12.CONCLUSIONES
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CONCLUSIONES
El Medellín de la segunda mitad del siglo XIX corresponde a un contexto en constante
transformación. El talante de los procesos en plena ebullición estaba asociado a cambios
demográficos, la inserción al sistema capitalista internacional, una acelerada urbanización
y la acción de un Estado en consolidación y empeñado en la modernización de sus
estructuras. Este proceso tenía lugar en un medio social construido a partir de un orden de
género excluyente con las mujeres a la hora de brindarle oportunidades y juzgarlas.
El orden jerárquico de la sociedad se expresaba en las diferencias según el sexo y la clase.
Las mujeres de los sectores populares, además de sufrir la exclusión por su sexo,
afrontaron las de clase y etnia. El trasfondo de ese orden era una ideología fundada en
preceptos divinos y naturales. Dios y la naturaleza dictaban los roles a cumplir en sociedad
por hombres y mujeres. Sin embargo, en ese escenario, el ser imponía sus condiciones al
deber ser.
Mientras el avance del discurso de la domesticidad simbolizó el ideal de feminidad a
través de la imagen de la Virgen, y la normatividad y las instituciones impusieron unos
límites y contenidos concretos al desempeño de cada sexo, las condiciones reales
mostraron que la lucha por la vida tomaba sus propios atajos. Ante la falta del hombre
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proveedor por viudez, abandono o madresolterismo y las crisis económicas de un Estado
en ciernes, las mujeres pobres cargaron con el peso de sacar adelante sus familias.
La participación social de la mujer trabajadora de los sectores populares estuvo lejos de
ser pasiva y resignada. A ella se la encuentra resolviendo su existencia, atendiendo
responsabilidades en la reproducción familiar, en la producción de bienes materiales, y en
contacto permanente con las instituciones y el Estado. En otras palabras, construyendo
estrategias de sobrevivencia que involucran a su vez redes de apoyo en el marco familiar,
comunitario (amigos y vecinos) y social (organizaciones de beneficencia), que les
permitieron afrontar el doble estigma de ser mujeres y pobres en un sistema sociocultural
y económico que las excluyó de forma sistemática.
En la lucha por la sobrevivencia, estas mujeres respondieron de diversas formas a dicho
entramado social. En ocasiones se sometieron, en otras aprovecharon las pocas ventajas
que ofrecía el sistema, y cuando fue necesario, algunas se opusieron a toda restricción y
sujeción mostrándose emprendedoras y resueltas. Una de las peticiones de las mujeres
casadas a los jueces, la restitución de sus derechos civiles para tratar, contratar y trabajar
es ilustrativo del trato diferencial y asimétrico por géneros y de su condición de pobreza e
indefensión.
Los conflictos familiares, personales y laborales las llevaron ante las instancias del Estado.
Allí defendieron su derecho a una vida en familia más gratificante, buscaron protección de
las agresiones del medio, y cuando fue el caso, aceptaron culpabilidades. Las que en su
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diario transcurrir desafiaron la autoridad y todo orden establecido, en especial las mujeres
públicas, también llegaron a conformar sus propios espacios de expresión y fueron
insertadas a la dinámica del Estado a partir de unas regulaciones que legitimaban esta
actividad mediante el control –aplicado a través de políticas asistenciales– y la vigilancia.
En el ámbito de la reproducción de la vida doméstica, por ser “natural” a su condición
biológica, la mujer cumple un papel central: ser la encargada de gestar, criar y educar a los
hijos. Las pobres, además de trabajar por un sustento se desempeñaron como esposas y
madres, que en dicho contexto, implicó amoldarse a unos cánones sociales y culturales
que les impidió, legitimado en un corpus legal, manejar dinero, aún el ganado con su
propio trabajo y tomar decisiones respecto a sus bienes e hijos.
El sometimiento al esposo, por lo que evidencian los procesos judiciales y de policía, fue
otra carga en su existencia. En el espacio doméstico las relaciones de poder entre los
géneros estaban mediadas por la violencia física y de palabra, además, de una serie de
abusos por parte de la autoridad masculina. Las quejas conyugales, el divorcio o el
abandono del hogar de parte de las mujeres, insinúan los dramas familiares que éstas
padecieron. Esta circunstancia no parece muy lejana a las que resisten en la actualidad
muchas mujeres de los sectores más desfavorecidos de Medellín, quienes mediante el
despliegue de diversas estrategias económicas, mantienen el núcleo familiar; sobrellevan
la pesada obligación del trabajo doméstico y soportan el lastre de una violencia
intrafamiliar.
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En el ámbito del trabajo remunerado contribuyeron en la supervivencia familiar durante
las crisis políticas, económicas y matrimoniales. La participación laboral estuvo
supeditada a la necesidad y no a expectativas personales. Las subvaloración de las
habilidades técnicas e intelectuales de la mujer, y en consonancia con ello los bajos
ingresos y la alta demanda de esfuerzo por los escasos desarrollos tecnológicos, actuaron
en detrimento de sus condiciones de vida.
Las estrategias de sobrevivencia, tienen lugar en un complejo entramado social en el que
la movilidad de las mujeres y los bajos ingresos no siempre son suficientes para la
subsistencia de toda la familia. De ahí que la obtención de bienes y el campo de acción de
las mujeres pobres involucren el trabajo de otros miembros de la familia en diversos
oficios al mismo tiempo. Desde la indefensión y la exclusión social, actuaron como
amortiguadoras de una pobreza que, a través de la creación y puesta en marcha de
múltiples estrategias productivas, lograron mantener niveles de subsistencia apenas
suficientes para una existencia que se define en el día a día.
En un contexto histórico de crecimiento urbano, que posteriormente sería expresión real y
concreta del proyecto de modernización y progreso, las mujeres pobres dedicadas a la
diversificación de oficios habrían de encontrar en la industria textil la oportunidad para
insertarse a la economía capitalista mediante unas relaciones salariales.
La brecha entre las mujeres de los sectores populares y marginados de ese ayer y el hoy no
parece muy grande. Estudios sobre las actuales condiciones de hogares con jefatura
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femenina demuestran una mayor pobreza que en aquellos donde existe el hombre
proveedor, así como la necesidad de combinar distintas estrategias de sobreviviencia y de
involucrar a los demás miembros de la familia. Del mismo modo, el desempeño paralelo
del trabajo doméstico no remunerado y el trabajo remunerado, en virtud de la división
sexual del trabajo en la reproducción doméstica, hoy día no ha representado para las
mujeres trabajadoras un alivio en las tareas del hogar, las cuales siguen asumiendo una
doble jornada laboral.
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