11 - John Norman - La Esclava de Gor

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    EL COLLAR

    Yaca sobre la hierba clida. Poda sentir cada una de sus suaves y caldeadas

    hojas verdes bajo mi mejilla izquierda; tambin bajo mi cuerpo, bajo mi estmago,en los muslos. Me estir, extend los dedos de los pies. Estaba adormecida. Noquera despertar. El sol se posaba caliente en mi espalda, intenso, casi incmodo.Me acurruqu de nuevo sobre la hierba. Tena la mano izquierda extendida y conlos dedos tocaba la trrida suciedad de entre las hojas. Con los ojos cerrados meresista a retornar a la consciencia pero sta pareca llegar lenta,imperceptiblemente. Me apeteca prolongar aquel calor, aquella placidez. Movligeramente la cabeza. Mi cuello pareca llevar un peso; o el suave tintineo, unleve movimiento, de pesadas anillas de metal.

    No lo comprenda.Soolienta, volv la cabeza a su posicin original. De nuevo sent el peso

    circular, duro, en mi cuello; otra vez o el sonido, el movimiento simple pero realde pesadas anillas metlicas.

    Entreabr los ojos. Vea a contraluz la hierba verde y cercana; cada una de sushojas me pareca, en su proximidad, ancha, sucia. Con los dedos escarb la tierraardiente. Cerr los ojos. Comenc a sudar. Tengo que levantarme, desayunarrpidamente y correr a clase. Debe ser tarde ya. Tengo que darme prisa.

    Record el pao sobre mi boca y mi nariz, aquel olor, la fuerza del hombre queme sostena. Aunque me resistiera, el yugo de su abrazo me retena, desamparada.Luch, pero en vano. Estaba aterrorizada. No saba que un hombre pudiera ser tanfuerte. l esperaba, paciente, sin prisa ninguna, a que yo respirara. Yo trataba deno hacerlo. Hasta que, jadeando impotentes, los pulmones inhalaron al fin

    profunda y desesperadamente el punzante, asfixiante aroma hacia el interior de micuerpo. En un instante, ahogada en el horripilante e implacable olor, incapaz deexpulsarlo, incapaz de evitarlo, enferma, perd el conocimiento.

    Abr los ojos y vi las hojas de hierba pegadas a mi cara. Delicadamente abr laboca y sent el cepillo de la hierba en mis labios. Mord una hoja y not su jugo enmi lengua.

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    Cerr los ojos. Tengo que despertarme. Record el pao, la fuerza del hombre,aquel olor.

    Escarb hondo en la suciedad con mis dedos. La ara. La sent entre mis uas.Levant la cabeza y rod sobre m misma gritando, despertando, enredndome conla cadena y la hierba. Me sent. En un instante me di cuenta de que estaba desnuda.

    Mi cuello cargaba su pesado crculo; la recia cadena, atada al collar, caa entre mispechos y sobre mi muslo izquierdo.

    No! No! chill. No!De un salto me inclin hacia mis pies. La cadena penda pesada, graciosamente

    del collar. Senta el empuje del collar contra la clavcula. La cadena me pasabaahora entre las piernas, levantndose detrs de la pantorrilla, tras el talnizquierdo. La sacud con todas mis fuerzas. Trat de quitarme el collar por lacabeza, hacia arriba. La gir y lo volv a intentar. Slo consegu herirme en lagarganta; dola. Al levantar la barbilla vi el cielo claro, azul, con sus inquietantes

    nubes blancas. Pero no pude liberarme del collar. Se me ajustaba con precisin.Solamente el dedo meique caba entre su peso y mi cuello. Gem. El collar no se

    poda quitar. No haba sido hecho para ser quitado. Irracional, locamente, sin nadaen mi conciencia ms que mi propio miedo y la cadena, ech a correr y cadandome las piernas, encadenadas. De rodillas, la agarr, tir de ella sollozando.De rodillas, trat de empujar hacia atrs, pero mi cabeza fue devuelta cruelmentehacia delante. Sostuve la cadena. Meda unos cinco metros. Se extenda hasta un

    pesado aro unido a un disco que a su vez estaba clavado a una gran roca degranito, de forma irregular, pero de unos siete metros cuadrados de base y unos

    diez de altura. El disco, con su aro, se hallaba aproximadamente en el centro de lapiedra, bajo, a un metro sobre la hierba. La roca pareca estar taladrada y el discosujeto por cuatro tornillos. Quizs cruzasen la piedra entera para ser fijados al otrolado. No lo saba. De rodillas, tir de la cadena. Llor. Grit. Empuj de nuevo. Meda las manos y ni siquiera se movi un centmetro.

    Me incorpor quejndome por mis pies dolidos, por mis manos encadenadas.Era una pea prominente. No haba otra igual a la vista. Me encontraba en unterreno ondulado, de suave pasto, amplio y extenso, sin seal alguna. No vea nadaque no fuera hierba movida por el dulce y perezoso viento, el horizonte distante,las raras nubes blancas y el azul del cielo. Estaba sola. El sol calentaba. Detrs dem se alzaba la roca. Senta la brisa sobre mi cuerpo, mas no directamente, puestoque el disco estaba en su parte ms protegida. Me pregunt si aquel viento erausual. Me pregunt si cadena y disco estaban situados de aquel modo pararesguardar al prisionero del viento, tal y como yo lo estaba. Me estremec.

    Respir profundamente. Nunca en mi vida haba yo aspirado un aire similar. Apesar de la cadena, ech hacia atrs la cabeza. Cerr los ojos. Me beb la atmsferacon los pulmones. Quienes no han respirado semejante aire no pueden conocer lassensaciones que sent en aquel momento. Algo tan simple como el aire que inspirme llen de jbilo. Era limpio y claro; fresco, casi vivo, chispeante de regocijo con

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    tan ligero, abundante, prstino oxgeno. Pareca el aire de un mundo nuevo,incontaminado por las toxinas de la masa humana, de los dones ambiguos peronunca puestos en duda, ponzoosos, de la civilizacin y la tecnologa. Mi cuerpose vivific. As de sencillo fue el efecto inmediato sobre mis sentidos y concienciade una oxigenacin adecuada de mi organismo. Aquellos que nunca han respirado

    el aire de un mundo limpio no pueden entender mis palabras.Mir hacia el sol. Me cegaba, mir hacia abajo, cruc los campos con mi

    mirada.Era consciente ahora, como no lo haba sido nunca, de la nueva sensibilidad de

    mi cuerpo, de sus movimientos. Pareca haber incluso una diferencia sutil en mipropio peso. Rechac de mi mente esta idea. No la poda admitir. Pero saba queera cierta. Intentaba expulsar de mi mente lo que saba que era la explicacin deeste fenmeno inusual.

    Torpemente levant la cadena que colgaba del collar amarrado a mi cuello. La

    mir, incrdula. Las anillas eran de un tosco hierro negro, bien ajustadas, pesadas.No pareca una cadena especialmente buena o cara. Pero me sujetaba. Palp elcollar. Sin verlo deduje que deba ser del mismo material, simple, prctico, sinninguna ostentacin. Abrazaba mi cuello estrechamente. Supuse que sera tambinde color negro; tena a un lado, bajo mi odo derecho, una bisagra de la quecolgaba la cadena por debajo de mi barbilla. Del otro lado, a la izquierda, note uncandado que no admita sino una llave de grandes dimensiones. Me di la vuelta ymir la enorme roca, las lneas del feldespato sobre el granito.

    He de despertarme, me dije. Debo despertar. Re amargamente. Sin duda era

    un sueo!Entonces record el hombre, su fuerza, mi intil resistencia, el terrible olor, la

    asfixia. Esto, lo saba, no haba sido un sueo.Golpe la roca hasta que me sangraron los puos, la roca de granito que el

    feldespato delineaba, Mir detrs de ella, sobre la vasta pradera.La plena conciencia de estar despierta, de que todo era real se impuso

    finalmente en mi mente, me inund, abrumadora, irrefutablemente.Estaba ah sola, desnuda, indefensa, ante la gran pea, mirando los campos.Estaba sola, asustada, y llevaba una cadena al cuello.Al fin hund la cara entre mis manos llorando desesperadamente. Entonces fue

    como si la tierra hubiese girado bajo mis pies y la oscuridad me rodease,penetrando en mi interior, y perd el conocimiento.

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    EL SQUITO

    Sent que, rudamente, alguien me volva cara arriba. Veck, Kajira, deca unavoz spera. Mir asustada. Grit de dolor. Una punta metlica se pos sobre micuerpo, entre mi cadera izquierda y el vientre. La punta de la lanza se levant altiempo que reciba un duro golpe en el muslo derecho con el otro extremo del asta.Al llevarme la mano a la boca, l me la apart de una patada; calzaba una altasandalia atada con cintas a su pierna; era recia, pareca una bota abierta. Llevaba

    barba. Estaba tendida entre sus piernas. Alc la vista hacia l, aterrorizada.No estaba solo. Tras l haba otro hombre, a corta distancia. Vestan sendas

    tnicas rojas; de sus cinturas colgaban sendas espadas envainadas; cada unollevaba en el cinturn un cuchillo adornado. El hombre de atrs tena una adargade cuero trenzado y metal, y una lanza de cuya hoja colgaba un penacho de pelooscuro y arremolinado; llevaba alrededor de su cuello un collar de dientes de algnanimal carnvoro. El que se hallaba frente a m haba dejado casco y adarga a unlado; estos yelmos deban de cubrir la cabeza entera y la mayor parte de la cara,con una abertura en forma de Y. El cabello de ambos era largo; el del primeroatado por atrs con un estrecho pedazo de ropa doblada.

    Me escurr de entre los pies del hombre que se alzaba sobre m, retrocediendo.

    Nunca haba visto un hombre semejante. Me sent tan vulnerable. Se veanpoderosos, fieros. Me acuclill. La cadena colgaba de mi collar. Me qued quieta ytrat de taparme como pude con mis manos. No me atreva ni siquiera a hablar.

    Uno de los hombres me orden algo con un gruido. Movi su mano,airadamente. Yo apart las mas de mi cuerpo. Me di la vuelta, todava en cuclillas.Comprend que queran mirarme. El de la barba se me acerc. No me atreva amirarle a los ojos. No poda concebir tales hombres. Mi mundo no me haba

    preparado para entender que tales hombres existieran.Vi la negra correa de cuero amplia y brillante que cruzaba su cuerpo, a la que

    se sujetaba la espada que penda de su cintura. Vi las gruesas fibras rojasrudamente tejidas de su tnica. Supe que iba a levantarme en sus brazos paraestrecharme contra su pecho con tal fuerza que la correa y las fibras de su tnica seimprimiran en mis pechos.

    Sent la punta de su daga bajo mi barbilla. Dola. Me pinch. Chill,levantndome casi de puntillas. Luego me qued de pie ante l, derecha, tanderecha como no lo haba estado nunca en mi vida.

    Entonces el hombre retrocedi un paso y ambos me inspeccionaron,completamente, caminando a mi alrededor. Hablaban de m cndidamente. No

    poda comprender su dilogo. Mi barbilla se mantena erguida, tal y como la dej

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    yo tambin lo o. Un hombre cantaba con desenfado una meldica y repetitivacancin.

    Molesto, el de la barba envain su espada. Ambos blandieron el escudo y lalanza; el de atrs se coloc el casco.

    Volv a colocarme de cuatro patas sobre la hierba. Casi no me poda mover.

    Vomit. Intent intilmente zafarme del collar y la cadena. Si solamente hubierapodido correr, o huir arrastrndome Pero estaba firmemente atada.

    Torpemente levant la cabeza. El individuo se acercaba sin prisa. Pareca estarde buen humor. Cantaba feliz con una voz plena. Su pelo era negro y abundante.Vesta como los otros, armado del mismo modo. Cargaba un zurrn en el quesupuse habran vveres y una cantimplora. Lleg cantando y sonriendo, pero losotros no parecan muy contentos de su aparicin. Su tnica era algo distinta, tenauna marca sobre el hombro izquierdo que los otros no tenan. Para m erandiferencias sutiles, pero tal vez no lo fueran para quien las pudiera interpretar

    correctamente.El hombre dej de cantar a unos veinte metros de nosotros y se detuvo risueo.

    Les salud levantando la palma de su mano derecha, mientras con la otra sujetabala lanza con los objetos que de ella colgaban.

    Tal, Rarius! dijo el barbudo.El recin llegado se quit la cantimplora del cinturn y descarg su zurrn.El de la barba agit con desdn su mano, hablando airadamente. Le estaba

    ordenando que se alejara. Seal a su compaero: eran dos. El otro sonri, dejandola lanza sobre el suelo y aflojando su casco.

    El barbudo se coloc entonces el suyo, ocultando sus rasgos.Sin la ms mnima hostilidad, el hombre se fue acercando, como casualmente.De nuevo se le indic que se alejase. l de nuevo, sonri.Los tres hablaron entre ellos. Nada pude entender. El recin llegado hablaba

    muy relajadamente; una vez se golpe el muslo al rerse. Los otros dos parecanms nerviosos, el que no llevaba barba sacuda su lanza.

    El recin llegado no le prest atencin. No les miraba a ellos sino a m. Mesonri.

    Sin quererlo, me sonroj. Baj la cabeza. Estaba furiosa. Por quin metomara? Por una esclava encadenada, cuya belleza iba a pertenecer al ms fuerte,o al ms poderoso, al ms rpido con la espada, o al mejor postor?

    Me seal. Habl. El de la barba volvi a gruir, agitando su brazo,ordenndole que se fuera. El nuevo se ri, provocando que gesticulara ms an.Me mir ms de cerca y pronunci una palabra que ya haba odo antes, la que mehaban dicho despus de haberme azotado, cuando mantenan mi cabeza sujeta conla espada en mi garganta. Enderezando la cabeza me arrodill, la cadena colgandofrente a mi cuerpo, sobre la hierba. Me apoy sobre los talones con la espalda bienderecha, las manos sobre los muslos, la cabeza alta y mirando al frente. Ech loshombros hacia atrs, los pechos hacia delante. No olvid la posicin de mis

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    rodillas, las abr tanto como pude, como saba que ellos queran. Me arrodill anteellos en la postura ms elegante y sumisa en la que un hombre poda colocar a unamujer.

    El recin llegado habl con decisin. Los otros dos replicaron con enojo. Elprimero, lo vea por el rabillo del ojo, me sealaba; sonrea. Me hizo estremecer.

    Me peda! Les estaba diciendo que me entregasen a l! Cmo le odi, por suatrevimiento, y al mismo tiempo, cmo me complaca! Los hombres se rieron; yome asust. Eran dos contra uno! Deba escapar, salvar su vida!

    Kajira canjellne! dijo. Aunque me sealaba a m con su lanza, no quitabael ojo de los dos hombres.

    El de la barba le mir furioso.El recin llegado retrocedi unos pasos. Se agach para recoger un puado de

    hierba que empez a masticar.El barbudo se me acerc. De su tnica sac una fina tira de cuero negro. Se

    inclin a mi espalda para atarme de manos y pies, al tiempo que abra mi collar conuna enorme llave. La sent girar bajo mi odo izquierdo, sobre mi cuello. Una vezabierto lo dej sobre la hierba, junto con la cadena. Al fin me haba librado de l!Lo pude ver por primera vez, era tal como lo haba imaginado.

    Pero estaba atada, indefensa. Intilmente intent deshacerme de mis ligaduras.El de la barba me levant sin esfuerzo. Yo no pesaba nada para l. Mir al

    extrao, que se hallaba a unos metros.Kajira canjellne? pregunt. Estaba claro que le ofrecan la posibilidad de

    retractarse. Quizs haba un error, un malentendido

    El otro asinti con la cabeza. No, no haba ningn error.Entonces el primero traz un crculo con su espada en el suelo. Me dej ah; yo

    me arrodill. Tuvieron un corto dilogo, como si establecieran ciertas normas.El extrao se incorpor. Se coloc el casco y prepar sus armas. En su mano

    derecha empu la espada. sta era de bronce, ancha en su base y de punta muyafilada, deduje que deba ser un arma realmente peligrosa; dud que sus escudosfueran lo suficientemente resistentes para protegerles de un ataque frontal de unaespada as. Sin duda, con un arma semejante, se poda atravesar sin esfuerzo elcuerpo de un hombre.

    Los dos hombres intercambiaron algunas palabras. El que no tena barbaavanz unos pasos con el escudo en su brazo y la espada en la mano. Se par anteel extrao.

    Ninguno se mova. Pasaron largos minutos. Entonces, de repente, el extrao,hundi el asta de su lanza en el suelo, riendo.

    Kajira canjellne! exclam con una carcajada.Era el ritual del tiro de lanza.La del que fuera mi guardin sali despedida tras chocar contra el escudo del

    extrao, clavndose intil en el suelo. La del contrincante consigui hundirse en suescudo; entonces, con un veloz movimiento, sin darle tiempo a deshacerse de l,

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    agarr la lanza por el asta, alzndola en el aire y derribndolo a sus pies. La espadadel recin llegado se hundi sin piedad en la garganta de su oponente, bajo sucasco.

    Dejando a un lado su propio escudo, con la espada en ristre, aguardaba en pie.El otro, enfurecido, desenvain desafindole, y en un instante ambos estaban

    enzarzados en un terrible cuerpo a cuerpo.En mi horror, comprend que no eran humanos, no lo que yo entenda por

    humanos. Eran guerreros brutales, bestias.El miedo me hizo gritar.Siempre haba tenido miedo de las hojas metlicas, incluso de un simple

    cuchillo. Ahora me encontraba, de rodillas, desnuda e indefensa, ante dos hombresfieros, fuertes y expertos en el arte de blandir el acero.

    Peleaban.Uno de ellos retrocedi, gruendo, cayendo de rodillas para quedar tendido,

    retorcindose de dolor, sobre la hierba, con ambas manos en el vientre y la espadaabandonada a un lado.

    El extrao tambin retrocedi, con su espada ensangrentada para observarlomejor.

    El barbudo, desde el suelo, levant el escudo.El extrao se dirigi hacia el escudo de su primer rival para extraer su lanza. Su

    enemigo yaca doblado sobre s mismo; se morda, sangrando, el labio superiorpara no chillar de dolor; sus manos plegadas sobre su medio partido cinturn, lahierba teida de rojo a su alrededor.

    En el instante en que el vencedor arrancaba su arma del escudo, el barbudo selevant, gritando salvajemente, corriendo hacia l con la lanza en la mano.

    Antes de que yo pudiera reaccionar, el extrao ya se haba puesto en guardia.En el momento en que el grito de terror escapaba de mis labios, la lanza pasrozando el casco del extrao, quien se apart del escudo. El de la barba palideci.El otro no corri hacia l, sino que se mantuvo en su posicin, en guardia. Con suespada hizo un gesto indicando que la lucha recomenzaba.

    Con un alarido de rabia, el barbudo se le acerc corriendo, protegindose conel escudo y la espada horizontal. El extrao ya no estaba ah. Dos veces ms atac,

    pero su rival pareca desaparecer del punto donde se deba de haber producido elchoque. A la cuarta embestida, ste se hallaba detrs de l, a su izquierda. Semiraron, desafiantes.

    La lucha se volvi a entablar.Entonces me di cuenta, como no lo haba hecho antes, de la habilidad del

    extrao. Se haba reservado hasta el final, y con un sutil y experto golpe dej a surival tendido, mirndole humillado, comprendiendo que si no haba acabado yacon l era porque haba decidido dejarlo con vida. Atada, de rodillas en el crculo,me alegr de comprobar que el extrao era en realidad el amo de los otros dos.Con toda la autoridad de su mirada, le oblig a desarmarse y a cargar con el cuerpo

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    de su compaero, no sin haber dejado antes tambin sus armas a un lado. Con l acuestas, se alej lentamente.

    El extrao permaneca en pie, observando su partida hasta que desaparecieronen la distancia.

    Termin de arrancar su lanza del escudo, la enarbol como un estandarte.

    Luego se sent junto a l.Y me mir.Empez a acercrseme lentamente. Estaba aterrorizada.Se detuvo ante m.Jams me haba sentido tan asustada. Inclin mi cabeza a sus pies. Permaneca

    de pie, sin moverse. Yo era terriblemente consciente, indefensa, de su presencia.Esperaba que hablase, que me dijera algo. Tena que comprender mi terror! Esque no se daba cuenta, ante mi cuerpo desnudo y atado, de mi total vulnerabilidad?Yo esperaba que dijera alguna palabra amable, algo que me tranquilizase.

    Temblaba. No dijo nada.Yo no alzaba la cabeza. Por qu no hablaba? Cualquier hombre bien educado,

    tras advertir mi belleza, hubiera tratado de consolarme, de sacarme del trance en elque me encontraba.

    Se quit el yelmo, lo dej a un lado sobre la hierba. Sent su mano en micabello, sin crueldad, pero con firmeza. Luego sent como me echaba hacia atrs lacabeza, con la mano sobre mi rodilla, hasta hacerme tocar el suelo con ella; quedcon la espalda arqueada, mirando hacia el cielo asustada. Estaba examinando todami belleza. Siempre me haba sentido orgullosa de ella. Luego me tendi, de

    costado, para examinar mi perfil. Yaca sobre el lado derecho. Dio unos pasos a mialrededor, observndome. Me enderez los pies, para as poder vermecompletamente extendida. Entonces se agach a mi lado. Sent su mano en micuello. Con su pulgar recorri la marca que el collar me haba dejado. Me escoca.Pero no era una herida profunda. Me palp el brazo, el antebrazo y los dedos,movindolos. Pasaba sus manos firmemente por mi cuerpo, siguiendo suscurvaturas. Me coloc una mano en la espalda y la otra en el trax para sentir mirespiracin. Luego sobre mi muslo; me hizo flexionar la pierna. No era

    precisamente lo que un caballero hubiera hecho. Nunca anteriormente un hombreme haba tocado como l lo haca; ningn hombre en la Tierra, estaba segura,hubiera actuado de este modo. Me senta examinada como un animal. En unmomento determinado me hizo abrir la boca introducindome en ella dos dedos decada mano; me examinaba la dentadura. Tengo los dientes bonitos, pequeos y

    bien alineados, aunque con dos empastes ya que haba tenido caries. Se fij enello, pues, como ms tarde pude saber, era uno de los rasgos para determinar elorigen terrqueo. Tambin supe que no era la primera mujer terrestre que vea. Yaprend tambin que los goreanos no padecan de caries; seguramente debido a unadieta ms adecuada, sin azcares, y a su cultura. Una cultura en la que el conceptode edad no iba unido al de deterioro. Despus me recost sobre el otro lado para

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    seguir examinndome.Me horrorizaba la franqueza, la simplicidad con la que me trataba.Es que me tomaba por un animal? Se crea que era nicamente de su

    propiedad?Me dijo algo. Not su aliento sobre mi cara. Tembl.

    No le entiendo dije. Por favor, desteme.Pareci satisfecho, o ms bien resignado, con mi reaccin. Entendi que no

    poda comunicarse conmigo, que no podamos hablarnos. Se alz sin mirarme.Evidentemente, no estaba contento. Yo me encog de hombros, enojada. No eraculpa ma si no nos entendamos! Pero agach la cabeza, humillada, mientras lrecorri el campo, el crculo, la roca con su mirada. Me sent tan pequea, sola enla hierba

    Al rato, tras haber examinado el terreno, tal vez buscando la clave de mipresencia all, el desconocido me mir otra vez.

    Levant la vista hacia l, temblando.Me agarr por el pelo y me dobl sobre el vientre a sus pies. Le o desenvainar

    la espada.No me mate! grit llorando. No me mate, se lo ruego!Aterrorizada, escuch como su espada cortaba con toda facilidad el cuero que

    me ataba los tobillos.Luego me dej, carg con sus cosas y se march sin mirarme.Observ su partida; desentumec los pies, con las manos an firmemente atadas

    a mi espalda. El cielo se oscureca. Me sobresalt al ver tres lunas aparecer en el

    horizonte. El hombre estaba ya lejos.Corr tras l.

    Detngase, por favor! Espreme! grit.Jadeando, le segu; tropec, me ca varias veces.Se volvi. Me detuve sin aliento, a unos doscientos metros de l. Mas diome la

    espalda para continuar su marcha. Empec a correr otra vez. De nuevo se volvi, altiempo que yo, instintivamente, agachaba la cabeza. Continu su camino, y por dosveces repetimos la misma operacin; yo bajaba siempre la cabeza, hasta que,finalmente, se me acerc, detenindose a un metro de m.

    Me contempl durante unos minutos; tras esto se quit el yelmo, cogi suzurrn y su cantimplora y me los colg al cuello. Despus, ajustando las correas,me coloc el escudo en la espalda. Vacil bajo su peso. Luego, con el yelmo en lamano, prosigui la marcha.

    Durante cuatro horas caminamos sobre la hierba.De vez en cuando me caa, no poda soportar la incesante marcha bajo el peso

    del escudo. Hasta que me desplom exhausta. Se me acerc. Me mirfuriosamente, al tiempo que se desabrochaba el cinturn. Iba a azotarme! Melevant de un salto. Se coloc de nuevo el cinturn y prosigui su camino. Volv aandar tras l.

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    Hacia el amanecer cruzamos varios riachuelos; algunos rboles aislados, decopa plana, iban apareciendo en el paisaje. Nos paramos bajo un grupo de ellos,

    junto a un pequeo arroyo. Me quit la carga. Me desplom, inconsciente. Debide durar unos segundos; me despert con una sacudida. Luego me dio de comerunos pedazos de carne seca; me di cuenta de cun hambrienta estaba. Me

    incorpor, hacindome sentar sobre la hierba. Me dio de beber. Beb con delirio.Luego me recost, l me levant en sus brazos y me coloc junto a un arbusto, alcual me amarr por el tobillo. Al instante me qued dormida.

    Me pareci que estaba en mi propia cama, clida y placentera.Cuando despert, vi que me encontraba en el bosquecillo, en un mundo

    extrao. Haca calor, el sol estaba alto, filtrndose entre las ramas. Mis muecasestaban libres, aunque segua desnuda, atada por el tobillo al arbusto. Sentada,observ al hombre. Estaba absorto en la tarea de engrasar, con un fino aceite, lahoja de su espada. No me mir. Me enoj; yo no era tan insignificante como para

    ser ignorada as, especialmente por un hombre. Ellos que siempre se habanmostrado solcitos a mi menor capricho!

    No me daba cuenta de que, en este mundo, ramos nosotras quienes debamosobedecerles, complacerles, cumplir exactamente cualquier orden que de ellos

    proviniera.Le miraba.Era atractivo. Me pregunt si sera posible establecer algn tipo de relacin

    significativa con l. Para esto deba aprender por supuesto, a respetarme comomujer.

    Al finalizar su tarea, dirigi su mirada hacia m.Yo le sonre. Quera que furamos amigos. l se palme el tobillo,

    sealndoselo con el dedo, ordenndome que acudiera.Me dispuse a desatarme el lazo que me sujetaba el pie. Con una spera orden,

    me indic que deba deshacer primero el nudo que me una al arbusto. Sin duda metomaba por una estpida, como si no supiera que la ltima atadura que deba serdesechada era la de mi propio cuerpo. Pero yo vena de la Tierra y no conocaestos asuntos. Me cost, y tuve miedo de estarme retrasando demasiado. Mas lesper paciente; saba que sus nudos no eran nada fciles.

    Me orden situarme ante l, a su derecha. Le sonre, pero l me respondi condureza. Inmediatamente me coloqu en la postura que tan dramticamente aprendel da anterior, es decir, la espalda bien derecha sobre los talones, manos sobre losmuslos, cabeza alta, y rodillas bien abiertas. Entonces me mir satisfecho.

    Cmo poda yo entablar amistad con l, arrodillada de aquel modo? Cmopoda hacer que me respetase como persona, que me considerase su igual?

    Me tuve que inclinar para recoger con la boca el pedazo de carne que meofreca; no me permiti cogerla con la mano.

    Qu miserable me senta, en un mundo en el que no se me permitaalimentarme por m misma!

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    Luego me dio a beber de la cantimplora.Atardeca. Se tendi a dormir. Yo no dej mi postura. No tena permiso. Quizs

    me mantena as para disciplinarme. No lo saba. Tena miedo a romper laposicin, l poda despertar y darse cuenta; o tal vez me estaba observando con losojos entrecerrados. Pero, en mi corazn, yo saba que si no rompa la posicin era

    porque no tena permiso para ello. Le tema. Tema romper la posicin. Leobedeca.

    Deb de mantenerme as, en esta postura tan simblica de la subyugacinfemenina por ms de dos horas. Se despert. Me mir, pero no me ordendescansar. Le vi prepararse para la marcha, cargando l mismo con el escudo, lacantimplora y el zurrn. Es que no me iba a permitir que se los llevase?

    Tras eso, con un chasquido de dedos, me permiti relajarme. Mov mismiembros, agradecida, me desentumec. Vi que me observaba. Avergonzada, medetuve. Pero, a una orden suya, continu. l me miraba mientras yo estiraba

    lujuriosamente mi cuerpo, mientras me frotaba las piernas para restablecer lacirculacin. Y me di cuenta de que no estaba realizando todos estos movimientosdel mismo modo que los hara si hubiese estado sola, sino que me estabacomportando como una hembra ante l. Me mir, risueo. Me ruboric. Enojada,me tumb sobre la hierba.

    Mir al cielo; haba oscurecido. El hombre al que yo perteneca se alejaba. Notuve miedo de que no regresara, saba que no estaba enfadado conmigo; lo habavisto en su mirada y en su sonrisa.

    Percib su regreso. Me recost sobre mi codo. Estaba en pie junto a m.

    Alc mi mirada hacia l.Pero no me orden arrodillarme; no me oblig a separar las rodillas.Con un gesto, me indic que me levantase. As lo hice.Despus hizo desaparecer las pocas seales que dejamos en el lugar. No

    habamos encendido fuego.Luego se qued inmvil, apoyndose en su lanza, sin prestarme atencin. Yo

    estaba all, simplemente, a la espera.Mi mente cavil con rapidez. Contrariamente a ayer, que viajamos a la luz del

    da para pasar la noche bajo ese bosquecillo, hoy partamos a oscuras sin dejarrastro. Esto me hizo pensar que tal vez nos encontrramos en una regin hostil. Meestremec; mir con temor a mi alrededor, a las sombras de los rboles. Habraenemigos al acecho? Seramos objeto de algn ataque, de alguna emboscada? Seoy un crujido que le hizo ponerse en guardia. Estuve a punto de chillar de horror;intent agarrarme a su pierna izquierda, pero l me apart con la base de su lanza.Ca de espaldas sobre la hierba. Retroced, aterrorizada. El empujn no fue nadasuave. Luego me acurruqu detrs suyo. Si hubiera tenido algn arma civilizada,un pequeo revlver, por ejemplo, me hubiera sentido menos asustada; pero slo letena a l y a su acero, entre m y el tenebroso crujido. Me llev la mano a la boca.Lo vi emerger del arbusto en la oscuridad. Pens, primero, debido a su sinuoso

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    Mi guardin dej a un lado sus armas y se coloc detrs mo, con sus manossobre mis hombros. A la luz de las antorchas, contemplamos el paso del cortejo.

    Me estremec ante la visin.La vanguardia de la procesin se nos acercaba. Me di cuenta de cun distintos a

    los humanos eran estos seres.

    Pude ver sus armas. Sus tnicas escarlatas, cascos y escudos no tenan lamisma forma, ni estaban decorados del mismo modo que los del hombre al que yo

    perteneca, el brbaro que me sujetaba por los hombros.Pareca que quera evitar ser visto.De repente, quise chillar. Me qued congelada. Su mano izquierda me cubra la

    boca, mientras senta en mi garganta la fra hoja de su cuchillo. No poda emitir unsonido ni moverme en lo ms mnimo.

    Quizs estos hombres de los que se ocultaba podan rescatarme! Quizs mesalvaran! Quizs encontraran el modo de devolverme a la Tierra!

    Me fij en las mujeres que transportaban en la plataforma. Eran muy bellas. Eraobvio que esos hombres las trataban con el respeto apropiado, con reverencia, nocomo animales.

    Tuve la intencin de chillar, pero su mano, tal vez intuyndolo conanticipacin, sujet an con mayor firmeza mi boca. Tena un cuchillo en el cuello.Qu poda hacer, sino permanecer totalmente inmvil y en silencio? Senta su filosobre mi garganta.

    La vanguardia del cortejo pas ante nosotros.Vi el palanqun con las mujeres. Eran cinco chicas. Cuatro de ellas vestan

    blancos trajes de corte clsico, sin mangas. Extraamente, teniendo en cuenta laelegancia de su indumentaria, iban descalzas. Eran morenas y, en mi opinin, degran hermosura. En sus cuellos me pareci distinguir un collar dorado, as comoun brazalete igual en sus muecas. Se encontraban recostadas o arrodilladasalrededor de un trono instalado en la plataforma. Ah, grcilmente sentada, habaotra chica, cuyos rasgos no pude distinguir porque traa la cara cubierta con unvelo. Me qued maravillada ante el esplendor de sus ropajes, multicolores y

    brillantes. Tambin llevaba medallones de oro y piedras preciosas. Sus guanteseran blancos con ribetes dorados, y bajo su vestido vi asomar la punta de unaszapatillas de oro. Slo en un mundo brbaro se poda dar tal grado de fastuosidaden los ropajes, pens.

    Luego pas el segundo palanqun, y ms hombres con antorchas. Vi los cofrescubiertos de ricos tejidos.

    Supuse que se trataba de un cortejo nupcial; los cofres del segundo palanqundeban contener ricos regalos, o la dote de la novia.

    En el camarote que segua seguramente habra las provisiones para el viaje,que, supuse, sera sin duda largo.

    Luego, el cortejo se perdi en la distancia.Se haban ido.

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    El hombre me quit la mano de la boca y el cuchillo de la garganta. Metemblaban las rodillas. Me senta dbil, estuve a punto de caerme. Envain sucuchillo y me hizo girar cara a l. Levant mi barbilla para que le mirase.Brevemente encontr sus ojos y baj la cabeza. l saba que haba intentado gritar,delatarle. Pero no haba podido.

    Con horror pens que iba a ser castigada o azotada. Me arrodill ante l y,abrazando su alta sandalia con delicadeza, le bes, llena de temor, los pies.

    No me peg. No me dej amarrada a algn rbol para que un monstruo medevorase. No me azot como hubiera merecido.

    Le segu en su marcha. Pens para mis adentros que ahora ya saba cmo tratarcon l. Simplemente tena que satisfacer su vanidad. Me sent tan lista ante alguientan estpido que se dejaba manipular por una muchacha No saba entonces conqu suavidad me haba tratado, ni que la paciencia de un hombre como aqul tenaun lmite. Pronto lo aprendera.

    Era yo la estpida e ignorante. Pero iba a aprender que la estupidez y laignorancia no eran toleradas en Gor.

    3

    EL CAMPAMENTO

    Con desgana atenda el brasero, de rodillas, aventando el carbn, cuyasardientes chispas salpicaban mi cuerpo.

    Eta pas ante m. Cmo la odiaba! Era morena e increblemente bella. Sucabello negro caa hasta su cintura. Se le permita ir vestida. A m no. Yoenvidiaba su corta blusa sin mangas que tan bien resaltaba su figura; la sujetabanunos simples ganchos, muy fciles de desabrochar.

    A un lado un hombre, sentado, beba un fuerte brebaje llamado Paga. Nosencontrbamos en un desfiladero boscoso; las lanzas estaban clavadas en el suelo,y los escudos apoyados en las rocas y los troncos. Un pequeo riachuelo cruzaba elcampamento, uno de los muchos riachuelos de la zona. Por un lado la propia pareddel desfiladero, y por el otro un muro construido de ramas y arbustos, nos

    protegan de los animales. Estbamos bien camuflados. Llegamos al campamentodespus de varios das de viaje. El hombre nada me dijo durante este tiempo, lo

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    que me haca sentir segura, pues vi que no pretenda utilizarme como hembra. Peroal mismo tiempo me irritaba. Es que no me encontraba suficientemente atractiva?Me senta afortunada de que no abusara de m, y al mismo tiempo le odiaba porello. No me permita comer ms que de su propia mano, y arrodillada; del mismomodo me daba de beber, excepto cuando encontrbamos un arroyo, que me

    obligaba a beber tendida boca abajo sobre los guijarros. Alimentndome de estemodo, siempre con su mano en mi pelo, no era suya? Es que no le atraafsicamente? Por qu no me oblig a servirle como mujer? Me mantenatotalmente bajo su dominio, y cuando esperaba su caricia, ni siquiera me miraba.Los dos ltimos das de nuestra travesa viajamos a plena luz y me permiti cargarcon su escudo, lo que significaba que habamos dejado el territorio enemigo. Pero,por qu no me haba utilizado en la soledad de nuestro camino? Le odiaba!

    Eta pas ante m de nuevo, con su gran pedazo de carne a sus espaldas queensuciaba su cabello de grasa. Andaba con energa, descalza, bronceada. Su cuerpo

    se insinuaba bajo su breve blusa. La nica alhaja sobre su cuerpo era un tosco,aunque atractivo collar en la garganta. Era sensual, de mirada penetrante; el tipo demujer que, en la Tierra, atemorizara a los hombres hasta el punto de no permitirlessiquiera soar con ella. En cambio, aqu, pareca encajar perfectamente entre losfieros hombres de Gor, quienes sin duda sabran exigir, y lo obtendran, todo deella.

    Cmo me desagradaba! La odiaba!Llevaba ya dos das en el campamento. Al acercarnos, mi amo tom su escudo,

    pues ningn guerrero se acerca a un campamento, ni siquiera al suyo propio,

    desarmado. No sabe lo que puede haber ocurrido en su ausencia.Me dej sola, de rodillas, para inspeccionar. Poco despus regres y me orden

    seguirle.Se acerc al campamento cantando y golpeando la empuadura de su espada.Se intercambiaron las contraseas con los centinelas.Fue recibido con efusin por los hombres del campamento y alguien que

    pareca el comandante en jefe de la plaza le dio personalmente la bienvenida. Suscompaeros le sonrean, golpendole la espalda. Yo me mantena detrs, quieta yasustada ante tales hombres. Cerca de la entrada se mantena Eta, la chica quetodas hubiramos deseado ser. Cuando mi amo se lo indic, fue a arrodillarse antel, radiante, jubilosa. A una orden suya se levant, y, ya en sus brazos le bes.

    Nunca haba visto a ningn ser humano besar de ese modo, tan profundo y sensual.Me qued impresionada. No era un beso de amantes: era el beso de un amante que

    perteneca a alguien, y al mismo tiempo, el beso del amante-dueo.l ri y la puso a su lado. Ambos me miraron.Cmo hubiera deseado que l me besara as! Estaba celosa. Y luego, al sentir

    el modo con que me miraban, estuve asustada.Se me acercaron. Yo me mantena bien derecha. Se movan a mi alrededor. Me

    ruboric. Intercambiaban comentarios. Me sent observada y valorada como un

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    animal. Algunos de sus comentarios, me pareci, eran degradantes. Lo que ms mehumill, cruelmente, fue su risa. Quizs no daba las medidas adecuadas, o no memantena en la postura correcta. Quizs haba pequeas imperfecciones de las queni siquiera poda llegar a ser consciente. Quizs aflorasen en mi cara todos lostraumas de mi educacin que negaba nuestra biologa y cualquier tipo de

    manifestacin sexual. Haba aprendido a tratar a los hombres como mis iguales, yno puramente como hombres; por esto me sent ahora tan pequea e indefensa antelos goreanos. Ante un terrestre me sola sentir irritada, y lo nico que me apetecaera deshacerme de ellos con un empujn cuando se atrevan a ponerme la manoencima. Qu poda hacer ante un goreano? Lo que deseaba era estar entre sus

    brazos. Ms adelante entend la razn de por qu no consegua excitar a misguardianes; era porque an no haba sido enseada a comportarme como mujerante ellos, como lo que ellos entendan por mujer. No poda conocer su hombra

    porque an no haba descubierto mi propia feminidad. Lo nico que poda hacer

    era caer ante sus pies. Como la mayora de las chicas de la Tierra, yo erasexualmente negativa e inerte.

    Solamente en Gor, ante mi amo, empec a intuir la existencia de un mundoincreble y glorioso de experiencias no prohibidas, donde me podra realizar

    plenamente como hembra. Slo tena que atreverme a ser yo misma. Pero en Gorno sera yo quien decida a qu atreverme: iba a ser forzada a ser yo misma.

    Mucho se rieron los compaeros de armas de mi captor de su esculida presa.En sus bromas se golpeaban mutuamente. Luego entraron todos en el campamento,dejndome, sola, en la puerta. Estaba sola, abandonada, rechazada. No estaba

    preparada para esto; era lo ltimo que hubiera esperado de l. Sent las piedrecillasdel camino bajo mis pies, el sol quemaba mi piel. Apret los puos. Quin secrean estos brbaros que eran? No hacerme caso a m, Judy Thornton, la ms bellade la escuela Pero me di cuenta de que aqu, ni mi belleza, ni la de mi rival,Elicia Nevins, eran particularmente relevantes.

    Cruc el muro de ramas y arbustos y entr en el campamento. Quera serprotegida y alimentada. Saba que me costara un precio. La puerta se cerr detrsde m.

    Ahora ya llevo dos das en el campamento. Furiosa, avento el brasero, derodillas. Las chispas saltan encima de m. Del brasero sobresale una barra dehierro.

    Muchas fueron las tareas que me obligaron a realizar.No me gustaban.Fui obligada a encender fuego, a cocinar, a ayudar a servir la comida y

    escanciar la bebida de los hombres, como una criada. Se me oblig a retirar lassobras y limpiar los utensilios. Tuve que coser las ropas, y una vez que Eta noqued satisfecha con una costura, tuve que empezar de nuevo. Para mihumillacin, me hicieron lavar la ropa sobre las rocas, arrodillada junto alriachuelo que cruzaba el campamento. Fuera de l, me mandaron a recoger moras

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    y otras frutas silvestres, siempre acompaada de algn guerrero. En la Tierra, yoperteneca a una clase econmicamente elevada, y nunca haba tenido que realizarsemejantes tareas. Me gustaba incluso dar rdenes al servicio en mi casa. Pero aquera yo quien realizaba las labores ms degradantes, bajo las rdenes de Eta. Esto

    pareca estar bien para ella, pero no para m, Judy Thornton, una estudiante

    brillante que escriba poesa. Algunas veces cuando no haba hombres alrededor,me negaba a hacer alguna de las labores que me encargaban; entonces, Eta, lasrealizaba sin rechistar, aunque de mala gana. Cuando nos poda ver algn hombre,siempre haca lo que ella me mandaba. Les tema.

    El campamento lo formaban unos sesenta hombres, aunque durante el danunca permanecan ms de cinco o seis en el interior.

    Mi propio amo fue quien me orden aventar el brasero, en el que se calentabala barra de hierro.

    No me atrev a desobedecerle.

    Mi dueo se levant y se acerc hacia el brasero donde yo estaba. Con ungrueso guante, cogi la barra que se calentaba en l. Estaba incandescente. Metuve que apartar de tanto calor como desprenda. Lo volvi a colocar dentro,ordenndome que continuase con mi labor, cosa que hice al instante.

    Regres con sus asistentes y continu su discusin.Eta cantaba por lo bajo mientras se encargaba de preparar la carne. De vez en

    cuando me miraba. No me gustaba el modo con que me sonrea. Pareca de unbuen humor muy extrao, dado que al medioda me haba negado varias veces aayudarla. Yo no era su criada! Era yo la que deca de ser servida. Era demasiado

    exquisita como para servir.No entenda el propsito de la barra de hierro en el brasero. Era claramente un

    acero para imprimir una marca, pero no haba ningn animal. Pens que tal vez midueo quisiera marcar algn objeto de su propiedad, algn arns o coraza de cuero.Pareca razonable. Vi el dibujo de la barra; era una florecilla, parecida a una rosa,extremadamente bella y delicada. Era un diseo tan lindo que no me hubieraimportado marcar algo mo con l. Lo nico que me inquietaba era cmo unamarca tan delicada poda encontrarse sobre algn objeto de aquellos brbaros,todos tan toscos y viriles. Pareca mucho ms apropiada para marcar algofemenino.

    El sol se esconda y se acercaba la hora de la cena. Los carbones ardan en elbrasero.

    En el interior del campamento haba un tronco de rbol cado.Mir a mi alrededor, a los hombres, a Eta. Eran hombres rudos, que practicaban

    juegos crueles. El da anterior tuve que ayudar a Eta a servirles la cena, llevndolesla comida entre mis dientes. Cuando me lo solicitaban, les tena que servir el vinoo el Paga, y besar el vaso antes de ofrecrselo. Despus de la cena, tomaron a Eta yllenaron su cuerpo de campanillas, en los tobillos, en las muecas, alrededor delcuello. Cinco hombres se colocaron ante ella, a unos cinco metros. Otro en funcin

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    de rbitro, le quit la blusa, lo que hizo gritar de satisfaccin a los dems, dndosepalmadas en el hombro izquierdo con la palma de la mano derecha. Eta los mirarrogante, con las campanas que envolvan su cuerpo, cayendo alrededor de sus

    pechos. En su muslo izquierdo haba una marca que no pude ver claramente en laoscuridad. Le ataron las manos a la espalda. El juez le at una cinta a la cintura, en

    la que, sobre su cadera izquierda colgaba una campana algo mayor que las dems,que, con su sonido ms grave, guiara a los hombres. Mientras se mantenaorgullosa en pie, se le ech una tela opaca sobre la cabeza, amarrada bajo su

    barbilla. Se la encapuchaba para no influir en el resultado final del juego. Sospechque se divertiran persiguindola hasta que uno la atrapase, sin ella saber quin era.Estos brbaros encontraban este juego divertido. A los cinco hombres se lesencapuch igualmente. Eta se mantena completamente inmvil, sin provocar elmenor sonido de las campanillas. Se desorient a los participantes a base de darlesvueltas por el campamento, lo que origin una carcajada general. El rbitro, con

    una vara en la mano, se acerc a Eta. Era indignante; sent compasin por midesafortunada hermana, pero tambin curiosidad por saber quin sera el primeroen atraparla. Yo saba bien a cul de los cinco habra escogido, de haber tenido laocasin, para que pusiera sus manos sobre m. Era un gigante rubio de largo peloque caa sobre su hombro; sin duda, para m, el ms atractivo de todo elcampamento, aparte de mi amo. Pero l no participaba, dado su alto rango, aunqueobservaba divertido y con inters. Se llev la jarra de Paga a los labios. Pens quel tambin habra hecho ya su apuesta.

    El rbitro levant su vara.

    Grit una palabra que ms tarde aprend significaba Caza. Era la seal queindicaba el comienzo del juego, que empezaba la captura de la chica. Al mismotiempo que lanzaba su grito, azot a Eta con su vara en el trasero; un breve y

    preciso golpe que la hizo chillar al tiempo que iniciaba su carrera bajo el tintineode todas sus campanas. Los hombres se dirigieron en direccin a ese sonido. Derepente, ella se par, agachndose inmvil con las manos atadas a su espalda. Noestaba autorizada a permanecer quieta ms de cinco ihns, tiempo equivalente aalgo menos de cinco segundos. En caso de que, atemorizada o cansada, no semoviera en este tiempo, el rbitro, con el mismo golpe de vara con que inici el

    juego, identificaba su posicin ante los participantes. Un instante antes de quetranscurriesen los cinco ihns, Eta cambi de posicin. Dos de los hombres gritaronairados, pues pas entre ellos sin que pudieran cogerla. El rbitro les amonestduramente. No podan identificarse bajo ninguna excusa, pues esto podacondicionar la conducta de la chica en el caso que tuviera preferencias a la hora deser capturada por algn macho en especial. Por supuesto que de la chica se esperauna buena actuacin; si se deja atrapar demasiado pronto, se la ata con las muecas

    por encima de la cabeza para ser azotada. Raramente, sin embargo, hay que llegara tales extremos. Las chicas se enorgullecen de sus habilidades en el juego de laCaza, les gusta participar en l, esquivar a sus perseguidores, aunque saben que al

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    final, inevitablemente, sern capturadas.Eta era experta en el juego. Pero tambin lo eran los hombres. Sospech que lo

    haban practicado a menudo.Por dos veces tuvo el juez que incitar a la bella con su vara para que se pusiera

    en movimiento.

    Al fin, ya no supo hacia qu lado escabullirse. Los hombres la rodeabansilenciosos.

    Ciega, encapuchada, fue a parar a los brazos del joven gigante rubio. Con unrugido de placer la tom y la ech sobre la hierba, ensartndola bajo su cuerpo. Lahaba cogido.

    El rbitro grit una palabra que, como ms tarde aprend, significabaCaptura. Y le dio una palmada al hombre en la espalda. Los demsretrocedieron, y, horrorizada, contempl la violacin de Eta, atada y encapuchada,envuelta en sus campanas.

    Cuando hubo terminado, el joven se alz, quitndose la capucha, mientras losdems hombres alzaban sus copas vitorendole. l sonrea, haba ganado. Regresa su lugar. Hubo intercambio de dinero. Ella yaca olvidada por todos. Sent tantalstima por mi pobre hermana Pero al mismo tiempo la envidiaba.

    Poco despus el juez regres, ordenndole que se incorporase. Se levanttambalendose, lo que provoc la agitacin de todas sus campanillas.

    De nuevo dio la seal de empezar, tras azotarla otra vez con su vara. La cazavolvi a comenzar, el segundo puesto estaba en juego. A los pocos minutos fuecapturada y poseda con rudeza y placer. Cmo la envidiaba, secretamente, bajo la

    lstima que senta por ella. Vi obtener del mismo modo el tercer y cuarto puesto.Cuando el quinto hombre se quit la capucha, hubo una gran risotada, pues alhaber sido el perdedor, no obtuvo el derecho a gozar de ella, de la hermosa mujercampana.

    El rbitro le quit la capucha y le desat las manos. Ella sacudi su cabeza, sucabello brill en la penumbra. Tena una expresin algo cansada y sudorosa, perose la vea radiante por el placer obtenido. Curiosamente, pareca tmida. Se sentsobre la hierba, para quitarse las campanillas de encima. Cuando se quitaba las deltobillo izquierdo, mir haca m.

    Le devolv la mirada, con enojo.Ella sonri. Cuando se desembaraz de la ltima campana, se me acerc,

    rindose, y me bes.Ni siquiera la mir.Luego fue a recoger su blusa, y llevndola perezosamente a rastras, fue a

    tenderse a los pies de mi amo. Record su mirada. Era la mirada de una mujer que,sabindose increblemente bella y atractiva, se haba puesto a merced del deseo deunos hombres a los que supo satisfacer plenamente.

    Estaba furiosa con ella. La envidiaba. Me haba mirado como si yo fuera unapobre chica ingenua.

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    Era ya de noche.Cerca de m se encontraba el tronco cado.Vi a Eta terminar de preparar la comida. Dos hombres quitaron la carne del

    fuego y la pusieron sobre la hierba, lista para ser cortada. Me alegr de que ya

    fuera hora de cenar.Segua atendiendo el brasero, que arda en la oscuridad.Dos hombres se acercaron y se pusieron a mi lado. Les mir, alarmada. Me

    tomaron en sus brazos y me llevaron al tronco cado. Me hicieron apoyar deespaldas, con la cabeza echada hacia atrs; me ataron las manos y me las hicieron

    pasar por encima de ella. Estaba completamente estirada, con una pierna a cadalado del tronco.

    Qu estn haciendo? grit, mientras senta que me amarraban el cuerpoestrechamente al rbol. Detnganse! dije intentando resistirme al sentir las

    cuerdas sobre mi vientre, en el cuello, en los tobillos. Tena las piernas ms altasque la cabeza. No me poda mover, estaba atada al rbol. Los hombresretrocedieron unos pasos.

    Mi amo se acerc al fuego, de donde extrajo, con el guante de cuero, la barrade hierro. Sent el calor que desprenda incluso desde ah. Dos hombres, de entrelos ms fuertes, me sujetaban firmemente el muslo izquierdo.

    Le mir a los ojos.No, por favor! le rogu. No, por favor!Y, cabeza abajo, indefensa, fui marcada como esclava goreana.

    Todo dur, creo, unos segundos. Esto es indudable, pero puedo dar testimoniode que, para una chica marcada, el recuerdo de estos segundos es muy largo.

    Al principio es una sensacin fugaz, un contacto instantneo sobre la piel. Peroluego se hace eterno, lo sientes penetrar, implacable, en la carne, firmemente fijoen tu cuerpo. No poda creer lo que me estaban haciendo; no poda aceptar aqueldolor. No solamente lo sent, sino que tambin pude escucharlo mientras seimprima en m. Era un sonido siseante, hiriente, y un olor a carne quemada Mi

    propio cuerpo haba sido marcado; nunca haba chillado tanto en mi vida. Memarc, limpia y profundamente. Luego, sin prisas, el hierro ardiente fue retirado.

    Ol mi propia carne quemada. Los hombres soltaron mi muslo y contemplaronsu obra. Parecan satisfechos de su trabajo.

    Luego se retiraron, dejndome atada en el tronco.Estaba psicolgicamente hundida con lo que acababa de sucederme. El dolor

    haba disminuido. Era insignificante comparado a mi estado de nimo. Haba sidomarcada. Gem. Llor. La herida cicatrizara, pero la marca iba a permanecer, nodesaparecera tras el dolor. Me identificara ante todos definitivamente. Saba queahora era profundamente distinta a antes. Qu deba significar esa marca? Casi nome atrev a imaginarlo. Slo poda tener un significado. Slo los animales llevabanmarcas de este tipo. Permanec miserablemente atada al tronco, inmovilizada.

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    Oa el ruido de los hombres cenando. Alc la vista y vi las tres lunas en elfirmamento. Poda oler la carne asada, escuchar los sonidos de la noche, de losinsectos. Las lgrimas se haban secado sobre mis mejillas. Me segua preguntandocul era la naturaleza de este mundo al que haba llegado, un mundo en el que unamuchacha poda ser tan brutalmente marcada.

    Algunos hombres, y tambin Eta, se me acercaron.Mi amo me sujet la cabeza de modo que pudiera verle. Deba mirarle. No

    haba piedad en sus ojos. Kajira, me dijo llana y simplemente. Kajira. Luegome solt la cabeza. Le continu mirando. Kajira, dijo. Entend que deba repetirla palabra. Kajira, dije. Ya haba escuchado esta misma expresin varias vecesen este mundo. La Kajira, dijo Eta, sealndose a s misma. Se levant su ligera

    blusa para mostrarme la marca que ella misma llevaba en el muslo. Me di cuentade que ella era tambin una mujer marcada, esto era lo que me pareci distinguiren la penumbra el da anterior, corriendo como una hermosa presa ante los

    hombres. Entonces no lo entend, no poda concebir la idea de llegar a sermarcada; para m era solamente una seal sin ningn significado especial. Ahoraramos ambas mujeres marcadas, de igual rango, cre. Sin embargo, su marca eraligeramente distinta a la ma; era ms delgada, pareca una espiga ornamentada.Ms tarde supe que, en la escritura goreana, era la inicial de la palabra Kajira. Lade la ma era Dina, una pequea florecilla de mltiples ptalos que creca en lasmontaas del norte. All se la conoca como la Flor Esclava.

    Eta se inclin ante m. Me mostr su collar. Tena una inscripcin que no pudedescifrar. Se le adaptaba perfectamente, como si hubiera sido hecho a medida.

    Luego, con horror, vi que no tena broche. Sencillamente estaba soldado a sucuello. Era imposible desprenderse de l!

    Luego mir a mi amo. La Kajira, dijo sumisamente, agachando la cabezaante l. De haber sido un hombre, creo que hubiera enloquecido de deseo slo conel modo en que lo dijo. Entonces se gir hacia m, sonriendo y sealndome la

    boca. No la entend. Seal la suya y pronunci La Kajira, haciendo de nuevo lareverencia. Volvi a sealar la ma. Atada como estaba, alc la vista hacia mi amo.La Kajira, le dije. Luego cerr los ojos y gir la cabeza a un lado, ya que no

    poda inclinarme ante l.De nuevo me dejaron sola. Qu pasara conmigo en este mundo? Es que iba

    a ser tratada como un animal? Slo despus de haberme marcado, not en ellos uninters por darme a conocer su lenguaje. Saba que tendra que aprender rpido y

    bien, pues no iban a tener mucha paciencia conmigo. Saba que mi estado actual,como el de Eta, era Kajira, y que sta era la palabra que deba pronunciar ante miamo. Qu poda significar? Saba que me sera ajustado un collar al cuello, comoa Eta. El muslo me escoca. Saba que era menos que una sirvienta, una esclava. Yentonces entend que lo que pronunci ante mi amo, La Kajira, significaba Soyuna esclava.

    Llor larga y angustiosamente. Kajira y La eran las primeras palabras que

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    brazos. Me sent asustada. Con la manta sobre los hombros me acerqu al muro dearbustos que limitaba el campamento. Lo desconocido se extenda frente a m, a laluz de las lunas. Llena de temor regres al lugar donde Eta me dej. El verdaderodeber de una esclava, pens, no es tan slo cocinar o servir a su dueo, sinoofrecerle el ms profundo y exquisito placer que se puede obtener de una bella

    hembra; complacerle en todo, ser para l cualquier cosa que desee, ms all de lapropia belleza, de la ingenuidad e imaginacin. Cualquier cosa y mucho ms.

    Kajira, escuch.Horrorizada, me incorpor, ponindome otra vez la manta sobre los hombros.

    Me qued un momento en cuclillas viendo al hombre que me llamaba en pie frentea su tienda. En su interior poda distinguir las frazadas a la luz de una lamparilla.

    No quise hacerme llamar dos veces, por temor a ser azotada.Con la manta encima, me dirig hacia l. Me ofreci una taza, que beb con una

    mano mientras con la otra me sujetaba la manta. Era un brebaje de extrao sabor.

    No saba que era vino de esclava. Los hombres rara vez se apareaban con lasesclavas para procrear. En este caso, stas eran apareadas con otros esclavos,ambos encapuchados, bajo la supervisin de sus dueos. Casi nunca se cruzabanesclavos de una misma casa, pues las relaciones ntimas entre ellos estabanabsolutamente prohibidas. Algunas veces, sin embargo, como disciplina, unaesclava poda ser arrojada a un grupo de esclavos para su placer. El efecto del vinode esclava duraba varias lunas, pero poda ser contrarrestado por otro brebaje desabor ms suave en caso de que interesase su apareamiento, o de que su dueoquisiera convertirla en una mujer libre, cosa casi impensable en Gor, donde slo un

    loco, se deca, liberara algo tan delicioso y deseable como una esclava.Mi amo cogi la taza y la tir al suelo. No me haba quitado los ojos de encima

    mientras la beb. Sent sus manos en mis hombros levantar la manta y dejarla caera mis tobillos. Me mir. Estaba a pocos centmetros de l. Me tom del brazoizquierdo y me hizo entrar en su tienda. El techo era bajo, me tena que manteneren cuclillas, medio arrodillada. Se quit las armas y las dej a un lado. Me mir.Yo baj la vista. Me sent muy pequea comparada con l. Acercando la lmpara,examin la marca de mi muslo. Me asust al contacto de su mano sobre mi piel.Era tan poderosa. Yo tambin la mir, la bella y delicada Dina, la Flor Esclava,grabada con toda precisin sobre mi cuerpo. Luego le mir a los ojos. Nunca mehaba sentido tan dbil, tan vulnerable, tan femenina. Mis ojos se llenaron delgrimas. Sabia que le perteneca. Puso la lmpara a un lado. Dirig mis labioshacia los suyos. Sent sus fuertes brazos cerrarse sobre m.

    Con un gemido de xtasis, cerrando los ojos, me sent apretada contra lafrazada.

    Sent que me separaba las piernas.Te quiero susurr indefensa en sus brazos, amo.

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    LA KAJIRA

    Despert a sus pies en el alba goreana. Puse mis manos sobre sus tobillossuavemente para que no se supiera sujeto. Bes sus pies con toda mi delicadeza,sintiendo el aire entre mis labios, para que no se supiera besado. No quera que se

    enojase porque una esclava lo haba despertado. Luego me tend a su lado llena dejbilo, feliz. Mir el techo de la tienda, oscilando con la brisa de la maana. Elamanecer era de un gris suave. Fuera poda ver el roco sobre la hierba. Escuch alos pjaros llamarse unos a otros. Me incorpor de medio cuerpo sobre miestmago, mis pechos libres ante l, para ver mejor al hombre que me haba

    posedo. Fui suya por casi toda la noche. En el interior de mi muslo izquierdo, deun pardo rojizo, ahora ya seca, qued un hilo de sangre, mi sangre de virgen queya nunca ms volvera a manar de mi cuerpo. l, como parte de un rito ancestral,me oblig a probarla. La tom en la punta de un dedo que toscamente introdujo en

    mi boca, haciendo que entrase en mi propio cuerpo la consecuencia de su victoria,de mi violacin, de mi desfloramiento, al tiempo que me sujetaba firmemente lacabeza para que lo mirase profundamente a los ojos mientras la tragaba. Nuncaolvidar su sabor, ni el modo tranquilo y seguro que tuvo de mirarme, como amo.Luego, a pesar de que mi cuerpo se estaba an recuperando de su primer asalto,volvi a gozar de mi vulnerable y fresca suavidad. No me tuvo ningunaconsideracin, puesto que era una esclava. Me apret contra l, amndole. Muchoobtuvo de aquella chica, esa noche. Qu obediente y excitada me mostr, a pesarde mi herida, sabiendo bien que si no lo haca as iba a ser cruelmente castigada.Qu feliz fui sirvindole de esta manera, completamente a su merced. Ningunachica que no haya sido poseda, poseda de verdad, conoce el gozo de ser unaesclava. Yo no lo hubiera credo si no lo hubiera experimentado en mi propia piel.

    El roco an no se haba evaporado de la hierba. Me arrastr fuera de la tienda.Estaba a las rdenes de Eta. Como esclavas, debamos preparar el campamento

    para que cuando los hombres despertaran lo encontrasen todo a punto. Habamucho que hacer: traer el agua, madera, encender el fuego, preparar los desayunos.Todo deba de estar listo en el momento en que nuestros amos decidieranlevantarse.

    Yo cantaba por lo bajo mientras trabajaba. Eta tambin pareca feliz. En un

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    la esclava que en l se reflejaba.Eta tir de su pequea blusa. Ta-Teera, dijo. Mir mi escandalosamente corto

    pao y, sonriendo, lo repet. Ta-Teera. Yo llevaba puesta una Ta-Teera.Var Ko-lar? pregunt Eta. Yo seal su collar. Var Ta-Teera?

    Seal su vestido de esclava. Pareca complacida. As empezaron mis lecciones de

    goreano.Entonces, vacilante, le pregunt:

    Eta, var-var Bina?Ella me mir sorprendida.Me haba acordado de los dos hombres que acudieron a m en la roca. Var

    Bina?, decan. Yo no les pude comprender, ni satisfacerles con una respuesta, loque hizo que no dudasen en prepararse a cortarme el cuello.

    Eta se levant con presteza y se dirigi a la cueva que utilizaban comoalmacn. Al poco sali con varios collares con cuentas hechas de pedazos de

    madera coloreados. No tenan ningn valor, aunque eran realmente bonitos. DaBina, dijo alegremente. Entend que Bina significaba collar, o gargantilla.

    Luego entr en la cueva con ella, donde levant la tapa de varios cofres en losque haba otros collares, esta vez valiosos, de perlas, oro y rubes. Bina?,

    pregunt. Rindose contest Bana. Ki Bina. Bana. De otro cofre extrajocollares como los primeros. Entonces entend que Bina se utilizaba para losornamentos baratos, sin otro valor que su propio encanto esttico. Ms tardeaprend tambin que, como sinnimo de Bina, a veces se utilizaba la expresinbana en un tono despectivo. La ms exacta traduccin de Bina sera

    probablemente Bisutera de esclava.Salimos al exterior para seguir con nuestra leccin. Todava no poda entender

    lo que me pas en la roca. Var Bina. Var Bina, Kajira!, me exigan. Y entonceslo comprend. La Bina, o joya de esclava, tena para ellos ms valor que mi

    propia vida. No era yo lo que en realidad les importaba.

    A una orden del juez me quit la Ta-Teera. Estaba de pie entre los hombres.Las campanillas me fueron enrolladas alrededor del cuerpo. Mir a mi amo conreproche, angustiada. El tintineo de mi cuello, pechos, tobillos y cintura erasensual y a la vez angustioso. Me coloc las manos a la espalda y las at con unatira de cuero. Cmo poda mi amo permitir aquello? Es que no significaba nada

    para l, el haber conquistado mi virginidad? Es que no le daba ningn valor ahaberme tenido durante horas dndole placer con mi cuerpo en mi entrega,

    jadeando en mi aceptacin? Intent avanzar un paso hacia l. Las campanillassonaron, pero no consegu moverme, pues la mano del rbitro me sujet por el

    brazo. Le mir angustiada. Estaba sentado, cruzado de piernas, como los dems.Eta le serva Paga. Es que no me amaba como yo le amaba a l? Hizo una sea.Uno de sus hombres trajo la tela que me iba a servir como capucha. Meencapucharon, atando la oscura tela bajo mi barbilla. No poda ver.

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    poseerme. Sent sus manos en mis tobillos. Gir la cabeza a un lado, con ungemido.

    Cuando termin conmigo me dej tendida, atada, sobre el polvo. Luego fuedesencapuchado y se le ofreci el Paga de la victoria.

    Yo yaca, llorando, sobre el polvo. Las campanas acompaaban con su sonido

    el ritmo de mis movimientos; las campanas para esclavas.Al poco rato sent las manos del rbitro levantarme por los brazos. De nuevo

    escuch la voz de salida, con el consiguiente golpe de vara. De nuevo corr.

    Y as lo hice por cuatro veces, presa de los crueles juegos de su velada.Por cuatro veces fui capturada y tumbada boca arriba sobre el polvo, para ser

    rudamente violada por alguien a quien no conoca.Cuando, ms tarde, fui desatada y desencapuchada por Eta, quise ser

    reconfortada en sus brazos, pero no lo hizo. En cambio me bes, contenta, y una a

    una me desprendi de las tiras de campanas, dejando para el final la de mi cadera.Luego me indic que deba de ayudarla a servir. La mir, consternada. Cmo

    poda ponerme a servir? Es que no haba visto lo que me acababan de hacer? Esque no era nada el que me hubieran violado cuatro veces sin la menorconsideracin, slo para el placer de un puado de hombres? Vi la respuesta en susojos, que me miraban sonriendo. Exacto: no tena la menor importancia; todavano saba que era una esclava? Qu otra cosa esperaba? Es que no me habagustado?

    Empec a servirles, uno a uno, el vino.

    Me qued helada. En la tnica de uno de ellos vi restos de polvo. Nuestros ojosse encontraron. Saba que era uno de los que me haban posedo. Y ahora le estabasirviendo. Me mir. Le tend la copa. No la acept. Se volvieron a cruzar nuestrasmiradas. Tom la copa y bes su borde, ofrecindosela de nuevo. Me seguamirando.

    No fui autorizada, tras el juego, a ponerme de nuevo el vestido. Mi amopronunci una corta palabra. Deba permanecer desnuda. Es costumbre que elpremio se muestre en toda su belleza ante los ganadores, para el escarnio delperdedor, y la admiracin de los presentes, incitndoles a participar en el siguientetorneo para conseguirla.

    Sus ojos se mantenan sobre m.Con rencor, con el intil rencor de una esclava, volv a apretar mis labios

    contra la copa, esta vez larga y apasionadamente.Se la volv a tender.Esta vez la tom.Entonces, sin volver a mirarme, se gir hacia su camarada. Le odi con toda mi

    alma. Acababa de violarme y ahora tena que servirle, desnuda, como esclava!Serv tambin a los dems. Eta y yo nos mantenamos a la sombra, fuera del

    crculo luminoso del fuego, atentas a cualquier llamada. Otras veces les servamos

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    Cul es tu deber? pregunt mi amo.

    Obediencia absoluta respond en goreano. Bes el ltigo que acerc a mislabios. Obediencia absoluta repet.

    Eta estaba detrs de m, y prenda en mi rostro el primero de una serie de cincovelos. Era ste un velo de seda blanca, fino y tenue, casi transparente. Luego mefue poniendo uno tras otro el Velo de la Libertad o Velo de la Ciudadana, el Velodel Orgullo, el Velo del Hogar y el Velo de Calle, cada uno de ellos ms grueso y

    pesado que el anterior. El Velo de Calle es el que se lleva en pblico; es grueso ytotalmente opaco, tanto que ni siquiera deja que se transparente la lnea de la narizo las mejillas. El Velo del Hogar se lleva dentro de la tienda en presencia de

    extraos, y para conversar o entretener a los amigos del seor de la casa. Lasmujeres libres de Gor llevan los velos en diversas combinaciones, que varansegn las preferencias personales o las castas.

    Las esclavas pueden llevar velos o no, dependiendo de la voluntad de susamos. A la mayora de las esclavas se les prohibe velarse, y no slo se les niega ladignidad del velo, sino que generalmente se las viste con exiguas y provocativasropas y ni siquiera se les permite recogerse el pelo. Estas mujeres, fuertes ysaludables, sueltos los cabellos, realzados sus encantos por la escasez de ropajes,son consideradas por los hombres como uno de los ms hermosos espectculos de

    una ciudad. Son las esclavas de Ar, por ejemplo, ms hermosas que las de Ko-ro-ba, o las de Tharna? Los hombres, en su rudeza, suelen discutir acaloradamenteeste tipo de cuestiones.

    Sent el ltimo velo en mi rostro. Ahora estaba ornada como si fuera unagoreana rica, quizs un personaje de los dramas cantados de EnKara.

    Qu hermosa dijo Eta dando un paso atrs para mirarme. Mi amo meobservaba como valorndome.

    Trajeron una capa negra y me envolvieron en ella.Ven, esclava dijo mi amo.S, amo.Se dio la vuelta y, pertrechado con las armas, sali a grandes zancadas del

    campamento. Yo le segua los pasos, como corresponde a una esclava.Eta se qued atrs. Los hombres, los guerreros, nos seguan en fila.

    Silencio dijo mi amo.No dije nada. Observamos juntos el campamento, con los hombres a nuestra

    espalda. Ahora haba ms carros en la comitiva. Cuando la vi por primera vez,unos das atrs, slo haba un carro cargado con tiles y vveres.

    La mayor de las tres lunas goreanas era una luna llena.Haban instalado el campamento en un claro entre los rboles, junto al lecho de

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    libre que Lady Sabina, con cuya belleza se estaba comerciando en pro de intereseseconmicos y polticos. Tal vez tuviera yo que ir medio desnuda embutida en unTa-Teera, pero a ella la consideraba tan esclava como yo, a pesar de la riqueza desus vestidos y sus joyas. Sin embargo, no me inspiraba ninguna compasin, porquehaba odo decir a Eta que era una mujer arrogante y pretenciosa que trataba con

    crueldad a sus esclavas. La mayora de las hijas de mercaderes eran mujeresorgullosas ya que los mismos mercaderes tendan, en virtud de su poder, a lavanidad y al orgullo, y a reivindicar, con justicia o sin ella, la inclusin de su castaentre las altas castas de Gor. Sus engredas hijas desconocan el trabajo y laresponsabilidad. Ostentosamente ataviadas y educadas en las mayores banalidades,solan ser nias necias y consentidas.

    Yo esperaba que Lady Sabina fuera feliz. Se deca que estaba encantada deascender de casta, y que a travs de este matrimonio se convertira en unaaristcrata de la Confederacin Saleriana, una potencia que no dejaba de crecer. La

    verdad es que Thandar de Ti no me importaba mucho, por el hecho de ser unhombre. Supona yo que no deba gustarle mucho casarse con una chica que no

    perteneciera a las castas altas, pero seguramente apreciara el significado polticodel matrimonio, y le agradara contribuir de ese modo al engrandecimiento de suciudad. Desde el punto de vista de su padre, era un buen matrimonio, porqueThandar era el menor de sus hijos, y el menos importante por lo tanto. Distintohubiera sido que su primognito o su segundo hijo se casara con la hija de unmercader. Adems, aquel enlace era beneficioso tanto a nivel econmico como anivel poltico. Por otra parte, si el matrimonio no resultara del agrado de Thandar,

    siendo ste un goreano de alta casta, siempre podra consolarse comprandomujeres que rivalizaran por servir a un hombre como l.

    Aquella esclava, con anillas en el cuello y la mueca, se acerc al carro desuministros y rebusc en un saco hasta encontrar una larma. Yo observabaescondida entre las tinieblas, y creo que ella no se dio cuenta de que Lady Sabinahaba salido de la tienda grande y la segua con las otras dos esclavas a sus talones.La chica del carro de suministros revolva en el saco. Uno de los guerreros delcampamento estaba muy cerca, y su presencia no deba pasarle desapercibida,aunque ella no daba signo alguno de haberse percatado. l le puso las manos en lacintura y ella se volvi para mirarle, sin mostrarse sorprendida. Levant la larma,con la cabeza bien alta, y la mordi. Le mir entre la oscuridad, masticando elfruto. l se inclin hacia ella, y yo pude ver el destello de la anilla que llevaba alcuello. De repente le rode con los brazos y le bes. Ella, una esclava, en los

    brazos de un soldado en la oscuridad. Yo le vea la mano en la espalda del hombre,todava sosteniendo la larma mordisqueada.

    Esclava desvergonzada! grit Lady Sabina.La pareja deshizo el abrazo, y ella se arroj gimiendo a los pies de su ama. El

    hombre se alej enfadado.

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    Ten piedad, ama gimi la chica estrechando la cara contra las sandalias desu seora.

    Qu pasa aqu? un hombre acababa de salir de la tienda central que yopensaba que era el centro de operaciones del campamento. El hombre llevabadescuidadamente una espada al hombro. Vesta nicamente una tnica y las

    pesadas sandalias de soldado.Mira! grit Lady Sabina sealando a la chica inclinada. Una esclava

    lasciva!El soldado, que deba ser el jefe del campamento, se senta bastante molesto

    por haber sido interrumpido, pero tuvo buen cuidado en mostrar la debidadeferencia.

    La he seguido continu Lady Sabina, y la he encontrado aqu, en brazosde un soldado, besndole.

    Piedad, ama! gimote la chica.

    Es que acaso no te he enseado a comportarte debidamente, Lehna? pregunt Lady Sabina con severidad. No te he educado para que actesdignamente? As es como traicionas mi confianza?

    Perdname, ama suplic la esclava.Mi padre te sac de las prisiones de Ar cuando tenas doce aos, para

    entregarte a m.S, ama.Y se te trat con suma amabilidad. No te destinaron a las cocinas, te

    llevamos a tus propios aposentos, se te permiti que durmieras en mi propia

    cmara, a los pies de mi lecho. Se te educ para ser doncella.S, ama dijo la esclava.Acaso no es un gran honor para una perra esclava?Si, ama.Y despus de todo dijo tristemente Lady Sabina cul es el pago que

    obtengo?La chica agachaba la cabeza temblando, sin atreverse a contestar.

    El pago que obtengo es la ingratitud termin Lady Sabina.Oh, no! exclam la chica. Lehna est agradecida a su ama!Te he flagelado muchas veces?No! grit la esclava. No!Crees que soy dbil?No, ama.Suplcamelo.Suplico que me flagelen.El jefe del campamento, que haba salido de la tienda grande con la espada al

    hombro, mir al soldado que haba besado a la chica, e hizo un gesto hacia ella conla cabeza.

    Desndala y tala dijo.

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    Y luego grit: Ya la tengo!Intent escapar, pero estaba firmemente cogida.En un momento me vi rodeada de varios hombres, y entonces el que me tena

    atrapada me solt. Yo volv la cabeza sin decir nada.Es Lady Sabina? dijo una voz.

    Mrame orden alguien.Yo mantuve la cara apartada, y sent que me ponan las manos en los hombros.

    Me obligaron a girarme para mirar a mi interlocutor.Levanta la cabeza me dijo. Alza la cara a la luz de la luna.Yo continu con la mirada baja, pero l me levant la cabeza con la mano, de

    forma que la luz de la luna baara mi rostro velado.Vi entonces que se trataba del jefe del campamento. Supe de repente que no

    deba haberse lanzado en mi persecucin, sino que habra tenido que permaneceren el campamento.

    l observ atentamente mis ojos a la incierta luz de la luna. Dio un paso atrs yestudi las ropas que me ataviaban. Entonces me pregunt.

    No eres Lady Sabina. Quin eres?Silencio.

    Huas de alguna mala compaa? pregunt. Ha cado tu cortejo enuna emboscada? Huyes de la justicia?

    Segu sin dar respuesta.Intentabas escapar de los cazadores de esclavos? Nosotros somos hombres

    honrados, no somos mercaderes de esclavos me mir. Entre nosotros ests a

    salvo.La luz de la luna se filtraba entre la maleza.

    Quin eres? repiti.Call una vez ms. Ahora pareci enfadarse.

    Si no hablas, te arrancar el Velo del Orgullo.Me pregunt qu haran conmigo estos hombres si descubran que no era una

    mujer libre. Comenc a temblar.Me despojaron del Velo del Orgullo. Me sent como si me hubieran desnudado.Ahora los rasgos de mi rostro eran visibles a travs del Velo de la Ciudadana.

    El ltimo velo, sumamente tenue y transparente, no es ms que una prendasimblica.

    Tal vez ahora te decidas a revelar tu nombre y tu ciudad y los asuntos que tehan trado hasta aqu a estas horas de la noche.

    Yo no me atreva a responder. Volv la cabeza a un lado con un sollozo, y sentque me arrancaban el Velo de la Ciudadana. Slo me cubra ahora el ltimo velo.Era como si me hubieran despojado del ltimo reducto de dignidad, como sihubieran arrancado mis vestiduras dejndome tan slo con una leve tnicadispuesta a caer ante la mano del amo.

    Por fin, aquel hombre extendi la mano hacia mi ltimo velo. Pero tuvo un

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    Pero sabemos por dnde han huido dijo uno de los soldados. Siactuamos con presteza, podemos organizar bien la persecucin.

    Que se armen todos los hombres. Que lleven los arcos. Quiero que estn aqulistos en diez ehns.

    Todos salieron de la tienda. Se llevaron a los soldados heridos.

    Entonces el capitn se volvi a mirarme, y yo retroced. En la tienda, ademsdel jefe, haba otros cuatro hombres, uno de los cuales sostena la correa atada a mi

    brazo.El jefe extendi la mano hacia mi ltimo velo, detrs del cual poda verse mi

    rostro asustado. No era ms que una prenda simblica, pero cuando me la quitaron,mi cara apareci desnuda ante los hombres.

    Cerr los ojos avergonzada y enrojec. Era como si me hubiera despojado delltimo resto de dignidad y modestia.

    Me pregunto si eres libre, preciosa dijo el jefe.

    Ahora mi boca estaba desnuda ante l, nada la separaba de su propia boca, desu lengua, de sus dientes. Sin embargo, desde su punto de vista, yo tena tantas

    posibilidades de ser una mujer libre como de ser una esclava.Le mir.

    Sultale la correa le dijo al soldado que me tena atada.Una correa en el brazo no concuerda con la dignidad de una mujer libre

    me dijo el jefe.Se acerc a m, como se acerca un hombre a una mujer. Tena la sensacin de

    que me vea desnuda a travs de mis ropas.

    Qutate las zapatillas dijo.Le obedec temblando.

    Si eres una mujer libre dijo el jefe eres demasiado bonita para serlo.Capitn dijo una voz desde el exterior, los hombres estn preparados.Enseguida estoy con vosotros dijo l.El capitn volvi a centrar su atencin sobre m. Estaba furioso. Hablaba en

    voz baja pero amenazadora.Te has burlado de todos nosotros dijo. As que espero que seas libre.

    Su espada subi un poco sobre mi muslo. Yo no dejaba de temblar. Esta piernano est mal continu, es lo bastante bonita para ser la pierna de una esclava.Me pregunto si no ser de hecho la pierna de una esclava.

    Me levant la tnica hasta la cadera, donde sent el fro de la espada. Loshombres de la tienda gritaron de furia. Las esclavas dieron un respingoretrocediendo.

    Tal como imaginaba dijo el jefe. Dio un paso atrs, pero no enfund laespada. Te doy veinte ehns para quitarte esa ropa de mujer libre y caer desnudaa mis pies.

    Me despoj gimiendo de mis vestiduras y me arroj boca abajo ante l.El jefe habl rudamente con dos de los hombres de la tienda. Luego se dirigi a

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    una de las esclavas que inclin la rodilla ante l y se alej de la tienda.Yo poda or a los hombres en el exterior. Hasta m llegaba el fragor de las

    armas.En ese momento trajeron a la tienda a la chica que haban atado anteriormente

    al carro de suministros. Ella me mir y se tendi tristemente en un rincn. La otra

    esclava entr tambin.El capitn se dispuso a salir de la tienda para tomar el mando de sus hombres.El jefe me mir y dijo a uno de sus hombres:

    tala.Sent cmo me ataban de pies y brazos. El capitn me hizo dar la vuelta con el

    pie. Luego dobl una rodilla junto a m, poniendo en mi vientre la punta de suespada.

    Te ver ms tarde dijo, preciosa Kajira.Y tras ponerse el casco, se volvi y sali de la tienda.

    Las otras esclavas me miraban con enfado, con excepcin de la chica que habasido azotada, que yaca tristemente en un rincn. Una de las esclavas se frotaba elrasguo del hombro.

    Kajira sise. Yo me volv de lado y solloc. Era una esclava capturada,atada en la tienda de los enemigos.

    Intent mover los pies y las manos con disimulo, porque no quera quevolvieran a golpearme. Pero no lo consegu, me haban atado con correas y no concuerdas. Los nudos, simples y resistentes, haban sido hechos por un guerrero.

    O el grito de un gorjeador. Me incorpor.

    Las esclavas gritaron, y luego se hizo el silencio. Unas espadas cean susgargantas.

    Mi amo entr en la tienda a travs de la pared de seda, seguido por sushombres.

    Amo! exclam llena de jbilo. Forceje para incorporarme. Se acerc am y cort con la espada la correa que me inmovilizaba. Me arroj a sus pies,

    besando sus sandalias. Haba vuelto! No me haba abandonado.Mi amo se apart de m para gritar unas rdenes a sus soldados. Las cuatro

    esclavas estaban aterrorizadas en el centro de la tienda, mientras les apuntaban lasespadas. Algunos hombres salieron.

    Arrodillaos para que os ate dijo uno de los hombres. Las chicasobedecieron, arrodillndose una junto a otra. El soldado llevaba una cadena conseis anillas para los brazos. At primero a la chica que haba sido azotada por LadySabina. Extended el brazo izquierdo.

    Todas obedecieron asustadas. Curiosamente, el hombre que estaba atando a laschicas no le puso a la primera de ellas la primera anilla, sino la segunda. De talforma que cuando las cuatro esclavas estuvieron atadas quedaba una anilla libre encada extremo de la cadena.

    En pie, esclavas dijo el hombre. Bajad la cadena.

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    Las esclavas se levantaron y bajaron los brazos. Estaban atadas en lnea.En el exterior se oa cmo uncan los boskos a los carros. O tambin que otros

    boskos eran liberados y llevados a los bosques.Me pregunt si quemaran el campamento, pero pronto supuse que no lo haran

    porque el resplandor del fuego en la noche advertira a los soldados de lo ocurrido.

    Lo que haban hecho los hombres de mi amo era dejar un rastro que pudieranseguir fcilmente los del campamento y dar luego un rodeo para volver a l. Elrastro se ira haciendo cada vez ms confuso hasta desaparecer. Y as, mientras lossoldados seguan una pista falsa, los hombres de mi amo volvieron al campamentodel que luego saldran en otra direccin.

    Mi amo se dispona a salir de la tienda. Yo quera correr tras l, pero no me lopermiti. Me apart de un empujn. El hombre que haba atado a las chicas dio unpaso atrs mirndolas.

    Puedo hablar? pidi la primera de la fila, la que haba sido azotada.

    S dijo l.Odio a mi seora afirm la esclava, y estoy dispuesta a amarte a ti, amo.No te gusta pertenecer a una mujer? pregunt el hombre.Quiero amar a un hombre.Esclava desvergonzada grit la ltima chica de la lnea.Soy una mujer y una esclava exclam la primera. Quiero un hombre.

    Necesito un hombre!No temas, esclava dijo el soldado que la haba atado. Nos acordaremos

    de ti cuando necesitemos una zorra.

    Gracias, amo dijo ella muy erguida y con orgullo.O que un carro sala del campamento. Pens que ira cargado con las riquezas

    de Lady Sabina, del Fuerte de Saphronicus. Yo ignoraba el paradero de la seora,pero estaba sin duda en lugar seguro, probablemente amordazada y encadenada aalgn rbol. Me pregunt si le habran permitido permanecer vestida.

    Tienes unas piernas bonitas? pregunt el soldado a la primera de lahilera.

    S, amo contest sonriendo.Conoces el castigo por engaar a un hombre libre?Mralas t mismo, amo dijo ella con una ancha sonrisa. No ser

    necesario que me castigues.La ltima chica de la hilera grit indignada. El hombre cort con su cuchillo

    gran parte de la tnica que llevaba la chica, acortndola considerablemente, hastaconvertirla en una provocativa faldilla sobre sus muslos.

    No, no ser necesario castigarte admiti.Gracias, amo respondi ella.La ltima chica resopl con enfado, agitando la cabeza.

    Y t, tienes unas piernas bonitas? pregunt el hombre a la segunda chica.No lo s, amo murmur la esclava. No soy ms que la doncella de una

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    Thurnus me mir y gru:Te he dicho que me des de beber, preciosa dijo, poniendo nfasis en la

    palabra beber.Perdname, amo. Volv a llenarle la copa de Ka-la-na.Thurnus levant la copa y yo me dispuse a escanciar el sul. Entonces l sostuvo

    la copa muy cerca de su cuerpo y yo tuve que acercarme ms.Acrcate ms, preciosa dijo Thurnus.Yo me acerqu de rodillas, llevando el Paga. Iba vestida con la provocativa y

    escasa Ta-Teera, que tanto realza los encantos de una chica.Tena miedo de Thurnus. Le haba visto fijarse en m muchas veces.Vert el sul en su copa, inclinando la cabeza muy cerca de l. Mi pelo haba

    crecido mucho desde que llegu a Gor, aunque an lo tena ms corto que lamayora de las esclavas, que llevan los cabellos largos y sueltos, o recogidos aveces con una cinta en cola de caballo. Mi pelo caa ante mis hombros sobre la Ta-

    Teera.Mi amo y sus hombres se sentaban con las piernas cruzadas en el gran barracn

    de Thurnus. La cabaa era alta y de forma cnica, con suelo de tablas levantadoalgunos centmetros sobre la tierra para evitar la humedad y para proteger la casade insectos y sabandijas. Ante la puerta de entrada haba unos escalones estrechosy bastos, similares a los de la entrada de la mayora de las cabaas de esta villa.Thurnus era jefe de casta. En el centro de la cabaa haba una pieza redonda demetal en la que colocaban los braseros o unos pequeos hornos de cocina. Junto alas paredes se alineaban las pertenencias del seor de la casa. En algn lugar de la

    villa estaran los almacenes y los establos. El suelo estaba cubierto de esterillas. Enlas paredes colgaban pieles y enseres. En el techo haba un agujero para dejar salirel humo. La cabaa, probablemente debido a su construccin, no era de ambientecargado, y a pesar de no tener ventanas y de disponer de una sola puerta, no estabaoscura a esa hora del da. A travs de la paja del techo y las paredes se filtraban losrayos del sol. En verano la cabaa es luminosa y aireada. Est construida de Ka-la-na y madera de tem. El tejado y las paredes se rehacen cada tres o cuatro aos. Enel invierno, que no es muy duro en estas latitudes, las cabaas se cubren de lonas

    pintadas o, entre las familias ricas, con pieles de bosko ricamente ornamentadas ybarnizadas con aceite.

    La villa de Tabuk se extiende unos cuatrocientos pasangs. El camino del Voskfue el camino utilizado muchos aos atrs por las hordas de Pa-Kur cuando seaproximaban a la ciudad de Ar. Nosotros habamos viajado por el camino del Voskantes de cruzar el ro en barcas. El camino es muy ancho, y est sealado con

    piedras que marcan los pasangs. Supongo que, dada su naturaleza, es un caminomilitar que lleva hacia el norte, lo bastante ancho para que avance un batalln deguerra, con los miles de carros de suministros y las mquinas de asedio. Estoscaminos permiten el avance rpido de miles de hombres, y son muy tiles tambin

    para la defensa de fronteras, para el encuentro de dos ejrcitos, o para la expansin

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    Puedes apartar los labios de la copa me dijo.Retir los labios de la copa, y l dej de tocarme y se levant.Me arrodill en el suelo con los ojos muy abiertos. Hubiera querido rascar con

    las uas las esterillas del suelo.Mi amo se levant tambin y con l sus hombres. Marla, enfadada, se arrodill.

    ramos slo chicas, y los hombres tenan asuntos que atender ms importantes quenosotras.

    Yo hubiera querido rodar gritando por el suelo.Mir la Piedra del Hogar. En esta cabaa Thurnus era el soberano. En esta

    cabaa, aunque Thurnus hubiera sido un rufin o un ladrn, era el Ubar, porqueaqu estaba la Piedra del Hogar. Un palacio sin Piedra de