, lo que le llevó a ca mbiar de lugar. En cuanto a Vicente, puede que acabara involucrado en la denuncia debido simplemen te a que algún miembro de su grupo se dejó llevar por el entusiasmo y limpió bosques que rebas aban un límite invisible.

A juzgar por los archivos del INTA y los testimonio s locales, no hubo confrontaciones físicas entre Chimel y los ladinos de El Soch hasta que apa recieron los soldados y los guerrilleros. Hubo desacuerdos, pero no de las dimensiones del conflic to Tum, y mucho menos la batalla épica que se describe en Me llamo Rigoberta Menchú. El asunto principal era la situación del límite en tre Chimel al norte y la Finca El Rosario al sur. En 19 71, un funcionario del INTA decidió a favor de Chimel, contrariando a los Martínez, que creían que Chimel seguía ocupando una estrecha franja de tierra a lo largo de la escarpada ladera de un cerr o. {20} Cinco años después, Vicente se quejaba de que los Martínez habían talado dieciocho pinos de s u comunidad, pisoteado el maíz (¿ganado suelto?) y ocupado un pedazo de tierra que traspasa ba los límites correctos. {21} Esta fue la única reclamación en contra de los Martínez que encontré en los archivos para Chimel. En cuanto a la familia García, cuya propiedad llega hasta la esqui na suroriental de Chimel, no puede encontrar ni una sola referencia en su contra en los archivos de l INTA.

Fueran cordiales o simplemente formales las relacio nes de Vicente con sus vecinos ladinos, lo importante es que ni los Martínez ni los García fue ron culpables de expulsar a nadie de Chimel. Tal y como hemos visto en el capítulo anterior, los testimonios locales y los archivos del INTA confirman que los propios parientes políticos kíich eís de Vicente fueron los responsables. Dado el retrato que Rigoberta describe de la amistad entre los indígenas y su perpetua enemistad con los ladinos, es irónico que el INTA tuviera más éxito c omo mediador de las reclamaciones de límites entre ladinos que mediando en las reclamaciones de límites entre indígenas.

El pleito con San Pablo el Baldío

«Estos señores, Miguel y Angel (Martínez) y Honorio (García) eran sólo medio finqueros. También eran campesinos. No eran finqueros como en la costa sur. Estos sí son finqueros.» –Miembro de la familia Menchú, 1995.

Honorio García tenía un problema serio con una alde a vecina, pero no se trataba de Chimel. El problema era con San Pablo el Baldío, una aldea de colonos situada en el cerro que se recorta sobre su propiedad. Al igual que los bosques de Chi mel, los de San Pablo todavía eran baldíos en los años 50 debido a la ausencia de corrientes de a gua. Poco a poco, un grupo mixto de ladinos, kíicheís y poqomchiís fue desbrozando la tierra, en tre ellos algunas familias de las fincas de los García y los Martínez que querían una vida más inde pendiente. San Pablo no estaba tan bien organizado como Chimel. Carecían de un líder fuerte como el padre de Rigoberta, y sus reclamaciones de un título de propiedad nunca llega ron muy lejos en el INTA. Quizás debido a que la mayoría de los sampableños se habían separado de sus patrones, los ladinos los consideraban más problemáticos. «Cuando tomaban sus tragos», me cont ó un ladino de Soch, «peleaban con cualquiera. La familia Tum de Chimel (Laguna Danta) no era la m isma que la familia Tum de San Pablo. Los de Chimel no se portaban así.»

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Parte de estos sentimientos estaban dedicados a Hon orio García. Cuando ya él y su cuñado Eliú Martínez descansaban en sus sepulturas, el movimien to revolucionario los identificó como comisionados militares que maltrataban a sus trabaj adores y amenazaban a los sampableños con pistolas. {22} Al igual que sucede en el testimonio de Rigoberta acerca de Petrona Chona, las fuentes locales describen una situación más complej a. De hecho, tras la muerte de Honorio sus hijos serían acusados de acciones turbias. Pero inc luso a decir de sus detractores, antes de la violencia ningún miembro de la familia tenía armas de fuego ya que Honorio se oponía a su uso, y ni él ni la otra víctima, Eliú, eran comisionados m ilitares.

El testimonio local confirma la versión izquierdist a de los hechos en un sentido importante: Honorio en verdad cerró un camino que los sampableñ os utilizaban para bajar al mercado en El Soch. Esto les obligaba a tomar un desvío más largo que r odeaba la propiedad. A título significativo, era tan impopular que hasta algunos de sus pariente s le critican por haber sido demasiado brusco con los sampableños. «Tenía problemas con toda la g ente, trataba de humillar a todos», me contó un pariente político. «Honorio quería que la gente tra bajara según su modo, le faltaba paciencia y calma. Murió porque trató mal a la gente», añadió o tro familiar.

Mientras tanto, los tres sobrevivientes sampableños que pude entrevistar dijeron que Honorio tenía motivos defendibles para cerrar el camino. Se gún ellos, el problema comenzó con miembros de San Pablo, ladinos como Honorio, no indígenas como ellos. Teniendo una mentalidad más comercial que la de sus vecinos mayas, los ladinos nunca se i nstalaron en San Pablo. En vez de ello, sólo cultivaban allá y sacaban su cosecha a lomos de bes tias de carga. Puesto que el camino era escarpado, estrecho y enlodado, los animales resbal aban contra el maíz de Honorio con sus voluminosas cargas, también se lo comían como forra je. Al principio, Honorio pidió al comité de San Pablo que hiciera el favor de hablar con su gen te y que se reservara el camino para el tránsito a pie. «Yo sé que son gente de fuera los q ue están dando problemas», le citó un sampableño. «No son ustedes que viven allá porque u stedes no tienen bestias». Pero la nueva ruta que rodeaba su propiedad era más larga. Los ladinos siguieron llevando a sus animales por el camino de siempre, obligando a Honorio a cerrarlo, lo que suscitó más antagonismo con San Pablo.

Los primeros secuestros y ejecuciones

«Los animales que pasaban hacían perjuicio, así que Honorio cerró el camino. La gente de San Pablo el Baldío fue a ver al gobernador, y él dispu so que usaran otro camino más largo, pero la gente no estaba de acuerdo. La guerrilla no supo hacer justicia. Sólo le quitaron la vida al señor de la finca. No pasó mucho tiempo cuando l legó el ejército a la comunidad, para disparar, secuestrar a la gente y quemar casi cuare nta casas.» –Activista de derechos humanos en Uspantán, 1994.

Los García y los Martínez no fueron el primer blanc o local del Ejército Guerrillero de los Pobres. Ese honor recayó en una pareja de misionero s estadounidenses pertenecientes al Instituto Lingüístico de Verano. Stan y Margot McMillen dirig ían una pequeña clínica en la aldea uspanteka de Las Pacayas, cerca de Soch. Es posible que algui en pidiera a los guerrilleros que les echaran, su organización era objeto de polémica en otros paí ses. No obstante, cuando unos veinticinco guerrilleros sacaron de la cama a los Mc Millen y s us hijos la mañana del 26 de julio de 1979, no hablaron de denuncias locales .

«Los gringos son unos mentirosos», dijo en castella no el comandante de la EGP a los campesinos, «Ofrecen cosas, pero es sólo para quitarles otras c osas a la gente. Regalan medicinas que ya están vencidas y en los Estados Unidos tratan a los guate maltecos como a esclavos, les obligan a limpiar sanitarios». Al mismo tiempo que denunciaban a los misioneros por imperialistas, la guerrilla quemó su casa y su clínica. Advirtieron también a l os Mc Millen de que los matarían si no abandonaban la región y les enseñaron una lista de condenados a muerte. Una de las personas de la lista era un estadounidense que dirigía proyectos a grícolas y de salud. Otra era Honorio García.

Tres semanas después, al amanecer del 12 de agosto, se presentó una columna de la EGP en la casa de Eliú Martínez en la Finca El Rosario. Eran tres adultos y unos quince jóvenes, todos uniformados y con las caras enmascaradas o manchada s con carbón. Eliú, de cuarenta y dos años, fue sacado de su casa en ropa interior y escoltado hast a El Soch con las manos atadas. A decir de un hermano suyo que sobrevivió, lo único que decían lo s guerrilleros era, «¿Dónde están los muertos?», como si les hubieran dicho que estaban v engando muertes anteriores. Frente a la casa de Honorio, la guerrilla mató a Eliú de un disparo en la cabeza. También le rompieron el cráneo a su hermano y atacaron a dos hijos de Honorio que estab an a su alcance.

Honorio vivía en una casa de piedra con techo de lá mina, más grande que las de sus trabajadores, pero inconfundiblemente rústica. Fue tomado por sorpresa en su cama a las 5:30 a.m. Su nieto de cuatro años, que también se llamaba Hon orio García, dormía en la misma habitación. Para defenderse, el Honorio grande puso al niño del ante de él antes de que le mataran a balazos. Los guerrilleros pegaron al niño para apaciguarlo y después lo encerraron en la habitación con el cadáver de su abuelo. Dos días más tarde, dicen los familiares, el niño empezó a tener convulsiones. Cuando yo lo conocí, quince años desp ués, era un epiléptico con un severo retraso mental. Ignoro si fue el trauma la causa de esta co ndición, pero su familia así lo cree.

Según dice la sabiduría popular de El Soch, Honorio fue el blanco de la guerrilla porque San Pablo lo había denunciado por cerrar el camino. Per o el otro hombre que murió no tenía parte en aquel pleito, y la razón por la que el EGP le mató es un misterio. Al igual que su cuñado Honorio, Eliú Martínez dirigía una pequeña finca comercial, dedicada en su caso al maíz, la caña de azúcar y la cría de diez vacas. Algunos de sus trabajadore s vivían en el vecino Chimel. No tenía la personalidad ruda de Horacio, ni tampoco tenía prob lemas con sus vecinos (a excepción de sus propios parientes, como se relata más tarde), y se le apreciaba por su afición al fútbol, que jugaban juntos indígenas y ladinos.

Tal vez el EGP perseguía dar muerte a un hombre de cada familia: Eliú fue uno de los tres Martínez que los guerrilleros buscaron aquella maña na. Hay otra posibilidad, que surge de un conflicto entre herederos de los Martínez lo sufici entemente enrevesado como para ser digno de los

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Menchú y de los Tum. Al igual que en el caso de la disputa de Vicente con sus parientes políticos en el valle, la culpa del pleito que dividía a la f amilia Martínez podría recaer en unas estructuras legales obsoletas. Dos de los primeros Martínez en el valle, los hermanos Ángel (que murió a principios de los 70) y Miguel (que murió u na década más tarde), comenzaron a reñir por la propiedad intestada de sus padres. Fue su próxima g eneración la que llegaría a los puños, particularmente por la Finca El Rosario, limítrofe de Chimel.

Según la rama familiar de Angel, un pariente irresp onsable vendió veinte hectáreas de El Rosario, primero a ellos y luego a la otra rama. Se gún la familia de Miguel, nunca se había completado el pago de la primera venta, lo cual dej aba la parcela disponible para ser vendida a la otra familia, en particular al hijo de Miguel, Eliú , que sería asesinado por el EGP. Los contrariados demandantes de la rama familiar de Ang el trataron de encarcelar a Eliú, después perdieron el juicio legal y él quedó en posesión de veinte hectáreas. Hacia 1974, hubo allí un enfrentamiento durante el cual Eliú mató a su primo Edgar Martínez.

La rama familiar de Eliú dice que él disparó a su p rimo en defensa propia, después de que Edgar le atacara con un machete. Tanto él como los trabaj adores que presenciaron el crimen fueron arrestados y Eliú cumplió una condena de tres años, salió libre justo dos años antes de que la guerrilla lo ejecutara. Volviendo a lo dicho, es po sible que a Eliú lo mataran simplemente porque para efecto simbólico el EGP quisiera tener en el p unto de mira a un miembro de su familia. Pero dado que una población localista trata de explicar tales muertes en términos de causas locales, y no simplemente en los de un movimiento guerrillero que parecía salido de la nada, el asesinato de Eliú Martínez ha sido atribuido también a la otra r ama de la familia.

La respuesta al ataque del EGP no tardó en llegar. Una semana después, el 19 de agosto, el ejército secuestró a dos principales de San Pablo u n domingo de mercado en El Soch. Puesto que los soldados iban uniformados, se podría suponer ingenu amente que «arresto» sea un término más apropiado. Por desgracia, el ejército, como tenía p or costumbre durante este período, nunca reconoció haber detenido a los dos hombres, y jamás se les volvió a ver, al menos no sus familias. Paulino Morán y Ambrosio Yujá Suc formaban parte de l comité que administraba San Pablo. Tenían cincuenta y sesenta años respectivamente y fueron l os primeros de los nueve campesinos secuestrados a lo largo del mes siguiente por solda dos que solían ir acompañados de hombres de la familia García o sus parientes políticos.

Luego de uno o dos días, fueron capturados también dos hermanos de San Pablo, Marcelo y Ramón Tum Gómez. Les llevaron al destacamento militar de Xejul, justo a las afueras del pueblo de Uspantán, en la carretera de Cobán. A diferencia de otros muchos prisioneros de Xejul, lograron escapar. Informaron que habían sido encerrados en « grandes hoyos abiertos en la tierra, cubiertos con tablas de madera» {23} . Una quinta víctima, Domingo Yujá Pacay, era hijo de Ambrosio Yujá Suc. Había servido en el ejército hasta pocos meses ante s, es posible que fuera a la base de Xejul para buscar a su padre y que él también fuera detenido. Otros campesino joven, Gregorio Xoná regresaba de una finca camino de su casa cuando fue capturado . Las séptima y octava víctimas de San Pablo fueron Felipe Morán, hijo del anteriormente mencion ado Paulino Morán, y Juan Yat López. Fueron arrestados por la policía judicial cuando viajaban con su familia a través del sur del Quiché.

Eventualmente, la víctima mejor conocida de todas s ería la única de Chimel, el hermano menor de Rigoberta, Petrocinio. Los hijos de Honorio no sólo acusaban a San Pablo, también estaban acusando a Chimel. Se decía que la guerrilla se habían reuni do allá con la gente unos meses antes de su incursión. Sorprendentemente, Me llamo Rigoberta Menchú nunca menciona la reunión de Chimel, el pleito por el camino, o que el EGP diera muerte a d os ladinos. Si esos acontecimientos fueron los que provocaron el secuestro del hermano de Rigobert a, su omisión es notable. En lugar de incluir en escena al EGP, Rigoberta dice que los finqueros de El Soch mandaron al ejército contra Chimel para quitarles su tierra.

Es posible que a algunos lectores les moleste mi en foque puesto que no es el habitual en lo referente a la violencia política en Guatemala. Dad o que el ejército cometió la gran mayoría de las matanzas, los activistas y los académicos tiend en a cargarle con toda la culpa, desviando escrupulosamente la mirada de lo que el otro bando podría haber hecho. En defensa de este enfoque, los activistas de la solidaridad pueden afirmar que la guerrilla era una reacción inevitable a la represión, o que no se les puede culpar a ellos pue sto que la violencia originó de un orden social injusto, o que los extranjeros no tienen derecho a criticar a los pobres cuando éstos recurren a la violencia para defenderse. Con más fuerza aún se han negado a especificar cuántos de los campesinos que murieron durante la violencia pudier on haber contribuido a su destino. No queriendo culpar a las víctimas y atenuar la responsabilidad, los activistas de derechos humanos argumentan que lo más importante es quién mató a quién y no qu é fue lo que desencadenó ese resultado.

Es posible que para fines de solidaridad sea necesa rio exonerar a la guerrilla. Ignorándola puede ser que las campañas de derechos humanos cent ren la atención en los abusos de poder del estado. Pero ni el enfoque de la solidaridad ni el de los derechos humanos se deberían confundir con el análisis sociohistórico. El motivo es que lo s dos primeros requieren la dicotomización de los participantes en víctimas y verdugos. A un lado está el ejército y sus aliados locales, en el otro las víctimas indefensas. Para beneficio de los guerrilleros, éstos se quedan al margen, al igual que otros temas, por ejemplo: cómo trataban d e reclutar a los campesinos, cómo responden ante la guerrilla hombres como Vicente Menchú y cóm o valoran los supervivientes la responsabilidad de lo que sucedió. Al no hacer estas preguntas, se está evitando someter a juicio los preceptos de la izquierda. Entre ellos su convicción, confirmada por Me llamo Rigoberta Menchú, de que si la guerrilla fue activa, tuvo que ser debido a que muc hos campesinos compartían sus objetivos.

Notas

{1} Debray 1974:307, citado en Le Bot 1995:279 (en esp añol, pág. 288, Las Pruebas de Fuego, México, D.F.: Siglo Veintiuno Editores 1975).

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{2} Smith 1992. Para un trabajo más académico sobre la evolución de la tenencia de tierra, véase McCreery 1994 y Davis 1997.

{3} Gleijeses 1991; Schlesinger y Kinzer 1982.

{4} Los oficiales se molestaron con el Presidente Migu el Ydígoras porque éste había cedido a la CIA una base de entrenamiento para la invasión a Cu ba en 1961. Puesto que el ejército guatemalteco tenía prohibida la entrada a las instalaciones de l a CIA, los oficiales rebeldes sentían que se había comprometido su honor como defensores de la s oberanía nacional. Para testimonio de la primera década de acciones y derrotas de la guerril la, véase Debray 1974 y Jonas y Tobis 1974.

{5} Compárese Wickham-Crowley 1991:5.

{6} Perales 1990:61-66.

{7} Albertani y Molina 1994:19-20 y el ejemplar especi al conmemorativo de la revista fundada por Payeras, Jaguar-Venado 1995.

{8} Según Debray (1974:298), «Fue Guatemala el primer país de América Latina latinoamericano en que los revolucionarios procedieron a un secuestro «económico» –para pedir rescate–. Por primera vez asimismo los revolucionarios guatemaltecos hici eron entrar en la historia de latinoamericana –mucho antes que los brasileños, los uruguayos o los argentinos– el secuestro político para fines de intercambio.» (En español, pág. 278, Las pruebas de fuego, Régis Debray, Siglo Veintiuno Editores, México, D.F., 1975).

{9} Harnecker 1984:295.

{10} Asociación de Investigación y Estudios Sociales 19 95:649.

{11} Amnistía Internacional 1981:141 y Clerc 1980. Para un testimonio de la izquierda urbana durante ese periodo, véase Levenson-Estrada 1994:14 8ff.

{12} Compárese Kobrak 1997.

{13} Diócesis del Quiché 1994:228.

{14} Burgos-Debray 1984:103, 105, 109.

{15} Payeras 1983:61-63 y Stoll 1993.35, 68-71.

{16} Burgos-Debray 1984:103-107. A excepción de la recl amación de tierras de Chimel, las cifras de otros propietarios se basan en aproximaciones lo cales, por lo tanto no son exactas.

{17} Burgos-Debray 1984:150-152.

{18} Pude confirmar el nombre y la fecha de la muerte e n la oficina del registro civil de Uspantán.

{19} Petición de Juan Gamarro González al Señor Directo r general de Asuntos Agrarios, 21 de septiembre de 1963 (archivos del INTA, paquete 1963 , pág. 220).

{20} Petición de Miguel Martínez López al presidente de l INTA, 22 de agosto de 1972 (Archivo del INTA, paquete 3650, pág. 403).

{21} Carta del Juez de Paz de Uspantán, Salvador Figuer oa Montúfar, al presidente del INTA, acompañada del dibujo de un mapa de localización de los daños, 16 de noviembre de 1976 (archivo del INTA, paquete 3650, págs. 94-95). Según uno de los Martínez, Vicente le estaba demandando por haber cortado unos pinos de ambas propiedades para construir un puente público entre ellas. Según esta fuente, cuando llegó el inspector forestal, mu ltó al hermano de Vicente por haber cortado muchos árboles. Para la denuncia que hace Rigoberta de las regulaciones forestales, véase Burgos-Debray 1984:158-159.

{22} Por ejemplo, Rarihokwats 1982:42. No tengo el mate rial original, pero se citan otras fuentes referentes a este asunto en Paige 1983:732 y en la base de datos del Sistema de Información de la Geo-Violencia de Paul Yamauchi, e ntradas del 14 y el 19 de agosto de 1979, bajo «Uspantán». Las fuentes de la solidaridad también r acionalizaron el asesinato de Honorio y Eliú situándolo en una fecha posterior al secuestro de l os nueve campesinos, como si les hubieran dado muerte a ambos por colaborar en estos crímenes («In forme sobre la violencia en el norte del Quiché, Guatemala, por un párroco, agosto de 1979 a enero de 1980» y Comité de Solidaridad con el Pueblo de Guatemala 1980.) Sin embargo, la secuenci a de los acontecimientos descritos por las fuentes locales (el asesinato de los dos ladinos, s eguido por los nueve secuestros) es repetida por varias fuentes influidas por las tendencias de la solidaridad, incluyendo Paige 1983, la base de datos de Yamauchi, Rarihokwats 1982 y Diócesis d el Quiché 1994:282.

{23} Frente Democrático Contra la Represión, «Informe s obre la masacre en la Embajada Española de Guatemala», Febrero de 1980, pág. 3. A juzgar po r una entrevista distribuida por Amnistía Internacional (1980), el soldado que les vigilaba s e suicidó o fue asesinado a la mañana siguiente.

Capítulo 5

La muerte de Petrocinio

«Mi madre estaba llorando. Miraba a su hijo.» – Me llamo Rigoberta Menchú, pág. 177.

En vista de los problemas que aparecen en el relato de Rigoberta, es posible que los lectores se pregunten si mis fuentes son fiables. Tal vez mu chas de las personas que entrevisté tienen motivos para desacreditar a Rigoberta o a su padre. O quizás no les gustaba ser interrogados y me engañaron. Las contradicciones entre mis fuentes de Uspantán serán evidentes en algunos de los

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capítulos que siguen a continuación. ¿A quién tenem os que creer? Si hay discrepancias, ¿no podrían ser los testimonios que yo reuní tan poco fiables c omo los de Rigoberta? Quizás lo sean aún menos: Es de suponer que Rigoberta en París gozaba de ente ra libertad para contar su historia. En Guatemala los campesinos todavía se las tenían que ver con el poder del ejército guatemalteco. Tal vez sea imposible saber la verdad, puesto que el me dio es demasiado ambiguo y tiene demasiada carga represiva como para poder dar crédito a una v ersión en particular.

La pregunta más difícil de responder, y la que se p lantea en los próximos cinco capítulos, es en qué medida apoyaron a la guerrilla los campesino s como Vicente Menchú. Afortunadamente, muchos sobrevivientes no enmudecen ante este tema y sus te stimonios sugieren ciertas conclusiones, aunque éstas sólo se puedan considerar hipótesis. Las razo nes que explicarían la colaboración de los campesinos con los insurgentes se pueden resumir en tres: Tal vez los campesinos han sido inspirados por la ideología revolucionaria, es deci r, la idea de transformar la sociedad. O tal vez, sin dar mucho crédito a estos sueños, piensan que tienen algo más inmediato que ganar. O tal vez han sido presionados para colaborar con las gue rrillas, luego de verse envueltos en un proceso de provocación, represalias y polarización que les obliga a tomar partido. {1}

Los escépticos que dudan que la guerrilla tuviera u n gran apoyo prefieren defender el modelo presión-y-polarización. ésta se ha vuelto mi teoría preferida desde que me entrevisté con campesinos en lo que tenía fama de haber sido un ba stión de la guerrilla. Muchos ixiles me contaron que se habían sentido atraídos por la visi ón revolucionaria de una sociedad en la que serían iguales que los ladinos. Pero que sólo comen zaron a unirse a la guerrilla en grandes números después de que las represalias del ejército les obligaran a defenderse. {2} Unos años antes, el EGP había comenzado en secreto un proceso de ind ucción mediante el establecimiento de una red de colaboradores que no se identificaron ante los v ecinos hasta que llegaron las columnas guerrilleras y celebraron un mitin. Poco después de esto, la reacción del ejército revela a la comunidad un hecho consumado: ya estaban todos «que mados», es decir, identificados con la guerrilla. Es cierto que algunos ixiles se unieron por motivos ideológicos o pragmáticos, pero al mismo tiempo hubo fuerzas poderosas que forzaron la militancia de mayor número de campesinos. Cuando el ejército empezó a secuestrar sospechosos, los campesinos sólo podían elegir entre cooperar con uno de los dos bandos, arriesgándose a ser asesinados por el otro, o huir de sus hogares.

Los académicos que se solidarizan con la guerrilla tienden a recalcar la explicación ideológica: que los campesinos se sumaron a la insu rgencia porque vieron en ella una vía para combatir la explotación y construir una sociedad me jor. También el movimiento revolucionario se ve así, en términos de la tesis del empobrecimiento. L os campesinos sufren una opresión que cada vez empeora más, lo cual despierta su conciencia y les empuja a abrazar la lucha armada. En realidad, empobrecimiento no es un buen término para describi r las condiciones prevalecientes en el altiplano antes de la guerra. Más bien, en comparac ión con las penurias que recordaban los ancianos, los campesinos percibían ligeros progreso s y esperaban que hubiera más en el futuro. {3} No obstante, esto no impidió que hubiera círculos d e ixiles, así como de jóvenes aventureros, estudiantes y activistas políticos, que de entrada dieron la bienvenida a los guerrilleros, fuera a causa de agravios específicos (como por ejemplo, el robo de las elecciones) o de frustraciones más complejas, siendo ambas una constante bajo la d ictadura militar.

Lo mismo podría aplicarse a Uspantán y Vicente Menc hú. Aunque no haya sido el campesino radical perseguido que cuenta la historia de su hija, inclu so si fue un hombre relativamente adinerado para su origen, esto no lo descalifica como un posi ble revolucionario. Al contrario, otros futuros revolucionarios han tenido a menudo cierto éxito an tes de chocar con la injusticia. Tal vez Vicente apoyó a la guerrilla no porque él formara p arte de los más oprimidos sino porque se identificaba con ellos y pensaba que la lucha armad a era la única manera de ayudarlos. Esta sería una reinterpretación razonable de Me llamo Rigoberta Menchú, exceptuando parte del melodrama, que conserva su premisa esencial de un campesinado revo lucionario. ¿Pero es cierto? Alternativamente, ¿pudiera ser que Vicente pensara que tenía algo que ganar con los guerrilleros, sin dar mucho crédito a su visión más amplia?¿ O siguiendo el mod elo de presión-y-polarización que expuse en el caso de la región ixil, podría haberse visto envuel to por fuerzas que no podía controlar?

En los tres capítulos anteriores, examinamos lo que se podía colegir sobre la situación de Chimel antes de la violencia, sus relaciones con lo s vecinos ladinos y k'iche's y cómo ocurrieron los primeros asesinatos políticos. Esta es una base esencial para entender cómo reaccionaron Vicente y su gente ante el Ejército Guerrillero de los Pobres. A lo largo de los próximos cinco capítulos, trataré otros episodios y temas claves q ue se refieren a esta difícil cuestión. Incluyen el asesinato de uno de los hijos de Vicent e por el ejército y cómo reaccionó aquel; la muerte del propio Vicente, junto a treinta y cinco personas más, durante una protesta en la Ciudad de Guatemala; su relación con el Comité de Unidad C ampesina y con el Ejército Guerrillero de los Pobres; y cómo la violencia destruyó Chimel.

La evidencia en torno a estos temas no escasea. Inc luye otros relatos revolucionarios como el de Rigoberta, informes de derechos humanos, artícul os de prensa y transcripciones de entrevistas con campesinos disconformes, Vicente incluido. Comp rende también mis entrevistas con supervivientes de estos acontecimientos. Puesto que no siempre coinciden, sería aconsejable que estos testimonios no se tomaran ni como hechos esta blecidos ni como datos dudosos, sino como lo que mi colega Paul Kobrak llama «reconstrucciones d e la violencia», expresiones de cómo se ubican las personas a si mismas en relación a un periodo t raumático. Esta es una visión de la historia desde la perspectiva de la aldea; a través de los o jos de los campesinos, sus muchas limitaciones sugerirán cómo vivieron la guerra. {4} En cuanto a la objetividad de mis conclusiones, cr eo que algunos aspectos podrán resolverse por comparación de fuentes, pero otros sólo llevan a escenarios más o menos probables. Si el resultado es más creíb le que el relato de Rigoberta, la razón se debe a que abarca un abanico de versiones más amplio, se ocupa de contradicciones que ella no contempla y admite más lo que no se puede establecer.

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Para mostrar las ventajas del método, comparemos la s versiones contradictorias de cómo murió Petrocinio, el hermano de Rigoberta, en el pueblo d e Chajul. En el capítulo más emocionante de Me llamo Rigoberta Menchú, es ahí dónde Rigoberta sitúa el calvario de su her mano menor. En 1979, según su relato, Chimel ya está totalmente organiza do y la mayor parte de su familia está escondida. Su padre ha pasado a la clandestinidad e n el Comité de Unidad Campesina, mientras que por su parte Rigoberta está organizando en el depar tamento de Huehuetenango. En Chimel se ha quedado Petrocinio, un muchacho de dieciséis años q ue presta servicios como secretario de la comunidad. Está de viaje organizando otra aldea cua ndo le secuestran el 9 de septiembre, después de que un miembro de su comunidad le delata al ejér cito a cambio de un poco de dinero. En ese momento Petrocinio está acompañado de una joven y d e la madre de ésta, ambas arriesgan sus vidas y les siguen a él y a sus captores hasta el destacame nto militar, donde otros veinte cautivos han sido sometidos ya a horribles torturas.

La familia Menchú se reúne de inmediato. El ejércit o anuncia que los guerrilleros que ha capturado serán castigados públicamente en Chajul, y ordena a la población que presencie el espectáculo. Durante toda una noche Rigoberta y su familia se apuran por las montañas. Chajul dista veinticinco kilómetros de Chimel, si el día e stá claro se divisa su enorme iglesia desde un cerro cercano, pero queda más lejos por los abrupto s senderos que serpentean entre un barranco y otro. El más conservador de los tres pueblos ixiles , con pocos ladinos y uso escaso del español, Chajul tiene connotaciones sagradas para los católi cos tradicionales. Cada Cuaresma, desde lugares tan distantes como México y El Salvador, miles de p eregrinos convergen en su iglesia colonial de muros encalados para venerar a una imagen ampliada de un Cristo que, vacilando bajo el peso de su cruz, mira al cielo con ojos suplicantes.

Los Menchú se suman a la multitud de la plaza justo en el momento en que los soldados arrastran a Petrocinio y los otros prisioneros fuera de un ca mión militar. Petrocinio tiene la cabeza rapada y llena de cortes; no tiene uñas en los dedos de la s manos, ni plantas en los pies, supuran sus heridas infectadas. Un militar arenga a la multitud sobre los peligros del comunismo, luego ordena a los soldados que corten con unas tijeras las ropa s de los cautivos, para explicar cómo ha sido infligida cada marca en los cuerpos torturados. Fin almente, el oficial ordena que cada prisionero sea rociado con gasolina. Cuando empezaron a gritar pidiendo clemencia, les prendieron fuego. El horror despierta la cólera del pueblo; muchos alzan sus machetes y avanzan sobre los soldados, que retroceden gritando consignas al ejército y la Patr ia. {5}

La marcha de las flores blancas

En Ciudad de Guatemala, tratando de rescatar a su h ijo, Vicente le describe como el secretario de Chimel. «Él siempre lleva los apuntes de todos e sos terrenos que estamos solicitando, tal vez sólo por eso se lo llevaron. Y como él ya sabe leer y todo, a veces habla un poco sobre injusticia» {6} Un encomio católico se refiere a él como un educad or de alfabetización en la escuela que su padre y él habían fundado en Chimel. {7} Pero en Uspantán la gente simplemente recuerda a Petrocinio como un joven que acaso había recibido c ierta instrucción escolar, no como catequista de la aldea, ni como secretario, ni como organizado r. Se presume que fue agarrado porque estaba a mano en un momento en el que su familia acababa de ser culpada de la incursión del EGP a Soch. Su padre le había pedido que fuera a comprar azúcar al mercado semanal, tal vez porque no temía ningún peligro ya que hasta entonces no había sido secuestrado nadie en Chimel. Sucedió el 9 de septiembre de 1979. Descubierto por informantes, ha bía salido del parque y caminaba hacia la aldea de su novia, delante de ésta y de su madre, cuando soldados y vigilantes se le fueron encima, cerca de la capilla del Calvario. Como se oyeron un os disparos, algunos piensan que se resistió y fue herido de bala.

«Sí, es mi hijo», le dijo Vicente a un periodista d e la capital cuatro meses después, apenas unos días antes de dirigirse a la embajada española . «Fue el 9 de noviembre, a las tres de la tarde, allí en el pueblo de Uspantán, eso no fue ha sta allá en la casa, sino que lo agarraron en la calle... Es que cuando lo agarraron, no estaba y o é sino que otra persona estaba con él y como ya está noviado, entonces iba su novia con él, y la señora también, la mamá de la muchacha. Delante de ellas lo agarraron y lo llevaron al dest acamento de Uspantán». {8}

La última vez que fue visto Petrocinio, era llevado a rastras en dirección a la base militar de Xejul, justo al este del pueblo, en la carretera de Alta Verapaz. Cuando visité el lugar, mucho después de que se hubiera ido el ejército, me impre sionó lo indefenso que parecía en términos militares. En vez de estar en un montículo, el empl azamiento habitual de un destacamento militar, se encontraba en un bosque bajo, como si no tuviera n que preocuparse de su defensa en caso de ataque. La localización sugiere que sólo se utiliza ba como campamento de torturas. Así como las historias acerca de los cadáveres mutilados que se sacaban en camiones para ser arrojados en otro sitio. Se presume que aún quedan víctimas allí, en hoyos que han sido rellenados pero que todavía son visibles entre los árboles. Catorce años despué s, algunos de los parientes de Petrocinio sospechaban que él todavía estaba allí, en el fondo de uno de estos hoyos.

A pesar de que fueron hombres uniformados los que a garraron al hermano de Rigoberta y las otras víctimas, los oficiales del ejército negaron saber su paradero. El comandante rehusó recibir a las familias, al igual que el comandante de Santa Cruz del Quiché, el ministro del interior y el Presidente Lucas García. {9} Un comunicado del ejército sugiere el grado de den egación que afrontaban los familiares: «Indudablemente, las fal sas acusaciones de las que se hace víctima al Ejército de Guatemala, no han de ser más que el pro ducto de las actividades delictivas de grupos subversivos que frecuentemente asesina a sus propio s compañeros o colaboradores a los que ya no consideran útiles para sus aviesos propósitos, o bi en tratarse de autosecuestro, con los cueles obtienen el mismo fin o jugosas ganancias. El Ejérc ito de Guatemala reitera que está al servicio de la Patria y nunca al servicio de personas en par ticular... de tal manera que continuará cumpliendo celosamente con su deber constitucional, a fin de no permitir que nuestro sistema democrático sea socavado y menos permitir que el pa ís caiga en manos del comunismo internacional». {10}

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Puesto que los comandantes del lugar adoptaban nomb res de guerra, en general los uspantanos desconocen su identidad. Pero en ocasiones algún of icial hacía amistades, o su rostro y su nombre aparecieron años más tarde en los periódicos. Tal e s el caso de Carlos Roberto Ochoa Ruiz, un capitán que aparentemente era el segundo en jerarqu ía en Xejul cuando murió Petrocinio y que se fue poco después del fuego en la Embajada de España . Trece años después era un teniente coronel acusado de tráfico de media tonelada de cocaína a F lorida. {11}

Hubo dos ocasiones en las que sin lugar a dudas la familia y los vecinos de Rigoberta estuvieron a la altura de su retrato, cuando fueron a la capital, en septiembre de 1977 y en enero de 1980, para protestar por los secuestros del ejér cito. En la primera ocasión, cincuenta campesinos llegaron a la capital y pasaron la noche en la sede de la Federación de Trabajadores de Guatemala (FTG). A la mañana siguiente, portando fl ores blancas en señal de sus intenciones pacíficas, entraron en el congreso nacional en pequ eños grupos y solicitaron derecho a hablar. Les acompañaban aliados urbanos del FTG, el Frente Estu diantil Revolucionario Robin García (FERG) y el Frente Democrático Contra la Represión, sumando un total de sesenta personas. Los guardias de seguridad les impidieron el paso a la cámara legisl ativa; diputados hostiles les recriminaron. Eventualmente, los manifestantes fueron conducidos a una sala de conferencias, donde les permitieron hablar.

La delegación no había sido recibida cordialmente, pero al menos atrajo la atención de la prensa. Después la situación se volvió amenazadora. Cientos de soldados y policías antimotines rodearon el edificio. Luego de que los congresistas escoltaran a los manifestantes de vuelta a la sede del FTG, las fuerzas de seguridad también rode aron ese edificio. Cinco estudiantes y sindicalistas que se aventuraron a salir para compr ar comida, fueron detenidos por hombres vestidos de civil y fuertemente armados. {12} Una noche después, doscientos manifestantes rompie ron el disminuido cordón policial, subieron a los campe sinos en camiones y los llevaron a la Universidad de San Carlos, un bastión de la izquier da, desde donde regresaron a Uspantán escoltados por periodistas y líderes estudiantiles.

Los Menchú y sus vecinos no fueron la primera deleg ación de campesinos que se manifestaba en contra del ejército, pero la prensa estaba tan amor dazada durante esos años que sólo gracias a sus aliados urbanos y a la temeraria táctica de tomar e l congreso, recibió ésta una atención especial. El discurso que leyeron ante el congreso sugiere qu e fue escrita por los aliados urbanos de la delegación y no por los propios campesinos, que era n en su mayoría analfabetos. Antes de enumerar las víctimas y de exponer cómo habían sido desoídas sus súplicas de que los pusieran en libertad, la declaración culpa de la represión a los tres hij os de Honorio García y a un pariente político que quieren robarles las tierras. No hace referenci a alguna a la presencia del EGP en Uspantán ni al asesinato de Honorio y Eliu Martínez. {13}

En una conferencia de prensa celebrada justo antes de que los campesinos regresaran a Uspantán, varios de ellos expresaron quejas en sus propias pa labras. Hablaron de la serie de fuerzas de seguridad que les acosaban, no sólo el ejército y l a policía militar móvil sino también la guardia de hacienda (que había pasado de perseguir noctámbu los a secuestrar presuntos guerrilleros) y hasta la guardia forestal, que supuestamente proteg ía los bosques. Una vez más, no se hizo referencia a los asesinatos de Honorio García y Eli u Martínez, ni al pleito por el camino a San Pablo. Un campesino negó tener vínculos de organiza ción con los estudiantes y también negó que estuvieran en contra del ejército o del gobierno. S ólo deseaban vivir en paz, dijo, cosa que la nunca mencionada guerrilla garantizaba que no habrí a de suceder. La naturaleza genérica de las quejas sugiere que las particularidades de Uspantán ya habían sido absorbidas por el discurso nacional de izquierdas contra el ejército. {14}

Cómo murió Petrocinio en Chajul

«Botaron los cadáveres desde un camión militar, uno por uno, uno por uno. Creo que habían siete. Los soldados tocaron las campanas y citaron a la gente para decir que los muertos eran guerrilleros. También dijeron que eran de San Miguel Uspantán. Era para darles miedo a la gente, para dar ejemplo, pero la gente solo se p uso más brava. Sí, quemaron un cadáver. Pero ya estaba muerto, no estaba vivo.» –Testimonio de Chajul, 1994.

Cuando comencé a visitar Chajul regularmente en 198 7, no era difícil escuchar historias sobre la violencia. La gente me contó como el ejército so lía colgar del balcón de la municipalidad a los acusados de colaborar con la guerrilla. Generalment e, lo hacían de noche, lo que permitía que los bomberos voluntarios del pueblo bajaran los cadáver es al amanecer, pero no siempre. Después de que soldados y patrulleros civiles cayeran en una embos cada, una mujer fue arrestada por comerciar con el enemigo. Fue sacada al balcón frente a una multi tud; allí suplicó clemencia y después pidió una última oportunidad para amamantar a su bebé. Luego de que le dio el pecho, se lo arrebataron de los brazos y la colgaron, al igual que a docenas de otros.

Como indica Rigoberta en su testimonio, no era raro que el ejército humillara y torturara a los cautivos antes de darles muerte, incluso delante de sus familias. Ni tampoco se ignoraba que el ejército quemaba personas vivas, por lo general cua ndo estaban atrapadas en el interior de sus casas. Pero cuando saqué a relucir el relato de Rig oberta sobre prisioneros quemados vivos en la plaza de Chajul, sólo coseché miradas de asombro. L os lugareños confirmaron que presos de Uspantán habían sido asesinados a principios de la violencia , pero lo que ellos evocaban era algo diferente. Un hombre recordó haber visto cinco o se is cadáveres, vestidos con ropas militares y dotados de escopetas viejas, a un kilómetro de dist ancia sobre el camino del destacamento militar. Un helicóptero había traído a los hombres antes de que les mataran: el ejército dijo que eran guerrilleros de Uspantán que iban a atacar Chajul. {15}

Para algunos lectores, una exégesis de cómo murió e xactamente el hermano de Rigoberta podrá parecerles inútil o ingenuo. Dada la vaguedad de lo s recuerdos y la traducción de los testimonios de testigos oculares a versiones de segunda mano, n o resulta sorprendente que haya interpretaciones contradictorias. Tal vez mis fuent es de Chajul todavía estaban demasiado atemorizadas del ejército guatemalteco como para ad mitir lo que habían presenciado. Entonces, ¿por

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qué su versión de los hechos es más creíble que la de Rigoberta? La razón es que poco después una delegación de campesinos, que incluía al padre de R igoberta, comunicaba la misma versión que los chajules en una segunda ronda de protestas en la ca pital en enero de 1980.

«El día 6 de diciembre», anunció la delegación, con el apoyo del Frente Democrático Contra la Represión (FDCR), «el Ejército Nacional llevó a Cha jul a siete campesinos que tenía secuestrados en Chicamán, {16} los vistió a todos de verde olivo y los obligó a a vanzar por el camino que lleva al pueblo. Los soldados estaban escondidos a pocos metros de distancia y dispararon sobre los siete campesinos hasta matarlos a todos. Después de esto, el Ejército Nacional tiró junto a los cadáveres un par de escopetas viejas y sin tiros y empezó a decir que los muertos eran guerrilleros que habían querido asaltar el destacam ento de Chajul. Allí tuvieron tirados los cadáveres por muchas horas, hasta que los metieron a todos en dos hoyos en el cementerio de Chajul, después de haber quemado con gasolina uno d e los cuerpos». {17}

La construcción de esta versión de los hechos se pu ede confirmar en una entrevista fascinante que la delegación de Vicente dio en la capital, cin co días antes de la muerte de muchos de sus miembros en la embajada española. Vicente todavía n o había aceptado totalmente que su hijo estaba muerto: «No se si están vivos o si ya lo mataron». Después un campesino de Chajul resumió la versión de los hechos de la delegación, exceptuando que los habitantes del pueblo son obligados a presenciar la ejecución de los siete frente a la ig lesia. Otros miembros de la delegación insistieron en que los siete hombres habían sido ul timados en la carretera que lleva al pueblo, tal como lo describieron mis fuentes chajulenses un a década más tarde, luego los botaron en la plaza para dramatizar una de las arengas antiguerri lleras del ejército. Si la delegación creyó que los siete eran de Uspantán fue porque así lo había dicho el ejército. {18} Los cadáveres nunca fueron identificados con certeza, de ahí las dudas de Vicente con respecto a si su hijo estaba o no entre ellos. Con variantes mínimas, esta es la m isma versión de hechos que aparece en los informes de derechos humanos, y a la que Mario Paye ras, del EGP, añade que el ejército estaba tomando represalias por una emboscada guerrillera. {19}

En conjunto, el contraste entre el testimonio de Ri goberta y el de todos los demás es insignificante. Excepto por los detalles sensaciona listas, la versión de Rigoberta coincide con las de los otros y se puede considerar real. Está e n lo cierto cuando dice que el ejército llevó prisioneros a Chajul, alegó que eran guerrilleros y les dio muerte para intimidar a la población. Aparentemente, uno de ellos era su hermano menor.

El punto importante no es que lo sucedido realmente sea algo diferente a lo que Rigoberta dice que sucedió. La cuestión es que su relato, en éste y en otros episodios críticos, no es el testimonio ocular que ella da a entender. Aunque el la incluye a sus padres, hermanos y a sí misma en la escena, Vicente confesaba ignorar el destino de su hijo poco antes de su propia muerte. Los chajules solo presumían que las siete víctimas eran de Uspantán porque así lo había dicho el ejército. En resumen, no había parientes cerca para identificarlos y Rigoberta tampoco estuvo allí. {20}

Notas

{1} En la literatura académica, éstos se conocen como el modelo de economía moral (Scott 1976), el modelo de campesino racional (Popkin 1979) y el modelo de «conquista por coerción» (Leites y Wolf 1970).

{2} «Report on the Violence in Northern Quiché, Guatem ala, by a Parish Priest, Agust 1979 to January 1980» y Polémica 1982.

{3} Compárese con Kobrak 1997:76-77.

{4} Estoy en deuda con Kobrak (1997:9-10, 132) por ilu strar este enfoque en su estudio acerca de la violencia en el municipio awakateko y k'iche' de Aguacatán, Huehuetenango.

{5} Burgos-Debray 1984:172-181.

{6} Transcripción sin título de una entrevista grabada con una delegación de campesinos, 13, pág. 26, enero de 1980.

{7} Comité Pro Justicia y Paz 1980.

{8} Transcripción de una entrevista con una delegación de campesinos, 26 enero de 1980. En un momento anterior de la misma entrevista, Vicente si túa el secuestro de su hijo el 9 de setiembre, tal como lo corroboran otras fuentes.

{9} «Copia Integral del Discurso Pronunciado en el Con greso de la República», transcripción, 1 pág. , setiembre 1979.

{10} «Dice el Ejército: Campesinos de Uspantán Están Si endo Utilizados», Impacto, 28 setiembre 1979, pág. 2.

{11} Poco después de que la corte constitucional de Gua temala aprobara la extradición de Ochoa a los Estados Unidos, su presidente fue asesinado. El crimen se quiso hacer pasar por un robo de carro, pero la corte revirtió la extradición once d ías después, con el resultado de que Ochoa sólo podría ser arrestado si entraba en territorio de lo s Estados Unidos. En 1997 las autoridades guatemaltecas lo arrestaron por otro negocio de coc aína, esta vez en un centro comercial..

{12} «Cien campesinos irrumpieron el Congreso»; Prensa Libre, 27 setiembre 1979, pág. 4, y «Campesinos pidieron a diputados cese de la represi ón en Uspantán», Impacto, 27 setiembre 1979, pág. 2.

{13} «Copia Integra del Discurso».

{14} «Campesinos de Quiché Procuran Liberación de Secue strados», Noticias de Guatemala 27, 8 de octubre 1879, págs. 388-391. En una entrevista conc edida un día después de la ocupación del congreso, la explicación del grupo –haciendo refere ncia a que los secuestros eran represalias por

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negarse a aceptar los abusos de los hijos y el yern o de Honorio– fue interrumpido por un niño de trece años. A diferencia del resto de la delegación , el habló del asesinato de los dos ladinos el día 12 de agosto y de que se le inculpaba a San Pab lo. Después de esta declaración, otro orador volvió al tema de que los finqueros se habían queja do al ejército porque los campesinos no aceptaban sus exiguos salarios. En el curso de la m isma entrevista, una mujer taciturna identifica a Petrocinio Menchú como su hijo y dice que el ejér cito se lo llevó de la casa, al contrario que otra persona de la delegación que dice que lo secue straron del pueblo (Amnistía Internacional 1980)

{15} Víctor Perera (1993:106) cita mis entrevistas de C hajul como su fuente para una versión de la masacre que nunca he oído a nadie. Ningún chajul me dijo jamás que las víctimas habían sido ejecutadas en la plaza, ni que mostraban unas cuant as señales de tortura o que habían visto a Vicente Menchú en la escena, o que no habían visto a Rigoberta. Lo que le dije a Víctor, comentando un borrador de su libro, es que no debía interpretar literalmente la versión de Rigoberta.

{16} Chicamán es un pueblo de mayoría ladina que solía formar parte del municipio de Uspantán. Cuando comenzó la violencia, pasó a ser un municipi o independiente que incluye los asentamientos vecinos de Soch y San Pablo. Al parecer el nuevo mu nicipio también incluye gran parte de Chimel, pero los propietarios de este lugar consideran que tanto ellos como su propiedad forman parte de Uspantán. Los k'iche's de San Pablo sientan lo mism o. El límite todavía está por definir.

{17} «Carta Abierta», fechada el 31 de enero de 1980, f irmada por «Comunidades campesinas de Chajul, Nebaj, Cotzal y San Miguel Uspantán del Dep artamento de El Quiché», distribuida por el Frente Democrático contra la Represión el 1 de febr ero de 1980.

{18} Transcripción de una entrevista con una delegación de campesinos, 26 de enero de 1980.

{19} La versión de los hechos que los chajules dieron e n 1980 y que me reiteraron a finales de los 80 también aparece en Davis y Hodson 1982: 48-4 9 y en Payeras 1987:49. Solamente Me llamo Rigoberta Menchú sitúa el incidente el 24 de septiembre. Casi todas las otras fuentes lo sitúan el 6 de diciembre. Rigoberta también se presenta como testigo ocular en su testimonio para la Iglesia Guatemalteca en el Exilio (1982:30-40), el Comité G uatemalteco de Unidad Patriótica (n.d.:27-31) y el Tribunal Russell (Jonas et al. 1984:120-125).

{20} Hay otro rasgo del relato de Rigoberta que merece un comentario. Según su versión de los hechos, luego de que el ejército asesina a sus pris ioneros, los furiosos espectadores amenazan con machetes a los soldados y les obligan a retirarse. Podría parecer el colmo de la improbabilidad que una multitud logre enfrentarse a los soldados s in ser masacrada. Sin embargo, un incidente parecido ocurrió un poco antes de la matanza de los siete Uspantanos y es posible que los comentarios acerca de éste puedan haber contribuido al de Rigoberta. Dos meses antes de la muerte de Petrocinio, el 18 de octubre de 1979, el Ejércit o Guerrillero de los Pobres ocupó Chajul y dio un mitín en la plaza. Al día siguiente mataron a tr es soldados y llevaron al pueblo sus armas manchadas de sangre. Al igual que el ejército expon dría siete cadáveres para dramatizar sus advertencias en contra de la colaboración con la gu errilla, la guerrilla usó las armas ensangrentadas para dramatizar el mensaje de que el pueblo debe organizarse para defenderse del ejército.

Al tercer día, según un sacerdote católico: «una pa trulla del ejército ocupó Chajul e inició un registro sistemático, golpeando a la gente y abusan do de ella. Cuando se oyó el grito tradicional de los chajules, hombres, mujeres, jóvenes, niños y ancianos salieron de sus casas armados con piedras, palos y machetes y todo el pueblo enfrentó al ejército en la plaza central. Entre los dos grupos estaban los cadáveres de los tres soldados m uertos por la guerrilla. Un helicóptero del ejército comenzó a sobrevolar por encima de ambos g rupos mientras negociaban. El pueblo exigía que se fuera el ejército y si no lo hacían estaban disp uestos a atacarles. Decían que matarían más de los que podría matar el ejército. Un ciudadano demo stró que había sido golpeado por los soldados. El teniente al mando pidió un palo y empezó a golpe ar al soldado responsable hasta dejarlo medio muerto. La gente volvió a exigir que se fuera el ej ército y empezó a empujar a los soldados hasta que salieron del pueblo. Indignados por la situació n que habían soportado, decidieron linchar a Pedro Pacheco y Melchor Xinic por colaboradores e i nformantes del ejército» («Report on the Violence in Northern Quiché, Guatemala, by a Parish Priest, Agust 1979 to January 1980»).

Capítulo 6

La masacre en la Embajada de España

«De entonces para hoy, los combatientes muertos han extendido en lo inmenso su metálica forma y nuestra acción ha seguido nuevos derroteros .» –Mario Payeras, El Trueno en la Ciudad, 1978 {1}

Tomar rehenes en las embajadas y los ministerios de l gobierno es una forma de protesta común en Latino América. Capta la atención aun de los medios de difusión más reprimidos o indiferentes. En 1978, los sandinistas capturaron a todo el congreso de Nicaragua para dramatizar su lucha contra la dictadura de Somoza. Un arzobispo aceptó mediar, Somoza puso presos políticos en libertad y los guerrilleros salieron heroicamente del aeropuerto h acia el triunfo internacional. Pero la táctica puede resultar terriblemente adversa. Cuando la gue rrilla tomó la corte suprema de justicia colombiana en 1985, el ejército respondió con tanqu es. Murieron los cuarentiuno militantes, junto con doce jueces. Otra ocupación que acabó en desast re fue la del 31 de enero de 1980 en la Ciudad de Guatemala. Manifestantes enmascarados ocuparon l a embajada de España para denunciar la

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represión del gobierno, con lo cual la policía tomó el recinto por asalto. Treintiséis personas murieron, todos a excepción de un ocupante y un reh én, en el curso de una conflagración misteriosa.

Hasta la fecha, no hay acuerdo acerca de quién empe zó el fuego en la embajada española. Pero el holocausto no fue una derrota para el movimiento re volucionario. Puesto que la policía asaltó el edificio a pesar de las protestas del embajador esp añol, el gobierno de Guatemala fue declarado responsable de violación de la inmunidad diplomátic a y de las muertes de las personas que estaban en el interior. Mejor que ningún otro suceso, el in cendio capturó la brutalidad de las fuerzas de seguridad y la exhibió frente a las cámaras de tele visión. La violación del derecho internacional fue tan flagrante que convirtió al gobierno de Luca s García en paria internacional. Dentro de Guatemala, la masacre se transformó en un símbolo p oderoso para la coalición revolucionaria. Los manifestantes muertos fueron recordados como campes inos que luchaban para proteger a sus familias de los secuestradores del gobierno. Se convirtieron en víctimas ejemplares, mártires cuyas muertes presagiaban victoria. Entre ellos había seis person as de la aldea de Rigoberta, incluyendo su padre, Vicente Menchú. El tema de este capítulo es cómo murieron y porqué.

Chimel Recibe Su Título De Propiedad

«El helicóptero Alouette se posó en una nube de pol vo en las afueras de la remota aldea indígena de Chimel y de su interior salió un reduci do comité de funcionarios del Instituto de Reforma Agraria de la capital que haría la entre ga de títulos de propiedad a 45 familias indígenas. Pero los nuevos propietarios no aparecía n por ninguna parte. El alcalde de la aldea se acercó a los funcionarios y les tendió una nota laboriosamente escrita a mano. Debido a la «represión del ejército del gobierno», decía, los indígenas tenían miedo de llegar al pueblo para recibir los títulos.» – Washington Post, 3 febrero 1980.

Según Me llamo Rigoberta Menchú, el ventajista Instituto Nacional de Reforma Agrari a convence a los campesinos de Chimel para que firmen un documen to que ninguno puede leer. Supuestamente es el título de propiedad de su tierra. Dos años después, cuando los grandes latifundistas renuevan sus ataques, el INTA revela que se trata de un acuerdo por el que aceptan irse. Luego de más persecuciones, la agencia ofrece vender a Chimel su s propio terrenos por la imposible suma de Q.19.000 (US$19.000, en aquel tiempo), lo cual equi valía a una orden de desalojo. {2} Sin embargo, de los archivos del INTA emerge una historia muy di ferente, que es corroborada por los supervivientes de Chimel. Justo antes de que Vicent e muriera en la embajada de España, había recibido el título de propiedad solicitado durante tantos años.

Bajo el acuerdo número 26-79, con fecha 20 de dicie mbre de 1979, la institución concedía a cuarenta y cinco hogares los títulos provisionales de 2.753 hectáreas por un precio total de Q.19.270. {3} Hay dos detalles importantes. En primer lugar, los nuevos títulos correspondían a los terrenos que INTA reconocía desde mucho antes. No i ncluían las 151 hectáreas en las que se levantaban las casas de Chimel. Esto contrariaba a Vicente y sus hijos, que no estaban dispuestos a irse. Además, las 2.753 hectáreas fueron concedid as a pesar de la inflexible oposición de los Tum de Laguna Danta, que sentían que el INTA estaba consolidando el poder de Vicente en las 151 hectáreas que ellos reclamaban suyas.

En segundo lugar, el INTA no haría entrega de los t ítulos definitivos hasta que los colonos hubieran terminado de pagar todo su precio, los tér minos acostumbrados en la adquisición de terrenos nacionales. Puesto que Chimel ya había dad o un adelanto de Q.1.980, el resto de la deuda (Q. 17.290) podía ser pagado en 20 plazos anuales d e Q.864,50. Estando aún el quetzal en paridad con el dólar, esto significaba una carga anual de U S$20 por hogar. Según un miembro de la familia Menchú, la deuda era tan manejable que esperaban pa garla antes de tiempo.

Desgraciadamente, cuando llegaron los títulos, Chim el tenía tanto miedo del ejército que se negaron a presentarse en la municipalidad para reco gerlos. «Llegó un mensaje citando a Vicente Menchú y sus compañeros para que recibieran al jefe del INTA que les haría entrega de sus documentos», recordaba un funcionario municipal de entonces. «Pero ya había destacamento militar aquí y la gente se sentía amenazada. Ya había comen zado la violencia y ellos no vinieron por miedo al ejército. Temían que los iban a secuestrar». Rub én Castellanos, el vice-presidente del INTA, que había volado en helicóptero desde la capital ha sta la cabecera municipal, procedió a la entrega de los títulos de la aldea en una ceremonia tensa y triste celebrada el 28 de diciembre de 1979. «La gente se reunió para recibir los papeles, pero con miedo». Según una versión, Vicente dijo: «Sabemos que si llegamos a Uspantán el ejérci to va a secuestrarnos».

Sólo pocos días después, el 9 de enero, el ejército tuvo un enfrentamiento con San Pablo El Baldío, la aldea que había sufrido la mayoría de lo s secuestros en venganza por la incursión del EGP en agosto. A decir del ejército, una de sus pat rullas fue atacada repentinamente por los rebeldes. Los sampableños cuentan una historia dife rente. Según un comunicado escrito con la caligrafía y la gramática de un campesino y dirigid o a la Federación de Trabajadores de Guatemala, los soldados acusaron a la aldea de pertenecer a la guerrilla. Obligaron a las mujeres a darles de comer, separaron a los hombres y empezaron a dispar ar. La gente agarró machetes, azadones, leña y piedras para defenderse. En la confusión los soldad os dispararon a varios de sus propios hombres y uno de ellos resultó tan gravemente herido que el c omandante puso fin a su sufrimiento. {4} Según crónicas posteriores publicadas por la izquierda ur bana, el número de soldados muertos aumentó a tres, y el ejército hirió a dos sampableños y destr uyó muchas casas.

Según decía un sampableño entrevistado recientement e, los disparos comenzaron con un altercado entre un soldado que pedía comida y el indignado du eño de una casa que blandía su machete en el aire. El soldado disparó una bala que sesgó un dedo del hombre. Esto asustó a los soldados, que retrocedieron disparando sus fusiles e hiriendo mor talmente a uno de los suyos. No destruyeron casa alguna, y ninguna habría de ser destruida hast a un año más tarde. Aun después del enfrentamiento, el ejército regresó a San Pablo var ias veces «sólo para platicar», me contó el sampableño. «Primero el ejército llegó para decir a la gente que no se meta con la guerrilla.

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Llegaron tres o cuatro veces. La gente decía que no tenían nada que ver con la guerrilla, pero el ejército no les creía... Quedaba la duda».

Vicente da la vida por su hijo

Días después del incidente de San Pablo, los campes inos de allá, los de Chimel y los de otras aldeas se dieron cita en la iglesia católica de Usp antán. Luego se fueron a la Ciudad de Guatemala, tal vez vía Alta Verapaz en un autobús d e alquiler para evitar los controles del ejército en el sur del Quiché. Luego de reunirse co n delegaciones de las aldeas ixiles, los campesinos de Uspantán se alojaron en aulas de la U niversidad de San Carlos. A lo largo de las próximas dos semanas, y guiados por estudiantes de la San Carlos, trataron a través de las ocupaciones de que los medios de difusión dedicaran un espacio a sus denuncias. Pero la respuesta de una prensa intimidada por el régimen de Lucas Ga rcía se hacía esperar. Pocas horas después de que un abogado laboralista llamado Abraham Ixcampar í recibiera a los campesinos, era secuestrado y asesinado.

En la misma situación de peligro, los trabajadores en huelga habían conseguido ciertas concesiones de sus patronos luego de haber ocupado embajadas extranjeras. Para los campesinos de Quiché, la embajada de España era una opción atract iva ya que el Embajador Máximo Cajal y López acababa de estar en su departamento. Además de visi tar una excavación arqueológica, había hablado con los sacerdotes españoles sobre las amenazas que enfrentaban. En la embajada los campesinos podían tener la esperanza de que serían escuchados con comprensión, lo que levantaría la acusación de que el propio embajador había aprobado el plan d e ocupación. {5} Una coincidencia desafortunada se añadía a esta interpretación conspiracionista. C uando los manifestantes ocuparon la embajada, entre las doce personas que atraparon en su interio r se encontraba un ex vicepresidente de Guatemala, Eduardo Cáceres Lenhoff, y un ex ministr o de Asuntos Exteriores, Adolfo Molina Orantes. Estaban allí para solicitar del gobierno español ap oyo económico para una conferencia legal. ¿Habían sido invitados los manifestantes a hacer su aparición justo en el momento en que había rehenes valiosos? {6}

La embajada de España era una residencia sin protec ción en una calle suburbana. Con los rostros cubiertos, los ocupantes entraron por la puerta pri ncipal a las 11:00 a.m. Anunciaron que todos lo que se encontraban en el edificio eran rehenes a pa rtir de ese momento. También llamaron a los medios de difusión para convocar una rueda de prens a a la 1:30. Antes de que la prensa pudiera entrar en la embajada, ésta fue rodeada por cientos de policías antidisturbios así como por judiciales vestidos de civil (policía secreta), que a menudo hacían horas extraordinarias en los escuadrones de la muerte. En el interior, el embaja dor Cajal y el secretario de la embajada trataban desesperadamente de evitar un enfrentamien to. Imploraron por teléfono al ministro guatemalteco de Asuntos Exteriores, al Palacio Pres idencial y a su propio ministro de Asuntos Exteriores que ordenaran la retirada de la policía, hasta que la policía cortó la conexión. Las súplicas de los diplomáticos españoles fueron refor zadas con los llamados de Molina Orantes y Cáceres Lenhoff, los dos dignatarios guatemaltecos, pero también fueron ignorados, incluso cuando salieron a las ventanas con un megáfono.

La policía empezó a tomar la embajada hacia las 2 d e la tarde. Las imágenes de televisión muestran la violencia del asalto, con las fuerzas d e seguridad haciendo añicos puertas y ventanas. Los manifestantes retrocedieron hasta el segundo ni vel, detrás de una verja de metal que bloqueaba la parte alta de las escaleras. Nerviosos pero desa fiantes, se ofrecieron a caminar en parejas hasta la Universidad de San Carlos con sus rehenes, si primero se retiraba la policía. La policía se negó. Querían que los ocupantes salieran del edi ficio de uno en uno, ofrecimiento que ellos rechazaron, a sabiendas de cuántos detenidos habían reaparecido como cadáveres. Los ocupantes también pidieron al presidente de la Cruz Roja naci onal que actuara como mediador. él se negó.

En el momento en que la policía irrumpía a través d e la verja metálica, los ocupantes llevaron a los rehenes al despacho del embajador e hicieron barricadas con los muebles frente a la puerta de madera. Allí siguió un enfrentamiento verbal de quince minutos a través de una grieta de la puerta. Hacia las 3 p.m., la policía comenzó a derr ibar la puerta a golpes. Fuera del edificio, periodistas y otros espectadores oyeron una explosi ón dentro de la habitación, luego vieron humo y fuego a través de las ventanas. Puesto que éstas es taban enmarcadas en metal y protegidas con rejas de hierro, nadie podía escapar por ellas. Las llamas y los gritos pidiendo auxilio duraron varios minutos. Como la policía bloqueaba la entrad a, los bomberos sólo podían lanzar agua desde afuera. Cuando finalmente entraron en la habitación , la mayoría de las víctimas estaba amontonada una sobre otra cerca de las ventanas. La mayoría pa recía haber muerto asfixiada por el humo. {7}

Sólo había dos supervivientes, y pronto sólo quedar ía uno. El embajador Cajal estaba en la puerta de su despacho, tratando de negociar con la policía cuando estalló el fuego. Con la ropa y el pelo en llamas, logró colarse al otro lado de la puerta. El otro sobreviviente era Gregorio Yujá Xoná de San Pablo El Baldío. Se encontraba deb ajo del montón, entre las docenas de cadáveres ennegrecidos por el humo y seguía respirando imperc eptiblemente. Una noche después, Gregorio era secuestrado de su cama de hospital por hombres fuer temente armados. Pocos días más tarde, dejaban tirado su cadáver en la Universidad de San Carlos c on una bala en la frente. «Correrá el mismo riesgo el Embajador español», decía un letrero que dejaron a su lado. {8}

Al ignorar las protestas del embajador e invadir la embajada, el régimen de Lucas había cometido una violación grave del derecho internacio nal. El gobierno español le responsabilizó de todo lo que había sucedido y rompió las relaciones diplomáticas. Tres días después del fuego, la procesión fúnebre de los ocupantes atrajo a miles d e simpatizantes. Siguiendo la augusta tradición de los funerales políticos, dos estudiantes y un po licía murieron en un tiroteo, mientras que un comandante de policía resultaba herido y un manifes tante era secuestrado.

Los mártires de la Embajada

«Elio fue para mi un hombre en todo sentido de la p alabra: bueno, cariñoso, respetuoso, responsable. Aunque parezca exageración, jamás de é l escuché un insulto; siempre me dio de él lo mejor y en ese sentido se convirtió para mí e n el principio de mi vida verdadera. No

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digo el fin, aunque en este momento sin él no me gu staría vivir más, pero trato de aferrarme en que tengo un deber y es el de que nazca a su hij o al que tanto amó.» {9} –Epitafio por uno de los estudiantes que murió en la embajada, 1980.

El número exacto de personas que murieron en la emb ajada fue tema de confusión. El gobierno español culpó al régimen de Lucas García por la mue rte de treinta y nueve personas. Pero la Cruz Roja informó que había encontrado treinta y seis ca dáveres y sólo se publicaron treinta y seis nombres. Según la lista, los manifestantes muertos incluían seis campesinos de Chimel, tres de San Pablo el Baldío, dos de la vecina aldea de Macalaja u y otro de la aldea de Los Plátanos, lo que suponía un total de doce uspantanos, más otros tres del pueblo de Chajul, en la región ixil.

Además de los quince ocupantes del norte del Quiché , había cinco activistas del Comité de Unidad Campesina, dos de organizaciones populares u rbanas y cuatro estudiantes de la Universidad de San Carlos, hasta un total de veintiséis ocupant es que murieron en el fuego. Además del superviviente que moriría poco después, Gregorio Yu já, dieciséis campesinos del norte del Quiché y once activistas de organizaciones revolucionarias o cuparon la embajada, formando un total de veintisiete ocupantes. Entre los diez rehenes muert os se incluían los dos dignatarios guatemaltecos, siete miembros del personal de la em bajada y un ciudadano español que había aparecido por allí en un momento muy inoportuno.

Me llamo Rigoberta Menchú dice que en el interior de la embajada había ocho personas de Chimel, «eran los mejores de nuestra aldea, eran compañeros muy activos». {10} Pero durante mis entrevistas sólo surgieron seis nombres. Además de Vicente Menc hú, había otro catequista llamado Mateo Sic Pinula. De unos treinta y tres años, trabajaba como carpintero además de ser agricultor, era el secretario de la filial de Acción Católica en la al dea y dejó tras él una viuda y tres hijos. Juan Us Chic era el tesorero de Chimel. Se ganaba la vid a extrayendo madera y rondaba los treinta y siete años cuando murió, dejando una viuda y cinco hijos. Regina Pol Suy era una mujer soltera de poco más de treinta años que dejó dos hijos. Juan T omás Lux era un joven emparentado con los Menchú a través de una hermana suya casada con Víct or, el hijo de Vicente. María Pinula Lux era una muchacha de catorce años.

Murieron cuatro hombres de San Pablo. Se dice que d os de ellos, José Angel Xoná Gómez y Gavino Morán Xupe, eran los hijos de Paulino Morán, el pri ncipal de la aldea que fuera secuestrado en agosto de 1979. Al igual que un tercero, un campesi no de poco más de veinte años llamado Mateo Sis, eran miembros activos de la Iglesia Católica y dejaron viudas y huérfanos. Gregorio Yujá Xoná, el superviviente que fue secuestrado de su ca ma de hospital, era un catequista de mediana edad que le gustaba asistir a las reuniones de Acci ón Católica en Uspantán. Posiblemente nació en la propiedad de los Martínez en El Soch, creció com o trabajador dependiente y más tarde ayudó a organizar el nuevo asentamiento en las montañas de San Pablo.

Dos de los muertos procedían de la aldea de Macalaj au. Juan López Yac tenía veintiocho años y era miembro de la cooperativa que estaba a cargo de l molino de maíz de la aldea, dejó una viuda y tres niños pequeños. Juan Chic Hernández era un jov en de catorce años que estudiaba séptimo grado en la escuela de Uspantán. Un antiguo compañero de clase recuerda que en los últimos meses de su vida «tenían problemas, les estaban investigando, y él iba y venía de Básico, siempre acompañado de amigos, como si tuviera miedo de ser agarrado».

Había un hombre llamado Francisco Tum Castro de la aldea de Los Plátanos en Uspantán, posiblemente era promotor de salud al igual que dos hijos de Vicente Menchú. Procedente del pueblo ixil de Chajul, era el catequista Gaspar Vi, al que nos referiremos de nuevo más adelante; así como dos hermanas que compartían el nombre de María Ramírez Anay, la mayor era catequista.

De los cinco activistas pertenecientes al Comité de Unidad Campesina, tres eran k'iche's de los alrededores de Santa Cruz del Quiché, la cabecera d epartamental en la que se originó el CUC. Según datos de su organización:

—Victoriano Gómez Zacarías era de la aldea de Pames ebal. Tenía veinte años, acababa de terminar sexto básico, todo un logro dado el lugar y la époc a, y se estaba instruyendo como tejedor en la aldea de La Estancia, un bastión del CUC que pronto sería destruido por el ejército. Victoriano también trabajaba como organizador de aldeas. Era u n co-fundador del CUC y pertenecía a la comisión coordinadora regional.

—Mateo López Calvo también era un hombre joven, pro cedente de la aldea Cucabaj, trabajaba como vendedor de pueblo en pueblo y como jornalero estac ional en las fincas. Tras arduos esfuerzos aprendió a leer y escribir, era coordinador de alde a y miembro de la comisión coordinadora nacional del CUC.

—Salomón Tavico Zapeta, un joven de veintidós años de la aldea de Chitatul, también era miembro de la comisión coordinadora nacional del CUC. «Le f altaba agresividad e iniciativa», pero había sobrevivido al arresto y la tortura por las fuerzas de seguridad.

Dos de los muertos del CUC eran hombres de más edad que se habían alejado del ámbito de la aldea:

—Francisco Chen Tecu era un maya achí de Rabinal, e n el departamento de Baja Verapaz. Tenía treinta y dos años y había servido en el ejército a l igual que Vicente Menchú y Gregorio Yujá Xoná. Desde entonces había trabajado en las fincas y viajado como pequeño comerciante. Dejó viuda y cinco hijos.

—Juan José Yos también rondaba los treinta, tenía u na familia de seis hijos en Santa Lucía Cotzumalguapa, un semillero del CUC en la costa del Pacífico. Sus padres eran mayas kaqchiqueles de San Martín Jilotepeque, en el departamento de Ch imaltenango. Trabajador de las fincas desde hacía muchos años, reclutaba en el CUC a gran parte de sus compañeros de trabajo, viajaba de un lado para otro como organizador y en el momento de su muerte dirigía la comisión coordinadora regional.

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Otro activista que acompañaba a la delegación de ca mpesinos era Felipe Antonio García (veintisiete años), hijo de una familia de campesin os indígenas que se había trasladado a vivir en la capital. Según un obituario, había empezado a tr abajar a los doce años. Tras ser despedido de varias fábricas por sus actividades sindicales, se convirtió en organizador de la Federación de Trabajadores de Guatemala y en uno de los líderes d el Comité Nacional de Unidad Sindical (CNUS) que coordinó la oposición sindical durante el régim en de Lucas. También participó en la ocupación del Congreso Nacional en septiembre de 1979.

Los cuatro estudiantes de la San Carlos eran miembr os del Frente Estudiantil Revolucionario Robin García. Tres pertenecían a la escuela de dere cho y el cuarto estudiaba económicas.

—Sonia Welchez (veintiséis años) provenía de una fa milia obrera de la capital y vivía una vida espartana en solidaridad con los pobres. Su padre e ra un sindicalista activo que dos años antes había sido acusado de pertenecer a la guerrilla. Fu e secuestrado de su casa, torturado y encontrado muerto debajo de un puente. Poco antes d e su propia muerte, Sonia decía que la realidad de los indígenas a los que estaba acompañando había ampliado enormemente su conciencia revolucionaria. «No hay redención sin dolor», dijo también. Un rehén que escapó antes de los momentos finales pensaba que ella dirigía a los ocu pantes. {11}

—Rodolfo Negreros Straube era de la ciudad costeña de Retalhuleu y jugó un papel destacado en las luchas partidistas de la Universidad de San Car los. «Siempre fue inflexible con los que planteaban que nuestra lucha no podía estar dirigid a por la firme alianza obrero-campesina. Siempre lo dejaba bien claro, nuestra lucha está di rigida por la lucha obrero-campesina». También «se desesperaba cuando las tareas se dilataban en s alir» y «era demasiado activista el compañero, siempre sacaba las tareas, sin importarle que éstas perdieran el carácter organizacional que deberían tener».

—Leopoldo Pineda Pedroza (veinticinco años) era act ivo en teatro revolucionario. Hijo de campesinos ladinos, había crecido en Escuintla, en la costa, y apenas se estaba sobreponiendo de la muerte repentina de cuatro miembros de su famili a. Estaba saliendo asimismo de una adolescencia desenfrenada y dominada por el licor en la que solí a meterse en pleitos «con los finqueros, los comisionados militares y otros reaccionarios que no estaban de acuerdo con su ideología». El grupo de teatro que organizó fue uno de los cimientos del Frente Robin García.

—Luis Antonio Ramírez Paz (veintiséis años) procedí a de una clase social más alta que la de los otros estudiantes que murieron en la embajada. Habí a hecho teatro revolucionario con Leopoldo pero era más conocido como el fundador de un periódico r adical universitario, y también como líder en el CNUS, el Frente Democrático Contra la Represión y el Frente Robin García. Según un obituario, él lideraba la delegación estudiantil en la embajad a. {12}

El testimonio del Embajador

«A las 15 horas, los comandos habían logrado romper la puerta y habían logrado arrojar la primera bomba química incendiaria. Este preciso ins tante fue aprovechado por el embajador Máximo Cajal para salir corriendo con grandes quema duras. Luego la puerta se cerró.» –Rigoberta Menchú y el CUC, 1992. {13}

El movimiento revolucionario evoca invariablemente el carácter pacífico de la ocupación. Desde luego, la forma en que los manifestantes tomaron la embajada no fue violenta si se compara con el asalto de la policía. Pero el personal de la embaja da no opuso resistencia, de modo que los ocupantes no tuvieron un motivo para recurrir a la fuerza, y lo que vino a continuación difícilmente estuvo exento de intimidación. Los vei ntisiete manifestantes estaban armados con machetes, tres o cuatro pistolas y cócteles Molotov . Y no estaban haciendo teatro cuando tomaron rehenes, a los que tuvieron estrechamente vigilados . Mientras se tramaba el enfrentamiento, los ocupantes nunca dieron a sus prisioneros –entre los que se incluían cuatro mujeres guatemaltecas que trabajaban en la embajada y una española– oport unidad para ponerse a salvo. En vez de ello, los rehenes fueron conducidos en manada a punta de pistola y utilizados como escudos.

La izquierda acusó a las fuerzas de seguridad de ha ber utilizado alguna sustancia incendiaria como napalm o fósforo blanco para incinerar a las v íctimas. «Grupos estudiantiles de oposición afirman que están acumulando «datos sorprendentes» sobre la matanza de la embajada, capaces de contradecir la versión oficial de que la muerte se produjo por «auto-inmolación», informaba El País de Madrid. «Un portavoz del Frente Estudiantil Rev olucionario Robin García dijo que «la policía probablemente empleó napalm». También afirm ó que existe una grabación de un jefe de la policía en la que se da la orden de «entrar y acaba r con todos». Pero estas pruebas no fueron presentadas a la prensa. También afirmaron que los cócteles molotov que llevaban los ocupantes eran sencillos, de gasolina con mecha de pólvora, e incapaces de provocar la matanza que se produjo.» {14}

A partir de este momento, casi todos los relatos so bre el incendio han sido el eco de las fuentes revolucionarias y culpan a las fuerzas de s eguridad de haberlo iniciado. El testimonio de Rigoberta de 1982 es una excepción que deja abierta la cuestión. Pero una década más tarde, el CUC y ella se unieron al consenso general y culparon al gobierno, alegando que quería desviar la atención de «su imagen deteriorada.» {15} Resulta difícil de entender cómo se puede desviar la atención quemando vivas a treinta y seis personas d entro de una embajada extranjera, no obstante es cierto que el régimen de Lucas García era de una brutalidad temeraria.

Elías Barahona y Barahona, un agregado de prensa de l Ministerio del Interior que desertó al EGP, afirmó que sabía personalmente que el presiden te y sus compinches habían decidido inmolar a los ocupantes. «Cuando parecía que la situación nun ca se iba a terminar, el presidente Lucas llamó al Ministro del Interior, Donaldo Alvarez Ruiz, par a preguntarle qué estaba pasando, por qué no había solucionado el asunto. él le dijo que la situ ación estaba difícil porque según el derecho internacional el territorio de la embajada era invi olable. Lucas le dijo que se dejara de babosadas, tenía que zanjar el asunto en seguida. L e informaron que el ex vicepresidente Cáceres Lenhoff y el ex ministro de asuntos exteriores, Mol ina Orantes, también estaban dentro.

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«Entonces, recuerdo muy bien lo que le contestó Luc as: No importa. Resuelve el problema. Ahí el ministro le pidió que definiera la orden con más pr ecisión y el respondió: Sácalos como puedas. En ese instante, la policía irrumpió en la embajada la nzando granadas, disparando todo tipo de proyectiles, pero los compañeros que estaban dentro de la embajada subieron hasta la última oficina, que era el despacho del embajador, y se re fugiaron allí. El espectáculo era espantoso... desde la calle, miles de personas pudieron ver cómo treinta y nueve seres humanos se retorcían y morían quemados». {16}

Barahona corrobora la versión de los hechos preferi da de la izquierda, pero ambas se contradicen con la del único superviviente del ince ndio: el embajador Máximo Cajal y López. «Cuando los policías entraron en mi despacho», decl aró el embajador a Radio Nacional de España un día después del incidente, «..uno de los campesinos lanzó un cóctel molotov. El fuego prendió rápidamente y el despacho se transformó en un autén tico brasero». {17} «La policía tiró abajo la puerta de mi despacho. Los ocupantes, que estaban d esesperados, lanzaron un cóctel molotov y sonaron unos disparos», declaró por teléfono a una emisora de radio de Bogotá. «Yo era el que estaba más cerca de la puerta y conseguí escaparme de uno de los ocupantes, que me apuntaba con una pistola» {18} «A pesar de mis intentos de dialogar», le citaba El País de Madrid desde su cama de hospital, «la policía comenzó a destrozar con ha chas la puerta. En ese momento se produjo una gran confusión, sonaron algunos disparos, no puedo precisar de quién, y uno de los ocupantes lanzó un cóctel molotov contra la puerta. Yo estaba muy c erca de la salida y salté afuera, con las ropas ardiendo, como los leones en los circos». {19}

¿Pudiera ser que Cajal tuviera ciertos prejuicios e n contra de los manifestantes? No, su simpatía hacia ellos era tan evidente que fue acusa do de planear la ocupación. Garantizó sus intenciones pacíficas y suplicó a las autoridades q ue detuvieran a las fuerzas de seguridad. Desde el momento en que logró escapar, denunció a la poli cía, tratándolos de «bestias» y «brutos» y en ningún momento tuvo dudas en cuanto a responsabiliz ar al gobierno guatemalteco de las muertes. Sin embargo, atribuyó reiterativamente el inicio del fu ego a los manifestantes. Aún así, ¿es posible que fuera citado erróneamente? No, en un informe of icial que se hizo público una semana más tarde, el ministro español de asuntos exteriores transmiti ó la siguiente conversación sostenida con el embajador mientras éste seguía en su cama de hospit al.

«Cuando la policía asaltó la embajada, los ocupante s y rehenes se refugiaron en el despacho del embajador, a quien uno de los ocupantes mantenía en cañonado por una pistola en esos momentos. Cajal insistió en que no entraran (los policías). L a policía empezó a derribar la puerta y un ocupante lanzó una bomba de gasolina, que no explot ó y que derramó el líquido por el suelo. Otro lanzó una cerilla, buscando la llamarada, y fue el propio Cajal quien consiguió apagarla con un pie. Más tarde, otro ocupante lanzó una segunda bom ba de gasolina, que explotó y prendió fuego en todo el mobiliario de la habitación. Cajal se zafó de su guardián, saltó por la puerta a través de las llamaradas, escuchó disparos dentro y se revolc ó en el suelo de una habitación contigua para apagar el fuego de su ropa. Según el embajador, no cree que la policía guatemalteca disparara en el momento de incendiarse la habitación». {20}

Cuando contacté al embajador Cajal quince años desp ués, confirmó haber visto a un ocupante enmascarado que lanzó una botella de gasolina y der ramó el combustible. También confirmó que había apagado con su pie una cerilla arrojada con la inte nción de prender el combustible, pero este episodio sucedió mucho antes de la explosión y de s u huida a través de la puerta. El punto más importante que deseaba aclarar era que, al no tener ojos en la nuca, no había visto cuál había sido el origen real del fuego, por lo tanto no podí a afirmar con toda certeza que lo hubieran iniciado los manifestantes.

«Todos los ocupantes estaban enmascarados, de modo que no sabría decir quién era quién», dijo. «No tengo idea de cuál de ellos era Vicente Menchú. Algunos llevaban pistola; muchos otros llevaban machetes; lo se porque me pusieron un mach ete contra el cuello. Al principio la ocupación fue bastante civilizada, pero cuando la policía tom ó la embajada, los ocupantes se empezaron a poner cada vez más nerviosos, más excitados. Rechaz aron mi sugerencia de que salieran de la embajada y que yo haría públicas sus reivindicacion es; no creían que yo me solidarizaba con ellos. Llevaban cócteles molotov; lo sé porque los vi, bot ellas de Coca Cola taponadas con trapos. Incluso sugerí que dejaran los molotov en mi despac ho, para que cuando salieran de la embajada la policía no las viera y les hicieran problemas por e llas.»

«Desde el otro lado de la puerta, la policía me acu saba de haberme aliado con los ocupantes, de comunista y de hijo de puta. La policía estaba derr ibando la puerta con hachas y machetes hasta que hicieron un agujero muy grande y sólo había uno s cuantos muebles amontonados frente a éste, como cuando uno está mudándose de casa. De repente hubo una explosión, un ruido y fuego. No sabría decir dónde empezó. Yo estaba completamente aturdid o. A mis espaldas, (dentro de su despacho) oí uno, dos, tres disparos... Repito que no se quién e mpezó el fuego. Detrás de mi no vi a nadie (que iniciara el incendio) ni tampoco frente a la puerta , puesto que no podía ver a través de ella, a pesar de que estaba en ruinas. La policía se amonto naba delante de ella. No podría decir con sinceridad si fue un lanzallamas o un cóctel moloto v».

¿Por qué nadie logró escapar por la puerta?. «No lo sé... Mi única explicación es que la policía, que se había retirado unos metros hasta el rellano de la escalera... tal vez sorprendida por el fuego y los disparos, que procedían del inte rior de mi despacho ya que los oía pasar silbando a mi lado, se reagrupó y regresó al segund o nivel. Allí me rodearon (yo estaba en otra habitación , frente a mi despacho) y me condujeron hasta un radio patrulla... Todo sucedió en cuestión de segundos. Estoy firmemente convencido d e que la policía impidió la salida de todos o de algunos de los que se vieron atrapados. Parece i mposible que nadie más pudiera hacer lo que yo hice, aunque me quemara en el proceso». {21}

¿Quién inició el fuego?

«La mera verdad ni yo ni los compañeros podríamos d ecirla, ya que nadie de los que ocuparon la embajada se quedo vivo. Todos, todos se murieron ; tanto los compañeros que coordinaban

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esa actividad como incluso los compañeros que hacía n la vigilancia. Después de lo de la embajada, fueron ametrallados por otros lados.» – Me llamo Rigoberta Menchú, pág. 211 (ed. Arcoiris)

Ante la ausencia de una investigación oficial, most ré a dos investigadores de California, expertos en incendios premeditados, las fotos del s uceso que habían sido publicadas en la prensa. A juzgar por las apariencias, dijeron, las ropas y cadáveres relativamente intactos sugieren un fuego de intensidad media. El fósforo blanco arde t an violentamente que hubiera incinerado los cadáveres y abierto un agujero en el edificio. En v ez de ello, el fuego se extinguió rápidamente y dejó intacta la estructura. El napalm sería una hip ótesis más plausible. Pero como es una gelatina que se pega a la piel, habría dañado más los cadáve res. Según las conjeturas de mis dos expertos, lo que estaban viendo era un incendio instantáneo q ue bien podría haber sido provocado por gasolina. A pesar de que las notas necrológicas de la izquierda ridiculizaron la idea de que unos cuantos cócteles molotov hubieran matado a tantas p ersonas, la gasolina es muy volátil y se vaporiza inmediatamente, más aún con el calor human o de una habitación llena de gente. Las marcas de quemaduras en una de las víctimas, la cabeza abr asada y pocos daños por debajo de ella, sugieren que las llamaradas de gas pudieron haber e xplotado en la parte superior del recinto. Quienes no murieran por las llamas es posible que l o hicieran por inhalación de humo, incluso junto a las ventanas abiertas, ya que por ellas sal ía aire irrespirable a causa del fuego. Las heridas mortales provocadas por la inhalación de fu ego o humo no hubieran impedido a las víctimas que se revolcaran y gritaran durante unos minutos, como hicieron muchas de ellas. {22}

Por supuesto, la versión oficial de los hechos atri buyó el incendio a los ocupantes. Sólo eso fue una razón suficiente para adjudicar la responsa bilidad al régimen de Lucas García. Ya en muchas ocasiones había dado pie a la incredulidad. Ahora alegaban que el secretario de la embajada había pedido a la policía que interviniera (puesto que había muerto, no podía dar su versión), que los ocupantes eran principalmente terroristas armad os y acompañados por unos cuantos campesinos, y que eran un escuadrón suicida que había decidido au toinmolarse para avergonzar al gobierno. {23} No toda la versión oficial era absurda. Incluso la izq uierda admite que los ocupantes iban armados con cócteles molotov. No era insólito que amenazara n con utilizarlos. Tres días antes, algunos de estos mismos manifestantes tomaron una estación de radio, esgrimieron bombas de gasolina y amenazaron con prenderlas. {24} Cuando los miembros del CUC ocuparon la embajada b rasileña en mayo de 1982, también llevaban cócteles molotov.

Este último episodio merece un comentario, puesto q ue su objetivo fue el mismo que el de la embajada española dos años antes, llamar la atenció n sobre las atrocidades del ejército. La diferencia fue que los siete ocupantes vivieron par a contar su historia, incluyendo cómo esperaban utilizar sus armas. El líder era el co-fundador del CUC, Domingo Hernández Ixcoy, que dice que estaban dispuestos a morir. Cuando las fuerzas de s eguridad irrumpieron de noche en el edificio, los ocupantes se encerraron con sus rehenes en una habitación pequeña, al igual que habían hecho sus antecesores en la embajada española.

«Si muestras miedo, te alteras mucho, no puedes tom ar las decisiones» dijo Hernández en relación al ambiente de crisis. «Por eso un compañe ro que andaba con nosotros estuvo a punto de tirar un molotov cuando el helicóptero empezó a tir ar los sacos de arena (en el techo, para simular la llegada de tropas de asalto). Entonces l e dije: 'No, compañero, todavía no es el momento. El que tiene que dar la orden para hacer c ualquier cosa soy yo. Todo está bien. Guárdala en tu cartera, quizás la usemos de un momento a otr o'. Es que si uno se muestra demasiado nervioso en estas actividades, fácilmente comete un error. P or ejemplo, también dentro de la embajada a un compañero se le fue un tiro». En resumen, aun despu és del desastre en la embajada española los militantes estaban dispuestos a utilizar bombas de gasolina bajo circunstancias similares. {25} No las habían llevado sólo para agitarlas en el aire.

Otro aspecto de los acontecimientos de la embajada española es el plan de ocupación encontrado por la policía. Desgraciadamente, sólo explica cómo sería tomada la embajada y controlados los rehenes y no cómo responderían los ocupantes ante u n ataque, parece que dieran por hecho que estarían protegidos por el santuario diplomático. E ste plan se refiere a las bombas de gasolina simplemente como «materiales para la auto-defensa», y no detalla cómo pensaban utilizarlas. {26} ¿Cómo se podrían usar bombas incendiarias en el int erior de un edificio? Presumiblemente, se podrían lanzar por una ventana, o a un vestíbulo, o a través de una puerta para mantener a raya a la policía, tal y como se usan en las manifestacion es de la calle. En el mejor de los casos es posible que impidieran el ataque de las fuerzas de seguridad, y al llevarlas consigo al menos se ampliarían las alternativas de los ocupantes.

La opinión general atribuyó a los estudiantes de la Universidad de San Carlos el liderazgo de la ocupación. Tres de los cuatro habían sido activo s en un enfrentamiento laboral que tuvo lugar en 1978, cuando los trabajadores despedidos por la fábrica de Duralita, propiedad de capital suizo, ocuparon la embajada suiza durante tres días . Esto apunta a la posibilidad de que la toma de la embajada en la que fallecieron no fuera su pr imera acción de este tipo. {27} Un testimonio cándido de la izquierda sería inestimable, pero es posible que nunca lo tengamos debido a la muerte de todos los ocupantes y de un número nada d espreciable de sus compañeros, ya que las fuerzas de seguridad desarticularon sus organizacio nes a lo largo del siguiente año.

Los estudiantes han sido el elemento más consistent e de los movimientos revolucionarios de América Latina. En Guatemala, ellos y sus profesore s encabezaron el levantamiento popular en contra de Ubico en 1944, fueron un baluarte de la r esistencia frente al gobierno de derechas después de 1954 y mantuvieron vivo al movimiento gu errillero desde finales de la década de los 60 hasta finales de la década de los 70. En el agresiv o mundo de la política guatemalteca, se esperan e incluso se perdonan las protestas violentas de lo s estudiantes. Una de las pocas plataformas para el movimiento guerrillero en la capital fue la Universidad de San Carlos. Al igual que muchas otras universidades públicas de América Latina, tie ne una administración autónoma. Los estudiantes y la facultad eligen a las autoridades académicas; los campus están legalmente protegidos de la incursión de las fuerzas de seguridad. Eventualment e, las elecciones para autoridades

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universitarias permitieron que los partidarios de l a guerrilla tomaran el control. Ya en enero de 1980, como reacción al terror de Lucas, San Carlos era un hervidero de células guerrilleras recién organizadas y poco disciplinadas, especialmente en las facultades de sicología, sociología y derecho.

El Frente Estudiantil Revolucionario Robin García ( FERG) era una organización clave en este medio. Recibió este nombre en homenaje a un estudia nte de secundaria secuestrado por las fuerzas de seguridad en 1977. Robin García era un líder de un instituto de estudiantes de magisterio en el cual los estudiantes, de escasos recursos económico s y descontrolados, salían con frecuencia a las calles y causaban alboroto. Independientemente de q ue él colaborara con el Ejército Guerrillero de los Pobres, como presumen muchos, la organización q ue llevaba su nombre si lo hacía. En 1980 los activistas del FERG se rebelaron no sólo contra la dictadura sino también en contra de una administración universitaria controlada por el part ido comunista local. Al igual que otros grupos latinoamericanos que seguían la línea de Moscú, el Partido Guatemalteco del Trabajo (PGT) consideraba que la izquierda radical era inmadura y autodestructiva. Dirigido por intelectuales de más edad y de clase media, el PGT se oponía a la su blevación por la que apostaba el EGP. Se dice que sus cuadros rechazaron los planes de ocupación de la embajada, y hasta la fecha la izquierda todavía discute esta acción.

La autodefensa es una razón plausible para usar bom bas incendiarias, pero no encaja en el escenario reconstruido por un bombero municipal que ayudó a recuperar los cadáveres. Esto es lo que él dice que encontró en la escena. En contra de l escenario imaginado por mi investigador californiano, es decir que la gasolina podría haber explotado a la altura de las cabezas, el bombero dijo que no había encontrado marcas de fueg o en la parte superior de la pared. En vez de ello, encontró marcas de fuego más abajo, a menos d e un metro de distancia del piso, lo que indica que el fuego comenzó desde abajo. Recuerda que lo q ue olió cuando entró en la habitación no era gasolina, sino queroseno. Si esto es lo que olió (o tro bombero sólo recordaba el tufo de los cuerpos calcinados), contradice la suposición de qu e fuera lanzada una bomba incendiaria sólo para evitar la entrada de la policía.

El queroseno produce un denso humo negro, igual que el de este incendio, y es menos volátil que la gasolina, por lo que cuesta más prenderlo. Es po r esto que la gasolina es el combustible preferido para los cócteles molotov, incluido en va rias bombas incendiarias sin utilizar que los bomberos y las fuerzas de seguridad sacaron del edi ficio. Pero el olor más penetrante del queroseno habría enmascarado el olor de la gasolina , cuya volatilidad podía haber sido utilizada para prender la llama. «Nadie provocó el incendio d esde afuera», fue la conclusión del bombero. «Parecía que regaron combustible desde adentro y de spués prendieron fuego. Regaron antes el kerosene, después le prenden fuego. Me dio la impre sión de que las gentes murieron asfixiadas. Allí todo fue premeditado».

Además de la composición química del fuego, otro te ma que merece más investigación es la condición de la puerta de madera del despacho, espe cíficamente si estaba o no intacta. Desgraciadamente, los recuerdos de mis tres fuentes no son consistentes. El embajador Cajal recuerda que la puerta había sido destrozada por la s hachas de la policía y por lo tanto no podía haber sido un obstáculo importante. Desde su punto de vista, la puerta estaba lo suficientemente abierta como para que la policía hubiera sido capaz de ayudar a escapar a algunas de las personas que se encontraban dentro de la habitación, y al no hacerlo incurrieron en negligencia criminal.

Pero según los dos bomberos que entrevisté, la puer ta estaba lo bastante intacta como para dificultar el acceso al otro lado, a decir de uno d e ellos debido a que estaba cerrada por dentro y según el otro porque la entrada estaba bloqueada con muebles. Según el segundo bombero, la primera persona que entró en la habitación, era dif ícil pasar al otro lado ya que desde el interior de la habitación habían atravesado un sofá contra el marco de la puerta. Si es cierto que la puerta estaba cerrada por dentro o que el paso h abía sido bloqueado, se explicaría porque nadie más pudo seguir al embajador Cajal hasta el pasillo . La policía antimotines tampoco pudo bloquear la puerta desde el interior, puesto que ellos estab an del otro lado. Alguien tuvo que hacerlo desde dentro. ¿Pudiera ser que en el forcejeo de la s víctimas, tratando de escalar los muebles amontonados, los empujaren involuntariamente contra la puerta y bloquearan su propia salida? Ciertamente esta es una posibilidad, en un momento de pánico todo es posible.

¿O fue uno de los manifestantes, en la última decis ión de su vida, quien canceló la salida a través de la que acababa de escaparse el embajador? En el momento en que la policía invadía la embajada, un ocupante gritó: «Estamos dispuestos a morir si no se retiran» {28} Puesto que la policía todavía no había recurrido a la fuerza leta l, no resulta difícil interpretar esta declaración como una amenaza de suicidio, así como otra declaración reportada por Mario Aguirre Godoy, otro rehén que logró escapar justo antes de la ocupación final del despacho del embajador. «Si entran», le dijo a la policía uno de los ocupan tes, «los rehenes correrán la misma suerte que nosotros». {29} Puesto que desde la calle nadie vio que la policía lanzara un artefacto incendiario en la habitación, y dado que las llamas salían de l as ventanas, una interpretación entre los espectadores horrorizados fue que los manifestantes se estaban suicidando.

Estudiantes y Campesinos

«Cubiertos sus muros con pintadas revolucionarias ( Universidad de San Carlos), resulta una zona virtualmente liberada en las afueras de la ciu dad, y un punto de reunión para las organizaciones clandestinas. A lo largo de una larg a orgía de violencia de cuatro meses de duración, morirían 400 estudiantes y profesores.» – George Black, Garrison Guatemala, 1984 {30}

Sólo porque algunos de los manifestantes llevaran b ombas incendiarias, no se debería asumir que todos sabían que se usarían dichas armas, que estuv ieran de acuerdo en cómo iban a ser utilizadas o tan siquiera que comprendieran lo que eran. Me llamo Rigoberta Menchú convierte a los cócteles molotov en parte del repertorio de autodefensa de l as aldeas revolucionarias, pero esto es algo que jamás oí en el norte del Quiché. {31} El plan de ocupación que encontró la policía menci ona la importancia de manejar correctamente los «materiale s de autodefensa», distribuyéndolos y

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orientando a los compañeros acerca de su utilizació n y «guardando una cierta discreción con respecto a su uso». Estas frases sugieren diferente s niveles de conocimiento entre el heterogéneo grupo de manifestantes. El texto del plan, «Además debemos mantener presente que quienes deben de hablar fundamentalmente son los compañeros campesin os», subraya que fue escrito para personas estudiadas, entre las que no se incluían los campes inos. {32} Aun si los campesinos quichelenses sabían que estaban llevando gasolina, no es probabl e que entendieran sus implicaciones. En la atmósfera de pánico del despacho del embajador, mie ntras se acercaba el fin, no había tiempo para discutir planes de contingencia, y mucho menos para aplicar procedimientos democráticos, especialmente con compañeros que hablaban poco espa ñol.

No todos los campesinos que llegaron a la capital c on Vicente Menchú entraron en la embajada. Algunos regresaron días antes a sus hogares. Otros esperaron en la calle afuera de la embajada y desfilaron dos días más tarde en la comitiva fúnebr e antes de huir desapercibidos. Años después, cuando empecé a preguntar por los sobrevivientes de la delegación, la primera respuesta fue que habían muerto todos durante la violencia. Algunos s í murieron, pero no todos. ¿Qué tienen que decir hoy día? Una mujer de la expedición dijo que no había entendido su finalidad, pese a que le costó la vida a su marido. Según esta viuda, el via je se originó en una fiesta nupcial en la iglesia católica de Uspantán. Dos días después de l a ceremonia, la comitiva nupcial se puso en marcha sin revelar objetivo o destino, ni siquiera a ella. «Los señores dijeron que iban a ir a la costa, pero llegaron a la capital», nos dijo a Barb ara Boceck y a mí en k'iche'. Barbara y yo no podíamos creerlo: ¿No les habían explicado a todos la razón del viaje? «Tal vez a los hombres, pero no a las mujeres», insistió la viuda. «En pueb lo San Carlos [la universidad] nos dieron posada. Los estudiantes dieron clases pero en puro castellano, yo no entendía».

Otra viuda de la embajada, que no había ido a la ca pital, afirmaba que su esposo simplemente «fue con el Comité para arreglar papeles. Dijeron q ue tenían que arreglar el título de Chimel. Como nosotras las mujeres no sabemos, como es apart e el trabajo de las mujeres y los hombres. El trabajo de afuera de la casa es de los hombres, no sabemos de eso. El hombre va a su reunión y cuando vuelve no preguntamos. Es cierto que en una sesión Vicente dijo que ahora es el momento de reclamar nuestros derechos. Pero sólo el habló, por que sólo él era el líder, no mi esposo».

Obviamente, las dos viudas podían estar temerosas d e admitir lo que recordaban. {33} Pero sus negativas también sugieren que algunos de los segui dores de Vicente, campesinos monolingües que visitaban la gran ciudad por primera vez, posibleme nte se sintieron desconcertados por el contexto al que habían sido llevados. Esto lo sugiere un sob reviviente que aunque mostraba una idea más clara de la situación, también expresó su asombro p or el rumbo que tomaron los acontecimientos. «Al llegar a San Carlos, Vicente nos platicó: Ya he mos llegado, y vamos a reclamar nuestros derechos en la embajada. La gente no sabia que es e mbajada ni lo que es España, solo escucharon la palabra: «Ahora vamos a reclamar nuestros derechos en la embajada de España.»

«Es verdad que los líderes no eran indígenas», me c ontó un estudiante que acompañó a la delegación en la universidad, «pero entraron en la embajada por desesperación. Supongo que los campesinos no entendían dónde pararía todo. Vicente Menchú no era dirigente, era dirigido. Los campesinos actuaron más que nada por euforia, por i ncitación. Tal vez se daban cuenta de que era peligroso, pero se sentían respaldados por sus plan teamientos [es decir, por que su causa era justa]. Cuando uno está desesperado, en crisis, uno se apoya en el primero que se encuentra, y fueron ellos [los estudiantes] quienes se aprovecha ron».

Según dice esta fuente, Vicente Menchú no era el ún ico líder entre los campesinos, pero «era el líder al que se dirigían los estudiantes. Don Vicen te se hizo portavoz del FERG y muy poco del CUC. Dijeron a Don Vicente, diga 'el pueblo unido j amás será vencido,' y Don Vicente dijo 'el pueblo unido jamás será vencido.' Dijeron a Don Vic ente, 'levante su mano izquierda cuando lo dice', y levantó su mano izquierda». Acomodaron a l os campesinos en el tercer nivel de un edificio universitario. En el segundo nivel, en una sala peq ueña, se llevaron a cabo sesiones de estrategia que incluían al FERG y al CUC, pero no a los campes inos de Uspantán. Cuando un estudiante de la San Carlos, oriundo del Quiché, pidió permiso para incorporarse a las deliberaciones, los representantes del CUC accedieron, pero no así el F ERG.

El testimonio de otro sobreviviente de Uspantán sug iere el contraste ideológico entre estudiantes y campesinos. Entonces tenía apenas tre ce años, me contó que se había unido a la expedición por juego, para ver cómo era viajar en c amioneta. En la capital el viaje se convirtió en algo serio. Fueron a muchos lugares para protest ar, según lo decidían Vicente y los estudiantes. Nunca se habló de armas ni de violenci a, me contaron él y otro superviviente. Pero él regresó pronto a Uspantán, junto con otros veinte v ecinos. Uno de los motivos fue la violencia de sus nuevos aliados urbanos: Cuando los carros se ne gaban a detenerse para dar paso a las manifestaciones, los estudiantes destrozaban sus vi drios. Otro de los motivos fue el aviso de que la ocupación de la embajada española sería peligros a. «Los que quieren venir, vienen, pero los que no, no hay nada obligatorio» les decían antes de ca da acción. «Vamos a reclamar nuestro derecho, y si morimos, morimos.», decían Vicente y los estudia ntes.

Poco después de la masacre en la embajada, el régim en de Lucas aplastó las redes de la San Carlos. El terrible destino de las víctimas del rég imen, tradicionalmente torturadas antes de ser asesinadas, sugiere un motivo obvio para un suicidi o revolucionario. Además de temer una muerte lenta y horrible, los militantes no querían traicio nar a sus compañeros. De ahí la práctica guerrillera de suicidarse para evitar ser capturado s, reforzando el culto por el martirio que se hizo tan evidente en la izquierda guatemalteca.

En la embajada española, es posible que los manifes tantes que decidieron prender gasolina en un pequeño espacio interior ignoraran las consecuencia s de esto. Tal vez sólo querían obligar a la policía antimotines a abandonar el edificio. Otra p osibilidad es que pretendieran inmolarse ellos mismos y a todos los presentes en la habitación. El embajador Cajal sigue dudando que éstas fueran sus intenciones. él observa que nadie hubiera muert o si el régimen de Lucas hubiera estado dispuesto a negociar con él. Sin embargo, sigue lat ente una posibilidad terrible: la masacre de la

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embajada española pudo haber sido un suicidio revol ucionario que incluyera la muerte de los rehenes y de los compañeros manifestantes.

Notas

{1} Traducción del autor. Payeras 1987:9.

{2} Burgos-Debray 1984:108-111.

{3} Archivo del INTA, nuevo paquete 139, págs. 75-78. Los títulos figuran en singular y en plural porque cada hogar recibe un documento separa do, sin embargo todos comparten los derechos de la misma tierra.

{4} «Campesinos denuncian masacre de Chajul», Noticias de Guatemala 34, 21 de enero de 1980, págs. 505-507, 512.

{5} «Embajador de España acusado de facilitar toma de la embajada», Prensa Libre, 5 de febrero de 1980, pág. 2, y Alvaro Contreras Vélez, «Apuntes para la historia: Toma de la Embajada de España», Prensa Libre, 5, 6, 7, 8 y 9 de febrero de 1996.

{6} Es posible que los estudiantes de derecho que coor dinaron la protesta se enteraran a través de la facultad de derecho de la San Carlos que los dos dignatarios tenían una cita con el embajador. Molina Orantes era miembro de la faculta d. Es más, él y Cáceres iban acompañados de un catedrático de leyes llamado Mario Aguirre Godoy, q ue escapó en el momento en que los rehenes eran conducidos a la oficina del embajador (Aguirre Godo y 1982). El plan de los ocupantes (véase más adelante la nota 26) especifica que proyectaban tom ar los nombres de los rehenes «para averiguar si había entre ellos un prisionero más destacado, u n rehén que fuera una mejor garantía».

{7} Entrevista del autor con un bombero municipal, 5 d e julio de 1996. Según un empleado de la morgue metropolitana, debido a las malas condicione s de los cadáveres no se pudieron hacer autopsias.

{8} Danilo Rodríguez, «La masacre de la embajada de Es paña y la necesidad de la Comisión de la Verdad», Tinamit (Guatemala), 10 de febrero de 1994, págs. 8-10.

{9} «Semblanza de los caídos el 31 de enero», Noticias de Guatemala 37, 8 de marzo de 1980, págs. 609-612.

{10} Burgos-Debray 1984:195.

{11} «Comunicado oficial sobre sucesos en la Embajada d e España», Prensa Libre, 1 de febrero de 1980, pág. 11. El escapado era el abogado Mario Agu irre Godoy. Según su testimonio de 1982, los manifestantes le pasaron por alto cuando condujeron a los otros once prisioneros a la oficina del embajador.

{12} Para las notas necrológicas de los mártires, véase «Semblanza de los caídos el 31 de enero», Noticias de Guatemala 36, 18 de febrero de 1980, págs. 579-582; 37, 8 de marzo de 1980, págs. 609-612; y 39, 1 de abril de 1980, págs. 658- 659. Es posible que haya más en el ejemplar número 38, que no logré conseguir. El CUC publicó l as notas necrológicas de sus cinco miembros en el Comité de Unidad Campesina 1980.

{13} Menchú y el Comité de Unidad Campesina 1999:59.

{14} «Los sucesos de la embajada española, un duro golp e para el régimen». El País (EFE), 5 de febrero de 1980, pág. 3.

{15} Burgos-Debray 1984: 186-187, Menchú y el Comité de Unidad Campesina 1992:59.

{16} Foreign Broadcast Information Service, 5 de febrer o 1982, citado por Nancy Peckenham en Fried & al. 1983:205-206.

{17} «Ataque Injustificado: El Embajador Español», Ultimas Noticias (Agence France Presse), 1 de febrero de 1980, págs. 1-ss.

{18} Citado en «Spain Cuts Relations With Guatemala, Bl ames Police For 39 Embassy Deaths», Miami Herald, 2 de febrero de 1980, págs. 1-3.

{19} «Treinta y siete muertos en el asalto e incendio a la sede de la embajada de España en Guatemala», El País, 8 de febrero de 1980, pág. 13.

{20} «La comisión de exteriores del congreso apoyó la a ctuación del embajador Cajal en Guatemala», El País, 8 de febrero de 1980, pág. 13. Véase también la de claración del embajador Jesús Elías de Venezuela, que se hizo cargo de los asuntos del estado español («Incidentes en incendio de la Embajada a Luz, revelados por el Emb ajador Cajal y López», El Imparcial, Ciudad de Guatemala), 7 de febrero de 1980, págs. 1-2).

{21} Entrevistas telefónicas con Máximo Cajal y López, 17 de octubre de 1995, y 18 de enero de 1996, completadas con una carta, 31 de enero de 199 6. El embajador también aclaró que:

— fue un machete y no una pistola lo que le puso un ocupante en el cuello;

— los ocupantes sólo lanzaron un cóctel molotov den tro de su ángulo visual. La bomba no iba dirigida contra la puerta y fue lanzada pocos minut os antes de que estallara el fuego. Fue en este momento cuando él apagó con su pie un cerillo encen dido, y no más tarde cuando la explosión y el fuego le propulsaron por la puerta

— vio que la policía llevaba hachas, revólveres y a metralladoras, pero ningún otro artefacto

— no recuerda que la habitación tuviera un tragaluz , contrariamente a lo que dicen los informes de que la policía irrumpió y prendió el fuego a tra vés de uno.

{22} Según los dos investigadores, el gas pudo ser ence ndido de varias maneras: una cerilla o encendedor de cualquiera de los dos lados, una chis pa de un arma de fuego o un aparato eléctrico, o la detonación de una granada antimotines. El tipo de granada de humo o de gas lacrimógeno que la policía pudo haber llevado –llamado, en inglés, det onador de fuego– está cayendo en desuso en los

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Estados Unidos ya que el mecanismo detonante puede producir suficiente calor como para iniciar un fuego involuntario. Si bien es posible que la polic ía llevara dichos artefactos, los periodistas que estuvieron en la escena no detectaron su uso.

{23} «Comunicado oficial sobre los sucesos en Embajada de España», Prensa Libre, 1 de febrero de 1980, págs. 11,59.

{24} «Grupo supuestamente de campesinos de El Quiché oc upó radio Rumbos y radio Favorita para transmitir mensaje», Diario El Gráfico, 29 de enero de 1980; Rarihowats 1982:46.

{25} Lartigue 1984:330-333.

{26} «Plan de Subida», reproducido en La Nación, 1 de febrero de 1980, págs. 6-7.

{27} Asociación de Investigación y Estudios Sociales 19 95:582-583.

{28} «Pavoroso genocidio ayer», La Nación, 1 de febrero de 1980, págs. 4-5. «Ataque Injustificado», Ultimas Noticias, 1 de febrero de 1 980, cita del embajador al respecto: «Los campesinos habían precisados que estaban dispuestos a morir con nosotros en el despacho.»

{29} Aguirre Godoy 1982, 19 de junio. Se encuentra la m isma expresión en el plan de ocupación: «Si el enemigo quiere reprimir, todos los que van a estar dentro correrán la misma suerte». La implicación es un destino impuesto por los manifest antes y no por la policía, que presumiblemente tratarían a los rehenes que liberaran mejor que a l os manifestantes que capturaran.

{30} Black et al. 1984:98

{31} Burgos-Debray 1984:136-137, 231.

{32} «Plan de Subida», 1 de febrero de 1980.

{33} «Aquí nadie habló de una fiesta», nos contó otro m iembro de la delegación. «Vicente dijo que muchas personas iban a reunirse en la iglesia, pero no para un casamiento, sólo que nos íbamos a reunir allá. Los que fueron con ellos iban a defe nder sus derechos y los que no fueran, no los defenderían, eso es lo que Vicente dijo a la gente» .

Capítulo 7

Vicente Menchú y el Comité de Unidad Campesina

«Entonces mi papá regresó con tanto orgullo y dijo, tenemos que enfrentar a esos ricos que han sido ricos por nuestros cultivos, por nuestras cosechas. Así fue cuando mi padre empezó a unirse con los demás campesinos. Desde ese entonc es estuvo en plática con los campesinos para la creación del Comité de Unidad Campesina (CU C). Muchos campesinos estaban platicando del comité, pues, pero todavía no había nada en con creto. Entonces mi padre se sumó como un elemento más para participar en el CUC y con tanta claridad.» – Me llamo Rigoberta Menchú, pág. 115 (edición en inglés).

La lucha de Vicente Menchú por la tierra, que culmi nó en martirio en la embajada de España, lo convierte en la figura más heroica del libro de su hija. Perpetuado en las páginas de Me llamo Rigoberta Menchú, es el fundador más conocido del Comité de Unidad C ampesina, cuya importancia en la interpretación de la guerra según la izquierda n o se debe subestimar. Aún siendo un movimiento dirigido por ladinos, el CUC mostró que la revoluci ón estaba desarrollando una amplia base de apoyo entre los indígenas. Luego de que el soporte visible de la guerrilla fuera aplastado en 1982, el CUC continuó la lucha en el exterior movil izando a la opinión internacional en contra del ejército guatemalteco. Esta fue la organización a l a que se sumó Rigoberta y en cuyo nombre hablaba en las giras internacionales. En la imagen de Guatemala propagada por los exiliados revolucionarios, Rigoberta y el CUC representaban a los campesinos que habían sido silenciados por las campañas contrainsurgentes del ejército.

El CUC nació en el sur de El Quiché, en torno a la cabecera departamental de Santa Cruz. {1} Esta era una región más desarrollada y densamente poblad a que Uspantán, en la que había mucho más contacto con la vida nacional. A medida que el crec imiento demográfico les fue confinando en pequeñas parcelas, los campesinos perdieron la espe ranza en la agricultura de subsistencia. En vez de trabajar en las fincas comenzaron a hacerse teje dores y comerciantes itinerantes. Cada vez eran más los que estaban escolarizados y los que formaba n parte de nuevas organizaciones que fomentaban estas tendencias. Desde los cincuenta hasta los set enta, el más importante de estos vehículos de modernización fue Acción Católica, fundada por una nueva generación de sacerdotes de España. Su idea era la de revitalizar parroquias abandonadas d urante muchos años, por atraer los mayas de sus propios costumbres y formarlos como catequistas. Pe ro los catequistas en seguida empezaron a participar en la organización de cooperativas y a p resentarse para cargos políticos. Algunos de los sacerdotes que fundaron Acción Católica habían luchado a favor de Franco durante la guerra civil española; proyectaban que la nueva organizaci ón fuera una contrareforma que protegiera a los parroquianos de los encantos del comunismo. En vez de esto, ellos y sus catequistas chocaron con la estructura patrón-cliente de la Guatemala rural, convirtiendo a la diócesis de El Quiché en avanzada local de la teología de la liberación.

Los movimientos revolucionarios a menudo se atribuy en al despertar de las expectativas y a estructuras anticuadas. En este caso, Acción Católi ca estaba modernizando el liderazgo en las aldeas. Los campesinos kíicheís empezaban a escapar de la trampa del trabajo temporal en las fincas. Pero sus municipios seguían bajo el control de patrones ladinos. Alertas desde el intento de reforma agraria de los cincuenta, los patrones d e Santa Cruz no dudaban en reportar cualquier desafío a la dictadura, lo que resultaba en el enca rcelamiento de los agitadores o la expulsión del sacerdote que les aconsejaba. La paranoia fue e n aumento a partir de 1974, año en que la

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reformista Democracia Cristiana atrajo suficientes votantes kíicheís como para ganar un buen número de municipalidades. La reacción conservadora no fue en nada parecida al holocausto de finales de la década. Pero con el Ejército Guerrill ero de los Pobres llevando a cabo sus primeros ataques en la parte norte del departamento, crecían los rumores. Mientras tanto, el robo de la carrera presidencial de 1974 perpetrado por el ejér cito sugería que era inútil una política electoral.

Santa Cruz del Quiché era un lugar más polarizado q ue Uspantán, y fue de su rama izquierda de Acción Católica de donde surgieron muchos de los fu ndadores del CUC. Los otros miembros del CUC eran hombres de ideas similares procedentes de Chim altenango, Huehuetenango, Baja Verapaz y la costa del Pacífico. Los más sorprendente de la nuev a organización fue su amplia visión de representar a «todos los trabajadores del campo». C on el apoyo de la « concientización », una técnica pedagógica asociada con la teología de la l iberación y la izquierda católica, el CUC quería reunir a diferentes categorías de campesinos . Quería incorporar a los proletarios rurales y a los pequeños propietarios, a los que no tenían ti erra y a los que tenían muy poca, a ladinos e indígenas. Pero su prioridad era organizar a las re mesas de trabajadores que migraban del altiplano a las fincas. Tras la contrarrevolución d e 1954 los campesinos de Guatemala habían vuelto a adoptar una actitud de sumisión. A partir de 1978, el CUC denunciaba a la oligarquía en términos muy claros. Reclamaba salarios dignos y la distribución de las propiedades.

En febrero de 1980, justo después del incendio en l a embajada de España, el CUC desplegó una ola sin precedentes de huelgas en la costa del Pací fico. Las cosechas del algodón y la caña de azúcar se paralizaron. Los finqueros se sintieron t an impotentes que el régimen de Lucas García aceptó triplicar el salario mínimo. Después que se interrumpió la huelga, las fuerzas de seguridad secuestraron a todos los organizadores que pudieron encontrar. Entretanto, nació el CUC en el altiplano y se unió a la guerrilla. Debido a la hue lga de 1980 y a la rápida propagación de la insurrección, se presume por regla general que el C UC tenía una amplia base entre los campesinos mayas y que expresaba sus reivindicaciones. Pero da do que operaba en la semiclandestinidad, las dimensiones del movimiento siguen siendo vagas. Otr o motivo por el que no se sabe con certeza su verdadero alcance es la pérdida de tantos de sus mi embros. A finales de 1982, había sido prácticamente exterminado en el interior de Guatema la. La destrucción del CUC es otra razón plausible por la que no pude encontrar en Uspantán a nadie que lo recordara, como tampoco recordaban que Vicente Menchú hubiera sido uno de s us fundadores.

Entonces, ¿cuál fue la relación de Vicente con esta organización legendaria? ¿Se originó realmente como un movimiento de base? ¿Eran sus fun dadores campesinos profundamente explotados y acorralados, como nos quiere hacer creer Me llamo Rigoberta Menchú ? Lo fuera o no, el CUC ha encontrado un lugar en la imaginación popular. Tamb ién Vicente Menchú, más allá de las páginas del libro de su hija, en las historias que hablan de su s viajes por el altiplano y en sus pláticas con otros campesinos acerca de su vida. Entonces, ¿qué han llegado a significar la vida simbólica de Vicente tras su muerte?

Para responder a estas preguntas, observemos detall adamente cómo surgió el CUC en el sur del Quiché a mediados de los setenta, cómo salió a la l uz pública en 1978 y cómo se unió al Ejército Guerrillero de los Pobres en 1980. Su vertiginoso a uge y caída incluye aldeas de adobe del altiplano, grupos de estudio dirigidos por los padr es jesuitas, exaltados debates laborales en la capital, huelgas violentas en las fincas de la cost a y campesinos valientes y mal armados que se enfrentaron al ejército a principios de los 80. Es una historia nacional, la de una organización que trató de representar a todos los pobres del med io rural del país, en un modo del que se haría eco Rigoberta cuando decía hablar en nombre de todo s los guatemaltecos pobres.

Uspantán recuerda al padre de Rigoberta

«Desde el 77 mi padre fue clandestino. O sea, se es condió; abandonó la casa para no quemarnos a nosotros. Abandonó a toda su familia y se fue a otras regiones a trabajar con los campesinos. Llegaba de vez en cuando. Pero tení a que pasar por las montañas para llegar a casa. Para no pasar por el pueblo y para que los terratenientes no se dieran cuenta de que mi padre estaba en casa.» – Me llamo Rigoberta Menchú, pág. 142.

Según Rigoberta, los conflictos de su padre con los finqueros y el INTA lo empujan a participar en la formación del CUC y dedica todo su tiempo a o rganizar otras regiones. Sólo ocasionalmente y en secreto podía regresar a casa. Mientras tanto, i ncluso antes de que Petrocinio fuera secuestrado, las patrullas del ejército obligan a C himel a organizar su autodefensa. La comunidad establece guardias, señales secretas y salidas de e mergencia; construye un campamento secreto para ocultarse del ejército y cava trampas para que caig an en ellas los soldados. Luego de que los soldados golpean a sus perros, matan a sus animales y saquean sus viviendas, la comunidad se arma con hondas, machetes, piedras, palos, chile, sal y cócteles molotov. {2} En Me llamo Rigoberta Menchú la guerrilla no aparece en escena, pero se oculta en los alrededores y se les considera los defensores, lo cual da la impresión de que Chimel y a colaboraba con ella incluso en 1977.

Sin embargo, es confusa la cronología de cómo se co nvierte Chimel en aldea militante. Rigoberta presenta una comunidad que se está movilizando para sacar a Vicente Menchú de la cárcel después de su segundo arresto en 1977 (en realidad, 1978), lue go añade que Chimel está tan bien organizado que captura a un soldado rezagado, pero después dic e que «la comunidad se une por primera vez» después del secuestro de Petrocinio en septiembre d e 1979. {3} Este no es el primer momento en el que Me llamo Rigoberta Menchú resulta confuso, sin embargo estas inconsistencias no tienen por qué significar necesariamente gran cosa. Puesto que Eli sabeth Burgos volvió a ordenar los relatos de Rigoberta para ponerlos en orden cronológico, sería fácil cometer errores, además de las contradicciones que se pueden esperar en todo relat o de una vida. Los problemas más serios surgen cuando nos apartamos de la historia de Rigoberta pa ra compararla con otras. Según los testimonios locales, el ejército no envió tropas a Uspantán has ta después de que la guerrilla visitó el pueblo en abril de 1979. Nadie recordaba violencias del ej ército hasta que el EGP asesinó a Honorio

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García y Eliu Martínez en agosto de 1979. En cuanto a la autodefensa de la aldea, no se menciona en los testimonios locales hasta después de estos a contecimientos.

¿Qué sucede con el Comité de Unidad Campesina? Si u no pregunta por esta organización en Uspantán, la respuesta habitual niega su presencia. «Aquí ni hubo CUC ni sindicalismo, nunca. No recuerdo que haya habido ninguna reunión del CUC», me dijo un ex alcalde, al igual que activistas de derechos humanos y otras fuentes próximas a tema s delicados. La organización, por supuesto, siempre había sido semiclandestina: Todos los que s upieran de ella en el ámbito local podían morir, desaparecer o negar su conocimiento. No obst ante, ni siquiera los activistas locales que anhelaban reclamar el legado del CUC para la histor ia uspantana tenían recuerdos personales de su presencia. El CUC tampoco aparece en los informes d e derechos humanos o en los recuerdos de la familia de Rigoberta. Aunque algunos afirman que te nía una historia local, su fuente de información es el libro de la laureada. Nadie dijo haber tenido una experiencia directa con el CUC.

Muchos uspantanos se acordaban de otra organización campesina con la que Vicente Menchú había tenido contactos, las Ligas Campesinas. Fue fundada en 1965 y combinaba el apoyo técnico con pláticas sobre reforma agraria. En Uspantán al pare cer no se hizo gran cosa. Unos pocos dicen que Vicente colaboró en la formación de la primera fili al, pero sus familiares y antiguos socios o lo niegan o dicen no saber nada al respecto. Según uno de los hijos de Vicente, es posible que en una ocasión asistiera a una reunión. Si buscaba un apoy o para su reclamación de tierras, la afiliación no figura en sus peticiones al INTA, lo que sugiere que si hubo algún tipo de compromiso éste fue fugaz. Ni sus hijos ni él pertenecieron tampoco a l as dos cooperativas que se fundaron en los años 70, una de créditos y ahorro, y la otra para ayudar a los campesinos con los insumos agrícolas y la comercialización.

Sin embargo, Vicente y su familia participaron en o tras organizaciones que Rigoberta no menciona, quizás porque serían difícilmente reconci liables con su versión de los hechos. Aunque habla de un Chimel resueltamente aislado, que desco nfía de las influencias externas, otros recuerdan una aldea que, al igual que muchas otras, estaba impregnada con la ética de la superación, a través de los conocimientos adquiridos del mundo exterior. Como aldea dirigida por catequistas y que reclamaba tierras, Chimel tenía u na mentalidad especialmente abierta a este respecto. Rigoberta de hecho se refiere a uno de lo s programas de desarrollo que proliferaron en el altiplano durante su infancia, pero éste acaba e n fracaso: «Había unos europeos que nos ayudaban. Nos mandaban una cantidad de dinero. Eran unas personas que trabajaron un tiempo enseñando la agricultura a los campesinos. Pero la forma en que se siembra ahí no es la misma forma en que se siembra entre nosotros. El indígena rechaza cualquier clase de abonos químicos que le traten de enseñar. Entonces, no tuvieron bastant e acogida en el lugar y se fueron, pero fueron muy amigos de mi padre.» {4}

Lo de «unos europeos» suena como una vaga referenci a a un programa en el que los Menchú participaron con entusiasmo. El Dr. Carroll Behrhor st era un médico misionero luterano de Kansas, tan conocido que se le consideraba la respuesta de Guatemala a Albert Schweitzer. Tras fundar un hospital en Chimaltenango, expandió sus programas d e salud y agricultura a Uspantán, incluyendo la aldea de Chimel. En los años 70 por lo menos tres e stadounidenses trabajaban con la familia Menchú y sus vecinos, dos voluntarios del Cuerpo de Paz y otro ex-voluntario, asociados todos ellos a la Clínica Behrhorst. Vicente formó parte de los comit és, y sus dos hijos mayores recibieron un curso de capacitación de dos años para promotores Behrhor st. Además de fundar una clínica para la aldea y de distribuir medicinas, los Menchú también exper imentaron con verduras y recibieron diferentes animales de crianza, incluyendo pollos y cabras, as í como vacas de otro programa norteamericano, el Proyecto Heifer. «Era un agricultor muy progresi sta», dice de Vicente uno de los voluntarios del Cuerpo de Paz. «Experimentaba con todo lo que l e ofrecíamos, y lo hacía bien. En lo único que no estábamos de acuerdo era en su costumbre de cort ar y quemar las laderas de los cerros. Esa no es forma de cultivar, pero él quería hacerlo así.»

Rigoberta no era promotora de Berhrhorst, pero solí a recibir material de la clínica que le daban sus hermanos. ¿Estaban metidos los Menchú en política radical? Ninguno de los tres voluntarios con los que hablé pudo recordar que fue ra así. «Creo que ni se les llegó a ocurrir» respondió uno, basándose en las frecuentes visitas a Chimel entre 1976 y 1978. «Querían que les dejaran en paz y conseguir los títulos de las tierr as que habían ocupado y limpiado. Eran personas muy activas, pero no eran revolucionarios. Eran peq ueños capitalistas tratando de ajustar las cosas, de ganar un peso y salir adelante. Allí era tan remoto y estaban tan aislado. Nunca nos pareció que estuvieran tratando de ocultar algo; si empre me estaban llevando a algún lado para mostrarme algo». Es posible que Rigoberta esté en l o cierto cuando dice que los proyectos fracasaron. Pero no es así como lo recuerda uno de sus parientes. él habló de los proyectos con profunda nostalgia. «Nos enseñamos toda clase de cu ltivos y animales, nos ayudó bastante. Este trabajo me encantó mucho. ¡Cuántas cabezas teníamos ! ¿Ahorita dónde las tenemos? No hay. Este señor nos mostró todo, para que no fracasamos. Cómo inye ctar un ganado. Acaso dos años de esta practica teníamos (con una sonrisa). Cuando el se f ue, sí lloré.»

El compromiso de Vicente con el Cuerpo de Paz no es el único aspecto por el que resulta difícil reconciliar al campesino que recuerdan sus vecinos con el organizador clandestino que describe su hija. Todo aquel con quien hablé negó que hubiera d esaparecido de Uspantán después de 1977, cuando según su hija pasó a la clandestinidad. {5} Obviamente, no estaba en la clandestinidad cuando sus hijos y él trabajaban con la Clínica Berhrhorst y l os voluntarios de los Cuerpos de Paz, entre 1973 y 1979. Ni tampoco cuando se llevó a cabo el ú ltimo censo de Chimel en la municipalidad, en noviembre de 1978, fecha en la que los Tum lo metie ron preso. O cuando el INTA llegó en helicóptero para entregar los títulos de propiedad en diciembre de 1979, un mes antes de su muerte. A juzgar por los testimonios locales, Vicen te no se consideró un hombre perseguido hasta el secuestro de Petrocinio. Aun entonces, si no est aba arriesgando su vida manifestándose en la capital, se mantenía en Chimel. Sus antiguos amigos y vecinos también negaron que a Vicente le interesara la política. Lo que dicen es que siempre pidió su derecho.

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Es notable que Vicente no fuera identificado como m iembro o fundador del CUC hasta que su hija le contó su historia a Elisabeth Burgos en enero de 1982. El primer relato de vida de Rigoberta que pude encontrar, fechado en diciembre de 1981 y publicado por una agencia revolucionaria de noticias dispuesta a promover al CUC, no hace refer encia a la asociación de su padre con éste. {6} Hasta el viaje de Rigoberta a París, Vicente nunca fue identificado con el grupo excepto por haber muerto junto a cinco de sus miembros en la embajada de España. Cuando Voz del CUC publicó las notas necrológicas de los mártires de la embajada, les describió como «un grupo de compañeros ixiles y quichés, acompañados de cinco compañeros d el CUC», lo que sugiere que los ixiles y los quichés no eran miembros. Si existe una sola public ación que establezca que Vicente era miembro, por no decir fundador, todavía tengo que encontrarl a. {7} Más recientemente, Rigoberta ha respondido ambiguamente a las preguntas sobre su padre y el CU C. Aunque en ocasiones sigue hablando de su padre como miembro fundador, en 1992 reconoció que no lo había sido, sólo «un miembro muy activo». Cuando ese mismo año Rigoberta y el CUC publicaron un libro sobre la organización, no se hacía referencia alguna a Vicente Menchú como uno de los fundadores. {8}

El CUC y los jesuitas

¿Por qué es importante que Vicente Menchú no fuera miembro del Comité de Unidad Campesina? La organización fue el vehículo que utilizó Rigoberta para generalizar la experiencia de todos los guatemaltecos pobres en su padre y su aldea. Su rel ato confirma las imágenes que envuelven al CUC, incluida la idea de que representaba a las masas po bres ansiosas de recurrir a las armas en contra del estado. El hecho de que Vicente se convirtiera en el fundador más conocido del CUC, aun si hasta el final de su vida no tuvo nada que ver con él, subraya la importancia del testimonio de Rigoberta. Sugiere también la necesidad de cuestion ar si el CUC reflejaba en realidad un verdadero auge revolucionario popular. Para responder a esta pregunta, remontémonos a los orígenes del grupo al se sumó la hija de Vicente, aunque él no lo hici era.

Al igual que Vicente, muchos de los hombres que fun daron el CUC eran catequistas católicos, lo que hace admisible la asociación de su hija entre a mbos. No obstante el pertenecía a un estrato diferente de la sociedad maya que el de los fundado res del CUC. Puesto que él era catequista de primera generación, no tuvo la oportunidad de ir a la escuela y toda su vida fue campesino. Su principal logro fue haber ascendido desde una juven tud pobre hasta llegar a ser un campesino próspero. Los fundadores del CUC procedían principa lmente del sur del Quiché, pertenecían a una generación más joven y educada, y tenían pocas tier ras o ninguna. Uno de ellos, un catequista de una aldea vecina a Santa Cruz habló con franqueza d e las dificultades que sus compañeros y él habían tenido que enfrentar. Domingo Hernández Ixco y dirigió en 1982 la ocupación de la embajada brasileña por el CUC, la cual se menciona brevement e en el capítulo anterior. En el exilio intimó con la nueva celebridad internacional de su organiz ación, Rigoberta Menchú, pero dejó el CUC y el movimiento revolucionario pocos años después. Los k íicheís de su municipio no eran los más pobres entre los pobres, admitió Hernández en una entrevis ta con el antropólogo francés François Lartigue. Contrariamente a la habitual imagen de so breexplotación que presentaba el CUC, ninguno de sus vecinos iba ya a la costa puesto que habían encontrado mejores alternativas más cerca de sus comunidades. Hernández y sus compañeros por lo tanto encontraban indiferencia entre las personas que querían organizar. «Al vivir demasiado lejos de su explotador, no lo conoce», observó, al contrario que los obreros de fábricas, que él suponía que tendrían más conciencia política.

En las aldeas de Xesic, Xesic Cuarto y Chajbal, los activistas ganaron credibilidad al capturar a una banda de asaltantes, kíicheís que se vestían de uniforme para robar y violar. La gente empezó a acudir en tropel a sus reuniones; hasta lo s ricos estaban impresionados. Pero ley y orden no eran exactamente el objetivo. Hernández y sus co mpañeros habían oído hablar de la guerrilla en la región ixil, y les gustó lo que oyeron. «tiene q ue haber una vanguardia que nos va a proteger, nosotros sentíamos claro eso, ya el pueblo, la masa , los compañeros que estábamos organizados ya preguntábamos, muchas veces me acuerdo, las pregunt as siempre pedían: ¿y los compañeros, los del EGP, los del FAR, no hay ninguna comunicación con e llos? ¿no se puede hacer una comunicación con ellos? Lo único que se les dice es que desconocemos , pero tal vez en el camino nos vamos encontrando con ellos, y así fue, ya se oía por par te del pueblo...» {9}

Este testimonio es fascinante porque muestra un dis curso temprano del CUC muy diferente del que defenderían más tarde: el de una organización de cl ase que lucha contra los explotadores. Después de reconocer lo difícil que resulta reclutar a la p oblación que no está al borde de la desesperación, Hernández habla de «el pueblo, la ma sa», antes de pasar a «los compañeros que estábamos organizados». Alimentando en silencio la esperanza de vincularse a la guerrilla, un núcleo de militantes debe enfrentarse a la ausencia de un explotador local que justifique una política radical. Antes de educar a los vecinos ace rca del enemigo mayor –los finqueros para los que ya no están obligados a trabajar, un ejército q ue aún no ha llegado y un sistema capitalista que les permite mejorar su vida poco a poco– deben encontrar un enemigo significativo en términos locales. Los asaltantes eran la solución. Al proteg er las propiedades de los campesinos frente a la delincuencia común, amplían su poder de captació n. Luego de haberse apuntado un gol en cuanto a ley y orden, establecen sus cursos de alfabetizació n y concientización, para llevar a sus vecinos hacia un camino mucho más peligroso: el enfrentamie nto con el ejército.

El testimonio de Hernández sugiere también cuán dra máticamente destacaba el CUC entre otras organizaciones del medio campesino. Tal como ha sid o señalado por el sociólogo Yvon Le Bot, esta actitud de enfrentamiento hacia la estructura nacio nal de poder no era un desarrollo tan natural o inevitable como han presumido muchos. {10} Ciertamente, muchos guatemaltecos se sentían frust rados por el poder atenazante del ejército. La izquierda ya había perdido miles de activistas durante la represión contra el movimiento guerrillero, especia lmente en el oriente de Guatemala. Después de que el EGP anunciara su presencia en 1975, también empezaron en El Quiché los secuestros de los escuadrones de la muerte. Pero durante varios años no parece que la mayor parte de la población se sintiera amenazada por ellos. Al igual que otra evi dencia de este periodo, el relato de Domingo

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Hernández Ixcoy sugiere que la mayoría de sus vecin os no había experimentado que la represión fuera un asunto grave hasta que ésta tocó a sus pue rtas. {11}

Si la visión del CUC no se había originado en la ex periencia compartida de una población oprimida, ¿de dónde procedía? Lo que caracterizaba a los fundadores era su participación en el estudio de la Biblia, aunque no en cualquier estudi o de la Biblia. Practicaban la «pedagogía de los oprimidos», según la célebre frase del educador católico Paolo Freire, recurriendo a la concientización para movilizar a los pobres en la a cción política. Al estudiar la Biblia, se suponía que los trabajadores pastorales y los felig reses tomarían conciencia de las estructuras de dominación y formularían estrategias para cambiarla s. En Santa Cruz la labor de concientización estuvo dirigida por los jesuitas con la colaboració n de sus estudiantes de Ciudad de Guatemala. Conocidos como los «jesuitas de la zona 5», por la ubicación de su casa en una barrio pobre de la capital, no usaban ropas clericales ni cobraban por las misas como hacían otros sacerdotes. Enseñaban que la Iglesia no era sólo el templo y er an muy persistentes con el tema de la concientización política.

Puesto que los jesuitas obedecen directamente a Rom a, no están sometidos al obispo en cuya diócesis operan. Pocos años después de su llegada e n 1972, la pastoral jesuita tenía conflictos con los sacerdotes españoles del Sagrado Corazón qu e dirigían las parroquias. Las opiniones estaban particularmente divididas en torno a un jov en jesuita llamado Fernando Hoyos, también español. Para sus muchos admiradores y detractores, Hoyos encarnaba las nuevas corrientes de pensamiento y acción de la Iglesia Católica, conoci das como la teología de la liberación. Si se pudiera reducir la teología de la liberación a una sola premisa, sería la de que la misión de la Iglesia es ayudar a los pobres a construir el Reino de Dios en la tierra. Aunque la mayoría de sus partidarios no iba tan lejos como Hoyos, sus objeti vos también reflejaban las prioridades recién invertidas de los jesuitas en Centro América, que p asaron de pastorear a las clases altas a organizar a las clases más bajas, y de defender la fe a combatir la injusticia social. La constante en la misión jesuita, fuera educando a lo s niños de las clases altas o capacitando activistas campesinos, fue la formación espiritual de líderes políticos.

La concientización no atrajo a todos los catequista s de Santa Cruz. Más bien, los dividió. Pero los que trabajaban con Hoyos y los jesuitas obtuvie ron buenos resultados en las elecciones para el liderazgo de Acción Católica. Ganaron mayor audienc ia mediante la emisora de radio diocesana y ampliaron su red con el terremoto de 1976 que cobró tantas vidas. Los esfuerzos de socorro abrieron aldeas que antes desconfiaban de Acción Ca tólica. Los donantes extranjeros canalizaron los recursos a través de ésta. {12} Mientras tanto, el control del estado por parte de l ejército proporcionaba una razón poderosa para conspirar en contra del orden establecido. Convocar elecciones no tenía mucho sentido si se podía asegu rar que el ejército las robaría. Esto mismo sentían los jesuitas, sus estudiantes colaboradores y los catequistas bajo su influencia acerca de los programas de desarrollo, que pasaban por las di ficultades de costumbre. En consecuencia, el mensaje de los jesuitas «no estaba orientado a reso lver los problemas económicos mediante el desarrollo, por ejemplo, de una nueva tecnología o de una organización de financiamiento. Sino que iba orientado a desbloquear la mente de ataduras tr adicionales, siendo la principal y más profunda el respeto a las autoridades. Por eso, era un mensa je que subvertía la ley...» {13}

La habilidad de Fernando Hoyos para despertar conci encias llevó a sus oyentes a preguntarse: ¿Y ahora qué? El Comité de Unidad Campesina era la res puesta, pero no empezó a existir como tal hasta después de un cisma en el movimiento obrero naciona l en 1978. La opción de los sindicalistas era trabajar con sindicatos estadounidenses conservador es (que colaboraban con la CIA) o con instituciones más militantes (orientados por cuadro s de la guerrilla). La disputa se expandió a los afiliados campesinos del movimiento obrero, que también se separaron. En este momento los campesinos más militantes organizaron el CUC. {14} Sospechando de qué rumbo soplaba el viento, las fuerzas de seguridad ya habían tratado de secuestra r a Hoyos en 1977. Tres años más tarde, cuando estaban dando caza a líderes católicos sospechosos de colaborar con la guerrilla, Hoyos dejó la orden jesuita por el Ejército Guerrillero de los Po bres. Se convirtió en miembro de la dirección nacional del EGP y se incorporó a una de sus column as. Murió en 1982 luego de que le agarrara una de las patrullas civiles del ejército, formada por los campesinos mayas que él esperaba liberar.

Un año antes de la muerte de Hoyos, el ejército sec uestró a dos de sus socios y les arrancó confesiones de su participación en el EGP. Emeterio Toj Medrano era comentarista de la emisora de radio diocesana de Santa Cruz del Quiché. Había tra bajado estrechamente con Hoyos y era uno de los fundadores del CUC. Después de retractarse de su ca rrera subversiva en una conferencia de prensa militar, escapó con la ayuda del EGP, llegó a Méxic o y denunció cómo lo habían torturado. La otra presa del ejército, Luis Pellecer, era un joven jes uita de la clase alta guatemalteca. A diferencia de Toj Medrano, nunca se retractó de sus declaraciones, aunque pronto tuvo suficiente libertad para poder escapar. En vez de ello, renunc ió a la orden jesuita y se convirtió en uno de los asesores claves del ejército. Sus más vívidas d escripciones de la conspiración católica-marxista parecían reflejar las teorías de sus capto res, pero lo que contaba sobre sus experiencias personales era creíble, incluyendo la afirmación de que los jesuitas eran los «verdaderos fundadores» del CUC. {15} La orden lo niega, {16} y no hay duda de que entre los fundadores indígena s del CUC se incluían hombres muy capaces, pero la co nexión jesuita es ineludible. La distancia radical que representaba el CUC en comparación con el nivel habitual de conciencia campesina en los años 70 sugiere que sus asesores jesuitas contr ibuyeron con bastante inspiración.

Una organización nacida para la guerra

«El CUC nació para la guerra. Desde un principio se planteó cuestiones que implicaban un cambio profundo, estructural, revolucionario. Podem os decir, entonces, que el objetivo estratégico de la organización es preparar a las ma sas para los momentos insurreccionales; para las etapas finales de la guerra popular... El CUC... es una organización revolucionaria de masas de campesinos» – Compañeros del CUC, Septiembre 1982. {17}

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Otra asociación que emerge de la historia del Padre Fernando Hoyos es entre el CUC y el Ejército Guerrillero de los Pobres. En 1980 el CUC anunció que se unía a la insurgencia. La explicación habitual es que se vio obligado por la represión del gobierno. De la represión no hay duda. Pero parece ser que algunos jesuitas y catequ istas de Santa Cruz ya se estaban preparando para la guerrilla incluso antes de organizar el CUC . Según un libro de la hermana de Hoyos, éste era miembro del EGP desde 1976. {18} De la premisa de la teología de la liberación, que la iglesia podía usar la concientización y la organización pop ular para construir el Reino de Dios en la tierra, a la premisa de la guerrilla guatemalteca, que podían lanzar un movimiento revolucionario aun si las masas no eran conscientes de que lo nece sitaban, sólo había un paso.

Una entrevista de 1982 con el comandante en jefe de l EGP también sugiere que el CUC en verdad había «nacido para la guerra». Rolando Morán (nombr e de guerra de Ricardo Ramírez) estuvo conversando con la periodista chilena revolucionari a Marta Harnecker. Sin duda una de las razones para la franqueza de Morán era que el ejército ya e staba al corriente de la mayor parte de sus declaraciones. Aun así, es posible que dijera demas iado, ya que la entrevista se convirtió en lectura obligada de la academia militar guatemaltec a.

«Las masas forman y enriquecen los destacamentos gu errilleros», comentaba Morán del rol militar que el EGP asignaba a la población civil. «Las masa s se organizan y constituyen los grandes destacamentos paramilitares, las masas se organizan y constituyen también los grandes destacamentos de autodefensa del pueblo. Todos esta s son las formas militares en que participan las masas en la guerra. Ellas participan también en la economía de la guerra: producen para el ejercito popular, producen también para el sostenim iento de los organismos políticos clandestinos que no pueden sobrevivir sin esta aportación de las masas...» «La dirección de todas nuestras organizaciones de masas es una organización secreta », añadió, en relación al Frente Popular 31 de Enero y a su integrante más conocido, el Comité de Unidad Campesina, que describía como una «organización campesina afín al EGP». «Por ejemplo, un grupo inicial de CUC se forma en una aldea, se trata de un comité secreto que desarrolla un tra bajo de propaganda hasta que capta a la mayoría de la aldea y la incorpora al trabajo de masas del CUC. Eso solo se puede concebir en un país como Guatemala, donde el grado de represión, de agudizac ión de la lucha de clases ha polarizado tanto a las fuerzas en pugna que é la gente acepta esa solu ción como la única para defenderse, para continuar la lucha y lograr la victoria.»

«En el Frente Guerrillero 'Luis Turcios Lima' que s e encuentra ubicado en la costa sur del país, tenemos ya algunas fuerzas guerrilleras regul ares: ¿En que se asientan estas fuerzas además de la geografía? Se asientan en que en las aldeas d e la región funcionan

organismos de masas revolucionarios, hay asambleas locales del CUC que permiten el surgimiento de las fuerzas guerrilleras... No están todas armad as, pero tienen sus grupos de autodefensa que si están armados. Además, en otro orden, el del EGP propiamente tal, tenemos las guerrillas locales que son equivalentes a las milicias, luego las guerrillas regionales y luego el Ejercito Regular.» {19} Morán no llegó a contar cómo se originó la estrate gia, pero habla del CUC como parte integral del EGP, no como una organización separada , que usa células clandestinas para reclutar a las aldeas. En vista de la confiada explicación del comandante del EGP, la descripción de Domingo Hernández Ixcoy acerca de cómo se hablaba de la gue rrilla en los primeros años del CUC («lo único que se les dice es que desconocemos, pero tal vez e n el camino nos vamos encontrando con ellos») sugiere que éste sabía más de lo que les decía a su s compañeros. Tal como describe Le Bot las implicaciones de la organización clandestina, era « la exclusiva de una vanguardia de círculos limitados que, por razones evidentes, se mantenían en la clandestinidad y destilaban verticalmente una información fragmentaria y cifrada». {20}

Si el CUC fue un vehículo de la guerrilla desde su origen o sólo después de que recrudeciera la represión, es un tema que carece de importancia par a muchos de sus miembros ya que están muertos. Pero para quienes tratan de aprender de las experie ncias de aquellos, el asunto debería ser importante. Si el CUC fue desde el principio un fre nte de la guerrilla, ello plantearía interrogantes en cuanto a su derecho a hablar en no mbre del pueblo. Una organización creada como vehículo para una guerra de guerrillas, que no haya expuesto este objetivo, es un instrumento que atrae a los campesinos a una estrategia de alto rie sgo sin proporcionales la información necesaria para entender en qué se están metiendo. Sólo se pue de movilizar a un sector de las masas, explicó Morán a Harnecker. Por ejemplo, si un sindicato tie ne ochocientas personas, sólo se puede movilizar a cuatrocientas. De éstas, sólo cien son «la avanzada de las masas» –por definición del EGP y no de los otros setecientos, que evidentement e no están totalmente de acuerdo con la dirección que está tomando su organización. {21} En el caso del CUC, Morán dijo que podría captar a «la mayoría de la aldea», pero esto es un mecanismo de reclutamiento dirigido desde las alturas, no una organización que procede de las bases o que establece su curso mediante la toma de decisiones en común. También implica que parte de l a aldea se quedará relegada, para ser discriminada como oposición desleal cuando haya com enzado la violencia.

En 1980, a medida que el gobierno agudizaba el terr or y que afluían los reclutas en las organizaciones revolucionarias, los «grupos de auto defensa armados» se convertían en tema del debate de la izquierda guatemalteca. ¿Crecería el m ovimiento revolucionario con la incorporación de los activistas y de las comunidades a la lucha a rmada? ¿O les destruirían las inevitables represalias? Quince años antes, en el oriente de Gu atemala, los intentos de la guerrilla para establecer zonas de autodefensa rural habían sido u n desastre. Gustavo Porras, un intelectual del EGP que trabajó con el CUC, recuerda lo que vino de spués como un enfrentamiento social imparable. Provocado por los secuestros del ejército, el apoyo a la lucha armada en el sur de El Quiché se infló tan rápidamente que desbordó la capacidad del EGP para canalizarlo. Hasta este momento, el EGP había reclutado individuos lenta y cuidadosamen te a fin de construir un ejército disciplinado para una guerra prolongada. Ahora estaba incorporan do de repente masas de afiliados y se precipitaba a la estrategia de la insurrección popu lar.

Hacia 1981 el sur de El Quiché estaba en estado de rebelión. Enfurecida por las masacres del ejército, la mayor parte de la población parecía ap oyar al Ejército Guerrillero de los Pobres.

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Según una fuente, más de un millar de personas se i ncorporaron a la fuerza guerrillera sólo en el municipio de Santa Cruz. Organizados por el CUC e i ncorporados al EGP, minaron carreteras, quemaron vehículos del gobierno, volaron infraestru ctura eléctrica, derribaron helicópteros, emboscaron patrullas del ejército y atacaron sus ba ses. {22} También practicaban la autodefensa mediante sistemas de seguridad y trampas cavadas en la tierra. Pero los insurgentes no tenían suficientes armas para protegerse del ejército, que en seguida empezó a quemar sus aldeas. Hambrientos y sin hogar, los supervivientes sólo po dían escapar o, más a menudo, rendirse, lo cual significaba ser reclutado obligatoriamente para el nuevo sistema de patrullas civiles del ejército. Apartados de sus seguidores, o de lo que quedaba de éstos, la guerrilla salió del sur de El Quiché para reagruparse en el norte.

En los análisis acerca de dónde se equivocó el EGP, éste ha sido criticado por empujar al movimiento popular a una lucha armada antes de que se pudiera proteger. {23} Sin embargo, también había campesinos que querían tomar la iniciativa, q ue exigían a la guerrilla armas que no tenía, como si el EGP hubiera sido arrastrado a un levanta miento de masas antes de que estuviera preparado para dirigirlo. {24} La guerrilla guatemalteca nunca volvió a experimen tar el desborde de apoyo que se dio en el sur del Quiché y áreas vecin as entre 1980-1981. Creyendo que seria imparable, el EGP ignoró las experiencias previas e n el oriente de Guatemala, donde el ejército había demostrado su disposición para matar a cualqu ier número de campesinos. Ahora sucedía lo mismo nuevamente, en mayor escala. En cuanto a los civiles que dieron la bienvenida a la guerrilla e incluso exigieron armas, nada en su experiencia l es había preparado para la respuesta del ejército. En Baja Verapaz, el departamento vecino, la reacción del ejército a las barricadas del CUC fue tan salvaje que algunos de los sobrevivient es de la aldea de Xococ cambiaron de bando y ayudaron al ejército a masacrar una aldea desarmada tras otra. {25} Cuando el ejército mostró su capacidad de asesinar a cientos de hombres, mujeres y niños en un sólo día, los campesinos, según palabras de Gustavo Porras, «cambiaron completament e sus criterios.»

Porras también reconoce que el EGP subestimó la pro fundidad de las contradicciones locales, viejos pleitos, a menudo invisibles para los de afu era, que aislaban a parte de la población de los cuadros revolucionarios, incluso en las aldeas que se adherían a la causa. {26} Lo visible era la multitud de campesinos dándoles la bienvenida y exigiendo acciones contra los matones del gobierno. Lo invisible era otra población que perma necía callada, tras las puertas cerradas o en los campos. Eran demasiado desconfiados para compro meterse. Aunque se podía identificar a unos cuantos como espías del ejército, para matarlos o a lejarlos, a la mayoría no. Tras aplastar a las fuerzas debilitadas del EGP, el ejército formaría l as patrullas civiles e impondría rigurosos controles a partir de estos espectadores cautelosos . {27}

La razón por la que el CUC atrajo tanta atención, n acional e internacionalmente, fue porque decía hablar en nombre de todos los campesinos guat emaltecos. Aun si sus éxitos fueron sustanciales, esta premisa iba mucho más lejos de l o que jamás había logrado ninguna organización. Pero el CUC apareció en un momento en el que la izq uierda de Guatemala y sus partidarios internacionales querían identificar un solo grupo q ue dijera simplemente eso. La dimensión de las huelgas de 1980 en la costa Sur daba la impresión d e una organización más grande. Pero esto no sólo fue trabajo del CUC (participaron organizacion es más antiguas) y nunca se repitieron. Además, la represión no fue la única razón para las derrota s posteriores. Incluso en el contexto proletario de las fincas, el gran problema subestim ado era el de la concientización de los trabajadores migratorios del altiplano a los que se suponía que representaba el CUC.

Vicente Menchú como héroe campesino

«¡No seas un Menchú!» –Madre reprendiendo a un hijo rebelde, 1993.

Si el contexto de la finca era difícil, también lo era el de las aldeas del altiplano. Aquí los campesinos eran pequeños propietarios con tendencia a rechazar a los de afuera, a menos que llegaran vía una institución de confianza como la I glesia Católica. En su relato de 1982, Rigoberta esquiva el problema describiendo a su pad re como un trabajador migratorio reducido a la miseria, que combina la conciencia del semiproletar iado rural con la del campesino independiente que cultiva tierras nacionales y se defiende de la expropiación. Esto transforma a Vicente en un campesino universal, un símbolo que tiene un atract ivo innegable para los campesinos y sus simpatizantes pero que, al igual que todo símbolo p oderoso, condensa tanta particularidad que puede ocultar muchas cosas.

No obstante, aun si la vida de Vicente fue muy dife rente a cómo la describe su hija, ha venido a representar algo más transcendental, un cambio de conciencia que diecisiete años después de su muerte sigue de manifiesto en toda la población may a. Algo parecido se puede decir de la organización a la que nunca perteneció Vicente, el Comité de Unidad Campesina. Incluso si el CUC empezó como un frente de la guerrilla, aun si tuvo unas bases mucho más reducidas que las que reclamaba, se ha convertido en una instancia legend aria de la lucha, invocada hasta por los etno-nacionalistas mayas, a pesar de que no se llevan bi en con la URNG.

Esto merece un comentario acerca de la concientizac ión. Los marxistas solían asumir que inevitablemente la clase obrera tomarían conciencia de su explotación. Los campesinos eran más problemáticos, ya que al ser pequeños propietarios no estaban totalmente desposeídos. Por lo tanto, tendrían que ser liderados por la clase obre ra urbana, es decir, por los intelectuales marxistas. Los campesinos indígenas, conscientes de ser un pueblo aparte, resultaban aún más problemáticos. Para comunicarse con los indígenas, la izquierda guatemalteca tomó prestada de la teología de la liberación la doctrina de la concientización. Este fenómeno se expresó en un lenguaje de reciprocidad, en el que los campesinos educaban a sus pedagogos de clase media y viceversa, y contribuyó al surgimiento de nuevas or ganizaciones de base. Pero este enfoque también implica que la conciencia previa estaba aletargada. Es el método utilizado por los radicales para tapar el vacío entre el reformismo típico de los po bres y su propia agenda de enfrentamiento. En Guatemala el EGP lo convirtió en tapadera para tran sformar catequistas en cuadros guerrilleros.

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El Comité de Unidad Campesina ha dejado de ser uno de los actores principales de la izquierda, pero ahora las imágenes que lo rodean pueden ser má s atractivas para los indígenas que en 1980. Parte del crédito de este sorprendente desarrollo s e debe al relato que Rigoberta contó en París, no tanto a través del libro (que pocos indígenas ha n podido leer) como de la transmisión oral. Uno de los temas favoritos de Rigoberta es la toma de c onciencia (recordemos que el título completo de su libro es Me llamo Rigoberta Menchú y así me nació la concien cia ), que ella vincula a la militancia de su familia en el CUC. Aunque su padre y su aldea jamás pertenecieron a la organización, la historia atrae a los indígenas por que expresa sus experiencias como pueblo, siguiendo las líneas de: (1) nos quitaron nuestras tierras, (2) ahora somos más listos y (3) no vamos a permitir que nos lo hagan de nuevo.

Luego que la historia de Rigoberta se hiciera conoc ida, los campesinos del movimiento popular empezaron a añadir la suya propia, acerca de cómo e l propio Vicente había ido a contarles sus experiencias. Uno de estos relatos data de poco des pués de que Rigoberta contara su testimonio en París, en una de las primeras conferencias en la qu e fue presentada como un personaje representativo. «Cuando más gente de La Estancia se organizó fue cuando llego Vicente Menchú y uno de sus hijos a refugiarse con nosotros. Ellos conta ron cómo vivían allá en el norte. De la miseria y del hambre que eran peor que en La Estancia. Pero lo peor que decían es que allá en el norte de El Quiché ya no se podía vivir por la represión. Qu e los soldados del ejército se metían a las aldeas y a los pueblos y mataban gente. También se robaban todo lo que la gente tenía y forzaban a las mujeres. Contaba que pasaban cosas horribles y que esa era la guerra. Decía que esa guerra sólo se podía acabar cuando la gente pobre estuvier a organizada y peleara por sus derechos. Que así se iba a acabar la guerra, porque el pueblo tie ne la verdad y la justicia y el pueblo es la mayor cantidad de la gente. Aprendiendo esas ideas mucha gente se organizó.» {28}

Otra de las historias procede de uno de los pocos f undadores del CUC que sigue vivo y activo en el movimiento popular, un comerciante de Chichicast enango llamado Sebastián Morales. Según Sebastián, dos o tres meses antes de la muerte de V icente, «llegó directamente a mi casa, porque estaba perseguido, pasó una semana conmigo, dos o t res meses antes de quemar en la embajada. Lo que él me dijo era la historia de él, que tenía sus terrenos, que venía el ejército o las autoridades y lo sacaban de su casa para darlo a un terrateniente. Como ellos no salían de aquí, llegaban a Quiché, al capital, siempre reclamando s u derecho.» {29}

¿Es posible que estos relatos sean históricos? Apar te del testimonio de Rigoberta, la historia de La Estancia es la única evidencia que he podido encontrar de que Vicente Menchú estuviera asociado con el CUC. Interpretado literalmente, lo refuta el hecho de que la vida en las abundantes tierras de Chimel no era hambre y miseri a, y el ejército no cometió masacres en las aldeas de El Quiché hasta después de la muerte de V icente. Sin embargo, que la historia esté expresada en hipérboles no significa que Vicente nu nca visitara a los catequistas de las aldeas del sur del departamento, especialmente durante los últimos meses de su vida cuando organizó dos delegaciones a la capital. No obstante, si se compa ra al Vicente de estos relatos con el que recuerdan en Uspantán, el contraste suscita la nece sidad de ser cautos, como lo recalca el Vicente que visita Rabinal, Baja Verapaz, en otra historia que ha recogido un investigador.

Según el narrador, un catequista de Rabinal que hab ló a principios de los años 90, él era de un grupo que había sido concientizado por el padre de Rigoberta. Vicente «leyó una frase de la Biblia que decía que ante la injusticia no nos debíamos qu edar de brazos cruzados, que había que intervenir para cambiar esa situación. Así me conve ncí, con una cosa tan sencilla. Después yo convencía de la misma manera, porque a la gente le gusta oír la verdad». Supuestamente, Vicente también dijo: «Tenemos que organizarnos para poder recibir ayuda de afuera. No importa de donde venga, si es del extranjero, si es del gobierno; lo que importa es que la gente vaya saliendo de esta miseria y eso sólo se logra si trabajamos junt os y aprovechamos los recursos que nos den. Cualquier oportunidad hay que agarrarla, para capac itarse, para proyectos, para construir, para lo que sea. El CUC no puede rechazar lo que venga del gobierno, al contrario, hay que usarlo como se debe, para que se beneficia la gente.» {30} Esta reencarnación de Vicente a duras penas parece la del aislacionista que describe su hija, más bien se refiere a un hombre que está dispuesto a trabajar con el Cuerpo de Paz estadounidense. Entre tanto, en El Quiché he oído a otros campesinos que en sus relatos retratan a Vicente o Rigoberta c on el uniforme de los combatientes del EGP.

La elasticidad de las historias que hablan de los M enchú muestra que éstos se han convertido en un mito, en el sentido de un modelo a seguir, no en el de algo falso. Según Claude Lévi-Strauss, el mito consiste «en los restos y escombros de hech os históricos dispuestos según una estructura». {31} Si el mito consiste en fórmulas simbólicas para re solver los conflictos, siguiendo una vez más a Lévi-Strauss, ¿cuáles son las contrad icciones que encara el mítico Vicente Menchú? Obviamente, el EGP tenía que demostrar que represen taba a los campesinos de Guatemala, pero esto sólo explica la razón por la cual emerge un símbolo como Vicente en el movimiento revolucionario, pero no aclara por qué resulta atractivo para un pú blico más amplio. Para los detractores de Uspantán, la imagen de Vicente y su familia como co mbatientes de la guerrilla permite culparles de la llegada del ejército a Uspantán. Pero la imagen más popular de Vicente, la de organizador del CUC que defiende a su comunidad de los terratenient es ladinos, transciende uno de los dilemas crónicos que enfrentan los mayas: la rivalidad entr e ellos mismos, especialmente en cuestión de tierras. Tal y como lo resucita Rigoberta, su padre está por encima de pleitos entre familiares y vecinos puesto que él defiende sus tierras de los f inqueros ladinos, no de otros mayas. En la persona de Vicente Menchú, el Comité de Unidad Camp esina representa una coyuntura en la que los campesinos superaron sus diferencias y se unieron p ara defender sus derechos.

Notas

{1} Mi análisis sobre los orígenes del CUC se debe al trabajo de José Manuel Fernández Fernández (1988), Robert Carmack (1988), Arturo Ari as (1990) y Yvon Le Bot (1995).

{2} Burgos-Debray 1984: 136-137, 146-147.

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{3} Burgos-Debray 1984:114-115, 123-140, 196 (221 Arco iris)

{4} Burgos-Debray 1984:114 (140-41 Arcoiris)

{5} Burgos-Debray 1984:115

{6} Noticias de Guatemala 1981

{7} Comité de Unidad Campesina 1980:4. Cuando el Comit é Pro Justicia y Paz, de base católica, recordó a Vicente como «un héroe y mártir del puebl o cristiano», no hizo referencia alguna al CUC. En vez de ello, lo identificó como un agricultor y catequista de sesenta y tres años que luchaba por un título de tierra y una escuela para su aldea (Comité Pro Justicia y Paz 1980). El primer manifiesto de la organización bautizada en su nombr e («Manifiesto de Cristianos Revolucionarios Vicente Menchú») no se refería a él como miembro de l CUC, ni tampoco su biografía de enero de 1981 (Centro de Estudios y Publicaciones 1981:147-148).

{8} Miembro fundador: McConahay 1993:4. No fundador: B lanck 1992:31; Menchú y Comité de Unidad Campesina 1992.

{9} Lartigue 1984:342, 298-303

{10} Le Bot 1995:160-179.

{11} Para un testimonio paralelo de un hombre del sur d e El Quiché, véase Simon 1987:106-107

{12} Diócesis del Quiché 1994:192-193. Para los anteced entes católicos del CUC, véase también Fernández Fernández 1988.6-8.

{13} Iglesia Guatemalteca en el Exilio 1982:44. Para la relación de los jesuitas con el CUC, véase también Iglesia Guatemalteca en el Exilio 198 3:10; Diócesis del Quiché 1994:104-107 y Le Bot 1995:146-152.

{14} Fernández y Fernández 1988:14-15

{15} U.S. Senate Judiciary Committee 1984:233-234.

{16} Chea 1988:249.

{17} Frente Popular, 31 de Enero 1982:17.

{18} Hoyos de Asig 1997:141, 191. Según un intelectual que perteneció al EGP, no logró reclutar mucha gente alrededor de Santa Cruz del Quiché hast a el terremoto de 1976, cuando se incorporaron muchos de los mismos activistas que iniciaron el CU C. «Acción Católica penetró los niveles bajos y medios de la organización (EGP) hasta el punto que tuvo que ser reconocida».

{19} Harnecker (1984:297-303) estaba casada con el jefe de inteligencia cubano Manuel Piñeiro, cuyos deberes incluían entrenamiento, abastecimient o y unificación de los líderes guerrilleros de toda América Latina.

{20} Le Bot 1995:272.

{21} Harnecker 1984:299.

{22} Carmack 1988:56-59.

{23} Por ejemplo, Castañeda 1993:93 y Le Bot 1995.

{24} Hasta la fecha, la mejor descripción de campesinos clamando por tomar las armas proviene de Rabinal, en el departamento de Baja Verapaz, a t ravés de un equipo de antropólogos forenses que exhumaron a víctimas de las masacres. Rabinal es un municipio maya achí con una historia excepcional de participación con la izquierda. Los achís aparecen en las organizaciones de campesinos antes de la invasión de la CIA en 1954, después en las guerrillas ladinas de los sesenta, y en 1976 daban la bienvenida a los delega dos del EGP y del futuro CUC. En aquel tiempo, sus medios de vida se vieron amenazados por la subi da de las aguas del embalse del Chixoy, que desplazarían a unas tres mil quinientas personas. L a historia que rescató el equipo forense comienza con un enfrentamiento entre una aldea amen azada por el embalse y tres miembros de las fuerzas de seguridad. El CUC local decide que neces ita armas para protegerse, pero la dirección le disuade con el argumento de que teniendo armas sólo conseguirán convertirse en el blanco de feroces represalias. De todas maneras, los colabora dores locales del ejército comienzan a atacar a los lugareños, de modo que éstos se dirigen al EGP en busca de armas, que el EGP se niega a proporcionar. Finalmente, después del incendio de l a embajada de España, un comandante del EGP se reúne con los líderes del CUC local y les autoriza a formar una columna militar si logran conseguir sus propias armas. Para nosotros, el punt o importante es que en Rabinal el CUC era un movimiento de base que surgió a partir de una larga historia de descontento campesino. También parece que ellos presionaron para incorporarse al m ovimiento armado, en vez de ser presionados por los estrategas de la guerrilla (Equipo de Antropolo gía Forense de Guatemala 1995:82-103).

{25} Equipo de Antropología Forense de Guatemala 1995:2 06.

{26} Entrevista del autor con Gustavo Porras, Ciudad de Guatemala, 20 julio 1994.

{27} Fernández Fernández 1988:35, 38.

{28} Frank y Wheaton 1984:50, que cita una entrevista c on Petrona Zapon, y «Martirio y Lucha» de Ricardo Falla (Iglesia Guatemalteca en el Exilio 1982:46). Frank y Wheaton sitúan la llegada de Vicente a La Estancia en 1977, mientras que Falla f echa la misma historia dos años más tarde.

{29} Entrevista del autor con Sebastián Morales, Ciudad de Guatemala, 5 de julio de 1996.

{30} Equipo de Antropología Forense de Guatemala 1995:8 9, 92-93.

{31} Victoria Bricker (1981:4) citando a Claude Lévi-St rauss (1966:22).

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Capítulo 8

Vicente Menchú y el Ejército Guerrillero de los Pob res

«Hablaban de Dios, hablaban de que Jesús había naci do pobre como nosotros y que sufrió por nosotros y murió por nosotros. Por eso que tenemos que luchar contra los ricos, porque él era pobre y sufrió y murió por nosotros.» –Viuda de Uspantán recordando las reuniones de su aldea con el EGP, 1994.

El Vicente Menchú del que oí hablar en Uspantán, un copropietario de 2.753 hectáreas de tierra asesorado por el Cuerpo de Paz, parecía bien distin to del militante acosado descrito en Me llamo Rigoberta Menchú. Sin embargo, al final de su vida, Vicente fue acus ado de colaborar con la guerrilla, encabezó una marcha de protesta a la cap ital y se convirtió en mártir del movimiento revolucionario. Si mi retrato del Vicente anterior a la violencia es acertado, sería el suyo todo un cambio de trayectoria. Los parientes y vecinos d e Vicente aportan explicaciones, pero no todas coinciden entre sí. Existen testimonios discordante s sobre por qué acabó siendo perseguido por el ejército y muriendo en la embajada de España. Algun os recuerdan que Vicente protestaba por el secuestro de su hijo. Otros dicen que murió por su tierra, unos refiriéndose a su conflicto con los Tum y otros culpando a sus vecinos ladinos, los García.

Hay quienes citan el libro de su hija como prueba d e que Vicente era miembro activo de un CUC clandestino e invisible. Muchos lo asocian con el E jército Guerrillero de los Pobres, algunos por el simple hecho de que tuvo la desgracia de vivir e n un lugar por donde vagaba la guerrilla. Otros creen que dio la bienvenida a la guerrilla a su ald ea y aceptó colaborar con ellos. Un antiguo vigilante afirmaba que años antes de que la guerril la saliera a la luz, Vicente había convertido Chimel en una base secreta de entrenamiento subvers ivo. Un motivo para la cacofonía que rodea los últimos días de Vicente es la ambigüedad de una gue rra irregular en la que la responsabilidad no está clara y la principal fuente de conocimiento es el rumor. Otra razón es la amargura por la pérdida de vidas. Incluso aunque el CUC nunca estuv iera en Uspantán, el EGP sí estuvo, y su enfrentamiento con el ejército dejó sentimientos mu y arraigados, no sólo en contra del ejército y sus colaboradores, que cometieron la gran mayoría d e los homicidios, sino también en contra de la guerrilla y sus presuntos colaboradores, a los que muchos responsabilizan de la llegada del ejército.

Debido a las versiones contradictorias y los vacíos pesantes en mi información, no puedo llegar a una conclusión firme sobre los sentimientos de Vi cente por la guerrilla. Pero las contradicciones dramatizan el dilema al que se enfr entaron los campesinos cuando el EGP y el ejército convirtieron sus montañas y valles en un c ampo de batalla. Las historias también sugieren probabilidades. Muchas de mis fuentes, especialment e la gente del campo que sufrió una represión indiscriminada, consideran a los Menchú víctimas in ocentes. Otros culpan a los Menchú de haber invitado a la guerrilla a su aldea y provocado los desmanes del ejército. Si esta última facción estuviera formada principalmente por los habitantes del pueblo, que escaparon a la fuerza total de la represión, sería fácil descartar sus comentarios . Sin embargo incluye también a algunos sobrevivientes de Chimel. Si las personas que acusa n a Vicente fueran principalmente ladinos, y si la mayoría de sus compañeros indígenas lo exonerara , sería fácil descartar las acusaciones en su contra considerándolas el fruto de un prejuicio étn ico. Lamentablemente, aunque algunos ladinos defienden la inocencia de Vicente, a la condena se suman otros compañeros indígenas. Incluso entre sus viejos compañeros la opinión está dividida. ¿Qu é se puede conjeturar de las historias contradictorias? ¿Hay manera de reconciliar los tes timonios que hablan de un Vicente amante de la paz con las historias que le describen dando la bie nvenida a la guerrilla? Para responder a estas preguntas, veamos porqué fue acusada su aldea del a salto del EGP a Soch en agosto de 1979.

El EGP visita Chimel

Una visita repentina de la guerrilla deja tras ella muchas preguntas. ¿De dónde venían? ¿Qué aldeas habían atravesado? ¿Quién les estaría ayudan do? Si la guerrilla mata, una huida precipitada quiere decir que alguien de la vecindad será acusad o. No estando clara la responsabilidad, las sospechas siguen la vieja regla fatal: ¿Quién tiene algo que ganar? En el caso de Honorio García, era fácil pensar en dos grupos diferentes que le po drían haber denunciado a la guerrilla. Uno consistía en sus propios mozos, que tienden a ser l os sospechosos cuando se mata a un patrón. Por eso la historia de que un día la guerrilla encontró a unos mozos de Honorio, les preguntó qué tipo de patrón era éste y ellos respondieron que pagaba los salarios más bajos.

Esta es la versión de los hechos que prevalece en S an Pablo y Chimel. Honorio era un patrón exigente. No debe haber sido difícil extraer quejas de sus mozos. Pero la explicación también pudo haber sido apócrifa, y los hijos de Honorio buscaro n por otra parte, culpando a la aldea independiente de San Pablo debido al conflicto por un camino que se describe en el Capítulo 4 . Esta suposición es compartida por un activista de d erechos humanos de los años 90 que me dijo: «Unos dos nada más lo acusaron (a Honorio), no toda la gente. La guerrilla pasa preguntando si la comunidad está bien, y ellos dijeron que no, que el señor había tapado el camino, y fueron a matarlo». Aun si los sampableños fueron a quejarse con la guerrilla, no existe razón para creer que pretendieran sentenciar a muerte a Honorio. El crimen político no figuraba entre las prácticas locales.

Los hijos de Honorio también acusaron a Chimel del asalto. Cuando el juez de paz llegó a inspeccionar los dos cadáveres, los hijos de Honori o dijeron que entre los guerrilleros habían identificado a los hijos de Vicente. Doce años más tarde, en reacción al premio Nobel, Julio García declaró que los asaltantes habían estado lid erados por el propio Vicente. {1} Sin embargo otros testigos de Soch no corroboran este testimoni o, en vez de ello describen a los asaltantes como gente desconocida. No obstante, el hecho de qu e los asesinos llevaran la cara tapada o tiznada con carbón podría propiciar la idea de que eran de los alrededores.

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Sería fácil entender el motivo de los García para s ospechar de Chimel si hubieran estado disputándose la esquina suroriental de las 2.753 he ctáreas. Algunos de los jóvenes de la aldea creen que este era el caso, y también se lo oímos d ecir a una de las viudas de la embajada. Pero no figura entre las reclamaciones al INTA y los anc ianos de la aldea lo niegan, dicen que los problemas con los García por tierras colindantes no comenzaron hasta más tarde. Muchas personas suponen que Chimel fue acusado del asalto porque un o de los hijos de Vicente, Víctor, tenía una farmacia patrocinada por la Clínica Behrhorst. La m ayor parte de las alusiones al trabajo médico de Víctor están llenas de agradecimiento; pues de n o haber sido por él sus pacientes habrían tenido que recorrer todo el camino hasta Uspantán o Chicamán en busca de ayuda. Desgraciadamente, el ejército a menudo sospechaba que los promotores de salud daban medicinas a los insurgentes, especialmente si eran catequistas, y Víctor Menchú era las dos cosas.

Al igual que su padre y su hermano mayor, Víctor er a miembro activo de Acción Católica. Además de enseñar la doctrina de la iglesia, los líderes c omo Víctor servían en las comités para construir carreteras y escuelas, participaban en la s cooperativas y solicitaban proyectos de desarrollo. Bajo los auspicios de Acción Católica, equipos de fútbol y grupos musicales visitaban las aldeas vecinas; los jóvenes conocían a miembros del sexo opuesto y sus padres discutían los asuntos locales. Cuando los campesinos evocan con n ostalgia la vida antes de la guerra, conceden a Acción Católica el mayor cumplido entre ellos, era alegre. Por regla general los catequistas eran hombres con experiencia en el mundo exterior y podí an hablar castellano. Acostumbrados a tratar con gente de afuera, eran un objetivo obvio de las campañas de reclutamiento de la guerrilla. Independientemente de que los catequistas estuviera n o no de acuerdo con la lucha armada, las sospechas del ejército forzaron a más de uno a term inar en el EGP para salvar la vida. Sin embargo, los catequistas de Chimel podrían haber es capado a la persecución de no haber sido por un rumor letal. Este era que la guerrilla había tenido una reunión en Chimel, poco tiempo antes de su ataque a Soch, y que habían sido bien recibidos por Vicente Menchú.

Es posible que la pura geografía originara el rumor . Chimel se encuentra en un valle montañoso en el que convergen dos cuencas hídricas. Una va ha cia el occidente, a la Finca San Francisco, en la región ixil, y la otra fluye al oriente, hacia e l departamento de Alta Verapaz. Esto lo sitúa en un corredor que el Ejército Guerrillero de los P obres utilizaba entre sus fuerzas en la región ixil y sus actividades en Verapaz. En Uspantán y su s alrededores todo el mundo corrobora que el EGP andaba por la región meses antes de matar a Hon orio García y Eliu Martínez. En general también coinciden en que la guerrilla se detuvo en Chimel d urante ese periodo. Lo que no está claro es que Chimel les diera la bienvenida, incluso si nos basa mos en testimonios de la visita expuestos por cuatro personas que dicen haber sido testigos.

«La guerrilla solamente pasó», nos dijo en k'iche' una mujer a Barbara Boceck y a mí. «Llegó aquí para reunir a la gente, como a las dos de la t arde, pero la gente no se reunió... No estaba Vicente Menchú cuando llegaron... 'Hagan el favor, reúnan a la gente para una clase', decían que eran el Ejército Guerrillero de los Pobres, ¿pero q ué es eso?. Uno no sabe, no está claro quienes son. Llegaron dos personas y los guerrilleros piden que les hagamos favor de traerles comida, regalada. Pero no hubo clase porque las personas no se presentaron. Pidieron comida y decían que ellos también eran pobres. Se marcharon a la montañ a y uno, dos, tres meses más tarde la plaza de Soch está llena de guerrilleros.»

¿Cuántos eran?, pregunté. «Aparecieron como cien, h ablaban idioma de Chajul, pero habían más ladinos que naturales. Mujeres también, vestidas de puro soldado, pero de color más oscuro. No se tardaron, llegaron a las dos de la tarde. No comier on porque no les dieron comida, porque no había nada para comprar, y se fueron a las dos y media o las tres. No se tardaron». ¿Por qué nadie en Chimel se quejó al ejército? «Después de que llegó el EGP, había clases de lunes donde enseñan la palabra de Dios. Algunas personas pensaban que debe rían abandonar la aldea; yo dije que no. Si llega el ejército, tal vez mata a la gente. Igual s i llega la guerrilla, tal vez mata también. Solo Dios sabe, entonces (la gente) no hicieron nad a». Al igual que varias de las personas que entrevistamos Barbara y yo, esta mujer había perdid o un familiar en la embajada de España. «Como había pasado la guerrilla, en Soch dijeron que todo s aquí eran guerrilla», concluyó. «La gente aquí no hacía k'o ta kimak (error o pecado), pero l es estaban matando a todos». K'o ta kimak se convirtió en el estribillo de nuestras entrevistas con los sobrevivientes, particularmente de las mujeres que habían perdido a sus maridos.

Otra mujer de Chimel, que también perdió un familia r en la embajada, proporcionó una versión algo diferente de la visita del EGP. «La guerrilla pasó el 3 de mayo, pidió comida y la gente preparó comida». ¿Qué dijeron los guerrilleros? «Co mo sólo hablan en castilla, lo único que entendí fue: 'Que no dejen agarrar a sus hijos para el cuartel'. Toda la gente de la aldea los escuchaba. Hay unos que escuchaban bien, otros que no. Yo no escuché porque regresé a mi casa para hacer café y les llevé una gran olla». A pesar de q ue según nuestra segunda fuente los campesinos llevaron comida a la guerrilla y les escucharon, el la insistió que ni Vicente Menchú ni Chimel colaboraron con la guerrilla.

Nuestras tercera y cuarta fuentes, dos hombres de C himel, describen cómo acogió Vicente al EGP. «Bien, había oído que Vicente está en el pueblo cua ndo vino la guerrilla, cuando llegaron por la primera vez (el 29 de abril de 1979)», me contó uno de ellos. «Lo que oí aquí es que Vicente platicó con ellos allá. Después, vinieron aquí, baj aron de allí (Laguna Danta), llegaron aquí, y hicieron reunión allá en la capilla con Vicente. En esa reunión, Vicente explicó a los vecinos que ellos nos ayudan a nosotros, que están aquí para ap oyarnos. Yo miraba desde un poco lejos, me asusté y no me quedé allá. Habían muchos, uniformad os, con armas. En la reunión dijeron que, si hay uno que no quiere asistir a la reunión o quiere informar al ejército o a los comisionados militares, esto se llama reaccionario, esto se llam a oreja, y se le mata. El dijo que si uno va con el ejército, viene la guerrilla otra vez para m atarlo. Hubo varias reuniones. Después la guerrilla llegó varias veces».

Nuestra cuarta fuente es uno de los que abandonaron Chimel en 1980 debido a la alarma por la dirección que estaba tomando. Reportó haber visto g uerrilleros en Chimel muchas veces, mujeres al

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igual que hombres, vistiendo uniformes de color ver de oscuro. La primera ocasión fue anterior a la muerte de Honorio García. «La guerrilla apareció po r aquí después de ocupar el pueblo, para decir que estaban aquí para 'defender la vida del campesi no'. La guerrilla nos dijo que habían venido para ayudarnos a defendernos, porque el gobierno no s esclavizaba. Casi todos en Chimel les dieron la bienvenida, en Laguna Danta sólo unas casas, tal vez la mitad. Habían muchos guerrilleros, miles, más de los que podía contar». Puesto que est a fuente también afirmó que Vicente había dado la bienvenida a la guerrilla, le pregunté lo que ha bía oído decir a Vicente. «'Está bien' , dijo. 'Hay muchos enemigos en esta tierra. Queremos termi nar con los envidiosos para estar en paz'. Cuántos son los enemigos de él, quiso otra nueva vi da, pero buscó el mal.»

Encubriendo los primeros crímenes políticos

«El Alcalde decía que él no tiene que ver nada con los campesinos... entonces venimos aquí también al Quiche con el Jefe de la Zona, también d ecía que no sabía nada; y mandamos otro telegrama aquí en el Ministerio de la Corte Suprema de Justicia, también decía que sólo con los policías tiene que ver él dice, con los campesi nos no tiene que ver nada. También aquí una oficina de los trabajadores, el FTC, y un día l e dijimos nosotros que quieremos entrar con Lucas y quieremos nosotros platicar allá qué de lito tiene el indígena y nosotros quieremos saber qué delito porque nosotros acaso so mos locos que vamos a reclamar cosas y sabemos que deba algo, pues allí ya no podemos noso tros reclamar nada, pero bien sabemos nosotros que no debe nada, porque es patojo de 17 a ños; y dijo Lucas que no, que tengo que salir en otros estados y vengan hasta en la otra se mana.» –Vicente Menchú a un periodista de la capital, 26 de enero de 1980. {2}

Buena parte del poder del relato de Rigoberta surge de la dramática ecuación entre la lucha de su padre por la tierra y su decisión de sumarse a l a revolución. Si identificando a Vicente con el CUC se le concede una genealogía radical, culpando a los finqueros de sus conflictos por la tierra le atribuye una causa que encaja perfectamente con la definición de lucha del movimiento guerrillero. Sin embargo, mi investigación no logró confirmar una relación estrecha entre las reclamaciones de Vicente por la tierra y la violenc ia que lo arrastraría. Luego de varios meses de entrevistas en Uspantán, completadas con un repaso a los archivos del INTA, yo estaba seguro de que la violencia en torno a Chimel no había surgido a consecuencia de los conflictos por la tierra.

Los recuerdos de miembros de la familia, funcionari os municipales y vecinos coincidían en décadas de reclamaciones y contrareclamaciones por parte de Vicente y sus antagonistas. Contrariamente al libro de su hija, el principal pr oblema de Vicente no había sido con propietarios ladinos de nombre Brol, García o Martí nez. En vez de ello, había sido con sus propios parientes políticos k'iche's, los Tum de Laguna Dan ta. Cuando llegó la violencia, el detonante fue el ataque del EGP a dos familias ladinas con las cu ales Vicente no había tenido dificultades serias, esto es lo que yo creía que había estableci do.

Sin embargo surgieron complicaciones. Si bien todo el mundo confirmaba que Vicente llevaba años pleiteando con la familia de su mujer, algunas de m is fuentes creían que un conflicto posterior con la familia García, después de 1987, por la esqu ina suroriental de las 2.753 hectáreas de Chimel, se había originado antes de la violencia. S egún ellos, en vez de ir a la embajada española para protestar por los secuestros del ejército, Vic ente estaba defendiendo los límites de Chimel, de los García y de sus cuñados, los Martínez. Por l o tanto, Vicente había muerto por su tierra. Una de mis fuentes mejor informadas, un hombre prof undamente involucrado en las reclamaciones de Vicente, negó que hubiera habido un conflicto de ti erras con ladinos al principio de la violencia; sabía que Vicente acababa de recibir el titulo prov isional de su tierra, pero en ocasiones también afirmaba que Vicente había muerto por su tierra.

Un recorte del Washington Post ratificó mi inquietud. Por pura casualidad, una re portera llamada Terri Shaw había acompañado en diciembre de 1979 a la delegación del INTA que hizo entrega del título de propiedad de Chimel. Después de que l a masacre en la embajada de España reclamara más noticias sobre Guatemala, utilizó su visita a C himel para escribir un reportaje, ignorando que entre las víctimas de la embajada se incluían varia s personas de la misma aldea que había visitado. Al igual que en los relatos que yo reuní quince años después, Shaw describía cómo los campesinos estaban demasiado atemorizados para lleg ar al pueblo a recoger sus títulos, lo que obliga a la delegación del INTA a volar en helicópt ero hasta Chimel. «Los indígenas hablaban entre ellos de los amigos que habían sido agarrados por l a policía militar y que nunca habían regresado», escribió Shaw. «Tras aceptar los nuevos títulos, los indígenas trataron de gestionar con los funcionarios la solución de algunos de sus denuncias. Mostraron a Rubén Castellanos, segundo Vicepresidente del Instituto Nacional para la Transformación Agraria, un mapa indicando el lugar donde una gran familia de terratenientes habí a invadido sus tierras».

Esto sonaba a los Martínez y García, en una fecha d emasiado temprana. Siguiendo con el relato de Shaw, los campesinos creían que los secuestrador es estaban ayudando a los propietarios ricos a apoderarse de la tierra. ¿Es posible que ella no en tendiera a quiénes estaban acusando? No, porque la versión del Post tenía mucho en común con las de nuncias que Vicente haría en la capital. En primer lugar, el Post no hacía referencia al asesin ato de Honorio García y Eliu Martínez a manos del EGP. A pesar de que los secuestros del ejército eran en represalia por un ataque de la guerrilla, nadie mencionó este hecho a la periodist a. En segundo lugar, los campesinos atribuyeron la agresión del ejército a los finqueros que invadí an su tierra, como lo ratificarían en la capital. {3}

Luego de que el EGP ejecuta a un García y a un Mart ínez, es indudable que varios parientes decidieron vengarse colaborando con el ejército. En diciembre de 1979 Chimel podía echar la culpa de los secuestros a varios ladinos de Soch. Pero, ¿ por qué los acusaría Chimel de haber invadido tierras, eludiendo mencionar el papel del EGP, sino para evitar el tema de cómo había empezado realmente la represión? Esto es exactamente lo que sugiere una entrevista con la delegación de Vicente en la Ciudad de Guatemala, cinco días antes de que éste muriera en la embajada de España:

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«Pues se empezó la represión sobre un terreno que n osotros de aquí de Quiché solicitamos un terreno de aquí de San Miguel Uspantán que es terre no nacional», declaró un campesino que pronto se identificaría como el padre de Petrocinio Menchú . «Y después de esto se empezó una represión por el ejército y unos finqueros que están cerca de este terreno nacional. Y como el INTA empezó a medir este terreno a nosotros los campesinos que es tamos allí pues, nos dieron posesión por el INTA, ellos están metidos adentro del terreno nacio nal... Nos dieron el registro todo y siempre dilatamos veintiocho años solicitando este terreno. Pero como los finqueros del Soch siempre buscaron la manera de como nos pueden oprimir, y de spués que ya salió el terreno así libre y después nos acusaron de delitos no sé en qué forma con los del ejercito, y ellos quieren quedarse con todo nuestro cultivo que tenemos en este moment o... Después que por estos problemas secuestraron a nuestros compañeros de allí de Uspan tán, que son nueve campesinos que son dirigentes de esa solicitud».

Cuando el entrevistador pregunta si el pueblo de Us pantán ha sido ocupado por la guerrilla, Vicente responde: «Así dijeron pues, pero como noso tros vivimos como a veinte kilómetros del pueblo, y como no mucho venimos al pueblo, no nos d imos cuenta, noticias sí oímos, pero no vimos nosotros...» A la pregunta de si la guerrilla es ac tiva localmente, Vicente contesta: «Pues allí no, sólo tomaron Uspantán, sí oí yo, pero yo no est aba allí cuando pasaron, como yo vivo lejos del pueblo; y allí donde nosotros vivimos sí nunca hemo s visto ninguna persona desconocida; siempre llegan gente pero conocemos y también no hemos vist o nada; y después esas personas nos acusan así, pero qué vamos a saber nosotros eso; bueno que hubi eran pasado o hubieran platicado con ellos, pues vale la pena, y uno tiene que decir, pero como no... Tal vez por los finqueros que tal vez han pagado algo a ellos para que nos quieren asusta r o nos quieren explotar en ese terreno donde estamos para que ellos aprovechan ese terreno, pues eso es meter miedo a la gente y quieren ellos que dejemos abandonado y ya se fueron muchos porque allá en Chimel ya se fueron como treinta campesinos del miedo también, son de Sacapulas, de Parraxtut, se fueron». {4}

Esta presentación distaba mucho de ser verídica. En primer lugar, tal y como todo el mundo corrobora, el EGP había visitado Chimel. En segundo lugar, las víctimas de los secuestros no habían estado al frente de su reclamo de tierra. In cluso si Petrocinio desempeñaba el papel de secretario, las otras víctimas procedían de otra al dea. En tercer lugar, los colonos de Parraxtut se habían ido de Chimel varios años antes debido a desacuerdos con el propio Vicente sobre su forma de dirigir la comunidad y su negativa a negoc iar con los Tum. Evidentemente, Vicente no admitía el rol del EGP en el inicio de la violencia . Tal vez consideraba aliados a los guerrilleros, pero ésta no es la única posibilidad. Es posible que sus asesores urbanos le hubieran advertido que no mencionara al EGP, argume ntando que al hacerlo provocaría preguntas espinosas que le hubieran causado más problemas. O es posible que negara lo que sabía por miedo tanto a la guerrilla como al ejército.

Vicente y su delegación no fueron los únicos en omi tir el asesinato de los dos ladinos. Ninguno de los documentos distribuidos por la izquierda en ocasión de las protestas en la capital menciona los primeros crímenes políticos de Uspantán. {5} Cuando los informes de solidaridad mencionaban la ejecución de Honorio García y de Eliu Martínez, lo hacían bajo explicaciones falsas, que las víctimas eran comisionados militares o que habían a menazado con matar campesinos. {6} Ni siquiera la Iglesia Católica los mencionó en sus comunicados. {7} Debido a la influencia que lograron los cuadros y los simpatizantes de la guerrilla en los informes de derechos humanos, nunca se prestó atención a Honorio y Eliu como víctimas de la viole ncia política. Estigmatizados por el movimiento guerrillero, quedaron fuera del mapa de los derecho s humanos.

¿Por qué acogieron a la guerrilla?

En Uspantán muchos no creen que Vicente Menchú hici era lo que algunos de sus socios afirman que hizo: acoger al EGP en su aldea. Entre los testigos se incluyen dos ladinos activos en la rama conservadora de la política de Uspantán, dos miembr os de la familia Martínez, y otros tres ladinos que entrevisté. A diferencia del Vicente de la hist oria de su hija, el hombre que ellos describen tiene una actitud recatada hacia los estados superi ores de poder, dominados por los ladinos. Dada la carga de política racial de Me llamo Rigoberta Menchú, la incapacidad de mis testigos para recordar una conducta combativa hacia los ladinos e s notable. En realidad, la mayoría de los ladinos que entrevisté estaban asombrados por el fi n de Vicente.

Como miembro de un grupo subordinado, Vicente no ma nifestaría al completo su personalidad en las interacciones con los ladinos, cuya buena dispo sición era esencial en sus batallas legales con otros k'iche's. Pero en todo caso, a los defensores ladinos de Vicente les resulta difícil creer que él colaborase con el EGP, a menos que se hubier a visto obligado por la reacción desmesurada del ejército. Uno de ellos argumentaba que era abso lutamente impropio de Vicente pedir a alguien que matara a sus enemigos. En sus visitas a la muni cipalidad, a decir de un ex funcionario, Vicente siempre mostró un carácter tranquilo. Habla ba educadamente: «'Mire, señores, somos de Chimel y queremos esto, esto, esto'», explicaba con paciencia y tacto. «No era un revolucionario», insistió esta fuente. «Tenía mentalidad de paz, de tener resolución pacífica. Sigo pensando que su intención era pacífica».

Si apostar por la guerrilla, a menos que se viera f orzado a hacerlo, no correspondía a la personalidad de Vicente, ¿por qué acogería al EGP e n su aldea antes de que el ejército comenzara a secuestrar hombres de Chimel y de San Pablo? Una po sibilidad sería que Vicente estuviera menos entusiasmado con la llegada del EGP a su aldea que lo que indican algunas versiones. La imagen favorable que alcanzó el movimiento revolucionario internacionalmente ha opacado el hecho de que los campesinos pudieron sentirse tan intimidados co n la llegada de los guerrilleros como con la de los soldados. Como líder comunitario, los deberes d e Vicente incluían negociar con cualquier autoridad o fuerza que se presentara, y los anciano s mayas son habilidosos para disimular sus sentimientos. «Cuando llegaron aquí», explicó un an ciano de una aldea vecina, «uno no puede rechazarlos porque tiene que humillarse. Por defend er nuestra propia vida tenemos que humillarnos. Porque si no, nos pueden matar. Igual si pasa el ej ército...»

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Sin embargo, si Vicente fue un anfitrión reticente, ¿por qué no reportó al ejército la visita del EGP? No es insólito que los líderes de las alde as, que ahora sostienen que tuvieron sentimientos mezclados hacia la guerrilla, digan qu e optaron por el silencio para evitar consecuencias inevitables: incursiones del ejército , exigencias de más información o ser identificado por el EGP como informante. Eso, tambi én, era garantía de muerte. Sólo porque Vicente no reconociera nunca que la guerrilla visitó su ald ea no quiere decir que le agradara su llegada. Un día, un hombre que vivía cerca de Chimel fue con vocado a una reunión allí, con cincuenta extraños vestidos con ropa militar. «A ustedes les tratan como burros, como animales, pero vamos a sacar a todos los patronos, a todos los finqueros, a todos los gringos que les explotan», dijeron los extraños. Aunque nuestra fuente no conocía a Vi cente en persona, recordaba a un anciano que dijo: «Si ustedes trabajan conformemente con nosotr os, nos estamos de acuerdo». Literalmente interpretado, esto sería una bienvenida condicionad a, y acaso algo reticente.

Pero esto no es lo que Barbara y yo oímos decir a d os de los cuatro campesinos que decían haber sido testigos de la visita de la guerrilla a Chimel . Según los dos hombres que acabo de mencionar, Vicente dijo a sus vecinos que la guerrilla les apo yaría. Esta otra posibilidad corrobora los testimonios acerca de serias diferencias entre los Menchú y algunos de sus cuñados con respecto a las visitas del EGP. Según dos hombres emparentados por matrimonio con los Menchú, uno de los familiares políticos de Vicente se marchó después d e que una noche alguien apedreara su casa e intentara derribar la puerta. Me informaron de otro pariente político que abandonó Chimel después de que se negó a apoyar a la guerrilla y fue acusad o por Vicente de informante del ejército. Me dijeron que estos conflictos ocurrieron después de la muerte de Honorio García, y resultaron en la salida de tres familias de Chimel antes de que éste fuera destruido. En todo caso, hubo suficiente discordia con respecto a las visitas del EGP como p ara impulsar la retirada de familias que habían estado con Vicente durante su larga lucha con los T um.

Hasta que empezaron a acumularse las historias sobr e Vicente apoyando al EGP, me costaba creer que se hubiera sumado a una rebelión armada justo e n el momento de obtener el título de las 2.753 hectáreas. No parecía encajar lógicamente con las p erspectivas para su familia y aldea como propietarios de unas tierras que la mayoría de los campesinos sólo podrían soñar. Pero la buena suerte de Vicente apenas era incompatible con su in volucramiento en la insurgencia. Los movimientos revolucionarios normalmente afirman rep resentar a los miembros más oprimidos de la población. Esta es la imagen que tiene impacto inte rnacional, tal como lo ejemplifica Me llamo Rigoberta Menchú. Pero por regla general no son los campesinos desti tuidos quienes se suman a las insurgencias. Tal como ha observado Eric Wolf, los más oprimidos no tienen ni los recursos ni el campo de acción para enfrentarse tan directamente a la estructura de poder. {8}

En vez de ello, los campesinos revolucionarios tien den a proceder de un nivel más acomodado, cuyas expectativas de ascenso colisionan con las in flexibles estructuras de poder. En las tierras bajas del Ixcán, al noroeste de Uspantán, el EGP re clutaba miembros de las cooperativas financiadas por la iglesia católica. Entre los ixil es de Cotzal, los primeros hombres que acogieron a la guerrilla fueron activistas político s relativamente desahogados. En el pueblo ixil de Chajul, la guerrilla atrajo en primer lugar a pe queños propietarios que se sentían acosados por los ladrones de ganado. Para un ejemplo de cómo los campesinos que defienden su propiedad pueden convertirse en mártires revolucionarios, veamos bre vemente los acontecimientos que enviaron a los ixiles de Chajul a la embajada española.

La historia de Gaspar Vi

«La verdad es que siempre en los treinta y tres año s de guerra fue muy difícil conocer la base real de la guerrilla. El que dice ser guerrill ero a veces no lo es. No se sabe hasta donde llega y hasta donde no llega, con quién tiene relaciones, qué estructura tiene o cómo trabaja.» –Rigoberta Menchú, 1992. {9}

Uno de los riesgos que se corre al analizar minucio samente la propaganda izquierdista sobre la represión es que parezca implícito que aquella fue infundada. Esto dista mucho de ser el caso, como quedará claro en los dos próximos capítulos. A unque Rigoberta retrata a su padre de un modo diferente a cómo es recordado en Uspantán, había en la embajada española que en cierta forma encarna al perseguido Vicente de Me llamo Rigoberta Menchú más que el personaje histórico. Gaspar Vi era uno de los tres ixiles de Chajul que muriero n junto con el padre de Rigoberta. Vicepresidente de Acción Católica, era querido por su habilidad para mediar en los conflictos locales. Pocos meses antes de su muerte, había sido secuestrado por el ejército, brutalmente golpeado, y puesto en libertad gracias tan sólo a l as presiones de la Iglesia Católica.

Cuando pregunté por Gaspar en Chajul, un hombre que le conocía contó la siguiente historia: «Por aquí había ladrones, junto con comisionados mi litares que eran sus cómplices. Tenían su grupo, robaban cosas. Y si les acusaban, ellos resp ondían con otras acusaciones, se tapaban, eran testigos unos de otros. Un día, habían cinco de ell os, bolos, y le pidieron un trago a Gaspar Vi. El no quiso invitar. Estaban tomados y le dijeron, 'Vas a pagar por esto'. Se llevaron una su vaca. Sólo le dejaron el cuero. El Gaspar Vi se fue a la muni. Le preguntan –'¿Quién la robó?' –'A saber', dice, 'Pues, tal vez estos señores'. –'¿Hay pruebas?', preguntaron. –'No'. –'Pues no podemos hacer nada', dicen».

«Entonces Gaspar Vi y otros veinte forman un grupo. El y Gaspar Mendoza son los líderes, porque hablan castilla, más otros que han perdido vacas. ' Tu perdiste una; tú perdiste tres'; así era. Fueron al destacamento militar de Juil para decir s u problema, el ejército les pide que escriban sus nombres y sus números de cédula en una lista, y ¿quién está allí? Otomero Galindo, el comisionado militar. Cuando el ejército presenta la acusación, él dice que es muy trabajador, que trabajó para el ejército y que estos veinte hombres –de la Iglesia Católica, de la Democracia Cristiana, líderes del pueblo– son colaboradores de la guerrilla. 'Seguro', dice el ejército, y agarra a Gaspar Vi y a su hijo Baltazar. Los llevan a rastras hasta Cotzal. Seis días más tarde volvieron, con muñecas y cuellos hinchados, tal vez marcados por los lazos».

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«'Estamos jodidos', dice Gaspar. 'Estamos en la lis ta. Todos estamos en la lista. No más partidos, organizaciones, cooperativas'. Se retira a su terreno en Tzitzé, ya no viene al pueblo. En Tzitzé la guerrilla empieza a visitarlo, pero no uniformados como guerrilleros, vienen como ganaderos, con los lazos enrollados al cuerpo, busc ando sus vacas. Quieren comprar pollos, vacas '¿cuánto vale esta vaca?' 'Vale quinientos', dijo. '¿Es su último precio?' 'Es mi último precio'. 'Pues, tal vez volvemos entre ocho días para ver si nos alcanza el pisto'. Y siguen volviendo. Por fin le preguntan, '¿Usted tiene una casa en el pueb lo?' 'Sí', les dice. '¿Por qué no va nunca allí?' Cuenta lo que pasó. Y de esa forma ganó su c onfianza». Luego de haber oído todo esto, le pregunté a mi fuente si tal vez Gaspar ya colaborab a con el EGP antes de ir a protestar a la capital. «Tal vez sí», respondió. «Nuestra gente no sabe qué es embajada. No sabe qué es manifestación. No se presta a eso».

En ocasiones anteriores los chajules me habían dich o que la violencia comenzó localmente con los ladrones de ganado; la guerrilla les ayudaba a matarlos o expulsarlos del pueblo. Cuando una turba de Chajul mató a dos hombres en octubre de 19 79, fueron identificados como ladrones de ganado e informantes del ejército. {10} Así como en el capítulo anterior, cuando los funda dores del CUC se ganaron a sus vecinos arrestando a unos deli ncuentes, aquí tenemos otro caso en el que el movimiento revolucionario recluta campesinos, no po r organizarlos contra una clase enemiga sino por defender sus derechos de propietarios.

«No, la guerrilla no habló desde el principio de la lucha armada», me dijo otro hombre de Chajul. «Por caso, lo que decían era, 'tenemos que organizarnos porque somos un pueblo aislado y atrasado y el gobierno no nos ayuda.' Organizan lig as campesinas para combatir a los ladrones y viene la Policía Militar Ambulante a controlar. Así que comenzaron los muertos... Revueltos la gente y la guerrilla van por los ladrones que roban las vacas, el maíz; que entran a las casas para llevarse la ropa. Mataron a muchos ladrones. E ntonces la Policía Militar Ambulante viene y agarran a cierta gente para ser orejas. Son los mis mos ladrones que se dedican a chupar todo el día y no trabajen... y ahora señalan a la gente por subversivos. Andaban de casa a casa pidiendo dinero y si no les daban, decían que ése era un sub versivo».

Testimonios como éste ilustran cuán difícil es defi nir cuando comenzó a organizarse la guerrilla. Nadie lo puede saber, a excepción de los sobrevivientes de los primeros cuadros de un área, puesto que la política del EGP era la de infi ltrarse en estructuras preexistentes y sólo revelar su agenda poco a poco, incluso a la gente q ue estaba organizando. Lo que también está claro es que los chajules estaban sujetos a una rep resión brutal por parte del ejército. En la entrevista que ya ha sido citada anteriormente, jus to cinco días antes del incendio en la embajada española, los manifestantes chajules hablaron de so ldados que entraban en sus casas y se llevaban a las mujeres jóvenes para violarlas por todo el gr upo. Los hombres eran arrestados y ya no regresaban nunca; a otros les robaban a punta de pi stola; a otros les ordenaban que fueran a la plaza para ver a «sus padres muertos», los siete ca utivos de Uspantán que según el ejército eran guerrilleros. Las denuncias fueron hechas en un esp añol tan precario que no permite una interpretación definitiva, pero un campesino que ha blaba con más fluidez, probablemente Vicente Menchú, afirmó lo siguiente: «Yo fui militar en tie mpo de Ubico, no existían esas ideas como está sucediendo ahora. Nosotros siempre salíamos a inspe ccionar algo para nuestro jefe del cuerpo, pero ellos siempre nos están controlando que no vamos ha cer algo contra los prójimos o contra los vecinos, entonces allí nosotros ya no podemos hacer también. Eso era disciplinado, pero ahora los del ejército parece que no tienen ningún disciplina porque ya no respeta nuestros derechos como campesinos indígenas». {11}

La tragedia de Vicente Menchú

«El problema siempre es de la tierra, de la autorid ad, de querer sacar provecho. Así fue el gran problema, la división entre ellos, de la que n ació la violencia. Siempre por la tierra.» –Activista de derechos humanos en Uspantán , 1994.

Desde hace muchos años los académicos debaten cuál es motivo por el cual los campesinos se suman a las insurgencias. Para aquellos que desean defender la legitimidad de los movimientos guerrilleros como la vox populi del campesinado opr imido, destaca especialmente la explicación de la ideología. Una opresión creciente despierta las conciencias de los campesinos que, por lo tanto, se deciden a luchar, y Me llamo Rigoberta Menchú se suma a la evidencia para la defensa de esta postura. A lo que no se le ha prestado mucha a tención es al hecho de que una vez que los insurgentes y los contrainsurgentes entran en acció n, los campesinos tienen pocas alternativas. {12} Si los campesinos crean vínculos ideológicos con lo s insurgentes, es frecuente que éstos no duren mucho, dado, en particular, que muchos de ellos son ejecutados u obligados a entregarse. Entre los sobrevivientes muchos concluyen que su periodo revo lucionario fue un error.

El padre de Rigoberta pudo haber tenido motivos par a dar la bienvenida a la guerrilla. Los campesinos son muy conscientes de su falta de poder , de modo que comprenden la importancia de mantener buenas relaciones con la facción que tenga una buena jugada. Es posible que la llegada repentina de una columna guerrillera, en un número muy superior al que nunca habían manifestado las tropas del gobierno, así como su visión de un n uevo orden social, impresionaran a Vicente. Pero aunque Vicente tuviera unas inclinaciones más radicales que las que se pueden demostrar hasta el momento, lo que él tenía en mente debe haber sid o muy diferente de lo que planeaba la guerrilla. Los campesinos de esta parte de Guatemal a tenían poca experiencia acerca de cómo trataba el ejército a los campesinos si éstos eran sospechosos de subversión. El EGP tampoco se sintió obligado a hablar a los campesinos de las po sibles implicaciones desastrosas si se sumaban a sus fuerzas. Los comandantes de la guerrilla sabí an lo que les había sucedido a los campesinos del oriente de Guatemala que les apoyaron, pero est aban demasiado dedicados a su causa, y demasiado fanatizados por el sacrificio de tantos c ompañeros, para ser conscientes de lo que costaría su estrategia a la próxima población que t rataran de organizar.

Algo que no se puede pasar por alto es la rapidez c on la que la guerra arrolló a Vicente. Sólo pasaron nueve meses entre la primera aparición loca l del EGP y su muerte en la embajada española.

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Cualquier decisión que tomara, dispuso de muy poco tiempo para tomarla y de escasa o nula oportunidad para retractarse. Después de que Chimel se comprometió recibiendo a la guerrilla, las consecuencias se manifestaron precipitadamente en l as dos ejecuciones perpetradas por el EGP, a las que siguieron una semana más tarde los primeros secuestros del ejército. De pronto Vicente se vio acorralado contra la pared. Ahora estaba compro metido, cualesquiera que fuesen sus intenciones, le gustara o no, y Chimel estaba domin ado por la ansiedad.

«Si hay uno que no quiere asistir a la reunión o qu iere informar al ejercito o a los comisionados militares», repitiendo las palabras de Vicente citadas anteriormente, «esto se llama reaccionario, esto se llama oreja, y se le mata... Si uno va con el ejército, viene la guerrilla otra vez para matarlo». Cuando algunos de sus parie ntes políticos se negaron a seguirle, Vicente aprendió una de las lecciones de unirse a una organ ización clandestina: Puesto que la deserción pone en peligro la seguridad del grupo, cambiar de idea se castiga con la muerte. Si uno trata de reclutar a un amigo de confianza y éste te rechaza, se puede convertir de repente en tu peor enemigo.

Si en verdad Vicente acogió a la guerrilla, ¿qué pu do ser lo que esperaba lograr? Si damos crédito a Me llamo Rigoberta Menchú, la respuesta es muy sencilla. Chimel se veía acosa do por finqueros y la guerrilla lo protegería. Pero, si en vez de esto, el conflicto interminable de Vicente era con Laguna Danta, ¿es posible que quisi era que la guerrilla le protegiera de sus parientes k'iche's? Cuando apareció la guerrilla en 1979, el INTA estaba a punto de titular las 2.753 hectáreas, pero se negaba a incluir las 151 h ectáreas ocupadas por la casa de Vicente y las familias de su grupo. Seguía sin resolverse la prop iedad de esas tierras, para decepción de ambas partes. Sólo meses antes, en noviembre de 1978, los Tum habían proyectado su sombra sobre el censo final del INTA al conseguir que Vicente fuera encar celado. Aunque fue puesto en libertad en cuestión de pocas semanas, seguía estando pendiente del juicio legal y la posesión de las tierras en las que vivía desde hacía treinta años todavía n o estaba asegurada.

Que Vicente esperara que el brazo fuerte de la guer rilla le ayudase contra los Tum es sólo una hipótesis, y una no muy agradable. Pero sería compa tible con la larga historia que compartió con los Tum, la de apelar a instituciones externas cont ra sus parientes políticos. En cuanto al EGP, no quería aliarse con una facción campesina en cont ra de otra. Más bien, quería unirlas contra sus enemigos de clase, que serían, por lo general, los ladinos. Si Vicente quería utilizar al EGP en contra de sus rivales k'iche's, esto nunca llegó a suceder. Sin embargo cuando la guerrilla organiza a colonos cuyas rencillas más apremiantes son entre ellos, es posible que lo que viene después haya sido motivado por las rencillas campes inas y no por la causa que el liderazgo revolucionario quiere que adopten los campesinos.

Cuando visité Laguna Danta en 1991, los diferentes Tum que me recibieron se incomodaron con mis preguntas sobre su pleito con Chimel. Aunque seguía n resentidos por éste, negaron cualquier conexión con las matanzas políticas que a principio s de los 80 hicieron estragos en su propia aldea al igual que en Chimel. Un anciano que había pasado buena parte de su vida peleando con Vicente volvía una y otra vez a la muerte de Vicent e en la embajada española. Lo hacía con obsesión, como si para él hubiera sido un trauma ta n grande como lo fue para Chimel. Los Tum no querían que se les acusara de la persecución de los Menchú, yo nunca oí nada al respecto a nadie que estuviera vinculado a Chimel. Independientement e de cuán amargas fueran sus diferencias, es posible que un sentido de la solidaridad previniera acusaciones del tipo colaborar con el ejército o con la guerrilla, las cuales desencadenaron tanta s víctimas en otros lugares.

La primera persona que habló de tensiones entre las dos aldeas desde la aparición de la guerrilla fue un ladino de Soch. Aunque culpó a sus congéneres ladinos por la violencia, no se detuvo ahí. Los Menchú «tenían una venta de medicin a en Chimel, puesta allá por el padre (católico), y también venían aquí (al Soch) para ve nder medicina en el mercado. Cuando se presentó la guerrilla (en Chimel) y pidieron medicina, uno d e los Tum avisó al ejército, que decidió que los Menchú eran de la guerrilla».

Posteriormente Barbara Bocek y yo estábamos entrevi stando a un viejo amigo de Vicente, un anciano con vínculos familiares en los dos bandos d el pleito Tum-Menchú, que habló algo de zahoríes (brujos mayas) que trabajaban contra Vicen te. Luego se refirió a Nicolás Tum Castro, un primo de la esposa de Vicente, Juana Tum Cotojá. De sde su casa en Laguna Danta, Nicolás lideró la lucha contra Vicente, especialmente después de la m uerte de su padre, Antonio Tum. Cuando el INTA tituló las 2.753 hectáreas de Chimel a finales de l os 70, Nicolás siguió protestando por la ocupación de las otras 151. Trece meses después de la muerte de Vicente, el 28 de febrero de 1981 a las 4: 30 de la tarde, Nicolás fue asesinado cuan do salía de su temaxcal junto con un sobrino llamado Antonio Hernández Lux.

La gente de Laguna Danta me dijo que ignoraban el m otivo exacto de las dos muertes, pero culpaban a la guerrilla. Ahora, en otra aldea, un a nciano k'iche' sugería una conexión que no habíamos escuchado antes. «Nicolás Tum fue informan do al ejército cada vez que pasaba la guerrilla. Decía que tenía cuello con el ejército, porque les informaba de sus movimientos, y que la guerrilla no podía tocarlo, que no eran capaces de hacerlo. Sí, él era católico, casado por la iglesia [por lo tanto, y al menos nominalmente, era miembro de Acción Católica, que se oponía a la brujería] pero también le gustó su oráculo [que lla ma en k'iche' wuj, documento]. Sí, él era un zahorín. Seguramente estaba haciendo cosas malas a Vicente con su oráculo. Por eso Vicente murió quemado en la embajada».

Que un anciano Tum fuera brujo e informante del ejé rcito sólo es otra versión de los hechos. No es necesario explicar lo que pasó, y tal vez no ten ga ningún fundamento. Pero es cierto que en los lugares en que los campesinos evitaron denunciarse unos a otros al ejército o a la guerrilla, murieron muchos menos que en otros lugares donde sí lo hicieron. Acoger a la guerrilla fue fatal. Si realmente Vicente abrazó la causa de la guerrill a, es probable que lo hiciera porque esperaba que lo ayudarían contra los Tum. En este sentido tr ágico, es posible que Vicente muriera por su tierra, al igual que su viejo enemigo Nicolás Tum C astro. No morirían porque los finqueros ladinos

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codiciaban sus tierras sino porque no fueron capace s de resolver sus diferencias. Si Vicente tenía una debilidad, era ésta. Fueran cuales fuesen los d emonios que albergaba, iban dirigidos contra otros indígenas que lo desafiaban.

¿Qué hay de la relación de Vicente con el EGP? Sólo se puede establecer que la guerrilla tuvo reuniones en Chimel, no mucho más. La pregunta de q ué sentía Vicente por los rebeldes tiene varias respuestas posibles. Una es que él pensara que podr ían ayudarlo con sus adversarios locales. Puesto que el asesinato aún estaba por convertirse en un factor de la política local, no hay razón para asumir que fuera esto lo que tenía en mente. U na segunda posibilidad es que Vicente diera la impresión de acoger a la guerrilla porque estaba tr atando de ganar tiempo, considerándoles un nuevo factor en los asuntos locales o incluso desea ndo que se fueran, sólo para verse atrapado por la decisión precipitada del EGP de ejecutar a dos d e sus vecinos. Aun si Vicente no hubiera detectado ningún beneficio concreto en apoyar a la guerrilla, el secuestro injusto de su hijo y luego el descubrimiento de que la única ayuda que p odía encontrar era la de los estudiantes de la capital, es posible que le convenciera de que no te nía otra alternativa más que la de seguir su consejo, tal como lo demuestra la manera en la que presentó la situación en la capital.

Cualquiera de estas dos posibilidades es compatible con una tercera, que al igual que muchos campesinos de la vecina región ixil, se sintió atra ído por las promesas del Ejército Guerrillero de los Pobres, sin darse cuenta de que su agenda fá cilmente podría exigir el sacrificio de su comunidad. Cuando la guerrilla visitaba aldeas como Chimel, hablaban de una nueva sociedad en la que la riqueza sería redistribuida, los indígenas s erían iguales a los ladinos y el poder estaría en manos del pueblo. De lo que no hablaban era del enorme riesgo de la lucha armada, de convertir aldeas y familias campesinas en base logística para operaciones militares. Esto vino después, luego de que las respuestas del ejército dejaran cl aro que los campesinos no tenían más opción que la de defenderse.

No debemos suponer que porque hubiera una reunión e n la aldea de Vicente, hubiera comunión de ideas. No se puede asumir que los guerrilleros y lo s campesinos fueran francos acerca de sus respectivos objetivos y, mucho menos, que llegaran a un entendimiento compartido de lo que significaba una cooperación futura. Incluso si las primeras reuniones fueron positivas, la creación de un terreno intermedio entre dos grupos tan diferentes toma su tiempo. {13} La defensa contra las represalias del ejército, algo desconoci do hasta entonces, se impuso de repente a todo. De ahora en adelante, Vicente estaba atrapado en un a lucha por la supervivencia que poco tenía que ver con sus aspiraciones anteriores.

Notas

{1} Carta al editor, Crónica, 17 de septiembre de 1993, págs. 11.

{2} Transcripción de una entrevista sin título grabada con una delegación de campesinos, 13 págs., 26 de enero de 1980.

{3} Shaw 1980.

{4} Transcripción de una entrevista con una delegación de campesinos, 26 de enero de 1980.

{5} Esto incluye los ejemplares de Noticias de Guatemala que he podido revisar; el Comité de Solidaridad con el Pueblo de Guatemala 1980; y vari os documentos distribuidos por el movimiento de solidaridad. Entre estos últimos se incluyen dos ca rtas abiertas firmadas por la delegación de campesinos de El Quiché y fechadas el 31 de enero y el 1 de febrero de 1980; un comunicado de prensa, sin fecha, de la delegación de campesinos; cuatro páginas, sin fecha, de una «Entrevista con los campesinos de El Quiché antes de su muerte en la embajada de España»; tres páginas sobre la «Masacre en la embajada de España en Guatemala», 1 de febrero de 1980; cinco páginas acerca de «La verdad sobre la masacre que tuvo lugar dentro d e la embajada de España», febrero de 1980; once páginas del «Informe sobre la masacre en la embajad a de España en Guatemala»por el Frente Democrático Contra la Represión, febrero de 1980; y la «Declaración del Frente Democrático Contra la Represión a la opinión pública nacional e intern acional», sin fecha.

{6} Por ejemplo, Rarihokwats 19882:42. Aunque no tengo el material original, las fuentes al respecto se citan en Paige 1983:732 y la base de da tos del Sistema de Información sobre GeoViolencia, de Paul Yamauchi, entradas del 14 y d el 19 de agosto de 1979, bajo «Uspantán».

{7} Incluyen declaraciones del Comité Pro Justicia y P az, Diócesis de El Quiché, y de la revista Diálogo, publicado nuevamente en Diócesis d e El Quiché 1994:234-243. Una excepción interesante es la entrevista, que ya ha sido citada en las notas del capítulo 5, de Amnistía Internacional con la delegación que viajó a la capi tal en septiembre de 1979, en la que un muchacho de trece años menciona que los secuestros comenzaron después del asesinato de los dos ladinos ( Amnesty International, 1980:5-6). Cuando Amnistía se hizo cargo del caso, hizo un llamamiento por escrito a los hijos de Honorio sin hacer referencia al destino de su padre. Puesto que Honorio y Eliu no fueron asesinados por agentes del estado, es posible que no encajaran en el criterio para los informes sobre derechos humanos q ue se seguía en aquel tiempo. En los años noventa Amnesty y Americas Watch prestaban más atención a la violencia perpetrada p or grupos de la oposición.

{8} Wolf 1969:289-292.

{9} Mary Jo McConahay, «Entrevista: Rigoberta Menchú», octubre de 1992, documento mecanografiado, 9 págs., pág. 6.

{10} Véase el capítulo 5, nota 20.

{11} Transcripción de una entrevista con delegación cam pesina, 26 de enero de 1980. Supongo que se trataba de Vicente ya que era conocido por su fl uidez en castellano y probablemente la delegación no incluía otro veterano del ejército de Ubico.

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{12} Wickham-Crowley 1990 y Stoll 1993:18-21. Como sobr eviviente de San Pablo el Baldío me dijo: «Si los soldados no hubieran matado, probable mente la gente se hubiera ido al pueblo (como refugiados bajo la protección del ejército) Si iban con la guerrilla, les mataban el ejército. Si iban con los soldados, les mataba la guerrilla».

{13} Para una retrato de la incomprensión mutua y del a juste necesario para una alianza entre grupos culturalmente diferentes, véase White 1991. Michael Brown y Eduardo Fernández (1991), nos dan un ejemplo de una población indígena amazónica que se unió a una guerrilla marxista, pero según sus propios términos y no sin considerables d esacuerdos.

Capítulo 9

La muerte de Juana Tum y la destrucción de Chimel

«Los mejores y los más activos, casi todos murieron , porque no supieron como defenderse. Murieron inocentes.» –Superviviente de Chimel, 1995 .

Para el movimiento revolucionario, las personas que murieron en la embajada española fueron mártires cuyo ejemplo unía a los guatemaltecos en c ontra de la dictadura. El triunfalismo no se extendió a los más afligidos. Según Rigoberta en 19 82, la pérdida de su padre fue tan inesperada que la dejó profundamente desmoralizada. {1} La explicación que la izquierda dio del fuego no l ogró convencerla por completo, lo cual le hubiera impedi do ocultar sus sentimientos en la justa indignación. En Chimel, después de la noticia los c ampesinos no tenían ánimos para nuevas cotas de militancia. En vez de ello, recuerdan que estaban « asustados» y «desmoralizados». Una mujer tiene el recuerdo lúgubre de que oía en la radio las voce s de las víctimas gritando «¡Abríme la puerta!».

Los observadores que buscan claridad fácilmente pue den sobrestimar la coherencia y subestimar la ambigüedad que experimentan las personas atrapad as en una guerra civil. El común denominador de los recuerdos de la violencia en Uspantán es la con fusión. Personas de todas las categorías se vieron sorprendidas por la aparición repentina de l a violencia. No habían sido preparados para las matanzas políticas por una larga historia de violen cia agraria como la que describe Me llamo Rigoberta Menchú. Fuera cual fuese el uso de la fuerza que había vis to Uspantán, estaba por debajo del nivel de homicidios. De repente, la rutina de g anarse la vida, criar a los hijos e ir al pueblo se vio interrumpida por muertes sin sentido, imposibles de explicar dentro del viejo orden de civilización. Un mundo predecible se disolvía en el caos. La confusión era menos una cuestión de responsabilidad por las muertes en particular (a unque en ocasiones éste fuera el caso) que por el motivo que las suscitaba en primer lugar.

«No se sabía que era guerrillero, ni sabíamos qué i nstitución era. Sólo oímos 'guerrilla' pero no sabíamos qué era. Cuando llegaron un 29 de abril de 1979, pensamos que eran ejército. Hablaron solo en castellano... Como invitaron a la gente, y como usted sabe, cuando el ejercito hace una invitación, la gente asiste porque son muy educados . Después, se internaron en las montañas y empezó el calvario para nuestros campesinos. Los ca mpesinos estaban en las casas. Cuando vino la guerrilla, dijeron, 'nosotros somos buena gente y v amos a destruir el ejército'. Nuestra gente es inocente, entonces algunos dicen 'muy bien', por no saber de que se trata. Después viene el ejercito, y cuando da cuenta que algún familia ha d ado de comer a la guerrilla, se la llevan a esta gente... Hubo una confusión. El ejército estab a uniformado, y la guerrilla estaba uniformada. No tenía vida con el ejército, y no tenía vida con la guerrilla.

Así como Petrocinio Menchú fue la primera persona s ecuestrada de Chimel, su madre fue la segunda. Rigoberta sitúa a Juana Tum Cotojá en la c apital justo antes del incendio en la embajada española; luego dice que regresa a Chimel y también que viaja a través del altiplano, organizando mujeres con el argumento de que ha visto a su hijo morir quemado en Chajul. {2} Según todo el mundo a quien pregunté, Juana se quedó en Chimel cuidando a sus dos hijos menores después de la muerte de su esposo. Mientras tanto, el Ejército Guerrille ro de los Pobres ampliaba sus actividades. El 18 de abril de 1980 ocupaba la aldea vecina de Cara col, haciendo un llamado a los habitantes para que se incorporaran a la guerrilla en contra de los ricos. En un comunicado del EGP no se hace referencia a ningún acto de violencia, pero las gue rrillas ejecutaron a dos campesinos que servían como comisionados militares por motivos que los cam pesinos tenían dificultades para comprender. {3}

«Mi tío Miguel López pidió su renuncia al ejército, porque podía ver que la cosa estaba fea y se quiso zafar, y le pasó el trabajo a mi cuñado Is idro. Al día siguiente la guerrilla capturó a Miguel en su casa y lo llevó amarrado a la capilla. Esa misma tarde, Isidro se había herido con el hacha y regresaba del trabajo cargando a uno de sus hijos. El no se metía en nada, sólo hacía un día que tenía el trabajo. No hubo plática con la ge nte. Sólo agarraron a Miguel y a Isidro, ignoraron sus ruegos de perdón y les balearon delan te de la iglesia». ¿Cómo se sintieron los campesinos con esto? «La gente sentía miedo. Ni en los dos lados tenemos confianza. Tenemos miedo a los dos lados». Según otro hombre de Caracol, «Pa ra nosotros, pues, los dos comisionados militares no tenían delito. Si, nos extrañamos much o por que no tenían delito. Sí, claro, los dos ajusticiamientos nos dieron miedo de la guerrilla. Pero, ¿a dónde va uno? Cualquiera de los dos bandos puede matar a uno. Pero lo que más hace mata nzas es el ejercito, poco la guerrilla».

Todavía no habían retirado los dos cadáveres cuando , al día siguiente, Juana Tum pasó por Caracol de camino al pueblo. Me llamo Rigoberta Menchú no describe cómo fue secuestrada Juana el 19 de abril de 1980. Unos cuantos uspantanos repite n la improbable versión del ejército según la cual la madre de Rigoberta fue capturada con un arm a oculta bajo su ropa: Son más los que dicen que fue secuestrada delante de la iglesia cuando sa lía de misa. Pero los familiares dicen que la sacaron de una casa, el lugar donde su esposo y ell a acostumbraban pedir posada cuando visitaban

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el pueblo. Según el testimonio de un familiar: «Hab ía salido de misa y había ido a comer cena cuando llegaron unas personas a la puerta y dijeron que tenían un mandado con ella. '¿Quién es?', preguntó. [El dueño de la casa] no sabe, porque afu era está todo oscuro. Así que ella salió a la puerta, la agarraron y la arrastraron hasta más all á de la iglesia. Encontraron su ropa en la calle; la habían agarrado no más». Según otro miemb ro de la familia, Juana fue al pueblo «por necesidad, por sufrir los niños por falta de azúcar . Es muy triste, uno de sus hijos grandes quería ir, pero ella dijo, 'No, yo ya no tengo hijo s pequeños, pero usted tiene nene': Fue a comprar cosas, como azúcar. Cuando llegó al pueblo a las once de la noche, se la llevaron de donde se estaba hospedando».

La descripción que hace Rigoberta de la muerte de s u madre es, como en el caso de su hermano, tan precisa como una pesadilla. «Y quiero anticipar que todos los pasos de las violaciones y las torturas que le dieron a mi madre los tengo en mis manos». El relato concluye con la pasmosa imagen de su madre expuesta en las faldas de un cer ro y «comida por los animales fue comida por animales, por perros, por zopilotes que abundan muc ho en esa región, y otros animales que contribuyeron. Durante cuatro meses, hasta que [los soldados] vieron que no había ninguna parte de los restos de mi madre, ni sus huesos, no abandonar on el lugar. {4} Dada la falta de información acerca del destino de las víctimas secuestradas, es tan extraordinario el nivel de recuerdos que Rigoberta afirma tener que incluso un defensor acad émico como John Beverley lo llama realismo mágico. {5} La obsesión con lo sucedido al cadáver de su madre puede explicarse en términos de la horrible incertidumbre sufrida por los familiares d e los «desaparecidos». Es posible que visualizar tan gráficamente la muerte de su madre f uera el único medio de aceptarla.

Independientemente de lo improbables que resultan a lgunos detalles, hay dos motivos para creer que el testimonio de Rigoberta es cierto. En primer lugar, a principios de los años 90 unos parientes suyos que ignoraban el contenido de Me llamo Rigoberta Menchú me contaron esencialmente la misma historia. «Cuando llegaron allá, los solda dos la violaron», me contó un familiar. «Primero le preguntaron: '¿De veras es la esposa de Vicente?' 'Sí', respondió. '¿Cuántos hijos viven todavía?' Ella les dio la respuesta. Después de violarla, comenzaron a torturarla. Sufrió ocho días antes de morir. Allí mismo la tiraron al hoyo, en Xejul». Al igual que Rigoberta, esta fuente de la familia dijo que había sabido el desti no de Juana por hombres del pueblo que estaban en el ejército. A diferencia de Rigoberta, los fami liares presumen que Juana murió en la base militar de Xejul unos días después de ser capturada , aunque no pueden estar seguros.

El segundo motivo por el que la historia de Rigober ta es creíble es porque el ejército mató a miles de prisioneros indefensos. El «hoyo» o «sótan o,» normalmente cubierto con troncos o planchas de madera, era una característica habitual de las b ases del ejército. Los cautivos eran arrojados dentro para que murieran de hambre o de sus propias heridas, encima de los restos de otros que ya habían muerto. «¡Qué gritos y lamentos oía salir de l hoyo!», dice una mujer de la experiencia de su padre en el destacamento militar de Uspantán en 1984. Víctor Montejo, un profesor maya jacalteko que ahora es antropólogo, describe cómo e n 1982, bajo la administración del General Efraín Ríos Montt, casi estuvo a punto de ser arroj ado al hoyo del destacamento militar de Huehuetenango. A empujones le llevaron «a la orilla de aquella asquerosa fosa, mezcla de lodo, agua y basuras. Cuando me detuvieron a orillas de l a misma, oí un grito ahogado que salía de entre las sucias aguas. Una cabeza emergía de la superfic ie, tratando de librarse de aquel horrible cautiverio. No pude reconocer a aquel desgraciado, quien gritaba rechinando los dientes dentro de aquella fosa, expuesto a la intemperie y la llovizn a fría de aquella noche. 'Sáquenme o mátenme de una vez, pero no me tengan aquí metido', clamaba la stimeramente aquel infeliz. Uno de los soldados se acercó a la orilla de la fosa donde el hombre es taba prendido y le descargó un culatazo en la cara hundiéndolo nuevamente debajo de las aguas neg ras de la fosa. 'Calláte, cerote'». {6}

El testimonio de Rigoberta acerca de la muerte de s u madre también evoca los horribles vertederos de cadáveres que se convirtieron en una institución en Guatemala y El Salvador. Excepto por error, no dejaban víctimas vivas en estos monto nes de carroña. Dos de ellos serían muy conocidos en Uspantán. Uno estaba en el extremo occ idental de la pista de aterrizaje, justo al sur del pueblo. En este lugar se podía llevar un camión casi hasta el filo de una garganta. Un hombre que vivía en la vecindad a menudo veía las luces de un vehículo a altas horas de la noche, luego oía a unos hombres que arrojaban personas al fondo del barranco, según sus cálculos fueron unas cien o más. Después de que el cadáver caía hasta el fondo, era arrastrado por las aguas durante la estación de lluvias. El otro vertedero, llamado Peñ aflor o Paso de la Muerte, también estaba al borde de una barranca, ésta en el camino a Chicamán , en una curva que la Iglesia católica ha marcado con una cruz.

«No se puede contar la gente que tiraron allá. Lleg aban por camionadas. Algunos les prendieron fuego vivos. Nunca vamos a saber cuánta gente porqu e hay río allá, y cuando hay mucha agua, los lleva el agua. Hay una mujer allá que dice que hay unos enterrados. No sólo hombres, hay mujer, hay niños, incluso hay mujeres abrazando nenes. Por que a unos les prendieron fuego, hay algunos carbonizados. Nunca se va a saber cuánta gente hay. Algunas víctimas identificadas por miembros de su familia están enterradas allá, y el día de Todos Santos la gente que sabe que sus familiares murieron allá vienen a dejar coronas.»

La quema de las aldeas

«Sí, hay mucho que recordar en Chipaj.» –Anciano, 1 995.

El secuestro de Petrocinio no había roto las relaci ones de Chimel con el pueblo. Pero después de la muerte de seis de sus miembros en la embajada de España, sus habitantes fueron tachados de guerrilleros tanto por vecinos temerosos como por e l ejército. El aislamiento de la aldea se recrudeció a raíz del secuestro de la madre de Rigo berta. «Cuando Juana muere», me contó un miembro de la familia, «ya no podemos salir ni nada . Ya ninguno venía, ya no salen para comprar sus cosas. Los niños se desmayan. Los soldados lleg an para cortar la milpa y matar animales. Entonces la gente huyen cuando ven los soldados».

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Antes del incendio en la embajada española, el ejér cito visitó Chimel en una ocasión, pero las casas estaban vacías y antes de irse los soldados s ólo hablaron con una profesora ladina. Luego de que Juana fuera secuestrada, parece ser que no mole staron a la aldea durante los próximos ocho meses. Cuando finalmente fue atacada, los agresores llegaron de Soch en la Nochebuena de 1980. Eran unos cincuenta, armados con escopetas, machete s y hachas. Aparentemente incluían a los hijos de Honorio García, a otros vigilantes ladinos, a al gunos de sus mozos indígenas y, tal vez, soldados. «Púchica, hay bastante fuegos allá», dijo un campesino mientras se frotaba los ojos cargados de sueño. Los hombres huían; las mujeres g ritaban; dos adolescentes fueron violadas. «No hubo defensa, porque somos ignorantes», dijo otro h ombre. «No hubo muertos, pero en la huida la gente salió cortada y herida. Echaron fuego a todos las casas, llevaron sus coches, más sus ganados, caballos, gallinas, y dinero. Robaban las casas de radios, ropa y maíz. Quedaron como dos noches hasta que se fueron».

Las tácticas de autodefensa descritas por Rigoberta , tales como poner trampas en los caminos y en el interior de las viviendas, fueron de hecho ut ilizadas por campesinos asesorados por el EGP.{7} En el caso de Chimel, varios sobrevivientes niegan haber estado «organizados», pero otro dijo que siguieron las instrucciones de la guerrill a para cavar trampas y colocar puestos de vigilancia. Justo antes del ataque de la Nochebuena de 1980, un vecino que iba a cosechar la milpa fue confrontado por cuatro hombres jóvenes de los a lrededores. Estaban armados con un rifle de caza y una pistola, se identificaron como el EGP y dijeron que estaban luchando para que ya no hubiera más gente pobre. También advirtieron al vis itante que no fuera a informar al ejército, porque le estarían vigilando. La próxima vez que ll egó a cosechar, justo después de la Navidad de 1980, muchas casas habían sido quemadas. Aparenteme nte Chimel había sido «organizado», pero da la impresión de que no muy bien.

La guerrilla podía sugerir métodos para proteger la vida, pero no el modo de vida necesario para sustentar esas vidas. Según un sobreviviente d e la vecina aldea de San Pedro La Esperanza: «Como nos mostró la guerrilla, nosotros guardamos n uestro maíz, nuestro sal, nuestro jabón en el guatal, pero el ejército lo encontró y llevó todo. También tuvimos que comer hierbas sin sal, y güisquil, pero cuando el ejército vio a la gente comiendo güisquil, botaron todo, hasta los duraznos. La vigilancia, sí, sólo por eso que algun os de nosotros todavía vivimos». La mejor defensa contra los ataques del ejército era la disp ersión. «Cada quien se fue a otra parte», me contó otro superviviente de Chimel. «Más mejor cada quien regado, porque cuando hay mucha gente hay niños gritando, hay fuego, hay humo y la gente deja marcado el camino. Pero si hay poca gente, no hay señal, más quedan escondidos».

Esta es una forma de autodefensa más pasiva que la que describe Rigoberta. Da la impresión de que el EGP no tuvo una presencia muy fuerte en las aldeas arrasadas de Uspantán. Después de que destrozaran sus casas, le pregunté a una supervivie nte de Chimel, ¿se presentó la guerrilla para aconsejarles?. «¡Qué esperanza!» respondió. «Nada. Pasaron, pero les gusta agarrar los animales, cualquier pollo, hasta antes de que la gente huyera a la montaña. Les gusta tomar las cosas, no pagaron porque dijeron que también eran pobres». A juzgar por los datos disponibles, la mayoría de los enfrentamientos en Chimel y sus alrededores se remontan a un breve periodo entre septiembre de 1981 y febrero de 1982. {8} Si el EGP trató de defender Chimel, no fue muy efe ctivo. Uno de los malentendidos más comunes de la guerra de guerrilla s es que protege a las comunidades de la represión. En Uspantán he oído risas amargas provoc adas por esta idea. «No, la guerrilla nunca defendió a Chimel», me contó un superviviente. «Los combates no dilataban, sólo unos diez o quince minutos, porque eran pocos los guerrilleros».

Conforme con el testimonio de Rigoberta, por lo men os unos cuantos campesinos se unieron a la insurgencia como combatientes. Puesto que los reclu tas han de ser resilientes y maleables, éstos podían ser aun más jóvenes que algunos de los solda dos menores de edad del ejército. Muchos eran huérfanos, incluyendo dos hermanas pequeñas de Rigo berta. Según su testimonio de París, una de las hermanas decidió unirse a la guerrilla antes de que sus padres fueran asesinados. {9} Pero según los supervivientes de Chimel, las dos eran «muy patojas » y se quedaron en la casa con su madre hasta que a ella también se la llevaron. «Se fueron con l a guerrilla sólo porque eran huérfanas, para protección; no hubo vida en Chimel», dijo un vecino . {10} En Nebaj conocí a tres guerrilleros amnistiados que recordaban a Ana y Rosa Menchú entr e los cuadros políticos de mediados de los 80. «Josefina» y «Angelina» formaban parte de una unida d de doce personas para la Educación y Fomento de la Organización Popular (EFOP), que visitaba a l as columnas del EGP y les daba charlas políticas. Aunque tenían nombres de guerra como tod os los miembros de la organización, hablaban de su familia y del trabajo internacional de su herman a. Un miembro de las Comunidades de Población en Resistencia (CPR), que resistían al ejército en el norte de la región ixil, me dijo que era compadre de Ana Menchú por haber apadrinado a su hi jo, que tenía unos dos o tres años de edad en 1987.

Obviamente, pocos supervivientes de una revolución derrotada están dispuestos a proporcionar una crónica muy entusiasta de su experiencia. Típic amente, hacen énfasis en el sufrimiento y en su desilusión con una guerrilla que no los supo proteg er. Sólo ocasionalmente surge cómo respondieron favorablemente al EGP, al menos por algún tiempo. I ndudablemente algunas de mis fuentes uspantanas tuvieron más participación en la guerrilla de la qu e están dispuestos a admitir. No obstante, en comparación con mis entrevistas en la región ixil, me sorprendió lo raro que era oír hablar de líderes revolucionarios locales en Uspantán. Los ix iles me informaron de docenas de personas que se volvieron comandantes, combatientes o cuadros. Y a en 1989 algunos vivían amnistiados en pueblos controlados por el gobierno y daban señales de orgu llo al hablar de sus experiencias con el EGP. En Uspantán nunca surgieron tales nombres. Que yo s epa, la guerrilla no tenía una red clandestina en Uspantán antes de que aparecieran las primeras c olumnas. Unos cuantos refugiados resistieron después de 1983 y se convirtieron en miembros de la s CPR, refugiados que vivían fuera del control del gobierno y que apoyaron a la guerrilla hasta el fin del conflicto.

Aun si los uspantanos tenían menos vínculos con la guerrilla que los ixiles, el sufrimiento era comparable. Chimel era una más de una serie de alde as mayoritariamente k'iche's que se extienden a

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lo largo de la cadena montañosa al norte del pueblo y que fueron atacadas a finales de 1980 y principios de 1981. Otra era Xolá, la próspera alde a próxima al pueblo en la que había nacido la madre de Rigoberta. A diferencia de Chimel, nunca f ue destrozado físicamente, pero sus campesinos y comerciantes k'iche's vivieron durante varios año s en el temor de los secuestradores. «La guerrilla dio una su vuelta por aquí. Vinieron bast antes y quisieron platicar con la gente», me contó un activista de derechos humanos de Xolá. «Pe ro la gente no quiso, tenía miedo y se encerraba en sus casas. Luego llegaron los judicial es, amontonaron a su grupo. Pisto quieren, y empiezan a secuestrar a la gente. La gente tenía qu e quedarse de brazos cruzados, mientras que los judiciales se llevaban lo que querían, porque si no lo hacían los judiciales los mataban o tiraban una bomba». Una fuente señaló los nombres de diecin ueve hombres de Xolá, secuestrados por los judiciales, que nunca más fueron vistos. «Sólo por calumnia», declaró. «No sabemos qué clase de gente es la guerrilla. Sólo por envidia. Uno tiene su tierra, su trabajo, su mujer, sus mojones, sus animales, por eso murieron». La mayoría de los hombres que cometieron estos crímenes eran indígenas.

Xolá había sido particularmente activo en la fundac ión de las dos cooperativas de Uspantán, una para la venta de insumos agrícolas y la otra para l a concesión de créditos. Ambas estaban dirigidas por catequistas católicos. Esto les conve rtía en un blanco tanto para los vecinos envidiosos de su prosperidad como para el ejército. Otra aldea activa en cuestión de cooperativas era Macalajau. Un día llegó un capitán del ejército , convocó un mitin y declaró que la guerrilla estaba escondida en los alrededores. «Aquí en Macal ajau hay gente que colabora con la guerrilla»í, le cita un sobreviviente. «Han dado sus tres pasos para que se conozca quiénes son. No muchos, sólo cinco o seis están colaborando con la guerrill a. A quien quiera aclarar quiénes son, le vamos a pagar sus doscientos o trescientos quetzales. Nad ie se adelantó. Sólo un hombre dijo: 'Somos campesinos, trabajamos por nuestro pan diario, acas o nos damos cuenta de eso'». No mucho tiempo después, una noche de noviembre de 1980, dos inform antes de la aldea condujeron a los soldados a varias casas. Después de todo alguien había decidid o ayudar al ejército. Siete hombres, incluyendo dos líderes de la cooperativa y tres hermanos de un hombre que había muerto en la embajada de España, fueron asesinados o secuestrados. Luego, el capitán mandó llamar a un funcionario local para anunciar a la aldea que los guatemaltecos leal es tenían que irse a vivir al pueblo. Unos lo hicieron. Otros no, con el resultado de que fueron atacados por soldados y vigilantes enmascarados que quemaron sus casas.

Otras dos aldeas, San Pablo El Baldío y San Pedro L a Esperanza, fueron destruidas por el ejército a principios de 1981. Entrevisté a tres so brevivientes de San Pablo que reconocieron que sus habitantes habían tenido contacto con el EGP, p ero negaron haber tenido nunca un mitin en la comunidad. «La guerrilla no regresó después de le m uerte de Honorio», afirmó uno de ellos. «Después dieron una vuelta y hablaron con alguna ge nte, pidiendo colaboración, pidiendo comida... Algunas gente dijeron que sí, pero no se daban cuen ta de lo que iba a suceder. Una vez que se dieron cuenta, algunos se arrepintieron, pero ya er a demasiado tarde». Aunque a raíz de la muerte de Honorio ocho hombres de San Pablo fueron secuest rados, pasó otro año y medio antes de que el ejército quemara las casas en 1981. Las fincas del valle fueron quemadas a finales de ese año, aparentemente por la guerrilla. Muriéndose de hambr e en los fríos y húmedos bosques de los alrededores, la mayoría de los sampableños se entre gó al ejército entre 1982 y 1983, una o dos familias a la vez.

San Pedro La Esperanza, al oeste de San Pablo y de Chimel, en las mismas montañas boscosas, parece haber sido un lugar menos conflictivo antes de la violencia. Esto les permitió recibir en 1975 un título provisional del INTA por más de mil trescientas hectáreas. Estaba formado por sesenta y siete familias, incluyendo ladinos y k'ic he's, que construyeron una escuela y establecieron un mercado los días miércoles. «No qu eremos que el ejército mata a la gente, ustedes tienen que unirse para defenderse», recuerda una vi uda que decía la guerrilla. «Dice que en Guatemala hay ricos y pobres, el presidente está en el palacio con su pisto, tenemos que estar unidos para luchar, esto quiere Dios. Sabemos que e l ejército nos mata, y por eso tenemos que estar unidos. Mejor que vamos para que no queman la aldea, decía a veces la guerrilla». «Por desgracia», prosiguió la viuda, «es corto el tiempo entre las visitas de los dos bandos, a veces en el mismo día. Como la guerrilla huía, no había g uerrilla allá para matar, así que mataban a la gente. Todas las casas el ejército las quemó; toda la ropa quemaron. Quedamos sin ropa dos o tres años, quedamos sin cédula, quedamos sin tener donde dormir. Dormimos entre los guatales dos o tres años, con nuestros animales. ¡Cómo sufrimos!».

La muerte de Víctor Menchú

Chimel no es destruido en las páginas de Me llamo Rigoberta Menchú. Cuando Rigoberta le contó su historia a Elizabeth Burgos, ignoraba lo sucedid o a sus vecinos. De haberlo sabido, ¿cómo habría influido en su actitud hacia la guerrilla, e n su historia, y en la evolución posterior de su carrera política? Poco después de que se publica ra el testimonio de 1982 y de que se convirtiera en una declaración de principios inalte rable, muchos de los indígenas que se habían unido al movimiento revolucionario en la misma époc a que Rigoberta lo abandonaron. Al igual que ella, habían reaccionado a las atrocidades del ejér cito decidiendo defenderse, pero con la idea de que la guerrilla podía ganar. Visto que esto era im posible, comenzaron a pensar de otro modo sobre qué había dado origen a las matanzas. La culpa que habían centrado exclusivamente en el ejército, por la razón obvia de que mató a sus familiares, la extendían ahora a la guerrilla, por inducir a los indígenas a una causa desesperada.

Así fue el caso de Chimel; fuera cual fuese su apoy o a la guerrilla. Temiendo ir al pueblo, los vecinos de Rigoberta subsistían entre los escombros de sus casas, atechados, sin paredes, bajo jirones de lámina, y se escondían todos las noches en los matorrales y bosques vecinos. Cuando se aproximaban los enemigos, se ocultaban en refugios subterráneos del tamaño suficiente para resguardar a una familia, dos metros de profundidad y la altura de una persona. Después de la muerte de Vicente siguió funcionando el comité de l a aldea y se repartía un poco de comida, si es que había algo para repartir. Continuaron sembrando maíz en los claros del bosque, pero llegaban

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los soldados y las patrullas civiles a destrozarlo, haciendo que cada vez fuera más difícil encontrar algo para comer. «Seis meses pasamos sin comer tortilla, sólo pacaya cruda comimos», dijo una viuda. «Por eso murieron mis tres hijos».

Otra viuda habló de como un líder de la patrulla ci vil degolló a su hijo; de como «picaron como a un tomate» al niño de cuatro años que estaba con él; de cómo habían matado a su otro hijo los soldados y patrulleros civiles; y de cómo otros tre s habían muerto de hambre en el bosque, todo esto luego de haber perdido a su marido en la embaj ada de España. «Cuando llega la patrulla, llegaban bastantes, ay Dios. Tantas veces llegaron. A los tres, cuatro o cinco días llegaban otra vez», empujando a los refugiados de una evacuación a otra, hasta que ya no podían correr. «En Chimel ya no era vida. Cada vez que arreglamos la c asa, volvían para quemar. Por eso que fuimos a Guacamayas, pero los soldados llegaron allá también ».

Las Guacamayas está al noroeste de Chimel, en un va lle caliente que limita con la región ixil. Los refugiados de Chimel se suman a los más de mil que huyeron allí en 1981, para subsistir a base de bananos y raíces. Los cuadros del EGP llegaron a enseñarles a sobrevivir. «Nos decían de no ir al pueblo, mejor aguantar, que escondidos podemos l uchar. Nos dijeron cual era el buen camino, pero no sabíamos si tenían razón», me dijo una viud a. Puesto que Guacamayas apenas estaba a unas horas de distancia de la Finca San Francisco, la cu al estaba ocupada por el ejército, resultó ser otra trampa. En 1982, el ejército y las patrullas c iviles irrumpían cada pocas semanas para provocar la estampida de los refugiados, capturarlo s y disparar sobre todo el que tratara de escapar.

«Viene y viene el ejército, también con aviones», m e contó un refugiado de Guacamayas. «Donde sale humo, los soldados llaman al avión y después v ienen los soldados. También helicópteros con ametralladoras. Unos lograron huir, otros se quedar on muertos. Entonces tenemos que esconder en otro lugar, pero siempre en Guacamayas, por 1982. P oco a poco están llegando más gente, entre nosotros hay los que tienen unas ideas, tienen estu dios, entonces entre los jóvenes organizamos vigilancia para defendernos. Se terminó la hierba, tuvimos que subir hasta aquí para buscar nuevas hierbas... como todo el maíz se quemó. Muchos murie ron por hambre, hubo familias enteras que murió. Yo supe de una familia de dieciocho de los q ue no quedó ninguno vivo. Si encontrábamos huesos, los enterrábamos un poquito».

Los sobrevivientes huyeron río abajo, luego se esco ndieron en las barrancas del norte de Chajul, donde organizaron las Comunidades de Poblac ión en Resistencia. Cuando visité la región, en 1994, sólo ocho personas de Chimel vivían allá, un número bajo si se tiene en cuenta que las CPR sólo están a dos días de camino de Chimel, y una in dicación más de que la guerrilla no supo proporcionar una alternativa creíble. Muchos refugi ados más de Chimel permanecieron más cerca de sus hogares, ocultándose en las montañas, encima de sus habitaciones destruidas, hasta que el ejército los obligó a salir, acosados por el hambre , o hasta que oyeron hablar de la amnistía ofrecida por el nuevo régimen de la capital, el del general Efraín Ríos Montt.

Cuando apareció Me llamo Rigoberta Menchú en 1983, la mayoría de los sobrevivientes de Chime l se habían rendido o habían sido capturados. Entre e llos se incluían los dos hermanos mayores de Rigoberta, los últimos dos varones de la familia. U no de ellos era Víctor. Nacido en 1953, tenía esposa y tres hijos pequeños. Al igual que su herma no mayor, Nicolás, era campesino y catequista como su padre, trabajaba en los proyectos del Cuerp o de Paz y era promotor de salud. Su esposa, María Tomás Lux, murió misteriosamente antes de que Chimel fuera destruido, a finales del año maldito de 1980. Habiéndoseles acabado el maíz, ell a fue a El Rosario para conseguir con unos amigos. Cuando apareció su cadáver semanas después, iba vestida con ropas ladinas. Nadie en Chimel parece saber qué pasó: Tal vez trató de cambiar su aspecto para escapar de una trampa.

Una vez que la aldea se tornó inhabitable, Víctor s e refugió en los bosques del norte, en un lugar más cálido y bajo llamado Cuatro Chorros. Vei ntiocho meses después del incendio de Chimel, en abril de 1983, se entregó al ejército, con sus h ijos, en su nuevo destacamento en el centro del pueblo. Entre los que ahora culpan a los Menchú por la violencia, algunos dicen que murió porque seguía comprometido con la guerrilla. «Estaba en el destacamento, venía bien desnutrido, entonces le cuidaban en el destacamento, lo curaban, lo inye ctaron, y pidió permiso para el baño. Encontró un tubo, le dio un golpe en la cabeza al soldado qu e le cuidaba, cayó el soldado, quitó la arma, se vistió de uniforme, salió con Galil, disparando al subteniente. Quería irse a la montaña. Había un centinela, le disparó y lo mató». ¿Por qué iba a querer escaparse nada más rendirse?, pregunté. «Era de esa mentalidad. El oficial lo iba a dejar v ivo, le iba a sacar informaciones, Víctor andaba en la calle con el oficial, él le estaba cur ando bien. Pero Víctor estaba frustrado cuando dejó la montaña y pensó regresar».

Su hermano Nicolás aportó una versión más convincen te de su muerte. A Víctor siempre le gustó oír noticias en su radio. De algún modo logró conse guir baterías y oyó hablar en la radio de la amnistía que Ríos Montt estaba ofreciendo. Nicolás le recomendaba que esperara, pero Víctor no quiso. «Si nos quedamos aquí, vamos a morir todos», decía. Temeroso, Nicolás le siguió un mes más tarde. «Cuando entramos juntos, yo, mi esposa, los niños y dos pequeños, el comandante se asustó. '¿Son de Chimel?', preguntó dos veces. Se acercó y me tomó las manos para mirar si tenían callos, por el trabajo. 'Ninguno te agarró en el camino?', me preguntó. '¿Por qué vinieron?' 'Yo vine por defender a mis hijos', le dije... '¿Sabes dónde est á tu hermano?', me preguntó. 'No mi oficial', le contesté. Se llevaron aparte a los patojos, uno por uno, para hacerles preguntas. Les preguntaron, '¿usa su papá este tipo de arma?', '¿o éste?' Les mostraron sus armas. Uno por uno, los patojos dijeron que su papá sólo usaba hacha y piocha. '¿Cuántos días suele apartarse de la familia?', les preguntaron, uno por uno.

'¿Dónde está tu hermano?' me preguntó otra vez. 'Di sculpe, señor oficial,' le contesté, 'ahorita yo no sé si él todavía vive en la tierra o está en el cielo.' '¿Cuándo vas a regresar a tu terreno?' 'Disculpe, señor oficial, pero yo ya e stoy bajo el dominio de usted, soy como su preso y ustedes disponen dónde voy yo.' Luego el of icial me llevó por la calle que va para el mercado, platicándome que él era de Uspantán y que su papá había sido gran amigo con mi papá. 'Su

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papá, su mamá, sus hermanos terminaron sus días', m e dijo, 'pero usted no'. Luego me pidió que volteara a mirar, el bloque estaba agujereado por l as balas. 'Su hermano murió aquí. Aquí es donde encontró la paz'. 'No tengo miedo de morir', dije y o. El oficial me pasó un brazo por encima y me prometió que no iba a morir»

En este momento de su narración, Nicolás se desplom ó, y yo también. «Disculpe. Me dio cólera. Todo aquí me dejó cólera, pero nos regresamos. Esta cólera jamás la voy a olvidar». Cuando Víctor estaba detenido en el destacamento, Nicolás supo qu e unos «soldados malos de Xolá» empezaron a molestarlo. «Vamos a comer carne fresca esta noche» , lo amenazaban. Los soldados k'iche' dijeron a Víctor que esa noche, a las nueve, lo sacarían de s u celda para matarlo. Víctor esperó su muerte llorando y rezando. A las 8:30 pidió al guardia que le dejara usar el baño, donde encontró un tubo de metal que escondió entre su ropa antes de regres ar a la celda. Cuando llegaron los soldados a las nueve para llevarlo a otro interrogatorio, golp eó con el tubo al que iba delante, salió corriendo del destacamento y estaba abatido a dispa ros mientras corría desarmado hacia el mercado.

Sabiendo como sabía Víctor lo que el ejército era c apaz de hacer a los prisioneros, es difícil sobrestimar el valor necesario para entregarse. Deb ió hacerlo, al igual que lo que motivó a Nicolás a tomar su propia decisión, por sus hijos, a los que sería menos probable que el ejército matara. También es difícil sobrestimar el miedo que debió sentir Víctor en el destacamento, en poder de sus enemigos. Tal como se compadecía de él un ladino, «vio allá a los García, a los Cano, a muchos de los judiciales del lugar. Se asustó y l o mataron». ¿Quién tiene la culpa?, le pregunté a Nicolás. «Yo culpo a la gente del mismo pueblo, p or tener una lengua que no se mide», respondió. «Los oficiales y los soldados no vienen a matar, la gente las señalan (a las víctimas). Cuando la gente venía para el pueblo, había un Vitalino Cano sentado allá en el destacamento. Este es guerrillero, decía. Aquel es guerrillero, decía. Ma taron a muchos».

Nicolás y sus familia apenas escaparon a este desti no. Los alojaron en el salón municipal, con una multitud de refugiados que se habían rendido o habían sido capturados. Viviendo en tales condiciones de hacinamiento, muchos enfermaron. A p esar de que una hermana se hizo cargo de las tres hijas de Víctor, dos de ellas murieron pronto: Juana tenía cinco años, Cristina sólo tres. Puesto que la salud de Nicolás seguía inquebrantabl e, un oficial decidió que era un guerrillero bien alimentado y lo mandó en helicóptero al temido destacamento militar de Santa Cruz del Quiché. Cuando los soldados empezaron a cubrirle los ojos c on un trapo ensangrentado, un coronel les reprendió diciendo: «Ustedes ya no van a maltratar a este hombre. No ha hecho un gran delito, sólo está aquí para dar información». «Ni una patada, ni un golpe en dos meses», me dijo Nicolás, con asombro. «Por recomendación del coronel, me dieron la misma comida que a los oficiales».

Un tío suyo, uno de los hermanos de Vicente, tambié n escapó al destino de Víctor. Dice un hijo suyo que se rindió con él: «Nos encerraron en un cu arto y decían que somos jefes de la guerrilla. Empezaron a preguntar si cargamos armas o no, sacan do información. Nos maltrataron, nos amenazaron, pero no nos golpearon porque mi papá er a conocido en el pueblo y la gente llegaba a visitar. Nos soltaron después de ocho días en el de stacamento».

Los Menchú que vivían en el pueblo fueron obligados a formar parte de la patrulla civil del ejército y a unirse a las expediciones a Chimel par a robar el maíz. Tres primos y sobrinos de Rigoberta prestaron servicio en el ejército, dos de ellos porque les obligaron y el tercero voluntariamente. «No hay educación allá», me dijo u no de ellos, refiriéndose a la experiencia. «Me agarraron por la fuerza. Por ser Menchú me dijeron, 'vos sos jefe de la guerrilla'». Después de los acostumbrados dos años y medio de servicio, ent re 1982 y 1985, regresó a Uspantán, sólo para sentirse más inseguro como civil. «La violencia tod avía era dura. Hubo muchas envidias y acusaciones aquí», dijo. Poco después se reincorpor ó a su unidad, prefiriendo confiar en los soldados y los oficiales en vez de en sus vecinos d e antes. Diez años más tarde, después de regresar a la vida civil, era uno de los activistas de derechos humanos más conocidos de Uspantán.

El abismo entre la estrategia guerrillera y la conc iencia popular

«Cuando vino el ejército y la guerrilla fue como cu ando el coyote se mete con los chivos. Corren por aquí; corren por allá. No hay donde ir. Cuanta gente murió así.» –Campesino de una aldea vecina a Chimel.

De la cantidad de matanzas cometidas por el ejércit o guatemalteco, muchos observadores han asumido que la insurgencia fue un levantamiento pop ular. ¿Por qué, si no, tanto derramamiento de sangre? Pero en Uspantán, es difícil corroborar una profunda base de apoyo. La falta de presencia del EGP se sugiere en el hecho de que durante toda el conflicto sólo en una ocasión atacó a las fuerzas de seguridad dentro del pueblo, el 25 de ab ril de 1980, cuando mataron a dos agentes vestidos de civil cerca de la plaza. El apoyo local que ganó la guerrilla parece haber sido principalmente en aldeas asediadas que pronto fuero n destruidas. Los sobrevivientes se convirtieron en refugiados en fuga, la mayoría de l os cuales fueron asesinados, capturados u obligados a someterse; apenas un puñado de ellos lo gró huir al norte a las Comunidades de Población en Resistencia.

Si los sobrevivientes siguen temiendo al ejército, ¿podemos valernos de sus testimonios y concluir que el movimiento revolucionario nunca fue muy fuerte en Uspantán? Mi conclusión sólo puede ser tentativa. Pero cualquier escepticismo ac erca de mi argumento debe extenderse a la pretensión del EGP de haber sido adoptado por las m asas indígenas. Seguramente los silencios cruciales que se pueden dar entre campesinos y un a ntropólogo armado con un cuaderno, también se pueden dar entre campesinos y forasteros cargados c on armas de fuego. A una conclusión similar llegó un hombre que ayudó a comenzar la guerra en e l altiplano occidental con una pistola y que ayudó a terminarla con una pluma, el comandante gue rrillero y escritor Mario Payeras.

Después de dejar el EGP en 1984, Payeras criticó la elección del norte del Quiché como primer escenario. Sus compañeros y él se habían sentido at raídos por las ventajas geográficas de la región, pero subestimaron «el atraso social propio de un área marginal del sistema capitalista. La consecuencia inmediata de este atraso se tradujo en lentos ritmos de acumulación de fuerzas y en dificultades ingentes, en particular, para la forma ción y reproducción de cuadros... La energía

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fundamental de la fuerza guerrillera, durante los a ños de implantación, se consumió en organizar, en explicar, en politizar, tratando de compensar co n la predica y el ejemplo la ausencia de factores que son producto histórico de la práctica social, sobre todo de la lucha de clases». En otras palabras, la mayor parte de la población igno raba que necesitaran una revolución, y era difícil convencerlos de que la necesitaban. Tal com o lo expresa Payeras: «Salvo en algunas zonas de la montaña y por algunos periodos, las distintas etapas preconcebidas de la guerra... se dieron en relación de desfase con la lucha y el movimiento real de las masas». {11}

Payeras atribuye el abismo entre la estrategia revo lucionaria y la conciencia popular al foquismo, la doctrina cubana de que con poco o ning ún trabajo político previo, pequeños focos o bandas de guerrilleros profesionales, se podrían de sencadenar revoluciones campesinas. El fracaso de la teoría foquista fue ampliamente reconocido de spués del fallecimiento de Che Guevara en Bolivia en 1967. Internándose en la selva con una p equeña banda de revolucionarios profesionales, el Che no logró ganarse a los campesinos sospechoso s que más bien lo entregaron a las autoridades. Quince años más tarde, el EGP alegaba haber trascen dido los errores del foquismo mediante un largo y cuidadoso proceso de formación de masas populares en el norte del Quiché. Pero no lo hicieron así en Uspantán, y probablemente en el Ixcán o en l a región ixil tampoco lo hicieron en la medida que pensaban sus líderes.

Payeras y yo mismo no somos los únicos que percibim os vínculos tenues entre el EGP y los campesinos en el presunto corazón geográfico del gr upo; otros investigaciones de campo en los Cuchumatanes han arrojado la misma impresión {12} . En La Guerra en Tierras Mayas, trabajo que fue publicado primero en francés en 1992 y que ha sido ignorado con demasiada frecuencia, el sociólogo Yvon Le Bot señaló la incapacidad del Ejército Guer rillero de los Pobres para entender la complejidad de las comunidades indígenas, o sea, la s necesidades reales que sentían. La lucha armada no era una solución para los conflictos prof undamente locales que dividían a Chimel y sus vecinos. Más bien, era una estrategia para tomar el poder a nivel nacional que requería el sacrificio de las comunidades que pretendían defend er. {13}

Las historias que oí en Uspantán sugieren que los c ampesinos no estaban muy organizados cuando los golpeó la represión. Es evidente que eran mucho menos militantes y estaban muchos menos preparados que los ejemplares revolucionarios de Me llamo Rigoberta Menchú. Lo que oí en Uspantán era casi más espantoso que lo que muchos han leído en esas páginas, donde por lo menos los campesinos mueren por una causa que comparten. Lo q ue oí contar en Uspantán fue una matanza preventiva de campesinos que tenían poco o nada que ver con la guerrilla, que si mucho habían escuchado un par de discursos, y que tenían un conc epto muy vago de la causa mayor por la que estaban muriendo. Por supuesto murieron por algo, p ero lo que eso fuera todavía está siendo resuelto por las familias que dejaron atrás.

Notas

{1} Burgos-Debray 1984:242.

{2} Burgos-Debray 1984:185, 195-196.

{3} Ejército Guerrillero de los Pobres, «Las luchas gu errilleras golpean sin cesar al criminal gobierno luquista», 2 págs., 15 de mayo de 1980.

{4} Burgos-Debray 1984:198-200.

{5} Beverly 1989:21.

{6} Montejo 1987:82.

{7} Burgos-Debray 1984: 126-127.

{8} Las cronologías que revisé incluyen la publicación del EGP Informador Guerrillero, sus comunicados de prensa y la base de datos de Paul Ya mauchi Sistema de Información de la Geo-Violencia.

{9} Burgos-Debray 1984:243.

{10} Inmediatamente después de contarle su historia a E lizabeth Burgos, Rigoberta le dijo a un periodista mexicano que sus dos hermanas pequeñas s e habían ido con la guerrilla en busca de protección después de haber quedado solas a los die z y once años (Calloni 1982).

{11} Payeras 1991:91-92, 109.

{12} Véase la etnografía de John Watanabe sobre el pueb lo mam de Santiago Chimaltenango (1992:179-183); el informe de Shelton Davis sobre l os kanjobales en la colección Harvest of Violence (Carmack 1988:24-26); y la disertación de Paul Kobrak sobre Aguacatán.

{13} Le Bot 1995:118-119, 258, 288-292.

Capítulo 10

Los escuadrones de la muerte en Uspantán

«Era una víctima de la violencia como tantos otros. Estaba arrastrado por lo que pasó, se vio llevado. Por eso buscó venganza.» –Un enemigo d e Chimel descrito por un viejo amigo, 1994.

Por más que la violencia sorprendiera a la gente de Uspantán, no tenían dudas acerca de la identidad de los asesinos, especialmente si éstos e ran de los alrededores. Docenas de personas nos hablaron a Barbara Bocek y a mí de los orejas, de los confidenciales del ejército, de los

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judiciales (policía judicial que actuaban como oficiales de j usticia y detectives) y de los comisionados (civiles nombrados por el ejército para el recluta miento forzoso de jóvenes para el ejército). Excepto algunos de los judiciales, eran hombres de la localidad que el ejército designaba para que señalaran a los elementos subver sivos de una población indefensa. Aunque los más notables fueron ladinos, bastantes eran indígen as. Puesto que operaban como asesinos protegidos por el estado, me refiero a ellos por el nombre de vigilantes, defensores ostensibles de la ley y el orden que participan en ejecuciones extra judiciales. Para los grupos de derechos humanos, el hecho crucial acerca de los vigilantes es que una autoridad del estado (por ejemplo, un militar) delegue en ellos para violar las leyes del mismo estado. {1} Puesto que su licencia para matar procedía del ejército, esta institución resul ta responsable de lo que pasó. Pero para algunas de mis fuentes uspantanas, los colaboradore s locales tienen la mayor parte de la culpa, por los asesinatos en sí o por acusar a las víctima s de subversivos.

La voluntad de identificar a las partes responsable s, incluso antes de que el movimiento de derechos humanos se institucionalizara localmente a mediados de los 90, es una nota redentora de las terribles experiencias que narra este capítulo. Aun después de que los escuadrones de la muerte hubieran logrado que fuera peligroso salir d e noche, aun después de que cerraran la Iglesia Católica y de que todos los hombres que estuvieran al alcance fueran obligados so pena de muerte a unirse a las milicias contrainsurgentes, algunos us pantanos tuvieron el valor de quejarse a la única autoridad disponible, el mismo ejército que a utorizaba la mayor parte de la violencia. Les respaldaba el peso de la opinión pública, la cual s e mostraba poco entusiasta con el enfrentamiento entre los dos beligerantes y puso un fin a las matanzas políticas mucho antes de que se hubieran podido establecer los comités de ve rificación de los derechos humanos.

Podríamos asumir que los hombres que se volvieron v igilantes tenían fama de violentos antes de la guerra. Este no es el caso, por lo menos en Uspa ntán. Casi todos los asesinos de principios de los 80 estaban considerados gente pacífica, gente t rabajadora. Otro argumento frecuente, aunque no sirva de excusa para los extremos a los que llegaro n, es que estaban reaccionando ante los asesinatos de sus familiares o amigos a manos del E GP. En Uspantán oí nombrar muchos menos asesinatos de la guerrilla que en la región ixil, p ero fueron los suficientes como para justificar un holocausto vengativo. Los tres hijos de Honorio García son un ejemplo de como las víctimas se convirtieron en verdugos. Ninguna de las personas c on las que hablé corroboró que los García usaran armas de fuego antes del conflicto. Bajo la amenaza de abandonar su hogar o morir al igual que su padre, los hijos huyeron a Chicamán con su m adre, que vendió un toro joven para comprar la primera arma de fuego de la familia, una escopeta. Uno de los hijos se unió a la G2 del ejército (sección de inteligencia que también se encargaba d e los secuestros y los asesinatos) y fue destinado a otro lugar, mientras que sus otros dos hermanos colaboraron con el ejército localmente. De estos dos últimos, Antonio García Ma rtínez murió en diciembre de 1981 por fuego amigo. Se había incorporado a una expedición para e ncontrar a un joven de la vecindad, un cadete militar que regresaba de sus vacaciones cuando el E GP asaltó la camioneta y lo ejecutó. En la oscuridad y la confusión, una de las partidas de ra streo disparó a la otra y también murió Antonio.

Otro ejemplo del alto precio pagado por los relativ amente pocos asesinatos del EGP fueron los «Aarones». Este era un trío de hermanos, conocidos por el primer nombre de uno de ellos, Aarón, que reaccionaron contra la muerte de su padre. Los Aarones eran más pobres que los García, no contrataban trabajadores indígenas para cultivar su s tierras de Chipaj, que se encuentra en la carretera a Soch. «Antes de la bulla eran gente de trabajo.», me dijo el padre de una víctima. «Los jóvenes asistían a una iglesia evangélica. Su papá era miembro activo de la iglesia y el abuelo era uno de sus líderes religiosos. Por eso d igo que fueron arrastrados por Satanás. Dicen que la guerrilla mató al papá, Gonzalo [o Belisario ] López Gamarro. Lo acusaban de tener tratos con la guerrilla, después se pasó al lado del ejerc ito, por eso que la guerrilla lo mataron».

Un pariente de los Aarones proporcionó una historia más detallada: «A Belisario López, su papá, lo agarró la guerrilla. Se metió con ellos, hiciero n su grupo en La Ventosa. Después este Aaron estaba de alta [haciendo el servicio militar] en Hu ehue, llegó, se dio cuenta de que su papá está metido y le dijo que si no abandona este grupo iba a matarlo. Entonces el Belisario empezó a señalar a la gente de su grupo, unos veinte [k'iche 's, mientras que Belisario era ladino]. Después vino la pura guerrilla, como él se rebela en contra de ellos, entonces hicieron su justicia y mataron a él también. Los otros ya habían muerto po r boca de él. Ahora los hijos se incomodaron con la gente y empezaron a matarlos».

La persecución de la Iglesia Católica

El peligro que supone la guerrilla arrojaba un velo de sospecha sobre la población indígena. Dio a los vigilantes un motivo para personalizar la s teorías de conspiración que abundan en la sociedad guatemalteca, traduciendo el miedo a un le vantamiento indígena en miedo a la subversión comunista. La amenaza invisible de la guerrilla cre ó también una nube de sospecha sobre la Iglesia Católica. El clero de Uspantán no era vanguardia ra dical, tal como se sugiere en las quejas de Rigoberta acerca de que fomentaban la pasividad pol ítica. {2} Pero era evidente que simpatizaban con los indígenas y, debido a la falta de organizacione s campesinas militantes en Uspantán, era una de las pocas instituciones no-clandestinas a las que s e podía acusar. A pesar de que ha sido fácilmente exagerada, la asociación EGP-Iglesia Cat ólica tampoco era una quimera. Puesto que los catequistas como Vicente Menchú eran líderes comuni tarios, eran solicitados por la guerrilla. En otros lugares, una parte del clero católico trabaja ba con frentes revolucionarios como el CUC; aunque no fueran necesariamente numerosos, ellos y sus actividades empañaron la imagen de toda la iglesia católica. Finalmente, hasta los curas párro cos que trataban de mantenerse al margen de la política se vieron obligados a denunciar los crímen es del ejército. Sus denuncias incluyeron los primeros secuestros del ejército en Uspantán, los d e los hombres de San Pablo y de Chimel.

Cuando el incendio de la embajada española selló la mala reputación del gobierno de Lucas García, el estado acusó a la Iglesia Católica ademá s de a la guerrilla. Un mes más tarde, en abril de 1980, un párroco presenció una de las primeras m asacres en el norte de El Quiché, cuando los

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soldados ametrallaron a una turba furiosa en Nebaj. Queriendo evitar más informes así, el ejército decidió sacar al clero católico del departamento. I ncluso si Uspantán hubiera quedado totalmente tranquilo, es probable que la parroquia hubiera sid o clausurada al igual que las otras. Tal y como resultó, el ejército atacó después de que el EGP ma tara a dos agentes cerca de la iglesia el 25 de abril de 1980. Poco después, dos granadas traspasab an el muro de la casa parroquial. Cuando los sacerdotes y las monjas rehusaron abandonar el pueb lo, la casa parroquial fue ametrallada.

En junio de 1980 el ejército mató al párroco de Cha jul y a su sacristán cuando subían por un camino. En Joyabaj, al sur de El Quiché, asesinos d e esta misma institución mataron al párroco en su mesa de trabajo. Otros matones siguieron la pist a al obispo. Para llamar la atención del resto del mundo (incluyendo la del papa Juan Pablo II, qu e culpaba a la teología de la liberación por la persecución), el clero de El Quiché resolvió cerrar la diócesis. La decisión no se tomó sin un acalorado debate; algunos sacerdotes sostenían que abandonar el departamento era equivalente a abandonar su rebaño. Para defender a sus parroquian os, varios se unieron al Ejército Guerrillero de los Pobres. Otros formaron un grupo de apoyo rev olucionario llamado la Iglesia Guatemalteca en el Exilio, que operaba desde México y Nicaragua. Ot ros hicieron planes para regresar a El Quiché «en las catacumbas», acompañando a los refugiados q ue se ocultaban del ejército. {3}

Acaso los clérigos más valientes de la diócesis fue ron los dos o tres que decidieron abrir nuevamente las parroquias, aunque el ritmo de las m atanzas iba en aumento. Uno de ellos era un español de la orden del Sagrado Corazón, Juan Alons o Fernández, que regresó con la esperanza de que su historial apolítico le protegería. Al llegar a Uspantán, pidió al comandante militar las llaves de la rectoría. Cuando los oficiales se burl aron de él, respondió indignadamente que había luchado contra los comunistas durante la guerra civ il española, pero sólo se rieron más de él. Dos días después, el 15 de febrero de 1981, fue detenid o en el gran barranco que separa Uspantán de Cunén por varios hombres enmascarados. Lo bajaron a la fuerza de su motocicleta, lo arrastraron a los bosques, lo torturaron un rato y luego le metie ron tres balas en la cabeza. {4}

Para el ejército de Lucas García y para los hombres de la localidad que operaban bajo su mando, Juan Alonso representaba una vasta conspiración que justificaba su respuesta. Considérese lo que me contó un vigilante trece años más tarde como si quisiera explicar la cacería de catequistas: «Toda la gente que estaba involucrada con los curas , todos, todos estaban metidos con la guerrilla. El Colegio Belga trajo muchachas de Guat emala (estudiantes católicas de la secundaria que hacían trabajo social en las aldeas), que luego se bañaban desnudas en el río y trastornaban así a la gente. Víctor Menchú era médico de la guer rilla, entrenado en otro país, llegó de espionaje a la plaza de Soch. Después de que la gue rrilla quemaran la misión evangélica de Las Pacayas, fueron donde las monjas de La Peña y no to caron a nadie. Cuando la guerrilla visitó el pueblo de Uspantán, las monjas estuvieron allí, esc uchando contentas».

«Todos los días había veinte o treinta catequistas sobre el camino, para un cursillo en Chicamán, de pobres contra ricos, de indios contra ladinos, de ladinos que quitan la tierra, d e mayas. Por eso que tantos fueron a las iglesias eva ngélicas, porque los curas se metieron en tantas cosas. Han perdido mucho. Sus seguidores rea lizaban ataques por aquí, luego tomaron un cursillo en Chicamán, pero sólo los comuneros. Las armas eran introducidas por los padres en sus carros, ¿por qué aquí quién les va a registrar a el los? No se puede registrar al señor cura. En las mochilas de la guerrilla se encontraron documen tos de los catequistas, por eso sé que los Menchú eran guerrilleros, pero esas listas ahora la s tiene el ejército, yo no. Todos conocen eso».

Las masacres en la Finca San Francisco y Calanté

«No era tanto que los guerrilleros venían a la alde a, sino que mi hermana bajaba a la finca de los Brol, al corte de café y llegó un momento en que la mayor parte de los mozos de los Brol eran guerrilleros, a causa de la situación.» – Me llamo Rigoberta Menchú.

A unas cuantas horas de camino de Chimel está la Fi nca San Francisco, una de las oportunidades políticas más obvias para la guerrilla en el norte de El Quiché. Según los ixiles de Cotzal esta finca cafetalera grande y rentable ocupaba terrenos municipales, pero la familia Brol había logrado legalizar sus reclamos en el registro nacio nal de propiedad. Gracias al pleito que existía desde hacía años, la primera colaboración de los co tzaleños con la guerrilla se remonta a una fecha tan temprana como 1969. También hubo reclamos por parte de la fuerza de trabajo permanente de la finca. Al ser una mezcla de ixiles, k'iche's y ladinos, que se comunicaban entre ellos en castellano, los colonos residentes eran relativamen te accesibles para los organizadores. Pero cientos de los que tenían una mentalidad más indepe ndiente fueron expulsados cuando la finca disolvió un amago de organización sindical a princi pios de los 70; es posible que el EGP llegara demasiado tarde.

Falta mencionar a los trabajadores estacionales, la fuerza de trabajo más precaria y explotada de la finca, a los que el Comité de Unidad Campesin a (CUC) trató de organizar. «Los colonos, la gente de la finca, sólo quisimos trabajar», me cont ó un hombre del tumulto laboral de 1980. «Pero entre la cuadrilla que llega para la cosecha, entre ellos aparecían volantes por la noche. Pidieron su aumento. Eran del CUC. Al ir a trabajar , bloqueaban el puente para que los demás no pudieran pasar, pidiendo más pisto». Aun si los act ivistas del CUC lograban organizar paros de trabajo, estas movilizaciones sólo podían tener una vida muy breve, ya que los trabajadores temporales pronto regresaban a sus casas o se trasl adaban a otra finca.

Si el EGP tenía poco apoyo en la finca, esto ayudar ía a explicar porqué recurrió a la movilización militar y no a la presión política y p orqué puso a la finca bajo un asedio implacable. En 1978 la guerrilla secuestró a uno de los propietarios, Edmundo Brol, y exigió un rescate elevado para liberarlo. Al otro año, el 21 de enero de 1979, el EGP ocupó el pueblo de Nebaj y mató al hermano de Edmundo, Enrique, cuando se resistió a su captura. Un día después, la misma columna ocupó la finca y mató a tres agentes de seguridad.

Fuera cual fuese la red que tenía el EGP en la finc a, probablemente sucumbió ante el ataque del ejército el 24 de mayo de 1981, una de las dos masa cres más grandes que recuerda la gente de Uspantán. Ese día era domingo de mercado en la finc a y no paraban de llegar a ella campesinos de

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los alrededores, ya que la necesidad se imponía al miedo. Dicen que la acción corrió a cargo de una fuerza conjunta de vigilantes de Uspantán y de soldados del destacamento de Cotzal que usaban máscaras y guantes en lugar de uniformes.

El siguiente testimonio, aunque sea una versión de segunda mano, capta los procedimientos habituales del ejército guatemalteco: atrapar a una multitud en día de mercado, luego introducir un encapuchado (un informante que lleva una capucha como la de lo s verdugos de la Inquisición española) que escoge sospechosos para que se los ll even y los torturen o los ejecuten. «Llegaron al parque, gritando tres veces, 'somos el EGP, somo s guerrilleros.' Nadie lo contestaron. Después dijeron a la gente, hay que ponerse en filas, los h ombres aparte, las mujeres aparte, los niños aparte [lo que en muchas ocasiones era el paso prev io a una masacre]. Mientras se estaba formando la gente, salió un disparo y toda la gente salió hu yendo. Todos se regaron. Los hombres armados comenzaban disparar, murieron mucha gente, otros ca yeron en el río, otros cayeron heridos en la montaña. Resulta que toda la finca estaba rodeada p or el ejército».

«'Levántense', dijeron el ejército a la gente escon dida. 'Pero si huyen, vamos a disparar'. Juntaron a los sobrevivientes en la finca otra vez, en una casa con una oficina, y allá estaban los dos encapuchados. Llamaron al administrador, pe ro no llegó, y al fin lo fueron a traer. Tres veces preguntó el ejército a la gente si han de mat arlo. Lo pateaban frente a la gente, pero la gente no decía nada. Después el administrador sacó un cigarrillo y lo encendió, pero estaba temblando».

«Luego llevaron a la gente con el encapuchado, uno por uno. El encapuchado no dice nada, sólo mueve la cabeza para indicar a quien señaló y a qui en no. Se llevaron bastantes al camión que estaba esperando, tal vez a más de cuarenta o cincu enta. Después, a los que quedaron, les dieron una clase: 'Nosotros somos el ejército guatemalteco . Si usted tiene un familiar en el camión, se olvida de él, porque es la mala semilla. Ahora uste des que quedaron son buena semilla, no les pasa nada. Todos los que se han metido con la guerrilla, se han ido, olvídense de ellos'. Cuando levantaron los cadáveres, había treinta y nueve. Ad emás, hubo muchos que murieron en el guatal, comidos por los chuchos». {5}

Un año más tarde, el 31 de marzo de 1982, la guerri lla mató a dos administradores y a un piloto de camión, quemó la casa patronal y destruyó gran p arte de la cosecha. El mismo día, más tarde, los soldados llegaron con una lista, sacaron a diez hombres de sus casas, se los llevaron con los ojos tapados. Fue la última vez que fueron vistos. Según un miembro de la familia Brol, durante la violencia perdieron un total de setenta y cinco sup ervisores y trabajadores.

Con el cierre de la iglesia católica, la mayoría de los muertes probablemente nunca fueron reportadas al mundo exterior, de modo que sigue sie ndo difícil fecharlas y cuantificarlas. Pero una masacre tuvo lugar cerca del pueblo, pocos kiló metros montaña arriba en un lugar llamado Calanté, y es la mayor masacre documentada de los a lrededores de Uspantán. El 14 de febrero de 1982, las familias que se habían refugiado en el pu eblo, es decir, que se habían entregado al ejército, fueron a cosechar sus milpas. Un poco más allá de Calanté fueron interceptados por un grupo de hombres vestidos de verde olivo que llevab an grandes cuchillos. Muchas de las víctimas aparecieron tiradas en filas, con las manos atadas y las gargantas degolladas, cincuenta y cuatro de ellas en total. {6} El ejército rápidamente hizo llegar periodistas en avión y acusó a la guerrilla, que supuestamente habían confundido a lo s campesinos con una columna de abastecimiento para un destacamento militar. Pero casi todos los u spantanos culpan al ejército.

Ríos Montt, las patrullas civiles y la caída de los vigilantes

«Algunos pastores dicen: 'Porque soy cristiano, no voy a meterme en eso'. Pero, ¿cómo es que los cristianos no pueden luchar en contra de la del incuencia? Se amamanta el mal.» –Un evangélico explicando porqué se enfrentó a los vigi lantes, 1994.

Un mes después de la masacre de Calanté, el 23 de m arzo de 1982, jóvenes oficiales del ejército derrocaron el régimen del General Romeo Lucas Garcí a. A su juicio, el alto mando tenía más interés en enriquecerse que en ganar la guerra. En la capit al, las fuerzas de seguridad estaban degenerando en un negocio de extorsión que vivía a costa de las clases altas a las que debían proteger. Un año antes, habían desmantelado la red guerrillera de la capital, pero en el altiplano guatemalteco la guerra no iba bien. Las represalias caóticas habían enojado a una población que anteriormente había mostrado poco interés en los as untos nacionales. Los campesinos daban la bienvenida a la guerrilla como un medio de defensa propia. Cada vez caían más patrullas del ejército en emboscadas. Para dirigir a la nueva jun ta, los jóvenes oficiales recurrieron a su anterior superintendente en la academia militar. El general Efraín Ríos Montt había sido elegido presidente en 1974, en representación de la Democra cia Cristiana, sólo para ser humillado cuando el alto mando impuso a otro oficial como el próximo ejecutivo. Desde entonces, se había alejado del ejército y se había vuelto un evangélico fervie nte. Ahora reaparecía de repente y tomaba el mando. Albergando viejos agravios, echó del palacio nacional a los dos otros miembros de la junta, se nombró presidente y en sermones enmarañados que lanzaba a través de las ondas radiotelevisivas, anunció que había sido elegido por Dios para salvar a Guatemala de la inmoralidad y del comunismo.

La hazaña más evidente de Ríos Montt fue la de redu cir los escuadrones de la muerte en la capital y sus alrededores. Desgraciadamente, su dec laración de ley y orden no tuvo mucho impacto en como se portaba el ejército en el altiplano. Alg unas de las mayores masacres ocurrieron durante los primeros cuatro meses de su gobierno, en la reg ión ixil (trescientas víctimas o más en seis aldeas de Chajul), en el Ixcán (setenta y uno en Ca nijá), en Huehuetenango (302 en la Finca San Francisco de Nentón), y en Rabinal, Baja Verapaz (2 86 en Plan de Sánchez). En aquel tiempo, los defensores de Ríos Montt dijeron que éste había nec esitado varios meses para controlar a los comandantes de las zonas y detener las matanzas. De sde entonces, las exhumaciones han documentado masacres posteriores como la de Dos Erres, Petén, e n diciembre de 1982 (en la que por lo menos hubo 250 muertos). En el municipio de Uspantán, la matanza más grande ocurrió bajo el mandato de Ríos Montt, en un lugar llamado Agua Fría, el 14 de septiembre de 1982. En lo que es ahora el

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municipio de Chicamán, varios cientos de refugiados mayas achíes de Baja Verapaz fueron matados por los soldados y sus colaboradores civiles.

Eventualmente las masacres disminuyeron bajo Ríos M ontt, pero probablemente no porque controlara al ejército. Aunque transfirió a unos cu antos comandantes abusivos y anunció una amnistía que gradualmente se convirtió en una reali dad, tenía un control tan débil de los mandos del ejército que fue destituido de la presidencia l uego de diecisiete meses. Un cambio más importante se dio en la actitud de los campesinos h acia la guerrilla. A medida que el ejército escalaba las matanzas hasta las cimas de 1982, demo straba a los campesinos que la guerrilla no podía protegerlos. Muchos que se habían vuelto haci a los rebeldes en busca de protección se volvían ahora en su contra, precipitando su salida de muchas regiones. Sólo en algunos lugares aislados seguía contando con adeptos la guerrilla, la mayoría de los cuales se ocultaba en los bosques y moría de hambre. En cuestión de un año, m uchos de ellos también se rindieron. Luego de haber intimidado a la población, el ejército refren ó a sus matones.

La técnica más efectiva para convertir campesinos h ostiles en colaboradores renuentes fue la patrulla civil, una institución que surgió durante el régimen de Lucas García pero que se expandió bajo Ríos Montt. Muchos observadores han señalado q ue las patrullas fueron inspiradas por las milicias contrainsurgentes de otros países. Pocos h an visto en ellas a sus predecesores de las Fuerzas Irregulares Locales (FIL) del EGP, los cola boradores campesinos que organizó la guerrilla para cargar abastecimientos, evacuar heridos, espia r y acosar al ejército. Las FIL se remontan a una fecha anterior a la de las patrullas civiles y el EGP estaba tan orgulloso de ellas que publicó fotos de sus miembros formados en fila, de un modo notablemente parecido al de las patrullas civiles del ejército de la próxima década . {7} En la región ixil no era raro que los líderes de las patrullas hubieran sido anteriorment e líderes de las FIL a los que el ejército había hecho una oferta que no podían rehusar.

Cuando llegó el ejército con una fuerza abrumadora, la única forma que tenían los campesinos de demostrar que no eran subversivos y de evitar la co rrespondiente sentencia de muerte era unirse a las patrullas. En 1993 el ejército dijo que había 9 00.000 hombres organizados así. Esto significaría virtualmente todos los varones de las áreas militarizadas del altiplano, de edades comprendidas entre los quince y los sesenta, incluy endo ladinos e indígenas. La mayoría no estaba muy feliz con sus obligaciones, pero el ejército lo s obligó a sumarse a las expediciones a las aldeas sospechosas como Chimel. Su principal tarea era destruir los cultivos de maíz y quemar las casas, pero los patrulleros también mataron a algun os refugiados que agarraban, a menudo cumpliendo órdenes de un vigilante loco. En las his torias que escuché, los uspantanos solían acusar a uno o dos individuos que ya tenían fama de matones. También hacían una diferencia entre orejas, colaboradores y judiciales como asesinos co mprometidos, y los patrulleros civiles, quienes sólo participaban porque estaban obligados a hacerl o. Obviamente, esta distinción debe haber carecido de importancia para las víctimas

En Uspantán, así como en muchos otros pueblos, se o yen historias del ejército convocando a la población a mítines masivos en los que les decían: «Todo el mundo va a hacer patrulla, y el que no hace la patrulla es guerrillero.» Luego había amena zas en contra de quienes se resistieran: «¡Vamos a llevarlo al hoyo!». No obstante, algunos uspantanos ponen una nota de solidaridad comunitaria en la coacción. «Organizamos la patrull a civil bajo Efraín Ríos Montt para que los soldados no lleguen a secuestrar», me dijo un famil iar de Rigoberta. «éramos como puras ovejas, asustados y esperando (que nos agarraran los soldad os o los vigilantes), y por eso nos organizamos, para que no saquen a más gente». Despu és de que todos los sobrevivientes de Xolá se habían integrado a la nueva organización, dijo, «só lo dos o tres patrulleros fueron llevados».

Es significativo que los ex patrulleros estén más d ispuestos a invocar solidaridad en contra del ejército y no en contra de la guerrilla, que en opinión de muchos sólo resultaba ser un fantasma. Cuando le pregunté a la víctima de un sec uestro por qué se había organizado la patrulla, su respuesta fue: «Porque había comisionados milita res en cada aldea, porque tomaban guaro y se aprovechaban de la gente, acusaban a la gente de se r guerrillero y los llevaban atados al destacamento. Entonces, formamos la patrulla para v elar entre todos, para que ya no pueden ser acusados de guerrilleros o se aprovechen de su dine ro». Un ladino reconoció la intención comunitaria de las patrullas, pero expresó menos sa tisfacción por sus resultados. «Nació antes de Ríos Montt, en la comunidad de Xolá, para que no si gan más los secuestros y los muertos, para vigilar, para estar unidos con el ejército y tener la paz del ejército, pero fue peor. Porque salía a las comunidades para aprovecharse de ellas, para robar y hacer matanzas, grandes y pequeñas».

Hasta la fecha, Ríos Montt no tiene en Uspantán el aura que ha tenido en la cercana región ixil, donde su partido de ley y orden ganó miles de votos en los 90. Unos cuantos uspantanos afirman que los secuestros cesaron durante su admin istración, entre 1982-1983. «Si no hubiera dado el golpe de estado, Lucas nos hubiera acabado del t odo», me dijo un anciano. Pero el Riosmontismo es más débil que en la región ixil, y surgen objeci ones con más frecuencia. «No, Ríos Montt no cambió las cosas», me dijo un hombre que tuvo que h uir de Uspantán bajo su régimen. «Bajo Lucas García secuestraban a la gente y dejaban los cadáve res en el camino. Bajo Ríos Montt, secuestraban a la gente y los enterraban». «Ya está preparado el hoyo, despídete de tu casa porque ya no vas a volver aquí», le dijeron los patrulleros civiles. « Ríos Montt mejoró la situación un poquito», concedió un activista de derechos humanos. «Declara ron la amnistía, muchos patrulleros subieron a agarrar a la gente, muchos huyeron y fueron baleado s. Entonces, se aprovecharon. La violencia siguió no más. No es cierto que se calmó con Ríos M ontt».

Si pocos uspantanos asocian al dictador evangélico con una reducción dramática de la represión, la razón podría ser que los comandantes militares d e la zona no cambiaron la política del régimen anterior, ni siquiera según los estándares de guate maltecos acostumbrados a las dictaduras.

Un personaje recurrente de los relatos de Uspantán es un capitán Sosa que manchó el nombre de varias administraciones militares. A menudo estaba bravo. Dicen que robó los materiales para la

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reconstrucción de el pueblo después que éste fuera golpeado por un terremoto. Y se le acusa de utilizar los mismos métodos de antes, aunque con me nos víctimas. Oí hablar de prisioneros desconocidos que estuvieron cautivos en el hoyo del destacamento militar incluso en 1984-1985.

Poco después de organizar las patrullas civiles, el ejército se volvió contra sus colaboradores más sangrientos, tal vez para evitar una reacción p opular. Una de esas cabezas de turco fue el terrible trío de los Aarones. Finalmente dejé de pr eguntar por los tres hermanos, ya que las historias acerca de ellos eran repugnantes. «Tenían al marido amarrado, violaban a la mujer y después baleaban al señor, así era su modo. Dicen q ue cuando tenían en un cuarto de su casa a alguien que iban a victimar, tocaban la campana de la Iglesia Católica para que la gente se reuniera. Y el que no llegaba, lo mandaban a traer y corría la misma suerte». En una ocasión empaparon a dos hermanos con gasolina y les prendie ron fuego en el patio lleno de niños de una escuela, «'para ser ejemplo, para que los niños no se metan con la guerrilla'. Frente a otro grupo de horrorizados espectadores, ejecutaron a un adole scente denunciado como guerrillero, aunque sabían, porque era su propio primo, que era retarda do mental».

Pocos días después de que los Aarones mataran a su primo, el ejército les desarmó. Las historias acerca de lo que sucedió después varían, pero cada versión es narrada con cierta satisfacción. Según el padre de una víctima, su cap tura fue ordenada por el propio Capitán Sosa. «Dicen que los pasó amarrados por todas las aldeas, para que ellos mismos dijeran lo que habían hecho. Resultó que cada vez que se presentaban en l as plazas, la gente pedía que los mataran, y el ejército los manguereaba. Pasaron por todas estas p lazas, Chipaj, El Pinal, San José el Soch, de allí los regresaron, y se sabe que los tenían en un a bartolina. Este Sosa los consignó al tribunal militar. Se dice que había un teniente en la zona d e Cobán, y dicen que tenía relaciones amorosas con una hermana de los Aaron. Dicen que este tenien te luchó para que no los fusilaran, porque el ejercito aquí los hubiera matado». Cuando los sobre vivientes preguntaron al capitán Sosa que debían hacer si regresaban, su respuesta fue: «Si l os ven, mátenlos».

El ejército también se volvió contra un ladino al q ue algunos acusaban de la masacre de Calanté. Oralio Cano tenía fama de robar dinero, po llos y tierras. Si sus víctimas no cooperaban, las denunciaba por subversivas. Finalmente el ejérc ito decidió que ya era suficiente y le dio veinticuatro horas para salir del pueblo. Las histo rias acerca del destino de Oralio también varían, pero todas están contadas con el mismo plac er tenuemente disfrazado. Según una de las versiones, cometió el error de regresar a Uspantán para la Semana Santa, el ritual anual de la muerte y resurrección de Cristo que tanto celebran los guatemaltecos. Por desgracia para el elegante Oralio, a sus vecinos les recordó tanto a Judas que trataron de lincharlo. Según otra versión, murió de los golpes proporcionados por emi grantes furiosos de Uspantán en el Ixcán, y según otra versión más, lo mataron a golpes en Alta Verapaz cuando trataba de repetir lo que había hecho en su pueblo. La versión más completa del des tino de Oralio la proporcionó un familiar suyo que decía que éste había estado dos años preso. Cua ndo es puesto en libertad, se va a los Estados Unidos, pero no puede encontrar trabajo. A su regre so, los vecinos le invitan a beber con ellos en la casa de un familiar y lo golpean. Luego se va a vivir al Ixcán, donde los uspantanos lo vuelven a golpear. Finalmente, muere después de una operaci ón de próstata. Fuera cual fuese la versión, las víctimas de Oralio logran pagarle con la misma moneda.

Las historias acerca de la caída de los vigilantes sugieren que incluso si cometían crímenes espantosos, éstos no destruyeron la capacidad de pr otesta. Ello también resulta evidente en las historias acerca de la oposición a las patrullas ci viles. Después de 1985, bajo una nueva constitución nacional, el ejército ya no podía obli gar a los hombres a hacer el servicio. Sin embargo, cuando visité Uspantán por primera vez cua tro años más tarde, la patrulla seguía siendo obligatoria en algunas aldeas. «La gente todavía ti enen miedo a los orejas que dicen que si uno no patrulla, va a estar en la lista, así que muchos si guen haciendo la patrulla», dijo un activista de derechos humanos. «El que menciona los derechos humanos es de la subversión», decían los oficiales a los patrulleros, ya bien entrada la déc ada de los 90.

Algunos de los patrulleros más dedicados contribuye ron al eclipse de la institución aprovechando sus rondas nocturnas para cometer robo s. El más notable fue un técnico de reparación de radios convertido en vigilante y jefe de la patr ulla civil, con tanta influencia que se enfrentaba a los oficiales del ejército. «Eugenio J uárez se dedicaba a sacar ropa de los locales de los comerciantes», declaró una fuente. «Después montaba una balacera y decía que había sido la guerrilla». Cuando los comerciantes k'iche's se que jaron al comandante local del ejército, Eugenio apeló a los coroneles de Santa Cruz del Quiché. Sug iriendo la influencia de Eugenio con los militares, circulaban historias acerca de oficiales que trataron de ayudarle a salir de apuros incluso después de que los comerciantes k'iche's de l pueblo convencieron a la policía nacional para que lo arrestaran. Cuando finalmente fue lleva do a juicio, un coronel que estaba reclutando testigos a la fuerza entre la patrulla civil, les d ijo: «Todas las cosas que ustedes vieron en 1980, 1981, 1982 y 1983 ustedes las van a negar. Si no, van a quedar en el lugar de Eugenio.» Finalmente, la exhumación de algunas de sus víctima s le valió una sentencia de ocho años de cárcel.

Incluso en las aldeas, las patrullas activas acabar on en 1992, luego de que el comandante de Uspantán muriera en un enfrentamiento con la guerri lla. Según otra alegoría, los uspantanos no atribuyen su muerte a un simple accidente bélico. E n vez de robar comercios, sobornar dinero o delatar a las víctimas que se negaban a pagar, dice n que él y sus hombres habían capturado y matado a una muchacha de quince años que hacía de c orreo para el EGP. Se dice que la quitaron Q.65.000, una acción comparable a la de robar la nó mina de una mafia. Otro error del comandante fue apartar Q.20.000 para él, dividir el resto entr e dieciocho compañeros y tratar de ocultarle los hechos a los otros patrulleros. De repente mejo ró su nivel de vida. La división del botín generó tal resentimiento que llegó a oídos del EGP. Un día de diciembre de 1992, la guerrilla corrió la voz de que se encontraba en un cerro al o este del pueblo y le retó a ir a pelear. Eso hizo, pero se separó de sus hombres y su cuerpo apa reció tirado sobre un tronco.

¿Por qué tanta brutalidad?

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«Aquí, en la aldea el Desengaño, había 85 viviendas , haciendo un total de 500 a 600 familias [personas]... Según datos recabados, muertos y desa parecidos asciende a 185. También hubieron familias quemadas en sus propias ranchos [ sigue a continuación una larga lista de nombres]. Aquí sólo como 116 [Yo conté 123]. Como s e puede ver, estos son las personas víctimas de la violencia. Hay desplazados y algunos refugiados en México, cerca de 30 a 40. Hay todavía mas personas pero no pude recordar a to das. Estos asesinatos fueron por parte del Gobierno y los patrulleros.» –Nota escrita por una viuda, 1994.

En Uspantán la destrucción de aldeas y el desplazam iento de refugiados no fue tan masivo como en la región ixil, en occidente. Pero fue important e. Entre las aldeas que fueron completamente destruidas se encuentran Chimel, El Desengaño, San Pedro La Esperanza y San Pablo El Baldío. «Desaparecieron todos los de antes. Algunos se muri eron, otros se fueron. Sólo los molinos y las piedras quedaron, pero quebrados». Todos estos luga res eran comunidades de colonos, predominantemente indígenas, pero sólo San Pablo tu vo un conflicto serio con un finquero ladino, lo que sugiere que éste no fue el principal motivo de su destrucción. Más bien, compartían una ubicación desafortunada, en las montañas y a lo lar go de un corredor del EGP, lo que dio al ejército razones para creer los rumores de que esta ban «organizados».

Entre las aldeas que sólo fueron parcialmente destr uidas se incluyen Calanté, Macalajau, Laguna Danta y Caracol, debido, probablemente, a que algun os de sus habitantes cooperaron con el ejército desde fecha temprana. Entre las aldeas que no fuero n quemadas se incluyen Los Canaques (mitad ladina), Joya Larga (que también era bastante ladin a), la Finca Los Regadíos (propiedad de la familia Brol) y Xolá (que era predominantemente ind ígena, pero que también estaba muy cerca del pueblo). Las pequeñas fincas de Soch quedaron en ru inas. Los García y los Martínez no podían pagar los altos intereses de los préstamos necesarios par a reconstruir y la mayoría de sus trabajadores buscaron su sustento en otro lugar.

El primer hombre que conocí de Chimel dijo que allí casi todo el mundo había muerto, cien de ellos asesinados por el ejército y sus colaboradore s, y otros 250 de hambre. Sólo habían sobrevivido unos veinte, afirmó. Afortunadamente, p ronto conocí un número muy superior a éste. El censo del INTA de 1978 proporciona los nombres de l os setenta y nueve mujeres y hombres que encabezaban cada uno de los hogares del reclamo de Vicente, junto con el número de niños que todavía vivían con ellos (142), sumando una poblaci ón total de 221. {8} Cuando dos sobrevivientes repasaron conmigo la lista de setenta y nueve indiv iduos dijeron que uno había muerto por enfermedad, veintiuno habían muerto durante la viol encia y treinta y ocho seguían con vida. Ignoraban el destino de los otros diecinueve. Un te rcer sobreviviente corroboró la información proporcionada por las dos primeras fuentes, y añadi ó algo más. De las diecinueve personas cuyo paradero desconocían, dijo que cuatro habían muerto en la violencia. De los otros quince, reportó que dos habían muerto por enfermedad, un tercero po r motivos que ignoraba, y creía que los otros doce seguían vivos. Esta información sugiere que ci ncuenta de las setenta y nueve personas nombradas en el censo de 1978 seguían vivas, veinti cinco habían muerto por la violencia y los otros cuatro habían muerto por otras causas o por c ausa desconocida. {9}

Posiblemente los lectores hayan tenido dificultades para comprender la avalancha de violencia de los dos capítulos anteriores. Si Uspantán era un lugar relativamente pacífico, ¿cómo es posible que la ejecución de dos ladinos desatara tanta brut alidad? Puesto que gran parte de las muertes habían sido autorizadas por el ejército, veamos aho ra el problema desde el punto de vista de los militares, que generalmente estaban en Uspantán sól o durante breves periodos de servicio, y consideremos por qué reaccionaron con tanto sadismo a los ataques de la guerrilla. Los académicos y los activistas han dedicado años a lidiar con est e problema, como hacen siempre que un medio aparentemente pacífico se convierte en una carnicer ía. Un argumento, defendido por el movimiento revolucionario, es que un régimen de finqueros y mi litares no estaba dispuesto a tolerar ninguna manifestación de independencia económica por parte de los campesinos. Por lo tanto, el simple hecho de que los indígenas estuvieran organizando c ooperativas era suficiente para desencadenar la represión, con el fin de expulsarlos de sus tierras y absorberlos como fuerza de trabajo para las fincas.

Esta es una explicación que se basa en la política económica, pero no es muy acertada en el caso de Uspantán ni en el de la región. Los finquer os tenían poco interés en la mayor parte de la tierras que permanecían en manos de los mayas; era demasiado marginal. Para confirmarlo está el hecho de que sólo en contadas ocasiones los finquer os se aprovecharon de la represión de los años 80 para expropiar tierras a los campesinos (siendo un ejemplo de esto el propio Chimel, como veremos en el capítulo 18). Es cierto que la guerra fomentó el conflicto agrario, pero la mayoría de los pleitos fueron entre campesinos desplazados por la violencia. En cuanto a la presunción de que ni militares ni finqueros estaban dispuestos a tolerar que los campesinos prosperaran, algunas de las áreas mayas más florecientes, como el depart amento de Totonicapán, escaparon en gran medida a la violencia. Lo que tenían en común las áreas má s golpeadas era un factor minimizado por el argumento político-económico: la organización cland estina de la guerrilla.

Si a menudo la represión era una reacción a los mov imientos de la guerrilla, ¿por qué fue tan extrema, hasta el punto de forzar, contraproducente mente, a muchos campesinos a unirse a la guerrilla? El racismo de los ladinos hacia los indí genas es otra explicación común, pero no tiene mucho alcance puesto que el ejército podía tratar d e la misma manera a los campesinos ladinos, como se demostró en el oriente de Guatemala en los años 60. Cualquier duda al respecto debería desvanecerse ante la exhumación de Dos Erres, la al dea del Petén donde, en 1982, el ejército mató a un mínimo de 250 ladinos. La divulgada idea de qu e la violencia de Guatemala fue un «holocausto étnico» elude un factor crucial de la represión, qu e fue una reacción a la insurgencia, así como el hecho de que los patrulleros civiles indígenas d esempeñaron un papel importante en la estrategia militar.

Otra explicación de la brutalidad del ejército es l a cultura institucional de su cuerpo de oficiales, una versión especialmente venenosa de la tendencia autoritaria dentro de la cultura latinoamericana. Un modo de entender la subcultura es en términos de la ideología del honor

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masculino, que convierte la tolerancia y el comprom iso en ausencia de virilidad. Otro es en términos de las instituciones políticas históricame nte débiles que no permiten confiar en que los opositores seguirán las reglas del juego. Las insti tuciones políticas débiles impiden que arraigue la idea de una oposición leal, la oposición se perc ibe como enemigos contra los cuales se justifican todos los medios. La cultura política, d e hecho, ayuda a explicar lo que sucedió en Guatemala, pero podría resultar difícil encontrar u na tradición cultural en la que no se haya dado este tipo de conducta.

Hay otras dos explicaciones más precisas para la br utalidad. La primera, frecuentemente ignorada por los analistas que simpatizan con la gu errilla, es la paranoia generada por una guerra irregular en la que los insurgentes parecen fundirs e con la población civil. No importa si realmente son campesinos durante el día y guerrille ros por la noche. La simple percepción de que los civiles apoyaran a la guerrilla es suficiente p ara que éstos fueran identificados como el enemigo invisible. Al afirmar representar a una pob lación civil que normalmente ha estado callada, aterrorizada y dividida, los insurgentes enturbian la diferencia entre ellos y los no combatientes. Esto no justifica las represiones del gobierno contra los no combatientes, pero sugiere por qué son una probabilidad sociológica. {10} También explica porque son tan arriesgadas las guerrillas para el movimiento que las practica. Más tarde o más temprano, es probable que los civiles empiecen a darse cuenta de que sus supuesto s defensores los están utilizando como carne de cañón.

Sólo los controles institucionales fuertes pueden i mpedir que soldados furiosos confundan al enemigo invisible con la población visible. El ejér cito de Guatemala tenía una estructura de comando centralizada, pero en los años 80 no se hac ían muchos esfuerzos para evitar la matanza de los no combatientes. Al contrario, el ejército apre ndió que el terror funciona, otra razón por la cual la brutalidad hacia los no combatientes es tan característica de la guerra «popular» irregular. Citando a Mao Zedong, los oficiales del ejército decían que si los guerrilleros fueran peces nadando en un mar de campesinos, ellos secarí an el mar. {11} De modo que las masacres se convirtieron en una política, no sólo fueron una re acción a las emboscadas de la guerrilla. La práctica de culpar colectivamente a los civiles cer canos tuvo varias ventajas. Además de eliminar a colaboradores actuales, provocaba la huida de otr os campesinos que podían sentir la tentación de seguir su ejemplo, y además intimidaba a otros para que se convirtieran en informantes del ejército. Puesto que el ejército tenía las riendas del poder en la capital, no era muy necesario esconder los cadáveres. En cuanto a los sobrevivien tes que fueron empujados al movimiento revolucionario, típicamente su número era muy infer ior de los que lograban disuadir.

Cuando la guerrilla llegó a Uspantán, el ejército y a era una experta máquina de matar, totalmente lista para tomar represalias contra posi bles colaboradores civiles porque sabía que ese era el medio de derrotar a su verdadero enemigo. In dudablemente los oficiales que dirigieron las matanzas albergaban actitudes racistas hacia los in dígenas. Indudablemente creían que estaban defendiendo a la patria de la conspiración comunist a internacional. Indudablemente estas ideas facilitaron la matanza de grandes números de person as. Pero es posible que tuvieran otros pensamientos en mente, ya que la brutalidad hacia l os civiles es el resultado predecible de toda guerra irregular. {12}

Notas

{1} Huggins 1991.

{2} Burgos-Debray 1984:121, 133-134.

{3} Para un relato fascinante de este proyecto pastora l de los años 90, véase Falla 1995.

{4} OSM-CONFREGUA y Jornadas por la Vida y la Paz.

{5} Según un hombre que estuvo a punto de pasar frente a los encapuchados, el tiroteo empezó cuando un joven que acababa de ser identificado com o subversivo se fugó. Según una mujer del mercado, los soldados gritaron «Todo el mundo al su elo» antes de disparar y sólo dispararon a los que estaban huyendo. Ella cree que el ejército se l levó a diecisiete personas en el camión y que mataron a otras sesenta que trataban de huir. Según un informe de derechos humanos (Davis and Hodson 1982:50), murieron unas sesenta personas.

{6} «Masacre de Macalajau, Uspantán, 14 de febrero de 1982-14 de febrero de 1992», volante distribuido en una misa conmemorativa. Véase tambié n «Masacre en El Quiché matan a 53 campesinos», Noticias de Guatemala, 5 de marzo de 1982, págs. 11-15.

{7} «El pueblo se hace guerrilla: Huehuetenango», Noticias de Guatemala, 20 de octubre de 1981, págs. 4-7.

{8} Puesto que otras personas vivían cerca, aunque fue ra de los límites reclamados por Vicente y su grupo, la cifra total podría acercarse a los 3 70 calculados por mi primera fuente de Chimel.

{9} De los veinticinco que fueron reportados muertos d urante la violencia, veinte eran hombres y cinco eran mujeres. Cuatro murieron en la embajad a (los otros dos muertos de Chimel no aparecen en el censo). Otros diez fueron ejecutados por el e jército o sus auxiliares, o desaparecieron en su poder. Se presume que otro, que fue encontrado m uerto, también había sido matado por los vigilantes. Se dice que otro fue muerto por la guer rilla. Otro más murió a manos del ejército o murió de hambre (mis fuentes no se pusieron de acue rdo), junto con otros ocho que murieron de hambre, hasta un total del treinta y dos por ciento de los jefes de familia. En cuanto a los niños, dada la ausencia de nombres, mis fuentes tuv ieron mucha más dificultad para recordar su destino, pero se acordaban de que por lo menos unos cuantos murieron violentamente y muchos más murieron de hambre. Aparte de las diez viudas que s obrevivieron, también hubo setenta y cinco huérfanos que vivían con sus padres durante el cens o de 1978. De estos, treinta y siete perdieron a uno de sus progenitores, once perdieron a su únic o progenitor y diecisiete perdieron a ambos. De los diecisiete niños que perdieron a ambos padres, murieron por lo menos siete.

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{10} Wickham-Crowley 1991:82-89.

{11} En realidad, no era necesario vaciar el campo de c ampesinos para destruir la base de apoyo de la guerrilla, ya que los campesinos no apoyan un a insurgencia sólo porque se sientan atraídos por su programa político. Los campesinos también so n muy sensibles a los cambios de equilibrio en el poder, es decir, a quién deben someterse para ev itar males mayores. Si los campesinos mayas cooperaban con la guerrilla porque la temían, el ej ército les dio un motivo para que le temieran más a él. Matando a más campesinos que los que mata ba la guerrilla, el ejército haría que los campesinos se dieran cuenta de que tenían menos que perder colaborando con el bando más fuerte y homicida.

{12} Para otro ejemplo que corrobora este punto, véase Fellman 1989, que describe las consecuencias de la guerra irregular en un medio ev angélico, igualitario y étnicamente homogéneo, en los Estados Unidos del siglo diecinueve. Van Cre veld 1991 explica cómo la movilización de civiles para formas «populares» de guerra ha contri buido a convertirlos desde la Primera Guerra Mundial en el número mayoritario de víctimas.

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Tercera Parte. La hija de Vicente y la reinvención de Chimel

Capítulo 11

¿Dónde estaba Rigoberta?

«Ya cuando fui grandecita, mi papá lamentaba mucho que yo no fuera una alumna o una mujer que aprendiera muchas cosas. El siempre decía, desg raciadamente, si te pongo en una escuela, te van a desclasar, te van a ladinizar y eso no qui ero para tí y por esta razón no te pongo. Quizás hubiera tenido mi papá la oportunidad de dar me una escuela a los catorce años, a los quince años. Pero no podía, porque sabía las consec uencias y las ideas que me iban a meter en la escuela.» – Me llamo Rigoberta Menchú, págs. 215-216 (ed. Arcoiris).

Ahora que la comunidad de Rigoberta ha sido engulli da, es posible que los lectores se pregunten qué pasó con la figura central de nuestra historia. ¿Por qué ha pasado prácticamente desapercibida una persona que jugó un papel tan activo en Chimel? La razón, según aquellos que la conocieron, es que Rigoberta no vivió allí desde mediados de los 7 0. La narradora de Me llamo Rigoberta Menchú es muy recordada, pero no como catequista u organizado ra. En una sociedad campesina dirigida por los ancianos, en la que las niñas son sometidas a una e strecha vigilancia cuando llegan a la pubertad, sería muy insólito que una persona de su edad y gén ero tuviera el papel de liderazgo que ella describe. Sí destacaba de otras muchachas mayas en un aspecto. Aunque a menudo Rigoberta ha dicho que creció monolingüe y analfabeta, no es así como la recuerdan en Uspantán. Lo que la distinguía era que las monjas católicas se la habían llevado a varios internados. En Uspantán esto no sólo no es un secreto, sino que todos los que se acuerdan d e Rigoberta afirman que se fue de Uspantán para ir a estudiar. Su educación goza de tan alta estima que algunos creen que incluso llegó a la Universidad de San Carlos.

Si uno lo observa detalladamente, Me llamo Rigoberta Menchú hace algunas referencias a su vida escolar en un colegio de monjas. Pero estas alusion es se ven opacadas por la repetida afirmación de que nunca ha ido a la escuela y que sólo recient emente ha aprendido el castellano, como si esto fuera un motivo de orgullo. En la misma línea, Rigo berta cuenta como su aldea despidió a dos maestros del gobierno, para impedir que alienaran a los niños con una educación ladina, y que su padre se niega a mandarla a la escuela. {1} Lo que yo oí en Uspantán fue diferente. Al igual q ue muchos líderes campesinos, Vicente Menchú apreciaba el valor de la educación y trataba de obtenerlo para sus hijos. A finales de los años 70, una maestra del gobierno trabajó en Chimel hasta que la violencia la obligó a marcharse.

Antes, durante la niñez de Rigoberta, las oportunid ades educativas en Chimel eran bastante limitadas, hasta el punto de que hay quienes niegan que llegara a haber. Otros dicen que hubo campañas de alfabetización patrocinadas por la Igle sia Católica. Uno de los primos de Rigoberta me dijo que había sido su animador durante cuatro años , hasta que las monjas se la llevaron para que prosiguiera sus estudios. Las limitaciones de la me moria impiden especificar fechas, pero el testimonio local deja claro que asistió a un total de cuatro escuelas. Según dos de sus hermanos, Rigoberta salió de Chimel a los seis o siete años. Uno recordaba que, cuando la enviaron al internado católico de Chichicastenango, al sur de E l Quiché, «lloró mucho cuando se fue. Rigoberta se pegó una enfermedad en los ojos, por rascarse mu cho, pero poco a poco se curó. Pasó un año y medio en Chichicastenango».

Después Rigoberta regresó unos años a Chimel antes de seguir su educación desde los doce a los catorce años (1971-1973), esta vez en Uspantán. Seg ún todo el mundo, sus estudios fueron patrocinados por la Orden belga de la Sagrada Famil ia, que se especializaba en la educación de muchachas jóvenes. A veces vivía en el convento, a veces con familiares en la cabecera municipal. También trabajó para, por lo menos, dos mujeres lad inas. Una era amiga de su madre, que le consiguió el trabajo sirviendo en un comedor. No pu de entrevistar a la otra patrona ya que su esposo y ella murieron a finales de los 80 cuando u n borracho lanzó una granada al interior de su cantina.

Entre las actividades de Rigoberta hubo un grupo ju venil católico que se reunía todas las semanas: «La conocí en 1972, 1973 y 1974», recordó un compañero de estudios. «Era decente, jugaba basquetbol, tiraba sus canastas, venía todos los sá bados, bajaban (de la aldea) para recibir clases de religión en la parroquia. No sabía de pol ítica, pocos la conocían. En este momento muchos no sabían de política». Según otro miembro d el grupo de jóvenes, «era muy inteligente, muy activa, muy servicial, hacía amistades con la gente muy rápido y colaboraba mucho. Si había que barrer, ella lo hacía. Si había que iniciar algún j uego, ella lo hacía... El castellano lo hablaba tranquilamente y bien... No era ni muy pobre ni muy acomodada. Era mediana.».

Las monjas también patrocinaron los estudios de Rig oberta en la escuela primaria del gobierno, a dos cuadras de la casa parroquial. Cuando le pedí al director que confirmara las fechas, él recordó haber visto su nombre en un registro y nos pusimos a buscarlo. Lamentablemente, los registros estaban desordenados y nunca lo encontram os. Pero tanto él como una compañera de estudios recordaron que su profesor había sido el d ifunto Pompilio Gómez. Rigoberta es recordada como la mejor estudiante de su clase. Después de cu rsar primero y segundo grados en Uspantán, el siguiente paso de su educación fue el Colegio Belga , en el centro de la Ciudad de Guatemala. Administrado por la misma orden de monjas que serví an en Uspantán, el colegio es una reconocida escuela de secundaria para señoritas de familias ri cas. También destacó por su trabajo social en

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Uspantán, lo que lo convierte en una de las institu ciones solidarias en las que Vicente Menchú y su delegación expresaron sus protestas de camino a la embajada española.

Cuando visité el colegio en 1991, un administrador me dijo que Rigoberta sólo había trabajado allí durante unos meses, que nunca había estudiado en él. Cuatro años después, luego de ciertos titubeos, otro administrador reconoció que Rigobert a había completado allí dos años de escuela primaria. Según varias compañeras de clase, trabaja ba a cambio de alojamiento y comida mientras hacía progresos en un programa acelerado para mucha chas de más edad. Ocupada desde el alba hasta avanzada la noche, sus compañeras y ella empezaban el día asistiendo a misa, luego se ponían a estudiar, antes de limpiar y trapear las habitacion es de las «estudiantes con dinero». Es posible que esto ayude a explicar su desdeñoso retrato del trabajo domestico para ladinos ricos.

Las compañeras de estudio afirman que a finales de los 70 Rigoberta pasó por lo menos dos años en el Colegio Belga, los cuales le permitieron avan zar de tercero a sexto grado. Es posible que pasara un año más en el colegio, simplemente trabaj ando. Después las monjas la enviaron a otra de sus instituciones, en el próspero pueblo ladino de Chiantla, en Huehuetenango. El Colegio Básico Nuestra Señora de la Candelaria es una instalación amurallada que ocupa toda una manzana. Siendo un internado femenino exclusivo, reúne a muchachas mayas de diferentes lugares del altiplano con unas cuantas ladinas. Dada la represión y el desgob ierno de finales de los 70, la escuela pudo haber sido un semillero político. Evidentemente, la s fuerzas de seguridad pensaban que lo era. Sin embargo el alumnado que yo entrevisté, seis en tota l, afirmó que no lo era. La única actividad política que describieron fue la de acompañar a las monjas en expediciones de caridad, para repartir ropa y alimentos entre los pobres.

Por lo demás, las monjas aislaban a sus estudiantes del mundo exterior con un régimen estricto. Confinar en internados a los jóvenes indígenas es u na antigua práctica católica que con frecuencia ha sido acusada de desculturizar a éstas. En el cas o de las estudiantes femeninas, una de las razones para internarlas es impedir que queden emba razadas. Las monjas esperaban guiar a algunas de sus alumnas a una carrera célibe en la Sagrada F amilia. Por otra parte, nada sería más vergonzoso que devolverlas con un bebé a unos padre s que desde un comienzo habían desconfiado de la idea de educar a sus hijas. Los novios, por lo t anto, eran anatema. Las muchachas tenían una hora de libertad semanal para ir al mercado. Según una de las alumnas, incluso les leían la correspondencia. «Estábamos bajo llave», dijo otra.

Varias compañeras de estudio me dijeron que en ambo s internados Rigoberta se había interesado por la política. Pero con escaso acceso al mundo ex terior, había poco de qué protestar excepto de las mismas monjas. «Siempre tenía la idea de luchar para los menos afortunados. Y también por injusticias, nos sublevamos un poco contra las madr es por cuestionar cosas como la comida, el horario, los castigos. Era duro el internado, las m adres tenían lo mejor para ellas. Si ellas se dedicaban a nosotras, ¿por qué hay tanta diferencia ? Si algún catedrático no nos enseñaba bien, nos ponía demasiada tarea, protestábamos. Por eso n os hicimos más criticas con la realidad, esto nos unía. Nos unía la idea de luchar en contra de l as injusticias. Quizás éramos algo líderes».

Según esta amiga, Rigoberta nunca habló del Comité de Unidad Campesina. Más bien, quería ser una madre. «No para ser profesora, ni para tener un a carrera, pero para llevar una vida cristiana, para ser buena gente. Quería ser religiosa, estudia ba hasta las 11 de la noche o las 2 de la mañana». A diferencia de sus otras compañeras, asis tía a misa diariamente. Sin embargo, si es que veía en sus tutoras un modelo a seguir, se desilusi onó de ellas. «Al principio, Rigoberta quería ser monja», dijo otra compañera suya, «pero al ver las desigualdades, se quitó las tintas y hacía comentarios fuertes».

¿Podría ser que la sedición estudiantil fuera el pr imer síntoma de la conciencia revolucionaria de Rigoberta? Ciertamente las referencias al clero católico de su testimonio de 1982 manifiestan sentimientos contradictorios de gratitud y hostilid ad. Pero, ¿qué hacía durante los tres meses de vacaciones anuales, entre octubre y enero? Alejada del régimen del internado, pudo haber tenido libertad para convertirse en activista política. Pu do haber sido el vínculo perdido entre su padre y los estudiantes revolucionarios de la Universidad de San Carlos. Incluso es posible que trabajara para la insufrible señora de clase alta, que es uno de los caracteres memorables de Me llamo Rigoberta Menchú.

Una compañera de estudios me dijo que Rigoberta pas aba sus vacaciones en el Colegio Belga, donde seguía trabajando para pagarse su estancia. O tra compañera recuerda que, durante las vacaciones de Chiantla, que empezaron en octubre de 1979, Rigoberta apremió a sus compañeras para que volvieran con ella a la capital, y no para part icipar en protestas políticas, sino para trabajar una vez más en el Belga, ganar dinero para el próximo año y pasar Navidades en la capital. Si así fue, Rigoberta y sus amigas pasaron su último año de vacaciones escolares en el Colegio Belga, en el centro de la capital, a escasa s cuadras de donde su familia acababa de arriesgar su vida protestando por el secuestro de P etrocinio. Luego Rigoberta y sus amigas regresaron a Chiantla entre el 13 y el 15 de enero de 1980, justo cuando su padre y sus hermanos llegaban a la capital para protestar por segunda ve z. {2}

La última visita a casa

«Llegaron momentos amargos, que tenía que enfrentar . En primer lugar, cuando cayeron, salió la noticia y dijeron que eran irreconocibles. Yo pe nsaba que allí estaba mi madre, mis hermanos. Lo que yo no aceptaba era de caer todos j untos... Yo no soportaba esto. No era posible que yo sola me quede. Incluso deseaba morir .» – Me llamo Rigoberta Menchú, pág. 211 (ed. Arcoiris).

La educación de Rigoberta la había apartado de su f amilia en el momento de su destrucción. Los parientes no se ponen de acuerdo sobre la fecha de su última visita, quizás porque la vieron por última vez en diferentes ocasiones. Se percibe cier ta distancia emocional (nada extraño en una joven de diecinueve años) en la declaración de un h ermano suyo que recuerda que la última vez que estuvo de visita fue en 1978. Sin embargo evocó el momento con cariño: «su forma de hablar ya no era de nosotros. Podía hablar bien en castilla, tod as las cosas podía hablar bien... Ella nos

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regañaba para que hablemos correctamente, siempre n os comparte el estudio que está estudiando ella. Donde estuvimos no había ladinos, no hablamos bien en español, lástima que no pudimos estudiar... Siempre nos enseñaba, como aquí en fami lia. Siempre estábamos captando, en caso de que hay algún tribunal o demanda. Siempre nos explicaba las cosas. Cuando ella se iba, siempre quedábamos tristes».

Una hermana recordó que la última visita de Rigober ta había sido cinco meses antes de la muerte de su padre. Eso sería en setiembre de 1979 (o un m es después, al inicio de las vacaciones escolares de octubre a enero). «Mi papá sólo andaba escondido en ese tiempo porque sus enemigos querían matarlo», me contó la hermana. «...Ya vinis te», le dice Vicente a su hija, mientras se sienta en una silla para recibirla, en el pueblo, n o en Chimel. «Voy a morir, mis enemigos me persiguen». Sus dos hijas lloran. «Me van a balear» , añade Vicente. «Pero tú vas a lograr tus estudios». Si estas fueron las últimas palabras que Rigoberta oyó decir a su padre, explicarían porqué ella no se unió a las protestas en la capita l. También corroborarían su retrato de Vicente como figura desafiante que sabe que sus días están contados.

En su historia de vida de 1997, Rigoberta sitúa su última visita a Chimel a principios de octubre de 1979. Su padre no está en la comunidad, pero su madre sí está, deshecha por el destino de Petrocinio y aliviada de verla con vida. {3} Aunque ésta fuera la última vez que Rigoberta puso sus ojos en Chimel, aparentemente no fue la última visita al municipio. Según otro pariente, la última vez que Rigoberta visitó Uspantán fue despué s de la muerte de su padre y de la desaparición de su madre (por lo tanto, después del 19 de abril de 1980), pero sólo por un periodo breve, tal vez de una semana, «Se dio cuenta de que podría est ar perseguida y se fue otra vez». {4}

El dato más inconveniente con el que me crucé es un a nota necrológica para Vicente Menchú. «Su hija es actualmente perseguida», afirma una publica ción revolucionaria fechada el 1 de abril de 1980, «por lo que tiene que andar escondida». Si es to es una referencia a Rigoberta (la única de las seis hijas de Vicente que vivía fuera de Uspant án en aquella época), es la primera referencia a ella en una publicación que yo haya logrado encon trar. Puesto que el mero hecho de ser una joven indígena que recibe estudios podía atraer a los mat ones del régimen, puede que simplemente se refiera a la posición vulnerable de Rigoberta en un internado. {5} Interpretado literalmente, querría decir que ya estaba en la clandestinidad au n antes de la muerte de su madre, contrariamente a los recuerdos de sus compañeras de estudios.

La huida de Chiantla

Según un maestro de Chiantla, el internado tiene re gistrado que Rigoberta terminó primero básico en octubre de 1979, pero ningún indicio de q ue se inscribiera otra vez en enero de 1980. Sin embargo cinco compañeras de estudio recuerdan q ue Rigoberta comenzó su segundo año escolar en Chiantla y que lo dejó a mediados del curso, por lo que parece que su nombre fue tachado de las listas escolares. No es difícil entender el motivo. Al igual que el resto de Guatemala, la escuela de Chiantla estuvo sitiada a principios de los 80. Puesto que las monjas trabajaban en zonas contrainsurgentes y formaban parte de un clero que reportaba violaciones a los derechos humanos, estaban en el punto de mira del ejército. La direct ora belga de la escuela recibía amenazas anónimas. Sin ninguna explicación, los soldados rod eaban el recinto durante uno o dos días. Después se iban y regresaban más tarde. Las monjas decían a sus estudiantes que dejaran de llamarse unas a otras compañeras, (lo cual podía ser interpretado como léxico guerri llero) y que se tiraran al suelo cuando oyeran un silbido.

Fue en estas condiciones que Rigoberta dejó el inte rnado una noche, sin previo anuncio y con destino al exilio. Luego de ser informada de la mue rte de sus padres, pasaba gran parte de su tiempo sola en la capilla, de rodillas, llorando y rezando. «Yo no lo voy a dejar así», le dijo a una amiga. «Tengo que ver qué voy a hacer». «Nos to mábamos la religión muy en serio. Realmente creíamos que Cristo estaba allí, en la Eucaristía», explicó otra amiga, «así que cuando murieron los miembros de su familia, se refugió en la capill a. Hubo momentos de rebeldía en los que gritaba '¿por qué es que mi familia tiene que desaparecer?' »

Algunas de sus compañeras creen que los soldados ro deaban el internado buscando expresamente a la futura premio Nobel. Según una de ellas, los sol dados las habían estado observando detenidamente en su procesión diaria desde el recin to residencial hasta los salones de clase, junto a la iglesia. Luego, una noche las monjas pro hibieron que hablaran durante la cena, mandaron a las estudiantes a la cama e impusieron un apagón de luces. Esa fue la noche en la que desapareció Rigoberta. Dijeron que estaba en la cap illa, rezando por su familia. Pero nunca regresó y al día siguiente las muchachas observaron que los soldados estaban más vigilantes todavía, como si estuvieran buscando a alguien en p articular. Citando las palabras de una compañera de estudios: «Se desapareció. A los cuant os días nos rodearon no sé cuantos comandos, buscando a alguien de apellido Menchú», y registrar on todo el recinto en su busca.

El problema más obvio con esta versión de los hecho s es que el ejército sólo registró el internado de Chiantla en una ocasión, bajo el estad o de sitio de Ríos Montt en 1982 o 1983. La redada fue una experiencia traumática, los soldados pusieron en fila a las monjas y a las estudiantes, como si se estuvieran preparando para lo peor. {6} Según otras dos compañeras de estudios, Rigoberta abandonó el recinto una noche e n la que los soldados no lo estaban rodeando. Se acostó a la hora de costumbre, pero a la mañana siguiente la cama estaba hecha y sus cosas habían desaparecido. Es posible que se despidiera d e una sola amiga, que murió más tarde durante la violencia. Las monjas jamás explicaron su desapa rición y las estudiantes no se atrevieron a preguntar. Supieron, por el personal de cocina, que habían sacado a Rigoberta inadvertidamente, vestida con ropas de ladina, y que la habían llevad o a la capital, donde le consiguieron un pasaporte para que saliera del país.

Buscando a Bernardina

«Un día, hace como ocho años, me dijo que estaba en el parque de Mixco, pero no pudimos llegar. Hace un año, una patoja dice que está viva, pero no sabe dónde. Estoy en la

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camioneta y veo a una muchacha que se parece a ella . Me volteé para ver si es ella.» –Madre de una amiga de Rigoberta, 1994.

Encontrar a las antiguas compañeras de estudios de Rigoberta requirió un trabajo detectivesco. Algunas resultaron estar viviendo a la vuelta de la esquina, mientras que otras aparecieron en la red personal de un colega estadounidense, en otro p ueblo, y otras más en una ciudad. No a todos les agradó tener a un gringo llamando a su puerta p ara hacer preguntas acerca de su antigua compañera. Una de ellas todavía ocultaba sus leccio nes de estudios sociales de catorce años atrás. Les doy las gracias a cada una de ellas por ayudarm e. Eventualmente entrevisté a seis mujeres que estudiaron con Rigoberta en Uspantán, Ciudad de Gua temala y/o Chiantla, además de a otras tres que habían oído historias sobre ella.

Sin embargo, nunca logré encontrar a una compañera del mismo pueblo. Su tío no la veía desde hacía años, pero tenía entendido que vivía en la ca pital. Seguramente su hermana tenía su dirección, en otro pueblo, en una dirección confusa . Recorriendo todo el vecindario, encontré la casa de la hermana. Allí no había nadie. Y tampoco la encontré en visitas posteriores. Después, un día, en las oficinas capitalinas de las Comunidades de Población en Resistencia, me puse a hablar con dos mujeres que tenían aspecto de ser de Uspant án. Resultaron ser la madre y la hermana de la amiga de Rigoberta.

Bernardina Us Hernández era de la aldea de Macalaja u. Su padre, Reyes Us Hernández, era un promotor Behrhorst, al igual que dos de los hermano s de Rigoberta, y era por lo menos tan conocido como Vicente Menchú. Todas las personas con las que hablé lo recordaban con afecto. Cuando un terremoto derribó la escuela de la aldea, Reyes dir igió el comité para reconstruirla. También encabezó el comité que restauró la capilla. Formó p arte del comité de caminos de la aldea, dirigió un almacén de la cooperativa y, con la ayuda del pr ograma Behrhorst, fundó una clínica comunitaria. «Reyes Us Hernández era rápido, elocue nte y sabía decir lo que pensaba», recordó un ex voluntario del Cuerpo de Paz. «Era muy respetado por su gente». «Esa gente luchaba mucho», me contó un activista de derechos humanos. «Nos decía que esto es nuestro derecho, que trabajamos por la ley. Pero otra gente lo llevaba mal, lo rechazar on y lo acusaron de ser comandante de la guerrilla».

Reyes fue uno de los siete hombres que cayeron una noche de noviembre de 1980, víctimas del primer ataque del ejército a Macalajau. Guiados por vecinos con las caras cubiertas, los soldados derribaron la puerta de Reyes. Logró deslizarse fue ra de la casa a través de un tablón suelto, pero le dispararon por la espalda y le ultimaron co n dos balas en la cabeza. Cuatro meses después su hijo de diecisiete años, Daniel, era asesinado d elante de su familia. Durante el mismo periodo, otros seis hombres de su red familiar fueron agarra dos y nunca más se los volvió a ver.

Al igual que Rigoberta, Bernardina finalizó su educ ación primaria en el Colegio Belga y pasó a Chiantla. Compartía el interés de Rigoberta por la política y también se sintió obligada a dejar el colegio después de la muerte de su padre, para a yudar a su madre y sus hermanos menores. Por eso se refugió con ellos en el anonimato de la capi tal. Según la hermana suya que finalmente conocí en 1994, Bernardina trabajaba como criada pa ra mantener a su familia, mientras proseguía sus estudios los domingos. Su hermana me dijo que h abía sido también simpatizante del Comité de Unidad Campesina, pero no había sido miembro. Tres años después de la muerte de su padre, en septiembre de 1983, Bernardina estaba haciendo un e ncargo para otra persona desplazada, cuando fue arrastrada por hombres vestidos de civil al interio r de un vehículo. Me pregunto si no habría sido enviado a una misión clandestina, de la que tal vez estaba al corriente o tal vez no, que fue delatada a las fuerzas de seguridad. Mientras lucha ba con los secuestradores, su reloj cayó a la calle. Más tarde la familia de Bernardina recuperó el reloj, pero ella nunca apareció. Por eso era tan difícil dar con ella. Su destino sugiere porqué era importante que Rigoberta huyera a México.

Notas

{1} Burgos-Debray 1984.89, 114, 120, 162, 190, 205. La nueva biografía de Rigoberta, Cruzando Fronteras, expresa gratitud a las madres de la Sagrada Famili a, en particular, a la directora de la escuela de Chiantla, Gertrudis, por brindarle su apoyo después de la muerte de sus padres. Sin embargo, el internado sigue siendo un «convento» (M enchú et al. 1998:231-235).

{2} Otra compañera de estudios recordó que Vicente hab ía ido a visitar a su hija en el Colegio Belga la víspera de su muerte, una evocación fascin ante que no interpreto literalmente, ya que otras compañeras y la propia Rigoberta la sitúan le jos de la capital en este momento decisivo.

{3} Menchú et al. 1998:109-111.

{4} Una breve visita amedrantadora explicaría otra his toria que escuché, que Rigoberta tuvo que ocultarse en el pueblo con la familia de una amiga. Según una compañera de Chiantla, Rigoberta tuvo permiso para abandonar el internado para ir a buscar a sus hermanas pequeñas, pero regresó sin ellas ocho días después.

{5} «Semblanza de los caídos el 31 de enero», Noticias de Guatemala, 39, 1 de abril de 1980, pág. 658. Un compañero uspantano de Rigoberta me di jo que su cohorte de estudiantes indígenas incluía dos que terminaron primaria, cuatro que aca baron estudios de básico y dos que completaron el bachillerato. A excepción de él, todos estaban m uertos. Ninguno había participado en la guerrilla, dijo, y todos habían sido secuestrados o arrestados entre 1980 y 1982.

{6} Una monja de la Sagrada Familia me ayudó a estable cer que el cateo ocurrió después de la salida de Rigoberta. Llegó a Chiantla cuando Rigobe rta ya se había ido, luego vivió la experiencia de la redada, que ella situó el 14 de junio o de ju lio, bajo Ríos Montt. Un compañero uspantano me contó como la habían llevado al destacamento milita r de Huehuetenango (de donde la liberaron pronto) a causa de su asociación con Rigoberta.

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Capítulo 12

Rigoberta se une al Movimiento Revolucionario

«Yo me decía, no soy la única huérfana que existe e n Guatemala, hay muchos y no es mi dolor, es el dolor de todo el pueblo. Y si es el dolor de todo el pueblo, lo tenemos que soportar todos los huérfanos que nos hemos quedado.» – Me llamo Rigoberta Menchú, pág. 261 (ed. Arcoiris).

Cuando la futura laureada contó su historia en 1982 , habló de sus años de experiencia como organizadora política. Comienzan hacia 1977 cuando su padre pasa a la clandestinidad para establecer el Comité de Unidad Campesina y ella ayu da a organizar Chimel en defensa de las primeras incursiones del ejército. En 1979, se une a su padre como líder del CUC. {1} Eventualmente las fuerzas de seguridad descubren su paradero y el la huye de Guatemala, después de las manifestaciones del 1 de mayo de 1981 en la capital . Sin embargo, si Rigoberta estuvo interna desde enero de 1976 o 1977 hasta mediados de 1980, no pudo haber sido una activista de ese tipo. Aunque varias compañeras de estudios de Rigoberta h ablan de su interés por la política, ninguna de ellas fue capaz de recordar conversaciones acerca d el CUC o de la militancia en la aldea. También confirmaron su confinamiento durante este periodo, ya que sus labores domésticas en el Colegio Belga le ocupaban la mayor parte de las vacaciones escolares entre octubre y enero.

¿A quién tenemos que creer, especialmente con respe cto a estas últimas observaciones? La educación de Rigoberta es algo innegable, pero a al gunos lectores les parecerá inverosímil que no haya tenido conexión alguna con la izquierda. Los e studiantes procedentes de medios rurales hacían de puente entre los campesinos y los intelectuales urbanos, muchas veces a través de la Iglesia Católica. {2} ¿Pudiera ser que las compañeras de colegio que ent revisté supieran más que lo que me quisieron decir? ¿O que ignoraran los compromisos d e Rigoberta? ¿O que le guardaran rencor por algo? Sus actitudes hacia ella fueron muy diversas. Las que estaban familiarizadas con Me llamo Rigoberta Menchú se sentían dolidas o perplejas de que negara sus a ños en común, mientras que otras no sabían nada de la omisión hasta que yo les dije. Dos de ellas resentían la talla que había alcanzado Rigoberta, otra estaba asombrada, y las demás se encontraban en un punto intermedio. Sin embargo tenían muchos recuerdos en común, sobretodo el régimen estricto del internado, a partir del cual llego a la conclusión de que Rigoberta estaba relativamente aislada en cuestión política.

La trayectoria académica no reconocida de Rigoberta proporcionó las bases para su testimonio de 1982, donde dice que es el movimiento revolucionari o quien la sacó a México. Detectada por los soldados en «un pueblito de Huehuetenango,» se esco nde en una iglesia. De allí huye a la capital, donde busca refugio con unas monjas insolidarias qu e la explotan como criada, la prohiben que hable con las estudiantes y la alimentan con los re stos de sus platos. También la obligan a servir a un refugiado nicaragüense que resulta ser colabor ador de la policía secreta. Luego de quince días de malos tratos y paranoia, sus compañeros del movimiento revolucionario, no de la Iglesia Católica, la sacan en un avión para México. {3}

Recientemente, sin retractarse de nada, Rigoberta h a cambiado su historia en puntos que coinciden con el testimonio de sus compañeras de es tudio. «Gracias a mi contacto con los religiosos», informó al semanario guatemalteco Crónica, «salí del país a mediados de 1980, y tuve la oportunidad de participar en la conferencia de o bispos de América, en Oaxaca, México, a la cual asistían grandes personalidades como Samuel Ruiz [o bispo de Chiapas] y el obispo [de Cuernavaca] Méndez Arceo. Yo todavía hablaba el español a media s, y tal vez la gente entendió mi mensaje por la angustia y la desesperación que me aquejaban. Es a vez sólo hablé del dolor que experimentaba por la muerte de mis padres. Fue un testimonio que tocó la sensibilidad de muchos obispos, a tal punto que cada uno me quería llevar para su país, p ero yo me quedé con Samuel Ruiz, en Chiapas, y, por vez primera, me olvidé temporalmente del trauma que llevaba conmigo. Luego, mis compañeros del CUC me fueron a buscar y volví a Guatemala a princi pios de 1981. A finales de ese año, salí de nuevo al exterior para hablar en una conferencia de cristianos, en Nicaragua, y ya no pude volver.» {4}

Rigoberta sigue situando sus comienzos como militan te del CUC a finales de los 70, y sigue omitiendo su periodo escolar. Pero atribuye su huid a de Guatemala a la ayuda de la Iglesia Católica, no de los compañeros revolucionarios, y l a sitúa en 1980 y no en 1981. En lugar de permanecer en Guatemala hasta mediados de 1981, cua ndo es obligada a exiliarse por primera vez, su nueva cronología indica que abandonó Guatemala a me diados de 1980, regresando a principios de 1981, se queda durante la mayor parte del año y des pués se embarca en su labor internacional. Si después integramos al cuadro el periodo escolar de Rigoberta, que ocupa la mayor parte de su tiempo hasta mediados de 1980, parece muy improbabl e que se uniera al movimiento revolucionario antes de irse al extranjero.

¿Entonces cuándo y cómo se afilió? En México Rigobe rta formaba parte de las decenas de miles de guatemaltecos que buscaron refugio en el estado de Chiapas. El altiplano de Chiapas, que perteneció a Guatemala hasta 1824, está poblado con mayas y se parecía a la tierra de Rigoberta más que ningún otro lugar de exilio. A diferencia d e los refugiados hambrientos que huyeron al otro lado de la frontera y que pasaron más de una d écada en los campos de refugiados, Rigoberta voló a la capital de México acompañada por una monj a católica. En cuestión de días, impresionó a una reunión de obispos católicos y fue acogida en e l hogar de un campeón de la teología de la liberación, Monseñor Samuel Ruiz.

Ruiz residía en la ciudad colonial de San Cristóbal de las Casas. Su hermana, Doña Lucha, trató a Rigoberta como si fuera una hija, según la recien te autobiografía de esta última. La futura laureada se convirtió en un miembro activo de la ca sa episcopal. Incluso organizó una fiesta de cumpleaños para el obispo y escribió un poema en su honor. Trató de encontrar ayuda económica para

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proseguir sus estudios, recuerda un miembro de la d iócesis, y daba pláticas en la Nueva Primavera, una escuela dirigida por una orden mexicana llamada las Hermanas del Divino Pastor. Las monjas impartían a las jóvenes campesinas cursos mensuales de alfabetización y enfermería. Puesto que Rigoberta procedía de un ambiente similar, su funci ón era la de reforzar el paradigma de concientización del programa: es decir, que las est udiantes estaban oprimidas pero que podían recibir una educación y unirse a otros para cambiar la sociedad. Al igual que la conferencia episcopal a la que había asistido, la vida en San C ristóbal era otra oportunidad para que Rigoberta contara su historia.

También era un semillero de intrigas revolucionaria s. Cuando los campesinos guatemaltecos empezaron a desbordar la frontera, Ruiz y su dióces is fueron los primeros en prestarles su ayuda. Su proximidad con la frontera también hacía de Chia pas una base logística para la guerrilla guatemalteca. Para bien o para mal, dependiendo de los diferentes puntos de vista, los insurgentes lograron convertir el apoyo diocesano a los refugia dos en una línea de suministros. Se puede acusar a Ruiz de complicidad pero, como suele pasar les a los obispos, estaba en una situación difícil. Como obispo de Chiapas, administraba una d e las diócesis más violentas y atrasadas de México. Siendo defensor de los pobres, había contra tado a izquierdistas urbanos para poner en práctica sus proyectos en las comunidades indígenas y protegerlos de los conservadores (uno de estos grupos habría de convertirse en los 90 en el Ejército Zapatista de Liberación Nacional). Con el ejército guatemalteco destrozando todo a su paso al otro lado de la frontera, los militantes de su personal tenían poderosos argumentos morales a s u favor. Si según la tradición católica alguna vez ha habido una guerra justa, la Guatemala de pri ncipios de los 80 parecía satisfacer todos los requisitos.

Para una refugiada como Rigoberta, habría sido difí cil mantenerse al margen. Puesto que las redes de la guerrilla en México eran ilegales y cla ndestinas, incorporarse a ellas no era motivo de anuncio público. Tampoco se harían muchas pregun tas cuando Rigoberta comenzó a desplazarse en misiones políticas. En un ambiente solidario como e l de San Cristóbal de las Casas a principios de los 80, la actitud recetada hacia las afiliaciones clandestinas es la de una estudiada despreocupación, puesto que todos los implicados ti enen que mantener una negativa convincente. Siendo admiradores de la revolución sandinista en N icaragua, hubiera sido insólito que Ruiz y sus seguidores se opusieran. {5}

Cuando Rigoberta contó su historia en París, en 198 2, remontó su carrera política a una época mitológica de militancia campesina. Cuando volvió a contar su vida, quince años más tarde en La nieta de los Mayas, omitió las referencias a su participación en el mo vimiento revolucionario. Pero una lectura cuidadosa de su testimonio de 1982 sugiere cómo pudo haberse incorporado a la red revolucionaria en Chiapas. En París Rigoberta alabó la conciencia revolucionaria de una de sus hermanas, que se unió a la guerrilla sin el conocim iento de sus padres a la edad de ocho años, que sermonea a Rigoberta sobre la necesidad de ser esto icos y que, después de la muerte de su madre, regresa a Chimel para poner a su hermana más pequeñ a a salvo en México. En un pasaje muy sugerente, casi al final de Me llamo Rigoberta Menchú, la narradora ha llegado a México y se siente desorientada cuando en ese momento recibe la visita de unos compañeros que acaban de llegar de Guatemala. Para su sorpresa y alegría, entre ell os se encuentran sus dos hermanas pequeñas, Ana y Rosa. Luego de un encuentro familiar, cada una de las tres elige una organización y regresa a Guatemala. Mientras sus hermanas parten a la montañ a con la guerrilla, Rigoberta (que, según su testimonio, ha estado con el CUC hasta ahora) se de cide por una nueva organización llamada Cristianos Revolucionarios Vicente Menchú. {6}

A decir de las fuentes de Chimel anteriormente menc ionadas, Ana y Rosa permanecieron junto a su madre hasta que ésta fue secuestrada. Entonces, al igual que tantos otros huérfanos, parece que fueron adoptadas por el Ejército Guerrillero de los Pobres. Reunirse con ellas en México tuvo que ser una experiencia poderosa para Rigoberta, y posi blemente una decisiva, también. Una persona que conoció a las dos hermanas en México recuerda que e fectivamente eran muy jóvenes (tenían unos doce y catorce años) y muy militantes, mucho más que la propia Rigoberta. Con sus otros hermanos atrapados en Uspantán, la única familia que Rigober ta estaba segura de haber dejado eran Ana y Rosa. Es por esto que yo sospecho que fue a través de las dos huérfanas, que participaban activamente en el EGP, que se afilió la tercera. Si así fuera, su primera experiencia como cuadro revolucionario en Guatemala se remonta a principios del otro año, es decir, 1981.

Rigoberta y el Frente Popular 31 de enero

«Se hicieron una serie de barricadas; se pusieron u na serie de bombas de propaganda, se hicieron mítines relámpago. Eso porque cada activid ad tenemos que sacarla en un minuto, dos minutos, porque sino implicaría una masacre para el pueblo. Así fue como organizadamente a la misma hora se abrieron las barricadas, se pusier on las bombas de propaganda, y se hizo el mitin... Hicimos llamadas telefónicas en cada una d e las fábricas, diciendo que se encontraban bombas de alta explosión y que serían l os responsables de la vida de tantas personas... Un compañero puso una caja con antenas que tenía la misma forma de una bomba de alto explosivo. La había puesto cerca de un edifici o, en donde la gente podía verla. Entonces, la policía llegó escandalosamente.» – Me llamo Rigoberta Menchú, págs. 257-258 (ed. Arcoiris).

A finales de 1980, cuando sostengo que Rigoberta se incorporó al movimiento revolucionario, éste estaba alcanzando su apogeo. El Ejército Guerr illero de los Pobres esperaba una insurrección masiva, como la que había derrocado al régimen de S omoza en Nicaragua. El Comité de Unidad Campesina estaba colaborando abiertamente con el EG P. Se definía como «una organización revolucionaria de masas de los trabajadores del cam po» cuya tarea era la de «concientizar, politizar para que los campesinos participen masiva mente en la guerra popular». Sus tácticas incluían «sabotajes, bombas de propaganda, bloqueos de carreteras, barricadas, hostigamientos a orejas y esbirros, quema de buses, etc.; todas ella s enmarcadas dentro de la estrategia de la incorporación masiva del pueblo a la guerra popular ». {7}

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Durante estos primeros años, debe seguirse la carre ra política de Rigoberta a través de coaliciones cambiantes, frentes y disfraces de una insurgencia que luchaba por su vida. Las organizaciones guerrilleras estaban tratando de reu nir un movimiento popular más amplio que, simultáneamente, obedeciera sus instrucciones, ampl iara su convocatoria y resistiera a la feroz represión. En 1979, sindicalistas, campesinos, estu diantes, activistas de la iglesia y políticos social demócratas habían organizado el Frente Democ rático Contra la Represión. Puesto que incluía un amplio abanico de la izquierda legal, el FDCR es taba dividido por debates desesperados acerca de cuál debía ser la reacción ante el terrorismo es tatal. ¿Deberían las bases ceñirse a la ley o tendrían que convertirse en frentes de la guerrilla ? Aunque algunos predecían que incorporarse a la guerrilla resultaría en una destrucción inmediat a, el CUC era uno de los grupos que desconfiaban de la «falta de seguridad y autodefens a» de la coalición, separándose en 1980 y optando por la vía de la guerrilla. {8}

Los desacuerdos con el FDCR obligaron a las organiz aciones armadas a organizar su propio frente popular. En la misma época en la que Rigoberta regr esó a Guatemala, en el primer aniversario de la quema de la embajada española (31 de enero de 1981) , tres organizaciones se anunciaron públicamente y se unieron al CUC en una nueva coali ción. Cada uno de los nuevos grupos adoptó el nombre de un mártir de la embajada. Eran el Núcleo de Trabajadores Revolucionarios Felipe Antonio García, que decía tener mil quinientos miembros; el Comité de Barrio Trinidad Gómez Hernández, que decía tener 150 miembros; y los Cristianos Revoluci onarios Vicente Menchú, que decía tener cuatro mil miembros. Junto con dos organizaciones preexist entes, el CUC (que afirmaba tener seis mil miembros) y el Frente Estudiantil Revolucionario Ro bin García (que decía tener quinientos miembros), formaron el Frente Popular 31 de Enero ( FP-31). {9}

La idea era usar la imagen del martirio para movili zar a las masas para una insurrección. Según los manifiestos del FP-31, la guerrilla era la vang uardia incuestionable del pueblo guatemalteco y la guerra revolucionaria popular era la única vía p ara que el pueblo avanzara. Según las declaraciones del frente, los miembros del FP-31 no pertenecían a las organizaciones guerrilleras, pero sus objetivos políticos eran los mismos. Puest o que no todo el mundo podía incorporarse a la guerra de guerrillas, ni tampoco había armas para t odos, las masas tendrían que aprovechar su fuerza numérica. Las formas resultantes de lucha pa ramilitar ayudarían a establecer un gobierno revolucionario popular. Según los Cristianos Revolu cionarios Vicente Menchú, sus miembros ejercitarían «abiertamente la violencia justa de lo s oprimidos en contra de quienes impidan la construcción del Reino de Dios». {10}

Si el potencial de Rigoberta fue reconocido de inme diato, éste pudo haber sido uno de los motivos para nombrar toda una organización en honor de su padre. A veces se la describe como una fundadora de los Cristianos Revolucionarios. {11} Sin embargo, Me llamo Rigoberta Menchú no hace ninguna referencia en este sentido. Es más, si no s e incorporó al movimiento revolucionario hasta finales de 1980, habría sido neófita cuando se esta bleció el frente. En cuanto a qué motivó que los Cristianos Revolucionarios adoptaran el nombre de su padre, la razón pudo haber sido porque había recibido al EGP en su aldea, o porque había s ido el tipo de catequista que la guerrilla quería reclutar, o porque había dirigido a los camp esinos que murieron en la embajada.

Si Rigoberta era una novicia revolucionaria, una má s de los cientos que se unieron al movimiento en 1980, ¿qué pudo haber hecho por él? A partada en un internado, no pudo ser una de los militantes del CUC que se sumaron a la fuerza labor al de las fincas e impulsaron las huelgas de febrero de 1980, tal como afirma en Me llamo Rigoberta Menchú. {12} Pero si su carrera empezó un año después, pudo haber formado parte del infructuoso e sfuerzo por organizar más huelgas. Para una persona que no había conocido la vida de las fincas durante sus primeros veintidós años, el impacto de una primera experiencia explicaría sus d escripciones elocuentes del sufrimiento en ellas. En 1981 es posible que Rigoberta también par ticipara en la autodefensa comunitaria del altiplano que su crónica sitúa improbablemente en C himel varios años atrás. Sus descripciones de la autodefensa en las aldeas son minuciosas, pero t ambién son tan triunfalistas que se parecen a la descripción ideal de lo que se supone que sucedi ó y no de lo que realmente sucedió.

Siendo la hija de un héroe revolucionario, en cuyo honor acababan de nombrar a un nuevo frente, el escenario más plausible para Rigoberta era la ca pital. En 1982 utilizó la forma verbal del presente para referirse a si misma como delegada de la red revolucionaria, que viajaba constantemente entre la capital y los departamentos . En la medida en que los Cristianos Revolucionarios y el Comité de Unidad Campesina era n estructuras separadas de la red FP-31, ella habla de si misma trabajando para los Cristianos Re volucionarios en lugar de para el CUC. {13} «Pensé mucho si regresaba al CUC, pero me di cuenta que en el CUC habían suficientes dirigentes, suficientes miembros campesinos y, al mismo tiempo, muchas mujeres que asumen tareas en la organización. Entonces, yo opté por mi reflexión cr istiana, por los Cristianos Revolucionarios, 'Vicente Menchú.' No es porque sea el nombre de mi padre, sino porque es la tarea que me corresponde como cristiana, trabajar con las masas. Mi tarea era la formación cristiana de los compañeros cristianos que a partir de su fe están e n la organización. Es un poco lo que yo narraba anteriormente, que yo fui catequista. Entonces, mi trabajo es igual que ser catequista, solo que soy una catequista que sabe caminar sobre la tierra y no una catequista que piensa en el reino de Dios solo para después de la muerte».

Debido a su educación católica, que incluyó una dos is de teología de la liberación de la diócesis de Chiapas, reclutar catequistas para el m ovimiento revolucionario era la tarea para la que mejor preparada estaba Rigoberta. Los argumento s bíblicos a favor de lucha armada son un rasgo evidente de Me llamo Rigoberta Menchú y forman parte de su atractivo entre la izquierda cristiana. Asimismo, el contraste entre la «iglesia de los pob res» y la «iglesia de los ricos» formaba parte del repertorio que usaban los cuadros contra el cle ro católico que desalentaba a sus parroquianos de unirse a la guerrilla. {14} Dichas referencias sitúan a Rigoberta y su testimo nio en medio del debate central de la Iglesia católica de finales de los 70 e inicios de los 80: la conveniencia o no de apoyar a los movimientos guerrilleros que tan to se habían aprovechado de sus líderes y programas de base.

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Lo que Rigoberta minimizó en 1982 fue lo malo que h abía sido el año anterior para la red revolucionaria de la capital. Con las fuerzas de se guridad arrastrando a los sospechosos a muertes espantosas, la vida consistía principalmente en ela boradas precauciones de seguridad. La confusión y la derrota surgen en su nueva autobiografía de 19 97. Con compañeros desapareciendo, unos secuestrados, otros ocultos, los que permanecen tie nen terror a ser capturados y torturados. Luego, Rigoberta y sus hermanas Ana y Rosa cometen un terrible error. Cuando rentan un camión para mudarse a una nueva casa segura, se olvidan de cerr ar una caja, de la que más tarde caen unos panfletos políticos. El conductor del camión palide ce y la posibilidad de que las traicione da al traste con la nueva ubicación. Sus camaradas del CU C les dicen que están «muy quemada» y se niegan a darles otro lugar para vivir. Incapaces de arregl árselas en la capital por si solas, Ana y Rosa regresan a El Quiché para sumarse a la guerrilla, m ientras que Rigoberta, que se siente culpable por alejarse de sus hermanas, viaja por tierra a Ni caragua donde se convierte en refugiada oficial de las Naciones Unidas. A juzgar por la única refer encia al tiempo de duración de su estancia, estuvo en Guatemala «pocos meses» antes de verse ob ligada a irse. {15} Según otra fuente, Rigoberta pudo haber pasado gran parte de 1981 en Chiapas con la diócesis católica.

Hay una observación final que puede parecer pervers a, en vista de la atención que Rigoberta presta al CUC en su testimonio de 1982 y de la que yo también hago eco. Es posible que no perteneciera al Comité de Unidad Campesina hasta qu e le contó su historia a Elizabeth Burgos. En diciembre de 1981 el revolucionario Noticias de Guatemala publicó el primer testimonio de Rigoberta que yo haya podido encontrar. En él expli ca la historia de su padre, y de ella misma como representante de los Cristianos Revolucionario s, sin hacer referencia alguna al CUC. Si no es posible vincular a Vicente con el CUC, si Rigoberta estuvo en un internado hasta 1980, y si sus hermanas se sumaron a la revolución a través del Ej ército Guerrillero de los Pobres, no hay conexión verificable entre Rigoberta y el CUC hasta que ella misma la menciona en París, en enero de 1982. {16} Lo que convierte al CUC en un punto de referencia esencial no es que fuera la cuna de la carrera de Rigoberta. Es, más bien, cómo trató e lla de conectar la experiencia idiosincrásica de su comunidad con la narrativa nacional que era p resentaba por las fuerzas revolucionarias

La destrucción del Movimiento Popular

«La estrategia de la generalización de la guerra te ndía a transformar los conflictos sociales y políticos en enfrentamientos armados... La lógica de la guerra popular condujo a la asfixia del movimiento social.» –Yvon Le Bot, La guerra en Tierras Mayas, pág. 262.

El mismo año en que Rigoberta regresó de México par a sumarse a la rama política de la insurgencia, en 1981, ésta alcanzaba en su punto ál gido en el altiplano occidental. La razón principal fue un flujo de reclutas procedentes de l os sindicatos, las iglesias y las organizaciones campesinas que estaban siendo aplast adas por el gobierno. Los sobrevivientes engordaron las filas de la guerrilla, pero lo hicie ron por muy poco tiempo, ya que las redes de base necesarias para apoyarles habían sido destruid as. Para explicar el desastre, las crónicas de la solidaridad normalmente se refieren a la ferocid ad del ejército. Pasan por alto una estrategia guerrillera que dependía de convertir a civiles des armados en objetivos militares, frente a un enemigo conocido por su crueldad.

«Con el desarrollo de un trabajo de masas», explicó el comandante en jefe del EGP, Rolando Morán, a Marta Harnecker, «tenemos una mayor fuente de combatientes. Las organizaciones de masas pueden realizar tareas de la guerra que no correspo nden a las fuerzas guerrilleras. Esto complementa sus otras funciones y les prepara para ser combatientes regulares. Lo mismo está ocurriendo entre los indígenas, que en este momento se han sumado definitivamente a la revolución. En nuestras zonas hay decenas de miles de indígenas trabajando con el EGP y totalmente conscientes de ello. El CUC forma un comité secreto en una comu nidad, desarrolla allí trabajo educativo hasta que ganan a una mayoría de la población y les incor poran a nuestro trabajo». No todas las organizaciones de masas estaban armadas, continuó M orán, pero tenían grupos de autodefensa que eran «la semilla y el puente entre las masas y la g uerrilla». {17}

En la época en la que Morán presentó esta escena a Harnecker, desde el exterior del país en 1982, la realidad en Guatemala era un paisaje de co rredores vacíos, aldeas quemadas y tumbas improvisadas. En la capital, la radicalización del movimiento sindical culminó con una manifestación masiva el 1 de mayo de 1980. Mientras se dispersaba, las fuerzas de seguridad secuestraron a docenas de manifestantes de las call es. Dentro del Comité Nacional de Unidad Sindical, las luchas sectarias sobre cómo incorpora r a los trabajadores urbanos a la lucha armada fueron responsables de los dos secuestros más devas tadores de la historia del movimiento obrero. En dos ocasiones sucesivas, las fuerzas de segurida d atraparon y «desaparecieron» a un total de cuarenta y cuatro líderes sindicales, cuyas reunion es fueron delatadas por un informante de uno de los grupos guerrilleros. {18} En este punto, el movimiento obrero urbano virtual mente desapareció. No deseando morir y dejar a sus familias sin provee dores, la mayoría de los cuadros y filas abandonaron la actividad sindical. Muchos de los lí deres sobrevivientes marcharon al exilio. Sólo aquellos que tenían más espíritu de sacrificio se u nieron a las lucha armada. En la Costa Sur, la represión que siguió a las huelgas de 1980 liderada s por el CUC eliminó de las fincas a los sindicatos, una ausencia que persiste en la actuali dad. {19} La idea de que los sindicatos podrían convertirse en plataformas de la insurrección los h abía empujado a un enfrentamiento contra el estado que les destruyó.

En el altiplano, las implicaciones de la estrategia guerrillera fueron igualmente devastadoras para los activistas de base. Incluso si las organiz aciones no hubieran sido infiltradas por el EGP, el simple hecho de hacer trabajo comunitario e n un área donde estaba activa la guerrilla era letal. «Era pánico, todo empezó a venirse abajo en octubre de 1981», le dijo un sacerdote católico al periodista Phillip Berryman. El padre se había i do «a las montañas y estuvo presente durante un ataque masivo del ejército. Durante varios días, mi entras persistió el ataque, se ocultó en el monte. Al tener oportunidad de ver cómo operaba el EGP, se desencantó. Cuando los habitantes arriesgaron su vida para capturar armas al ejército , el EGP, se retractó de su palabra y tomó las armas, dejando a la gente más expuesta. Debido a la traición de alguien del movimiento, el

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ejército lanzó un ataque sorpresa y estuvo a punto de capturar a un comandante importante. La guerrilla consiguió escapar, pero abandonaron al sa cerdote, al que habían confiado responsabilidades, y a los aldeanos. Tres semanas d espués el EGP escoltó al sacerdote fuera de la región. Más tarde él se percataría de que las lucha s internas estaban debilitando a la insurgencia». {20} A medida que el ejército diezmaba sus bases de apo yo, la guerrilla se vio obligada a «enterrar las armas y las municiones por falta de combatientes que las usaran». {21}

Involucrar a las organizaciones populares en la gue rrilla fue un desastre. Al infiltrar el movimiento campesino y movilizarlo, la guerrilla pr ovocó una represión feroz. Sus columnas militares crecieron temporalmente, a partir de los sobrevivientes de las aldeas que no tenían otro refugio donde dirigirse, pero la «base popular» de la cual ellos habían esperado un flujo estable de maíz y jóvenes fue hecha pedazos. Para 1982 es t an poco lo que queda del CUC que sólo sobrevive como una organización en el exilio. De las treinta personas que lo fundaron en 1978, no sobrevivían más que seis. Dejaron de salir las publ icaciones de la organización. {22} En Guatemala, la pregunta, «Dónde están las gentes de CUC?» se co nvirtió en un reproche. {23} Los líderes sobrevivientes perdieron el contacto con las bases, que les repudiaban y se sometían al reclutamiento forzoso para las patrullas civiles de l ejército. Sólo en el extranjero podían los líderes del CUC permanecer activos, apelando a la s olidaridad internacional para un movimiento popular que ya no existía.

Notas

{1} Burgos-Debray 1984:120, 161.

{2} Según las palabras del cura párroco: «Las personas que estaban detrás del movimiento revolucionario eran jóvenes indígenas que habían re cibido una educación, a menudo gracias a las becas de la iglesia. Se habían vuelto muy marxistas ». (Clerc 1980b).

{3} Burgos-Debray 1984:232-242 (262 Arcoiris) Para otr as referencias veladas a su etapa escolar en Huehuetenango, véase Burgos-Debray 1984:184 e Ig lesia Guatemalteca en el Exilio 1982:36.

{4} Blanck 1992, tal como se reitera en Menchú et al. 1998:231-245.

{5} Para un retrato fascinante de Ruiz, especialmente de sus complicadas relaciones con los Zapatistas y su rebelión de 1994, véase De la Grang e y Rico 1998:259-289.

{6} Burgos-Debray 1984:236-237, 242-244. En su autobio grafía de 1997 Rigoberta proporciona una versión nueva de su reunión con sus hermanas. Ahora sólo son dos huérfanas, y no reclutas de la guerrilla, que son rescatadas por familiares y cler o y llevadas a su lado por el obispo Ruiz seis meses después de su llegada. Después de pasar las N avidades juntas en Chiapas, las tres hermanas van dos semanas a la Ciudad de México. Allí conocen a Alaíde Foppa, que las entrevista, y a Bertha Navarro, que las filma (cf. Foppa 1982). Sólo más t arde, después de regresar a Guatemala y a sus camaradas del CUC, se incorporan las dos hermanas a la guerrilla (Menchú et al. 1998:210-211, 231-245).

{7} Frente Popular 31 de Enero 1982:16-18.

{8} Black et al. 1984:114-115 y Le Bot 1995:157, 194.

{9} Latin America Regional Report: Mexico and Central A merica, 12 de febrero 1982, citado en Black et al. 1984:115.

{10} Carta de dos páginas de un comunicado del FP-31, f echado el 29 de febrero de 1982, dirigido a «estimados compañeros» y acogiendo la fo rmación de la URNG. Entrevista con Fernando González, del Núcleo de Trabajadores Revolucionario s, por Harry Fried, «Popular Front Grows in Guatemala», Guardian (New York), 19 de agosto de 1981, pág. 13. Frente Popular 31 de Enero, «Proclama Internacional» 2 págs., aparentemente ene ro de 1981. Manifiesto de Cristianos Revolucionarios 'Vicente Menchú', 2 págs., enero de 1981.

{11} Por ejemplo, «The Guatemalan Reality: Interview wi th Rigoberta Menchú», Eagle Wing Press (Naugatuck, Conn.); octubre de 1982, págs. 1-ss.

{12} Burgos-Debray 1984:228-229.

{13} En la práctica, los cuadros que dirigían estos gru pos reportaban a la «organización», es decir, al EGP. Los Cristianos Revolucionarios y el FP-31 no aparecen en la autobiografía de Rigoberta de 1997, La nieta de los mayas. En vez de ello, se presenta como integrante del CU C.

{14} Burgos-Debray 1984:130-135, 234, 245-246. (págs. 2 69-70, Arcoiris.)

{15} Menchú et al. 1998:243-245.

{16} Noticias de Guatemala 1981. Bajo el seudónimo «Guadalupe», Rigoberta hab la de ella misma como miembro del CUC en una entrevista de radio con Alaíde Foppa, en la Ciudad de México, en diciembre de 1980. A juzgar por una transcripción p arcial, Rigoberta lo hizo en respuesta a la insistencia de la entrevistadora (Foppa 1982 y Menc hú et al. 1998:240-241). Para más detalles de la entrevista, véase el capítulo 14.

{17} Harnecker 1982:11.

{18} Para la destrucción del movimiento obrero urbano y la contribución de la guerrilla en su caída, véase Levenson-Estrada 1994:165-171; Asociac ión de Investigación y Estudios Sociales 1995:617-658; y Le Bot 1995:153-160.

{19} A partir del punto álgido de la represión, según l a investigación de Liz Oglesby (1997), los administradores han logrado cerrar las fincas a los sindicatos recurriendo a técnicas de las relaciones humanas tales como los grupos de foco. E ntretanto, la mecanización ha permitido a las fincas aumentar la productividad de los trabajadore s y reducir su número.

{20} Versión en borrador (1991) de Berryman 1994:114-11 5.

{21} Castañeda 1993:92.

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{22} Menchú y Comité de Unidad Campesina 1992, traducid o por Sinclair 1995:63.

{23} Le Bot 1995:178.

Capítulo 13

La construcción de Me llamo Rigoberta Menchú

«París les sirve de caja de resonancia. Todo lo que se hace en París alcanza una repercusión mundial.» –Elisabeth Burgos-Debray, Me llamo Rigoberta Menchú, pág. 15 (ed. Arcoiris).

En enero de 1982 Rigoberta salió a su primera gira por Europa, como representante del Frente Popular 31 de Enero. Su primera parada fue París, d onde contó la historia que se convirtió en Me llamo Rigoberta Menchú. Estaba bien y mal preparada para la labor que se p uede colegir del mismo libro. Estaba poco preparada ya que, a pesar de lo rápido que absorbía el léxico revolucionario, su experiencia política era escasa. Estaba bien pre parada ya que las monjas católicas la habían distanciado de la vida rural de un modo que es difí cil alcanzar sin escolarización. Aún estando lo bastante cerca de sus orígenes como para hablar de ellos elocuentemente, se encontraba en el umbral entre el analfabetismo de la sociedad campes ina y el mundo más amplio abierto por la escolarización. Desde ese umbral, podía retroceder al pasado y recrearlo para los extranjeros que labrarían su futuro.

A pesar de que la experiencia escolar de Rigoberta le privó la libertad de hacerse activista del CUC antes de su huida del país en 1980, la colo có en la cresta de la ola revolucionaria de esa época, y no sólo en Guatemala. Su educación católic a la sitúa entre los estudiantes que eran un componente fundamental para las organizaciones guer rilleras latinoamericanas. Sin embargo, si la escolarización fue una experiencia central para Rig oberta, si su familia la valoraba, y si ésta le ayudó a hablar en nombre de su pueblo, ¿por qué neg arla? La pregunta más básica es: ¿por qué transformó tantos aspectos de su experiencia? Se pu ede encontrar una pista en el estilo lleno de acción de su historia. La narradora de Me llamo Rigoberta Menchú pasa hasta ocho meses del año trabajando en las fincas, además de un difícil peri odo como criada en la Ciudad de Guatemala. Sin embargo, le sobra tiempo para interludios felices d e infancia en una aldea del altiplano. Acompaña a su padre en sus peregrinajes al INTA, después se hace catequista, ayuda a defender su aldea contra el ejército y se convierte en organizadora i tinerante del Comité de Unidad Campesina. Ella nos dice que ésta fue la última vez que vio a su fa milia, hasta que se incorpora a una repentina reunión familiar para presenciar la muerte de Petro cinio. La historia incluye tantas experiencias que Rigoberta siempre parece estar corriendo de un compromiso a otro, como si estuviera narrando una vida demasiado ajetreada para una sola persona. O como si estuviera tratando de ser más representativa de su pueblo que lo que nadie podría llegar a ser.

¿Pero es Me llamo Rigoberta Menchú su verdadera voz? Puesto que sus historias grabada s fueron editadas por la antropóloga Elisabeth Burgos-Debray , ¿es posible que fueran gravemente distorsionadas? Da la impresión que Rigoberta quiso confirmar exactamente eso cuando en diciembre de 1997 le dijo a un periodista que el libro era de Elisabeth, y no suyo. «No me pertenece ni moralmente ni políticamente ni económicamente. Yo l o he respetado mucho porque jugó un inmenso papel para Guatemala. Pero yo no tuve derecho de de cir si el texto me gustaba o no, si era fiel a los datos de mi vida. Ahora mi vida es mía, por lo tanto creo que ya es oportuno decirlo, que no es mi libro... Pienso que todos aquellos que tengan sus dudas sobre la obra deben acudir a ella, porque incluso, legalmente, yo no tengo derechos de autor ni regalías ni nada de eso». {1} Son acusaciones serias. Debemos preguntarnos, ¿quién es Elisabeth Burgos-Debray, cuál fue su papel en la creación de Me llamo Rigoberta Menchú y de quién es la historia?

Una semana con Elisabeth Burgos-Debray

Cuando Rigoberta llegó por primera vez a Europa en enero de 1982 no era una figura pública. En su pueblo fue una estudiante, y en San Cristóbal, u na vivaz refugiada. Ahora tenía la tarea de representar al movimiento revolucionario ante los g rupos de solidaridad. Estaba acompañada por un sindicalista llamado Mazariegos que, según sus prop ias palabras, era el que más hablaba. {2} Al principio de la gira, en París, alguien tuvo la ocu rrencia de presentársela a Elisabeth Burgos. La mujer que convertiría las historias de Rigoberta en un libro era una vieja amiga de la guerrilla guatemalteca. Procedente de una familia de clase al ta venezolana, Elisabeth era conocida como la esposa del hombre de letras francés más aventurero, el filósofo Régis Debray. {3} Al igual que su también notorio mentor, Louis Althusser, el joven y apuesto Régis había alcanzado la cresta del marxismo de los 60, convirtiéndose en una figura in telectual mundial. Su trabajo más conocido, ¿Revolución en la Revolución? promovió la teoría cubana de la lucha armada para liberar a América Latina del imperialismo norteamericano.

A causa de su famoso esposo, los escépticos han men ospreciado a Elisabeth como una izquierdista de la alta sociedad. Pero ella misma era exiliada p olítica, con una larga historia de activismo que se remontaba a su juventud en Venezuela bajo el dictador Pérez Jiménez. Durante las manifestaciones que llevaron a su caída en 1958, El isabeth se afilió al Partido Comunista. Cinco años después, cuando los comunistas venezolanos lib raban una guerrilla –de moda ideológicamente, y también autodestructiva– contra un gobierno electo, Elisabeth conoció a Régis durante uno de sus viajes como reportero. Cuando la policía descubrió sus relaciones con la guerrilla, escaparon del país, viajaron por Colombia y Ecuador, fueron arres tados en Perú, deportados a Chile, y terminaron en Bolivia, donde Elisabeth se quedó trabajando par a el gobierno hasta que fue derrocado por un golpe de estado. Luego de ser arrestada de nuevo, e sta vez en Venezuela, cuando trataba de visitar a su familia, se reunió con Régis en Francia.

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En 1966 la pareja fue a La Habana para la Conferenc ia Tricontinental, una asamblea internacional de latinoamericanos, africanos y asiá ticos, que lanzó una declaración de guerra revolucionaria en todo el Tercer Mundo. Invitados p or los cubanos a quedarse, Elisabeth y Régis recibieron entrenamiento militar. La idea era unirs e al Che Guevara en un lugar secreto, donde, con una pequeña banda de revolucionarios, desencade narían «dos, tres o muchos Vietnam». El lugar resultó ser Bolivia, donde el Che estuvo a punto de convertirse en el Cristo de la izquierda latinoamericana. Mientras que él y su columna estab an atrapados por el ejército boliviano y sus asesores estadounidenses, Régis cayó en manos del e jército. Poco después el Che estaba muerto y Régis era sentenciado a treinta años de prisión. A fin de tener derecho a visitarlo, Elisabeth se casó con él entre las rejas, y durante los siguient es tres años dirigió la campaña internacional que logró su libertad.

Con su instinto para la historia, Elisabeth siguió la revolución hasta Chile, para una lección acerca de las limitaciones del cambio democrático. Había sido electo presidente un marxista llamado Salvador Allende que, a la cabeza de una co alición de la izquierda chilena, juró construir el socialismo democráticamente. Elisabeth figuraba entre los miles de militantes extranjeros que llegaron a ayudar. Una de las presuposiciones para el experimento de Allende era la tradición constitucional de los militares chilenos. Presumibl emente, los militares no lo destituirían. Tal y como resultó, Allende murió en los escombros del pa lacio presidencial. Afortunadamente para Elisabeth, su amplia experiencia en golpes militare s la convencieron de irse justo antes de la llegada de la contrarrevolución apoyada por la CIA que cobró las vidas de tantos jóvenes de izquierdas como ella.

A lo largo de quince años, la vida de Elisabeth hab ía personificado las aspiraciones, estrategias y derrotas de la izquierda latinoameric ana. El destino de Allende sugiere por qué era difícil concebir una alternativa. En cuanto la izqu ierda empezaba a competir con éxito en la arena democrática, era reprimida por el ejército local y sus aliados norteamericanos. ¿Quizás la lucha armada era el único modo de avanzar? Es por ello qu e Elisabeth y Régis estaban lejos de ser renegados, especialmente en la Europa social demócr ata. A principios de los 80, Régis era asesor de política exterior de su amigo el Presidente Fran çois Miterrand. A pesar de seguir manteniendo buenas relaciones con los líderes guerrilleros, hab ía rechazado las teorías del Che por impracticables. En lugar de promover nuevas guerras de liberación, estaba tratando de guiar a la guerrilla de El Salvador hacia un acuerdo negociado y la social democracia. {4}

Al igual que otros marxistas, Régis consideraba que la clase social era una categoría más fundamental que la etnicidad. Obviamente, los grupo s indígenas tenían que ser integrados a los movimientos revolucionarios, pero no se podía esper ar de ellos que adoptaran un rol de vanguardia, al menos no sin un liderazgo considerable por parte de otros sectores de la sociedad. Siendo poco lo existente en cuestión de organizaciones política s indígenas, los marxistas no habían realizado grandes esfuerzos para tomarlos en cuanta. En compa ración con su esposo, Elisabeth se interesaba más por los pueblos indígenas y defendía su importa ncia, como quedó subrayado por la incapacidad del Che de comunicarse con los campesinos entre los que trataba de implantar su última columna guerrillera. Por enero de 1982 los mayas de Guatema la estaban en el centro de la revolución centroamericana, y Elisabeth se vio en una posición estratégica para ayudarlos.

Elisabeth estaba viviendo en París, criando a su hi ja y escribiendo una tesis doctoral, cuando le pidieron que entrevistara a una joven refugiada maya. Ella ya había organizado un acto de solidaridad con Guatemala en la Casa de América Lat ina del estado francés. Sus vínculos con el país se remontaban a Cuba en los 60, donde había he cho amistad con guatemaltecos que recibían entrenamiento militar para liberar su patria. Entre ellos había algunos que darían sus vidas, incluyendo a Luis Turcios Lima, el teniente del ejé rcito que se hizo comandante, y al poeta Otto René Castillo. Otros amigos de Cuba sobrevivieron h asta la actualidad, incluidos Ricardo Ramírez (Rolando Morán), el futuro fundador del Ejército Gu errillero de los Pobres, y su compañera de muchos años, la antropóloga Aura Marina Arriola, co n la que Elisabeth colaboró para establecer estructuras de solidaridad. {5}

Rigoberta pasó una semana con Elisabeth en su apart amento parisino. «Lo que me sorprendió a primera vista fue su sonrisa franca y casi infantil . Su cara redonda tenía forma de luna llena. Su mirada franca era la de un niño, con labios siempre dispuestos a sonreír. Despedía una asombrosa juventud. Más tarde pude darme cuenta de que aquel aire de juventud se empañaba de repente, cuando le tocaba hablar de los acontecimientos dramáticos acaecidos a su familia». Siguiendo un paradigma antropológico, Elisabeth elaboró primero «un esquem a rápido, estableciendo un hilo conductor cronológico: infancia, adolescencia, familia, compr omiso con la lucha», antes de encender la grabadora. {6} Pero las historias de Rigoberta fluían con tanta l ibertad que dominaron todo el proceso y Elisabeth tuvo que hacer pocas preguntas. Al final, las grabaciones se prolongaron hasta dieciocho horas y media. Después de la partida de R igoberta, Elisabeth transcribió las cintas en un manuscrito de casi quinientas páginas; readaptó el material para mantener el orden cronológico, lo dividió en capítulos; omitió sus propias pregunt as; y convirtió el material en un monólogo, como si fuera una narración continua.

Elementos inconexos en el testimonio de Rigoberta h an suscitado acusaciones en contra de su editora. Algunos sospechan que Elisabeth fue la res ponsable de introducir errores en la historia, es decir, de intervenir demasiado en ella. Otros la critican por no haber intervenido suficiente, es decir, por no arreglar las inconsistencias que r esultan evidentes para un lector atento. Desde un punto de vista académico, basar un libro en una relación de una semana y doce cassettes era algo precipitado. Tampoco hubo suficiente revisión de hechos (en la primera página identifica Uspantán como cabecera del departamento de El Quich é). Pero hubiera sido imposible verificar las historia de Rigoberta con otros sobrevivientes. En 1982 muchos seguían ocultos y otros podían morir por el mero hecho de hablar con un investigad or. Dada la urgencia de hacer un llamado a la opinión internacional, resulta difícil culpar a Eli sabeth por publicarlo tan pronto como pudo.

¿Quién es la autora de Me llamo Rigoberta Menchú ?

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«No es la historia de su vida, no es su autobiograf ía, no encaja con su tipo de persona. Uno pronto se da cuenta de que ella es una persona muy estudiada, que no tiene sólo hasta el tercer año, que habla muy bien el castellano, mejor que si lo hubiera aprendido como dice que lo aprendió. Pero el libro representa la vida d e otras personas, aunque no la suya. Muchas personas tienen una vida así.» –Norteamerica no que trabajó en El Quiché antes de la violencia, 1992.

Recientemente la autoría de los testimonios orales como Me llamo Rigoberta Menchú son tema de debate. Ahora que los pueblos nativos insisten en l a igualdad, no están tan dispuestos a permitir que sus palabras sean difundidas por extranjeros. E sto incluye a los antropólogos, acostumbrados a hablar y publicar en su nombre. En mi propio caso, he sacado provecho de veinticuatro años de estudios, incluyendo generosos aportes a mis invest igaciones, y puedo comunicar con algunos de los medios de información más influyentes del mundo. El prototipo de persona que yo suelo entrevistar tiene pocos años de escolarización, le cuesta desci frar un periódico y a duras penas puede escribir una nota sencilla. Esto es todo un desequi librio de fuerzas. A medida que más personas indígenas aprenden a leer lo que se publica acerca de ellos, crecen sus críticas sobre lo que consideran incorrecto o inapropiado. Mientras tanto , en las revistas académicas abundan los debates sobre la representación antropológica, es d ecir, cómo comunicamos los pensamientos y las vidas de nuestros sujetos.

Entonces, ¿quién es el autor de una historia de vid a grabada y transcrita como Me llamo Rigoberta Menchú ? ¿La persona que la cuenta o el intermediario que la adapta para su publicación? La respuesta obvia parece ser el narrador, puesto q ue se trata del equivalente oral de una autobiografía, un género conocido en América Latina como testimonio. Pero el narrador no está capacitado para producir el libro por sí mismo. Las múltiples funciones del intermediario –plantear las preguntas que se deben responder, tran scribir las respuestas de una grabación, reordenarlas para comunicárselas a una audiencia ex tranjera, editar las pruebas, corregir la gramática y firmar un contrato para su publicación– complican la cuestión de los derechos de autor. En el peor de los casos, el intermediario pu ede tomarse tantas libertades que resulta siendo el autor. Aun un intermediario fidedigno tie ne que tomar tantas decisiones que adquiere ciertos atributos de autor.

En el caso de Me llamo Rigoberta Menchú, la persona que hizo el contrato con Ediciones Gallimard de París para administrar los derechos mu ndiales fue Elisabeth Burgos. Su nombre no aparece en la portada de la edición actual en inglé s, apareciendo sólo como editora, aunque figura prominentemente en ediciones anteriores. Quién escr ibió el libro es un tema que ha sido debatido por los académicos y que ha hecho reflexionar a los lectores. También a la premio Nobel, que a veces afirma haber ejercido control editorial sobre el texto así como sobre el testimonio, y que a veces lo niega.

«El libro fue idea de Arturo Taracena, un amigo muy querido, un historiador latinoamericano», explicó cuando recibió el premio de la paz. «Él me animó a escribirlo. Para mí fue una tarea dolorosa, después de haber tenido unas experiencias tan horribles revivirlas para contarlas. Además tenía miedo de que nuestras historias termin aran siendo un panfleto, que fueran publicadas durante un tiempo y olvidadas después. Por eso deci dimos trabajar con Elisabeth Burgos-Debray, una mujer maravillosa con un nombre muy conocido. En re alidad, el libro es el resultado de un trabajo colectivo. El primer paso fue grabar durante doce d ías, doce días muy difíciles. Por aquel tiempo, mi español era muy malo. Apenas podía hablarlo, muc ho menos leerlo. Con el apoyo de muchos amigos de los grupos de Solidaridad con Guatemala, se hici eron las transcripciones y me volvieron a leer el texto. De este modo pude oír lo que estaba escri to. Por supuesto, dejamos fuera muchos testimonios, testimonios que yo pensé que podríamos guardar para el futuro en lugar de publicarlos en aquel momento. Y además yo estaba inhibida porqu e nuestros padres nos dicen que hay cosas que es mejor no decirlas». {7}

Esta versión de los acontecimientos es muy diferent e a la de Elisabeth, y también difiere de otras dos explicaciones que ha dado Rigoberta. A ra íz de su historia de vida de 1997, La nieta de los mayas, la laureada reiteró que había ayudado a redactar e l texto final de Me llamo Rigoberta Menchú. Sin embargo, poco antes de que apareciera su nuevo libro, se enojó durante el transcurso de una entrevista y acusó a Elisabeth de haberla ex cluido de la redacción del testimonio de 1982. {8} Una tercera versión de Rigoberta acusa a Elisabeth de sustituir las historias de vida de otras personas por la suya propia. Esta última expl icación, inédita, era la que proporcionaba el personal de Rigoberta en 1993. Según esta versión, Elisabeth no había entrevistado únicamente a Rigoberta, sino a cuatro o cinco exilados mayas más . Presuntamente, Elisabeth unificó después todas las historias bajo el nombre de Rigoberta, pa ra tener un testimonio más dramático. A pesar de que Rigoberta y los demás habían aceptado esta d ecisión, ahora, al parecer, no estaban conformes con ella.

Esta última versión de los hechos, la hipótesis de los múltiples narradores, explicaría la amplia gama de experiencias personales recogidas en Me llamo Rigoberta Menchú. Un grupo de personas expresando sus testimonios podía proporcio nar experiencias que Rigoberta no tenía. Después Elisabeth pudo haber destilado el testimoni o de cuatro o cinco personas en la historia de una sola, sobreviviente y militante. Sin embargo el libro no sólo es un compendio de demasiados episodios como para haber sido vividos por una sola persona. Capítulo tras capítulo, integra también paradigmas revolucionarios, substrayendo lo s elementos que los contradicen. Para satisfacer las expectativas de que los conflictos d e tierra son entre los virtuosos campesinos mayas y los maléficos finqueros ladinos, alguien ex ageró los problemas de Vicente Menchú con los finqueros ladinos de Soch mientras que omitió los q ue tenía con sus parientes políticos k'iche's de Laguna Danta.

¿Quién fue este alguien? Parece inverosímil que fue ran los otros presuntos colaboradores mayas, lo que nos deja con una de las dos personas con las que empezamos. Pudo ser Elisabeth la que decidió omitir toda referencia con el pleito con lo s Tum, el Cuerpo de Paz y el internado. Pudo haber sido Elisabeth la que convirtió a Vicente Men chú en el fundador del Comité de Unidad

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Campesina. Pero si fue Elisabeth la que inventó el inolvidable testimonio sobre cómo murió Petrocinio en Chajul, o el inexorable retrato de Vi cente en la clandestinidad defendiendo sus derechos, entonces Rigoberta perdería la autoría de su historia y del texto final. En vez de ello, se convertiría en el simple instrumento de una escr itora extranjera, lo que desacreditaría Me llamo Rigoberta Menchú profundamente. No sólo no reflejaría su vida y la de su aldea tal como la recuerdan muchos otros, ni siquiera sería Rigoberta quien contó la historia.

Dados los dones obvios de la premio Nobel como orad ora y protagonista, la explicación de los múltiples narradores es condescendiente. Tampoco es plausible. Aparte de las cassettes, que aún existen, las cuales demuestran que fue Rigoberta qu ien contó la historia, ya la estaba contando con su estilo característico antes de conocer a Eli sabeth. Encontrar una narración anterior a la visita a París no fue fácil, pero finalmente aparec ió una. En un boletín revolucionario fechado el 2 de diciembre de 1981 Rigoberta describe cómo su p adre soportó años de heroica resistencia ante «los atropellos constantes de los terratenientes»; cómo su hermano Petrocinio fue secuestrado el 9 de diciembre de 1979, torturado durante varios días , luego fue llevado a Chajul con otros veinte hombres para ser quemados vivos; y cómo su madre fu e secuestrada, torturada durante doce días y después abandonada en «un monte cerca de la comunid ad» hasta que sus restos fueron devorados por los animales. También anticipa la declaración clave de su testimonio de París: «Mi dolor y mi lucha es también el dolor y la lucha de todo un pue blo oprimido que lucha por su liberación». {9} A pesar de las declaraciones ocasionales de la laurea da en las que afirma lo contrario, todo parece indicar que Me llamo Rigoberta Menchú es el propio testimonio de su vida.

¿Qué dice hoy Elisabeth Burgos?

A medida que surgían más problemas con Me llamo Rigoberta Menchú resultaba obvio que debería hablar con la editora del libro. Lo que no resultab a tan obvio es que Elisabeth quisiera hablar conmigo. A principios de los 80 era partidaria del movimiento revolucionario, al igual que yo mismo y que muchos otros horrorizados por la brutal idad del ejército guatemalteco. Desde entonces mi pensamiento cambió debido a mis conversaciones c on los campesinos, incluidos muchos que en su momento apoyaron a la guerrilla. Elisabeth no tenía la misma experiencia, la de haber oído tantos testimonios que contradecían el de Rigoberta. Si pa ra algunos de mis colegas era difícil cuestionar la veracidad de Me llamo Rigoberta Menchú, ¿qué podía esperar de la persona que había convertido la historia de Rigoberta en un libro fam oso?

Tal y como resultó, una viejo amigo de Elisabeth, u n antropólogo que la había conocido en Bolivia, me aseguró que se prestaría al encuentro. Cuando llegué a su apartamento, en Madrid en 1995, recibió las malas noticias que yo traía con a parente ecuanimidad. Si yo hubiera estado en su lugar, escuchando nuevas informaciones que arrojaba n dudas sobre uno de los proyectos más importantes de mi vida, dudo que hubiera reaccionad o con tanta calma. También es posible que no hubiera estado dispuesto a presentar mi versión de los hechos a alguien que estaba en condiciones de dañar mi reputación.

Acerca de cómo había surgido el libro, Elisabeth me contó esencialmente la misma historia que aparece en la introducción de 1982, añadiendo algun os detalles fascinantes. Una médica canadiense que vivía bajo el nombre de Marie Tremblay le había pedido que entrevistara para una revista a una persona interesante. A pesar del frío invierno, Rig oberta apareció en la puerta de su casa acompañada por Tremblay y vestida con la misma ropa ligera que usaba en su país natal. Iba de viaje a una conferencia en Holanda, no había planif icado nada para París, y demostró estar absolutamente dispuesta para lo que resultó ser, a medida que la historia fluía día a día, una inesperada semana de grabaciones. Al final de la se mana, Arturo Taracena, el historiador guatemalteco que estaba acabando su doctorado en Pa rís, recogió a Rigoberta.

«La tenían cocinando en México, los mismos guatemal tecos no se interesaban por ella porque era indígena», me dijo Elisabeth. «Rigoberta Menchú est aba angustiada, no tenía la menor idea de dónde estaba. Lo que yo detecté es que quería expresarse ya, superar sus experiencias y llegar a un campo más amplio que aquel donde la tenían. Por pri mera vez, no estaba en casa de guatemaltecos, y yo la escuchaba con atención. Pienso que para ella era un placer hablar con alguien que se tomaba interés en ella».

Gracias a su trabajo con el antropólogo George Deve reux y su enfoque etnopsiquiátrico, Elisabeth fue capaz de escucharla largo rato, sin i nterrumpirla con preguntas. Había estudiado psicología clínica en la Universidad de París VII, así como etnología en la Escuela de Ciencias Sociales de París, y a la sazón estaba escribiendo una tesis sobre la etnopsiquiatría de las mujeres francesas y latinoamericanas. «Sin esta ens eñanza, no podría haber hecho las entrevistas», me dijo. «Hay que empaparse con el entrevistado. Só lo se hacen preguntas cuando hay bloqueo, cuando el entrevistado se repite mucho, por ejemplo ». Las preguntas que planteó giraban principalmente en torno a la cultura, porque Rigobe rta estaba más interesada en hablar de la opresión.

En su introducción de 1982, Elisabeth atribuía el n acimiento del libro a una activista canadiense de París, la doctora Marie Tremblay. Tre ce años más tarde, Elisabeth me dijo que Tremblay sólo había sugerido una entrevista para un a revista, que pronto sería publicada en el influyente semanario Le Nouvel Observateur, desde donde reverberó en seguida a América Latina. {10} Elisabeth me dijo que hasta después de haberse ido Rigoberta, no se había percatado de que tenía suficiente material para un libro. Puesto que nadie más había abordado la idea durante la semana que Rigoberta estuvo en París, nunca había podido h ablarlo con ella. No pudo haber sabido que la historia que estaba contando adquiriría el peso y l a influencia de un libro.

Como no tenía un empleo en aquel momento, Elisabeth podía dedicar todas sus energías al proyecto. Sólo tenía que posponer temporalmente su tesis doctoral. De modo que diariamente llevaba a su hija a la escuela, regresaba a la casa y traba jaba en la transcripción, ayudada por una amiga chilena. Aunque el español de Rigoberta era elocuen te, al igual que el de algunos campesinos que oí en el norte de El Quiché, su gramática no era la que los lectores esperan en un página impresa. «Su español era muy básico. Traducía mentalmente de su propio idioma; eso fue lo que más me

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costó», dijo Elisabeth. «Sí, yo corregí tiempos ver bales y géneros de sustantivos, ya que de lo contrario no habrían tenido sentido, pero siempre t raté de conservar su poderosa forma de expresión. La narración de Rigoberta se saltaba la cronología. Tuvo que ser ordenada. Y los pasajes que yo extraje sobre la cultura tenían que ser incorporados a la narración de su vida».

«Tuve que volver a ordenarlo muchas veces para que siguiera un hilo, para darle un sentido de vida, de modo que llegara a todo el público. Lo hic e a través de un archivo de fichas. Lo más difícil fue darle un sentido de continuidad con las mismas palabras de Rigoberta. Esto es un reto mucho más complicado que limitarse a citar a una pe rsona como parte de tu propia narración. Si hubiera querido hacerlo como una publicación profes ional, incluyendo mis preguntas, lo hubiera hecho así, pero ese no era mi objetivo».

Después de finalizar el manuscrito, Elisabeth le di o una copia a Arturo Taracena, para que él la mandara a la organización de Rigoberta para su r evisión. Cuando regresó el manuscrito, iba acompañado de una carta pidiendo que se omitieran t res pasajes, dos de los cuales ahora parecen tener poca importancia. Los tres se referían a la p articipación de los niños en la autodefensa comunitaria, la relación entre el Frente Popular 31 de enero y las fuerzas guerrilleras, y las declaraciones del embajador español atribuyendo a l os manifestantes el incendio de la embajada. La razón para esta última omisión, según la carta, era que las declaraciones del embajador habían sido distorsionadas por el gobierno. Fechada el 8 d e agosto de 1982, la carta iba firmada por un seudónimo, «Vicente». Gracias a referencias persona les, Elisabeth supo (y lo ha confirmado desde entonces) que se trataba del líder del EGP, Ricardo Ramírez, un amigo desde sus días de Cuba.

Lo que Elisabeth se negó a quitar fueron los epígra fes que había incluido en cada capítulo. Esta fue una petición adicional de Arturo Taracena, que resultó ser sobrino de la compañera de Ricardo Ramírez, Aura Marina Arriola. Arturo se opu so a los pasajes bíblicos que Elisabeth había elegido, y aún más a seis epígrafes del premio Nobe l de Literatura, el novelista guatemalteco Miguel Angel Asturias. Su razonamiento era que pues to que el hijo de Miguel Angel, Rodrigo Asturias, era el fundador de un grupo guerrillero r ival llamado la Organización del Pueblo en Armas, las citas podían llevar a pensar a los lecto res entendidos que Rigoberta pertenecía al ORPA y no a su verdadera organización. Aunque la médica canadiense que arregló el encuentro entre Rigoberta y Elisabeth trabajaba con el ORPA, Arturo se reportaba con el EGP. {11}

La persona que llevó la carta de Ramírez y el manus crito corregido desde México hasta París fue Rigoberta, a la que la carta también autorizaba a p articipar en un documental que aparecería en la televisión francesa un año después. {12} No estando segura de cómo iba a resultar el manusc rito y no queriendo perder el control de sus esfuerzos, Elisa beth no contactó ninguna editorial hasta que el manuscrito estuvo terminado, hacia setiembre de 198 2. La editorial Gallimard fue la primera en responder con un contrato, que ella firmó. El libro apareció al año siguiente en español, en 1984 en francés y en inglés (las dos ediciones de las qu e más ejemplares se han vendido), luego en alemán, italiano, holandés, japonés, danés, sueco, noruego y ruso, además de una edición pirata en árabe.

Rigoberta rompe con Elisabeth

Las dos mujeres nunca volvieron a revivir la intimi dad de aquella semana de enero de 1982. Fueron pocos los encuentros posteriores. Según Elis abeth, cuando Rigoberta pasó por París en 1984, no quería hablar del tema de los indígenas, hasta e l extremo que rechazó un ejemplar del Popol Vuh que le regaló Marie Tremblay. Durante otra breve vi sita a París, en 1985-1986, la actitud de Rigoberta había cambiado de nuevo. «Parece que noso tros los indígenas tenemos que pagar muy caro para aprender», dijo mientras iban caminando hacia una reunión con Danielle Miterrand, la primera dama de Francia. «¿Por qué?», le preguntó Elisabeth . «Porque hemos tenido que pagar muchos muertos».

«Hablaba muy alegóricamente», observó Elisabeth. «Y o podía ver que estaba bajo mucha presión. Luego de aquel primer instante de apertura, se veía que no podía hablar. Puesto que yo había tenido noticias de ejecuciones dentro del EGP, supu se que su reticencia se relacionaba con las divisiones internas». Indudablemente Rigoberta tamb ién se sentía incómoda por el dilema al que inconscientemente la había llevado la editora de su testimonio. La historia que ella contó en 1982, la que lanzó su carrera, había sido narrada c on el fervor de una conversa. Ahora ella era famosa, pero el fervor había pasado, y las palabras transformadas en un libro la definían, aparentemente para siempre, como alguien que no era . {13}

En 1989 Elisabeth fue nombrada directora del Instit uto Francés de Sevilla, España, alejándose de los círculos parisinos en los que acostumbraba a tratar con personajes públicos. Éste también fue el año en el que escribió una carta a Fidel Cas tro pidiéndole que perdonara la vida del general Arnaldo Ochoa, un héroe de la expedición cu bana a Angola, que repentinamente fue acusado de tráfico de drogas y otros crímenes contra el est ado, sentenciado a muerte y ejecutado, todo en el intervalo de un mes. Junto con su ex marido, Rég is, que también trató de salvar a Ochoa, Elisabeth había sido amiga del condenado y de Fidel . Ellos no creían que Ochoa hubiera hecho algo a espaldas de su jefe, que aparentemente estaba liq uidando a un rival potencial.

Elisabeth atribuye su exclusión posterior de la cam paña de Rigoberta para el premio de la paz al hecho de que había apelado por la vida de Ochoa. Para algunos lectores, la explicación de Elisabeth implica una visión excesivamente centrali zada de las relaciones entre el régimen castrista, el Ejército Guerrillero de los Pobres (e l preferido de la URNG para los cubanos), y los comités de solidaridad en Europa. O por lo menos, u na sorprendente lealtad a Fidel en la red de apoyo de Rigoberta. Invocando tres décadas de exper iencia con el movimiento revolucionario latinoamericano, Elisabeth insiste que fue eso lo q ue la convirtió en una paria. {14}

Hay indudablemente una segunda razón por la que Eli sabeth fue excluida de la campaña del Nobel, una que complementa la primera. Resulta evidente en cómo respondió Rigoberta a una pregunta, en 1991, sobre su relación con Elisabeth y cómo había influido esta relación en el texto final. Tras oponerse a la sugerencia de que el testimonio pudie ra ser de alguien más que suyo propio, Rigoberta reconoce que «lo que sí efectivamente es un vacío en el libro es el derecho de autor,

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¿verdad? Porque la autoría del libro, efectivamente , debió ser más precisa, compartida, ¿verdad?... Por un lado es también producto del des conocimiento de hacer un libro. Se necesitaba un autor y ella es autora». {15} El deseo de Rigoberta de reclamar la autoría tambi én se sugiere en su curriculum vitae para el premio Nobel, donde fig ura como ganadora del premio Casa de las Américas de 1983 en La Habana, cuando en realidad l o ganó Elisabeth Burgos como editora.

En cualquier caso, Elisabeth nunca fue invitada a n inguna de las ocasiones asociadas con el Nobel. La ausencia fue ampliamente notada. Su única contribución fue un nuevo prólogo para la edición en español, así como comentarios de apoyo e n la prensa. La última reunión entre las dos mujeres ocurrió pocos meses después de la concesión del Nobel, en febrero de 1993. Rigoberta pidió a Elisabeth que renunciara a los derechos de autor para que ella pudiera hacer sus propios contratos. «Antes las cosas eran distintas», explic ó. Pero según Ediciones Gallimard, Rigoberta no podía tener los derechos debido a los numerosos con tratos que la editorial había hecho por todo el mundo. Elisabeth también temía que su nombre fuera borrado de las nuevas ediciones, así como había sido excluida de la campaña para el Nobel. Posterio rmente, Rigoberta se quejó a la editorial Siglo Veintiuno, de que Elisabeth había dejado de entrega rle el cincuenta por ciento de los derechos económicos. Según Elisabeth, siempre mandó a Rigobe rta la totalidad de los derechos económicos (menos los impuestos) a través de un arreglo con Da nielle Miterrand y la Fundación Miterrand. {16} Indignada por las acusaciones de Rigoberta, interru mpió las remesas.

Cuando estuve en Madrid, Elisabeth sacó de un roper o una caja de cassettes. Eran las grabaciones de la voz de Rigoberta, trece años atrá s. De no ser por una mala planificación por mi parte, hubiera podido oír toda la secuencia. Aun as í, pude escuchar las dos primeras horas y me causaron una gran impresión. Desde sus primeras pal abras, Rigoberta parece dominar la situación. Habla lenta, atenta y claramente, con el compás car acterístico de los mayas, haciendo pausas para buscar las palabras. En ningún momento vacila con « uhs» o «ehs». Es muy clara: Esto sucedió cuando yo tenía cinco años, esto cuando tenía ocho, o doce . También establece un estilo de contar su historia que se comunica sin esfuerzo a los extranj eros, enmarcada en amplias categorías tales como «nuestra cultura» y «nuestro pueblo» .

Durante las dos primeras horas de grabación apenas oí interrupciones de Elisabeth. Su pregunta inicial es: «Su vivencia, su vida, ¿cómo es la vida de los indígenas?». Sus únicas intervenciones son para aclarar detalles. Elisabeth no sugiere nue vos temas, no cambia la dirección de la entrevista, ni presiona para seguir hablando de un tema renuente. En cuanto a Rigoberta, comienza con la famosa línea de apertura del texto publicado : que no se trata sólo de su vida, sino de la de todos los guatemaltecos pobres; que creció sin p asar por la escuela, en las fincas de la costa, donde trabajaba hasta ocho meses al año. Desde el i nicio de la sesión, Rigoberta crea para sí el personaje de la guatemalteca universal, con poco es tímulo por parte de su entrevistadora. Después de oír mis descubrimientos, tales como la probabili dad de que nunca trabajara en las fincas cuando era niña, Elisabeth recordó cuan convincentemente s u interlocutora había detallado la vida allá, cómo cosechaban los granos del café («como tratar a un herido»). {17} No, me dijo Elisabeth, ella nunca puso en duda la historia de Rigoberta. Despué s de escuchar las primeras dos horas, yo podía entender el porqué. Rigoberta era totalmente convin cente. Bajo el hechizo de su voz serena, yo también hubiera creído todo lo que decía. {18}

Notas

{1} «La conciencia de Rigoberta», El Periódico (Ciudad de Guatemala), 14 de diciembre de 1997. En El Periódico del 9 de diciembre apareció un reportaje anterior, seguido por la reacción horrorizada de su aliada y líder indígena Rosalina Tuyuc («¡Qué Dios la perdone!») el 10 de diciembre, y una carta aclaratoria el 12 de diciemb re en la que Rigoberta reiteró que Elisabeth la había despojado de su testimonio, lo había editado sin consultarla y nunca le había pagado derechos económicos.

{2} Menchú et al. 1998:253.

{3} De quien se divorciaría más tarde.

{4} Castañeda 1993:129-132.

{5} Canteo 1998. Cuando Régis publicó una valoración d e las perspectivas de la lucha armada en varios países, el capítulo sobre Guatemala fue un e sfuerzo común con Ramírez (Debray 1974), que murió de un ataque al corazón cuando este libro ent raba en imprenta.

{6} Burgos-Debray 1984:xiv, xix (Arcoiris: 16).

{7} Juana Ponce de León. «Mission of Peace: Winner of 1992 Nobel Peace Prize Speaks for Native People Everywhere», Vista (New York), diciembre de 1992, págs. 6-ss. Compárese con Brittin y Dworkin 1993:216-218.

{8} En su historia de vida de 1997, la laureada descri be a Arturo Taracena como uno de sus asesores más importantes y le otorga, así como a el la misma, un papel importante en la redacción de Me llamo Rigoberta Menchú. «La grabación de mi testimonio duró alrededor de d oce días. Después, existía en París un colectivo de solidaridad con Gu atemala que ayudó a la transcripción. Allí conocí a Juan Mendoza, entrañable amigo hasta la fe cha. El doctor Taracena participó bastante en ordenar el libro, junto con Elizabeth Burgos. Al fi nal, también hicieron la selección de los capítulos juntos. Quiero decir con esto que Arturo Taracena tiene una parte significativa en el libro... Después vino el texto ya ordenado. Yo, com o por dos meses o más, dediqué tiempo para entenderlo. Es muy distinto lo que uno siente habla ndo que cuando ya está en papel. Reconozco que en esos años yo era muy tímida... inocente e ingenu a. Simplemente no conocía las reglas comerciales cuando escribí esa memoria. Solo daba g racias al creador por estar viva y no tenía ninguna idea de mis derechos de autor. Tuve que acu dir a compañeros, en la ciudad de México, donde vivía en ese entonces, para tratar de entender el t exto. Fue muy doloroso volver a vivir el contenido del libro. Censuré varias partes que me p arecieron imprudentes. Quité las partes que se

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referían a la aldea, mucho detalle de mis hermanito s, mucho detalle de nombres.» (Menchú et al. 1998:252-255).

Algunos meses después, Rigoberta acusó a Elisabeth de impedir que Arturo y ella desempeñaran las funciones anteriormente descritas: «Todas esas cintas fueron transcritas por otras personas que quisieron colaborar de esa manera con nuestra c ausa... Arturo Taracena con su sabiduría y paciencia revisó y corrigió los errores que yo come tí en el uso del idioma español... Elizabeth Burgos tomó esos manuscritos, los ordenó según su c riterio y agregó y suprimió lo que le pareció conveniente. Le puso subtítulos e incluyó breves ci tas de otros libros al principio de cada capítulo... Jamás permitió que yo o el doctor Tarac ena conociéramos la versión final y mucho menos que pudiéramos hacer observaciones o correcciones a l texto. Supimos que la señora Burgos me había despojado de mi testimonio cuando apareció la prime ra edición en idioma francés, con su nombre como única autora». («Carta de Rigoberta Menchú», El Periódico, 12 de diciembre de 1997).

{9} Esto quiere decir que la aspiración de Rigoberta e n el testimonio, en el sentido de querer hablar por toda una clase de gente, anticipa su enc uentro con Elisabeth. Una referencia a su inminente gira sugiere que era la tarea que le habí a asignado su organización. La descripción detallada de la inmolación de su hermano en Chajul sugiere que ella era consciente de la necesidad de dramatizar su historia de modo que llamara la at ención. El artículo de setecientas palabras no incluye referencia alguna a haber trabajado en las fincas, a su padre y ella misma como miembros del CUC, o a haber presenciado la masacre de su her mano en Chajul. Pero sí hace un énfasis en como han sido expulsados de sus tierras los campesinos, sugiriendo que los llamamientos revolucionarios no logran satisfacer las necesidades reales de los campesinos. ( Noticias de Guatemala, 1981).

{10} Burgos 1982.

{11} Entrevistas del autor y Canteo 1998.

{12} El documental, que retrata a Elisabeth y Rigoberta en París, reitera los puntos clave del testimonio de enero de 1982 (Burgos y Romero 1983). En una versión anterior de este capítulo, yo declaré que nunca se recibió ningún comentario de R igoberta, que nunca mostró interés en el manuscrito, y que nunca dio su permiso a Elisabeth para publicarlo (Stoll 1997:36). Ahora que tengo una copia de la carta de dos páginas mecanogr afiadas, fechada el 8 de agosto (no el 9, como se afirma por error), dirigida a la «Compañera Elis abeth» y firmada «Hasta la victoria siempre. Vicente», es evidente que, por lo menos, Rigoberta sirvió de correo en el proceso editorial.

{13} Las recriminaciones por parte de personajes de lib ros como Me llamo Rigoberta Menchú no son insólitas. Otro ejemplo es Phoolan Devi, una es posa impúber de la India que huyó de un marido abusivo para convertirse en delincuente y, por últi mo, en «la reina de los bandidos» (Shears y Gidley 1984). Desde la prisión, Devi logró sacar cl andestinamente un diario en el que describía todas las violaciones a las que había sido sometida . Este diario se convertiría en la base del libro Bandit Queen, del escritor Mala Sen; de la película de Shekhar K apur sobre su vida; y de la fructífera campaña para su liberación. Aunque Devi había firmado un contrato aceptando que se utilizara su historia, recurrió a los tribunales pa ra impedir que se proyectara la película, alegando que violaba sus derechos personales, disto rsionaba los hechos sobre su vida, ponía en peligro su defensa legal contra cargos de homicidio y fomentaba el odio entre las castas (Hamish Mc Donald, «Queens' Gambit», Far Eastern Economic Review, 3 de noviembre de 1944, pág. 29; «Hands Up», Economist, 12 de noviembre de 1994, págs. 116-117). En ocasio nes Devi reconocía su responsabilidad en la masacre de veintidós miembros de una casta que habían abusado de ella; otras veces lo negaba. En 1996 el Partido Socialista la e ligió para el parlamento nacional, donde formó parte de una coalición para impedir que el gobierno cayera en manos de los nacionalistas hindúes.

{14} La revolución cubana todavía considera que la crít ica es traición, como lo ilustra la reacción ante las críticas de Régis hacia su antigu o camarada Che Guevara. El contraataque fue capitaneado por la hija del Che, Aleida Guevara, qu e acusó a Régis de entregar información a sus captores bolivianos y, por lo tanto, de compartir l a responsabilidad por la muerte de su padre (Vilas 1996). Mientras tanto, Elisabeth ha redactad o una segunda historia de vida, la de uno de los sobrevivientes de la expedición boliviana del C he. Corroborando testimonios anteriores, Benigno dice que la columna del Che fue delatada po r campesinos desconfiados y por un miembro boliviano reclutado a la ligera que resultó ser un ex policía (Alarcón Ramírez 1997:138-143).

{15} Brittin y Dworkin 1993:218, tal y como está traduc ido en Brittin 1995:110-111, excepto por la frase «derecho del autor».

{16} En mayo de 1998 Elisabeth me envió fotocopias de c orrespondencia que incluyen:

— una nota mecanografiada, con el membrete del CUC, en la que dice: «A quien interese: La que firma abajo, Rigoberta Menchú, miembro del Comité d e Unidad Campesina –CUC– por este medio hace constar que acepta la suma que le corresponde a Eli sabeth Burgos por derechos de autor. Atentamente, (firmado) Rigoberta Menchú. Guatemala, Junio de 1982.»

— una nota mecanografiada dirigida a Elisabeth en P arís, con fecha 24 de setiembre de 1986, diciendo: «Estimada señora: Me dirijo a usted con u n saludo fraternal y respetuoso. De acuerdo con nuestra última conversación, del 22 de setiembre de 1986, usted me cede los derechos económicos del Libro 'Me llamo Rigoberta Menchú', los que, por el momento, ascienden a la suma de 74.335,98 francos, conforme al cheque extendido por las edici ones Gallimard, el 7 de marzo del año en curso. Por medio de la presente quiero dejar constancia qu e el beneficiario de dichos derechos económicos será el Collectif Guatemala (Asociación 1901), con sede en Rue du Theatre, París 75015. Me despido de usted agradeciendo su fina atención y espero vol ver a verla pronto. Atentamente, (firmado) Rigoberta Menchú Tum».

— una nota escrita a mano, fechada en París el 25 d e setiembre de 1986, en la que Rigoberta y Juan Mendoza reconocen haber recibido los 74.335,98 francos anteriormente mencionados en nombre del Collectif Guatemala.

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— cuatro notas mecanografiadas, con el membrete de Ediciones Gallimard, fechadas entre el 26 de mayo de 1989 y el 18 de diciembre de 1992, reportan do el envío de un total de 221.466,80 francos a la Fundación France-Libertés, que estaba asociada c on la Fundación Danielle Miterrand.

{17} Burgos-Debray 1984:35. Acerca de esta frase, frecu entemente citada, un finquero comenta: «Son pendejadas eso de que el trabajador tenga que tratar un grano de café como si fuera una persona herida. Está rodeado de una corteza dura, d e modo que se trata de despojar una rama de todos sus granos maduros, y que quede intacta con l os granos verdes».

{18} En mayo de 1999 pude oír otras dieciséis horas de cassettes en el apartamento de Elisabeth en París. Al igual que las recientes declaraciones de la propia Rigoberta, corroboran mi conclusión anterior, que ella es la única narradora de Me llamo Rigoberta Menchú.

Capítulo 14

El secreto de Rigoberta

«Sigo ocultando lo que yo considero que nadie sabe, ni siquiera un antropólogo, ni un intelectual, por más que tengan muchos libros, no s aben distinguir todos nuestros secretos.» –Me llamo Rigoberta Menchú, pág. 271 (ed. Arcoiris).

En su historia de 1982, Rigoberta reitera que no le está contando todo al lector. Los secretos a los que ella se refiere son ancestrales, de los q ue se transmiten de ancianos a jóvenes. {1} Pedagogos literarios han recurrido a estas referenc ias para demostrar el carácter irreductible de Me llamo Rigoberta Menchú ante las formas occidentales de conocimiento. {2} Cuando se compara el libro con otras versiones de los hechos, otro secre to resulta demasiado obvio: su relación tangencial con la vida, la familia y la aldea de la narradora. Esto nos lleva de nuevo a preguntas claves: ¿Por qué negaría Rigoberta una educación es colar que fue tan importante en su vida? ¿Y por qué transformaría, no sólo su propia experiencia, s ino también la de Chimel?

Cuando hablé con mis colegas de las discrepancias e ntre el testimonio de Rigoberta y los de otros, me recordaron que la memoria siempre es sele ctiva. Que una historia sobre el pasado sea parcial, no quiere decir que sea falsa. Sin embargo , la selectividad de la memoria no explica la omisión que Rigoberta hace del internado. No pudo h aber olvidado cómo pasó varios años de su vida. Ni tampoco explica que se diga testigo ocular de he chos que Rigoberta no pudo haber presenciado, como la muerte de su hermano en Chajul, o la invenc ión de hechos que nunca sucedieron, como la organización de la autodefensa en Chimel en un peri odo en el que su padre estaba trabajando con el Cuerpo de Paz.

Algunos académicos eximen de responsabilidades a Ri goberta alegando que ella pertenece a una cultura no-occidental, por lo tanto debe operar seg ún conceptos diferentes de la verdad. Obviamente, nadie podría pretender que ella perciba la situación como un sociólogo. Pero como ha sido señalado por el antropólogo Michel-Rolph Troui llot, es un error asumir que la validez epistemológica sólo tiene importancia en la tradici ón occidental. {3} Los campesinos mayas están acostumbrados a distinguir entre lo que saben con c erteza y lo que sólo han oído que es cierto. «No me consta», era una aclaración común en sus con versaciones conmigo, al igual que la frase «lo que dicen».

El testimonio de Rigoberta también es defendido com o la «memoria colectiva». Es decir, puesto que habla en nombre de su pueblo, no es importante que las experiencias que describe le hayan sucedido realmente a ella, o que hayan sucedido exa ctamente como ella las cuenta, puesto que representan la experiencia colectiva de los mayas. Este argumento no carece de cierta validez: Aun si la joven Rigoberta no vio morir a sus hermanos e n las fincas, otros niños mayas lo han hecho. Por lo tanto, su historia puede ser cierta desde un punto de vista lírico. Pero el concepto de la memoria colectiva evade una cuestión importante: ¿Q ué partes de su testimonio no son tan colectivas, reflejando una perspectiva ajena a la d e la mayoría de su pueblo?

Otro argumento más en defensa de Rigoberta es que, al igual que cualquier otra persona en su circunstancia, ella estaba traumatizada y obsesiona da por la súbita pérdida de su familia. Las pasmosas historias acerca de su hermano quemado y d e su madre torturada, la degradación de los cadáveres y los restos esparcidos por doquier, tien en un tono onírico, febril. {4} Las pesadillas están presentes en múltiples niveles: en lo que las propias víctimas deben haber experimentado, en cómo se imaginó Rigoberta sus muertes, y en cómo vo lvió a narrarlas en París para su interlocutora, abatida y sollozante.

Bajo los regímenes «de noche y neblina», la cruelda d más manifiesta es el desconocimiento de lo que le sucede a seres queridos que de repente desap arecen. Además del trauma de la pérdida, no hay restos para velar, ni siquiera un lugar en el que s e pueda conmemorar a los muertos, y mucho menos una explicación de su destino. {5} De ahí las campañas de las asociaciones de sobrevi vientes, como la de las madres de la Plaza de Mayo en Argentina, para arrancar de las autoridades cualquier hecho sobre el destino de sus familiares. Con su ma dre y hermano en tumbas desconocidas, Rigoberta utilizó los escasos datos de los que disponía para reclamarlos de la única manera posible, visualizando sus muertes con atroz lujo de detalle.

Puesto que Me llamo Rigoberta Menchú es el relato de una joven próxima a la mayoría de edad, estas historias tienen una dimensión constructiva. El académico John Beverly ha sugerido que el libro puede leerse como «una novela edípica constru ida en torno a un complejo de Electra: un rechazo inicial de la Madre y de la maternidad a ca mbio de una identificación con el Padre, Vicente, el organizador campesino; después la muert e del Padre a manos de un aparato represor del estado, la cual lleva a una posibilidad de identifi cación con la Madre, que ahora aparece como

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organizadora por mérito propio...; luego la muerte de la Madre, de nuevo a manos del estado; finalmente, en el acto de narrar el testimonio en s í, Rigoberta Menchú emerge como un personaje protagonista, organizadora y líder por si misma». {6}

Sin recurrir a Freud, se puede decir que al refugia rse en un nuevo sistema de coherencia Rigoberta estaba respondiendo a la pérdida de su fa milia. {7} Habiendo huido a México para ponerse a salvo, sin contacto con su familia y amigos, habría necesitado no sólo una nueva comunidad, sino también una estructura de credibilidad que abarcara más violencia y contradicción que las de sus marcos de referencia previos en Chimel, Uspantán, y los internados. Esto se evidencia a lo largo de Me llamo Rigoberta Menchú, en su forma de yuxtaponer la seguridad de su infan cia con la violencia que consume a su familia y su comunidad. El puente desde sus años de reclusión escolar a un nuevo sistema de coherencia fue su nuevo hogar e n México, con Monseñor Ruiz y la diócesis católica de Chiapas en 1980-1981. Las charlas de co ncientización que daba en las escuelas católicas supondrían para Rigoberta un paso hacia l a confianza en sí misma. Se trataba de un contexto católico, pero a diferencia del internado en Guatemala, le permitía expresarse políticamente, convirtiendo su vida en una historia de opresión, educación y concientización.

Una vez que Rigoberta ya forma parte del aparato po lítico del Ejército Guerrillero de los Pobres, podía haber una razón pragmática para negar su educación: proteger al clero que la sacó clandestinamente hacia un lugar seguro. Independien temente de cuán divididos fueran sus sentimientos hacia la Iglesia Católica, había sido puesta a salvo por un grupo casi indefenso de monjas que luchaban para proteger a sus estudiantes de una persecución que podía convertirse en holocausto. Expresar públicamente su agradecimiento a las monjas, mientras estaba de gira para el movimiento revolucionario, podía fomentar represali as o exponer sus métodos para ayudar a otras personas como ella. Quizá fue una necesidad de disc reción sobre esa parte de su vida la que suscitó la negación de todo su periodo escolar. Per o ello no explica el vigor de las negativas de Rigoberta, su insistencia en que era una campesina monolingüe y analfabeta hasta que se sumó al movimiento revolucionario. Ni por qué el Chimel de su historia acaba siendo tan diferente de la aldea que recuerdan otros sobrevivientes.

El proceso de concientización que tanto destaca en Me llamo Rigoberta Menchú proporciona parte de la respuesta. La misma idea de «crear conciencia » es esgrimida por un movimiento insatisfecho con el grado imperante de penetración. Los académic os han debatido durante mucho tiempo si los campesinos están ideológicamente comprometidos con las insurgencias que les arrastran. También es posible que estén motivados por el oportunismo, la coerción o la desesperación –o por una combinación de los cuatro elementos. En Guatemala e l rasgo más característico del testimonio de los sobrevivientes no es la conversión ideológica. En vez de ello, es el miedo, más que todo hacia el ejército. Si bien algunos campesinos reconocen h aberse sentido atraídos por la visión revolucionaria, el momento de tomar su decisión sue le darse después del desencadenamiento de la represión. Se enfrentan a una alternativa inexorabl e entre rendirse a los matones del ejército, escapar a las fincas de la costa o arriesgar todo c on la insurgencia, aunque sólo sea por quedar en una aldea controlada por la guerrilla.

El hecho de que muchos campesinos no se sumaran a l a guerrilla, y de que muchos que lo hicieron se arrepintieran pronto, sugiere que la conciencia revolucionaria era normalmente un fenómeno pasajero. Entonces, ¿habían sido «concientizados»? Para todo aquel que concluye que la lucha armada fue un error –incluyendo a la mayoría de los campesinos y, últimamente, a la propia Rigoberta– esto es debatible. Los campesinos por lo general dicen que fueron «engañados» con falsas promesas de liberación. Entre los que adopta ron la ideología revolucionaria, sería más acertado decir que se convirtieron a un movimiento que posteriormente les desilusionaría. {8}

En el caso de Rigoberta, la relativa seguridad del exilio le permitió cultivar una conciencia revolucionaria durante la siguiente década. Se habí a convertido a un movimiento desde el cual el mundo parecía muy distinto al de antes. Esto incluí a su vida pasada en Chimel, que ahora tenía que reinterpretar para poder explicar el brote repentin o de violencia. Pero había un problema. Una vez que ella y sus mentores decidieron que su labor ser ía contar la historia de su pueblo, Rigoberta se enfrentaba a la desventaja de proceder de un áre a que (al igual que otras muchas) no encajaba en el análisis del EGP de los problemas que acosaba n a los campesinos.

¿Cómo habría sido su testimonio sin una dosis impor tante de reinvención? Hubiera sido algo así: las fuerzas represivas están matando a diestro y si niestro en algunas partes de Guatemala, pero en otras no. Un día, una columna guerrillera se presen ta en una aldea cuyo conflicto más serio es con otros campesinos. Poco después, la guerrilla introd uce el asesinato político en la localidad, lo que inspira al ejército para introducir su sistema acostumbrado de secuestrar sospechosos. Cuando los familiares de los secuestrados van a protestar a la capital, quince mueren en el incendio en la embajada de España. Mientras tanto, en las aldea s el ejército secuestra a más campesinos. Una joven mujer, que ha perdido a tres miembros de su f amilia mientras estudia en otra parte, huye a México. Allí se suma al movimiento revolucionario, regresa a Guatemala como organizadora y empieza a contarle su historia al mundo.

Esta hubiera sido una historia fascinante, pero no muy útil para el Ejército Guerrillero de los Pobres. Una crónica franca de Chimel hubiera presen tado un cuadro poco inspirador de campesinos en pleitos con otros campesinos. Los peores conflictos hubieran sido entre vecinos k'iche's, no entre k'iche's y finqueros ladinos. Los finqueros ladinos no hubieran podido ser tan dramáticamente utilizados como cabezas de turco de los conflictos por la tierra como los utilizó Rigoberta. A pesar de que en ocasiones supusieran un problema, n o hubieran sido una amenaza hasta que dos de ellos son asesinados por el EGP.

Los mentores de Rigoberta probablemente la aconseja ron que ampliara su historia, para ajustarla más al retrato típico de campesinos profundamente o primidos. Aun sin instrucciones, las discrepancias entre las enseñanzas del EGP y sus pr opias circunstancias pudieron inducir a una neófita a omitir detalles inconvenientes de su vida y añadir otros. Según la sociolingüista Charlotte Linde, todo el que se enfrenta a la tarea de contar una historia de vida tiene que

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luchar para poder mantener los principios de cohere ncia, la causalidad y la continuidad. Es decir, los narradores de las historias de vida tienden a m inimizar las incoherencias, accidentes, discontinuidades y dudas que caracterizan la experi encia real vivida, puesto que sustraen el sentido de dirección o de autogestión que las audie ncias esperan que demuestren los narradores. {9} En el caso de Rigoberta, alcanzó coherencia al omit ir los aspectos de la situación que contradecían la ideología de su nueva organización, sustituyéndolas después por las consignas revolucionarias apropiadas. Puesto que era muy nuev a en el movimiento durante un periodo en el que éste parecía ofrecer una solución a la crisis de su país, no es necesario cuestionarse sus buenas intenciones. Sólo tenía que creer que el retrato re volucionario de la opresión era más común que la experiencia de su propia aldea, próspera en tier ras. Esta fue una lección subrayada por la repentina cacería de su familia.

Examinemos las sustituciones de Rigoberta y los int errogantes ideológicos que hay tras ellas. Incluir el conflicto con los Tum habría sacado a re lucir las disputas internas que absorbieron tanta energía política de los grupos subordinados. Contradeciría la visión de campesinos virtuosos que se levantan contra sus verdaderos enemigos de c lase. Sería, entonces, mucho más apropiado atribuir todos los problemas de tierras colindantes a los finqueros ladinos. {10} Aunque no fueran culpables en Chimel, lo eran en otros lugares.

Los norteamericanos que trabajaban con Chimel en pr oyectos de desarrollo eran otro problema. No sin motivo, el EGP consideraba que los voluntarios del Cuerpo de Paz formaban parte de una estrategia estadounidense para prevenir la protesta rural. Rechazaba sus esfuerzos como paliativos que nunca podrían mejorar la vida de los campesinos y que desviaban su atención de las raíces sociales de la opresión. Si Rigoberta hubiera inclu ido al Cuerpo de Paz en su historia, se habría enfrentado a una alternativa nada grata entre (1) r econocer el interés de su padre en los proyectos de desarrollo y (2) despreciar a extranje ros con los que su padre y sus hermanos habían colaborado estrechamente. Lo más fácil era no menci onarlos. Sustituyó los proyectos agrícolas que su padre y hermanos tanto estimaban por los planes insurreccionales de una organización político-militar. Habiendo muerto ya sus padres, la lucha ar mada parecía tener más sentido que cultivar verduras más grandes.

El problema central, tal como lo había sido para su padre, era el papel del EGP en el estallido de la violencia política. Si Rigoberta reconocía la ejecución de los dos ladinos, resultaría evidente que el derramamiento de sangre había sido propiciado por la decisión del EGP de convertir Uspantán en un campo de batalla. Puesto que no se p odía admitir que hubiera una estrategia para expandir la guerra en áreas pacíficas, resultaba má s conveniente atribuir la persecución de su aldea a su lucha por la tierra, el conflicto inevit able que el movimiento guerrillero invocaba como su razón de ser. Una vez más, para una supervi viente traumatizada como Rigoberta, el atractivo de una venganza revolucionaria tendería a suprimir dudas con respecto al EGP.

Finalmente, quedaba el problema del internado. Si R igoberta hubiera reconocido este hecho de su vida, no podría decir que había sido testigo presen cial de la visión histórica del movimiento revolucionario. Su autoridad se desvirtuaría. Sería más difícil dramatizar experiencias tales como la explotación en las fincas, la cual, según el mov imiento revolucionario, era más común entre su pueblo que su propia existencia algo privilegiada c omo estudiante. Recluida en el internado, no podía haber aportado un testimonio irrebatible sobr e cómo se convirtieron su familia y aldea en los campesinos revolucionarios concebidos por el EG P.

Reivindicando lo auténtico

«La fase en la cual se atribuye la virtud superior a los oprimidos es transitoria e inestable. Comienza sólo cuando los opresores empie zan a tener mala conciencia, y esto sólo ocurre cuando su poder ya no está asegurado... Más tarde o más temprano, la clase oprimida alegará que su virtud superior es un argumento a fa vor de su acceso al poder, y los opresores verán cómo sus propias armas se vuelven e n su contra. Cuando finalmente el poder está equilibrado, resulta aparente para todo el mun do que el discurso acerca de virtudes superiores carecía de sentido, y que resultaba bast ante innecesario como base para reclamar la igualdad.» –Bertrand Russell, «The Superior Virt ue of the Oppressed» {11}

Revisemos por qué Rigoberta, bajo la influencia del pensamiento revolucionario, se reinventaría tan dramáticamente a sí misma. Reconocer el papel d el clero católico en su huida a Mexico podría haberlo puesto en peligro. En cuanto a la vívida im agen de las muertes de su madre y su hermano, es la respuesta comprensible al secuestro de seres queridos que nunca más vuelven a aparecer. Chimel tenía que ser reinventado para que se ajusta ra a las necesidades ideológicas del EGP. Los ladinos tenían que ser acusados de haber desencaden ado la violencia localmente para que su nueva organización no tuviera la culpa. Un testimonio fra nco sobre cómo había empezado la violencia impugnaría la presunción revolucionaria de que la i nsurgencia se desarrolló inevitablemente a partir de la opresión del pueblo, presunción en la que sin duda creía una revolucionaria neófita.

Los parámetros bajo los que Rigoberta narró su hist oria quedan subrayadas por el hecho de que, dos años antes, su padre había recurrido a las mism as estrategias narrativas. Como hemos visto en el capítulo 8 , justo antes de morir, Vicente omitió toda referen cia al asesinato de dos vecinos y culpó a los ladinos de tratar de expropiar Chimel. Con ello, la responsabilidad por la violencia era cosa exclusiva de los finqueros y del ejército. Cómo es que Rigoberta se hizo eco de la versión de su padre es algo que yo no puedo respond er por el momento: Quizá fue el resultado de un encuentro final con él. Quizá ella escuchó la graba ción de una de sus últimas declaraciones. Quizá habían recibido la misma orientación por parte del aparato revolucionario. O quizá se hicieron eco mutuamente porque los indígenas tienden a culpar a los ladinos de sus problemas, del mismo modo que los ladinos tienden a culpar a los indígenas.

Hasta que Rigoberta aborde el tema, sólo podemos ad ivinar hasta qué punto estaba censurando información perjudicial o si es que estaba atrapada en la desinformación con la que se envuelven a si mismos los movimientos revolucionarios. Conocía bien la larga lucha de su padre con la familia de su madre. Tenía que saber también que el EGP hab ía ejecutado a Honorio García y Eliu Martínez.

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Sin embargo, cuando su padre culpó a ladinos por el secuestro de Petrocinio, hubiera sido difícil no creerle. El hecho de que su padre tuviera relaci ones amistosas con Honorio García le parecería un pequeño detalle.

Nada de esto explica por qué Rigoberta estaba tan d ecidida a presentarse como monolingüe y analfabeta hasta su incorporación en el movimiento revolucionario. No era algo reclamado por el espíritu de su padre, que había valorado la educaci ón lo suficiente como para proporcionársela a su hija. Ni tampoco era requisito para el EGP, que sometía a sus reclutas a campañas de alfabetización. Otra posibilidad, que se sugiere en su retrato romántico de la vida indígena, es que quisiera invocar la imagen del noble salvaje de la imaginería occidental. No es cierto que los activistas solidarios necesiten indígenas descalzos y analfabetos. Pero no resulta difícil encontrar personas en la izquierda y en las márgene s de la antropología que menosprecian a los indígenas que usan corbata por su falta de autentic idad. Una década más tarde, Rigoberta todavía se quejaba de este tipo de racismo. Sin duda, hería profundamente a una joven campesina que había estado alejada en un internado mientras daban caza a su familia, que había aprendido que los indígenas eran despreciados de muchas maneras, y qu e ya en 1982 había aprendido que los indígenas podían ser rechazados también en el movimiento revo lucionario.

Si Rigoberta negó su conocimiento del español y de las letras como una defensa premeditada de su autenticidad, suscitada por las actitudes racist as que se estaba encontrando, el carácter obsesivo de estas negativas sugiere entonces que no lo hacía únicamente para sus interlocutores. Es posible que lo hiciera también para ella misma. El noble salvaje fue inventado por los europeos, pero ha impactado también a intelectuales indígenas que tratan de incorporarse a la sociedad mayor en términos igualitarios. Rigoberta está lejos de ser la primer indígena que se fue al colegio y a la ciudad, que conoció la discrimina ción, y que respondió idealizando su origen como si fuera un idilio de Rousseau. Lleva tiempo e ntender que las pretensiones de inocencia sólo fomentan el paternalismo.

Rigoberta se convierte en símbolo sustituto

«En el fondo del testimonio de Rigoberta subyace la ideología del EGP y su versión de la historia reciente de Guatemala. Cuando la vida de R igoberta y el ascenso social de los Menchú no encajan con la imagen «correcta» de lo qu e es ser un indígena en Guatemala, Rigoberta se encarga de rectificar su propia vida.. . El terreno se ajusta continuamente para que encaje en el mapa.» –Henrik Hovland, 1995. {12}

Cuando Rigoberta le contó su historia a Elisabeth B urgos en enero de 1982, el movimiento revolucionario todavía tenía que ser derrotado. Era obvio que el régimen de Lucas García estaba masacrando a los campesinos. Pero los simpatizantes extranjeros presumían que el derramamiento de sangre provocaría mayores levantamientos en el futu ro. Dentro del Ejército Guerrillero de los Pobres, toda comprensión de la destrucción de sus r edes de apoyo quedaba soterrada bajo la confiada retórica que se mantuvo hasta mediados de los 80. Hasta este momento, la guerra había sido librada por separado por el EGP, la Organizaci ón del Pueblo en Armas (ORPA), las Fuerzas Armadas Rebeldes (FAR) y el Partido Guatemalteco de l Trabajo (PGT). Tras haberse distanciado unos de otros en los años 60, eran demasiado competitivo s para trabajar juntos y sufrían sus propias escisiones internas, particularmente en el caso del EGP. A finales de 1981, la situación era lo bastante desesperada como para reunir a los cuatro grupos en la Unión Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG).

Mientras tanto, el Frente Popular 31 de Enero (FP-3 1), partidario del EGP y al que pertenecía Rigoberta, superó sus diferencias con el más modera do Frente Democrático Contra la Represión (FDCR). Juntos formaron una nueva coalición llamada el Comité Guatemalteco para la Unión Patriótica (CGUP). Liderados por personajes naciona les como el escritor Luis Cardoza y Aragón, se pensaba que atraería a más público: «Mediante este puente», explicó un activista, «la URNG puede captar mejor el apoyo de las masas guatemaltecas qu e en determinado momento se mueven por motivaciones propias del sector social al que perte necen más que por razones revolucionarias. Mediante este puente también se puede encontrar may or solidaridad fuera de Guatemala». {13} Entre las personas a las que la URNG invitó a unirse al C GUP en febrero de 1982 estaba Rigoberta. Si antes de su viaje a Europa y de la épica entrevista no fuera un personaje público, ahora sí lo era. En una conferencia de cristianos revolucionari os en Nicaragua, en la que estaba incluida la organización que llevaba el nombre de su padre, Rig oberta estaba considerada una participante importante aunque tuvo que ausentarse de las sesion es. {14}

En mayo de 1982 fue por primera vez a los Estados U nidos. Las personas que impresionó no eran del gran público (al cual tuvo poco acceso) sino au diencias más reducidas, que ya se preocupaban por Guatemala y se esforzaban en comunicar una situ ación horrenda al público norteamericano. «Recuerdo que me impresionó su presencia personal y su descripción precisa de lo que significa ser una mujer maya en Guatemala», escribió un misionero protestante. «En trece años nunca había oído hablar así a alguien en Guatemala. Hablaba más como un profeta que como una víctima, más como testigo presencial que como ideóloga» {15} Además de realizar talleres para los comités de solidaridad, Rigoberta sostuvo reuniones con el Con greso y el Departamento de Estado norteamericano. {16}

Durante los próximos años, se silenciaron casi toda s las organizaciones y redes en las que había participado Rigoberta durante sus primeros do s años en el movimiento revolucionario. El Frente Democrático Contra la Represión y el Frente Popular 31 de Enero fueron incapaces de trabajar juntos. El socialdemócrata FDCR acusaba al radical FP-31 de intentar «monopolizar la composición de un futuro frente unificado de masas» . {17} A medida que los regímenes militares suprimían los restos de la izquierda, ambas redes d esaparecieron sin previo anuncio, al igual que el CGUP y la organización que llevaba el nombre del padre de Rigoberta, los Cristianos Revolucionarios Vicente Menchú.

De las primeras afiliaciones revolucionarias de Rig oberta, la única que sobrevivió fue el Comité de Unidad Campesina, y sólo en el exilio. Su s pocos fundadores sobrevivientes dejaron el

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movimiento o se refugiaron en el anonimato, lo que convirtió a Rigoberta en su líder más conocido. La soledad aumentó después de 1984 cuando Mario Pay eras, que defendía un enfoque menos militarista y reconocía la derrota de dos años antes, lideró un a escisión del Ejército Guerrillero de los Pobres. El y los exiliados de México que se unieron en un nuevo grupo llamado Octubre Revolucionario abandonaron la lucha armada. {18} Entre los militantes indígenas que se fueron con Payeras estaba Domingo Hernández Ixcoy, el fundador del CUC que conocimos en los capítulos 6 y 7. Pero Rigoberta, no.

Seguramente, una razón para permanecer en el EGP fu e que por las mismas fechas ella se convirtió en una pieza clave para su supervivencia. Debido a la tremenda recepción de su historia, adquirió una función que no habría sido evidente cu ando la contó por primera vez, antes de que se disgregara el movimiento revolucionario. Además de la habilidad de Rigoberta para impresionar a los extranjeros, era hija de uno de los manifestant es que habían muerto en la embajada de España. Podía hablar en nombre de su padre y de los otros m ártires, clara y conmovedoramente. Al ser una superviviente capaz de proyectarse a las audiencias , podía convertir a su padre en un símbolo poderoso para idealizar a los muertos y demostrar q ue la lucha continuaba. Ahora que los errores de la guerrilla y la represión del ejército habían destrozado el movimiento popular, ahora que la mayoría de los campesinos se habían sido alejado de la izquierda, Rigoberta podía ser un símbolo que los sustituyera. Podría ayudar a los comandante s a trascender la dura realidad de que, en su querido país, sólo les quedaba unos cuantos grupos aislados de combatientes y refugiados.

En la figura de Rigoberta hubo una autoridad moral que los líderes de la guerrilla necesitaban profundamente en dos contextos. El uno estaba para hacer frente a sus propias filas, para mantener viva la esperanza y demostrar que decenas de miles de personas no habían muerto en vano. El otro estaba en el extranjero, para que sus reducidas col umnas no fueran rechazadas por irrelevantes. Tanto internacionalmente como dentro del movimiento revolucionario, Rigoberta podía reemplazar la conexión interrumpida con los campesinos mayas. Su historia podía borrar retóricamente la diferencia entre un liderazgo revolucionario en el exilio y los campesinos que luchaban para mantener con vida a sus familias en las aldeas arra sadas. Podía hablar de una versión mitificada de su padre, que a su vez representaba al campesina do revolucionario, y convertirse en una sustituta simbólica de los muchos indígenas que ya no apoyaban al movimiento guerrillero, si es que alguna vez lo habían apoyado. Una mujer joven q ue decía haber vivido lo que no había vivido se convirtió en la voz de un movimiento guerrillero qu e decía hablar por los indígenas.

Que Rigoberta reinventara a su familia para personi ficar la ideología del EGP será para muchos lectores una condena final. Para los conservadores esto fue evidente en seguida, lo que les permitió tildar a Me llamo Rigoberta Menchú de ser el gran cuento de una crédula joven manipul ada por ideólogos marxistas. Sin embargo, incluso los m ás desdeñosos deben admitir que dado el comportamiento desbocado del ejército, Rigoberta no tenía muchas alternativas. No podía regresar a Guatemala y buscar justicia dentro del sistema lega l. Si quería vengar a su familia, la única opción era el movimiento revolucionario.

Visto desde fuera, Rigoberta podía haber dado su te stimonio de otras maneras; por ejemplo, hilvanando las historias de otras personas con la s uya sin mezclar sus identidades separadas. Podía haber recurrido al modo en que acostumbraban contar historias los campesinos con los que yo hablo: «dicen que.» Pero, tal y como yo descubrí en mis propios intentos de describir la violencia, la carga narrativa de poner en orden cro nológico lo que hizo el ejército, la petrificante repetición de un asesinato tras otro, pronto se vuelve desmoralizadora. Tal como lo observó Sheldon Annis en su crónica sobre lo que ac onteció en un pueblo kaqchikel: «un amigo novelista leyó este relato y comentó: 'No podría se r ficción, hay demasiadas muertes. La trama es demasiado tenue para sobrellevar tantas personas mu riendo'» {19}

Entre los que reflejan porqué Rigoberta narró la hi storia tal como lo hizo se encuentra Elisabeth Burgos. Recientemente ha editado un segun do testimonio oral, de un superviviente de la última columna guerrillera de Che Guevara llamado B enigno. Refiriéndose a ambas experiencias, Elisabeth escribe: «La persona se siente llevada po r su voz, su memoria, y sobre todo, por la capacidad de improvisar, entonces la memoria, no so lo memoriza, sino que pone en juego el imaginario: imagina, pero imagina de manera verosím il, imagina a partir de hechos que han sucedido, que hace que lo imaginado posea una dimen sión real. En ambos, he podido percibir que relatan como vivencias propias, experiencias y hech os, de los cuales ni siquiera han sido testigos directos... pero han sucedido en la cercanía de su historia propia... No se trata de que actúen de mala fe, ni de que mientan; actúan movidos por un s entimiento de pertenencia... El sentimiento de pertenencia, de identidad de los pueblos, surge cua ndo estos se sienten dueños de la capacidad de elaborar su propia versión de su historia... No es lo mismo reflexionar sirviéndose de la escritura. La acción de recordar requiere recrear l o acaecido mediante imágenes, requiere una puesta en escena mental, como lo haría un director de teatro, y requiere como en el teatro: demostrar. El propósito de Rigoberta con su testimo nio, era de demostrar, golpear al máximo la opinión pública, para obtener su simpatía, y lo ha logrado». {20}

Una manera de convencer a una audiencia es desarrol lar una estructura épica en torno a unas cuantas figuras ejemplares –héroes, víctimas y vill anos– que concentran las experiencias de todo un pueblo. Otra manera de convencer a una audiencia es siendo un testigo ocular. Se concede mucha más credibilidad a una persona que haya vivido pers onalmente una experiencia que a otra que no lo haya hecho. El género testimonial deriva de ello su autoridad moral, y es una lección que Rigoberta acaso aprendió a raíz de sus primeros int ercambios con la diócesis de Chiapas y el EGP. Quizá otro exiliado señaló que la vida en un intern ado y los rumores acerca de la muerte de su familia no convencerían a una audiencia. Aun sin ta les consejos, la propia situación en la que se encontraba Rigoberta –como refugiada indefensa que tenía que pedir ayuda, responder preguntas, impresionar a los benefactores y competir por atenc ión con los otros refugiados– pudo haberla animado a dramatizar sus experiencias.

Es sugerente en este sentido la primera entrevista con Rigoberta que yo he podido encontrar, tal vez la primera que se grabó, con la periodista Alaíde Foppa en Ciudad de México en diciembre

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de 1980. Justo semanas antes, Rigoberta se había re unido con sus hermanas más jóvenes, que quizá la introdujeron en el activismo revolucionario. Ala íde era madre de tres combatientes del EGP y, al igual que Elisabeth Burgos, ella misma era colab oradora del EGP; ésta fue su última entrevista por la radio antes de regresar a Guatemala y ser se cuestrada. Lo que más sorprende en la transcripción que pude conseguir es cuánto condicio na a Rigoberta. Tras presentar a «Guadalupe» y sus dos hermanas menores, de quince y doce años, co mo miembros de «la organización que reúne a la masa del pueblo campesino, el CUC», se refiere a la s huelgas de la Costa Sur y pregunta, utilizando el plural: «¿Cuánto ganaban ustedes ante s, Guadalupe?». A lo que Guadalupe responde en la primera persona del plural: «Ganábamos un quetza l o sesenta centavos». En otras palabras, a partir de la primera pregunta se pide a Rigoberta q ue describa experiencias que ella nunca había tenido. {21}

Un año más tarde, en sus historias para Elisabeth, Rigoberta a veces reconoce la estrategia de incorporar experiencias de otros a la suya propia. Cuenta acciones de sus camaradas que comienzan con «ellos», lo que indica que ella no estaba físic amente presente, y que luego cambia a «nosotros», debido a su afinidad con los protagonis tas. {22} Se trata del «nosotros» de un organizador popular que quiere que su audiencia se vea a sí misma como un grupo con una historia compartida de opresión. Es algo tan legítimo como l os inmigrantes que adoptan la historia norteamericano como si fuera propia y se identifica n a sí mismos como estadounidenses. En otras ocasiones, al encubrir la diferencia entre ella mis ma y otros indígenas, Rigoberta se apropia de experiencias personales que nunca tuvo. El resultad o es inflarse hasta convertirse en un personaje hiper representativo, es decir, en la imagen irreal de una indígena representativa.

Es fácil criticar la solución de Rigoberta, pero ja más se puede esperar que un testimonio como éste sea objetivo. Un teórico crítico puede escribi r un libro sobre oscuridad epistemológica y la ambigüedad del terror. Un investigador como yo pued e intentar reconstruir lo que probablemente pasó sopesando diferentes fuentes. Rigoberta rellen ó el vacío poniendo en primera persona las historias que había oído. En su defensa, se puede d ecir que sintió la responsabilidad de representar al mayor número posible de personas, y que decidió hacerlo de la manera más convincente que sabía. Esto es lo que me han contad o los lectores mayas, aun siendo conscientes de las deficiencias del libro. «Hay muchas cosas que t omó como personales que le pasó al pueblo. Lo que sucedió al pueblo ella lo escribió como persona l, como que le ocurrió a ella... Habla de la realidad. Habla de cosas reales, de las matanzas, d e las torturas. Supongo si le dan el premio, no lo tomará para ella personalmente, como si fuera la gran reina, sino para su pueblo».

Ya antes de que se publicara en 1983, Me llamo Rigoberta Menchú ganó un premio literario de la Casa de las Américas en La Habana. Si el libro no h ubiera servido a los fines del Ejército Guerrillero de los Pobres, nunca hubiera recibido e ste reconocimiento. Pero si aceptamos las declaraciones de Elisabeth Burgos sobre cómo surgió el libro, como el resultado no planificado de una entrevista para una revista, no pudo haber sido concebido por la organización que controlaba los movimientos de Rigoberta. Normalmente los repre sentantes que el EGP enviaba a las giras de solidaridad tenían más habilidad para presentar la línea del partido que para convencer a sus audiencias. La orientación que recibió Rigoberta de su organización no explica una labor narrativa a la que ninguno de sus otros representantes ha log rado acercarse. Aunque Rigoberta adoptara la ideología revolucionaria con el fervor del discípul o nuevo y aprendiera a contar su historia dentro de ciertos parámetros, nadie pudo haber prog ramado la historia que ella contó. En vez de ello, resultó del encuentro entre una joven decidid a a narrar el sufrimiento de su pueblo y de una antropóloga acostumbrada a escuchar. El resultado f ue una explosión de memoria e imaginación, en una joven que había perdido a la mayor parte de su familia, que había encontrado un nuevo hogar en el movimiento revolucionario y que había resuelto v engarse.

Notas

{1} Burgos-Debray 1984:9-13, 67-69, 188-189, 201-203.

{2} Sommer 1991 y Gugelberger 1996.

{3} Para un ejemplo de este argumento, véase la introd ucción de Arturo Arias a Thorn 1996. Trouillot 1995:7-8.

{4} Compárese Beverley 1989:21 en referencia a su inte nsidad alucinatoria o el «realismo mágico».

{5} Compárese Zur 1993:218 en referencia a «la pérdida del cuerpo como objeto de duelo». Para referencias sobre el caso argentino y las dificulta des de un duelo sin los restos, véase Suárez-Orozco 1992:241-242.

{6} Beverley 1996:268.

{7} Véase Linde 1993:176 en referencia a «sistemas de coherencia».

{8} Esta parte de mi argumento se debe a Timothy Wickh am-Crowley (1991:107, 124-125) por su debate sobre el terror, la concientización y la con versión ideológica en El Salvador.

{9} Frank 1995:146, citando a Linde 1993:3.

{10} Paradójicamente, culpar a agentes externos por los problemas de los campesinos es algo que gratifica a los extranjeros. Tal como lo señala Nor ma Kriger (1992), los movimientos nacionalistas, la izquierda y los simpatizantes occ identales tienden todos ellos a subestimar los conflictos que dividen a los campesinos y a exagera r sus denuncias contra los de afuera. Las escasas referencias que Me llamo Rigoberta Menchú hace de los conflictos internos se refieren principalmente a informantes que traicionan a la co munidad con el ejército (Burgos Debray 1984:146, 173).

{11} Russell 1950:58-64.

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{12} Hovland 1995:9. Hovland fue la primera persona que cuestionó la veracidad de Me llamo Rigoberta Menchú, basándose en sus entrevistas en Uspantán, en un li bro sobre sus experiencias como corresponsal de guerra titulado (en noruego) « En los senderos secretos de Guatemala y Centro América» (Hovland 1996).

{13} «Elections Amid Gunfire», Latin American Weekly Report, 5 de marzo 1982, págs. 6-7, e Iglesia Guatemalteca en el Exilio 1982:76-84, que i ncluye una lista de miembros del CGUP, que debían operar al igual que lo había hecho un grupo parecido, «Los Doce», durante la insurrección sandinista en Nicaragua.

{14} Iglesia Guatemalteca en el Exilio 1982:31.

{15} David Scotchmer, «Blood or Water? Mayan Images of Church and Mission from the Underside», documento, págs. 15-16.

{16} «Guatemala: Just an Old-Fashioned Indian War», Akwesasne Notes (Rooseveltown, N.Y.), finales de otoño de 1982, págs. 11-13.

{17} Black et al. 1984:115-116.

{18} Castañeda 1993:92; Payeras 1991; y Opinión Pública, una publicación de Octubre Revolucionario. Véase también Arias 1984.

{19} En Carmack 1988:172.

{20} Comunicación personal, 28 de enero de 1997. Rigobe rta no hace referencias al teatro en su testimonio de 1982, pero si hace varias a las pelíc ulas. «Así es; todo ha pasado como una película en nuestra vida» (Burgos-Debray 1984:116, 181, 188) . (Arcoiris: 142, 206, 213) Para el testimonio de Benigno, véase Alarcón Ramírez 1997.

{21} Foppa 1982. En su historia de vida de 1997, Rigobe rta se refiere a una entrevista con Alaíde y menciona que en ella la llamaron «Lupita», el diminutivo de «Guadalupe» (Menchú et al. 1998:240-241).

{22} Burgos-Debray 1984:186, 197.

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Cuarta Parte. La laureada vuelve a su país

Capítulo 15

La campaña por el Nobel

«El hecho de vivir en el exilio y su labor de denun cia, le han otorgado un papel simbólico sobre los avances de la democracia en el país, lo q ue se ha reflejado cada vez que ha retornado.» –Santiago Bastos y Manuela Camus, 1993. {1}

Luego de la derrota de principios de los 80, el lid erazgo revolucionario pasó al exilio. Aparte de unas cuantas columnas guerrilleras aisladas, la Unión Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG) apenas contaba para su lucha con el simbolis mo de los muertos, lo que lograba resultados más inmediatos ante las audiencias extranjeras que en su propio país. Las masacres del ejército habían destruido la credibilidad del movimiento rev olucionario entre los campesinos, pero estas mismas masacres tuvieron el efecto paradójico de au mentar su credibilidad en el extranjero. Quienquiera que pudiera asumir el rol de denunciar al ejército, tendría autoridad moral; aunque se tratara de un movimiento armado que decía represent ar a las víctimas. Vista la situación desde cierta distancia, la sangre exculpaba a las organiz aciones guerrilleras que tanto habían contribuido a su derramamiento.

Los comandantes de la URNG no estaban dispuestos a admitir que habían sido derrotados. Pero después del retorno de Guatemala a un gobierno civi l en 1986, fueron conscientes de que negociar era su única esperanza, y la batalla para esto se t enía que librar en la arena internacional. Puesto que el ejército no veía razón alguna para ne gociar con un oponente tan débil, la URNG necesitaba un apoyo externo que compensara la falta de apoyo en el propio país. Ahí residía la importancia de la historia de Rigoberta, que podía ser utilizada para convertir una revolución muerta en un movimiento campesino, una guerra de gu errillas en una reivindicación de derechos humanos y una derrota doméstica en un reconocimient o diplomático en el extranjero.

A lo largo de la siguiente década, estas conversion es exigieron asimismo que la futura premio Nobel pasara de ser revolucionaria a activista indí gena de los derechos humanos. Se distanció de la insurgencia y negó su relación con ésta. {2} Pero nunca repudió las afiliaciones que declaró en su testimonio, y su trabajo internacional se desarr olló paralelamente con las necesidades del movimiento guerrillero. A principios de 1983, según una publicación indígena, era «una de las 4 personas de la delegación de Guatemala de la URNG é que asistieron a las seis semanas de sesión de la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Uni das en Ginebra». {3} Un ex-combatiente de Nebaj recordó que en 1984 había visitado una base del EGP en el Ixcán, cerca de la frontera mexicana. «No tengan pena, no se desanimen luchando contra el ejército», recuerda que les dijo. «Yo por mi parte estoy trabajando internacionalmente, haciendo todo lo posible para obtener recursos para los combatientes y los refugiados».

De hecho, el trabajo de Rigoberta se concentraba en la arena internacional, pero probablemente su misión más importante no era la de captar fondos para la lucha armada. Era, más bien, la de despertar sentimientos de solidaridad entre las org anizaciones indígenas y sus partidarios blancos. El movimiento indígena podría parecer una fuente obvia de apoyo para la guerrilla, pero no era así. En Guatemala, las relaciones con las as ociaciones mayas nunca fueron muy cálidas. Ideológicamente, dos de las cuatro organizaciones d e la Unión Revolucionaria Nacional Guatemalteca, las Fuerzas Armadas Rebeldes (FAR) y el Partido Guatemalteco del Trabajo (PGT), tenían poco espacio para las demandas étnicas. La E GP y la Organización del Pueblo en Armas (ORPA) sí lo tenían. Pero aunque una gran mayoría de sus c ombatientes fueran indígenas, los líderes de rango superior al de las columnas seguían siendo ex clusivamente ladinos. Desconfiaban específicamente de las organizaciones mayas, y el s entimiento era mutuo. Por regla general los activistas mayas no estaban muy entusiasmados con e l enfrentamiento armado con el estado. {4} Cuando los disidentes del EGP y de la ORPA articularon el nacionalismo maya y organizaron su propio grupo guerrillero, llamado Ixim, fueron reprimidos por lo s ortodoxos. {5}

A partir de 1982, sin embargo, un liderazgo derrota do ansiaba conexiones internacionales, incluidas las indígenas. Afortunadamente para Rigob erta, fuera de Guatemala se desconocía que hubiera una historia de conflicto con los activista s mayas. Puesto que Me llamo Rigoberta Menchú presenta la cultura maya como una base para la luch a revolucionaria, ella se convertía en una equilibrista profesional entre las perspectivas étn icas y de clase. Los derechos indígenas complementaron su enfoque general de derechos human os, dirigido siempre a los abusos desmesurados del ejército guatemalteco. Aunque no impulsaba expl ícitamente al movimiento guerrillero, nunca lo criticó.

A medida que iban desapareciendo los Cristianos Rev olucionarios Vicente Menchú y el FP-31, Rigoberta empezó a identificarse como miembro del C omité de Unidad Campesina (CUC) y de la Representación Unitaria de la Oposición Guatemaltec a (RUOG). El segundo grupo había sido fundado en septiembre de 1982 por exiliados que apoyaban al URNG, Rigoberta incluida, para denunciar las violaciones a los derechos humanos y abogar por san ciones internacionales. {6} Para el trabajo indígena de Rigoberta, una de las recepciones más c álidas fue en el Consejo Internacional de Tratados Indígenas, una rama diplomática del Movimi ento Indígena Americano que dirigió la ocupación de Wounded Knee en 1973. El Consejo Inter nacional ayudó a Rigoberta a ejercer presión en las Naciones Unidas, y en 1986 ella se sumó a su co nsejo de dirección. Bajo sus auspicios, y los

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de la RUOG, se convirtió en un personaje de las con ferencias de la ONU para las organizaciones no gubernamentales (ONGs).

Celebran en Ginebra conferencias de ONGs un abanico de grupos –indígenas, feministas, ecologistas, de derechos humanos– que no se sienten representados por los gobiernos. Normalmente, no se pueden cumplir las resoluciones que toman. Pe ro se siguen reuniendo año tras año con una determinación loable para impulsar temas que, de lo contrario, las Naciones Unidas ignorarían. Si fuera indicativa la indignación que expresa cada añ o el gobierno guatemalteco ante las resoluciones de la ONU, tiene sentido el remolino d e cabildeos, informes y discurso. A través de las innumerables conferencias a las que asistieron Rigoberta y sus compañeros, la presión internacional terminaría obligando al ejército guat emalteco a negociar con la guerrilla y aceptar observadores de la ONU en todo el país.

Cuatro años después de que Rigoberta contara su his toria en París, Guatemala volvía a tener un gobierno constitucional. Pero las tres primeras adm inistraciones civiles, la de Vinicio Cerezo (1986-1991), Jorge Serrano Elías (1991-1993) y Rami ro de León Carpio (1993-1996) estuvieron claramente dominadas por el ejército. En todas impe ró la disensión en los cuerpos de oficiales. Aunque la política del ejército es bizantina, da la impresión de que los institucionalistas, que querían mantener un régimen constitucional, se veía n confrontados periódicamente por los ultraderechistas, que resentían cualquier restricci ón de su licencia para matar y para demostrarlo fraguaban golpes de estado. La atmósfera era tan co nspiradora que la diferencia entre las dos tendencias a veces parecía más imaginaria que real. En opinión de muchos observadores, era posible que los institucionalistas estuvieran utilizando a los ultras y las actividades sediciosas para obtener privilegios en el palacio presidencial.

éste era el medio amenazante al que regresó Rigober ta en abril de 1988, legalmente por primera vez desde su huida ocho años atrás. Fue arrestada a su llegada al aeropuerto como parte de una delegación del RUOG que trataba de establecer las c onversaciones de paz. Según el gobierno, su papel de líder en el CUC la convertía en miembro de l EGP, lo que significaba que debía solicitar una amnistía. Sus compañeros y ella fueron retenido s ocho horas, hasta que las manifestaciones callejeras y la intervención diplomática (a nivel d el presidente de Francia) obtuvieron su puesta en libertad.

Rigoberta y sus colegas regresaron un año después, en febrero de 1989, esta vez para tomar parte en el diálogo nacional auspiciado por la Igle sia Católica. Estando prohibido el URNG, todo el peso de la representación del movimiento revoluc ionario recaía en los delegados del RUOG, que pronto empezaron a recibir amenazas de muerte, incl uyendo un ramo de flores con una invitación a sus funerales y un carro bomba dejado en la puerta de su domicilio. Justo antes del carro bomba, Rigoberta partió rumbo a Italia para hablar con el Partido Socialista. Los italianos sabían cómo tratar el problema. En primer lugar, dieron un esca ño diplomático a Rigoberta en el parlamento italiano hasta que pudiera ocupar sin peligro su pu esto en el guatemalteco. En segundo lugar, lanzaron una campaña para que le concedieran el pre mio Nobel de la Paz. {7}

Pronto Rigoberta fue nominada por Adolfo Pérez Esqu ivel, el Nobel de la Paz argentino. Durante los siguientes años, los ganadores fueron el Dalai Lama del Tíbet, Mikhail Gorbachev de la Unión Soviética y Aung San Suu Kyi de Birmania. Puesto qu e hay una lista de espera considerable para el premio –cada año son designados más de cien candida tos– muchos son nominados más de una vez. En el caso de Rigoberta, el premiado sudafricano Obispo D esmond Tutu se sumó a Esquivel y la postularon para el premio de 1992. Su candidatura comenzó a al zar el vuelo con el quinto centenario de la colonización de las Américas.

Las organizaciones populares contra el Movimiento P an-Maya

La campaña para el Nobel comenzó en el exterior ant e audiencias extranjeras, pero su último objetivo era la sociedad guatemalteca. Durante años , Rigoberta había sido reconocida internacionalmente como líder indígena, pero en su país era una extraña para las personas que supuestamente representaba. La campaña para el Nobe l presentaba ahora a los indígenas un nuevo tipo de héroe, dando a Rigoberta y a la URNG una op ortunidad para atraer un público más amplio. A mediados de los 80 había comenzado a surgir una izq uierda legal, aunque más cauta que el movimiento aniquilado a principios de la década. De las cinco organizaciones del Frente Popular 31 de Enero, sólo permanecía el Comité de Unidad Campe sina. Ya no se llamaba a sí mismo una «organización revolucionaria de masas». Ahora era u na «organización popular» que no reconocía sus vínculos con el EGP y que podía abrir sede en la Ci udad de Guatemala.

Durante su breve apogeo, el CUC se había envuelto e n una mitología revolucionaria, pero fue sobrepasado por una nueva generación de organizacio nes. Los líderes solían ser supervivientes de organizaciones populares anteriores. Si eran o no i ndependientes de la URNG fue objeto de un debate interminable. El primero en abrir la brecha fue el Grupo de Apoyo Mutuo (GAM), formado por familiares de las personas que habían sido secuestr adas por las fuerzas de seguridad. «¡Vivos se los llevaron, vivos los queremos de vuelta!», corea ban los manifestantes del GAM, haciendo eco a las Madres de la Plaza de Mayo en Argentina. En 198 5 dos de los fundadores del grupo fueron torturados y asesinados; diez años más tarde la fun dadora superviviente, Nineth Montenegro, la viuda de un sindicalista y cuadro de la guerrilla s ecuestrado por las fuerzas de seguridad, fue elegida para el congreso. {8}

Otra organización nueva que se ganó una reputación heroica fue el Consejo de Comunidades Etnicas Runujel Junam (CERJ). Recurrió a la nueva c onstitución para oponerse al reclutamiento forzoso de campesinos para las patrullas civiles. E n el transcurso de dos años veintiséis miembros fueron asesinados o desaparecieron. {9} A pesar de que era una organización indígena, el C ERJ fue fundado por un maestro ladino llamado Amílcar Ménde z, que parecía cargar sobre sus hombros el récord nacional de amenazas de muerte aunque tambié n sobrevivió y fue elegido diputado del congreso en 1995.

Una tercera organización era la Coordinadora Nacion al de Viudas de Guatemala (CONAVIGUA). Al igual que el CERJ, surgió en el sur de El Quiché en 1988 y organizó filiales locales en municipios

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que aún estaban bajo el puño del ejército. No era f ácil organizar a las viudas. Muchas dependían de las limosnas, siendo por ello vulnerables a coac ciones flagrantes. Muchas eran estrechamente vigiladas por los vecinos que acusaban a sus difunt os maridos de haber sido guerrilleros. Pero CONAVIGUA supo utilizar los proyectos de socorro pa ra organizar a las viudas de cara a diferentes fines, incluyendo una fructífera campaña contra las redadas de reclutamiento forzoso del ejército. Aunque el gobierno reveló que la líder de CONAVIGUA Rosalina Tuyuc tenía un hermano que era comandante del EGP, ello no impidió que también fue ra elegida para el congreso.

A excepción de Amílcar Méndez, los líderes más cono cidos del movimiento popular –Nineth, Rosalina y Rigoberta– eran mujeres cuyos esposos o padres habían muerto en la violencia. Si el CERJ era predominantemente masculino, GAM y CONAVIG UA estaban formados principalmente por mujeres, y en las organizaciones rurales era frecuente que l as mujeres tuvieran el liderazgo, en parte puesto que era menos probable que las mataran. En v ez de hacer propaganda directa de la URNG, lo que habría asustado y alejado a muchos de sus miemb ros, las nuevas organizaciones se centraron en las violaciones a los derechos humanos perpetradas por el ejército. Si bien su presencia en muchos municipios era mínima, no fue así en otros, a pesar de las amenazas que recibían del ejército.

Las organizaciones Pan-Mayas también atravesaron un periodo de renacimiento. Antes de la guerra habían tenido fuerza en la franja central del altip lano, que se extiende a lo largo de la carretera Panamericana desde Chimaltenango a Quetza ltenango. Aquí una economía de pequeño comercio, producción artesanal y pequeña manufactur a controlada por los indígenas había dado lugar a una burguesía indígena. La igualdad cultural y po lítica era el siguiente tema de la agenda. Las organizaciones mayas de antes de la guerra no había n sido tan severamente reprimidas como el CUC y la izquierda, pero la mayoría se había desarticulad o durante un periodo en el que cualquier actividad podía atraer a los matones del ejército. A principios de los noventa, habían recuperado cierta confianza como para lanzarse a nuevas proyec tos que los donantes internacionales estaban dispuestos a financiar. Surgieron cientos de organi zaciones mayas nuevas, con una actitud crítica tanto hacia el movimiento guerrillero como hacia el estado.

Para subrayar la novedad de este desarrollo, deberí a reiterar que el término «maya» casi no aparece en el texto de Me llamo Rigoberta Menchú. Sólo encontré tres referencias, dos de ellas aparecen en la introducción de la editora. El único uso que hace Rigoberta de este término es para hablar de instrumentos musicales antiguos. {10} Hasta hace poco, para sus vecinos ixiles los mayas eran una raza antigua y mágica que vivía en cuevas y que se diferenciaba de los cristianos en que tenían seis dedos en las manos y seis en los pies. La mayoría de los indígenas sigue identificándose a si mismo según su aldea o municip io, o como hablantes de una lengua determinada, y después, quizá, como mayas. En los medios de info rmación sólo a partir de principios de los noventa fue políticamente obligado referirse a los indígenas como mayas. En las aldeas, los campesinos aún pueden rascarse confusos la cabeza e n respuesta a un discurso apasionado sobre la conciencia maya.

Sin embargo esta era la nueva fuente de legitimidad que alejaría a Rigoberta del movimiento que la lanzó. El movimiento Pan-Maya reivindicaba, por lo menos, que se acabara la discriminación y se consiguiera un nuevo nivel de reconocimiento para s u cultura. Sin embargo, la igualdad lingüística en las instituciones del estado suponía un problema inquietante para los ladinos, ya que pocos hablaban una lengua maya. Aún más inquietantes eran las propuestas de autonomía política y territorial, que resultaban difíciles, por no decir imposibles, de incorporar a una forma republicana de gobierno. Estos temas conseguían cal dear el ambiente en cualquier reunión. Tal como predijo con tristeza un uspantano, «El nuevo enemig o será el indígena, y no porque estemos pensando en otro levantamiento, sino sólo por pedir nuestros derechos».

Nacional e internacionalmente, la izquierda estaba atravesando otro de sus eclipses periódicos, coincidiendo con la desintegración de la Unión Sovi ética y sus estados aliados. Incluso la venerable revolución cubana parecía a punto de cola psar. Se necesitaban nuevas fuentes místicas. Si una de ellas podía ser la de los derechos humano s, otra eran los indígenas. Rigoberta estaba bien situada en la intersección de tres caminos: la izquierda, el movimiento indígena, y los derechos humanos. El hecho de que no fuera arrollad a es un tributo al desarrollo de su habilidad diplomática. Se podría pensar que el fervor étnico que expresó en su testimonio de 1982 da fe de sus credenciales como líder indígena, pero éste se convirtió en una parábola sobre cómo aprender a confiar en la izquierda. Puesto que la URNG nunca f ue capaz de promover a los indígenas hasta el rango más alto, Rigoberta ejemplificó la subordinac ión ante el liderazgo ladino hasta que se pudo demostrar lo contrario.

Los revolucionarios guatemaltecos de principios de los ochenta fueron algunos de los primeros marxistas latinoamericanos que reclutaron a un núme ro importante de indígenas. Personajes sin precedentes como Rigoberta Menchú o Rosalina Tuyuc no son la única señal de que se había instaurado un proceso de empoderamiento. A juzgar p or los cuadros y excombatientes que he conocido en el norte de El Quiché, miles de jóvenes mayas ed ucados en el movimiento guerrillero proporcionarán un nuevo tipo de liderazgo hasta bie n avanzado el siglo entrante. Aún así, el fracaso de la revolución había minado su reivindica ción de que representaba a los indígenas. Independientemente de cuántos cuadros produjera, su credibilidad de cara a los mayas fue limitada hasta que se reinventaron a si mismos. La cuestión más compleja que se planteaba era si la organización étnica debería integrarse dentro de un movimiento de clases más amplio o si debería mantenerse aparte, alineada con la izquierda en muc hos aspectos pero insistiendo en su propio enfoque.

Gracias a la progresión de Rigoberta de una aldea i ndígena a una lucha de clases capitaneada por los ladinos, su vida ya había encarnado el deba te cuando conoció a la antropóloga que registró su historia. Para los marxistas que se adentraron e n el campo de los estudios étnicos, la colaboración Menchú-Burgos se convirtió en un texto clásico debido a su descripción del despertar político de una joven que convirtió la tradición in dígena en una plataforma para la política clasista. Precisamente por esta misma razón, los lí deres Pan-Mayas tenían opiniones contradictorias acerca de ella. {11} Los testimonios de Rigoberta sobre la brutalidad d el ejército

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hacían eco de sus propias experiencias, pero no así la confianza que ella depositaba en la guerrilla. Puesto que seguía defendiendo la misma p ostura que en su testimonio de la década anterior, muchos activistas mayas no creían que ell a los representaba.

La conferencia del Quinto Centenario en Quetzaltena ngo

Con la denominación del Nobel en el aire, Rigoberta se convirtió en un personaje nacional en octubre de 1991, en el Segundo Encuentro Continenta l sobre 500 años de Resistencia Indígena, Negra y Popular. La conferencia se celebró en la segunda ciudad de Guatemala. Ciento cincuenta años antes, los burgueses ladinos de Quezaltenango había n proclamado una República Independiente de Los Altos, lo que resultó en su arresto y fusilamiento. Ahora, en el corazón de la región maya, estaba en pie un nuevo tipo de independencia. El encuentro de los «500 años» atrajo a delegados de todo el hemisferio para planificar el quinto centenario y apoyar al movimiento indígena del país. Hubo una gran marcha de las organizaciones populares por toda la ciudad, y Rigoberta era su héroe.

«Rigoberta es como una santa, un impresionante símb olo indígena que está ganando un poder increíble», me dijo un estadounidense. «Cuando hizo su entrada en la conferencia, la gente coreaba su nombre. Tiene un perfil mucho mayor que el que e l gobierno está dispuesto a admitir. Alguien habló de postularla para la presidencia; muchos ind ígenas votarían por ella. En Quetzaltenango había entre veinte y veinticinco mil personas, prin cipalmente de Sololá, Totonicapán y demás. Los vi desfilar durante una hora y media, con banderine s y pancartas, y cada grupo hacía referencia al CUC. Eso es el grupo de Rigoberta. Es la cabeza de un movimiento indígena muy poderoso y en alza constante. Parece que todo el mundo la apoya».

Había muchos partidarios extranjeros, como suele su ceder en los encuentros indígenas, a menos que haya sido expresamente prohibido. «La reunión e staba plagada de gringos», comentó otro estadounidense. «Y de más guatemaltecos de los sect ores populares que de indígenas, cuya representación era débil. La manifestación fue muy grande, con la presencia del sector popular, CONAVIGUA y otras organizaciones... Rigoberta era e l centro de atención. Había allí cientos de periodistas extranjeros, muriéndose por entrevistar la. Los extranjeros se dedicaron a adular a esta mujercita campesina. Eran tan lisonjeros y tan poco críticos que resultaba irritante. Yo estaba a punto de vomitar. Nadie le hizo una pregun ta comprometedora. Estaban demasiado obnubilados, no estaban dispuestos a preguntar algo como: ¿Cuál es la relación entre el CUC y la URNG?»

Aun si Rigoberta era un símbolo de unidad, no logró enmendar la falla geológica que dividió la conferencia. Se supone que un acontecimiento de est a magnitud representa a poblaciones completas, pero, ¿quiénes exactamente deberían ser invitados a participar como delegados? Ahora que había disminuido la represión, Guatemala bullía con todo tipo de iniciativas. En ninguna parte era esto tan evidente como entre los indígenas, a los que un número creciente de grupos trataba de representar de un modo u otro.

La organización de la conferencia había recaído en la red disponible más capacitada, las organizaciones populares alineadas con la URNG. Se le otorgó al CUC el honor de hacer la convocatoria, de ahí el prominente despliegue de su nombre. Pero esto se hizo para invocar una continuidad con el pasado, no como una alternativa práctica para la organización del evento, porque el CUC no era lo bastante grande o capaz. En realidad, el encuentro fue organizado por una coalición de activistas del CUC y otros aliados de la URNG. Puesto que estas organizaciones creen representar al pueblo de Guatemala, eligieron entre sus propias filas a la mayor parte de la delegación nacional. Como su composición étnica no era únicamente maya, decidieron que el equilibrio étnico apropiado para el encuentro de lo s quinientos años de resistencia indígena y popular era una delegación en la que la mitad de lo s miembros eran ladinos.

La mitad maya procedía principalmente de la nueva c oalición, Majawil Q'ij (Nuevo Amanecer). Fueron excluidos los líderes independientes, que pa ra entonces habían formado su propia red, la Coordinadora de Organizaciones Mayas de Guatemala ( COMG). Para ellos, la opresión étnica era más importante que la cuestión de clase, tal como lo ha bían demostraba los líderes ladinos de la URNG utilizando a los indígenas para librar su guerra. T ras una larga historia de discriminación étnica, los mayas se merecían un trato especial. La izquierda tendría que aceptar las reivindicaciones indígenas aunque no encajaran con el programa más grande de lucha de clases. Para las organizaciones alineadas con la URNG, esta form a de pensar era peligrosa. Consideraban que el mayismo radical era una amenaza para la unidad popu lar. Pocos delegados independientes fueron elegidos, y estuvieron excluidos de la dirección de l encuentro. Para vergüenza de los antropólogos estadounidenses que participaban como delegados, re conocidos intelectuales mayas acabaron siendo espectadores sin derecho a hablar. Criticaron que l os organizadores del encuentro eran guerrilleros disfrazados, y fueron por ello tildado s de destructivos, chauvinistas y retrógrados. {12}

Estaba claro que Rigoberta tomaba partido por la UR NG, no por las organizaciones exclusivamente mayas. Esto le valió que la criticaran de ser otra indígena colonizada por el movimiento guerrillero. Pero hasta los mayas independientes se quedaban impresionados por su talla internacional. No estaban dispuestos a enfrentarse a ella, al menos no en público. Aunque el encuentro amplió la brecha entre los dos sectores, la reputación de Rigoberta como constructora de unidad entre mayas y ladinos permaneció más o menos intacta. Una de las razones era su lema de que los honores que estaba recibiendo eran para el pueb lo indígena en general, no sólo para ella.

El encuentro del quinto centenario se convirtió en la plataforma para la campaña del Nobel dentro de Guatemala. Estrictamente hablando, una no minada no hace campaña por el premio, puesto que el laureado es elegido por un comité noruego, a l que sólo se puede acceder a través de contactos bien elegidos. Pero no es raro que los ca ndidatos y sus partidarios aboguen por la causa. En el caso de Rigoberta, ella se tomó la nom inación muy en serio, como un medio para protestar por las violaciones del ejército frente a sus propias narices. Dentro de Guatemala, la nominación se podía utilizar como emblema de legiti midad para organizar a una población intimidada. Era una señal de reconocimiento interna cional que podía impulsar a los guatemaltecos a

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expresarse a si mismos, así como una grieta derrumb a un muro de silencio. Esta era su recompensa por tantos años de identificarse como la representa nte de su pueblo: la oportunidad de demostrar que lo era. Fuera cual fuese el publico guatemaltec o que conseguiría atraer, proporcionaría una base firme para su reputación internacional.

A lo largo del siguiente año, el nombre de Rigobert a fue propagado como el evangelio por las organizaciones populares de la izquierda. {13} Su testimonio fue una odisea maya, la de una joven nacida en una aldea oprimida, pero cohesiva, que se une a la militancia a finales de los 70, sobrevive a la contrainsurgencia de principios de l os 80, huye al exilio, y luego regresa triunfante a su patria. Esta era la historia que se gún Rigoberta era la historia de todos los guatemaltecos pobres. Ahora estaba siendo repatriad a: ¿La aceptarían los guatemaltecos como una de los suyos? Flanqueada por escoltas de extranjeros e n su comitiva, Rigoberta aumentó sus visitas y las organizaciones populares congregaron a miles de personas para recibirla. La campaña para el Nobel abrió territorios nuevos al movimiento popula r, en lugares donde los campesinos todavía vivían con miedo. Indudablemente había militares qu e querían poner fin al espectáculo, pero el alto mando no era tan imprudente como para atacar a una candidata al Nobel. Gracias al apoyo internacional, Rigoberta pudo hacer campaña en el a ltiplano central, a lo largo de la Carretera Panamericana. Sin embargo, nunca visitó el departam ento donde había nacido.

¿Por qué Rigoberta?

«El Comité Nobel ha decidido premiar con el Nobel d e la Paz 1992 a Rigoberta Menchú, de Guatemala, en reconocimiento por su labor a favor d e la justicia social y de la reconciliación etno-cultural basada en el respeto p or los derechos de los pueblos indígenas.

Al igual que muchos países de América del Sur y Amé rica Central, Guatemala ha sufrido grandes tensiones entre los descendientes de los in migrantes europeos y la población indígena nativa. Durante los años setenta y ochenta esta tensión llegó al punto álgido con la represión masiva de los pueblos indígenas. Mench ú ha representado un papel cada vez más destacado como defensora de los derechos nativos.

Rigoberta Menchú creció en la pobreza, en una famil ia que conoció la represión y la persecución más brutales. En su trabajo político y social, siempre ha tenido presente que el objetivo final de la lucha es la paz.

Hoy, Rigoberta Menchú destaca como un símbolo vivie nte de paz y reconciliación a pesar de las líneas de división étnicas, culturales y social es, en su propio país, en el continente americano y en el mundo.»

–Oslo, 16 de octubre de 1992. {14}

El premio de la paz lleva el nombre del inventor su eco de la dinamita, Alfred Bernhard Nobel (1833-1896), que quiso crear un arma tan destructiv a que convirtiera la guerra en algo impensable. Algunos de los premios dotados por su desasosegada conciencia han demostrado ser tan contradictorios como sus pronósticos para el nuevo explosivo. Cada año se concede una medalla y un premio en efectivo (Rigoberta recibió 1,2 millones de dólares) a la persona que «más haya contribuido a la confraternidad entre las naciones, a la abolición o reducción de los ejércitos o a celebrar y promover congresos por la paz». {15} Si el comité Nobel tuviera que elegir únicamente a individuos santificados que encajaran en esta descr ipción, los premios irían a parar a manos de utópicos chiflados. El abanico actual de laureados es más amplio de lo que Alfred Nobel pudo haber imaginado cuando redactó su testamento en 1895, aun que sólo sea porque las amenazas a la paz son muy distintas a aquellas a las que estaban acostumb rados los estadistas de su época.

Entre los ganadores recientes se incluyen diplomáti cos como el presidente de Costa Rica, Oscar Arias (1987), por impulsar las negociaciones de paz en tres países centroamericanos; defensores de los derechos humanos como Adolfo Pérez Esquivel (19 80), por denunciar los abusos de los militares argentinos; y parangones de la caridad como la Madr e Teresa (1979) {16} . El premio también ha sido concedido a líderes de la oposición, a pesar de sus vínculos con la resistencia armada en contra de regímenes ilegítimos, incluyendo al Dalai Lama, de un Tíbet ocupado por los chinos (1989); a Aung San Suu Kyi, prisionero durante años por la di ctadura militar de Birmania (1991); y a José Ramos-Horta y Carlos Ximenes Belo, de Timor Orienta l (1966). También ha habido estadistas bélicos que cambiaron de trayectoria, como el premio de 197 3 para Henry Kissinger, de los Estados Unidos, y Le Duc Tho, de Vietnam del Norte (dos miembros de l comité Nobel dimitieron en señal de protesta). Ni siquiera un historial personal de ter rorismo es motivo de descalificación: En 1978 el Primer Ministro de Israel, Menachem Begin, compa rtía el premio con el presidente Anwar Sadat de Egipto, a pesar de los ataques del primero a las au toridades británicas de Palestina treinta años antes.

En un sentido importante, Rigoberta tenía mejores c redenciales que muchos otros laureados de la paz. Puesto que nunca había estado a cargo de una o rganización estatal o semi estatal, no podía ser administrativamente responsable de violaciones a los derechos humanos. {17} Aun así, su elección revivió el debate acerca de los parámetros de acept abilidad ya que su testimonio de 1982 defiende claramente la violencia. Invocando la Biblia como p recedente, Rigoberta hace cócteles molotov, aprueba las amenazas de bomba como táctica y se pla ntea si se debe ejecutar a una anciana acusada de ser informante (afortunadamente para la futura l aureada de la paz, se juzgó inocente a la sospechosa) {18} . Otra objeción era que Rigoberta seguía pertenecie ndo al movimiento guerrillero. El comité Nobel eludió este tema decidiendo que era al go que no se podía saber con certeza. Teniendo presentes dichos problemas, no se refirió explícita mente a los dos beligerantes en su declaración. En vez de ello, el comité atribuyó la violencia pol ítica de Guatemala a la tensión étnica. El comité también eludió cualquier referencia explícit a al libro que había hecho famosa a Rigoberta, como para evitar dudas al respecto.

Pero, ¿por qué premiar a una indígena? Las delibera ciones del comité noruego son secretas, tanto por costumbre como por estatutos, pero las ra zones no son difíciles de suponer. Los 113 candidatos de 1992 incluían a Nelson Mandela de Sud áfrica, a Vaclav Hadel de Checoslovaquia, y a

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Javier Pérez de Cuéllar, ex-secretario general de l as Naciones Unidas. En compañía tan distinguida, la razón más obvia para elegir a una i ndígena era el quinto centenario. Según el periodista noruego Henrik Hovland, hubo un sub-cont exto local en la decisión, el sentido de culpa por los saami, los pastores indígenas de renos que vivían en el norte de Noruega.

Los noruegos tomaron consciencia de su propia histo ria de colonialismo cuando los saami se opusieron ferozmente a la presa Alta-Kautokeino, qu e anegaría parte de sus tierras ancestrales. Los saami perdieron, pero el conflicto les enseñó a organizarse, y también desencadenó divisiones obvias en el gobierno socialdemócrata de Noruega. D urante el conflicto Alta-Kautokeino, en 1981, el Partido Laboral cambió su directiva y sustituyó al Primer Ministro, Odvar Nordli. Nordli pasó a ser uno de los cinco miembros del comité Nobel que concedió el premio a Rigoberta. «Para Nordli y otros socialdemócratas», opina Hovland, «es posible que premiar a Rigoberta fuera también una forma de expiar culpas. Fuera o no el caso, yo creo que es algo que un gran número de noruegos sentía colectivamente». {19}

Después del premio, hubo algunas murmuraciones en e l movimiento indígena internacional en el sentido de que la primera lealtad de Rigoberta no e staba con los derechos nativos. Este sentimiento había surgido en los años ochenta a raí z de un enfrentamiento entre activistas indígenas, por la rebelión de los miskitos contra e l gobierno sandinista de Nicaragua. Puesto que los miskitos estaban financiados por la CIA, la izq uierda internacional apoyaba a los sandinistas. En el movimiento indígena, los partidarios de los m iskitos y los de los sandinistas polemizaban unos contra otros. {20} Eventualmente los sandinistas persuadieron a los r ebeldes para que negociaran, pero no antes de que la polémica desvel ara las lealtades de Rigoberta. Ella apoyaba firmemente a los sandinistas. Defendió su causa en los foros internacionales, contradijo a los líderes miskitos que denunciaban violaciones a los derechos humanos y les recordó sus deberes hacia la causa antiimperialista. Para los enemigos que hizo Rigoberta, era demasiado obvio que sus primeras lealtades eran hacia la internacional marx ista. Cuando recibió el Nobel, sin embargo, guardaron silencio. Las acusaciones sólo servirían para desviar la atención en un momento único de reconocimiento a los derechos indígenas.

El comité Nobel pudo haber honrado a una organizaci ón, tal como en el caso de Amnistía Internacional (1977) y de las Fuerzas de Paz de las Naciones Unidas (1988). Para el quinto centenario, se habría podido pensar en entidades co mo el Grupo de Trabajo de las Naciones Unidas para los Pueblos Indígenas, o en etnias bien organi zadas como los kayapós del Brasil o los kunas de Panamá. El proceso para las nominaciones no es m uy restrictivo, pero no se propuso a ninguno de estos candidatos. En cuanto a individuos con un nom bre internacionalmente reconocido, había pocos para escoger. La poderosa historia de Rigoberta y l as fuerzas políticas que la promovían eclipsaron cualquier otra posibilidad. {21} Además, con ninguna otra persona se representaba u n papel doble: honrar los derechos de los indígenas y denunciar una de las guerras civiles más largas de Latinoamérica.

La referencia a Guatemala era crucial porque la nom inación de Rigoberta no había sido promovida por el movimiento de derechos indígenas. En vez de ello, procedía de las redes de solidaridad que apoyaban a los movimientos revolucionarios centroam ericanos. Para los grupos guerrilleros que buscaban como sobrevivir a la caída del bloque sovi ético, a la bancarrota de Cuba y al agotamiento de las estrategias de finales de los setenta e inic io de los ochenta, tenía sentido jugar a la carta indígena. He aquí un nuevo movimiento social al que la izquierda podía dar el espaldarazo. En Europa, también eran receptivos los socialdemócr atas, cuyos sentimientos definen lo aceptable en cuestión de premios Nobel. En este medio no resu lta difícil encontrar visiones románticas de la guerrilla y del indígena noble y oprimido. Tales pr esunciones raras veces son contradecidas por los medios de difusión escandinavos, que en Centro América dependen de las colaboraciones de jóvenes idealistas y no de corresponsales más cínic os y experimentados. La neblina resultante ha permitido que los socialdemócratas europeos, que lu charon con uñas y dientes para derrotar a los revolucionarios marxistas en sus propios países, se entusiasmen con las revoluciones marxistas de América Latina.

En el caso de Guatemala, los socialdemócratas de va rios países, incluyendo Noruega, Suecia, y Holanda, estaban listos para invertir en organizaci ones alineadas con la URNG tales como CONAVIGUA, GAM, CUC y las CPRs. Es posible que los socialdemócratas también contribuyeran directamente con la guerrilla, a través de los part idos políticos más que de los gobiernos que controlaban, especialmente después de que Cuba se e xtinguiera como fuente de financiamiento. De ahí los rumores que surgieron en 1994, que los part idarios europeos, cansados de la contribución de la URNG en la paralización de las conversaciones de paz, amenazaban con cortar los fondos. Esta fue la implicación eventual de un premio Nobel que, en aquel tiempo, iba dirigido contra el ejército. Independientemente de cuánto simpatizaran los socialdemócratas europeos con la guerrilla, también querían que llegara a su fin la última guerra civil de Centro América. Honrando a un personaje como Rigoberta no sólo se enviaba un mensaje al ejército guatemalteco. También implicaba que, tarde o temprano, el apoyo europeo a la URNG dependería finalmente de su disposición a detener la lucha.

¿Paz con Justicia o un Nobel para más guerra?

«Pregunta: ¿Cuál es el grupo sanguíneo de Rigoberta ?

Respuesta: URNG positivo.»

–Chiste que circulaba en Guatemala, 1993. {22}

Tras el grado de terror en el norte de El Quiché, n unca esperé que miembros de la familia Menchú siguieran viviendo en la escena, y mucho men os que quisieran hablar de sus experiencias. Sin embargo, cuando visité Uspantán por primera vez , en junio de 1989, la municipalidad me refirió inmediatamente a un hombre que podía tratar el tema con autoridad. Aunque escaparon por los pelos, la mayoría de los Menchú habían sobrevivido a la vi olencia. Sabían que Rigoberta estaba viva y que era famosa, pero sólo tenían una idea vaga del libr o. Aparentemente ignoraban el contraste entre sus recuerdos y los de ella. En 1991, luego de oír una versión sorprendentemente distinta de los

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hechos, me sentí obligado a informar a mi interlocu tor de la discrepancia. No obstante, quiso que su historia fuera grabada al igual que lo había sid o la de Rigoberta. Tras un breve intento, frustrado por causas ajenas a nuestra voluntad, se abandonó el proyecto. Entre otras cosas, yo no quería ser responsable de una versión diferente de los hechos en la misma familia.

Mi descubrimiento de 1989 coincidió con las primera s conversaciones acerca de presentar a Rigoberta para el premio de la paz. Mis siguientes visitas coincidieron con su campaña para el Nobel y el inicio de la conversaciones de paz entre el gobierno y la URNG. Desgraciadamente, por la época en la que fue premiada Rigoberta, las espe ranzas creadas por el inicio de las conversaciones de paz estaban marchitándose. Tanto los comandantes como los generales consideraban las negociaciones como un medio de renovar la legit imidad que necesitaban para proseguir la guerra. El ejército no veía motivo alguno para renu nciar a lo que había ganado. ¿Que mejor excusa para seguir militarizando al país que unas cuantas columnas guerrilleras que no suponían ninguna amenaza seria? En cuanto a la URNG, seguía reivindi cando que hablaba en nombre de las masas. Si la mayoría de los guatemaltecos decían que estaban har tos de la guerra o que querían que la guerrilla dejara de luchar, era porque estaban demasiado ater rorizados para expresar su apoyo. Por lo tanto la URNG seguiría luchando hasta lograr «paz con jus ticia», es decir, grandes concesiones en la mesa de negociación.

Puesto que el testimonio de Rigoberta justificaba l a necesidad histórica de lucha guerrillera, yo me preguntaba si los grandes honores que le habí an concedido validarían la estrategia de la URNG de prolongar la guerra hasta obtener concesion es improbables. La primera propuesta de mi investigación comenzaba así: «El tema de este proye cto es la posibilidad de que una Premio Nobel de la Paz pueda tener el efecto paradójico de racio nalizar la continuación de la violencia». Los partidarios extranjeros habían aceptado poco a poco la derrota de la guerrilla, con el resultado de que todo el mundo esperaba que hubiera un fin ne gociado para la lucha. Sin embargo la mayoría de los activistas, y más de un académico, seguían a ceptando la versión de la guerra expresada por la URNG. Creían que el movimiento guerrillero surgí a a partir de las necesidades locales, que era la respuesta inevitable a la represión, y que repre sentaba las aspiraciones populares. Siendo así, los extranjeros que deseaban solidarizarse con el p ueblo guatemalteco apoyaban la postura de la URNG de no entregar las armas hasta obtener grandes concesiones.

El prestigio de Me llamo Rigoberta Menchú era tal que, cuando comencé a hablar de mis averiguaciones en 1990-1991, algunos de mis colegas las consideraron sacrílegas. Yo había traspasado los límites de la decencia. Quienes aún consentían en hablar conmigo, señalaban que al contradecir la historia de Rigoberta no sólo hacía daño a la que pronto sería Nobel de la Paz sino al movimiento indígena, a la izquierda guatemalteca , a su capacidad de trabajar juntos, incluso a las conversaciones de paz. Compartí su preocupación por el último punto. La historia de Rigoberta había centrado la atención internacional en un conf licto que fácilmente podía ser ignorado. En un momento en el que el compromiso del ejército con la s conversaciones de paz era bastante incierto, no parecía una buena idea minar la credibilidad de su azote más conocido.

Algunos colegas también me advirtieron que un antro pólogo blanco no tenía derecho a contradecir el derecho de una indígena a contar su propia histo ria. Avergonzados por su asociación con el poder occidental, los antropólogos cada vez tienen más reparos para imponer su propio marco interpretativo a las narrativas de los demás, espec ialmente cuando se trata de víctimas del colonialismo. Esto implica una creciente renuencia a juzgar la verdad de lo que nos dicen. Sin embargo, no haber sometido el testimonio de Rigober ta a un juicio crítico tuvo costos definitivos. El más grave fue permitir que su voz internacionalm ente amplificada ahogara las voces de los campesinos que ella decía representar, que no consi deraban a la guerrilla como una contribución a sus necesidades, que más bien la consideraban otro problema más, y que querían que la guerra se acabara mucho antes de lo que se acabó.

Una sugerencia de mis colegas fue que yo hiciera qu e se escucharan estas otras voces sin confrontar la historia de Rigoberta. En lugar de ut ilizar historias contradictorias para construir mi propia versión de los hechos, lo que desmentiría la de Rigoberta, debería basar mi investigación únicamente en la comparación de narra tivas. En lugar de procesarla por distorsionar lo que había pasado «realmente», en lugar de privil egiar mi propia versión de los hechos, el resultado sería una comparación de perspectivas, do nde yo señalaría las diferencias entre versiones, sugeriría las circunstancias que habían generado cada versión y propondría por qué motivo la suya ganó tanta credibilidad.

Este procedimiento hubiera sido más diplomático que el que yo seguí. Pero, ¿era práctico? ¿Qué se suponía que debería hacer con los documentos, pr incipalmente informes de derechos humanos y solicitudes de tierras? Los académicos saben que lo s documentos no son un juzgado final de apelaciones; pueden traer más mentiras que estadíst icas. Pero establecen parámetros, mediante fechas y acciones oficiales, para evaluar el testim onio oral. Elaborados en el calor del conflicto, los documentos también pueden hablar más sinceramente que sus autores décadas más tarde. No podía ignorar los documentos sólo porque indicaran que la versión Rigoberta era imposible. Tenía que incorporar su autoridad a mi r elato o ignorar lo que revelaban.

La razón principal por la que decidí no limitarme a comparar narrativas es que no quería ceder el derecho, como un observador externo, de juzgar l a veracidad de lo que estaba oyendo. El precio hubiera sido demasiado alto. Considérense todas las historias contradictorias que había oído sobre tres temas: conflictos por la tierra, participación en organizaciones clandestinas y responsabilidad por las muertes. Principalmente lo que yo estaba oyendo eran narrativas de victimización, a menudo las reclamaciones recíproca s en torno a la victimización que se hacen los enemigos mutuamente. Negarse a juzgar cuál historia era más digna de crédito significaría, en un lugar como Uspantán, conceder la misma credibilidad a un colaborador del ejército que a la viuda del hombre que éste había asesinado. Si los extranj eros tienen algún función constructiva a realizar en un lugar como el norte del El Quiché, s ólo podemos decidir cómo nos posicionamos si nos mantenemos a una distancia respetuosa de las hi storias sobre la victimización y sopesamos su credibilidad.

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Notas

{1} Bastos y Camus 1993:69.

{2} «Decidida a luchar por la justicia social, pero re nuente a sumarse a la guerrilla, eligió el camino más pacífico del activismo comunitario» ( Kasey Vannett, «Activist Fights to Preserve Indigenous Culture», Times of the Americas, 22 de enero de 1992, pág. 7). La misma transformac ión también es evidente en el relato de Rigoberta de 19 97 (Menchú et al. 1998).

{3} «Organization of the People in Arms: Indians in Gu atemala», Indigenous World, (San Francisco), 2 (2) (1983):4-5.

{4} Falla 1978 y Arias 1985.

{5} Este es un tema tabú que todavía tengo que ver bie n documentado. Sin embargo, Mario Roberto Morales (1994:87-88) describe dichas matanzas en su novela documental Señores bajo los árboles.

{6} Los otros miembros eran Raúl Molina, Rolando Casti llo Montalvo, Frank LaRue y Marta Gloria Torres (Menchú et al. 1998:299-302).

{7} «Hostigamiento a la RUOG», Diario El Gráfico, 13 de mayo de 1989, pág. 7. «Rigoberta Menchú, una persona que no merece el Premio Nobel», Prensa Libre, 22 de mayo de 1989, pág. 4, y «A Nobel Prize for an Indigenous Woman», Noticias de Guatemala, 165, junio de 1989, págs. 1-3.

{8} Amnistía Internacional 1987:136-148 y Simon 1987:2 09, 212.

{9} Bastos y Camus 1993:86.

{10} Burgos-Debray 1984:xvi, xix, 154.

{11} Para una referencia excepcional sobre los sentimie ntos divididos, que omite el tema de los vínculos de Rigoberta con la URNG, véase Bastos y C amus 1993:181-184 y 1995:32-36. Bastos y Camus detallan el desarrollo organizacional de las ramas clasista (URNG) y etnicista del movimiento maya, incluyendo los intentos periódicos para unifi carlos, aunque Stener Ekern (1997) proporciona un análisis más franco de las contradicciones invol ucradas. Para las diferentes formas de activismo lingüístico y cultural que persiguen los mayas, véase la colección de Edward Fisher y McKenna Brown (1996).

{12} Esta crónica de la conferencia se debe a Smith 199 2; Bastos y Camus 1993:95-97, 169-175; y Hale 1994.

{13} Según el relato de Rigoberta de 1997, el equipo de coordinación de la campaña estuvo formado por Rosalina Tuyuc de CONAVIGUA, el líder s indical Byron Morales de la Unión de Acción Social y Popular (UASP), el pastor kaqchikel Vitali no Similox del Concilio de Indígenas Evangélicos de Guatemala (CIEDEG), Arlena y Rolando Cabrera y la periodista Luz Méndez de la Vega (Menchú et al. 1998:320, 327).

{14} Golden 1992.

{15} Fundación Nobel, «Nobelstiftelsen: Statutes of the Nobel Foundation», Stockholm, 1988, pág. 1. Para una biografía de Nobel, véase Fant 199 3.

{16} Para una perspectiva diferente sobre la Madre Tere sa, véase Hitchens 1995.

{17} Un año después de la nominación de Rigoberta, el p remio fue para F.W. de Klerk y Nelson Mandela de Sudáfrica, a pesar de que diez mil perso nas habían muerto a causa de la violencia política desde que Klerk pusiera en libertad a Mand ela. Aun después del premio, los dos co-laureados se acusaban mutuamente de no hacer lo suf iciente para controlar a las diferentes fuerzas de seguridad y pandillas callejeras que controlaban . El premio de 1994 resultó más controvertido todavía. Fue para Yitzhak Rabin, primer ministro de Israel, y Yasir Arafat, presidente de la Organización para la Liberación de Palestina. Un mi embro del comité Nobel dimitió aduciendo que Arafat seguía defendiendo el terrorismo. En cuanto a Rabin, era el responsable de las acciones de las Fuerzas de Defensa Israelíes. A diferencia del acuerdo de paz sudafricano, que controló y redujo la violencia política, el acuerdo palestino- israelí se desintegró con nuevas olas de ataques y represalias. Bajo estas circunstancias, e s fácil imaginar a más de un laureado por la paz enjuiciado por las acciones de sus subordinados .

{18} Burgos-Debray 1984:136-137, 146-17, 232-233.

{19} Henrik Hovland, comunicaciones personales, 6 de en ero y 11 de junio de 1995.

{20} El periódico de la nación mohawk, Akwesasne Notes (Rooseveltown, N.Y.) cubrió extensamente este debate.

{21} Una rama del fraccionado Movimiento Indígena Ameri cano quería presentar a Leonard Peltier, un militante sentenciado a cadena perpetua por habe r matado a dos agentes federales, a pesar de las anomalías de la evidencia en su contra. Desde h acía años se había puesto en marcha una campaña para liberarlo y para Amnistía Internacional era un prisionero político. A cambio del apoyo de Rigoberta, los partidarios de Peltier aceptaron can celar su propia campaña para el Nobel.

{22} Diane Nelson, comunicación personal, agosto de 199 3.

Capítulo 16

La vida solitaria de una premio Nobel

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«Para existir en el orden social con el sentimiento de ser una persona buena, estable y socialmente correcta, un individuo necesita tener u na historia de vida coherente, aceptable y contantemente revisada.» –Charlotte Linde, 1993. {1}

Para mayor impacto, Rigoberta estaba en Guatemala c uando se anunció el premio de la paz. En vez del impredecible Quiché, sus organizadores y ella e ligieron lugares en los que la izquierda podía movilizar a los sindicatos, profesores y estudiante s para que reunieran multitudes. La noche anterior al anuncio, recibió un homenaje en San Ped ro Sacatepéquez, un próspero pueblo comercial maya en el departamento de San Marcos. A la mañana siguiente, el 16 de octubre, encabezó una marcha en la ciudad costera de Retalhuleu y dijo fr ente a una muchedumbre de campesinos que, años atrás, ella había cosechado allá café y algodón. Un día después, quince mil personas la recibían en la capital, en las ruinas prehispánicas de Kamin aljuyú.

El presidente Jorge Serrano Elías (1991-1993) no se sumó a las celebraciones. Eventualmente el palacio presidencial emitió una felicitación lacóni ca y Serrano la recibió en un encuentro gélido. Los sentimientos del gobierno fueron puestos de man ifiesto por el ministro de asuntos exteriores y un portavoz del ejército que dijeron que sus víncul os con los enemigos de Guatemala la debían haber descalificado como Nobel de la paz. Era ciert o que la guerrilla había rechazado las propuestas de cese al fuego del gobierno. A nivel o ficial, el entusiasmo fue exclusivo de otros gobiernos. Después del nombramiento, fue recibida p or Carlos Salinas de México, François Miterrand de Francia, Oscar Luigi Scalfaro de Italia, Felipe González de España, Boutros Boutros-Ghali de las Naciones Unidas y el Papa Juan Pablo II. {2}

En Guatemala era fácil oír reacciones hostiles por parte de los ladinos. Le sacaron tantos chistes racistas y de género que mi colega Diane Ne lson los coleccionó. Un día Rigoberta llega al cielo y llama a la puerta, «¡Eh, Jesús», dice San P edro, «ya llegaron las tortillas!». Contados indistintamente por mujeres e indígenas así como po r hombres ladinos, los chistes reflejan el desafío que la talla de Rigoberta supone para las n ormas de etnia y género de la sociedad guatemalteca, donde tanto las mujeres como las indí genas son ciudadanas de segunda clase. {3} «Que una indígena sea hoy la personalidad guatemalteca d e mayor relieve en el ámbito internacional», escribió Elisabeth Burgos, refiriéndose a las clase s altas guatemaltecas, «lo consideran como un hecho intolerable». {4}

Sin embargo, entre las damas de la sociedad hubo de claraciones de conversión provocados por el libro de Rigoberta. «Esto no puede seguir así», le dijeron a mi colega Helen Rivas. «Hemos cambiado». Haciendo caso omiso de las expresiones m alhumoradas de la administración Serrano, los demócrata cristianos que controlaban el congreso le dieron la bienvenida, aunque sólo fuera para apoyarse en un nuevo pilar de legitimidad. A pesar de algunas cartas de protesta, en general la prensa fue favorable, debido, en buena medida, a qu e los periodistas tenían sus propias quejas contra las fuerzas de seguridad. Que Rigoberta hubi era escapado a sus perseguidores y los hubiera denunciado mundialmente era algo que le otorgaba mu cho crédito. En Nebaj y Uspantán, quedé impresionado por el número de ladinos que expresaro n su simpatía por ella.

Luego de las ceremonias, Rigoberta se encontró en u na situación difícil, empeorada por el hecho de tratarse de algo que apenas podía reconocer. El retorno al país requería un proceso de transición mayor del que la mayor parte de sus admi radores se imaginaban. Hasta este momento ella había sido una exiliada revolucionaria que represen taba internacionalmente a los indígenas y los pobres de Guatemala. A pesar de estar etiquetada co mo líder indígena, no era muy conocida entre sus representados. Durante la campaña para el Nobel , el simple hecho de que el ejército se viera obligado a permitirle organizar mítines y ser recib ida por multitudes de la oposición, y que sólo fuera objeto de amenazas y sabotajes, era más impor tante que lo que decía. Ahora tendría que aprender a ser un personaje de la oposición dentro de Guatemala. Tendría que demostrar que en efecto representaba a las personas que las audienci as internacionales asumían que representaba. Puesto que hasta entonces no había llevado la paz a nadie, ésta era una laureada Nobel que se tenía que demostrar como líder.

Lo más difícil para Rigoberta fue el propio proceso de paz. Finalmente, las negociaciones entre el gobierno y la guerrilla habían comenzado en abri l de 1991. Pero no iban a ningún lado. Ninguna de las partes estaba dispuesta a ceder, y eso dejab a a la laureada balanceándose entre sus antiguos patrocinadores de la Unión Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG), a los que no podía criticar, y una población cansada de la guerr a, cuyas esperanzas de paz supuestamente representaba. Incapaz de defender a la guerrilla o cortar con ella, aceptada sólo a medias por las organizaciones mayas independientes y agasajada pri ncipalmente por las organizaciones populares pro URNG, estaba sola en su simbólica eminencia. To davía tenía que encontrar la manera de salir de las cortinas de humo y los espejos de un movimiento revolucionario derrotado. Estaba atrapada entre su pasado como militante revolucionaria y el papel representativo que ahora se esperaba que desempeñara en el proceso de paz; entre lo que ella había sido diez años atrás y lo que era ahora; entre la historia que contó en 1982 y la necesidad de revisarla.

Los indígenas reaccionan ante el premio

«Nunca hubiera pensado que alguien como nosotros pu diera alcanzar un honor tan alto. Ella es 'natural' y es mujer. Tienen que haber cambiado muc ho los tiempos para que una cosa de éstas esté pasando en Guatemala. Pero, ¿cómo sabe uno qué intenciones tiene la gente que anda detrás de ella?» –Una mujer k'iche', vendedora del mercado, octubre de 1992. {5}

Para 1992, la izquierda podía reunir en algunas áre as a miles de personas que eran muy conscientes de lo que representaba Rigoberta. He aq uí a alguien que había sufrido lo que ellos habían sufrido, que había dado a conocer en todo el mundo los secuestros y las masacres del ejército. No obstante, una gran mayoría de la pobla ción indígena seguía estando fuera del alcance de la izquierda. Si alguien en las organizaciones p opulares era consciente de cuán cuestionable era Me llamo Rigoberta Menchú, de lo contradictorias que eran algunas de sus afir maciones con las experiencias devastadoras de su aldea y de muchas o tras aldeas, debían preguntarse cómo sería recibida.

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Por lo menos ahora su nombre era conocido. A los in dígenas les impresionaba que un miembro de su raza hubiera alcanzado un honor tan grande. Pero siendo escépticos hacia cualquiera que hubiera participado con el ejército o la guerrilla, tenían preguntas. Un colega que hacía trabajo de campo en Huehuetenango incluyó a la nueva laureada en sus entrevistas, y descubrió que la respuesta más frecuente era: «¿Puedes hablarme de ella?». Paul Ko brak me dijo que «para mucha gente parecía salida de la nada. Estaban desinformados, pero genu inamente interesados». Preguntaban: «¿Es cierto que tuvo que ver con la guerrilla?». Cuando les con firmó que sí, no todos los huehuetecos la condenaron. Un ex soldado dijo que a él no le impor taba puesto que si el ejército hubiera matado a su familia, él también se habría ido con la guerril la.

En Nebaj, durante las fiestas patronales, los maest ros organizaron un desfile histórico en que sus alumnos participaban vestidos de antiguos mayas , de conquistadores españoles y demás. Cerrando el cortejo había una niña vestida de k'iche', con u na bandera que decía: «1992. Año de los Pueblos Indígenas. Rigoberta Menchú Premio Nobel de la Paz» . Tal vez no parece gran cosa que Rigoberta estuviera incluida en el desfile, salvo que se trat aba de una marcha cívico-militar obligatoria en la que también participaba el destacamento militar. A pesar de que muchos ixiles se sentían orgullosos de Rigoberta, ésta no fue la única reacc ión. «El Nobel es un tema muy discutido», justificaba un promotor de desarrollo. «Hay mucha m anipulación, por eso la gente no tiene confianza en lo que dicen ni a favor ni en contra d e ella. Todavía no se sabe».

En un mitin organizado por el ejército, las patrull as civiles gritaron: «Rigoberta es una guerrillera» «¡Si viene, hay que sacarla!» «¡Querem os paz!» y «¡Si la guerrilla no entrega las armas, queremos más armas!». Un activista cultural de Nebaj dijo: «Las personas conocedoras piensan que Rigoberta Menchú no se merecía el premi o, porque ella está ligada a la subversión». «No estoy seguro de que realmente se lo mereciera, porque no ha hecho nada concreto por la paz», me dijo un evangélico. «Quien sí se lo merecía era Ríos Montt, porque él trajo la paz», refiriéndose a la convicción de muchos ixiles de qu e pueden agradecerle por detener las masacres del ejército. «Fue con ellos por aquí, por allá», d ijo un ex patrullero, trazando con su dedo un círculo que abarcaba la zona de operaciones mientra s hacía como que apretaba un gatillo. «Tiene que pedir perdón». «¿Perdón?», pregunté, no estando seguro de haber entendido bien. «Por haber caído en el engaño, por su familia y su pueblo. Aho ra están todos juntos, todas las familias, pero tiene que pedir perdón».

Que la desconfianza hacia Rigoberta era más profund a que el miedo al ejército lo sugiere la reacción de Santiago Atitlán, un pueblo tz'utujil m aya que, después de cientos de muertes y desapariciones, se enfrentó al ejército como nadie más lo ha hecho en Guatemala. La noche del 1 de diciembre de 1990, unos soldados borrachos disparar on a un hombre que protegía de ellos a su hija. Los vecinos se dirigieron a la iglesia católica, do blaron las campanas y sublevaron al pueblo. Miles de hombres y muchachos se reunieron en la pla za y fueron al destacamento militar armados con palos y machetes. El ejército abrió fuego, mató a t rece personas e hirió a más de cuarenta. Las protestas resultantes obligaron al ejército a retir ar su destacamento. Ahora los atitecos eran un símbolo nacional de resistencia, pero también pidie ron a la guerrilla que se mantuviera alejada de ellos. Cuando Rigoberta proyectaba dar una conferen cia en Santiago en 1993, el consejo municipal la rechazó aduciendo que no habían sido consultados . «Quién es ella». «¿Por qué viene aquí?», preguntaron los atitecos. «No sabemos qué nos va a traer». En su conciencia todavía no había espacio para incluir a una héroe maya creada en la arena nacional e internacional.

Sobreviviendo al proceso de paz

«Pienso que a la firma de la paz no habría que pone rle fecha.»

–Rigoberta Menchú, 1993. {6}

En 1993 dos crisis políticas pusieron punto final a la luna de miel de Rigoberta con el Nobel y dejaron la impresión de que todavía estaba colabora ndo con la guerrilla. En la primera, Serrano Elías suspendió la constitución para impedir que su s oponentes denunciaran su gula de enriquecimiento ilícito. La confianza en el sistema político ya era escasa después de su predecesor cristiano demócrata, Vinicio Cerezo, que convirtió la tan calurosamente acogida restauración de la democracia en un foso de corrupc ión. La desilusión provocada por Serrano fue aún mayor, ya que éste había sido elegido por votan tes ávidos de un gobernante recto que confiaron en sus credenciales como líder de una iglesia evang élica. Al principio parecía que el ejército apoyaba al llamado «Serranazo», dando la impresión de un golpe militar. Sin embargo, parte de los mandos oficiales se opuso al golpe, así como parte de las clases altas, y la comunidad internacional lo condenó de inmediato. Días después el ejército obligó a Serrano a exiliarse, dejando a sus espaldas una crisis constitucional qu e acabó cuando el congreso eligió al Procurador de los Derechos Humanos, Ramiro de León Carpio, com o nuevo presidente (1993-1996).

Aquel día de mayo en que Serrano suspendió la const itución, Rigoberta estaba moderando una reunión de líderes indígenas de otros países. Puest o que existía la posibilidad de que hubiera detenciones y asesinatos, ella dedicó el primer día del golpe a recorrer las embajadas para obtener protección diplomática para sus invitados. Después se sumó a otros líderes de las organizaciones populares en una manifestación en la calle. Cumpliendo las expectativas creadas por su libro, salió a defender la democracia. Según el principal semanario del país, su valor la convirtió en «la líder que aún no era dentro de su propio país». {7}

Entonces, algo salió mal. Junto con las organizacio nes populares partidarias de la URNG, Rigoberta tomó una dirección que parecía trazada po r los comandantes en México. Estaba en juego la Instancia Nacional de Consenso (INC), un comité de elites civiles que se formó en defensa de la constitución e impidió que el vicepresidente de Ser rano lo sucediera en el poder. Cometiendo un error, Rigoberta decidió que unirse a la INC era de masiado comprometedor. En vez de ello, repitió la postura de la URNG en cuanto a que la suspensión de la constitución era un golpe militar, a pesar de que era cada vez más evidente que militare s disidentes se habían pronunciado en contra del golpe. {8} Al oponerse a lo que habría de convertirse en un f ructífero acuerdo negociado, acabó

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dando la impresión de ser la representante de los e xiliados revolucionarios y no una figura política por cuenta propia.

A principios de 1994, otra crisis enturbió la reput ación de Rigoberta como campeona de los derechos humanos. Ser consistente hacia los gobiern os y sus errores, independientemente de las necesidades políticas propias, resulta difícil para cualquier personaje. Meses antes, Rigoberta había dado que hablar por aceptar una condecoración de Fidel Castro, a pesar de su largo historial de represión de disidentes. Pero fueron mayas como ella, que vivían al otro lado de la frontera con México, los que la pusieron en apuros. Cuando a ceptó el Nobel, Rigoberta anunció que no llevaría la medalla a su país hasta que no hubiera paz en Guatemala. En vez de ello, lo confió al Museo del Sol, en el sitio de un templo azteca de l a Ciudad de México, en agradecimiento por el apoyo que durante tantos años le habían brindado el gobierno y el pueblo mexicano, que también habían dado asilo a los líderes de la URNG y a mile s de refugiados guatemaltecos.

Un año mas tarde, un levantamiento en el estado de Chiapas obligó a Rigoberta a tomar partido en la política doméstica de su benefactor. Rebeldes mayas pertenecientes a un recién proclamado Ejército Zapatista de Liberación Nacional ocuparon repentinamente varios pueblos y atacaron al ejército mexicano. Cientos de observadores de los d erechos humanos llegaron a la carga, obligando al ejército a aceptar un cese al fuego en vez de re sponder con todas sus fuerzas. La rebelión era el resultado de una historia de abusos oficiales co n los que Rigoberta estaba familiarizada debido a su amistad con el obispo que los había denunciado durante años, Samuel Ruiz. En lugar de sumarse a las condenas, Rigoberta decidió no pronunciar nin gún comentario hasta que el gobierno mexicano presentara un informe. {9} Resultó ser un gran contraste con sus duras crític as habituales hacia las autoridades guatemaltecas, y los zapatistas cancela ron una invitación para que actuara como mediadora. {10}

En el fondo, el dilema de Rigoberta era el proceso de paz que supuestamente representaba. Su premio Nobel anunció al gobierno y al ejército que su reputación internacional dependía de abrir espacios políticos a la oposición democrática. Pero la propia Rigoberta sólo era una espectadora en las conversaciones de paz. Se veía a si misma co mo mediadora, pero para serlo hubiera tenido que reconocer y trascender su propia historia en la URNG. Alternativamente, podía haberse convertido en un miembro valioso de la delegación r ebelde, pero esto nunca surgió como una posibilidad por razones significativas. Su evolució n hacia el Nobel había exigido que negara su conexión con la URNG. Además ella resentía que la o rganización estuviera controlada por ladinos. Aunque estos sentimientos todavía no eran públicos, probablemente la convertían en persona indigna de confianza a ojos de los comandantes. En 1994 Rig oberta apoyó la reivindicación del Movimiento Maya de incluir a un tercer actor en las conversaci ones, pero ni el gobierno ni la URNG, ni los mediadores de la ONU que participaban en las conver saciones, lo consideraban viable. En vez de ello, las organizaciones mayas fueron canalizadas h acia una Asamblea de Sectores Civiles que representaba un nivel inferior del proceso de paz. Rigoberta se negó a participar.

Incapaz de aclarar una asociación que habitualmente negaba, la postura de Rigoberta se aproximaba demasiado a la demanda urrenegetista de «paz con justicia», la estrategia de prolongar la guerra hasta que ganara concesiones improbables. En 1993-1994 cuando, por razones cada vez más oscuras, era evidente que las negociaciones no logr aban avanzar, la ausencia de premura por parte de Rigoberta sugería que para ella, así como para a mbos bandos, la guerra se había convertido en una forma de vida. Se volvió un blanco fácil para l os comentarios de quienes desconfiaban de su pasado revolucionario. ¿Estaba tratando de frustrar las expectativas ya que, en contra de los deseos de la mayoría de los guatemaltecos, apoyaba la actitud de la URNG hacia las negociaciones? Cuando la guerrilla rechazó las propuestas de cese al fuego del ejército, las reacciones herméticas de la premio Nobel sugirieron que ella e staba de acuerdo o, por lo menos, que temía criticarlos.

«Yo pienso que es un error ponerle fecha al proceso porque tiene muchas complicaciones», explicó Rigoberta en julio de 1994. Una razón era q ue el proceso era secreto, otra que seguía excluyendo a los mayas. «Ha sido difícil para cualq uier ciudadano influir en la mesa de negociaciones», añadió. La guerra «es un lucro y un negocio que ha dado tarea a una gran cantidad de gente frustrada». El mediador oficial la había i nvitado a tener mayor participación en el diálogo, pero «yo he querido jugar un papel más dis creto» porque las partes involucradas han decidido la agenda «muy cerradamente y yo lo respet o porque soy una ciudadana común de Guatemala». También observó que el Grupo de los Países Amigos – Estados Unidos, Noruega, España, México y Venezuela– «han tenido mucha dificultad» para segui r las negociaciones. {11}

Además de sus propios sentimientos divididos, tenía una razón convincente para negar sus vínculos con la guerrilla, a pesar de que éstos res ultaban evidentes en su curriculum vitae. La asociación era una lacra en su contra para gran par te del público guatemalteco, incluyendo a muchos de los indígenas a los que quería representa r. Con esto no se pretende negar que muchos guatemaltecos también tuvieran sentimientos favorab les hacia ella. Pero muchos de los que se solidarizaban con ella como víctima de la violencia también estaban hartos de la guerrilla, del desorden que causaba y de la excusas que daban al e jército para que aplicara sus medidas de seguridad. Mientras que las conversaciones de paz s e prolongaban año tras año, para los guatemaltecos era difícil saber a quién culpar, ya que ambos bandos tenían un sinfín de explicaciones acerca de por qué el otro era respons able de la última ruptura de negociaciones. La conclusión más segura era que ambas partes compartí an un interés en prolongar las hostilidades. La imagen de Rigoberta sufría con las paralizaciones. Al abstenerse de defender a la URNG, reiterando en su lugar mensajes sencillos sobre los derechos h umanos, trataba de distanciarse de ellos.

Rigoberta y los antropólogos

«Hay un desafío para quienes estudiaron a los indio s e hicieron de ello su profesión, su carrera, su dinero y su vida, y entonces en el mome nto que hablan los indígenas por si mismos, también esa carrera está de por medio. Yo s é que hay mucha gente que nunca nos va a querer, jamás va a aceptar que los indígenas hablen porque a medida que hablan viene el

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español y ya no son indios, dicen. Y eso es un poco lo que muchos irrespetuosos han dicho sobre mi persona también en los últimos tiempos. Es increíble la expresión racista de mucha gente que al principio cuando yo salí, conozco a mu chos antropólogos o sociólogos y no estoy en contra de la carrera, dijeron que yo era manipul ada por la izquierda porque se me había adoctrinado y que traía un cassette de la izquierda .» –Rigoberta Menchú, 26 de setiembre de 1992. {12}

Rigoberta ya estaba harta de los antropólogos. Si s us diferencias con Elisabeth Burgos eran una razón, indudablemente mi propia investigación sobre el pasado histórico de su testimonio era otra. Tuvo conocimiento de mi trabajo en abril de 1991, d espués de que mis primeras averiguaciones acerca de la muerte de su hermano Petrocinio salier on a la luz en las reuniones de la Asociación de Estudios Latinoamericanos (LASA, por sus siglas en inglés). Cómo sucedió esto es algo que merece una breve explicación. La historia de Rigobe rta de 1982 no es un testimonio bajo juramento, pero es un testimonio que pertenece al género «como lo cuenta...». Da a quienes no son escritores, que por lo general están excluidos de la producción literaria, la oportunidad de contar su vida con sus propias palabras. Entre los académicos lite rarios se debate en qué medida se pueden considerar auténticos los resultados, pero es un te ma muy delicado. Al igual que otros trabajos similares, el testimonio de Rigoberta se presenta c omo el relato de un testigo ocular y por ello quiere ser interpretado literalmente, lo que hace q ue cualquier sugerencia en su contra parezca un ataque ad hominem. {13}

Preocupado acerca de qué hacer con mis averiguacion es, consulté a una autoridad en testimonios llamada John Beverley. Beverley era un defensor del género, pero también parecía estar en contra de que fueran interpretados como interpretan la Bib lia los fundamentalistas. Quizá podía ayudarme a encauzar mis dudas acerca de Me llamo Rigoberta Menchú de un modo más solidario. Luego de un intercambio de borradores, me llamó y me preguntó s i podía citar el mío en una ponencia que iba a presentar en la próxima reunión de la Asociación de Estudios Latinoamericanos. Hasta entonces yo había expuesto mi argumento una sola vez, en una co nferencia en Berkeley el otoño anterior, y no tenía interés en publicarlo. Pero no queriendo cens urar el flujo de información, tras sólo un instante de duda, le contesté: ¿Por qué no?

La sala de un hotel y centro de convenciones próxim o a Washington DC estaba llena de catedráticos de literatura. Entré discretamente jus to en el momento en que Beverley comenzaba a hablar. No era éste mi campo en el mundo académico; el nivel de abstracción me sobrepasaba. De pronto Beverley bajó de las alturas y soltó su bomb a, mi infortunado descubrimiento acerca de la muerte de Petrocinio. Gritos sofocados de asombro y «noes» escaparon de la audiencia. Mientras tanto, quién estaba disertando ampliamente ante una audiencia en el piso inferior sino la propia héroe, que a menudo era huésped de honor en estos e ventos. Puesto que no tenía intención de hacer declaraciones, me hallaba en un callejón sin salida . Puesto que llegaría a oídos de Rigoberta que en otro piso un antropólogo estaba hablando mal de ella, no tuve otra alternativa mas que entregarle una copia de la ponencia de doce páginas que había citado Beverley. Cuando alcancé a Rigoberta en un pasillo, fue difícil intercambiar m ás de un par de frases sin ser interrumpidos por algún simpatizante. Pero logré darle una copia, además de explicarle de palabra que los chajules me estaban dando una versión diferente de la muerte de su hermano. Rigoberta estuvo cordial, pero recuerdo que dijo que así como yo ten ía mi trabajo ella tenía el suyo, lo que yo interpreté como una sugerencia educada para que no interfiriera en él. Si la gente de Chajul estaba colaborando con el ejército, añadió, ¿qué ra zón tenía yo para creer lo que decían?

Después de LASA, mi siguiente encuentro con Rigober ta surgió en una conferencia de prensa en la Ciudad de Guatemala en julio de 1992, pocos meses a ntes de que recibiera el Nobel. Cuando me presenté y le hice una pregunta, me reconoció del a ño anterior. Más tarde, salió a un balcón y bromeó con un grupo de seguidores en la calle. Reco nociéndome de nuevo, dijo a la multitud: «Mucha gente, muchos antropólogos nos han estudiado mucho, y han hecho mucho dinero por nosotros. Pero no les gusta cuando nosotros hablamos. Algunos son hon rados, pero vamos a ver quiénes». Casi al mismo tiempo, un colega tuvo ocasión de preguntarle qué o pinaba de mi ponencia sobre la muerte de su hermano. Respondió que era racista. «Los blancos ll evan quinientos años escribiendo nuestra historia, y ningún antropólogo blanco va a decirme lo que he experimentado en mi propia carne».

Al igual que muchos personajes políticos que deben transitar entre verdades y mentiras, hace años que Rigoberta evita las preguntas comprometedo ras de los periodistas. Yo había oído decir que ahora estaba a la defensiva con respecto a su testi monio de 1982, al extremo de que no quería hablar de ella. También supe que desconfiaba de cua lquier miembro de su personal que tomara notas, como si éstas pudieran ser utilizadas en su contra. En junio de 1994, un académico sueco se sorprendió por la actitud hostil con que ella lo re cibió. Jan Lundius es un historiador, especializado en la religión popular del Caribe, qu e quería entrevistar a Rigoberta sobre la relación entre la tradición maya y el catolicismo. La conoció en la Fundación Vicente Menchú de la capital de Guatemala, por medio de un científico so cial guatemalteco que los presentó.

Las primeras palabras de Rigoberta fueron: «¿Qué qu iere de nosotros?». Tomado por sorpresa, Lundius pasó a decirle cuánto le había gustado su t estimonio, sus dimensiones religiosas y su capacidad de hacer mella en una audiencia tan vasta . Añadió que no era antropólogo y que quería platicar con ella. «Lo más sagrado es el pensamient o, la manera de ser de una gente», respondió Rigoberta, «Nuestra gente vive con su manera de ser , y es mi convicción que la gente no tiene que estudiar otra gente. Mucho menos, los indígenas no pueden ser objetos de estudio, porque eso no contribuye a nada». Lundius reiteró su deseo de pla ticar con ella. «El mundo está en deterioro», replicó Rigoberta. «Esos son tiempos de mucho cambi o. Hay que poner las cosas que son sagradas aparte y luchar para una nueva ética. No solamente ley y poder... Va a estar muy difícil estudiar nuestra religión. Ustedes nunca van a entender la r eligión maya. Todo ese tipo de trabajo merece una nueva relación. Nuestro pueblo vive con más cau tela que antes. Antes estuvimos más abiertos. La razón es porque... de imposición unilateral. Cad a vez nuestro pueblo tiene más y más conciencia de eso y por ello estamos reclamando una nueva étic a. Nosotros siempre hemos sido definidos por

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otra gente. Los libros nos definen. La política nos define... No podemos negar que la investigación nos ha hecho mucho daño».

A partir de aquí, Rigoberta se centró en la necesid ad de apoyo práctico para su pueblo, por medio de los proyectos de la Fundación Vicente Menc hú que había fundado con el dinero del Nobel. «No está interesada en dialogar con los científicos », me dijo Lundius cinco meses más tarde. «Resulta unilateral y se asemeja a una violación. N o quiere ser estudiada, lo que quiere es apoyo político y económico. Me trató como si fuera un vam piro académico. Fue muy incómodo». Para redimirse, elogió a Rigoberta como portavoz de la p oblación maya, tal como lo ilustra su discurso de aceptación del Nobel.

«Soy una persona que aprendí a ser integral», esto lo repitió varias veces. Es necesario que una relación sea respetuosa. Uno tiene que entender que la fe de una persona, su religión, es la misma cosa que su lucha por su vida. La confianza c uesta mucho ganársela. Uno tiene que entender que mucha gente perdió su palabra. Yo creo mucho en la capacidad [¿de los indígenas?] Los que nos estudian tienen que recoger respeto, entre nosotros existen valores milenarios, y esto se entiende poco. La integridad es esencial en nuestra lucha, e s una parte de los derechos de los pueblos indígenas, es una parte de la declaración universal de todos los pueblos del mundo. Cada diálogo tiene sus límites. No es justo interpretar a la gen te. Yo llego como una hermana, yo tengo más derecho que un antropólogo. No hay un conflicto mas doloroso que el sufrimiento de nosotros, ni siquiera un conflicto tan moderno, tan grande, como la caída del muro [de Berlín] en Europa. Un conflicto como ese no es tan grande como el proceso guatemalteco. Creo que el derecho individual es suficiente para el respeto ajeno...

«Otro tipo de comprensión tiene que empezar en otro camino. Nosotros necesitamos relaciones totalmente distintas. Usted puede decir que la reli gión de Rigoberta Menchú es que uno tiene que soñar con el futuro, y no hablar de la religión. Us tedes tienen una deuda moral con nuestra gente. Y nosotros podemos convivir, pero específicamente e n Guatemala, queda muy clara nuestra incapacidad de participar en un diálogo de esta nat uraleza. Tengo muchas dudas con las investigaciones. Usted tiene que entender que yo, R igoberta, soy el objeto de estudios. La política [de estudios] no puede ser tan irresponsab les como lo ha sido antes. Queremos la paz, y necesitamos una cuota de tolerancia. Ahora cuando s e termina la guerra, se queda de nosotros para crear algo nuevo . Y quiero decir que la religión n o es nuestro problema, porque para mí la fe es un acto de modestia frente al mundo. Muchas veces e s una impunidad. Puede usted escribirlo. Para mí, para Rigoberta Menchú, la fe es mi modestia fre nte al mundo.» {14}

Puesto que en aquel tiempo Lundius era consultor de la ONU, es posible que Rigoberta se sintiera obligada a recibirlo. Pero él no sabía nad a de mi investigación (nos conocimos más tarde en Nueva York) y la veracidad de su testimonio nunc a se presentó como tema, por lo menos en la mente de él. «Mi impresión es que se trata de una p ersona muy herida», me dijo Lundius, «particularmente cuando dijo que 'Yo, Rigoberta Men chú, soy el objeto de estudios' estaba reaccionado en contra de esto, estaba a la defensiv a. Habla como si estuviera defendiendo a su pueblo, pero es fácil suponer que está reflejando u n trauma muy personal. Este «nosotros» que ella asume lleva a conclusiones erróneas. Difiere tanto de las personas que conozco cuando salgo al campo, que están llenas de curiosidad acerca de sus raíces y quieren comunicarse con los extranjeros. Mi impresión es que hizo Me llamo Rigoberta Menchú cuando era demasiado joven. Ellos la tuvieron muy joven y ahora está madurando. Pero ahora es un enorme símbolo público que ya no puede ser ella misma, puesto que no se puede escapa r del «nosotros» que se vio obligada a asumir y que todavía la tiene atrapada. Sospecho que Rigober ta no reacciona como una persona sino como el símbolo de un movimiento, y que teme revelarse como persona».

Notas

{1} Linde 1993:3, tal como se cita en Frank 1995.

{2} Juan Luis Font, «El galardón se va al exilio», Crónica, 23 de octubre de 1982, págs. 23-24; Golden 1992; «Support of the International Communit y for the Nobel Prize», Noticias de Guatemala, diciembre 1992, págs. 9-11; y David Loeb, «Rigobert a Menchú Wins Nobel Peace Prize», Report on Guatemala (Oakland, Calif.), Winter 1992, págs. 2-3, 14.

{3} Nelson 1993. Chiste citado en Tobar 1994:29.

{4} Burgos 1992.

{5} Font, «El galardón se va al exilio», pág. 23.

{6} Gregorio De Broi, «Nuevo sol» (entrevista con Rigo berta Menchú), Pensamiento Propio, marzo 1993, págs. 21-22.

{7} Evelyn Blanck, «Entrevista con Rigoberta Menchú: ' Con la crisis, todos aprendimos algo'», Crónica, 11 junio 1993, pág. 30.

{8} Lionel Toriello, uno de los fundadores del INC, pu blicó una descripción mordaz de una reunión con Rigoberta y sus asesores en la que apar entemente estaban recibiendo instrucciones por teléfono desde México («La noche que 'enloquecí'» , Siglo Veintiuno, 13 junio 1993, págs. 1-4, sección Opinión). Menchú y las organizaciones popul ares querían que el congreso dimitiera y fuera sustituido por una asamblea constituyente que redac tara una nueva constitución (Haroldo Shetemul et al., «La caída de un dictador de papel», Crónica, 4 junio 1993, págs. 16-22).

{9} «La Nobel no ve, a veces», Siglo Veintiuno, 13 enero 1994, pág. 10.

{10} En defensa de Rigoberta, criticar al gobierno mexi cano podía haber afectado a los muchos refugiados guatemaltecos que dependían de su buena voluntad. La rebelión Zapatista puso a toda la URNG en una posición delicada ya que el gobierno me xicano había tolerado durante muchos años que utilizaran Chiapas como base logística («Obispo y N obel de la paz mediarán en enfrentamiento armado mexicano»; Prensa Libre, 10 enero 1994, pág. 4, y «¡Guerra a muerte piden c ontra el EZLN!», El Regional, 21 enero 1994, pág. 18).

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{11} Oscar René Oliva, «Menchú duda de firma de la paz en diciembre», La República, 5 julio 1994, pág. 6.

{12} Menchú y el CUC 1992: entrevista con Bernardo Atxa ga.

{13} MacFarquhar 1996:46.

{14} Según las notas de Jan Lundius, sobre una entrevis ta el 13 junio de 1994. Los corchetes corresponden a vacíos en sus notas.

Capítulo 17

Rigoberta y la redención

«Aparentemente, el dueto víctima-opresor forma en e ste momento la base de la moral global. Es como si los medios de información y los internac ionalistas necesitaran el prisma de estas dicotomías maniqueas para crear un contexto que les resulte creíble. Si no hay Bien y Mal, no vale la pena conocerlo. Un enfoque bastante teat ral de la vida.» –Richard Wilson, 1995. {1}

Yo no iba a dejar de investigar el contexto históri co del testimonio de Rigoberta, aunque ella estuviera harta de ser un objeto de estudios y aunq ue el mío le pareciera racista. Demostrar que otros mayas contradecían su testimonio no tenía nad a racista. Ni tampoco era racista señalar que, cuando la mayoría de los campesinos ya querían la p az, este testimonio ayudó a captar apoyo internacional para una insurgencia derrotada. Casi todos los lectores le darán la razón a Rigoberta cuando se queja del poder de las represen taciones y de quién suele llevar la voz cantante. ¿No va siendo hora de que los antropólogo s permitan a los indígenas hablar por ellos mismos? Definitivamente, sí. Pero, ¿quién decidió q ue era importante escuchar a Rigoberta en particular? ¿Quién decidió que los mayas que se opo nían a la guerrilla eran unos vendidos?

Afirmando que era testigo ocular, Rigoberta validó la idea de que sus vecinos estaban oprimidos por los insaciables finqueros y habían aceptado col ectivamente a la guerrilla. Esto no es lo que yo oí decir a los sobrevivientes, pero es lo que mu chos extranjeros querían oír. El resultado fue promover imágenes de derechos humanos que se ajusta ban a las necesidades del movimiento revolucionario, pero no dejaron espacio para sentim ientos contrarios entre los campesinos. Lo que yo me vi obligado a cuestionar fue a quién represen ta Me llamo Rigoberta Menchú : ¿al campesinado maya de donde procede la narradora, a las audiencia s extranjeras que la convirtieron en personaje internacional o al movimiento guerrillero que la en vió a hacer un llamado a estas audiencias?

Cuando en 1990 y 1991 expuse mis dudas acerca de Me llamo Rigoberta Menchú en pequeños círculos académicos, las reacciones estuvieron muy divididas . Algunos colegas quedaron fascinados, otros horrorizados. Rigoberta se había convertido en un i cono, una figura casi sagrada que no podía ser cuestionada sin que se levantara una amarga controv ersia. El tema de este capítulo plantea cómo es posible que un ser humano alcance una categoría de semi divinidad en las universidades norteamericanas, donde supuestamente se puede cuest ionar todo. Trato en primer lugar el dilema intelectual que se oculta tras la acusación de raci smo de Rigoberta. Luego enfoco los requisitos de las imágenes de la solidaridad, es decir el simb olismo necesario para persuadir a norteamericanos y europeos de que apoyen movimiento s de oposición de lugares distantes. Finalmente, sugiero por qué este mismo tipo de lógi ca se ha filtrado profundamente en el mundo académico, con el resultado de que se censuran cier to tipo de preguntas que hay que hacer. A mi juicio, la razón por la que ha ofendido tanto a alg unos académicos que se haya puesto en duda el relato de Rigoberta, es porque han caído involuntar iamente en el viejo juego de idealizar a los pueblos nativos para satisfacer sus propias necesid ades morales.

Identidad, autenticidad y el desván antropológico

«Las invenciones son precisamente la materia que fo rma la realidad cultural. ...La tarea analítica no se trata de descalificar la parte inve ntada de la cultura por su falta de autenticidad, sino de entender el proceso por el cu al ésta adquiere autenticidad.» –Allan Hanson, 1989. {2}

Me llamo Rigoberta Menchú es uno de los muchos trabajos que han captado una gran audiencia porque responde a las expectativas occidentales sob re los pueblos nativos. A diferencia de la mayoría de estos trabajos, ha sido narrado por la v oz de una indígena. Puesto que se tiende a considerar que indígenas y campesinos son unos rúst icos inocentes, es posible que ellos tengan que cautivar a su audiencia sólo para que les escuchen. Unicamente esto ya explicaría la exageración mítica en la que cae Rigoberta. En este sentido los antropólogos no están totalmente libres de culpa: aunque rebatimos las expectativas más tremen distas, nuestras investigaciones sobre cultura y tradición han fomentado nuevas formas de paternal ismo, como por ejemplo las ideas sobre lo que es típico o auténtico. El resultado es una actitud paternalista tanto hacia los indígenas que cumplen las expectativas como hacia los que no las cumplen. Dichas expectativas han sido internalizadas también por los propios indígenas, e specialmente por aquellos que van y vienen entre el medio rural y el urbano. Sintiéndose bajo presión porque tienen que ajustarse al concepto de autenticidad, se desprecian a si mismos por hace rlo y se desprecian a si mismos por no hacerlo. Pero pueden participar también en el juego de la au tenticidad. A pesar de lo harta que esté Rigoberta de los estereotipos, su testimonio de 198 2 fue una contribución a éstos, ya que recurre al monolingüismo, el analfabetismo y el rechazo a l a tecnología occidental para evocar una imagen de autenticidad. Nada de esto corresponde a los k'i che's que yo conocí, pero ha logrado que los lectores de Rigoberta definan a su pueblo de un mod o al que ella se opone ahora.

La influencia de las ideas preconcebidas acerca de los indígenas los pone tanto a ellos como a los académicos en una situación difícil. Por un lad o, los estereotipos falsean los debates sobre

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temas indígenas y, por lo tanto, deben ser cuestion ados. Por otro lado, los académicos han de respetar el derecho de los indígenas a representars e como ellos lo consideren conveniente. Si, al igual que el resto de la humanidad, les gusta divul gar leyendas sobre ellos mismos, ¿deberían abstenerse los antropólogos de confrontar imágenes que no dudarían en demoler si fueran propuestas por extraños? ¿Qué pasaría si los forjadores de mit os indígenas estuvieran atrapados en las agendas políticas de intereses externas que necesit aran ser cuestionados?

Los acertijos como éste abundan en el paisaje antro pológico. A medida que más nativos se trasladan a la ciudades, van a la escuela, se sient en discriminados y defienden sus derechos, han ido definiendo identidades étnicas y nacionalistas tal como han hecho anteriormente otras poblaciones subordinadas. Al igual que las primeras identidades nacionales modernas construidas por los ingleses, los franceses y los norteamerican os, la última ola de etnonacionalismo requiere esquemas míticos que se tienen que construir a part ir del material disponible, entre el que se incluye la antropología. Los antropólogos no sólo h an registrado conocimientos que de lo contrario hubieran muerto con los ancianos, sus tipologías ta mbién demuestran conocimientos que los activistas pueden utilizar para reclamar derechos l egales. La antropología se ha convertido en un desván en el que los pueblos indígenas pueden elegi r historias y clasificaciones para argumentar su importancia como grupo único.

Los antropólogos deberían alegrarse de que sus inve stigaciones sean útiles para las personas que estudian. Pero muchos están molestos porque la lógica de sus estudios se ha ido en sentido contrario. A medida que se mezcla la raza humana, l os antropólogos han dejado de «esencializar» a los individuos en términos de culturas particulares en lugares particulares. Los mayas que han emigrado a los Estados Unidos no han dejado de ser indígenas ni guatemaltecos sólo porque ellos y sus hijos se hayan convertido en estadounidenses. S u identidad es, en parte, una cuestión de elección y, en parte, lo que la sociedad les ha imp uesto. Pero ha sido construida, no dada, y está en constante cambio.

En la antropología los retratos de culturas apegada s a sus tradiciones ya no son muy convincentes. En vez de esto, los académicos están fascinados con la «invención de la tradición»; como por ejemplo, los cuadros ancestrales de los cl anes escoceses (inventados por un fabricante de telas a principios de 1800) o los rituales que rode an a la monarquía inglesa (muchos de los cuales han sido inventados recientemente). {3} La invención de la tradición incluye los propios c onceptos que utilizamos para percibir la etnicidad, como por ejemplo, el contraste entre blancos y negros. Ha habido también descubrimientos perturbadores ace rca de las tradiciones indígenas: algunos se originaron en los salones de los académicos del sig lo XIX. Justo cuando los activistas e intelectuales indígenas empezaron a confiar en las categorías legadas por una era anterior de la antropología, los antropólogos contemporáneos comen zaron a tirarlas por tierra. Lo que era «auténtico» resulta ser «inventado», o eso dice alg ún antropólogo arrogante, y los indígenas sienten que están siendo sometidos a una nueva form a de colonialismo. {4}

¿Qué pasaría si las mismas distinciones que yo esto y haciendo, entre lo que fue mitificado y lo que es verificable, o entre versiones locales opues tas de lo que sucedió, reflejaran una forma de pensar occidental que yo impongo a una gente que no hace esa diferencia? «La lógica para separar esferas, sea mito, historia, política, geografía o lo que sea», ha argumentado Alcida Ramos, «no está presente en los discursos indígenas en sí sino en nuestra necesidad de organizar el material etnográfico en categorías familiares para que tenga sentido según nuestros propios términos y los de nuestros lectores... La forma de pensar de los i ndígenas que se revela en lo que nosotros, no ellos, llamamos mitos, narrativas y demás, supone u n reto para la costumbre de clasificar en compartimentos que ha sido heredada de la antropolo gía junto con la premisa científica del racionalismo y el empiricismo occidentales». {5}

Jonathan Friedman se ha opuesto a «la vasta literat ura que desenmascara el pasado» producida por el objetivismo occidental. Si incluso la histor ia, tal como la entienden los occidentales, se basa en un modelo de cultura que guía cómo se const ruye, se puede decir entonces que «nuestro propio discurso académico es tan mítico como el de ellos... Cuando el antropólogo o el historiador occidental ataca el punto de vista hawaiano sobre s u propio pasado, esto se debe entender como una lucha por el monopolio de la identidad. ¿Quién pued e dar una versión adecuada de la Historia?.. Cuando el 'objeto' comience a definirse a si mismo, es posible que los antropólogos tengan que enfrentar una crisis de identidad». {6}

En un caso como el que describe Friedman, es posibl e que los antropólogos tengan que enfrentarse con una sólida falange de opinión indíg ena. Han entrado sin permiso en un terreno sagrado; se les acusa de ser enemigos de la cultura que juraron respetar. Pero, ¿qué pasa si los antropólogos se encuentran en medio de un debate en tre indígenas? En el caso de Rigoberta, lo que me contaron otros mayas planteó la cuestión de cómo se compara su testimonio con el de ellos, en qué medida habla en nombre de ellos y en qué medida representa las circunstancias que llevaron a tantas muertes. A pesar de que la mayoría de los ma yas con los que yo hablé trató con respeto el testimonio de Rigoberta, las opiniones acerca de su s implicaciones políticas estuvieron bastante divididas. Hasta ahora, donde más obvio es el carác ter incuestionable de Rigoberta ha sido entre las audiencias extranjeras. A continuación hablaré de las necesidades de estas audiencias.

Solidaridad y la necesidad de dualismo moral

«[ Me llamo Rigoberta Menchú ] es uno de los libros más conmovedores que he leíd o. Es el tipo de libro que siento que tengo que compartir, del qu e hablo a otros profesores para que lo usen en sus clases. Mis estudiantes se solidarizaro n inmediatamente con el relato de Menchú y querían saber más, involucrarse. Hicieron pregunt as sobre la cultura y la historia, sobre su propia posición en el mundo y sobre el fin y los métodos de la educación. Muchos vieron en la sociedad de los indígenas guatemaltecos unas características atractivas que a su juicio faltaba en sus vidas: vínculos familiares fu ertes, solidaridad comunitaria, una relación íntima con la naturaleza, compromiso con l as creencias propias y las de los demás.» –Un profesor estadounidense de literatura, 1990. {7}

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Derechos humanos es un discurso legal, pero lo que impulsa su aplicación en el mundo es la solidaridad, la identificación política con las víc timas, los disidentes y los movimientos de oposición. En la lucha contra el apartheid en Sudáf rica o a favor de un estado palestino o de la democracia en Europa oriental, los activistas europ eos y norteamericanos han presionado a sus gobiernos para que intervengan diplomáticamente. Ot ros movimientos de solidaridad, en defensa del Tíbet y de Timor Oriental, han tenido más visibilid ad que impacto. Latinoamérica ha inspirado un buen número de campañas de solidaridad en los Estad os Unidos y Europa: en apoyo de la izquierda chilena después del golpe de 1973, de los indígenas del Amazonas, de los movimientos revolucionarios de Centro América y de los rebeldes zapatistas en México. Gracias a los boletos aéreos económicos, la solidaridad puede traducirse muy pronto en nuevas formas de intervención extranjera. Cualquiera puede ir y venir y todos lo hacen. Bajo el auspicio de las organizaciones no gubernamentales, en las cuales delegan buena par te de sus responsabilidades las instituciones internacionales y los gobiernos nacionales, se está privatizando la ayuda internacional. En nombre de los derechos humanos, la ecología y otras causas importantes, extranjeros relativamente acomodados están interviniendo en conflictos locale s complejos.

Típicamente, para promover apoyo para un movimiento es preciso simplificarlo. El término «solidaridad» implica que se pasarán por alto ciert os problemas a fin de crear un frente común contra el mal mayor. A menos que una situación dist ante sea presentada como un melodrama, no es muy probable que los europeos y los norteamericanos se comprometan emocionalmente con ella. Si perciben demasiada ambigüedad, como por ejemplo un conflicto entre facciones igualmente sórdidas, la única respuesta es, como mucho, un cheque a nomb re de una agencia humanitaria. Lo que sí están más dispuestos a abrazar es una causa bien definida que tenga credibilidad moral y cuyas contradicciones permanezcan ocultas. En el caso de Guatemala, el ejército obviamente fue responsable de la mayoría de los asesinatos, pero l a guerrilla también tuvo su parte, y nunca estuvo claro qué sentía el pueblo. Al crear un sóli do vínculo entre los campesinos y la insurgencia, más sólido de como lo consideran mucho s campesinos, Me llamo Rigoberta Menchú convierte una experiencia tenebrosa en una cuestión de moral.

Las imágenes divulgadas por la solidaridad son inte ntos desesperados para llamar la atención de unas audiencias extranjeras cuyos gobiernos pueden tener un impacto. Para lograr el éxito, hay que superar un desinterés considerable, y cualquier éxi to se puede desvanecer rápidamente. Obsérvese Witness for Peace, la red ecuménica cristiana que e n los 80 envió norteamericanos a Nicaragua para que sirvieran de escudos humanos en las cooperativa s sandinistas que estaban siendo atacadas por contrarevolucionarios financiados por los Estados U nidos. Cuando terminaron las hostilidades formales, Witness perdió su imagen más espectacular . Fue mucho más difícil mantener el interés de los estadounidenses cuando su gobierno rechazó las peticiones de ayuda, el Fondo Monetario Internacional impuso políticas de austeridad y los nicaragüenses quedaron a merced de la miseria y la delincuencia común.

En el caso de Guatemala, la invisibilidad de la ayu da militar estadounidense se reflejó en un movimiento solidario más reducido que en Nicaragua y El Salvador. Guatemala sólo empezó a protagonizar titulares cuando entre las víctimas se identificaron estadounidenses. Fue este vacío lo que convirtió a Rigoberta en un personaje import ante. Sin embargo, ni siquiera ella tenía bastante caché. El Nobel es el premio más prestigio so del mundo, pero no todos los laureados reciben la misma atención. En Estados Unidos los me dios de información le dieron poca cobertura a su nominación, aunque en Europa fue mejor. El New Y ork Times no publicó ni una palabra cuando poco después del premio Rigoberta pasó una semana en Got ham.

Una de las funciones simplificadoras del discurso d e la solidaridad es que ofrece una sola agenda de lucha. Esto es algo en lo que trabajaron mucho las organizaciones guerrilleras guatemaltecas hasta que lo consiguieron con la Unió n Revolucionaria Nacional Guatemalteca. Validada por fuentes de información como Rigoberta, la gente de afuera podía confiar en que estaba apoyando un programa coherente y moralmente defendi ble. Perú y Colombia ilustran lo que sucede cuando no existe la ilusión de una plataforma única . En Perú, Sendero Luminoso no hizo ningún esfuerzo para ocultar sus acciones terroristas en c ontra de no combatientes. Una prometedora coalición electoral llamada Izquierda Unida se desi ntegró al no poder ponerse de acuerdo sobre cuál era el mal menor: Sendero Luminoso o el gobier no. En Colombia la guerrilla se dividió en facciones asesinas, socavando su reivindicación de ser una fuerza política representativa. {8} En consecuencia, los norteamericanos que se preocupan por estos países no han tenido un solo movimiento plausible, como los Sandinistas o la URN G, al que poder apoyar. En vez de ello, se enfrentan a una serie de conflictos multi aspectado s entre los gobiernos electos, las oposiciones socialdemócratas, los terroristas de izquierda, los terroristas de derecha y las mafias de narcotraficantes. Aunque en estos países la cifra d e muertos se ha aproximado a los niveles centroamericanos, poco se ha hecho en términos de s olidaridad organizada para cambiar la política de los Estados Unidos.

Las campañas de apoyo a los derechos indígenas plan tean sus propios problemas. Para que destaquen entre otras causas, se hace hincapié en e l aspecto exótico de la vida indígena. Esto tiene el inconveniente de que el apoyo internaciona l se ve condicionado por imágenes que no tienen mucho que ver con la vida real. Los indígenas mayas son el centro de la atracción que Guatemala despierta en los extranjeros. A través de las mujer es que siguen vistiendo su traje tradicional, se percibe fácilmente que la cultura maya es unitar ia, o lo sería si no fuera por los estragos del colonialismo. Además, se argumenta que los indígena s mayas son más nobles y bondadosos que los guatemaltecos no indígenas y que los extranjeros. E sto puede parecer una ilusión inocente, y probablemente algunos lectores negarán que se trata de una ilusión. Sin embargo, implica que el apoyo a los derechos indígenas puede depender de qu e los nativos vivan según nuestras expectativas. {9}

Para ilustrar este tema, comparemos el testimonio d e Rigoberta con otro trabajo notable que no ha sido tan popular, el diario de tres volúmenes de Ignacio Bizarro Ujpán, el seudónimo de un anciano maya tz'utujil del lago Atitlán. Animado po r el antropólogo James Sexton, para quien

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trabajaba Ignacio, en 1972 empezó escribir su vida cotidiana. Su informe, que abarca quince años de pensamientos y actividades, proporciona un retra to de la vida indígena muy diferente al de Rigoberta. Ignacio es un pequeño contratista de tra bajo y funcionario del partido político del ejército, aunque en esto último no ponga mucho entu siasmo. También le preocupa la guerrilla, las muertes cometidas por ambos bandos, los acontecimie ntos sobrenaturales y la envidia de sus vecinos. Aunque Ignacio es una persona educada, es un aprensivo crónico que lucha constantemente (al igual que muchos hombres mayas) contra su debil idad por el alcohol. A diferencia de Rigoberta, que elogia a su comunidad, Ignacio normalmente pres enta a la suya en términos de conflicto. {10}

En 1986 un crítico influenciado por la solidaridad se refirió a Ignacio como «una manifestación un tanto extraña de un indígena guatemalteco. Es un a pena que [James Sexton] no pudiera encontrar un indígena guatemalteco más interesante, o tal vez más típico, para que escribiera su historia de vida durante este periodo tan crítico». {11} Años después, un académico literario criticó la política de Ignacio pero admitió que el contraste c on Rigoberta podía representar «la conciencia real» de los indígenas en oposición con su «concien cia potencial». {12} Si los partidarios extranjeros de Rigoberta supieran que la mayoría de los campesinos no comparte su avanzada conciencia, ¿tendrían el mismo interés en apoyar su s derechos?

Si el movimiento de solidaridad con Centroamérica s urge de algún sector determinado de la sociedad norteamericana, ha de ser la izquierda cri stiana. Son muy evidentes las imágenes de sacrificio y redención social. Mi impresión es que en los Estados Unidos casi todos los activistas para Guatemala son anglos de clase media, más mujer es que hombres, y que por lo general tienen una buena educación. Comenzaron a descubrir Guatemala e n la universidad (en ese caso suelen tener de veinte a treinta años) o en una iglesia católica o protestante liberal (en ese caso suelen tener de cincuenta a sesenta años). Si los activistas no han visitado ya Guatemala, con frecuencia para estudiar español, proyectan hacerlo pronto, y mucho s se convierten en visitantes regulares que apoyan todo un abanico de proyectos humanitarios.

Se trata de un sector generoso de la sociedad estad ounidense. En los 90 pocos activistas para Guatemala manifestaban su apoyo a la lucha armada, aunque lo hubieran hecho durante las dictaduras militares de la década anterior. En vez de eso, usu almente se decían pacifistas. Cuando comencé a cuestionar las premisas de la solidaridad en mi lib ro Entre dos fuegos en los pueblos Ixiles de Guatemala, particularmente la idea de que la insurgencia habí a sido un movimiento con profundas raíces populares, el rechazo a mi argumento no fue debido al culto por la violencia revolucionaria. Más bien, contradije unas suposicio nes que habían sido elevadas a los altares durante los regímenes contrainsurgentes de las déca das anteriores, cuando los norteamericanos y los europeos crearon redes de solidaridad con la iz quierda centroamericana.

En este periodo, los asesinatos del ejército fueron tan masivos y requirieron por lo tanto una respuesta tan inmediata que resultaba difícil no ac eptar otras premisas del movimiento guerrillero. Si los campesinos no apoyaban a la gue rrilla, ¿por qué habría de matar a tantos el ejército? También parecía lógico que el movimiento guerrillero surgiera de las necesidades básicas de los campesinos. Todos esas muertes civiles no só lo certificaban que el ejército guatemalteco estaba cometiendo asesinatos masivos, también parec ían demostrar otras afirmaciones del movimiento guerrillero. Si la mayoría de los combatientes eran indígenas, la insurgencia tuvo que ser, entonces, un levantamiento popular. Tuvo que ser ta mbién el resultado inevitable de una opresión desencadenada exclusivamente por la estructura de p oder guatemalteca.

Mientras tanto, la política exterior de Ronald Reag an (1981-1989) revivió la guerra fría a expensas de los centroamericanos y alimentó los cri terios polarizados. La investigación académica en la región se politizó de tal manera que quienes se oponían a la política exterior de los EEUU no creían que fuera necesario disculparse por estar «comprometidos». Lo que requería una disculpa y un profundo examen de conciencia era contradecir públicamente a la izquierda centroamericana y a sus partidarios norteamericanos. Publicar informaci ón poco favorecedora sobre la lucha se consideraba prestar ayuda y apoyo a unos enemigos d e la humanidad comparables a los nazis. {13} Esto reforzó uno de los legados que la guerra de Vietnam dejó a los académicos estadounidenses: el miedo a ser asociados con la investigación contrain surgente, es decir, a descubrir algo que pudiera utilizarse en contra de los movimientos pop ulares.

Ahora que han disminuido los asesinatos políticos, a los académicos que estudian Guatemala les inquieta lo que sabemos pero se supone que no debem os decir. Todd Little-Siebold lo plantea en términos de quién es escuchado y quién no, de nuest ro miedo a traicionar la causa y que nos consideren unos vendidos o de que nuestros colegas nos rechacen. La fuerza y la debilidad del pensamiento solidario es su insistencia en el duali smo moral. Hablando de su propio caso (y también del mío), Diane Nelson ha descrito las fant asías utópicas acerca de los mayas, los campesinos y los revolucionarios que atraen a los e xtranjeros a Guatemala. Es como si saliéramos a buscar un espacio de inocencia en el que podemos al inearnos con el bien en contra del mal, sin tener que reconocer las complejidades morales que n os resultan tan familiares en nuestra propia sociedad. {14}

La búsqueda de sanaciones conduce a un colonialismo de imágenes a través de las cuales los activistas extranjeros reafirman nuestro sentido de l valor moral identificándonos con los pobres, pero no somos pragmáticos acerca de los obstáculos a superar. Eso sería demasiado comprometedor. En vez de ello, un punto de vista polarizado de Gua temala nos permite magnificar los males del colonialismo y el status quo, el potencial redentor de la protesta política y nuestra propia importancia en el desarrollo de un drama utópico. A sí es como un sentido de responsabilidad por el papel de los Estados Unidos en Guatemala puede dege nerar en una extraña expresión de Destino Manifiesto.

Los profesores de literatura salen en defensa de Ri goberta

La comunidad académica no está exenta de la necesid ad de una validación moral. La primera vez que expuse mis dudas acerca del testimonio de Rigob erta fue en Berkeley, en octubre de 1990. La Western Humanities Conference estaba dedicada al te ma de lo políticamente correcto. Fue en una

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reunión de académicos de izquierda, no de conservad ores que en seguida recurrían a la etiqueta «p.c.» para polemizar contra ellos. Por lo general, la conferencia se llevaba a cabo con un alto nivel de abstracción, para desilusión de Richard Be rnstein, el periodista del New York Times que asistía a la reunión. Dentro de poco, Bernstein iba a lanzar la primera crítica a la corrección política en los medios de información, pero no enco ntraba los ejemplos concretos que requiere el periodismo. Puesto que la mayoría de los presentes eran académicos experimentados, tenían la suficiente prudencia para no ser muy específicos ac erca de los problemas que estaban tratando.

Yo fui uno de los pocos que presentó un caso concre to. Por cosa del destino, el conferenciante que expuso su ponencia antes que yo nunca había est ado en Guatemala, creía fielmente en el retrato de Rigoberta sobre indígenas que vivían en armonía y ensalzó su libro como uno de los más significativos que había leído en su vida. Inmediat amente después, inicié mi ponencia hablando de la muerte de Petrocinio. Afirmé que la importancia real de dicha discrepancia era que muchos de nosotros queríamos privilegiar una voz que se amold aba a nuestras propias necesidades aunque fuera a cambio de malinterpretar la situación. Inevitable mente las implicaciones resultaron ser personales. Su reacción fue decir que yo estaba sig uiendo la línea propagandística del ejército. Dos antropólogos que tenían sus propias problemas c on la corrección política, Smadar Lavie y Susan Harding, tomaron la palabra. Me sugirieron varias c osas, pero también advirtieron a mi adversario de la censura ideológica. Puesto que la mayor parte de los asistentes a la conferencia se había ido a escuchar a expositores más destacados, sólo e staba presente una docena de personas. Cuando se corrió la voz de que finalmente había habido un enfrentamiento, Richard Bernstein quiso hablar conmigo, pero me excusé.

Preguntándome qué podía hacer, envié una copia de m i ponencia al académico literario John Beverley, que me pidió si la podía citar en la próx ima reunión de la Asociación de Estudios Latinoamericanos, con el resultado descrito en el c apitulo anterior. Semanas más tarde, a finales de abril de 1991, presenté una versión revisada a m i departamento de la Stanford University. También le entregué una copia a Fred Myers, el edit or de un boletín llamado Cultural Anthropology. Seis meses después, en marzo de 1992, Myers me llam ó, mostró interés y me sugirió que solicitara una cátedra de un año en el departamento que él dir igía en la New York University. Ese otoño me trasladé a la NYU. Me pidieron que diera una confer encia y decidí hablar de mis experiencias con el testimonio de Rigoberta. Casualmente, el departa mento la programó para un día antes de que se anunciara el premio de la paz de 1992. Como sabía q ue Rigoberta era una candidata fuerte, para anunciar la ponencia elegí un título poco revelador y después anuncié a mi audiencia que lo que iban a oír era confidencial. Dos días más tarde, un os periodistas que buscaban información sobre la recién laureada me llamaron, y nuevamente me neg ué a hacer declaraciones. Poco después también retiré el artículo que había enviado a Cultural Ant hropology.

Me preguntaba si negarme a hablar con los periodist as era una decisión correcta. ¿No sería esquizofrénico, quizá hasta malicioso y cobarde, ha blar ante grupos pequeños de las discrepancias que había encontrado y no hacerlo en un foro públic o? Mis opciones esencialmente se reducían a tres. En primer lugar, podía someterme a la autocen sura que impera en algunas facultades y escuelas de posgrado, acatar la autoridad de Rigobe rta y abordar sólo en términos muy abstractos las irregularidades que había descubierto o buscar otro tema de estudio. Según algunos de mis colegas esto sería lo mejor para mi carrera y la de Rigoberta. En segundo lugar, podía señalar las discrepancias. Unos cuantos colegas opinaban que es taba obligado a hacerlo, especialmente ahora que una persona que había inventado parte de su aut obiografía iba a recibir un premio Nobel. Sin embargo, ello habría perjudicado a un símbolo impor tante para la izquierda guatemalteca, para las conversaciones de paz y para el movimiento indígena . Yo también sabía que en un ambiente tan polarizado, cualquier crítica sobre la exactitud hi stórica de Me llamo Rigoberta Menchú sería interpretada como un sabotaje por parte de un agent e de la CIA o del ejército guatemalteco. En tercer lugar, podía seguir investigando el problema discretamente. Esto implicaría discutir mis averiguaciones con los colegas, pero eludir su publ icación.

Cuando Rigoberta recibió el Nobel, yo ya conocía la s líneas generales de lo que he expuesto aquí. Aunque seguía asumiendo que Vicente Menchú ha bía sido uno de los fundadores del CUC y todavía no había oído cómo había recibido a la guer rilla en Chimel. Puesto que aún no había hecho muchas entrevistas en Uspantán, esto era un buen ar gumento para permanecer callado hasta que pudiera hacerlas. Mirando retrospectivamente, ésta fue una buena decisión y no sólo porque yo no quisiera reducir la presión que suponía el Nobel pa ra el ejército guatemalteco. Si desencadenaba un escándalo, probablemente hubiera sido más difíci l recabar las versiones de los hechos que finalmente conseguí. Pero tomar el camino del medio también tenía un precio. Habiendo tratado ya el tema en tres ocasiones diferentes ante unas sete nta y cinco personas, había despertado una polémica que ahora rehusaba sacar a la luz pública. Peor aún, actuando a la ligera, había enviado varias copias de mi primera ponencia de 1990, sin e stipular que no se podían citar sin mi permiso. Desde entonces, las fotocopiadoras habían estado oc upadas.

Estaba en juego la veracidad del relato de Rigobert a de 1982 como testimonio, el género latinoamericano que ha llevado las historias de vid a de vendedoras del mercado, mineros y demás, a la literatura y el mundo académico, con sus propias palabras elocuentes. El de Rigoberta, que, como los demás, se debía al trabajo de grabación, t ranscripción y edición de un simpatizante, es el ejemplo más famoso. Todo el mundo concede que di chas historias reflejan puntos de vista personales; generalmente para los antropólogos no s uele ser un problema si son verdaderos o falsos. Lo más importante es lo que nos indican sob re la perspectiva del narrador. Pero los defensores de los testimonios quieren creer que son testimoniales, es decir, fuentes de información más o menos fiables. Esperan que Me llamo Rigoberta Menchú no sea, como uno de mis colegas luchó para definirlo, «una novela documenta l que se hace pasar por un documento de la vida real, elaborado para un fin determinado».

De los diferentes comentarios que han llegado a mis manos acerca de mi presentación de 1990, el primero fue el de John Beverley. Para prevenir a lo s colegas de que no asumieran que todo testimonio es irrebatiblemente cierto, publicó mis averiguaciones sobre la muerte de Petrocinio,

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en las cuales yo definía el relato de Rigoberta com o una «invención literaria» pero no como una «fabricación», puesto que, de hecho, el ejército ma tó a su hermano. Lamentablemente, Beverley subestimó la evidencia en contra de la versión de R igoberta, citándome incorrectamente en el sentido de que un informe de derechos humanos coinc idía con su relato, cuando en realidad ninguno coincidía. Concluía diciendo que aun si yo estaba d esilusionado con el testimonio de Rigoberta, no había otra fuente alternativa de autoridad más que «otros testimonios». {15} (A mi juicio, hay que dar más peso a las denuncias de 1980 citadas en el capítulo 5 que a una historia contada en París dos años después.)

El coautor de Beverley en el tema de testimonios, M arc Zimmerman, fue más lejos todavía y me acusó de inventar cargos perniciosos e infundados s obre Rigoberta. Para entender la postura de Zimmerman, debemos remontarnos a las reuniones de L ASA en 1991, en las que Beverley citó mis averiguaciones por vez primera. Zimmerman también e staba allí. Oponiéndose a la reacción principal de la sala –que mis investigaciones eran escandalos as e irrelevantes, siendo la verdad de la historia de Rigoberta un axioma de la era postmoder na– él dijo que era importante discutirlas.

Más tarde me acusaría de haberme ocultado cobardeme nte en el fondo de la sala, dejando que cayera sobre él todo el ardor de los postmodernos q ue, en aparente violación de sus principios, estaban decididos a interpretar literalmente Me llamo Rigoberta Menchú, o por lo menos no querían oír un relato contradictorio. De hecho, éste fue un enfrentamiento que decidí evitar. Después de todo lo dicho en la conferencia sobre lo políticame nte correcto, no era mi intención desafiar la veracidad de Rigoberta ante la Asociación de Estudi os Latinoamericanos. LASA no sólo había invitado a Rigoberta como huésped de honor, también había invitado al ex ministro de defensa guatemalteco, General Alejandro Gramajo, y la reuni ón estaba llena de periodistas. Si hubiera existido una razón importante para poner en entredi cho su relato de 1982, lo hubiera hecho yo personalmente, no a través de una tercera persona q ue me citó durante uno o dos minutos. Lo que yo consideraba el punto clave de la cuestión, el hecho de que unos intelectuales estuvieran utilizando el testimonio de Rigoberta para justific ar la continuidad de una guerra a expensas de campesinos que no la apoyaban, era algo que faltaba por completo en la presentación de Beverley.

Este era el tema central de mi ponencia de 1990, y no los detalles precisos acerca de la muerte de Petrocinio, los cuales para mí eran secundarios. Los académicos que respondieron a mi ponencia no estaban interesados en esta cuestión. Para ellos , lo más importante era que un antropólogo se había atrevido a desafiar la autoridad de Rigoberta , y esto les parecía ofensivo. {16} La razón se sugiere en la definición de Beverley de testimonio como una historia contada «por un narrador que también es el protagonista real o el testigo de los hechos que cuenta». Igualmente, un colega de Beverley llamado George Yúdice define testimonio co mo una «narración auténtica, contada por un testigo que é retrata su propia experiencia como ag ente (y no como representante) de una memoria y una identidad colectivas».

A juzgar por dichas definiciones, Me llamo Rigoberta Menchú no pertenece al género del cual es el ejemplo más famoso, puesto que no es, como prete nde, el relato de una testigo. En contraste con Elisabeth Burgos, que comprende la naturaleza creat iva de la narración oral y no considera hostiles mis preguntas acerca de Me llamo Rigoberta Menchú, Beverley y sus colegas han defendido el testimonio de forma que no permite cuestionar su veracidad. Aunque están dispuestos a revisar ciertos temas, si examinamos de cerca su concepto d el campesinado y de la violencia política, vemos que está tan vinculado a las nociones románti cas de autenticidad, colectividad, resistencia y revolución que no hay lugar para la evidencia con tradictoria. {17} Las reacciones corroboran el punto clave de mi ponencia de 1990: que tenemos una tendencia lamentable a idealizar las voces nativas que sirven a nuestras propias necesidades m orales y políticas, en oposición con otras que no sirven a estos fines. Aunque la desmitificación está de moda, está prohibido tocar a Rigoberta.

Identidades e iconos

«Los indígenas resultan muy versátiles... Las cuali dades no admirables de los indígenas hacen que los blancos se sientan bien con ellos mis mos. Las cualidades admirables de los indígenas hacen que los blancos se sientan mal con ellos mismos. Y, por ello, culturalmente hablando, es muy útil disponer de los indígenas.» – Richard White, 1996. {18}

¿Cómo es posible que unos sofisticados académicos l iterarios, a los que les gusta pensar que cuestionan todas las presunciones, se ofendieran ta nto con mis dudas acerca de Me llamo Rigoberta Menchú? En los sesenta, muchos académicos estadounidenses comenzaron a identificarse con los oprimidos para justificar sus carreras. En vez de e studiar «hacia abajo» en el orden social, como se hacía antes, íbamos a estudiar «hacia arriba», p or ejemplo, investigando las estructuras de poder. En los 80, las reacciones conservadoras marg inalizaron a la izquierda académica de la política nacional. En otras partes del mundo, se de sintegraban las alternativas socialistas al capitalismo. Un espacio en el que podíamos refugiar nos los académicos como yo era la crítica de la hegemonía capitalista. Pero mientras que deconstruí amos las formas de conocimiento occidental, muchos de nosotros seguíamos abrazando nuestras cau sas preferidas con más fervor del permitido por el culto imperante al escepticismo.

La mezcla resultante de hiperrelativismo y doctrina salió a la luz pública en el debate norteamericano sobre lo políticamente correcto. Has ta 1990, «políticamente correcto» era sólo una expresión irónica sobre lo fácil que resultaba ofen der a las sensibilidades de izquierdas. Raramente se escuchaba fuera de los muros universit arios. Luego, los conservadores vieron que las bromas eran sobre criterio ideológico, como lo demo straba la persecución ocasional de un estudiante o catedrático conservador, y empezaron a denunciar lo políticamente correcto como un amenaza a la libertad de expresión. Rigoberta fue u na más entre los muchos temas delicados del debate sobre multiculturalismo, el campo de batalla curricular sobre lo que deberían enseñar las humanidades y las ciencias sociales. Para los defen sores del multiculturalismo, éste representa un paso necesario para incorporar al currículum voces que han sido excluidas antes, particularmente las de mujeres, grupos étnicos subordinados, gays y lesbianas. Para los detractores del

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multiculturalismo, éste amenaza con fragmentar el s istema educativo y la sociedad estadounidense en bloques de identidad que ya no pueden definir lo que tienen en común.

En nombre del multiculturalismo Me llamo Rigoberta Menchú entró a formar parte de las listas de lecturas universitarias recomendadas. Puesto que el libro trata de campesinos, pueblos indígenas y mujeres muestra la intersección de clase, etnicidad y género, acompañada por fluidas discusiones de sincretismo religioso, identidad, conciencia y p rotesta. Esto no quiere decir que Me llamo Rigoberta Menchú sea un buen método para enseñar a los estudiantes los problemas cotidianos que enfrentan los campesinos guatemaltecos. Como me dij o un antropólogo que lo tachó de sus listas de lectura: «Lo que este libro no dice acaba eclipsand o lo que sí dice».

De todas maneras, Me llamo Rigoberta Menchú se puede enseñar críticamente a la vez que se pued e enseñar simpatéticamente, tal como lo sugiere la si guiente experiencia de un estudiante graduado: «Lo leímos en Macalester College, en St. Paul, que tiene fama de contar entre sus estudiantes con hijos de las elites del Tercer Mundo, incluyendo co roneles del ejército, dictadores, etcétera. Su libro estaba en las listas de lectura sobre feminis mo, antropología y multiculturismo, igual que la Biblia. Así que cuando Rigoberta apareció en nue stra clase de estudios de mujeres, nos impactó con su carisma. Los tres guatemaltecos de la clase comenzaron a llorar. Incluso las personas que no habían leído el libro sintieron su presencia. Er a tan pequeña, más pequeña de lo que habíamos imaginado. Puesto que el proyecto de la clase era e scribir nuestras propias historias de vida, lo que se dedujo fue lo fácil que era encubrir algo. Y o mentí cuando tuve que describir un episodio traumático de mi infancia».

Evidentemente, el profesor fomentaba una actitud cr ítica hacia una narrativa poderosa, uno de los grandes objetivos de la educación liberal. Sin embargo, al igual que cualquier movimiento intelectual, el multiculturalismo además de facilit ar nuevas preguntas; también dificulta otras. Para los críticos, el multiculturalismo se vuelve p roblemático en un punto indefinible en el cual el pluralismo obsoleto (al que nadie parece hacer o bjeciones) se convierte en política de identidad. Es decir, la creencia de que la mejor fo rma de participar en la vida política es como miembro de un grupo que se identifica en términos d e una historia de injusticias, que exige una compensación y que para hacer valer sus derechos ac usa a sus críticos de racismo, colonialismo o algún otro prejuicio.

Lo políticamente correcto, el multiculturalismo y l a política de identidad dan lugar a muchas cuestiones que no se pueden plantear aquí. Para nue stros fines, lo más importante es la preocupación subyacente con las víctimas, cuyas rec lamaciones proliferan y son utilizadas para reivindicar toda una gama de exigencias. Puesto que todo individuo tiene múltiples identidades y se puede considerar un privilegiado con respecto a otros que son menos afortunados, surge el dilema. ¿Exactamente quién es una víctima y quién n o lo es? ¿Quién merece una compensación? ¿A quién le toca hacer de opresor, o por lo menos paga r la factura? En cuanto un grupo se fusiona en términos de su condición de víctimas, otros lo hace n también, por solidaridad o como reacción, hasta que incluso los varones blancos terminan cons iderándose una minoría oprimida y se comportan como tal.

La cuestión no es si las víctimas merecen o no apoy o; se trata más bien de cómo definimos quiénes son, por qué son las víctimas, y qué habría que hacer después. Si todo el mundo dice ser víctima, ¿quién merece simpatía y quién no? Mientra s que algunos casos están bastante claros, otros no. No es muy raro que las personas sean al m ismo tiempo víctimas y victimarios, incluso en las aldeas de Guatemala, cosa que aprenden los acti vistas de derechos humanos cuando se ven en medio de pleitos por la tierra. {19} ¿Qué pasa si las víctimas se contradicen el testim onio unas a otras y caen en acusaciones mutuas? ¿Qué pasa si la s víctimas explican a medias por qué se convirtieron en víctimas, omitiendo cómo victimizar on a otros que ahora devuelven los golpes? Si una víctima afirma que representa a otras, ¿debería darse por sentado que es cierto?

Bajo la influencia del posmodernismo (que ha socava do la confianza en una sola versión de los hechos) y de la política de identidad (que exige qu e se acepte las reclamaciones de las víctimas), los académicos dudan cada vez más en desafiar ciert o tipo de retórica. No quieren ser acusados de «culpar a la víctima», acusación por excelencia, de múltiples aplicaciones, que, al igual que «racismo», ha sido muy efectiva para suprimir infor mación no deseada y sustituirla con teorización defensiva. {20} En el caso de Guatemala, yo no debía hablar de com o los campesinos contribuyen a su pobreza al tener familias grandes o de como la guer rilla desencadenó los asesinatos políticos en algunos lugares o de la falta de comunicación entre la izquierda y las personas que quiere representar. En una palabra, no podía poner en tela de juicio el reclamo de la izquierda de que habla en nombre de las víctimas.

Obviamente, no veo cómo los académicos pueden dejar de utilizar toda la evidencia que existe para evaluar las versiones contradictorias que tard e o temprano surgen en un estudio serio. Dadas las reclamaciones contradictorias de ser víctima, l a solidaridad con los oprimidos no sirve de refugio para la necesidad de justificar nuestros ju icios. Es inevitable el debate sobre las reclamaciones de ser víctima, sin embargo el discur so de la identidad parece desaconsejarlo, al menos el propuesto por los críticos del conocimient o occidental. Si el tipo de estudio empírico que el lector tiene en sus manos es inherentemente una forma de dominación, entonces los representantes de los oprimidos pueden rechazarlo p or racista u otro tipo de prejuicio. Estando ausentes de la discusión los verdaderos oprimidos, como suele suceder en la academia, la labor de definir los límites de la decencia en el debate rec ae en sus aliados de la clase media, como por ejemplo los profesores de literatura. La autoridad para hablar queda reducida a la pertenencia a un grupo oprimido o a la solidaridad con éste, limi tando lo que se puede decir a aquello que sea inofensivo. {21}

Volviendo con Rigoberta, ¿cómo es que se santifica a un personaje como ella y luego se extiende un manto de incuestionabilidad en torno a las presu nciones y discrepancias que la rodean? Una pista está en cómo se posiciona la narrativa de Rig oberta en contra de la civilización occidental, aunque se dirige a esta civilización en sus propios términos. Si bien hace referencias a la

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cosmología maya, Rigoberta busca las justificacione s religiosas en la Biblia. Después de condenar a los euroamericanos por siglos de malos tratos con tra los indígenas, se une a un movimiento revolucionario dirigido por estos. He aquí una muje r indígena radicalmente «otra» que se abre a la izquierda occidental, traduciendo lo exótico en com prensible y lo auténtico en política radical.

Muchos observadores han quedado impresionados por e l matiz religioso de las apariciones de Rigoberta en los Estados Unidos, especialmente cuan do se dan en grandes iglesias atestadas de partidarios. Obviamente, se trata de reuniones polí ticas con un objetivo que todo el mundo entiende, reunir apoyo para la izquierda guatemalte ca. Para una audiencia incómoda con sus privilegios de clase media y el papel jugado por lo s Estados Unidos en Guatemala, el testimonio de opresión de Rigoberta es análoga al de un predicado r que recuerda a sus fieles que son pecadores. Luego la historia de su encuentro con la izquierda, cuando aprende que no todos los extranjeros son seres diabólicos, permite que la audiencia se p onga de su parte y así pueden ser absueltos.

Lo que ocurre es una reconciliación de polos opuest os. Es la función de un icono tal como yo lo defino: un símbolo que resuelve contradicciones dol orosas trascendiéndolas con una imagen sanadora. La contradicción resuelta depende de las necesidades del espectador. Por ejemplo, la imagen de la Virgen María puede ayudar a las mujere s a reconciliar la diferencia entre cómo son honradas como madres y abusadas como esposas. La im agen de Rigoberta reconcilia contradicciones entre su pueblo y los de afuera, la tradición indíg ena y la revolución, lo que ellos quieren y lo que nosotros queremos. Para las audiencias blancas de clase media, figuras como Rigoberta, Martin Luther King Jr. y Nelson Mandela cubren la brecha e ntre privilegio y su opuesto. Crean identidad señalando a un enemigo común –el ejército guatemalt eco, la segregación, el apartheid– contra el cual privilegiados y no privilegiados pueden poners e en el mismo bando.

Dichas imágenes, casi sagradas en su carácter incue stionable, sean probablemente necesarias para poner en marcha cualquier movimiento. Las flaq uezas del ser humano particular que da vida a esta imagen pueden ser irrelevantes, al menos hasta cierto punto. Que Martin Luther King Jr. plagiara parte de su tesis doctoral no afecta a su visión de igualdad racial. Aunque Rigoberta inventara parte de su historia, muchos guatemalteco s seguirán considerándola como un retrato auténtico de su país. Si un icono es bueno o malo d epende de tu opinión de cómo es utilizado, es decir de los resultados prácticos de su aura de inc uestionabilidad. Sí es bueno que la historia de Rigoberta haga que sus lectores se preocupen por Gu atemala, no es bueno que su imagen tenga el efecto de crear una zona de exclusión en torno a la cual no se debaten temas que deberían ser discutidos. El aura de incuestionabilidad de un ico no es un arma de dos filos: Aunque une a la gente en torno a una causa común, también es posibl e que eluda cuestiones que necesitan ser planteadas, impida que se aprendan lecciones que se tienen que aprender y redunde en contra del movimiento que representa.

A diferencia de otros laureados Nobel que represent an a pueblos privados de sus derechos, tales como Nelson Mandela y Aung San Suu Kyi, Rigoberta n o era líder en su país antes de convertirse en un personaje internacional. De ahí su posición part icularmente ambigua, como representante de campesinos que en general habían vuelto la espalda a la revolución en cuyo nombre hablaba ella, si es que alguna vez habían llegado a apoyarla. No sól o para los escépticos como yo, también para los mayas que se familiarizaron con su historia esto pl anteaba la cuestión central: ¿en qué medida representaba a su pueblo y en qué medida representa ba a una agenda externa?

De hecho, Rigoberta era representante de su pueblo, pero oculto tras esto había un papel más militante, como representante del movimiento revolu cionario, y oculto tras esto había una posibilidad aún más perturbadora: que representaba a las audiencias cuyas presunciones acerca de los indígenas ella reflejaba de manera tan efectiva . Creo que por eso era indecente por mi parte cuestionar sus reclamos. Exponer las discrepancias de Rigoberta era exponer cómo sus partidarios habían utilizado subliminalmente su testimonio para cubrir sus propias contradicciones, en un caso durkheimiano de sociedad adorándose a si misma. Aqu í había una indígena que representaba al insondable otro, sin embargo hablaba un idioma de p rotesta con el que se podía identificar la izquierda occidental. Protegía a los simpatizantes de la guerrilla de saber que ésta era un sangriento fracaso. Su poder icónico ocultaba una c ostosa agenda política que, cuando su historia empezó a ser conocida, tenía más partidarios en las universidades que entre las personas a las que supuestamente representaba.

Sospecho que Rigoberta ha llegado a ser icónica por la misma razón que muchos de mis colegas decían que estudiaban la «resistencia». Según fui o yendo hablar de este término una y otra vez, empecé a pensar en Prometeo encadenado a una roca, eternamente atado, eternamente retador. La preocupación con la resistencia asumía el mismo tip o de figura de Prometeo, la imperecedera lucha occidental por los derechos individuales contra la opresión. Rigoberta era una figura de Prometeo que justificaba la proyección de nuestros propios i mpulsos de identidad a las situaciones que estudiamos. {22}

En este punto, las necesidades de identidad de los partidarios académicos de Rigoberta se juntan con la debilidad de las leyes de evidencia d e la tendencia postmoderna. Siguiendo el pensamiento de teóricos literarios como Edward Said y Gayatri Spivak, los antropólogos han tomado mucho interés en las cuestiones de narrativa, voz y representación, especialmente en el problema de cómo deformamos voces diferentes a las nuestras. Como reacción, algunos antropólogos arguyen que la fascinación resultante con los textos amenaz a el reclamo de que la antropología es una ciencia, reemplazando hipótesis, evidencia y genera lización con las formas de introspección que están de moda. Si nos centramos en el texto, la nar rativa o la voz, no es difícil encontrar a alguien que diga lo que queremos oír, justo lo que necesitamos para reafirmar nuestro sentido de valor moral o nuestra identidad como intelectuales rebeldes.

Es así como el pensamiento crítico puede degenerar en la adoración de símbolos de la rebelión como Me llamo Rigoberta Menchú. Desechando la investigación empírica como una form a de dominación occidental, la izquierda universitaria puede caer e n el error de interpretar textos en términos de estereotipos simplistas de colectividad, autenticid ad y resistencia que, debido a que son

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autorizados por identificación con las víctimas, se consideran por encima de todo debate. Aunque Uspantán y Chimel sean lugares que uno puede visita r, donde es posible que algunos de sus habitantes estén dispuestos a hablar de sus experie ncias, según esta concepción quedarán reservados como una tierra de mito, envuelta en neb lina y nubes de mística.

Obviamente, Rigoberta es una voz maya legítima. Tam bién lo son los jóvenes mayas que quieren mudarse a Los Angeles o Houston. También lo es el h ombre con una gran familia que posee tres acres de tierras desgastadas y quiere que yo le compre un a motosierra para poder cortar más deprisa el último bosque. Cualquiera de estas personas puede r esultar elegida para hacer generalizaciones erróneas sobre los mayas. Pero dudo que el hombre q ue quiere la motosierra sea invitado a las universidades multiculturales en un futuro próximo. Hasta entonces, Me llamo Rigoberta Menchú será exaltado porque dice a muchos académicos lo que qui eren oír. Tales trabajos proporcionan rebeldes en países lejanos, en los cuales los profesores pue den proyectar sus fantasías de rebelión. Las imágenes simplistas de inocencia, opresión y desafí o pueden ser utilizadas para construir mitologías de pureza para facciones universitarias que reclaman una autoridad moral basada en su identificación con los oprimidos. Sin embargo, los iconos tienen su precio. Lo que hace que Me llamo Rigoberta Menchú sea tan atractivo en las universidades es lo que l leva a interpretaciones erróneas sobre la lucha por la supervivencia en Gua temala. Creemos que nos estamos acercando a comprender a los campesinos de Guatemala cuando en realidad estamos dejándonos llevar por las mistificaciones que envuelven a una figura icónica.

Notas

{1} Comunicación personal, 29 de septiembre de 1995.

{2} Hanson 1989:898.

{3} Hobsbawm y Ranger 1983.

{4} Véase la colección de James Clifton de 1990 sobre «el indígena inventado» con una respuesta de Ward Churchill (1991), además de Hanson 1989, Li nnekin 1991, Webster 1995 y Jackson 1995. Para colisiones en Guatemala, véase Allen 1992, Watanabe 1994, y Fischer y Brown 1996.

{5} Ramos 1998:229.

{6} Friedman 1992:194, 197, 202-203.

{7} Allen Carey-Webb, «Teaching Third World Auto-Biogr aphy: Testimonial Narrative in the Canon and Classroom», Oregon English, otoño de 1990, cita do en Beverley 1993b:147.

{8} Poole y Rénique 1992; Pizarro Leongómez 1996.

{9} Para los peligros de dicha imaginería en el caso d el Amazonas, véase Ramos 1991 y 1994, así como Conklin y Graham 1995.

{10} Sexton 1981, 1985 y 1992.

{11} Survival International News, 1986, pág. 8.

{12} Zimmerman 1991:40 y 1995:vol. 2, 72-90. Obviamente , catalogar a Rigoberta o a Ignacio como típicos indígenas es un error puesto que la socieda d maya comprende muchos tipos sociales diferentes. Otra comparación interesante es la de l as historias de vida de otras mujeres activistas, incluyendo dos que fueron publicadas en inglés. Elvia Alvarado, la organizadora hondureña que narra Gringo, Don't be Afraid! es una realista que incluye francas descripciones de machismo y conflicto entre los pobres («Entre nosot ros hay muchos Judas») (Benjamin 1987). La esposa del minero boliviano que narra Let Me Speak!, Domitilia Barrios, también habla con franqueza del abuso doméstico, de pleitos entre los pobres y de conflictos dentro de la izquierda (Barrios de Chungara 1978). Rigoberta aporta su pro pia crítica del machismo (Burgos-Debray 1984:216-226), pero parece mucho más diplomática qu e Elvia y Domitila, quizá por la necesidad de andar con cuidado en un movimiento al que acababa d e incorporarse. Tanto Elvia como Domitilia eran mujeres maduras cuando contaron sus historias, con un historial de liderazgo político superior al de Rigoberta en 1982. A diferencia de Rigoberta, no acababan de perder a tres miembros de su familia, ni formaban parte de un movimiento revoluc ionario que parecía estar a punto de derribar al viejo régimen. No tenían esperanzas en una trans formación revolucionaria inminente, ni crearon una imagen romántica de los pobres, ni reclamaron i dentidad como indígenas. También hay una diferencia en cómo retratan la represión: las exper iencias tenebrosas que sufren en su propia carne son menos espectaculares que los calvarios po r los que Rigoberta hace pasar a su madre y hermano. Los testimonios de Elvia y de Domitila son muy conocidos por los latinoamericanistas, pero ninguno de ellos ha despertado una respuesta t an masiva como el de Rigoberta.

{13} Para una descripción sobre cómo los requerimientos del capital político difundidos a través de los medios de información fomentan un pen samiento dicótomo, véase la etnografía de Mark Pedelty (1995) sobre corresponsales de guerra en El Salvador. Orin Starn (1995) ha mostrado como la rebelión de Sendero Luminoso en Perú contradice la búsqueda del «insurreccionario otro» y otras dicotomías de moda en los estudios recientes.

{14} Todd Little-Siebold, «Introduction» y Diane Nelson , «Gringa Positioning, Vulnerable Bodies and Fluidarity» para el panel «Kaxlan Construction: Transnational Research in 1990s Guatemala», encuentro de la Asociación de Estudios Latinoameric anos, Washington D.C, 28 de septiembre de 1995.

{15} Beverley 1991 y 1993é:491-492.

{16} Véase Zimmerman 1995:vol. 2, 63-68; Brittin 1995; Handley 1995; Thorn 1996:63-69; y Beverley 1996:278, 285.

{17} Beverley y Yúdice son citados en Gugelberger 1996: 8-9. Un testimonio que no se compara con otras formas de evidencia se convierte en una anécd ota reductiva, es decir, la verdad tal y como la resume una historia particular. Roy D'Andrade (1 995:405) nos recuerda que cuando la evidencia empírica y las generalizaciones comprobables son su stituidas por una historia atractiva, los

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lectores posiblemente seguirán asumiendo que es rep resentativa, es decir, una generalización válida sobre toda una clase social.

{18} Richard White, «The Return of the Natives», New Re public, 8 de julio de 1996, págs. 37-41.

{19} Stoll 1996 y 1998.

{20} La frase es de Blaming the Victim, de William Ryan, una crítica del informe moynihano de 1965, que identificaba la desintegración de las fam ilias como un factor crítico en la pobreza de los barrios marginales de las ciudades estadouniden ses. Para Ryan (1971), el problema fundamental era el racismo. Para diferentes criticas al «victim ismo» y a la «cultura de la queja», véase Sykes 1992 y Hugfhes 1993. Para una crítica de política d e identidad, véase Gitlin 1995.

{21} Compárese con MacFarquhar 1996:46. Los reclamos de identidad, y para la superioridad de la autobiografía sobre enfoques más distantes, disient en de la expresión de escepticismo por su propia naturaleza. Para refutar este libro, lo únic o que tienen que hacer es señalar donde carezco de evidencia o la he malinterpretado; no tengo por qué ser culpable de nada más que de haber cometido un error. Pero si Rigoberta dice que vio m orir a su hermano en Chajul, alegar que no fue así casi parece que es llamarla mentirosa.

{22} Según Georg Gugelberger (1996:1), como «icono del género testimonio» Me llamo Rigoberta Menchú ha sido asimilado en el canon de la literatura uni versitaria y se ha convertido en «otra mercadería» o «fetiche», es decir, un símbolo que t apa algo que no se puede reconocer. Lo que se está tapando, según Gareth Williams (1996) en la mi sma colección, son «fantasías del intercambio cultural», el deseo de resolver las contradicciones propias mediante la identificación con los oprimidos. Aunque Gugelberger y Beverley distinguen entre iconos y fetiches, yo asumo que toda imagen de icono es un fetiche. Para una definición de iconos en los medios de información, véase Roger Horrocks (1995:17) y Amelia Simpson (1993:47- 48). Según Stewart Ewen y Rosemary Coombe, Simpson define la iconografía de una rubia estrella brasileña de pop como «un camino simbólico que conduce a cada individuo hacia una imagen universal de realización».

Capítulo 18

El Nuevo Chimel

«—¡Usted está apoyando a la guerrilla!

—¡Yo no sé nada!

—¡Usted sí sabe! Son ustedes puros guerrilleros y v amos a cazarlos como a venados. Vamos a darles aguas!»

Comisionado militar amenazando a un familiar de Rig oberta, 1992.

Llovía torrencialmente cuando me refugié bajo el al ero de una cabaña con dos de los hombres que estaban repoblando de nuevo Chimel. Aunque las colu mnas del EGP eran cada vez más esporádicas, el miedo a ser etiquetado de guerrillero afloraba una y otra vez. «Realmente no tenemos relación con los que andan en la montaña, ni con el ejército, pe ro sigue la bola que somos guerrilleros», dijo uno de ellos. «Pasa la guerrilla, llega algún infor mación al ejército, y quizás llegan a jalarlo a uno». El otro repetía todo el tiempo que iba a camb iar su casa de tablas de madera y techo de paja por una de bloque. «¿Por qué?». «El bloque tiene má s seguridad porque no prende fuego».

Cuando visité Chimel por primera vez en julio de 19 91, era un caserío de cinco familias situado en el filo de la montaña. Para techar sus casas, lo s vecinos recogían entre los escombros que encontraban en el guatal pedazos de láminas metálic as tiznados por el fuego y perforados por el filo de los machetes. Supuestamente mi acompañante y yo éramos los primeros extranjeros que les visitaban. Sin patrulla civil, la cual no era ni qu erida ni viable para tan pocas familias, eran especialmente vulnerables a los rumores. Así fue en 1990, después de que la guerrilla pasara por allá y se apropiara de un toro, algunas gallinas y un pato. Aunque pagaron por los animales y maniataron a un joven que se les resistió, la versi ón de los hechos que llegó a la patrulla civil de Uspantán fue otra, que Chimel había vuelto a col aborar con el enemigo.

En el pueblo de Uspantán, sólo los más confiados cr een en el aparente retorno a la tranquilidad. Una viuda de la embajada de España no s dijo a Barbara Boceck y a mí que su nuevo esposo le pedía que no se uniera a la organización de viudas CONAVIGUA, no fuera que lo perdiera igual que había perdido al anterior. «Casi no quier en», dijo una de las miembros. «Porque vieron cómo los llevaron antes y los dejaron degollados. T ienen miedo de participar, porque puede pasar otra vez. Ya sufrimos mucho en 1982-83. Yo misma ca si no participo –'¿Por qué mataron a nuestro papá?', preguntan mis hijos. '¿Por qué participas e n esta organización?', preguntan. '¿Qué pasa si te matan?', preguntan. Todavía ahora tengo miedo de ir a las reuniones. Unas veces quiero ir, otras no– Tal vez cuando estamos todas reunidas den tro, si viene el ejército, tal vez vamos a morir todas. ¿Qué va a ser de nuestros hijos? Todas tenemos hijos, muchos hijos. Ellos piden que no vamos. Dicen: 'Si mataron a nuestros papás, ¿qué va a pasar con nuestras mamás?'.

La municipalidad de Uspantán, dirigida por cristian o demócratas que habían sido catequistas con Vicente Menchú, tuvo el valor de sumarse a las cere monias para el premio Nobel. El alcalde viajó a Oslo para la presentación. Más tarde, la municipali dad en pleno acudió a la capital para una recepción en la sede de CONAVIGUA. A pesar de la pr esencia de muchos dignatarios, Rigoberta pasó tres horas con ellos. La delegación de Uspantán la obsequió con regalos, incluyendo doscientas fotos de antiguos vecinos que también habían sobrev ivido, y se retiraron tan impresionados por el champagne como la ciudadana más famosa de su pueblo. Pero cu ando la invitaron a regresar al pueblo, ella declinó la invitación. Si visitara Usp antán, explicó, se utilizaría en su contra y en

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contra de su imagen. Es decir, si recibía una acogi da cálida, el gobierno podría alegar que todo estaba bien en cuestión de derechos humanos. Tal co mo observó mi fuente, «perdería internacionalmente», cosa que en su opinión era una buena razón para mantenerse al margen. Mientras tanto, algunos de los familiares y vecinos de Rigoberta estaban recuperando Chimel y lanzando el movimiento de derechos humanos a nivel local. En este capítulo, veremos cómo pasó esto y cómo ven su relato los uspantanos y otros guatema ltecos.

El reasentamiento en las tierras de Vicente Menchú

«Yo no voy a dejar esto, no importa lo que me dicen ... Voy a cumplir con los que murieron antes.» –Nicolás Menchú, 1989.

Como si estuviera bajo una maldición, Chimel seguía sufriendo conflictos de tierras. En 1987, unas cuantas familias comenzaron a asentarse allí; sólo una de ellas era de la época anterior a la guerra. Cumpliendo con su imagen en Me llamo Rigoberta Menchú, el Instituto Nacional para la Transformación Agraria se negó a reconocer los títu los de antes de la violencia. Esto a pesar de los títulos provisionales que habían llegado justo antes de la muerte de Vicente Menchú. Aunque Chimel sólo había sido abandonado después de repeti dos ataques y muchas muertes, el INTA decidió que el incumplimiento de los pagos (que la inflació n había reducido a unos cientos de dólares anuales) invalidaba las escrituras. Sólo la interve nción de uno de los pocos congresistas mayas, Claudio Coxaj, convenció al INTA para que reconocie ra los derechos de los sobrevivientes que tuvieron el valor de seguir adelante.

Dos grupos competían por la tenencia de Chimel. Aun que uno de ellos incluía a algunos propietarios de antes de la guerra, el otro estaba formado totalmente por recién llegados, incluyendo ladinos, dos maestros bilingües k'iche's y dos integrantes demócrata-cristianos de la corporación municipal. Como el INTA exigía un colon o para cada una de las sesenta y una caballerías (la medida local correspondiente a 2.75 3 hectáreas), las dos facciones se vieron obligadas a converger. Muchos de los reclamantes la dinos se echaron atrás; y se incorporaron más sobrevivientes de la violencia. Eventualmente las c incuenta y siete familias del nuevo grupo consolidado incluían quince hogares del censo de 19 78. Otras dieciocho de ese mismo censo decidieron no regresar. Pero la mayoría de los reci én llegados no eran completos extraños. Es decir, eran k'iche's de aldeas vecinas, y muchos de ellos tenían vínculos conyugales o sanguíneos con el antiguo Chimel.

El único hijo sobreviviente de Vicente, Nicolás, qu e por entonces tenía casi cuarenta años, desempeñó un papel heroico en las reclamaciones. De spués de entregarse con su familia en 1983 y sobrevivir a varios meses de custodia militar, se h abía instalado cerca del pueblo, participado en la patrulla civil obligatoria, liderado un proyecto de irrigación y servido como alcalde de la aldea. Pero su mayor compromiso era recuperar Chime l, un tema que abordó apasionadamente desde nuestro primer encuentro en 1989. Digno hijo de su padre, Nicolás era un hombre acostumbrado a defender sus derechos, a pesar de que seguía cundie ndo la paranoia y que un paso en falso podía matarlo. En 1991 afirmaba haber hecho cuarenta viaj es a la capital para recuperar la tierra de su padre, y no fueron los últimos.

Obtener nuevos títulos provisionales fue difícil, p ero no fue el único obstáculo en la recuperación de Chimel. Debido a la oposición de lo s Tum de Laguna Danta, el INTA nunca reconoció el derecho de Chimel a las 151 hectáreas en las que estaba el nuevo caserío, al igual que había estado el antiguo. Ahora ese pedazo crucial estaba siendo reclamado por un nuevo rival. Durante los años en los que Chimel se desapareció del mapa, los Tum recurrieron a la medida más inteligente para cualquiera que tuviera un conflict o de tierra en Guatemala. La vendieron, a un ganadero de Chicamán llamado Reginaldo Gamarro. El INTA nunca llegó a reconocer el título de los Tum porque no especificaba los límites. El nuevo pr opietario tuvo más suerte a la hora de validarlo. Estando todos los antiguos propietarios de Chimel muertos o dispersos, parece ser que pagó una medición oficial de tierras no impugnada, llevó el caso al juzgado de Santa Cruz del Quiché y ganó una decisión que tampoco fue impugnad a. Corroborando el espíritu de Me llamo Rigoberta Menchú, ahora todo el valle de Chimel era propiedad de un ladino.

Pronto Gamarro se quejó de que su propiedad estaba siendo invadida. Los invasores eran las primeras familias que se reasentaron en Chimel, las cuales durante una buena parte de la siguiente década vivieron profundamente angustiados por éste y otros conflictos de tierra. Los inspectores del INTA señalaron que, a juzgar por los cimientos de viviendas en la propiedad, ésta nunca tuvo que haber sido adjudicada a Gamarro. Eventualmente la institución hizo un trato por el cual el cuarenta y cuatro por ciento de la tierra en litigi o pasaba al finquero y el cincuenta y seis por ciento quedaba para Chimel –ochenta y cinco de las 151 hectáreas por las que Vicente había peleado tantos años. En 1991, Gamarro vendió el resto de su propiedad a seis miembros del nuevo Chimel. Esto pude parecer un buen resultado, pero los seis compraron individualmente, no como representantes del grupo más grande. El principal c omprador era el vicealcalde de Uspantán, un demócrata cristiano que (1) había arriesgado su vid a repetidamente para detener a los vigilantes y (2) más tarde sería condenado por malversación de f ondos municipales. Para los colonos del viejo Chimel, fue un trago amargo que casi la mitad del c asco de su aldea pasara a manos de socios acomodados. El vicealcalde y sus co-compradores inm ediatamente cerraron con alambre su nueva propiedad, en la que pastaba un rebaño de ganado.

La Iglesia Católica hizo lo que pudo cancelando al INTA las 2.753 hectáreas. Convenientemente, la inflación había reducido la deuda a US$3.000 –un os US$50 por familia– que cada una de ellas reembolsaría a la parroquia durante los próximos ci nco años. Ahora Chimel podía solicitar los títulos permanentes que Vicente Menchú nunca había recibido. Como era de predecir, obtener los preciosos documentos para cada familia se convirtió en otro purgatorio. Yo mismo formé parte de un viaje a Nebaj, para el que el nuevo Chimel rentó un camión, con el fin de recibir los títulos de la mano del Presidente Jorge Serrano Elías. La expe dición acabó amargamente tanto para ellos como para miles de campesinos más, ya que Serrano no se presentó. Sólo después de años de ansiedad, de reuniones aparentemente infructuosas y de peregrina jes burocráticos, consiguieron que el

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Presidente Ramiro De León Carpio llegara a Uspantán en Septiembre de 1993 para entregar su título a cada familia.

Esto no fue el fin de los problemas de Chimel. Pron to se deshizo el trato con Gamarro, poniendo en peligro el derecho de la aldea a la tierra sobre la cual estaba situada. El INTA había convencido al finquero de que cediera a Chimel las ochenta y cinco hectáreas a cambio de una propiedad en otro lugar, pero las tierras que le of recían no le impresionaron y empezó a pedir a las familias de Chimel que le pagaran. Así como las otras crisis, ésta exigió más viajes a la capital. «La gente van a desmoralizar por gastar ta nto dinero en los viajes», predijo Nicolás Menchú. A duras penas, convencieron a Gamarro de qu e redujera su precio de Q.25.000 a Q.11.000 (unos $2.000) que eventualmente pagaron con la ayud a de la parroquia católica y de Rigoberta.

Surgió un conflicto más alarmante aún con la famili a García, que seguía culpando a los Menchú por el asesinato de su patriarca, así como Chimel l es culpaba a ellos de la destrucción de la vieja aldea. A pesar de las limitaciones de Me llamo Rigoberta Menchú, resultó profético acerca de lo que pasaría después de que fuera publicado. El p rincipal agresor en contra de Chimel fue uno de los yernos del difunto Honorio, un oriundo de la Zo na Reina cuyo violento comportamiento le había convertido allí en persona non grata. Siguiendo la costumbre local, las primeras víctimas que eligió en Soch fueron sus propios cuñados, apropián dose de las tierras de dos Martínez en la siempre disputada Finca El Rosario. También traspas ó al norte del límite que el INTA había establecido entre Rosario y Chimel, invadió quince hectáreas y las cercó con alambre. Para ratificar la adquisición, amenazó con disparar sobr e todo el que cruzara la nueva cerca. Cuando Chimel se quejó a la justicia, se negó a obedecer l a decisión legal. En consecuencia, los campesinos tuvieron que contratar a un abogado, obt ener una orden de un juzgado distante y convencer a la policía nacional de que lo arrestara n. Después de la inevitable apelación al INTA, éste llegó para una inspección y sugirió un nuevo e studio, que tendría lugar varios años más tarde debido a que tenían otros trescientos casos pendien tes. {1}

Afortunadamente, el yerno de Honorio se retiraron p or causas desconocidas. Ya en 1995 los García se limitaban a bloquear el acceso a un camin o y a una fuente de agua. Cuando yo llegué una mañana para ver el cerro en disputa, dos ancianos d e Chimel lo estaban cultivando con evidente contento. Abajo en el valle, no muy lejos, estaba l a casa de piedra en la que vivió Honorio y donde sigue viviendo su viuda. Una noche, mientras yo disfrutaba la hospitalidad de la familia García, así como una noche después disfruté la de C himel, obtuve otra perspectiva del conflicto. La viuda de Honorio y sus hijos no tienen una gran propiedad en Soch, pero las 113 hectáreas que poseen son buenas tierras en el valle. También es e l último pedazo de valle por el que se puede pasear entre la sombra aromática del bosque húmedo. Hacia oriente y poniente, los árboles que solían cubrir el valle han sido talados para dar pa so a pastos secos y calientes. Buena parte de las dos escarpadas montañas que cierran el valle si guen siendo bosque, pero esto está cambiando.

El hijo de Honorio, Julio, habló de su tierra con l a misma pasión con la que hablaba Nicolás, el hijo de Vicente. «Ya están bajando los arroyos, porque la gente de Chimel, San Pablo y Jumuc está botando árboles. Vinieron a botar 200 árboles este año, y vienen a botar 200 árboles el otro año, es un desastre. Donde hay montaña, la botan». Sigue habiendo un bosque considerable allá arriba, por lo tanto una gran parte puede salvarse, pero cuando pregunté a Julio porqué no hablaba con las otras partes, descartó la sugerencia por in útil. No, eso sólo despertaría más acusaciones de que les estaba amenazando. Y si apelaba a las au toridades forestales, dijo Julio, se limitarían a sacar mordidas y no harían nada. En cuanto a llev ar el problema ante el alcalde, éste simplemente decidiría a favor del grupo más numeros o, con mayor número de votos: los adversarios de Julio. Recriminaba a una gente que al haber obte nido tanta tierra no sentía la necesidad de conservarla.

Unos días más tarde, cuando planteé los temores de Julio a un líder de Chimel, éste se rió con amargura. «Sólo es que no quiere que los pobres van a superarse. Los pobres tienen sus familias, sus necesidades y allá son tierras nuevas y buenas en San Pablo, no quiere que los pobres se superan.» Además de todos los demás componentes de este conflicto, también es cuestión de manto forestal, lluvias y corrientes de agua.

Comunidad en conflicto

Chimel había recuperado finalmente las 2.753 hectár eas por las que Vicente Menchú luchó durante tantos años. Pero los nuevos propietarios no celebr aron mucho tiempo. Aparte de los constantes problemas por las 151 hectáreas en las que se asent aba el caserío, y con la familia García por la esquina suroriental, los propietarios del nuevo Chi mel tenían serios desacuerdos entre ellos. En el capítulo 3 vimos cómo sufrió la aldea original l a discordia entre Vicente y otros colonos cansados de su pleito por la tierra. Primero partie ron los q'eqchi's, luego casi todas las familias k'iche's de Parraxtut, quedando principalm ente campesinos k'iche's de Uspantán. El nuevo Chimel era más heterogéneo que la aldea de Vicente en dos aspectos. Etnicamente los cincuenta y siete hogares incluían ahora unas seis familias lad inas. Tres de los hogares ladinos fueron de los primeros que poblaron de nuevo Chimel, quizá porque temían al ejército menos que los k'iche's o quizá porque eran especialmente pobres. Habiendo re sistido a los García en la esquina suroriental cuando sólo eran un puñado de hombres, eran de los defensores más tenaces del grupo.

Aparentemente la etnicidad era un divisor menos imp ortante que la clase social. En 1986-1987, cuando la mayoría de los colonos de antes de la vio lencia tenían miedo de reclamar sus derechos, a los pocos que lo hicieron no sólo se sumaron campes inos de aldeas vecinas sino también maestros bilingües, propietarios de camiones y políticos dem ócratas cristianos que vivían en el pueblo, siete en total. Los siete eran k'iche's que contrib uyeron con conocimientos profesionales, recursos económicos y contactos políticos a la luch a por los nuevos títulos. Aunque ninguno de ellos era rico según estándares urbanos, eran más a comodados que la mayoría de los campesinos del nuevo Chimel. Según las regulaciones del INTA, cada familia de colonos tenía que vivir en la propiedad y ser su propia mano de obra. Esto no era aplicable a hombres que tenían casas en el pueblo, que obtenían la mayor parte de sus ingresos de actividades no agrícolas y que no estaban

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dispuestos a criar a sus hijos en un caserío sin es cuela. La cuestión salió a la luz cuando uno de los primeros organizadores del grupo fue expulsado por apropiación ilícita de fondos. Para desquitarse, dijo al INTA que algunos de los reclam antes no se ajustaban a ese criterio. Cuando llegó un delegado a investigar, todo el mundo salió en defensa de los influyentes del pueblo, alegando que tenían vínculos con Chimel desde antes de la guerra y que ellos mismos trabajaban la tierra.

Una razón para la solidaridad era que la mayoría no se había mudado aún a Chimel. Aunque indiscutiblemente eran campesinos, no carecían de h ogar o de tierras en otra parte, y ellos también tenían razones para evitar el traslado. Con tando con sólo 11 casas en 1994, algunas de ellas sólo ocupadas intermitentemente, el nuevo Chi mel no era una comunidad en el sentido residencial del viejo, en el que habían vivido casi todos sus miembros. En vez de ello, era un grupo de cincuenta y siete copropietarios con inter eses divergentes. Reconstruir en el antiguo sitio era algo de suma importancia para algunos de los retornados del antiguo Chimel, así como para las familias más pobres que no tenían otro lug ar. Pero para otros propietarios, probablemente la mayoría, el lugar preferido para la nueva aldea estaba a unas horas de camino hacia el norte. Cuatro Chorros estaba en la montaña, en la esquina nororiental de las 2.753 hectáreas, donde la topografía se inclinaba hacia la Zona Reina y el cl ima era bastante cálido para sembrar café. Este era el cultivo que Vicente siempre había soñado pla ntar y el único que podía beneficiar a Chimel.

De la ubicación de la nueva aldea, surgieron divers as decisiones de infraestructura, como por ejemplo dónde se pondría el sistema de agua potable . Era importante mantener una fachada de unidad puesto que una evidencia de lo contrario disuadiría a las instituciones de apoyo, que querían evitar pleitos. En más de una ocasión, la heterogen eidad del nuevo Chimel abortó un proyecto ya que las instituciones reaccionaron en contra de la prosperidad de algunos solicitantes y obtuvieron indicaciones opuestas con respecto a la ubicación de la nueva aldea. Las familias más pobres que vivían en Chimel sintieron que habían si do traicionadas por «los del pueblo».

Otro asunto era el de reconocer o no las propiedade s que habían tenido los antiguos miembros. Aparentemente la mejor solución sería reconocerlas, pero en su momento éstas no habían sido necesariamente equitativas. Lo ideal era una distri bución justa de lotes para viviendas en la aldea, de tierras marginales en la montaña y de las cuencas más fértiles. Una familia, de las primeras que desafiaron las incertidumbres de rease ntarse en Chimel, fue objeto de formas enervantes de intimidación por parte de otras famil ias que regresaron más tarde y querían que les devolvieran sus viejas tierras. También hubo acusac iones dolorosas acerca de la administración de las finanzas comunes, un problema común en las orga nizaciones campesinas.

En casi todas las disputas estaba presente Nicolás, el hijo de Vicente. Durante varios años, fue presidente del comité de Chimel, hasta que las discrepancias crecientes le llevaron a dejar de asistir a las reuniones. A principios de los 90, Ni colás era un superviviente con muchas cicatrices y enemigos en su haber. Decidido a recup erar la tierra de su padre, muchos del grupo, especialmente los influyentes del pueblo, le consid eraban prepotente. Así fue como interpretaron su exigencia repentina de que sus tres hermanas –la s tres que habían ido a parar a México– fueran reconocidas como copropietarias. Excepto por Nicolá s y una hermana que vivía en la vecindad, los Menchú no se habían apurado para incorporarse al nu evo asentamiento. Un tío y sus hijos nunca lo hicieron, por temor de revivir la acusación de que eran guerrilleros.

«Nuestros padres pagaron por esto con su sangre», m e dijo Nicolás, «¿y no es justo que sus hijas la reciban?». Cuando otros miembros se negaro n a apoyar la inscripción de sus hermanas y el INTA dijo que era demasiado tarde, Nicolás dimitió del comité. {2} Aunque era un símbolo importante de legitimidad en el nuevo Chimel, los sentimientos hacia su familia eran complejos. Más de uno culpaba a los Menchú por haber llevado a la guerril la. Pero a la ansiedad de ser identificado con Rigoberta se mezclaba la ansiedad de ser ignorado p or su nueva Fundación Vicente Menchú. Afortunadamente, las acusaciones mutuas no impidier on las reconciliaciones necesarias para la siguiente solicitud. En 1994 Nicolás se reincorporó al comité, que ahora quería hacer propuestas a su hermana. Dos años más tarde, cuando puso la mita d de los $2.000 para comprar al finquero ladino el terreno donde se asentaba la aldea, Rigoberta de repente insistió en sacar un título personal de la mitad de las ochenta y cinco hectáreas que es taban adquiriendo. Eran las tierras de su padre, dijo, y deben regresar a los miembros de la familia Menchú que no habían recibido los nuevos títulos del INTA. Hubo una discusión fuerte, pero su exigencia fue aceptada. Una razón fue que su fundación había prometido a Chimel un ambici oso paquete de desarrollo. Ayudaría a la comunidad a salir de la pobreza sin destruir el bos que húmedo, un problema obvio para cualquier institución de ayuda, aunque no para todos los colo nos. De máxima importancia para el nuevo Chimel, les ayudaría a construir su sueño de progre so, una carretera a través del bosque para su próspero futuro como cafetaleros de Cuatro Chorros. A cambio, los colonos destinarían parte de las tierras a reserva ecológica. Esta fue una historia que no tuvo último capítulo.

Los derechos humanos llegan a Uspantán

Salvo el día de mercado, en que está lleno de campe sinos, Uspantán es un somnoliento pueblo de provincias. Sus habitantes, al igual que casi todos los guatemaltecos, se enorgullecen de sus buenos modales. Pero cuando regresé en 1993, el pue blo bullía con enfrentamientos. Estaba en juego la administración municipal de la democracia cristi ana (UCD), un partido que había dado cientos de vidas en la lucha nacional por la democracia. Recié n se habían celebrado elecciones municipales y el resultado no había satisfecho a nadie. Nuevament e había ganado la democracia cristiana, por cuarta vez consecutiva, pero por un margen mucho má s reducido que antes, y sólo porque sus opositores habían presentado seis listas de candida tos rivales. Además, tanto el alcalde saliente como el recién elegido, ambos demócrata cristianos k'iche's y propietarios de tierras en Chimel, se enfrentaban a acusaciones de malversación.

La noche de las elecciones, los hasta ahora dividid os aspirantes encontraron suficientes puntos en común para organizar un disturbio por el que tam bién fueron procesados. La turba quemó dos autobuses que pertenecían al alcalde electo, atacar on su fiesta de celebración y persiguieron al

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demócrata cristiano Nicolás Menchú por las calles, provocándole lesiones que lo enviaron al hospital. En el mes de julio, la oposición ocupó la municipalidad para evitar la toma de posesión de la nueva administración. En vez de ello, querían nuevas elecciones. Las autoridades nacionales sólo intervinieron después de que transcurrieran va rias semanas sin ediles municipales. A cambio de la dimisión del alcalde electo, la coalición ant i-DC permitió que el resto de los candidatos ganadores ocupara su cargo. Eventualmente, cuatro m iembros del anterior consejo municipal y su secretario municipal fueron a parar a la prisión de Santa Cruz del Quiché. Al igual que en otros pueblos, los demócrata cristianos de Uspantán estab an liderados por catequistas k'iche's. Hasta donde alcanza la memoria, fueron el único partido q ue había elegido indígenas para la alcaldía. Cuando Rigoberta ganó el Nobel de la Paz, desafiaro n las amenazas y le rindieron honores. Y eran mis amigos. Cuatro de los cinco fueron de los prime ros que me dieron la acogida en Uspantán.

Según los cristiano demócratas, las acusaciones y l os disturbios eran reacciones racistas de los ladinos del pueblo. De hecho, la coalición host il fue capitaneada por ladinos, algunos de los cuales tenían la desagradable costumbre de distribu ir volantes anónimos con amenazas. Su obra apareció en las calles después de que Rigoberta rec ibiera el premio de la paz, después de los disturbios electorales y después de que dos hombres fueran encarcelados por quemar los camiones del alcalde electo. Pero la coalición anti-DC no es taba formada exclusivamente por ladinos. También incluía un número significativo de indígena s, particularmente evangélicos y uspantekos, y sus quejas contra los demócratas cristianos eran fr ecuentes en otros pueblos. Después de que el partido ganara la presidencia y una mayoría de gobi ernos municipales en la elección de 1985, muchos de los nuevos alcaldes indígenas sucumbieron a la tentación. De repente comenzaron a comprar casas y vehículos, y pronto la gente empezó a expulsarlos del pueblo.

«¿Acaso no somos mayas?», preguntó con indignación un activista anti-DC. Acababa de pasar una delegación de las Comunidades de Población en Resis tencia, para asistir a una reunión de derechos humanos, y esto le molestó mucho, especialmente por que había sido un líder de la patrulla civil. «Dicen que ya no hay guerrilla, ¡pero aquí está la guerrilla!», arremetió contra la delegación de las CPR, a los que acusó de almacenar armas en la m ontaña. «El pueblo está dividido», dijo, echando pestes en contra de la DC, «por los robos q ue han hecho y por la gente que han defraudado. Saben que ésos [los visitantes de la CPR] son gente armada que viene a fregar. Vienen para empezar la cosa de nuevo. Y allá al lado están [el nuevo al calde que fue obligado a dimitir], allá están [el alcalde anterior], que quitaron tanto dinero. C omieron tanto pisto. Cuando se van al bote, vamos a quemar cohete [para celebrar]. Mire las cal les. Con cuatro millones [de quetzales] se puede arreglar todo el pueblo, pero lo comieron. Co mpraron sus camiones y sus fincas. Cuando entraron [en la municipalidad], no tenían nada. Ent raron con caites y salieron con zapatos. El pisto que mandaron el gobierno, el pisto que nosotr os pagamos [en impuestos], comieron todo. Estos son los ladrones del pueblo, sacan lo que nosotros pagamos en impuestos, y lo comieron todo. Vaya abajo para ver la escuela que ellos valorizaron en Q72.000, allá en su control de cuentas, y no existe, sacaron todo. Arriba hay un terreno que ell os compraron por Q3.500, y lo valorizaron en Q8.000. ¡Se quedaron la diferencia!»

Esta fue una reacción extraordinariamente vehemente en contra de los mítines de derechos humanos que la mayoría de la población contemplaba en silencio. Un ejemplo fue la marcha católica a la que nos sumamos Barbara Bocek y yo el 14 de fe brero de 1994, en el camino que asciende por detrás del pueblo la escarpada ladera de la sierra. A medida que nos acercábamos a nuestro destino, un bonito valle en el que una cruz de made ra marca el sitio de la masacre de Calanté, se fueron añadiendo a las cien personas que venían del pueblo otras 150 que vivían en la vecindad, una concurrencia impresionante, aunque no se aproxi maba al número de los que tenían familiares que llorar. Estaba incluida una delegación de CONAVIGUA , la organización nacional de viudas, y su filial local. Como es costumbre en estos actos, una docena de mujeres portaban sencillas cruces de madera con los nombres de los familiares, las fecha s de su muerte y quién los había matado: el ejército, los vigilantes o la patrulla civil. Perió dicamente, nos deteníamos para hacer una estación de la cruz, en la que el sacerdote o el ca tequista que tuviera el micrófono comparaba a las víctimas con Jesucristo. Al igual que Jesús, el los habían muerto por el perdón de sus pecados.

Si es que el activismo de derechos humanos en Uspan tán surge de alguna práctica, ésta sería las conmemoraciones parroquiales de los muertos. La com paración con la crucifixión ha sido ampliamente divulgada por la Iglesia Católica. Corresponde a lo s sentimientos que Barbara y yo hemos oído a una viuda tras otra: que las víctimas no habían hec ho nada para merecer su destino. Con el apoyo de un comité parroquial, la promoción de los derech os humanos se hizo pública en Uspantán en 1993. De repente había filiales locales de CONAVIGUA y ot ras organizaciones populares. Los nuevos activistas se inspiraban en Rigoberta, como símbolo de su derecho a decir lo que quisieran sin ser castigados, pero el tema central fue el conflicto p or el control de la municipalidad con la coalición liderada por ladinos. Alegando que se tra taba de racismo ladino, uno de los concejales demócrata cristianos convenció a varias organizacio nes para que firmaran un documento de apoyo para él y otros líderes acusados de soborno.

Una muestra del espacio político en Uspantán fue nu estra habilidad para entrevistar a una amplia gama de individuos acerca de temas que todav ía tenían miedo de hablar en público. Nadie trató de detenernos, ni nadie me dijo que estaba da ndo problemas, a pesar de que en ocasiones oí comentar que mi visita había provocado muchas discu siones. Cuando un adolescente me gritó, «Botas de hule, guerrillero, canche, {3} mátenlo», era una broma. Pero las historias de rep resión que oímos eran generalmente en privado, en presencia de un am igo o familiar. Una razón importante que permitió que Barbara y yo oyéramos las historias qu e oímos es que ambos éramos ciudadanos de una potencia extranjera y por lo tanto inmunes a la int imidación que seguían enfrentando los guatemaltecos. «La generación nuestra con este temo r va a morir», me dijo un ladino uspantano. «Es fácil para usted, hace sus entrevistas, saca su inf orme, se va al avión, pero la gente aquí queda».

En las reuniones de derechos humanos, los oradores hacían referencias apasionadas a la violencia, pero sin nombrar al ejército ni a sus co laboradores. En vez de ello, su queja más

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virulenta era contra el fracaso del gobierno para c onstruir una carretera nueva, el lamento más extendido en Uspantán. Los fondos destinados a cone ctar Chimel y Cuatro Chorros habían sido desviados para otra carretera en el municipio rival de Chicamán. «A la gente de la Zona Reina los tienen cercados como a animales», me dijo el presid ente del comité de derechos humanos. «De la costa se escuchan de tantos proyectos, porque allá sólo hay finqueros, millonarios. Pero por la zona norte, les tienen abandonados. A veces hasta s e hincan de rodillas, suplicando a los pilotos que los lleven a Cobán».

Entre los nuevos grupos invitados por el comité de derechos humanos estaba Majawil Q'ij (Nuevo Amanecer), organizado por una coalición de las orga nizaciones populares de izquierda para ampliar su captación. «Es un levantamiento de la cultura ma ya», me dijo un concejal que pronto sería encarcelado. «Ya no vamos pelear con armas ni pólvo ra, sino con la inteligencia, para hacer respetar nuestra cultura maya». En realidad, los má s activos en el frente cultural eran uspantekos que vivían en el pueblo, habían ido a la escuela, y por razones demográficas obvias, sentían que corrían el riesgo de perder su herencia. Organizaro n una filial local de la Academia de Lenguas Mayas, que enseña a los mayas a leer y escribir en sus lenguas vernáculas. Algunos activistas hablaron de recuperar las tierras uspantekas, espec ialmente las de los ladinos, pero otros negaron que éste fuera el objetivo, dadas las enormes dific ultades prácticas.

El comité de derechos humanos también se afilió a l a Procuraduría de Derechos Humanos, una institución estatal que gozaba cierta reputación de confrontar al ejército. No obstante, los activistas de Uspantán estaban desilusionados por l as tibias respuestas del procurador más cercano, en Nebaj. «No quiere hacer denuncias, no q uiere meterse», me dijo un activista a propósito de una acusación de que las patrullas civ iles habían iniciado un tiroteo para aterrorizar a los viajeros. {4} «El licenciado dijo que no, porque no hay pruebas según él. 'Porqué no dejarlo,' nos dijo, 'si no, más peor.' Con ellos no hay apoyo, pues, por eso no vamos a seguir trabajando con ellos».

En su lugar, el comité comenzó a llevar sus casos a un grupo llamado Defensoría Maya. Asociado con Majawil Q'ij, éste, también, había sido fundado por la organizaciones populares para ampliar su captación en áreas en las que los campesinos era n demasiado desconfiados o estaban demasiado intimidados para responder a formas más militantes de organización. Para responder al creciente interés en los derechos constitucionales, la Defens oría enfatizaba que trabajaba únicamente a través de la ley. En enero de 1995 se abrió una peq ueña oficina en Uspantán, pero recibía pocas quejas. En ausencia de asesinatos y secuestros, lo que se reportaba a las redes de derechos humanos y a los medios de difusión eran amenazas. E sta categoría tenía una definición amplia para poder dar cabida a toda situación en la que el ejér cito advirtiera a la gente de que las organizaciones populares estaban vinculadas a la gu errilla.

«Realmente hay poco, no tanto como el año pasado», me dijo un activista en 1995. Pero abundaba la desconfianza: Si los patrulleros más comprometid os pensaban que todo miembro de organizaciones populares era simpatizante de la guerrilla, los act ivistas de derechos humanos consideraban que todo patrullero que no estuviera arrepentido era «o reja» del ejército. Sin embargo, la imagen de un joven educado sentado detrás de una máquina de e scribir causaba una sana impresión en los aliados locales del ejército. «Muchos de mi familia me regañan por estar metido con los derechos humanos», me dijo un activista. «Mi padre dice que puede volver a ser como fue antes. Pero nunca he sido amenazado. Ahora los orejas tienen miedo, p orque tienen deudas, es decir, delitos. Tienen miedo de la ley y también de los insurgentes».

A lo largo del país, surgieron pequeñas oficinas co mo ésta financiadas por donantes internacionales para que sirvieran como sistemas de alarma contra un resurgimiento de la violencia. Una vez establecidas, el próximo paso se ría exhumar a las víctimas de la violencia. Localmente, años antes habían sido excavados dos ce menterios clandestinos para procesos criminales, pero sólo gracias al valor de los famil iares de las víctimas y sus partidarios. Para los acostumbrados a la jurisprudencia angloamerican a, el sistema jurídico guatemalteco pone trabas asombrosas a los que piden justicia para los asesin ados. Los familiares deben presentarse como la parte acusadora ya que el estado asume poca respons abilidad por la acusación; enfrentan un alto riesgo de represalias por parte de los acusados, ad emás tienen la responsabilidad de reunir evidencia y de presionar para que prosiga la persec ución. Los objetivos de las primeras exhumaciones en Uspantán fueron los vigilantes loca les, los Aarones y Eugenio Juárez, y no el ejército que les había dado licencia para matar. Ta mpoco se politizaron las dos exhumaciones a nivel nacional, como se haría con otras durante los 90.

En 1994 la parroquia católica financió una marcha a l vertedero de cadáveres de Peñaflor, pero no hizo planes inmediatos para buscar los restos. L as reacciones de los vigilantes eran predecibles, y sólo había dos equipos de exhumación en todo el país. «Es nuestro deber sacar los huesos de los cementerios clandestinos y llevarlos a los camposantos,» me dijo un líder de CONAVIGUA. «Es un trabajo grande, quiere pisto para escarbar y llevar huesos. No tienen idea de como se van a pagar todo eso. Están de acuerdo que esto es el trabajo que deben hacer, pero no saben como pueden pagarlo. CONAVIGUA no tiene fondo s, y los cementerios clandestinos son muchos». ¿Qué van a hacer con la información que están reuni endo?, le pregunté a una líder viuda. «Saber, pero qué van a entregar a Rosalina Tuyuc, tal vez s i hay amenaza hablamos por teléfono el mismo día. Por medio de los nacionales y internacionales de derechos humanos, ojalá que Dios nos manda sus bendiciones.»

Rigoberta y la historia recordada

«Los dos venimos de aldeas pequeñas. Ella no fue a la escuela de niña; yo, tampoco. A los 8 años, emigró a las fincas de la costa para recoger café y algodón; yo, también. Como ella, no aprendí a hablar castilla hasta muy mayor. Ella estuvo en el exilio; yo, también.» –Kaqchiquel estudiando para sacerdote católico, 1993 . {5}

Más allá de las ramificaciones internacionales, otr a razón para que Rigoberta no visitara Uspantán fue por que podría ser arriesgado. «Hay mu cha gente que no le gustan, por ser

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guerrillera», me dijo un familiar suyo en 1993, «y dicen que somos guerrilleros». Rigoberta siempre había negado que sirviera como combatiente, y yo no tenía evidencia de que lo hubiera hecho, pero se podían oír historias al respecto. «D ice que nunca portó armas, no viste uniforme», me contó un antiguo vecino, «pero mi cuñado la vio en Caracol vestida en uniforme verde olivo y llevando arma, por 1977-78» (cuando estaba en el in ternado).

A muchos todavía les sorprendía que una persona que sólo recordaban como una niña, en el lado perdedor de la violencia, pudiera haberse convertid o en alguien tan famoso. Los elogios con los que la colmaron fue todo un contraste con el castig o impuesto a su familia. «Por una parte, piensan que es un gran honor», explicó un maestro l adino. «Muchas personas se alegraron de que recibiera el premio como reconocimiento a los indíg enas. Pero por otra parte, odian a la guerrilla y ella pasó por el movimiento guerrillero. Así que hay muchas reacciones diferentes. También esperan que, gracias a sus contactos internacionale s, pueda conseguir donativos para Uspantán. Mire el nivel de vida aquí. Uspantán es pobre. Pero nada de acción. La gente quiere acción».

El interés en la ayuda que Rigoberta podía proporci onar era grande. A un primo lejano le preocupaba la necesidad de «organizarnos como famil ia». Con poco más de veinte años, luchando sin entusiasmo en la escuela primaria, pedía ansiosamen te información básica acerca de su famosa prima. ¿Qué hacía? ¿Dónde vivía? ¿Tenía yo su direc ción? Al igual que muchos otros jóvenes, también quería saber si le podía conseguir un emple o en los Estados Unidos. «¡Ojalá que se acuerde de nosotros!» era un estribillo constante. Cuando u n concejal abrió la primera maquiladora de Uspantán, una pequeña fábrica artesanal para export ar adornos navideños a los Estados Unidos, el rumor era que pertenecía a la premio Nobel y que só lo los cristiano demócratas podían conseguir en ella los ansiados empleos.

Como castigo por las fantasías no correspondidas, R igoberta fue sometida a un vapuleo predecible. «Se ha aislado de su gente más cercana, con la que pasó momentos muy profundas, muy alegres, muy tristes,» dijo una antigua amiga, cuyo s recuerdos estaban empañados de amargura. «Conoce a gente bien concreta a quienes podría mand ar un libro, una revista, una carta, pero nunca. Tiene a su gente olvidada. He oído comentari os fuertes, que ha superado mucho socialmente y económicamente, mucho, demasiado, pero que no viene aquí para luchar donde esta su terruño. Que ahora es Doña Menchú, hace muchas viajes, tiene pag ado sus viáticos, no está donde está su gente, que todavía anda descalza, que le falta comida y me dicina. Que es una gran ricachona... que atrás de ella hay mucho rollo».

Los más benévolos solían dar por hecho que Rigobert a en realidad nunca había participado en la guerrilla. «Yo trabajaba en la parroquia cuando Rig oberta tenía alrededor de quince años», recordó un activista de derechos humanos. «Había problema d e tierra en la aldea de donde viene, cuando llegó la guerrilla. Así empezó el conflicto entre d os grupos de campesinos y allí estaba el papa de ella, Vicente Menchú. Los empezaron a animar, di cen que fueron la guerrilla que empezó a animar a los padres de Rigoberta para protestar, hablar du ro del gobierno, porque hubo un grupo que les apoyaba. Ella entonces estudiaba en Chiantla, y de allí unas hermanas de ella se fue a la guerrilla, y su papa se quemo en la embajada de Esp aña. Su mamá, Juana, fue secuestrada al salir del pueblo. Unos dicen que andaba uniformado bajo s u traje, otros dicen que tenía un pistola envuelta en su ropa que había entregado en la igles ia. Así dijo el ejército. Pero como yo trabajaba en la iglesia seis anos, nunca vi una arm a allí.

Cuando estaba quemado su papá, secuestrada su mamá, muerto su hermano, se fue, se sabe por medio de la Iglesia Católica. La gente dice que fue a Cuba, que estaba con la guerrilla, pero de que yo conste es mentira. Se fue al exilio. La gent e que está en contra de Rigoberta son confidentes del ejército. Dicen que era guerrillera . 'Si la Rigoberta Menchú sacó su curso en Cuba para convertirse en combatiente, ¡para qué!' Pero y o creo que ella no tenía participación. Hay un 40% [entre la gente del lugar] que no confía que no era guerrillera, y hay un 60% que sí confía en que no tenía participación... La gente ya sabe que la guerrilla trabaja al margen de la ley, y no hay ni un loco aquí que dice que apoya a la guerril la». Entre el propio pueblo de Rigoberta, ésta era la prueba de credibilidad que enfrentaba. ¿Era de la guerrilla? La asociación con el movimiento guerrillero era bastante clara para cual quiera que hubiera leído Me llamo Rigoberta Menchú, pero pocos indígenas lo habían hecho, y ella sabía que no podía reconocerlo incluso después de ganar el premio de la paz. Esto la estig matizaría ante sus partidarios que no quisieran tener nada que ver con la izquierda insurreccionari a.

Las discrepancias entre la versión de los hechos de Rigoberta y las locales han sido el tema de este libro. Di por hecho que éstas le impedían regr esar a su pueblo natal. Sin embargo, la reacción típica hacia su relato no fue de increduli dad, ni siquiera en Uspantán. Casi todos los indígenas sólo habían oído hablar del libro a grand es rasgos, en la radio, en los discursos o a sus amigos, y el tema central de la persecución era bien cercano a su propia experiencia. Su historia de victimización encontraba bastante acept ación entre muchos guatemaltecos, ladinos e indígenas, que habían aprendido a esperar lo peor d el ejército guatemalteco. Desde el punto de vista de los hechos, ésta era, de todas maneras, la parte menos problemática de su historia.

Sólo en Uspantán, donde los vecinos podían comparar su historia con sus propios recuerdos, oí a guatemaltecos hacer objeciones acerca de los hechos narrados en Me llamo Rigoberta Menchú. Entre ellas, las de unos cuantos indígenas, así como por parte de las familias Martínez y García. «Ella no vio la violencia aquí, porque ella estaba estudi ando en Huehue», dijo una abuela uspanteka que la conoció de niña. «Nosotros escuchamos por radio y (ella) miente, dice montón de cosas. Ella no vio como murió su madre, no vio como murió su padre . Si ella es libre de ir y venir, ¿por qué no viene a visitar su pueblo? ¿Por qué no se anima a v enir?» ¿Por qué no?, pregunté. «Ella se da cuenta en qué se ha metido». Un k'iche' crítico obs ervó, «Allá tiene una mezcla... Es falso que fue a la costa... es falso que trabajó como criada en Guatemala... Como cuando dice que pertenecía al CUC. Puede ser de la Liga Campesina, pero es otr a cosa... Es verdad lo que dice de los García y Martínez, porque se había ido con la guerrilla y lo s García y Martínez se fueron con el ejército».

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No obstante, en Uspantán la exactitud del libro no fue un tema tan importante como yo esperaba. Una razón era que la mayor parte de la población no podía leerlo, bien porque no tenían los conocimientos necesarios o por que no tenían acceso a un ejemplar. A excepción de manuales de aprendizaje y Biblias, los libros son raros en este medio. Mi impresión fue que la mayoría de los que sí habían leído Me llamo Rigoberta Menchú apenas habían leído partes de un ejemplar prestado , no todo el texto. Sea como fuere, los uspantanos te ndían a considerar el libro como un monumento que poseía su propia autoridad. No, me dijeron vari os, nunca habían oído hablar del CUC en Uspantán, pero si Rigoberta lo decía, tuvo que habe r estado allí entre bastidores.

Cuando hablé del tema de la veracidad de los hechos con un lector ladino capacitado, su reacción fue: ¿Qué se podía esperar de alguien que ha sufrido tanto? Lo importante para los uspantanos solidarios como él era que la historia d e Rigoberta era poéticamente cierta. Mientras tanto, para un lector insolidario de la familia Gar cía, el libro demostraba que los Menchú habían participado en la subversión. Si según decía Rigobe rta, Chimel se entregó a la guerrilla desde finales de los 70, su visión polarizada de la situa ción se ajustaba a las necesidades ideológicas de los contrainsurgentes así como a las del EGP. Ex ento de todo cuestionamiento, Me llamo Rigoberta Menchú proporcionaba suficiente material para las polémic as de la sociedad guatemalteca. Se podía interpretar como un clamor contra la injus ticia o como evidencia de cuánto odiaban los indígenas a los ladinos.

A nivel nacional, asumí que los periodistas que ent revistaban a la familia Menchú y a sus vecinos pronto informarían de algunas de las discre pancias que yo estaba descubriendo. Pero no. Quizá los periodistas no hicieron las preguntas his tóricas que yo hacía. O si oyeron detalles como el referente a la educación de Rigoberta (que sería difícil no hacerlo), quizá no les pareció importante. O quizá pensaron que era indecente cont radecir a una premio Nobel. Quizá todo periodista que se animara a emprender el largo cami no lleno de baches que conducía a Uspantán era por definición un simpatizante político. Quizá los columnistas que disfrutaban poniendo en ridículo a Rigoberta eran demasiado cómodos para qu erer hacer el viaje. O quizá no vieron la necesidad de verificar un relato que confirmaba su creencia de que los indígenas se aferran a sus costumbres retorcidas y están dispuestos a la rebel ión. Aún así, me pareció extraño que en un país donde privan los rumores, incluyendo el de que la h istoria de Rigoberta es una mentira, ningún crítico se tomara la molestia de dedicar los pocos días necesarios para investigar el caso.

Cuanto más hablaba con guatemaltecos sobre Rigobert a, más aparente era que su historia estaba alcanzado la categoría de leyenda, una historia que se ajusta tan bien a ciertas necesidades que la cuestión sobre si es cierta o falsa casi no ha l ugar. ¿Sería este el mismo hechizo con el que había embrujado a sus admiradores de Estados Unidos y Europa? Incluso entre los académicos que conocíamos el tema del que hablaba, el retrato que hacía Rigoberta de indígenas profundamente tradicionales convertidos en revolucionarios era ta n gratificante que desarmaba nuestras facultades críticas. Una vida determinada había sid o remodelaba para convertirse en una vida que se ajustara a las expectativas de extranjeros solid arios, haciéndola famosa. Con el prestigio concedido por el espaldarazo internacional, la leye nda había sido divulgada en Guatemala a través de los medios de difusión e incorporada a su folklo re. Los guatemaltecos decidirían ahora qué alcance tendría.

Mi impulso de investigar el contexto histórico de Me llamo Rigoberta Menchú y descubrir qué había pasado realmente es un paso. Pero sólo eso. E n el futuro contará lo que Zygmunt Baumann llama «historia recordada», lo que los guatemalteco s quieran recordar de lo que fue su historia, no lo que algún académico extranjero piense que fue . {6} Es posible que algunos compatriotas de Rigoberta sientan que he tratado de arrebatarles su historia. Creo que eso sería imposible. Recordarán su historia como ellos quieran recordarl a, mucho después de que mis esfuerzos hayan quedado relegados a una nota de pie. Si ellos quier en, Vicente Menchú siempre será el fundador del Comité de Unidad Campesina y siempre irá a la embaj ada de España a defender su tierra de los finqueros. La historia que recordaran los guatemalt ecos aún no ha sido establecida. No están de acuerdo en qué significado tuvo la violencia; puede que nunca lo estén. No obstante, si pueden ponerse de acuerdo en que Me llamo Rigoberta Menchú es un trabajo nacional, independientemente de cuán escépticos o convencidos estén de su mérito, s erá un paso en el camino para convertirse en la nación que tantos guatemaltecos quieren que sea.

Notas

{1} Para una crónica de prensa sobre el conflicto con los García, véase «Temen nuevas masacres en Chimel», Tinamit (Guatemala), 5 de agosto de 199 3, págs. 30-31.

{2} También fueron excluidos los supervivientes de Chi mel que vivían en las Comunidades de Población en Resistencia. «Nosotros estamos sufrien do aquí, mientras que unos ricos están metiendo ganado en potreros que no les costaron nada», me di jo un huérfano que había crecido en las CPR. «Los que estaban antes botaron los árboles y cultiv aron la tierra, y ahora éstos están comiendo de lo que no les costó nada».

{3} Un canche es una persona de piel clara. El término también se usa para referirse irónicamente a la guerrilla, aparentemente porque e l ejército solía decir que las columnas guerrilleras estaban lideradas por extranjeros.

{4} Unos campesinos que regresaban de una manifestació n de derechos humanos perdieron el camino durante unas lluvias torrenciales al atardecer. Cua ndo buscaban el camino al Soch, los patrulleros civiles respondieron abriendo fuego, bien porque es tuvieran alarmados o porque expresaran sus sentimientos por los derechos humanos. Nadie result ó herido.

{5} Frank Maurovich, «Nobel Prize for Noble Lady», Mar yknoll, febrero de 1993, págs. 35-38.

{6} Baumann 1982:1.

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Capítulo 19

Rigoberta abandona el movimiento guerrillero

«El camino a la reconciliación enfrentará muchos re tos difíciles. Será difícil olvidar a los que han muerto y a los que cometieron los asesinato s. Pero tenemos que hacerlo. Menchú habló con cautela del proceso de reconciliación porque ha y tantas verdades –las familias de los soldados que han sido asesinados, las familias de l os que lucharon con las fuerzas guerrilleras... todos tienen sentimientos fuertes, Menchú enfatizó– que es importante que ningún bando manipule estos sentimientos para inspi rar venganza y prolongar la lucha.» –Rigoberta durante una visita a los Estados Unidos, 1995. {1}

Después de la muerte de sus padres, Rigoberta renun ció al matrimonio y a la maternidad. {2} Pero tras tres años de ajetreo como premio Nobel, empezó a aparecer en público con un bulto en los brazos. Entre las cobijas se asomaba el pequeño Mas h Nawalja', un bebé adoptado cuyo nombre significa Tomás Espíritu de Agua. Poco tiempo despu és, Rigoberta se casó con un miembro de su personal llamado Angel Francisco Canil Grave, un co mpañero k'iche' que, al igual que ella, había buscado refugio en México. {3} Luego, durante otra ocasión familiar, ocurrió lo q ue se temía desde hacía tiempo. El 4 de noviembre de 1995, una de las sobrinas de Rigoberta, la única hija sobreviviente de Víctor Menchú, se casaba en la Ciu dad de Guatemala. De pronto las festividades se interrumpieron a causa de terribles noticias. Otra de las sobrinas de Rigoberta estaba bajando de una camioneta cuando le arrebataron a su hijo de lo s brazos. Unos hombres armados huyeron con el niño en un carro de vidrios polarizados.

Puesto que Rigoberta estaba investigando una masacr e del ejército, era lógico suponer que esto sería una reacción si no del alto mando, de los ofi ciales a los que eran extrañamente incapaces de contener. «El propósito era secuestrar a mi hijo», declaró Rigoberta. {4} «Si no fue el Estado, que me demuestre lo contrario». {5} Muchos personajes, incluyendo al secretario genera l de la ONU, condenaron el secuestro. Las fuerzas de seguridad e stablecieron controles en las carreteras para buscar al pequeño Juan Carlos Velásquez Menchú.

Tres días más tarde, Rigoberta pidió a las autorida des que investigaran al padre del muchachito. Miguel Velásquez Lobos no era uno de su s cuñados preferidos. Conocido por su afición a la bebida y sus ausencias prolongadas, ahora se neg aba a contestar las llamadas telefónicas de un secuestrador que exigía medio millón de dólares con acento maya. «Si el niño no aparece», respondía Miguel a los interrogatorios de Rigoberta , «usted será la culpable». El sexto día de angustia, él dispuso la reaparición de su hijo. Con la complicidad de su esposa, la sobrina de Rigoberta, había dejado al bebé bajo el cuidado de sus padres en Santa Cruz del Quiché. La laureada se había negado a prestarle US$ 6.000 para la expansión de su negocio de relojes, grabadoras y cassettes de contrabando.

El regreso del niño estuvo acompañado de una serie de acusaciones mutuas. Justificado por una vez, el ejército se limitó a pedirle a Rigoberta qu e se disculpara. El presidente Ramiro de León Carpio la acusó de irresponsabilidad. {6} Un editorialista del gobierno la acusó de haber pl aneado el engaño. Afortunadamente, Rigoberta había sido la primera en identificar al padre del niño como sospechoso. Avergonzada e irritada, exigió una inve stigación para ver si agentes del ejército no habían metido a sus familiares en una conspiración tan chapucera. {7}

Mientras tanto, la premio Nobel empezaba a mostrar cierta independencia de la Unión Revolucionaria Nacional Guatemalteca. En México Rig oberta nunca había sido totalmente aceptada por los revolucionarios exiliados. Era una recién llega da, además del miembro del movimiento más famoso internacionalmente, de modo que la considera ban una advenediza. También era mujer e indígena en un liderazgo dominado por ladinos y var ones. Pero ella y los líderes de la URNG se necesitaban demasiado entre sí como para separar su s caminos. Incluso después de que el Nobel le concediera la base para la independencia, los coman dantes y ella sabían demasiado unos de otros para airear en público sus diferencias. A principio s de los 90, se decía que Rigoberta estaba distanciándose de la URNG, pero para los escépticos esto no era más que retórica. Ella nunca había criticado públicamente al movimiento que lanzó su c arrera. Por eso me impresionó cuando se unió al movimiento maya para acusar a ambos bandos, la URNG y el gobierno, de marginar a su pueblo en las negociaciones de paz. «Cómo es posible», preguntó e n octubre de 1994, «que la guerrilla y el gobierno estén discutiendo el tema de la identidad y los derechos de los indígenas sin tomar en cuenta a los afectados, permitiendo que nos margine n los mismos ejércitos que reprimieron a los indígenas» {8}

En enero de 1995, cuando murió en México Mario Paye ras, el disidente más destacado del movimiento guerrillero, la URNG guardó silencio. Se guía ofendida por su conclusión de que el movimiento guerrillero en el altiplano estaba «en r elación de desfase con la lucha y el movimiento real de las masas». {9} Pero Rigoberta se unió a los homenajes al mejor es critor guatemalteco de su generación. {10} También quitó el nombre de su padre a su organizac ión y la llamó Fundación Rigoberta Menchú. Dijo que muchos partidarios le ha bían pedido que le diera su nombre. Otra explicación fue que quería distanciarse del Comité de Unidad Campesina y del Ejército Guerrillero de los Pobres. {11}

Rigoberta ya no era miembro del CUC. Tras ganar el Nobel, tenía muy poco tiempo para la organización que la había acreditado como líder ind ígena. Ya antes, la apretada agenda de Rigoberta y su amplitud de horizontes eran difícile s de coordinar con un liderazgo colectivo que seguía emparejado con la URNG y cuyas opciones eran bastante limitadas. Después del premio, su ausencia era tan notoria que se planteó en la asamb lea del CUC de 1993, en la que ella aceptó dejar la dirección e incorporarse a una junta honor aria que le exigía menos dedicación. Aún entonces no asistía a las reuniones, no estaba acce sible y no respondía a las propuestas de

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financiamiento, de modo que su antigua organización decidió proseguir sin ella. «Quedó totalmente desconectada», me dijo Rosario Pu, directora del CU C. «Nunca llegó, no hubo ninguna convocatoria. Hasta ahora no existe ninguna vinculación». {12}

La laureada se reposiciona en el proceso de paz

«A través de este acompañamiento [con los comités c ívicos de los pueblos mayas], fuimos entendiendo que, en realidad, en Guatemala hay una cara distinta: es decir, no la Guatemala destruida, no la Guatemala sumisa, no solamente un país reprimido y deprimido, sino un país con muchas iniciativas que expresan liderazgos indí genas a nivel local, a nivel regional, [con] mucho deseo de las comunidades por volver a r econstruir la confianza ...también a definir su participación política en estas eleccion es.» –Rigoberta Menchú, 1995. {13}

Rigoberta seguía colmada de honores internacionales . Ya en 1996 había recibido su decimocuarto doctorado honorario, había sido condecorada con la Legión de Honor por el presidente de Francia, Jacques Chirac, y había sido nombrada embajadora de buena voluntad de la UNESCO. Incluso formaba parte de un comité de asesoramiento del Consejo de Relaciones Exteriores de Nueva York. Pero la esfera más crítica para su futuro ya no era interna cional. A medida que se alejaba de la guerrilla, un cambio importante en la actitud de la izquierda hacia las elecciones le dio la oportunidad de tener un rol más activo en la vida p olítica. Hasta este momento, la URNG y las organizaciones populares que seguían su línea acons ejaban a los guatemaltecos que se abstuvieran de votar. Luego de décadas de intimidación, gran pa rte de sus partidarios no estaban empadronados. Entre los que sí lo estaban, muchos temían votar po r la izquierda, cuyos candidatos carecían de un programa electoral. Unos resultados electorales pob res desmentirían al movimiento revolucionario que decía representar al pueblo guatemalteco.

En este momento ciertos progresos en el proceso de paz abrían un nuevo panorama. En 1994 la URNG había interrumpido las conversaciones de paz d espués de aceptar una comisión de la verdad débil que alienaba a las organizaciones populares. Al año siguiente la carga de frenar el proceso de paz recayó en el ejército, dada su reticencia an te los casos de derechos humanos. Bajo presión internacional, el gobierno aceptó un acuerdo radica l en cuanto a los derechos indígenas, que por fin proporcionaba al movimiento revolucionario algo que ofrecer a los votantes mayas. Mientras tanto, la llegada de cientos de observadores de las Naciones Unidas garantizaba toda la protección que se podía esperar.

El espectro de Ríos Montt fue más decisivo aún en e l cambio de actitud de la izquierda hacia las elecciones. El «carnicero evangélico» de 1982-1 983, famoso por predicar el evangelio mientras que su ejército masacraba a los campesinos, estaba a punto de regresar al poder. Peor aún, lo haría legítimamente, ya que su reputación de ley y orden lo convertía en el candidato más popular para la presidencia. En la elección de 1994, el par tido de Ríos Montt ganó el control del congreso nacional. Durante casi todo el próximo año, parecía que iba a ser el ganador de la siguiente campaña presidencial. Incluso después de que sus op onentes lograran descalificarlo apoyándose en la Constitución, su partido quedó a dos puntos de g anar la segunda vuelta de enero de 1996.

Enfrentados a la pesadilla de otra administración d e Ríos Montt, la guerrilla y sus aliados se dieron cuenta de que ya no podían permitirse el luj o de eludir su participación en las elecciones. Puesto que estaba presente Naciones Unidas, era hor a de organizar una campaña electoral. Era hora de que sus partidarios superaran sus temores. El re sultante Frente Democrático Nueva Guatemala (FDNG) no era tan amplio como se esperaba; muchos s ocialdemócratas se retiraron cuando vieron que estaba dirigido por la URNG. Las dimisiones incluye ron la de Rigoberta. Entre otras cosas, rechazaba al candidato presidencial, que había sido escogido en México por los comandantes. {14} Sin embargo ahora que la candidatura de la izquierda er a legal, se abrió una nueva misión para la laureada: empadronar a su gente para que votara. Lo s columnistas hostiles la acusaban de hacer campaña a favor del subversivo FDNG, que a su vez l a acusaba de apoyar al candidato ganador, Alvaro Arzú, y su Partido de Avanzada Nacional. La izquierda también le recriminaba que se negara a denunciar a los ríosmonttistas.

En cuanto a Rigoberta, decía que estaba promoviendo a los candidatos indígenas, independientemente de cuál fuera su afiliación polí tica. Incluía visitas imprevistas a pueblos mayas, que no habían sido concertadas a través de l as organizaciones populares afines a la URNG, para conocer a un círculo más amplio de gente. Tamb ién hizo campaña a través de la radio, en cuatro lenguas mayas además de en castellano. En ve z de pronunciar discursos sobre los derechos humanos, que ya empezaban a sonar como una letanía de quejas acerca de todo, enfatizaba la necesidad de que los guatemaltecos asumieran la res ponsabilidad de su gobierno ejerciendo sus derechos políticos. «Vota en contra del miedo», era su lema.

Si su campaña de empadronamiento electoral colocó n uevamente a Rigoberta en los altares, también lo hizo una nueva masacre del ejército. Xam án era un asentamiento bien organizado de refugiados que habían retornado de México. Un día a pareció por allí una patrulla del ejército, violando un acuerdo que prohibía la entrada a Xamán de cualquiera de los dos bandos. Los soldados fueron rodeados por cientos de campesinos, algunos exigieron a la tropa que depusiera sus armas. Creció la histeria. Es posible que una anciana desp ojara de su arma a un soldado. Algunos de sus compañeros de armas abrieron fuego de ametralladora sobre la multitud, dejando once muertos y treinta heridos. Puesto que Rigoberta había ayudado a financiar Xamán, se trasladó inmediatamente al lugar e inició una campaña para enjuiciar a los soldados.

Tuvo el descuido de solicitar para ellos la pena ca pital (pena de muerte), cosa que viniendo de labios de una Nobel de la Paz sorprendió a muchos, especialmente tratándose de soldados mayas que se habían dejado dominar por el pánico. Lo que quis o decir, según su retractación, fue la máxima sentencia de cárcel. Lo que dejó una impresión más profunda fue la habilidad de Rigoberta y sus abogados para utilizar el nuevo código jurídico. A pesar de la oposición del ejército, establecieron el precedente de juzgar a los soldado s en una corte civil. Al igual que otras mujeres con las que se había organizado la comunida d guatemalteca de derechos humanos, Rigoberta

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estaba invirtiendo su energía política en la lucha contra la impunidad, es decir, la inmunidad del ejército ante su responsabilidad por las violacione s a los derechos humanos.

Rigoberta siguió distanciándose de las organizacion es populares que habían sido sus más leales partidarios. Esto a pesar del éxito del FDNG en las votaciones de noviembre de 1995, en la que resultaron elegidos seis diputados al congreso, tre s de ellos mayas. Aunque no fuera una muestra espectacular, resultaba creíble dada la rapidez con que se había formado el FDNG y la intimidación que existía todavía. En El Quiché, sus partidarios ocultaron sus preferencias en los comicios, luego eligieron al líder del CERJ Amílcar Méndez. P ero Rigoberta declinó unirse a una nueva coalición indígena que apoyaba al FDNG llamada Nuku j Ajpop. También se opuso a una propuesta del FDNG para la creación de un nuevo ministerio de asu ntos indígenas. Alegó que segregaría a los mayas en un pequeño rincón del aparato estatal, cua ndo deberían estar expandiéndose por todo el mismo.

«En el pasado, trabajé en concierto con otros grupo s de la oposición, los compañeros más militantes, pero llega un momento en que la poblaci ón está tan fragmentada que lo más inteligente es adoptar un rol unificador», declaró para una pub licación estadounidense a principios de 1996. «Nadie representa a todo el pueblo». Cuando le preg untaron si ya no se consideraba parte de la izquierda, su respuesta fue: «Es que no sé que se e ntiende por izquierda. Para mí, desde hace mucho tiempo, estas viejas etiquetas han sido muy p roblemáticas». {15}

Después de tantos años de haber sido criticada como defensora de la guerrilla, Rigoberta estaba dejando claro que trabajaría con quien quisiera. An tes de la elección, era obvio que estaba cultivando una relación con el principal candidato presidencial, Alvaro Arzú. Después de que resultó elegido, sostuvieron conversaciones regular mente. El nuevo presidente dirigía un partido de empresarios neoliberales. Pese a pertenecer a un a de las familias más ricas de Guatemala, tenía credibilidad como buen gobernante reformista. Ello incluyó mejorar la recaudación de impuestos de los ricos y la privatización de empresas estatales deficitarias. Arzú también se comprometió a firmar los acuerdos de paz con la URNG para finales de 1996, lo que requería mucho equilibrio: Necesitaba convencer a los rebeldes y a sus partida rios de que estaban recibiendo concesiones importantes, y al mismo tiempo tenía que convencer a los empresarios y el ejército de que no les estaba traicionando.

La actitud ecuménica de Rigoberta frente al tema la dino-indígena fue de gran ayuda. Los comentaristas ladinos estaban preocupados por el mo vimiento maya, su repercusión para los ladinos y la posibilidad del separatismo racial. Se sintier on gratificados cuando la laureada invocó una nacionalidad guatemalteca en la que convivieran lad inos y mayas. {16} A Rigoberta, esta asociación con una nueva administración creíble la legitimaba ante los medios de difusión y las clases altas de un modo que no había gozado desde su luna de mie l como Nobel. El gobierno de Arzú también le daba la oportunidad de participar seriamente en el proceso de paz. Se estaban firmando acuerdos complejos que el estado tendría que llevar a cabo, entre ellos un acuerdo sobre los derechos indígenas. Al igual que otros líderes mayas, Rigobe rta estaba harta de hacer una denuncia tras otra; ahora podía institucionalizar un nuevo nivel de participación en el estado de Guatemala.

Con este fin se unió a K'amal B'e (El Camino), un g rupo de discusión formado por mayas influyentes de tendencias izquierdistas, indigenist as y neoliberales que buscaban la misma visión. {17} La Fundación Menchú también colaboraba con otros g rupos nuevos, tales como el Consejo para la Educación Maya, para asegurarse de que el e stado cumplía sus nuevos compromisos con los derechos indígenas. La fundación también subsidiaba Fundamaya, una nueva organización para impulsar el creciente número de municipalidades dir igidas por comités cívicos de mayoría maya.

Esto no quiere decir que todo fuera un camino de ro sas para Rigoberta. Apoyando al estado durante el proceso de paz desilusionó a sus partida rios más leales, los líderes de las organizaciones populares afines a la URNG. Paradóji camente, esto la volvió a situar en el mismo barco que los comandantes, cuyos compromisos en las conversaciones de paz también habían decepcionado a las organizaciones populares. La fir ma del acuerdo socioeconómico en 1996, previa al acuerdo final de paz a finales del año, no fue l a primera vez que los partidarios de la URNG se sintieron abandonados por sus líderes, pero ahora e l estigma se extendía a Rigoberta. La URNG renunció a la reforma agraria porque las poderosas camarillas de finqueros nunca la hubieran permitido. En la firma ceremonial, donde se renunci ó a una de las demandas más básicas de la izquierda, Rigoberta bailó con un sonriente comanda nte. El espectáculo no cayó muy bien entre las organizaciones populares. «Se ha alienado de su ser indígena», fue uno de los comentarios que escuché. Lo que políticos y diplomáticos considerab an madurez, para gran parte de la izquierda era una traición

A medida que Rigoberta se alejaba de la URNG y part icipaba con la administración Arzú, su fundación empezó a verse envuelta en luchas partidi stas con sus antiguos aliados. En Ixcán, Huehuetenango y Sololá, los representantes de Rigob erta y sus oponentes trataban de sacarse unos a otros de los comités que administraban las donacion es internacionales para la paz. Las rupturas son inevitables cuando un movimiento guerrillero sa le de la clandestinidad. Al ser muy centralizadas, las organizaciones clandestinas, que consideran traidores a los disidentes y tienen sus propias leyes, deben aprender a actuar como si funcionaran democráticamente. Puesto que entre el personal de la Fundación Menchú había varios ex miembros del EGP, podía considerarse que era una escisión de esta organización. El tema más comp licado era a quién echar las culpas de los asesinatos descubiertos por las exhumaciones y las comisiones de la verdad. En 1998, el director de la fundación de Rigoberta, Gustavo Meoño, que ha bía abandonado el EGP cinco años atrás porque se oponía a la manipulación de las organizaciones d e base en el Ixcán, fue uno de los personajes acusados de ser responsables de la muerte de tres m iembros del grupo en 1982. {18}

A Rigoberta le han dicho muchas veces que podía ser elegida presidenta de Guatemala y se ve a sí misma en ese papel. Como premio Nobel, símbolo n acional y mujer, se la supone un paradigma de virtudes. Sin embargo, la vida pública en Guatemala ofrece muchas oportunidades para perder a los amigos y acostarse con los enemigos. Ya en 1998, el último ejemplo de ello fue la sorprendente

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decisión tomada por Rigoberta de aliarse con los fi nqueros y los ríosmonttistas en contra de la administración Arzú y de la izquierda, oponiéndose a un nuevo impuesto sobre la renta que exigían los acuerdos de paz. Supuestamente, el impuesto obl igaba a las clases altas a asumir una parte importante de la carga fiscal, pero algunos campesi nos temían que les afectara también a ellos. {19}

«No es fácil dejar de ser una víctima», le dijo Rig oberta a una audiencia de los Estados Unidos dos años antes. «De un modo u otro tenemos que mant ener nuestra memoria histórica y adaptarla al futuro». El episodio de Xamán demostró que se deben resolver los conflictos en los juzgados y a través del proceso político, dijo. El conflicto arm ado sólo trae desgracias, reiteró. Cuando le preguntaron por el papel de los Estados Unidos en l as masacres de principios de los 80, respondió que aunque era necesario seguir investigando a la C IA, agradecía el análisis balístico con el que la embajada de los Estados Unidos había colaborado en su investigación del caso Xamán. Sobre el tema de los rebeldes zapatistas en Chiapas, negó cu alquier afiliación, afirmó el derecho de los zapatistas a organizarse en pos de una vida mejor, describió los paralelismos con Guatemala y concluyó: «No creo que la lucha armada resuelva nad a, creo que la única solución para los conflictos es la negociación. El conflicto armado d estruye a las comunidades. Provoca conflicto y división entre la gente». {20} Al final, miembros del público la abordaron y le p idieron que les firmara ejemplares de Me llamo Rigoberta Menchú.

Notas

{1} Extracto de una entrevista con Steve Scher, para K UOW-Seattle, citado en «Rigoberta Menchú en Seattle», Guatemala Update (Seattle: Guatemala Solidarity Committee), Winter 1995, págs. 1, 4-4.

{2} Burgos-Debray 1984:88, 220-226.

{3} «Rigoberta contrae matrimonio», Prensa Libre, 27 de marzo de 1995, pág. 4.

{4} «Menchú: El propósito era secuestrar a mi hijo,» Diario El Gráfico, 6 de noviembre de 1995, pág. 3.

{5} Fernández García 1995:9

{6} «Irresponsable la versión sobre el secuestro de so brino de la Menchú», Diario El Gráfico, 13 de noviembre de 1995, págs. 10.

{7} «No es con calumnias y campañas negras como se con struirá la paz, la reconciliación y el estado de derecho en Guatemala», comunicado de pren sa, Fundación Rigoberta Menchú, 24 de noviembre de 1995.

{8} Noticias de Guatemala, 24 de octubre de 1994, en «Guatemalan News Update: Indigenous Demand to Be Taken Into Account in Peace Talks», Anthopology Newsletter, enero de 1995, pág. 24. Cuando los dos bandos terminaron de negociar el acuerdo de derechos indígenas, Rigoberta no quiso ratificarlo (Bastos y Camus 1995:75).

{9} Payeras 1991:109.

{10} Rigoberta Menchú Tum, «Recordatorio de Mario Payeras», en Jaguar-Venado 1995:19.

{11} Paul Jeffrey, «Menchú's Grassroots Battle», Latinamerica Press, 5 de octubre de 1995, pág. 15.

{12} Entrevista del autor con Rosario Pu, Ciudad de Gua temala, 5 de julio de 1996.

{13} Sally Burch, «Rigoberta Menchú promueve participac ión ciudadana», Agencia Latinoamericana de Información, Quito, Ecuador, 1995.

{14} «Cambio de Rumbo», Crónica, 15 de septiembre de 1995, pág. 11.

{15} Informe NACLA sobre las Américas, 1996:7-8.

{16} Incluso llegó a negar el resentimiento indígena ha cia los ladinos, que había sido un rasgo evidente de su historia de 1982: «Objetivamente, en Guatemala no existe una actitud anti-ladina, como la que he encontrado en otros países», como po r ejemplo, entre los sioux de Estados Unidos (Gustavo Berganza, «Rigoberta Menchú Tum: 'Nos gust e o no, Guatemala es un país multiétnico'», Crónica, 19 de abril de 1996, págs. 31-32).

{17} Para un análisis acerca de cómo el movimiento maya está tratando de cambiar el estado guatemalteco, véase Ekern 1997 y Nelson 1996.

{18} «Dos crímenes en la agenda del EGP», Crónica, 27 de marzo de 1998, pág. 28. De estos casos, el peor fue la masacre de más de cien campes inos de la aldea de Chacalté, Chajul, el 13 de junio de 1982. Las víctimas se habían juntado a las patrullas civiles del ejército. La responsabilidad del EGP fue verificada por una exhu mación llevada a cabo por la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado (Ana Lucía Gonzále z, «La venganza del EGP», Revista [Prensa Libre], 31 agosto 1997, págs. 8-10).

{19} Pablo Rodas Martini, «Rigoberta Menchú: miembro ho norario del CACIF», El Periódico, 27 de febrero de 1998, pág. 10.

{20} De las notas de un colega que asistió al discurso en la Columbia University de New York City el 28 de febrero de 1996.

Capítulo 20

Epitafio para una testigo ocular

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«Puede que el libro no diga la verdad sobre Rigober ta, pero dice la verdad sobre Guatemala.» –De un ladino a un gringo, 1998.

El hecho de que Rigoberta se representara como maya omnirepresentativa, con una serie de experiencias mucho más amplia de la que realmente t uvo, no es en sí un problema serio. Obviamente, se debería saber que su testimonio de 1982 no es un a crónica literal de su vida. Sin embargo, ella dejó muy claro que ésta era la historia de todos lo s guatemaltecos pobres. Bien pensado, no pudo haber sido nunca la historia de una guatemalteca po bre. Defender su estrategia narrativa resulta fácil, puesto que es cierta su denuncia más destaca da: los asesinatos del ejército. Rigoberta dramatizó su vida, como podría haberlo hecho un gui onista de Hollywood, para tener más impacto. No obstante, es legítimo exigir veracidad a toda narra ción que diga ser la crónica de un testigo ocular, especialmente si ha sido tomada tan en seri o como la de Rigoberta. Aunque no se le pueda pedir la misma objetividad que a un observador de l as Naciones Unidas, este libro ha sugerido la importancia de comparar su versión con otras eviden cias. El relato de Rigoberta da lugar a malinterpretaciones serias en su descripción del co ntexto social de los asesinatos, particularmente, en lo que se refiere al motivo por el que empezaron en su región. Uspantán no es un microcosmos de todo el conflicto, pero a través de la historia de Rigoberta ha sido ampliamente interpretado como arquetipo. Es más, lo que allí pa só ilustra el destino de decenas de miles de víctimas. Aclarar cómo empezaron los asesinatos en Uspantán es relevante a una escala más amplia.

Cuando las matanzas estaban en su apogeo, en 1982, tal vez era secundario saber la causa, aunque no dejaba de tener importancia. Ahora es tod avía más importante, puesto que se están publicando informes de las comisiones de la verdad y puesto que los guatemaltecos están tratando de dejar atrás los años de conflicto. Si identifica r crímenes y sacarlos a la luz se ha convertido en un imperativo público del proceso de paz, si se exige establecer la «memoria histórica», entonces Me llamo Rigoberta Menchú no puede ser clasificado como verídico en aspectos que no lo es. Si uno cree la historia de Rigoberta a pies jun tillas, si uno piensa que tal vez algunos puntos han sido exagerados, pero que básicamente la historia es exacta, tiene una idea equivocada de las condiciones en las que vivía su pueblo, de q ué querían y de cómo empezaron los asesinatos políticos en su región.

No tiene nada de extraño que en respuesta a una car nicería se traten de establecer los hechos. Es más, es algo cada vez más frecuente puesto que l as guerras civiles se están convirtiendo en cosa de todos los días y puesto que el mundo reacci ona ante ellas estableciendo redes de derechos humanos, comisiones de la verdad y tribunales. El a nálisis de las versiones contradictorias de los hechos para acercarse a lo sucedido seguirá siendo crucial a distintos niveles: para comprender diferentes clases de conflicto, para detectar las c ontradicciones que afectan internamente a grupos que damos por sentado que son homogéneos, y para evaluar a los diferentes grupos armados que dicen representar a la mayoría de la población. Sólo si establecemos cronologías, perspectivas y probabilidades podemos tener cierta esperanza de evaluar cómo se utilizan las historias recíprocas de victimización para justificar la viol encia, cómo estos argumentos se convierten en las justificaciones de los intereses políticos y có mo se puede inducir a los seres humanos a cometer crímenes contra la humanidad.

Es importante subrayar que es legítimo cuestionar e l testimonio de Rigoberta, ya que, con las críticas postmodernas acerca de la representación y la autoridad, muchos académicos se sienten tentados a abandonar la tarea de verificación, espe cialmente cuando el narrador ha sido convertido en una víctima a la que hay que apoyar. En una époc a en la que el rumor, el mito, la representación y la construcción de lo que consider amos «real» plantea cuestiones fascinantes, resulta demasiado fácil eludir la tarea de separar lo cierto de lo falso, acatando la autoridad de las víctimas de moda. Es así como Me llamo Rigoberta Menchú se convirtió en un libro con un culto propio, que tiene una gran influencia en la percepc ión internacional sobre Guatemala. Hay tres razones para evaluar nuevamente el testimonio de la laureada. Al hacerlo, podemos ver (1) cómo se tergiversó la violencia en Guatemala, (2) cómo los mitos sobre la guerra de guerrillas siguen desorientando a la izquierda urbana, y (3) cómo se está redefiniendo el concepto de legitimidad en las ciencias sociales y las humanidades para frenar la investigación y el debate.

Chivo expiatorio para los guatemaltecos, santa para los gringos

Me llamo Rigoberta Menchú fue un eco del Ejército G uerrillero de los Pobres en París. También era la historia de una mujer joven que, según sus p alabras, «traté de convertirla en la experiencia general de todo el pueblo». {1} Para los extranjeros que estaban respondiendo a un a emergencia humanitaria, una simple historia pasó a personificar a una nación en crisis, concediéndole un aura de representatividad e import ancia que de lo contrario no hubiera tenido. El resultado fue mítico en dos sentidos. Por un lado, parte de su historia no era cierta. En un sentido más amplio, su historia se convirtió en un paradigma mítico de la identidad, un medio para que diferentes grupos de personas entendieran quién es eran y qué tenían que hacer a continuación. Pero, ¿de quién era este paradigma y para qué serví a? Extranjeros y guatemaltecos han aportado necesidades diferentes a la odisea de Rigoberta, co mo resulta evidente cuando uno analiza los contrastes en cuanto a cómo la perciben.

Lo que asombra a los antiguos vecinos de Rigoberta es que una colegiala pudiera convertirse en celebridad internacional. La mayoría de los uspanta nos han oído hablar de su historia por transmisión oral, lo que difumina detalles a los qu e quizá se opondrían, dejando una secuela de persecución, supervivencia y denuncia con la que se pueden identificar muchos de ellos. Se puede decir lo mismo de gran parte del público guatemalte co. Rigoberta era una desconocida para casi todos los indígenas, hasta que en 1991 la izquierda empezó a promocionarla como candidata al premio Nobel. A muchos les gustó la idea de que una maya recibiera honores internacionales por los sufrimientos de su pueblo. Su historia también atra jo a muchos ladinos que habían tenido experiencias similares con la represión estatal. En este sentido, su historia es cierta.

Paradójicamente, a pesar de que a Rigoberta no se l e ha cuestionado la veracidad de su versión de los hechos, ha sido objeto de críticas por parte de casi todos los sectores de la sociedad

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guatemalteca, incluyendo sus propios partidarios de cepcionados. Esto no debería ser una sorpresa. Los sentimientos contradictorios hacia las celebrid ades forman parte del poder que ejercen en la imaginación pública. Como símbolos vivientes de lo bueno, lo malo y lo inevitable; del increíble papel que juega la suerte en los asuntos humanos; y de la injusticia de todo ello, son adorados ahora y envidiados después, malditos hoy y disculpa dos mañana. Lo mismo sucede con Rigoberta, cuya historia se ha convertido en una vía a través de la cual un país entero refleja sus contradicciones. Al presentarse como una mujer más, ha tratado de ser todo para todos de un modo que resulta imposible para cualquiera. Como premio Nobel, ha dedicado su autoridad simbólica para servir de puente entre los indígenas y los ladinos; entre los indígenas, el movimiento guerrillero y los que se oponen a éste; y entre el aparato polí tico y la mayoría de los guatemaltecos que se sienten defraudados por él. El proceso de paz la ha obligado a aceptar compromisos que seguramente ofenden a sus partidarios pero que probablemente no convencen a sus adversarios.

La adulación internacional por Rigoberta ha avivado la inclinación de los guatemaltecos a la maledicencia. {2} Pero ha habido muy poco interés en poner en tela d e juicio la veracidad de su testimonio. Para muchos guatemaltecos, sólo el cont exto de persecución, exilio y reivindicación basta para validarla en el papel que le concedió el comité Nobel: el de un símbolo para todos los que han sufrido. La veracidad podría parecer un tem a secundario puesto que son incuestionables las atrocidades que ella trataba de dramatizar. Como pr emio Nobel, ha llegado a ocupar una posición similar a la de los presidentes de Estados Unidos y la realeza británica, cuya importancia simbólica es mayor que la capacidad de cualquier in dividuo para interpretar el rol. Poner en ridículo a estos personajes puede llegar a preserva r un respeto subyacente por la institución que representan, protegiéndola de los defectos de su oc upante. Ora se les desprecia, ora se convierten en símbolos de unión nacional.

A veces parece que los partidarios más incondiciona les de Rigoberta son los europeos y los estadounidenses, que fueron los primeros en respond er a su historia y que la situaron en el camino de la fama. Esto es una muestra del papel despropor cionado que ha jugado la opinión internacional en la guerra civil guatemalteca; en los 80 ayudando a la guerrilla a prolongar una guerra que casi habían perdido y en los 90 poniendo fin a una guerr a que, de lo contrario, la insurgencia y el ejército hubieran continuado. En el extranjero, pre valece la versión publicada de la historia de Rigoberta, no la oral, de modo que los admiradores extranjeros han puesto su fe en una versión más detallada y problemática de su historia. Tienen, ad emás, una serie de necesidades diferentes a las de los guatemaltecos. Para la mayoría de los guatem altecos, no es una cuestión de solidaridad moral con las víctimas de la violencia: ellos son l as víctimas. Asimismo, la mayoría de los guatemaltecos no siente la necesidad de reivindicar la lucha armada de la izquierda, de la misma manera que no quiere justificar la tradición repres iva de la derecha guatemalteca. Al contrario, la actitud más común es la de considerar a ambas pa rtes la pareja de una danza de destrucción.

Los partidarios extranjeros de Rigoberta están en u na situación diferente. Algunos siguen recurriendo a su historia para probar que el movimi ento guerrillero tuvo profundas raíces populares, o por lo menos para mostrar que no fue u n completo desastre. Para un amplio círculo de activistas de derechos humanos, que se consideran p acifistas pero que sin saberlo han absorbido una perspectiva guerrillerófila, el respeto por el texto de Rigoberta es una muestra de solidaridad con los oprimidos. Creyendo su historia , demuestran su compromiso. Mientras tanto, para los académicos creer en la historia de Rigober ta nos ayuda a resolver un dilema moral profesional, pero muy personal, sobre nuestra legit imidad como observadores de personas que son mucho menos afortunadas que nosotros.

A partir de los 80, una literatura teórica que acus a al conocimiento occidental de ser inherentemente colonialista ha ganado un prestigio considerable en las universidades norteamericanas. {3} En partes de las humanidades y las ciencias social es, los exponentes de esta tendencia parecen ser dominantes. Bajo distintas rú bricas, como los estudios culturales y el postmodernismo, parte de esta literatura continúa l a tradición empírica y autocrítica del pensamiento occidental. Pero las nuevas teorías pue den servir también para cerrar la investigación y el debate, reduciendo el discurso intelectual a l as relaciones de poder y descartando puntos de vistas opuestos por considerarlos reaccionarios. {4}

He aquí donde lo que pretende ser pensamiento críti co degenera en dogmatismo: Si todo retrato empírico de un tema delicado refleja presunciones e tnocéntricas o burguesas (por ejemplo, mi deseo de verificar la historia personal de una laureada d e la paz), no tiene mucho sentido debatir puntos como si Vicente Menchú perteneció o no al Co mité de Unidad Campesina, o si Rigoberta nos dio un relato fidedigno de su aldea antes de la vio lencia. En su lugar, lo que importa es la «metanarrativa», el discurso de poder que se escond e detrás del texto. En el caso del libro que usted está leyendo, un varón blanco acusa a una muj er indígena de inventar parte de su historia. Lo que importa no es si lo ha hecho o no. En vez de eso, es la dominación occidental que, obviamente, yo estoy perpetrando. Este tipo de razo namiento permite que la historia de Rigoberta quede fuera del marco de las proposiciones demostra bles, para convertirse en una escritura sagrada que los extranjeros pueden utilizar para validarse a si mismos.

¿Pero cómo decidimos a qué víctimas escuchar? Cuand o empecé a cuestionar la historia de Rigoberta, aprendí que el testimonio de las víctima s puede usarse para evitar preguntas no deseadas. No a todas las víctimas se las eleva así a los altares, sólo a aquellas que sirven para nuestros fines, porque elevar a los altares unas pr etensiones de victimización implica rechazar otras. El resultado son estereotipos que reducen la s complejidades de historia, desigualdad y ambición a unos melodramas representados por caract eres estereotipados, que siempre se ajustarán a nuestras expectativas, ya que descalificamos la evi dencia que no encaja. El clima intelectual que resulta tiene consecuencias para el tipo de trabajo que hacen los jóvenes académicos, porque condiciona qué se promueve y qué no se promueve, lo qué se publica y lo qué no se publica.

Para los académicos inseguros acerca de su derecho moral a representar al «Otro», el testimonio y otras manifestaciones de la voz nativa resultan u n regalo del cielo. Al incorporar la voz nativa a la sílaba y referirnos a ella ocasionalmente, val idamos nuestra autoridad al abdicarlo. Esto no

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es necesariamente malo, de hecho es difícil imagina rse la antropología y los estudios latinoamericanos sin ello. Pero en la era de las co misiones de la verdad, cuando hay una demanda pública para que se establezcan los hechos, no se p uede privilegiar una versión de una historia de conflictos de tierras y homicidios. ¿Qué pasa si al comparar el testimonio santificado con otros, descubrimos que no coinciden en ciertos aspectos im portantes? Entonces tendríamos que reconocer que no hay nada que sustituya nuestra capacidad de juzgar versiones rivales de los hechos, de ejercitar nuestra autoridad como académicos. Esto d esenmarañaría una generación de esfuerzos para revalidarnos a través de imágenes idealizadas del O tro.

Idealizando la revolución

Defender la necesidad de ejercitar nuestro juicio n o es alegar que el mío sea necesariamente definitivo. Incluso al nivel mundano de quién hizo qué a quién, el fin del enfrentamiento ejército-guerrilla implica que habrá más sobrevivie ntes que cuenten sus historias. Sólo puedo especular sobre qué pretendía lograr Vicente Menchú al colaborar con la guerrilla, exactamente cuándo y cómo se unió su hija a la insurgencia y po r qué Rigoberta rompió con la Unión Revolucionaria Nacional Guatemalteca en 1994. Sin e mbargo, se pueden establecer otros puntos. El conflicto más serio de Vicente Menchú era con otros k'iche's, no con finqueros ladinos. Hasta el final de sus días, trabajó con la Clínica Behrhorst y con el Cuerpo de Paz, pero probablemente no con el Comité de Unidad Campesina. El ejército come nzó a secuestrar campesinos después de que el Ejército Guerrillero de los Pobres asesinara a Eliu Martínez y a Honorio García, y no porque los campesinos estuvieran defendiendo sus tierras de lo s ladinos. Rigoberta estaba en un internado cuando su aldea fue sorprendida por la violencia. S i alguien duda de mis averiguaciones, puede comprobarlas con otra investigación.

Lo que puede parecer una simple cuestión de verific ación, en un rincón de una gran matanza, conduce a un tema más importante: El uso que se le ha dado a la historia de Rigoberta, para apoyar internacionalmente un movimiento guerrillero que ha bía perdido la credibilidad en su país. Sabiendo lo que yo sabía acerca del contraste entre Rigoberta y otros sobrevivientes de la violencia, entre su política y la de ellos, me enfr entaba a una posibilidad perturbadora: que se pudiera utilizar a una premio Nobel de la paz para prolongar una guerra impopular. Dadas las circunstancias bajo las que Rigoberta contó su hist oria en 1982, ésta se adaptó a las necesidades propagandísticas de un movimiento guerrillero que q uizá nunca tuvo el apoyo popular que decía tener y que pronto perdió gran parte del que tenía. Durante catorce años más, el movimiento guerrillero continuó una guerra que había perdido c on la esperanza de generar suficiente presión internacional para conseguir ciertas concesiones. L a historia de Rigoberta ayudó a los líderes de la guerrilla a (1) utilizar el movimiento internaci onal de derechos humanos para presionar al ejército guatemalteco, (2) conservar la legitimidad internacional después de haber perdido el apoyo de la mayoría de los campesinos, y (3) llegar finalmente a los Acuerdos de Paz en diciembre de 1996.

Incluso ahora, la izquierda guatemalteca se pregunt a si los comandantes obtuvieron suficiente en la mesa de negociaciones, si deberían haber cont inuado la guerra o si deberían haberla terminado antes. La cuestión subyacente, si fue bue no o no recurrir a la opinión internacional para dar aliento a una insurgencia derrotada, es al go que decidirá la historia. Al manipular la simbología de los derechos humanos para evitar la d errota y eventualmente conseguir los acuerdos de paz, la URNG posiblemente ha dado inicio a un pr oceso por el cual el ejército irá perdiendo gradualmente su posición dominante. Si esto ocurrie ra, sería todo un logro, en el cual el simbolismo de los muertos conseguiría lo que estos muertos no lograron en vida. Entretanto, llama la atención una paradoja. Es posible que la histori a de Rigoberta hablara en nombre de los muertos a principios de los 80, pero a finales de los 80 er a ya tan sacrosanta que ahogaba las voces de otros guatemaltecos que, cada vez que yo les visita ba, me decían que querían que acabara la guerra.

La política de Rigoberta ha evolucionado considerab lemente desde 1982. Sin embargo, sus ingenuos puntos de vista de aquellos tiempos, con p oco más de un año de experiencia en el movimiento revolucionario, siguen siendo considerad os como la evidencia de una dudosa propuesta con consecuencias profundas. Me refiero a la idea d e que la guerra de guerrilla es la respuesta inevitable de los pobres, su forma de defenderse de la explotación. En los años 60, insurgentes y contrainsurgentes compartían la creencia de que Amé rica Latina era un campo abonado para la revolución. Asumiendo que las masas estaban a la es pera de líderes, los intelectuales de clase media formaron docenas de grupos guerrilleros, a me nudo a pesar de las objeciones de la izquierda no clandestina, que pronto fueron diezmados junto c on los civiles de las zonas donde operaban. La mayoría de las organizaciones guerrilleras fueron e xterminadas, y ninguna conquistó el poder, pero a finales de los 70 estas mismas esperanzas dieron lugar a una nueva ola de luchas armadas en Centroamérica. Esta vez subió al poder un movimient o, en Nicaragua durante una década, pero en El Salvador y Guatemala fracasaron otros dos que parec ían estar cerca de la victoria.

Algunos centroamericanos creen que sólo la lucha ar mada podía poner fin a las dictaduras que dominaban sus países. En su opinión, la guerra de g uerrillas era un paso trágico pero necesario para la democratización, aunque sólo fuera por la p resión internacional que se generó contra oligarquías inflexibles. Puede que tengan razón, pe ro también hay que preguntarse: ¿qué fue lo que dio lugar a regímenes militares tan feroces? Consid eremos la evolución del ejército guatemalteco, desde el reformismo burguesista de los 40, a su res puesta dividida frente a la invasión de la CIA en 1954, pasando por la resistencia a la agenda est adounidense de inicios de los 60, hasta concluir en la máquina de matar en que se convirtió a finales de los 60. Evidentemente, el cuerpo de oficiales incluían un espectro ideológico más am plio que el generalmente se le concede. ¿Qué lo redujo al anticomunismo fanático que permitió asesi nar a tantos hombres, mujeres y niños? Los Estados Unidos tienen mucha responsabilidad en esta tragedia, pero no hubiera ocurrido sin el espectro del comunismo internacional, como el propo rcionado por el triunfo de la revolución en Cuba. La insurgencia era un remedio que prolongaba la enfermedad, reforzando las razones del sector castrense más homicida en uno y otro país.

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Algunos académicos piensan que ya no es necesario d esmitificar la imagen romántica de la guerrilla. De hecho, el apoyo a la lucha armada ha caído en declive en el Cono Sur y gran parte de los Andes, así como en El Salvador, Nicaragua y Gua temala. {5} Ahora que la revolución cubana parece estar llegando a su fin, la ideología marxista leni nista que quiso reproducirla a través de la lucha armada parece anacrónica. Pero el idilio con la guerrilla latinoamericana no ha muerto, como puede verse en el resurgimiento periódico de la nos talgia por el Che Guevara. {6} Y no morirá mientras que la izquierda de por supuesto que la gu errilla nace de las necesidades de los pobres. El ejemplo más obvio de cómo sigue renaciendo el mi to es el levantamiento zapatista en México.

Cuando rebeldes mayas tomaron la ciudad de San Cris tóbal de las Casas el 1 de enero de 1994, se desbordaron las manifestaciones de solidaridad del resto de México, de los Estados Unidos y de Europa. Chiapas se convirtió en el nuevo peregrinaj e, superando incluso la captación de Guatemala. Bajo otras circunstancias, el ataque zapatista al e jército mexicano hubiera sido un suicidio. Afortunadamente, las manos del gobierno estaban ata das por un nuevo tratado de comercio con los Estados Unidos y la llegada, virtualmente de la noc he a la mañana, de cientos de periodistas y activistas armados con cámaras de vídeo. De pronto, los medios de difusión se convirtieron en el eje de la estrategia zapatista, protegiendo a los r ebeldes de represalias que de lo contrario hubieran sido aplastantes.

En poco tiempo, el levantamiento dio la impresión d e ser un tremendo éxito. Galvanizó a la izquierda mexicana, desencadenó una serie de protes tas que hicieron tambalear al gobierno mexicano y lo obligaron a negociar. Aún así, después de habe r oído lo que los campesinos guatemaltecos tenían que decir acerca del coste de la estrategia guerrillera, me sentí incómodo con esta última demostración del afán de ver a los indígenas como s ímbolos de la rebelión. Los zapatistas respondían a los sueños más preciados de la izquier da: eran indígenas y radicales, mayas y al mismo tiempo marxistas, armados pero relativamente no violentos. Los extranjeros les sedujo particularmente la figura del subcomandante Marcos, el enmascarado intelectual urbano, fumador de pipa.

El cuadro era un poco demasiado perfecto. Indiscuti blemente, los zapatistas eran un movimiento campesino, pero estaban dirigidos por el subcomanda nte Marcos y otra gente de afuera, una facción de la izquierda urbana resucitando las estrategias guerrilleras de los 70. Aún en su rincón de Chiapas, los zapatistas sólo eran una de varias fac ciones y utilizaban mano dura contra los campesinos que rehusaran apoyarlos. Pronto también se enfrentaban a otros campesinos por problemas de tierra, la cual escasea debido al crecimiento de mográfico y a las grandes fincas. Por si esto fuera poco, sólo la presión de los medios de difusi ón impedía que el ejército mexicano sofocara a los zapatistas. A medida que fue reduciéndose la no vedad, el ejército estrechó el cerco e impidió la entrada a la región a los partidarios extranjero s. El gobierno también canalizó la ayuda hacia las facciones de campesinos opuestos, que comenzaro n a incendiar las casas de los zapatistas, convirtiéndolos en refugiados. Despojaron por compl eto a rebeldes que en un momento dado habían tenido algo –como, por ejemplo, las vacas que vendi eron para comprar rifles.

Volvemos a la pregunta de siempre, ¿fue el levantam iento de 1994 una reacción inevitable a la opresión? ¿O, una vez más, los marxistas sacrificab an a los campesinos en una estrategia predestinado al fracaso? Mucho antes de que apareci eran el subcomandante Marcos y sus compañeros, los mayas de Chiapas ya tenían razones para enfrent arse al estado. Los mayas lo habían intentado todo: programas de desarrollo, esquemas de coloniza ción, teología de la liberación, iglesias evangélicas, ligas campesinas, oposición electoral. Un estado unipartidista tenía firmemente asido el poder; sus políticas económicas neoliberales cad a vez ponían más dificultades a los campesinos para ganarse la vida. Cuando finalmente llegó la ex plosión, adoptó la forma de levantamiento zapatista y no otra ya que un puñado de revoluciona rios devotos lograron organizar a una zona de campesinos que no vieron nada anacrónico en sus doc trinas. Aunque el enfrentamiento quizás era inevitable, esta forma particular de enfrentamiento no tenía nada de inevitable. Como de costumbre, una estrategia guerrillera y la predecib le reacción del estado tuvieron profundas consecuencias en el clima político. Entre éstas se incluyen niveles más elevados de violencia, más conflicto abierto entre los propios campesinos, y l a ocupación del ejército mexicano. {7} ¿Pudo otra estrategia haber mitigado algunas de estas consecue ncias? Vale la pena hacerse esta pregunta.

La trágica historia de la teoría del foco, la estra tegia de la lucha armada que ha inspirado tantos desastres, subraya cuán importante es contem plar con ojos fríos los planteamientos de la guerrilla. El modelo de la teoría fue la insurgenci a campesina que Fidel Castro lideró contra el dictador Fulgencio Batista en la Sierra Maestra de Cuba. Una vez que Fidel tomó el poder, Che Guevara y Régis Debray teorizaron que, operando des de el medio rural, los revolucionarios profesionales podían derrocar otros regímenes, más o menos independientemente de las condiciones nacionales. A medida que la revolución cubana se co nvirtió en el patrón del resto de la izquierda latinoamericana, la teoría alcanzó fórmulas más gra ndiosas todavía, culminado con la caída del Che en Bolivia en 1967. La ironía del foquismo es que n unca sirvió, ni siquiera en Cuba. Según un análisis fascinante del historiador Matt Childs, el Che y Fidel exageraron el rol de la guerrilla rural a raíz de las luchas faccionales en la coalic ión revolucionaria que los llevó al poder. Mientras purgaban a sus rivales, monopolizaban los honores por la destitución de Batista, hasta llegar a producir un falso modelo sobre cómo se log raba la victoria.

Después de la muerte del Che en Bolivia, Régis Debr ay reconoció que había sido un error conceder tanta importancia al papel de la guerrilla en Sierra Maestra, hasta el punto de rechazar la teoría del foco. {8} Pero ello no puso fin a la adulación del Che, que ha llegado a convertirse en una especie de Cristo que redime a la clase medi a de izquierdas por su incapacidad para relacionarse con los pobres en sus propios términos . Ni tampoco se ha puesto fin al sueño de la izquierda urbana de encontrar la revolución en el m edio rural, como lo ilustra la adulación de los rebeldes zapatistas. Las ilusiones que rodean a est a forma de política de alto riesgo no han muerto. Sobreviven apuntaladas en falsas presuncion es del pasado que seguirán fomentando los resurgimientos. Pese a toda la evidencia de que la lucha armada es un desastre, su sello romántico continúa atrayendo a cohortes de creyentes, que res tauran el paradigma y repiten la experiencia.

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Si tienen habilidad para las relaciones públicas, s erán aclamados por extranjeros que se sienten atraídos por el mismo simbolismo. Treinta años desp ués, cuando el mito de la guerrilla tendría que haber muerto en Bolivia, no son pocos los intelectu ales que siguen siendo sus presas. Les atrae la idea de que intelectuales de clase media puedan des encadenar una revolución con la simplicidad moral de la guerra justa. Los campesinos, convertid os en objetivos militares, pagarán la factura.

Mucho antes del romance de la guerrilla, había una larga tradición de proyectar fantasías de rebelión en los indígenas. Obviamente, algunos indí genas han optado por tomar las armas, y se merecen atención –pero también la merece la disposi ción de los no indígenas para identificar a los pueblos nativos como sujetos insurreccionarios, aun que la mayoría nunca se haya interesado por ese papel. El simbolismo indígena no siempre ha ocupado un lugar central en la aventura guerrillera, pero generalmente está en el trasfondo, aunque sólo sea como un símbolo de resistencia y de inocencia rousseauniana. En Guatemala, los indígena s ocuparon el centro del escenario alrededor de 1980, y desde entonces sus imágenes han sido crucia les para legitimizar al movimiento guerrillero. Es por ello que resulta tan importante comprender l as ilusiones que se barajan en la historia de Rigoberta, aunque ella haya avanzado políticamente. Tomando al pie de la letra lo que pretende ser la crónica de un testigo ocular, tal como muchos le ctores seguirán haciendo a menos que se les demuestre lo contrario, los indígenas aparecen enfr entados a condiciones desesperadas, cuando de hecho familias como la de los Menchú vivían en cond iciones algo mejores que esas; se le atribuye a los indígenas una revolución que en realidad tuvo s u origen en los planes de revolucionarios no-indígenas; y la falta de tierra se atribuye exclusi vamente a las expropiaciones de los finqueros, cuando una población creciente está empeorando la s ituación para cada nueva generación.

Espero que confrontando las limitaciones de Me llamo Rigoberta Menchú, se ayudará a la izquierda latinoamericana y a sus partidarios extra njeros a escapar del cautiverio del guevarismo. En el fondo de las estrategias guerrilleras del med io rural subyace un romance urbano, un mito propiciado por radicales de clase media que sueñan con encontrar una solidaridad auténtica en el campo. Las injusticias que inducen a algunos campes inos a juntarse con organizaciones guerrilleras son reales; es posible que el enfrentamiento físico sea inevitable; pero no así el tipo de lucha armada que contemplan las organizaciones guerriller as. Durante buena parte de cuatro décadas, una creencia errónea en la pureza moral del rechazo abs oluto, de la negación a comprometerse con el sistema y de buscar la manera de derrocarlo a la fu erza, ha tenido profundas consecuencias para toda la escena política. Ha reforzado las razones p ara la represión, envenenando otras posibilidades políticas que podían haber tenido más éxito, y ha sido fatal para la propia izquierda, puesto que ha garantizado una respuesta violenta por parte del estado que las bases no pueden soportar. Es hora de enfrentar el hecho de q ue es mucho más probable que las estrategias guerrilleras acaben con la izquierda en vez de cons truirla.

Rigoberta regresa a su país

«En ningún país de América, hoy por hoy, podemos te ner una nación sólo de indígenas... Tendríamos que borrar las fronteras y sostener una lucha racista para dividir a los indígenas y a los ladinos. En realidad, nadie puede arrogarse ahora el derecho de decir quién es indígena, quién no es indígena; quién es m ás indígena y quién es menos indígena... Lo que necesitamos es un país en donde podamos conv ivir con respeto mutuo...» –Rigoberta Menchú, diciembre 1992.

En 1982, una mujer joven contó una historia que cen tró la atención internacional en uno de los regímenes más represivos de Latinoamérica. Su éxito tomó a todo el mundo por sorpresa, y es toda una hazaña. Para la izquierda, la historia que creó en 1982 con la ayuda de Elisabeth Burgos se ha convertido en un texto clásico del debate de la rel ación entre los pueblos indígenas y la transformación social. Aunque no sea, como pretende , la crónica de un testigo ocular, esto no le resta importancia. Su historia ha ayudado a cambiar la percepción que había sobre los pueblos indígenas, de víctimas desamparadas han pasado a se r hombres y mujeres que luchan por sus derechos. El reconocimiento cosechado por el premio Nobel ha ayudado a los mayas a tomar conciencia de sí mismos como actores históricos.

Tanto para muchos ladinos como mayas, Rigoberta es un símbolo nacional y seguirá siéndolo, al margen de las vicisitudes que sufra por ser un símb olo vivo. En la vida intelectual de Guatemala, es una voz maya que trata de transcender la dicotom ía ladino-indígena que subyace en la raíz de las luchas por la identidad nacional. Puesto que de fiende una relación más equitativa entre los dos grandes grupos étnicos de la historia de Guatem ala, su libro es una epopeya nacional. El pasaje clave de Me llamo Rigoberta Menchú es el primero: «mi historia es la historia de todo s los guatemaltecos pobres». Incluso si la vida que narra no es exactamente la suya, aun si es una vida heroica fuertemente novelada, consiguió lo que pret endía de un modo que la vida real de una persona no hubiera logrado.

Durante varios años, después de regresar del exilio , Rigoberta evitó visitar Uspantán. Por fin lo hizo en julio de 1995, durante la campaña de reg istro electoral. Llegó sin anunciarse y fue cordialmente recibida cuando recorría las calles. D espués sus acompañantes y ella siguieron por el camino que al norte del pueblo trepa a la sierra. C uesta imaginar la expectación y el temor que debió sentir cuando bajaba de Laguna Danta. Contemp laba Chimel por primera vez en quince años.

La aldea en la que pasó sus primeros años ya no exi stía. Al ver lo que había cambiado –las casas que habían desaparecido, las laderas montaños as cercadas para pasto de ganado– y lo que seguía igual que antes –el contorno de las montañas , las nubes que flotaban de abajo hacia arriba– lloró por sus padres. Las pocas familias que había allí trataron de consolarla. También le pidieron que se reuniera con ellas. Recobrando la c ompostura, escuchó su letanía de necesidades. Después prometió luchar por la nueva carretera a su tierra prometida, Cuatro Chorros, en el antiguo dominio de su padre.

Pocos meses más tarde, durante su siguiente visita a Uspantán, sus partidarios consiguieron organizar una recepción. Allí, en el pueblo donde h abían sido secuestrados dos miembros de su familia, donde habían dado muerte a otro y de donde había partido su padre para la embajada de

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España, la recibieron con cohetes y banda de música . Dijo que quería exhumar los restos de su madre. Muchos grupos indígenas hablan de los héroes culturales, los antepasados que les dejaron el fuego, el maíz o la yuca. Unos son embustes, otros personajes trágicos. Cometen errores y tienen muchos enemigos. Toman decisiones que resultan equi vocadas; su pueblo se vuelve contra ellos. Están descuartizados y sus pedazos se vuelven a uni r. La historia que Rigoberta dio a su gente puede ser descuartizada, como lo fueron algunos de sus vecinos durante la violencia, pero volverá a unirse de nuevo, y quizás Guatemala también lo ha ga.

Notas

{1} Burgos-Debray 1984:118 (pág. 144 en edic. Arcoiris .)

{2} Para un ejemplo, Trejo 1996.

{3} Tal como lo plantean Carolyn Nordstrom y Antonius Robben (1995:11), los antropólogos «salen al campo abrumados por el peso de nuestra propia cu ltura, sostenidos e impulsados por presunciones occidentales que raras veces se cuestionan, resguar dados del resplandor de la diversidad cultural compleja por una lente cuidadosamente elaborada de conocimiento cultural que determina, así como clarifica, lo que ve. Cuando pretendemos hablar en nombre de otros, estamos poniendo el concepto occidental en boca de otros pueblos».

{4} Ellis 1997.

{5} Castañeda 1993. Para un análisis de por qué la est rategia guerrillera ha sido auto derrotada en Colombia, véase Eduardo Pizarro Leongó mez (1996) sobre «insurgencia sin revolución».

{6} Doreen Carvajal, «From Rebel to Pop Icon: 30 Years After His Death, Che Guevara has New Charisma», New York Times, 30 abril 1997.

{7} No tengo espacio para darles a los zapatistas la a tención que se merecen. El hecho de que el movimiento fuera iniciado por marxistas urbanos no lo invalida como movimiento indígena. Al contrario, como ha señalado Gary Gossen (1996), los mayas tienen una larga tradición de elegir a extranjeros como sus líderes. Para un análisis de p orqué algunos campesinos apoyaron a los zapatistas y otros no, véase Collier 1994 y 1997. P ara un análisis ecológico del contexto zapatista, véase Simon 1997:91-125. Para retratos e scépticos del subcomandante Marcos, véase Tello Díaz 1995 y De la Grange y Rico 1998. Para un punto de vista más solidario, véase Le Bot 1997.

{8} Childs 1995:622-623.

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