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    Memorndum para el poder popular.Migracin, precariedad y nuevos movimientossociales en el post-apartheid en Sudfrica

    CARL-ULRIK SCHIERUP*

    RESUMEN: Este artculo discute temas de migracin, precariedad y movimien-tos sociales entre los pobres. Aborda la reproduccin de la pobreza y el tra-bajo no-libre en la Sudfrica post-apartheid como va para cambiar las alian-zas de clase y raza y dar paso a la construccin de una hegemona polticabajo cambiantes condiciones histrico-estructurales. Describe el desarrollodel sistema migratorio sudafricano como itinerario de un rgimen de migra-cin laboral dirigido centralizadamente desde el apartheid hacia un rgimenneoliberal post-apartheid regido por polticas de flexplotacin. Un contro-

    versial enigma de xenofobia emerge en torno a los conceptos de nacin yciudadana en la reconstruccin de la hegemona en una sociedad excesiva-mente desigual, donde los movimientos de los pobres crean espacios parauna insurgencia ciudadana que trasciende las posibilidades de alcanzar unagobernanza neoliberal. El autor se pregunta: una reconstituida izquierdasudafricana, con el Tratado Libertario de la coalicin anti-apartheid comomemorndum para los conflictos en curso, ser capaz de propiciar un rena-cimiento del poder popular en una coyuntura donde la migracin, la xeno-

    fobia y la creciente lealtad de un precariado rebelde se han convertido enestratagemas crecientemente significativos?PALABRASCLAVE: Sudfrica, migracin laboral, neoliberalismo, movimientossociales, extractivismo.

    *Director del Instituto de Investigacin sobre Migraciones, Etnicidad y Sociedad (REMESO) dela Universidad de Linkping, Suecia.

    Traduccin de Jorge Miguel Veizaga Rosales.

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    ABSTRACT: The article discusses migration, precarity and poor peoplesmovements. It relates a reproduction of poverty and unfree labour in post-apartheid South Africa to shifting race-class alliances and the constitution

    of political hegemony under variable historical-structural conditions. Itcharts the development of migrancy system from apartheids centrallymanaged labour regime to a post-apartheid neoliberal regime driven by pol-icies of flexploitation. A contentious enigma of xenophobia is related tonation and citizenship in the remaking of hegemony in an exceedingly un-equal society where poor peoples movements carve out spaces of an insur-gent citizenship beyond the reach of neoliberal governance. The authorasks whether a reconstituted South African left, with the anti-apartheid

    coalitions Freedom Charter as a memorandum for current struggles, will beable to advance a renaissance of people power at a junction where migra-tion, xenophobia and winning the loyalty of an unruly precariat have be-come increasingly crucial stratagems?KEYWORDS: South Africa, labor migration, neoliberalism, social movements,extractivism.

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    Nuestras comunidades estn tan destruidas. Millones de sudafri-

    canos se van a dormir con hambre. Hay tanta desesperanza. Vivi-

    mos con tanta desigualdad, pobreza, hambre y desempleo. Cuando

    emergen los movimientos sociales, esto infunde humanismo y con-

    ciencia social en nuestra gente. Ellos ofrecen un espacio de urgencia

    que se opone a la poltica del Mesas.KOTAAYANDA

    PRESIDENTEDELMOVIMIENTODELOSDESEMPLEADOS(2014).

    El apartheidha llegado a usarse como una densa metfora en losestudios sobre migracin y la nocin de trabajo no libre o forzado,en contextos geogrficos y sociales muy dispares del Norte globaly el Sur global,1ha sido usada como un caso arquetpico de hiper-

    explotacin laboral basado en la violencia de clase, exclusin de los derechosciudadanos, expulsin hacia pases de origen sojuzgados y legitimados atravs de mitologas de raza, cultura, etnicidad o identidad nacional. Pero elmovimiento anti-apartheid y su lucha por una sociedad democrtica no ra-cial fue, simultneamente, una de las luchas emancipatorias anticolonialesms importantes del siglo XX. En este doble sentido, el recuerdo del apartheidha permanecido como crucial para los estudios migratorios crticos. Es asque los desafos, rupturas y an indefinidas trayectorias del desarrollo sud-

    africano del post-apartheid todava son esenciales para los estudios sobremigracin, poscolonialismo e imperialismo en su apariencia neoliberal deglobalizacin, alegricamente denominado apartheid global (Bond, 2004;cfr. Richmond, 1994).

    Una larga lucha contra el rgimen sudafricano del apartheid dirigido porel Congreso Nacional Africano (CNA) se diriga a la victoria al final de los aosochenta. El CNAapoyado por su alianza tripartita con el Partido Comunis-ta de Sudfrica (PCSA) y el poderoso Congreso de Sindicatos de Comercio de

    Sudfrica (CSCSA) inici negociaciones con el antiguo enemigo y pilar po-ltico del apartheid, el Partido Nacional de los Afrikaners, desde inicios de los

    1E.g., las condiciones de la subclase racializada en Estados Unidos (Massey y Denton,1993), el rgimen de ciudadana del siglo XXIde la Unin Europea (Balibar, 2004: 121), elapartheid econmico en la multicultural Canad (Galabuzi, 2006), el apartheid social enBrasil (Hunt, 2007) y Arabia Saudita vista como El Estado real de apartheid de MedioOriente (Greenfield, 2014).

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    aos noventa. Esto llev a la eliminacin formal del apartheid en 1994 juntocon el logro del poder poltico de un gobierno dirigido por el CNAsobre la basede elecciones democrticas libres. La nueva Sudfrica nacida de esta Revo-

    lucin Nacional Democrtica,2sera transformada en una Nacin Arcorisinclusiva; una seductora parbola hecha por el Premio Nobel Desmond Tutu(1996) para designar la unidad multicultural del Pueblo arcoris de Dios enun Estado previamente definido por la profunda grieta del apartheid entreblancos y negros. Era el sueo del excepcionalismo de la Sudfrica no-racialincorporado en la filosofa Ubuntuque habla de la esencia misma del serhumano (Tutu, 1999: 31) en trminos de los lazos universales de la compa-sin, el compartir, el cuidado y la generosidad. Abraza el valor africano de la

    hospitalidad simbolizado por la parbola de Nelson Mandela de un viajeroque va por el pas, que se detendra en un pueblo y no tendra que pedircomida o agua (Mandela, 2012). Incluye la cualidad del perdn y pacifica-cin que gua la clebre Comisin Sudafricana de Verdad y Reconciliacin(CSVR), que se supona cerrara la era del apartheid, un largo captulo deopresin de raza-clase y violencia de mutua destruccin. En este sentido,Ubunturepresenta esencialmente un tipo sudafricano de discurso humani-tario que viene como un puente de consenso entre la tradicin colonialracista reformada de la lite colonialista blanca que va de salida y el nacio-nalismo africano reformado de los que vienen (Neocosmos, 2011: 368).3Sinembargo, para las fuerzas polticas de izquierda en el movimiento contra elapartheid, el establecimiento de la democracia liberal y la igualdad formal delos ciudadanos fue todava una revolucin inconclusa (Alexander, 2010).Desde esta perspectiva, Ubuntusignifica ms que un evangelio humanitario;representa la visin anticapitalista de un contra-movimiento que construi-

    ra el poder popular cristalizado como un memorando suplicatorio en el2La idea de la Revolucin Nacional Democrtica fue formulada inicialmente por el PCSAen

    1928 y ms tarde fue adoptada como consigna poltica para la amplia lucha anti-apartheiddirigida por el CNA. El PCSAparti en principio de la idea de Lenin de que la Revolucin fran-cesa y, ms tarde, las revoluciones burguesas, incluyendo la primera revolucin rusa de 1905,eran revoluciones (socialistas) inconclusas (Sewell, 2004; Slovo, 1988).

    3 Para una discusin crtica de la CSVR, enfocada en sus limitaciones para establecer una baseslida para la ciudadana social en la era post-apartheid, vase Barchiesi (1999).

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    Congreso del Pueblo del Freedom Charter en 1995 (ANC, 1955). Se transferi-ra la riqueza mineral de la Repblica a la propiedad del pueblo y se redis-tribuira la tierra a aquellos que la trabajan.

    La Nacin Arcoris realmente existente se convertira en un edificio ro-coso diseado por arquitectos de la pobreza, sostiene Moeletsi Mbeki(2009).4El origen de las actuales lites de riqueza y poder es, como antes, losrecursos sudafricanos subterrneos de metales preciosos y minerales. Antesbien, el cofre de oro de Sudfrica, su poderoso complejo corporativo minero-industrial, es de acuerdo con el agudo anlisis de Mbeki como una tram-pa txica al final del arcoris. El ilimitado reino del extractivismo depredadorha continuado generando la precariedad del trabajo y de la ciudadana en un

    enorme sector de pobres negros dentro de una sociedad todava profunda-mente racializada. Adems, no est el negro en el arcoris, insiste ReshoketsweMapokgole (2014)5en otra crtica exposicin. Ella examina la multifacticaxenofobia, como afrofobia o negrofobia que incita a los nativos negrospobres en contra de los negros pobres extranjeros, en una sociedad en que ladesigualdad es profunda como el ocano y donde el rgimen de hiperexplo-tacin migratoria contina siendo uno de los problemas ms controversiales.

    En el contexto de estas y otras opiniones ms extremas en el debate sobrela actual crisis en la economa, poltica y sociedad, pretendemos explicar latransicin de Sudfrica y su sistema migratorio que va desde una administra-cin centralizada del trabajo forzado por la burocracia estatal del apartheidhacia un Estado neoliberal de precarizacin y flexplotacin (Bourdieu,1999: 84) determinado por la instrumentalizacin corporativa de la insegu-ridad. Seguimos analizando el enigma de la xenofobia y su papel en elmantenimiento y reproduccin de la hegemona en un momento marcado

    por la ciudadana insurgente determinada por una mltiple sociedad in-civil a lo largo de espacios inventados y ms all del alcance del gobiernoneoliberal. Esto se completa con una discusin acerca de las opciones de unareconstituida y contrahegemnica izquierda sudafricana para construir el

    4El hermano menor de Thabo Mbeki, el segundo presidente post-apartheid de la Repblicaestaba asociado con la drstica tendencia de reorientacin neoliberal del CNA.

    5 Evocando el trabajo de Paul Gilroy (1987), There Aint No Black in the Union Black.

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    renacimiento del poder popular en una coyuntura marcada por la lucha

    por los corazones, mentes y cuerpos de un incontrolable grupo precario enciudadelas multitnicas y en un mundo laboral informalizado.

    TRABAJONOLIBRECOMOUNLEGADOCOLONIAL

    El apartheid fue el marco en el que, en 1948, el rgimen migratorio y laboralsudafricano se distingui por una extrema coercin extra-econmica de lamayor parte de la fuerza de trabajo (Legassick, 1974: 255;cfr.Wolpe, 1972).El trabajo forzado durante el apartheid (1948-1994) puede, como tal, ser

    visto como una prueba en contra de la doctrina marxista que considera eltrabajo libre como la quintaesencia del trabajo en el capitalismo: esto es,la libertad del trabajador asalariado respecto a la propiedad de los mediosde produccin, pero tambin la libertad bsica de vender su fuerza de tra-bajo a travs de la negociacin, firma o conclusin de un contrato (Marx, 1976[1885]). Ms ampliamente, reflexionando en las nuevas tendencias de lamigracin internacional del trabajo en los aos ochenta, Miles (1987) yCohen (1987) sostienen que el trabajo no libre refleja ms apropiada-mente las condiciones reales de una amplia gama de trabajadores bajo elcapitalismo, en el pasado o el presente, expuestos a exclusin social, racismo,segmentacin discriminatoria del mercado laboral y diferentes maneras decoercin formal e informal y, por tanto, no son capaces de ofrecer libremen-te su trabajo en el mercado.

    Siguiendo con el argumento de Phillips (2013: 172), ste considera altrabajo forzado como una forma de incorporacin adversa crecientemente

    comn hoy en da, una inclusin excesivamente explotadora de trabajadorespobres y vulnerables en las cadenas globales de produccin, concomitantecon la reestructuracin neoliberal de los mercados de trabajo y de losregmenes migratorios, los cuales en la mayora de los casos slo reproducendesigualdad, pobreza y precariedad. Fudge y Strauss (2013) observan que lafalta de libertad producida e instituida por el empleo y la inmigracin varaen el tiempo y en el espacio, pero ahora es tpicamente contingente con

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    lasdiferentes formas de trabajo intermedio, temporal y flexible que se vefacilitado por el crecimiento de la subcontratacin y una gran variedad deagencias de empleo y agentes laborales. Esto implica restricciones en la mo-

    vilidad de los obreros, que les prohbe cambiar de empleo y limita su libertad deagencia. En esa misma lnea, Benjamin (2013a) insiste en la persistenciadel trabajo no libre actualmente en Sudfrica, aunque el rgimen particu-lar que reproduce la falta de libertad ha cambiado drsticamente, esa es unaperspectiva que seguimos en la discusin en las siguientes secciones acercade la transicin en la economa poltica de Sudfrica y en el cambio en losregmenes administrativos de la fuerza de trabajo.

    El apartheid implic el fortalecimiento de los rasgos diacrticos del capi-

    talismo colonial. Como tal, represent una tercera faseen la estrategia deacumulacin capitalista en Sudfrica, en la desposesin de los negros afri-canos de su tierra y en la produccin y reproduccin de un gran sistema demigracin laboral, en principio establecido bajo el gobierno colonial brit-nico desde el inicio de la minera de oro a mediados del siglo XIXy que seextendi por todo el sur de frica. Despus de finalizar la guerra sudafricanay de que se estableciera la Unin Sudafricana como un dominio britnico en1910, la lite Afrikaner, que prob tener capacidades para la administracindel Estado y para disponer efectivamente de trabajo negro y barato, se convir-ti en un aliado estratgico de los blancos anglo-capitalistas que controlabanla industria minera y propici una potencial alianza con la lite negra pro-fesional y de negocios enraizada en el colonialismo britnico del siglo XIX(Mbeki, 2009). Las Reservas Nativas instituidas a travs del Cdigo deTierras de 1913 y basadas en una alianza entre las compaas mineras con-troladas por ingleses y los terratenientes Afrikaners significaron un paso

    ms en la alienacin colonialista de los negros africanos de sus tierras yfortaleci los fundamentos del rgimen de migracin laboral. El apartheidefectivamente modific y adems consolid este proceso histrico de aliena-cin fabricando extranjeros a partir de los antiguos nativos mediante lalgica del denominado desarrollo separado que est implcita en las empe-queecidas tierras de los nativos llamadas bantustans, quienes estaban impe-didos de tener ciudadana en la blanca Repblica de Sudfrica, y a travs de

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    medidas reforzadas de administracin y seguridad, han sido enjaulados en una

    permanente condicin de migrantes y trabajadores forzados (Benjamin, 2013a).

    El control de los granjeros blancos sobre la inmensa mayora de la tierra

    agrcola (tomada por los colonizadores durante el siglo XIX) y la carga impo-sitiva discriminatoria sobre los pequeos propietarios negros priv a lapoblacin rural negra de la seguridad en la tenencia de la tierra. Esto secombin con la contratacin de trabajo temporal administrado por agenciascentralizadas, con la construccin de recintos reglamentados de trabajadoresmigrantes en las zonas mineras y leyes de movilidad y circulacin restricti-vas diseadas para contener los asentamientos urbanos de negros (Frankel,1979). Las polticas de segregacin urbana incluyeron el arrasar barrios ra-

    cialmente mixtos favoreciendo la creacin de villas periurbanas negras. Atravs de la bantustanizacinmuchos habitantes urbanos perdieron la ciuda-dana sudafricana y estuvieron sujetos al rgimen laboral establecido. La relo-calizacin de los negros sudafricanos de las villas y las reas rurales de blancoshacia los bantustans, incluy polticas de desalojo forzado (Henrard,

    1995-1996).El apartheid forz a millones de negros sudafricanos a migrar entre

    tierras nativas rurales, sobrepobladas y empequeecidas y recintos mine-ros, granjas blancas y fbricas en reas urbano-industriales. Esto fue acom-paado por un rgimen regional sudafricano ms amplio, que provea tra-bajo migrante contratado a las minas sudafricanas, a la agricultura comercialy a las industrias. Al igual que la migracin dentro del territorio de la poste-rior Repblica de Sudfrica, esto se inici a mediados del siglo XIX,cuando laindustria minera colonial del diamante y el oro se fund y continu duranteel siglo XX. En el periodo colonial, las comunidades proveedoras de manode obra a lo largo de la regin de frica del Sur fueron controladas por me-dio de un gobierno indirecto en alianza con las autoridades nativas (e.g.,

    Mamdani, 1996); durante el apartheid, esto continu a travs de la colabo-racin de Pretoria por medio de los jefes tradicionales en los bantustans ysu influencia en la regin. Los trabajadores migrantes fueron tomados detodos los estados y territorios fronterizos,6con la mayor parte de los cua-

    les la Repblica logr acuerdos bilaterales de reclutamiento (Wentzel y

    6 Entre otros, los que actualmente son Mozambique, Lesotho, Zimbabwe, Malawi y Swaziland.

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    Tlabela, 2006). En las minas sudafricanas, 40 por ciento de la fuerza laboralestaba constituida por no sudafricanos durante la mayor parte del siglo XX,y cerca del momento de la liberacin la proporcin era del orden de 60 por

    ciento (Crush, 2003: 3). La migracin a las minas estaba en gran medidaregulada formalmente durante el apartheid, mientras que el trabajo indo-cumentado era ms frecuente en la agricultura. Prevaleca la migracin circu-lar, que era consistente con el control de los asentamientos de negros enreas urbanas. La bantustanizacin de la migracin interna implic innume-rables trabajadores no asalariados, principalmente mujeres en las comunida-des de origen; una precondicin para la reproduccin de la fuerza de trabajomigrante hiperexplotada. Pero, mientras se abandon el control del ingreso

    de los migrantes de los bantustans en 1986, los trabajadores fronterizosnunca obtuvieron la residencia.

    DELFORDISMORACIALALAPRECARIEDADNEOLIBERAL

    El apartheid y su sistema integral de trabajo hiperexplotado negro-migrante-forzado fue diseado, principalmente, para atender las necesidades laborales

    de la industria minera y la agricultura capitalista. Pero pas a estar en con-flicto con las demandas capitalistas en competencia en tanto Sudfricase estaba convirtiendo en el Estado en desarrollo ms industrializado defrica a travs de polticas de sustitucin de importaciones (e.g., Legassicky Wolpe, 1976). Se trataba de una versin particular de fordismo perifrico(Lipietz, 1982), un fordismo racial (Gelb, 1987), en el cual el dinamismoindustrial y la diferenciacin econmica fueron frenados por el profundo dua-lismo racial del apartheid, una economa poltica basada en la extraccin de

    recursos naturales y la estrategia de acumulacin predominante heredadadel colonialismo. Esta disyuntiva ha sido identificada como un factor impor-tante del declive econmico de largo plazo de los aos ochenta; adems deuna situacin estructural que ha permanecido con la Sudfrica democrticadel nuevo milenio a pesar de los cambios radicales en el contexto poltico yen las relaciones de raza y clase (Mbeki, 2009).

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    La dcada que precedi al derrumbe del apartheid, alrededor de 1990,estaba marcada por la recesin econmica, sanciones internacionales y cre-cientes rupturas en la hegemona blanca. La exclusin de los negros africanos

    de las profesiones calificadas se volvi cada vez ms contraproducente parasectores influyentes del capital. Y no fue menos importante un poderosomovimiento social anti-apartheid y en particular, la creciente fortaleza deuna tendencia de unidad comunitaria que se entrometa en los espaciosde trabajo, en las villas de negros, constituida enteramente por trabajadoresmigrantes (Bramble, 2003) que desarroll la estrategia de suministrar ma-no de obra barata en un callejn sin salida. Los beneficios del rgimen deacumulacin fueron reducidos por las protestas de las masas y huelgas, y

    para mantenerlos se requiri, cada vez ms, recurrir a la polica y al Ejrcito,lo que implic inversiones en un aparato de seguridad tan costoso comoendeble (e.g., Mbeki, 2009).

    La Convencin por una Sudfrica Democrtica (Codesa) negoci con elCNAy el Partido Nacional a principios de los aos noventa, logr el fin delapartheid y se manifest a travs de las primeras elecciones universales mul-tipartidistas en 1994. Asegur la democracia poltica y la ciudadana para losnegros y evit una prolongada guerra civil, pero acept el precio de liquidarvalores de igualdad social y polticas de redistribucin que eran centralespara sindicatos de comercio y fracciones de izquierda del CNA. Tambin tuvoque ver con el abandono de las demandas de cambios en la propiedad, quedurante la lucha contra el apartheid se concibieron como las bases sobre lascuales se lograra el desarrollo econmico y social sudafricano justo y soste-nible, tales como la nacionalizacin de las minas y una reforma agraria parael beneficio de los pobres rurales.

    En efecto, lo establecido aceler el desarrollo que ya haba despegadodurante el apartheid acosado por la crisis en los aos ochenta, un caso espe-cfico de transformacin a partir de un rgimen de regulacin estatal, Estadodesarrollista caracterstico del frica postcolonial, hacia un rgimen neo-liberal (Buhlungu, 2010). El concepto de redistribucin para el crecimientooriginado en el CSCSAe incrustado en el Programa de Reconstruccin yDesarrollo (PRD) del CNA,originalmente neokeynesiano con la ayuda de

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    instituciones monetarias internacionales ya en 1996, fue en gran medidacambiado por la mxima de crecimiento para la redistribucin inscrita enel programa de ajuste estructural neoliberal: la Estrategia de Crecimiento,

    Empleo y Redistribucin (ECER). sta implic el desmantelamiento de lasregulaciones de la moneda nacional, la adopcin de acuerdos de libre co-mercio, la reduccin de impuestos, la reestructuracin de las corporaciones einformalizacin perjudicial de los derechos laborales y de las organizacionesde obreros, la reduccin del Estado de bienestar y la privatizacin de losservicios pblicos.7Entre las consecuencias se cuenta la transferencia masivade utilidades corporativas fuera de Sudfrica, ya que se permiti a los capi-talistas sudafricanos retirar sus inversiones y riqueza acumulada durante

    el apartheid, lo que se combin con una macro tanto como micro finan-ciarizacin tendiente a generar una inercia especulativa y una crisis econ-mica durante los aos 2000 (Bond, 2013).

    En el proceso, Ronnie Kasrils (2013) antiguo miembro del comit eje-cutivo del CNA se lamenta en un tono retrospectivo: la batalla por el almadel Congreso Nacional Africano se ha perdido ante el poder y la influencia delas corporaciones; un pacto de Fausto que otorga a Sudfrica una econo-ma tan atada a la frmula neoliberal global y al fundamentalismo de mer-cado que ha quedado muy poco espacio para aliviar las terribles condicionesde las masas de[l] pueblo. Ms an, en el trasfondo, el escenario central delucha por las condiciones post-apartheid fue identificado por Terreblance(2003: 95-96) como una Codesa II encubierta; es decir, negociaciones infor-males entre miembros de la lite poltica del CNAy la oligarqua blanca conel control de la economa sudafricana.8De ese modo, observa Mbeki (2009:39-100), la transicin refleja el persistente poder e influencia del post-apar-

    theid del Complejo de Minera y Energa (CME

    ) de Sudfrica, dirigido por la7 Para un anlisis crtico y comprensivo, vase por ejemplo: Maharajh (2011), Hart (2013) y

    Saul y Bond (2014).8Para tener perspectivas antagnicas y la crtica a Terreblance, vase Dollery (2006) y Tito

    Mboweni, asesor de Goldman Sachs Internacional, ex gobernador del Banco de la ReservaSudafricana y presidente de la Compaa Minera Anglo Gold Ashanti, con base en Johan-nesburgo. Para una discusin de las diversas interpretaciones y perspectivas de las polticasde transicin del CNAy las causas para la adopcin del neoliberalismo, vase Narsiah (2002).

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    poderosa corporacin angloamericana en una cuarta fase (Terreblance,2003: 95-96) de la bsqueda de una estrategia ventajosa de acumulacinen el punto en que el apartheid centralizado por la burocracia de Estado y

    su amplio aparato de seguridad ha cumplido su papel al proveer trabajobarato a la industria minera bajo la influencia de la sindicalizacin y lalucha anti-apartheid. Los oligarcas del CMEhan intensificado ahora la bs-queda de una nueva alianza con la clase media negra moderna liberal y ur-bana de Sudfrica, cuyos orgenes se remontan al colonialismo britnico yque ha sido histricamente una fuerza importante en el interior del CNA. Laclave de esta alianza que depende de la transicin de la lite consentida(Bond, 2000), implicada en las polticas de reconciliacin consista en lle-

    gar a convertirse en las polticas del llamado empoderamiento econmiconegro (EEN). Ello implic la transferencia de acciones corporativas a un

    nmero limitado de negros seleccionados denominados individuos ante-riormente en desventaja (IADs) incluyendo prominentes lderes de sindi-catos; se supona que eventualmente sus efectos se derramaran y alivia-ran la pobreza entre la mayora negra. A travs de la alianza con unaemergente lite poltica y econmica negra, la oligarqua del CMEpodra re-tener el control de los enormes recursos naturales de Sudfrica, mientras queal mismo tiempo, con la ayuda del bloque neoliberal, podran resguardar sucapital contra posibles perturbaciones polticas transfiriendo las oficinascentrales y los beneficios a Londres. Fue un trato ventajoso para el CME, perocon el capital domstico manufacturero y el trabajo organizado perdiendoespacio. Estaba implcita en el acuerdo una instrumentalizacin de la globa-lizacin en trminos de una apertura radical hacia la importacin de bienesde consumo industrializados y baratos provenientes principalmente de Asia.

    Ello reduca los costos del trabajo para elCME

    . Pero esto signific la compe-tencia internacional destructiva para el sector industrial domstico que noera del CME, y en consecuencia, un proceso adverso de desindustrializacin(Mbeki, 2009), uno de los factores que ha contribuido a la formacin de unnuevo e inmenso post-apartheid sudafricano precario atrapado en una redde agencias que generan empleo temporal, contingente e inseguro y la mer-cantilizacin de los instrumentos pblicos para luchar contra la pobreza.

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    En sta que es la sociedad ms desigual del mundo, cerca de la mitad dela poblacin vive por debajo de la lnea nacional de pobreza, la cual, indiscuti-blemente, desacredita la agenda neoliberal mercantilista que ha venido a orien-

    tar la guerra contra la pobreza declarada por los lderes del CNA(Maharaj,Desai y Bond, 2011). El desempleo es alto entre un 25 por ciento oficialmen-te y una estimacin de 40 por ciento. Las provisiones compensatorias debienestar junto con las inversiones en vivienda, servicios municipales y, has-ta cierto punto, el creciente acceso a la educacin, pueden haber servidopara plantear un contrato social entre el CNAy los pobres del pas, garanti-zando la victoria en elecciones parlamentarias consecutivas, pero no alcan-zan el imaginado y prolfico derrame de la riqueza de la nacin hacia los

    que tienen ms desventajas.La desigualdad promedio interracial de ingreso ha disminuido durante

    el periodo post-apartheid, pero todava es amplia. Por otro lado, la desigual-dad interracial entre negros sudafricanos se ha elevado. La representacin delos negros entre los estratos de profesionales y administrativos ha crecidosustancialmente. Existen cada vez ms casos que han ingresado a la litecorporativa a travs de entre otras la accin afirmativa y el EEN,peroesto ha sido a expensas de la continua explotacin de una enorme masa detrabajo barato y precario, particularmente entre mujeres negras y jvenes, ymigrantes internos y fronterizos (Gentle, 2011). La pobreza y el desempleosiguen concentrndose en las antiguas reas bantustan, pero tendiendo cre-cientemente hacia asentamientos informales periurbanos, villas negras encondiciones similares a las chabolas o favelas en los pases menos favore-cidos del globo, y con un elevado flujo de migrantes internos y fronterizos; yasea que hayan sido despojados de sus casas en las fronteras de la privatiza-

    cin de la vivienda, segregacin o proyectos gubernamentales monumentalesy de prestigio los pobres se han concentrado en las denominadas reasde relocalizacin temporal (e.g., Ranslem, 2015). La privatizacin y cor-

    porativizacin de los servicios pblicos y la institucin de regmenes auto-

    matizados de prepago para el caso de las necesidades bsicas como el agua

    y la electricidad en muchas ciudades, tensiona an ms las condiciones

    de vida de los pobres (Narsiah, 2002). En correspondencia con el libreto

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    neoliberal, la responsabilidad de ocuparse de la pobreza de los negros ha sidoasignada a los propios negros pobres entre otras, bajo la forma de auto-ayuda a travs de microcrditos. Sin embargo, esto muy difcilmente ha

    funcionado como instrumento para promover condiciones de vida susten-tables, ms bien ha servido como un redituable mecanismo de expoliaciny, en efecto, ha exacerbado las divisiones de raza, clase y gnero (Bateman,2012; Hietalahti, 2013).

    VICISITUDESDELAFLEXPLOTACIN

    El post-apartheid sudafricano puede presumir algunas de las leyes de protec-cin laboral ms avanzadas en el mundo. Empero, en correspondencia conla estrategia de acumulacin con base en salarios bajos, que en realidad exis-te y se mantiene, las reglas de las relaciones laborales han sido reajustadasde acuerdo con el discurso neoliberal de la flexibilidad (Bezuidenhout yKenny, 2000). Esto se ha puesto de manifiesto en la legislacin que promue-ve la mercantilizacin del trabajo, pero nada menos que a travs del esta-blecimiento de una situacin de flexibilizacinquo ante belluma travs de lainformalizacin que genera des-sindicalizacin y precarizacin del trabajo(Benjamin, 2013a). La eliminacin del apartheid como un sistema racial deadministracin del trabajo legalmente establecido permiti un amplio mar-gen de accin para el reclutamiento mejorado de negros sudafricanos paraocupaciones calificadas para trabajos profesionales de clase media y puestosgerenciales en instituciones del Estado y empresas privadas. Pero simult-neamente se desarrollaron estrategias de triangulacin de empleo, orientadas

    a externalizar el trabajo a travs de la subcontratacin (outsourcing)y, enparticular, el traslado de la responsabilidad de reclutamiento, empleo, salarioy condiciones laborales desde enormes corporaciones rentables hacia laprctica de una multitud de intermediarios laborales privados. Todo estoha sido identificado como un determinante de la informalizacin del em-

    pleo (e.g., Altman, 2006) y el crecimiento de nuevas formas de trabajo bara-to, inestable y precario (Benjamin, 2013a, 2013b;cfr. Bezuidenhout, Godfrey

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    y Theron, 2004). Por tanto, mltiples prcticas corporativas de informali-zacin desde arriba (Theron, 2010b) han reemplazado la fuerza extra-eco-nmica del apartheid de arriba hacia abajo basado en la premisa del de-

    sarrollo separado y la exclusin de los sudafricanos negros de laciudadana como un factor para la produccin y reproduccin de un ejr-cito de reserva enorme, barato y socialmente inseguro y para la persistenciade trabajo no libre (Benjamin, 2013a).

    La enorme y precaria masa laboral est compuesta por una muy elevadaproporcin de negros, en un grado considerable por migrantes y creciente-mente femenina. Los espacios que ocupa se convierten en sitios de reproduc-cin de la informalizacin desde abajo (Theron, 2010b) en trminos de lasestrategias clandestinas de vida desarrolladas por los pobres y que estnms all del alcance de los contextos regulatorios. Un rea gris cada vez msamplia existe donde las fronteras entre la produccin formal e informal sehacen borrosas e indistinguibles [] y donde el empleo difcilmente condu-ce a la inclusin y la ciudadana (Barchiesi, 2010: 68). Se ha registrado queuna mayora de los empleados ha cado en la precaria categora de trabaja-dores pobres (Altman, 2006: 11ss), la mayor parte de los cuales nunca ten-

    drn un hogar decente, ni enviarn a sus hijos a buenas escuelas o disfruta-rn de atencin a la salud de buena calidad (Bisseker, 2013). Ellos estnligados a nuevas formas de trabajo forzado, marcado por la represin de laagencia organizada debido a la desregulacin, desindicalizacin, escasez,desnimo, servidumbre de deudas y la disolucin etno-racial de solidari-dades ms amplias.9Es una precarizacin informal con la cual los sindicatoslaborales han perdido contacto (vase Paret, 2013; Hlatshwayo, 2010; Theron,2010b;cfr. Schierup, 2015).

    Los migrantes originarios de los antiguos bantustans estaban a la van-guardia de la lucha contra el apartheid, pero siguen hoy en da entre losms desaventajados de Sudfrica. A pesar de que el sistema migratorio delapartheid ha dejado de existir formalmente, el legado colonial todava est

    9Vase Fudge y Strauss (2013), para una discusin general sobre trabajo no libre en el capita-lismo contemporneo.

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    ms o menos presente (Xulu, 2010: 212). El subdesarrollo y la pobreza en lasantiguas reas bantustan generan las migraciones internas hacia las zonasurbanas donde ellos experimentan el mismo tipo de pobreza que les impul-

    sa a dejar sus comunidades rurales (Xulu, 2010: 212). En tanto trabajadoresinformales precarios, comparten espacios con la diversidad de los ms des-aventajados de Sudfrica, bajo condiciones sociales que a menudo no sonmenos desgraciadas que bajo el reinado del apartheid. Aqu ellos encuentranuna creciente poblacin de trabajadores migrantes irregulares transfronteri-zos y se hacen compaa con refugiados, a muchos de los cuales se les harechazado el asilo. Los migrantes viajan desde regiones vecinas desde lascuales el rgimen del apartheid sola reclutar trabajadores, pero muchos

    tambin vienen como trabajadores indocumentados de lejanas partes defrica, tales como el Congo y Somalia (Tati, 2008).

    El centro gravitatorio de la migracin transfronteriza se ha movido des-de la preponderancia de contratos de trabajo formalmente regulados bajo elapartheid hacia el empleo de trabajadores indocumentados en la dcada delos aos 2000 (Tati, 2008; Gordon, 2010). La adopcin de la ortodoxia neo-liberal como la orientacin poltica de la Comunidad de Desarrollo de fricadel Sur (CDAS) y la implementacin de programas de ajuste estructural mo-nitoreados internacionalmente a lo largo del frica subsahariana ha produ-cido desposesin a travs del sobreendeudamiento, apropiacin corporativade los bienes comunes, reduccin del sector pblico, desregulacin del mer-cado laboral, desempleo, depreciacin de los salarios y guerras internas demutua destruccin; tambin ha producido una creciente confianza en estrate-gias de sobrevivencia informales basadas en las migraciones fronterizasy el

    pequeo comercio, con Sudfrica como destino principal. La constante res-

    puesta sudafricana ha sido contener la migracin a travs de la reafirmacinde la soberana del Estado, polticas migratorias excluyentes y mayorseguridad (Evans, 2010: 105; Trimikliniotis, Gordon y Zondo, 2008); una con-dicin reforzada por nuevas restricciones legales sobre la migracin trans-fronteriza y la adquisicin de la ciudadana en 2014 (Dube, 2014). Adems,el control inconsistente de las fronteras y las prcticas institucionales en elaparato poltico-administrativo han dado lugar a fronteras permeables

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    (Tsianos y Karakayali, 2010) a pesar del discurso oficial restrictivo. La For-taleza Sudfrica (Crush, 1999; Trimikliniotis, Gordon y Zondo, 2008)de manera similar a la Fortaleza Europa y los regmenes migratorios en

    las llamadas nuevas economas de crecimiento en el frica subsaharia-na (como Nigeria, Ghana y Botswana) est aprovechando la migracinirregular y denuncindola al mismo tiempo (Tobias, 2012: 6, citando aGuilfoyle, 2010: 1).

    Durante el periodo post-apartheid, los migrantes ilegales han sidoel blanco favorito del desprecio de los polticos y los medios. Ellos estn ex-puestos al acoso cotidiano de los negros nativos que habitan las villas, unacondicin que se exacerba por el empoderamiento de los oficiales de la po-

    lica en el involucramiento con organizaciones de base comunitaria y al edu-car a la ciudadana en asuntos migratorios junto con la motivacin paradesarraigar y reportar inmigrantes ilegales a las autoridades estatales(Neocosmos, 2006: 96-97). Rigurosas redadas policiales en villas periurbanasinformales, deportaciones continuas y un rgimen restrictivo de ciudadanajunto con fronteras porosas y entradas clandestinas de transportistas priva-dos, intermediarios laborales, la polica y otras agencias pblicas (Tshabalala,2015) se activan a travs del nepotismo condicional y la corrupcin. Portanto, la regulacin principalmente formal de la migracin transfronterizabajo el apartheid ha sido reemplazada por un rgimen informal (Segatti,2011: 56). De acuerdo con su lgica, los periodos de tolerancia y rigurosi-dad alternan convenientemente con periodos de necesidad de trabajo yexceso de trabajo (Segatti, 2011: 56; cfr. Gordon, 2010); lo cual no es lomismo que decir que los migrantes tienen que ser necesariamente indocu-mentados para que puedan ser incorporados en novedosos tipos de trabajo

    precario informalizado.Al analizar el caso de los trabajadores migrantes de Zimbabwe contra-tados en el sector agrcola de Sudfrica, Theron (2010a) demuestra cmo losintermediarios laborales que intervienen han eliminado la ideologa pater-nalista en la que solan encuadrarse las relaciones laborales en las granjas ypor tanto han facilitado la flexibilizacincumprecarizacin del empleo,que se ha observado, en efecto, como la causa de divisiones en el interior de la

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    fuerza laboral, dificulta las relaciones laborales entre locales y extranjerosy genera numerosos incidentes xenofbicos (cfr., Munakamwe y Jinnah,2014 [en preparacin]). El estudio de Miraftab (2004a) sobre los servicios de

    recoleccin de desechos en villas de negros en Ciudad del Cabo presenta otrocaso de reestructuracin neoliberal enfocado en la privatizacin e informa-lizacin de los servicios pblicos municipales sobre la base de trabajo pre-cario. Demuestra la compleja interseccin del trabajo en la produccin yreproduccin y cmo los intereses corporativos son asistidos por estrategiasde dominacin establecidas a travs de la raza o el gnero. Un crecientegrado de informalidad en el sector de hoteles y hospedaje ha reducido losderechos de los trabajadores en su interior y ha hecho ms tensa la ya difcil

    relacin entre empresas, trabajadores y sindicatos (MiWORC, 2014), y ha acre-centado la precarizacin del empleo. Barchiesi (2010) observa que la prolife-racin del trabajo eventual en el sector manufacturero, en combinacin conuna creciente estratificacin del mercado laboral, socava la solidaridad basa-da en el lugar de trabajo y limita las posibilidades de organizacin colectiva.En un estudio del sector de la construccin, Cottle y Rombaldi (2014) regis-tran un creciente nivel de explotacin debido a cambios drsticos en el lugarde trabajo, con una decreciente fuerza laboral de empleo regular de tiempocompleto y un masivo incremento del trabajo no regulado y no protegidodesarrollado por trabajadores precarios no calificados, eventuales, no orga-nizados y predominantemente migrantes vinculados por intermediarioslaborales y subcontratistas; un arduo desafo para el movimiento sindicalcomercial.

    Adems, la precarizacin del trabajo y de las condiciones de vida alen-tada por la estrategia de acumulacin post-apartheid del CMEllevarn al

    contrato social delCNA

    con los trabajadores pobres de Sudfrica a un pun-to de quiebre (Cohen, 2013). La masacre en agosto de 2012 de 34 trabajado-res mineros por la polica sudafricana, en un intento por romper la huelgacontra la compaa minera Lonmin, en los lmites de la villa de Marikana enel cinturn de platino Rustenburg, fue el clmax macabro de un prolongadoconflicto laboral que involucraba, por un lado, a la compaa Lonmin, elpoderoso Sindicato Nacional de Trabajadores Mineros y cuadros dirigentes

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    del CNA, y, por otro lado, a mineros luchando por salarios y mejores condi-ciones laborales a travs de la disidencia de la Asociacin de Sindicatos deMineros y Constructores (ASMC), incluyendo numerosos trabajadores mi-

    grantes atrapados en los trabajos ms riesgosos. El conflicto fue presagiadopor un largo proceso de luchas amargas por trabajo y la comunidad y seconvirti en el preludio de ms momentos crticos por venir. Se bas en losquiebres en la hegemona de la alianza poltica tripartita de Sudfrica, en ladivisin del trabajo, calificacin, ingreso, estatus de identidad y en los inte-reses y privilegios creados en lealtades verticales y horizontales transversalesa la fuerza laboral. Sigue un memorando separado de la CSCSAy la lucha desus afiliados contra el apartheid que una vez uni a los trabajadores negros

    entre divisiones tnicas y nacionales, y ampli una visin del trabajo dignoentre las villas de negros y los recintos de trabajadores migrantes.

    A decir verdad, el jueves sangriento de Marikana, declara Frankel burlo-namente (2013: 163), ha sido una pequea atrocidad en el ocano menosreportado de la destruccin cotidiana del trabajo, vidas humanas, tierra ydinero en el interior de la industria sudafricana minera. Ms all de los impe-cables reportes corporativos que muestran el manejo sostenible de la fuerzade trabajo y el responsable desarrollo comunitario de Marikana, se exponeel fatal enredo de la reestructuracin corporativa y la informalizacin pre-datoria del trabajo y las condiciones de vida con la complicidad de los sindi-catos, as como del gobierno. La intromisin de intermediarios laborales quecontratan trabajadores temporales es un medio frecuente para recortar losestndares laborales (Forrest, 2013). Esto sucede en crecientes sectores deltrabajo, incluyendo operaciones mineras esenciales en los pozos (Frankel,2013: 82ss; Bezuidenhout y Buhlungu, 2011: 251ss). Ello implica una hipe-

    rexplotacin intensiva del trabajo de un contingente contratado y formadopor migrantes laborales precarios provenientes de las mismas y empobreci-das reservas de mano de obra donde el rgimen del apartheid reclutaba tra-bajadores para las minas, dentro de la misma Sudfrica como en la reginms amplia de frica del Sur. Expuestos a las prcticas ilcitas de interme-diarios inescrupulosos, estn forzados a aceptar cualquier empleo, trabajar enreas riesgosas donde los trabajadores permanentes no iran, aceptar largas

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    jornadas que extienden cualquier regulacin formal y, segn enfatiza Frankel(2013: 99), sin ninguna oportunidad de confiar en la capacidad del departa-mento de trabajo de monitorear sus propias leyes y reglamentos.

    La dependencia respecto a las redes criminales o de traficantes, locales ointernacionales, severas prcticas de usureros y cobradores matones y terra-tenientes de duro puo, les fuerza a asumir una servidumbre por deuda yuna condicinde factode trabajador no libre. El rol de los prestamistas dedinero tradicionalmente basado en las comunidades, los mashonishas, ha sidocrecientemente asumido por poderosas pero igualmente inescrupulosasinstituciones microfinancieras administradas por bancos sudafricanos, loscuales han encubierto en las zonas mineras, segn reportan Bateman y Sharife(2014), un lucrativo mercado en un programa deliberado para comprometera los individuos ms vulnerables y explotados del pas. Se ha obligado amuchos trabajadores mineros a que asuman deudas impagables, con bancoscomo el Ubank, entre otros, que tienen al NUMcomo principal accionista. Talvez ste sea uno de los factores que da lugar a la agona y rabia que encendila sangrienta confrontacin en Marikana (vase Bond, 2013). Existe unestado de inseguridad y represin entre muchos obreros que residen en

    la localidad, al igual que entre los migrantes sudafricanos, pero son losmigrantes transfronterizos los que se encuentran especialmente en riesgo.Por tanto, el rgimen migratorio colonial y de apartheid, basado en lahiperexplotacin del trabajo forzado masculino y precario, se reproducebajo las actuales condiciones informales, junto con mujeres y familias en laszonas rurales pobres que dependen de sus magros ingresos. Las mujeres jve-nes vctimas de trfico de personas tienen muy pocas oportunidades de em-pleo y a menudo terminan como prostitutas en las villas miseria que rodean

    las minas. Estos lugares son los peores barrios en ciudades como Marikana.Estos lugares muestran, en su condicin de reflejo espacial, las jerarquas labo-rales y ocupacionales industriales en las que los trabajadores migrantesexternos estn en el fondo y con una capa superior de gerencia y control,todava constituida en su mayora por blancos, que ha sido mantenida atravs de alianzas entre empleadores y sindicatos.

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    Junto a consensos transversalmente horizontales y esfuerzos que unen atrabajadores nacionales y extranjeros, surgen conflictos xenofbicos y etno-nacionalistas que son racionalizados racialmente entre las comunidades mine-

    ras y en las propias minas. sta es la materia prima para nuevos modos decontrol, que permiten ver cmo se cierra todo el crculo de las relacionescapital-trabajo. [El] espacio puede ser usado para conformar, pero tambinpara fragmentar, afirman Bezuidenhout y Sakhela (2011: 254). El apartheidgener conglomerados regulares de migrantes en comunidades minerassegregadas como nodos de control en su sistema de trabajo forzado. Sin em-bargo, las cosas no se dieron como se esperaba (Bezuidenhout y Buhlungu,2011: 240), ya que dicho espacio fue ocupado por el movimiento de trabaja-dores negros como un bastin de la lucha por la liberacin. En retrospectiva,1994 fue el momento en que los lderes sindicales y los activistas comenza-ron a posicionarse en el interior del partido gobernante y en las institucionesdel Estado y muchos trabajadores negros ascendieron en la escala ocupacio-nal hasta asumir posiciones clave en la jerarqua empresarial. Pero esto tam-bin se vio acompaado de nuevos modos de control corporativo. La era delconglomerado regular de trabajadores migrantes se termin, dando lugar a

    una estratificacin por profesin, ingreso y clase, especializada segn loscriterios tnico-nacionalistas de los asentamientos de negros en el interiorde comunidades mineras racialmente segmentadas como Marikana (Frankel,2013: 117ss). Bezuidenhout y Buhlungu (2011) concluyen que mientras elcontrol en el rgimen del apartheid dependa de la burocracia centralizada yde la contencin policaca, el control corporativo actual est determinadopor la segmentacin fragmentaria y la diferenciacin definidas por el mer-cado e inscrita en la poltica econmica de re-racializacin, con la compli-

    cidad de la lite poltica negra y del movimiento obrero. Las polticas deflexibilizacin e informalizacin del empleo, el bloqueo represivo de las pro-testas laborales, combinado con una poltica migratoria indecisa, enfrentana los sindicatos a enormes desafos y difciles elecciones. Segn Hlatschwayo(2010), los migrantes son muy rara vez vistos por los sindicatos como agentesque puedan ser incluidos en una lucha ms amplia para cambiar la relacin

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    de fuerzas en el trabajo y las ciudades. Por tanto, los sindicatos tienen par-te de responsabilidad en la persistencia de la xenofobia.

    ENIGMADELAXENOFOBIA: VRTIGODELAPARTHEID

    OPRECARIEDADDELPRESENTE?

    Mi acento es ridiculizado y se burlan de m cuando camino en la calle; muyprejuzgado y discriminado porque mi piel es diferente. Mis hermanos desangre me llaman "Nigger", "Kaffir", "Nyukunyuku", "Kwerekwere", cucara-cha y chocolate. As resume Ndumiso Mbatha (2013) una extraa sntesistranshistrica y post-apartheid de Kaffir y Kwerekwere; siendo el primeroun trmino de la colonia britnica para el nativo negro africano y una deno-minacin comn y peyorativa para el sudafricano negro bajo el apartheid, yel segundo el mayor insulto actual que denota al extranjero negro africanocon un acento peculiar, una cultura extraa y con una pigmentacin ima-ginada ms oscura que los negros sudafricanos nativos. Esta xenofobia post-apartheid implica un oximorn, es una afrofobia (Mapokgole, 2014) que

    estigmatiza y vilipendia al extranjero y tiene su personificacin en el mi-grante ilegal originario del frica subsahariana.Lejos de ser compartidas por todos los sudafricanos, las actitudes xeno-

    fbicas han sido constatadas como igualmente representadas entre los po-bres y los ricos, los empleados y desempleados, hombres y mujeres, blancosy negros, conservadores y radicales (Crush y Pendleton, 2004: 2). An ms,es un acoso abierto de negros-contra-negros que sufren los migrantes enlas villas pobres de negros que ha venido a constituir el estigma de una

    enfermedad viral de xenofobia en los medios nacionales e internacionales.Alexandra es una de las localidades de negros ms empobrecidas de Sudfri-ca, vecina de Sandhurst, una de las reas residenciales ms ricas de Johannes-burgo y tambin el principal centro de negocios de Sudfrica, de intercambiode valores, oro y diamantes. Alexandra contina siendo el smbolo concre-to del mencionado estigma. En mayo de 2008, los ataques a los migrantes

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    en dicha localidad estaban en los titulares de la prensa sudafricana e interna-

    cional. Esta chispa se expandi como un incendio por todas las localidades

    en el pas. Dej ms de 60 muertes de migrantes, cientos de heridos, ms

    de 150,000 personas sin hogar y propiedades demolidas o saqueadas; lamayora de las vctimas eran migrantes transfronterizos, pero tambin

    trabajadores migrantes sudafricanos que se supone no pertenecan a la

    comunidad local.

    Aunque brutalmente separados, y a pesar de que parezcan realidadesindependientes, los opulentos asentamientos como Sandhurst y las villasmiseria como Alexandra, actualmente, y no menos que durante el apartheid,se encuentran ntimamente conectados (Mingxitama, 2008: 197). Al igual

    que en otras ciudades globales del mundo, la riqueza histricamente acumu-lada de zonas como Sandhurst, Johannesburgo que durante el apartheid lashabitaban solamente blancos y hoy en da son compartidas por un crecientenmero de negros acaudalados es producida por el arduo trabajo de uncreciente conglomerado laboral precario y multitnico en localidades muypobres como Alexandra. Al mismo tiempo, los blancos y los negros ricos declase media fueron los que expresaron la mayor sorpresa y disgusto por laviolencia que tuvo lugar (Mapokgole, 2014: 45). Segn observa Mapokgole,en un acto de mala fe, [ellos] se separaron a s mismos de los residentes deAlexandra que cometieron los violentos actos, los cuales fueron juzgados comoincomprensibles. La autora concluye que ello dej a la violencia en el vacodesconectado de la vida que ellos, los ricos, vivan, absolvindolos, portanto, de cualquier responsabilidad.

    Las diversas masacres en 2008 o pogroms (Neocosmos, 2008) fueronsolamente un episodio de la violencia infligida a los cuerpos, refugios y pro-

    piedades de los trabajadores migrantes, refugiados y vendedores callejerosextranjeros en las ciudades sudafricanas. Todo ello ha sido una caractersticade la era post-apartheid desde su inicio y sigue siendo una realidad persisten-te (Crush, 2000; Neocosmos, 2015). El 2015 fue el peor ao desde 2008 entrminos de violencia contra los migrantes subsaharianos, segn el Foro dela Dispora Africana (ADF2015), en la previamente mencionada carta-convo-catoria al presidente, concluye que como sociedad, estamos mucho peor que

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    en 2008, ya que la actitud y los discursos xenfobos han penetrado lasinstituciones del Estado y han afectado tanto la base como la cspide delEstado. Una nueva ola de violencia comenz en enero de 2015 con ataques

    contra los pequeos comerciantes somales en Soweto. Continu con ata-ques mortales a extranjeros que viven y trabajan en Durban, supuestamen-te promovidos por maliciosas declaraciones en contra de los extranjeros,realizadas por el rey zul Goodwill Zwelithini y por Edward Zuma, hijomayor del presidente sudafricano Jacob Zuma. Finalmente, luego de unalarga demora, el 16 de abril de 2015 el propio presidente Zuma declar a laAsamblea Nacional que condenaba los ataques xenofbicos y las accionescriminales, enfatizando el hecho de que los sudafricanos en general no sonxenfobos. Con una actitud polticamente correcta, convoc al respeto porla vida, la dignidad humana, la cohesin social y a Ubuntu, y urgi a todoslos sudafricanos a movilizarse contra el racismo, la xenofobia, la homofobiay el sexismo.

    A travs de una mezcla de cercana y distancia, separacin y rectitud,preocupacin moral y mala fe, discurso malicioso y negacin polticamentecorrecta del mismo, en el ms alto nivel de la institucionalidad poltica, las

    polticas migratorias brutalizadas y Ubuntu, transmitan el significado dela xenofobia como una estratagema poltica con ramificaciones mucho

    ms extensas que las del comportamiento incomprensible de los mspobres de la sociedad. Se trata de un enigma que sigue siendo un asunto deinterpretaciones crticas diversas.

    Desde una lectura de Franz Fanon y Steve Biko se puede ver la deplo-rable situacin de xenofobia en la Nacin Arcoris como un vrtigo deapartheid (Matsinhe, 2011), o como un odio del negro infligido a s mismo

    (Mbembe, 2015). La xenofobia se representa aqu como un fantasma delpasado que mancha a la nacin con una excesiva negrura (Matsinhe,2011: 133). Se ha visto como un antecedente de las prcticas burocrticaspost-apartheid bajo la forma de la identificacin por catalogacin, margi-nando y separando poblaciones, teniendo a los no nacionales como el equi-valente funcional de los negros sudafricanos bajo el viejo rgimen (Misago,

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    Landau y Monson, 2009). Esto devela la necesidad de exorcizar los demo-nios internos (Landau, 2011).

    Otra explicacin que se encuentra a menudo busca exponer por qu

    ocurri la xenofobia (e.g., Bond, Ngwane y Amisi, 2010: 11) orientndosehacia la violencia de pobres-contra-pobres como una consecuencia de persis-tentes desigualdades de raza y clase. Gordon (2010) desarrolla un marcoexplicativo ms amplio, de leyes, poltica econmica y luchas respecto a losprivilegios de la ciudadana. El autor argumenta que la divisin entre ciu-dadano y extranjero est estipulada a travs de la discriminacin jurdicaque hace eco en el sentido comn del discurso poltico, los medios y la tra-dicin popular compartida entre la comunidad. Ms an, todo eso nofun-

    ciona simplemente para destacar la diferencia gentica o cultural, sinopara crear la vulnerabilidad particularmente intensa que deja expuestos alos migrantes a formas de violencia y explotacin (Gordon, 2010: 7). Paraque realice esta funcin, tales migrantes deben estar exentos de las normasconstitucionales que fueron diseadas para proteger las libertades indivi-duales. Esta es una condicin forjada a travs de la representacin discur-siva del "Estado de excepcin", visto como el derecho del Estado a la auto-defensa.

    La xenofobia realmente existente y producida por el Estado, articu-

    lada por el acoso diario a los migrantes en localidades pobres y creciente-

    mente en guetos del centro de las ciudades de Pretoria, Johannesburgo y

    Durban, emerge aqu como una precondicin y pena corporal para la inge-

    niera de un rgimen jurdico-poltico de una multitud xeno-racial de

    nuevos negros (Aludiendo a Sivanandan, 2001) que son trabajadores mi-

    grantes pobres, tan terrible como se pueda entender (Mbembe, 2015).

    Ellos llegan a ser las principales vctimas, en tanto las luchas por la obtencinde ciudadana, derechos sociales y econmicos, beneficios y acceso a los servi-

    cios pblicos, prometidos por la transicin a la democracia se hacen cada

    vez ms speras en las villas de negros en las que se exponen a una perju-

    dicial flexibilizacin del trabajo, desempleo y subempleo, la informali-

    zacin de las condiciones de vida, la corporativizacin de los servicios

    pblicos y el encierro en la trampa de deuda de una industria demicrocrdito

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    que adems destruye escasas reservas de confianza comunitaria inter eintra-tnica, mutualidad, reciprocidad y solidaridad (Bateman, 2014: 19), alpunto de dar rienda suelta a la violencia mutuamente destructiva. Por tanto,

    el sistema racista del apartheid, de maximizacin del trabajo barato conpoca carga financiera para el Estado (Desai y Walsh, 2010: 12) ha sido su-plantado por un

    contingente de trabajo barato sin derechos al interior de un contingente detrabajo barato formado por negros sudafricanos [] miembros de una sociedadsin el apoyo el Estado [] controlados por la violencia tanto del Estado comode otros sudafricanos pobres que se ven a s mismos como portadores (y posibles

    beneficiarios) de ciertos derechos y concesiones.

    Una multitud de actores marginados, que tienen en comn la falta deproteccin, vulnerabilidad extrema y dependencia en acuerdos institucio-nales difusos puede parecer en efecto un espacio frtil para la prolife-racin de una sociedad sin restricciones del tipo: todos-contra-todos, con lapsicologa de la violencia operando sobre la base del eslabn ms dbil(Mingxitama, 2008: 196). No obstante, las polticas discriminatorias queprocuran la precariedad para la flexplotacin, al igual que el estigma postco-lonial, la desigualdad y la exclusin racializada, pueden conducir a cual-quier tipo de reacciones diferentes desde la autoinmolacin hasta la luchade clases (Neocosmos, 2015); y, al final de cuentas, a pesar del diseo es-pecfico del apartheid estatal de divisiones etnorraciales los trabajadoresmigrantes de la gran regin de frica del Sur, junto con los nativos-extran-jeros desnacionalizados de los bantustans sudafricanos (Neocosmos, 2006),

    fueron una parte esencial de la lucha comn contra el apartheid.Este es precisamente el acertijo en el centro del rompecabezas xenof-

    bico para abordar un anlisis ms complejo, argumenta Neocosmos (2006).Desde esta perspectiva, la xenofobia aparece como un extrao producto dela realmente existente Revolucin Nacional Democrtica, lo que exigeimplcitamente la reconstruccin de una peculiar discrepancia entre, por un

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    lado, una prctica y un discurso panafricano inclusivo y altamente movili-zador, desarrollado por una ciudadana activista durante el decisivo periodode la lucha anti-apartheid en los aos ochenta lo que incluye a los migran-

    tes de los bantustans y de toda la vasta regin de frica del Sur junto auna amplia comunidad apoyada en el sindicalismo comercial como vanguar-dia poltica; por el otro lado, una estrecha concepcin de ciudadana xeno-fbica y pacifista que marca una ideologa estatal post-apartheid de cons-truccin nacional sobre la base de una nueva y encubierta hegemona deraza-clase negra y blanca. Aqu, en nombre de los derechos humanos y ajus-tando cuentas con las injusticias histricas, el fantasma del pasado estrepresentado nocomo xenofobia, pero s como migracin, igualadaper secon el maligno sistema de trabajo forzado, que debe ser justamente expul-sado al basurero de la historia. Esto se enmarca en declaraciones polticasafrofbicas y una legislacin que exacerba la brutalidad policaca, la corrup-cin y la complicidad de la comunidad en la internalizacin del control dela migracin y de la expulsin de los migrantes ilegales. Lo cual refleja lasprofundas estructuras del populismo chauvinista.

    A DNDESEDIRIGELAREVOLUCININCONCLUSA?

    Una interminable violencia xenofbica ha planteado las contradiccionesde una crisis poltica y social cada vez ms profunda de manera abierta y haimpulsado a la crtica sobre las discrepancias entre el sueo y la realidad enun pas encerrado en la espiral descendente de la trampa de la pobrezay una espiral ascendente de la trampa de la desigualdad (Naud, 2013). El

    abrazo del neoliberalismo ha robado el sueo sudafricano, se lamentaSatgar (2011). Las pasadas dos dcadas de integracin de la Repblica a loscircuitos globales de acumulacin han dado fin a la credibilidad del discursopositivo post-apartheid del excepcionalismo sudafricano y convirti aSudfrica en uno de los muchos laboratorios regionales y nacionales delneoliberalismo africano discriminatorio (Satgar, 2012). Alexander (2010) se

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    lamenta de encontrar en Sudfrica: una revolucin inconclusa, las temi-bles consecuencias del rumbo marcado por el acuerdo poltico neoliberalpost-apartheid;

    un horrible mundo de [] barbarie capitalista con sus devastadores resultadosde elevado y creciente desempleo, creciente desigualdad social, terrible violenciacriminal, conflictos racistas y xenofbicos de mutua destruccin [] muy lejosde la casi utpica euforia revolucionaria con la cual muchos sudafricanos emi-tieron tan orgullosamente sus votos, ignorantes de lo que se acord en los dia-blicos detalles del proceso de negociacin [] [en] 1994 (Alexander, 2010).

    Empero, a pesar de la caprichosa forma de la maldicin de los recursosnaturales (Naud, 2013) y un sector manufacturero cada vez menos com-petitivo, Sudfrica sigue siendo excepcional de alguna manera en el contextoms amplio regional y africano; esto es, en su rol como una hegemona subim-perial heredada del Estado apartheid, aunque revestido con nuevas formas.Sudfrica sigue siendo la economa ms grande de frica y se perfila comouna fuerza regional en la Nueva Carrera para el frica (UK, 2014) con de-mandas para un cambio de rgimen que tiene diversos nexos con la poltica

    de inversiones y prstamos (e.g., Ndletyana, 2011). Es la Fortaleza Sudafri-cana que ha reformado un sistema migratorio y de trabajo forzado conorgenes coloniales por toda la regin de frica del Sur y el frica subsaha-riana. Es al mismo tiempo una sociedad en que los imaginarios xenofbicosrepresentan la concrecin de una ideologa de excepcionalismo que presen-ta a los sudafricanos como superiores a los del resto del continente [ ] [y]a los estimados seres humanos que exhiben diferencias de las normas esta-blecidas como extranjeros en la comunidad y por tanto enemigos de la na-

    cin, que pueden, por lo tanto, convertirse en legtimos blancos de la vio-lencia (Neocosmos, 2015).

    El crisol de Marikana la democracia de Sharpeville (Frankel, 2013:4ss) representa un punto de quiebre. Plante que la crisis poltica y socialsudafricana requiere ser comprendida con el trasfondo de la crisis de la globa-lizacin neoliberal en general y en particular con la estrategia de acumulacin

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    post-apartheid con su dependencia unilateral en el extractivismo predatorioforjado por la oligarqua CMEsudafricana. Podramos ver desde esta perspec-tiva que el jueves sangriento de Marikana es el presagio de una nueva fase

    crecientemente violenta en la bsqueda de una estrategia de acumulacinviable que, hasta ahora, no tiene ningn consenso a la vista. De manera msoptimista, en un tono como el de Polanyi (1957 [1944]), tal vez podramos veruna leve crisis en la estrategia de acumulacin neoliberal que viene junto conun contra-movimiento diverso y popular que cuestiona la acumulacin pordesposesin (Harvey, 2005) que ha derrumbado el sueo y la lucha por justi-cia social, bienestar y dignidad que los sudafricanos pobres depositaron enla Revolucin Nacional Democrtica.

    Para el movimiento de los trabajadores destruido con la complicidadde sus lderes en las estrategias de gestin neoliberal y separado de las comu-nidades y trabajadores migrantes en el fondo de la sociedad (Theron,2010b) la trayectoria neoliberal signific una paradoja de la victoria(Buhlungu, 2010). En tanto los sindicatos laborales son debilitados a travsde la reestructuracin corporativa y la transicin de la lite, y en tanto lapromesa del inicio del trabajo digno y la ciudadana inclusiva es ensombre-

    cida por la pobreza, el trabajo precario y la servidumbre por deudas, gran-des sectores de trabajadores sindicalizados y muchos trabajadores migrantesse estancan en los trabajos ms difciles a cambio de salarios insignifican-tes. Esto ha sido radicalizado por el crisol de Marikana. Una tormenta sub-secuente de inestabilidad laboral en todo el pas ha producido una profundadivisin en el movimiento laboral. El resultado de aquello todava es incierto.

    Sin embargo, un sector informal precario permanece en los mrgenesdel movimiento laboral que ha liquidado su celebrado sindicalismo comu-

    nitario, alguna vez arraigado entre las localidades pobres. En su lugar, hasurgido una ciudadana insurgente (Miraftab, 2009) que tiene a los po-bres como un nuevo sujeto poltico (Desai, 2002). Se expresa durante losaos 2000 como una resistencia micropoltica diaria a las privatizaciones,desahucios forzados y la mercantilizacin de las necesidades bsicas comola electricidad o el agua (Ngwane, 2011; Gentle, 2011; Hart, 2013). En

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    contraste con los espacios invitados para la deliberacin de accionistas conla sociedad civil, empresas y Estado, los pobres crean sus propios espaciosinventados como lugares para la protesta y la accin comunitaria no solici-

    tada (Miraftab, 2009). Este movimiento informal de los pobres sudafrica-nos, al margen de cualquier derecho sustancial y ms all del control delEstado, tambin ha sido caracterizado, siguiendo a Chatterjee (2002) comouna sociedad in-civil activista (Neocosmos, 2011). Es un movimiento de losdesposedos, seguido por un creciente movimiento de estudiantes negrosmilitantes que cuestionan la supuesta subordinacin de la lite poltica allegado colonial de la nacin. Se puede entender como separada de una apre-ciada sociedad civil de organizaciones de la sociedad civil (OSC) y organi-zaciones no gubernamentales (ONG) orientadas a lograr la despolitizacin dela agenda de derechos humanos y ligada mediante su incorporacin en elgobierno neoliberal.

    Sin importar que suscribamos o no la controversial definicin de preca-riado de Guy Standing (2011) como una nueva, particular y peligrosa clase,podramos estar de acuerdo con la premisa de que es en efecto peli-grosa. Pero es peligrosa en el sentido de que es una sociedad in-civil, es

    decir, flotante, pero un sujeto genuinamente poltico situado en los mr-genes de la informalidad. Es indisciplinado y no confiable y est ms all delalcance de la mentalidad gubernamental que coopta, disciplina y despolitizaa la sociedad civil autorizada. Por tanto, la creativa informalizacin des-de abajo de los pobres contiene en ella ms que un ajuste flexible y afirma-tivo a la informalizacin desde arriba corporativa. Es una semilla que pue-de desarrollarse como rebelin. Una transmutacin de facilitador de laflexplotacin a una resistencia guerrillera a la tirana de los mercados

    (Bourdieu, 1999). De tal manera concebida, la proliferacin de la sociedadin-civil sudafricana incluye una multitud de nuevos movimientos sociales ycomunitarios, entre ellos el Movimiento de los Desempleados, el Movimien-to de los Sin Tierra inspirados por los movimientos latinoamericanos depobres. La cita del presidente del Movimiento de los Desempleados ilustraesfuerzos vinculados con el mundo que podran arraigarse en un espacio

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    inventado, ms all de actos espectaculares de protesta, pero tambin indicauna visin poltica ms amplia:

    En vez de apoyarse en la vieja retrica de lemas vacos, estamos experimentandocon nuevas ideas de solidaridad. La gente est hambrienta, por eso estamos alen-tando a los hogares a que construyan jardines. Tenemos iniciativas tales comola cocina del pueblo, incluyendo panaderas. Algunas de las luchas ms largas yfuertes en el pas han invertido mucho en proyectos de construccin tales comoguarderas. Tenemos que aprender de esto. Iniciativas como stas ayudan aconstruir nuestras comunidades y ayudan a crear plataforma, nuestra tareasecundaria de infundir conciencia social y poltica y construir un movimiento

    masivo (Kota, 2014).

    La multitud rebelde sudafricana del presente cuenta tambin con orga-nizaciones y movimientos crticos originados en las comunidades de la dis-pora africana, que levantan sus voces en defensa de condiciones de vidasimples y contra la xenofobia (e.g., ADF, 2015; Willn, 2015). Sin embargo,estas voces son marginadas, argumentan Desai y Walsh (2010), a favor derecomendaciones civiles al Estado a travs de reportes inmaculados finan-

    ciados por organizaciones internacionales de derechos humanos; el mismoEstado es en muchas formas cmplice y oficialmente la denuncia juega confuego tanto al alentar como al explotar la violencia xenofbica. En tanto lasprofundas divisiones sociales en Sudfrica se dirigen hacia un punto crticoy en tanto se ha abierto un creciente mar de desconfianza entre los lderesdel CNAy el electorado, la xenofobia resulta una estratagema crucial para unbloque de poder an hegemnico en la actual competencia poltica.

    Salpicar un proyecto de transformacin econmica mal gestionado conpopulismo limitado podra reflejar el propio y preclaro inters de la lite delCNAde retener la legitimidad frente al pueblo, sealando las fronteras depertenencia (Peberdy, 2001). Para Hart (2013), se trata de una estrategia paragobernar en referencia a la teora de la hegemona de Gramsci (1971) y laoriginal perspectiva de Laclau sobre el populismo (1977) para contenerla crisis social y para cooptar, redirigir, apaciguar y explotar polticamente al

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    diverso y todava difuso precariado en la Sudfrica actual. Su trabajo explicala articulacin especfica en Sudfrica del problema general de la transicinde la lite en el postcolonialismo. Este problema fue planteado por Franz

    Fanon (1967) y consideraba que los nacionalismos postcoloniales, son almismo tiempo, crucialmente importantes y tremendamente peligrosos yremarcaba lo difcil del trabajo implicado en la desnaturalizacin del nacio-nalismo (Hart, 2013: 24). Con respecto a la Sudfrica del post-apartheid, laagenda poltica del CNAse considera como, paradjicamente, portadora deuna reproduccin peligrosa de las estructuras centrales del apartheid, a tra-vs de la re-circulacin mitolgica del imaginario de la Revolucin NacionalDemocrtica por medio de la coalicin hegemnica de raza y clase (Hart,

    2013), re-circulacin en el interior del cambiante comportamiento del orga-nicismo integral que aprecia lo endgeno (cfr.Willn, 2015).

    Una limitacin a la creatividad poltica de los espacios inventados delos pobres puede ser, y de hecho est, instrumentalizada por medio de lapoltica de el azote hace a los perros. Los activistas que se atreven a ir

    msall de los estrechos espacios de invitacin (Miraftab, 2004b) para ladeliberacin democrtica, inventan sus propios espacios no solicitadospara realizar actos de protesta contra los desahucios, privatizaciones, corrup-cin, nepotismo, desempleo y condiciones de vida y trabajo en deterioro.Estos activistas a menudo se encuentran con balas de goma, gases pimientay acusaciones criminales (e.g., UPM, 2013). Sin embargo, el uso excesivo de lafuerza no es una seal de fortaleza de la hegemona, sino de su inminentecrisis. La poltica de bienestar social es un dispositivo adecuado para elconsenso que genera hegemona y se pueden mencionar diversos ejemplosa lo largo de la historia, tales como la Ley de Pobres inglesa, la conten-

    cin de Bismark del incipiente movimiento laboral alemn, los conglomera-dos de trabajadores de lite en el socialismo realmente existente, el NewDealy el Estado de bienestar, kemalismo, peronismo y las polticas de laNacin Arcoris de apoyo social y de provisin de servicios para los pobres.Empero, su poder de integracin ha sido crecientemente reducido por laprivatizacin, mercantilizacin y financiarizacin. En esta coyuntura, eldesarrollo de ideas polticas neoconservadoras para monitorear la formacin

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    de identidad entre los ms desaventajados, ha probado ser el esquema favo-rito para re-estilizar la hegemona bajo condiciones neoliberales (OBrien yPenna, 1998), lo cual parece tener un creciente impacto da a da.

    Al igual que en otros lugares, y no menos que en los cambiantes escena-rios polticos de una Europa Completa (Holmes, 2000), la poltica de nacio-nalismo endgeno se ha convertido en la clave para el gobierno de los pobresen Sudfrica (Hart, 2013; Willn, 2015). Esta poltica expresa o configura lare-tradicionalizacin actual de Sudfrica, lo que conlleva entre otras cosasun patriarcado estilizado posmodernamente, con los viriles modales del pro-pio presidente Zuma como un modelo para las familias negras rotas entrelos pobres de la nacin (Hart, 2013). Tambin pareciera que se replicara la

    intencin del apartheid de aliarse con los jefes tradicionales, manipuladospara contrarrestar las rebeliones urbanas de aquel entonces, as como al cadavez ms fuerte sindicalismo comunitario transtnico. En esta perspectiva,una poltica tradicionalista de endogenismo puede volver bajo la forma deuna fragmentacin etnonacional balcanizante de la democracia no racial10liberal de la Nacin Arcoris, de la cual, la confrontacin entre nativos yextranjeros de las naciones fronterizas, ser solamente una faceta.

    No obstante, el CNAno es el nico que compite por los cuerpos, mentesy almas del incontrolable precariato sudafricano. En un contexto de agra-vada crisis econmica, social y poltica, le hace compaa a los nuevos ycrecientemente articulados proyectos contra-hegemnicos de la izquierda(Munusamy, 2015). El poder financiero alternativo que emerge entre losBRICSpuede considerarse como una ventaja. Constituye una opcin poten-cialmente ms independiente y se vincula con la oligarqua interna, as comocon los INDs tradicionales bajo la supervisin del Norte global, lo que aparen-

    ta ser una trayectoria cada vez ms creble.Uno de los resultados ms controversiales de la izquierda es el caris-mtico ex lder de la liga juvenil del CNA, Julios Malena, quien fund el

    partido Luchadores por la Libertad Econmica (LLE), despus de haber sido

    excluido del CNAal haber acusado pblicamente a sus lderes de complicidad

    10Como, por ejemplo, lo previsto por Marais (2001 [1998]).

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    en el caso Marikana. A favor de Malena se puede mencionar que es uno delos pocos lderes polticos y miembros del parlamento que se atrevi a visitarlas localidades de negros relacionadas con la explosin xenofbica del 2015.

    Al hablar en Alexandra, pidi a los nativos pobres, residentes en hacinamien-to, que dejaran de ser violentos con sus hermanas y hermanos negros queviajaron para quedarse en Sudfrica, desde ms all de las fronteras, que msbien se unieran con ellos para luchar contra la corrupta coalicin gobernan-te, identificada como el verdaderoprogenitor de una miseria compartida. Sinembargo, lo que resulta ms provocador es que el LLEha vuelto a incluir enla agenda poltica de la nacin cuestiones del Freedom Charter hace tiempoolvidadas, incluyendo, en particular, la nacionalizacin de las minas y una

    reforma agraria radical. Sin sorpresa alguna, esto ha llevado a los orculosdel capital corporativo a pronosticar una devastadora tormenta sobre el ar-coris. Esto hace recordar que los lderes africanos con ambiciones antiimpe-rialistas viven peligrosamente. El movimiento no resuena en los pobres ypara muchos el LLEse distingue como un germen de esperanza, una potencialrplica sudafricana de los movimientos de izquierda populista de Venezuela,Bolivia, Grecia y Espaa. Pero se mantiene en pie a pesar de la dura crticadesde todo el espectro poltico. Malena es calificado por diversos oponentespolticos como populista y demaggico, un Hitler en proceso y sus par-tidarios uniformados (con sobretodos rojos) como una rplica de las tropasde asalto SA.

    Otro movimiento sudafricano contra-hegemnico es una amplia coali-cin de fuerzas inclinadas a la izquierda que se renen alrededor del recien-temente fundado Frente Unido (FU) con su columna vertebral en los sindi-catos laborales que dejaron de estar alineados con la CSCSAy con el CNA

    despus de Marikana. ElFU

    , que al igual que elLLE

    , ha cambiado su direccinen 180 grados hacia el pasado, podra convocar ms convincentemente losrecuerdos que subsisten de las pasadas luchas por el poder popular. Con laatencin enfocada en las promesas traicionadas del Freedom Charter, ejercepresin desde la izquierda sobre el CNAy su coalicin tripartita para haceralgo respecto a la trayectoria neoliberal que se dirige hacia un callejn sinsalida. El movimiento de los pobres, la migracin y la xenofobia son sus tres

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    temas principales; desde su perspectiva, el dar significado a una concienciaque fortalece e impulsa una izquierda sudafricana revitalizada, requerirapoyarse en la renovada legitimidad de los pobres informales de la nacin

    y mantener la tendencia hacia un discurso orgnico excluyente de la na-cin. Esto tendra que ver con la necesidad de los sindicatos laborales derecuperar su propio patrimonio histrico de sindicalismo comunitario. Portanto, retomando a Kota Ayanda en nuestro epgrafe: para ingresar enun terreno de urgencia como opuesto a la poltica del Mesas, a travs deescuchar a, aprender de y recuperar alianzas con movimientos de precariza-cin y despojo de nativos y extranjeros, para conectar el problema declase y precarizacin con las cuestiones de migracin y xenofobia.

    El escenario est listo, pero no hay puntajes pre-ordenados. Brecha dijoen otro tiempo y lugar de la crisis: Las revoluciones tienen lugar en callejo-nes sin salida. El futuro pertenece a aquellos que reconocen lo posible, antesde que se vuelva obvio (Brecht, 1967: 387f, vol. V; traduccin del alemnrealizada por el autor).

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