1. Equidad y Justicia Social
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Documento preliminar para diálogo ciudadano
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Equidad y Justicia Social
¡Juntos/as por el Buen Vivir!
Junio, 2015
“El 1 % de la población disfruta de las mejores viviendas, la mejor educación,
los mejores médicos y el mejor nivel de vida, pero hay una cosa que el dinero no
puede comprar: la comprensión de que su destino está ligado a cómo vive el
otro 99 %. A lo largo de la historia esto es algo que esa minoría solo ha logrado
entender… cuando ya era demasiado tarde”
Joseph Stiglitz
Introducción
Con la aprobación de la Constitución de 2008, mediante referéndum, las y los ecuatorianos
decidimos construir una sociedad que respete la dignidad de las personas, en todas sus
dimensiones. Respeto que se edifica a partir de la decisión de cambiar las relaciones de
poder, para basarlas en la justicia económica y en el ejercicio de derechos.
En un país con tanta riqueza como el Ecuador, es inaceptable que muchas personas vivan
en condiciones de pobreza y exclusión. Una vida digna es una cuestión de derechos, no de
caridad. Todos los seres humanos deberíamos poder alimentarnos sanamente, contar con
una vivienda digna, con servicios de agua potable, saneamiento básico, un ambiente sano,
salud, arte y educación. Sin embargo, en América Latina, la región más desigual del
planeta, esos derechos tan básicos aún les son negados a millones de personas, lo cual es
absolutamente intolerable.
La pobreza, la desigualdad y la violencia no son naturales. Estas son provocadas por
estructuras y relaciones sociales, económicas y de poder injustas que permiten y naturalizan
la explotación. Para alcanzar la sociedad del Buen Vivir es necesario transformar estas
estructuras, como un imperativo moral. Como señala Paulo Freire:
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“La realidad no es así, la realidad está así.
Y está así no porque ella quiera,
ninguna realidad es dueña de sí misma;
esta realidad está así porque estando así
sirve a determinados intereses de poder.
Nuestra lucha es por cambiar esta realidad
y no acomodarnos a ella”.
La desigualdad social y la injusta distribución de la riqueza, no se resuelven con filantropía,
con préstamos o donaciones internacionales, con ayuda humanitaria o con políticas
compensatorias para los pobres, sino con cambios profundos en el sistema económico, que
necesariamente implican un cambio en las relaciones de poder.
Los esfuerzos del Estado deben estar orientados a (re)distribuir la riqueza y contribuir al
desarrollo de capacidades y oportunidades de las personas y los colectivos. Este trabajo
debe estar acompañado de una efectiva participación de la ciudadanía en el proceso
transformador de la sociedad. Es indispensable entonces no solo contar con un buen sistema
de redistribución, sino producir distribuyendo. La prioridad se debe enfocar en potenciar el
talento humano, generando una sociedad del conocimiento en la que participemos todas y
todos, democratizando el conocimiento, la ciencia y la tecnología; mejorar la distribución
del ingreso poniendo al ser humano por encima del capital, generando oportunidades y
justicia económica; y democratizar el acceso a los medios de producción para que todas y
todos participemos del proceso productivo, generando una nueva economía de trabajadores-
propietarios, con igualdad de oportunidades.
La pobreza es un problema estructural del capitalismo que se profundiza ante las disputas y
los ejercicios de poder que han construido el sistema social de valores. La pobreza es
reflejo y producto de la desigualdad, generada por relaciones de dominio, discriminación y
explotación heredadas a través de instituciones coloniales. La discriminación de clases
étnica y de género ha reproducido la exclusión de amplios sectores de nuestra población. A
lo largo de la historia, la acumulación originaría de la riqueza se ha dado a través de
prácticas de segregación, exclusión y marginación, así como de subordinación, dominación
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y explotación desde quienes han ejercido el poder político, siempre vinculado al poder
económico.
No han perdido validez los ideales de inclusión social con distribución de la renta y
redistribución de la riqueza nacional, y el cuidado de la naturaleza con sus bienes y
servicios. Debemos abandonar gradualmente la obsesión del crecimiento indiscriminado
por la redistribución de la riqueza ya acumulada, optimizando el Buen Vivir a partir de los
grupos sociales más necesitados. Por lo que resulta imperativo (re) politizar la importancia
de este principio, fundamental para enfrentar los desafíos globales de forma solidaria.
Las desigualdades sociales y económicas, la concentración histórica de activos productivos,
la desigualdad de oportunidades entre clases y generaciones, no son resultado de la
casualidad, ni de avatares dados por la naturaleza, sino consecuencia de las reglas de juego
establecidas. Es indispensable generar consciencia y forjar un lenguaje de esperanza y de
propuesta que nos lleve hacia relaciones sociales de equidad; un sentido de
corresponsabilidad sobre los intolerables niveles de desigualdad que aún padece nuestra
sociedad.
Se requiere ampliar el rol de la participación ciudadana mediante un gran diálogo nacional
que consolide y amplíe la base social necesaria para profundizar el proceso de cambio hacia
la sociedad del Buen Vivir, con equidad y justicia social.
La toma de conciencia deberá impregnarse en una cultura de indignación moral respecto a
los inadmisibles niveles de desigualdad a los que nos ha llevado el capitalismo. Es un deber
colectivo encontrar formas de producción y convivencia, en creatividad y solidaridad, para
que todas y todos los ecuatorianos podamos llevar vidas dignas y saludables. Todos los
miembros de la sociedad ecuatoriana tienen derecho a la justicia y todas las personas deben
ser solidarias, respetuosas y justas hacia las demás. Se exige un compromiso con el cambio
transformacional, en solidaridad con los grupos empobrecidos y excluidos, y movilizarnos
hacia la construcción de una nueva sociedad.
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Como insumo para los procesos de diálogo ciudadano este documento desarrolla el marco
conceptual, desde la idea movilizadora del Buen Vivir recogida en la Constitución, el Plan
Nacional para el Buen Vivir, y el Programa de Gobierno de la Revolución Ciudadana, los
conceptos de igualdad y justicia social, para después presentar un breve diagnóstico de la
desigualdad en el mundo, la región y el Ecuador.
1. Justicia e Igualdad para el Buen Vivir
La Constitución del Ecuador y el Plan Nacional para el Buen Vivir reconocen que un nuevo
pacto de convivencia no puede ignorar las injusticias históricas e intergeneracionales de
carácter estructural que caracterizan nuestra economía y nuestra sociedad. Ambos
instrumentos parten de la constatación de que Ecuador es un país igualmente pobre y
desigualmente rico, donde la discriminación actúa como factor condicionante de la injusta
distribución de riqueza, oportunidades y bienestar.
Nuestra Constitución está regida por el principio ético supremo que es el Buen Vivir.
Siguiendo a los valores planteados por esta máxima, que se fundamentan en el principio de
igualdad y no discriminación, se considera a la equidad, la igualdad, la solidaridad y la
justicia social como los preceptos rectores de la construcción de una nueva sociedad. Es
injustificable e inaceptable toda relación de desigualdad que no sea consecuencia de
acciones elegidas responsablemente.
“El principio rector de la justicia relacionado con la igualdad tiene que
materializarse (objetiva y subjetivamente) por la eliminación de las desigualdades
que producen dominación, opresión, indignidad humana, subordinación o
humillación entre personas, colectivos o territorios y –en el lado positivo– por la
creación de escenarios que fomenten una paridad que viabilice la emancipación y
la autorrealización de las personas (colectivos) y donde los principios de
solidaridad, cooperación y fraternidad (comunidad) puedan prosperar y con ello
la posibilidad de un mutuo reconocimiento (o posibilidad de reciprocidad) entre
los miembros y territorios que hacen a la comunidad política” (Ramírez R., 2008:
32).
El objetivo es el posibilitar el despliegue del Buen Vivir de todas y todos los ciudadanos,
sin excepción alguna, el cual es viable únicamente si se tiene como meta la reducción de las
desigualdades sociales, la eliminación de la discriminación y la exclusión, y la construcción
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de un espíritu cooperativo y solidario que viabilice el mutuo reconocimiento entre los
«diversos iguales».
Sin una base social de igualdad no hay sociedad posible. No se trata únicamente de la
igualdad de derechos sino del mutuo reconocimiento y percepción de todas las personas
como iguales. El logro de la igualdad y el respeto mutuo requiere de una transformación
cultural y social radical. La calidad de las nuevas maneras de ser ciudadano depende de
nuestra capacidad para concretar relaciones de solidaridad y tolerancia activa, y de
alimentar un espíritu responsable traducido en poder subjetivo.
La solidaridad también se expresa en los procesos que posibilitan compartir beneficios a
favor de quienes se encuentran en condiciones de marginalidad o exclusión, y que no
pueden por sí mismos satisfacer sus necesidades. Como valor ético, la solidaridad entraña
un proyecto de perfeccionamiento humano y surge del reconocimiento de que todos los
seres humanos estamos hechos de la misma sustancia.
Desde el ámbito de lo público, la solidaridad adquiere un sentido especial dado que
fomenta la búsqueda del bienestar colectivo, poner el bien común por encima del
individual. Entonces, la sociedad en su conjunto exige al Estado atender a las personas
desprotegidas que viven en situaciones adversas, de modo que les sean garantizadas
condiciones dignas de vida mediante la realización de sus derechos.
Igualdad y equidad son dos conceptos que han sido utilizados como sinónimos para
conquistar justicia social, activando luchas reivindicativas, sin embargo, cada uno
comprende una perspectiva diferente, pero ligadas entre sí. Hablar de igualdad hace alusión
a disfrutar de una base mínima y común de derechos para todas y todos; mientras que
hablar de equidad hace referencia a la situación específica de cada grupo humano dentro de
la sociedad, que requiere de un tratamiento particular desde la política pública. Optamos
por la equidad para ganar dignidad, y enfrentar ante todo a la injusticia económica.
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La equidad adquiere un carácter político al perseguir un objetivo redistributivo para
corregir las asimetrías existentes en el reparto de los recursos. Se convierte en energía
política en tanto traduce acción colectiva que incide en el logro del bienestar de las
personas. Particularmente, en el mejoramiento de las condiciones en que transcurre la vida
de quienes se encuentran en una situación de desventaja. Asimismo, la equidad, exige la
configuración de criterios valorativos y de reflexión para construir un proyecto de
convivencia.
Igualdad en la diversidad
No obstante, la diversidad humana hace imposible alcanzar la plenitud de la igualdad.
Somos una sociedad nacional profundamente desigual y también demasiado diversa. Pero
por más diversos que seamos, jamás tales diferencias deben operar para que alguien o
cualquier grupo social se perciba superior a otro, y ejerza dominación. Debemos trazar
estrategias de progresividad para reducir las desigualdades. Es necesario preguntarse ¿qué
desigualdades son admisibles moral y éticamente?. La rectoría de la justicia nos obliga a
eliminar esas relaciones de desigualdad que producen dominación, opresión o
subordinación. Eliminar los mecanismos culturales que impiden que dos personas, con
status sociales diferentes, tengan iguales oportunidades, o que frente a esfuerzos similares
se obtengan resultados diferentes.
Estos postulados proponen una ruptura radical con las visiones instrumentales y utilitarias
sobre el ser humano, la sociedad y sus relaciones con la naturaleza. Es indispensable
reconocer a la diversidad como parte sustancial de toda sociedad. Debemos ser capaces de
gestionar la diversidad sociocultural (étnica, lingüística, religiosa…) de manera positiva,
esto es, de forma dialógica, activamente tolerante y preventiva. Nuestra riqueza nacional se
finca en la diversidad, por lo que todos y todas estamos ante un desafío común.
Igualdad y diferencia no son dos nociones contrapuestas, por el contrario constituyen dos
dimensiones de la justicia social. Este es el sentido de la unidad en la diversidad. Igualdad
no es sinónimo de homogenización. Ni diferencia es el antónimo de desigualdad.
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Es fundamental enriquecer el dialogo intercultural y dar paso a la innovación social.
Debemos valorar los conocimientos ancestrales como sistemas de ideas, conceptos,
valores, representaciones, símbolos de las comunidades, pueblos y nacionalidades. La
igualdad se vuelve más posible desde una ampliación de las instancias de interaprendizaje.
Urge la generación de sinergias sociales y de abrir las posibilidades para intercambiar
saberes, epistemologías, cosmovisiones y prácticas culturales distintas.
Nuestra Constitución establece el Estado intercultural y plurinacional. Es fundamental
recoger las reivindicaciones más profundas e importantes de los movimientos indígenas,
afroecuatorianos y montubios del país. Para conquistar igualdad debemos enfatizar el tema
étnico cultural y discernir éticamente hacia la identificación de estrategias operativas que
permitan la incorporación del enfoque intercultural en la formulación de políticas públicas.
Sin embargo, en sociedades desiguales como la nuestra, es complejo gestionar la
interculturalidad sin romper con los procesos de dominación. El dialogo intercultural
siempre implica un ambiente de tensión, pero ya traduce el reconocimiento de la diversidad
social presente en Ecuador. Las élites pregonan una modernidad plena de individuos
autónomos, con derechos y deberes, pero generalmente desconocen la etnicidad, los
derechos colectivos, la inclusión social. Apuestan en un proyecto de modernización
excluyente. La falta de reconocimiento cultural es una violación de los derechos humanos.
El diálogo intercultural no es posible cuando unas culturas están subordinadas a otras.
La desigualdad económica está acompañada de profundos procesos de exclusión social,
discriminación y desconocimiento de todo otro cultural. Ese reconocimiento es elemento
determinante para garantizar la cohesión social entre comunidades y grupos sociales. El
tema del dialogo intercultural debe ser percibido como un concepto político y ético, que se
opone a la discriminación intolerable, pero también es técnico, en la medida en que exige
gestión social, mediación, información, planificación. Debemos desarrollar estrategias
claras de reconocimiento de la diferencia y de la diversidad que, a la larga, conduzcan a
generar cambios en las estructuras de poder.
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No existe una verdadera disyuntiva entre las políticas que promueven la igualdad en
términos (re)distributivos y aquellas que promueven el reconocimiento de las diferencias y
las particularidades culturales. La construcción de una sociedad democrática y pluralista
deberá buscar la transformación en tres planos articulados entre sí: el socio-económico
para asegurar la igualdad; el político que permita cambiar las estructuras de poder
dominante; y el sociocultural, encaminado al reconocimiento de la diferencia y a abrir las
posibilidades para un aprendizaje entre culturas (Díaz Polanco, 2005).
La plurinacionalidad es una noción que promueve la justicia económica y propaga la
igualdad. La lucha por la igualdad es a la par una lucha por el reconocimiento de la
diferencia cultural. El racismo es intolerable, afirma la hegemonía de la sociedad occidental
implantando los códigos excluyentes e insustentables de la modernidad (Dussel, 1992).
2. Justicia social y (re)distribución
El despliegue paulatino y novedoso del Buen Vivir es un proceso asociado a la
construcción de un nuevo modo de acumulación y (re)distribución que busca superar las
enormes asimetrías y la exclusión, fruto de una acumulación de la riqueza.
En el nuevo pacto social la tasa de acumulación de la economía pasa a estar sujeta a los
objetivos de la satisfacción intergeneracional de las necesidades básicas y la
(re)distribución, y no lo contrario. Es decir, el crecimiento está en función de la
reproductibilidad de la vida, la cual tiene primacía sobre la acumulación de la economía.
El desarrollismo nos obligaba a crecer cueste lo que cueste, para luego distribuir casi a
cuenta gotas. La sociedad del Buen Vivir se afirma en la solidaridad, la reciprocidad y la
cooperación; por lo que se busca “distribuir produciendo” y “producir redistribuyendo”.
En este marco, la consecución progresiva del Buen Vivir, demanda superar los patrones de
exclusión, garantizar el ejercicio de los derechos, y establecer vínculos coherentes entre la
política social y la económica, partiendo de orientaciones éticas expresadas en las cinco
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dimensiones de la justicia: socioeconómica, democrática participativa, intergeneracional e
interpersonal, transnacional, y la justicia como imparcialidad.
En una sociedad justa, todas y cada una de las personas deben gozar del mismo derecho a
acceder a los medios materiales, sociales y culturales esenciales para llevar una vida
satisfactoria. La salud, la educación y el trabajo son las bases primordiales de la justicia
social; son los bienes superiores. Gracias a dichos bienes, todos los hombres y mujeres
podrán realizarse como seres humanos y reconocerse como iguales en sus relaciones
sociales. Destaca la educación, la base cognitiva para prepararnos a convivir en un futuro
que todavía no existe.
Es un deber primordial del Estado la garantía sin discriminación del efectivo goce de los
derechos, la erradicación de la pobreza y la redistribución equitativa de los recursos y la
riqueza. La pobreza y la acumulación de la riqueza limitan la cohesión social colectiva, la
capacidad de reconocerse como iguales. y entonces la posibilidad de construir un proyecto
común para todas y todos. Nacer rico o pobre pre-condiciona a vivir y morir en la misma
situación. Existen trampas de pobreza y de riqueza, ya que estas condiciones se reproducen
a sí mismas, limitando las perspectivas de movilidad social.
Por ello, el proceso de erradicación de la pobreza, es en esencia, un proceso de cambio
estructural que exige la emancipación del ser humano. La razón instrumental ha separado a
la economía de la justicia, a la productividad de la solidaridad. El hablar de economía nos
hace pensar en utilidad, propiedad privada, escasez, competencia, rendimientos, máximas
ganancias, y casi nunca en justicia distributiva, reconocimiento e igualdad de
oportunidades.
Las desigualdades y las pobrezas son todas injustas, por lo que no se puede hablar de
garantía de derechos sin hablar de justicia económica. Toda estructura económica que
procure el Buen Vivir tiene que verse dotada de ética y justicia. Es así que, la justicia
económica tiene que comprenderse como el esfuerzo distributivo dirigido a ampliar las
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opciones, las oportunidades y las capacidades. La equidad y la justicia social se logra en la
medida en que exista una real igualdad de oportunidades.
Para acceder al Buen Vivir es necesario erradicar la pobreza, hacia ello tienen que dirigirse
todos los esfuerzos institucionales y todas las dinámicas individuales y colectivas. Lograr
equidad y justicia social exige el fortalecimiento de las políticas de generación de
capacidades y oportunidades con la garantía y la protección de derechos. Los derechos no
son favores ni privilegios. El cambio de época que vive el país demanda garantizar la
igualdad en la diversidad y la erradicación progresiva de las condiciones que (re)producen
las pobrezas, ya que constituyen fenómenos multidimensionales de carencias, violencia y
desigualdad inaceptables.
Justicia social es igualdad de oportunidades, es poner al ser humano por encima del capital
y democratizar la economía. Para lograr una sociedad más justa es imperativo fortalecer
tres ejes: democratizar el conocimiento y potenciar el talento humano, mejorar la
(re)distribución del ingreso, y democratizar el acceso a medios de producción y a la riqueza
socialmente generada. En el primer eje en el Ecuador se ha dado prioridad al desarrollo
infantil integral, se ha recuperado la educación pública y universalizado la educación
básica, se ha hecho efectiva la gratuidad de la educación superior, se han otorgado más de
10.000 becas, y se fomentan nuevas universidades e institutos de investigación. El
horizonte está marcado hacia la economía social del conocimiento. En el segundo eje, se
han mejorado las condiciones laborales, se ha incrementado el salario básico hasta un
salario digno que cubre la canasta básica, se ha aumentado la cobertura de la seguridad
social incluyendo al trabajo del hogar remunerado y no-remunerado, y se ha construido un
sistema tributario progresivo. La meta al 2017 es erradicar la pobreza extrema por ingresos
y avanzar en el cambio de la matriz productiva con inclusión, para crecer distribuyendo con
responsabilidad social y ambiental. En el tercer eje, se ha mejorado el ingreso de los y las
trabajadores en comparación con el capital, se promueve el acceso a crédito, agua, tierra,
tecnología, y se tienen casos de democratización de los medios de producción (Ramada,
Clementina, etc.). El desafío está en la redistribución de la riqueza socialmente generada y
en lograr el acceso democrático a los medios de producción, es decir en lograr equidad y
justicia social.
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Corresponsabilidad y participación
Pero corresponde también impulsar una ciudadanía con responsabilidad, en cuyo ejercicio
se construyan autónomamente sus preferencias. Esta construcción requiere de espacios de
participación y deliberación, en los cuales se ventilen argumentos y en donde cada
ciudadano esté en condiciones de defender sus posturas. Por lo tanto, el reconocimiento de
formas de vida y de expresiones plurales es una condición de posibilidad para una vida
auténticamente republicana.
Es necesario el fortalecimiento de la sociedad –y no del mercado (como en el
neoliberalismo) ni del Estado (como en el denominado «socialismo real»)– como eje
orientador del desenvolvimiento de las otras instituciones sociales. Para esto es
indispensable promover la libertad y la capacidad de movilización autónoma de la
ciudadanía para realizar voluntariamente acciones cooperativas, individuales y colectivas,
de distinto tipo. Esa capacidad exige que la ciudadanía tenga un control real del uso, de la
asignación y de la distribución de los recursos tangibles e intangibles del país.
Un Estado efectivamente democrático requiere instituciones políticas y modos de
gobernanza pública que, sostenidas en una estructura de representación política pluralista y
diversa, den cabida a la participación ciudadana y a la deliberación pública en la toma de
decisiones y en el control social de la acción estatal. Sólo en la medida en que se abran los
debidos espacios de participación y diálogo a los ciudadanos, estos acrecentarán su poder
de incidencia pública, sus capacidades de auto-gobierno y de organización social autónoma,
su interés por las cuestiones públicas y podrán, entonces, constituirse en un pilar para el
cambio político que requiere el país.
La gobernanza participativa entraña la presencia de una ciudadanía activa y de fuertes
movimientos sociales que trabajen en redes abiertas con los agentes estatales, en cuestiones
locales y en temas nacionales, y la institucionalización de múltiples dispositivos
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participativos a fin de que aquellos ganen en capacidad de influencia y de control sobre las
decisiones políticas.
La democracia participativa parte del principio de la igualdad política de los ciudadanos en
la producción de las decisiones públicas que afectan la vida común, y supone el mutuo
reconocimiento entre individuos, todo lo cual es incompatible con estructuras sociales que
involucran niveles flagrantes de exclusión y desigualdad.
Las bases sociales de la democracia participativa apuntan a lograr un tipo de igualdad
sustantiva que posibilite la reciprocidad entre sus miembros. Ello permite integrar a los
diferentes actores en un proceso de diálogo, en el que intereses y objetivos en conflicto se
evalúan y jerarquizan de acuerdo a un conjunto de criterios definidos públicamente y entre
actores pares.
Colocar a la sociedad como el eje de organización de la nación significa procurar el más
alto protagonismo de individuos y organizaciones sociales en las deliberaciones colectivas
que conducen a fijar los criterios que orientan la producción, la circulación y la distribución
de la riqueza social, y en aquellos procesos que remiten a la generación de las normas,
valores y principios que rigen la vida de la comunidad política.
La participación reflexiva permite generar conciencia, activar el interés, y movilizar dando
protagonismo a los sectores más desfavorecidos, lo que además, genera efectivas
consecuencias en una (re)distribución más justa de la riqueza social.
El despliegue del poder ciudadano requiere, entonces, de un rol afirmativo y proactivo del
Estado en lo que concierne a la distribución y (re)distribución igualitaria de la riqueza
social, la transformación de las bases institucionales y de los procedimientos de gestión en
cuanto a su influencia y control democrático por parte de la sociedad y; la promoción del
pliego de derechos de participación que garantiza la Constitución.
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3. Desigualdades en Ecuador y en el mundo
La intolerable desigualdad
La acumulación es un problema estructural del capitalismo y su reflejo es el producto de la
desigualdad, generada por relaciones de dominio y explotación heredadas. La pobreza es su
resultado; y para hablar de pobreza, se necesita hablar de desigualdad y de violencia, que
son el producto de estructuras y relaciones socioeconómicas injustas que legitiman la
explotación. A lo largo de la historia, la acumulación originaria de la riqueza se ha dado a
través de prácticas de segregación, de subordinación, de dominación y de explotación. El
ejemplo más radical, que señala la organización no gubernamental Oxfam Intermón, es que
en pleno siglo XXI, el 1% más rico de la población mundial posee el 48% de la riqueza
global, mientras que el 99% restante debe repartirse el 52%. El 20% más rico posee el
94,5% de la riqueza mundial. Desde la crisis económica mundial del año 2008 se ha más
que duplicado el número de mil millonarios en el mundo, pasando de 793 a 1.645. Durante
el último año, las 85 personas más ricas del mundo incrementaron su fortuna en 14%. En
conjunto lograron beneficios de 668 millones de dólares cada día o casi medio millón de
dólares por minuto.
La cruda realidad es que el estatus económico determina las oportunidades de
futuro: las personas pobres viven menos. Se trata de un problema que afecta a
países ricos y pobres. En el Reino Unido, por ejemplo, los hombres nacidos en las
zonas más ricas del país pueden disfrutar de una vida nueve años más larga que
los hombres nacidos en zonas más deprimidas. La brecha entre ricos y pobres,
que está aumentando rápidamente en la mayoría de los países, resulta
preocupante no sólo en sí misma, sino por la forma en que interactúa con otras
desigualdades y con la discriminación, excluyendo a unas personas en mayor
medida que a otras.
[…] Además de los efectos que el aumento de la desigualdad económica tiene
sobre la reducción de la pobreza y el crecimiento, cada vez resulta más evidente
que la creciente división entre ricos y pobres está desencadenando una serie de
consecuencias sociales negativas que nos afectan a todos.
Sería difícil encontrar a alguien que no esté de acuerdo con la idea de que todo el
mundo debería contar con las mismas oportunidades de tener éxito en la vida, y
de que un niño que nazca en la pobreza no tendría que enfrentarse al mismo
destino económico que sus padres. Debería existir una igualdad de oportunidades
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que permita ascender en la escala socioeconómica; dicho de otro modo, debería
existir la posibilidad de tener movilidad social.
Sin embargo, tanto en países ricos como pobres, la elevada desigualdad ha
reducido la movilidad social. En países con una desigualdad elevada, la mayoría
de los hijos de los ricos reemplazará a sus padres en la jerarquía económica, al
igual que los hijos de los pobres ocuparán el lugar de sus padres.
En países con mayores niveles de desigualdad, es más fácil que los hijos hereden
los privilegios de sus padres, privilegios que los padres con menos recursos no
pueden permitirse.220 El ejemplo más claro es el gasto en educación. Los padres
más ricos suelen pagar a sus hijos caras escuelas privadas que les facilitan el
acceso a universidades de élite, lo que a su vez les permite tener trabajos mejor
remunerados. Esto se ve reforzado por otras ventajas, como los recursos y las
redes sociales que los padres más ricos comparten con sus hijos, y que les
facilitan aún más las oportunidades educativas y laborales. Así, los más ricos se
apropian de oportunidades que se niegan a quienes no cuentan con recursos para
pagar (Oxfam, 2014).
La desigualdad nos perjudica a todos. Wilkinson y Pikett, en su libro “Desigualdad: un
análisis de la (in)felicidad colectiva” muestran que países con mayor desigualdad sufren de
mayores problemas sanitarios y sociales. La desigualdad se relaciona con vida más cortas,
menos sanas, y menos felices, así como a mayor inseguridad. La desigualdad genera
diferencias entre las personas, limitando la capacidad de reconocerse en el otro, provocando
ansiedad, desconfianza, segregación social y violencia.
UNICEF señala además, que la desigualdad limita el crecimiento económico, ya que
excluye a muchas personas de la actividad económica y limita su capacidad de innovación,
emprendimiento y consumo. Además, genera problemas sociales y de salud que terminan
afectando a toda la sociedad, a ricos, pobreza y “clase media”. La desigualdad provoca
inestabilidad política. Y finalmente, la desigualdad económica genera desigualdad en las
oportunidades de la infancia. El desarrollo de un/a niño/a y sus oportunidades futuras
lamentablemente está condicionado por la suerte (nacer “rico” o nacer “pobre”).
Es por lo señalado, que mayor equidad y justicia social beneficia a todas y todos. Tanto es
así que las voces mundiales no se han hecho esperar. Michael Sandel de la Universidad de
Harvard señala que “la desigualdad creciente es un problema para la democracia”; el Papa
Francisco ha hecho llamados por “una mejor distribución de la riqueza”; el FMI y la OCDE
han señalado que la desigualdad limita el crecimiento económico; e incluso “millonarios
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franceses y alemanes piden pagar más impuestos”. Esto último pasa porque saben que su
bienestar depende de cómo viva el resto de la población.
La desigualdad en América Latina
El Gini de América Latina es 17 puntos superior al de países de ingresos altos. Está por
encima de todas las otras regiones en el mundo. América Latina es la región con mayor
desigualdad. Es intolerable que en una región con tantos recursos coexistan la pobreza más
extrema y la opulencia.
La desigualdad viene acompañada de la violencia. Las tasas de homicidios son
casi cuatro veces más altas en aquellos países con una desigualdad económica
extrema que en las naciones más igualitarias. América Latina (la región más
desigual y peligrosa del mundo) es un duro ejemplo de esta tendencia. En ella se
encuentran 41 de las 50 ciudades más peligrosas del mundo y allí se han
perpetrado un millón de asesinatos entre los años 2000 y 2010. Es peligroso vivir
en un país con una desigualdad elevada (Oxfam, 2014).
Desde la llegada de gobiernos progresistas a la región, la pobreza y la desigualdad se han
reducido.
En América Latina, una región donde históricamente la riqueza extrema convive
con la extrema pobreza, la desigualdad se agravó considerablemente en la década
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de 1980, cuando la condonación de la deuda fue supeditada a la adopción de un
amplio conjunto de programas de ajuste estructural, que recortaron el gasto
público hasta reducirlo a unos niveles que se convirtieron en los más bajos del
mundo, alrededor del 20% del PIB, además de recortar los derechos laborales, los
salarios reales y los servicios públicos. En el año 2000, la desigualdad había
alcanzado máximos históricos en América Latina, donde la mayoría de los países
registró un aumento de la desigualdad de ingresos respecto a las dos décadas
anteriores.
En todos los países de la zona, excepto Uruguay, la participación en los ingresos
del 10% más rico de la población se incrementó, mientras que la participación del
40% más pobre se mantuvo o se redujo, lo cual tuvo un importante impacto en el
nivel de vida e incrementó considerablemente el número de hombres y mujeres
en situación de pobreza. Se calcula que la mitad de este incremento de la pobreza
durante este período se debió a la redistribución de la riqueza en favor de los más
ricos.
Aunque América Latina sigue siendo la región más desigual del mundo, en la
mayoría de los países la desigualdad empezó a reducirse en la última década. Esto
se debe a un cambio coordinado de las políticas gubernamentales, que se han
alejado de las políticas favorecidas por el modelo económico del ajuste
estructural (Oxfam, 2014).
En este contexto, Ecuador es uno de los países que más ha reducido la pobreza y la
desigualdad. Es así que Ecuador es uno de los países más equitativos, pero en la región más
inequitativa del planeta. A pesar de los esfuerzos, Ecuador ocupa el puesto 132 de 160 en
inequidad.
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La desigualdad en el Ecuador
De lo señalado se desprende que no hemos logrado aún superar estructuras heredadas desde
la colonia. La pobreza y la desigualdad no son naturales. Son fruto de estructuras de poder
y explotación. La riqueza y la pobreza se transmiten intergeneracionalmente. Siglos de
explotación no se superan en ocho años. La pobreza es causada también por el racismo, la
discriminación, y eso requiere no sólo políticas públicas sino además cambios sociales
fuertes. El reconocimiento de la igualdad en la diversidad, la solidaridad, son valores
indispensables para el bien común.
Entre 2006 y 2014 se ha reducido la relación entre el ingreso del 10% más rico y el 10%
más pobre de 37,4 a 22,3 veces. Sin embargo, a diciembre de 2014, el 90% de la población
ecuatoriana cuenta con un ingreso mensual per-cápita inferior a $ 429. Cifra que está por
debajo del producto interno bruto (PIB) per-cápita ($ 523, mensuales)1. Dentro del 10%
más rico existen diferencias de ingreso de más de 55 veces (entre $ 429 y $ 25.000), sin
1 $ 6.273 anuales.
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contar que las encuestas no llegan al 1% más rico. A aquellos que ganan más de $ 15
millones al año.
La desigualdad socio-económica se refleja también en otras condiciones materiales, que a
la larga reducen la igualdad de oportunidades. El 10% más pobre por ingresos tiene menos
activos que el 10% más rico, y cuenta con menos servicios. Estas condiciones
estructuralizan la pobreza y la desigualdad; y hacen que la sociedad sea injusta.
Pero no es sólo el ingreso, sino además el acceso a medios de producción. El crédito está
concentrado. De acuerdo a datos del Censo Económico (CENEC) del año 2010, el 55% de
las microempresas requieren crédito, pero sólo acceden a él 21% de ellas. De las grandes
empresas 1 de cada 4 requiere y cubre su necesidad de financiamiento.
7% 6%
58%53%
32%
11%
25%
83%75%
57%54%
66%
93% 92%86%
0%10%20%30%40%50%60%70%80%90%
100%
Tiene vehículo Tiene internet Tiene refrigeradora Cuenta con agua por red pública
Cuenta con acceso a alcantarillado
10% más pobre Decil 5 10% más rico
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El consumo está concentrado. De acuerdo a datos de la Encuesta de Condiciones de Vida
(ECV) del año 2014, el decil 10 (10% más rico) concentra el 31,8 % del total del consumo
de la población ecuatoriana, mientras el decil 1 (10% más pobre) concentra apenas el 2,5%.
El decil 10 consume 12,6 veces más que el decil más pobre.
Las oportunidades no son iguales. De la misma fuente se obtiene que el 87,2% de las
personas en el decil 10 tiene un empleo adecuado, mientras que solo el 1,3% de la
población en el decil 1 tiene este tipo de empleo. En promedio el decil 10 tiene 8,7 años
adicionales de de escolaridad que el decil 1.
21%
28%33%
25%
55%
47%
40%
25%
0%
10%
20%
30%
40%
50%
60%
Micro Pequeña Mediana Grande
Acceso Requemiento
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Anexo - Conceptos:
Equidad
El logro del Buen Vivir demanda alcanzar la justicia social, una sociedad más justa, con
oportunidades para todas y todos. La equidad adquiere un carácter político al tener como
objetivo redistributivo, subsanar las desigualdades. Exige la configuración de valores para
construir un proyecto común de convivencia y cohesión. La equidad, entonces, se enfoca en
la justicia social que es igualdad de oportunidades.
¿Si la riqueza la producimos todas y todos por qué somos pasivos ante la inequidad?
El problema no es solo crecer, el problema es crecer con justicia, con equidad, con
adecuada redistribución de (esa) riqueza. Equidad e igualdad son “conceptos
connotativamente distintos”. La equidad remite desde la igualdad a la diferencia, la
igualdad remite a la característica común compartida.
Igualdad
La igualdad es la utopía que nos moviliza. Si la igualdad es un objetivo común, podremos
replantear la forma de relacionarnos y por tanto nuestra manera de organizarnos.
Es necesario organizar a la sociedad desde la expresión de un ethos, principios y valores
éticos que se cristalicen en las instituciones públicas y sus políticas para la generación de
condiciones que aseguran la existencia de la sociedad.
Debemos hacernos responsables y capaces de construir un relato común que nos articule: la
igualdad.
Sin una base de igualdad no hay sociedad posible porque es la condición para el mutuo
reconocimiento de todas y todos.
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Justicia social
La igualdad y el reconocimiento forjan las mínimas bases para la cohesión social, sin las
cuales no se puede hablar de justicia, de democracia, ni de sociedad.
En una sociedad justa, todas y cada una de las personas gozan del mismo acceso a los
medios materiales, sociales y culturales necesarios para llevar una vida digna. La salud, la
educación y el trabajo son las bases primordiales de la justicia social.
La consecución del Buen Vivir, demanda superar el modelo de exclusión, garantizar el
ejercicio de los derechos, y establecer vínculos coherentes e integrales entre la política
social y una política económica encaminada a fortalecer el pacto social.
Justicia económica
La economía nos remite a buscar mecanismos para cerrar brechas de desigualdad, que
viabilicen la construcción efectiva de una sociedad que reconoce su unidad en la diversidad
y promueve la cohesión social como pauta de convivencia.
Erradicar la pobreza en Ecuador supone plantearse una propuesta de política pública
innovadora, capaz de re-evolucionar la dimensión social, más allá del proteccionismo y del
bienestarismo con pretensiones de universalidad, que fortalezca el ejercicio de los derechos
no sólo desde las obligaciones del Estado, sus órganos y funcionarios, sino desde la acción
propositiva de la ciudadanía.
Democracia
De acuerdo al artículo 1 de la Constitución, “el Ecuador es un Estado constitucional de
derechos y justicia social, democrático, soberano, independiente, unitario, intercultural,
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plurinacional y laico. Se organiza en forma de república y se gobierna de manera
descentralizada”.
Una democracia sana, sólida, éticamente aceptable, exige que su pueblo viva con decencia
porque está para garantizar las identidades colectivas y para disminuir las desigualdades.
Por tanto, la democracia implica equidad, justicia, redistribución de la riqueza, del capital,
de los recursos.
Corresponsabilidad
Resta el desafío de establecer una cultura de solidaridad y cuidado social, de
corresponsabilidad donde sea posible acompañar, solidarizarnos, conversar, aprender de
todas y todos, comprometernos con y junto a los demás, comunicarnos e intercambiar
experiencias gratificantes. El sentido de responsabilidad y la calidad de la participación
ciudadana es reconocer que lo público no es únicamente el Estado, sino más sociedad.
Lo público está más allá del Estado, lo público es la sociedad. Construir un Ecuador con
equidad y justicia social requiere de un Estado que garantice de derechos, y de una sociedad
solidaria, cohesionada, activa, que priorice el bien común por encima del individual.
Solidaridad
La solidaridad se expresa al compartir beneficios a favor de quienes se encuentran en
condiciones de marginalidad o exclusión. Desde el ámbito de lo público, la solidaridad
adquiere un sentido especial dado que una de las finalidades del Estado es garantizar el
bienestar colectivo.
La economía solidaria, de productores y propietarios asegura que las injusticias, las
inequidades no se impongan y beneficien a pocos. Una base donde la economía no utilice
como recurso al ser humano sino que esté al servicio de éste; y, la producción como el
consumo nos permita no solo crecer, sino desarrollarnos con solidaridad.
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(Re)distribución
El principal efecto de la política redistributiva es la reducción sostenida de la pobreza en
función de una tasa adecuada de crecimiento económico y de una distribución equitativa de
los ingresos. La redistribución tiene un impacto más rápido en la reducción de la pobreza
que el crecimiento, pero el crecimiento económico es necesario para sostener el proceso a
lo largo del tiempo2.
El Estado por un lado, regula la distribución primaria del ingreso: el equilibrio entre el
trabajo y el capital; y por otro, desmercantiliza bienes y servicios vinculados al ejercicio de
derechos.
No basta reducir la pobreza sino redistribuir la riqueza social. La riqueza por definición es
social.
La redistribución es un objetivo legítimo de las políticas públicas para equilibrar la
tendencia del mercado a concentrar recursos.
Es necesario redistribuir, democratizar el acceso a medios de producción y a la riqueza
socialmente producida; garantizar el acceso a bienes superiores de calidad, aquellos
vinculados al ejercicio de derechos (salud, educación, agua potable, servicios de
eliminación de desechos, vivienda, etc). Pero además es necesario distribuir, mejorar la
participación de la remuneración de los y las trabajadores en comparación con el capital.
2(Ortiz, 2007, pág. 10)