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10 de octubre de 2013Año I No. 10

Publicación quincenalISSN en trámite

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Al nacer la Facultad de Medicina de la Real y Pontificia Uni-versidad de México, la Medicina y la Cirugía habían quedado a la altura de la ciencia española de su tiempo, pues el Rena-cimiento llegó tardíamente a ese país; en el siglo XVI la ciencia médico-quirúrgica había heredado el espíritu medieval.

En 1833, hace 150 años, al nacer el Establecimiento de Ciencias Médicas (ECM), nuestra Medicina se encontraba en un estado lamentable. Ya casi al finalizar el siglo XVIII se había abierto la Real Escuela de Cirugía, con lo que el quehacer qui-rúrgico se había adelantado al progreso médico.

El 23 de octubre se creó el ECM, a imitación de las Écoles de Santé del imperio napoleónico.

Napoleón pensaba que a sus ejércitos no les eran de su-ficiente utilidad los médicos por un lado y los cirujanos por otro, por lo que decidió formar médicos cirujanos. Así, en el México independiente de la corona española, los estudiantes egresados del recién fundado Establecimiento también reci-bieron el título de médicos cirujanos.

Con la creación del ECM los libros de texto también cam-biaron; se dio la bienvenida a libros de autores franceses, principalmente, quedando atrás Hipócrates, Galeno y Avice-na, entre otros más.

La primera sede del Establecimiento fue el Hospital de Betlemitas, cuyas paredes cobijan en la actualidad al Museo Interactivo de Economía, en la esquina que forman las calles de Tacuba e Isabel la Católica.

Pero el ECM no conservó mucho tiempo su nombre, cam-biando éste a voluntad de los gobernantes; finalmente se le conoció como Escuela de Medicina o Escuela Nacional de Me-dicina. Tampoco tuvo una sede definitiva por muchos años, debiendo peregrinar por diversas edificaciones, hasta que en 1854, cediendo los profesores sus sueldos no devengados, y dando el gobierno federal otro tanto, se adquirió el edificio que albergara al Santo Tribunal de la Inquisición, para asen-tarse ahí en la segunda mitad del siglo XVIII y los primeros años del siglo XIX, y que actualmente ocupa el Departamento de Historia y Filosofía de la Medicina, junto con el Museo de la Medicina Mexicana, el Archivo Histórico de la Facultad de Me-dicina y la Biblioteca “Doctor Nicolás León”.

La Escuela Nacional de Medicina formó, durante el siglo XIX, a los médicos cirujanos que dieron fama a la Medicina

La Escuela Nacional de Medicina a vuelo de pájaro

Doctor Rolando Neri Vela*

mexicana, como Miguel Francisco Jiménez, Manuel Carmona y Valle, José María Vértiz, Ricardo Vértiz y muchísimos más; varios de ellos participaron en la apertura de la Academia Nacional de Medicina de México, en 1864, la que próximamente cumplirá 150 años de fructífera existencia.

Los hospitales que recibieron a los estudiantes de la Es-cuela Nacional de Medicina durante el siglo XIX fueron el Hospital de San Andrés, el Hospital de Jesús, el Hospital de San Pablo (más tarde Hospital Juárez), el Hospital Concepción Béistegui, la Casa de Maternidad e Infancia, el Hospital de San Hipólito y, a partir de 1905, el Hospital General de México dio acogida a los médicos cirujanos en ciernes.

Las especialidades médicas se iniciaron en la última déca-da del siglo XIX; las primeras en aparecer, llamadas Cursos de Perfeccionamiento Médico, fueron la Oftalmología, la Obste-tricia y las enfermedades mentales.

Durante el siglo XIX y la primera década del XX la Escuela Nacional de Medicina estuvo supeditada al Ministerio de Ins-trucción Pública y en 1910, al reabrirse la Universidad Nacional, gracias a Porfirio Díaz y Justo Sierra, ésta la cobijó.

A partir de entonces, la Escuela Nacional de Medicina, que en la década de los 40 del siglo XX -con la creación de la Sec-ción de Graduados- se transformó en Facultad de Medicina, ha sido un semillero de médicos cirujanos que se han distribuido no sólo a todo lo largo y ancho del país, sino por el mundo en-tero, dando fama a la Medicina mexicana.

*Jefe del Departamento de Historia y Filosofía de la Medicina, Facultad de Medicina

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DirectorDoctor Enrique Graue Wiechers

Secretaria generalDoctora Rosalinda Guevara Guzmán

Jefe de la División de Estudios de PosgradoDoctor Pelayo Vilar Puig

Jefe de la División de InvestigaciónDoctor Jaime Mas Oliva

Secretaria administrativaLicenciada Graciela Zúñiga González

Gaceta Facultad de Medicina

Gaceta Facultad de Medicina, año I, número 10, 10 de octubre de 2013, es el órgano informativo oficial de publicación quincenal editado por la Universidad Nacional Autónoma de México, Ciudad Universitaria, delegación Coyoacán, CP 04510, México, DF, a tra-vés del Departamento de Información y Prensa de la Facultad de Medicina, séptimo piso de la Torre de Investigación, Circuito Interior sin número, Ciu-dad Universitaria, delegación Coyoacán, CP 04510, México, DF. Teléfono: 5623-2432, correo electrónico: <[email protected]>. Editora responsable: Martha Marín y Zapata.

Número de certificado de reserva de derechos al uso exclusivo del título: 04-2013-052311041600-203. ISSN digital en trámite. Responsable de la última ac-tualización de este número: licenciada Blanca Rocío Muciño Ramírez, séptimo piso de la Torre de Investi-gación, Circuito Interior sin número, Ciudad Univer-sitaria, delegación Coyoacán, México, DF, CP 04510. Fecha de última modificación: 09 de octubre de 2013, <http://www.facmed.unam.mx>. Los artículos con-tenidos en esta publicación pueden reproducirse ci-tando la fuente. Los textos son producto del trabajo periodístico, reproducen las opiniones expresadas por los entrevistados, ponentes, académicos, investi-gadores, alumnos y funcionarios.

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Contenido

La Escuela Nacional de Medicina a vuelo de pájaro

La Medicina puede hacer una mejor civilización

Sólo debe dedicarse a la Medicina aquel ser humano que verdaderamente tenga la vocación

La educación médica hoy en día

¿El médico como investigador en las Ciencias Biomédicas?

“Cambiando la montaña”: Zontecomapa

Examen profesional: el principio de 50 años de ejercicio médico

Y de repente me convertí en médico interno de pregrado…

Experiencia y valoración de un egresado de la FM en el extranjero

Los recintos de la FM a lo largo de sus 180 años de existencia

La práctica de la Cirugía Plástica

Carta a un joven mexicano estudiante de Medicina

La educación médica en los años sesenta y setenta

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¿Es posible potenciar la mente humana para crear sujetos más capaces o más felices?, ¿la conducta humana se puede indu-cir para un equilibrio o desequilibrio social?, ¿un chip cerebral puede modificar la saciedad, la depresión o la agresividad?, ¿es factible hacer cirugía cerebral o extracerebral sin bisturí? y ¿los nanoimplantes del área premotora cerebral pueden mover máquinas a distancia?

Todo esto es posible. Un médico en la vida real leerá durante 2013 A Phase I Trial of Deep Brain Stimulation of Me-mory Circuits in Alzheimer’s Disease, del grupo de Andrés Lozano en Canadá, y se habrá contestado la primera pre-gunta, sabiendo ahora que todo se logró con un marcapa-sos cerebral a 7 volts, 130 Hertz y durante 90 microsegundos de neuromodulación en el eje fórnix-hipotálamo de cada hemisferio cerebral. Entonces surgirán más preguntas: una persona que acuda a consulta médica y solicite tener más memoria para terminar la Universidad lo antes posible, y poseer más conocimiento ¿será éticamente correcta? y, si se ofrece como tratamiento, por los costos de tecnología avan-zada, ¿quiénes tendrían acceso, quizá sólo los más ricos? y ¿eso no crearía más desigualdad social?

Cuando ese joven médico lea The Human Connectome Project y lo asocie a Neuromarketing TED-project entonces se cuestionará por qué Nestlé, Coca-Cola, Disney, nuestra ropa e industrias, y mucho de nuestro saber, consciente e incons-ciente, son similares en todo el mundo, como si estuvieran direccionados. Gran parte del conocimiento de la alta depen-dencia al tabaco y al alcohol de los adictos ha sido encontrado en circuitos de cerebros de humanos voluntarios y, así hoy, conocemos las áreas de recompensa y antirrecompensa del estriado ventral cerebral para receptores dopamina 1 y 2; los poderosos intereses de diversas industrias han logrado modi-ficar nuestra percepción sensorial para asignar significados.

Buscando comprender la supervivencia humana, se han hecho estudios sobre la naturaleza del altruismo en las espe-cies, desde diversos enfoques. Bonahan, en 1963, escribió un principio muy simple: “La generosidad es la virtud primera y el egoísmo la base de todos los males del mundo”. La Antro-pología y la Psicología Social han fortalecido este concepto.

Gran parte de la Neurociencia Cognitiva se ha enfocado en hacer instrumentos de validación de un acto humano espontá-neo, en población aleatorizada, bajo una maniobra de oportu-nidad condicionada. Por dar un ejemplo, se recrea una situación de emergencia en la que un sujeto sube una escalera; tropieza y cae al suelo. Posteriormente, lanza un quejido y pide auxilio. Se pudo comprobar que la totalidad de los sujetos, tanto si iban solos como acompañados, corrieron a socorrer a la víctima.

Quizá la parte más hermosa de esta escena es que la prác-tica médica está sustentada en la generosidad humana inna-ta, que hace que una persona quiera defender del sufrimiento a un semejante; ese médico es por vocación y teóricamente

La Medicina puede hacer una mejor civilización

Doctor Manuel Hernández Salazar*

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Estudié en la Escuela Nacional Preparatoria número 1 (San Ildefonso; 1957-1959), en donde recibí una verdadera enseñanza, tanto de cultura general (Historia de México y Universal y literaturas Mexicana y Universal, Etimologías Griegas y La-tinas, Lógica, Ética, Introducción a la Psicología, Música y un idioma, en mi caso, Inglés), como de las materias optativas que me prepararían para la carrera de Medicina: Química Orgánica, Biología, Zoología Superior y Física. Esta estructura académica me dio un sustento fundamental que me ha servido, tanto cuando cursé la carrera de Medicina, como posteriormente, durante mi vida profesional.

Ingresé a la Facultad de Medicina (FM) de la UNAM y, para mi fortuna, du-rante toda mi carrera (1960-1966), excepto el primer año, me tocó la Recto-ría del maestro Chávez, así como los doctores Raul Fournier Villada y Donato Alarcón en la Dirección de la FM. En esos años, tuve la fortuna de cursar una carrera de Medicina con el más alto valor docente, que a esas generaciones nos ofrecieron una formación de excelencia; salimos con una vocación médica y humanística muy bien sustentada y con la más alta motivación para seguir nuestros estudios. Posteriormente, ingresé al Instituto Nacional de la Nutrición

Sólo debe dedicarse a la Medicina aquel ser humano que

verdaderamente tenga la vocación

puede ser cualquier humano. Entonces ¿podríamos los médi-cos generar el conocimiento suficiente para evolucionar, sin la agresividad que nos permitió dominar la energía de nuestro planeta?, ¿podemos progresar de una sociedad especulativa a una epistemológica, y hasta a una civilización sapiens?

La teoría del Hipócrates moderno, propuesta por Roger J. Bulger, representa una amenaza a los conceptos básicos de la Medicina, ya que este ser teórico debe ser un gerente del mer-cado de la salud al servicio de intereses corporativos. El acto médico en su paso más delicado, el empoderamiento terapéu-tico, cuando el paciente queda solo ante el otro, sólo puede ser bien llevado si los médicos lo enseñamos bien a las siguientes generaciones, que nos tratarán a nosotros mismos. Podemos tenernos confianza mutua y así mejorar nuestra Praxis Medica.

Las terapias humanitarias deben ser reconocidas y ense-ñadas por nosotros. Estados Unidos de América y Europa las exploran desde 2004. Así nacieron, ese año, la estimulación

cerebral profunda del brazo anterior de la cápsula interna ce-rebral, para tratar los síntomas de depresión grave y trastorno obsesivo compulsivo refractario; en 2005, en Francia, la radio-cirugía tipo gamma knife (cirugía del cerebro sin bisturí) en el tratamiento de la epilepsia lesional del lóbulo temporal, y, en 2010, la estimulación cerebral profunda de las proyecciones orbitofrontales o del hipotálamo posterior, para el tratamiento humanitario del trastorno explosivo intermitente y de la agresi-vidad resistente. Ello muestra la importancia de actualizarnos.

La Neurocirugía puede colmar la vida de una persona, las neurociencias pueden llenar las necesidades de una sociedad, pero la Medicina y sus ciencias hermanas pueden hacer una me-jor civilización y brillar, como nunca se ha visto, con luz propia.

*Neurocirujano y jefe de la División de Neurociencias del Centro Médico Nacional

“20 de noviembre”, ISSSTE

Doctor José F. Guadalajara Boo*

(hoy de Ciencias Médicas y Nutrición “Doctor Salvador Zubirán”), en donde culminé mi for-mación como médico (1967-1969); y así, ya con un sólido conocimiento de la Medicina Interna, ingresé al Instituto Nacional de Car-diología (hoy “Ignacio Chávez”), en donde nuevamente mi residencia coincidió con la presencia de grandes maestros de Cardiolo-gía, de los cuales aprendí los secretos de la especialidad (1969-1972). Años después, rea-licé otra especialidad, en Ecocardiografía, en la Unidad de Diagnóstico de la Universidad de Duke en Carolina del Norte (1982), Estados Unidos de América.

Gracias a esta formación, que desde luego inició desde que era niño en mi casa, es que

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Resulta innegable que, en los últimos años, el sistema de sa-lud y las necesidades de atención de la población han cambia-do, lo que provoca modificaciones en la forma en que se debe enseñar Medicina a los jóvenes que aspiran a ser parte del fu-turo, ya que la educación representa la base de la preparación de los doctores del mañana.

Señalar los cambios en la práctica médica implica también hablar de los que han sucedido con las herramientas educa-tivas, que han evolucionado. Actualmente se ha vuelto nece-sario para todos los alumnos el acceso a internet, lo que ha dado paso a un nuevo personaje en la enseñanza médica, las Tecnologías en Información y Comunicación (TIC’s).

Los avances de las mismas y su implementación, en casi todas las profesiones existentes, han sido vistos como he-rramientas eficaces y, en ocasiones, indispensables para el adecuado desarrollo de los procesos de generación y ad-ministración del conocimiento. De ello, la Medicina no está exenta. Es, precisamente, en el campo de la salud donde se hace más evidente la necesidad de conocer las TIC’s, debido a las implicaciones humanas y sociales que tienen los pro-fesionales. El dominio y el manejo que se deben poseer es relevante, tanto para la parte asistencial (diagnóstico, trata-miento, rehabilitación, entre otros), como en la investigación y, de forma muy importante, en la docencia.

La educación médica hoy en día Doctor Luis Armando Martínez Gil*

“[…] Tuve la fortuna de cursar una ca-rrera de Medicina con el más alto valor docente, que a esas generaciones nos ofrecieron una formación de excelen-cia; salimos con una vocación médica y humanística muy bien sustentada y con la más alta motivación para seguir nues-

tros estudios […]”.

mi práctica profesional ha seguido el derrotero de los lineamientos con los que fui educado, tanto en la infancia como en mis estudios profesionales. Mi práctica como médico me ha dado muchas satisfacciones, provenientes, por un lado, de la atención directa al paciente, ya que la aplicación de los cono-cimientos recibidos durante mi preparación, y el trato ético y humanista que me enseñaron mis profesores, los he llevado a la práctica, lo que ha culmina-do en una esmerada atención al enfermo y se ha manifestado en la mejoría, la curación o al menos el consuelo y el soporte para el paciente incurable, lo cual, obviamente, se ha traducido en el cariño y el agradecimiento de los pacientes hacia su médico. ¿Qué mayor pago puede recibir un hombre?

Por otro lado, mi dedicación hacia la ciencia me ha permitido realizar estu-dios, no con el afán de obtener un grado, sino con el objetivo de buscar una verdad; así, algunos de los estudios que he hecho y publicado, para mi han redituado una recompensa muy grande, al encontrar la verdad buscada. Finalmente, mi vocación por la docencia me ha concedido participar y contribuir en la forma-ción de sólidos médicos y cardiólogos, que ahora ya son una rea-lidad en la Medicina mexicana, muchos de los cuales han tenido grandes logros profesionales; éstos no sólo son logros de ellos, sino que también me los adjudico con satisfacción.

Esta experiencia me ha enseñado que sólo debe dedicarse a la Medicina aquel ser humano que verdaderamente tenga la vocación: “Por un lado, hacia la fascinación de la ciencia y, del otro, el interés por el enfermo” (Ignacio Chávez).

*Cardiólogo y director de Enseñanza del Instituto Nacional de Cardiología “Ignacio Chávez”, SS

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Hoy más que nunca es necesario que todos los profesores estén involucrados en el aprendizaje y dominio de las TIC’s, sobre todo por el ritmo acelerado en que están cambiando y por el boom de la información electrónica, lo que demanda profesionales aptos, que conozcan las herramientas adecua-das para el desarrollo de servicios específicos de selección, tratamiento y recuperación de la información.

En la actualidad, es muy común que los estudiantes realicen búsquedas científicas o bibliográficas mediante una plataforma virtual, y si el docente no domina tal tecnología, no podrá ofre-cerles muchas opciones; por ello, los expertos hablan de una “se-gunda alfabetización” para dominar estas tecnologías que, sin duda alguna, colocarán un paso adelante a quienes las manejan.

En el proceso de formación médica los dispositivos móviles como laptops, PDA’s, tablets e incluso teléfonos celulares con dife-rentes sistemas operativos como android o iOS, han tenido gran acogida por su fácil acceso a la información y por su eficiencia.

Por otro lado, la creación de aplicaciones o software para estos dispositivos ha revolucionado el aprendizaje y la prácti-ca clínica, ya que actualmente existen herramientas que per-miten realizar algunas actividades de forma rápida y sencilla (simuladores de electrocardiograma; esquemas de anatomía; calculadoras médicas que permiten obtener, en cuestión de segundos, índices, clasificaciones o escalas; listas de epóni-mos; diccionarios de terminología médica o calculadores de dosis pediátricas o para pacientes con afecciones renales o que toman diversos fármacos).

La introducción de las tecnologías y de la informática den-tro del aprendizaje ha generado en diversas instituciones educativas, nacionales e internacionales, programas de pre-grado y posgrado con modalidades de aprendizaje a distan-cia y accesos en línea.

Nuestra Facultad ha adoptado estas herramientas y ha rea-lizado reformas curriculares que toman en cuenta su uso. La asignatura de Informática Biomédica capacita a los alumnos en la obtención de datos mediante una búsque-da sistemática y dirigida, con el propósito de contar con la información suficiente para to-mar decisiones clínicas que colaboren con una práctica de calidad, sin olvidar la ética. Ade-más, su enseñanza va más allá, porque ayuda a los estudiantes a identificar recursos en infor-mática, seleccionando las páginas o sitios con información sólida, y a desarrollar estrategias de búsqueda, basadas en evidencia.

Como resultado de la convergencia de las tecnologías se ha producido una verdadera revolución en los métodos de generación, almacenamiento, procesamiento y trans-misión de información que, con ayuda de

filtros, permite una recuperación de información con calidad y relevancia, ante la enorme cantidad que aparece día a día.

Incluir este curso en los primeros semestres trae consigo enormes ventajas: es una oportunidad para integrar la tec-nología de los sistemas informáticos a los tópicos clínicos relevantes, para la toma de decisiones médicas, lo que poten-cializa la visión del estudiante sobre la computadora como he-rramienta útil en la práctica clínica, y, además, la introducción temprana en el proceso médico educativo y el seguimiento de los conceptos aprendidos puede ser útil en la preparación de los médicos en los ciclos clínicos y las residencias.

Residentes con quienes he conversado señalan la necesidad de conocer esas herramientas que ellos no aprendieron cuando eran estudiantes y, ahora, con las cargas de trabajo y los hora-rios apretados, se les dificulta tomar un curso en estas habilidades.

Finalmente, otra ventaja es la llamada telemedicina, que permite conectarse a otras latitudes para realizar intercambio de ideas, criterios u opiniones con nuestros pares o, bien, con pacientes que pueden estar a kilómetros de distancia o que su padecimiento no les permita acudir a nuestro consultorio.

Hoy en día no podemos negar que es indispensable saber utilizar las tecnologías, adaptarlas a nuestra práctica diaria y acti-vidades en beneficio de nuestro aprendizaje y ejercicio médico.

Es necesario echar un vistazo a las experiencias de otros paí-ses en cuanto a educación médica, a los procesos que se están llevando a cabo y hacer un diagnóstico de la formación de nues-tros alumnos para evaluar el panorama al que se enfrentarán cuando se gradúen. Contar con estas habilidades les dará ven-tajas sobre otros estudiantes, sin olvidar los principios éticos que han hecho de nuestra profesión la más humana de todas.

*Profesor de Informática Biomédica, Facultad de Medicina y miembro del Seminario sobre

Medicina y Salud, UNAM

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¿Qué opciones tenemos los médicos generales una vez que presentamos el examen profesional y cumplimos con el Servicio Social? Podemos aplicar a una residencia médica, forjarnos como especialistas, dedicarnos a la consulta privada y trabajar en un hospital. También es posible ejercer como médico general. Sin embargo, ¿qué más hay después de que obtuvimos el título de médico cirujano y la residencia no es nuestro interés?, ¿y si lo que nos atrae es la investigación básica?

Cuando terminas tu carrera como médico te pueden surgir muchas interrogantes sobre el futuro próximo; éstas fueron algunas preguntas a las que yo me enfrenté al terminar mi Servicio Social y tener que tomar una decisión sobre qué hacer con lo aprendido en los últimos seis años de mi vida. En mi caso, siempre tuve el gusto por la investigación básica y, desde el primer año de la carrera, circulé por varios laboratorios conociendo diferentes áreas de la investigación Biomédica. Cuando estuve en el laboratorio del doctor Hugo Aréchiga Urtuzuástegui descubrí el mundo apasionante de las neurociencias y con el doctor Vianney Ortiz Navarrete vi que la Inmunología está relacionada con toda nuestra fisiología, por lo que decidí, con firmeza, dedicarme a la intersección de la Inmunología y las Neurociencias: la Neuroinmunología.

Mis conocimientos médicos me han facilitado realizar investigación en el área Biomédica. Por ejemplo, durante el doctorado me permitió asociar perfiles inmunológicos a las diferentes regiones anatómicas y presentaciones clínicas de la neurocisticercosis humana o entender por qué algunas formas de la neurocisticercosis son asintomáticas y resuelven la infección quedando una calcificación, mientras que las formas sintomáticas presentaban múltiples parásitos, viables, y su respuesta inmune no era eficiente.

Actualmente, en el laboratorio de Neuroinmunología a mi cargo, en la Unidad de Medicina Experimental (UME) de la Facultad de Medicina (FM) en el Hospital General de México “Doctor Eduardo Liceaga”, buscamos modular la respuesta inflamatoria y el estrés oxidativo en la enfermedad de Parkinson con un extracto obtenido de la planta Silybum marianum. Nuestros resultados son interesantes, ya que el uso de este extracto disminuyó la muerte celular por apoptosis y evitó la pérdida de las neuronas dopaminérgicas en la sustancia nigra, conservando los niveles de dopamina, por lo que el uso de esta planta tiene un potencial terapéutico atractivo para este padecimiento. Sin embargo, aún tenemos muchas interrogantes por responder y, sobre la marcha, a medida que vamos contestando algunas, surgen nuevas preguntas.

Esta actividad también me ha permitido conocer investi-gadores de áreas afines y de otras, como Física o investigación de materiales, estableciendo una red de colaboración inte-gral con varias instituciones, tanto de la Universidad como externas. A través de esta cooperación buscamos solventar

¿El médico como investigador en las Ciencias Biomédicas?

Doctora Anahí Chavarría Krauser*

necesidades de los diferentes laboratorios, apoyándonos mutuamente y tratando de alcanzar objetivos comunes que resuelvan problemas médicos.

Cabe mencionar que gracias a la investigación he participado en seminarios o en congresos, tanto nacionales como internacionales, no sólo presentando los resultados obtenidos en el laboratorio, sino además conociendo temas de investigación Biomédica de punta, para tener nuevas ideas que podamos aplicar a las líneas de trabajo del laboratorio.

Finalmente, puedo decir que contribuyo con un granito de arena a la formación de fu-turos médicos, al impartir la materia de Biología Celular e Histología Médica, y permi-tiendo que estudiantes de los programas de Apoyo y Fomento a la Investigación Estudian-til o de Alta Exigencia Académica, o a quienes tengan el interés, roten por el laboratorio para que revisen y discutan literatura cientí-fica, y para que aprendan técnicas de labo-ratorio, de manera que puedan descubrir la relevancia que tiene la investigación básica en la Medicina y cómo los médicos podemos contribuir de manera importante a ello.

*Profesor Titular “A” de Tiempo Completo e investigadora de la UME, FM

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La Medicina llegó a mí en el momento más indicado, ya que a partir de que inicié la Licenciatura de Médico Cirujano, mi vida tuvo otro sentido. Dejé a un lado miles de banalidades por las cuales me agobiaba como buena adolescente y descubrí que había infinidad de cosas por hacer, en beneficio de la preser-vación de la salud, la base de nuestro bienestar biopsicosocial.

Esta carrera requiere sabiduría y fortaleza para afrontar mi-les de adversidades que se presentan en el camino y es en el Servicio Social cuando, realmente, observas que todos los sa-crificios y esfuerzos que realizaste durante cinco años y medio dan frutos, porque es el momento justo donde puedes demos-trar los conocimientos y habilidades adquiridos.

Elegir la plaza para realizar tan importante labor era una decisión difícil e implicaba dejar por un año las comodidades que tienes en casa, así como a tu familia, y yo no sabía cuál opción sería la más apropiada; escuchaba infinidad de alter-nativas, pero hubo una que llamó mi atención: su objetivo era disminuir la incidencia y prevalencia de la desnutrición infan-til, así como la morbimortalidad materna en el municipio de Acatepec, en la montaña de Guerrero. Sonaba bastante atrac-tivo, sobre todo cuando, por años, escuchamos Allis vivere.

Así, junto con 13 compañeros de la Facultad, decidí parti-cipar en este proyecto; pusimos todo nuestro empeño para que se cumpliera dicho objetivo. Partimos de Chilpancingo, con desconcierto y temor ante lo desconocido.

Al llegar al Centro de Salud Rural de Población Dispersa de la localidad de Zontecomapa nos llevamos sorpresas cuando vimos el recibimiento de la población y cuando nos dimos cuenta que pocos entendían el español. En esa región la len-gua que predomina es el me’phaa (tlapaneco), lo que me llevó a pensar que se generaría una barrera importante en nuestra labor médica, pero gracias al apoyo de la enfermera que nos

“Cambiando la montaña”: Zontecomapa

Verónica Argüello Ramírez*

traducía, poco a poco aprendí unas cuantas palabras que me permitieron tener mayor contacto con la gente.

Watha tsiguaa: ¿cuántos años tienes?; xani mbiya: ¿cómo te llamas?; naa e kho: ¿qué te duele?; mbarara: adiós, y, la más importante, la que siempre recordaré: numma médico: gracias médico. Esta última es la que me daba la fuerza para seguir realizando, con más empeño, mis funciones.

Una actividad prioritaria fue elaborar censos de desnutrición entre los niños, particularmente entre los menores de cinco años y, también, de embarazadas. Esta información nos permitió lle-var un óptimo control de la población vulnerable.

De igual forma, implementamos el programa de comple-mento alimenticio, estrictamente supervisado, para mayores de seis meses y hasta cuatro años 11 meses, quienes acudieron diariamente al centro de salud para consumir su papilla nutri-sano o nutre fácil, otorgadas por el Programa Oportunidades y el Sistema para el Desarrollo Integral de la Familia municipal, y cuya preparación verifiqué. Con ello, se logró disminuir la desnutrición en 12.13 por ciento, en 11 meses, situación que mejoraría si se construyen más centros de salud, lo que dismi-

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nuiría la distancia que deben recorrer los infantes para acceder al programa.

Con las embarazadas no tuve inconveniente alguno, ya que su control prenatal fue satisfactorio, a pesar del alto ries-go; siempre tuvieron valoración ginecológica y realizamos visitas domiciliarias para verificar que todo estuviera en or-den. Además, contamos con el apoyo de las parteras, pieza fundamental en la atención del parto; con ellas formamos un equipo y gracias a ello no hubo muertes.

También, realizamos todas las actividades que todo buen pasante debe hacer, pero lo que más me gustó fueron los ta-lleres que impartimos respecto a prevención, diagnóstico y tratamiento oportuno de las enfermedades, porque eso me permitió convivir más con la población y me pude ganar su confianza y afecto.

Sin duda alguna, si me preguntaran qué es lo que más disfruté de la carrera, diría que fue el Servicio Social, claro, sin demeritar mis bases académicas. El ámbito rural en nada se compara con la urbe a la que estamos tan acostumbrados; esto me hizo retomar el amor a la Medicina y sobre todo co-nocer a gente maravillosa que, a pesar de no tener un buen sustento económico, siempre estuvo al pendiente de que nunca me faltara un plato de comida, por lo que siempre es-taré agradecida.

Hoy en día estoy en busca de más sueños que espero rea-lizar, pero sin duda alguna, entre ellos está volver a la mon-taña para seguir llevando a cabo más proyectos en beneficio de la población que más nos necesita.

*Pasante

Pertenezco a la generación 1957-1962 de la Facultad de Me-dicina (FM) de la UNAM. Cuando ingresé, hacía muy poco que nuestra escuela se había trasladado a la Ciudad Univer-sitaria, y estudiar en ese entorno era deslumbrante. Además, tuve el privilegio de formar parte del grupo piloto.

Terminados los ciclos básicos y clínicos, hice mi Interna-do en el Hospital Colonia de la ciudad de México, y, poste-riormente, el Servicio Social en un centro de salud de una comunidad de escasos recursos de la delegación Azcapot-zalco, en el Distrito Federal. En aquel tiempo, el Servicio era

Examen profesional: el principio de 50 años de ejercicio médico

Doctor Pelayo Vilar Puig*

únicamente de seis meses, por lo tanto, al concluirlo, ha-bían transcurrido seis años y medio de mi formación como médico y debía graduarme a través del examen profesional, previa presentación y aprobación de una tesis, la cual termi-né en julio de 1963, titulada “Lesiones cocleares producidas por la estapedectomia. Valoración con el audiómetro auto-mático de Bekesy”.

Los exámenes profesionales se realizaban en un salón es-pecial, en el sexto piso del edificio “B” de la Facultad. Era un auditorio amplio, de techo alto, con una tarima sobre la cual

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había una gran mesa, ocupada por el pre-sidente y el secretario del jurado, además contaba con una urna giratoria que conte-nía un gran número de esferas numeradas, que correspondían a los temas clínico-pato-lógicos de los que podíamos ser examina-dos. Abajo y a los lados, había un conjunto de mesas con las sillas correspondientes, don-de cada alumno era examinado en forma oral por dos sinodales.

La mitad posterior del salón era ocu-pada por el público, en muchas ocasiones familiares o amigos. En mi caso le pedí a mi familia que no asistiera y sólo me acom-pañó un amigo y compañero de la carrera, quien unos meses después pasaría por el mismo examen.

La ceremonia era muy solemne, pues todos los profeso-res examinadores portaban toga y birrete. Me tocó abordar el sangrado del tubo digestivo, que más que desarrollar-lo, lo había preparado. Los sinodales me llenaron de cues-tionamientos que contesté de acuerdo con lo que había estudiado durante cuatro meses, y recuerdo que algunas preguntas francamente estaban mal hechas y no tenían re-lación con el tema.

Una vez examinados todos los alumnos (aproximadamen-te 20), salimos al vestíbulo, junto con el público asistente, para que el jurado deliberara. Una vez tomadas las decisiones, pa-samos nuevamente al salón y entonces nos fue entregado el resultado junto con un Juramento Hipocrático, de suerte que los que aprobamos, nos convertimos, cada cual, en “médico cirujano”, oficialmente.

Curiosamente mi examen profesional fue un 23 de octu-bre de 1963, que coincide con el Día del Médico, fecha elegida porque en tal día y mes de 1833, se fundó el Establecimiento de Ciencias Médicas, antecedente directo de nuestra FM. Fe-liz coincidencia que la Gaceta Facultad de Medicina me solici-tara este texto, porque en este octubre cumplo 50 años de haberme graduado.

Ese día fue de gran felicidad, me sentí muy importante y les hablé por teléfono a mis padres para decirles: “ya soy mé-

dico”. Después de la justificada euforia, pronto me di cuenta que el camino sólo había empezado. Ahora, cinco décadas después, constato que el ejercicio profesional ha representa-do un esfuerzo permanente, lleno de satisfacciones, de enor-mes retos y de un constante deseo de superación para servir mejor a nuestros semejantes. No faltaron los sinsabores y las frustraciones, pero entre la suma y la resta, el resultado ha sido extremadamente positivo.

Por otra parte, desde 1970 ingresé como docente a nues-tra Facultad, primero como titular de la asignatura de Otorri-nolaringología en pregrado, y a partir de 1971 en el posgrado. Ahora, desde la Dirección de la División de Estudios de Pos-grado -un enorme reto- he podido enriquecerme aún más en el terreno de la educación médica, particularmente en la for-mación de los especialistas.

Me considero un ser humano muy privilegiado, ya que después de 50 años de ejercicio profesional, mantengo esa motivación para buscar nuevas metas con la misma ilusión que tuve al graduarme como médico aquel lejano 23 de oc-tubre de 1963.

*Otorrinolaringólogo y jefe de la División de Estudios de Posgrado, FM

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Más allá de las palabras...

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Creo que realmente no te das cuenta de lo que significa hasta que tu primera guardia te hace sentir el rigor de ese título. Y no es para menos, tuvieron que pasar años de estudio de ma-terias básicas y clínicas, de replantear tus metas, de despojarte de compañías, de abrirte paso ante miedos, de reconocer tus fallas pero también de sonreír por triunfos, de fortalecerte con agradecimientos, de motivarte mediante ejemplos y hasta de tratar de cambiar “el sistema”.

Creo que no hay una sola experiencia que ilustre el Inter-nado; sencillamente se vive día con día: ver tu nombre en una nota que hiciste, razonaste, analizaste, que te costó, eso podría ser la máxima experiencia. O tal vez lo sea realizar un procedimiento que por mucho tiempo sólo viste cómo se ha-cía o estudiaba, saber qué es, cómo se hace, qué ventajas y complicaciones puede tener, tal vez eso sea lo que te marque.

Existen tantas cosas… participar activamente en el naci-miento de un ser humano, tenerlo en tus manos y saber lo que necesita, conocer el porqué y el cómo, presentarlo a su madre y verlo acoplarse al entorno; no hay suficientes térmi-nos para darle significado a esta etapa.

Y aunque se hayan vivido mil guardias, ninguna como aquellas que te hacen extrañar tu hogar, tu cama, el sabor de la comida casera, tu familia. ¿Y qué tal la posguardia?, letal como ella sola. Es entonces cuando me cuestiono si realmen-te valen la pena los cambios, los desvelos, el alejamiento, el estrés, las llamadas de atención y, por qué no decirlo, hasta los insultos; sinceramente lo único que me respondo es: ¡Si-gue, un día más es un día menos para la meta!

Dicen que lo bueno del Internado es que termina, y lo repito: termina; ni porque lo escribo lo creo. Pero sí, culmina ser el “saca chambas”, el último eslabón de la cadena, el “in-ternícola”, el “MIP” (médico interno de pregrado). Todo eso concluye temporalmente para pasar a grados donde el único que pone los límites eres tú. Estoy segura que sin todos es-

Y de repente me convertí en médico interno de pregrado…

tos internos no se resolverían las guardias, los pendientes, la papelería, las historias clínicas, los laboratorios. Además, no habría quien le pase el instrumental al cirujano, ni quien lle-ve al paciente a rayos X, sobre todo en la madrugada, cuan-do los sonidos de los monitores hacen eco y entre los pocos guerreros en pie está el interno.

Realmente me gustaría plasmar lo que es el Internado y no únicamente lo que es en mi percepción. Me complacería que todas mis ideas las compartieran mis compañeros. Quiero mencionar la impotencia que se siente cuando el trabajo no es apreciado, cuando es preferible apagar las voces por una ayuda que jamás llegó y donde solamente queda sobrevivir a la vida diaria del “infiernado”, donde los días dejan de ser los sabidos y ahora se tornan en preguardia, guardia y posguardia.

He visto gestos de desagrado, cansancio y decepción cuando no los respetan, cuando se escucha: “ya no hacen a los internos como antes”. Realmente anhelo que no simple-mente se supiera, sino que cambiara, porque apuesto que, si por una vez en los llamados hospitales de batalla no hubiera

Yuli K. Quinto Mercado*

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internos, sería mayor el caos. Ojalá alguna vez se dignifique lo que miles de médicos internos de pregrado hacen y harán.

Sin embargo, no debo sobrepasarme con la negatividad. En el quinto año también se vive la felicidad, porque diariamente convivo con jóvenes que están en la misma posición que yo y tratarlos; observar sus hábitos caseros en lugares extraños; conocer su imagen menos presentable; verlos sucumbir por cansancio; comer día, tarde y noche con ellos; apoyarnos en el trabajo y sentir el compañerismo, tiene para mí un efecto benéfi-co y es un impulso para continuar. Por otro lado, ver lo que viven mis compañeros que decidieron hacer el Internado lejos de casa me alegra mucho. Me doy cuenta que vale mucho la pena lo que hacemos por alcanzar la meta; estar distantes de la familia, hacer esfuerzos por ser más independientes, construir un hogar provi-sional y maximizar la capacidad de sobrevivencia.

En el Internado he encontrado a mi mejor aliada: yo. Cam-bié para mejorar profesionalmente y aumentó mi valor, lo

que me hace sentir auténtica y orgullosa de mi trabajo. For-talecí lo débil y me despojé de temores ante lo difícil. Dejé de lado la desesperanza, porque aprendí que lo mejor se disfruta cuando se trabaja con paciencia y se persiste en el objetivo. Aunque faltan muchas cosas por vivir y experimen-tar en este ámbito, una de las mejores decisiones de mi vida fue estudiar Medicina.

Espero que futuras generaciones de médicos internos de pregrado vivan su Internado como el mejor de los años, que re-cuerden que cada reto es para su formación, para que demues-tren aquí y ahora que su tiempo no pasó en vano y que tomaron las riendas de su destino.

Deseo que mi generación culmine con éxito este año y los que vienen.

*Interna, Instituto Nacionalde Enfermedades Respiratorias, SS

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Los últimos cuatro años y medio viví en Barcelona, España. Aún recuerdo que antes de emprender el viaje, comencé a realizar todos los trámites necesarios para conse-guir la homologación de mi título de médico cirujano allá. A pesar de lo dificultoso y bu-rocrático, mi primera sorpresa fue que afor-tunadamente las autoridades educativas y sanitarias de esa nación consideraron que, de acuerdo con la revisión que llevaron a cabo de mi currículum y del plan de estudios de-tallado de la Facultad de Medicina (FM) de la UNAM, me fuese otorgada una credencial de homologación al título universitario español de licenciado en Medicina, con validez para ejercer la práctica clínica en todo el país.

Experiencia y valoración de un egresado de la FM en el extranjero

Doctor Rodrigo Roldán Marín*

Aunque inicialmente fui por una oferta de trabajo en la industria farmacéuti-ca, al cabo de unos meses decidí retomar mi práctica clínica como dermatólogo en esa ciudad. Tuve la maravillosa oportunidad de incorporarme a la Unidad de Melanoma del Departamento de Dermatología del Hospital Clínic de Bar-celona, centro de referencia a nivel mundial para el diagnóstico y el manejo de pacientes con cáncer cutáneo avanzado.

Quizá lo primero que llamó mi atención fue que la Facultad de Medicina de la Universidad de Barcelona estaba literalmente integrada al Hospital Clínic. La Facultad es un edificio antiguo, de 1906, y aunque es claramente distinto en cuanto a estructura, de alguna manera me recordaba al Palacio de Medicina de Santo Domingo.

Todavía recuerdo que como estudiante de la FM soñaba con la oportunidad de salir y vivir una experiencia en el extranjero. Desgraciadamente, como ocurre con mucha frecuencia en México, con una cierta actitud “malinchista”, subestima-ba mi propia formación e imaginaba que en otros países, gracias a los mayores re-cursos y el mayor potencial económico, el alumnado recibía una mejor educación.

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La experiencia que viví me demostró que, en primer lugar, la formación recibida en la FM es de la más alta calidad y que un médi-co competente, formado en México, puede abrirse camino en cualquier parte del mundo. Por otro lado, si bien es cierto que en ciertos países como Estados Unidos de América, Ca-nadá y algunos de Europa, los estados invier-ten más recursos tanto en educación como en materia sanitaria, o quizá los aprovechan me-jor, tienen una menor densidad de población. En este sentido, también corroboré que las competencias (conocimientos, habilidades y actitudes) obtenidas durante mi formación en México no eran de ninguna manera inferiores a las de los estudiantes y los residentes del Hospital Clínic. Si de algo podemos “presumir” es de la cantidad de casos clínicos a los que se expone un alumno y residente en México.

Por otro lado, la situación económica por la que atraviesa España desde hace varios años, y que se acentuó en los últimos me-ses y provocó medidas como el alza en las cuotas en educación superior y recortes en el presupuesto asignado tanto a ese rubro como a investigación en universidades pú-blicas, me permitió también valorar la rique-za e importancia trascendental de la UNAM

en su función tripartita de educación pública laica, investigación y difusión de la cultura.

En resumen, la experiencia vivida en Barcelona me permitió exponerme a avances tecnológicos de vanguardia y obtener destrezas como el uso y la inter-pretación de la microscopía de reflectancia confocal y la tomografía de co-herencia óptica de alta definición, que aún no están disponibles en México. Al mismo tiempo, pude valorar las bases sólidas obtenidas durante mi formación en la FM de la UNAM, las cuales resultaron imprescindibles para el adecuado aprovechamiento de la experiencia en el extranjero.

*Dermatólogo

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Sin duda alguna podemos decir que la his-toria de la Facultad de Medicina (FM) de la UNAM ha ido de la mano de los recintos con los que ha contado desde su fundación, en 1833, hasta su lugar definitivo en la hoy Ciu-dad Universitaria, a la que se trasladó en el año de 1956.

Todo comienza con la creación del Esta-blecimiento de Ciencias Médicas (ECM), en octubre de 1833, a instancias del Supremo Gobierno, el cual al clausurar la Nacional y Pontificia Universidad de Méjico y sustituir-la por la Dirección General de Instrucción Pública, reorganiza la enseñanza desde los estudios primarios hasta los profesionales. Es menester señalar que al mismo tiempo se crearon otros cinco establecimientos: de Estudios Preparatorios; de Estudios Ideoló-gicos y Humanidades; de Ciencias Físicas y Matemáticas; de Jurisprudencia, y de Cien-cias Eclesiásticas.

Es durante casi todo el siglo XIX que la Escuela Nacional de Medicina, hoy FM, debe atravesar por muchos y difíciles mo-mentos políticos que le afectarían directamen-te, tal es el caso de la llegada o caída de los liberales o conservadores al poder. Esto sin duda perturbaría su desempeño, principal-mente por la falta de recursos económicos

Los recintos de la FM a lo largo de sus 180 años de existencia

Licenciado Jorge Zacarías Prieto Muñoz*

y por no haber contado con un local definitivo, desde el principio, para impartir sus lecciones.

Aunado a lo anterior, cabe señalar que la institución sufrió el cambio de nombre según el grupo en el poder, por lo que nos encontraremos con que en princi-pio se denominó ECM, después Colegio de Medicina, luego Escuela de Medicina, más tarde Escuela Nacional de Medicina y, finalmente, FM , nombre que con-serva hasta hoy.

Pues bien, pasando a la materia de recintos de la institución, diremos que al crearse el ECM en 1833, el Supremo Gobierno le concedió como local para sus funciones el ex convento de Belén o de los Bethlemitas, del cual toma posesión el día 5 de diciembre de ese mismo año y el que conservaría hasta agosto de

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1834, es decir, poco menos de un año, pues es en ese momento que el ministro de la Guerra solicita se desocupe el edificio para instalar ahí el Colegio Militar; sin embargo, siguieron hasta 1835, cuando definitivamente fueron “expul-sados” de dicho lugar.

Es aquí precisamente en donde empie-za el calvario y peregrinar de la Escuela, que no terminaría sino hasta 1854. Pode-mos decir que la institución permaneció cerrada en lo material, ya que sus lecciones se siguieron impartiendo en las casas parti-culares de los profesores.

A finales de 1836, el Gobierno concedió a los profesores de Medicina el edificio del convento y hospital del Espíritu Santo, en los terrenos que hoy ocupa el Casino Espa-ñol, en la ciudad de México. Existen varias versiones sobre este hecho histórico, sin embargo, creemos que la más apegada a la verdad es la que da Maximino Río de la Loza, quien comenta que este edificio se le otor-gó al Colegio de Medicina hasta 1842, ya que no se habían obedecido los decretos de 1837, 1838 y 1839 que le daban ese local. Lo que se sabe con puntualidad es que en este recinto se mantuvo la enseñanza teórica de la Medicina y en el Hospital de San Andrés las lecciones prácticas.

No se puede decir con precisión cuánto tiempo estuvo el Colegio de Medicina en ese convento, pues los mismos historiadores de la Medicina, como Francisco Flores, no lo pueden descifrar por lo complejo de la situa-ción en el país en ese momento.

Para el año de 1843 se ordenó el traslado de la Escuela de Medicina al Colegio de San Ildefonso, sin embargo, esto causó disgusto entre los profesores y los alumnos, por lo cual se les otorgaron algunas piezas en el Colegio de San Juan de Letrán, las cuales se utilizaron poco tiempo, ya que la Escuela de Medicina seguía unida al Colegio de San Ildefonso.

Es para 1845 en que se habla de otorgarles, a los médicos, el edificio del ex convento de San Hipólito, el cual entre otras cosas estaba en un estado rui-noso, por lo que se le debían hacer muchas y costosas reparaciones. Esta dis-posición no duró demasiado, ya que para el año de 1847, en plena guerra contra los Estados Unidos de América, se ordenó que la Escuela de Medicina se trasladara nuevamente al Colegio de San Juan de Letrán. Cabe mencionar que las lecciones teóricas se impartían en este local y las prácticas en el Hospi-tal de San Andrés. Posteriormente y cansados de tantas humillaciones y des-pojos, los profesores de la Escuela de Medicina deciden comprar al Supremo Gobierno el edificio de San Hipólito, el cual estaba valuado en 50 mil pesos, que se pagarían con los sueldos devengados que nunca habían cobrado los catedráticos; esto sucedería entre septiembre y octubre de 1851.

Este gozo sólo duró hasta enero de 1853, ya que en ese año el general Antonio López de Santa Anna ordenó el desalojo de San Hipólito para con-vertirlo en cuartel militar.

Lo anterior molestó en demasía a los médicos pues alegaban que legal-mente les pertenecía dicho sitio, sin embargo, ningún caso se les hizo y tu-vieron que comenzar un nuevo calvario. Primero se les ofreció el edificio del hospital de Terceros de San Francisco, el que nunca se les otorgó; después llegaron, por un tiempo, a unas cuantas piezas en el Colegio de San Gregorio y, para terminar, se les ordenó volver al Colegio de San Ildefonso, lo cual trajo como consecuencia un alboroto mayor, ya que los alumnos fueron los que principalmente se opusieron a tal disposición, lo que desembocó en que los profesores impartieran las lecciones en sus propios domicilios.

Para 1854 y gracias a algunas coyunturas políticas, fue posible que los cate-dráticos de Medicina optaran por comprar el edificio del Antiguo Palacio de la Inquisición, el cual se valuó en 50 mil 286 pesos. De esta manera, y en el local del hoy Palacio de Medicina, se llegó a una verdadera estabilidad, lo que trajo como consecuencia el adelanto de la Medicina mexicana. En este sitio duró la Escuela Nacional de Medicina alrededor de 102 años (1854-1956), ya que en los primeros meses de 1956 se trasladaría a sus instalaciones actuales, en la Ciudad Universitaria.

Es de esta manera en que hemos tratado de dar una mirada rápida y ge-neral a la historia de la FM mediante los diversos recintos que ocupó durante estos sus primeros 180 años de existencia.

Nota: Esta reseña se hizo con base en los documentos propios del Archivo Histórico de la Facultad de Medicina de la UNAM y del libro: Zacarías-Prieto, Jorge y Martínez Barbosa, Xóchitl. Los Recintos de la

Escuela de Medicina de México, 1833-1854. México. Facultad de Medici-na, UNAM. 2010. (Archivalia Médica, Nueva Época, No. 8), 292 pp.

*Archivo Histórico, FM

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Alexis Carrel mencionó, a principios del siglo XX, que algunas veces la calidad de vida es más importante que la vida misma. Pareciera que esta frase es fútil y polémica, y por ello las institu-ciones de salud la omiten, para atender los problemas objeti-vos y concretos que enferman al hombre y ponen en peligro su vida. Pareciera ser que lo importante de todas las especialida-des médicas o quirúrgicas es sólo preservar la vida.

Sin embargo, en la sociedad actual esta frase de Carrel se concreta y hace efecto en aquellos pacientes que han sobre-vivido a un accidente o a una enfermedad, que en momentos hubieran preferido perder la vida a vivir con deformidades o grandes incapacidades, ya que son objeto de discriminaciones que conducen al aislamiento social.

La Cirugía Plástica en su concepto integral, reconstructivo y estético, brinda a estos pacientes la oportunidad de mejorar su calidad de vida, ya que corrige deformidades y recupera algunas funciones perdidas. De tal forma que, en esencia, es una especialidad muy completa. Requiere del entendimiento de patologías congénitas, traumáticas, oncológicas y psicoló-gicas. Asimismo, es necesario un conocimiento minucioso de la anatomía de todo el organismo. Requiere además del adies-tramiento en técnicas quirúrgicas muy sofisticadas como la microcirugía, la endoscopía, la Cirugía cráneo-facial, la Ciru-gía estética, los trasplantes, y el dominio de la Cirugía general.

Se deduce, por tanto, que no es una especialidad frívola como los medios de comunicación la hacen ver, y que desafor-tunadamente algunos cirujanos plásticos presentan tendencia a esta superficialidad con el ejercicio de la Cirugía estética co-mercial y el interés de conducir autos deportivos, usar ropa y relojes de marcas famosas, etcétera.

La Cirugía Plástica ha merecido un premio Nobel, por cuenta del doctor Joseph Murray, quien recibió la distinción en 1990, por realizar el primer trasplante renal entre gemelos homocigo-tos en 1954. Este evento le dio gran realce a la Cirugía Plástica.

Cirugía Plástica, imprescindible en México

La práctica de la Cirugía Plástica en nuestro país es indispen-sable, ya que de acuerdo con las estadísticas de 2010, en el

La práctica de la Cirugía PlásticaDoctor Martín Iglesias Morales*

Instituto Mexicano del Seguro Social se atendieron 403 mil 336 accidentes de trabajo, dentro de los cuales las lesiones de mano y muñeca ocuparon el primer lugar, afectando al 26 por cien-to del total de trabajadores (104 mil 867), de éstos, el 2.8 por ciento (2 mil 936) fueron amputaciones de mano y muñeca, y el 0.7 por ciento (734) amputación de extremidad superior. Las lesiones de cara ocupan el tercer lugar, afectando al 10.7 por ciento del total de trabajadores (43 mil 156). Lo anterior provocó una erogación en subsidios de 168 millones 473 mil 737 dólares. Las quemaduras suceden en el 5.7 por ciento de la población mexicana, lo que significa que más de 5 millones de habitan-tes alguna vez han sufrido una quemadura. No hay datos de los pacientes que requieren reconstrucciones oncológicas o por defectos congénitos. Adicionalmente, México ocupa el tercer lugar mundial en Cirugía estética, después de Brasil y Estados Unidos de América. Todo lo anterior representa un gran campo de trabajo para aquellos que deseen estudiar Cirugía Plástica.

Las características que requiere un médico para adiestrarse en Cirugía Plástica son exactamente las mismas que para cual-quier otra especialidad: responsabilidad, iniciativa, intuición, tenacidad, etcétera. No son los cirujanos plásticos mejores especialistas que un endocrinólogo, un psiquiatra, un cardió-logo, etcétera.

Actualmente la Cirugía Plástica es muy amplia, y ha pasado de ser una especialidad de cierta tendencia artesanal a una Ci-

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rugía llena de ciencia básica, Farmacología, Genética, Inmuno-logía, microcirugía, Cirugía general, trasplantes, etcétera.

Puede brindar al paciente la oportunidad de quedar como estaba antes de un accidente. Eso es maravilloso para él y para su familia.

Comentaré el caso del primer trasplante de extremidad superior que se realizó en México, en el año 2012.

Se trata de un paciente masculino de 52 años de edad, quien sufrió amputación de ambas extremidades superiores a consecuencia de una quemadura eléctrica. La evaluación preoperatoria reportó discapacidad funcional del paciente de un 60 por ciento. La función renal, glucosa y lípidos nor-males. El panel reactivo de anticuerpos por antígeno único fue 33 por ciento para HLA clase I y 60 por ciento para los de clase II. Los estudios electrofisiológicos reportaron: neu-ropatía motora axonal leve de los nervios musculo-cutáneo bilateral, mediano derecho y ulnar izquierdo.

El trasplante se realizó el 18 de mayo, después de siete me-ses de estar en la lista de espera. Se encontró un donador con muerte cerebral certificada, con grupo sanguíneo O positivo y Mismatch para HLA: A, B y DR 5/6. Serología viral negativa.

Durante la cirugía se realizó osteosíntesis con placas y tornillos de acero. Se continuó con la reparación de ambas arterias braquiales seis centímetros proximales al codo, con puntos simples de nylon 8-0, y la reparación de la vena cefá-lica en la misma manera que la arteria braquial. Se prosiguió

con la reparación del pronador redondo, supinador largo y primer radial. Posteriormente, se reinsertó el tendón con-junto de los músculos extensores de la muñeca y los dedos, así como el tendón conjunto de los músculos flexores de la muñeca y de los dedos. También se repararon dos venas adi-cionales, en forma termino-terminal, con puntos simples. Fi-nalmente, se repararon los nervios mediano, radial y ulnar, a cinco y ocho centímetros proximales al codo. La reparación nerviosa fue epineural con nylon 10-0. La terapia de induc-ción fue con globulina anti-timocito a dosis de 1.5 mg/kg/día, durante cinco días. El mantenimiento de inmunosupresión es a base de prednisona, tacrolimus con niveles séricos de 8 ng/dl, y mofetil micofenolato. La evolución postoperatoria fue sin eventualidades. La rehabilitación se inició al tercer día de trasplantado, con la frecuencia de dos veces al día. Ha tenido un seguimiento estrecho por Psiquiatría y Cirugía Plástica. Actualmente, a 15 meses postrasplante, el paciente ha recu-perado su integridad corporal y es independiente en sus ac-tividades cotidianas, con una función del 60 al 70 por ciento, sin presentar complicación.

El caso anterior muestra el trabajo interdisciplinario con-ducido por Cirugía Plástica, y la aplicación de los conocimien-tos y las destrezas previamente mencionadas.

*Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición “Salvador Zubirán”, SS

Me complace dirigirme a ti como colega, no porque ya pronto vayas a ser médico, sino porque ya eres estudiante de Me-dicina, y ésta es una profesión en la que uno nunca deja de estudiar. Yo lo descubrí hace poco más de 70 años, en la mis-ma época de mi vida en la que tú te encuentras ahora, cuando era alumno de la Escuela Nacional de Medicina de la UNAM (entonces todavía no era Facultad).

Carta a un joven mexicanoestudiante de Medicina

Doctor Ruy Pérez Tamayo*

Muy estimado joven colega:

Me di cuenta de que mis mejores maestros, los que más me impresionaban, no sólo por sus conocimientos sino por su sabiduría, seguían siendo estudiantes. Esto fue una sorpresa, pues yo había ingresado a la carrera de Medicina pensando que al terminarla ya no tendría que estudiar más. Años des-pués confirmé que yo no era el único en esa creencia, cuando el director de una sociedad de beneficencia privada, a la que

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yo iba a ingresar como médico especialista, ante mi solicitud de recursos para adquirir libros y suscribirme a algunas revis-tas médicas, dijo: “Es que nosotros deseamos contratar a mé-dicos ya preparados, no en preparación”.

Nuestra profesión es tan antigua como nuestra especie. No me cuesta ningún trabajo imaginarme que hace 50 mil años un Homo sapiens se sintió enfermo, se acercó a otro Homo sapiens y le dijo: “Ayúdame”, éste le contestó: “Sí”, y procedió a hacerlo. De este sencillo, pero importantísimo epi-sodio, arranca y está hecha toda la Medicina: de la relación médico-paciente, o sea de un sujeto que solicita ayuda cuan-do se siente enfermo y de otro que acepta proporcionársela.

A lo largo de toda su existencia, la Medicina ha sufrido mu-chos cambios, pero lo que en esencia no se ha modificado es lo que le dio origen: la relación humana entre un individuo que pide ayuda para sus males y otro que se la otorga. Hace años, un famo-so profesor francés de la disciplina caracterizó esta relación como una “confianza” (la del paciente) frente a una “conciencia” (la del médico), y yo creo que así seguirá siendo por mucho tiempo.

Lo anterior viene al caso porque desde hace algunos años se viene repitiendo la queja (no sólo en México sino en todo el mundo occidental) de que la Medicina y los doctores se han “deshumanizado”, y este lamentable fenómeno se asocia con el desarrollo creciente de la tecnología diagnóstica y terapéu-tica. De hecho, se dice que fue en la segunda mitad del siglo XX cuando la superespecialización de los médicos, la multipli-cación de los nuevos equipos de diagnóstico (como la image-nología, las endoscopías, las pruebas de laboratorio) y de las nuevas formas de tratamiento (como la microcirugía, la radio-terapia, la quimioterapia), conspiraron para alejar cada vez más al paciente individual de su antiguo médico de cabecera.

Quisiera convencerte de que esta opinión es sólo una ver-dad a medias, que además esconde una realidad que no se menciona pero que debe conocerse. En primer lugar, la llama-da “deshumanización” de la Medicina no es nada nuevo, ni tampoco es exclusiva de nuestra profesión. La indiferencia ante el dolor humano, la falta de interés en el sufrimiento del prójimo, y la ausencia de compasión para el que busca ayuda

en otro porque no puede solo con su tragedia, física o mental, han formado parte del espectro del comportamiento del hom-bre desde que existe como especie, y no es propia del doctor por serlo sino por su condición de ser humano. Igual hay, y siempre ha habido, algunos políticos, ingenieros y policías “deshumanizados”, otra vez no por su actividad profesional sino porque pertenecen a la especie Homo sapiens. Pero sa-bemos bien que no todos los hombres son así.

Por otro lado, el desarrollo de la tecnología diagnóstica y terapéutica médica en la segunda mitad del siglo anterior ha sido una bendición para los pacientes y sus doctores, porque les permite a estos últimos hacer mejores diagnósticos y ofrecer tra-tamientos más efectivos para muchas enfermedades que, antes de esta etapa, tenían un pronóstico sombrío. Acusar a la tecno-logía de la “deshumanización” de la Medicina es equivocarse de enemigo: el verdadero culpable de esta tragedia (porque no hay duda de que existe) es la “masificación” de los servicios médicos.

El crecimiento de la demanda de atención médica por par-te de la población siempre sorprende a los planeadores de los servicios de salud por su tamaño, que rebasa no sólo las instala-ciones establecidas para atenderla, sino también los presupues-tos asignados a ella. No es posible satisfacer las necesidades de atención médica de una población de 110 millones de habitan-tes con esquemas y presupuestos diseñados para 40 millones.

El resultado es la enorme sobrecarga de los servicios pú-blicos de salud, con la consecuente frustración de todos los involucrados: pacientes, doctores, enfermeras, trabajadoras sociales, administradores, intendentes y otros más. Los enfer-mos hacen colas interminables en todas las ventanillas, con-sultorios, salas de hospitalización, laboratorios, gabinetes, quirófanos y otros servicios más; los médicos deben atender a demasiados pacientes al día (la cuota en el Instituto Mexi-cano del Seguro Social llegó a ser de 30 pacientes por jorna-da de seis horas, o sea cinco pacientes por hora, es decir, ¡12 minutos por paciente!); las cirugías se posponen por meses y lo mismo pasa con las sesiones de radioterapia, etcétera. En este laberinto enajenante naufraga la antigua relación médi-co-paciente, que ya no puede darse como en otros tiempos.

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Pero la culpa no es ni de los doctores ni de la tecnología mé-dica, sino de la masificación de la atención, consecuencia de la mala planeación de las necesidades de nuestro país. En nuestra historia no hay héroes ni villanos. El desarrollo de la disciplina en México no ha sido diferente del de otras profesiones, ni del de la Medicina en otros países con trayectoria histórica y nivel de crecimiento cultural equivalentes o comparables al nuestro.

La calidad de la Medicina mexicana está a la altura de las mejores del mundo, pero por desgracia este elevado nivel de la práctica médica sólo es accesible a un sector privilegia-do de la población que vive en unas cuantas ciudades del país. Aunque la cobertura de la asistencia médica de primer nivel ha alcanzado ya a más del 90 por ciento de los ciudadanos, su cali-dad todavía no es óptima en demasiados sitios. Uno de los pro-blemas de salud más urgentes en México es elevar la calidad de la atención médica de primer nivel que se brinda en todo el país. La solución a este problema no es fácil, porque sus causas son complejas: la heterogeneidad en la calidad de la educación de los médicos en las 67 escuelas y facultades de Medicina que hay hoy en México, los bajísimos sueldos de los doctores, las en-fermeras y otro personal auxiliar que desempeña estas funcio-

nes, la limitación de los recursos federales y estatales asignados a la salud, que hoy son (y por mucho tiempo serán) insuficientes para sostener un programa de este tipo, etcétera.

Pero no quisiera terminar esta carta en tono pesimista. Con todos sus problemas actuales, y los muchos que le esperan en el futuro, cuando tú estés ejerciendo esta profesión, la Medicina seguirá siendo la más bella, la más estimulante, la más noble, la más humana y la más satisfactoria de todas, mil veces me-jor que los oficios de Creso, Sócrates, Don Juan, el Rey Carlos V, Napoleón o Einstein. Yo la he disfrutado de esa manera duran-te toda mi vida profesional, y si tuviera que empezar de nue-vo, otra vez escogería ser médico. Nuestro gremio cuenta con algunas de las más grandes figuras de la historia, como Hipó-crates, Galeno, Avicena, Vesalio, Harvey, Paré, Laennec, Pasteur, Bernard, Virchow, Metchnikoff, Ehrlich, Osler, Fleming, y, entre nosotros, a Jiménez, Toussaint, Chávez, Cosío Villegas, Ayala González, Celis, Costero, Zubirán, Gómez, y otros más. Te deseo que a través de tu carrera llegues a ser uno más de ellos, pero que esa no sea tu meta, sino cumplir con el último aforismo de Hi-pócrates, que dice: “Curar algunas veces, ayudar con frecuencia, consolar siempre”.

Afectuosamente,Doctor Ruy Pérez Tamayo

*Profesor emérito, Facultad de Medicina

Como un acto conmemorativo de la Generación 1968-1973, en el presente texto refiero importantes acontecimientos que sucedieron en la Facultad de Medicina (FM) alrededor del periodo señalado.

Al principio de la década de los sesenta, el director, doctor Raoul Fournier Vi-llada (1954-1962), impulsó fuertemente la investigación, estableció formalmen-te el Internado durante un año, implantó los “cursos piloto” que incrementaron la relación maestro-alumno y se vivió la conversión de la escuela a Facultad (21 de abril de 1960). De igual forma, se aprobó el nuevo plan de estudios, se proyectó la descentralización de los servicios escolares, se impartió el curso pre-médico y se estableció el sistema de selección de alumnos para el ingreso a la

La educación médica en los años sesenta y setenta

Doctor Humberto Gasca González*

Universidad. Además, se iniciaron las gestio-nes para la conservación del ex Palacio de la Inquisición y se creó el Departamento de His-toria de la Medicina.

Posteriormente, y como director el doc-tor Donato G. Alarcón (1962-1966), se acordó que los profesores de clínica debían tener adscripción al servicio hospitalario, que la FM debía establecer los programas de los cursos para graduados o conjuntamente con la ins-

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titución donde se impartían, se conformó el nuevo reglamento de la División de Estudios de Posgrado, y se designó un consejero técnico representante. De la misma forma, se señaló la necesidad de incidir en la planeación de la educación médica y de impartir cursos de formación para docentes. Además de aprobarse la creación de las jefaturas de enseñanza en hospitales.

De 1966 a 1971 asumió la Dirección el doctor Carlos Campillo Sáinz quien, desde el inicio de su gestión, expresó que el plan de estudios requería aten-ción. Organizado por semestres y créditos, con materias obligatorias y op-tativas, ese plan estaba fundamentado en una concepción humanista de la Medicina para preparar profesionales que concibieran al ser humano como un todo y que concedieran gran importancia a la enseñanza práctica. En él, se fundieron materias antes dispersas y se estableció que 50 hospitales en el Dis-trito Federal recibieran alumnos para realizar sus prácticas.

Otro acontecimiento trascendente que le tocó vivir a esta generación fue el movimiento estudiantil de 1968, fenómeno social que afectó a la Facultad, a la Universidad y al país, con múltiples y severas repercusiones.

El doctor José Laguna García encabezó la FM de 1971 a 1976, época en la que se incrementó el número de alumnos de primer ingreso en 1974, a 5 mil 376, lo que generó problemas que involucraban no sólo a las instancias edu-cativas sino a las aplicativas, como el sector salud.

Entonces se establecieron los objetivos terminales del médico general, se conformaron los programas de las asignaturas del plan de estudios, se planteó la urgencia de estimular la investigación científica en las facultades y las escuelas de Medicina y, en la nuestra, se constituyó formalmente la División de Investi-gación. Se reconoció a los pasantes en Servicio Social como alumnos. Se es-tudiaron, por una comisión mixta, nuevas formas de gobierno para la Facultad, que luego se desintegrarían. En sus registros aparecen formando parte de la generación 1968, Manuel Urbina Fuentes, Roberto Pérez Luna y Jaime Micher, además de otros alumnos que luego fueron directores de la FM (Juan Ramón de la Fuente, Alejandro Cravioto Quintana, José Narro Robles y Enrique Graue Wiechers). Nació la Gaceta Facultad de Medicina.

De enorme trascendencia resultó el establecimiento del Examen Profesio-nal Objetivo, seguido de la réplica oral, que correspondió a esta generación.

Otros acontecimientos fueron la aprobación del Plan de Estudios de Medi-cina General Integral, Plan A36, y la creación del Departamento de Medicina General, Familiar y Comunitaria.

Por otra parte, el presidente de la Repú-blica asistió a la inauguración de los cursos de la Universidad de 1975, al ahora auditorio “Doctor Raoul Fournier Villada”.

Con fundamento en convenio celebrado entre las instituciones de salud y la UNAM, a través de la FM, ésta aplicó la evaluación de conocimientos a médicos egresados de las facultades y las escuelas del país, para la asig-nación de médicos residentes, lo cual cons-tituyó el antecedente de un procedimiento que, dada su bondad, se estableció.

La década de los años setenta terminó con la dirección del doctor Octavio Rivero Serrano (1977-1980), con quien se reestructu-raron los programas académicos, se tomaron medidas para solucionar el impacto de la plé-tora de alumnos de los años previos, se es-tablecieron proyectos de docencia-servicio y se enfatizó en la elaboración de programas por objetivos de las asignaturas y la imple-mentación del Centro de Recursos de Apoyo al Aprendizaje y los Sistemas de Universidad Abierta para los médicos generales de todo el país. En esta administración se remodeló la Facultad y se restauró la Escuela de Medicina de Santo Domingo.

A 40 años de la graduación de esta ge-neración, las décadas que han transcurrido en la vida de los médicos que la integraron seguramente están colmadas de exitosas e inolvidables experiencias ligadas a nuestra alma máter.

*Cronista, FM

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