Resumen introducción a la filosofía y antropología filosófica 2º parcial - prof. bertolacci
1. Introducción a la filosofía helenística
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La filosofía como terapia de sí: una introducción a la filosofía helenística
Bibliografía obligatoria
Hadot, Pierre, ¿Qué es la filosofía antigua?, México, FCE, 1998, cap. VII: “Las escuelas helenísticas”, pp.
105-162
y/o
Long, La filosofía helenística. Estoicos, epicúreos, estoicos, Madrid, Alianza, Capítulo 1, “Introducción”,
pp. 13-24
Bibliografía optativa
Nussbaum, Martha, La terapia del deseo. Teoría y práctica en la ética helenística, Barcelona, Paidós, 2003,
sobre todo “Introducción”, pp. 21-32 y capítulo 1: “Argumentos terapéuticos”, pp. 33-73
“Vana es la palabra del filósofo que no remedia ningún sufrimiento del hombre. Porque así como no es
útil la medicina si no suprime las enfermedades del cuerpo, así tampoco la filosofía si no suprime las
enfermedades del alma.” (Epicuro, Frag. 221)
Es característico de cada época de la historia del pensamiento filosófico plantearse la pregunta acerca del
objetivo de la actividad filosófica. En la etapa que se ha dado en llamar período helenístico, hay una
coincidencia bastante generalizada en la respuesta: el objetivo del filosofar es vivir una buena vida,
encontrando remedio para los males del alma. Este afán práctico, característico del período, no estuvo
reñido, en modo alguno con la dedicación a la teoría, pero sí implicó una postura decidida, reflejada en el
fragmento del epígrafe, acerca de los fines del ejercicio de las ciencias teóricas. En línea de continuidad
con el período clásico, se advierte también en el epígrafe de Epicuro la analogía entre la filosofía y la
medicina, presente, por citar sólo un ejemplo, en el Gorgias platónico. La filosofía implica, en estas
escuelas, entonces, un desarrollo teórico, fundado con argumentos, destinados a ser puestos en práctica
diariamente, con el objetivo terapéutico de sanar un alma diagnosticada como enferma a causa de las
opiniones falsas, los deseos desmedidos y los malos hábitos. En este sentido, el estoico griego Crisipo
coincide con Epicuro:
“No es verdad que exista un arte llamada medicina que se ocupe del cuerpo enfermo y no haya ningún
arte equivalente que se ocupe del alma enferma. Ni es verdad tampoco que esta última sea inferior a la
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primera, ni en su alcance teórico ni en su tratamiento terapéutico de los casos individuales” (SVF, III,
471).1
Y Cicerón destaca que la enfermedad es interior y que por lo tanto la cura no debe buscarse afuera:
“Hay, te lo aseguro, un arte médico para el alma. Es la filosofía, cuyo auxilio no hace falta buscar, como
en las enfermedades corporales, fuera de nosotros mismos. Hemos de empeñarnos con todos nuestros
recursos y toda nuestra energía en llegar a ser capaces de hacer de médicos de nosotros mismos.”
(Disputaciones tusculanas, 3,6)
Contexto histórico
Es común ubicar la filosofía helenística en el período que se extiende entre el 323 a.C., año de la muerte
de Alejandro Magno, y el 31 a.C., cuando Octavio vence a Marco Antonio en la batalla de Accio, lo cual
daría lugar al período romano, hasta el cierre de las escuelas de filosofía llevada a cabo por Justiniano en
el 529 d.C. Se los suele agrupar, a menudo, en un gran período denominado “helenístico romano”,
acentuando las líneas de continuidad entre ambos períodos, en tanto las principales corrientes del
pensamiento filosófico helenístico tienen continuadores en el período romano. Muchas veces se
reconstruye la postura de una escuela a partir de los documentos romanos, que se conservaron en mayor
número. Estos están escritos por cierto en latín, lo cual indica una trasposición de los conceptos griegos.
La lengua de las escuelas helenísticas es la koiné, un dialecto griego, de base ática, pero más sencillo que
el del período clásico, y que es el griego en el que se escribió el Nuevo Testamento.
Las fechas de inicio y fin de los períodos helenístico y romano son, desde luego, simbólicas y también
didácticas. Así como era un rasgo característico del período clásico el rol central de la pólis, que daba el
marco y el horizonte de sentido de gran parte de los filósofos que pensaron y desarrollaron su actividad
en ella, sobre todo en Atenas, el período helenístico se caracterizará por el cosmopolitismo. Los filósofos
del período se piensan a sí mismos como ciudadanos del mundo, lo cual no va reñido con que sean buenos
ciudadanos de su patria ni de que asuman tareas políticas.
No es posible reflexionar acerca de las consecuencias de la muerte de Alejandro Magno sin remontarse a
ciertos sucesos anteriores. La política de conquista de las ciudades griegas llevada a cabo por su padre
Filipo II determinó la suerte de las póleis y el comienzo del fin del período clásico. En la batalla de
Queronea, en el 338 a.C., Filipo había derrotado a una confederación de ciudades griegas comandadas por
Tebas y Atenas, y a partir de allí la historia de Grecia se confunde con la historia de la conquista macedonia.
La consecuente pérdida de autonomía minó la base fundamental de la organización de las póleis y cambió
radicalmente las prácticas y la propia concepción de lo político. Unos años antes Demóstenes había
advertido contra la amenaza macedónica en sus tres Filípicas, magistrales piezas de retórica a pesar del
escaso poder persuasivo que tuvo en la época. En la medida en que la filosofía del período clásico tenía
1 La sigla SVF corresponde a la compilación de Von Arnim Stoicorum Veterum Fragmenta (fragmentos de los estoicos
antiguos), entre 1903 y 1905 y que se toma de referencia para citar testimonios y fragmentos de los estoicos antiguos, que son
los correspondientes al período helenístico.
3
cuestiones políticas en el centro de su reflexión, es de esperar que estos acontecimientos históricos tengan
un impacto directo en el curso del desarrollo filosófico, como lo tuvo en el resto de la sociedad griega del
momento.
Un rasgo característico de este período es la difusión de la cultura y la formación de centros de estudio e
investigación fuera de Grecia, por ejemplo Alejandría en Egipto y Antioquía en Siria. Esta expansión,
comenzada por las conquistas de Alejandro, se acentúa con la fragmentación del imperio luego de su
muerte. Al hablar de esta expansión cultural no se debe dejar de lado el contacto con la cultura oriental
que será también un rasgo característico de este período y cuyo alcance no está libre de controversia.
Diógenes Laercio relata, en su Vida y opiniones de los filósofos IX, 61-63, que Pirrón de Elis, considerado
el primer filósofo escéptico, viajó con maestro Anaxarco a la India acompañando la marcha del ejército
de Alejandro (326 a.C.), y que luego de regresar de este viaje vivió una vida retirada porque escuchó a un
pensador indio que afirmaba que no podía ser maestro ya que frecuentaba las cortes reales. Hadot
(1998:110-111) desestima que se puedan sacar demasiadas conclusiones sobre las influencias del
pensamiento indio en las escuelas helenísticas, más allá de estos testimonios, y rescata más bien el
cosmopolitismo resultado de esta expansión geográfica y cultural y la experiencia de intercambio con
filosofías que no eran hijas de la pólis. Lo cierto es que el intercambio se dio y que a partir de allí pueden
haberse dado influencias mutuas que no deben ser desestimadas, sobre todo si pensamos en las pujantes
filosofías indias con las que tuvieron contacto: hinduismo, jainismo y budismo. Un testimonio citado por
el propio Hadot puede dar cuenta del impacto de este encuentro, en tanto Zenón habría afirmado:
“Prefiero ver a un solo indio quemado a fuego lento que aprender abstractamente todas las demostraciones
que se desarrollan acerca del sufrimiento.” (citado por Hadot 1998:110-111).
Se cree que Zenón se está refiriendo al suicidio por autoinmolación de Kalanos (o Calanus, 398-323 a.C.),
un sabio hindú que acompañó a Alejandro Magno de regreso de la India. Importa de este texto advertir,
además, que Zenón está retomando una línea de pensamiento fácilmente rastreable a Aristóteles, quien en
Ética Nicomaquea X, 1, por citar algún texto de ejemplo, sostiene que en cuestiones éticas las prácticas
son más persuasivas que los discursos.
Las tres grandes escuelas helenísticas
El estado fragmentario de los textos que nos han llegado del período helenístico ha llevado, entre otros
factores, a tener ciertos prejuicios acerca de la originalidad y vitalidad de los planteos filosóficos, sobre
todo comparados con las grandes figuras del período clásico. Una de las principales causas de esta
verdadera tragedia de pérdida de los textos fueron las guerras e invasiones que sacudieron a los diferentes
centros de cultura, sobre todo el saqueo que sufre Atenas por parte de Sila en el 86 a.C. o las numerosas
destrucciones parciales y, finalmente, total, de la Biblioteca de Alejandría. Lo que se ha conservado
depende, en muchos casos, de copias romanas o referencias de autores de este período, lo cual ocurre tanto
respecto de los manuscritos como también de muchas esculturas conservadas a partir de copias romanas.
No hay que olvidar, además, que las escuelas helenísticas, que continuaron en el período romano, son las
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que están vigentes al momento del advenimiento del cristianismo. En el Nuevo Testamento, en Hechos
17, se narra la predicación de San Pablo en el Areópago de Atenas, y se menciona allí que discutió con
filósofos estoicos y epicúreos, que se burlaron de sus tesis sobre la resurrección de los muertos. El
cristianismo tiene una relación tanto de enfrentamiento como de apropiación con estas escuelas.2
Hadot (1998:106) discute con aquellos que llegaron incluso a pensar en un momento de decadencia de la
civilización griega provocado por el contacto con Oriente que había sido resultado de las campañas de
Alejandro. Entre los numerosos argumentos aportados por Hadot para refutar este prejuicio histórico, se
destaca el notable desarrollo de diferentes ciencias en el período helenístico, sobre todo en el Museo de
Alejandría. Pensemos, por ejemplo, en Arquímedes, en Aristarco de Samos, quien en el siglo III a.C.
propone una teoría heliocéntrica o en Eratóstenes de Cirene, director de la biblioteca de Alejandría quien,
también en el siglo III a.C. calculó la circunferencia de la Tierra empleando una vara de madera, por
mencionar el más famoso de sus descubrimientos.
Del lado de la filosofía surgen diferentes escuelas que, a pesar de poseer ciertos rasgos comunes con
filosofías del período clásico, representan esfuerzos originales por comprender el mundo y el rol del
hombre en ese mundo que perdió los límites estrechos de la pólis y que se volvió tan fascinante como
amenazante. Estas corrientes de pensamiento tienen tanto rasgos comunes como diferenciales.
Acostumbraban dividir a la filosofía en física, ética y lógica (o dialéctica). Son, en general, materialistas,
o mejor dicho “corporeístas”, es decir sostuvieron que todo lo que existe es cuerpo, incluso el alma sería
una realidad corpórea. El afán práctico mencionado anteriormente es una de sus características principales,
en tanto todas proponen poderosos argumentos a favor de la tranquilidad del alma (ataraxía), así como un
conjunto de técnicas de sí destinadas a poner en práctica diariamente y vivir conforme a las conclusiones
obtenidas por medio de esos argumentos. Pongo el acento en la actividad argumentativa, porque si leen
por ejemplo Historia de la sexualidad de Foucault verán en el libro III un tratamiento de las escuelas
helenísticas en términos de una terapia de sí, pero sin la precisión de que esto se alcanzaba por medio de
un ejercicio de la razón (Nussbaum 2003:23).
Las principales escuelas son el epicureísmo, el estoicismo y el escepticismo. La escuela epicúrea fue
fundada por Epicuro de Samos alrededor del 306 a.C. en Atenas y fue conocida como “El Jardín” y que
estuvo vigente en esa ciudad por lo menos hasta el siglo II d.C. Un filósofo posterior muy destacado de
esta escuela será el romano Lucrecio (99-55 a.C.), autor del poema didáctico De rerum natura (“sobre la
naturaleza de las cosas”), que se conservó hasta nuestros días. La escuela epicúrea adoptó el atomismo
como su física de base, en función de las consecuencias éticas que tal mecanicismo carente de finalismo
ofrecía sobre la posibilidad de negar un plan divino en el cosmos que fuera causa de angustia en los
hombres. En cuanto a la ética sostuvo que el placer es el bien, aunque no por cierto sosteniendo un
hedonismo desenfrenado al modo de Calicles en el Gorgias, sino proponiendo un modo de vida reflexivo,
que tenga en cuenta, como enseña Sócrates en el mismo Gorgias pero, sobre todo, en el Protágoras, que
hay que tener en cuenta que hay placeres que no son tales en tanto acarrean más dolores que placeres, y
que por lo tanto el tipo de vida que obtiene el máximo de placer al que un ser humano puede aspirar es la
2 Sobre este tópico se puede consultar, en el mismo libro de Hadot citado en la bibliografía, el capítulo X: “El cristianismo
como filosofía revelada” o bien la excelente obra de Daniélou, Jean, Mensaje evangélico y cultura helenística, Madrid,
Ediciones Cristiandad, 2002.
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que aprende a disfrutar de placeres sencillos. Habían resumido sus doctrinas en el llamado “cuádruple
remedio” o tetraphármakon: “Los dioses no son de temer, la muerte no es terrible, el placer es fácil de
encontrar y el dolor fácil de soportar”. Adviertan como la analogía médica, señalada anteriormente, cobra
cuerpo en esta consideración de los preceptos como remedios para un alma que está enferma a causa de sí
misma y no por factores externos.
El estoicismo, que debe su nombre a la Stoa Poikíle o pórtico pintado donde se reunían sus adeptos,3 fue
fundado por Zenón de Citio, alrededor del año 300 a.C. Tuvo numerosos discípulos, entre los que se
destacan Cleantes, Aristón de Quíos y Dionisio de Heraclea. Cleantes sucedió a Zenón al frente de la
escuela a su muerte, en el 261 a.C. y junto con su maestro y Crisipo fueron las figuras más destacadas del
estoicismo antiguo. Pusieron el acento en la racionalidad del cosmos en su conjunto y en la racionalidad
humana como microcosmos. Tomaron de Heráclito el concepto de lógos para esa fuerza racional que todo
lo gobierna. Consideraron que toda la realidad es cuerpo y que el cosmos es un cuerpo animado, razón por
la cual fueron criticados por los cristianos posteriores que les atribuyeron una postura panteísta.
Por causa de un exceso de afán de sistematización se suele hablar también de “escuela escéptica”, aunque
no se trataba propiamente de una escuela sino de la difusión de las enseñanzas de Pirrón de Elis (360-272
a.C.) entre un conjunto de filósofos que no compartían exactamente las mismas tesis sino un cierto modo
de abordar, tanto en la teoría como en la práctica, la crítica de los dogmatismos. El mismo carácter
impropio lo tendría hablar de una escuela cínica, en tanto los cínicos siguieron el ejemplo del modo de
vida de Diógenes. Pocas veces aparecen en los manuales de filosofía helenística. De ellos lo que se
conserva básicamente son algunos testimonios y, sobre todo, anécdotas.
Estas escuelas conviven con la Academia y el Liceo fundados en el período clásico y tienen con ellas
relaciones y mutuas influencias. A modo de ejemplo, se puede citar la frase de Jenócrates, director de la
Academia luego de Espeusipo: “La razón para la invención de la filosofía es aliviar lo que causa
perturbación en la vida” (fr.4, Heinze), donde hay una clara coincidencia en cuanto a la identificación del
objetivo de la actividad filosófica.
Si bien la filosofía es ya en Platón y Aristóteles un modo de vida, este rasgo se revela mucho más
acentuado en las escuelas helenísticas. El fin de la actividad filosófica es remarcado, una y otra vez, como
la obtención de la tranquilidad del alma, susceptible de ser obtenida por una verdadera terapia diaria de sí
mismo. Se privilegian tesis y prácticas que conduzcan a esta tranquilidad del ánimo, denominada “ataraxía”
(imperturbabilidad). Para alcanzarla el individuo debe depender lo menos posible de factores externos, de
modo que uno de los valores básicos será la autarquía, no como categoría política sino ética. Por lo tanto
fueron, en general, austeros, no por condenar el lujo por sí mismo sino por las perturbaciones que se
generan al tratar de alcanzarlo o al volverse dependiente de él. Diógenes Laercio (VII, 27) transmite una
burla de la que fue objeto Zenón de Citio en una comedia de la época: “Un pan, higos, un poco de agua.
Este filosofa una nueva filosofía: enseña el hambre y encuentra discípulos”.
Según Hadot, hay coincidencias importantes entre todas las escuelas helenísticas, pues para todas ellas “la
filosofía parece ser una terapéutica de las preocupaciones, de las angustias y de la desgracia humana,
desgracia provocada por las convenciones y las obligaciones sociales, según los cínicos; por la búsqueda
de falsos placeres, de acuerdo con los epicúreos; por la persecución del placer y del interés egoísta, según
3 Se denominaba “pintado” a causa de las pinturas de Polignoto que lo decoraban.
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los estoicos, y por las falsas opiniones, de acuerdo con los escépticos.” (Hadot 1998:117). Lo que cambia,
por cierto, es la teoría y las prácticas por medio de las cuales se consigue esta liberación.
También existe un cierto cambio en los destinatarios del discurso filosófico ya que las filosofías
helenísticas fueron en general más amplias que las del período clásico, y abarcaron un círculo social más
extendido; en el caso del epicureísmo, por ejemplo, sintetizando sus enseñanzas en el tetraphármakon
mencionado anteriormente, de fácil difusión y memorización y enviando sabios a difundir la enseñanza
en diferentes lugares.
En la bibliografía recomendada encontrarán (además del capítulo de Hadot, que forma parte de un libro
que se refiere a la filosofía antigua en su conjunto) dos libros dedicados al estudio de la filosofía helenística,
el del Long, un texto ya clásico que aborda todos los aspectos de la filosofía helenística y, uno más
moderno, también muy recomendable, el de Nussbaum, que trata específicamente la cuestión de la
filosofía helenística como terapia del alma.
Más allá de la utilidad del recurso, a modo de introducción, de la bibliografía secundaria, lo más fructífero
es, sin duda, la lectura de lo que nos ha quedado de los textos helenísticos, un conjunto de filosofías para
encontrar la tranquilidad del alma en tiempos difíciles, sin desesperar ni abandonar el ejercicio de la razón.
Dra. María Elena Díaz
Jefa de trabajos prácticos
Material didáctico de circulación interna de Historia de la Filosofía Antigua, Facultad de Filosofía y Letras,
Universidad de Buenos Aires