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83 Lucio Ernesto Maldonado Ojeda * H I S T O R I A El zapatista 1 A la Dra. Cristina Gómez Álvarez Al Dr. Miguel Soto Estrada rase la Ciudad de México en el año de 1944, entonces una ciudad de uno y medio millón de habitantes poco más o menos. Apetecible aún, optimista y satisfecha de sí, la ciudad había adquirido un marcado aire cosmopolita debido a las oleadas de refugiados, principalmente europeos, que huían de la devastación del mundo en guerra; a pesar de que al co- mún de sus habitantes les pareciera una urbe populosa, absorbente, ago- biada bajo el trajín incansable de sus calles y sitios públicos. Contenida aún dentro del territorio originalmente asignado al Distrito Federal, em- pezaba, sin embargo, a dejar atrás velozmente su hálito de ciudad colonial —pese a los afeites de la Belle Epoque porfirista para mudar su fisonomía tradicional, y trocarla a imagen y semejanza de alguna capital europea—, para adquirir otro tono, otra fachada, merced a la multiplicación de las in- dustrias instaladas y a una anárquica y desbocada urbanización que empe- zaba a devorar los antiguos paisajes bucólicos de la periferia. Este proceso expansivo, irrevocable, era interpretado con una amplia aquiescencia en- tre sus promotores y beneficiarios —fundamentalmente empresarios y po- líticos—, bajo el signo promisorio y a nombre del progreso, y con la confianza característica de la época. Eran los tiempos de la “Unidad Nacional”, proclamada desde el gobier- no del presidente Manuel Ávila Camacho frente al estrépito bélico más o menos distante de la Segunda Guerra Mundial. Las cuestiones económi- cas marchaban bien —en términos generales— en buena medida gracias a la coyuntura abierta para el país por la propia guerra: se comenzó a fa- bricar aquí lo que antes se importaba, sobre todo bienes de consumo. En el exterior, particularmente en Estados Unidos, requerían más que nun- ca de materias primas y de mano de obra mexicanas, lo que permitió E * Estudiante del doctorado en Historia de la Facultad de Filosofía y Letras, UNAM. 1 Trabajo presentado en el Primer Concurso de Crónica Urbana “Salvador Novo”, or- ganizado por la Secretaría de Cultura del Gobierno del D.F. y la SOGEM, en agosto de 2002, que recibió mención honorífica. ´

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Lucio Ernesto Maldonado Ojeda*

H I S T O R I A

El zapatista 1

A la Dra. Cristina Gómez ÁlvarezAl Dr. Miguel Soto Estrada

rase la Ciudad de México en el año de 1944, entonces una ciudadde uno y medio millón de habitantes poco más o menos. Apetecible aún,optimista y satisfecha de sí, la ciudad había adquirido un marcado airecosmopolita debido a las oleadas de refugiados, principalmente europeos,que huían de la devastación del mundo en guerra; a pesar de que al co-mún de sus habitantes les pareciera una urbe populosa, absorbente, ago-biada bajo el trajín incansable de sus calles y sitios públicos. Contenidaaún dentro del territorio originalmente asignado al Distrito Federal, em-pezaba, sin embargo, a dejar atrás velozmente su hálito de ciudad colonial—pese a los afeites de la Belle Epoque porfirista para mudar su fisonomíatradicional, y trocarla a imagen y semejanza de alguna capital europea—,para adquirir otro tono, otra fachada, merced a la multiplicación de las in-dustrias instaladas y a una anárquica y desbocada urbanización que empe-zaba a devorar los antiguos paisajes bucólicos de la periferia. Este procesoexpansivo, irrevocable, era interpretado con una amplia aquiescencia en-tre sus promotores y beneficiarios —fundamentalmente empresarios y po-líticos—, bajo el signo promisorio y a nombre del progreso, y con laconfianza característica de la época.

Eran los tiempos de la “Unidad Nacional”, proclamada desde el gobier-no del presidente Manuel Ávila Camacho frente al estrépito bélico más omenos distante de la Segunda Guerra Mundial. Las cuestiones económi-cas marchaban bien —en términos generales— en buena medida graciasa la coyuntura abierta para el país por la propia guerra: se comenzó a fa-bricar aquí lo que antes se importaba, sobre todo bienes de consumo. Enel exterior, particularmente en Estados Unidos, requerían más que nun-ca de materias primas y de mano de obra mexicanas, lo que permitió

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* Estudiante del doctorado en Historia de la Facultad de Filosofía y Letras, UNAM.1 Trabajo presentado en el Primer Concurso de Crónica Urbana “Salvador Novo”, or-

ganizado por la Secretaría de Cultura del Gobierno del D.F. y la SOGEM, en agosto de 2002,que recibió mención honorífica.

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mantener por algunos años la paridad del peso respec-to del dólar (equivalente a 4.85 pesos), en tanto que ladeuda externa no era motivo de especial preocupación.

El país parecía haber dejado en el pasado, en formadefinitiva, la violencia propia de la etapa armada de laRevolución. Se vivía una relativa paz social entre losprincipales actores sociales, después de las agitadas mo-vilizaciones del periodo presidencial del general LázaroCárdenas. La pax ávilacamachista sólo era ensombreci-da por circunstanciales protestas populares ocasionadaspor la carestía de la vida, que se propagarían precisa-mente ese año de 1944. Empero, el clima anímico y es-piritual entre la gente de la ciudad, en sus creencias másprofundas, era exultante. Se tenían esperanzas en el fu-turo del país y en especial en el de esta ciudad, pese dela inflación y los parciales racionamientos en algunoscomestibles y la masa. Había trabajo para la mayoría dela población citadina, aún para las numerosas familiasprovincianas recién establecidas en la ciudad, que atraí-das por las reales posibilidades de empleo, comenzabana afluir masivamente hacia la capital.

En sus tiempos de ocio, las huestes proleta-rias de la época solíanse reunir en las prolíficasy concurridas cantinas y pulquerías de la ciu-dad, bautizadas por el ingenio popular: El hazpor venir, Los sabios sin estudio, El abrevade-ro de los dinosaurios, Los chupamirtos, El re-creo de las zorras, El farol de los náufragos, ElChin Chun Chan, Veéme bien, Tumbaburrosy otros nombres del mismo tenor. Y al igualque sus congéneres de nuestros días, enfrascá-banse en apasionadas y sapientes deliberacio-nes acerca de las hazañas y fracasos de susídolos en turno: Los Once Hermanos del Neca-xa; Los gachupines del Asturias; El Equipo delPueblo, el Atlante de Juan Carreño, El Cha-quetas Rosas y de Mi General Núñez. Si debox se trataba, no podía pasarse por alto, des-de luego, el oper izquierdo contundente delKid Azteca, que le permitió mantenerse ¡poronce años consecutivos! como campeón delos pesos welter.

La radio y el cine hechos en México —co-mo gustan repetir quienes siguen puntual-

mente aquello de “todo tiempo pasado fue mejor”—tenían por esos años del ávilacamachismo, momentosde vitalidad y creatividad nunca antes vistos. Las radio-difusoras XEW y XEB —cada una con su grupo de artis-tas en exclusiva—, disputábanse el rating y el favor dela audiencia. El género ranchero todavía era del gustode los cosmopolitas capitalinos; aunque, naturalmente,gozaba de mayor raigambre entre las familias de ori-gen provinciano. La malograda y grande Lucha Reyes,quien se suicidaría en 1944, tenía un lugar preeminen-te entre los intérpretes de ese género musical. Ademásde ella, el público aficionado seguía en presentacionespersonales o en acetatos, cuya industria cobraba im-pulso, a cantantes como Los hermanos Huesca, a LosTariácuri, Pepe Guízar, Jorge Negrete y al trío Los Ca-laveras, entre tantos otros.

Al lado del género vernáculo, alcanzaba momentosculminantes no superados hasta ahora, la canción ro-mántica, de carácter y sabor más urbanos, que dejabaatrás las resonancias bélicas de la música de la genera-ción anterior —la que hizo o padeció directamente la

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Revolución—, para entregarse plenamente sólo a laviolencia de las pasiones. Destacándose la inspirada yfecunda María Greever, los compositores Agustín Lara(a quien, según versiones de la época, la Secretaría deEducación Pública le tenía prohibido la difusión de al-gunas de sus composiciones en las escuelas, por consi-derarlas obscenas), Gonzalo Curiel, Lorenzo Barcelata,Mario Talavera, Alfonso Ortiz Tirado, Jorge del Moral,Alfonso Esparza Oteo, Alberto Domínguez, ChuchoMonge, el tingüindense Miguel Prado, el maestro JuanS. Garrido, y los exponentes de la trova yucateca: Ri-cardo Palmerín, Emilio Padrón, el vate López Méndezy Guty Cárdenas (asesinado años atrás en el bar SalónBach). Todos ellos conformaron un movimiento den-tro de la música popular mexicana, a través del cual lo-graron recrear, con fineza y sentido poético, las formasde la relación amorosa vigentes en su tiempo, y confi-gurar de esta manera la sensibilidad y educación senti-mental del mexicano de la época.

Los trovadores de ese movimiento sustentaban unsello personal característico, pues la industria del starsystem autóctono conservaba aún perfiles artesanales(antes de entrar a las formas contemporáneas de pro-ducción en serie y productos uniformes y desechables),que les permitía —y más aún, se les exigía— a los ar-tistas de la época desarrollar, en la decantación de su es-tilo, su individualidad y creatividad personales. Entreesos intérpretes se contaba, en los años cuarenta del si-glo pasado, para desvelos, obsesiones, ansiedades e im-posibilidades de aquellas jovencitas pre-rocanroleras, ypor tanto discretamente excitables, al galán EmilioTuero, Fernando Fernández, La voz de seda de Juan Ar-vizu, Genaro Salinas, Pedro Vargas, Antonio Badú, Ni-colás Urcelay, Néstor Mesta Chaires, Vuelo Rivas yvarios más. De manera paralela, y por el lado femeni-no, se encontraban las cantantes también de moda: lajarocha Toña la Negra (la intérprete cuasi oficial de laobra agustínlarista), Ana María González, la guapa Lu-pita Palomera, Las hermanas Landín y la enigmáticaElvira Ríos.

Al mismo tiempo, y para combatir la melancolía yconjurar las malas noticias provenientes del mundo enguerra, hicieron su aparición en México, ¡cual debía deser!, las grandes orquestas a lo Glenn Miller y de músi-

ca afroantillana, que hacían concurridísimos los salonesde baile donde se presentaban, como Los Ángeles, ElBrasil, El Colonia, El Smyrno-Club y El Simar. Orques-tas como las de Luis Alcaraz, Larry Son, Maya, las cu-banas de Absalón Pérez y de Consejo Valiente, mejorconocido por Acerina, gozaban de gran popularidad.

En lo que se refiere al cine nacional, éste pasabaigualmente por buen momento, con gran aceptaciónaún entre las clases medias y altas, usualmente consu-midoras del cine de importación. En 1944 tenían espe-cial reputación Emilio El Indio Fernández, quien consus películas La Perla, Río Escondido, Maclovia, perofundamentalmente con María Candelaria, logró reco-nocimiento en el ámbito internacional. Julio Brachocon Distinto amanecer, demostró la compatibilidadentre la corrección cinematográfica y una temáticapolítica-social interesante: la lucha de un grupo detrabajadores de un poderoso sindicato nacional, encontra de la corrupción y los malos manejos de su di-rigencia; ambientada en el contexto urbano —el barrioy el imprescindible cabaret— del México de esos días.

Germán Valdez, Tin Tan, comenzaba a figurar en suversión estilizada del pachuco: el traje guango y estre-cho en los tobillos, la camisa floreada y su sombreritocon pluma en los costados, reclamando estatus en elbarrio por “parlar en espanglés” y bailar swing y cha chachá. Él, junto con el peladito de Ahí esta el detalle delCantinflas inicial, constituían las dos propuestas mássignificativas en el gusto popular que ofrecía el cinenacional, en la recreación de algunos de los tipos,que según él, poblaban nuestros barrios y coloniasproletarias.

Los prototipos sociales, las imágenes deseables, pro-venían, sin embargo, predominantemente de la clasemedia, que con la expansión de la burocracia pública yprivada y los servicios, posibilitaron su crecimiento yuna buena base material en que sustentar sus ambicio-nes de ascenso social, y de aspirar a su manera y alcan-ces, es decir, en su versión subdesarrollada, al Americanway of life, desde entonces su espejo y obsesión. Losholgados trajes de casimir de medio pelo y de tufo ofi-cinesco habían reemplazado, en la iconografía de laépoca, al overol ferrocarrilero y a los sombreros depalma del cardenismo. En la moda femenina, por otro

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lado, se generalizó el uso de los sacos con hombreras es-tilo “Mc Arthur”, los zapatos con tacones altos y lasmedias hechas de nylon.

Las formas curvas prevalecían en el diseño de obje-tos y edificaciones, y para desasosiego del Flaco de Oro,Agustín Lara, seguíanse reproduciendo, de manera na-tural, en el cuerpo de su mujer “alabastrina”, “perverti-da” y “aventurera”.

Si el cabaret era por excelencia el principal centro dereunión social y erótica de los noctámbulos capitalinos,para su imagen diurna y “decente” —la versión chilan-ga de Mr. Hyde and Mr. Jekill—, disponían de los nu-merosos cafés que se establecieron en la ciudad,principalmente en el Centro Histórico. Al lado del clá-sico café de chinos aparecieron, en los cuarenta, los delos españoles inmigrantes: Do Brasil, La Habana, Ki-kos, Campoamor, Fornos, Chufas y el desaparecido dela calle de Bolívar El Tupinampa (hoy transformado ensucursal bancaria), entre otros.

En los periódicos de la época, en lo que a noticiasnacionales se refiere, se reportaba la muerte del compo-sitor Ricardo Palmerín y la fundación de varias institu-

ciones públicas y empresas, entre ellas el Mu-seo Nacional de Historia en el Castillo deChapultepec, el Instituto Nacional de Cardio-logía y por la iniciativa privada Altos Hornosde México. Se publicó en el Diario Oficial eldecreto que autorizaba el régimen del SeguroSocial obligatorio, que produjo olas de protes-tas entre los trabajadores por el descuento decuotas y los mediocres servicios, que llegaronhasta la toma de fábricas. En compensación,para los hombres del campo se creaba un Fon-do Nacional de Garantías Nacionales.

En el México de esos días conocí y frecuen-taba a un viejo librero, de origen provinciano,procedente de su natal Michoacán haría trein-ta años atrás. Dedicado a la venta de libros yrevistas de segunda mano en el antiguo merca-do de El Volador, era conocido por los demáspuesteros con el apodo de El zapatista, debidoa “sus ideas extravagantes y espíritu de agita-ción”,2 y por su papel como protagonista y tes-tigo de los acontecimientos vividos por los

habitantes de la capital durante la Revolución Mexica-na; y de quien no se supo más después de la desapari-ción de ese mercado, a principios de los años cuarentadel siglo pasado, para construir en su lugar el edificiode la Suprema Corte de Justicia. Reaparecería, persis-tiendo en su oficio, en una pequeña librería de la callede San Salvador casi esquina con Aldaco. Se trataba dedon Francisco Ramírez Plancarte.

En la confusión casi interminable de establecimien-tos de todo tipo y de cantinas, se hallaba de manera ca-si recóndita su nuevo local. Consistía éste en una dobleaccesoria apenas iluminada por una luz amarillenta. Enel primero de los cuartos, ocupando una gran parte delestrecho espacio se encontraba, en el centro, una mesade patas bajas tapizada de los libros y revistas que es desuponerse serían los de mayor circulación y venta. Ensus costados —conteniendo polvorientos volúmenesde pastas gruesas— estaban colocados estantes de ma-dera. Obstruían la entrada dos grandes mamparas que

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2 Miguel Ángel Peral, Diccionario biográfico mexicano, México,PAC [1945], p. 670.

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exhibían las novedades del negocio. Finalmen-te, al fondo, estaba situado el mostradorcitodetrás del cual Ramírez Plancarte despachaba.La segunda pieza, más amplia, era utilizadacomo bodega. Trasminando humedad y mássombría que la anterior, estaba dispuesta enforma laberíntica, atestada de libros en orde-nada anarquía, y para cuya localización el pro-pietario utilizaba croquis especiales, quetenían por mojoneras los platitos de coloresllenos de veneno para las ratas, que, segura-mente tan luego como don Francisco abando-naba el local por las noches, hacían de lassuyas, en festín y orgías interminables, enaquella selva de papel apergaminado.

La modestia del negocio y del traje desmen-tía el hecho de que Ramírez Plancarte era au-tor de por lo menos dos libros publicados ycolaborador ocasional de los periódicos de lacapital.3 Había nacido el 29 de enero de 1886,en la criolla, pro conservadora y beata ciudadde Morelia, Michoacán.4 De piel apiñonada ymediana estatura, la vehemencia de su carácter contra-decía la sobriedad inicial de su persona, pues tan pron-to como tomaba la palabra, gustaba explayarse en susopiniones —llevado de su ser extrovertido y apasiona-do—, principalmente cuando se trataba de hablar de laRevolución, y en general de materias políticas, trans-formando la plática en un intenso monólogo que nodejaba decir ni “mú” a su interlocutor en turno. Por sucarácter fuerte y expansivo —en contrataste con elusual trato afable e indulgente de sus coterráneos— yel color de la piel, pensaba siempre al verle que se tra-taba de “un moreliano atípico”.

Según algunos de sus biógrafos, cuando joven, donFrancisco participó en la fundación de la Casa delObrero Mundial, y durante la Revolución constitucio-

nalista militó en las “falanges obreras”, que esa organi-zación dispuso en apoyo de la facción y gobierno ca-rrancista.5 Una tarde del otoño de 1944, que resultaríaa la postre la vez última que hablaría con don Francis-co, pues sin sospechar lo que el destino dispone, ocu-rrió su deceso, fue la oportunidad de aclarar de viva vozésta y otras cuestiones importantes de su vida. Invitán-dome a sentar en una silla tan desvencijada como elresto del escaso mobiliario, comenzamos a charlar. Lepregunté inicialmente sobre la marcha del negocio.

—Mal, como siempre. Ya sabe que con la excepciónde unos cuántos vivir de la cultura en este país es conde-narse a la perpetua penuria. Casi ni me dedico a venderlibros, más bien me la paso departiendo con la clientelay amigos que, como usted, me visitan de tanto en tan-to. Mejor me hubiera dedicado a cantinero, psicólogo,peluquero, ¡qué sé yo! Ganan más, tienen más cliente-la y no descuidan la brega al mismo tiempo que hablancon la gente. Pero qué le vamos a hacer, éste es el ofi-cio que el destino dispuso para mí. Bueno, ya tenía una

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5 Loc. cit.

3 Uno de los libros es La Ciudad de México durante la Revolu-ción Constitucionalista, 2ª ed., México, Botas, 1941, p. 598. Las ci-tas contenidas en este trabajo fueron tomadas de dichapublicación.

4 Miguel Ángel Peral, loc. cit. y Francisco Naranjo, Diccionariobiográfico revolucionario, Edición facsimilar de la de 1935, México,INEHRM, 1985, p. 175.

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temporada más o menos larga de no verlo, como a tan-tos otros desde que me cambié para acá. ¡Cómo se pa-sa el tiempo de veras, cuatro o cinco años de eso! Perodígame, ¿qué le interesa saber en esta ocasión acerca dela capital en aquellos días de la Revolución, si está enmí contarle algo, verdad?

—Hum... primero quisiera que me contara algo desu persona y familia, pues se dicen muchas cosas de us-ted, que quizás convendría aclarar.

—Pues, de mí no tengo gran cosa que decir —medijo sin mucha convicción— pero si usted quiere... Yasabe que soy michoacano, de Morelia. Muy joven metrasladé con mi mujer para acá, la capital. Mi primervástago nació allá por 1915 en plena Revolución cons-titucionalista. Desde mi llegada a México siempre mehe dedicado a lo mismo, a la venta de libros viejos. Pri-mero en locales de Donceles, la avenida Hidalgo... des-pués ya me instalé permanentemente en El Volador,hasta que lo quitaron. Durante la Revolución, por misideas políticas participé activamente en la fundación dela Casa del Obrero Mundial, y siempre —hasta la sus-pensión de sus actividades en 1916, debido a la fuerte

represión del gobierno de Carranza en contrade los trabajadores, no importando el valiosoapoyo que nuestra organización le ofreció enmomentos cruciales para su causa—, defendí ypropalé a mi modo las ideas libertarias de la Ca-sa, ya en alguna comisión o como simple mili-tante, entre mis amigos, conocidos o aquímismo en mi trabajo. Como ve usted algo mo-desto, pero sin claudicaciones ni oportunismos.

—Pero dígame don Francisco, ¿participóusted en aquellas columnas obreras que comodice apoyaron a Carranza en contra de lasfuerzas de la Convención?

La conversación la había sentido fluida,animada, hasta aquí, pero ante esta preguntadon Francisco guardó un momento de silen-cio, pensativo, como reticente a responderme.

—Pues... sí, efectivamente, me inscribí en lasbrigadas que mi organización acordó en apoyodel constitucionalismo, pero más bien por aca-tar la voluntad mayoritaria de mis compañerosque por convicción propia. Fue un asunto muy

discutido en nuestra organización. Inclusive hubo com-pañeros que se pasaron al bando contrario del carran-cismo, como Soto y Gama, quien jugaría un papeldestacado en los trabajos de la Convención reunida enla ciudad de Aguascalientes, como portavoz del zapatis-mo. Otros, igualmente minoritarios, se negarían ro-tundamente a cualquier componenda con ningunode los grupos revolucionarios. En lo que se refiere amí, pues... no me tocó ir a Celaya a combatir las tro-pas villistas, ni tampoco a Veracruz, donde se hallabaestablecido el gobierno encabezado por Carranza.Me quede aquí, en la guarnición de la ciudad. Esofue bueno para mi familia, pues como le dije, habíanacido nuestro primogénito en 1915. Aunque muypoco pudimos darle ante el hambre generalizada y lospadecimientos sin cuento que se abatieron sobre lapoblación de la ciudad ese terrible año. Pero al me-nos no dejé totalmente desamparados y en el arroyoa los míos.

—Según me han dicho a usted le dicen El zapatista.¿Cómo hizo compatible el apodo con su pertenenciaa una organización que no se caracterizó mucho que

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digamos, con la excepción de contados líderes comousted acaba de mencionar, por sus buenas migas conlas fuerzas revolucionarias campesinas, a quienes inclu-so combatió en determinado momento?

—La verdad es que eso del zapatista me lo puso lagente mucho después, gente conservadora, por no decirreaccionaria, que en todos lados anda viendo moros contrinchetes. Lo cierto es que en aquellos días de la Revo-lución constitucionalista, las ideas que tenía del zapatis-mo no eran muy favorables que digamos, y esto se lodigo con toda franqueza, conforme a lo que verdadera-mente pensaba entonces, y no como se hace ahora, so-bre todo en los corrillos académicos u oficiales, quecubren con incienso la imagen del general Emiliano Za-pata y a su movimiento, por aquello de que “el mejorindio es el indio muerto”, o “a toro pasado...”.

—Pero don Francisco, vamos, cuénteme su pareceral respecto.

—Pues ya que me obliga usted, se lo digo sin tapu-jos: “...mal trajeados y peor compenetrados de los anhe-los manumisores, representaban a la Revolución fétidadel huarache, agobiada por la miseria y embrutecidospor la ignorancia, el alcohol y las supersticiones, ya queel término medio o sea el mestizaje exquisitamente cul-to, iconoclasta y con fuerte espiritualidad renovadoraque había, era muy insignificante quedando neutraliza-da su acción revolucionaria, política, legislativa y mili-tar, por la inercia de aquella mesnada atiborrada deprejuicios que aún no había logrado incorporarse ni si-quiera a la retaguardia de la civilización”.

—¡Caramba don Francisco, sí que usted pensabanegativamente de los zapatistas!

—No sólo yo, “toda la población de la Ciudad deMéxico en las ocupaciones de las fuerzas zapatistas deella, fue testigo de los numerosos grupos de zapatistasformando corro, se sentaban o semiacostaban en labanqueta de las avenidas entregados a jugar albures y aembriagarse. Muchos de ellos con sus barraganas, tam-bién borrachas, abrazados y a quienes con gran escán-dalo de los transeúntes obscenamente manoseaban yacariciaban. Más no todo era eso, ¡qué va! Cuando lesvenía la necesidad de orinar o exonerar, lo hacían des-vergonzadamente, públicamente. Para esto último es-cogieron el atrio y el costado poniente de la Catedral.

¡Ah cómo estaban aquellos sitios! ¡Horror! Solo el re-cordar siento náuseas. La moral y las costumbres se re-bajaban y la civilización se avergonzaba”.

—¡Vaya don Francisco!, parece que usted si les teníainquina a las pobres huestes zapatistas, da la impresiónque quisiera desvirtuar a toda costa esas bellas imáge-nes de las columnas armadas de nuestros campesinosseguidos de sus fieles y solidarias soldaderas, y que a lasgeneraciones que ya no nos toco vivir esos aconteci-mientos, nos proporciona el cine de estos años, ¿nosquiere echar a perder el cuadro, verdad?

—¿Pus no que quería saber lo que realmente pien-so de esos asuntos? ¡Y lo que me tocó ver a propósitode las soldaderas, especialmente de las zapatistas!: “lacorrupción de costumbres que observaban cuandoocuparon el patio del Palacio Nacional y del Ayunta-miento, incluso el portal del mismo, en forma peor quecomo lo hicieron las soldaderas carrancistas, pues losemplearon para defecar, sirviendo de mingitorios lascolumnas del Portal del Ayuntamiento, así como las pi-lastras de ambos palacios. No dudando que éstas solda-deras excedieron toda ponderación de inmoralidad yporquería, porque además que traían sus ropas tan des-garradas de puro pringosas, dejando entrever algunasde ellas sus partes pudendas, el feo y repugnante as-pecto que presentaban corría parejo con sus costum-bres licencias o inmorales, convirtiendo aquellos sitiosen hervidero de piojos, chinches y otras sabandijas,dedos les faltaban para quitarse los indecentes parási-tos. Cuando llegaba la noche en el Zócalo, en los quefueron sus jardines, se llenaban de innumerables pare-jas de zapatistas y sus soldaderas, las que sin ningunapreocupación se entregaban a actos libinidosos con tanimpúdico cinismo... como si estuvieran en los prostí-bulos de su bucólica ciudad de Cuautla”.

—¡Ah que zapatista me salió usted don Francisco!, tanescatológico y mocho como sus paisanos (pensaba entremí que en esto sí le salió lo típicamente moreliano).

—¿Qué quiere usted que le diga entonces?, me dijoendureciendo el tono y la mirada.

—Tranquilícese don Francisco, sólo lo digo porqueno deja de sorprenderme la originalidad de sus obser-vaciones (le dije tratando de distender su actitud, quede pronto parecía tornarse áspera, y con ello a echar a

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perder la conversación, absteniéndome entonces de ex-presar toda opinión). Pasando a otra cosa, según tengoentendido, ya ha publicado dos libros: La Ciudad deMéxico durante la Revolución Constitucionalista y La Re-volución y el actual Ejército. Tratándose del primero, quees el que me interesa, ¿qué le motivó a escribirlo?

—(Don Francisco con estas últimas palabras pareciórecobrar un poco su inicial buena disposición paracontinuar la platica): “ ...[pues] de que se conozcandesde un punto de vista ‘independiente’, es decir,exento de prejuicios y animosidades [aunque usted nolo crea, por lo que veo], tanto los acontecimientos his-tóricos que durante la Revolución constitucionalistaconmovieron intensamente a la capital, como a losprincipales actores que en ellos participaron..., paraevitar que la opinión popular de aquel tiempo infaustoquede ignorada o deje de figurar en las páginas denuestra historia, ocupando en ella el lugar que justa-mente le corresponde”.

—¿Piensa usted que en lo publicado hasta ahorano se han cubierto esos dos objetivos que menciona?,insistí.

—“...[Así es] no han sido relatados los que se re-fieren a los sucedidos en la opulenta, aristocrática,bulliciosa y grandemente heroica y mártir Ciudad deMéxico durante los turbulentos y sombríos días en quelas facciones constitucionalista y convencionista, enpugna por el poder, se la disputaban como magníficobotín de guerra y aprovechamiento..., que interprete laimpresión que causaron en el ánimo de la clase socialmás humilde y sea la exacta expresión, el real y positi-vo reflejo de ellos, de este buen y noble pueblo”.

—Antes de que pase a narrar algunos de esos he-chos, quisiera preguntarle algo de la etapa previa, quedesencadenó precisamente la Revolución llamadaconstitucionalista, esto es, El Cuartelazo y posteriorgobierno del general Victoriano Huerta. ¿Es cierto, co-mo he oído decir, que éste contó con una buena basesocial de respaldo, a despecho de la versión oficial so-bre aquellos acontecimientos?

—“[Sí con] la complicidad cínica del clero, de laburguesía y de la burocracia, y el servilismo de la pren-sa, con Salvador Díaz Mirón y Alfonso del Toro a la ca-beza. [En cambio, para el pueblo significó] la muerte,

la prisión y la consignación a las filas. La cólera popu-lar exasperada por la leva y la actitud agresiva de loshuertistas, pero sobre todo los fusilamientos de simpa-tizadores de la Revolución se desbordó incontenible”.

(Ante el avance imparable de los ejércitos revolucio-narios, Huerta dejaría el poder, al salir del país el 15 dejulio de 1914 para refugiarse en Estados Unidos. Almes siguiente, el 15 de agosto, el Ejército Federal deso-cuparía la plaza de la capital).

—Supongo que con la victoria del constitucionalis-mo y su entrada triunfal en la Ciudad de México, al díasiguiente de la salida de las tropas federales, se modifi-có sustancialmente esta situación anómala para la po-blación de la ciudad, ¿o no?

—¡Ah cómo es usted de ingenuo!... pues era de su-ponerse que cambiaran las cosas, pero “si en los prime-ros días del arribo de las tropas revolucionarias los jefes,los oficiales y tropa comportáronse con cierta mesura ycorrección con los civiles, poco tiempo después, empe-zarían a menudear en las calles, cantinas y demás cen-tros de vicio, escándalos y zafarranchos en que saliendoa relucir pistolas y marrazos, sacaban las más de las ve-ces la peor parte los civiles muy especialmente aquellosque en nada se metían. Por tal motivo, exacerbaron lavieja pugna de supremacía entre militares y policías,llegando a ser la pesadilla diaria, pues entonces porcualquier insignificancia se armaba la de ‘Dios es Cris-to’ entre unos y otros. Y si a lo expuesto, se agrega quelas garantías individuales ya muy quebrantadas o mejordicho nulificadas por el anterior gobierno, estabancompletamente abolidas con la supresión de los tribu-nales y juzgados, y sobre todo por encontrarse someti-da la ciudad a un régimen estrictamente militar puestoque la ley marcial seguía aplicándose con todo rigor,emanándose del cuartel general todas las disposiciones,aun aquellas que por su carácter administrativo perte-necía su observancia a las autoridades del orden civil, secomprenderá entonces la triste situación a que habíallegado la población. Tal cosa trajo como consecuenciauna fuerte depresión en el ámbito público, tanto mássi se añade que en las pocas oficinas gubernamentalesque entonces funcionaban, tenían preferencia los mi-litares y sus familiares, quienes a cada momento pro-ferían las peores injurias contra los civiles a los que

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calificaban despectivamente de maletas y cobardes, porno haber tenido los tamaños suficientes para haber em-puñado una arma y haberse lanzado a la bola”.

—Bueno, y esta actitud de la tropa con los civiles,¿era avalada por los altos jefes revolucionarios?

—¡Claro!, seguían lo expresado por el propio Ca-rranza en su crítica a los habitantes de la ciudadcuando dijo: “no tienen excusa los hombres que pu-dieron cargar un fusil y que se abstuvieron de hacer-lo por temor de abandonar sus hogares. Yo abandonéa mis hijos huérfanos y como sé admirar el valor, ce-do mi pistola a la señorita Arias que es la única dig-na de llevarla”.

—¡Vaya si estuvieron duras las palabras del PrimerJefe para los habitantes de la ciudad!, ¿justas?... Perodon Francisco cuénteme, ¿ya en ese momento de la pri-mera ocupación de la ciudad por las fuerzas revolucio-narias empieza a manifestarse la hambruna a la quealudió usted al inicio de esta plática, y que junto con laopresión político-militar de la vida civil, constituyeronlos mayores padecimientos de la población?

—No, todavía ese fenómeno tan terrible no hacía suaparición, pero sí algunas de sus condicionantes, yaque “el malestar popular intensificado, precisamentepor la escasez y la carestía, al ver que no se procurabaresolverlo, empezó a manifestar un sentimiento de es-cepticismo: más aún cuando ya también la monedametálica la ocultaban rápidamente y los billetes y car-tones, estaban siendo despreciados, no obstante quepocos días antes con el alborozo y la novedad, todos

disputábanse su posesión y asimismo muy a pesar delcarácter de circulación forzosa que tenían”.

—Ante esta situación, en que rápidamente iba soca-vándose el nivel de vida la población, ¿no hubo reac-ciones en la gente, digamos, entre los grupos detrabajadores organizados?

—Sí, como no, estallaron varias huelgas entre losobreros, la más señalada fue la llevada a cabo por los tran-viarios el 8 de octubre de 1914, “secundada por loscocheros de carruajes de alquiler, paralizando todo eltráfico y ejecutando los huelguistas actos de sabotaje enlos carros y coches abandonados, atacando a los es-quiroles y teniendo en los encuentros con la policía,algunas víctimas, resultando asimismo que el comerciocerrara sus puertas y la población se alarmara”.

—¿Y cuál fue la respuesta del gobierno revolucio-nario?

—El gobierno carrancista fue muy hábil. Aplicó larequisa de la empresa de tranvías. Una vez que estuvofrente a los trabajadores en huelga como su patróntemporal, se mostró flexible en la respuesta a sus de-mandas. Esta flexibilidad se entiende por la situaciónparticular en que se encontraba el gobierno constitu-cionalista en ese momento, a punto de romperse lashostilidades entre las fuerzas revolucionarias, a raíz delfracaso de la Convención que se llevaba a cabo por esosdías en la ciudad de Aguascalientes. El gobierno de Ca-rranza no iba a abrir otro campo de batalla más. En es-te caso con la clase trabajadora urbana, del que ya teníainminente con los ejércitos campesinos, verdá.

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—Bien don Francisco, no pretendo cansarlo conuna relación puntual de los principales hechos ocu-rridos entonces. Mejor sería que me hiciese el favorde relatarme sus impresiones más vivas de lo que sig-nificaron éstos en los habitantes de la ciudad, porejemplo...

—¿La hambruna del año 1915?—Sí, si usted quiere. Pero antes de que me diga al-

go al respecto, ¿a qué cree que se debió su aparición?—Pues Roque González Garza, quien sucedería a

Eulalio Gutiérrez en la presidencia de la Convención,la atribuyó “a la carestía de los víveres [debida] a la in-flación del peso o papel moneda, deficiencias en la dis-tribución y transporte, y las confiscaciones [que] losjefes revolucionarios hacían a los introductores de talesartículos”. A lo que habría que añadir —y esto se le ol-vidó mencionar al general González Garza, tal vez porsu actitud blanda frente a ellos— “la especulación yambición de enriquecimiento a costa del sufrimientodel pueblo por parte de comerciantes y almacenistas delas cosas de primera necesidad. No en balde serán elblanco del resentimiento y la ira popular, del todo jus-tificables, por tales procederes”.

—¿Cuáles son sus recuerdos de aquellos aciagosdías? Así como vengan a su memoria...

—Pues... “Allá en los suburbios, donde vive, o me-jor dicho vegeta, la gente pobre, donde en los tiempostan cacareados ‘normales’, y con más razón en los queno lo son, se carece de todo servicio de higiene, dealumbrado, de agua, de policía y de toda consideraciónsocial; barrios en lo que no se puede decir que son a se-mejanza de bacterias o colonias de bacilos, en que porverdadero milagro se respira y vive, sino que en efectolo son, la gente formando grandes ‘colas’, aguardaba re-signadamente, con el cuerpo desfallecido, la miradatriste y opaca y el hambre retrasada en sus terrosos sem-blantes, a las puertas de los molinos de nixtamal... pa-ra hacer unas ‘gordas’ que embarradas con chile, seríanel único alimento por todo el día.

“El hambre del pueblo, se extremó de una maneratan intensa, que en las barriadas, no pocos eran las per-sonas que caían desfallecidas, viéndose cómo multitudde individuos indigentes levantaban del suelo las cás-caras de fruta, que, no obstante estar impregnadas de

tierra, se llevaban ansiosa y vorazmente a la boca; otros,provistos de un palo, escarbaban afanosamente losgrandes montones de basura que rodeaban los merca-dos, con la esperanza de encontrar algunas de aves, fru-tas, legumbres, vísceras, aunque fuera en estado deputrefacción, con tal de aplacar el hambre devoradoraque sentían.

“Los gatos fueron el ‘chivo expiatorio’, ya que condi-mentados en barbacoa, todo mundo se los comía, noquedando uno en la ciudad. En algunos corrales de apar-tadas barriadas, sacrificábanse perros, burros, mulas y es-cuálidos machos y jamelgos cuya carne era rápidamentevendida, sin que nadie pretendiera averiguar a qué ani-mal pertenecía, o si éste había estado sano. Tal era elhambre que devoraba a la población. De los hospitaleslanzaron al arroyo a los enfermos; de la Castañeda los de-mentes y de los asilos y orfanatorios a los infelices que enellos había, por carecerse de elementos con que mante-nerlos. Los asaltos lleváronse a cabo a la luz de día, mul-tiplicándose por todas partes. Muchas jóvenes púberes,casi niñas; mujeres agraciadas; semijamonas otoñales; ja-monas invernales y hasta viejas infernales, cínicamentesin ningunos circunloquios ni escrúpulos, ofrecían susfavores con tal de satisfacer el hambre.

“La desesperación por adquirir víveres extremasehasta el grado de que en pleno día y en las calles máscéntricas se asaltara a las personas que llevaban ayates,costales, canastas, en que se suponía transportaban ce-reales. Las colas en las puertas de las panaderías y mo-linos de nixtamal tomaron un carácter tumultuoso,registrándose, por disputarse el lugar, riñas sangrientasentre los que las forzaban.

“El número de muertes ocasionadas por el hambre yde los que se suicidaban por no poder resistir tan terri-ble situación elevóse casi igual, al de los que a resultasde agudas crisis histéricas y nerviosas o de padecimien-tos del aparato digestivo, sucumbían o enloquecían.Contraídos los primeros: a causa del intenso desasosie-go en que estaban viviendo, y agravadas por las fatalesnuevas de próximos combates que se suponía íbanse adesarrollar en el interior de la ciudad; y las segundas,como consecuencia de las mil adulteraciones aplicadasal pan, la leche y sobre todo la carne descompuesta y deanimales impropios para la alimentación.

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“Las beneméritas Cruces eran insuficientespara atender, no obstante tanta persona des-mayada que había en las calles, sino, lo que eramás grave (por el peligro que se desarrollarauna epidemia) para recoger de las barriadas losinnumerables cadáveres de las víctimas delhambre, que desde hacía tres días yacían aban-donados, mucho de ellos en descomposición einfestando aún más el ya viciado ambiente consus corruptos hedores.”

Finalmente, viene a mi recuerdo la “irrup-ción del pueblo en la asamblea de la Convencióndiciendo ‘tenemos hambre, queremos maíz,maíz’”. A lo que respondió el gobierno de lacoalición villista–zapatista con algunas dispo-siciones que no llevaron a cabo por la mismasituación inestable en el control político–militar delpaís, y en particular, el de esta ciudad.

Cabe decir que a ese gobierno de la Convención lecupo el triste papel de represor del pueblo hambrientode la Ciudad de México: el día 21 de mayo de 1915,“se desató una feroz [acometida] de la guardia zapatis-ta en el Palacio de Minería [contra unas diez mil per-sonas congregadas aproximadamente en el lugar], endonde se suponía iba a empezar la venta al pueblo demaíz con saldo de quinientos lesionados entre muertosy heridos”.

—Sí deplorable desde todos los puntos de vista fuela respuesta de un gobierno que decía representar y ac-tuar en nombre del pueblo. Pero, aparte de esta accióncensurable de los gobiernos revolucionarios, ¿qué otrasmedidas se intentaron implementar para atenuar elhambre de la población?

—Las respuestas fueron varias. Todas destinadas alfracaso, por la causa que ya le mencioné: desde lasenérgicas disposiciones del general Obregón contra loscomerciantes y acaparadores, exigiéndoles el 10 porciento de sus existencias, para establecer expendios deartículos de primera necesidad en los barrios popularesa precios bajos, y mandando la formación de una “Jun-ta Revolucionaria de Auxilios al Pueblo” para hacerefectiva la medida, hasta las apelaciones al altruismo delos comerciantes, por parte del presidente de la Con-vención, el general González Garza.

—¿Qué medidas aprobó su organización, la Casadel Obrero Mundial, para mitigar la hambruna de lapoblación?

—Algunos edificios “que estaban en poder de losmiembros de la Casa del Obrero Mundial, [como] elColegio Josefino que tantas riquezas encerraba, y eltemplo de Santa Brígida, pero sobre todo el primero,algunos de los líderes de esta agrupación al ver la tre-menda angustia en que se debatían las clases meneste-rosas, así como contemplar en el interior del citadocolegio la enorme variedad de objetos y telas, invitarony excitaron al populacho a saquear tales edificios lo quefue entusiastamente aceptado por éste, no dejando na-da en pie, convirtiendo en leña todos aquellos mueblesconstruidos con maderas finas que por en volumen eraimposible cargar con ellos”.

—Aquí usted ha tocado un punto interesante, enque le confieso mi total ignorancia: el de los saqueos ymotines populares en la ciudad. Don Francisco, ¿quéeran las llamadas “bolas”?

—Las “bolas” eran grupos de gente hambrienta enactitud amenazante de saqueos de comercio.

—Supongo que no quedó ahí la cosa, en amenazasolamente, sin que al parecer efectivamente se llevarana cabo, ¿no es cierto?

—Pues “la miseria y el hambre habían llegado a talgrado en la capital que una mañana exasperado el ve-cindario porque las casas expendedoras de artículos de

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consumo, a pesar de que se sabía positi-vamente que estaban especulando conellos vendiéndolos ocultamente a perso-nas de su íntima confianza a precios bas-tante elevados, decían no quedarles yaninguna existencia, y también porquehasta los puesteros de los mercados esta-ban siguiendo semejante proceder queorillaba a la población a perecer de ham-bre, excitadísimo como llevo dicho por tan inauditodesenfreno de criminal ambición y egoísmo, empeza-ron a aglomerarse en los alrededores de la plaza de laLagunilla, grandes grupos de personas comentando ai-rada y acaloradamente la situación, apostrofando tanenérgicamente tanto a las autoridades como a los co-merciantes, que la gente enardecida no pudiendo yacontenerse, en un momento, como impulsada poruna fuerza incontrastable se precipitó en masa arrolla-dora al interior de dicho mercado así como a muchastiendas de los alrededores que permanecían abiertas, lasque saquearon a su sabor. Esta noticia propagada ve-lozmente por la ciudad, fue el toque de atención, me-jor dicho, de bota fuego para todos aquellas personasque enloquecida y desesperadamente andaban por lascalles buscando comestibles, se apresuraron a ir a pasode carga a los mercados de San Cosme, la Merced, SanJuan y Martínez de la Torre y los saquearon, lo mismoque todos los comercios y tiendas de los alrededores,siendo infructuosos los esfuerzos de los zapatistas paracontenerlos”.

En otra ocasión, hacia el 25 de junio de 1915, “debi-do a la confusión e inseguridad pues, el poco comercioque aún permanecía con las puertas abiertas determinócerrarlas, ocasionado con tal resolución el que los co-mestibles escasearan hasta el extremo de que muchagente exasperada por el hambre, rompiera puertas dealgunas tiendas y las saqueara, no obstante la granizadade balas que sobre ella enviaban desde las azoteas lospropietarios españoles, secundados por sus dependien-tes de igual pelo y alzada”.

Se llegó a un punto en que se “agudizó sobremane-ra el hambre del pueblo de la capital y su exasperaciónde tal manera que se reprodujeron los actos de saqueo,ya con características de motín, ante la ausencia de

toda fuerza policial. Empezáronse aformar grandes grupos de gente quearmada con piedras, garrotes y varillasde hierro, se dirigieron resueltamente,lanzando toda clase de improperios ydenuestos contra el comercio y las au-toridades, a los mercados y tiendasque encontró abiertas, los que tumul-tuosamente, golpeando a sus propie-

tarios, saqueó, convirtiendo los armazones en leña, laque se disputaron y repartieron”.

Y así, esa tarde del otoño de 1944, El zapatista conti-nuó, encandilado, contándome los sucesos de la Ciudadde México en tiempos de la Revolución constituciona-lista: la situación de la clase media y de las mujeres, dela inseguridad absoluta que por momentos padecieronsus habitantes, y muchas cosas más. Después de agra-decerle la charla y el reencuentro, salí a la calle ya echa-da la oscuridad sobre la ciudad. Las aceras otrorabulliciosas en ese momento se encontraban desiertas,bajadas las cortinas de los comercios. Un ligero viente-cito frío golpeaba el cuerpo. Caminaba recordando al-gunas de las frases que me acababa de decir donFrancisco, especialmente la última: “ante esta situacióngeneral de privaciones, de inseguridad personal y depadecimientos, la población del Distrito Federal, ya nise acordaba por qué había sido ‘La bola’”. Me pregun-taba cuántas generaciones de mexicanos, cuántos deconnacionales no se habrían preguntado lo mismo des-de entonces.

BIBLIOGRAFÍA

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