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FISIONES Y FUSIONES, DIVORCIOS Y RECONCILIACIONES: La dirigencia del Partido de la Revolución Democrática (PRD) 1989-2004 Víctor Hugo Martínez González

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FISIONES Y FUSIONES, DIVORCIOS Y RECONCILIACIONES:

La dirigencia del

Partido de la Revolución Democrática (PRD)

1989-2004

Víctor Hugo Martínez González

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Primera edición: 2005

Portada: "Festen": La Celebración Quality Films (derechos reservados)

© Víctor Hugo Martínez González © Centro de Estudios Políticos y Sociales de Monterrey, A.C. © Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, UNAM © Facultad de Contaduría y Administración, UNAM © Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales © Plaza y Valdés, S.A. de C.V.

Derechos exclusivos de edición reservados para Plaza y Valdés, S.A. de C.V. Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio sin autorización escrita de los editores.

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ISBN: 970-722-378-2

Impreso en México / Printed in Mexico

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A mis padres, Rafael y Laura

A mi hermano, Jorge

A mi amigo, Moisés López Rosas In memoriam

A mi amiga, Lizbeth Salinas Maciel In memoriam

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otra de ellas. El insomnio, diría el inefable Cioran, nos dispensa una luz que no deseamos, pero a la cual, inconscientemente, tendemos, una luz que reclamamos a pesar nuestro, contra nosotros mismos. Soy (a favor de mi desasosiego) testigo im­plicado de ello.

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Contenido

Prólogo Rogelio Hernández Rodríguez 17

Introducción 19

1. Las dirigencias partidarias: temas y problemas teóricos 27El estudio de los partidos 29La comprensión de un partido 31La dirigencia organizativa 32Las fracciones 36La dirigencia racional 39Partidos, institucionalización y ambición 43Las dirigencias partidarias: una propuesta . 44 Conclusiones 46

2. La historia del PRD: contexto, nacimiento y evolución 49Un sistema alérgico a los cismas 50La izquierda: dos individuos, tres corrientes 51La izquierda extraparlamentaria 53La izquierda parlamentaria 56Las (e)lecciones de 1988 57Trece años perredistas: 1989-2002 58El nacimiento 60Primer Congreso 64Segundo Congreso 67

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Tercer Congreso

La elección de López Obrador 72

Cuarto Congreso 74El crepúsculo de 1999 78Sexto Congreso 80Conclusiones 83

87

3 La d i r i g e n i a del P R D : su onfiguración conflictiva..............................................89 La reunion de los contrarios: el FDN 90El de la Revolución Democrática, Partido 96La dirigencia de Cuauhtemoc Cárdenas (198*9-1993) 98La singularidad originaria... ..................................................................... 106 La dirigencia de Porfirio Muñoz Ledo'(1993-1996) 110Redefinición, reacomodos y nuevas reglas ...................................................... 119 La dirigencia de Andrés M. López Obrador (1996-1999) f í ?La mstitucionalización incipiente .. } 1 2 1

La dingencia de Amalia García (1999-2002) 1 2 9

La mstitucionalización deficiente 1 3 2

Conclusiones 138142

' ' ^ é n e l T " fd T'- S U Í n t e g r a d Ó n y f u««o-miento . . . ] 4 ,^vuienes son los dirigentes? 1 4 5

¿De dónde provienen? 1 4 8

¿Qué hacían anteriormente? 1 5 1

Trayectorias perredistas. L54El procedimiento 167Las trayectorias: sonlos mismos 1 6 9

Pnmer círculo de poder m

Segundo círculo de poder 1 7 8

Tercer círculo de poder 1 8 6

Círculos y corrientes . 1 9 2

Profesionalización * Capacitación 1 9 7

Conclusiones 199206

anclusiones 209

idenda: PRD 2003-2004 223

bliografía 237

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Glosario de siglas 257

Anexo I 259

Anexo II 261

Anexo III 265

Anexo IV 267

Anexo V 269

Entrevistas 271

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FISIONES Y FUSIONES, DIVORCIOS Y RECONCILIACIONES

4) La competencia de los grupos, llevada a cabo mediante negociacionescupulares, determina que los dirigentes no sean los individuos con mayorcapacitación objetiva, sino quienes representan "equilibrios políticos" parapreservar la estabilidad.

La metodología

La investigación es un estudio de caso fundado en un trabajo empírico. Por sus alcan­ces y el cotejo de diferentes comités directivos, tiene además una perspectiva compa­rativa. La comparación toma como materia los elencos de personajes y los principales eventos que han colmado la dirigencia del PRD. A partir de ello, nuestros centros de análisis son los individuos {unidades de observación) y la dirigencia partidaria {uni­dad teórica).

Las trayectorias individuales y la estructura de oportunidades que condiciona sus fortunas son las variables independientes que explican la integración y funciona­miento directivo. Para tal inferencia usamos dos elementos: 1) el modelo originario perredista, variable antecedente que ilustra la fraccionalización constitutiva, y 2) una cultura partidista que evidencia la ambición como una constante en la participación de los líderes, pero refleja también intereses comunes en la conservación organizativa {variables intervinientes).

El universo de dirigentes, conformado con los miembros de la dirigencia oficial e individuos que no pertenecen a esa instancia, es definido mediante el métodopositional (Mills 1957) para seleccionar a los líderes formales, y con criterios reputacionales (Hunter 1959) y decisionals (Dahl 1961) para ubicar a los informales.

El trabajo se vale de varias técnicas. En primer lugar, el análisis de trayectoria de los dirigentes del PRD. Para ello recurrimos a Diccionarios Biográficos de Gobierno, del Congreso de la Unión, del Gobierno del Distrito Federal, de Políticos Mexicanos, rastreos hemerográficos, contactos con informantes-jueces, el Centro Documental del PRD, etc. Una vez culminada la captura de biografías, tuvimos entrevistas con legisladores, funcionarios, secretarios y militantes a quienes interrogamos sobre el valor de los puestos en el PRD y los momentos cruciales de su partido. Una entrevista más, de corte académico, fue sostenida con un investigador cuyo libro del sol azteca es novedad en librerías. El análisis documental (de fuentes oficiales y secundarias) prestó también un auxilio considerable. Finalmente, además de mencionar que el libro contiene un anexo que detalla la construcción de los datos empíricos, debemos decir que una copia de nuestro "Directorio de Dirigentes del PRD" se encuentra dispo­nible en la Biblioteca Iberoamericana de la Fiacso México.

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INTRODUCCIÓN

El capitulado

La teoría (capítulo 1). A partir de un problema acotado, ¿por qué en la dirigencia del PRD la lucha entre fracciones es el factor más importante en su conflicto interno, y por qué, no obstante los desacuerdos, hay colusiones que evaden colisiones morta­les?, el capítulo uno presenta un instrumental teórico para responder esa pregunta. Dos premisas orientaron su redacción: 1) a pesar de que una exposición abundante tiene más oportunidad de señalar la relevancia teórica de lo observado, para el caso de los partidos tal vez ningún esfuerzo consiga agotar su complejidad. El marco conceptual dice así sólo lo que creímos en sintonía con el tema. Renunciamos a querer decirlo todo, pero ganamos al construir un andamiaje útil; y 2) dirigencia partidaria, y no clase política o élite, es la mejor manera de llamar a nuestro objeto de estudio, porque: a) clase política es una red de las élites de partidos que incluye políticos de la oposición, y b) de la élite, dada su connotación normativa, suele pen­sarse que son parte los mejores, los más preparados y hasta los moralmente más consistentes (Ortega y Gasset dixit). Dirigencia partidaria es nominalmente un térmi­no más adecuado y, además, operacionaiizable. Entremos, ahora sí, en materia.

El PRD y sus inagotables conflictos han dado pie a interpretaciones que abundan en su precaria institucionalización (Calderón 1996, Sánchez 1999) y que, incluso, declaran el cáncer terminal de su dirigencia (Sánchez 2001). El incumplimiento de este diagnóstico comienza a producir nuevos enfoques (Pivron 1999, Prud'homme 2003) para los que la falta en el PRD de una institucionalización formal exige no sólo insistir en la ausencia de procesos rutinizadores cuanto explicar la sobrevivencia perredista a partir de un desarrollo organizativo ligado a reglas informales. El marco conceptual de este libro amplía así el concepto de institucionalización para acompa­ñar sus parámetros con otros habitualmente excluidos: el liderazgo carismático, las fracciones o la débil estructuración de procedimientos. Con esa perspectiva, sugerida por bibliografía de "dirigencias fraccionadas" que fomentan una institucionalización menos ortodoxa, se elabora una propuesta analítica de estudio para ese tipo de dirigencias. ¿En qué medida la del PRD cumple con esos atributos ideales?, es una pregunta para cuya respuesta necesitamos conocer la historia de este partido.

La descripción (capítulo 2). El PRD nace en 1989 y ha mantenido distintas posicio­nes políticas a lo largo de tres gobiernos: el de Carlos Salinas (1988-1994), el de Ernesto Zedillo (1994-2000) y el de Vicente Fox (2000-2006). Estimar sus posicio­nes, y el debate interno alrededor de ellas, implica un relato que comienza tiempo atrás, cuando diferentes sucesos sentaron las bases de lo que después sería el PRD. A manera de breviario contextual, el segundo capítulo despliega en dos momentos ese panorama: 1) los años previos al perredismo, donde recordamos procesos políticos

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que heredarán al PRD ciertas costumbres organizativas, y 2) la evolución perredista, en la que sistematizar sus congresos nacionales y elecciones directivas resulta la mejor manera de apreciar los equilibrios que condicionan su dirigencia. Los dos momentos apuntan a un mismo horizonte: familiarizar al lector(a) con los nombres y apellidos de los dirigentes perredistas, y también con la idea de que la pertenencia a ciertos grupos y corrientes (antes y dentro del PRD) es una clave para entender el ascenso o la participación en los órganos directivos.

El análisis (capítulo 3). Sobre los fundamentos del capítulo dos, mostrado allí el realineamiento constante de fracciones, el tercero lanza una hipótesis: constituido de grupos, lejos de eliminarlos, el PRD estimula su creación como un intento de hacerlos operativos. Definida por negociaciones entre corrientes que disputan los estratos je­rárquicos, la dirigencia depende de un sistema de representación de grupos que se refleja en el número de miembros que cada uno tiene en el CEN. La exposición, re­dactada bajo un plan que detalla dirigencia a dirigencia, fortalece nuestra conjetura al respecto de la importancia de los grupos en el control directivo y en la institucionalizacion del PRD. Dos consideraciones más salen del texto: 1) la evolución de las corrientes, primero por afinidades grupales de origen, luego por ciertos principios ideológicos y, por último, por lazos ambiguos, personalistas y hasta gelatinosos; y 2) las razones por las que los grupos, más allá de sus pugnas, coinciden en conservar sin rupturas al partido que les provee de privilegios e influencia.

El juicio (capítulo 4). A partir de una hipótesis sugerida y explotada por los análi­sis de trayectorias políticas (las carreras de los dirigentes deben tener una secuencia que demuestre capacitación), para el caso del PRD, argumentado el control directivo de las corrientes, formulamos una apuesta: la competencia de los grupos, realizada mediante negociaciones muchas veces desagradables, determina que los dirigentes no sean los individuos con mayor capacitación, sino "equilibrios políticos" para mantener la estabilidad.

Para demostrar nuestra hipótesis seguimos un método sencillo y artesanal: dejar me los datos (las biografías políticas) se nos ofrezcan libremente para identificar en íllos la existencia (o no) de posibles patrones de comportamiento. Para esto optamos )or la siguiente mecánica: 1) organizar las fichas individuales según las trayectorias )revias a un cargo de dirección perredista, y 2) ordenar las posiciones directivas a >artir de la primera conseguida en el PRD, evaluando si los puestos anteriores influye-on objetivamente en los ejercidos dentro del sol azteca (cosa que no ocurre en la nayoría de los carreras), y definiendo si estas secuencias de puestos siguen un esca-afón jerárquico que suponga experiencia y capacitación (análisis que resulta clara-lente negativo). Sin criterios profesionales que aclaren el reparto de puestos, la rterpretación juega a favor de los factores que presumimos explicativos: los víncu-

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INTRODUCCIÓN

los (grupales y/o personales) preexistentes a la fundación del PRD, el realineamiento de grupos una vez fundado el partido y las relaciones con los dirigentes y el líder carismático. En el PRD, concluimos, no es posible encontrar carreras idealmente escalafonarias porque en él operan más los compromisos entre grupos que la secuen­cia institucional de cargos.

El tablero de dirección del libro incluye tres últimas señales de ruta: 1) su conte­nido fue redactado persiguiendo casi obsesivamente la brevedad: si yo gocé de una beca para escribir este texto, no espero que los demás tengan otra para leerlo; 2) su lectura puede hacerse según el interés personal. Con los trabajos académicos es dis­tinto que con las novelas: no se leen obligatoriamente de principio a fin. Quien quiera conocer el debate teórico de los partidos, la historia del PRD, la constitución fraccio-nada de su dirigencia o los perfiles de carrera de sus dirigentes, tiene aquí cuatro ensayos que se dejan leer aislada o desordenadamente sin culpa ni reproches; y 3) para una lectura completa, cada capítulo brinda una conclusión particular que cierra las páginas consumidas y las enlaza con las venideras.

Ahora sí. Listo el que escribe y bienvenido el que lee, va, pues, esta investigación. Si la palabra, dice Montaigne, es mitad de quien la dice y mitad de quien la escuche, este libro, amigo(a) lector, es un guiño a la complicidad.

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1 Las dirigencias partidarias: temas y problemas teóricos

Se podría formar el partido de los que no están seguros de tener razón. Sería el mío.

Albert Camus. Carnets

Los partidos poseen dirigencias comúnmente conflictivas. Integradas por polí­ticos que rara vez dejan sus puestos sin hacer esfuerzos para conservarlos, en ellas es normal un cierto nivel de discordia alrededor de su conformación y

eventual cambio de miembros. Algunos partidos dirimen esta pugna discreta y sigilo­samente. En otros, el tipo y exhibición de su riña los hace aparecer como incapaces de autorregularse. El PRD pertenece a los segundos.

La dirigencia del PRD disputa vehementemente sus cargos. Formada bajo un en­torno que condicionó la selección de quienes representaban su intransigencia al go­bierno, ésta fue determinada también por elementos internos: un líder carismático, grupos que se convirtieron en corrientes pragmáticas o la débil formalización de su desempeño. Luego que sus líderes sentaran líneas favorables a su ambición, la dirigencia tuvo rasgos privativos: su reacomodo alrededor del líder fundador o de nuevos liderazgos; su armado con base en corrientes, donde esta segunda militancia (de grupos) es más importante para ocupar puestos que acreditar el perfil idóneo para ello; su fisonomía como un círculo que distribuye restringidamente el poder; su capa­cidad para llevar al PRD a extremos donde la ruptura es evadida por reglas no escritas.

Pero esta dirigencia, plagada de divisiones por el reparto de puestos directivos o electorales, contrarresta sus fisiones con fusiones. Dividida, pero estable. Fracciona­da, pero no fracturada. Aquí nuestro tema. ¿Por qué en el PRD la búsqueda de cargos

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es el factor de más peso en su conflicto interno? ¿Por qué, no obstante el grado de rijosidad, hay reconciliaciones que evitan divorcios definitivos? Para responder a ello, habida cuenta del papel que la institucionalización, el liderazgo, las fracciones, la ambición o la estabilidad tienen en el PRD, este capítulo presenta un instrumental teórico acorde con el problema formulado. Adelantemos ahora algunas premisas que guiarán la exposición.

El estudio de la dirigencia de un partido no abunda en la politología. Dirigencia partidaria, pese a su cercanía con clase política o élite, supone una especificidad que acota la pesquisa literaria. El término clase política es sinónimo de Gaetano Mosca (1984). El de élite lo es de Vilfredo Pareto (1980 y 1987). En uno y otro caso, las lúcidas intuiciones de estos autores ayudan poco a operacionalizar el concepto de dirigencia. Con Michels (1962) las cosas mejoran, pero no lo suficiente. La oligarqui-zación de los mandos partidistas es una categoría rescatable, siempre y cuando se use con motivo de prueba y no de fácil recurso a la mano. Los clásicos del elitismo no parecen ser así la mejor fuente teórica para nuestro tema.

A la premisa anterior sigue una segunda. Para analizar la dirigencia de un partido el camino va de lo general a lo singular: el entendimiento de la dirigencia parte de la comprensión del partido. Abstraer una dirigencia del contexto que le contiene resulta riesgoso. La explicación corre por ello del partido a la dirigencia.

Una tercera premisa tiene que ver con el estudio de los partidos. Realizar su esta­do del arte es necesario, pero insuficiente, para elaborar un marco conceptual. El estado del arte tiene sólo como fin mostrar los enfoques desde los cuales se indagan los partidos. Aunque mantiene nuestro marco conceptual en un rango amplio, esto abre paso a la profundidad deseada.

En torno a la profundidad hay una cuarta premisa. La mucha luz es como la som­bra: no permite ver. De Octavio Paz, esta cita expresa lo que queremos: la utilidad de nuestro marco conceptual. Presentando un "collage" (más funcional que exhaustivo) de la teoría partidista, este capítulo está redactado con distintos insumos. Un partido difícilmente puede ser explicado en todos sus aspectos por un único estilo de investi­gación. Una dirigencia partidaria se aprecia más si a un acercamiento teórico agrega­mos otros.

En suma. Nuestro marco analítico se compone de tres bloques: 1) estado del arte partidista (bibliografía clásica y contemporánea); 2) recursos teóricos para explicar el funcionamiento de un partido (del estado del arte distinguimos los enfoques que mejor reflexionan sobre objetos de estudio similares al nuestro); y 3) arquitectura conceptual para observar las dirigencias (propuesta de trabajo derivada de las partes anteriores).

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LAS DIRIGENCIAS PARTIDARIAS: TEMAS Y PROBLEMAS TEÓRICOS

El estudio de los partidos

Los partidos políticos son un campo anárquico de estudio. Bartolini, Caramani y Hug (1998) contabilizaron 11 500 publicaciones relacionadas con ellos entre 1945 y 1998, ¡sólo en Europa occidental! Entre ese mar de textos no han faltado intentos de siste­matización (Diamond y Gunther 2001). De manera breve, recreamos en lo que sigue este panorama.

En lo referido a partidos suele existir un consenso: el primer esfuerzo (de 1902) por aprehenderlos fue el de Moisei Ostrogorski (1964).' No vamos a evaluar aquí la obra de aquel ruso.2 Enfatizaremos, en cambio, lo que nos interesa: su método de estudio.

Con Ostrogorski la perspectiva organizativa apareció como la pionera para inves­tigar a los partidos como organizaciones comprometidas con su sobrevivencia. Ello, y la visión de que los líderes están dispuestos a todo para permanecer, llevaron a Michels a identificar al partido socialdemócrata alemán como la encarnación de la oligarquía. "Quien dice organización dice oligarquía". Sin discutir el determinismo micheliano? resaltaremos que Michels también observó a los partidos como organi­zaciones. Max Weber (1979) asentó lo mismo: los partidos son organizaciones de individuos preocupados por mantener su posición.

La escuela organizativa tiene en Maurice Duverger (1957) y Angelo Panebianco (1982) dos herederos destacados. A Duverger (influido por Weber) debemos, además de la distinción entre partidos de cuadros y partidos de masas, un empeño por sentar categorías que organizativamente los hacen diferentes entre sí. Más refinado, Panebianco analiza la institucionalización partidista. Al margen de otros aportes, este autor italia­no reivindica la atención de los partidos como organizaciones insertas en un ambien­te que les influye.

Una segunda perspectiva es la llamada escuela funcionalista. Si en el caso ante­rior la descripción del partido como organización sustanciaba sus postulados, la es­cuela funcionalista pone el acento en los fines y funciones de los partidos. Pero acordar fines y funciones de los partidos ha traído consigo un dilema. Definirlos como maximizadores de votos (Downs 1973), por ejemplo, no guarda toda la familiaridad que se quisiera con otras interpretaciones de esta misma escuela. Para Sartori (1980), los partidos son grupos que van a elecciones y colocan a sus candidatos en cargos públicos. Para Neumann (1965), los partidos deben comprenderse a partir de su lu-

1 Anteriores a Ostrogorski, los trabajos de Lowell (1896) y Bryce (1912) pocas veces son considerados. 2 Para una mirada crítica a los postulados de Ostrogorski, ver Mckenzie (1960). 3 Para ello consúltese May (1973), Schifrin (1980), Eldersveld (1982), Koelble (1989) y Linz (1998).

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cha por lograr integración social. Alcántara (1997), más clásico, insiste en que sus fines son la articulación de intereses sociales y el reclutamiento de élites.

El concurso de los autores del primer enfoque alrededor del partido como una organización que procura sobrevivir, no tiene, con exactitud, un correlato dentro de los distintos matices bajo los que los fines partidarios son tratados por la posición funcionalista. Caracterizar a los partidos como maximizadores de votos es tan suge-rente como cuestionable (Riker 1962). Observarlos, en cambio, como institutos defi­nidos por la búsqueda de votos, pero también de políticas y cargos públicos (Stróm y Müller 1999), nos parece más plausible.

Una tercera escuela es la.perspectiva ideológica. Los partidos son definidos aquí por sus "conflictos por el dogma". La ideología los agrupa. Las familias de partidos, como asentó Von Beyme (1986),4 son producto de investigarlos desde su ubicación frente al mundo, contenida y confesa en una doctrina ideológica.5

Una cuarta escuela son los estudios que nutren a la ciencia política desde la eco­nomía. El enfoque es conocido como elección racional. Los partidos, afirma esta teoría, están formados por individuos con capacidad de escoger los medios para rea­lizar sus fines. Esta idea, la de los políticos como personas racionalmente interesadas en el poder, ya estaba en Weber (1998) y su distinción entre quienes viven "para" y "de" la política. Pero es con Schlesinger( 1966, 1984, 1985 y 1991), Mayhew( 1974), Cox y McCubbins (1993) y Aldrich (1995), entre otros, con los que este enfoque se hace de autores propios.

Una quinta perspectiva, más metodológica, es el enfoque comparativo. Cotejar partidos y sus sistemas es una práctica de la que Janda (1980), Lawson (1976), Epstein (1980) o Kitschelt (1994 y 1999) son asiduos. Al margen de otras señas,6 este enfo­que, vía la comparación organizativa, ideológica o electoral, potencia algo comparti­do por las escuelas: la impureza, es decir, la mezcla de varios postulados teóricos en su cuerpo conceptual.

La escuela organizativa, de Ostrogorski a Katz y Mair, esto es, desde la idea del partido como un caucus nocivo hasta su visualización como un cartel rentable,7 es representativa de esta mixtura. Con todo y que este enfoque tiene bien determinadas sus premisas, la toma del partido como una organización no deja de mirar a sus miem-

4 Para un análisis de Von Beyme, Ware (1995, 22-49). 5 Ver al respecto el catálogo de autores 'ideológicos" realizado por Alcántara y Freidenberg (2002, 13). 6 Para un estado de la cuestión "comparativa", Janda (1993). 7 La concepción del partido como un "carter' es el último estadio de las tipologías de modelos

organizativos partidistas. Para una explicación de este concepto, Katz y Mair (1995).

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bros como políticos ambiciosos. Para Weber, Duverger o Panebianco, el partido es una organización conformada por individuos interesados en el poder. Y el cruce puede seguir otros derroteros: desde otra escuela algunos autores retoman la base organizativa del partido. Los ejemplos no son casuales. Schlesinger (1984), con una perspectiva racional, y Kirchheimer (1966), considerando las funciones, pero también la ideolo­gía partidarias, abonan a esta hibridez.

Así las cosas, las escuelas descritas deben ser apreciadas como "tipos ideales" con intersticios para el concurso de distintas perspectivas. Tal vez sea John Aldrich quien más explota esta posibilidad. Aldrich, estudiando los partidos a partir de la ambición individual, atribuye a la variable organizativa un valor crítico. Su Why Parties? es un alegato a favor de la racionalidad de los políticos como explicación de los partidos, pero siempre y cuando esa racionalidad esté contenida, y aun constreñi­da, por pautas estructurales de la organización.

Hasta aquí una manera salvaje de sistematizar el análisis de los partidos. Se han discriminado escuelas y autores, y destacado perspectivas diferentes, pero no irre­conciliables. Este capítulo teje esta urdimbre para mirar su problema de estudio des­de varios lugares. Antes de presentar nuestro andamiaje teórico, resta sólo un detalle por advertir: la exploración de zonas especiales de un partido viene ganando terreno a la gran sociología partidista.

La otrora exhaustividad de los estudios es sustituida por especificidad y recom­pensada con profundidad. Son muchos los que privilegian líneas acotadas de trabajo: el tema de los afiliados es tratado por Katz (1990) y Scarrow (1996); el de las finan­zas por Del Castillo (1985), Katz (1996) y Alcántara y Barahona (2003); el de la estrategia organizativa por Méndez Lago (2000); el del declive de los partidos por Blondel (1978), Offe (1988), Yanai (1999), Inglehart (2000), Dalton y Wallenberg (2000); el de la democracia interna por García Pelayo (1986), Navarro (1999) y Teorell (1999); el del aporte a la consolidación democrática por Morlino (1992) y Linz y Stepan(1996).

Así, desde la tendencia actual a centrarse en expresiones particulares de los parti­dos, y desde el ejercicio de un eclecticismo teórico de enfoques, este capítulo abreva justamente de este par de recursos. El análisis de la dirigencia del PRD se intenta, de esta forma, bajo los parámetros conceptuales que a partir de ahora comenzamos a trazar.

La comprensión de un partido

Para comprender un partido político existen tres niveles explicativos: el sistémico, el organizativo y el individual. Nuestras preguntas de investigación, ¿cuál es la confi-

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guración de la dirigencia del PRD? (qué pactos la divorcian o reconcilian) y, ¿cuál su composición? (qué perfil tienen sus integrantes), señalan a los marcos organizativo e individual como apropiados.

La selección de perspectivas teóricas acordes con los niveles explicativos ayuda también a delimitar. Tenemos cinco escuelas de estudio partidista. De ellas, por su satisfactoria ilustración del funcionamiento partidario y sus avances respecto al com­portamiento de una dirigencia, los enfoques organizativo y racional resultan las fuen­tes teóricas adecuadas.8

Las literaturas organizacional y racional serán, pues, las piezas principales de este apartado. Con ellas haremos lo siguiente: exponer su respuesta al movimiento parti­dario y, en un segundo momento, discutir el tipo de explicaciones que proponen, en concreto, para la conceptualización y desempeño de las dirigencias de los partidos.

La dirigencia organizativa

¿Qué nos dice la literatura organizacional sobre el funcionamiento de un partido? Los partidos, para esta perspectiva, son algo más que un conjunto de individuos. Son microcosmos, minisistemas, sistemas políticos en sí mismos. No unitarios, heterogéneos y complejos, el conflicto les es constitutivo: son sistemas de conflicto con subcoa-liciones ele activistas que abogan por diversas estrategias y objetivos (Kitschelt 1989,47).

Hasta aquí ciertas ideas introductorias y comunes en los autores organizativos.9

Un consenso más sustantivo puede ubicarse en el modelo bajo el cual los partidos se estructuran. Definidos anteriormente como organizaciones de cuadros, de masas y catch all, hoy son reconocidos como "carteles" ligados al Estado. Sus dirigencias se han vuelto con ello sectores profesionales10 de políticos que viven "de" la política.

8 Esta decisión no obsta, empero, para que los enfoques ideológico y comparativo sean recupe­rados para ciertos temas. Con la perspectiva funcionalista, su observación del partido "hacia fuera" guarda un valor: el "afuera partidario", o ambiente en el que el partido se mueve e interactúa, influye en su formato y marcha. De esa dimensión, y su peso en los equilibrios intrapartidarios, estaremos pendientes.

9 La vertiente organizativa de los partidos, denuncia Mair (1994), no cuenta con un gran rosario de especialistas.

10 Los partidos destacan en los últimos años por desarrollar una serie de habilidades para aprove­char la tecnología y divulgar sus actividades. Consecuencia de este proceso, su dirección recae en cuadros profesionales que proyectan el liderazgo del partido al público. Los partidos se transforman así en una actividad de tiempo completo para quienes ocupan sus puestos ejecutivos. Cfr. Johnson (1997).

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LAS DIRIGENCIAS PARTIDARIAS: TEMAS Y PROBLEMAS TEÓRICOS

En la literatura organizativa tenemos, de este modo, ciertas premisas: 1) el par­tido, en interacción con el ambiente, evoluciona su estructura; 2) su organización incluye dirigencias profesionales con interés en mantener sus cargos; y 3) la di­námica interna de poder es la mejor ventana para escudriñar su funcionamiento (Schattschneider 1964).

El poder, que revela el engranaje de un partido, recibe en la perspectiva organizativa una definición especial: relaciones asimétricas, pero recíprocas, entre dirigentes y seguidores." Para conservar su categoría, los líderes conducen un sistema endógeno de incentivos, cuya legitimidad alienta la consolidación organizativa del partido o, lo que es lo mismo, su institucionalización. La institucionalización, que articula los mecanismos intrapartidarios, es entonces el umbral indicado para observar las "dirigencias organizativas".

La institucionalización de los partidos tiene en Panebianco una referencia imposi­ble de omitir.12 Atendiendo su análisis, pero sin dejar de considerar las críticas de otras voces, repasemos los preceptos que delinean este término.

La institucionalización es un componente que, junto al modelo originario de los partidos (Panebianco 1982, 108-14),13 determina la evolución organizativa. Modelo originario e institucionalización son fórmulas interpretativas del funcionamiento par­tidario.

El modelo originario tiene tres dimensiones bipolares. De acuerdo con él, los partidos nacen por: a) penetración o difusión territoriales;14 b) condicionados (o no) por alguna institución externa patrocinadora; y c) marcados (o no) por un liderazgo carismático. Es a partir de su génesis que el partido gozará (o carecerá) de ocasiones para institucionalizarse.

11 Esta definición, como buena parte del análisis inmediato, tiene base en Panebianco (1982). 12 Otros tratamientos, no menos interesantes, son los de Janda (1980), Dix (1992) o Harmel y

Svásand(1993). 13 Por modelo originario debe entenderse el peso de las características fundacionales de un partido.

El modelo originario es una categoría ya resaltada por Duverger (1957, 15): del mismo modo que los hombres conservan durante toda su vida la huella de su infancia, los partidos sufren profundamente la influencia de sus orígenes. Pese a su utilidad como variable de análisis, el modelo genético de Panebianco no está exento de críticas por su excesivo énfasis en el path dependence de los partidos. Una adverten­cia de esto, en Serenella (1994).

14 Estamos ante un caso de penetración territorial cuando un "centro " controla, estimula y dirige el desarrollo de la "periferia" (...) Hablaremos de difusión territorial cuando el desarrollóse produce por "generación espontánea": cuando son las élites locales las que, en un primer momento, constituyen las agrupaciones locales del partido y sólo a continuación éstas se integran en una organi­zación nacional. Panebianco (1982, 110).

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La institucionalización, para Huntington (1972, 23) el proceso mediante el cual adquieren valor y estabilidad las organizaciones y procedimientos, cuenta en Panebianco con una traducción partidista: la consolidación interna. Dos situaciones fomentan este hecho: el desarrollo de intereses en el mantenimiento de la organiza­ción y la difusión de lealtades organizativas. Un eficiente reparto de incentivos selec­tivos (para el caso de los líderes) y una adecuada distribución de incentivos colectivos (para la militancia), subyacen a este fenómeno.

La institucionalización es una posibilidad para los partidos. Algunos la alcanzan más que otros. Sus niveles pueden medirse entonces. Para esto hay dos dimensiones: el grado de autonomía y el de sistematización. Mayor autonomía implica mayor sistematización, pues controlar las relaciones externas favorece la coherencia inter­na. Lograr una alta institucionalización es en buena parte resultado del modelo origi­nario: la penetración territorial, sin patrocinador externo y sin carisma, cuenta con mejores insumos para consolidarse.

El tipo de institucionalización de un partido influye, por otra parte, en la suerte de su dirigencia (o coalición dominante, como la llama Panebianco). Una institucio­nalización fuerte permite una dirigencia cohesionada. Cohesión y estabilidad son propiedades que condicionan a la coalición dominante. La cohesión hace referencia al control centralizado del poder: una dirigencia cohesionada está subdivida en ten­dencias, pero no en fracciones.15 La estabilidad implica el carácter no precario de los compromisos entre los líderes: una coalición dominante estable disfruta de acuerdos permanentes y duraderos entre sus miembros.

La institucionalización del partido incide, pues, sobre la configuración de su dirigencia. El reclutamiento de miembros de ésta es función del nivel de institucio­nalización: en un partido consolidado prima el ascenso de políticos profesionales curtidos en canales internos de carrera. Institucionalizado, un partido no acusa modi­ficaciones en la configuración de su coalición dominante si la composición de ella (su integración individual) experimenta cambios. Un partido institucionalizado su­fre, además, pocas alteraciones en la composición de su dirigencia toda vez que los líderes no tienden a la circulación sino a la estabilidad.

Resumamos. La institucionalización de un partido es efecto de su desarrollo organizativo.16 Logrado, este análisis arrastra un "pero": su excesiva formalización. En Panebianco, institucionalización equivale a la rutinización más acabada. No hay

15 La distinción entre tendencias y fracciones abreva, en el trabajo de Panebianco, de Rose (1964). 16 Desarrollo organizativo que, como Panebianco advierte, es influido por el entorno en que se sitúa

el partido.

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en él, por ser inarmónicos con sus puntos, consideraciones positivas al carisma,17 a las fracciones o a prácticas informales que puedan contribuir a un tipo de institucionalización "menos formal".

La crítica que aquí esbozamos está inspirada en Randall y Svásand (2002). Hay en ellos un argumento novedoso: el proceso por el que los partidos se convierten en instituciones no es sólo su desarrollo organizativo. Los partidos, para instituciona­lizarse, también tienen en sus aspectos informales un recurso. La institucionalización puede estar así en el concurso afortunado de ambos insumos. Los partidos logran estabilidad gracias a patrones rutinizados y gracias a actitudes que, escapando a esa homogeneización, exhiben un alto apego a los valores que el partido representa. La institucionalización no es obstruida por costumbres informales si por ellas se adquie­ren identificación y compromiso internos. La institucionalización, luego, tiene que ver con el éxito del partido en lograr su propia cultura o sistema de valores. Ello, junto a la rutinización de sus métodos, contribuye a la cohesión.

La introducción del value infusion^ como una forma de institucionalización in­formal, replantea el análisis de Panebianco al menos en tres sentidos: a) un partido, en estrecha relación con un sindicato o movimiento social, puede estar instituciona­lizado (Levitsky 1998); b) un partido carismático no es incompatible con la institucionalización (Pedahzur y Brichta 2002); y c) un partido integrado por fraccio­nes eventualmente consigue institucionalizarse. Este último tema, por su centralidad en nuestro trabajo, exige un apartado específico.

17 El carisma refiere una cualidad extraordinaria de una persona al margen de que esa cualidad sea real o presunta (Weber 1979). Este tipo de liderazgo, aparecido en momentos de crisis, puede desvane­cerse, pues no depende solamente de los atributos del líder ni de la disponibilidad de los seguidores, sino de la concreción (o no) de las expectativas en juego. Tucker (1976) y Lindholm (1990) coinciden en ponderar al carisma como inestable, por cuanto la autoridad carismática necesita reiterar continuamente su capacidad de satisfacer las demandas de sus seguidores. El carisma suele ser incómodo para la litera­tura partidista. Panebianco lo llama un "caso anormal" a la hora de definir los grados de institucionali­zación. Un liderazgo carismático, afirma, puede provocar (más temporal que definitivamente) una coalición dominante unida aunque no se haya desplegado un proceso de institucionalización: la cohe­sión, en ese caso, no emerge de normas vinculantes sino de la capacidad del líder para distribuir incen­tivos. El centralismo del líder remplaza la lógica burocrática y tiende a evitar la formalization organizativa. Fundado en lealtades personales a los poderes informales del líder, un partido carismático, carente de reglas formales que lo regulen, corre el riesgo de desaparecer. Ahí, en breve, las razones de Panebianco para considerar contradictorios carisma e institucionalización.

1H Randall y Svásand retoman este concepto de Levitsky (1998), pero su verdadera fuente es Selznick (1957).

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Las fracciones

Las fracciones tienen poca y mala prensa. Su estudio es una "ausencia presente" en la ciencia política. Su estigma, empero, es un lugar común: inhiben la cohesión partidaria. Con todo, hay tres aproximaciones al tema: 1) el tratamiento original de las fracciones, 2) su discusión clásica, y 3) el debate actual sobre un "fraccionalismo institucionalizado".

Las fracciones son polémicas desde su origen. Llamadas inicialmente "faccio­nes", fueron acusadas de subvertir el gobierno.19 Así se expresaba Hume (1965), para quien las fracciones podían ser de interés o por principios. Esta distinción discrimi­naba, a manera de modelos puros, fracciones que suelen imbricarse. Duverger (1957) criticó esa categorización y defendió la hibridez de las fracciones. Otros estudios propiciarían un mayor acercamiento.

En el terreno de las definiciones, la aportación pionera ha sido de Zariski (1960): la fracción es una combinación intrapartidaria cuyos miembros comparten una identi­dad y propósito comunes. La propuesta de Rose (1964), órgano conscientemente organizado con una cierta cohesión y disciplina, ubica en la capacidad organizativa de las fracciones su diferencia con las tendencias (conjunto estable de actitudes). En ese mismo tono, Belloni y Beller (1976) destacan también la organización como un rasgo constitutivo de las fracciones.

En la zona de las causas, los estudios sobre fraccionalismo suman varias fuentes: 1) la estructura del sistema de partidos: a menor competiti vidad mayor fraccionalismo(Key 1949 y 1962); 2) la naturaleza del sistema electoral y de la fórmula electoral intrapartidaria: la representación proporcional como detonante de las fracciones (Sartori 1980; Gillespie 1992; Crespo 1995); 3) la lucha interna no resuelta (Alcántara 1995); 4) los casos de partidos fusionados en los que los antiguos grupos perviven (Von Beyme 1986); 5) la existencia de bases e intereses sociales distintos (Zariski 1960; Belloni y Beller 1976; Hiñe 1982; Pridham 1995); 6) liderazgos fuertemente personalizados (López Nieto 1995); 7) la desunión interna debido a tácticas discrepantes ante temas coyunturales (Coppedge 1994, y Del Campo 1995); 8) la "reideologización" de los grupos intrapartidarios (Von Beyme 1986).

Al margen del debate a favor y en contra del fraccionalismo,20 la discusión clásica aborda su clasificación y sus repercusiones en la estabilidad de los partidos. Para

19 Una recreación histórica de lo que aquí se alude, en Sartori (1980, 17-58). 20 El argumento a favor más citado recalca la mayor representación de los intereses sociales (Mckenzie

1960: Key 1964; y Rose 1964). Cárdenas (1992) ve otro beneficio en el pluralismo y democracia interna que implica el reconocimiento de las fracciones, y Aronoff (1978) aboga por la preparación

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Sartori (1980), cuatro dimensiones definen las clases de fracciones'. 1) su organiza­ción (muy organizadas, medianamente organizadas y sin organizar); 2) su motivación (el reparto del poder o la promoción de principios);21 3) su actitud (ideológica o prag­mática; y 4) su posición (de izquierda a derecha). Para Panebianco (1982), la clasifica­ción de las fracciones es menos importante que su impacto en la cohesión partidaria. Partidos fraccionados, afirma, difícilmente logran niveles de institucionalización que les garanticen una vida estable.22 Esta idea, por su fuerte arraigo, merecería el rango de una tesis aceptada.

En los años noventa del siglo pasado el debate daría una vuelta. Frente al fraccionalismo enemigo de la cohesión partidista (Hiñe 1982), un nuevo fraccionalismo, de tipo japonés y uruguayo, cuestiona la incompatibilidad entre institucionalización y fracciones. Un grupo de autores avanzaría así en una contra-hipótesis: las fraccio­nes, de contar con una propicia estructura institucional de oportunidades y evidenciar una cultura de aprecio por el partido, resultan favorables para su consolidación organizativa.23

El Partido Liberal Democrático, dominante en Japón de 1955 a 1993 (Muramatsu y Krauss 1991, 323-48), ha sido una disciplinada coalición de subpartidos. El Liberal Democrático (japonés) es un partido hecho de fracciones (que son) entidades políti­cas formales con reuniones frecuentes, líderes establecidos, membresías publica­das y claras estructuras oligárquicas (Langs ton 1993, 23) . F u e r t e m e n t e institucionalizadas, estas fracciones exhiben un comportamiento cooperativo gracias a un orden institucional que les atribuye notables competencias: la elección del pri­mer ministro y de los líderes del partido, la naturaleza del gabinete y de las políticas de la burocracia (McCubbins y Thies 1997).

intelectual y política que los líderes de las fracciones ganan al ser avalados sus grupos. Los argumentos en contra tienen un denominador común: la división organizativa atenta contra la cohesión (Sartori 1980, Panebianco 1982) y, presumiblemente, tiene un alto costo electoral para el partido (Coppedge 1994).

21 La división sartoríana entre fracciones por poder y por principios ha sido la más influyente en los trabajos interesados en identificar fracciones concretas en partidos específicos. Coppedge (1994) en Venezuela, Reveles en México (1998 y 2002) o Méndez Lago (2000) en España, la adoptan.

22 El trabajo de Jiménez Polanco (1999), en la República Dominicana, usa este esquema analítico: el PRD dominicano, según esta autora, sufrió una fractura irreversible por su organización fraccional.

25 La novedad de esta perspectiva, si se mira bien, recuerda tesis de Schumpeter (1996) y Dahl (1976), para las que los partidos son arenas integradas por élites que compiten sin erosionar la organiza­ción. Los partidos, a decir de estos autores, tienen rasgos que para nuestro análisis son importantes: 1) compuestos de élites con diferentes habilidades y recursos, en ellos el poder no reside en un solo grupo; y 2) sus élites disputan el control e instituyen una mecánica en la que estos grupos aparecen como las formas naturales de crear y desahogar la competencia.

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El sistema electoral japonés, y en concreto las reglas de selección de los candida­tos legislativos y líderes de los partidos (Cox y Rosenbluth 1993; Ramseyer y Rosenbluth 1993; Cox y Rosenbluth 1994; Cox et al, 1999), son detonadores del arreglo fraccional. Legislación electoral y ordenamiento intrapartidario operan como una estructura que incentiva un fraccionalismo cohesivo por cuanto, a nivel indivi­dual, los miembros partidistas encuentran ventajoso unirse a este sistema institucio­nalizado de carreras políticas (Langston 1993).

La influencia del sistema electoral uruguayo en la creación de fracciones es igual­mente plausible (Crespo 1995). La legislación electoral uruguaya es una fuente de fraccionalismo (Morgenstern 2001 a), entre cuyos resultados se aprecia la instituciona-lización de fracciones interesadas en el éxito de sus partidos (Morgenstern 2001b). Como en el caso japonés, este fraccionalismo es positivamente evaluado por sus protagonistas: los legisladores y miembros partidistas obtienen de él beneficios por los que se adhieren a ese mecanismo.

Así las cosas, las fracciones pueden jugar un rol más importante que el que Panebianco les atribuye. Éstas, al otro lado de la tesis clásica y en una suerte de contraargumento, son vehículos de institucionalización. Su nacimiento por legisla­ciones electorales específicas, su gobierno por procedimientos intrapartidistas avalados y su aporte a la conservación cohesionada del partido, son señalados como indicadores del camino por el que una fracción se institucionaliza y contribuye a la instituciona­lización del partido que integra.

En suma. Dentro del enfoque organizativo revisitamos a Panebianco. Su interés por el poder como acceso a los puestos del partido es afortunado. Los partidos no son dechados de metas ideales. Son conflictivos, y su lucha intestina precisa institucionalizar procedimientos. El nivel de institucionalización partidaria incide en la dirigencia: a mayor institucionalización, mayor cohesión de la dirigencia y menor organización de los subgrupos internos. La existencia de fracciones determinaría una dirigencia débil donde, dos o más grupos sin control hegemónico, comparten inestablemente el po­der. Una dirigencia de este tipo (poliárquica, a decir de Panebianco) sería muestra de una institucionalización malograda.

Pero las dirigencias divididas y presuntamente frágiles merecen también otro jui­cio. No todas las institucionalizaciones aprueban el filtro de la rutinización. El desa­rrollo organizativo no es la única vía institucionalizadora. Partidos con deficiente formalización, pero con un alto aprecio por la conservación organizativa, pueden alcanzar estabilidad. La subcultura partidista no es un dique cuanto un catalizador para ello. Las fracciones, poseedoras de esa subcultura, no son necesariamente perni­ciosas. Una institucionalización "informal" implica así otra alternativa: la de que una coalición dominante dividida, pero estable, logre niveles óptimos de cohesión.

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LO escrito antes permite algunas conclusiones parciales en torno a la fisonomía y conducta de una dirigencia partidaria:

1) Por su tipo de control, absoluto o disperso, su forma es oligárquica o poliárquica. Una dirigencia oligárquica es unida y estable. Una poliárquica está dividida y, aunque tiende a la inestabilidad, puede evitarlo si sus acuerdos son per­manentes.

2) Su fisonomía es función de la institucionalización. Su mejor funcionamiento está dado por una institucionalización formal, pero no siempre es el caso. Las fracciones comúnmente bloquean la institucionalización, pero no ocurre siem­pre así.

3) Su renovación es un continuum que va de la estabilidad a la circulación. Oligárquicas o poliárquicas, las dirigencias operan una renovación discreta, limitada, estable.

La dirigencia racional

¿Qué es un partido político para el rational choice? Puesto el acento en los intereses individuales, ¿el contexto organizacional desaparece y la ambición es la única varia­ble por considerar? A estas preguntas saltan dos respuestas. La corriente "dura" del racionalismo excluye cualquier estimación organizativa. Desde su in^ixjjjualismo metodológico y sus cálculos costo-beneficio, las sociedades son agregados de indivi­duos, y los partidos son equipos que Buscan controlar el aparato de gobierno me­diante la obtención depuestos en elecciones. Así, "downsonianamente", se sentencia: los partidos desarrollan políticas para ganar elecciones; no ganan elecciones para desarrollar políticas (Downs 1973, 30).24

Pero hay otra forma en que autores, catalogados como racionalistas, contemplan los partidos. Para algunos la omisión organizativa es un error: los teóricos del rational choice se han concentrado en las estrategias de los candidatos y por ello han ignora­do el problema de la organización (Schlesinger 1991, 5). Esta perspectiva tiene tam­bién en la ambición individual su variable explicativa, pero, para hacer aterrizables sus postulados, echa mano de claves organizativas como variables secundarias. Este rational choice, no ortodoxo y menos reñido con el neoinstitucionalismo,25 es el quid de este apartado.

24 Para un razonamiento similar, (Crehbiel (1993). 25 Ver March y Olsen (1984 y 1997), Steinmo y Longstreth (1992), y Powell y DiMaggio (1999). C

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Para esta literatura los partidos son empresas colectivas que organizan la compe­tencia por los puestos públicos (Aldrich 1995, 3). Quienes los integran se sirven de ellos para satisfacer sus objetivos. Fines en sí mismos para el enfoque organizativo, los partidos son vistos aquí como medios para solucionar "dilemas colectivos": la selección de candidatos, la movilización de votantes y el logro de mayorías legislati­vas (Cox y McCubbins 1993).

Así las cosas, la variable explicativa de este tipo de análisis no reside en la orga­nización sino en los intereses de sus miembros. Los partidos surgen de la ambición individual y su suministro (a los políticos) de dinero, reputación y de una "etiqueta" que concede identidad, es atractiva para los interesados en el poder. Por su capacidad de permitir la obtención de puestos, los políticos crean y recrean los partidos (por­que) para ser elegidos necesitan convencer al público de que apoye su candidatura (Aldrich 1995, 23).

En la escuela racional podemos entonces ubicar tres supuestos: 1) los políticos están interesados en ocupar puestos públicos; 2) los políticos escogen a los partidos como los medios para conseguir esos puestos; y 3) el partido canaliza las ambiciones en competencia.

Bajo estas premisas, los partidos son empresas que participan en el mercado elec­toral impulsados por la ambición de sus integrantes. Es esa su naturaleza al estar formados por individuos egoístas perseguidores de su propio bienestar. Recientes investigaciones (Stróm y Müller 1999), sin contradecir lo anterior, han encontrado, empero, que la búsqueda de puestos no es la única explicación de los partidos. La ganancia de votos, por cuanto éstos garantizan cargos, y el desarrollo de políticas que aprueben los votantes, por cuanto éstas respaldan el liderazgo de los políticos, condi­cionan la ambición. El conflicto intrapartidario aparece así como el resultado de los fines en pugna entre quienes se comportan bajo el modelo de office-seeking party (maximizadores del control de los puestos), vote-seeking party (maximizadores de es­trategias electorales) o policy-seeking party (maximizadores de la política pública).

Lo escrito arriba supone una cuarta premisa: el liderazgo de los dirigentes no es ilimitado: los líderes experimentan la necesidad de atender algo más que su simple interés. Ello es punto de significativa coincidencia en nuestras fuentes teóricas: la ambición de los políticos es la variable independiente de los partidos, pero un análi­sis sin variables secundarias acusa penumbras. Entre esas variables intervinientes están las propiedades organizativas del partido. Es John Aldrich quien más avanza en esta dirección.

La ambición política es, para Aldrich, el meollo partidario. Por ella, los indivi­duos ocupan puestos y desarrollan trayectorias políticas. Analíticamente, de acuerdo con Schlesinger (1991), podríamos hablar de ambiciones discretas (las que llevan a

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un puesto en particular por un tiempo breve), estáticas (las que alientan una carrera larga en un solo puesto) y progresivas (las que aspiran de manera sostenida a puestos de mayor relevancia).

La ambición, definida a priori por la búsqueda de cargos, no es, sin embargo, una categoría que por sí misma explique el engranaje partidario. Imposible de abstraer, debe ser considerada dentro del espacio que la contiene. La estructura de oportuni­dades políticas de un partido tiene así un valor insoslayable. Con ella, el núcleo ' intrapartidario (introducidas variables intervinientes en el análisis) puede ser mejor comprendido.

La estructura de oportunidades políticas deriva de los puestos que en el partido se someten a elección y de las reglas y costumbres para obtenerlos. Esta estructura tiene medida (el número de puestos elegibles y la frecuencia de su disponibilidad) y forma (los patrones que marcan el acceso a los cargos). En uno y otro caso, esta estructura está conectada con directrices organizativas. Ellas determinan qué tipo de puestos son materia de competencia interna y bajo qué procedimiento se eligen. Ellas esta­blecen cauces para la ambición. Así, podríamos decir que la comprensión de un par­tido no se agota en la ambición de sus miembros cuanto en la necesidad de observar también qué influencias juegan sobre ella.

Los partidos, entendidos como creaturas del interés individual, poseen, pues, una matriz explicativa que, además de la ambición, incorpora otros dos elementos: las influencias externas (sistemas electorales, legislativos, ejecutivos y de partidos) y los mecanismos internos (su propia estructura de oportunidades). Estos factores, y la forma en que en cada partido tienen sitio, condicionan su funcionamiento. Los parti­dos, luego, antes que productos exclusivos de la ambición, parecen ser más bien el resultado de los intereses de los políticos dentro deun repertorio moldeado por arre-glos institucionales y un contexto histórico.

Los partidos son, asi, arenas de conflicto con equilibrios estructuralmente indu­cidos (Shepsle 1999). Desde el neoinstitucionalismo, esta imagen relaciona ambi­ción y pautas organizativas. La dinámica partidista no es fruto sólo de preferencias individuales sino de la manifestación de éstas dentro de reglas establecidas para delimitarlas. Así, los intereses se combinan con la ^estructurar^ el procedimiento para producir los resultados (Shepsle idem).

En suma. Para la literatura racional los partidos surgen de la ambición de los políticos, y son el mejor medio para alcanzar el poder. Por ello los políticos los esco­gen y se sirven de su etiqueta. Pero los partidos son todavía algo más que eso. Con esa intuición, algunos autores proponen variables intervinientes para comprenderlos. La ambición es la raíz explicativa, pero estos nuevos argumentos la "envuelven" institucionalmente: la ambición tiene lugar dentro de ambientes que la soportan. La

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racionalidad, individualmente asumida, pero organizativamente ubicada, constituye una ecuación apropiada para mirar a los partidos como consecuencia de la ambición de sus integrantes y de sus propiedades organizativas.

¿Qué podemos decir ahora sobre las dirigencias? ¿Cuáles son los atributos de una "dirigencia racional"? ¿Su conducta es siempre la maximización de puestos?

La primera característica de una dirigencia racional no es otra que la ambición. Su composición está dada por individuos en los que idealmente no pesa ninguna conside­ración organizativa. Su fin es retener y mejorar sus puestos. Ello convierte al partido, y

• a la dirigencia de la que forman parte, en maquinarias al servicio del dominio electoral.Este modelo escrupulosamente racional puede, sin embargo, presentar "aberraciones".

Las dirigencias partidarias difícilmente actúan como entes abstractos. Desde su misma racionalidad, donde jugar "a la libre" en busca del propio beneficio es la mejor opción, preservar al partido como un bloque unido posee un valor para los dirigen­tes (McAllister 1991). Cohesionado, un partido tiene más posibilidades de vencer a sus competidores. De ello están conscientes los líderes, y esto condiciona su compor­tamiento.

La tolerancia a las fracciones internas es producto del razonamiento previo. Las fracciones, además de ser un medio para alcanzar el poder (Langston 1995), descu­bren a los líderes dónde descansa su apoyo dentro del partido (Bowler et ai, 1999). Con su regulación, los líderes, en términos de Hirschman (1977), alientan la "voz" y la "lealtad" de los militantes en contra de su "salida". El reclutamiento patrocinado,,, por el cual los dirigentes establecen canales de ascenso a favor de quienes permane-cen en el partido, es otra estrategia racional para mantener al partido unido. En uno y otro caso hablamos de incentivos organizativos.

El liderazgo de los dirigentes, recordemos, no es ilimitado. Los líderes no son precisamente empresarios inmunes a demandas ajenas a la maximización de cargos (Van Biezen 2000). Las aberraciones, según el vocablo utilizado por Schlesinger

' (1991, 22-8), advierten de partidos que operan, antes que como maquinarias electora-~^ les, como burocracias donde la maximización de cargos es una meta que pasa por

] filtros orsanizacionales. Para acabar. Desde el enfoque racional las dirigencias son conjuntos de indivi­

duos interesados en el poder. Pero este realismo precisa de líneas secundarias para un mejor entendimiento de la ambición. Definidas por el interés, las dirigencias obser­van canales para realizar sus metas. Por ello se ven forzadas, digámoslo así, a hacer concesiones en el camino. Los militantes, valorados por su aporte a la movilización de votos, son una de esas consideraciones (Scarrow 1994). Así, puede concluirse que las dirigencias racionales son guiadas por la ambición moldeada por los arreglos organizativos del partido que controlan.

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Partidos, institucionalización y ambición

Hasta aquí atravesamos un camino especialmente sinuoso. Hay tres elementos cuyo manejo no es tan fácil como parece. Y están ahí: en la espera por una justificación de su uso. Me refiero a los conceptos de partido, institucionalización y a la "variable" ambición.

Hablamos de partidos sin mucho apuro de definirlos. Aunque hay muchas defini­ciones, no favorecía la utilidad de este capítulo incrementar su volumen sin otra excusa que citarlas. Así, con el "síntoma de Duverger", quien desenfadadamente los llamó una comunidad de estructura particular (1957, 11), sostuvimos primero que los partidos son organizaciones. Después, con la literatura racional fue también posi­ble la economía de palabras y los partidos aparecieron como empresas en busca del poder.

Con la institucionalización fuimos menos lacónicos. Desde la literatura organizativa ~ > su justificación es clara: la institucionalización determina el desenvolvimiento de la l

dirigencia. Pareciera que ahora sí pisamos sólido. Pero no tanto. Hay, por lo menos, tres dudas que merecen reflexión: 1) ¿la dirigencia no condiciona a su vez la institucionalización partidaria?; 2) 0la institucionalización formal e informal pueden coincidir?; y 3) ¿la infusión de valores (la cultura partidista) no es un concepto "aga­rra-todo" y "explica-nada"?

Para el primer caso, sumidos en un conflicto de causalidades (¿la institucio- . nalización como variable independiente o dependiente?), hemos optado por apreciar la dirigencia partidaria como función de la institucionalización, aunque una vez cons­tituida no desconozcamos sus incidencias en la estructura organizativa. La historia de nuestro objeto de estudio (la coalición dominante del PRD) nos persuade de esta postura.

La segunda cuestión, la institucionalización formal e informal, es igual o más complicada. La formal existe ahí donde las reglas se convierten en rutinas colectivas que regulan la interacción y estrechan los márgenes de actuación individual. Institu­cionalización formal equivale a estructuras y comportamientos predecibles. Por el tipo de indicadores propuestos para medirla, Panebianco (1982, 123-25)26 fue ubica­do aquí como "formalista".

26 Grado de desarrollo de la organización extraparlamentaria central; homogeneidad entre las subunidades organizativas del mismo nivel jerárquico; modalidades de financiación; relaciones con las organizaciones cercanas al partido; correspondencia entre las normas estatutarias y la constitu­ción material del partido.

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FISIONES Y FUSIONES, DIVORCIOS Y RECONCILIACIONES

La institucionalización informal ocurre por value infusion. Su característica es transformar la organización en un valor en sí mismo allende requisitos técnicos o formales. Su uso es imprescindible: de limitar el estudio de los partidos a sus proce­dimientos oficiales se pierden muchos aspectos. La institucionalización formal e in­formal pueden ser incompatibles, pero, otra vez, apostamos a que nuestro objeto de estudio, con su producción habitual de reglas estatutarias y su peculiar violación de ellas, pueda validar su eventual coincidencia.

La institucionalización informal, finalmente, conlleva el riesgo de la superficiali­dad. La infusión de valores alega a favor de la cultura partidista como un rasgo de institucionalización. ¿Pero no es la cultura un salvavidas de concepto? Uno que dice todo sin demostrar nada. ¿Cómo medirla? Una solución es bajar su nivel comprensi­vo. Nuestro uso del concepto será el que algunos autores proponen dentro de marcos concretos (Mackenzie 1978). Cultura partidista alude en el trabajo, entonces, no a un conjunto de valores y creencias adquiridas de modo homogéneo a través de la socia­lización, sino a algo bastante más modesto: identidades políticas, esto es, códigos generales de referencia mediante los que los actores pueden reconocerse recíproca­mente y reducir incertidumbre. Con todo, la infusión de valores no deja de ser un "mal necesario" del que ciertos estudios precisan su peligrosa inclusión.

Con la ambición, nuestro tercer problema, hay un obstáculo insalvable. Para la teoría de la ambición política la conducta de los políticos responde a su interés por los cargos. Las estrategias de "ambición progresiva" se enfocan en los puntos en que el político ve oportunidades para superar sus puestos. La etiqueta del partido es un bien colectivo para todo político que pretenda hacer carrera. Éstas, en corto, son las tesis de la ambición. Pero esta teoría tiene varios "peros": 1) la ambición no es un concepto sino un sustantivo que por sí mismo no explica el funcionamiento de un partido; 2) es además una consideración subjetiva no privativa de los políticos; y 3) imposible de operativizar (¿cuánta ambición se necesita para activar un conflicto de fracciones?), ¿cómo hacerla aprehensible? Con sendas dificultades, lo que haremos será tomar la ambición como un elemento general de la participación de los dirigentes en el PRD, pero en ningún caso como una variable analítica.

Las dirigencias partidarias: una propuesta

Este último apartado, dedicado a presentar el abordaje teórico de las dirigencias más acorde con nuestro trabajo, tiene inspiración en una percepción que sobrevoló el capítulo: en los partidos ni todo es organización ni todo es maximización.

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Notas
Importante
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LAS DIRIGENCIAS PARTIDARIAS: TEMAS Y PROBLEMAS TEÓRICOS

Las perspectivas organizativa y racional pueden ser hasta cierto punto comple­mentarias. Ahí donde organizativamente se acepta que los dirigentes son políticos profesionales interesados en operar autónomamente de las bases del partido (Katz 2001), la literatura racional tiene mucho que decir al respecto del comportamiento de estos individuos. Por otra parte, ahí donde racionalmente es reconocido que la ambi­ción de los políticos es constreñida por el arreglo institucional del partido, la biblio­grafía organizativa sirve para comprender el origen de esos arreglos. Así, desde lo dicho y pensando en aproximarnos s nuestro objeto de estudio, proponemos la con-ceptualización de una dirigencia partidaria bajo la siguiente fisonomía analítica: una poliarquía estable integrada por dirigentes profesionales, miembros, a su vez, de fracciones institucionales. Las propiedades de esta definición son:

1) Una poliarquía estable. La reunión de dos o más grupos organizados en elvértice del partido. Dividida, el desempeño de la dirigencia no es, empero,inestable. El nivel de acuerdo entre los dirigentes supera la precariedad. Susconsensos pueden ser coyunturales y hasta impredecibles, pero permanentes:son, por decirlo así, muestras de equilibrios trágicos. Organizativamente es­tán dadas las condiciones para este diseño. Institucionalmente se estimula esta composición: los grupos que la integran son una huella fundacional del parti­do y un sello organizativo. Poliárquica, la dirigencia no tiene un control abso­luto, pero sí es dueña de las fuentes de poder más importantes. Impone reglasy maneja su interpretación: es ella misma una fuente de institucionalización quecombina lo formal e informal.

2) Políticos profesionales. Los miembros de la dirigencia viven del partido yestán formados en sus aspectos privativos (técnicos y consuetudinarios). Com­parten el deseo por la discrecionalidad de sus liderazgos. No son un corpushomogéneo definido por ventajas económicas o sociales, pero guardan entresí semejanzas significativas que los adiestran en un desempeño autodefensivo:ante amenazas a su estabilidad funcionan como un clan protector de sus privile­gios. A sus similitudes iniciales (biografías políticas), el desarrollo organizativosuma rutas endógenas de reclutamiento. Permanecer y ascender dentro de ladirigencia los condiciona a seguir patrones de carrera idealmente escalafonarios:la adquisición de puestos se logra acreditando experiencia y capacitación. Sumayor fin son los cargos electorales y partidistas. Guiados por la estructura deoportunidades políticas del partido, consiguen que la renovación de los man­dos sea estable, discreta, lenta.

3) Fracciones institucionales. Las fracciones, dado el caso de un partido fusio­nado donde las antiguas identidades pervivieron, determinan la organización.

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De reconocer el partido su papel medular, las canaliza institucionalmente. Formal e informalmente, las fracciones nutren la dirigencia. Las reglas de elección para puestos directivos regulan su acceso a la coalición dominante. Sus pactos para resolver controversias complementan este proceso. La no sa­lida de las fracciones (su no rompimiento con la organización) evidencia su apego y lealtad organizativas: habiendo el propio desarrollo partidario redefinido las identidades a partir de la lucha interna, las fracciones pueden ser vehículos de institucionalización.

Nuestra propuesta es una descartada en el esquema de Panebianco. Para éste, la fisonomía de las dirigencias contaba con tres manifestaciones: a) una coalición do­minante unida y estable; b) una coalición dominante dividida y estable; y c) una coalición dominante dividida e inestable. La primera y la tercera eran antípodas: una colmada de institucionalización y otra sin ella. La segunda tenía un tratamiento nega­tivo: las dirigencias divididas y estables son de pobre institucionalización al deposi­tarse ésta en un carisma y depender de las decisiones del líder. Frágiles y precarias, las coaliciones de este tipo parecen condenadas a sufrir la suerte de las organizacio­nes carismáticas: nacer y morir como "partidos relámpagos". Pero nuestro objeto de estudio impulsa a desconfiar de ese destino manifiesto.

Para el caso que investigamos, y por la manera en que lo afrontamos, las dirigencias divididas y estables no dependen vitalmente de la fuerza del carisma. Nuestro interés no reside en ese factor sino en los "jefes institucionales" (Gerth y Mills 1968) que forman la dirigencia. De ellos no nos atraen sus cualidades extraordinarias sino los roles que desempeñan. Su biografía y trayectoria políticas, su participación en frac­ciones internas, su obtención y reparto de puestos directivos, su apego (por vías for­males o informales) al partido, son, entre otros, algunos aspectos que justifican nuestra forma de abordaje.

Conclusiones

El PRD es una organización que por méritos propios contribuye a la mala fama de las fracciones, el carisma y las reglas informales en los partidos. Frente a propuestas de institucionalización rigurosa, la del PRD no acredita los requisitos. Normativamente se dice que la suya es una institucionalización fallida o inconclusa. Para no caer en ese simplismo, discutimos la posibilidad de que partidos sin un alto grado de rutinización puedan institucionalizarse aprovechando aspectos informales que la literatura tradi­cional ubica como obstáculos para ello. Pero la adopción de un concepto más amplio

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LAS DIRIGENCIAS PARTIDARIAS: TEMAS Y PROBLEMAS TEÓRICOS

de institucionalización no busca hacer pasar al PRD como un partido de una u otra forma institucionalizado. Analíticamente, cosa que se observa en nuestra propuesta conceptual de las dirigencias partidarias, lo que se pretendió fue construir un modelo ideal de dirigencia con institucionalización no estrictamente rutinizada. Entre una institucionalización formal (para la que el carisma y las fracciones entorpecen la consolidación) y una informal (donde el carisma y las fracciones pueden tener efec­tos positivos si ayudan a regular el conflicto interno), ¿dónde se localiza la del PRD de acuerdo con su propia especificidad organizativa? ¿Su dirigencia cumple los parámetros ideales de una poliarquía estable, con políticos profesionales y fracciones institucionales?

La dirigencia del PRD, proponemos, está conformada formal, pero no exhaus­tivamente, por quienes ocupan los puestos de poder en el partido, es decir, por quie­nes posicionalmente se ubican en niveles directivos. Esta decisión marca nuestro trabajo. En la literatura sobre liderazgo pueden distinguirse tres enfoques: 1) la teoría behaviorista (Lasswell 1963), para la que el liderazgo es producto de habilidades cognitivas y psicológicas; 2) el marco conceptual weberiano, donde el énfasis radica en la individualización de las características carismáticas del líder según la tipología de estructuras de autoridad y dominación; y 3) el liderazgo político como un fenóme­no enmarcado situacionalmente desde posiciones de poder (Blondel 1987). Nuestro trabajo, que considera el carisma sólo en tanto elemento que impide (o no) la institucio­nalización, está relacionado claramente con el tercer enfoque.

Aclarado lo anterior, y recordando el problema de estudio de este capítulo (¿por qué en el PRD la búsqueda de cargos es decididamente el factor de más peso en su conflicto?, y, ¿por qué, no obstante la rijosidad, hay reconciliaciones que evitan di­vorcios definitivos?), finalizamos con las variables que de nuestro instrumental teó­rico nos ayudarán a responder esa pregunta:

1) Como variable antecedente: el modelo originario del PRD, por ser éste unacategoría que, además de dar cuenta de las fracciones, el liderazgo carismático,la falta de procedimientos formales y el ambiente que singularizaron el naci­miento perredista (capítulo 2), permite entender sus problemas para estabilizarse. Al modelo originario, aunque no previsto por Panebianco, añadiremos la au­sencia en el PRD de una ideología fundacional que fuera específica y no ambi­gua, cosa que gravitará en la existencia de corrientes pragmáticas interesadasprioritariamente en la obtención de cargos y, en ese sentido, en la sobrevivenciadel partido que se los provee.

2) Como variables intervienientes (no operativizadas): a) una cultura organizativa informal que, si bien dificulta acuerdos en torno a las reglas de juego (divor-

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FISIONES Y FUSIONES, DIVORCIOS Y RECONCILIACIONES

cios), hace reconocer a los perredistas que, más allá de sus diferencias, com­parten intereses a favor de la conservación partidista (reconciliación); y b) la ambición por ganar puestos como una constante que, si hacemos caso de Lipset, sería mayor en el PRD por ser éste un partido de izquierda cuyos dirigentes, gracias a la movilidad social que obtienen con sus puestos, alcanzan un status que no quieren perder: la relación entre status de un dirigente y sus esfuerzos por reducir al mínimo la democracia en su organización es bastante directa (Lipset 1963, 363). Miembros de fracciones que les facilitan acceder a niveles jerárquicos (capítulo 3), los líderes perredistas, profesionales, aunque no nece­sariamente capacitados, restringen la circulación de su dirigencia (capítulo 4).

3) Como variable explicativa: la estructura de oportunidades políticas del PRD,condicionada por su modelo originario y proceso de institucionalización, donde: a) los líderes ingresan a fracciones por lo ventajoso de esta estrategia; b) laelección de la dirigencia, bajo un sistema estatutario de representación propor­cional de grupos, estimula y premia ese comportamiento; y c) el pragmatismo de las fracciones prioriza la lucha por los cargos, pero las negociaciones entre ellas determinan que el conflicto no acabe con la ruptura definitiva del partido y su dirigencia.

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2 La historia del PRD:

contexto, nacimiento y evolución

Llama la atención la capacidad de la izquierda para construir espacios inhabitables.

José Woldenberg. Memoria de la Izquierda

Según es fama, el PRD nace en mayo de 1989. Su constitución, es fama también, está marcada por la candidatura presidencial de Cuauhtemoc Cárdenas lanza­da en 1988 por las fuerzas del Frente Democrático Nacional (FDN): la Corrien­

te Democrática (CD), el Partido Mexicano Socialista (PMS), el Auténtico de la Revo­lución Mexicana (PARM), el Frente Cardenista de Reconstrucción Nacional (PFCRN), el Popular Socialista (PPS) y grupos como la Asociación Cívica Nacional Revolu­cionaria (ACRN) O la Izquierda Revolucionaria-Línea de Masas (OIR-LM). Estas orga­nizaciones tenían orígenes distintos: la CD era una "oposición cismática" del PRJ; el PMS provenía de la izquierda independiente; el PARM, PFCRN y PPS de la izquierda satelital y la ACNR y la OIR-LM de la izquierda extraparlamentaría.

La primera parte de este capítulo reseña el escenario que da sentido a las oposicio­nes cismáticas y a las divisiones en la izquierda. El contexto del PRD será ahí desarrolla­do. Una segunda, dedicada al nacimiento y evolución perredistas (1989-2002), sistematiza las fechas álgidas del partido. Para esto, y como de evitar largos y aburridos cuentos se trata, privilegiaremos sus congresos nacionales y elecciones de dirigencia.

Las dos partes del documento tienen como vínculo la identificación de los indivi­duos que llegaron, ocuparon y permanecieron en la coalición dominante del PRD. Sin ser el propósito, tal vez emborrachemos un poco: a la abundancia de nombres y apellidos le secunda el número febril de agrupaciones, partidos y/o corrientes que los sitúan. Para aligerar la lectura ofrecemos a cambio tres cosas: 1) un glosario de si-

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r jMUlNts Y FUSIONES, DIVORCIOS Y RECONCILIACIONES

Con el primer bando estarían los gobernadores del PRD y gran parte del Comité Ejecutivo.84 Del lado de Robles y Cárdenas gravitarían consejeros nacionales como Armando Quintero y Carlos Imaz, amén de Fidel Robles (secretario del CEN). Otras corrientes asistirían al Congreso con distintos delegados (Ortiz Pardo 2001): a) "Misol", compuesta por el grupo de Rene Bejarano, el de Acción Popular de Higinio Martínez (predominante en el Estado de México) y los seguidores de Félix Salgado en Guerrero; b) Cívicos, con Humberto Zazueta en el CEN; c) Red de Izquierda Revo­lucionaria ("Redir"), con Camilo Valenzuela como líder y José Antonio Rueda en el CEN; d) Movimiento de Bases Insurgentes ("Mobi"), creado por Raúl Alvarez Garín después de julio de 2000.

El Congreso arrojó diferentes resultados. En Principios, reafirmaría la declara­ción aprobada en el cuarto cónclave, buscando enriquecerla con nuevos elementos.85

En Programa, englobaría un dechado de propuestas bien intencionadas, como la erección de un sistema semiparlamentario, métodos de democracia directa, derechos políticos de pueblos indios, cambios en la política económica, reforma fiscal o el rescate del campo.

La mesa de Línea Política primaría una transición democrática con contenido social. A esta propuesta, que resaltaba la disparidad ideológica con el PAN a efectos de que el PRD se preserve como un adversario intransigente, se opuso la de corrientes moderadas a favor de un pacto con Vicente Fox sobre el tema de la democracia. La votación, la más impetuosa del Congreso, sería zanjada de manera ambigua al censu­rarse acuerdos de largo plazo con el gobierno, sin cerrar por ello la puerta a coinci­dencias específicas. En otro renglón, referido a la lucha electoral y social, se apuntaría que el partido, autónomo de las agrupaciones sociales, colaboraría para que éstas mejoren su papel en la vida política y económica del país. Esta misma mesa concluyó que el PRD, abierto a las deserciones del PRI, asumiría una actitud refractaria a los políticos con antecedentes de corrupción.

Los Estatutos concitaron también discusiones. En ellos permaneció la proporción de género para candidaturas y se reservó, como innovación, 20% de lugares directi­vos para jóvenes. La activación de comités de base fue, por otro lado, una nota rele-

84 Además de la secretaría general y la coordinación del Senado, los Chuchos aportarían a su alianza con los Amalios, titulares del CEN como Carlos Navarrete, Carlos Sotelo, Luis Eduardo Espinoza y Lorena Villavicencio. Los Amalios contarían ahí con Martha Gástelum, Armando Tiburcio, Juan Guerra y Martha Lucía Micher.

85 En estas reformas, sin embargo, volvería a brillar por su ausencia una conceptualization de la identidad de "izquierda moderna" que el PRD propone para sí mismo. Ver Documentos Básicos, PRD (2002).

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LA HISTORIA DEL PRD: CONTEXTO, NACIMIENTO Y EVOLUCIÓN

vante. El Congreso, al dividir el país en estos comités (organizados por territorio y actividad) y confirmar el voto universal y directo para las elecciones internas, pro­yectaría que éstas se resuelvan, con un padrón confiable, precisamente en los comités resucitados.

Las elecciones internas (siguiendo con ese rubro), además de planificarse un día nacional cada tres años, alterarían su logística. Los aspirantes a presidir el CEN, según esta enmienda, sólo serán acompañados por el candidato a secretario general, esto es, sin planillas que administren el reparto de espacios. Finalmente, otros arreglos apro­baron la reducción del CEN de 21 a 17 carteras; el mandato a los militantes de hacer pública su declaración patrimonial al asumir y concluir cargos de elección popular, de gobierno o dirección partidaria; la creación de un órgano de fiscalización; y el traslado, de por los menos 40% de las prerrogativas federales, a las delegaciones estatales y municipales.

Conclusiones

Mis películas son una serie de bien intencionados fracasos.

Woody Allen. Biografía

Con su 6o. Congreso, el PRD parece clausurar, al menos en parte, un ciclo de su historia: derrotado el PRI, "el partido de Estado" contra el que se estuvo en lucha, los perredistas anunciaron un balance estructural de su desempeño. Pablo Gómez (2001), titular de la Comisión de Reforma Interna ideada para tal propósito, declararía enton­ces que el sexto cónclave iría más allá de una recapitulación del último episodio electoral. "Refundar el PRD" fue en ese tiempo la frase más pronunciada por sus dirigentes, quienes identificaron la causa de los tropiezos con la inestabilidad institucional del partido.

El discurso reformista no era, sin embargo, nuevo. En este capítulo hemos atesti­guado cómo cada Congreso perredista ha tenido tres fases invariables: 1) el debate por la actuación interna y externa; 2) la activa (e inusual: seis congresos en 12 años) producción de reglas para corregir las deficiencias que se diagnostican; y 3) la constitu­ción de esas reglas a partir del conflicto y negociación entre corrientes. El sexto Con­greso, precedido de la autocrítica más importante de los perredistas, sena particularmente prolijo en el diseño de soluciones a los problemas organizativos detectados.

Pero los acuerdos terapéuticos luego de 2000 estarían, otra vez, apuntalados por el juego de corrientes, llegando hasta donde éstas lo consideren adecuado. Pongamos

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FISIONES Y FUSIONES, DIVORCIOS Y RECONCILIACIONES

un ejemplo ilustrativo. La forma de elección del CEN, renovada por el reconocimiento de que ese punto ha llevado a riñas que deterioran la imagen del PRD, prescinde de planillas que patrocinen a los dirigentes. El objetivo del cambio, se dijo, fue desmon­tar a los grupos de presión que existen dentro del partido. La modificación estatutaria no es, empero, tan sustancial como aparenta, pues el principio de representación proporcional para conformar directivas se conserva para elegir consejeros naciona­les. Las corrientes consiguieron además mantener intacto el otro principio que las cohesiona e incentiva: el mecanismo según el cual la planilla más votada puede quedar­se con el puesto de secretario general si obtiene más de la mitad de los votos alcanza­dos por la planilla mayoritaria.

¿Simulación? (Sánchez 2001). ¿Autoengaño? (Ortiz Leroux 2001). Los intentos perredistas por mejorar sus procedimientos han sido descalificados por la precarie­dad de sus logros. Inmediatistas y coyunturales, estas reformas tal vez sean menos un simulacro que un acto consciente por formalizar los acuerdos que no siempre con facilidad pactan las corrientes para destrabar sus diferencias. En el capítulo 3, intere­sados en analizar la institucionalización del partido, ensayaremos una explicación de las reglas formales como "equilibrios trágicos" que no por ganar rango estatutario dejan de ser frágiles. Fracasos probablemente bien intencionados, los esfuerzos del PRD por regular su conflicto han dependido de la solidez o debilidad de los consensos entre sus grupos. Estos grupos, también inestables, son, como mostraremos en lo que sigue, el canal por el cual los dirigentes (vía la recomposición de sus alianzas) per­manecen en la coalición dominante.

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3 La dirigencia del PRD:

su configuración conflictiva

Quien pone reglas al juego se engaña si dice que es jugador.

Luis Eduardo Aute. De Paso

Cuenta Gabriel García Márquez, en Cien años de soledad, que José Arcadio Buendía no aceptaba jugar a las damas, porque nunca pudo entender el senti­do de una contienda entre dos adversarios que estaban de acuerdo en los

principios. La geografía del PRD, "más un conjunto de contradicciones que uno de regularidades y prácticas funcionales",1 consiste justamente en un juego de poder donde las reglas de competencia son menos claras que inciertas y más laxas que sólidas. Detallar el proceso de formación de su dirigencia, a partir de ese contexto particular, es el objetivo de este capítulo.

¿Cómo construye el PRD SU dirigencia? ¿De dónde, por qué y cómo salen sus cuadros ejecutivos? Distinguiendo los actores, etapas y características que la rodean, y haciendo énfasis en aquellos aspectos de la estructura formal (estatutos, congresos o discursos) e informal (reacomodos, pactos o subculturas) que enmarcan su funcio­namiento, la dirigencia del PRD, proponemos como hipótesis, depende de un sistema de representación de grupos reflejado en el número de miembros de cada uno en el Comité Ejecutivo Nacional. Constituido de grupos, lejos de eliminarlos, el PRD bus-

1 Entrevista con Jorge Calderón Salazar, fundador del partido, ex diputado federal, ex secretario del CEN, ex senador, candidato a diputado federal en 2003 y actualmente director del Instituto de Estu­dios de la Revolución Democrática (IERD). México, DF, marzo 12, 2003.

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caria hacerlos operativos. Su dirigencia, así, saldrá de las negociaciones entre co­rrientes que disputan los estratos directivos.

Para sustentar esta hipótesis, conforme a la reseña histórica dibujada en el capítu­lo 2, éste analiza en seis partes lo que fue contado antes en tono descriptivo: 1) el FDN como una coalición precaria que condicionará el nacimiento del PRD; 2) la desarticu­lada aparición del de "La Revolución Democrática, Partido"; 3) la dirigencia de Cuauhtemoc Cárdenas (1989-1993), espejo de las marcas fundacionales del "sol az­teca": liderazgo carismático, debilidad organizativa y fraccionamiento interno; 4) la de Porfirio Muñoz Ledo (1993-1996), periodo en que el conflicto interno perredista comenzará a surgir menos de la identidad originaria de sus grupos y más de las tomas de posición intrapartidarias desarrolladas como recurso para ganar espacios; 5) la de Andrés Manuel López Obrador (1996-1999), momento en que la consumadaredefinición de identidades ofrece saldos favorables a la incipiente consolidación organizativa; 6) la de Amalia García Medina (1999-2002), fase en que el desenvolvi­miento vía el reconocimiento de corrientes mostrará sus deficiencias y peligros para la estabilidad.

El repaso de las dirigencias perredistas, evaluando en cada una de ellas sus avan­ces (o retrocesos) en términos de institucionalización, nos permitirá (por el hincapié con que puntualizaremos las alianzas que sostienen al CEN) demostrar la importancia de los grupos internos en el control directivo. Sobre esta autopista, a seis carriles de alta velocidad y con señales persistentemente contradictorias, corre este capítulo 3.

La reunión de los contrarios: el FDN

La vida se vive hacia adelante pero sólo puede entenderse hacia atrás.

Sóren Kierkeggard. Tratado de la Desesperación

El FDN, preludio del PRD, fue producto de una extraña unidad de fuerzas poco seme­jantes entre sí. De rivales a amigos circunstanciales, este frente estará conformado por enemigos íntimos, cuyas lógicas de integración serán distintas y hasta incom­patibles.

La izquierda política. Domingo, 14 de mayo de 1989. El PMS vota su autodisolución, canta por última vez La Internacional y cede su registro al PRD. Gilberto Rincón, ex dirigente del PMS, ubica en los setenta el comienzo de este cuento: reunido el PCM para discutir su relación con la guerrilla, Rincón Gallardo escuchó horas después en

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Bucareli2 reproches al pleno "clandestino". Ilegal e infiltrado, el PCM era una secta con terribles problemas. Entre renovarse o morir, los comunistas decidirían cambiar. Sobre esa transformación apuntaremos algunas notas.

En 1963, con la llegada de Amoldo Martínez Verdugo a la dirección del PCM, el partido crea su primera comisión electoral para promover la democracia como forma de competencia. La publicación del libro Partido Comunista Mexicano, trayectoria y perspectivas (Martínez Verdugo 1971) fue otro argumento a favor del tema. Los comicios de 1976 serían así los últimos sin registro. Registrar al PCM se convirtió en una necesidad del régimen. Legalizarlo ayudaría a desactivar la senda armada. El gobierno tentó en 1977 a los comunistas con permitir su entrada a la vida institucional, oferta que no desaprovecharían.

Para el PCM su acceso a la legalidad era cuestión de sobrevivencia. No por nada serían los primeros en aceptar la reforma. Por encima del PRT y del PMT que la consi­deraron restrictiva (Rodríguez Araujo 1973, Santiago 1987), el PCM (1979) la llamó "una plataforma para la lucha futura". Clandestinos, no iban a otra parte que no fuera la marginalidad. Dejar su extremismo no fue así difícil: "los comunistas nunca se prepararon con seriedad para asumir la ilegalidad en todas sus consecuencias, por ello pudieron renunciar a la violencia estatutaria y concentrar su esfuerzo en la lucha por la legalidad" (Rincón Gallardo 1999, 182).

El PCM se adentró, pues, en la legalidad.3 Los resultados electorales de 1979, en los que los comunistas alcanzaron 5.8%, abrieron una de las mejores etapas de su historia. "El partido rompió con el aislamiento de la primera mitad de la década y marchaba, a través de una política de alianzas, al lado de distintos partidos. Era foco de atracción de grupos de la intelectualidad progresista. Gozaba de alguna presencia en medios informativos. Por primera vez en 60 años de existencia contaba con un grupo parlamentario" (Condes 1990, 111).

Presentado en sociedad, el PCM apostó por la democracia, y sus miembros, pues­tos a prueba en los comicios, empezaron a desarrollar un lenguaje accesible a un amplio público. El reformismo creció, y el partido, en su vigésimo congreso, come­tió el acto de democratización más profundo: su autodisolución en aras de la unidad

2 Jesús Reyes Heroics, secretario de Gobernación, había llamado a Gilberto Rincón a la mañana siguiente para manifestarle su oposición a los resolutivos comunistas. Gómez Bruera (2003b).

3 Esta transición no fue lineal ni armónica: si bien el grupo dominante consiguió apuntar el partido hacia la democracia, fracciones como la Corriente del Socialismo Revolucionario y la Renovadora sur­gieron en protesta al reformismo de la dirección. Hemos dicho ya en el capítulo 2 que, por estos mismos motivos, la Unión de Izquierda Comunista (uic) abandonó el PCM.

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de la izquierda. PCM, junto al PPM, MAUS, MAP y PSR, fundaron en 1981 el PSUM.4

Formado la víspera de los comicios, con poco tiempo para organizarse y resolver las diferencias ideológicas y políticas de sus integrantes, el PSUM privilegió un proyecto utilitario sin posibilidades de institucionalización.

Como era de esperar, el PSUM tuvo tropiezos: PSR y PPM, molestos por el control directivo del PCM, dejaron el partido. El resbalón fue también electoral con cifras inferiores a las de 1979 (Rodríguez Araujo y Fernández 1986). La caída de los votos marcó el fin. Como un fallido impulso de coalición, el PSUM resultó apenas una fede­ración desarticulada. Pero el intento de unidad no quedó ahí. El PMS, con el PSUM, PMT, UIC, PPR, MRP y el PST-Tercera Asamblea Extraordinaria, fue creado en 1987 como un partido que pudiera ser opción de poder. Con esos objetivos fijaría en estatutos la existencia de corrientes y Heberto Castillo, mediante elecciones inter­nas, sería su candidato presidencial. El PMS, empero, continuaría siendo rehén de los divisionismos. La heterogeneidad (esas corrientes reconocidas, pero no institucio­nalizadas) bloqueó la cohesión, y el PMS, con dificultades para operar bajo una direc­ción formal, recurrió a acuerdos no escritos para atenuar sus diferencias. "Todo se negociaba, los cargos, la integración de los órganos" (Gómez Bruera 2003b, 58). La frase entre comillas es de Gilberto Rincón Gallardo, el secretario general del PMS, quien haciendo recuento reconoce que muchos de los pactos, "para no vulgarizarse", no se hacían explícitos.

Para colmo de males, algunas corrientes (PPR y MRP) revivieron una discusión supuestamente superada: el compromiso con la legalidad. Del otro lado, cuadros del ex PCM, ante la emergencia del FDN, abogaban por unirse a los ex priístas. Irresueltos sus dilemas internos, el PMS enfrentó el desafío del neocardenismo. Escépticos con la candidatura de Cuauhtemoc Cárdenas (un priísta acogido por partidos satelitales), los pemesistas brindarían después un apoyo que implicó la cesión de su registro.

El curriculum comunista de 1963 a 1988, resumamos, fue una lucha por dejar la marginalidad y cambiar de piel (Aziz 1992): a) de una izquierda que se movía ideológi­camente con un paradigma revolucionario a otra que se inició en las vías democráticas y electorales; b) de una comprensión unívoca de principios y dogmas a una situación múltiple, de amplia negociación, flexibilidad y pragmatismo; c) de una izquierda de catacumbas que se presentaba sólo con banderas radicales, a una izquierda pública

4 La disolución del PCM, todo un símbolo, se dio alrededor de la campaña electoral del PSUM que, no menos simbólicamente, llevó por nombre "Marcha por la Democracia". Aquí el cambio de lenguaje al que nos referimos: del mensaje revolucionario, la dictadura del proletariado, los comunistas princi­piaron su campaña de 1982 con un discurso alejado del dogmatismo verbal: "Cambiar la Vida". Ver Martínez Verdugo (1983).

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con presencia en la vida política y cultural. Con la mira puesta en su crecimiento, el PCM sería motor de la unidad, PSUM y PMS fueron frutos de ese propósito y de su voluntad por aliarse con cualquiera para obtener votos e influencia. Su encuentro con el neocardenismo detonó el más deseado de los cambios: pasar de una izquierda marginal a un movimiento de masas. El respaldo comunista a Cuauhtemoc Cárdenas cuenta así con razones específicas:

1) El interés: con Cárdenas Solórzano es posible disputar el poder y lograr laefectividad electora] que ningún partido de izquierda había tenido. Cárdenasno llamó además a la violencia sino a fundar un partido dentro de los cauceslegales.

2) El temor: el PMS era una agregación de grupos que, sin el cardenismo, regresa­ría seguramente al 5% electoral. "Temimos desembocar de nuevo en la peque­nez después de haber recorrido un largo camino de enormes dificultades"(Rincón Gallardo 1999, 297).

3) La confluencia: a nivel ideológico, Cárdenas encarnaba un nacionalismo delque los comunistas no eran antagonistas y estuvieron cercanos en el primercardenismo.5

Hemos puesto premeditadamente la confluencia ideológica como el último de los factores. Con el FDN y el llamado a la fundación del PRD, los comunistas reprodujeron lo sucedido en el PSUM y PMS: cortos de tiempo, ingresaron sin haber resuelto antes sus propias diferencias. Hagamos una sinopsis de éstas: a) en 1977 sale del PCM la uic; b) en 1980 surgen dentro de él la Corriente del Socialismo Revolucionario y la Renova­dora; c) en 1983 el PSR abandona el PSUM; d) en 1985 el PPM hace lo mismo; e) para 1987 el PMS tiene ya cinco comentes: la Revolucionaria (ex PMT); la Izquierda Socialis­ta (as), la Socialista (es), la radical (MRP y PPR) y el bloque de la dirección.

La izquierda política, retratada en el PCM-PSUM-PMS, es más rica en divisiones. Reduzcamos ejemplos para no fastidiar: 1) el PMT sufrió la salida de Demetrio Vallejo, que chocó con Heberto Castillo; 2) el PST Tercera Asamblea fue disidencia del PST; 3) el PPM del PPS; y 4) el PRT, por su rechazo al PMS, perdió socios con los que había formado un frente popular. Sin excepción alguna, los partidos de esta izquierda tu­vieron resquebrajamientos.

5 En el plano de los contactos personales, comunistas como Amoldo Martínez Verdugo y Gilberto Rincón Gallardo, convocados precisamente por ese primer cardenismo, habían participado con Cuauhtemoc Cárdenas y César Buenrostro (priístas) en el Movimiento de Liberación Nacional (MLN).

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La izquierda extraparlamentaria. Distintos grupos de izquierda rehuyeron la pis­ta democrática de la reforma de 1977. Ahí su definición extraparlamentaria. Origi­nalmente antipartidistas, estas fuerzas incursionarían en el PRD. Recordemos ese tramo.

La izquierda social fue una nueva cara de la izquierda después de 1968. Desligada del paradigma de la Revolución mexicana, produjo novedades: un menor interna­cionalismo (ORPC), la defensa indígena (COCEl), urbana (MUP) o cooperativista (OIR-LM). Antipriísta, sus diferencias estallarían al ser planteada su relación con los partidos. El MAP, que salió de la ORPC para ingresar al PSUM, fue un ejemplo de estas fracturas: tras la derrota de la Tendencia Democrática de los electricistas (Cuéllar 1986), para los "mapaches" quedó claro que sólo dentro de un partido podrían tratar con el Esta­do. Definidas en cambio por su radicalismo, la OIR-LM y la ACNR apoyaron al PRT, que criticaba el reformismo comunista. El MUP, afectado por el tema partidario (Regala­do 1997), se dividió en cuatro corrientes: las que no aceptaban los partidos, las que estimulaban la unión con el PRT, las que impulsaban acuerdos con el PAN, y las que, como la COCEl, lo hacían a favor del PSUM.6

La izquierda social conformaría de este modo un abigarrado espectro de actores y objetivos. Grupos como la OIR-LM, PPR, MRP o ACNR conservaban sus desvelos revo­lucionarios. Otros, más reformistas (MAP) o pragmáticos (MUP), apostaban a los parti­dos. Nuevas organizaciones, como el CEU, la AB O el MAS, agregarían más piezas a este rompecabezas sin composición hasta que la candidatura de Cárdenas metiera a todas en el paraguas del FDN. Las expresiones de esta izquierda llegarán así al PRD con un capital social forjado en el trabajo de base que, sin embargo, era inferior a sus discrepancias.

La izquierda satelital. Partidos hechura del gobierno para fines del gobierno y encargados de facilitar la distribución de poder que el gobierno necesitaba. Sería ésta una definición de los partidos satélites. El PPS era, antes de 1977, el único satelital de izquierda; el PST lo sería a partir de entonces y el PARM, más cargado al centro, cum­plía desde 1954 con ese papel. Esta trilogía prestaba dos servicios al régimen: mante­ner su fachada democrática y ser sus aliados en los resolutivos de la Comisión Federal Electoral (CFE).7

El PPS, el PARM y el PST serían despojados de su valor estratégico por la reforma electoral de 1986. Por la nueva integración de la autoridad comicial (controlada ab-

6 Gracias a su coalición con el PSUM, el líder de la COCEI (Héclor Sánchez López) obtuvo en 1982 una diputación federal. La COCEI, correspondiendo al gesto, apoyaría la candidatura presidencial de este partido.

7 La CFE estuvo, hasta antes de 1986, integrada por todos los partidos con registro. Muestra del rol de los partidos satelitales en ella fue la "recuperación" (en 1982) del registro del PARM para asegurar la mayoría de votos oficiales frente al brote de nuevos partidos opositores.

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solutamente por el PRI), sus votos en esa instancia, antes indispensables para el go­bierno, dejaron de serlo (Molinar 1991). Amenazada su sobrevivencia, estos partidos verán en Cuauhtemoc Cárdenas su tabla de salvación.

La Corriente Democrática del PRI. El gobierno de Miguel De la Madrid (1982-1988) violentó costumbres institucionales. Su ajuste estructural del Estado fracturó la élite de gobierno (Hernández 1987 y 1992). La fisura había comenzado con la designación de De la Madrid como candidato presidencial al formar éste su equipo de campaña con políticos de sello predominantemente técnico. La división fue des­pués agudizada: apoyado en un círculo homogéneo que avanzó la transformación económica, el presidente colocó a sus hombres en la administración pública, el Sena­do, al frente del PRI y de las gubernaturas. La élite, desplazados los políticos tradicio­nales, acusó un golpe que acabó con su unidad.

La CD fue precisamente el resultado de esa marginación y del descontento con las medidas económicas ejecutadas contra las viejas prácticas del sistema. Su objetivo, en el contexto de la sucesión presidencial, fue impedir que el presidente decidiera a favor de un candidato que prolongara su exclusión. Contra ello, apelando a un discur­so enraizado en el nacionalismo revolucionario, la CD salió del PRI en busca del poder que perdió adentro.

El FDN. El FDN surgió como una coalición de fuerzas que acordaron postular la candidatura presidencial de Cuauhtemoc Cárdenas. Sumamente amplia, su propuesta consistió en un ramillete de reivindicaciones con las que todas sus agrupaciones pu­dieran verse identificadas. No había en el FDN ningún consenso fundamental más allá de derrotar al PRI. Las motivaciones de su creación fueron más pragmáticas que ideo­lógicas:

1) El PMS: heredero de una tradición comunista decolorada al grado de jubilar lahoz y el martillo, ingresaría al FDN sólo después de conocer las nulas posibili­dades de su campaña. Con un inconcluso y fraccionado proceso de unidad acuestas, vería en éste "un reencuentro entre los socialistas y el ala más radicalde la revolución mexicana, es decir, el cardenismo" (Alcocer 2003b, 22).

2) La izquierda extraparlamentaria: seducida por la ocasión de vencer al PRI,participaría en el FDN sin preocuparse en reformar sus planteamientos maoístas,trotskistas o guevaristas. Atraída por las candidaturas de elección popular quela coalición cardenista ofreció a sus dirigentes, sus grupos serán parte del frente"agarra-todo".

3) La izquierda satelital: máximo ejemplo del pragmatismo, el PST cambiaría sussiglas por PFCNR para participar en el FDN. PFCRN, PPS y PARM, apenas logradala votación que mantuvo su registro, dejarían la coalición.

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4) La CD: como una oposición cismática, la CD abandonaría el PRI, no tanto porsu desacuerdo con la doctrina priísta como con la política gubernamental quela había desplazado. Sus dirigentes salieron al cancelar la tecnocracia el futu­ro de su corriente nacionalista. Este principio ideológico los colocará cerca dela izquierda partidista (el PCM convertido en PMS), ya no radical y sí estatista y populista.

Así las cosas, con la experiencia de poder e institucionalidad de los priístas, el opor­tunismo de la izquierda satelital, el trabajo de base de la izquierda extraparlamentaria y el sentido de aparato de la izquierda tradicional, el FDN constituyó una extraña reunión de contrarios cuyo único punto de acuerdo fue la figura de Cuauhtemoc Cárdenas. Sin programas sólidos, ni relaciones cordiales entre sus miembros (Xelhuantzi 1988c), el FDN fue personalista y efímero. El PRD emergería de estos trazos y huellas.

El de la Revolución Democrática, Partido

"El PRD debe refundarse, sus corrientes han generado desprestigio". Amalia García, Jesús Ortega, Rosario Robles y otros más así lo afirmaron en 2000. "El PRD debe refundarse y disolver sus corrientes". El mismo discurso sale ahora del Comité Eje­cutivo Nacional8 y anuncia incluso fecha: después de los comicios legislativos de 2003 el PRD será otro o no será. Pero la declaración no es nueva. Refundar el partido y sus corrientes es una promesa tan joven o tan vieja como el mismo PRD.

Origen no es necesariamente destino, pero la vida, advertía Kierkeggard, suele entenderse a partir del pasado. El epígrafe del escritor danés es aplicable al PRD y su sistemática repetición de sucesos: la avisada refundación, el ataque a las corrientes y el desgarramiento de vestiduras al elegir directiva. Entre 1989 y 1993, durante la infancia perredista, tanto abundarían estos conflictos que, en el marco de un rijoso cambio directivo, los estatutos, donde las corrientes figuraban como temporales, aca­barían acreditándolas como dueñas de la dirigencia. Transformación no hubo, pero sí un convenio: el de que para funcionar, el partido reglamentaría sus grupos. Los pri­meros años del PRD deben, pues, bastarnos para afirmar dos cosas: 1) sus más profun­dos problemas no son recientes, y 2) el acceso de sus corrientes a la dirigencia, aunque un intento por operacionalizar a estos grupos, no consiguió institucionalizarlos sino dispersarlos. Repasemos telegráficamente esa época.

Cfr. La Jornada, mayo 7, 2003.

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Viernes, 12 de mayo de 1989. El Congreso del PMS, que resuelve ceder su registro al PRD, tiene en Cuauhtemoc Cárdenas un invitado que "ofrece respeto a la pluralidad y a las distintas posiciones que ingresen al nuevo partido" (La Jornada, mayo 13, 1989). El reconocimiento de la heterogeneidad con la que nacía el PRD dificultará su funcionamiento:9 el verticalismo de la izquierda tradicional, la anarquía de la izquier­da social y la experiencia de poder de los ex priístas no eran los mejores insumos para organizarse. Priístas, pemesistas y activistas sociales son además distintos entre ellos mismos: el PRI, a las discrepancias entre Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo, añadiría los ataques de Samuel del Villar a este último (La Jornada, octubre 18, 1990); el PMS, tripulado por ex comunistas y ex pemetistas, no tenía dirección sobre sus otros gru­pos; y la izquierda social era aún más dispersa. Definir la naturaleza del PRD, siendo éste una alianza entre los más disímbolos socios, implicaría una disputa donde el origen de sus integrantes complicó los consensos.

El partido evadiría la discusión ideológica y programática. Tan heterogéneo como era, compartir un cuerpo sólido de principios resultaba imposible so riesgo de excluir a más de una organización fundante. Creado como un intento de sostener el impacto del éxito electoral de 1988, el PRD se concibió alrededor de una persona y una idea: llevar a Cuauhtemoc Cárdenas a la Presidencia. Como auténticas marcas de origen, tendría así tres sellos sobresalientes:

1) La presencia de Cárdenas como líder de un movimiento más amplio que elPRD, con mucha legitimidad y colocado, al centro del partido, como un arbitromonta equilibrios entre fuerzas que disputaban su apoyo.10

2) La admisión, pasajera, de las corrientes fundadoras, no sólo como la únicasalida a su participación en el PRD, sino como una vía enriquecedora de suvida. El tema fue asumido con propósitos progresistas: "las corrientes seránagolpamientos temporales aglutinados por la decisión de impulsar dentro delpartido un conjunto de tesis políticas"." El planteamiento, conforme a grupos

9 A las corrientes que del PMS pasaron al PRD, recuerde el lector(a), hay que sumar las de la CD del PRI, las de izquierda extraparlamentaria y satelital, y un conjunto de individuos sin militancia previa.

10 Para septiembre de 1989, dos fuerzas distintas a partir de la relación del partido con el gobierno, declaraban a la prensa tener a Cuauhtemoc Cárdenas de su lado: a) los radicales (organizaciones socia­les, la fracción de la CD identificada con Samuel del Villar, algunos miembros del PRT y del PMS), y b) los flexibles (la mayoría del ex PMS y la parte de la CD liderada por Porfirio Muñoz Ledo). La Jomada, septiembre 12, 1989.

1' Anteproyecto de Estatutos del PRD, artículo 4, IERD (1989). El documento además establecía: "la formación de corrientes no implica tener derechos proporcionales en los cargos de dirección. Éstos se obtienen de manera individual y democrática". Las cursivas son mías.

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La singularidad originaria

El PRD es el empeño organizativo más importante de la izquierda en México. Partido de izquierda, así lo establecen sus estatutos, que olvidan sin embargo definir cómo debe entenderse esa declaración. El PRD es también el instituto partidista más dividi­do. "El de La Revolución Democrática, Partido", como lo nombramos aquí. Fraccio­nado, pero no fracturado, del PRD no han salido desbandadas de militantes como ocurrió al PSUM, al PAN (recuérdese el caso del Foro Doctrinario) o al PRI con la Corriente Democrática. Singular como es, después de obtener en 1997 y 1998 sus mejores réditos electorales, el partido realizó comicios internos desproporcionados en los que perdería mucho de lo que recién había ganado. En muchos sentidos, la del PRD es una historia particular.

Esta singularidad es notoria ante el espejo teórico. Sin hacer de la teoría una cami­sa de fuerza en la que meter al PRD aunque quebremos su cuello, dicha batería con­ceptual es el referente a la mano. La situación se parece así a la de los exploradores que descubren una fauna ajena. ¿Cómo describir un animal desconocido si no es con rasgos de otros familiares?

¿Qué dice entonces la teoría partidista para otear una organización como el PRD? Por ejemplo, que los partidos carisnnáticos son de cortísima vida, pues mueren ape­nas falte su fundador. Pero el PRD, carismático en sus inicios, ha sobrevivido y segui­rá sobreviviendo al eclipse de su "líder moral". También, asienta la teoría, un partido integrado por fracciones, además de la irrelevancia de sus normas escritas, está con­denado a tener dirigencias inestables. Pero en el PRD, donde las reglas formales son fuente de grandes disputas, su dirigencia formada por fracciones libra las rupturas gracias a consensos relativamente estables. Y finalmente, para acabar con las premisas teóricas, que el progreso de los partidos es favorecido u obstaculizado por sus condi­ciones de nacimiento. Este último elemento, conocido en la literatura como modelo originario, tampoco cumple en el PRD con los presupuestos ideales.

El modelo originario, que plantea un vínculo entre la formación y evolución par­tidarias, es uno de los instrumentos que más puede ayudar a entender la fortuna del sol azteca. ¿Origen es destino? No, pero las huellas que dejan las primeras decisio­nes, particularmente en partidos jóvenes, no son fáciles de borrar. De acuerdo con esto, tres factores de origen condicionan la vida de los partidos: 1) la penetración o difusión territoriales; 2) la presencia o ausencia de una institución externa (iglesias, sindicatos, etc.) que patrocine su surgimiento; y 3) la existencia o no de una lógica carismática indivisible de la creación misma del partido.

La ventura de estos factores impacta el semblante de las dirigencias partidarias. Siguiendo a Panebianco (1982), un natalicio por penetración facilita una dirigencia

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definida en su forma y actuación. Uno por difusión territorial, por el contrario, hace compleja la constitución directiva dado que existen muchos líderes que aspiran al control del partido. La asistencia de una institución externa, en segundo término, cambia la fuente de legitimación de los dirigentes, pues el partido, al ser el brazo político de esa institución, es menos importante que ella y sus líderes, para mantenerse al frente, buscan el aval de ese agente extemo. De tener un carácter carismático, tercera condición, los partidos aparecen como objetos del líder que ostenta esa cualidad; por su sujeción a ese liderazgo, la desaparición del carisma es un reto que los partidos (casi) nunca superan. Difusión territorial, patrocinio externo y dinámica carismática son for­mas de nacimiento poco afortunadas, un handicap que obstruye la institucionalización formal de los partidos y los hace proclives a dirigencias desunidas, inestables y frági­les. En el origen del PRD, dos de estas "desgracias" están presentes.

El inicio territorial perredista, si bien básicamente ocurrió por penetración, da cuenta también de agrupaciones locales que se constituyeron en función de liderazgos heterogéneos. Una modalidad mixta, pues, que, aunque no impidió la reunión nacio­nal, sí ha hecho que los recursos organizativos sean controlados por numerosos gru­pos. El carisma32 de Cuauhtemoc Cárdenas, inseparable de la fundación del partido, generaría, por su parte, una dirigencia cuyo único punto de acuerdo fue el timón carismático, ese aglutinante que la teoría califica como indeseable por sus conse­cuencias perjudiciales para la rutinización.

32 Carisma, según su definición clásica (Weber 1979), es la percepción de ciertos rasgos en un indivi­duo por parte de sus seguidores que hace distinto a éste de los hombres ordinarios. Carisma, recordando que la teoría weberiana es sociológica, implica una relación entre líder y "secuaces" por la que el primero es dueño de cualidades extraordinarias. El liderazgo carismático surge típicamente en el marco de movi­mientos sociales, para los que ese liderazgo tiende a convertirse en el centro por su capacidad de reunir gente alrededor de la movilización. Pero el carisma no es uno y para siempre, no constituye un dato fijo, puede crecer y disminuir. Esta última característica, para el caso de los partidos, ha dado pie a una figura atractiva, pero no necesariamente sólida: "el carisma de situación" (Tucker 1976, y Panebianco 1982), es decir, una cualidad extraordinaria atribuida a un líder sin propiedades mcsiánicas: alguien que si no fuera por el estado de stress social que predispone a sus seguidores a ver en él la salida a los problemas, no seria considerado de esa forma. Por el carisma situacional, el líder se convertiría para la mayoría de sus miem­bros en el intérprete autorizado de la política del partido. El carisma situacional, por ser "impuro", no significaría la dependencia total del partido al líder. Pero el carisma de situación, en estricto sentido, no es diferente sino otra manera de plantear algo que ya está contenido en la definición original. Si se admite que la imagen de los líderes carismáticos no opera por sí misma sino en relación con una coyuntura dada, cabe poner en duda la supuesta distinción entre carisma puro y de situación: ningún carisma es inmutable, sus recursos e impacto varían en función de los contextos y de los espacios de competencia: si bien fuertemente carismático en un principio, el sistema de gobierno de un partido puede evolucionar hacia otras formas de autoridad no porque el carisma fundante sea impuro, sino porque fluctúa, aumenta o decrece según los momentos de relación entre el líder y sus seguidores.

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Así las cosas, que el PRD enfrente escollos para institucionalizarse a la manera de otros partidos más estructurados es un aprieto derivado de su propia formación. Cons­truido sobre una coalición electoral, sin otra cohesión que los acuerdos informales para impulsar la candidatura de Cárdenas, el modelo originario del PRD quedaría marcado precisamente por la tríada del fraccionamiento, debilidad organizativa y liderazgo carismático.

Fraccionamiento. El fraccionamiento del PRD es continuidad, en gran medida, del inacabado y fallido proceso de unidad emprendido por la izquierda. El PMS ingresaría al PRD con la expectativa de culminar ese camino; la izquierda satelital para evitar la pérdida de su registro; la izquierda radical para erigir un partido revolucionario; y la CD, ávida de reunir apoyos, cabalgaría al frente de esta verdadera ensalada de cultu­ras, líderes y lealtades.

El fraccionamiento no sólo era natural sino deliberado. Hemos dicho ya que el PMS demandó reconocer las corrientes fundantes. Negar ese reclamo, siendo la CD una corriente del PRI y en un partido que enaltecía la democracia, representaba un contrasentido. El fraccionamiento fue así tan originario como el despliegue de una mecánica informal para mantener unidos a grupos que no consentían en operar bajo una reglamentación estricta.

Reglas débiles. El PRD nació en mayo de 1989 y sus primeros documentos en diciembre de 1990. Un año después de creado, el partido no tenía estatutos. La infor­malidad original envolvería su obrar. La reestructuración del primer CEN fue prueba de esto. Afectadas por una dinámica que impidió hacer de ellas prácticas colectivas, las reglas perredistas reflejarán otros rasgos fundacionales:

1) Confeccionadas a partir del grupo dominante, son efecto de la correlacióninterna de fuerzas. "Condiciones de tregua", a decir de Prud'homme (2003), o"equilibrios trágicos" como aquí las llamaremos. En los comicios del partidosu fragilidad es especialmente visible. En cada elección tenderá a ensayarseun método nuevo dada la presión de los grupos por el procedimiento que másconvenga a sus cálculos.

2) Por el deseo de incluir el mayor número de propuestas representativas, las re­glas acusarán poca rigidez. Flexibles, son constantemente objeto de interpreta­ción. Su negociación, y no aplicación puntual, será la "certeza" organizativa.

3) Elaboradas según un tipo ideal de partido democrático, las reglas pintanparadójicamente una normatividad inviable. Como un sistema finamenterepublicano, contemplan un CEN encargado del poder ejecutivo, un Consejoresponsable de la tarea legislativa, una Comisión de Garantías a la usanza deuna corte de justicia e incluso un Servicio Electoral que reproduce adentro lo

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que el Instituto Federal Electoral (IFE) es afuera. Esta práctica volverá en 2001 a introducir, con la habilitación a lo largo y ancho del país de comités de base para activar la vida interna, medidas tan voluntariosas como inabarcables. De entonces a la fecha, superado por el tamaño de la empresa autoimpuesta, el partido ha violentado sistemáticamente sus propias reglas.33

El liderazgo carismático. La figura central en la que convergieron el FDN y los fundadores del PRD fue el candidato presidencial. En el FDN, sin instancias ejecutivas eficientes, las decisiones se tomaron en el comité de campaña como antesala de lo que ocurriría en el PRD, donde la dirección estaba en el despacho personal de Cárdenas. En sus primeros ensayos de institucionalización, el PRD reconocerá su dependencia carismática. Cárdenas, no por nada, es electo por voto plebiscitario presidente del CEN.

Como algo dado que asumimos como constante, el PRD estará condicionado por el ambiente. Su desempeño hacia afuera, en términos electorales o de relaciones con los adversarios, gravitará en la composición de su dirigencia. Al perder la elección de 1988, y seguir siendo derrotado de manera poco transparente en otros comicios, el PRD enfrenta un ambiente hostil. Amenazada su sobrevivencia, el entorno jugaría a favor de la reconcentración de sus fuerzas internas (Panebianco 1982).34 Situado además en una etapa de transformación del sistema hegemónico, la lucha contra el gobierno cobrará tintes morales: separarse del "radicalismo democrático" (Garavito 1991) y aliarse con el régimen será visto como traición.

En suma. La división originaria del PRD produce un armazón débil y poca cohe­sión formal. Ello favorece reglas informales alrededor del líder carismático. El rol de Cárdenas, un dique para la estructuración, tuvo sin embargo efectos institucionalizadores. El primero de ellos, mantener juntos a grupos que sin esa dinámica difícilmente con­vivirían. El desempeño de Cárdenas no se opone tampoco a la red de intercambios entre los distintos liderazgos ni a su obtención de ganancias políticas. Por el contra­rio, desde su nacimiento el PRD luce como un espacio prolífico en oportunidades y ofertas, tal como lo demuestra el elevado número de puestos disponibles en su Comi­té Ejecutivo y Consejo Nacional.

A la manera de incentivos selectivos que desarrollan lealtades organizativas, en el PRD el poder será ejercido como una relación recíproca, esto es, un juego en el que la concentración de influencias no está en las mismas manos. Condicionado por su origen

33 Debo esla observación a Onel Ortíz Fragoso, fundador del partido, miembro de la corriente Nueva [zquierda y actualmente asesor de la bancada del PRD en el Senado. Entrevista, México, marzo 26, 2003.

34 De la misma manera, al comenzar el PRD a ganar elecciones, esto provocará un cambio en sus normas de comportamiento, en sus tareas prioritarias y aun en la relación con el gobierno.

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heterogéneo y por la voluntad de conservar a todos sus integrantes, el partido pactará compromisos entre grupos que controlan diversos recursos: la CD en el aparato parti­dario, los ex comunistas en los estatutos y la izquierda radical en las movilizaciones sociales.

La capacidad de agitación social será, justamente, lo más característico del PRD entre 1989 y 1993. Las movilizaciones, por las cuales el partido se representa como el portador de protestas sociales y políticas, harán de él un partido-movimiento (Tavera 2000) en lucha contra el PRI, o mejor dicho, contra el gobierno de Carlos Salinas.35

Esta estrategia dará identidad, pues la expectativa de que la movilización provocaría la ruptura del régimen fue un elemento distintivo y cohesivo. Para el PRD, como dijimos antes, el combate con el gobierno pasaba por el plano ético. A la caída en desgracia de Carlos Salinas, el perredismo se presentará así como "el único partido con autoridad moral" ganada en su oposición al salinismo.

La táctica frentista no era, empero, excluyeme de la electoral. Las elecciones crea­ban las oportunidades políticas para la movilización. Motivo de tensión, pero tam-

I bien de articulación, estas dos formas de funcionamiento cohabitaban. El PRD nunca \j formuló además en términos irresolubles la pugna entre sus tendencias reformistas y

radicales, esto es, poner fuera del partido a unos y quedarse con otros. De entonces esa extraña unidad de contrarios que a partir de 1993 perfiló su institucionalización.

La dirigencia de Porfirio Muñoz Ledo (1993-1996)

A partir de 1993 las corrientes del PRD se ubican en su centro operativo. Si en una primera etapa el dominio fue de Cuauhtemoc Cárdenas (quien en contrapartida otor­gó posiciones a sus fuentes de apoyo), en ésta, sin dejar de reconocer el liderazgo cardenista, las corrientes fijarán un método electivo favorable a sus intereses: la elec­ción por planillas nacionales y la integración de la dirigencia de manera proporcional a la fuerza de estas planillas. Los grupos, que en los tres primeros años habían opera­do bajo una lógica de exclusión, seguirán una nueva regla de comportamiento: la de su reunión a la manera de una clase política que, tras disputar el poder, acuerda repar­tirlo únicamente entre ella.

35 La distinción es pertinente: la razón de ser de] partido es efectivamente su lucha contra el gobier­no, pero no, en estricto sentido, contra lo que el PRI significa. La CD, debe recordarse, está formada por priístas con una idea tradicional del PRI (nacionalismo, populismo, corporativismo, etc.), que salen del tricolor y elaboran una plataforma electoral con el propósito de rescatar los principios revolucionarios abandonados por la tecnocracia.

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¿Qué permite lo anterior? Nuestro argumento es el siguiente: las posiciones que en un principio fueron consecuencia de concepciones ideológicas e identidades ori­ginarias evolucionan hacia un recurso táctico para avanzar en el tablero político in­terno. Ese recurso dará lugar a alianzas que permiten de manera más eficiente disputar el poder. Si antes hablábamos de grupos definidos por su pasado común (los ex PRI, ex PCM o ex PMT), ahora lo haremos de corrientes con miembros de distinto signo y trayectoria, que tienen nuevos nombres y que, sin dejar de considerar el arbitraje cardenista, comienzan a mostrar conductas más autónomas. Con estas propiedades, estimuladas institucionalmente por su derecho estatutario a integrar proporcional-mente la dirigencia, la conformación de las corrientes mostrará un reacomodo de lealtades que no corresponde ya a la adscripción de origen de sus miembros. Un vistazo a los grupos de entonces así lo corrobora.

Corriente Arco iris. La mayoría de la ex CD y de los ex comunistas del PMS fueron la base de esta alianza, en la que también participaron cuadros del ex PST, ex ORPC, ex PRT, ex MAP, una fracción de la AB y dirigentes sin militancia previa (cuadro 1). La Arco iris era una coalición estratégica entre grupos muy distintos que convergieron en torno a la candidatura de Porfirio Muñoz Ledo al CEN. Por su trayectoria en el PRI, y por las posiciones que había ocupado en el PRD (senador, secretario de Organiza­ción y de Programas, miembro de la Comisión Coordinadora del CEN y representante electoral), Muñoz Ledo lucía como el candidato más fuerte. Intentemos ver ahora las razones específicas de estos apoyos:

1) La CD: la existencia de un pasado común determinaría las inclusiones de Martha Maldonado, Ignacio Castillo Mena, Francisco Curi o Raúl Castellanos. Entrelos ex priístas existirían dos bloques: a) cuadros muy cercanos al candidato,que habían estado con él antes de la formación de la CD y que lo seguirán a lolargo de su carrera perredista: Ingenia Martínez (quien estuvo en la ONU cuan­do Muñoz Ledo trabajó ahí) y Ricardo Valero (que dirigió la Comisión Nacio­nal de Edición del PRI y fue su secretario de Ideología en los tiempos en queMuñoz Ledo presidió ese partido); y b) cuadros propiamente "cuauhtemistas"unidos a Cuauhtemoc Cárdenas por lazos afectivos, coincidencias anterioreso responsabilidades en el gobierno de Michoacán que Cárdenas ejerció: LucasTijerina de la Garza (amigo personal), César Buenrostro (compañero en elMLN), Roberto Robles Garnica (secretario de Gobierno de Michoacán 1980-1982 y alcalde de la capital de ese estado entre 1983 y 1986) y Leonel Godoy(director jurídico en Michoacán 1980-1983, subprocurador de Justicia de 1983a 1985 y secretario de Gobierno de la misma entidad entre 1985 y 1986).

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FISIONES Y FUSIONES, DIVORCIOS Y RECONCILIACIONES

Cambio Democrático; y Organización, Relaciones políticas, Coordinación legislati­va, Programas y Ejercicio gubernamental, relacionadas con el control del aparato, para Arco iris. De llamar la atención es la presencia de líderes de los movimientos sociales, por cuanto su inclusión favorecía la institucionalización política de las ba­ses del partido.

Así las cosas, después de haber resistido el enfrentamiento entre sus tres fuerzas fundantes (la CD, la izquierda política y la extraparlamentaria), el PRD dio pasos hacia una institucionalización formal. La separación de Cuauhtemoc Cárdenas del partido (concentrado ya en su segunda candidatura presidencial) y la definición de reglas estatutarias que incorporaron las corrientes al trabajo partidario, impulsaron este avan­ce. Con todo, el proceso no dejó de estar vinculado con negociaciones informales, como la llegada de Mario Saucedo a la secretaria general. Trágicos, estos equilibrios serán de duración limitada. En septiembre de 1993, el retiro de Rosa Albina Garavito como coordinadora parlamentaria daría al traste con la tregua entre Muñoz Ledo y la Trisecta.

Hagamos un repaso para afirmar mejor lo que ha sido dicho. En 1993, la confor­mación de las corrientes empezó a abandonar sus adscripciones de origen. Los gru­pos, para decirlo rápido, dejarían de ser bloques de "ex(s)" y tendrían nuevos nombres, alineaciones y características. La elección del CEN trajo un reacomodo de lealtades que dejó atrás los orígenes distintos y excluyentes. Los elementos de identidad colec­tiva estuvieron dados ahora por un proceso de integración en función de objetivos estratégicos. Realizar alianzas como una forma eficiente de disputar el poder deter­minó estas integraciones.

De esta manera, la Arco iris fue la alianza más poderosa al amalgamar corrientes de distinto color y tamaño: priístas, comunistas, pesetistas, individuos sin militancia, "pun­tos" (ORPC), perretistas, militantes del movimiento urbano popular y "mapaches" (MAP). La Arco iris no monopolizó, sin embargo, la totalidad de estas fuerzas. El sector comu­nista es el que mejor ilustra la dispersión: la mayoría estuvieron con Muñoz Ledo, pero otros participaron en las tres fórmulas rivales. Los ex guerrilleros, si bien concentrados en la Trisecta, también ingresaron a la Arco. Arco iris y Trisecta se repartieron además los apoyos de la Asamblea de Barrios, del ex PST y de los individuos sin militancia. Estas dos corrientes, las más heteróclitas, ganarían más votos. Cambio Democrático y el grupo de Pablo Gómez ocuparon, respectivamente, el tercero y cuarto lugares. El caso de Pablo Gómez, no propiamente el de una corriente, será importante precisa­mente por esa condición: al no liderar una fracción específica, su menor aporte a la polarización le permitirá actuar como una "fuerza bisagra" con capacidad de cerrar equilibrios. Ahí su designación como presidente del Consejo. Finalmente, los "cuauhtemistas" jugarán también un papel interesante. Formado por quienes tenían

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lazos con Cuauhtemoc Cárdenas,48 los miembros de este círculo, ya sea al frente de carteras en el CEN, en los equipos de campaña presidencial, en los puestos de elección pública o de gobierno, serán representativos del liderazgo cardenista.

Estas cuatro corrientes, la Arco iris, la Trisecta, Cambio Democrático y el grupo cuauhtemista, fungirán como matrices a partir de cuya evolución saldrán otras. De ello ofreceremos después un mapa acerca de la muerte y nacimiento de grupos. Lo que pretendemos asentar ahora es la redefínición de identidades a partir de la lucha interna. Organizadas y confrontadas por los espacios de poder dentro del PRD, las comentes simbolizan la transferencia de lealtades a una nueva organización, de la que se sienten parte, y con la cual tienen cada vez menos razones para romper.

Redefinición, reacomodos y nuevas reglas

El comportamiento de las corrientes incidirá decisivamente en la forma en que el PRD plantee su institucionalización. La lógica parece ser la siguiente: a partir de los acuerdos informales entre grupos, el partido diseña reglas que formalicen esos arreglos (Prud'homme 2003). El ejemplo más representativo de esto es la creación del cargo de secretario general, rechazada cuando la correlación de fuerzas así lo dispuso. El 46% de los votos con que Muñoz Ledo ganó el CEN modificaría las cosas. Mario Saucedo, al frente de la izquierda extraparlamentaria, había sido contrario a la exis­tencia del cargo. En 1993, empero, es Saucedo quien más hace por resucitarlo. Sus reclamos, motivados en realidad por su desconfianza a la dirección de Muñoz Ledo, son escuchados gracias al segundo lugar que obtuvo en el proceso eleccionario. La correlación de fuerzas, distinta ahora, obligaba a las corrientes a pactar el funciona­miento de ese puesto antes enterrado.

La adopción de nuevas reglas en el PRD obedecerá, de este modo, más a la necesi­dad de trazar equilibrios entre los grupos que a la búsqueda de mecanismos estables en la resolución de conflictos. Como un acuerdo emergente para suplir las deficien­cias de los procedimientos internos, fue confeccionada así una regla aún vigente: la de que quien quedara en segundo lugar en las votaciones directivas ocuparía la secre­taría general en caso de haber conseguido un total de votos equivalente a más de la mitad de los obtenidos por el vencedor. Estos consensos, treguas coyunturales o equi­librios trágicos, serán frágiles por definición.

48 A los personajes ya mencionados dentro de este conjunto (Lucas Tijerina, César Buenrostro, Roberto Robles y Leonel Godoy) es apropiado sumar a Cuauhtemoc Cárdenas Batel y Lázaro Cárdenas Batel (hijos de Cárdenas Solórzano), Samuel del Villar y Andrés Manuel López Obrador (compañeros en el PRI), y Ricardo Pascoe y Adolfo Gilly (con fuertes coincidencias ideológicas).

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En el plano estatutario, como hemos ya dicho, se formalizó la existencia de co­rrientes como rasgo privativo del PRD. Ello sería en primera instancia un paso a favor de la cohesión. Las corrientes, instadas a organizarse y participar del reparto de po­der, tendrán incentivos para refrendar su pertenencia al partido. Pero la consolida­ción de fracciones reconocidas no conduciría a una mayor institucionalización. En lugar de estabilizarse, las corrientes se dispersarán. Lejos de ser operativas al partido, las corrientes terminarán por tomar su control. Los resultados de la reforma estatutaria de 1993, motivados por el deseo de asegurar la representación en las instancias direc­tivas de las distintas propuestas internas, desencadenarán un efecto imprevisto, algo parecido a las "consecuencias no deseadas de la acción":

a) Nuevamente planteadas como responsables de guiar debates políticos y progra­máticos, las corrientes no serían, como fue dispuesto, grupos de opinión. Elmétodo de elección por planillas, donde el lugar que se ocupa en ellas depen­de de la lealtad al líder de la comente, las convertiría pronto en grupos deintereses, situación que fue acelerada por la posibilidad de obtener la secreta­ría general del CEN. Ahí, una lógica de cuotas que desplazó la elaboración deideas y tesis políticas. Ahí también una regla informal que será consolidada:el reparto de poder sólo atañe a las corrientes, la distribución de espacios nobeneficia a quienes estén fuera de ellas.

b) Las corrientes no fueron estables y sí personalistas49 y gelatinosas. Tenderán aorganizarse en torno a liderazgos específicos y serán materia de negociacio­nes por las cuales experimentan reacomodos en periodos de renovación de ladirigencia. Individuos que contendieron con un grupo frecuentemente en lasiguiente elección forman parte de otro.

c) Su comportamiento ha dado lugar a una tercera regla informal: elecciones porla presidencia del CEN en las que un grupo aparezca como claro vencedorfacilitan los acuerdos, por cuanto la planilla ganadora, ampliamente legitima­da, no tiene mayores problemas para controlar y distribuir los puestos. Por elcontrario, votaciones cuyos resultados sean cerrados desatan protestas porparte de las planillas perdedoras como una estrategia que les permite adquirirun mayor número de espacios. Poco tersas, estas discusiones terminan resol­viéndose merced a acuerdos urgentes que dejan una imagen poco alentadoradel PRD por su incapacidad de estar por encima del conflicto fraccional.

49 Renes (mejor conocidos como CID), Cuauhtemistas, Hebertos (Cambio Democrático), fueron antecedentes de lo que más adelante serían los Chuchos, Amalios o Garines.

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Estas reglas marcarán la suerte de los comicios internos de 1996 y 1999, revelan­do la inconsistencia de la institucionalización perredista. Antes de ello, y precisa­mente para justificar la inconsistencia de la que hablamos, veamos cómo la consolidación de los procedimientos formales adelantada por el 3er. Congreso fue originada por el reagrupamiento de lealtades (cuadro 6). En esa ocasión, las corrien­tes de Arco iris, Cambio Democrático y los ex comunistas, enfrentadas en 1993, sostendrían una alianza contra los cuauhtemistas y la Trisecta. El movimiento, repre­sentativo de los realineamientos coyunturales, ilustra también la capacidad de las corrientes para dejar atrás agravios y reunirse en torno a objetivos específicos. Gráfi­camente podemos observar esto de la siguiente manera:

CUADRO 6. Cambio en la correlación interna de fuerzas, 1993-1995

La dirigencia de Andrés M. López Obrador (1996-1999)

Andrés Manuel López Obrador fue uno de los seis dirigentes que manifestaron su deseo de disputar el CEN. Los otros fueron Mario Saucedo, Amalia García, Alejandro Encinas, Heberto Castillo y Jesús Ortega. Saucedo y Ortega apoyarían a López Obra­dor, Encinas a Amalia García (ambos habían estado en la Arco iris, pero su vínculo

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CUADRO 8. Corrientes que aparecen después de la Trisecta

Fuente/ elaboración propia.

reunir en torno suyo a distintos grupos que, después de las elecciones de 1996, volve­rían a actuar por separado. Estos agrupamientos fueron, en esencia, los que dieron cuerpo a la Trisecta.

1) Los "Cívicos": Mario Saucedo, Humberto Zazueta y Leticia Burgos. Conoci­dos por su otrora militancia en la ACNR, los Cívicos, afines a la intransigenciademocrática de la CID, serían temporalmente parte de ella, lo mismo que Ja-

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vier Hidalgo, quien al frente de un sector de la Asamblea de Barrios (de la que era también líder Francisco Saucedo), trabajaba cerca de la ex ACNR. LOS Cí­vicos, fuera de la CID, crearían el Movimiento de Izquierda Libertario ("MIL") para apoyar la postulación de Mario Saucedo al CEN en 1999. En el caso de 1996, la cercanía de López Obrador con Cárdenas, a quien los Cívicos recono­cían como líder moral del partido, determinó su respaldo a esta candidatura.

2) Los ex PPR: Camilo Valenzuela, Gilberto López y Rivas y Juan Nicasio Gue­rra. También temporales en su paso por la CID, Camilo Valenzuela (junto a José Antonio Rueda) formaría más adelante la Red de Izquierda Revoluciona­ria ("Redir").

3) Los ex COCEI: sus líderes, Héctor Sánchez y Saúl Vicente Vázquez, seríandespués cabezas (junto con Félix Salgado) de la corriente "Misol", una de las fracciones que en 1999 lanzaría la candidatura al CEN de Rosa Albina Garavito.

4) Los ex OÍR: Armando Quintero, Rosario Robles, Saúl Escobar y Jesús Martíndel Campo. De ellos, luego de su tránsito por la CID, saldrán las corrientes Izquierda Democrática en Avance ("IDEA"), creada por Quintero tras su rom­pimiento con Rene Bejarano, y "A Pleno Sol", conducida por Robles también separada de Bejarano. Estas dos fracciones serían parte del grupo "Regenera­ción", creado en 2001 para reivindicar el liderazgo de Cuauhtemoc Cárdenas e impulsar en 2002 la candidatura de Rosario Robles al CEN.

5) Los ex MRP y ex UR: Martín Longoria, Rodolfo Armenta (MRP) y GuillermoGonzález (UR), tras su paso por la CID, serían parte del bloque de izquierda extraparlamentaria formado en 1999 alrededor de Rosa Albina Garavito.

6) La CID original: Rene Bejarano, Dolores Padiema y María Rosa Márquez (exPRS), y Martí Batres y Miroslava García (ex CEU) continuarían en esta corrien­te. Con cambios, inclusiones y salidas, la CID se mantiene como el grupo más poderoso en el DF.

Cambio Democrático. La corriente de Heberto Castillo, con contadas novedades, se mantiene prácticamente igual que en 1993. Dirigentes del ex PMT y de la ex CD son todavía su columna vertebral. El pronto fallecimiento de su líder significará, empero, su desaparición, pues sus miembros más importantes pasarán al bando de Nueva Izquierda.

Los independientes. Pablo Gómez y Amoldo Martínez Verdugo, que en 1993 for­maron una planilla de ex comunistas, continuarán como "dirigentes sin corriente", siempre dispuestos, sin embargo, a tratar con fracciones constituidas. Gómez Alvarez, en virtud de su papel de bisagra o facilitador de equilibrios, ocupará en 1999 la coor­dinación parlamentaria una vez que Muñoz Ledo deje el cargo. Martínez Verdugo,

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CUADRO II. Planilla "de Unidad", 1996

Candidato Andrés Manuel López Obrador (ex PRI)

CID: Mario Saucedo, Humberto Zazueta, Leticia Burgos, Javier Hidalgo y Francisco Saucedo (ex ACNR/AB); Camilo Valenzuela, Juan N. Guerra y Gilberto López y Rivas (ex PPR); Héctor Sánchez y Saúl Vicente Vázquez (ex COCEI); Rosario Robles, Saúl Escobar, Armando Quintero y Jesús Martín del Campo (ex OIR-LM); Martín Longoria (ex MRP); Rene Bejarano, Dolores Padiema, María Rosa Márquez (ex PRS); Miroslava García, Martí Batres y Carlos Imaz (ex CEU); Félix Salgado y Rosa Albina Garavito (ex Trisecta)

Miembros Chuchos: Jesús Ortega, Rosario Tapia, Pedro Etienne, Angélica de la Peña, Jesús

Zambrano, Carlos Navarrete, Jorge Calderón, Lorena Villavicencio, Carlos Sotelo y Ernesto Navarro PCM: Pablo Gómez, Amoldo Martínez Verdugo y Raquel Sosa Puntos: Nuria Fernández, Marco Rascón, Asa Cristina Laurell y Javier González Cuauhtemistas: Adolfo Gilly, Cuauhtemoc Cárdenas Batel, Leonel Godoy y Ricardo Pascoe

CD: Gregorio Urías Porfiristas: Francisco Curí

Fuente: elaboración propia con base en Propuesta 221 (1996).

y el Consejo. Para López Obrador, el beneficio era en términos de legitimación: pac­tando una alianza con uno de los sectores del ala moderada rompía el bloque reformista y distendía su imagen de intransigente.

Con Andrés Manuel López Obrador, catalizador de las más heteróclitas alianzas, estarían entonces distintos sectores del espectro perredista, desde la izquierda radical hasta la izquierda moderada, pasando por los cuauhtemistas, comunistas, individuos sin militancia previa e incluso algunos dirigentes porfiristas.

Con este conjunto de apoyos no fue sorpresa que López Obrador ganara abruma-doramente las elecciones. Fue ese resultado, y no la organización del proceso, lo que determinó las condiciones positivas de arranque para la nueva dirigencia. Como en 1993, los comicios presentaron sendas y simpáticas irregularidades: ni Porfirio Muñoz Ledo ni López Obrador encontraron sus nombres en el padrón electoral; tampoco, en el colmo del desorden, el presidente del servicio electoral (Gerardo Unzueta) dio consigo en las listas (seguimiento periodístico). El éxito del proceso no estuvo, pues, en sus preparativos y desarrollo cuanto en su saldo contundente: la ventaja del gana­dor impidió a los perdedores hacer mayor alharaca.

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El amplio margen de López Obrador permitiría que las negociaciones para inte­grar el CEN (cuadro 12) se restringieran al grupo que apoyó su candidatura. La alianza "de Unidad" pudo así mantener sus equilibrios sin verse afectada por las posiciones minoritarias que correspondieron estatutariamente a sus adversarios. Reglas forma­les y acuerdos no escritos marcharon esta vez en la misma dirección gracias a la existencia de un ganador indiscutido.

La incuestionable mayoría obtenida por López Obrador, sumada a la multiplica­ción de los cargos políticos y administrativos para ser ocupados por cuadros del partido,54 perfilaron equilibrios resistentes. Dichos equilibrios harían que la lucha entre corrientes pasara a un segundo plano hasta la renovación de la dirigencia en 1999.

CUADRO 12. CEN de Andrés Manuel López Obrador (1996-1999)

Corrientes Secretarios

De unidad Jesús Ortega, Carlos Navarrete y Pedro Etienne (chuchos); Saúl

Escobar y Rosario Robles (OÍR); Leonel Godoy y Ricardo Pascoe

(cuauhtemistas); Pablo Gómez (PCM); Asa Cristina Laurell (puntos);

Martín Longoria (MRP); María Rosa Márquez (CID); Humberto

Zazueta (cívicos); Héctor Sánchez (COCEI); Mara Robles y Manuel

Ortega (ex Trisecta)

Cambio Democrático Laura Itzel Castillo, Luis Eduardo Espinoza y Ramón Sosamontes

Amalia García (sin nombre) Raymundo Cárdenas, Alejandro Encinas y Amalia García

Fuente: elaboración propia con base en Propuesta 221 (1996).

La institucionalización incipiente

Para afirmar mejor lo que ha sido dicho, rescatemos de nuestro capítulo teórico dos premisas útiles (Panebianco 1982). Una, la institucionalización de un partido está

54 "López Obrador crea muchos puestos en términos operativos, no incrementa sus salarios, pero permite que más dirigentes trabajen y cobren en el partido". Entrevista con Onel Ortíz. México, DF, marzo 26, 2003.

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relacionada con la cohesión de su dirigencia: a mayor institucionalización menor organización de las subunidades partidarias. El PRD, deberíamos decir entonces, en­tra a partir de 1996 en una etapa intermedia de institucionalización. Formada por corrientes, que no han desmontado sus agrupaciones, su dirigencia aparece como una alianza con menos síntomas de inestabilidad. Las negociaciones entre los grupos, legitimadas por la votación de las bases en la elección del CEN, se ven traducidas en repartos de poder que conservan intacta la coalición "de Unidad".

La distribución de posiciones que activó el consenso nos lleva a nuestra segunda nota teórica. Para mantener su estabilidad la dirigencia precisa de un sistema de in­centivos. La circulación de incentivos selectivos estaña explicando la conducta de los grupos que compiten entre sí por el control de los cargos: coaligadas, las corrien­tes obtuvieron la presencia en las instancias directivas que determinó su convergen­cia; más aún, los grupos derrotados tuvieron también participación en esos estratos. Los militantes, comúnmente más afines a estímulos colectivos como la identidad organizativa, estarían reforzando su lealtad al incidir en el triunfo del candidato que mejor representaba su concepción ("llenar cada 15 días el zócalo") del PRD. Al centro de este proceso, el tipo de cargos que ganaron las corrientes, impensables en otros partidos que no reconozcan su derecho a integrar proporcionalmente la dirigencia, y el modelo de partido que impulsaron los militantes, ajeno tanto al PRI como al PAN, estarían afirmando la insustituibilidad de los incentivos o, con otras palabras, su sen­tido de pertenencia al PRD.

De esa manera, los avances en términos de estabilidad tendrían como base el terso y funcional desenlace de la elección interna. En la creciente institucionalización y expansión electoral del partido no faltarán, sin embargo, las inconsistencias. Dirigen­tes de la izquierda radical criticaron el perfil electoral y menos movimientista de la organización. El triunfo del PRD en el DF, importante no sólo electoral mente sino también en aspectos relacionados con la profesionalización de sus dirigentes, traería un efecto contradictorio: la salida de nueve secretarios del CEN para ocupar puestos administrativos en ese gobierno (cuadro 13). A esos abandonos deben sumarse los de Pablo Gómez, quien deja el Comité Ejecutivo para ocuparse de la vicecoordinación parlamentaria, y el de Héctor Sánchez, que marcha como candidato a gobernador en Oaxaca. Andrés Manuel López Obrador tiene, pues, que reestructurar prácticamente la mitad de su equipo original. También entonces el perredismo conoció la renuncia de Gilberto Rincón Gallardo, aquel secretario del PMS que promovió la cesión del registro al PRD. Inconforme con la política interna que subordinó la conciliación al confrontamiento (Rincón Gallardo 1999, 173-75), Gilberto Rincón saldría del PRD para fundar posteriormente el partido Democracia Social.

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CUADRO 13. Secretarios del CEN que ingresan a la administración

del Distrito Federal35

Nombre Puesto al que renuncia Cargo en el gobierno

Laura Itzel Castillo

Alejandro Encinas

Saúl Escobar

Pedro Etienne

Leonel Godoy

Martín Longoria

Ricardo Pascoe

Rosario Robles

Ramón Sosamontes

Comunicación

Educación política

Asuntos laborales

Coordinación de diputados

Representante en IFE

Pueblos indios

Relaciones internacionales

Organización

Acción legislativa

Delegada en Coyoacán

Secretario de Ecología

Subsecretario de Trabajo

Coordinación metropolitana

Subsecretario de gobierno

Subdelegado Milpa Alta

Delegado Benito Juárez

Secretaria de gobierno

Delegado V. Carranza

Fuente: elaboración propia.

En el 4o. Congreso, siguiendo con las inconsistencias, hubo ya señales del con­flicto que en 1999 atraparía al PRD. El debate por las candidaturas externas, que redu­jo su porcentaje, dañó los equilibrios, pues aunque los candidatos ajenos al partido trajeron éxitos electorales, habían también azuzado las diferencias internas respecto al asunto. Ese cónclave lanzaría además un desafortunado mensaje relacionado con la renovación de la dirigencia: la clausura de la Comisión de afiliación, cuya tarea pasó en los hechos a manos de las corrientes.

55 A estos políticos, designados por Cuauhtemoc Cárdenas para ocupar puestos en su gabinete, hay que añadir los nombramientos de quienes anteriormente hemos identificado como cuadros cuauhtemistas: César Buenrostro (secretario de obras), Samuel del Villar (procurador), Lucas Tijerina de la Garza (coordinador de asesores) y Adolfo Gilly (coordinador de planeación). Otros casos fueron los de Javier González (designado por Cárdenas secretario en su CEN) que aparece como vocero de gobierno; Marco Rascón (misma situación que González), asesor del GDF; Carlos Imaz (designado por Cárdenas dirigen­te del partido en California, EUA), coordinador de Participación ciudadana; y Porfirio Barbosa (con una antigua relación personal), Oficial Mayor. Por su competencia en la disciplina económica, Ifigenia Martínez (más cercana a Porfirio Muñoz Ledo) se hace cargo de la asesoría económica, y Rene Bejarano, quien en la campaña electoral puso al servicio de Cárdenas su corriente y control sobre organizaciones sociales, aparece como Director General de Gobierno.

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Amalios señan criticados por grupos de la izquierda social. Unos y otros, rivales en el 6o. Congreso, negociarán un frágil acuerdo (otro equilibrio trágico) para posponer su pugna hasta la próxima renovación directiva.

La dinámica reincidente de conñictos no impidió, empero, novedades. La derrota de Cárdenas, en una elección donde los diputados perredistas tuvieron más votos que él (Berrueto 2000), produjo declaraciones inéditas: "Cuauhtemoc ya no es el motivo de la existencia del partido" (Raymundo Cárdenas 2001); "Cárdenas ya no es el cen­tro del PRD" (Jesús Ortega 2002); "su candidatura fue un retroceso" (Jesús Zambrano, Reforma, diciembre 27, 2000). La expiación de culpas daría lugar a Regeneración, primera corriente con la que Cárdenas aceptó ser identificado. Con estos cambios vinieron otros: el reconocimiento de las corrientes como responsables del despresti­gio y una reforma estatutaria para limitar su peso en la organización.

La institucionalización deficiente

Buena suerte dijo el gafe, ocúpate del alma, dijo

el gordo vendedor de carne. Joaquín Sabina. Corre, dijo la Tortuga

"i Vengo en nombre del PRD a denunciar al PRD!" Después del fraude electoral interno de 1999 y de la caída en los comicios de 2000, las corrientes perredistas, haciendo un acto de contrición, asumirían su responsabilidad en la mala fortuna del sol azteca y, culposas, ofrecerían disolverse: las corrientes, dueñas del partido, prometieron li­brarlo de su injerencia en las elecciones directivas. Jueces y parte de la reforma des­tinada a limitar su peso en la organización, las comentes manipularían los estatutos para desaparecer, sin desaparecer, de esos procesos.59 Con ellas a cuestas, vistas las consecuencias que en 1999 trajeron para la estabilidad partidaria, la inst itucionalización del PRD debe ser calificada de deficiente.

59 En marzo de 2002, la elección por la presidencia del partido entre Jesús Ortega y Rosario Robles reprodujo fielmente el comportamiento fraccional supuestamente censurado. Los pleitos, una copia de los de siempre, incluyeron reacomodos de grupos, alianzas que contrariaron las del pasado, negociacio­nes para integrar proporcionalmente el CEN y hasta la fricción por el reparto del cargo de secretario general. Además de la prensa que consignó esta disputa, pueden verse Pérez (2002), Torres (2002), Romero y Gutiérrez (2002), y Palma (2002).

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Si en un parágrafo previo la voluntad de las corrientes para suscribir consensos relativamente sólidos alrededor de la dirigencia de López Obrador las hacía prota­gonistas de una incipiente institucionalización, en este apartado la conclusión es necesariamente opuesta. Aptas para sumir al partido en el más alto desprestigio, la institucionalización de éste ha resultado defectuosa por obra de las corrientes y sus interminables desacuerdos.

Para afirmar mejor esta idea, como hicimos antes al justificar el avance organizativo vía el reconocimiento de grupos constituidos, rescataremos de nuestro capítulo con­ceptual tres premisas: 1) una definición heterodoxa (menos estrecha) de instituciona­lización partidaria contempla su compatibilidad con la presencia de fracciones internas (Muramatsu y Krauss 1991); 2) las fracciones, de contar con una adecuada estructu­ra de oportunidades, tienen efectos positivos para la consolidación institucional (Morgenstern 2001b); y 3) reconocidas, ya sea formal o informalmente, las fraccio­nes difunden una cultura que contribuye a la conservación cohesionada del partido (McCubbins y Thies 1997).

Con estos argumentos, desplegados en el marco teórico del libro para examinar mejor armados la evolución perredista, el caso del PRD se queda también a medio camino. Imposible de acreditar los parámetros de una institucionalización rigurosa­mente formal (Huntington 1972, y Panebianco 1982), la institucionalización de este partido, aun medida con criterios que incluyen la informalidad como recurso y no obstáculo, exhibe sendas deficiencias: 1) la relación positiva entre su estabilidad y actuación de corrientes es cuestionada en 1999 de modo tajante; 2) gozosas de una normatividad que las provee de incentivos insustituibles, las corrientes perredistas no han sido capaces de institucionalizarse ellas mismas: difusas, personalistas y gela­tinosas, con su propia irregularidad han alimentado la inestabilidad; y 3) su cultura organizativa (más informal que escrita), si bien inspira los "equilibrios trágicos" que evaden la desarticulación, es más el fruto de un cálculo pragmático que de líneas de cooperación virtuosamente trazadas.

La institucionalización del PRD, deficiente como es, se caracteriza por lógicas contradictorias que, en cualquier caso, mantienen en suspenso una consolidación organizativa que no acaba de ser: 1) salidas de dirigentes/cooptación de personas y grupos; 2) confirmación de diferencias/redefinición interna de identidades; 3) divi­sión de la dirigencia/estabilidad relativa de la dirigencia; 4) reconocimiento del ca-risma/acotamiento del carisma; 5) violación de reglas formales/preocupación por su reforma y actualización; 6) fustigamiento de prácticas informales/recreación de acuer­dos informales. Ambivalente como lo demuestran estas paradojas, la instituciona­lización perredista ha estado condicionada por los factores que definieron su modelo originario:

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1) La informalidad. A la zaga de los pactos entre grupos, las reglas formalesaparecen sólo después de que las corrientes negocian treguas coyunturales.Las decisiones importantes son así menos estatutarias que circunstanciales.En 2002, y aun en 2003, el PRD no ha dejado de cumplir con esta costumbre.60

2) El liderazgo cardenista. Ineficaz la Comisión Política Consultiva creada por losestatutos para de alguna manera ubicarlo o contenerlo, el liderazgo cardenista,cuya rivalidad con Porfirio Muñoz Ledo desgarró muchos años al PRD, conti­núa como un tema irresuelto. Reacio a aceptar su desplazamiento cuando en2000 las voces críticas pronunciaron por primera vez su nombre junto a losproblemas organizativos (Cárdenas, entrevista en Proceso 1276), el papel deCuauhtemoc Cárdenas complejiza la institucionalización. El PRD, es cierto,no va a morir como un partido-carismático, pero las corrientes, que una vezgiraron en torno a Cárdenas como figura solar, difícilmente volverán a esesistema. El liderazgo cardenista, agotada su capacidad para distribuir (me­diante su impacto externo) recursos a las fracciones, luce hoy más que antescomo causa de inestabilidad.

3) Fraccionamiento. Colmado de pluralidad, el PRD es un partido hecho a lamedida de las fracciones, situación que lo distingue del PRI y del PAN. El solazteca, jactancioso de su democracia interna, consagra en estatutos la existen-

'¡jcia de corrientes. Podría decirse que el reconocimiento formal de grupos in­ternos, con capacidad de influir en los órganos directivos, ofrece en aparienciauna estructura más democrática y horizontal que el verticalismo, centralismoo imposición que presentan otros partidos. No obstante, lo que pudo, y no haacabado de ser virtud hacia adentro, se convierte en un defecto hacia afuera,pues el PRD se muestra como víctima de sus propias divisiones.

La institucionalización perredista, completemos el diagnóstico, ha tenido una re­lación incierta con el entorno. En un primer momento, inserto en un ambiente que implicó la muerte de muchos de sus militantes, institucionalizarse fue una opción casi impensable. Asediada por la hostilidad del gobierno, el fin último de la organiza-

60 Sumada a la informalidad con la que el partido resolvió la llegada de Rosario Robles al CEN y de un secretario general opositor a ella, el PRD, cosa inusual en sus hábitos, meses después haría pública una reunión en la que los líderes de las principales corrientes, los gobernadores, la presidenta y secreta­rio del Comité Ejecutivo y Cuauhtemoc Cárdenas, acordaron "dar su respaldo a la dirigencia nacional y a la estrategia para enfrentar el momento electoral que atraviesa el país" (La Jornada, marzo 3, 2003). Como pocas veces, los dirigentes reales, sin una instancia formal que los congregara, estuvieron esa fecha a la vista de quien quisiera identificarlos.

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ción era apenas sobrevivir. Para ello, el sol azteca optaría por un modelo de partido-movimiento confrontado con el régimen. Para 1994, marginado electoralmente, la táctica antisistema cedería. Los perredistas, unidos al inicio por recompensas poco tangibles como la identidad, el orgullo por su lucha o incluso el sentimiento de revan­cha, comenzarían a vincularse con el partido a partir de incentivos menos simbólicos y más materiales. Su alza electoral, cargada de prerrogativas y cargos públicos, hizo evi­dente este giro. Hasta aquí, a decir de Panebianco (1982), al pasar de un sistema de solidaridad a otro de intereses, el PRD estaría quemando fases rumbo a su consolida­ción. Avanzada la participación burocrática profesional, el partido estaría mejor pre­parado para colonizar electoralmente el entorno, cosa que sucedería en 1997 y 1998. Pero el crepúsculo de 1999, donde el PRD dio muestras inequívocas de su deficiente institucionalización, niega esa tesis y sugiere otra: las victorias electorales más impor­tantes del partido, vista la severidad de la crisis que siguió a éstas, parecen haber depen­dido menos de causas internas que del fuerte antipriísmo que rodeó esos comicios.61

Terminemos con un punto interesante. Condicionada por un tipo de instituciona­lización deficiente e incierta hasta para sus propios protagonistas, la dirigencia del PRD no registra grandes rupturas. Fraccionada por motivos originarios, la dirigencia no ha sido sin embargo fracturada por las escisiones de corrientes. ¿Por qué no se van? Para contestar esta pregunta jerarquizaremos, entre las posibles respuestas, tres hipótesis:

1) El interés. A pesar de sus innumerables broncas, el PRD es redituable política­mente para sus dirigentes, para quienes la administración de las prebendas (inter­nas o externas) actúa como catalizador de unidad. Con todo y sus descalabros, elPRD no deja de ser un pastel con muchas piezas por repartir. Los lugares ganados,especialmente las gubernaturas y la Jefatura del DF, son fuente de convergencia, lo mismo que el deseo de mantener esos espacios. El poder cohesiona. Losdirigentes, además, han creado una clase política perredista, cuya primera pro­piedad es la dedicación absoluta al oficio político. Muy pocos tendrían otraforma de vida de dejar el PRD. Salirse del partido, dadas las dificultades lega­les para formar otro con un financiamiento menor, resulta poco atractivo.

61 Sobre el papel que el PRI ha jugado en los altibajos del PRD sería factible lanzar otro par de especulaciones: 1) ausentes los ex priístas en el proceso electoral interno de 1999, cabe preguntarse si esa ausencia no fue una variable explicativa del desastre organizativo de entonces, esto es, si con los priístas al timón, el encauzamiento (y no el desbordamiento) del conflicto tenía más salidas que con los dirigentes de izquierda; y 2) acusado el PRD de reproducir en sus arreglos informales la "cultura priísta", tomando como válido este aserto, cabria agregar que ese modus Vivendi ha estado permeado por la "cultura del escándalo1' propia de la izquierda mexicana.

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2) La ideología ambigua. El PRD no es un partido dogmático sino un conjunto degrupos reunidos alrededor de una familiaridad ideológica que fue, y no hadejado de ser, el mapa de la Revolución mexicana. "Con acentos distintos, alfinal todos comparten ese viejo proyecto de la izquierda" (Garavito 2002,158). Miembros de una clase política sin vocación de suicidio, en los perredistas es cada vez más extraño apreciar discrepancias sustantivas en sus plantea­mientos ideológicos. Discursivamente las mantienen, pero el propio llamadodel PRD a hacer de sus corrientes "grupos de opinión" descubre la carencia deideologías que pudieran provocar un divorcio definitivo.

3) El inconsciente colectivo.62 Es probable que a los perredistas los una tambiénuna suerte de imaginario donde su misión públicamente comprometida (mejo­rar la suerte del país), la memoria de los compañeros caídos (los asesinados,amén del legado de figuras como Valentín Campa o Heberto Castillo), la nos­talgia por lo que el PRD prometía ser63 o la urticaria que produce pensar en ladefección (para bien o para mal, la izquierda mexicana ha sido siempre muymoral), son una simbología que juega contra el desmembramiento.

Con estos elementos, dominante una institucionalización deficiente que tiene en cálculos políticos y no en convicciones ideológicas o culturales su soporte más deter­minante, tal vez sea apropiado intentar un cierre lúdico: es posible que al PRD le esté sucediendo lo que a muchos matrimonios, a quienes la duda en torno a quién se queda con el patrimonio después de quebrar, los mantiene "felizmente" casados. Unidos no por el amor sino por el espanto (Borges dixit), los perredistas no consi­guen estabilizar sus relaciones.

Conclusiones

La argumentación de este capítulo se concentró en demostrar un aspecto esencial para los fines de esta investigación: en el PRD es redituable militar dentro de las

62 Agradezco esta observación a José Díaz Martínez, fundador del PRD y actualmente integrante de su Instituto Nacional de Formación Política. Entrevista, México, DF, marzo 19, 2003.

63 Es interesante observar que el "Manifiesto de la Convención Nacional por la Reforma Democrá­tica", el más reciente esfuerzo de renovar al PRD promovido en 2003 por Marco Rascón, ponga como primera razón para no renunciar a éste, lo siguiente: "porque nos identificamos con todo lo que no es boy el partido que fuimos, porque rechazamos el partido en el que nos han convertido". Mimeo (2003) entregado al autor por Mareo Rascón.

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corrientes, pues éstas son probablemente el único pasaporte acreditado para obtener recompensas. Así, pese a las diferencias internas, las corrientes existen para conquis­tar instancias directivas que en anteriores partidos de izquierda, con una vida consu­mida por el dogmatismo, fueron imposibles de distribuir dado un diseño estatutario prohibitivo de esas prácticas. La dinámica fraccional perredista, cosa muy distinta, es precisamente estimulada por un marco institucional que libera espacios para la com­petencia entre grupos.

La composición de las corrientes perredistas, reconocido su derecho a conformar la dirigencia partidaria, cambia con suma frecuencia. Por la importancia de este mo­vimiento perpetuo, este capítulo ha hecho un desarrollo puntual de las planillas que se presentaron a elecciones directivas. Una comparación entre sus cuadros permite detectar la volatilidad de las alineaciones. La ambición está presente como motivo-fuerza de todos estos cambios. Ambición individual y una estructura de oportunida­des que valida esta dinámica alientan el fraccionalismo. Así, sujeta a la ambición que caracteriza la conducta de los políticos en todos los partidos, pero particularmente condicionada por una legislación que oficializa el comportamiento fraccional, la com­posición de las corrientes se distingue por su baja consistencia. En un principio aglutinadas por afinidades grupales de origen (el tiempo de los "ex"), luego por prin­cipios ideológicos (el partido-movimiento versus el partido tradicional), las corrien­tes han terminado siendo cada vez más ambiguas, personalistas y gelatinosas.

Fundamentales en el control del partido, por cuanto las posibilidades de circula­ción ascendente son reducidas para quien no forme parte de las corrientes, el siguien­te capítulo, dedicado a analizar la profesionalización y capacitación de los dirigentes, explorará hasta qué punto la mecánica fraccional del PRD ha sido compatible, o repe­lente, con la construcción de patrones institucionales de carreras, es decir, con un eventual panorama donde los ascensos, más allá de obedecer al reparto interno de poder, tengan también relación con el perfil y experiencia idónea de los dirigentes beneficiados con las designaciones.

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4 La dirigencia del PRD:

su integración y funcionamiento

Yo no soñaría con pertenecer a un club que estuviera dispuesto a aceptarme como uno de sus miembros.

Groucho Marx. Biografía

La dirigencia del PRD, ironías aparte, es un club de miembros que valoran y defienden su posición. Un club de miembros conformado con distintos nom­bres, apellidos e historias. Pero, este club, ¿cuenta entre sus socios con un

perfil determinado por la profesionalización y capacitación?1 La pregunta, por el efecto que la composición de la dirigencia tiene en la suerte del partido, no es un asunto menor. Indagar ese aspecto es el objetivo de este capítulo.

A este momento llegamos con algunas premisas. En el primer capítulo, vistos los partidos como arenas conflictivas, apreciamos que los partidos unitarios, sin divisio­nes, son cada vez más excepcionales. Las dirigencias partidistas son resultado de ese juego, en el que el tipo de fraccionalización interna incide sobre la institucionalización organizativa. Partidos y fracciones, como dos caras de una misma moneda, suelen ser indivisibles. En México el PRD es quien mejor retrata esta realidad. Es esto lo que el segundo y tercer capítulos resaltaron. El PRD, juguemos con las palabras, es un parti­do muy partido. Por su origen y la forma en que éste condiciona su evolución, el PRD es bautizado y confirmado por las fracciones. Analizadas sus coyunturas más cruciales (nacimiento, congresos y elecciones internas), que el PRD es un partido de grupos y

1 Profesionalización y capacitación, como veremos más adelante, no son precisamente lo mismo.

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que muy probablemente esa lógica resuelve el ascenso a sus instancias directivas no tendría que desorientar a nadie.

En la atmósfera perredista sujeta a grupos o fracciones, descartar la capacidad como un elemento que influye en la designación de dirigentes, no debiera empero ser una conclusión automática. Lo uno no elimina por definición a lo otro, esto es, la selección de dirigentes por su pertenencia a una corriente no constituye, ni de entrada ni de salida, una prueba irrefutable de que en ellos no haya un patrón de carrera que los acredite como idóneos para sus cargos.

La interrogante es por ello provechosa. Vinculada la dirigencia perredista a gru­pos que disputan el poder, ¿su conformación puede explicarse a su vez por la expe­riencia objetiva de sus miembros? O de no ser así, ¿sus grupos, disociados de experiencia y capacitación, son los únicos factores concluyentes? Nuestra hipótesis es ésta: la competencia de los grupos, llevada a cabo mediante negociaciones cupulares, determina que los dirigentes no sean los individuos con mayor experien­cia y capacitación, sino quienes representan "equilibrios políticos" para mantener la estabilidad. Demostrar esa conjetura es tema de estas páginas.

El capítulo tiene, pues, como fin comprender la integración y funcionamiento de la dirigencia del PRD a partir de las particularidades (regularidades y diferencias) de las trayectorias de sus miembros. Advertido nuestro escepticismo a encontrar patro­nes de carrera que reflejen capacitación, atender sin embargo esa posibilidad puede favorecer el descubrimiento de patrones "relativos", esto es, ciertas trayectorias, que aunque no conforman un sendero institucional, sí representan un indicio interesante. Por ejemplo. ¿Quién llega a la dirigencia ocupa su tiempo en la estructura partidista, en los puestos electorales o en los cargos gubernamentales? ¿Las responsabilidades partidistas prestan algún adiestramiento indispensable para ejercer funciones parla­mentarias o administrativas?

Así, lo que proponemos es explorar la composición de las carreras de los dirigen­tes del PRD. La unidad de análisis es, por tanto, las trayectorias individuales de éstos (Anexo I), y nuestra gran pregunta estriba en su profesionalización y eventual capa­citación. ¿Poseen estas cualidades dichos individuos? ¿Cómo (si ello ocurre) se profesionalizan y cuáles son los medios que les proporcionan capacitación?

El estudio, pionero por cuanto no existen antecedentes similares para el caso del PRD, cuenta afortunadamente con referentes documentales en los que apoyarse. Otros trabajos trataron ya de explicar la integración y funcionamiento de las élites.2 Tales

2 Aunque el estudio de las élites ha sido escasamente usado dentro de las fronteras partidistas, las investigaciones sobre élites gubernamentales y parlamentarias brindan una batería teórica y metodológica nada despreciable. De ellas, aunque no del concepto élite (el cual, dada su fuerte carga valorativa,

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investigaciones, grosso modo, examinaron dos variables: a) las condiciones de ingre­so al poder (edad, lugar de nacimiento, educación, profesión de los padres, etc.); y b) las características de las carreras políticas (número de años, número de puestos, índi­ces de rotación, repetición de cargos, etc.). Este texto, ajeno a la socialización previa de los dirigentes (Camp 1981),3 se concentra en la composición de sus carreras. Para llegar a ello adoptaremos el siguiente plan de trabajo.

Primero. La presentación del universo de estudio: nuestros dirigentes y los criterios con que fueron seleccionados. Segundo. El análisis de sus trayectorias políticas a efec­to de identificar un patrón de carrera conectado o disociado con profesionalización y capacitación; para esto, amén de definir operativamente estos dos conceptos, utiliza­remos herramientas prácticas: número de puestos, rango de cargos, promedio de permanencias* movilidad. Tercero. Para mirar la movilidad, y estimarla como as­cendente, descendente u horizontal, elaboraremos una tabla de puestos (con valo­res asignados) que de alguna forma nos permita "medirla".4 Dicha tabla contiene los puestos que dentro del PRD representarían, desde sus comités municipales hasta la presidencia nacional, su escalafón de ascensos. Cuarto. La ruta de llegada a los cargos, el tiempo de permanencia, la experiencia recogida en el trámite, la especia-lización en campos específicos, son elementos para afirmar, o negar en su ausencia, la profesionalización y capacitación de los dirigentes. La falta de un patrón que refle­je experiencia, de corroborarse nuestra sospecha, estaría sustentando la hipótesis de que son las fracciones la variable explicativa de la integración y funcionamiento de la dirigencia.

El capítulo, con esta intención, tiene dos partes: 1) el análisis de las trayectorias individuales previas al PRD, y 2) el de las trayectorias perredistas. Determinar si en los políticos que se convirtieron en dirigentes del PRD existía, antes de su ingreso a éste, un patrón de carrera que condicionara sus cargos en el "sol azteca", será una conclusión de la primera. La segunda, más larga, enfrenta un doble reto: interpretar, una vez asignados valores a los cargos, los movimientos de las carreras y, cosa toda­vía más peliaguda, hacerlo mediante una redacción que aligere la densidad de esta especie de investigaciones.

sustituimos por el de dirigencia), tomamos nota. Para algunas referencias, ver la bibliografía específica del capítulo 4.

3 Análisis de este tipo han afirmado para las élites mexicanas su extracción de clase media, el papel de la universidad nacional en su politización (Camp 1984) y otros resultados que aquí no consideraremos.

4 Este instrumento tiene origen en la metodología de Brandenburg (1964), Smith (1981) y Camp (1992).

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¿Quiénes son los dirigentes?

A lo largo de 13 años (1989-2002), el PRD ha tenido seis directivas representadas por igual número de Comités Ejecutivos Nacionales (CEN).5 Éstas han sido: 1) la dirigencia de Cuauhtemoc Cárdenas Solórzano (1989-1993); 2) el interinato de Roberto Robles Garnica (febrero de 1993 a julio del mismo año); 3) la dirigencia de Porfirio Muñoz Ledo (1993-1996); 4) la de Andrés Manuel López Obrador (1996-1999); 5) el interinato de Pablo Gómez Álvarez (abril de 1999 a agosto de 1999); y 6) la dirigencia de Amalia García Medina (1999-2002).

Ahora, ¿quiénes componen la dirigencia neta del partido son sólo quienes ocupan lugares en el Comité Ejecutivo? ¿Legisladores o servidores públicos, no necesaria­mente asiduos al CEN, no hacen parte de ella? Más aún, ¿liderazgos nacionales, au­sentes del organigrama reconocido, no son una fuerza por considerar? Para este estudio, interesado en una muestra lo más ampliamente representativa de la dirigencia perredista (ya formal e informal), la pertenencia a este órgano estatutario es una condición im­portante, pero insuficiente, para construir un universo de dirigentes. El CEN será por tanto uno de cuatro indicadores con los cuales conformaremos nuestra muestra. Ex­pliquemos cada uno de estos criterios, y después subrayemos la definición operativa de dirigencia que de ellos se desprende.

1) El Comité Ejecutivo Nacional. Son 104 los políticos que han desfilado porseis dirigencias perredistas en 13 años. Indiscriminado, este conjunto precisaun primer corte. Quienes hayan repetido en el CEN al menos una vez, esto es,quienes tengan dos permanencias o más en este órgano, son seleccionados. Elcriterio reduce el dato a 39 individuos. Estos políticos, por su posición6 en elCEN, participan del universo.

5 El CEN es el órgano colegiado permanente de dirección que tiene a su cargo ejecutar las resolucio­nes y acuerdos del Consejo Nacional (CN), así como proponer al Consejo y al partido iniciativas políti­cas y de organización. Estalutos (Art. 9, fracción VI), PRD, 2003. La integración del CEN, entre los 32 y 17 miembros, ha llegado a un número máximo de 21 según las últimas reformas estatutarias. Sus presi­dentes, secretarios generales y titulares de carteras son parte también del Consejo. El Consejo, formal­mente la máxima autoridad entre Congresos Nacionales, ha mantenido una formación siempre cercana (y a veces superior) a los 300 integrantes. Por razones prácticas, pero también de pertinencia política por cuanto el CEN tiene mayor importancia en el funcionamiento real del partido, este trabajo distingue a ese órgano como el propiamente directivo. La composición de las seis directivas que estudiamos ha sido presentada en el capítulo segundo de este trabajo.

6 Inspirado en Mills (1957), este "método posicional" es simple: las personas que ocupan las posiciones institucionalmente calificadas como puestos de mando son señaladas como miembros de los estratos directivos.

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2) El CEN y "algo más". Dieciocho personajes (de apellidos Barres, Quintero o Hidalgo) con un solo CEN, pero con trayectoria reconocida en ámbitos legisla­tivos o gubernamentales, son también contabilizados. Su marginación hubie­ra significado un descuido. Por su injerencia en el partido, más allá del criterio posicional, son parte de la muestra.7

3) "Algo más" sin CEN. Nueve personajes, con una carrera destacada, pero separa­da del CEN, son miembros del universo. Criterios decisionales y reputacionales son la base de su inclusión. Dejarlos fuera, a sabiendas que apellidos como Bejarano, Padierna o Salgado son fundamentales en el PRD, hubiera sido un error.

4) Los gobernadores. Cuatro mandatarios estatales (de Zacatecas, Baja California Sur, Michoacán y Tlaxcala) son cruciales en el quehacer perredista.8 Por su peso en las filas del partido, estos personajes forjan nuestro último elenco de políticos.

La puesta en marcha de estos criterios9 nos lleva a definir la dirigencia del PRD como: mdividuos que dentro de la estructura partidista han ocupado dos o más puestos en el Comité Ejecutivo Nacional, o que con ninguna o apenas una aparición en éste, se han desempeñado como legisladores federales, gobernadores o funcionarios en las administraciones estatales del partido entre 1989 y 2002. Presidentes y secreta­rios del CEN, diputados, senadores y asambleístas, gobernadores y servidores públi-

7 El criterio que usamos aquí está relacionado con planteamientos de Hunter (1959) y Dahl (1961). Para el primero, el prestigio y reputación de los políticos, atribuidos por el investigador y su recurrencia a informantes ("jueces"), son elementos suficientes para definir a los individuos más influyentes. Para Dahl, incómodo con la metodología de Mills, son los conflictos políticos dentro de una sociedad, y la identificación de quienes tomaron durante éstos las decisiones más importantes, la manera de distinguir a los verdaderos dirigentes.

8 Aunque el PRD ha participado en siete triunfos gubernamentales, este número requiere de algunas observaciones: a) en el caso de Antonio Echevarría, gobernador de Nayarit por una coalición PRD/PAN, este personaje ingresó al PAN; b) Pablo Salazar Mendiguchía, gobernador de Chiapas por una alianza multipartidista de la que el PRD fue vector, no es militante del partido; y c) Andrés Manuel López Obrador, Jefe de Gobierno del DF, y él sí miembro del PRD, es parte de los 39 individuos inicialmente considerados.

9 La combinación de criterios no es gratuita ni pretenciosa. Cada uno tiene ventajas y limitaciones. Su complementación desea apuntalar las primeras y disminuir las segundas, [lustremos esto: el instru­mento posicional, sin duda el más práctico y sencillo, hace caso omiso de las fuentes informales de poder; ahí, en su integración con los métodos decisionales y reputacionales que sí atienden a poderes informales, apostamos a construir un universo adecuado donde su montaje arbitrario no obstaculice la representatividad buscada.

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eos de los gobiernos del PRD. Ahí el conjunto de personas comprendidas en nuestra definición operativa.

La mezcla de criterios para construir la dirigencia suma 70 individuos (Anexo II): a) 39 con dos o más cargos en el CEN; b) 18 con una sola permanencia en ese órgano;c) nueve sin ninguna aparición en esa instancia; y d) cuatro gobernadores, 70 políti­cos conforman entonces nuestra muestra. Este universo, hay que decirlo, es superior al grupo de dirigentes que conduce en realidad la organización. Su amplitud, empero, nos permitirá jugar con la idea de círculos diferenciados de poder, esto es, esferas que según la capacidad de influencia de sus miembros tienen mayor o menor peso dentro del PRD.

La dirigencia de todo partido, terminemos con este apartado, es de una reducida membresía. El caso del CEN perredista no es la excepción. Hemos dicho antes que sólo 39 personajes, entre 104 que han pasado por este órgano, merecen (por el crite­rio posicional usado) la calificación de dirigentes. Que sólo 37.5% repita dos o más ocasiones en este comité es un dato esclarecedor de la naturaleza piramidal de las dirigencias partidarias. El 62.5% de políticos perredistas no consiguen regresar a la cúpula que una vez integraron. Sin adentrarnos demasiado en ese aspecto, miremos cómo el embudo se estrecha conforme exijamos a los individuos un mayor número de carteras en el CEN (cuadro 1): con dos (20 casos) figura 19.23% del universo total; con tres (14 casos) 13.46%; con cuatro (tres casos) el porcentaje es 2.88%; y con cinco, el máximo encontrado (dos casos), el resultado es 1.92%.

Resulta tentador pensar que la diferencia entre un político con dos CEN y otro con cinco reside en jerarquías de influencia partidista. Pero para llegar a ese punto y poder descubrir si estos cargos hacen parte de un patrón de carrera específico, preci­samos observar primero las trayectorias previas de los personajes. Conocer su pasa-

CUADRO 1. Políticos y frecuencias en el Comité Ejecutivo Nacional

Frecuencias en CEN Casos individuales Porcentajes

1 65 62.50%2 20 19.23%3 14 13.46%4 3 2.88%5 2 1.92%Totales 104 100%

Fuente: elaboración propia.

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do, y concretamente los puestos políticos que ejercieron antes de su ingreso al PRD, nos ayudará a determinar si sus trayectorias perredistas están o no condicionadas por sus actividades antecedentes.

¿De dónde provienen?

En los individuos seleccionados y sus militancias previas al PRD hay una verdadera

ensalada de orígenes: 17 políticos eran del PRI;10 11 del PCM/PSUM/PMS; cinco sin

militancia política anterior;11 cinco del CEU; cuatro del PPR; tres de OIR-LM; tres del

PMT; tres del PRS; tres del PST; tres de ORPC; dos del PFCRN; dos de la AB; dos del MAS;

dos del MRP; dos de la ACNR; uno del PRT; uno de la COCEI y uno más independiente12

(cuadro 2). Clasificados dentro de los bloques del PRI, izquierda política, izquierda

extraparlamentaria, izquierda satelital y sin militancia, lo que resulta es la siguiente

composición: 25 personas son de izquierda extraparlamentaria,13 18 de izquierda

política, 17 del PRI, cinco sin militancia previa y cinco más de la izquierda satelital.

En nuestros 70 individuos, además de su pasado partidista o militancia en organi­

zaciones sociales, podemos también ubicar antecedentes legislativos (cuadro 3). Uno

de ellos fue diputado federal entre 1967 y 1970. Siete entre 1979 y 1982. Cuatro

estuvieron en la LII Legislatura (1982-1985) y siete en la Lili. Existen dos senadores

entre 1976 y 1980,14 y un caso aislado de desempeño como gobernador. Seis indivi­

duos más, en el nivel local, cumplieron los cargos de diputado, asambleísta, alcalde

10 Los priístas fundadores del PRD no son 17 sino 13. Demetrio Sodi, Leonel Cota, Ricardo Monreal y Alfonso Sánchez ingresaron de forma posterior. El primero en 1997 como candidato externo a una diputación federal que ganó, y los otros en 1998 como candidatos también externos a las gubernaturas que obtuvieron.

1' Como en el caso del PRI, es necesaria aquí una distinción: cuatro, de los cinco sin militancia previa son fundadores del partido. Ernesto Navarro, candidato externo al Senado en 1994, no entró en 1989.

12 Para la adscripción de estas identidades recurrimos a la última organización de la cual fueron miembros los individuos. La advertencia es pertinente porque son comunes los casos de doble o hasta triple militancia: Marco Rascón (ORPC y AB), Adolfo Gilly (PRT y MAS), Martí Batres (PSUM, UPNT y CEU), Rene Bejarano (UPNT, CNTE y PRS), Luis Eduardo Espinoza (ACNR y PMT), son sólo algunos ejemplos.

13 Para esta estadística sumamos en la izquierda social a Rosa Albina Garavito, único personaje catalogado como independiente en la presentación previa, pero con una afinidad (ex guerrillera que después forjó una trayectoria académica) a la izquierda social que dentro del partido será confirmada.

14 Un tercer caso, el de Ricardo Monreal, senador entre 1991 y 1997, desempeñó ese cargo aún bajo los colores del PRI. Monreal (diputado federal entre 1988 y 1991 y en 1997 y 1998), como Demetrio Sodi y Leonel Cota, cuenta antes de su entrada al PRD con diversos puestos de elección popular.

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CUADRO 2. Dirigentes del PRD según sus organizaciones de origen

PRl PCM SMPREVIA CEU

Cristóbal Arias Jorge Alcocer Jorge Calderón Martí Batres César Buenrostro Horrenda Aragón Cuauhtemoc Cárdenas B. Miroslava García Cuauhtemoc Cárdenas Raymundo Cárdenas Lázaro Cárdenas B. Carlos Imaz Ignacio Castillo Alejandro Encinas Ernesto Navarro Imanol Ordorika Leonel Cota Amalia García Lorena Villavicencio Antonio Santos Leonel Godoy Pablo Gómez Andrés M. López 0. Amoldo Martínez OÍR

Ingenia Martínez Gilberto Rincón Saúl Escobar PMT

Ricardo Monreal Raquel Sosa Armando Quintero Heberto Castillo Porfirio Muñoz L. Reynaldo Rosas Rosario Robles Laura Castillo Roberto Robles G Ramón Sosamontes Luis E. Espinoza Demetrio Sodi PRS

Alfonso Sánchez PPR Rene Bejarano ORPC

Lucas Tijerina Gilberto López María R. Márquez Raúl Álvarez Gregorio Unas Rosario Tapia Dolores Padiema Asa C. Laurell Ricardo Valero Camilo Valenzuela Javier González Samuel del Villar Jesús Zambrano

MAS

Adolfo Gilly PFCRM AB Ricardo Pascoe ACNR

Pedro Etienne Javier Hidalgo Mario Saucedo Félix Salgado Marco Rascón MRP

Rodolfo Amienta Humberto Zazueta

PST Martín Longoria Carlos Navarrete COCEI !»RT

Jesús Ortega Héctor Sánchez INDEPENDIENTE Rene Arce Graco Ramírez Rosa Albina Garavito

Fuente: elaboración propia.

y regidor. Hecha la sumatoria, el número de individuos con puestos de elección popu­lar asciende a 24, predominando entre ellos las diputaciones federales. Por organiza­ciones, la gran mayoría de estos políticos, especialmente los que suman una experiencia legislativa de dos o más periodos, corresponde al PRl. El PCM es después el partido que tiene más diputados, pero en ningún caso senadores.

El predominio del PRl se extiende también a lo administrativo. Nadie que no fuera priísta, con excepción de dos personajes sin partido, registra un antecedente en este ámbito. Previo a 1988, en tiempos de hegemonía, ello no es ninguna rareza. Son 16 en total los priístas que llegan al PRD con alguna etapa en el servicio público.

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LA DIRIGENCIA DEL PRD: SU INTEGRACIÓN Y FUNCIONAMIENTO

CUADRO 3. Cargos de elección popular previos al ingreso al PRD

Diputados federales Años Partido

Ignacio Castillo 1967-1970 PR I

Pablo Gómez 1979-1982 PCM

Amoldo Martínez 1979-1982 PCM

Gilberto Rincón 1979-1982 PCM

Saúl Escobar 1979-1982 PST

Pedro Etienne 1979-1982 PST

Jesús Ortega 1979-1982 PST

Graco Ramírez 1979-1982 PST

Cristóbal Arias 1982-1985 PRI

Lucas Tijerina 1982-1985 PR!

Reynaldo Rosas 1982-1985 PCM

Héctor Sánchez 1982-1985 PSUM

Jorge Alcocer 1985-1988 PCM

Alejandro Encinas 1985-1988 PCM

Amoldo Martínez 1985-1988 PCM

Heberto Castillo 1985-1988 PMT

Ricardo Pascoe 1985-1988 PRT

Graco Ramírez 1985-1988 PST

Camilo Valenzuela 1985-1988 PSUM

Ricardo Monreal 1988-1991 PRI

Demetrio Sodi 1988-1991 PRI

Leonel Cota 1994-1995 PRI

Ricardo Monreal 1997-1998 PRI

Senadores Cuauhtemoc Cárdenas 1976-1980 PRI

Ignacio Castillo 1976-1982 PRI

Ricardo Monreal 1991-1997 PRI

Gobernadores Cuauhtemoc Cárdenas 1980-1986 PRI

Diputado local Carlos Navarrete 1979-1981 PST

Raymundo Cárdenas 1983-1986 PCM

Asambleísta DF Demetrio Sodi 1991-1994 PRI

Alcaldes Roberto Robles 1983-1986 PRI

Leonel Cota 1996-1998 PRI

Regidor Ricardo Monreal 1985-1988 PRI

Fuente: elaboración propia.

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La información presentada, por sí misma poco significativa, es parte sin embargo de un objetivo ulterior: determinar si en las trayectorias previas al PRD existe en los dirigentes un comportamiento regular (una secuencia institucional de carrera) que, una vez dentro de las filas perredistas, pudiera (o no) tener correspondencia con sus actividades. Para dar respuesta a esto habría que plantearse una nueva pregunta.

¿Qué hacían anteriormente?

El análisis de las actividades políticas de los dirigentes antes de su entrada al partido, siempre que éste resulte ilustrativo de un cierto patrón profesional de carrera, debe permitirnos observar si ello ha gravitado en sus cargos ya dentro del PRD. Para deter­minar la existencia de una carrera previa, es necesario definir lo que entenderemos porprofesionalización y capacitación. De sus definiciones, contrastadas con nuestras biografías ex ante PRD, concluiremos la presencia o ausencia de desempeños organi­zativos especializados.

La experiencia, asumida como el paso prolongado y acentuado en un campo de formación, debería figurar en la base de las trayectorias que pudiéramos considerar consolidadas. Reflejo de adiestramiento político,15 las carreras institucionalmente forjadas tendrían la experiencia como atributo. En una situación contraria, donde la experiencia, la profesionalización y la capacitación no fueran características de las trayectorias, lo que estaría privando serían recorridos discontinuos, subjetivos y sin una secuencia que condicionara ocupar un puesto sólo después de haber cubierto otros de rango inmediatamente inferior. -^

Con apoyo en el trabajo de Hernández (1984), definiremos profesionalización ¿? como el cultivo de una disciplina específica que puede traducirse o no en capacita­ción. Profesionalización, de acuerdo con esto, equivaldría a la práctica permanente del oficio político. Un modus Vivendi perredista, para decirlo de forma sencilla. Indi­cador de ello, más allá del tiempo dedicado al PRD, sería una formación especializada en determinadas áreas producida por un reducido número de puestos cubiertos bajo un promedio estable de tiempo.16

15 Por adiestramiento político, vale mencionar, nos referimos a la destreza que se alcanza y mani­fiesta dentro de las organizaciones en que los individuos militan y contraen responsabilidades. Condi­ciones previas, como el caso de títulos universitarios, son insuficientes para asegurar la pericia estrictamente política.

! 6 Como el mismo Hernández (1984) señala, no seria ésta la única forma de alcanzar profesionalización. Un número relativamente alto de puestos, si éstos son cumplidos en áreas afines, indicaría también

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La capacitación, por otra parte, estaría definida por la adquisición de habilidades para la ejecución satisfactoria de una actividad. Ella, lo dice su nombre, hace compe­tente a un individuo para ejercer apropiadamente sus labores. La profesionalización, si está fundada en las vías que arriba mencionamos, conduce a la capacitación. Prue­ba de que la capacitación soporta las carreras es el hecho de que éstas registren ascen­sos paulatinos o secuenciales.

Estas definiciones de profesionalización y capacitación suponen, de entre las múl­tiples tareas de nuestros sujetos de estudio en sus organizaciones de origen, la posibi­lidad de clasificar jerárquicamente esas militancias. Ordenarlas y construir con ellas un escalafón de ascensos es indispensable para apreciar los tipos y tiempos de de­sempeños anteriores al PRD, es decir, los eventuales patrones de carrera con los que los individuos llegaron al partido.

Para localizar en las ocupaciones previas de los dirigentes del PRD un cierto pa­trón de carrera, recurriremos a los bloques distintivos que hemos venido utilizando: individuos provenientes de la izquierda extraparlamentaria, de la izquierda partidis­ta, de la izquierda satelital, del PRI y sin militancia anterior. En sus biografías mirare­mos el inicio de sus actividades políticas, los años dedicados a ellas y la manera en que este tiempo fue aprovechado. Con excepción de los personajes que del PCM y del PRI emigraron al PRD, ubicar en estas trayectorias capacitación profesional resultará prácticamente imposible.

La izquierda extraparlamentaria. En las trayectorias de izquierda social es extre­madamente complicado dar con un patrón de carrera, pues en sus dirigentes originarios priva una diversidad de grupos, frentes y movimientos organizativamente anárquicos. Este tipo de expresiones (algunas coyunturales y efímeras como el CEU, el MAS O la AB), definidas por la informalidad de su actuación,17 carecieron de escalafones u organigramas. No hubo en ellas muchos niveles para recorrer, ni tampoco un diseño institucional que lo previera.

profesionalización, dado que la sumatoria de experiencia no sería mermada sino fortalecida por cargos adentrados en un mismo campo formativo. Desatender la relación entre puestos y dependencias propi­ció que Peter Smith (1981) encontrara incompatible la constante circulación de puestos en la élite mexi­cana con la acumulación de experiencia.

17 El PPR, producto del abandono de las armas de quienes formaron la Corriente Socialista como preludio al partido, no pudo deshacerse nunca de su delirio persecutorio. En su último congreso, los asistentes, que no conocían el lugar donde se realizaría éste, fueron conducidos de manera clandestina a Zacatecas. Entrevista con Gilberto López y Rivas (México, DF, abril 4, 2003), ex dirigente del PPR, fundador del PRD, ex diputado federal (1988-1991 y 1997-2000), ex secretario del CEN (1995-1996) y ex delegado político en Tlalpan (2000-2003).

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Los tránsitos o traslados individuales que aquí se aprecian pocas veces se efectua­ron dentro de la organización a la que en un inicio ingresaron las personas. Más frecuentes fueron los pasajes de una organización a otra. Discontinuidad. Con apenas un año de militancia en una agrupación, después de alguna polémica (generalmente ideológica), sus integrantes las desgranaban muy fácilmente. El divisionismo como deporte, o lo que es lo mismo, la izquierda en su salsa vista a través de historias duras de militancia que no se pueden "medir" por puestos desempeñados. Experiencia la hubo, pero en estas organizaciones (por ejemplo, las relacionadas con actividades clandestinas), ello no significó una formación especializada, sino más bien una "as­cendencia" reconocida por un trabajo político plagado de riesgos.

Para esta izquierda existe además un denominador común contrario a las estructu­ras con escalafones meritocráticos: su organización, si la había, correspondió a sec­tas sin recursos que alentaran su crecimiento. Sus aparatos fueron precarios. Colmados de camaradas o familiares cuyo compromiso no estuviera en duda, los puestos direc­tivos eran para quienes no dieran muestras de revisionismo. Pensar en una experien­cia objetiva relacionada con nuestras definiciones de profesionalización y capacitación es sencillamente una búsqueda infértil.

Las biografías políticas de estos dirigentes corroboran lo que se sostiene. En las 25 trayectorias comprendidas en este bloque no es posible encontrar un origen co­mún.18 El comienzo de la vida política de estos personajes es de lo más diverso y variado: el movimiento estudiantil de 1968, la Juventud Comunista Mexicana, la lucha sindical, la guerrilla, el movimiento urbano popular, el activismo estudiantil de los años setenta, la huelga de la UNAM de 1986, partidos socialistas, trotskistas o nacionalistas, frentes campesinos, células obreras y hasta el espionaje soviético. La izquierda social prohijó, pues, un espectro amplio y abigarrado. Las trayectorias de sus dirigentes son definitivamente una muestra de ello.19

tH La excepciones son Amonio Santos y Ricardo Pascoe, que tienen su primera militancia en el PRT. 19 Esta heterogeneidad de origen puede, sin embargo, atenuarse si miramos más allá de las primeras

militancias. Rosario Robles y Saúl Escobar coincidin'an después de sus incursiones políticas iniciales en el grupo "Síntesis" de la facultad de economía de la UNAM. Robles participaría luego en el STUNAM, donde entraría en contacto con Armando Quintero. Quintero, Robles y Escobar serían fundadores de la OÍR. Al MRP, tras su lucha sindical en Baja California, llegaría Rodolfo Armenta para encontrarse con Martín Longoria, quien venía a su vez de la CONAMUP. Marco Rascón, proveniente del activismo estu­diantil y la guerrilla en Chihuahua, ingresaría a la ORPC donde compartiría funciones con Raúl Álvarez Garín. Rascón, vaso comunicante de la ORPC con el movimiento urbano popular, formaría en 1987 con Javier Hidalgo la AB. En la guerrilla, aunque no es posible afirmar su trato, coincidieron Camilo Valenzuela, Jesús Zambrano y Rosa Albina Garavito. Estos contactos, unos circunstanciales y otros permanentes, redituarían después en alianzas dentro del PRD.

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El promedio de años dedicado por estos individuos a tareas políticas arroja una cifra engañosa. Trayectorias de 21 y dos años (Raúl Alvarez Garín y Javier Hidalgo, respectivamente) son los polos de una militancia que registra en conjunto 10 años de activismo. Ese tiempo, de analizarse la manera en que los individuos lo han ocupado, no produce ningún patrón regular de carrera por una sencilla razón: son años de trabajo político prestado dentro de organizaciones sin una jerarquía objetiva de ran­gos o, dicho en otros términos, sin un organigrama dotado de claridad en sus divisio­nes, puestos y niveles.

La profesionalización, que eventualmente deriva en capacitación, está dada por un factor insoslayable: la posibilidad de entregarse al oficio escogido, de vivir de éste y para éste. La profesionalización, de existir tal ocasión, conduciría a la capacitación siempre que reflejara carreras de difícil, pautado y regular ascenso. Profesionalización , y capacitación, como aquí estamos considerándolas, aluden en el fondo a organizacio- , nes persistentes en el tiempo, con estructuras firmes y canales consolidados de acce- > so, distribución y jerarquización de puestos que moldean las carreras de los miembros.

En la izquierda extraparlamentaria, algunas de cuyas fuerzas colindaron con los márgenes legales del sistema político, vivir del oficio (y compromiso) era práctica­mente imposible, no sólo por la carencia de recursos que mantuvieran sus cuadros, . sino también por una concepción de lucha donde cobrar y ser un profesional de la *-política estaba mal visto. No existían condiciones para profesionalizarse, pero tam­poco era un objetivo. Poner de cabeza el sistema no lo precisaba. La guerra popular prolongada o el levantamiento del proletariado eran incompatibles con la generación de burocracias. La profesionalización, sin ser un motivo de preocupación, estuvo ausente en estos cuadros.

Así las cosas, de encontrarse alguna forma de regularidad en la izquierda extra-parlamentaria, ésta sería la abundancia de organizaciones sin estructuras escalafonarias que normaran el ascenso a sus instancias directivas. La ACNR, COCEI, orR o MRP, men­cionemos algunos ejemplos, tuvieron como dirigentes a sus propios fundadores sin existir nunca (ni preverse siquiera) su renovación. El CEU, otro caso paradigmático, tuvo como líderes a campeones del asambleísmo curtidos en el arte de afligir la carne tras 10 horas depositada en el mismo asiento. La AB, con tan sólo dos años de existen­cia antes del PRD, reconoció liderazgos entre quienes supieron aglutinar alrededor suyo el mayor número de demandas por reconstrucciones urbanas.

La capacitación, entendida como el tránsito de un cargo a otro de mayor rango gracias a la experiencia y adiestramiento acumulado, es simplemente imposible de encontrar en estas trayectorias, no sólo irregulares (de un partido a un frente, de éste a un movimiento y de ahí a una fuerza coyuntural) sino también discontinuas: sin posibilidad de vivir de la izquierda social y sus causas, las interrupciones en estas

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La regularidad en los puestos estuvo también presente en las trayectorias de otros tantos dirigentes. Las biografías de Ramón Sosamontes, Raymundo Cárdenas o Ale­jandro Encinas coinciden en su desempeño en comités estatales como antesala a su ingreso en la dirección nacional. La persistencia en sus puestos, tanto dentro del PSUM y PMS, es una constante también en Jorge Alcocer, Pablo Gómez, Amalia García y Amoldo Martínez. La repetición de cargos y consecuente especialización en los mismos, permiten afirmar, aquí sí, la existencia de un cierto tipo de carrera (cuadro 6).

La trayectoria de estos individuos, convencido el PCM de las bondades de la reforma política de 1977, se vio significativamente impulsada con la entrada de siete de sus dirigentes al Congreso, uno de los cuales repetiría esa experiencia en 1985 después de haber sido congresista en 1979. Los comunistas, no en balde, llegarían al PRD intransigentes en la defensa de la legalidad que tantos incentivos les había representado.

En suma. En los dirigentes del PCM, cuyo núcleo central se mantuvo unido en el PSUM y PMS, su alto promedio de años dedicados a la política, pero sobre todo la forma en que éste fue moldeado por las estructuras partidistas, hacen visibles patro­nes regulares de carrera que antecedieron su ingreso al PRD.

El PRI. La capacitación alcanzada por los comunistas no fue en ninguno de los casos superior a la de los dirigentes que del PRI pasaron al PRD. Aunque menos antiguo que el PCM, el otrora partido de gobierno ha sido el más institucionalizado del país (Martínez 2000). Como un reflejo de lo anterior, las carreras de sus mili­tantes siguieron canales endógenos de ascenso sustentados en una estructura conso­lidada. Disciplinados, no sólo porque pertenecer al PRI fue por muchos años el mejor oficio político al alcance, sino también por un auténtico convencimiento, los priístas permanecían en el tricolor gracias a su lealtad y oportunidad de ver crecer sus trayec­torias.

En las designaciones y ascensos de los priístas solía pensarse, común y equi­vocadamente, que las relaciones personales (el compadrazgo de la familia revo­

lucionaria) eran el factor decisivo (Brandenburg 1964; Smith 1981; Camp 1995). ' La capacitación, como posteriormente empezó a demostrarse (Grindle 1977, y

Hernández 1984), fue el verdadero motivo por el que estos políticos alcanzaron el éxito en sus carreras. Ese elemento está presente en los 17 priístas que hoy militan en el PRD.25

25 Sólo con Gregorio Unas Germán la información disponible es insuficiente para incluirlo en esta aseveración.

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CUADRO 6. Ejemplos de carreras PCM-PSUM-PMS

Raymundo Cárdenas Militante PCM (1977-1979) Srio. Comité Zacatecas (1979-1980) Consejo Nacional (1979-1981) Srio. Comité Zacatecas-PSUM (1981-1983) Diputado local (1983-1986) Candidato a Gobernador Zac. (1986) Dirección Nacional PMS (1987-1989)

Alejandro Encinas Dirigente PCM-Edomex (1979-1981) Comité Central (1979-1981) Comité Nacional PSUM (1981-1984) Dirigente PSUM-Edomex (1982-1986) Diputado federal (1985-1988) Dirección Nacional PMS (1987-1989)

Amoldo Martínez Militante PCM (1946-1948) Coordinador Juventud Comunista (1948-1952) Comité PCM-DF (1952-1954) Miembro suplente Comité Central (1954-1957) Srio. de Liberación* (1957) Comité PCM-DF (1957-1959) Secretariado Colectivo (1959-1963) Secretario General (1963-1981) Comité Nacional PSUM (1981-1987) Candidato presidencial PSUM (1982) Dirección Nacional PMS (1987-1989)

Pablo Gómez Juventud Comunista PCM (1963-1973) Comité Central (1972-1981) Diputado federal (1979-1982) Srio. General PSUM (1981-1987) Dirección Nacional PMS (1987-1989)

Jorge Alcocer Militante PCM (1977-1979) Jefe Asesoría Parlamentaria (1979-1981) Asesoría Parlam. PSUM (1981-1983) Srio. Análisis y Educación (1983-1984) Srio. Finanzas (1985-1987) Comité Nacional PSUM (1987) Representante PMS en CFE (1987-1989)

*Órgano de comunicación del PCMFuente: elaboración propia.

En los priístas que llegaron al sol azteca existe homogeneidad en el principio de sus carreras. Todos comenzaron prestando sus servicios en comités estatales, corpo­raciones adheridas al partido o en áreas operativas de sus gobiernos. Todos cumplie­ron así con un inicio tradicionalmente escalafonario dentro del PRI. El desempeño de funciones locales o de asesorías corporativas y administrativas hacía parte de una carrera condicionada a demostrar capacidad en rangos inferiores antes de ocupar puestos más cotizados.

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t ^

El promedio de vida política es aquí el más alto de todos: 24 años. Pero no sólo eso. La ocupación de este tiempo es también la más extensa y definida. Las carreras de estos políticos tuvieron tres ámbitos de formación: el partido (donde no es extraño que se deposite el menor número de años), los cargos electorales (de duración fija debido a la no reelección) y el campo administrativo (el predominante en el adiestra­miento). La combinación de estos ámbitos (a sus trabajos en el partido, ocho indivi­duos añadieron años de legisladores y todos, en distintos momentos, cumplieron con funciones administrativas) es un patrón regular en las trayectorias priístas (cuadro 7). El éxito en ellas, entendido como el puesto de más alto rango conseguido, estuvo siempre precedido de largas y difíciles carreras que registran ascensos pautados, en cierta forma predecibles y escalafonarios.

Así las cosas, la existencia en el PRI de una estructura institucional fundada en reglas que por su acatamiento devinieron en prácticas colectivas, propició que la movilidad ascendente de sus militantes se diera dentro de una mecánica que aseguró la existencia de patrones de carrera, los más consolidados que hasta ahora hemos observado.

CUADRO 7. Ejemplos de carreras priístas

Nombre Anos de carrera Tipo de carrera Núm. puestos

Cristóbal Arias 15 P-A-E 8 César Buenrostro 32 A 7 Cuauhtemoc Cárdenas 23 A-P-E 8 Ignacio Castillo 35 A-P-E 9 Leonel Cota 18 A-P 16 Ingenia Martínez 36 A 10 Ricardo Monreal 23 P-A-E 14 Porfirio Muñoz Ledo 39 A-P 14 Roberto Robles 34 A-P-E 12 Ricardo Valero 21 A-P 13

Tipología: P: cargos en el partido E: cargos electorales A: cargos administrativos

Fuente: elaboración propia.

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En conclusión. El rastreo de las actividades políticas previas de los dirigentes del PRD, en caso de descubrir patrones profesionales de carrera, debe permitirnos ubicar si éstos influyeron en sus puestos alcanzados ya dentro del partido. El análisis de las biografías reserva únicamente esa posibilidad a cuadros del PRI y PCM, pues sólo en éstos la consecución y ejercicio de cargos superiores obedeció a la experiencia acu­mulada en puestos de inferior rango. En el PRI y PCM, situación no compartida por las demás fuerzas que examinamos, la existencia de estructuras organizativas mol­deó las trayectorias de sus militantes. Para el PRI este dato no es ninguna novedad, y para el PCM, aunque el tránsito por su Juventud Comunista era a veces más una for­malidad que un periodo realmente formativo, el paso de sus dirigentes por cargos estatales que antecedieron su entrada al comité central, así como la repetición en sus puestos en el PSUM y PMS, sustenta también esta afirmación. Priístas y comunistas llegaron al PRD con Una significativa experiencia. Durante los primeros años del par­tido no sena casual, entonces, que fueran ellos los que demostraran mayor capacidad de ocupar sus instancias directivas.

En lo que al resto (y mayoría) de individuos respecta, la diferencia de agrupacio­nes y estructuras en las que militaron impide dar con un patrón de carrera dotado de experiencia. Típico de una izquierda poco democrática, los dirigentes autodesignados, pero no sus militantes, son los únicos que poseen algún tipo de carrera. Su experien­cia, acumulada en virtud de luchar contra un sistema que tardó en flexibilizarse, es sumamente valiosa, pero distinta de los conceptos de profesionalización y capacita­ción que aquí manejamos. Desprovistos de esa cualidad, es de pensar que su ingreso a los órganos directivos del PRD responde más a razones subjetivas, a saber: su perte­nencia a una organización afiliada, la representación plural que de sus fundadores decidió tener el partido, las alianzas coyunturales en las que participaron para dispu­tar el poder interno, etc. La corroboración de esta hipótesis es asunto del parágrafo por venir, con el cual da inicio la segunda parte de este capítulo.

Trayectorias perredistas

Quien no se amaña no se apaña.

José Saramago. El Hombre Duplicado

El análisis de las trayectorias de los dirigentes del PRD vuelve locos a los ojos. Las regularidades existen, pero no son sencillas de encontrar. "Cada quien, según sus

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gustos, busca hacerse su carrera."26 Los intereses personales son, en efecto, el primer factor que determina las trayectorias. Pero hay otro: la pertenencia a las corrientes.

/ Enrolarse en una corriente, concursar por el poder interno y aguardar los repartos es " lo acostumbrado. Quien no se da maña para participar de este juego, tiene muy pocas

chances de apañar un puesto. Los cargos en el PRD, antes incluso de su nacimiento, han sido objeto de luchas y

recelos. La ganancia de espacios internos, en momentos en que la identidad y fines constitutivos del partido estaban en disputa, condicionó una fuerte competencia por esos espacios. Como una manera de canalizar ese conflicto originario, la creación previa de un Secretariado ya resultaba ilustrativa de los equilibrios trágicos que sos­tendrían el proyecto. El Secretariado, integrado por los distintos grupos que con­fluían en el partido en ciernes, tuvo cuatro dirigentes del PRI, uno del PCM, uno del PMT, uno del MAS, uno de la ACNR y uno de la ORPC. Las proporciones reflejan dos hechos que marcarían al PRD: 1) el poder de mando de los priístas, y 2) la necesidad de integrar, vía la distribución de cuotas, a las diferentes fuerzas fundantes.

Los cargos, una vez registrado el partido, resultarían de una conflictividad toda­vía mayor. Con el primer órgano directivo, el CEN de 1989, hubo de ponerse en práctica la misma política: el prorrateo de carteras entre grupos que pugnaban por obtener representatividad. Ese mecanismo, sin importar demasiado los progresivos cambios en el marco estatutario, continuaría determinando la integración de las directivas.

La distribución de cargos entre grupos ha condicionado también los puestos de elección pública.27 Desde 1991, primeros comicios federales a los que el PRD asistió, la cotización de estos puestos es comúnmente superior a la de las instancias internas. Titulares del CEN suelen abandonarlo por una diputación, senaduría o gubernatura. La dinámica aceleraría con el éxito electoral. Y su resolución correría a cargo de las corrientes. Son ellas, después de medir fuerzas, las que deciden cuántas candidaturas van a cada grupo.

26 Entrevista con Cuauhtemoc Cárdenas Batel (México, DF, abril 11, 2003), fundador del PRD y actualmente vicepresidente de la Fundación para la Democracia, Alternativa y Debate.

27 Entre diciembre de 2002 y abril de 2003, con motivo de la asignación de candidaturas para los puestos de elección en el Distrito Federal, la prensa consignó ampliamente la forma en que las corrientes perredistas repartieron entre sus miembros tales candidaturas. El procedimiento, pese a la intentona estatutaria de 2001 de bloquear el paso a esas prácticas, fue el mismo que el PRD ha experimentado a lo largo de su historia.

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Los cargos de gobierno, espacio que para el PRD se abre en 1997 con la victoria en el Distrito Federal,28 no escapan tampoco a la dinámica de los grupos. La operación es aquí un tanto distinta. El gobernador electo (pensemos en Cuauhtemoc Cárdenas) traslada del partido a la administración a quienes guardan identificación (y/o amis­tad) con él y que, en las gestas intrapartidarias, han mostrado un comportamiento favorable a sus posiciones.

La actuación de grupos en el PRD, así las cosas, determina el ascenso a sus instan­cias directivas. Esa la hipótesis que, tomando como materia de análisis las trayecto­rias de los dirigentes perredistas, trataremos de demostrar. Para ello es útil el siguiente método.

El procedimiento

Vale la pena, antes de exponer el método de trabajo adoptado, volver a recordar el objetivo de este capítulo: determinar si las trayectorias políticas de los dirigentes del PRD, más allá de sus datos reales y frecuencias en los cargos, ofrecen alguna secuencia o comportamiento regular que pudiera esclarecer el funcionamiento del club dirigente.

En la primera parte del texto afirmamos algo que retomaremos: en las trayectorias previas al PRD, dada la imposibilidad de clasificar sus cargos y jerarquías, pudo com­probarse en su gran mayoría la falta de un patrón de carrera. Su participación en el partido, como se desprende ello, obedeció al hecho de provenir de una organización afiliada. La obtención de puestos directivos, cosa muy distinta del simple acceso, parece ser producto también de ese criterio subjetivo por cuanto, según vimos ya, sólo en la minoría de casos los cargos anteriores podrían influir en los que después los individuos conseguirían en el PRD.

El centro de análisis, miradas atrás las militancias ex ante PRD, radica ahora entre 1989 y 2002, años en que la dirigencia del partido ha tenido tiempo de constituirse y apuntalar su funcionamiento. ¿Entre quienes la integran existe un patrón o secuencia jerárquica que suponga experiencia? ¿Los cargos superiores se alcanzan por adies­tramiento y capacitación? ¿Una senaduría, digamos, se consigue después de ideal­mente ocupar los puestos electorales previos (diputado local, presidente municipal,

28 El partido obtendría después las gubernaturas de Zacatecas, Baja California, Tlaxcala y Michoacán, pero el poder de atracción de estos puestos de gobierno será muy inferior al que ejercen los de la administración del DF.

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diputado federal)?29 Para observar esto organizamos cronológicamente nuestras fi­chas individuales: dispuestos así los cargos de los dirigentes, resulta posible estimar si hay secuencias o patrones en las trayectorias.

Una propuesta como ésta, usual en estudios sobre profesionalización de élites, enfrenta sin embargo problemas al analizar la composición de carreras de los dirigen­tes del PRD. En ellas es imposible dar con carreras específicas, esto es, trayectorias que pudieran distinguirse según los tres carriles en los que los individuos han gastado su tiempo: el ámbito partidista, el electoral y el administrativo. La estrategia por seguir, dejar que los datos hablen por sí mismos, impide hacer esa disección y traba­jar en tablas de puestos según ámbitos de formación. En el PRD, amén de los 39 dirigentes con dos o más cargos en el CEN, 55 han ocupado puestos de elección popu­lar30 y 27 han ejercido un cargo administrativo. La composición de carreras de estos dirigentes (cuadro 8) es así: a) partido-electoral: 30 individuos (42.85%); b) partido-electoral-administración: 19 individuos (27.14%); c) partido-administración: siete individuos (10%); d) electoral: cinco individuos (7.14%); e) oíros3'-partido-electo-ral-administración: cuatro individuos (5.71%);/) otros: tres individuos (4.28%); y g) partido: dos individuos (2.85%).

El grueso de las carreras, puede observarse, se concentra en la combinación de ámbitos, entre los cuales el partido y lo electoral reúnen casi 50%. A esa mezcla, las otras tres posibles aportan un idéntico 42.85% que, sumado al porcentaje partido-electoral, establece que prácticamente 86% de las carreras se mueve en cargos de distintos carriles. El resto, apenas 10 individuos, están en las carreras únicas: sólo partido, sólo electoral y sólo otros. Que no existan carreras exclusivamente adminis­trativas se explica porque hasta 1997 el PRD tiene esa ventana de oportunidad para sus militantes.

La escasa trayectoria electoral, por otra parte, es un ámbito que por definición no da para hacer una carrera en sí misma: la no reelección lo impide. De sus cinco casos, además, tres corresponden a gobernadores externos que sólo han tenido ese cargo en el PRD. Verdaderamente significativa, en cambio, es la pobreza de trayectorias con puestos restringidos al partido: sólo dos. La estructura partidista, ni en sus instancias

29 La metodología no es rígida: un individuo no tiene necesariamente que pasar por todos los nive­les anteriores al más alto, pero sí contar con una trayectoria que transite regularmente de uno a otro, sin saltos espectaculares.

30 De los 15 restantes que completan el universo de 70, seis han sido derrotados en las urnas, lo que reduce a sólo nueve el número de políticos que nunca han tenido una candidatura electoral en sus manos.

31 La categoría "otros" representa cargos que no corresponden a ninguno de los tres ámbitos más habituales.

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CUADRO 8. Composición de carreras en el PRD, 1989-2002

municipales, estatales o nacionales, parece así figurar como un espacio consolidado de adiestramiento.

El dominio del cruce partido-electoral, finalmente, se entiende en forma simple: hasta 1997 eran esas las dos posibilidades de carrera que el PRD ofrecía a sus miem­bros. ¿Cuál de estas áreas despertaba mayor interés en los dirigentes? Como una conjetura inicial, que demostraremos al determinar en cuál de estos carriles ocuparon más su tiempo y esfuerzo los individuos, nuestra hipótesis favorece a la carrera elec­toral.

Así las cosas, la composición de las carreras de los dirigentes del PRD desecha literalmente la propuesta original de profesionalización, esto es, la construcción de tres tablas de puestos que, por ámbitos, establecieran las secuencias ideales para después, comparados estos cuadros con las secuencias reales de los perredistas, apre­ciar el desorden y falta de lógica (la inexistencia de un patrón profesional) con el que se ocupan los puestos. La alternativa, aunque ciertamente riesgosa, no puede ser otra que el cruce de los ámbitos, es decir, elaborar un modelo propio de profesional de partido que permita encontrar un patrón real de carrera, dado que fue descartada ya la posibilidad de hallar un patrón ideal.

La tabla que a continuación se presenta (cuadro 9) jerarquiza los puestos por los que los individuos han desfilado. Fue construida precisamente atendiendo a los car­gos que conforman sus carreras. Para la jerarquización, buscando "controlar" la sub­jetividad, hemos tomado dos criterios: 1) los movimientos de las carreras, donde

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FISIONES Y FUSIONES, DIVORCIOS Y RECONCILIACIONES

C U A D R O 9. Tabla de puestos en el PRD

1. Electoral local

2. Partido local

3. Otros

4. Partido estatal

5. Legislador/Ejecutivo DF

6. Partido nacional

7. Administración

8. Legislador federal

9. Gobernador

10. Presidente del CEN

Diputado Presidente municipal Comité municipal Comité delegacional DF Asesor parlamentario Secretario particular Campañas electorales Institutos32

Órganos Nacionales Autónomos33

Comité estatal PRD-DF

Asambleísta Delegado Mesa Directiva Consejo Nacional Secretario CEN Subgabinete34

Secretarios de Gobierno Diputado Senador Mandatario estatal Dirigente nacional del PRD

Fuente: elaboración propia.

destaca, por ejemplo, la facilidad con la que un individuo renuncia al Comité Ejecu­tivo Nacional para ocupar un asiento de legislador federal; y 2) las entrevistas a actores perredistas a quienes se requirió su evaluación al respecto de las jerarquías. La tabla posee 10 lugares: el 1 como el menos importante y el 10 como la cúspide.

32 Instituto de Estudios de la Revolución Democrática (IERD). Instituto de Formación Política y Fundación para la Democracia, Alternativa y Debate. El PRD cuenta además con el Instituto de Desarro­llo Municipal y con la Fundación Heberto Castillo, espacios en los cuales nuestros dirigentes no han ocupado puestos.

33 Los Órganos Nacionales Autónomos son comisiones que resuelven asuntos específicos: Comisión de la Legalidad Interna, Comisión Nacional de Garantías y Vigilancia, Servicio Electoral Interno, etcétera.

34 Coordinadores, subcoordinadores, asesores, directores y subdirectores de programas de gobierno.

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Esta ordenación distingue entre los niveles de acción: el local, el estatal (donde el Distrito Federal es tratado con un énfasis particular) y un tercero que, aunque no estrictamente nacional (pues contemplamos ahí la administración de gobierno en la capital del país y la titularidad en las gubernaturas), sí corresponde a los estratos más cotizados dentro del partido. De los puestos 6 al 10 consideramos entonces que se mueven las posiciones directivas más influyentes sobre la vida perredista.

La tabla, aunque da cabida a todos los movimientos de las trayectorias, no puede empero ser rígida. Está construida sobre la generalidad de los cambios de puestos y la jerarquía que esto sugiere. Por ello, por ejemplo, lo electoral-local (donde sólo un individuo tiene esa experiencia) ocupa el sitio 1. Por ello también las secretarías del CEN están debajo de los puestos administrativos y legislativos, pues ha sido común renunciar al CEN por esas responsabilidades. Aunque escasos, hay desplazamientos que violentan esta jerarquía ("cada quien busca hacerse su carrera"): salidas de una posición 7 por un puesto 6 o 4, e incluso, traslados de una posición 8 a otra de clase 7. Con todo, la tabla permite ordenar, en el número más significativo de casos, el tipoy categoría de las rotaciones, cosa muy útil para descifrar la movilidad perredista. Digamos ahora algo relativo a la profesionalización y capacitación.

Profesionalización y capacitación son conceptos diferentes. El segundo puede ser una consecuencia del primero. En el PRD no ocurre, sin embargo, así. Si por profe­sionalización entendemos el cultivo de una disciplina específica, en este caso, la prác­tica de la política en los individuos, las trayectorias de los perredistas, dedicadas permanentemente al quehacer político, estañan indicando profesionalización. En el PRD, recurramos a Weber, sus dirigentes viven de la política por cuanto son políticos que aspiran al poder y seguramente disfrutan de su vocación. Para demostrar este hecho, la tabla de puestos permitirá observar la continua ocupación de los indivi­duos. Pero esa tabla, y en el fondo el sentido de los movimientos de los trayectorias, no arrojan como resultado la capacitación de los dirigentes.

La capacitación es distinta de la sola dedicación a un oficio. Como la definimos, la adquisición de habilidades para la ejecución competente de una actividad, implica adiestramiento, acumulación de experiencia y una formación especializada. Digá­moslo así: un dirigente del PRD designado como secretario del CEN, para satisfacer estos requisitos, debería cumplir antes con tareas de menor tamaño que justifiquen su ascenso. Pero esta característica no es una propiedad en las trayectorias que estudia­mos. Sin un patrón objetivo de carrera, la dinámica fraccional aparecerá como un factor explicativo de las designaciones: en el PRD, recordemos nuestra hipótesis, ope­ran más los compromisos y negociaciones entre grupos que la secuencia institucional de puestos. En las relaciones de los individuos con los grupos, y no en el tipo de trayectorias, está la variable que esclarece el reparto de las posiciones directivas.

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tincadas por valores las distintas posiciones, ya desde el primer puesto es posible observar el predominio en los niveles superiores (cuadro 11) y el subsecuente reciclamiento por el que esos niveles se conservan. Veamos, luego, el tipo de cargos con los que los individuos principiaron su historia perredista.

De los 70 dirigentes, 18 ingresan al PRD con un cargo electoral federal ganado en 1988. Otros ocho políticos comenzarán36 con puestos de esa especie en los siguientes años o legislaturas. Así, son 26 individuos (37.14%) los que inician con cargos elec­torales siempre superiores a la posición 5 (sólo dos arrancan ahí). Ningún caso, antes ni después, tendrá un puesto electoral menor, esto es, una diputación local.

Tenemos después 27 dirigentes (38.57%)37 cuya primera posición fue directa­mente el CEN, es decir, un puesto colocado dentro de los ámbitos nacionales en el lugar 6. De esta forma, los carriles partidista y electoral aparecen corno las entradas más recurrentes al PRD, cosa que no es sorprendente en sí misma sino por el hecho de que el inicio se haga, en el caso electoral de un puesto 5 para arriba, y en lo que toca al partido nunca por debajo de una secretaria en el CEN. La sumatoria entre estos dos ámbitos es de 53 individuos, el 75.71% del total. Tres cuartas partes de nuestro uni­verso, así las cosas, comienzan en el PRD, sin nada que lo preceda, como dirigentes encargados de puestos altos.

CUADRO 11. Primeros puestos de los dirigentes del PRD

Casos Electoral CEN Otros Comité Estatal Comité municipal Alcalde %

36 Estos políticos fungieron previamente en el partido como miembros del Consejo Nacional de 1989. El conjunto total de la muestra, de hecho, ha pasado en distintos momentos por este Consejo, espacio que no consideramos como un puesto jerárquico salvo en los casos que integran su Mesa Directiva.

37 Trece de estos 27, como muestra de una práctica originaria que se consolidaría, fueron legisladores electos en 1988 que, simultáneamente a su responsabilidad legislativa, tuvieron una cartera en el CEN.

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El 25% de las carreras restantes (17 casos), que más temprano que tarde ascende­rán también a los niveles superiores, ostentan como su primer puesto los siguientes:

a) Ocho individuos tendrán a su cargo una responsabilidad de la catalogada como "otros", resaltando tres (que son los que alcanzarán puestos electorales y par­tidistas de tipo nacional) que comenzaron como asesores parlamentarios.

b) Cuatro individuos asumen su primer puesto al frente de comités estatales, dosde los cuales (coordinadores del comité en el Estado de México) ascenderánmás velozmente.

c) Cuatro individuos inician con una experiencia de partido local, esto es, en co­mités municipales. Tres de ellos, no casualmente quienes ejercieron esa respon­sabilidad en el DF, llegarán luego a puestos de mucha mayor importancia.

d) Un caso, sólo uno, ocupó el nivel más bajo en nuestra escala: una presidenciamunicipal, cargo después del cual se convertirá inmediatamente en senador ysecretario del CEN.

De estas 17 trayectorias individuales, que originalmente tuvieron un puesto deba­jo del nivel 5, la mayoría saldrá (incluso ya a partir de su segundo cargo) de ese estrato inferior para disputar a los otros 53 dirigentes las instancias directivas más altas. Unos más que otros sabrán hacerse lugar en el reciclamiento.

En suma. Colocados inicialmente 75% de los individuos en niveles superiores y sólo 25% en casillas inferiores, las cifras confirman la inviabilidad de pretender en­contrar carreras que fueran ascendiendo gradualmente y que, en ese sentido, eviden­cien capacitación. Las posiciones directivas no se alcanzaron tras la acumulación de experiencia y adiestramiento. Por eso hemos tenido que crear nuestro propio modelo de profesional de partido: el de la tabla que mezcla, y jerarquiza entre sí, puestos y ámbitos. Hay, sin embargo, un asegún que debe contemplarse. Se podría pensar que el elevado número de comienzos en puestos altos se debe a un hecho coyuntura!: la fundación del PRD precisó de agrandar lo más posible sus instancias directivas. El CEN de 1989-1993, históricamente el que más secretarios tuvo (32 en total), cambió además entre 1989 y 1990 a buena parte de sus titulares.

Pero el asegún tiene salida: la dirigencia del PRD, como advertimos antes, ha sido resistente a la circulación. Sus miembros se reciclan. Los que se fueron del CEN en 1990, o los que culminaron su cargo electoral en 1991, volverán en un próximo pe­riodo a ocupar posiciones directivas en uno u otro ámbito. Algunos lo harán con mayor frecuencia. Tomando como base esa mayor o menor asiduidad a posiciones claves, agruparemos ahora la totalidad de las trayectorias en tres círculos: 1) las que nunca descendieron de los estratos superiores; 2) las que ocuparon puestos altos al-

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temando éstos con otros de menor rango; y 3) las que, aunque ejercieron posiciones directivas, la interrupción en sus trayectorias permite clasificarlas como desplazadas. Por círculos, distinguidos por el número y tipo de puestos, miraremos también la profe-sionalización y movilidad de los dirigentes.

Primer círculo de poder

Como todo partido, la dirigencia real del PRD se limita a un reducido número de socios. Para trazar ese círculo selecto recurrimos a estos criterios: 1) individuos que han ocupado la Presidencia y Secretaría General del CEN, así como las gubernaturas; 2) los que han sido en más ocasiones secretarios del CEN y legisladores federales; y 3)los que sin cumplir con estos requisitos son incluidos por su consabida influencia interna. Son 26 las trayectorias (de las 70 de nuestro universo) que, en virtud de estos elementos, estañan ubicadas en este círculo de poder (cuadro 12).

¿Qué característica guarda este conjunto? En primer lugar, leídas de manera hori­zontal las trayectorias que se exponen, el dominio de los puestos altos aparece como la propiedad más destacada. Sólo nueve, de estas 26 carreras, han tenido un cargo inferior a la categoría 5. De las 17 que han estado siempre por encima de ese nivel, 15 nunca descendieron incluso del 6. La ocupación de los estratos altos es además tem­prana; 24 individuos iniciaron con un cargo del 6 al 10. Este círculo concentra así las jerarquías superiores: presidentes del CEN (puesto 10), gobernadores (puesto 9), se­nadores y diputados federales (puesto 8), funcionarios de gobierno (puesto 7), secre­tarios nacionales del CEN (puesto 6) y, en menor número, asambleístas y delegados políticos en el DF (puesto 5).

La tendencia a acumular las posiciones más altas, nuestra idea de reciclamiento, es observable en el cuadro. La colonización de estas posiciones también es temprana: 16 individuos, de los 26 que comprenden este círculo, ya figuraban como secretarios del primer CEN constituido y ocho de ellos, además, compartían esa función con un escaño legislativo que habían obtenido en 1988. La tendencia, en efecto, consistía en reunir el mayor número de puestos, especialmente en las pistas electorales y partidis­tas (sólo siete aunaron a estos dos carriles la experiencia administrativa). Reflejo de esta dinámica es la siguiente clasificación.

a) Existen 11 trayectorias, las primeras de la tabla, con un mínimo de dos puestosen el CEN y dos cargos electorales,38 destacando algunas que combinan cinco

38 Nueve de estas 11 rebasan la frontera de dos secretarías en el CEN, esto es, tienen como mínimo tres de ellas.

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CUADRO 12.39 Trayectorias de los dirigentes del primer círculo

Casos individuales Tipos y valor de los puestos: Presidente del CEN (10); Gobernador (9); Legislador federal (8); Administración pública (7); Secretario del CEN (6); Legislador o Delegado DF (5); Comité

estatal (4); "Otros " (3)

Tipología: dSenador ~/~~]lndica renuncia al puesto

6 Secretario General del CEN

Fuente: elaboración propia.

39 Los renglones del cuadro representan las trayectorias personales y su secuencia de puestos. En el caso individual 1, por ejemplo, su primer cargo fue nivel 6, el segundo de 8, el tercero de 6, y así sucesivamente.

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ral. El CEN, salvo en aquellas trayectorias interesadas en su presidencia y secretaría general, cumpliría así con una función de trampolín hacia niveles más altos.

La movilidad

La movilidad en el primer círculo se halla prácticamente restringida a los niveles superiores, cuyo radio va desde las secretarías del CEN hasta la presidencia del mis­mo, pasando por los puestos de gobierno, las diputaciones federales, senadurías y gubernaturas. Sólo nueve trayectorias tuvieron alguna vez cargos inferiores a éstos. Son, de esta forma, 17 los casos que tienen como rango mínimo una cartera en el CEN. A un nivel exclusivamente nacional, la mayoría de estas carreras se han deslizado de una posición a otra.

La movilidad, si intentáramos calificarla como ascendente, descendente u horizon­tal, tendría aquí una tendencia claramente ascendente. Expresemos esto con cifras:

a) Ocho individuos ascienden siempre, todos de forma veloz, con la excepciónde un caso que tuvo tres rangos iguales antes de deslizarse hacia arriba.

b) 12 individuos sólo tienen un descenso, inmediatamente del cual, en nueve deestos casos aparece un nuevo puesto que lo remonta. Tres de estas trayectorias,en su siguiente cargo al que puede considerarse como descendente, repiten surango (el CEN) hasta en tres ocasiones antes de saltar a estratos superiores,concretamente, a los legislativos. Su movilidad ascendente es así acompañada por desplazamientos horizontales que, impidiendo volver a sufrir un descen­so, cubren el tiempo que corre entre sus ascensos.

c) Sólo seis trayectorias tienen dos descensos, cifra que, sin embargo, es engaño­sa: dos de estas carreras, según nuestra escala, estarían incurriendo en un mo­vimiento descendente al pasar de legisladores federales a secretarios del CEN,lo que no es tan exacto, pues este traslado al CEN ocurre como consecuenciade su coordinación parlamentaria ganada en el plano electoral. En las otrascuatro trayectorias, las que en realidad sí registran dos descensos, éstos pare­cen ser poco importantes: tres, en su primer movimiento descendente, pasande una diputación federal a un cargo electoral en el DF y sólo una a un comitéestatal. Estas cuatro carreras superan en su siguiente puesto ese descenso,para después tener otro igual o menos importante que el primer resbalón: de lapresidencia o secretaría general del CEN (en los dos primeros casos) a unacartera en ese mismo órgano, y de una diputación federal (en los dos restan­tes) a una posición en el CEN.

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La movilidad en este primer círculo presenta señas que la definen, pues, como ascendente. Gráficamente puede observarse esto en los cuadros 13 y 14, que visualizan las cifras que ya hemos referido y presentan, a partir de los puestos de origen de estas 26 trayectorias, los rangos a los que ascendieron en sus movimientos más importantes.

CUADRO 13. Movilidad del primer círculo de dirigentes

Individuos Sólo ascienden 1 descenso 2 descensos %

Fuente: elaboración propia.

La lectura del cuadro que antecede estas líneas, si tomamos la primera columna de la izquierda como la de los rangos de origen, nos informa lo siguiente. De las 26 trayectorias sólo dos tuvieron como puesto de origen uno por debajo de los cargos en el CEN (nivel sexto). Las dos alcanzaron el rango 8, una de ellas incluso con la res­ponsabilidad de coordinar los trabajos parlamentarios en la Cámara de Diputados. El

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rango 6 fue el inicio de ocho trayectorias: seis consiguieron (tres como senadores y dos de éstas como diputados federales y senadores) ascender a puestos federales de elección; una alcanzó el rango 9 y otra el 10. De las 12 que comenzaron con un nivel 8, seis repiten la experiencia legislativa en una o dos ocasiones más tras haber perma­necido casi siempre como secretarios del CEN; otras cuatro llegaron a la presidencia del partido y sólo un caso, con dos experiencias consecutivas en la administración de gobierno del Distrito Federal, tuvo como rango más alto el 7. Los que iniciaron con rango 9 ahí permanecen actualmente: son los tres gobernadores externos a los que ya hicimos antes alusión. Finalmente, la trayectoria que arrancó directamente en el ran­go 10, sin otro puesto de por medio, alcanzó en su siguiente movimiento el rango 9, es decir, el más importante en la esfera electoral (gobernador).

Pongamos ahora nombres y apellidos a estas trayectorias que hasta este momento han sido sólo números y desplazamientos. Para hacerlo seguiremos exactamente la misma clasificación con que ordenamos antes estas carreras.

1. Las que acumulan simultáneamente las mayores frecuencias como secretarios del CEN y legisladores federales: son 11 las carreras que cumplen con un mínimo de dos puestos en estos dos ámbitos. La autoridad de estos dirigentes es resultado preci­samente del monopolio de los puestos partidistas y electorales más encumbrados. Raymundo Cárdenas, Rosa Albina Garavito, Amalia García, Pablo Gómez, Ifigenia Martínez, Porfirio Muñoz Ledo, Jesús Ortega, Roberto Robles Cárnica, Saúl Esco­bar, Pedro Etienne y Carlos Navarrete estarían colocados aquí.

Dentro de este conjunto, cuatro han sido presidentes del CEN (otros tres fueron candidatos derrotados en su intento de conseguirlo), dos más fueron secretarios ge­nerales de esa instancia (dos, aparte de éstos, lo han sido recientemente, es decir, fuera de nuestro periodo de estudio) y otros dos fungieron en distintos momentos como coordinadores parlamentarios. Su incidencia electoral es igualmente importan­te: todos han sido (en dos y hasta tres ocasiones) legisladores federales, alcanzando siete de ellos el rango de senador. Cuatro además han incursionado también en la responsabilidad administrativa.

Traigamos a colación un ejemplo que refleja perfectamente el dominio que estos políticos han ejercido sobre los estratos superiores, especialmente los referidos a los carriles partidistas y electorales. Amalia García Medina, ex militante del PCM, se ocupa entre 1988 y 1994, primero como diputada federal y después como asambleís­ta del DF, de responsabilidades legislativas; en 1993, sin concluir todavía su labor parlamentaria, ingresa al CEN donde permanece en distintas carteras hasta 1999; dos años antes de esa fecha había ya conseguido su tercer puesto electoral, una senaduría a la que renunció en 1999 para hacerse cargo de la presidencia nacional del partido durante los siguientes tres años. En 2003, para no romper con la tradición, Amalia

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García figura como diputada federal y después, en 2004, como candidata a goberna­dora en Zacatecas.

2. Las trayectorias con énfasis partidista y/o electoral: son los cuatro casos decarreras que, en demérito de un ámbito, han concentrado la acumulación de sus pues­tos en otro: o cuatro secretarías en el CEN y una sola responsabilidad electoral, o bien tres cargos legislativos y sólo uno en el CEN. Gilberto Rincón Gallardo, Mario Saucedo, Camilo Valenzuela y Cristóbal Arias estarían en este bloque. Mario Saucedo, titular en el CEN de 1989 a 1999 (entre 1993 y 1996 sena su secretario general), y senador a partir de 1997, representa el comportamiento de estas trayectorias. Secretario del CEN para el periodo 2002-2005, Saucedo Pérez fue también en 2003 candidato a una diputación federal.

3. Las carreras electorales: Lázaro Cárdenas Batel, Leonel Cota Montano, Ricar­do Monreal Avila y Alfonso Sánchez Anaya, actuales gobernadores, tienen sólo pues­tos electorales, siendo Cárdenas Batel el único que antes de su llegada a la gubernatura recorrió una diputación federal y una senaduría bajo las siglas del partido.

4. De las últimas siete trayectorias, tres acumulan puestos esencialmente en elDistrito Federal. Martí Batres, Rene Bejarano y Dolores Padierna tienen carreras donde predominan cargos partidistas, electorales y hasta administrativos en el DF. A partir de ellos han alcanzado los estratos nacionales, ya para permanecer ahí o ya, en el caso de su vuelta a un puesto en la capital, para preparar un nuevo salto al área electoral federal. Dolores Padierna, como ejemplo de esta práctica, renuncia no hace mucho tiempo a su puesto como delegada política de gobierno en el DF no sin otro motivo que ganar en 2003 su segunda diputación federal. Como en el caso de los gobernadores, estas tres trayectorias han estado ausentes de la dirigencia formal del partido. Con todo, dado el tipo estratégico de sus posiciones, estos dirigentes gozan de influencia en las decisiones más importantes en el PRD. Martí Batres, con apenas una cartera en el CEN, ilustra este comportamiento: asesor parlamentario entre 1991 y 1994, para 1993 Batres Guadarrama comienza su participación en el PRD-DF, espacio que abandona para convertirse en asambleísta y coordinador de la bancada parlamen­taria en el Distrito Federal entre 1997 y 2000, año en el que tras su elección como diputado federal se encarga también de la dirección de los diputados perredistas; sólo entonces, y en virtud de su ascendencia electoral, Batres ingresa al CEN en su papel de coordinador parlamentario. Próximo a agotar su segundo periodo legislativo, en 2003 Martí Batres tiene ya puesto y oficina en la administración capitalina.

Rosario Robles y Jesús Zambrano, a la postre presidenta del CEN y candidato (por segunda vez) a la gubernatura de Sonora, desarrollaron antes de 2002 una trayecto­ria que conjugó los ámbitos partidista, electoral y administrativo. Robles Berlanga, como es sabido, fue la primera secretaria de gobierno del PRD en el DF, puesto des-

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CUADRO 19. Movilidad del tercer círculo de dirigentes

individuos Sólo asciende 1 descenso 2 descensos Quedan igual Sólo Fuera del {17 en total) descienden partido

5 X4 X2 X2 X2 X2 X

Fuente: elaboración propia.

Cuadro 20. Movilidad por rangos del tercer círculo

M: carreras marginadas Fuente: elaboración propia.

quías 7 y 8. De las trayectorias que arrancaron con rangos 6 y 8, en cambio, cinco de

ellas han sido afectadas por la marginación de sus posiciones y una más se encuentra

ya fuera del partido. Razones políticas, estrictamente relacionadas con la disputa de

grupos al seno del PRD, explican estos movimientos aparentemente contradictorios.47

47 El conjunto total de políticos del tercer círculo es el siguiente: Jorge Alcocer, Ignacio Castillo Mena, Cuauhtemoc Cárdenas Batel, Imanol Ordorika, Marco Rascón, Antonio Santos, Raúl Álvarez Garín, Rodolfo Armenia, Graco Ramírez, Hortencia Aragón, Miroslava García, Carlos Imaz, Asa Cristi­na Laurel!, Ernesto Navarro, Reynaldo Rosas, Raquel Sosa y Gregorio lirias.

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Círculos y corrientes

Si no hay razones profesionales que expliquen la fortuna de los dirigentes, ¿cuál es entonces la causa de sus promociones o desapariciones? En los tres círculos directi­vos, según fue analizado, los ascensos no ocurren después de recorridos por cargos inferiores ni los desplazamientos aparecen por obra de descensos graduales. En uno y otro caso lo que hay son movimientos abruptos. Un alcalde alcanza inmediatamente después una senaduría y un secretario del CEN, aparentemente en las mejores condi­ciones para escalar rangos, no vuelve a conquistar ninguno. La evidencia empírica favorece así nuestra hipótesis: los grupos internos, repelentes a la experiencia objeti­va y capacitación, son la variable que explica la integración y funcionamiento de la dirigencia del PRD.

En capítulos previos hemos identificado a los dirigentes según los grupos en los que incursionan para competir por el poder interno. De ese mismo modo, cuando mostramos la constitución del CEN por corrientes, quedó asentado en las elecciones directivas cuáles son los grupos con mayor fuerza. Sin repetir lo que fue ya detallado, miremos simplemente cómo la conformación de las esferas de poder depende del grupo al cual se pertenece.

En el primer círculo, lejos de la casualidad, están los líderes de corrientes que han sido en distintas etapas las más fuertes: Porfirio Muñoz Ledo (Arco iris), Mario Saucedo (Trisecta), Pablo Gómez (ex PCM), Cristóbal Arias (Cambio Democrático), Rene Bejarano (CID), Jesús Ortega (Nueva Izquierda), Amalia García (Foro Nuevo Sol), Rosa Albina Garavito (Convergencia Democrática) o Rosario Robles (A Pleno Sol y Rege­neración). Quienes acompañaron a estos dirigentes en su búsqueda del poder interno se han visto beneficiados por el reparto de posiciones: Ifigenia Martínez (Porfirios), Raymundo Cárdenas y Gilberto Rincón Gallardo (Foro Nuevo Sol), Pedro Etienne, Carlos Navarrete y Jesús Zambrano (Nueva Izquierda), Martí Batres y Dolores Padierna (CID), y Saúl Escobar y Camilo Valenzuela (Trisecta). Aliados de Cárdenas (Roberto Robles Garnica y Lázaro Cárdenas Batel) se hallan también aquí. Tres go­bernadores externos (Leonel Cota, Ricardo Monreal y Alfonso Sánchez), por el peso de su cargo, tuvieron paso automático a este círculo. Y finalmente, Cuauhtemoc Cár­denas y Andrés Manuel López Obrador no podrían estar en otro lugar.

Por corrientes puede comprenderse también la conformación del segundo círculo. Aquí están líderes marginados como Heberto Castillo (Cambio Democrático); miem­bros de grupos que han ido debilitándose (Jesús Zazueta, Cívicos); dirigentes de fracciones minoritarias (Félix Salgado y Héctor Sánchez, Misol); personajes repre­sentativos del liderazgo cardenista (Adolfo Gilly, Leonel Godoy o Ricardo Pascoe); o políticos que, dentro de los grupos fuertes, no son sus cabezas sino su cuerpo: Rene

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Arce, Laura Itzel Castillo, Alejandro Encinas, Javier González o Jorge Calderón (Nueva Izquierda); Demetrio Sodi (Foro Nuevo Sol); María Rosa Márquez y Armando Quin­tero (CID); o Ricardo Valero (Arco iris).

La integración del tercer círculo, igualmente, permite explicar el destino de sus personajes de acuerdo con un grupo. Como advertimos en su momento, existen aquí alianzas desafortunadas y fructíferas. Por las primeras, políticos como Raúl Alvarez Garín y Marco Rascón, tras participar originalmente en la corriente Arco iris y ser secretarios del CEN y diputados federales, fundaron con otros militantes la fracción Garines, de poca suerte en sus intentos por ganar posiciones. Otros desplazamientos tienen causas particulares: Jorge Alcocer, del grupo de los moderados cuando la divi­sión del partido confrontaba a radicales y flexibles, abandona el PRD aduciendo pre­cisamente la exclusión de los segundos; Ignacio Castillo Mena se va por razones más simples: acepta una embajada que le ofrece el gobierno.

Los ejemplos de carreras que muy recientemente se colocaron en puestos directi­vos deben también su ascenso a relaciones grupales y/o personales: Hortencia Aragón (por primera vez diputada federal en 2000) y Reynaldo Rosas (otrora asesor de regidores del municipio de Toluca) ocupan el CEN en 1999, cuando ante la necesidad de integrar una dirigencia interina la designación de Pablo Gómez como presidente de ese órgano ayuda a entender la presencia de ex comunistas que no habían sido antes secretarios: Aragón, Rosas, Uuc-kib Espadas, Gerardo Unzueta, Juan Luis Concheiro, Margarito Ruíz y Ramón Danzós.

En otros casos, como el de Carlos Imaz, existen relaciones personales que impul­san sus ascensos: Imaz, promotor del partido en sus épocas de estudiante en California (EU), aparece en 1997 como funcionario capitalino y en 1999 como presidente del PRD-DF gracias al apoyo de Cuauhtemoc Cárdenas (a quien debe su designación ad­ministrativa) y de Rosario Robles, quien promueve su llegada al PRD de la Ciudad de México. Cercanos a partir de la huelga de la UNAM en 1986 (en la que Imaz Gaspert era dirigente del CEU y Robles Berlanga, como secretaría del STUNAM, comunicaba a estas dos organizaciones), Imaz coordinará en 2002 la campaña de Rosario Robles por la presidencia del CEN.

En suma. Profesional, por cuanto sus integrantes están dedicados de tiempo com­pleto al partido, la dirigencia del PRD es además una coalición con niveles relativa­mente satisfactorios de estabilidad. Fraccionada, pero no fracturada, ha sufrido la pérdida de cuadros valiosos, pero estas deserciones no dejan de ser individuales: Jorge Alcocer, Ignacio Castillo Mena, Roberto Robles Garnica, Gilberto Rincón Ga­llardo, Porfirio Muñoz Ledo, Ricardo Valero y Ricardo Pascoe (quien sale del parti­do tras aceptar ser embajador en Cuba por el gobierno foxista, La Jornada, diciembre 16, 2000). Sostenida, ciertamente, sobre equilibrios que en 1999 demostraron su con-

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dición trágica y frágil, la dirigencia del PRD, a pesar de sus más sonados y severos desajustes, es una coalición dominante que ha logrado mantenerse alejada de las rupturas. Con procedimientos formales deficientes, pero con reglas informales que estimulan el consenso a partir de la negociación de espacios entre grupos,48 la dirigencia perredista es así de fisiones y fusiones, divorcios y reconciliaciones. (ver también)

Profesionalización ^ Capacitación

Hemos visto hasta ahora que los dirigentes del PRD constituyen una clase de políticos ocupados y preocupados. Ocupados en puestos de distinta especie, y preocupados por mejorar sus posiciones apenas sea esto posible. Aun los individuos colocados en el tercer círculo, concretamente los considerados como de reciente inclusión, conta­bilizan dos o tres cargos secuenciales; algunos pasando del partido al espacio admi­nistrativo y otros dejando el CEN para hacerse legisladores federales.

La movilidad, entendida como el paso de un puesto a otro, es preponderantemente ascendente en las trayectorias que fueron recolectadas y analizadas. Estas carreras sufrieron caídas, pero el secreto de su estancia en los altos niveles ha consistido en su capacidad para remontar velozmente los descensos. En la rueda de la fortuna y de los puestos, es de entender que no todos en todos los concursos salgan premiados, pero lo que llama la atención es que en el PRD los derrotados puedan bien pronto recon­quistar posiciones. Derrotados, por supuesto, entre comillas: quienes tienen carteras en el CEN y no consiguen ganar un asiento parlamentario continúan en ese órgano en espera de cumplir su arribo al Congreso; quienes dejaron funciones legislativas, y no pudieron saltar directamente a otro cargo de elección popular, recaen en el CEN al que otrora permanecían. Ese vaivén, al menos en el primer círculo de dirigentes, es un patrón atestiguable.

La esfera administrativa del Distrito Federal, para quienes no se mueven con fre­cuencia y facilidad entre el CEN y lo electoral, ha representado una nueva manera de mantenerse activos. A ella llegaron, más allá de los casos explicables por relaciones afectivas, trayectorias menos consolidadas en lo partidista y parlamentario. De re­ciente juego, otras carreras accedieron al gobierno capitalino desde sus pocas y me­nores responsabilidades. En uno y otro caso su desplazamiento al DF fue un ascenso.

48 En virtud de esa negociación de espacios, donde los grupos acuerdan un reparto de poder que conserva la estabilidad, 49 individuos, de nuestro universo de 70, para el año 2003 tienen asegurado un cargo que, en algunos casos, podría prolongarse hasta el año 2006 o 2008. Ver Anexo III.

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FISIONES Y FUSIONES, DIVORCIOS Y RECONCILIACIONES

En uno y otro caso su movilidad no fue producto de la acumulación de experiencia. Profesionales, los cuadros que escalan las posiciones directivas no lo han hecho gra­cias a una carrera centrada en las labores para las que fueron promovidos. Digamos esto más claro: los secretarios de gobierno no tienen una trayectoria administrativa,

j ningún secretario de prensa del CEN es especialista en el tema de medios, ningún diputado federal pasó primero por puestos locales de elección popular.

Profesionalización y capacitación, como afirmamos ya hace una cuantas páginas, son conceptos tendencial, pero no necesariamente subsecuentes. Por profesionalización aludimos a la práctica constante de una disciplina, en este caso, la militancia política. Los dirigentes del PRD la ejercen plenamente. Sus carreras revelan una sumatoria de puestos cuyo ejercicio supone una dedicación absoluta. Estos dirigentes, es además conocido, buscan con vehemencia hacerse de posiciones. Ocupados, preocupados y hasta enfrentados por los puestos, practican la política, luchan o acuerdan sobre ella, y dependen de sus suertes. Son políticos que viven por y del PRD, que profesionalizan su actividad alternando los cargos en el partido con los electorales y, en un segundo plano, agregando a esa mezcla las tareas administrativas. Pero que sean profesionales del oficio no garantiza que sean también las personas más capacitadas para los pues­tos por los que mucho se afanan.

Lo que ahora observaremos es justamente cómo la profesionalización, en el caso perredista, está disociada de la capacitación: sus dirigentes no llegaron a las posicio­nes más altas después de acumular adiestramiento y experiencia en responsabilidades inferiores. La consideración, estamos conscientes, acusa un exceso de normatividad: la propuesta implica que los ascensos sean regulares, pautados y hasta secuenciales. Con todo, este argumento nos permite fortalecer la idea de reciclamiento, y no circula­ción, de la clase dirigente.

Presidentes del partido

En la estructura del PRD el cargo de presidente del CEN es el más cotizado. Por su disputa, el partido ha sido lugar de acalorados enfrentamientos entre corrientes. Mire­mos las trayectorias perredistas de quienes ocuparon este puesto. En el cuadro 21, leídas de manera vertical, se presenta la secuencia total de puestos de estos personajes.

¿Qué indican las carreras de estos políticos? En primer lugar, el dominio de los ex priístas sobre el partido en sus primeros 10 años: Cuauhtemoc Cárdenas, Roberto Robles Garnica, Porfirio Muñoz Ledo y Andrés Manuel López Obrador dirigieron el CEN entre 1989 y 1999. El liderazgo de Cárdenas no necesita mayores explicaciones. La pertenencia de Roberto Robles Garnica al grupo entonces dominante (la CD del

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CUADRO 21. Trayectorias de los presidentes del CEN

Cárdenas Garnica * Ledo Obrador Gómez * García Robles

10 8' 8' 6 8 8 6 9 6 6 4 6 5 8

10 10 10 5 6 6 6 8 9 6' 6 7 8 6 6

8 10 6

6 8'

10

9 10

Tipología: 4: comité estatal 6: Srio. CEN 8: diputado federal 9: gobernador * Presidentes interinosFuente: elaboración propia.

5: asambleísta DF 7: administración DF 8': senador 10: presidente CEN

PRl) y el apoyo de Cárdenas a su postulación (Robles Garnica ganó el puesto a Saúl Escobar, de la izquierda social), hacen entendible su llegada. En el caso de Porfirio Muñoz Ledo, su propio capital político (una larga experiencia acumulada en el PRI), el respaldo de Cárdenas y especialmente el de una amplia alianza entre los grupos (la corriente Arco iris), determinó su asunción. Con López Obrador, el priísta menos experimentado de los cuatro, las fracciones que sostuvieron su candidatura aparecen más claramente como la razón de su triunfo.

Veamos, en segundo lugar, lo que más nos interesa: las trayectorias en el PRD. Los siete (sumando a Pablo Gómez, Amalia García y Rosario Robles), miembros del primer círculo de poder, han ocupado exclusivamente puestos altos. Sólo López Obrador (quien, interesado en su segunda candidatura como gobernador en Tabasco, ocupó la presidencia en ese estado) tiene un cargo por abajo del nivel 5, esto es, uno distinto de la estructura del DF y los ámbitos federales. La posición 5, por cierto, apenas existe en dos trayectorias. El ejercicio de los rangos 6 al 10 es, pues, lo predominante.

En el modelo de político profesional del PRD, quien asciende a las instancias di­rectivas no precisa acumular experiencia en cargos inferiores. Esta conclusión es más evidente si miramos las carreras de los presidentes entre 1999 y 2003, esto es, 10

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años después del nacimiento del PRD. Rotando del CEN a la esfera electoral, y sólo en un caso a la zona administrativa, Pablo Gómez, Amalia García y Rosario Robles obtuvieron la dirección. Sus patrones de carrera, más allá de revelar su permanencia en el centro político del partido, no incluyen tareas de base o estatales. Sus ascensos, sin ese factor de por medio, estuvieron determinados por la correlación interna de fuerzas entre los grupos.

Los coordinadores parlamentarios

Los tres últimos coordinadores de diputados federales son otro ejemplo de que la

profesíonalización y capacitación no suceden juntas en el PRD.49 Entre 1996 y 1997

Pedro Etienne tuvo esa responsabilidad, Porfirio Muñoz Ledo la asumió en 1997-

1999 y, finalmente, de 2002 a 2003 recayó en Martí Batres. Veamos, pero ya sin núme­

ros (cuadro 22), sus trayectorias y apreciemos la inexistencia de un perfil objetivo.

CUADRO 22. Trayectorias de coordinadores parlamentarios

Pedro Etienne Porfirio Muñoz Ledo Martí Batres Acción Electoral CEN (90-93) Secretariado Nacional (88) Asesor legislativo (91-94) Presidente PRD-Tam. (91-93) Organización CEN (89-90) Srio. Ecología PRD-DF (93-95) Diputado federal (94-97) Programas CEN (90-93) Srio. Electoral PRD-DF (95-97) Coordinador Dip. (96-97) Presidencia CEN (93-96) Coordinador ALDF (97-99) Subsecretario Coord. Coordinador Dip. (97-99) Coordinador Dip. (00-03) Metropolitana GDF (97-99) Renuncia (1999) Subsrio. Gob. DF (2003) Campaña presidencial (99-00) Candidato Pdte, PARM (2000)

Fuente: elaboración propia.

49 Sí vamos más atrás, nuestra impresión se reafirma: el primer coordinador fue Ignacio Castillo Mena, quien tuvo ese puesto como reflejo del dominio priísta. La segunda coordinación fue para Rosa Albina Garavito, que nunca antes había tenido un puesto legislativo, pero que llegó a ese cargo por el avance de la izquierda social. Muy poco tiempo dura ahí. Con la llegada a la presidencia del partido de Porfirio Muñoz Ledo fue relevada por Ricardo Valero, cercano a la línea moderada de Muñoz Ledo. Lo que hay detrás de estas nominaciones es una disputa de grupos por asegurarse que esa responsabi­lidad quede en manos de uno de sus integrantes. Ello parece sacar del área de las designaciones la capacitación: quien es designado no es el personaje con la trayectoria más idónea, sino quien repre­senta el mejor "equilibrio político'1.

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La secuencia institucional de puestos no es, como puede observarse, una caracte­rística en estas trayectorias. El trabajo partidario de Muñoz Ledo, la carrera más consolidada, no está presente ni en Pedro Etienne ni en Martí Batres. Muñoz Ledo, debe recordarse además, asume la coordinación de diputados después de haber sido derrotado en sus aspiraciones de ser candidato a la Jefatura de Gobierno del DF. Se trata, luego, de una compensación, cuyos efecto positivo fue retrasar su salida del PRD. Pedro Etienne, por su parte, llegó en 1990 a la secretaría electoral del CEN como consecuencia de las remociones que sacaron a Porfirio Muñoz Ledo de ese espacio. La razón: un golpe cardenista para asegurarse el mando en ese órgano. Etienne Llano relevó entonces a Gilberto Rincón Gallardo, un cuadro con mucha mayor experiencia en la cartera electoral, pero desafecto también al liderazgo cardenista. No hay des­pués de eso mucho que contar en la trayectoria de Pedro Etienne, salvo elucubrar que su designación como coordinador de diputados obedece a su apoyo a la llegada de López Obrador a la presidencia del CEN, y su arribo al gobierno del DF a su identifica­ción con Cuauhtemoc Cárdenas (Etienne renunciaría a su puesto administrativo para formar parte del tercer comité presidencial de campaña cardenista).

La trayectoria de Martí Batres es igualmente explicable por relaciones de grupo. Tras desempeñar cargos menores y sin ninguna relación entre ellos (de lo ecológico a lo electoral en el PRD-DF), Batres Guadarrama coordina la bancada perredista en la ALDF, un puesto considerablemente importante. Su acceso a tal responsabilidad es curioso: el cargo era originalmente para Rene Bejarano, quien quedó fuera porque al ganar el PRD 38 de los 40 distritos locales, el partido no tuvo derecho a diputados de representación proporcional, listado plurinominal en el que Bejarano ocupaba los primeros lugares (Sánchez 2001). Martí Batres, parte del grupo de Bejarano Martínez (Corriente de Izquierda Democrática), entró en sustitución y representación de aquél. De ahí a su actual puesto, habida cuenta de la formación de una nueva corriente (A Pleno Sol) de la cual Batres es cercano, media precisamente una historia de fraccio­nes en competencia.

La acción de grupos, y no la posesión de un cierto tipo de carrera, es lo que determina el ascenso de estos individuos a las coordinaciones de las bancadas parla­mentarias. La conclusión es extensiva a los coordinadores del Senado. Los tres últi­mos personajes encargados de este puesto han sido Jesús Ortega (2000-2006), Ernesto Navarro (1997-1999) y Héctor Sánchez (1994-1997). A la larga y trabajada carrera de Ortega Martínez anteceden trayectorias más discretas y desiertas: Ernesto Nava­rro fue un candidato externo del partido en 1994 que, una vez senador, obtuvo ese puesto después de que Héctor Sánchez (con apenas una alcaldía en su curriculum perredista antes de su llegada al Senado) lo abandonara para intentar ser gobernador de Oaxaca. Navarro (miembro de la corriente Nueva Izquierda) y Sánchez (de los

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grupos COCEI, Trisecta y Misol) cuentan con más razones grupales que profesionales que expliquen sus ascensos.

Los gobernadores

Los gobernadores son un ejemplo concluyeme de lo prescindible que resulta un pa­trón institucional de carrera para ganar un alto puesto. De los cuatro ejecutivos esta­tales del partido,50 tres han sido candidatos salidos del PRI, esto es, políticos sin ningún antecedente perredista. Sólo uno de ellos, Lázaro Cárdenas Batel, tuvo dos puestos electorales (diputado federal entre 1997 y 2000 y senador en 2000 y 2001 )51 antes de llegar a la gubernatura, pero en ningún momento alguna responsabilidad dentro del partido. Con una injerencia crucial en el quehacer perredista, estos gobernadores deben su poder interno a una estrategia de alianzas que ha hecho notable la poca importancia de contar con carreras consolidadas y especializadas en las funciones que se desempeñan.

Los secretarios de gobierno

Quienes han ocupado un puesto de gobierno en las administraciones del PRD tienen en general las más disímbolas trayectorias (cuadro 23). Ilustraremos esto con cuatro políticos, dos que llegaron al gobierno del Distrito Federal con Cuauhtemoc Cárde­nas y otros dos que lo hicieron con Andrés Manuel López Obrador. Los ejemplos, a su manera, son representativos de designaciones donde el elemento determinante es o bien una lealtad consolidada (Buenrostro y Laurell), posiblemente en tránsito de consolidarse (Sosa), o un cálculo e interés circunstancial (Bejarano). Veamos sus carreras.

50 No contamos aquí a Andrés Manuel López Obrador, Jefe de Gobierno del Disirito Federal, de quien hemos hablado en el apartado de los presidentes del CEN.

51 Hijo de Cuauhtemoc Cárdenas Solórzano, el caso de Lázaro Cárdenas Batel suele ser usado como evidencia del peso de las relaciones familiares en el PRD. Cárdenas Batel, si bien cuenta a su favor con el apellido, ganó sus cargos electorales mediante el sistema de mayoría relativa. Para otros dirigentes, conec­tados entre sí también por parentescos y cuyos puestos electorales han sido por la vía plurinominal, la acusación es quizá más exacta. Como sea, sin perfiles institucionales de carrera, las relaciones familiares lucen como un factor que obstaculiza las posibilidades de la dirigencia del PRD de aparecer como obje­tivamente capacitada.

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LA DIRIGENCIA DEL PRD: SU INTEGRACIÓN Y FUNCIONAMIENTO

CUADRO 23. Trayectorias de funcionarios de gobierno

Rene Bejarano Asa Cristina Laurell Diputado federal (1991 -1994) Asesora parlamentaria (1992-1997) Presidente PRD-DF (1993-1996) Vicepresidenta Consejo Nacional (1993-1996) Director General de Gobierno GDF (1997-1999) Estudios y Programas CEN (1996-1999) Renuncia (1999) Coordinadora campaña L. Obrador (2000) Diputado DF (2003) Secretaria de Salud GDF (2000)

César Buenrostro Raquel Sosa Elizaga Sin coordinación específica CEN (1989-1990) Militante (1989-1997) Equipo campaña presidencial (1993-1994) Formación Política CEN (1997-1999) Secretario de Obras GDF (1997-2000) Directora Instituto Formación (1997-1999)

Secretaría de Desarrollo Social GDF (2000)

Fuente: elaboración propia.

César Buenrostro guarda una vieja amistad con Cuauhtemoc Cárdenas52 y es parte de ese grupo de personas que ha venido trabajando con él desde por lo menos 30 años atrás. Buenrostro, no en balde, fue parte del equipo de campaña presidencial de 1994, un comité caracterizado por su cercanía y confianza con Cárdenas (Aguilar Zínzer 1995). Asa Cristina Laurell, tras apoyar la candidatura de López Obrador a la presiden­cia del CEN y ocupar gracias a ello su primer cargo en este órgano, coordina la campaña de éste al Gobierno del Distrito Federal, responsabilidad que difícilmente se concede a quien no sea de todas las confianzas. De ahí al gobierno capitalino su paso es natural. Raquel Sosa, quien debe también su primer puesto en el CEN a la dirección de López Obrador, se traslada con él al Gobierno del DF. Son, en su caso, siete años de trabajo conjunto con López Obrador.53 El caso de Rene Bejarano, inexistentes los vínculos que en los nombramientos anteriores sí son ubicables, y dada la magnitud de su tarea en e) gobierno de la Ciudad de México, obedece muy probablemente a una alianza estratégica fundada en la injerencia capitalina de Bejarano Martínez.54

52 La documentación de esta relación puede encontrarse en las distintas biografías que existen sobre Cuauhtemoc Cárdenas Solórzano. Cfr. Taibo II (1994), Fortson (1997) y Ascensio (2000).

53 La relación Sosa-Obrador, aunque no confirmada (con la funcionaría del gobierno defeño fue imposible acordar una entrevista), podría sumar más años: profesora de la facultad de Ciencias Políti­cas de la UN AM, donde López Obrador cursó estudios, es probable que estos dos políticos hayan tenido entonces contacto.

54 Rene Bejarano es fundador y líder de la poderosa Unión Popular Nueva Tenochtitlán, organización que en el DF es conocida por su capacidad de movilización, particularmente efectiva en tiempos electorales.

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La permanencia de Bejarano en el gobierno, además, se limita al tiempo que Cárde­nas es Jefe de Gobierno; con su salida y la llegada de Rosario Robles, Bejarano (cuyo grupo rivaliza con el de Robles) sale de su puesto.

Son éstas, concluyamos, el tipo de especulaciones que sugieren las trayectorias ob­servadas. Dada la falta de un patrón de carrera secuencial que pudiera aclarar por sí mismo la ocupación de los puestos más importantes, su explicación parece residir en los lazos personales o en el conflicto fraccional interno cuando aquéllos están ausentes.

Conclusiones

Sería todo un detalle, todo un síntoma de urbanidad, que no perdiesen siempre los mismos.

Joan Manuel Serrat. Seria Fantastic

En los partidos políticos, cosa dicha hace prácticamente un siglo (Michels dixit), es extraña la "circulación de élites", esto es, una sustitución amplia de una coalición do­minante por otra. Panebianco (1982), más refinado, pero creyente del mismo diagnós­tico, concluye que los cambios en la composición (integración) de la dirigencia pocas veces suponen alteraciones en su configuración (funcionamiento) o estructura organizativa. Entre la estabilidad y la circulación, extremos de las distintas posibilida­des de renovación, las dirigencias partidarias son, pues, históricamente más estables que circulantes: sus renovaciones usualmente no modifican su fisonomía organizativa.

En el PRD, donde el análisis de las trayectorias de sus líderes deja ver el control de los puestos directivos por pocas personas, hemos llamado reciclamiento a una situa­ción en la que los equilibrios entre grupos producen redefiniciones estratégicas (in­transigencia o flexibilidad, por ejemplo), pero no la sustitución radical de su coalición dominante ni de su orden organizativo. Negociaciones de corrientes, condicionadas por su cambiante correlación de fuerzas, distribuyen entre estrechas esferas las posi­ciones de mando, permitiendo que un conocido grupo de personas las ejerza reitera­damente a pesar de tremendas crisis que podrían reclamar (y justificar) su remplazo.55

55 A la elección directiva de 1999, el más lamentable de los desastres domésticos, habría que anexar los decrecientes resultados electorales del PRD que sólo entre 1997 y 2003 arrojan una pérdida de 2 millones 700 mil votos (Berrueto 2003). Factores internos y externos, cuya conjunción explicaría por sí misma el relevo profundo de los dirigentes, no han traído sin embargo aún ninguna transformación significativa.

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LA DIRIGENCIA DEL PRD: su INTEGRACIÓN Y FUNCIONAMIENTO

El reciclamiento de la dirigencia perredista es una conclusión que se suma a la hipótesis de este capitulo: los dirigentes, protagonistas de la competencia de grupos, no son los individuos con mayor experiencia y capacitación sino "equilibrios políti­cos" para mantener la estabilidad. Argumentada antes la función de las corrientes en el control directivo, mediante el análisis ya no de las relaciones grupales sino de las trayectorias estrictamente individuales, este capítulo confirma nuestra conjetura dada la inexistencia de carreras con ascensos graduales y pautados. Involucradas las co­rrientes en los reajustes internos, es de pensar que los desplazamientos ocurran bajo una "movilidad patrocinada" (Camp 1981), donde quienes integran la dirigencia son seleccionados por élites instituidas en corrientes. Eso, en lo que permiten ver las elecciones directivas (capítulo 3) y las trayectorias de los políticos, parece ser más importante que otros recursos como el conocimiento de la doctrina oficial, las habili­dades académicas y/o culturales o la especialización en tareas partidarias.

Sin carreras que distingan la acumulación de experiencia como el único canal institucional para llegar a la dirigencia, la falta de ello da lugar a rutas que los diri­gentes siguen sin un rumbo claramente regular, directo y secuencial. Dentro, e inclu­so fuera de esta muestra de estudio, lo que hay es un simpático desorden: un diputado federal se convierte después en delegado político del DF y luego en diputado local de la capital. ¿Involución? No necesariamente, sino más bien reacomodos de personas que alcanzan distintos rangos jerárquicos según la correlación interna de los grupos que los promueven.

Las designaciones a puestos directivos, así, dependerían en el PRD más del con­flicto fraccional que de la posible capacitación de los designados. El proceso de elec­ción de la dirigencia tiene "candados" que favorecen esa dinámica: la integración del CEN depende estatutariamente de la representación que logre cada corriente en los comicios. Quienes no sean afines con esa mecánica difícilmente apañan cargos. Pero habría además otro acceso, que sin ri val i zar a priori con la capacitación, sí ha demos­trado tener poco en cuenta esa cualidad: la relación con Cuauhtemoc Cárdenas. Dife­rentes dirigentes, gracias a ese contacto, han ingresado a la coalición dominante. Pero aún más: por su capacidad de veto contra políticos que no comparten su línea partidista (casos Porfirio Muñoz Ledo y Jesús Ortega), podría decirse que Cárdenas, con su apoyo a personajes que reivindican su ascendencia en el PRD, ha "violentado los procesos de formación de liderazgos"56 para alentar (diríamos en contrapartida) "liderazgos artificiales".

56 La frase es de Luis Eduardo Espinoza Pérez (entrevista, México, DF, agosto 5, 2003), fundador del partido, ex dirigente en el Estado de México, ex secretario del CEN y actual coordinador nacional de la corriente Nueva Izquierda y diputado federal electo en 2003.

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En cualquier caso, analizadas las selecciones curriculares del universo de estudio y ponderadas en ellas los hallazgos en términos de experiencia acumulada, relacio­nes grupales (y/o familiares) y lazos con el llamado "líder moral" de la organización, el balance se inclina hacia los dos últimos elementos. Con ello en cuenta, insistimos en definir a la dirigencia del PRD como: 1) profesional: la política y el partido son su modo de vida; 2) escasamente capacitada: el promedio de años para ocupar puestos altos es bajo, amén de que los cargos anteriores no suelen cumplirse en el área donde se recibe la designación más importante; y 3) estable: bajo el acuerdo de funcionar como una clase política que reparte sólo entre ella el poder, la circulación directiva es limitada. Con matices, que desarrollaremos en las conclusiones finales y en la addenda que preparamos (PRD 2003-2004) para este libro, hasta aquí con el cuarto capítulo.

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Conclusiones

La verdad no es lo evidente, sino su mitad.

Luis E. Aute. No te desnudes todavía

El sábado 9 de agosto de 2003, Rosario Robles dimitió como presidenta del PRD argumentando "ser centro de una guerra sucia para desprestigiar su presiden­cia" (La Jornada, agosto 10, 2003). Robles ocupó ese puesto en marzo de

2002 precedida de prácticas conocidas: 1) el respaldo de Cuauhtemoc Cárdenas, 2) el reacomodo de lealtades, sobresaliendo en esa ocasión el apoyo de (su otrora adversa­rio) Rene Bejarano, y 3) un proceso desaseado que dio pie a un Informe de Legalidad como testimonio de los vicios de la elección.

La renuncia produce el interinato de Leonel Godoy, cuyo diagnóstico partidista es elocuente: "las corrientes son nuestra fortaleza y debilidad" (La Jornada, agosto 30, 2003). La paradoja, diría un amigo, tiene cara de contrariedad: si gracias a las co­rrientes el PRD desahoga su lucha interna, gracias también a ellas el conflicto se les ha ido más de una vez de las manos. Los pactos entre grupos, claves lo mismo en la regulación que desorden domésticos, aparecen así como efecto de las grandezas y miserias de éstos. El tema de las corrientes, más allá del problema ético que supone aceptar que la riña por los puestos les atrae más que el debate programático, trae consigo otro: el estético. Flaco favor hace el PRD a la imagen de sus corrientes al llamarlas "tribus" o "sectas", evidenciando, además, que su disputa zanja donde la aritmética de las cuotas deja satisfecha la ambición de los interesados.

La historia del PRD, según un dicho, puede resumirse en tres palabras: ilusión, decepción y malestar. Los capítulos de este libro, aunque no haya sido un propósito, tal vez puedan leerse así: a) el PRD, parecido a partidos consolidados por vías infor­males, no cuenta sin embargo con fracciones estables (capítulo 1); b) para sistemati-

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FISIONES Y FUSIONES, DIVORCIOS Y RECONCILIACIONES

zar el desarrollo perredista, los términos más necesarios son los de grupos y división (capítulo 2); c) sus corrientes, supuestas promotoras de ideas políticas, no compiten por planteamientos ideológicos sino por la conquista de cargos (capítulo 3); y d) para ganar puestos, los dirigentes no precisan acreditar una carrera escalafonaria dotada de capacitación (capítulo 4).

Concluir de esta forma, enfatizando las hipótesis manejadas a lo largo del texto, es un buen cierre. Eso haremos, pero considerando también otros dos elementos. El primero está inspirado en el epígrafe que abre este apartado. Concentrados en la dirigencia que estudiamos, hay aspectos que escapan a la mirada por no ser tan evi­dentes: la evolución de los partidos, su contexto internacional, la experiencia de algu­nos dirigentes perredistas o una historia de México donde los grupos son determinantes para la política. Paralelamente a nuestro cierre por capítulos, abordaremos esas cues­tiones. El segundo elemento, fruto de discusiones en mi fuero interno, tiene que ver con ciertos juicios acerca del PRD. Se trata, para decirlo claro, de un pequeño ajuste personal de cuentas. Pero para hacerle un regate a cualquier pesimismo (u "optimis­mo informado", corrige el buen Benedetti), además de mis propias valoraciones, señalaré ahí algunos aportes del trabajo, especialmente los relacionados con futuras líneas de investigación que este documento sugiere. Bien. Sobre estos ejes van, pues, las conclusiones.

El primer capítulo, abocado al análisis de los partidos, insinúa una curiosa re­flexión: tildados de oligarquías, de manipular al electorado y hasta de no representar a nadie, los partidos nunca fueron ideales ni vivieron un pasado en el que su desem­peño fuera muy distinto del actual. Sus primeros estudiosos dejaron constancia de esto. Ostrogorski, investigando en 1902 a los partidos británicos y norteamericanos, denunció el pragmatismo por el que la unidad partidaria se vuelve la preocupación suprema. Por su capacidad corruptiva, según este autor, los partidos deberían ser eliminados. Michels, en desacuerdo también con la naturaleza partidista, condenó en 1915 el funcionamiento del partido socialdemócrata alemán. La concepción desen­cantada que Weber tuvo de la política le permitiría, en cambio, asumir a los partidos como fines en sí mismos. Con esa racionalización, Duverger subrayaría que la orga­nización partidista descansa esencialmente en costumbres no escritas (1957, 12), y Panebianco ubicaría en el núcleo de su trabajo el problema de la institucionalización.

El estudio de los partidos, además de mostrarnos que éstos nunca fueron ideales, activa otra reflexión. Acusados de perpetuarse en sus vicios, los partidos, desafiados por una realidad en movimiento, han buscado adaptarse a ella cambiando sus mode­los organizativos: partidos de cuadros (Weber), de masas (Duverger), "agarra-todo" (Kirchheimer), profesionales-burocráticos (Panebianco) y cartel (Katz y Mair) son, aparte de categorías analíticas, esfuerzos partidarios por evolucionar. Los partidos,

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CONCLUSIONES

afectados recientemente por un contexto internacional que erosiona los códigos con los que interpretábamos la política, sufren el desdibujamiento del perfil ideológico-doctrinario mediante el cual solían estructurarse. La (des)identíficación de los ciuda­danos con sus discursos tiene ahí, y no en la parálisis de estas organizaciones, una causa más real de eso que algunos llaman la crisis de los partidos.

Enfoquémonos ahora en el concepto de institucionalización partidista. Hablar de ella presenta en primera instancia un problema: su literatura es casi siempre europea e inspirada en partidos con 100 o más años de vida. Los partidos latinoamericanos, más jóvenes y definidos comúnmente por su inestabilidad, tienen desventajas para acreditar los parámetros de este término. Pero, además, institucionalización es un concepto que se asume como un punto de llegada normativo. Cuando se discute del PRD y salen a relucir las pugnas entre grupos, el líder carismático o la debilidad de sus reglas formales, estos factores son explicados como resultado de la no instituciona­lización. Desde esa perspectiva, donde la institucionalización se concibe como un proceso que hace del partido una organización burocrática integrada a las reglas de competencia del sistema (Vite 2003), el PRD aparece inmerso en un círculo vicioso: el carisma, que alienta fracciones perniciosas, impide la rutinización. De esa clase de análisis, que no pone en duda la connotación normativa del término ni el origen bibliográfico de éste, hemos querido librarnos para preguntar ya no cómo el PRD debería institucionalizarse, sino cómo este partido se ha (lograda o deficientemente) institucionalizado.

El concurso de liderazgos carismáticos, de fracciones y de poca estructuración en partidos exitosos, ha enriquecido, por otra parte, el debate teórico sobre institucio­nalización. Los partidos, con escaso cumplimiento de los requisitos usualmente con­venidos para consolidarse, pueden dejar de figurar como anomalías y ser apreciados como productos de sus propios rasgos, a partir de los cuales enfrentan el reto de institucionalizarse. Siendo el PRD un partido en el que la institucionalización se re­suelve con todo y la persistencia del líder carismático, las fracciones y la desarticula­ción organizativa, desarrollar un análisis de las dirigencias partidarias influenciadas por una institucionalización más informal que formal nos pareció la mejor manera de reconciliar nuestro andamiaje teórico con el objeto de estudio.

De la literatura usada, recogimos así ciertas variables: 1) el modelo originario (donde, además de los elementos propuestos por Panebianco, contemplamos la falta en el PRD de una ideología que fuera específica y no ambigua), y 2) la estructura de oportunidades políticas, caracterizada en el PRD por un estilo organizativo que deter­minó la formación de su dirigencia a partir del carisma, las fracciones y la falta de reglas que fueran prácticas vinculantes. A manera de variables intervinientes, pero no analíticas, asumimos la ambición por ganar puestos como una constante de la partici-

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pación de los dirigentes y un cierto tipo de cultura organizativa que provoca divor­cios, pero también reconciliaciones.

En suma. Reacios a estimar la institucionalización bajo presupuestos normativos y formales, el hallazgo de literatura que amplía este concepto e incluye en él la actua­ción de fracciones institucionales, nos permitió elaborar una propuesta conceptual de las dirigencias, no para afirmar que la del PRD sí cumple con estos nuevos parámetros, sino para evaluar cómo esta coalición dominante, calificada negativamente por las vías habituales de investigación, podría estar más cerca tal vez de este enfoque alter­nativo.

Dividido en dos bloques, el capítulo 2 realizó una radiografía del PRD que exhibe su incompatibilidad con los indicadores de una institucionalización formal. Plagado de grupos que giraron inicialmente alrededor de la figura solar de Cárdenas, el caris-ma del líder y la fraccionalización marcaron la frágil producción de mecanismos rutinizadores. Pero esa historia, como advertimos en el texto, no comienza en 1989 sino tiempo atrás. En busca de los sucesos que condicionarían el nacimiento y evolu­ción perredistas, hicimos un breviario contextual para comprender el sentido de la izquierda mexicana y sus rupturas, el de la Corriente Democrática del PRI y el impac­to que las (e)lecciones de 1988 tendrían en el PRD.

El capítulo, en su primera parte, expone un periodo indebidamente olvidado: la transición de una izquierda antidemocrática a otra que convino en asistir a elecciones y competir por los votos. Nuestro objetivo al recordar esa etapa fue señalar las heren­cias que recibiría el PRD de estos antecedentes: un viejo fraccionalismo, no reconoci­do, pero vivo en el PCM; el intento frustrado del PSUM por combatir ese divisionismo amén de su aspiración de ser un partido de masas; el rechazo del PMS a las posiciones marxistas y su fracaso, pese a reconocer estatutariamente sus corrientes, al pretender un fraccionalismo institucional. Rastrear este pasado fue provechoso. La trayectoria del PMS, por ejemplo, ofrece las claves para entender su participación en el PRD bajo un liderazgo carismático: dentro del "sol azteca", los cuadros más disciplinados del ex PCM-PSUM y ex PMT (pilares del PMS) convivirían con numerosos grupos de la izquierda extraparlamentaria, cosa que gravitaría en el hecho de que, al constituirse el PRD, estos grupúsculos se hallen disponibles para un liderazgo como el de Cárde­nas. Los ex priístas, en cambio, heredarán otras costumbres, destacando entre ellas el nacionalismo revolucionario, ideología que los colocará cerca de la izquierda parti­dista de entonces, ya no radical sino moderada y estatista.

Una vez fundado el PRD, las herencias señaladas condicionan su desarrollo y obsta­culizan una institucionalización por vías formales. Fraccionalismo, liderazgo carismático y desarticulación orgánica, incidirán en la forma en que el partido plantee su fisono­mía. Así, durante sus primeros años, semejante a los partidos carismáticos, el PRD no

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CONCLUSIONES

privilegiará el funcionamiento de una estructura que limite el control de los instru­mentos de poder por parte del "líder moral". Pero el liderazgo carismático, censura­do por la teoría de la institucionalización formal, jugará un papel vital en la conservación de la unidad y gobernabilidad internas del partido. Mediante acuerdos, que así como reconocen los rasgos carismáticos del partido instituyen también la existencia de corrientes con derecho a integrar la dirigencia, ese tipo de liderazgo ayudará a regular las luchas entre los diferentes grupos. Para 1993, dado el creci­miento de grupos que no consienten en ser disueltos, el 2o. Congreso legislaría la conformación del CEN con base en corrientes. Pertenecer a las corrientes se converti­rá así en la mejor estrategia para acceder a la dirigencia.

La organización perredista estará determinada no sólo por su conflicto endógeno sino también por un ambiente que entre 1989-1994 le fue hostil. El partido, víctima de una violencia documentada, se atrincheraría como un polo opositor al salinismo. Menos vista en la Ciudad de México, esa violencia fue cruda en varios estados del país. Acosado por el gobierno, pensar en institucionalizarse y renunciar a ser un par­tido-movimiento en lucha y defensa intransigentes fue entonces algo sencillamente impensable.

Para 1994, luego de la segunda derrota presidencial de Cárdenas, para el PRD fue evidente la necesidad de revisar su línea política. Su tercer cónclave nacional, cono­cido como el Congreso de Oaxtepec, favorecería una transición pactada. Los poste­riores triunfos electorales, con las restricciones que el ejercicio de gobierno impone a las tácticas antisistema, confirmarían el viraje hacia posiciones moderadas y avan­ces burocráticos, insuficientes, empero, para evitar la crisis organizativa de 1999. Rebasado por su propio conflicto, el partido tendría el dudoso orgullo de realizar elecciones internas fraudulentas, desprestigio que influirá en sus cifras electorales de 2000. Fraccionado, pero no fracturado, el PRD anunciará, por enésima vez, entrar en una fase de reconstrucción donde sus corrientes, responsables del desorden, serán también las encargadas de "solucionarlo".

Resumiendo. El capítulo 2, encargado de presentar la historia del PRD, sirve al trabajo en tres sentidos: 1) persuadir al lector(a) de que el desarrollo organizativo del PRD valida nuestro deseo de evaluar su proceso de institucionalización bajo criterios no estrictamente formales; 2) familiarizar a quien nos lee con los nombres y apelli­dos que ocuparán la dirigencia perredista; y 3) introducir la idea de que la pertenen­cia a corrientes es un factor clave para entender la integración y el funcionamiento de la coalición dominante.

Pasemos al capítulo 3. Después de explorar la posibilidad de una instituciona­lización reconciliada con fracciones y de mostrar que la vida del PRD es inseparable de las corrientes, el tercer capítulo defiende una hipótesis: la dirigencia perredista

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depende de un sistema de representación de grupos que se refleja en el número de miembros que cada uno tiene en el Comité Ejecutivo Nacional. Puestos a demostrar la importancia de las corrientes en el control directivo, partimos para ello de una premisa: constituido de grupos, el PRD buscaría hacerlos funcionales incluyéndolos en los órganos directivos. Pero la medida no conseguiría institucionalizarlos sino dispersarlos.

Para llegar a esa conclusión recorrimos dos caminos. Uno, el seguimiento de las dirigencias, procedimiento que nos fue útil para evidenciar la inestabilidad de las frac­ciones, reunidas por afinidades grupales de origen, luego por ciertos principios ideo­lógicos y, finalmente, por lazos ambiguos, personalistas y gelatinosos. Y dos, un juicio (habida cuenta de la incidencia de las fracciones en la institucionalización) de los avances o retrocesos del partido en términos de su autorregulación. Así, cada directiva se vio acompañada de apartados que relacionaron institucionalización y fraccionamiento: 1) conducción carismática, para el periodo ejecutivo de Cuauhtemoc Cárdenas (1989-1993); 2) redefinición de corrientes, para el liderazgo de Porfirio Muñoz Ledo (1993-1996); 3) consolidación de grupos, para la dirigencia de Andrés Manuel López Obrador (1996-1999); y 4) desastre organizativo, para el tiempo al frente del CEN de Amalia García Medina (1999-2002).

De este modo, nuestra lectura del proceso de institucionalización a partir de las dinámicas en las que se forman (y deforman) alianzas para ganar puestos directivos, resultó adecuada para afirmar más de una cosa:

1) Las corrientes perredistas, en un principio confrontadas por identidades preexis­tentes, evolucionaron hacia un recurso táctico para avanzar en el tablero políti­co interno. Ese recurso dará lugar a coaliciones que permiten de manera máseficiente disputar el poder. Si originalmente su reunión obedecía a un pasadocomún (ex PRI, ex PCM, ex MRP, etc.), la lucha por los puestos redefinirá suidentidad y gravitará en el surgimiento de corrientes con nuevos nombres ymiembros de distinto signo y trayectoria. Con estas propiedades, estimuladasinstitucionalmente por su derecho a integrar la dirigencia, la composición delas corrientes mostrará un constante reacomodo de lealtades, vale decir, unabaja perdurabilidad. Las corrientes figurarán así como mecanismos de distri­bución de cargos y de otros recursos. La decisión de incorporarse a ellas esuna reacción racional ante las estructuras establecidas por las reglas formalese informales del partido.

2) Los divorcios y las reconciliaciones entre corrientes se deben fundamental­mente a la lucha por los cargos y no a causas ideológicas o programáticas.

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CONCLUSIONES

Siendo el liderazgo de Cárdenas un factor decisivo en los realineamientos, es de subrayar su desinterés por plantear hacia adentro del partido un debate ideológico. A la usanza del líder moral y de los líderes históricos (Porfirio Muñoz Ledo, Heberto Castillo o Amoldo Martínez Verdugo), los nuevos liderazgos, surgidos de la conducción de corrientes (Jesús Ortega, Amalia García o Rosario Robles), serán también de tipo tradicional, fundados en leal­tades personales o de grupo, pero con escasa capacidad de impulsar la actua­lización de la ideología del PRD.

3) El comportamiento de las corrientes influirá en la institucionalización perredista. La lógica parece ser la siguiente: a partir de los acuerdos informales entregrupos, el partido crea reglas (o "equilibrios trágicos" como aquí las llama­mos) que formalizan esos acuerdos. Las corrientes ayudan así a regular Hconflicto. El vínculo entre ellas y la institucionalización pareciera darse poruna mecánica en las que éstas juegan un papel supletorio a la falta de unafuerte estructuración formal. Pero el reconocimiento de las corrientes comouna manera de ganar posiciones, aunque puede entenderse como una búsque­da de congruencia entre las prácticas reales y las normas oficiales, no acabade construir un fraccionalismo institucionalizado. Hay, por lo menos, cuatrofactores que hacen del fraccionalismo perredista algo más patológico que vir­tuoso: a) la relación positiva entre estabilidad y actuación de corrientes esdifícil de defender después de que estos grupos hicieron fracasar el relevodirectivo de 1999 y, en 2003, volvieran a hacer naufragar la dirigencia; b)gozosas de una normatividad que las provee de valiosos incentivos, las co­rrientes no son empero capaces de institucionalizarse: difusas, personalistas ygelatinosas, alimentan la inestabilidad; c) su cultura organizativa, inspiradorade los "equilibrios trágicos", es más el fruto de un cálculo pragmático que delíneas de cooperación sólidamente trazadas; y d) sus pugnas difunden unamala imagen del PRD en tanto atrapado en sus propios problemas.

4) El planteamiento sobre las fracciones ayuda a comprender también el fenó­meno de la circulación o inmovilidad en los niveles jerárquicos. Condiciona­da la composición de los órganos directivos por candados que privilegian a lascorrientes como el canal para acceder a la dirigencia, esta estructura se cons­tituye como un obstáculo para la movilidad ascendente de quien no formeparte de ellas.

Digamos ahora, antes de pasar a las conclusiones del capítulo 4, algunas reflexio­nes menos evidentes o no desarrolladas explícitamente en el texto:

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FISIONES Y FUSIONES, DIVORCIOS Y RECONCILIACIONES

a) Los grupos y los individuos. Que el PRD sea un partido a la medida de susgrupos lo diferencia organizativamente del PRI y del PAN, pero no lo hace muydistinto de una vieja tradición mexicana donde la significación y ejercicio dela política depende esencialmente de los grupos. En México, políticamente elindividuo (ese "ciudadano imaginario") nunca contó más que las corporacio­nes. La singularidad partidaria del PRD se inscribe así en un patrón de bajoaprecio hacia el individualismo. Controlado por grupos, "propietarios del par­tido y unidos por su miedo al desempleo",1 la no fracturación perredista tieneque ver justamente con la administración grupal de las posiciones y las pre­bendas.

b) La militancia y la clientela. El PRD aspira a contar con una militancia politizada y activa, pero otra vez, inserto en una tradición que menosprecia al individuo,el sentido de su militancia tiene fronteras muy difusas con el de una simpleclientela. La afiliación masiva que el partido promueve en elecciones directi­vas propicia, por ejemplo, la manipulación electoral de esas bases. Controla­do por corrientes que suelen servirse de estas prácticas, es posible pensar quelos militantes libres, guiados por la convicción, la capacidad movilizadora dela ideología y el debate sobre la orientación del país y del partido, aunqueexistentes, no sean precisamente los más numerosos.

c) El PRD y la democracia. Constituido de grupos con poco o nulo contacto condispositivos democráticos, no es extraño que la democracia interna perredista, pese a ser su más querido valor organizativo, tenga problemas. El exceso dereglas de democratización, además del tiempo desproporcionado que el parti­do ocupa en elegir dirigentes, hace pensar que su principio democrático esmás un ideal que una práctica interiorizada. Esa concepción democrática, avaldel reconocimiento de las corrientes y de los métodos de elección proporcio­nal, si bien (al hacer votar a delegados y militantes) atenúa la oligarquizaciónprovoca lo mismo una democracia centralizada donde sólo son elegibles miem­bros de corrientes. El militante que no pertenece a grupos tiene poca chancede cumplir funciones directivas. Esa cultura, deficientemente democrática,vuelve imposible hacer política en el PRD sin ingresar a una corriente o sinrecibir el respaldo del líder moral.

1 La frase es de Jerónimo Jacobo Femat (entrevista, México, DF, marzo 4, 2003), fundador del partido y director de su Centro de Documentación; pero también es de Horacio Pina Santa Ana (entre­vista, México, DF, marzo 4, 2003), fundador del partido y militante. Ambos son parte de la Coordinadora de Asamblea de Base del PRD.

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CONCLUSIONES

Llegamos al último capítulo en el que, además de recordar que en nuestro trabajo no nos enfocamos en la base social del reclutamiento de la dirigencia sino en la composición de carreras perredistas, nos interesa puntualizar algunos aspectos:

1) A partir de una hipótesis general de los estudios de trayectorias, según la cual las carreras de los dirigentes deben seguir una secuencia que demuestre capa­citación, evaluamos en el PRD el peso de tres factores en la designación de puestos: la pertenencia a las corrientes, la relación con Cárdenas y la selec­ción curricular objetiva, esto es, un perfil de carrera dotado de adiestramiento gracias a la acumulación de experiencia idealmente escalafonaria. Detectada la falta de patrones secuenciales y jerárquicos, ratificamos así la hipótesis que esparció el capítulo: en el PRD, la competencia de los grupos, realizada me­diante negociaciones cupulares, determina que los dirigentes no sean los indi­viduos con mayor capacitación, sino "equilibrios políticos" para mantener la estabilidad. Las repercusiones de esta dinámica son de pensar que influyan negativamente en el desempeño directivo. Como decíamos en el texto, en el partido ningún secretario de prensa (por ejemplo) es especialista en comuni­cación política, cosa que gravita en que la estrategia perredista de medios no destaque justamente como la mejor.

2) La composición de carreras, que aquí presentamos mediante tres círculos de poder, tiene implícito un dato interesante: el predominio del rango 8, es decir, el referido a los cargos legislativos federales. Eso, además de estar indicando que ese tipo de puestos (a pesar de depender de la legislación federal y de la competencia interpartidista) son los más atractivos para la dirigencia, revela­ría que la institucionalización del PRD (y en ese sentido su no desmembra­miento) ha dependido básicamente de los beneficios electorales. Motivo de divisiones, pues adueñarse de las candidaturas electorales trae una fuerte dis­puta entre grupos, la posibilidad de obtener esos beneficios opera asimismo como un factor de estabilidad. El poder, o el deseo de disfrutarlo, cohesiona a una dirigencia interesada en conservar las posiciones legislativas (o de go­bierno) que ya posee.

3) Caracterizada por nosotros como una dirigencia profesional (dedicada de tiem­po completo al partido), escasamente capacitada (sin patrones ideales de ca­rrera) y estable (con circulación limitada), la coalición dominante del PRD reclama algunos matices:

a) A la mecánica fracciona] que atraviesa el PRD y que impide patrones institu­cionales de carrera, habría que agregar, como otro elemento desfavorecedor

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Balance y aportes

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CONCLUSIONES

CEN, o paradoja con cara de contrariedad, como decimos nosotros. Por un mecanismo informal institucionalizado, después que Rosario Robles renunciara a la dirigencia, las corrientes acordaron velozmente llenar el vacío y colocar en esa posición a Leonel Godoy. Sí, paradoja con cara de contrariedad.

Pero hay un aspecto para el que las corrientes no ofrecen ninguna solución: el debate ideológico. Luego del enfrentamiento Gilly-Alcocer en 1990 alrededor de los principios del PRD, la discusión programática ha sido una lamentable ausencia. La política es lucha por poder, pero también por ideas, y el PRD se ha olvidado de esto. ¿Consecuencias? Mencionemos sólo algunas: 1) la inexistencia de un debate que aborde la condición de la izquierda después del Muro de Berlín y llene de contenidos ese concepto; 2) la permanencia, en cambio, del nacionalismo como una camisa de fuerza para crear una alternativa progresista (la utopía de la izquierda, por favor, no puede estar en el pasado); 3) la desaparición del vocablo igualdad, irreflexivamente abandonado por los particularismos; 4) la carencia de un programa que defienda ya no al pueblo, la clase o el grupo, sino al individuo; 5) el desinterés por la formación de cuadros; 6) el desgano por desarrollar una política para transformar las condicio­nes de vida y no sólo para ganar votos; 7) una reconstrucción ideológica que resta­blezca la relación del PRD con la intelectualidad del país y con el pensamiento critico, esto es, que busque reposicionar al partido en el terreno cultural y no sólo electoral.

Digamos más. La gran falla de la izquierda ha sido olvidar su vocación original: la crítica. En el PRD, la izquierda perdió el hábito de la reflexión y producción intelec­tuales. En manos de operadores, al partido le ha faltado imaginación en torno a la complejidad de lo social. De ahí su pretensión de querer representar a toda la socie­dad excusado en una falsa "autoridad moral". Los dirigentes perredistas, vistas estas condiciones, no han evolucionado en sus discursos que repiten tesis trilladas y, a veces, francamente irrisorias ("firmaré con sangre que no aspiro a la candidatura presidencial").

Y en el PRD, va un último reclamo, ha fallado también la honestidad: metidos en la huelga de la Universidad Nacional en 1999, causaba escozor ver a los dirigentes perredistas insistiendo en que nada tenían que ver con el conflicto. Se suponía, lleva razón Sheridan (2000, 165), que sólo el PR/ podía mentirnos así.

Para terminar. Este trabajo, además de sus propias contribuciones, confirma la necesidad de explorar otras líneas de investigación. Apuntaremos dos aportes del documento y tres de sus sugerencias:

1) El libro, sin ser su autor parte del PRD, contiene un nivel de información im­portante, considerando sobre todo que el PRD no es un partido que sobresalgapor preocuparse demasiado de su propia memoria histórica. En ese sentido,

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tal vez más de un perredista pueda hallar aquí datos que refresquen situacio­nes olvidadas.

2) El método usado (la recolección de trayectorias), además de aproximarnos aun conocimiento fino de nuestro objeto de estudio, consiste en un procedi­miento particular de análisis empírico que, si bien tiene algunos antecedentes en el estudio de las élites políticas, no se aplica en las dirigencias de los parti­dos. La construcción de este modelo propio nos permitió obtener una clasifi­cación de las carreras asociada con la permanente creación de grupos. La estrategia sirvió así para demostrar que los ascensos no están vinculados con patrones de carrera sino con la disputa de corrientes. El lector(a), aunque pue­da discrepar con el procedimiento de investigación, expuestos nuestros crite­rios para controlar la subjetividad del método, podrá reconocer que nuestra elección fue razonada.

3) Aunque suene a lugar común hablar de la falta de una propuesta ideológicaclara de los partidos, este libro recuerda, para el caso del PRD, lo fructífero quesería un tratamiento serio y exhaustivo de su doctrina. Y aún más. En México,los modelos teóricos construidos en el extranjero son usados como aparatosexplicativos para observar las particularidades de los partidos nacionales. Peroen los esfuerzos de la politología mexicana existe un déficit: los andamiajesconceptuales suelen concentrarse en teorías partidistas clásicas. El olvido inclu­ye enfoques relegados (como, precisamente, la perspectiva ideológica) o utili­zados en terrenos distintos de los partidos (como la teoría de la ambición políticaque Benito Nacif instrumenta en el ruedo parlamentario). A 22 años de los Mo­delos de Partido de Panebianco, tenemos así un periodo menos conocido ypendiente de trabajar. Otras formas de analizar la institucionalización, losliderazgos carismáticos, las fracciones o los modelos originarios de estas or­ganizaciones, forman parte de la tarea de cuestionar viejos conceptos a la luzde nuevos cambios partidarios.

4) Del PRD, una vez que en el texto hemos insinuado la importancia que la di­mensión regional viene cobrando a partir de 1997, hace falta también un aná­lisis de la construcción del partido en los estados, y ya no sólo a nivel nacionalo capitalino.

5) Avanzado el estudio de los grupos perredistas, sería deseable profundizar enotros aspectos de sus corrientes, tales como su financiamiento, sus discursos,su socialización o el grado de amistad que los reúne. Este último punto, ensom­brecido en el documento por la ambición y cálculo partidistas, es aún (porajeno que a veces parezca) un componente de la política. Si en el PRD el inte-

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CONCLUSIONES

res saca trecho a la amistad, eso, después de todo, tal vez no sea más que espejo de las trampas que estos tiempos tienden a ese valor.

Hasta aquí con el cuento. Literalmente despalabrado después de tanta página es­crita, no me queda más que confesar con sonrojo al lector(a) que, culminado este reto, comienzo a experimentar, como diría Wilde, que en este mundo sólo hay dos tragedias: una es no conseguir lo que se quiere, y la otra es conseguirlo.

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Glosario de siglas

AB Asamblea de Barrios

ACNR Asociación Cívica Nacional Revolucionaria

CD Corriente Democrática

CEN Comité Ejecutivo Nacional

CEU Consejo Estudiantil Universitario

CFE Comisión Federal Electoral

CID Corriente de Izquierda Democrática

CIS Corriente de Izquierda Socialista

CN Consejo Nacional

CNAO Consejo Nacional de Auscultación y Organización

CNTE Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación

COCEI Coalición Obrero Campesino Estudiantil del Istmo

CONAMUP Coordinación Nacional del Movimiento Urbano y Popular

CRD Corriente por la Reforma Democrática

es Corriente Socialista

FDN Frente Democrático Nacional

FPP Federación de Partidos del Pueblo

GDF Gobierno del Distrito Federal

IERD Instituto de Estudios de la Revolución Democrática

IFE Instituto Federal Electoral

MAP Movimiento de Acción Popular

MAS Movimiento al Socialismo

MAUS Movimiento de Acción y Unidad Socialista

MIL Movimiento de Izquierda Libertario

MLN Movimiento de Liberación Nacional

MOBI Movimiento de Bases Insurgentes

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FISIONES Y FUSIONES, DIVORCIOS Y RECONCILIACIONES

MRP Movimiento Revolucionario del Pueblo M U P Movimiento Urbano Popular OIR-LM Organización de Izquierda Revolucionaria-Línea de Masas ORPC Organización Revolucionaria Punto Crítico PAN Partido Acción Nacional PARM Partido Auténtico de la Revolución Mexicana PAS Partido Acción Social PCM Partido Comunista Mexicano PDM Partido Demócrata Mexicano PFCRN Partido Frente Cardenista de Reconstrucción Nacional PMS Partido Mexicano Socialista PMT Partido Mexicano de los Trabajadores PNR Partido Nacional Revolucionario POCM Partido Obrero-Campesino Mexicano PPM Partido Popular Mexicano PPR Partido Popular Revolucionario PPS Partido Popular Socialista PRD Partido de la Revolución Democrática PRI Partido Revolucionario Institucional PRM Partido de la Revolución Mexicana PRS Partido Revolucionario Socialista PRT Partido Revolucionario de los Trabajadores PRUN Partido Revolucionario de Unificación Nacional PSN Partido de la Sociedad Nacionalista PSR Partido Socialista Revolucionario PST Partido Socialista de los Trabajadores PSUM Partido Socialista Unificado de México

PT Partido de los Trabajadores REDIR Red de Izquierda Revolucionaria STUNAM Sindicato de Trabajadores de la Universidad Nacional

Autónoma de México SUTERM Sindicato Único de Trabajadores Electricistas

de la República Mexicana UIC Unión de Izquierda Comunista UPNT Unión Popular Nueva Tenochtitlán UPREZ Unión Popular Revolucionaria Emiliano Zapata UR Unión Revolucionaria

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Anexo I La construcción de los datos empíricos

Para construir los datos relacionados con las trayectorias de los dirigentes he­mos recurrido a diversos directorios de gobierno, legislativos, biografías reco­piladas en trabajos anteriores, páginas Web, pesquisas hemerográficas y otras

tantas fuentes que a continuación citamos (Cfr. apartado bibliográfico); Alcocer (2001); 2) Camp (1992); 3) Centro de Documentación del Partido de la Revolución Demo­crática (2002); 4) Envila (2000); 5) Fracción Legislativa del PRD de la Asamblea de Representantes en el DF (1997); 6) Gobierno del Distrito Federal (2000); 7) Gobierno del Distrito Federal (2003); 8) H. Cámara de Diputados (1995); 9) Lehr (1984); 10) Musacchio (2000); 11) Musacchio (2002); 12) Página Web del Gobierno del Distrito Federal (2003); 13) Presidencia de la República (1984, 1987, 1989, 1992 y 1993); 14) Sánchez Rebolledo (1999); y 15) Trejo Delabre (2002).

El conjunto de datos recopilados, cuya unidad de análisis son las trayectoriasindividuales, contiene dos segmentos: 1) información biográfica personal (fecha y lugar de nacimiento, educación, actividades académicas, profesionales y sociales, publicaciones y pertenencia a academias, asociaciones y sociedades), y 2) historias de militancia y puestos políticos desempeñados antes y dentro del PRD. El corte del estudio, no interesado en la base social de reclutamiento de la dirigencia sino exclu­sivamente en la composición de las carreras perredistas (sus características, estructu­ra, rotación y continuación del personal), determina que hayamos privilegiado fundamentalmente el uso de la segunda parte de nuestra base biográfica de datos.

Para "controlar" de alguna forma los datos, y reducir en lo posible sus márgenes de error, el cruce y contrastación entre las distintas fuentes como una prueba de fiabilidad fue el método seguido. El conjunto total de datos construidos ha dado lugar a un "Directorio de Dirigentes del PRD", del cual puede ubicarse una copia en la Biblioteca Iberoamericana de la Flacso Sede Académica de México.

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