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TEMA 11 VALORES FUNDAMENTALES Y PRINCIPIOS PERMANENTES DE LA MORAL SOCIAL Comencemos analizando los valores. Fue Juan XXIII en PT quien insistió varias veces en que los pilares fundamentales sobre los que se tiene que edificar el orden social son la verdad, la justicia, el amor y la libertad. Ellos serán garantía para la construcción de una sociedad en paz. El propio Concilio lo ratificó: “El orden social hay que desarrollarlo a diario, fundarlo en la verdad, edificarlo sobre la justicia, vivificarlo por el amor. Pero debe encontrar en la libertad un equilibrio cada día más humano” (GS 26). Y la comisión Teológica Internacional en su declaración sobre la ley natural afirmó: “Tal orden natural de la sociedad al servicio de la persona está caracterizado, según la doctrina social de la Iglesia, por cuatro valores que derivan de las inclinaciones naturales del ser humano y que designan los límites del bien común que la sociedad debe perseguir, esto es: la libertad, la verdad, la justicia y la solidaridad. Estos cuatro valores corresponden a las exigencias de un orden ético conforme a la ley natural” (87). Por eso, nos detendremos en el comentario a estos valores. 1.-La Caridad, actitud fundamental de la vida cristiana El amor es el valor fundamental en la vida cristiana sobre el que edificar también la vida social y, en cierta medida, el resumen de todos (la justicia, el bien común, la solidaridad… son “formas operativas de la caridad” CV 8). Todos sabemos que es la exigencia máxima de los cristianos y en la que se resume toda la ley. La caridad es la respuesta fundamental del cristiano a la fe en Dios: creer en Dios es amar, expresar la fe es amar. Porque la fe nace 1

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Tema 10 Moral socialFacultad teología Burgos

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TEMA 11

VALORES FUNDAMENTALES Y PRINCIPIOS PERMANENTES DE LA MORAL SOCIAL

Comencemos analizando los valores. Fue Juan XXIII en PT quien insistió varias veces en que los pilares fundamentales sobre los que se tiene que edificar el orden social son la verdad, la justicia, el amor y la libertad. Ellos serán garantía para la construcción de una sociedad en paz. El propio Concilio lo ratificó: “El orden social hay que desarrollarlo a diario, fundarlo en la verdad, edificarlo sobre la justicia, vivificarlo por el amor. Pero debe encontrar en la libertad un equilibrio cada día más humano” (GS 26). Y la comisión Teológica Internacional en su declaración sobre la ley natural afirmó: “Tal orden natural de la sociedad al servicio de la persona está caracterizado, según la doctrina social de la Iglesia, por cuatro valores que derivan de las inclinaciones naturales del ser humano y que designan los límites del bien común que la sociedad debe perseguir, esto es: la libertad, la verdad, la justicia y la solidaridad. Estos cuatro valores corresponden a las exigencias de un orden ético conforme a la ley natural” (87). Por eso, nos detendremos en el comentario a estos valores.

1.-La Caridad, actitud fundamental de la vida cristianaEl amor es el valor fundamental en la vida cristiana sobre el que edificar también

la vida social y, en cierta medida, el resumen de todos (la justicia, el bien común, la solidaridad… son “formas operativas de la caridad” CV 8). Todos sabemos que es la exigencia máxima de los cristianos y en la que se resume toda la ley. La caridad es la respuesta fundamental del cristiano a la fe en Dios: creer en Dios es amar, expresar la fe es amar. Porque la fe nace del amor y se expresa en el amor. Como nos recuerda DCE, la fe comienza por una experiencia de amor de Dios que inevitablemente se convierte en respuesta igualmente de amor. La caridad es, por esencia, lo propio del cristiano.

Así nos invita a vivir el Evangelio en numerosas ocasiones, donde se resume que el quicio de toda la Ley es precisamente la caridad: el primero y mayor mandamiento (Mt 22, 34-40). Un amor que es a Dios y al prójimo y es universal: a todos los hombres, sin excepción. Un amor del que Jesús es encarnación, “que amó hasta el extremo” y que revela su amor en la Cruz. Un amor que, en los escritos de Juan, llega a identificar el amor con Dios mismo y el amor como la fuente de toda la historia de la salvación. Toda la vida de Cristo, en este sentido es manifestación de ese amor divino a la humanidad. Dios se revela como amor y vivir en el amor es vivir en Dios, participar de su propia vida. Nosotros, como seguidores suyos, tenemos que ser expresión en el mundo del amor de Dios: “Amaos unos a otros como Yo os he amado”. Él se convierte en la medida del amor y en su motivación última.

El Libro de los Hechos manifiesta una comunidad cristiana que vive organizada desde el amor: “Un corazón y un alma sola”; “nadie pasaba necesidad”; “lo ponían todo en común”. Son principios que nos hablan de la vitalidad del amor como generador de una esperanza nueva en la humanidad. Se nos presenta aquí lo que es un ideal de la vida

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cristiana: lo que el cristiano tiene que hacer, preocuparse por los demás efectiva y concretamente. Pero lo hace, no por propio voluntarismo, por novedad, por el bien recíproco que se puede recibir: lo hace porque cree en Jesús y es lo que nos distingue: “mirad cómo se aman”. El cristiano vive el amor porque Dios mismo nos ama y no puede no amar, como nos ha recordado DCE. Esa es la razón última del amor.

Todo parte del amor de Dios: Él es la fuente del amor. Pero este amor de Dios conlleva el amor a Dios y el amor al prójimo. El hombre, empapado por el amor de Dios responde entregándose a Dios. No lo encierra en un evasionismo: al contrario, se expresa en el amor al prójimo. “Si alguno dice: « Amo a Dios », y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve” (1 Jn 4,20). Jesús establece una unión indisoluble entre el amor a Dios y al prójimo. Benedicto XVI lo explica muy bien en Spe Salvi: “Quien ama a Dios no puede guardar para sí el dinero, sino que lo reparte según Dios, a imitación de Dios, sin discriminación alguna. Del amor a Dios se deriva la participación en la justicia y en la bondad de Dios hacia los otros; amar a Dios requiere la libertad interior respecto a todo lo que se posee y todas las cosas materiales: el amor de Dios se manifiesta en la responsabilidad por el otro (...). Vivir para Él significa dejarse moldear en su ‘ser para’” (SS 28). De esta manera, la caridad hace que la actitud religiosa (entrega a Dios) no se quede en teoría; y hace que la actitud moral hacia los hombres no se constituya en totalizante y autosuficiente prescindiendo de Dios, sino que se tenga que alimentar de lo transcendente. De aquí se puede concluir, por tanto, que la caridad es una actitud, una experiencia que forma el carácter, más que una vivencia puntual de un momento concreto.

El amor al prójimo tiene una doble orientación. Por una parte es intersubjetiva (de tú a tú, de persona a persona). Esta, cuando el sujeto es la comunidad, necesariamente tiene que ser organizada, con lo que conlleva de programación, previsión… (cf. DCE 31). Pero existe otra dimensión de la caridad que es la que se llama política o social. Los hombres nos movemos entre otros hombres, entre instituciones, proyectos sociales, grupos... Como dice el CDSI 208: “En muchos aspectos, el prójimo que tenemos que amar se presenta en sociedad, de modo que amarlo realmente, socorrer su necesidad o indigencia, puede significar algo distinto del bien que se le puede desear en el plano puramente individual: amarlo en el plano social significa, según las situaciones, servirse de las mediaciones sociales para mejorar su vida, o bien eliminar los factores sociales que causan su indigencia”. La caridad política sería la que busca erradicar los males de la sociedad y edificar un nuevo futuro, es organizar y estructurar la sociedad de modo que sirvan a la persona. Es el amor al bien común y su búsqueda. Es la absoluta decisión a favor de la justicia, la libertad y la paz. El amor auténtico se debe hacer caridad política. La caridad no puede ser sólo privada, sino que ha de ser pública, tiene que llegar y hacerse visible en una sociedad concreta con sus males concretos. Por eso, es una fuerza transformadora de la realidad. “Se ama al prójimo tanto más eficazmente, cuanto más se trabaja por un bien común que

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responda también a sus necesidades reales. Todo cristiano está llamado a esta caridad, según su vocación y sus posibilidades de incidir en la polis. Esta es la vía institucional de la caridad, no menos cualificada e incisiva de lo que pueda ser la caridad que encuentra directamente al prójimo fuera de las mediaciones institucionales de la polis” (CV 7). La caridad política en primer lugar es crítica, denunciadora de las estructuras y organizaciones sembradoras del mal, la opresión y la marginación. Por otra, es constructiva: tiende a transformar dichas estructuras y crear otras mejores. Se comprueba así un increscendo del amor: el asistencialismo (paliar los efectos), la promoción (capacitar al individuo, quitar las causas que a él le impiden), el cambio de estructuras (luchar contra las causas de la pobreza a nivel social), y llenar las estructuras de amor: porque el amor debe de estar presente siempre, incluso en el supuesto de una sociedad totalmente justa (DCE 28). No se trata de formas diferentes, sino complementarias.

La caridad necesariamente ha de ser política: no solo puede, sino que debe tener esta dimensión. De esta manera, hacemos que el amor sea auténticamente universal.

2.-La justicia, exigencia primera de la caridad“La justicia es el bien más alto que la ciudad puede procurar. Ella supone que se

busque siempre lo que es justo, y que el derecho sea aplicado con atención al caso particular, porque la igualdad es el máximo de la justica” (Comisión teológica Internacional, 87). La justicia, en efecto, es un valor ampliamente demandado a nivel social, pero también muy manipulado y tergiversado. Todos queremos justicia aunque no nos pongamos de acuerdo en lo que significa. En efecto, el centro de referencia de la justicia no es la persona a-histórica, sin la situación social en la que vive la persona. También la justicia forma parte del mensaje de la revelación: la justicia es la característica esencial de Dios. Dios es el Justo. En realidad, la justicia tiene un significado muy amplio. Ya expusimos en su día lo que quería decir “justicia y derecho”: la justicia es la fidelidad a la Alianza y lo que conlleva, es decir, una actitud recta ante Dios y ante el prójimo. Dios ha hecho justicia porque ha liberado al Pueblo de Israel. Y así ha sido su comportamiento siempre: “El Señor responde: por la opresión del humilde, por el gemido del pobre, yo me levantaré, y podré a salvo al que lo ansía. Las palabras del Señor son auténticas” (Sal 11). Por eso, también pide justicia a los que le siguen. Conocer a Dios significa, precisamente, realizar la justicia. La religión de la Biblia es, en verdad, una religión centrada sobre la justicia.

El pensamiento sobre la justicia tiene una larga trayectoria a nivel filosófico. Fundamentalmente en el mundo griego, con Platón y especialmente Aristóteles, se configurará un concepto de justicia que determinará el desarrollo posterior. El centro de esta concepción es la idea de “dar a cada uno lo suyo”, en expresión de Ulpiano. Sto. Tomás definirá la justicia como “la virtud por la cual cada uno, con voluntad constante y perpetua, da a cada uno su derecho”. Esta definición nos pone ya en la pista de que la justicia hace relación con algunos valores: en primer lugar, la igualdad. Si es dar a cada uno lo suyo, no significa dar a todos lo mismo. La igualdad es proporcional, esto es, en relación a la dignidad y derechos de cada uno: solo cuando todos son iguales, tienen

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derecho a lo mismo, pero si hay diferencia, los derechos serán también diferentes. Por otra parte implica y regula dos partes, dos realidades con derechos a respetar. Por último hace deferencia a lo debido, a lo exigible: la justicia impone una obligación estricta y puede ser exigible por la fuerza. Pero no hay un único tipo de justicia, ya que las relaciones entre los hombres son diversas: de tú a tú; del grupo al tú; de todos entre sí y con el todo. Surgen así las diferentes clases de justicia:

-justicia conmutativa: regula las relaciones entre las personas singulares y los intercambios. Es la justicia del reconocimiento de la persona en sí, como es, con lo que posee y la que exige una igualdad de valor entre los bienes y los servicios aportados. Invoca la obligación del respeto y realización de los derechos. Mira al bien del individuo. En palabras de Häring: “la justicia conmutativa exige que se dé al otro un valor igual al que ofrece y prohíbe usurpar sus derechos o quitarle algo”. Este tipo de justicia, valorado sobre todo en la Edad Media, posibilita un orden social pacífico y determinado; facilita a cada persona la posibilidad de alcanzar bienes; impide los enfrentamientos. Expresión de esta justicia sería, por ejemplo, la justicia en los precios, en las relaciones laborales, la lucha contra el fraude…

-justicia distributiva: regula las relaciones del todo hacia las partes, del Estado hacia los ciudadanos: lo que la sociedad debe proporcionar al individuo. Sería la voluntad constante que lleva al responsable de la comunidad a distribuir dignidades, premios y honores así como cargas, entre sus súbditos según la proporción de méritos y facultades. No se busca, por tanto, una igualdad geométrica. El sujeto de derechos es el ciudadano y el sujeto de deber la sociedad, siendo su finalidad el bien de cada uno de los miembros de la comunidad. La persona, por ser miembro de una sociedad, por no vivir aislado se ve condicionada por esta justicia: la sociedad le ayuda en aquello que no puede conseguir. En definitiva es la justicia del reparto en una sociedad. Este tipo de justicia introduce la dimensión social en la justicia: no basta la relación del tú a tú, sino que se necesita la ayuda desde el todo para el tú, abre a la sociedad.

-justicia legal o contributiva: regula las relaciones de las partes hacia el todo: lo que el individuo debe ofrecer a la sociedad. Implica la obligación de los individuos no sólo de recibir beneficios de la sociedad, sino de contribuir al bien común. Aquí el sujeto de derechos es la sociedad y el sujeto de deberes el ciudadano, siendo su finalidad el bien común. Es la justicia que exige que se renuncie al egoísmo y se preste atención a los ordenamientos jurídicos que construyen la convivencia y que exigen colaboración y solidaridad.

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De las tres formas de justicia se acentuó la conmutativa en el s.XIII y siguientes y hoy se habla más de la social, sobre todo desde la aparición de QA en 1931. ¿Qué es la justicia social? La verdad es que los autores no se ponen de acuerdo a la hora de definirla: para algunos, sería la justicia legal; para otros sería la búsqueda del derecho natural; para otros es el conjunto de la legal y la distributiva... Podríamos decir que la justicia social es una denominación que responde a las situaciones sociales nuevas: es la justicia que rige las nuevas instituciones y los diversos grupos sociales, es la que busca un orden justo. Como dice el CDSI 201: “La justicia social es una exigencia vinculada con la cuestión social, que hoy se manifiesta con una dimensión mundial; concierne a los aspectos sociales, políticos y económicos y, sobre todo, a la dimensión estructural de los problemas y las soluciones correspondientes”. En efecto, en la clasificación clásica arriba expuesta quedaba sin determinar lo que había que aportar y recibir de la comunidad. Para los clásicos se debía hacer desde el derecho natural, pero de hecho se hace desde el ordenamiento jurídico lo que provoca que se sea justo porque se cumple la ley, pero también podría ser que la ley fuera injusta resultando un orden injusto. Aquí radica la aparición de la “justicia social” que, en principio, no tendría sentido pues serían las exigencias de la justicia contributiva y distributiva. Pero como esto no es así, nos encontramos con una categoría nueva que trata de proteger los derechos naturales de la sociedad y sus miembros. Tiene un carácter dinámico y se identificaría con el reconocimiento a todo ser humano de los derechos que posibilitan su desarrollo humano. En efecto, si la justicia es dar a cada uno lo suyo, se trataría de dar a cada persona la posibilidad de que viva efectivamente como su dignidad lo requiere: por eso, los intercambios equitativos no siempre son justos, porque los peor dotados necesitan más. La justicia social, por tanto, buscaría ese reconocimiento de los derechos a aquellos que, hasta el presente, se les habría negado. Su finalidad es el bien común y su fundamento la naturaleza social del hombre.

Hasta el s.XIX perdura de una manera pacífica el concepto de justicia que hemos venido describiendo. En ese contexto fuertemente comunitario no era difícil establecer

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cuáles son los derechos y los deberes que corresponden a cada uno en justicia. Hoy, en cambio, se ha producido una transformación muy grande: de la pregunta por el comportamiento justo del individuo dentro del orden social dado, se pasa a la pregunta por el propio orden social justo. En el pensamiento liberal, ese orden justo consistirá en garantizar a los individuos un espacio de libertad para organizar su vida. Desde ese espacio, con el talento propio y sus propias fuerzas, con un marco legal igual para todos, cada uno labrará su propio futuro.

Para el marxismo, viendo los efectos negativos de la revolución industrial, ese orden justo se establecerá desde la categoría de igualdad. Como de hecho, las personas nacen desiguales, un orden justo proveerá que haya igualdad de oportunidades en el punto de partida y en las condiciones para alcanzar el puesto social que cada uno desea y se ajusta a sus dotes. Más tarde, se verá que no se trata de partir de las oportunidades, sino de las necesidades: el orden social justo consistiría en que todos los seres humanos tienen el mismo derecho a determinados bienes para llevar una vida digna.

Como vemos, según se ponga el acento en una u otra cosa tenemos diferentes concepciones de justicia: justicia del estado de posesión (la tradicional de justicia que garantiza jurídicamente el orden previo); justicia de rendimientos (el esfuerzo personal); justicia de oportunidades y justicia de necesidades.

La justicia resulta particularmente importante en el contexto actual, marcado por el pecado de la injusticia (Sínodo de 1971). Por eso, es la respuesta que esperan multitud de seres humanos que viven en situaciones injustas. Es la respuesta que debe orientar la moral social.

Hasta nuestra época, como hemos dicho, se ha dado importancia a la justicia conmutativa. Ello ha sido debido a una división demasiado estanca de los diferentes tipos de justicia y a que la sociedad era excesivamente estática. Esta justicia conmutativa reforzaba la estabilidad de la propia sociedad: por eso, se insistía en los aspectos relacionados con la propiedad y su dominio o restitución. Por ello, en una situación muy diferente, conviene reestructurar el campo de la justicia:

-la justicia es, al mismo tiempo, una actitud subjetiva y un principio organizador de la vida socio-política. Es, por tanto, tarea personal pero también es un orden que se debe establecer en la sociedad, por tanto, tiene un carácter dinámico cuyas exigencias se van manifestando poco a poco.

-el sentido auténtico de la justicia, como señalamos anteriormente, dice especialmente relación con la igualdad. La misión de la justicia es la igualdad social y su búsqueda permanente. Y esto supone continuamente un cuestionamiento del orden establecido.

-el orden justo es tarea colectiva e implica la solidaridad. Es una tarea ética de todos los hombres. Y es una tarea que implica todos los problemas y ámbitos sociales. Pero es una tarea que incumbe especialmente a la política. DCE nos lo recuerda: “El orden justo de la sociedad y del Estado es una tarea principal de la política. Un Estado que no se rigiera según la justicia se reduciría a una gran banda de ladrones, dijo una vez San Agustín” (DCE 28).

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-la auténtica justicia se desarrolla en el reconocimiento del otro como persona, del reconocimiento de toda persona como un valor y fin en sí. Tiene mucho que ver con el reconocimiento de los derechos humanos, sobre todo los económicos y sociales. Y por ello, promueve en el hombre el deseo de trabajar por el bien de todos.

-el orden justo solicita, en último término, lo que es «suyo». ¿Qué es lo suyo? ¿Qué es la justicia? Tiene una naturaleza ética. En último término tiene que ver con la antropología subyacente, pues exige lo que le corresponde en virtud de su ser y de su obrar. “La justicia, en efecto, no es una simple convención humana, porque lo que es justo no está determinado originariamente por la ley, sino por la identidad profunda del ser humano” (CDSI 202).

¿Qué relaciones se establecen entre caridad y justicia? La caridad ha tenido mala prensa como valor social: se la ha identificado, en su mal sentido, como limosna. Marx criticó la actividad caritativa de la Iglesia porque, según él, lo pobres no necesitan obras de caridad sino de justicia. Benedicto XVI lo recuerda: “Los pobres, se dice, no necesitan obras de caridad, sino de justicia. Las obras de caridad —la limosna— serían en realidad un modo para que los ricos eludan la instauración de la justicia y acallen su conciencia, conservando su propia posición social y despojando a los pobres de sus derechos. En vez de contribuir con obras aisladas de caridad a mantener las condiciones existentes, haría falta crear un orden justo, en el que todos reciban su parte de los bienes del mundo y, por lo tanto, no necesiten ya las obras de caridad. Se debe reconocer que en esta argumentación hay algo de verdad, pero también bastantes errores” (DCE 26).

Muchas veces, fruto de una moral muy individualista, se han trazado límites entre justicia y caridad: así, justicia se entendía dar al otro lo estipulado por la ley, mientras que la caridad iría más allá de las exigencias legales. Cuando se acababan las exigencias de la justicia comenzaban las de la caridad. De esta manera, la caridad comenzaría donde acaba la justicia: ambas se yuxtapondrían. En esta concepción la caridad no es un deber, sino una opción. Sin embargo, en una perspectiva que entienda la moral desde una óptica social, su relación es mucho más profunda. Serían dos expresiones de la misma realidad cristiana. Tanto el amor como la justicia han de estar presentes en la vida cristiana. Bien podríamos decir con Häring: “en la mejor tradición católica, la virtud teologal de la caridad no se eleva sobre las virtudes cardinales, ni tampoco se yuxtapone a ellas, sino que constituye la forma y el alma de esas virtudes, en particular de la justicia (…) No hay deber de justicia que no sea al mismo tiempo deber de caridad: por eso, no hay oposición entre los deberes de la caridad y los de la justicia”. Caridad y justicia son inseparables y se retroalimentan en vistas a la plenitud de ambas: la caridad implica y radicaliza las exigencias de la justicia (“el amor es el cumplimiento de la ley”: Rom 13,10) y le da a esta una motivación y fuerza interior nuevas. La justicia expresa las exigencias más auténticas de la dimensión social de la caridad, o dicho de otra manera, la justicia no es otra cosa que exigencias codificadas de la caridad, o el mínimo que presupone la caridad. En ese sentido, alguien ha dicho que “la justicia de hoy es el amor de ayer; el amor de hoy es la justicia de mañana”. Por eso,

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la justicia es mediación y camino de la caridad; y la caridad es el alma que vigoriza e impulsa la justicia hacia una “justicia mejor”. Por eso, la caridad siempre debe ir abriendo nuevos caminos a la justicia, sobre todo a la justicia social: los deberes de justicia van abriéndose camino poco a poco, pero son tan deberes como los deberes de caridad (y viceversa: lo único que, según la distinción clásica, los deberes de justicia pueden ser exigidos en los tribunales mientras que los otros no, pero ambos son deberes morales). Como se puede apreciar, en ningún caso la caridad puede suplantar a la justicia: es necesario como nos recuerda el Concilio “cumplir antes que nada las exigencias de la justicia para no dar como ayuda de caridad lo que ya se debe por razón de justicia” (AA 8).

Igualmente, la caridad debe poner ternura a la justicia: la justicia por sí sola no es suficiente, aunque necesaria mientras no lleguen todos a la perfección de la caridad. “El amor —caritas— siempre será necesario, incluso en la sociedad más justa. No hay orden estatal, por justo que sea, que haga superfluo el servicio del amor. Quien intenta desentenderse del amor se dispone a desentenderse del hombre en cuanto hombre. Siempre habrá sufrimiento que necesite consuelo y ayuda. Siempre habrá soledad. Siempre se darán también situaciones de necesidad material en las que es indispensable una ayuda que muestre un amor concreto al prójimo. El Estado que quiere proveer a todo, que absorbe todo en sí mismo, se convierte en definitiva en una instancia burocrática que no puede asegurar lo más esencial que el hombre afligido —cualquier ser humano— necesita: una entrañable atención personal” (DCE 29).

Benedicto XVI resume todo esta cuestión en los siguientes términos: “Ubi societas, ibi ius: toda sociedad elabora un sistema propio de justicia. La caridad va más allá de la justicia, porque amar es dar, ofrecer de lo «mío» al otro; pero nunca carece de justicia, la cual lleva a dar al otro lo que es «suyo», lo que le corresponde en virtud de su ser y de su obrar. No puedo «dar» al otro de lo mío sin haberle dado en primer lugar lo que en justicia le corresponde. Quien ama con caridad a los demás, es ante todo justo con ellos. No basta decir que la justicia no es extraña a la caridad, que no es una vía alternativa o paralela a la caridad: la justicia es «inseparable de la caridad», intrínseca a ella. La justicia es la primera vía de la caridad o, como dijo Pablo VI, su «medida mínima», parte integrante de ese amor «con obras y según la verdad» (1 Jn 3,18), al que nos exhorta el apóstol Juan. Por un lado, la caridad exige la justicia, el reconocimiento y el respeto de los legítimos derechos de las personas y los pueblos. Se ocupa de la construcción de la «ciudad del hombre» según el derecho y la justicia. Por otro, la caridad supera la justicia y la completa siguiendo la lógica de la entrega y el perdón. La «ciudad del hombre» no se promueve sólo con relaciones de derechos y deberes sino, antes y más aún, con relaciones de gratuidad, de misericordia y de comunión. La caridad manifiesta siempre el amor de Dios también en las relaciones humanas, otorgando valor teologal y salvífico a todo compromiso por la justicia en el mundo” (CV 6).

En este texto fundamentalmente se nos dice1 que la caridad nos exige, primero, ser justos con los demás en cuanto a lo debido a su ser; que la caridad y la justicia van 1 J.I.CALLEJA, Sobre la relación caridad-justicia en la reciente doctrina social de la iglesia, Lumen LVIII (2009) 567-573.

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juntas, y no en paralelo, menos una tras otra, sino juntas para su mutua plenitud; que por la justicia, la caridad se hace operativa en cuanto a lo debido, y por la caridad, la justicia se ve trascendida o completada con gestos de entrega, compasión y perdón, no debidos en sentido estricto (las exigencias de la caridad van con frecuencia más allá de la estricta justicia); que la caridad, da valor teologal y hasta salvífico al compromiso por la justicia.

3.-La verdad, condición de la vida socialUno de los problemas de nuestro mundo es el ambiente de mentira en el que nos

desenvolvemos y cómo la mentira es legitimada por intereses varios. Sin embargo, el valor de la verdad es fundamental para la vida social: sin ella, esta se hace imposible. “Las relaciones entre los Estados y en los Estados son justas en la medida en que respetan la verdad. En cambio, cuando la verdad es despreciada, se amenaza la paz, se pone en peligro el derecho y, como consecuencia lógica, se desencadenan las injusticias” (Benedicto XVI, 18-marzo-2006). “Sin la búsqueda y el respeto de la verdad, no existe sociedad sino la dictadura del más fuerte. La verdad, que no es propiedad de ninguno, está en grado de hacer converger los seres humanos hacia objetivos comunes. Si la verdad no se impone por si misma, el más hábil impone su verdad” (Comisión Teológica Internacional 87). Vivir en la verdad, por tanto, nos aleja de arbitrariedades, de modas, de presiones: la verdad es garantía de convivencia pues es adecuarse a las exigencias de la moralidad objetiva. Benedicto XVI lo ha recordado en su encíclica CV: la verdad es la que ilumina el quehacer social y nos previene de desviaciones.

Pero existe el eterno problema: ¿qué es la verdad? En tiempos de relativismo, como son los que vivimos, no es fácil hacerse esta pregunta. Las diversas filosofías han respondido a esta pregunta. Para algunos la verdad es la apertura del ser que se automanifiesta (Heidegger), para otros la verdad tiene que ver con la utilidad... Para el pensamiento cristiano la verdad hace referencia al ser de las cosas. Por eso, es preciso conocer la verdad del hombre y de la sociedad, partiendo de su propia esencia. Así nos lo recuerda el Concilio: “Por razón de su dignidad, todos los hombres por ser personas, es decir, dotados de razón y de voluntad libre y, por tanto, enaltecidos con una responsabilidad personal, son impulsados por su propia naturaleza a buscar la verdad, y además tienen la obligación moral de buscarla, sobre todo la que se refiere a la religión. Están obligados, asimismo, a adherirse a la verdad conocida y a ordenar toda su vida según las exigencias de la verdad” (DH 2).

Juan XXIII comprendió así las exigencias fundamentales de la vida humana y cristiana frente a la verdad: pensar, honrar, decir y hacer la verdad.

-pensar la verdad: requiere apertura hacia la verdad, disponibilidad y docilidad para secundar sus exigencias. Esta apertura conlleva una continua verificación de nuestras posiciones e ideas y valor para superar las incoherencias. La búsqueda de la verdad es también una tarea educativa, cuya responsabilidad tiene el Estado y los MCS.

-honrar la verdad: honrar la verdad significa ser uno mismo en cada circunstancia de la vida sin perderse en el anonimato de la masa, significa adecuar

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nuestra acción a nuestro pensamiento y voluntad, significa ser fieles a la verdad de la vida y de las cosas. Frente a esto, el respeto humano o la falta de personalidad hacen que no honremos muchas veces la verdad. Podríamos decir que Dios nos llama y nos indica un destino. Seremos realmente verdaderos si, en palabras de Häring, “secundamos las miras amorosas que Dios tiene sobre nosotros, si trabajamos con el talento que se nos confió, si en las diversas situaciones por que atraviesa nuestra existencia prestamos oído a la voz de Dios que nos llama, si correspondemos al nombre de hijos con que Dios nos designa. Aparecer como uno es: he ahí la verdad”.

-decir la verdad: hay que proclamar con franqueza y valor el mensaje de la verdad, aunque suponga sacrificios. Debe de haber una conformidad entre el pensamiento y el signo exterior. Decir la verdad que se apoya fundamentalmente en el amor al semejante. Es este amor el que muchas veces nos hará no decir toda la verdad ni a todos.

-hacer la verdad: la verdad manifestada en las obras es siempre una luz en la vida y en la sociedad y desenmascara oscuros intereses. Así sucedió con los fariseos, a los que Jesús tanto reprocha. Hacer la verdad es construir sobre sólidos cimientos. La verdad de las cosas sirve al hombre y a la sociedad: nunca se oponen a él.

La búsqueda de la verdad obliga al diálogo: la verdad no se posee, se busca y se encuentra marcada histórica y culturalmente. Como nos recuerda el Papa: “no conviene afirmar de manera excluyente «yo poseo la verdad». La verdad no es posesión de nadie, sino siempre un don que nos llama a un proceso que nos asimile cada vez más profundamente a la verdad. La verdad sólo puede ser conocida y vivida en la libertad; por eso, no podemos imponer la verdad al otro; la verdad se desvela únicamente en el encuentro de amor” (Ecclesia in Medio Oriente 27). Por tanto, es susceptible de determinaciones, de prejuicios y resistencias.... La fidelidad a la verdad conlleva el diálogo. Este siempre se convierte en camino hacia la verdad. El diálogo implica respeto a la persona y a sus ideas, implica la disposición a la tolerancia y a la comprensión, incluso del que está en el error.

Esta exigencia de verdad obliga, en primer lugar, a los que ejercen la autoridad, pero también a los medios de comunicación y a los diferentes agentes sociales. 4.-La libertad humana

La libertad es hoy uno de los valores preponderantes de la sociedad. El ansia de libertad, derivado de la reivindicación de la autonomía del hombre, está en el corazón de toda persona. Frente a los primeros inicios en los que la doctrina de la Iglesia puso más énfasis en la autoridad que en la libertad, esta se ha convertido en un logro a alcanzar en la vida social. No en vano, la crítica a los diferentes sistemas políticos y económicos se hace hoy desde esta clave: posibilitar el desarrollo humano integral. “La libertad es la primera condición de un orden político humanamente aceptable. Sin la libertad de seguir la propia conciencia, de expresar las propias opiniones y de perseguir los propios proyectos, no existe una ciudad humana, aunque la búsqueda de los bienes privados

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debe siempre articularse hacia la promoción del bien común de la ciudad” (Comisión Teológica Internacional 87).

Aquí se sitúa la pregunta fundamental: ¿qué es la libertad? En el fondo es una pregunta antropológica, porque la libertad no es la facultad que tiene el ser humano de hacer o no hacer una cosa, de hacer esta o aquella. No es poder hacer todo lo que se quiera, no tener que aceptar ningún criterio fuera y por encima de mí mismo, seguir únicamente mi deseo y mi voluntad. Quien vive así, pronto se enfrentará con los otros que quieren vivir de la misma manera. Por el contrario, es la propiedad que define al hombre y consiste en la entrega del sujeto a sí mismo; más que hacer algo, por la libertad, el ser humano se hace, llega a ser hombre. Consiste realmente en la determinación de la persona para ser ella misma.

Pero precisamente porque es libertad del hombre, siempre va a ser limitada, es decir, no es absoluta sino que depende de muchos condicionamientos: biológicos, culturales, sociales... Justamente por eso, porque la libertad del hombre es una libertad compartida con los demás, se conseguirá la armonía entre ellas sometiéndose a lo que es común a todos: la verdad del ser humano. La libertad hace referencia a la verdad y ha de buscarse en libertad.

La libertad, para la Revelación, va a ser don concedido por Dios al ser humano: el hombre, por su libertad, es dueño de sus acciones y decisiones. Pero la libertad es un don no como fin en si mismo, sino como instrumento para buscar a Dios y alcanzar la propia perfección humana. Alcanzar la libertad está en relación con la persona, con su individualidad y dignidad. Por eso, S. Pablo une la libertad con la filiación (Rm 8,15). Eso significa, en palabras del Papa, que “es libre el hijo, al que pertenece la cosa y que por eso no permite que sea destruida (frente al esclavo). Ahora bien, todas las responsabilidades mundanas, de las que hemos hablado, son responsabilidades parciales, pues afectan sólo a un ámbito determinado, a un Estado determinado, etc. En cambio, el Espíritu Santo nos hace hijos e hijas de Dios. Nos compromete en la misma responsabilidad de Dios con respecto a su mundo, a la humanidad entera. Nos enseña a mirar al mundo, a los demás y a nosotros mismos con los ojos de Dios” (3-junio-2006).

Para profundizar:+L.GONZÁLEZ-CARVAJAL, El clamor de los excluídos, Sal Terrae, Santander 2009, 151-176 (la justicia y la caridad).+E.ALBURQUERQUE, Moral Social Cristiana. Camino de liberación y de justicia (Valores permanentes 154-201).+J. SOLS LUCIA, Pensamiento social cristiano abierto al siglo XXI. A partir de la encíclica Caritas in Veritate (Caridad y verdad 45-70).

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