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1º Edición Enero 2021

©Marliss Melton

NUNCA OLVIDES

Título original: Never forget

©2020 EDITORIAL GRUPO ROMANCE

© Editora: Teresa Cabañas

[email protected]

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, algunos lugares y situaciones son producto de la imaginación de

la autora, y cualquier parecido con personas, hechos o situaciones son pura coincidencia.

Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en las leyes, queda rigurosamente prohibida, sinautorización escrita del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier método o

procedimiento, así como su alquiler o préstamo público.

Gracias por comprar este ebook.

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Índice

DedicatoriaPrólogoCapítulo 1Capítulo 2Capítulo 3Capítulo 4Capítulo 5Capítulo 6Capítulo 7Capítulo 8Capítulo 9Capítulo 10Capítulo 11Capítulo 12Capítulo 13Capítulo 14Capítulo 15Capítulo 16EpílogoRECONOCIMIENTOSSerie CompletaNotas

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Dedicatoria

Esta historia está dedicada a la viuda de los SEAL de la Marina, o sidow, Lynn Bukowski, quiencreó un retiro muy especial llamado LZ-Grace, donde los operadores especiales encuentran apoyoespiritual, físico, mental y emocional.

«LZ» significa Zona de Aterrizaje, ya que aquí este es un lugar donde los SEAL puedenaterrizar después de duras operaciones, que alteran la adrenalina y son aterradoras. En LZ-Gracepueden relajarse en un ambiente boscoso, al lado de un arroyo. Disfrutan de la meditación, elmasaje, el arte y la terapia musical, y de hablar de sus experiencias con aquellos que también lashan vivido. Por todo lo que hacen por nosotros y por el mundo libre, los SEALs de la Marinamerecen este lugar especial. Gracias, Lynn, y gracias a quienes puedan contribuir a estamaravillosa organización sin ánimo de lucro. Visite http://www.LZ-Grace.com para másinformación.

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Prólogo

—¡Que hable, que hable! —gritaron los SEALs sentados hombro con hombro en las filas deasientos frente a la plataforma elevada. Un cálido sol de junio brillaba a través de las ventanas,proyectando formas geométricas de luces y sombras en sus uniformes de combate. Rusty Kuzinskymiró a la audiencia con sus ojos oscuros y levantó una mano para aplacar su entusiasmo.

El número de SEALs que estaban presentes le complació. Era un testimonio, o eso esperaba, dela estrecha conexión que compartía con «sus chicos», como los llamaba, aunque apenas fuesendiez años más jóvenes que él.

De pie en el podio, afirmó su impresión anterior de que todos los hombres del Equipo 12 delos SEAL, no solo los de su unidad de tareas, se habían congregado en The Galley at the Dunespara asistir a su ceremonia de jubilación. Tal vez solo querían tomarse un par de horas libres desus tareas en Operaciones Especiales. Tal vez solo querían comer tarta. Pero él prefería pensarque el motivo era que iban a echarlo de menos.

El acto había comenzado con la guardia de honor presentando las banderas. Luego, un SEALllamado Tristán Halliday, cantó el himno nacional. El comandante Montgomery, alias Monty, leyódespués las órdenes, seguidas de una carta de agradecimiento firmada por el propio Presidente.Monty le entregó a Rusty una caja expositora con las docenas de medallas y bandas de servicioque había ganado en los últimos veintiún años.

El capellán del equipo recitó a continuación un conmovedor poema sobre la banderaamericana, mientras tres jóvenes SEALs doblaban una bandera en un triángulo estrecho yordenado que luego le entregaron. Por fin, llegó el momento de los discursos. Monty podríahaberle ofrecido un homenaje decente. Pero Rusty tenía la reputación de saber inspirar a suschicos, y estos querían unas últimas palabras de sabiduría de su parte.

Así que metió la mano en el bolsillo interior de su uniforme blanco y sacó varias hojas depapel dobladas.

—En realidad escribí cuatro discursos diferentes —admitió.Las risas de los SEALs se elevaron hasta el techo del restaurante junto al mar. Ya esperaban

aquello.Kuzinsky alisó las páginas en el podio mientras deliberaba sobre cuál elegir.—Léalas todas, Jefe Maestre —dijo una voz, reconocible por su acento de Montana.Rusty echó una mirada de advertencia a Bronco y luego se fijó en la mujer rubia sentada a su

lado, que no era Rebecca, con quien Bronco se casaría el mes que viene, sino la investigadoraespecial del NCIS, Maya Schultz.

Cuando sus ojos se encontraron, él se quedó con la mente en blanco.No veía a Maya desde el otoño pasado, después de firmar el papeleo que declaraba a Bronco

muerto. Todo había sido parte de una elaborada estratagema por parte del NCIS, para probar queel líder de la unidad de tareas de Rusty trabajaba para la mafia.

Con solo un vistazo a la mirada picante de Maya, Rusty se dio cuenta de que había estadoesperando todos estos meses para volver a verla.

A través de las lentes de sus gafas de montura de plástico, las pupilas aguamarina de Mayaparecían bucear en lo más profundo de su alma, incluso desde tan lejos. ¿Por qué ella se habría

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tomado el tiempo de interrumpir su trabajo, a menos que sintiera lo mismo que él?Pero entonces, Rusty recordó a su difunto marido, que había muerto por su culpa, y su

optimismo se esfumó.Ian Schultz, un fornido comandante de la Marina, había caído en Gilman's Ridge, en una

fatídica batalla que se había cobrado la vida de treinta y dos militares, todos menos Rusty, dehecho. Había corrido el comentario jocoso de que este se salvó por ser un blanco demasiadopequeño, aunque nada relacionado con aquel día fuera motivo de risa.

Apartó su mirada de la de Maya, se enderezó sobre su metro sesenta y siete centímetros deestatura, y se centró en sus discursos. El gesto expectante de Maya Schultz le hizo dejar todas laspáginas a un lado.

—¿Saben? Nunca pensé que llegaría este día —admitió.Miró hacia arriba y tomó una foto mental de los rostros que lo observaban. Una ola de afecto lo

invadió, apretando sus cuerdas vocales.—Soy un SEAL desde que tenía diecinueve años. Eso significa veintiún años de saltos de

HALO, de incendios y de ejecutar misiones. Han sido siete viajes, cinco a Afganistán y dos aVenezuela. Según los números, no debería haber llegado tan lejos. Pero lo hice, y ha sido gracias aquienes perdieron sus vidas luchando a mi lado.

Levantó la cabeza y rastreó la periferia de la habitación, donde los fantasmas que lo perseguíandía y noche parecían esconderse. Sus nudillos se remarcaron sobre los bordes del podio mientrasintentaba aferrarse a la realidad.

Volvió a sus notas y miró los nombres que había escrito el día anterior.—Por favor, pónganse de pie mientras reconozco a los hombres que han hecho posible este día.Con un crujido de sus uniformes y el roce de las botas en el suelo de baldosas, todos se

levantaron con respeto. Por el rabillo del ojo, Rusty perdió de vista a Maya Schultz, cuya diminutasilueta desapareció detrás de los anchos hombros de los SEAL de la fila delantera.

Rusty leyó los nombres de uno en uno para conmemorar a los soldados caídos con los quehabía servido. Cuando llegó al nombre de Ian Schultz, le dio un énfasis especial. «Siento no haberpodido salvarlo», pensó para sí.

Antes de leer su apellido, miró hacia arriba y advirtió que sus hombres tenían los ojosnublados.

—A todos estos caídos, a mis sabios líderes, y a vosotros, mis chicos, os doy mi más sinceroagradecimiento.

Los SEAL tardaron un segundo en quitarse el sombrío velo que los cubría, hasta que un aplausomoderado surgió de sus manos.

—Gracias por venir —añadió—. Ahora vamos a comer pastel.La respuesta esta vez fue unánime.—¡Hooyah, Jefe Maestre!Mientras los pasillos comenzaban a despejarse, Rusty se dispuso a guardar sus notas, a la vez

que intentaba identificar la reacción de Maya. ¿Habría apreciado que él hubiese mostrado sureconocimiento a su difunto marido? ¿Aceptaría verlo si él la llamaba?

La vista de sus rizos rubios cerca de la salida hizo que su cabeza girara con brusquedad.«Espera», estuvo a punto de gritarle.La puerta se cerró de golpe detrás de ella, y un gran vacío brotó en él, arrastrándolo a una

familiar corriente de culpa. ¿Qué esperaba, que solo porque había reconocido públicamente a sumarido merecía el perdón?

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—Bien hecho, Rusty. —El comandante del equipo 12 de los SEAL estaba a su lado con lamano extendida. Los ojos sombríos y la cara llena de cicatrices de Joe Montgomery reflejaban unasensación compartida de sufrimiento.

—Gracias, señor.—He oído que tienes planes para esa gran casa antigua que has renovado.—Sí, señor. —El Retiro Never Forget[1] se asentaba sobre treinta y tres acres de un bosque de

pinos y un pantano de agua salada. Él esperaba que ofreciera a los miembros de OperacionesEspeciales recién salidos de sus misiones en el extranjero un refugio en el que pudieranrecomponer sus corazones y mentes, antes de reintegrarse a la vida normal.

—Es encomiable lo que estás haciendo, Rusty. Me hubiera venido bien un lugar así más de unavez.

Las palabras le recordaron a Rusty que el comandante había sobrevivido a una catástrofe quese había llevado la vida de todos sus compañeros.

—A todos nos hubiera venido bien, señor. Por eso lo creé.Monty le dio una palmada en el hombro.—Ya no tienes que llamarme señor —dijo con una sonrisa torcida—. Ahora ven a cortar tu

pastel —ordenó con buen humor.

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Capítulo 1

—¡Curtis!Consciente de la frustración con que llamaba a gritos a su hijo adolescente, Maya dio marcha

atrás y volvió a la cocina para una segunda impresión. Tal vez no fuera tan malo como ella habíapensado en un principio.

Era peor.No había visto el charco pegajoso sobre el suelo de linóleo en su primera pasada. Por

supuesto, eso explicaba todos los vasos vacíos junto al fregadero y la botella vacía de té dulcesobre la encimera de la isla. Las migajas la llenaban por completo. La barra de pan, o lo quequedaba de ella, se había quedado fuera para que se estropeara. Varios cuchillos cubiertos demostaza y mayonesa estaban junto a las migas, y había una bolsa vacía de patatas fritas en la cimadel cubo de basura, ya desbordado.

A través del rápido golpeteo de su corazón, Maya distinguió varias voces juveniles que veníandel segundo piso, seguramente, responsables de la acumulación de vasos vacíos y de que el pancasi hubiese desaparecido. Curtis estaba con amigos, a pesar de la regla que ella le habíaimpuesto de no permitir visitas mientras estuviese en el trabajo. Y mucho menos sin previo aviso.

Maya se presionó la frente con la palma de la mano y respiró hondo varias veces.«Si Ian estuviera aquí…».Durante más de una década, esa letanía había sonado en su cabeza como un disco rayado.

Había pensado que la frase dejaría de ser apropiada en algún momento. Pero en lugar de estar másen paz con la muerte de Ian, a medida que Curtis crecía, también lo hacía su resentimiento por laausencia de su marido. A los catorce años, su hijo ya estaba demostrando ser más de lo que ellapodía manejar. Tener a Ian cerca lo habría hecho todo diferente.

La edad de Curtis era solo la mitad del problema. Ahora que la escuela había terminado enverano, él tenía demasiado tiempo libre y ninguna obligación. Demasiado joven para ir a trabajary demasiado mayor para ir a campamentos asequibles, se pasaba el día en casa o con los chicosdel vecindario, no con los chicos «agradables» que asistían a su escuela privada, un lujo que ellaconseguía afrontar a duras penas. Aquí estaba, a comienzos de junio y ya estaba rompiendo lasnormas.

Preparada para la batalla, arrojó sobre la encimera la bolsa de víveres que aún tenía colgadadel brazo, y subió las escaleras.

No era de extrañar que no la hubiese oído llamarlo. Los sonidos de un videojuego violentotraspasaban la puerta cerrada de Curtis. Con un suspiro, Maya giró el pomo de la puerta y laempujó silenciosamente para abrirla.

Si antes había pensado que la cocina estaba destrozada, ahora no tenía palabras para describirel desastre con que se topó. Cuatro adolescentes la miraron con aire distraído y luego volvieron aconcentrarse en el juego.

—Hola, mamá —dijo Curtis, logrando reconocerla.Maya contó hasta diez. Luego, se dirigió hacia el enorme monitor de ordenador que Curtis

había trasladado de la sala de estar a su dormitorio, se agachó y pulsó el botón de encendido.—¡¿Qué diablos?! —exclamó uno de los amigos de Curtis, demasiado alto para tener catorce

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años.Ella le dedicó al chico una mirada que había hecho que muchos militares culpables confesaran

sus crímenes, pero el muchacho apenas pestañeó.—Lo siento —anunció, y luego deseó no haber empezado con una disculpa—. Todos vosotros

vais a tener que iros ahora mismo.—¿Qué? —Curtis bajó el mando del videojuego—. ¡Mamá, no puedes hablar en serio!—Oh, hablo muy en serio. —Maya miró hacia los tres chicos a los que casi no conocía. El

grande con la boca inteligente estaba sentado en un puff como si no tuviera intención de ir aninguna parte.

Ella dio un paso hacia él.—No creo que nos hayan presentado —dijo Maya, a la vez que miraba a su hijo de frente.—Ese es Santana —murmuró Curtis.El chico, de unos dieciséis años, debía de haber aprendido algunos modales hacía mucho

tiempo, porque se puso de pie, aunque con una mueca de fastidio. Se quedó parado frente a ella,sin extenderle la mano.

—Santana —repitió Maya, mientras observaba el resentido rizo de su labio superior, lacamiseta manchada y los vaqueros holgados que colgaban de sus estrechas caderas. Ella le ofrecióentonces su mano—. Hola, soy la madre de Curtis, la señora Schultz. —Él le dio un débil apretón—. Por desgracia —continuó ella, repelida por el tacto de sus dedos pegajosos—, Curtis no tienepermiso para traer amigos mientras estoy en el trabajo. —Ella le dirigió a Santana una sonrisaforzada—. Así que ya puedes irte —concluyó en silencio.

El chico deslizó su mirada burlona por el elegante traje color crema de Maya, sus pantorrillasdesnudas y los tacones de tres pulgadas.

—Pero ya estás aquí, ¿no? —señaló.Su insolencia la dejó boquiabierta, pero solo por un segundo.—Sí, estoy aquí —dijo ella, con un tono frío—. Pero Curtis está ahora castigado, así que no

solo no puedes estar aquí, sino que tampoco podrás volver pronto.—Oh, vamos, mamá. —La protesta de Curtis se desvaneció por la mirada fulminante que le

envió su madre—. Muy bien, chicos. Tenéis que iros —les ordenó. Luego, se puso de pie, sacó asus amigos de su habitación y bajó las escaleras.

Maya le siguió a distancia, ensayando las palabras que iba a decir mientras buscaba la sensatezpor la que era famosa en su trabajo. Pero su sangre seguía hirviendo, forzándola a reconocer queestaba furiosa, no tanto con Curtis como con el destino.

¿Por qué no pudo Ian sobrevivir a ese fatídico tiroteo en Gilman's Ridge? ¿Por qué no se habíaretirado como lo había hecho hoy el Jefe Mayor Kuzinsky? ¿Y por qué no podía ella sacarse de lacabeza esa montaña de energía concentrada que era el SEAL?

En el instante en que lo vio, un sentimiento de alegría floreció en su interior antes de que loaplastara. No se había sentido así con un hombre desde... desde Ian. Y aunque este llevaba muertomás de una década, encontrar atractivo a Kuzinsky estaba mal.

A él y a su equipo los habían enviado a Gilman's Ridge a rescatar a los marines. Sin embargo,en cuarenta y ocho horas, todos los hombres y buzos habían muerto, excepto Rusty, que parecíatener un talento casi milagroso para la supervivencia.

No era justo decir que él era el responsable de la muerte de Ian, pero era más fácil culparloque admitir que alguna parte de ella, que había permanecido inactiva desde que Ian llegó a casa enun ataúd, revoloteaba como una mariposa en la presencia masculina de Rusty.

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Además de eso, ella admiraba sus disciplinados gestos de autocontrol, su inteligencia y sulealtad a sus subordinados. El hecho de que ellos lo tuvieran en tan alta estima, también decía algode él. Sin embargo, que mencionara a Ian en su ceremonia de retiro le había picado como la sal enuna vieja herida. La había hecho sentir culpable por encontrar al SEAL tan convincente.

La puerta principal se cerró de golpe y sacó a Maya de sus tortuosos pensamientos. Curtisirrumpió en la cocina y la miró fijamente, con los brazos en alto.

—Muchas gracias —gruñó mientras se apartaba el largo flequillo rubio de sus ojos—. Ahoraseguro que no van a volver porque piensan que mi madre es una perra.

Ella tomó nota de la obscenidad con una furia creciente.—No me importa lo que piensen de mí. Conoces las reglas y las desobedeces. Ahora tienes que

enfrentar las consecuencias. Estarás castigado una semana, y que no me entere de que tussupuestos amigos han estado en mi casa mientras estoy fuera.

Él se burló de su advertencia.—No sabes nada de mis amigos.—No, no lo sé. No sé cómo se llaman, quiénes son sus padres, o si son una buena influencia o

no. Y hasta que no lo sepa, no deben venir aquí. Lo que sí sé es que Santana es un problema, ytienes que alejarte de él.

—No puedes decirme quiénes deben ser mis amigos.—Ese es mi trabajo, en realidad.—Bueno, no lo creo. Deja de tratarme como si fuera un estúpido militar que ha roto las reglas y

tiene que ir a la cárcel.—No lo hago. Te estoy tratando como a un chico de catorce años que se cree mayor de lo que

es. Ahora limpia esta cocina y luego tu dormitorio mientras yo preparo la cena.Curtis tomó aire con fuerza, y su pecho adquirió por un instante las dimensiones de un adulto,

heredadas de su padre. Un rayo de alarma atravesó a Maya hasta las yemas de sus dedos. ¿Y si sehacía demasiado grande y rebelde como para que ella pudiera manejarlo?

«Si tan solo Ian siguiera aquí…».—Bien —gruñó él, aliviándola por un momento. Pero luego, Curtis se dirigió hacia la pared

más cercana y la golpeó con fuerza.Maya se quedó paralizada, sin creer que su hijo acabase de darle un puñetazo a la pared. Ella

trató de revisar sus nudillos, pero Curtis dio un tirón y se alejó mientras se frotaba la pielmagullada, silbando de forma incómoda.

—Bueno, también tendrás que arreglar eso —señaló Maya antes de darse la vuelta paradirigirse a su dormitorio a cambiarse de ropa—. Puedes guardar la comida que compré mientraslimpias —añadió por encima de su hombro.

Maya cerró la puerta, se lanzó sobre su cama, se abrazó a la almohada y miró fijamente elcuadro que colgaba junto a su cama, una acuarela de un sonriente Ian, que había encargadodespués de su muerte. Estaba decidida a mantenerlo en sus pensamientos, era una parte de su vida,sin importar lo que pasara.

Se sorprendió al advertir que se parecía un poco a Rusty Kuzinsky, que también tenía el pelocorto, aunque el suyo era de color caoba y el de Ian castaño. Ambos hombres tenían ojosmarrones, pero los de Rusty eran más oscuros, como dos estanques en la oscuridad de la noche.Parecían albergar los pensamientos más profundos.

Bronco le había dicho que, tras su retiro, Rusty había estado ocupado en establecer un lugar deretiro donde los SEALs en servicio activo podrían recuperarse después de pasar por misiones

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especialmente duras. Quería ayudarlos a exorcizar sus demonios, a curarse y reajustarse a la vidacivil antes de volver con sus familias.

A Ian le habría venido bien un lugar así. Siempre había estado nervioso e irritable las primerassemanas que seguían a un viaje al extranjero.

La compasión de Rusty solo aumentó todos los rasgos atractivos que había notado en él. Lahizo sentir superficial por guardarle rencor todos estos años. ¿Cómo podía resentirse con unhombre que consideraba el bienestar de los demás hasta el punto de convertirlo en el propósito desu vida?

Pero si ella lo perdonaba por completo, entonces este estado en el que había permanecidodormida, podría convertirse en algo como un capullo destinado a florecer y que se transformaríaen algo totalmente nuevo. El cambio sería aterrador. Era más seguro quedarse como estaba,aferrarse a la amargura y criar a su hijo rebelde lo mejor que pudiese.

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Capítulo 2

Mientras se paseaba por las habitaciones de la casa de campo de ocho dormitorios que habíarestaurado, Rusty tomaba notas de los artículos que aún requerían su atención.

En solo cinco días llegarían sus primeros huéspedes, miembros del equipo SEAL 3, con baseen Coronado. Se alojarían en el Retiro Never Forget durante dos semanas antes de volver a casa.Este lugar sería su hogar de espera, un lugar para despojarse del manto de la guerra, para calmarun sistema nervioso demasiado sensible, y para empezar a sentirse humanos de nuevo.

Rusty consideró todo lo que había logrado y se deleitó en la auto-satisfacción. Lashabitaciones, pintadas en unos masculinos tonos azules, verdes y grises, invitaban a sus ocupantesa descansar sobre los colchones nuevos, donados por empresas de Virginia Beach.

La mayoría de los muebles eran de segunda mano, pero él tenía buen ojo para ver qué estiloscasaban lo tradicional con lo contemporáneo, lo antiguo con lo retro-chic. Todas esas noches enque había bajado las persianas para ver en secreto el canal Casa y Jardín parecían haber dado susfrutos. Desde las almohadas tiradas en los atractivos sillones, hasta la ropa de cama y las obras dearte, cada habitación era un auténtico lugar de descanso.

Con su pequeña lista casi terminada, Rusty bajó la escalera delantera, contento de que suspisadas no provocasen ni el más mínimo crujido. En la planta inferior, había derribado muchas delas paredes originales para crear un espacio de concepto abierto.

Un gran salón, con un piano original de la casa, canalizaba a los invitados desde el vestíbulohacia la zona de estar y luego hacia la cocina de estilo rústico, que ocupaba un ala añadida a laparte trasera de la casa. Las puertas francesas en el lado derecho del salón conducían a un ampliosolárium con muebles de mimbre y macetas con plantas.

Las altas escaleras dividían la casa, dejando un lugar en la parte delantera para una bibliotecacerrada, llena de estanterías rebosantes de libros sobre todos los temas. Atrás, el comedor formal,con una mesa de estilo italiano y sillas de respaldo alto, ofrecía asientos para veinte personas.

Rusty había contratado a dos cocineros diferentes para preparar las comidas diarias, aunque, adecir verdad, deseaba poder cocinar él mismo. Por supuesto, estaría demasiado ocupadoorganizando actividades para los huéspedes. Los SEALs estaban acostumbrados a tener unobjetivo constante. Estar tumbado sin hacer nada no sería suficiente. Así, Rusty almacenó unarsenal lleno de pistolas de pintura y una flota de vehículos todoterreno de segunda mano en elgranero junto a la casa, todo ello donado por los patriotas dueños de diversas tiendas que habíanrespondido a sus llamamientos.

Tenía equipo de buceo para quien quisiera nadar por el arroyo hasta el canal, un juego decornhole[2], una red fija de voleibol en la parte de atrás, y planes para construir una pista deobstáculos.

Sus vecinos, la familia Digges, tenían un establo lleno de caballos y ofrecían paseos por elsendero a precios reducidos, si los invitados de Rusty mostraban algún interés. Los caminos delbosque eran ideales para dar largas caminatas y disfrutar del aire fresco, además de ser un buenlugar para practicar juegos de guerra. Y el arroyo ofrecía amplias oportunidades para pescarbagres o atrapar cangrejos.

Además de los cocineros que venían a diario, Rusty se había asociado con artistas locales,

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músicos, escritores, consejeros y expertos en bienestar, para que visitaran a los hombres y losilustrasen sobre las diferentes formas de hacer frente a los horrores grabados en sus mentes, yafuese por su más reciente misión o por la suma de su experiencia militar.

«Estoy casi listo», se aseguró a sí mismo. Todo lo que necesitaba eran los últimos retoques quehabía anotado en su bloc.

Fue hacia el piano y tocó las teclas recién afinadas mientras observaba la planta inferior conojo crítico. «Ah, sí. La puerta del tocador», recordó. Aún necesitaba una mano de pintura de colormetal blanco con un diseño en relieve, para que coincidiera con el que adornaba las paredesbeige.

El sonido de un vehículo que subía por el camino de tierra lo hizo girar hacia la ventana, enanticipación de una fuerza hostil. Por supuesto, no había ningún enemigo. Pero más allá delporche, provisto de un surtido de coloridas mecedoras, un todoterreno negro del gobiernolevantaba el polvo en su prisa por llegar a su casa.

Detrás del cristal tintado, divisó un rostro joven y desconocido. El todoterreno frenó, y elconductor, vestido con uniforme, saltó del vehículo y cerró la puerta de golpe. Echó una mirada ala parte trasera del todoterreno, y se apresuró hacia la puerta principal de Rusty.

«¿De qué demonios va esto?», se preguntó.Rusty pensó en su cuchillo Gerber, escondido bajo la pernera de su pantalón, y fue al encuentro

del hombre. Años de servicio en lugares lejanos y peligrosos le hicieron ser cauteloso al abrir unapuerta, pero la mirada seria del joven desterró sus preocupaciones de inmediato.

—¿Jefe Mayor Kuzinsky?Dada la desesperación que rezumaba el recién llegado, Rusty sintió el impulso de negar su

identidad.—Estoy retirado —le respondió, mirando los parches en la chaqueta militar del hombre. Por lo

visto, era un sargento de la marina apellidado Mata.El retiro de Rusty fue una notoria novedad para el soldado.—Oh, felicidades —dijo este.—¿En qué puedo ayudarle? —preguntó Rusty.El sargento Mata hizo un gesto hacia su vehículo y ahí fue cuando Rusty lo escuchó: el

inconfundible ladrido de un perro de raza malinois belga, persistente como una alarma.—Le he traído el perro de servicio que pidió.El cerebro de Rusty sufrió un cortocircuito por segunda vez en dos días.—No he pedido ningún perro de servicio. —Dio un paso atrás, tentado de cerrar la puerta en la

cara del hombre.El sargento Mata frunció el ceño y consultó unos papeles.—Lo ha hecho —insistió—. En 2012 presentó una solicitud en Lackland para quedarse con

Draco cuando este se retirase del servicio.—¿Draco? —Con la sensación de que le habían dado una patada en el estómago, Rusty miró el

todoterreno negro—. ¿Ese de ahí es Draco?—Sí, Jefe Maestre, quiero decir, señor. Ahora tiene nueve años, demasiado viejo para otra

misión. Mis órdenes dicen que usted firmó para adoptarlo si algo le pasaba a su controlador.—Nichols —suspiró Rusty—. ¿Qué le ha pasado?Mata sacudió la cabeza.—Fue asesinado hace dos semanas. Los explosivos estaban enterrados a gran profundidad en la

carretera, y Draco no captó el olor.

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El rostro joven y la sonrisa de Nichols recorrieron la mente de Rusty, y los recuerdosinvadieron su corazón y lo atravesaron.

—No fue culpa del perro —dijo el soldado en su defensa—. Debería haberse retirado haceaños. Era muy bueno en lo que hacía.

Rusty tuvo que aclararse la garganta para encontrar su voz.—¿Qué hay de Draco? ¿Fue herido?—Quedó atrapado al borde de la explosión. Le causó una conmoción cerebral, pero ahora está

bien, como puede oír.Lo que Rusty escuchó fueron sesenta libras de frustración. No necesitaba un perro en este

momento. Pero la expresión del sargento Mata hablaba de puro terror ante la idea de devolver aDraco a donde fuese que hubiesen salido. ¿Lackland? Además, Rusty tenía que honrar su servicio.No podía echarse atrás en esto solo porque no era el momento adecuado.

—Supongo que es mi perro, entonces —dijo al fin, no sin emoción—. Adelante, tráigalo.El alivio que iluminó la cara del sargento le aseguró a Rusty que había hecho lo correcto. Salió

a la terraza y vio cómo el marine volvía al todoterreno y abría el portón trasero. El perro estabadentro de un transportín. Mata introdujo la mano para abrir la caja, y un tornado saltó fuera de lamonovolumen, voló sobre el hombro del soldado y luego aterrizó en la entrada, donde despegócomo un tiro hacia la línea de árboles.

—¡Draco! —gritó Mata, mientras sostenía una correa vacía en sus manos.—¡Ho, muchacho! —exclamó Rusty.Habían pasado cuatro años desde que él había visto a Nichols trabajar con el perro, pero

recordaba claramente la forma en que el adiestrador solía llamarlo. Menos mal que Rusty podíasilbar de la misma manera.

En el instante en que su aguda y melodiosa voz sonó a través del patio, el perro gritó hastadetenerse, levantó su pierna en un arbusto, y luego trotó decidido hacia Rusty, con la miradavigilante y la lengua colgando a un lado de su boca.

Al final de la escalera, el perro se detuvo de pronto y lo miró, mientras jadeaba con fuerza.Rusty se puso en cuclillas y extendió una mano.—Hola, Draco —canturreó—. ¿Me recuerdas, amigo?Las altas y puntiagudas orejas del perro giraron en su dirección. Cerró la boca para oler el

aire. El sargento Mata se había congelado, mirando con una expresión esperanzada.Rusty observó la inteligente mirada marrón del perro, del tamaño de un pequeño pastor alemán,

y se sorprendió de cómo la guerra había envejecido al animal. Su pelaje seguía siendo negro y, lascejas, que parecían pintadas, todavía le daban un aspecto expresivo. Pero un toque de platailuminaba su oscuro hocico, y la mirada salvaje de sus ojos le recordaba a Rusty cómo se veíanlos veteranos SEAL después de salir del campo de batalla.

Demonios, había visto esa misma mirada contemplándole en el espejo del baño.Draco necesitaba este lugar tanto como el próximo operador cansado de la guerra.—Soy yo, Draco. Ven aquí —dijo, llamándolo con la orden en holandés que Nichols había

usado.Los ojos del perro se volvieron líquidos y agachó las orejas. Con la respiración acelerada,

subió los escalones para oler la mano extendida de Rusty. De repente, todo su cuerpo comenzó aagitarse. Se apoyó en sus patas traseras y posó las delanteras en los hombros de Rusty, al quederribó y dejó inmóvil en el suelo del porche, mientras le lamía la cara en un alegrereconocimiento.

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—Creo que se acuerda de usted —dijo el sargento Mata al acercarse.La necesidad de reír tensó las cuerdas vocales de Rusty. Quería luchar con el perro, mostrarle

quién era el alfa, pero no confiaba en que este no lo mordiera. Primero debía construir lazos deconfianza.

—Los —dijo, ordenando al perro que lo liberara. Luego, Rusty se desembarazó de él, agarró elcollar de Draco y se puso de pie—. Será mejor que entres —le dijo al sargento—, si quieres quefirme ese papeleo.

Rusty abrió los ojos para mirar el reloj que estaba al lado de su cama. Eran las dos de la mañana,y era la tercera vez que se despertaba, esta vez por un ruido no identificable.

Había dejado a Draco en el granero a las nueve para pasar la noche, pero el perro no seconformó con quedarse allí. Sus ladridos incesantes lo obligaron a trasladarlo casi de inmediato ala casa. Rusty lo encerró en el baño de abajo, donde los ladridos se convirtieron en aullidos.

Luego llevó al perro arriba y lo metió en su armario. Draco se quedó en silencio,aparentemente contento, y Rusty se arrastró de vuelta a la cama, se puso tapones de cera en losoídos y se durmió de nuevo.

Pero el ruido que acababa de despertarlo no era uno que él pudiera reconocer fácilmente. Sequitó un tapón de un oído y se sobresaltó al advertir que se trataba de mordisqueos. Mierda, elperro se estaba comiendo el armario para escaparse.

—¡No! —Rusty saltó de la cama y abrió la puerta del armario. Draco se encogió en un rincón,asustado. Rusty buscó a tientas el interruptor de la luz más cercano y se estremeció contra elresplandor mientras se inclinaba dentro del gran armario para evaluar los daños.

Por supuesto, el perro había hecho todo lo posible para salir de su improvisado cuarto. Partede la moldura y un gran segmento del panel de yeso yacían en el suelo del ropero. Entonces, Rustysupo que Draco estaba feliz solo por estar cerca de él.

Una visión del perro acurrucado junto a las piernas de Nichols lo asaltó. Draco estabaacostumbrado a dormir en la misma cama con su adiestrador, con la barbilla apoyada en el muslode Nichols.

Al encontrarse con la mirada vidriosa del can, Rusty se maldijo a sí mismo.—Es culpa mía, muchacho —admitió mientras extendía su mano.—Draco, ven aquí. No hay ningún problema. Me olvidé a lo que estabas acostumbrado, eso es

todo —añadió, recordando Afganistán—. No me gusta pensar en ello, en realidad.El perro olfateó su mano, desconfiado al principio, pero sensible a su tono de conversación.—Apuesto a que tampoco te gustó el arenero. O tal vez sí… Apuesto a que echas de menos a

Nichols. —El dolor se apoderó del pecho de Rusty cuando las orejas del perro giraron haciaadelante—. Todavía reconocía su nombre.

El dolor lo inundó de repente y rodó sobre una cadera para frotar el plano suave entre lasorejas de Draco. El perro se sometió, bajando la cabeza al suelo. Luego se arrastró con el codohacia adelante para poner su barbilla en la rodilla de Rusty.

Conmovido por el gesto de confianza, Rusty acarició al perro desde la cabeza hasta lascaderas. Se imaginó a Nichols en el comedor apilando tocino y salchichas sobre huevos fritos.Nichols los había salvado. Se adelantó y se interpuso con el perro para proteger a los SEALs deuna muerte segura. Rusty recordó que Nichols escribía largas cartas a su esposa, quien le enviabafotos de sus dos hijas.

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Y ahora el hombre estaba muerto y ella se había convertido en una viuda. Esas chicas estabancreciendo sin un padre. Y el mundo de Draco había implosionado.

Un dolor demasiado familiar acuchilló el corazón de Rusty. Se encontró imaginando a MayaSchultz, cuyo rostro en forma de corazón aún estaba fresco en su mente desde el otro día. Habíanpasado diez años desde la muerte de su marido, y aún no lo había superado. Se dio cuenta por laforma en que ella lo miraba, como si no pudiera creer que él lo hubiese dejado morir.

El hecho de que ella lo culpara, no de manera activa, sino de forma inconsciente, le dolía.Si ella supiera lo desesperadamente que él había luchado, al igual que todos sus hombres, para

mantenerse vivos… Si supiera cuántas veces él deseó morir en lugar de alguno de ellos, decualquiera…

La sensación de una lágrima deslizándose por su mejilla lo trajo de vuelta al presente. Miróhacia abajo y encontró a Draco dormido con el hocico sobre la rodilla de Rusty. De repente,descubrió lo que el perro necesitaba. Demonios, tal vez él también lo necesitaba. Se movió, y losojos de Draco se abrieron lentamente.

—Vamos, amigo. Vamos a la cama. —Se puso de pie y apagó la luz.Ignorando su leve aversión a la idea de tener un perro en su cama, con todo ese pelo, se deslizó

de nuevo bajo las mantas y palmeó el espacio a su lado.—Hier.El perro saltó junto a su lado, dio tres vueltas en círculo y cayó sobre el edredón.Rusty enterró sus dedos en el suave pelaje de Draco y cerró los ojos. El aliento fluía dentro y

fuera de sus pulmones como olas, rodando y retrocediendo.Prefería tener una mujer en su cama y no un perro. Y no cualquier mujer.Una visión de Maya Schultz acurrucada junto a él le envió un rayo de anhelo.¿Qué pensaría ella de compartir su cama con un hombre y un perro? Si consideraba que ella lo

hacía responsable de la muerte de su marido, la pregunta no tenía sentido. Nunca lo averiguaría.Pero podía soñar, ¿no?

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Capítulo 3

Maya estudiaba el surtido de escayolas para paredes de Home Depot, mientras se preguntaba sialguna marca era mejor que las otras. No había tenido una casa desde que vendió la de Ian, la cualhabían comprado de recién casados. Había vivido de alquiler desde entonces, así que cosas comocalentadores de agua rotos y tuberías reventadas solían ser problema de su casero, no suyo. Perocontarle al último de estos lo de la abolladura en la pared estaba fuera de discusión. La arreglaríaella misma, pintaría sobre el yeso fresco y nadie se daría cuenta. ¿Pero qué marca elegir?

«Si tan solo Ian estuviera todavía aquí».Se decidió por el bote que le resultaba más familiar, y miró detrás de ella hacia el ruidoso

jadeo. La vista de un perro a dos pies de distancia mirándola fijamente la hizo girarse sobre sustalones. Al otro extremo de la correa estaba Rusty Kuzinsky, cuya mirada oscura la golpeó comouna metanfetamina.

Oh, Dios mío. ¿Lo habría conjurado por pensar tanto en él?—Hola —le dijo él con una sonrisa que le hacía parecer diez años más joven, y tan

malditamente atractiva que lograron que las entrañas de Maya casi se derritieran.—Hola. —El corazón de ella empezó a rebotar contra su esternón. ¿Podría notarlo él?—¿Necesitas ayuda? —Rusty echó un vistazo al tubo de masilla que Maya sostenía y luego la

miró a los ojos.—Oh. Umm... —tartamudeó en respuesta—. En realidad, creo que no hace falta.El perro estiró su cuello en un intento de oler sus pantalones cortos.—Zit —dijo Rusty, y el perro se sentó de inmediato.Maya parpadeó y miró hacia arriba, mientras trataba de identificar qué idioma era ese.—¿Llenando agujeros en tus paredes? —preguntó Rusty.—Una abolladura —admitió Maya—. ¿Quién es este? —preguntó mirando al perro. Tal vez si

cambiaban de tema, su pulso dejaría de acelerarse.—Mi más reciente problema —dijo Rusty con una nota de ironía—. Hace años me ofrecí a

adoptarlo cuando se retirase del servicio.—Un perro militar —observó Maya—. Eso explica por qué se comporta tan bien.Rusty emitió una risa que a ella le hizo pensar en papel de lija.—No se comporta tan bien —le aseguró él.—¿No?—No. —Los rojos labios de Rusty se curvaron en una sonrisa que la hizo preguntarse cómo se

sentiría al besarlo.—Supongo que no —reconoció él—. Pero como cualquier soldado recién salido del campo de

batalla, todavía está muy excitado. Me pasé toda la mañana tras él, cuando tenía mejores cosasque hacer. De hecho, voy a necesitar un tubo de eso para reparar el daño que hizo anoche.

—Oh, Dios mío. —Ella se movió para que él pudiera coger uno.—¿Y qué hay de tu chico? —preguntó Rusty—. ¿Qué está haciendo este verano? —añadió

mientras se ponía a su lado.Ella identificó un aroma a limón, salvia… y a perro.—Oh, Curtis solo da vueltas por la casa —declaró Maya.

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Rusty giró la cabeza para mirarla con curiosidad al oír su tono frío.—Se acabó la escuela —aclaró ella—, y tiene catorce años, demasiado joven para trabajar y

demasiado mayor para el campamento al que asistió el año pasado. Sus amigos de la escuelaviven muy lejos, así que ha estado saliendo con algunos malos elementos de nuestro vecindario.—Se encogió de hombros—. No estoy segura de qué hacer con él.

La mirada de ónix de Rusty la sondeó. Maya se humedeció los labios y deseó habersemaquillado esa mañana.

—¿Hizo él esa abolladura de la pared?Su pregunta le secó la boca. ¿Era psíquico o algo así?—¿Con su puño? —agregó Rusty.Maya supo que no podía engañarlo después de que él viese su reacción.—Bueno, sí, pero es la primera vez que hace algo así —le aseguró.Rusty deslizó su mirada hacia abajo y a la derecha.—Apuesto a que te dices a ti misma que las cosas serían diferentes si tu marido aún estuviera

vivo.Las palabras detuvieron su corazón por un instante. Tenía que ser psíquico. ¿Cómo podía saber

eso?Mientras él la miraba de nuevo, ella consiguió cerrar la boca.—Tengo una idea —dijo Rusty. Sus labios se reafirmaron y su frente pecosa se arrugó mientras

reflexionaba sobre lo que iba a decir.Maya se dio cuenta de que ella estaba conteniendo la respiración.—¿Y si le diera un trabajo a tu hijo? —preguntó él a continuación.Ella recordó entonces la vieja casa que Rusty había renovado para convertirla en refugio de los

SEALs en servicio activo.—¿Qué tipo de trabajo? —Quizá era culpa de ella, pero su hijo tenía la misma escasa

habilidad para arreglar cosas.Él le hizo un gesto al perro, que se había levantado inquieto y luego volvió a sentarse.—Jugar con mi perro.Maya miró al animal con reserva. Entre su color oscuro y su aspecto feroz y militar, parecía

peligroso.—¿Eso no es un poco arriesgado? Los perros militares son bastante agresivos, tienen que serlo.—Cierto —concedió él. Luego, pensó por un segundo y desvió la mirada—. Pero está

acostumbrado a estar con un adiestrador veinticuatro horas al día, y el suyo fue asesinado hacepoco.

Su tono de voz le sugirió a Maya que había conocido al adiestrador.—Lo siento mucho —dijo ella mientras miraba al perro huérfano con simpatía.—Curtis podría llevar a Draco a dar largos paseos, lanzarle la pelota, y en general pasar el

rato con él mientras yo me encargo de hacer cosas como limpiar los caminos en el bosque.Una visión de Curtis pasando tiempo al aire libre espoleó la imaginación de Maya.—¿No esperas tener compañía pronto? —le preguntó.Rusty la miró.—¿Te lo ha dicho Bronco?—Me contó lo del retiro, sí. Creo que es un proyecto maravilloso. —Ella dejó que su

admiración calentara su tono.—Entonces entenderás por qué no tengo tiempo para trabajar con Draco.

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—Sí, pero mi chico solo tiene catorce años. Y nunca hemos tenido un perro —dijo Maya,aunque Curtis siempre había querido uno.

—Hagámoslo a modo de prueba —propuso él—. Puedo recoger a Curtis por la mañana antesde que vayas a trabajar. Se quedará conmigo hasta que vengas a buscarlo cuando termines tujornada.

—¿Estás seguro? —¿Estaba dispuesto a soportar a un adolescente durante horas y horas?—.Nunca has tenido hijos, ¿verdad?

Rusty dejó escapar de nuevo su risa de lija y a ella se le volvió a agitar el estómago por loatractiva que sonaba.

—He tenido sobrinos y algunos SEAL que todavía eran adolescentes, pero no. No tengo hijos.—Puede que no te des cuenta en lo que te estás metiendo —advirtió.—Esa es la razón por la que será a modo de prueba —le respondió él.Ella se quedó sin aliento, deliberando.—Está bien. —Abrió las manos y se encogió de hombros—. Vamos a intentarlo.—Estupendo —declaró Rusty, sonriéndole. Acto seguido, le dio un bolígrafo y una tarjeta que

sacó del bolsillo lateral de su pantalón—. ¿A qué hora y dónde?Ella le dio la vuelta a la tarjeta y vio una lista de la compra, cuidadosamente escrita.—¿Es demasiado temprano las ocho y media? —le preguntó.—No.Maya anotó su dirección mientras trataba de apaciguar su pulso, tembloroso ante la perspectiva

de volver a verlo el lunes por la mañana.—Si cambias de opinión después de conocerlo, no herirás mis sentimientos —le prometió,

devolviéndole la tarjeta y el bolígrafo.Él leyó su dirección y luego la miró.—¿Crees que le va a gustar la idea?—Probablemente no —admitió ella—. Pero le resultará mejor que estar castigado. —Maya le

dedicó una breve sonrisa.—Ah —dijo él. Sus pensamientos privados le hicieron entrecerrar sus ojos oscuros, y Maya

sintió curiosidad por averiguar cuáles eran—. Te veré dentro de dos días entonces —añadió Rusty—. ¿A qué hora de la tarde lo recogerás?

—Bueno, he recortado mi horario durante el verano, así que salgo a las tres.—Perfecto. Te llevará quince minutos llegar aquí desde la base aérea. —Rusty le dio una

tarjeta de visita y le señaló la dirección impresa.Su eficiencia la asombró. Había actuado igual durante la investigación de su comandante el

otoño pasado, al manejar con habilidad todo lo necesario para probar que este tenía relacionescon la mafia. No era de extrañar que hubiese subido tan alto en las filas de la Marina.

Maya leyó la remota ubicación: Muddy Creek Road, Pungo.—Menos mal que tengo GPS —dijo.—Es un camino recto por Virginia Beach Boulevard.—Lo encontraré —le prometió—. ¿Le preparo el almuerzo a Curtis?—Oh, no. Yo lo haré.—Gracias. Comerá cualquier cosa que le des —afirmó Maya.—Además le pagaré cinco dólares la hora. Ni siquiera es el salario mínimo, pero podrá

ahorrar.—Oh, no tienes por qué —protestó ella. Debería pagarle por sacar a su hijo de la casa.

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—Necesitará el incentivo —dijo Rusty con seguridad.Maya imaginó la respuesta de Curtis al nuevo acuerdo, y pensó que él probablemente tenía

razón.—Bien —aceptó él. Asintió con la cabeza y miró el tubo de masilla que tenía en su mano—.

Buena suerte con las reparaciones.—Lo mismo digo —le respondió Maya.Consciente de la tímida sonrisa de su cara, retrocedió tres pasos antes de girar y alejarse de él

con rapidez. Podía sentir cómo le quemaba la espalda mientras la recorría con su mirada, y sesorprendió a sí misma ejecutando un sutil balanceo en su paso, al mismo tiempo que se preguntabasi él pensaría que sus piernas desnudas eran bonitas.

Al final del pasillo, ella miró hacia atrás justo cuando él levantaba la cabeza. Sus ojos seencontraron de nuevo y una nueva ola de calor se precipitó en sus mejillas, haciendo que sesonrojara como una colegiala. Ella se apartó de su vista para ocultar su estado de agitación.

«¿Qué demonios he hecho?», se preguntó.La realidad sacó a Rusty de su trance cuando Maya dobló la esquina. Claramente, su cerebro se

hacía papilla en su presencia. No había otra explicación para el hecho de que se había cargadocon otra responsabilidad, como si el perro no fuera suficiente. Ahora tenía que vigilar a su hijotambién.

¿En qué estaba pensando?Claro, el chico podría lanzar la pelota y sacar a pasear al perro por el bosque. Pero había

mentido sobre que Draco no era peligroso. A cualquier perro de los SEAL de la Marina quevaliera la pena le encantaba morder. Cuanto más agresivo, más capaz era de proteger a suscompañeros. Los perros de guerra no eran el típico perro doméstico. Y no se volvían dulces ycariñosos de la noche a la mañana... especialmente el malinois belga, que había sido criadodurante siglos para ser muy nervioso, intrépido y agresivo.

Mierda. Si Rusty no se tomaba el tiempo de entrenar al perro y al niño, este iba a recibiralgunas heridas. Y entonces Maya Schultz no volvería a hablarle, y mucho menos querríaconocerlo mejor. Así que, ¿de qué le iba a servir el nuevo acuerdo?

Se frotó las sienes y recordó la vulnerabilidad que había percibido en su cara, cuando ellaadmitió que su hijo había golpeado la pared con el puño.

Sí, esa mirada de impotencia era justo lo que parecía. La peor perspectiva no era que Curtisfuera mordido por su perro en su propiedad, sino que el chico desatara su frustración sobre sumadre en su propia casa, donde ningún hombre adulto estaba allí para protegerla.

«Soy un blandengue», pensó Rusty.Draco se levantó y comenzó a caminar. Sesenta libras de determinación arrastraron a su dueño

en dirección a la salida.—Y hemos terminado de comprar —reconoció él.Al menos había conseguido lo que vino a buscar, y mucho más. ¿Toda esa responsabilidad para

qué? Solo por la improbable posibilidad de forjar una conexión con la viuda de uno de suscompañeros caídos. Se mofó de su inusual optimismo.

«Buena suerte».

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Capítulo 4

Maya entró en la habitación de su hijo y levantó la persiana para dejar pasar el brillante sol de lamañana.

—Tienes que levantarte ya, cariño. Estará aquí en veinte minutos.Curtis se puso la almohada sobre los ojos.—¿Por qué? —se quejó con una voz que comenzó con el registro de un niño y acabó en el de un

hombre.Le había hecho varias veces la misma pregunta desde que ella le informó de que el lunes

empezaría a trabajar para un SEAL retirado, ayudando a cuidar al perro militar que acababa deadoptar.

—No quiero este estúpido trabajo —añadió Curtis.Haciendo caso omiso de su protesta, ella agarró su manta y la apartó de un tirón. La longitud de

su creciente cuerpo medio desnudo hizo que se diera cuenta de lo rápido que estaba creciendo. Yaera hora de que asumiera más responsabilidades.

—Te va a encantar —le dijo—. Me has estado pidiendo un perro durante años. Esto será comotener uno y además te pagarán. Así que arriba y a por ellos. Hora de rodar —añadió, usando unade las expresiones favoritas de Ian y empleando su tono de «sin réplicas».

Ella había pensado mucho en Ian últimamente. Y también en Rusty.—Bien. —Curtis se arrastró hasta sentarse y balanceó sus pies en el suelo—. ¿Cuánto tiempo

tendré que hacer esto?—No lo sé —dijo Maya, aliviada de que al fin cooperase—. Mientras dure, supongo.—¿Todo el verano? —Curtis se metió en el baño mientras se frotaba los ojos.—No sé —repitió ella cuando él cerró la puerta.¿Qué esperaba obtener del acuerdo, además de la tranquilidad de saber que Curtis estaría

ocupado mientras ella trabajaba? Una visión de los ojos oscuros de Rusty y sus labios rojizoscurvados en una sonrisa, hizo que su pulso se acelerara. ¿Quería conocerlo mejor?

Sí. ¿Qué había pensado Ian de él?No lo sabía. Nunca había mencionado a Rusty Kuzinsky, probablemente, ni siquiera lo conocía

antes de ese fatídico día en Gilman's Ridge.Apartó el recuerdo y salió de la habitación para prepararse para ir al trabajo. Mientras se

cepillaba los dientes, notó el brillo en el reflejo de sus ojos y el aumento del color en sus mejillas.Se aplicó un toque de lápiz labial y estudió su atuendo con una sonrisa de aprobación: una faldablanca y una blusa verde lechuga que resaltaba el color verde pálido de sus ojos. Maya se ahuecólas ondas de su corto cabello rubio mientras Curtis bajaba las escaleras.

—Toma algo de desayuno, cariño —le dijo al chico—. El señor Kuzinsky me aseguró que tedará de comer, pero no querrás ir allí con hambre.

Oyó cómo su hijo se servía un tazón de cereales y fue a recoger su bolso y su cartera para elportátil, lo colocó todo junto a la puerta y miró por la ventana. Él no la haría llegar tarde altrabajo, ¿verdad?

En ese momento un coche antiguo, un Camry de color óxido, entró en el aparcamiento deenfrente de su casa. El señor Eficaz salió del vehículo con un par de gafas de triatlón, unos

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pantalones caquis y una camiseta gris que resaltaba su físico musculoso y elegante. Su pelocastaño oscuro hacía juego con el color de su coche. Puede que estuviese retirado, pero se movíacomo un hombre joven al caminar con decisión hacia su puerta. Ella la abrió antes de que élpudiera llamar.

—Buenos días —lo saludó. Dios mío, ¿era suya esa voz jadeante?Él bajó la mano que había levantado.—¿Llego tarde? —preguntó.—Por supuesto que no. ¿Alguna vez llegas tarde?Sus ojos, arrugados en las esquinas, le causaron a Maya un vértigo en el estómago.—Normalmente no —admitió Rusty.—Pasa —le pidió al SEAL. No necesitaba saber que ella había limpiado toda la casa el día

anterior, anticipándose a que él iba a verla. No había una sola mota de polvo sobre la brillantesuperficie de los muebles de su sala de estar.

—Bonito lugar —dijo él mientras observaba la diáfana planta inferior, con una cocina quellevaba a las escaleras y al dormitorio principal.

—Gracias. Es alquilado, pero lo mantiene la dirección. —Al cerrar la puerta, Maya captó elmismo olor que había advertido el sábado: limón y salvia—. Curtis está terminando su desayuno.—Asintió con la cabeza hacia la barra de desayuno donde su hijo levantó la vista de sus cerealesy dejó de masticar.

Se hizo el silencio mientras los dos hombres se evaluaban el uno al otro.Rusty rompió el hielo.—Hola, Curtis —dijo, cruzando hacia él con la mano extendida—. Me llamo Rusty. Conocí a

tu padre —añadió.Los ojos del chico se abrieron de par en par, fijos en su madre. Ah, sí. Ella había olvidado

mencionarle esa parte.—Te pareces mucho a él —añadió Rusty, soltando la mano del chico.—Es lo que todo el mundo dice. —Curtis terminó de masticar y tragó—. Aunque no le

recuerdo —añadió sin un ápice de emoción.Una nube pareció descender sobre la cabeza de Rusty. Asintió con un gesto y miró alrededor de

la cocina.Maya puso sin darse cuenta su mano en el sólido hombro y él le dirigió una mirada aguda.—Tengo que irme —dijo ella con una mueca de disculpa—. ¿Te importa cerrar cuando te

vayas?—Estoy seguro de que Curtis se encargará de eso —le respondió Rusty mirando al muchacho

—. Que tengas un buen día en el trabajo, Maya. Estaremos bien —añadió.Pero su tono traslucía una leve nota de incertidumbre. ¿Y quién podría culparlo? Él nunca había

tenido hijos, y no tenía ni idea de en qué se estaba metiendo.—Puedes llamarme, ya sabes, si tienes algún problema —se ofreció.—No. —Rusty sacudió la cabeza—. Estaremos bien —dijo con más confianza.Había leído una vez que los SEAL usaban un lenguaje positivo para ayudar a construir

resultados positivos.—¿Programación neuro-lingüística? —Ella alzó una ceja.Rusty dejó escapar una pequeña carcajada de pura diversión que hizo que a Maya se le

agolpara el aliento en la garganta.—Algo así —admitió él.

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El impulso de abrazarlo la abrumó de repente. No solo quería saber si su cuerpo era tandensamente musculoso como su hombro sugería, sino que la gratitud la mantenía estrangulada. Estearreglo seguro que apartaría a Curtis de ese tal Santana, quien influenciaba a su hijo de una formanada positiva.

Conteniéndose, se centró en Curtis.—Escucha al señor Kuzinsky y aprende de sus modales —ordenó.—Sí, señora —dijo Curtis, aunque la hosquedad de su mirada no auguraba nada bueno.—Te veré poco después de las tres —dijo Maya—. Adiós, Rusty. Gracias de nuevo.—No hay de qué.Pero ahí estaba otra vez, esa reserva en su tono que sugería que podría haber un problema. O

tal vez se lo imaginó.Maya cogió sus cosas, salió del apartamento y se dirigió a su coche, cerca del cual se cruzó

con un hombre de treinta y tantos que caminaba con su perro de raza doberman.—Buenos días —lo saludó, sonriéndole con cautela mientras el perro movía la nariz en su

dirección.—¿Cómo estás? —respondió el hombre, a la vez que deslizaba una mirada pegajosa a lo largo

de su cuerpo.Maya se puso rígida. Ella había visto antes a este hombre en algún lugar, puede que paseando a

su perro. Algo en él, quizá el sucio chándal o el grueso collar de oro alrededor de su cuello, leadvirtió que se mantuviera a distancia. No era la primera vez que consideraba mudarse a unvecindario más seguro.

Mientras él pasaba el doberman por delante de ella, Maya siguió hasta su vehículo, se instalóen el interior, encendió el motor y luego bajó las ventanillas para enfriar el caluroso habitáculo.Se estaba poniendo el cinturón de seguridad y preparándose para salir del estacionamiento,cuando vio que el hombre se detuvo a mirarla.

Dada la expresión de su cara, él también trataba de recordar de qué la conocía. Maya le dedicóuna sonrisa forzada y luego miró hacia otro lado para dar marcha atrás. Mientras salía delcomplejo de apartamentos, un vistazo a su espejo retrovisor le indicó que el hombre seguía paradoen el mismo lugar, ignorando a su perro, que tiraba de la correa.

Un escalofrío erizó el vello de los antebrazos de Maya. Incluso a través de la distancia cadavez mayor entre ellos, sintió la repentina hostilidad del hombre.

Decidió que era hora de mudarse, e imaginó una pintoresca casita en el campo, preguntándosecómo sería la granja de Rusty Kuzinsky.

—Bien, escucha —dijo Rusty, mientras él y Curtis rodeaban su casa y se dirigían hacia la casetaque había levantado en el patio el día anterior. Podía oír al perro volviéndose loco dentro de ella.Dejó de caminar, y el chico, que ya era una pulgada más alto que él, lo miró de arriba abajo.

Dado el gesto ansioso de su rostro, supo que el chico no sabía nada de perros. Pero eso podríaser bueno, razonó Rusty, porque entonces tal vez no tenía la idea preconcebida de que todos losperros eran dulces y adorables.

—Draco no es un perro normal —le explicó, aunque ya le había hecho antes un perfil de lavida anterior de Draco al hablarle de las temperaturas extremas y el duro trabajo que habíasoportado y cuántas vidas había salvado. El chico ya sabía que el perro era un héroe—. Tienesque apartarte un rato y verme interactuar con él. No te acerques hasta que te lo presente. Tiene

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algunos problemas de ansiedad, que desaparecerán con el tiempo, pero todavía está tenso,¿entiendes?

Curtis asintió con la cabeza. Rusty creyó verlo tragar saliva.No era el momento de mencionar que el perro podría morderle si no tenía cuidado. Dios, si el

chico se asustaba aún más, Draco olería su miedo y lo atacaría.—Vamos a dar la vuelta a esta esquina y tú te quedarás atrás unos veinte pies mientras lo dejo

salir de la caseta.—Está bien.A pesar de su prometedor tamaño, Curtis era obviamente un chico precavido, no del tipo

orgulloso con más pelotas que cerebro, como algunos aspirantes que se presentaban a las pruebasde los SEALs de la Marina. Pero Rusty ya había tenido su ración de jóvenes e intratables cabezasde chorlito de todos modos.

—Adelante —le dijo al muchacho.Curtis lo siguió hasta la esquina de la casa y luego se paró en seco. Rusty no podía culparlo.

Draco literalmente rebotaba en las paredes de su caseta. Decir que se estaba volviendo loco eraquedarse corto. Rusty lo había dejado encerrado demasiado tiempo. Lo habría traído en el coche,pero en una ocasión había visto a Draco comerse el reposacabezas de un Humvee.

Lo llamó por encima del hombro, levantando la voz para que se oyera sobre el estruendo.—Se calmará en un minuto.Rusty se acercó a la caseta metálica, que se sacudía con la fuerza de las embestidas de Draco,

metió la mano en un buzón que había instalado en la parte superior, y sacó una pelota de tenis. Depie sobre el perro, invocó su energía dominante mientras sostenía la pelota a su espalda.

—Draco, zit —ordenó, en el mismo tono de mando que Nichols usaba, y el perro se sentó enuna posición de descanso mientras temblaba desde su hocico hasta la punta de su cola.

—¿Quieres esto? —Rusty le enseñó la pelota.El perro se agitó ante su presa, con las fosas nasales expandidas y retraídas con cada

respiración. Sus transparentes ojos marrones se veían vidriosos y salvajes. Rusty suspiró haciaadentro. Tenía que trabajar con este perro. Involucrar al hijo de Maya podría haber sido un granerror.

Buscó la llave en su bolsillo y abrió la caseta con tranquilidad. Al sacar la llave del agujero,presionó su peso contra la puerta por si el perro se lanzaba y la abría.

—Draco, blijf —le dijo, haciendo un gesto para que el perro se quedara quieto mientras abríala puerta.

Draco no se movió ni un centímetro. Su pecho se hinchó y se contrajo como un fuelle dechimenea.

Rusty se separó poco a poco de la puerta abierta.—Blijf —repitió. El perro lo miró, cada músculo se tensó como una bobina a punto de

liberarse mientras Rusty lanzaba la pelota a través del patio, casi hasta la línea de los árboles.Él esperó varios segundos antes de pronunciar la palabra que hizo que el perro saliera de la

caja a la velocidad de la luz.—Apport. Busca.Curtis estaba boquiabierto. Un rayo de interés había reemplazado la mirada cautelosa de sus

ojos marrones.Durante los siguientes diez minutos, Rusty lanzó la pelota para que Draco la recuperase una y

otra vez, sin ningún signo de que el perro se cansara. Al final, Rusty recogió la pelota, la dejó caer

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en el buzón y dio unas palmaditas sobre su pierna.—Hier —dijo, haciendo una señal a Draco para que fuese con él mientras cruzaba de vuelta a

donde estaba Curtis.El chico se puso visiblemente rígido cuando se acercaron. El perro dividió la mirada entre los

dos humanos y midió la respuesta de Rusty a Curtis para determinar si era un amigo o enemigo.—Mírame —le pidió Rusty al chico—. No mires a Draco. Los perros se comunican con el

lenguaje corporal, y mirar fijamente significa que quieres pelear.Curtis observó a Rusty con los ojos de par en par.—Puedes mirarlo, pero no fijamente —repitió Rusty—. Extiende tu mano con la palma hacia

abajo y los dedos relajados. Deja que te huela.Curtis lanzó una mirada temerosa al perro.—No va a morderme, ¿verdad?Rusty deseó decirle que por supuesto que no, pero entonces Draco podría hacer que él quedase

como un mentiroso.—Solo sigue mis instrucciones y estarás bien —dijo, cruzando los dedos mentalmente mientras

Draco olisqueaba la mano del chico.Hasta ahora todo iba bien.—Ya puedes acariciar su cabeza.El perro se sometió a las caricias de Curtis, pero no se inclinó hacia la mano del chico como lo

hizo con Rusty.Esto no iba a ser un caso de amor a primera vista. Rusty suspiró hacia dentro y decidió

vigilarlos durante toda la mañana. Su lista de cosas por hacer tendría que esperar, sin importarque sus invitados llegaran en dos días.

Curtis y Draco tenían cuarenta y ocho horas para hacerse el uno al otro.—Le gustas —mintió Rusty. La cola en forma de escorpión de Draco indicaba lo contrario.—Me gusta su color —admitió el chico.—Es más oscuro que la mayoría de los malinois. Tienden a ser más caramelo, con solo una

máscara oscura.—Probablemente por eso se llama así —dijo el chico—. Draco es como Drácula.—Así es. —El comentario demostró que el chico era un pensador—. Entra —añadió—. Tienes

que darle el desayuno.

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Capítulo 5

Un cálido sentimiento de bienvenida envolvió a Curtis cuando siguió al SEAL hacia la entradatrasera de la casa.

—Vaya —exclamó mientras miraba alrededor de la enorme cocina.—¿Te gusta? —preguntó el SEAL retirado. Le había dicho a Curtis que lo llamara Rusty, pero

señor Kuzinsky sonaba más respetuoso. De todos modos, no iba a llegar a conocerlo lo suficientecomo para llamarlo por su nombre de pila.

—Está guay —dijo Curtis, avergonzado por su arrebato inicial.El perro cruzó directo hacia un conjunto de tazones cerca de la chimenea para beber agua.El señor Kuzinsky señaló el cubo de madera junto al segundo bol.—Guardo su comida aquí. Hay un cucharón dentro. Pon una cuchara en su tazón, pero primero

dile al perro que se siente.—Zit —dijo Curtis, imitando la voz de Rusty.Draco lo ignoró.—Di su nombre primero y acompaña la orden con este gesto. —El señor Kuzinsky levantó un

puño cerrado con una actitud autoritaria.Curtis lo copió.—Draco, zit.El perro dejó de beber y lo miró. Los pensamientos parecían desplazarse tras su aguda mirada

mientras se sentaba despacio frente al chico.—Braaf —le alabó el señor Kuzinsky—. Eso significa «bueno». Ahora adelante, pon una

cucharada en su tazón.Curtis sintió el aliento caliente del perro fluir por su antebrazo cuando se agachó para sacar la

cantidad necesaria de comida. «Por favor, no me muerdas», pensó, antes de llenar el bol ylevantarse con rapidez.

El perro se lanzó hacia el cuenco y empezó a engullir su desayuno.El señor Kuzinsky chasqueó la lengua en señal de desaprobación.Curtis escuchaba cómo Draco pulverizaba la comida entre sus poderosas mandíbulas, cuando

se le encogió el estómago al oír la voz de Rusty.—Ahora quítale el tazón.—Pero no ha terminado —replicó el chico.—Ya lo sé. Pero tenemos que enseñarle que las cosas buenas vienen de ti.Curtis miró la cabeza oscura del perro enterrada en su tazón, y tragó con dificultad.—No creo que deba hacerlo.—Inténtalo.Curtis no tenía opción a desafiar su sugerencia, hecha con suavidad. Casi sin aliento, se agachó

poco a poco y alcanzó el bol con cuidado, listo para soltarlo. Un gruñido amenazador retumbó enel pecho del perro y se revolvió hacia la mano del chico.

Para sorpresa de este, el antiguo SEAL le agarró con rapidez la parte trasera de su camiseta,dio un tirón y lo puso de pie.

—Tal vez la próxima vez —dijo Rusty, mientras se colocaba delante del perro.

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Entonces fue cuando Curtis se dio cuenta de que el animal era peligroso, y que este hombre losabía. ¿En qué demonios le había metido su madre? ¿Tantas ganas tenía de sacarlo de la casa queni siquiera se preocupaba por su seguridad?

—¿Tienes hambre? —preguntó el señor Kuzinsky, como si nada hubiera pasado—. ¿Quieresalgo de beber?

Curtis, con un nudo en la garganta, sacudió la cabeza.—Saquemos al perro a pasear. Te mostraré el lugar y Draco podrá acostumbrarse a ti.Curtis permaneció en silencio y el hombre le levantó las cejas.—¿De acuerdo? —dijo Rusty.—Sí, señor —repitió Curtis a duras penas.—Rusty —le recordó el ex-SEAL.Curtis asintió, pero su lengua se negó a articular el nombre.

Guiada por el GPS de su teléfono, Maya giró hacia el anodino buzón situado a la entrada del largocamino empedrado de Muddy Creek Road. Un grupo de robles centenarios bloqueaba la vista dela casa que se encontraba a su izquierda, aunque podía ver un brillante techo de hojalata quesugería una estructura de proporciones impresionantes. Al pasar entre los árboles, la casaapareció de pronto ante sus ojos.

Santo cielo. Aunque el término «pintoresco» afloró en su mente, la casa era demasiado grandepara esa descripción. Los detalles arquitectónicos, como el revestimiento de madera encalada yuna terraza cubierta, databan su origen de principios del siglo XX. Pero dado que la unidad deHVAC estaba medio escondida detrás de un seto de bojes jóvenes, estaba claro que había sidoreformada y actualizada.

Los robles del patio delantero daban sombra a la veranda delantera mientras que el calurososol de junio se reflejaba en el techo de hojalata de la parte trasera. Varios acres de tierra seextendían en todas direcciones para albergar un bosque de pinos y pantanos que, según su GPS,ocultaba un arroyo que fluía hacia el canal. ¡Todo era inmenso!

Vio el coche de Rusty aparcado, frenó hasta detenerse junto a él y buscó cualquier señal deCurtis y el perro al que se suponía que estaba cuidando.

Su corazón palpitó ante la expectativa de pasar unos minutos con Rusty Kuzinsky. Cuando cerróla puerta del coche tras ella, un estridente ladrido rompió el silencio tranquilo y cálido. Siguió elsonido hacia la parte trasera de la casa y se detuvo en el acto al ver al perro, que trotaba librehacia ella. Cuando sus ojos se encontraron, el animal se detuvo y arqueó el lomo, con la colaalzada sobre su espalda como un aguijón. Maya apenas se atrevió a respirar.

—Draco. —Curtis estaba a cierta distancia detrás de él sosteniendo una pelota de tenis—.Apport —lo llamó, y el perro miró hacia atrás justo cuando Curtis lanzó la pelota en la direcciónopuesta.

Draco se alejó para correr a buscarla, y Maya soltó el aliento que estaba reteniendo.En el mismo instante, Rusty salió por la puerta de atrás y el corazón de Maya siguió acelerado

por una razón por completo diferente.—Es un buen perro guardián —comentó, secando sutilmente sus palmas sudorosas en su falda

blanca.—Sí, lo es. —Rusty dejó de mirar al perro, que había alcanzado su premio al borde de los

árboles y que ya se dirigía hacia ellos—. ¿Encontraste el lugar con facilidad?

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—GPS —respondió ella—. Pensé que al menos tendrías un cartel junto al buzón. Bronco dijoque le pusiste nombre a este lugar Never Forget.

—Sí, pero el anonimato es más seguro. —Rusty posó en Maya sus ojos oscuros mientras seacercaba a ella, con demasiada rapidez para interpretarlo como un coqueteo, pero con uninequívoco brillo apreciativo en sus pupilas.

—Bien. Estoy segura de que no querréis llamar la atención. —Por el rabillo del ojo, vio alperro entregar la pelota a Curtis—. ¿Cómo ha ido? —preguntó, forzándose a ver el intercambio desu hijo con el perro, cuando todas las células de su cuerpo estaban concentradas en Rusty.

—Nada mal —respondió este, con la suficiente reserva como para alarmar a Maya.Ella lo miró fijamente.—¿Por qué? ¿Qué ha pasado?—Mira —le dijo, asintiendo con la cabeza hacia el chico y el perro.Con una palabra que Maya no reconoció, Curtis ordenó a Draco que dejara caer la pelota, pero

él se aferró a su premio. Bailó alrededor de Curtis y sacudió la cabeza como si azotara a unanimal entre sus mandíbulas para romperle el cuello.

Curtis puso sus manos en sus caderas y se puso a su altura.—Eso es todo —dijo Rusty, demostrándole a Maya lo que le había enseñado hacer a su hijo.—Los —repitió Curtis con voz firme.El perro le ignoró durante varios segundos más, luego agitó la cabeza y soltó la pelota al

mismo tiempo que la lanzaba hacia él.—Braaf —dijo Curtis, después de recogerla. En lugar de lanzarla de nuevo, se dirigió a lo que

debía de ser la caseta del perro y dejó caer la pelota en un contenedor montado en un lateral.Draco lo persiguió, soltando una ráfaga de ladridos furiosos. Curtis se encogió visiblemente,

como si esperara ser mordido.Rusty se dirigió hacia ellos.—¡Foei! —le gritó al perro, que dejó de ladrar y retrocedió al instante.Con una mirada de profundo alivio, Curtis se apresuró a caminar en dirección a Maya.—¿Nos vamos ya a casa?Ella no quería irse aún. De hecho, anhelaba entrar y ver las reformas de las que Bronco le

había hablado. Esta granja era prácticamente inhabitable cuando Rusty la compró hacía un año.—Curtis ha trabajado duro —dijo este, girándose. Un pliegue, que parecía de preocupación,

surcó su frente—. ¿Por qué no me llamas más tarde?Maya había grabado su número de la tarjeta de visita en su agenda del móvil.—De acuerdo. —Estaba claro que él quería hablar sobre el primer día de Curtis sin que él lo

oyera. Eso tenía que significar que algo malo había pasado. Sus esperanzas de un acuerdosemipermanente se desvanecieron.

—Dile adiós a Rusty —le dijo mientras Curtis se alejaba.—Adiós —dijo él sobre su hombro.Con Curtis fuera de su vista, Rusty se acercó a ella con rapidez. El corazón de Maya se

desbocó y deseó no parecer una flor marchita por el calor, con la blusa pegada a su piel sobre lafina capa de sudor que mojaba su sostén.

—Aquí está el dinero que ha ganado hoy —dijo él, a la vez que sacaba su cartera y extraíavarios billetes.

Ella echó un vistazo al pequeño fajo que él le ofreció.—Eso es demasiado dinero.

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—Le hará volver mañana.Ella dudó un instante y luego tomó el dinero.—¿Tan mal ha ido? —le preguntó.Las puntas de sus dedos se tocaron en el intercambio, afectándola como si fuera el cálido roce

de unos labios.—Irá mejor —prometió Rusty.—Te llamaré esta noche —respondió ella.—Bien.Se miraron un momento más antes de que Maya se diera la vuelta y atravesase el césped con

sus rodillas temblorosas. Se metió en el asfixiante vehículo junto a Curtis, que tenía el ceñofruncido, encendió el motor y puso el aire acondicionado.

—No voy a venir aquí mañana —insistió su hijo mientras ella daba marcha atrás.La decepción la atrapó. Ella no le respondió hasta que terminó de efectuar el giro y comenzó a

bajar por el largo camino de entrada.—¿Qué te hace decir eso? —le preguntó.—Ese perro está loco. Estuvo a punto de morderme como cuatro veces.Ella lo miró, algo alarmada al oírlo, pero con la esperanza de que Curtis estuviera exagerando.—Pero no lo hizo. No veo ninguna marca de mordedura —observó.—Solo porque el señor Kuzinsky lo impidió.—Entonces, él cuida bien de ti. —El alivio hizo a un lado su preocupación—. No dejará que te

muerdan.—No voy a volver. —Curtis giró la cabeza para mirar por la ventanilla—. Odio a ese perro.Maya le dio el dinero que guardaba entre su mano y el volante.—Aquí está tu paga —dijo con decisión.Al ver el gesto de sorpresa de su hijo cuando agarró los billetes, esperó haberlo convencido.—Guárdalos —añadió mientras Curtis se inclinaba hacia delante para poder meterlos en el

bolsillo trasero de sus pantalones—. En dos años tendrás tu carnet de conducir. ¿Qué clase devehículo te gustaría tener?

—Desde luego, no esta cosa fea —afirmó él.—Correcto. —Ella le lanzó una amplia sonrisa.Curtis permaneció en silencio el resto del trayecto hacia su vecindario. Ella solo podía asumir

que él estaba sopesando los pros y los contras de mantener su trabajo.—Al final del verano, podría ahorrar quinientos dólares —declaró el chico en voz alta.Victoria. Una cálida marea se extendió a través de Maya. Ella podría ver a Rusty de nuevo. Sin

embargo, era una pena que él tuviese que vaciar sus bolsillos solo para ayudarla. ¿Habría algoque ella pudiese hacer por él a cambio?

—Está bien, volveré —admitió Curtis de repente—. Con una condición.—¿Cuál? —¿Qué le hacía pensar que tenía la ventaja?—Si me quitas el castigo. No es justo que tenga que trabajar todo el día y luego no pueda salir

con mis amigos.Tenía razón en eso. Maya tampoco quería tenerlo pegado a sus faldas al final de su día.—¿Qué tal un compromiso? —respondió ella—. Puedes pasar el rato con tus amigos de cuatro

a siete, pero después volverás a casa.Curtis hizo un sonido de asco y puso los ojos en blanco.—Bien —dijo.

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—Pero nada de salir con Santana.—¿Por qué no? —le preguntó con gesto indignado.—Él es un problema, por eso.—Oh, vamos —protestó él.—Tiene al menos dieciséis años y es extremadamente grosero.—Está en mi curso —respondió Curtis—. ¿Eres racista o algo así?—¿Qué? —Recordó la piel morena de Santana y se dio cuenta por primera vez de que era

mestizo—. Por supuesto que no. Su raza no tiene nada que ver con esto.—Claro que no.—Vaya. ¿Sabes qué? —le preguntó Maya. De pronto, confirmó su decisión de quitarle el

castigo. ¿En serio quería que un adolescente rebelde y enfadado arruinase sus noches tranquilas?No. Intentaría otra táctica—. Confío en tu juicio, Curtis. Si Santana trata de influenciarte de algunamanera, si te ofrece drogas o te hace ver porno o algo así...

—¡Mamá! —El muchacho hizo una mueca de asco.—Entonces confiaré en ti, ¿entiendes? Te crie para que seas respetuoso con tus mayores, para

que pienses en tu futuro y te mantengas alejado de los problemas. Ahora espero que controlestodos esos frentes. Ya eres casi un adulto.

—Okaaay… —Arrastró la palabra—. ¿Podré pasar el rato con él?Ella se estremeció ante la idea.—Siempre y cuando su comportamiento no se te pegue. «Más de lo que ya lo ha hecho», pensó

en silencio.—No lo hará —prometió él, haciéndola sentir un poco esperanzada—. Gracias —añadió con

su sonrisa de niño, llena de amor por su madre.Cómo echaba ella de menos esos días sencillos.

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Capítulo 6

Curtis se alejó de la puerta principal de Santana después de llamar al timbre. Sonaba como siDraco estuviera dentro de la casa, ladrando furiosamente y arañando la puerta, pero su amigo notenía ningún perro.

Desconcertado, Curtis comprobó el número de la casa para asegurarse de que estaba en ellugar correcto. La puerta se abrió, y un doberman se coló por la abertura junto con un extraño depiel morena, que sostenía al amenazante gruñón por el collar de cuero tachonado.

Curtis apartó su mirada nerviosa del rostro iracundo del perro.—Eh…, ¿está Santana en casa?El hombre lo miró con una expresión dura.—Acaba de irse a Walmart con su madre.—Oh. —Curtis notó en el hombre un parecido familiar, y supuso que se trataba de un pariente.—¿Quieres esperar dentro? —le preguntó este.Considerando la mirada hostil del extraño, la oferta tomó a Curtis por sorpresa.—Santana no tardará mucho —añadió el desconocido.El perro siguió gruñendo.—Cállate, Lucifer —lo regañó el hombre.—No, está bien —dijo Curtis, mientras pensaba que el nombre del perro era muy apropiado—.

Esperaré hasta que vea llegar el coche de su madre.Los ojos duros lo miraron de nuevo.—Eres el hijo de esa investigadora especial —dijo el pariente—. Schultz, ¿verdad?Curtis asintió con la cabeza.—Sí, ¿conoce a mi madre?—Nos conocemos —le respondió él—. Soy Will, el tío de Santana.Curtis asintió y se retiró de la entrada.—Encantado de conocerle, señor Will. Volveré más tarde.—Perfecto —dijo Will, con una sonrisa que no alcanzó sus ojos.Mientras se alejaba, Curtis sintió cómo el tío de Santana lo observaba. Era bastante obvio que

al hombre no le gustaba su madre. Ella le había contado que le ocurría lo mismo con muchos delos hombres con los que trabajaba. Solían tener problemas con las mujeres que eran tan durascomo ellos. Lo mejor sería que él no le hablase del tío de Santana ni de su perro.

Rusty se obligó a dejar sonar su móvil tres veces antes de aclararse la garganta para responder.—Kuzinsky —dijo por costumbre.—Hola, soy Maya.Su voz sonaba más ronca por teléfono. La imaginó tumbada en la cama, con sus pequeños pies

dentro de los zapatos y con sus gafas de montura púrpura sobre una mesita de noche junto a unvaso de vino tinto. La visión lo despertó de inmediato. ¿No era patético?

—Bueno, no parece que estés enfadada conmigo, así que eso es bueno —comenzó.—¿Por qué iba a estar enfadada contigo? —Su tono descartaba la posibilidad.

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—¿Por poner a tu hijo en peligro? —sugirió.—Dijo que el perro está loco.—Sí, bueno... —Rusty no podía negarlo—. La guerra le hace eso a todo el mundo.El repentino silencio de Maya lo hizo querer retractarse de la deprimente declaración.—Sí, es cierto —dijo ella, con suficiente delicadeza para tranquilizarlo—. Pero confío en que

sepa la diferencia entre loco y peligroso. Hoy has vigilado a Curtis. Prométeme que lo seguiráshaciendo hasta que el perro se calme.

—¿Significa eso que volverá mañana? —preguntó Rusty esperanzado.—Sí. Por supuesto.Él cerró los ojos por un instante.—Bien. Hoy fue un día de mucho movimiento —admitió—. Draco pudo sentir el miedo de

Curtis. Tu hijo necesita establecerse como el alfa dominante, lo cual puede llevarle tiempo y esono puedo enseñárselo.

—Lo siento —se disculpó ella—. Sé que tienes mejores cosas que hacer que cuidar de mi hijo.—No es problema —dijo Rusty. Pero sí que lo era. Sus SEALs llegarían mañana por la noche.—Hay demasiadas trampas al acecho de los adolescentes hoy en día —declaró Maya—. Veo

malas influencias por todas partes, y no hay mucho que yo pueda hacer para protegerlo cuandotrabajo toda la semana. Así que, gracias. Estoy muy agradecida por esta distracción.

—No me lo agradezcas todavía —le respondió él—. Tenemos un largo camino por recorrer.—Lo entenderé si se vuelve demasiada carga para ti —dijo Maya.Un calor inconfundible invadió a Rusty por su proximidad. Al escuchar la gratitud de Maya, no

le importó lo duro que pudiera ser.—Lo veremos sobre la marcha —le prometió.—¿Hay... algo que pueda hacer para devolver el favor? —preguntó ella.Las ideas que se le ocurrieron no eran adecuadas para mencionarlas. De hecho, le ataron la

lengua en un nudo, impidiéndole decir nada.—¿Qué hay de tu lista? —sugirió Maya.—¿Mi lista?—Ya sabes. La lista de compras que tenías en Home Depot. ¿Encontraste todo lo que había en

ella?—Uh, todavía no la he terminado. —Pero no iba a pedirle que fuera a comprar para él.—¿Qué es lo que te falta?La oportunidad se presentó tan de repente, que él no pudo permitirse el lujo de dejarla pasar.—Una cita —sugirió Rusty.—¿Una cita?El tono de sorpresa de ella lo hizo retroceder.—Bueno, me tomaré libre el viernes por la noche para alejarme de la casa y de todos los

chicos que estarán aquí. Pensé en hacer una pequeña fogata en la playa, pero si prefieres pasar...—Tal vez no estaba interesada. Tal vez la había malinterpretado por completo.

—No, eso suena bien —dijo ella con un poco más de entusiasmo, pero aun así con una pizca dereserva—. Es solo que... no he tenido una cita en más de una década.

De repente, el fantasma de Ian Schultz estaba justo delante de él, mirándolo.Rusty agarró su teléfono con más fuerza.—Mira, si te hace sentir incómoda, estaré bien solo.—No, me gustaría unirme a ti —dijo ella con dificultad.

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—¿Estás segura? —preguntó Rusty. No lo parecía.—Sí, creo que sí.Tal vez, ella solo necesitaba tiempo para adaptarse a la idea.—Mientras tanto —añadió ella, eludiendo el tema de repente—, veremos cómo le va a Curtis

en su segundo día.Ah, así que una cita con él dependía de lo que pasara entre el chico y el perro.—Me parece justo —le contestó. Después de todo, el perro podría terminar mordiendo al

chico y su madre podría culparlo por ello. Todas las esperanzas de un romance se esfumarían porcompleto. Pero la esperanza era una obstinada hija de perra, y él estaba dispuesto a intentarlo detodos modos.

—Te veré por la mañana —se despidió él.—Sí. Nos vemos.Al menos, Rusty supo que ella había sonreído cuando colgó.Se guardó el teléfono en el bolsillo y se volvió hacia la mirada fija de Ian Schultz. Sufrió un

impulso de sacarle la lengua al hombre.—Ella debió de haberte amado de verdad —le dijo al corpulento soldado.A veces, los fantasmas le respondían; otras, lo ignoraban. Ian se limitó a encogerse de

hombros, con confianza varonil.—¿Tienes algún problema con que la invite a salir? —le preguntó Rusty.Ian se metió las manos en los bolsillos de sus pantalones BDUs de camuflaje del desierto, y

miró a Rusty como si estuviera calculando la competencia. Por fin, sacudió la cabeza en gestonegativo.

—¿Qué significa eso? —le preguntó Rusty—. ¿Que no te importa, o que crees que no puedoganármela?

El fantasma le envió una sonrisa de reconocimiento. Y luego desapareció tan de repente comohabía aparecido.

Rusty se sentó en el borde de su cama y se pasó una mano por la cara. ¿Qué diría una mujer quebasaba su carrera en hechos y pruebas contundentes, respecto a que él viese gente muerta,incluyendo a su difunto marido?

Ella aceptó su oferta de una cita con poco entusiasmo por una razón. Tal vez él no estaba a laaltura de los estándares a los que ella estaba acostumbrada.

El sonido de los reactores que zumbaban sobre la azotea en su descenso a la Estación AéreaNaval Oceana, hizo que Draco entrara en pánico. En la parte de atrás, sus estridentes ladridosresonaban con un miedo irracional.

«Pobre perro. Pobrecillo».Rusty suspiró cansado. Sus SEALs aparecerían mañana y no había hecho ni una sola cosa de su

lista de tareas pendientes desde que apareció el perro. Tal vez debería aceptar la oferta de ayudade Maya después de todo.

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Capítulo 7

—¿Puedes abrir la puerta, cariño? —le pidió Maya a Curtis.

La invitación de Rusty para tener una cita el fin de semana había dado paso a una noche desueño reparador. Su alarma no la había despertado a tiempo, y ahora se maquillaba a toda prisapara no llegar tarde a la reunión con un oficial del JAG sobre tres aviadores que habíanconseguido robar armas de Logística, probablemente, para venderlas en el mercado negro. Conpocas pruebas para procesarlos, Maya temía que los hombres se salieran con la suya y continuarancon el tráfico.

A través de la pared del baño, Maya lo oyó atravesar el salón, abrir la puerta, y luego escuchócómo lo saludaba Rusty.

Solo el sonido de la voz le hizo temblar el pulso. ¿Por qué toda esa angustia? ¡No le habíapedido que se casara con él! Ella parpadeó ante el sorprendente pensamiento y se manchó derímel. Buscó un pañuelo de papel para limpiarse.

Una hoguera en la playa era una propuesta inofensiva. Pero las fogatas y las playas eranbastante románticas. Una pareja no podía caminar junto a las olas sin cogerse de la mano. Nopodían sentarse ante el resplandor del fuego y no sentir un poco de deseo. Hacía tanto tiempo queno hacía ninguna de las dos cosas, que temía hacer el ridículo.

¿Cuáles eran las intenciones de Rusty? Llevaba soltero toda su vida. ¿Estaba él pensando enestablecerse y formar una familia? Ella ya lo había hecho, y no quería repetirlo.

Pero crear una familia competiría con su trabajo en el Retiro Never Forget. Tal vez solobuscaba pasar un buen rato. Un poco de diversión, un romance fugaz.

Ella nunca había tenido un «romance fugaz» ni rollos de una noche, jamás. Había conocido aIan en la universidad pública Texas A&M. Para ambos fue la primera vez. Y ahora apenas podíarecordar los rituales de las citas.

Con Rusty, ella quería algo más que un coqueteo. Hasta que no estuviese segura de susintenciones, su único curso de acción era contenerse.

Echó un rápido vistazo a la blusa sin mangas y a la falda negra que llevaba, se puso deespaldas y corrió fuera de su habitación para encontrarse con Rusty, sentado frente a la barra dedesayuno de su cocina. Curtis estaba devorando sus cereales. Rusty esperaba mientras golpeabauna tarjeta sobre la encimera de granito.

Se giró cuando Maya se acercó por detrás.—Hola —dijo ella, nerviosa, a la vez que se colocaba junto a su hijo.—Buenos días. —El aspecto demacrado de Rusty sugería que él tampoco había dormido bien.

¿Por qué no? ¿Esperaba que ella aceptara su propuesta?—¿Qué es eso? —preguntó ella, mirando la tarjeta.Él la golpeó dos veces más y luego se la mostró para que la cogiese.—Me preguntaste si había encontrado todo lo de mi lista. Todavía estoy buscando estos

artículos.Contenta de que él aceptara su ofrecimiento, ella tomó la tarjeta y la estudió. Solo cinco

artículos formaban parte de la lista, la cual incluía un cubo de basura blanco para el baño y un

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cepillo para perros.—Me ocuparé de esto —le prometió. Ayudarlo la hizo sentir mejor conforme a su decisión de

darle cuerda—. De hecho, te los traeré esta tarde cuando vaya a recoger a Curtis.—Eso sería genial —dijo él, con sus educados modales—. Buena suerte encontrando el cubo

de basura. He buscado por todas partes uno de metal.—Lo encontraré —le aseguró ella.Curtis se levantó de su taburete y llevó su tazón al fregadero.—Lávate los dientes —le dijo Maya mientras su hijo se dirigía a la puerta principal.Curtis se giró hacia ella y regresó para cumplir sus órdenes.—Niños… —Maya suspiró ruidosamente y sacudió la cabeza.Rusty se quedó de pie, mirándola.—¿Te preocupa que tus invitados vengan mañana? —le preguntó Maya.Él hizo una mueca y asintió con la cabeza.—Sí.—¿Cuántos serán?—Un pelotón entero. Dieciséis hombres.—¿Tantos? ¿Cómo diablos vas a darles de comer a todos?—Tengo algunos cocineros para eso.—¡De verdad! ¿Quiénes...? Lo siento, estoy siendo entrometida, pero ¿de dónde vas a sacar el

dinero para su manutención? —Ella se acercó, interesada en su respuesta.—De varias fuentes. Gané un par de subvenciones, y tengo donantes privados, la mayoría

exSEALs que ven el beneficio de lo que estoy tratando de hacer.—¿También te encargas de la contabilidad?—La contabilidad, las compras, contratar a gente para que venga y ofrezca varios tipos de

terapia.—Hay tanto que hacer —se maravilló ella—. Debes de estar agotado.Él le sonrió con cansancio.—¿Parezco agotado?—Más o menos —dijo Maya con simpatía y una sonrisa irónica. La oferta de ayudarlo saltó a

la punta de su lengua, pero con Curtis tronando por las escaleras, no era el momento adecuado.—Hora de rodar —le dijo Rusty al chico.El corazón de Maya se detuvo un instante. ¡Eso era lo que Ian solía decir!—Nos vemos esta tarde —dijo Rusty mientras él y Curtis se dirigían a la puerta.Maya vio cómo se marchaban y se sorprendió por su deseo de echarle una mano. Rusty parecía

realmente abrumado. El hecho de tener que enfrentarse a un perro traumatizado, junto con todo lodemás, tenía que ser extenuante. Y ahora también tenía que cuidar de su hijo adolescente.

Comprobó la lista que le había dado, y juró encontrar todo lo que había en ella. Entonces, talvez la dejaría ayudarlo, de un modo u otro.

Diez minutos después, cerró su apartamento y se dirigió a su monovolumen. Se había olvidadodel hombre con el doberman hasta que lo vio a través de su espejo retrovisor, observándola desdela acera de enfrente.

La misma sensación de reconocimiento la agitó, y de repente recordó quién era él, uno de lostres marineros acusados de robar un cargamento de armas. ¡Qué coincidencia! Ella iba a trabajaren el caso esa mañana para encontrar pruebas que aún se le escapaban. Dos cajas de rifles nopodían evaporarse en el aire.

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No era de extrañar que el hombre la mirase fijamente. ¿Cómo se llamaba? Buscó en sumemoria. Ah, sí, contramaestre de segunda clase William Goddard. Hasta que se celebrase eljuicio, estaba relevado del servicio activo, con una cuarta parte de su sueldo descontado.

¿Y vivía en su vecindario? Vaya. Iba a tener que invertir en un sistema de alarma o, mejor aún,mudarse antes de que el NCIS lo encontrara culpable y los pensamientos de venganza llenaran sucabeza.

Ella tenía algo por lo que estar agradecida, al menos Curtis ya no estaba solo en casa. Diogracias a Dios por contar con Rusty Kuzinsky.

—¿Qué tienes ahí, perro?

Curtis deslizó su mirada desde la espumosa agua del arroyo a la orilla fangosa, donde Draco leladraba a algo que había encontrado. En el silencio de la naturaleza, el único sonido era el crujidode la hierba del pantano y el agudo grito del águila pescadora que los sobrevolaba.

Curtis salió del muelle para ir a investigar. Le había puesto a Draco una correa de treinta pies,cuya mayor parte la había enrollado alrededor de uno de los pilotes del muelle, con suficienteholgura para que el perro se entretuviera.

Por lo visto, Draco había encontrado algo de interés. Tenía el pelo erizado y la cola arqueadasobre su espalda de la misma manera que cuando Curtis le enseñaba la pelota. El perro se agachó,estirando sus patas delanteras, ladró y luego se abalanzó, solo para retroceder y volver ainclinarse.

Al acercarse por detrás, Curtis vio un gran cangrejo azul de Virginia, acorralado contra untronco podrido. El crustáceo se mantenía firme, defendiéndose con las pinzas extendidas. Curtissabía por experiencia lo dolorosas que podían ser esas pinzas.

—¡Foei! —le dijo al perro, como prohibición.Pero Draco lo ignoró y siguió con su arremetida hacia el cangrejo, sin dejar de perseguirlo.Curtis imaginó al cangrejo agarrado a la sensible nariz de Draco, y tiró de la correa de este

para apartarlo de la amenaza.—Foei —dijo de nuevo—. Los —añadió, usando las palabras que Rusty le había enseñado,

aunque el perro no podía soltar algo que aún no había agarrado.Mientras tiraba de Draco, le dio una patada al cangrejo, con la intención de empujarlo sobre el

tronco y llevarlo al pantano, donde podría esconderse.Lo que pasó después ocurrió tan rápido que apenas lo vio, solo pudo advertir la cabeza del

perro moviéndose hacia adelante al mismo tiempo que su pie. La conmoción le impidió a Curtisgritar mientras apartaba su pierna y miraba hacia abajo. No se podía negar lo que había pasado.La sangre brotaba de tres heridas punzantes, visibles justo encima de su calcetín.

¡El perro le había mordido!Despreocupado por el daño que había causado, Draco se lanzó por segunda vez a por su

premio. Sin la pierna de Curtis por medio, agarró el cangrejo de un solo bocado. Crunch. Elcangrejo estuvo muerto antes de que pudiera pellizcarlo. Draco lo miró expectante, con su presacolgando de la boca.

—¡Me has mordido, hijo de puta! —bramó Curtis.El perro se estremeció ante él, asustado por el arrebato.El entumecimiento que acompañó al mordisco dio paso a un dolor repentino.—¡Mierda! —exclamó. Levantó la cabeza hacia la casa y buscó al señor Kuzinsky, que había

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entrado minutos antes para hacer unas llamadas.Nadie vendría a rescatarlo. Tenía que llegar a la casa por sus propios medios.Saltando sobre un pie, subió al banco antes de recordar al perro. Le habían dicho que no lo

dejara solo con la correa o Draco la masticaría. Bien.Curtis desenrolló el nylon del poste y empezó a cojear hacia la casa con el perro detrás, que

aún mantenía el cangrejo muerto en su boca.A mitad de camino, se acordó de que el señor Kuzinsky le había advertido que no intentara

quitarle nada al perro, a menos que él estuviera cerca para controlar la situación. No habíapensado que patear al cangrejo contase, pero en realidad era lo mismo. Así que, en teoría, eraculpa suya que el perro lo hubiera mordido.

Sin dejar de mirar a Draco, Curtis también pensó que el perro no había corrido mucho peligrode ser pellizcado por el cangrejo azul. Esas formidables pinzas colgaban ahora a ambos lados desu boca.

La mirada seria del perro se clavó en él. ¿Era su imaginación, o los ojos de chocolate de Dracotenían una expresión de remordimiento?

Curtis lo llevó directo a su jaula.—Dentro —le dijo, sin conocer la orden en holandés. Draco lo obedeció, resuelto, dejó el

cangrejo muerto en un rincón, y se sentó delante para protegerlo mientras Curtis cerraba la puerta.Con las manos todavía sobre la caseta, Curtis miró su tobillo. La sangre afloraba a través de

las heridas. Se subió el calcetín para tapar los agujeros y frenar la hemorragia, y decidió que loocurrido iba a suponer un gran cambio. Su madre iba a enloquecer. Ella no lo dejaría volver aquí,lo que significaba que no tendría nada que hacer el resto del verano y no ganaría ningún dinero.

La autocompasión lo abrumó de repente. El tobillo le dolía demasiado como para poner algúnpeso sobre él. Así que se sentó en la hierba junto a la caseta de Draco, estiró la pierna magullada,apoyó su cabeza en la rodilla de la pierna buena y dejó que las lágrimas brotaran de sus ojos.

Un suave quejido le hizo mirar por encima del hombro. Draco se había acercado tanto como lepermitían los barrotes de su jaula. Con una mirada igual de triste que la de Curtis, el perro inclinóla cabeza y volvió a quejarse.

—¿Ahora lo sientes? —A juzgar por la actitud abatida del perro, Curtis estaba seguro de queasí era.

Diablos, si ese cangrejo hubiese sido un combatiente enemigo, entonces Draco había hecho eltrabajo para el que había sido entrenado y había eliminado la amenaza.

—No es culpa tuya —le dijo. Al darse cuenta de ello, se sacudió la pena por sí mismo y luchóhasta ponerse de pie. Si quería volver aquí, como deseaba, tendría que convencer primero alseñor Kuzinsky y luego a su madre de que el perro era inocente.

Rusty se dirigía a la cocina para echar un vistazo al pantano, cuando Curtis entró con unavisible cojera.

El exSeal miró el calcetín empapado de sangre del chico y supo enseguida que Draco le habíamordido.

—Hijo de puta —murmuró, antes de recordar la necesidad de cuidar su lenguaje.—No ha sido culpa suya. —La voz del chico se quebró y trató de no llorar—. Creyó que quería

quitarle un cangrejo, pero solo intentaba evitar que le pellizcara.En su mente, Rusty tuvo una imagen clara de lo que había sucedido.—Siéntate —le ordenó, deslizando una de las sillas de la mesa detrás de Curtis—. Veamos qué

tan malo es —añadió, a la vez que descalzaba al muchacho sin que este se hubiera sentado por

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completo. Liberó su pie de la zapatilla deportiva tan suavemente como pudo, pero aun así, Curtislanzó un silbido de dolor. Luego, le deslizó el calcetín por debajo del tobillo y vio con unacreciente consternación las tres profundas heridas punzantes.

Sus esperanzas de tener una cita en la playa con Maya se disiparon en una nube de humo.Maldita sea. Debería haberlo visto venir. Para ser honesto, lo había hecho, pero estaba tan

cegado por su deseo de acercarse a Maya, que no tuvo en cuenta el riesgo para su hijo. Y comocualquier madre, ella tenía todo el derecho de defender a su cachorro y prohibirle a Curtis cuidardel perro de ahora en adelante. Rusty sería afortunado si ella volvía a dirigirle la palabra, y lepidió a Dios que no se le ocurriera ponerle una denuncia.

—No está tan mal —declaró, sabiendo que era lo que cualquier hombre herido quería oír.—No se lo digas a mi madre, o no me dejará volver aquí.La preocupación del chico era la misma que la suya.—Te entiendo —dijo Rusty—, pero no puedes ocultarle esto. Vamos a limpiarte primero para

que no se infecte.—No tenemos por qué decírselo —continuó el chico con una insistencia sorprendente—. Por

favor, quiero volver. No fue culpa de Draco. Solo estaba cumpliendo con su entrenamiento.Fue el brillo de las lágrimas en los ojos de Curtis lo que hizo que Rusty dudase. Podrían, tal

vez, salirse con la suya si limpiaban bien la herida y la escondían bajo un par de calcetinesnuevos. Maya no podría sospechar nada.

—No lo sé, hijo. Tu madre es una mujer inteligente. Ella lo averiguará. —Rusty sabía que seríaun tonto si trataba de engañarla.

—Bueno, no la llames todavía —le suplicó Curtis—, esta mañana tiene un caso importante.Está demasiado ocupada para escaparse. —Se limpió una lágrima errante con la mano.

Rusty tuvo que respetar los deseos del chico.—Bien —aceptó—. Cogeré mi botiquín de primeros auxilios, pero dejemos que sangre un

poco. Así se barrerá cualquier bacteria que pudiera haber estado en los dientes de Draco. Ahoramismo vuelvo.

—No podemos tardar mucho —llamó Curtis—. Draco aún no ha tenido su carrera.

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Capítulo 8

Maya condujo hasta la entrada, orgullosa de haber encontrado todo lo que había en la lista deRusty. Tenía razón sobre el pequeño cubo de basura metálico. Había sido lo más difícil deconseguir, pero había localizado uno perfecto en la última tienda que había visitado. Alllevárselo, ¿le ofrecería él un tour por la majestuosa granja?

Aparcó en el mismo sitio del día anterior, recogió sus compras del asiento trasero y las llevó ala parte de atrás de la casa. Allí encontró a Curtis lanzando la pelota al perro, pero apenas miró ensu dirección antes de volver a concentrarse en la pelota.

—Hola, mamá —la saludó.Sorprendida por su tono demasiado alegre, Maya dirigió su mirada a la mesa de picnic al aire

libre donde Rusty estaba sentado con un montón de papeles frente a él y un vaso alto de agua allado. Cuando ella se acercó, él dejó su bolígrafo y levantó la cabeza. Cuando Maya advirtió suexpresión tensa, supo que algo había pasado, y no pudo evitar que su paso vacilara mientrascaminaba hacia la mesa. Al llegar junto a Rusty, ella soltó en el suelo los tesoros que traía en lasbolsas.

—¿Todo va bien? —Deseó no parecer una madre tan ansiosa, pero había vivido lo peor y sabíalo que podía pasar.

El pliegue de la frente de Rusty se hizo más profundo, y sus labios se reafirmaron en una línearecta.

—Curtis tiene algo que decirte —dijo, a la vez que llamaba al chico.Curtis se dirigió hacia ellos, acompañado de Draco. Maya vio que cojeaba y se temió lo peor,

pero no podía ver ningún signo de lesión. Curtis ordenó al perro que se sentara y se quedasequieto, y el animal lo obedeció. Con la lengua fuera a un lado de la boca, miró a Curtis, a laespera de más órdenes. Habían recorrido un largo camino desde ayer.

—¿Qué quieres decirme? —le preguntó Maya.—Bueno... —Curtis miró a Rusty, quien asintió con la cabeza—. Draco se estaba metiendo con

un cangrejo en el muelle. —Señaló hacia el pantano—. Pensé que el cangrejo le iba a pellizcar lanariz, así que intenté sacarlo a patadas. Draco pensó que se lo estaba quitando, y me mordió en eltobillo.

Maya deslizó una mirada preocupada sobre el calcetín, demasiado blanco para ser de Curtis.—¿Es serio? —preguntó ella mientras observaba otra vez la expresión sombría de Rusty.—No es nada —dijo Curtis.—Es superficial —añadió Rusty.—¿Puedes mostrármelo? —le pidió Maya a su hijo.Este se inclinó y se bajó el calcetín. Ella pudo ver al menos dos heridas rodeadas de carne roja

y ligeramente hinchada.—Seguí el protocolo de mordeduras de animales y le limpié con agua y jabón tibio —explicó

Rusty—. Lo único que hay que hacer ahora es mantener las heridas limpias y secas. Si empiezan amostrar signos de infección, una pomada tópica debería ser suficiente.

Maya no sabía qué decir. La consternación se apoderó de sus cuerdas vocales.—Es culpa mía —insistió Curtis—. Rusty me dijo que no le quitara nada a Draco a menos que

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él estuviera conmigo.—Y yo estaba haciendo unas llamadas telefónicas —añadió Rusty—. Lo siento. Debería

haberlos vigilado más de cerca.Maya sacudió la cabeza.—No te disculpes —dijo esta—. Tienes tu propio trabajo que hacer. Tal vez no fue la mejor

idea. —Se oyó decir a sí misma.Curtis resopló con disgusto.—Te advertí que no debíamos contárselo —le dijo a Rusty.Al darse cuenta de que habían hablado de mantenerla al margen del incidente, la ira de Maya se

encendió sin previo aviso.—Por supuesto que tenías que decírmelo —replicó ella, mirando fijamente a su hijo. Entonces

se volvió hacia Rusty—. ¿Cómo sabemos que el perro no le morderá en la cara la próxima vez, oen la mano? —le preguntó.

—No volverá a morderme —alegó Curtis.—No te he preguntado a ti, cariño, sino al señor Kuzinsky.Rusty la miró con sus ojos oscuros.—¿Por qué no me llamas más tarde y hablamos de ello? —sugirió en voz baja.Su respuesta madura y razonable la hizo sentir infantil.—Por supuesto —aceptó. Pero estaba segura de que él no tendría palabras para asegurarle que

su hijo estaba perfectamente a salvo. Estaba claro que el perro era más peligroso de lo que élcreía, o no habría dejado que un adolescente jugase a solas con él. Maya recordó las bolsas quehabía traído e hizo un gesto hacia ellas, ahora extendidas sobre la mesa de picnic—. Aquí estántodas las cosas de tu lista. Encontré el cubo de basura —añadió, mostrándole su logro—. ¿Es loque necesitabas?

Él le dedicó una sonrisa.—Sí, es perfecto. Gracias. —Había tanta formalidad en su tono que a ella se le encogió el

corazón. Él también estaría pensando en que Curtis no iba a volver, lo que significaba que suposible cita de este fin de semana también colgaba de un hilo.

—Bueno, será mejor que me lleve a Curtis a casa —dijo ella.Curtis dividió una mirada desconcertada entre los dos adultos, pero se mordió la lengua.Rusty metió la mano en su bolsillo trasero, sacó varios billetes y se los dio a Curtis.—Aquí tienes, hijo. Gracias por tu ayuda.—De nada.Maya reprimió su protesta del día anterior. Parecía demasiado dinero solo por cuidar de un

perro, pero, en este caso, Curtis se lo había ganado hoy... y algo más.—Te llamaré —le prometió a Rusty, y luego se dirigió a su coche.No sintió un vértigo en el estómago como el que había sentido veinticuatro horas antes. Por lo

que ella pudo ver, Rusty consideraba que su acuerdo había terminado. En la esquina de la casa,miró hacia atrás para verle en cuclillas junto al perro, acariciándolo con aire distraído mientrascontemplaba el pantano. Draco se quejó cuando Curtis dobló la esquina.

¿Por qué estaba triste? El maldito perro lo había arruinado todo.

Al igual que la noche anterior, Maya marcó el número de Rusty a las ocho menos cuarto. Unasensación de náuseas apareció en lugar del nerviosismo que experimentó en aquella ocasión. Se

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sentó en su cama, dirigió una mirada fugaz al retrato de Ian y luego apartó de él la vista.Seguramente, Rusty había entendido que su prioridad era el bienestar de su hijo. Y, según el

tono de despedida con que él le habló, había adivinado que ella querría mantener a Curtis lejos deDraco a partir de ese momento. Después de todo, ¿qué garantía podía darle de que el perro novolvería a morder a Curtis? Y la próxima vez, las consecuencias podían ser peores. Unamordedura en la cara podría dejar a su hijo desfigurado para siempre.

Por otro lado, ahora Curtis estaría solo en casa, mientras un presunto traficante de armasvigilaba su casa y pensaba en la forma de vengarse si iba a la cárcel.

Además de eso, el fin del empleo de Curtis también era el fin de cualquier posible romanceentre ella y Rusty. Maya deseó desvincular a los dos por completo para no terminar poniendo aCurtis en peligro solo por satisfacer su deseo de conocer mejor a Rusty. Pero si los apartaba,entonces la fogata en la playa podría no tener lugar nunca, y ella estaba deseando ir más de lo quequería reconocer.

Sin una excusa para visitar la granja de Rusty y con sus vidas tan ocupadas, ya no volverían averse. Ella continuaría de manera indefinida su solitaria existencia.

Hasta el otoño pasado, esa opción le había parecido bien. Encontrar a Rusty de nuevo habíadespertado su espíritu dormido. De repente, diez años de soledad le parecieron un tiempoterriblemente largo para estar sola. Aquí estaba ahora, con treinta años. ¿Por qué no debería tenerotra oportunidad que durase para siempre?

Si tan solo supiera las intenciones de Rusty… Pero, si consideraba la responsabilidad que élhabía asumido con el perro y la llegada de sus visitantes, quizá prefería quedarse soltero y sinpreocupaciones.

Maya lo llamó varias veces y no obtuvo respuesta, lo que sugería que tal vez fuese así. O puedeque Rusty solo quisiera evitar una conversación poco agradable. Al fin colgó el teléfono. No ledejó ningún mensaje, y optó por intentarlo de nuevo más tarde.

Puso el móvil sobre su cómoda y fue a ver cómo estaba Curtis.Para su sorpresa, no estaba jugando a eliminar a los alienígenas o a los combatientes enemigos.

En vez de eso, estaba sentado frente a su escritorio, con la vista fija en una página de Internet. Ajuzgar por las fotos de la pantalla, Maya supo que estaba investigando sobre perros de la mismaraza que Draco.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó ella, después de situarse a su espalda.—Estos malinois belgas son perros increíbles —dijo él con entusiasmo—. Son los perros más

intrépidos del mundo, criados durante siglos para que actúen como protectores. Incluso saltan delos aviones a gran altura con una máscara de oxígeno. ¿No es eso genial?

—¿Hablas en serio?—Sí. Justo aquí, ¿ves? —Le mostró una foto de un perro como Draco, con un arnés y una

máscara facial, con el pelo ondeando al viento mientras caía en picado por el aire en los brazosde un operativo con un paracaídas—. Estos perros son como armas secretas —declaró—. Losterroristas les tienen un miedo mortal. —Le leyó un párrafo repleto de relatos de las vidas que losperros habían salvado al detectar explosivos ocultos y depósitos de municiones—. Draco debe deestar aburrido después de hacer todas estas cosas.

Al escuchar el orgullo y el asombro en la voz de Curtis, Maya sintió que sus preocupacionesdaban paso a un sentimiento diferente. Algo más parecido a la gratitud la envolvió. De repente, suhijo, cuya vida giraba en torno al último lanzamiento de PS4, ahora sentía curiosidad por unfenómeno del mundo real que mantenía a los operativos a salvo de los terroristas. En solo dos

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días, y a pesar de haber sido mordido, a Curtis le interesaba ese perro loco.—¿En serio no crees que Draco pueda morderte de nuevo? —le preguntó ella, revelando su

principal preocupación.Él levantó su cuello para mirarla.—Sé que no lo hará —le respondió con convicción—. Supe lo que él estaba haciendo en el

momento exacto en que ocurrió. Lo vi en sus ojos. Por favor, mamá, quiero volver. Y tampoco espor el dinero. Ese perro me necesita ahora mismo.

Sus palabras la hicieron reflexionar. El perro necesitaba a Curtis, y Curtis necesitaba al perro.Debería darles a ambos otra oportunidad. Pero ¿qué pasaba con Rusty?, ¿por qué no habíarespondido a sus llamadas? El tono de su voz al despedirse parecía sugerir que la responsabilidadañadida no valía ni su tiempo ni su dinero.

—¿Puedo volver mañana? —la presionó Curtis.—No lo sé, cariño. Aún no he conseguido comunicarme con Rusty.—Bueno, inténtalo de nuevo.Ella le revolvió el pelo.—Está bien. Lo intentaré de nuevo.Curtis se volvió hacia su monitor.—Dime luego lo que te diga —le pidió mientras ella se alejaba.Maya regresó a su habitación y cogió el teléfono para ver si Rusty le había devuelto la llamada.

No lo había hecho. Con un suspiro incierto, pensó por un instante lo que debía decirle, y luegomarcó su número, preparada para dejarle un mensaje esta vez.

Poco después de la medianoche, Rusty se desplomó sobre su cama, apenas con la suficienteenergía para arrastrarse bajo las sábanas. Palmeó el edredón y llamó al perro, que estaba a sulado.

Con Draco girando en círculos entre sus piernas, Rusty recordó de repente que había quedadocon Maya en que ella lo llamaría esa noche. Preocupado por no haber contestado el teléfono, lodesconectó del cargador para comprobarlo.

«Maldición».Por supuesto, ella le había llamado dos veces. Había estado demasiado ocupado recibiendo a

sus invitados en el Retiro Never Forget como para prestar atención a la vibración de su móvil. Yhabía permanecido ocupado hasta un minuto antes. Ella debió de haber asumido que él la habíadejado plantada.

Preparándose para su casi seguro rechazo, accedió a su buzón de voz. Ella le habría dejado unmensaje para decirle que Curtis ya no podía cuidar a Draco. Ni siquiera mencionaría su posiblecita del viernes por la noche.

«Hola, Rusty, soy Maya. —Su tono, pensó Rusty mientras escuchaba, era cuidadosamenteneutral—. Curtis está bien. En realidad, ahora mismo está buscando información en Internet sobreel malinois belga. Supongo que esa mordedura de perro no lo ha desanimado. De hecho, legustaría volver a ver a Draco si es posible.

El asombro lo hizo hundirse contra sus almohadas.«Acabo de recordar que tus invitados llegaban esta noche —continuó el mensaje—, así que

quizá no puedas recoger a Curtis por la mañana. Si quieres, puedo llevarlo por la tarde cuandosalga del trabajo, y así podría jugar con el perro durante una hora, sin que le pagues, solo para

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mantener el vínculo».El corazón de Rusty comenzó a latir con euforia. ¡No solo iba a venir al día siguiente, sino que

no había cancelado su cita del viernes!«Si tienes algún inconveniente para mañana, solo hazme saber con un SMS cuándo te vendría

bien. Sé que estás muy ocupado. Vale, entonces, supongo que tendré noticias tuyas. Adiós».Él respondió tan rápido que tuvo que teclear su respuesta tres veces para eliminar los errores

de escritura.«Gran idea. Nos vemos mañana por la tarde».Volvió a poner su teléfono en el cargador, apagó las luces y bostezó en la oscuridad.La proximidad de Draco evocó en él un anhelo por mantener a Maya cerca. La necesidad de

conocerla mejor se había convertido en una total ansiedad en pocos días. Si ella se retiraba ahorade su vida, dejaría un vacío que tal vez nunca se llenase.

A las tres de la madrugada, el teléfono de Rusty vibró con el mensaje de retorno de Maya. Losronquidos de Draco ahogaron el sonido. Rusty lo leyó en cuanto se despertó, a las cinco y mediade la mañana, y sonrió con tantas ganas que le dolieron las mejillas.

«Nos pasaremos por la tarde. Nos vemos sobre las cuatro».

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Capítulo 9

Después de atravesar la entrada de Rusty, Maya quedó sorprendida por lo animado que parecía ellugar en comparación con sus visitas anteriores. La propiedad estaba llena de hombres. Algunosjugaban al Frisbee entre el roble y la veranda mientras otros miraban bajo el capó de uno de losmuchos coches aparcados. Otros estaban de pie en el muelle junto al arroyo, con cañas de pescar.Al acercarse, cada uno de ellos dejó lo que estaba haciendo para evaluar si era amiga o enemiga.

Su salida de una zona de guerra era tan reciente que sus antenas aún estaban en alerta máxima.Ian se había comportado de la misma manera durante la primera semana que estuvo en casa,saltando al menor sonido. Rodeada por la mitad de los hombres con el pecho al descubierto, Mayase alegró de haber pensado en cambiar su atuendo de trabajo por unos pantalones cortos y unacamiseta. Cuando salió de su monovolumen, una docena de pares de ojos se posaron sobre suspiernas delgadas y desnudas.

A través de su afiliación a la Marina, estaba acostumbrada a estar en minoría respecto algénero masculino, pero estos especímenes no eran soldados corrientes, sino prodigiossobrehumanos de fuerza e inteligencia. En sus movimientos relajados, exudaban preparación físicay una confianza varonil suprema.

—Hola —saludó a todos los que estaban a su alcance, usando solo lo suficiente de su tonoprofesional para enviar el mensaje de que no estaba allí para entretenerlos. Añadió un gesto con lamano sin dirección específica.

Impertérritos, sus miradas transmitían suficiente apreciación de su feminidad como para que supiel se calentara bajo un hormigueo. Algunos respondieron a su saludo en voz alta. Otros ledirigieron sonrisas de bienvenida que revelaban que no habían estado cerca de una mujer enmucho tiempo.

Pero entonces Curtis salió del vehículo. Después de observarlo, los SEAL llegaron a laconclusión de la nula disponibilidad de la mujer a la que acompañaba, y miraron de inmediatohacia otro lado.

Justo en ese momento, Rusty dio la vuelta a la esquina y la conciencia de sí misma la inundó denuevo. Con una mirada que expresaba una disculpa y la voluntad de rectificar, acortó la distanciaentre ellos.

—Bienvenidos de nuevo —dijo, incluyendo a Curtis en su saludo—. ¿Cómo está tu tobillo?—Mejor —respondió Curtis, mirando a su alrededor—. ¿Dónde está Draco?Rusty hizo una mueca.—En su caseta. Está un poco asustado ahora mismo con todos estos hombres alrededor. Cuando

lo saques, por favor, mantenlo con la correa y no le des mucho espacio.Curtis asintió con gravedad.—Bien —dijo, corriendo hacia el lado más alejado de la casa con una leve cojera. Había

seguido las órdenes de su madre de descansar el tobillo toda la mañana mientras ella estaba en eltrabajo.

—Gracias por venir.Las palabras de Rusty y su cálida mirada le aseguraron su cita del viernes.Él inclinó su cabeza de color caoba.

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—Vayamos por aquí —la invitó, siguiendo la misma dirección que Curtis había tomado.En la parte trasera de la casa, más hombres lanzaban una pelota de voleibol de un lado a otro

sobre una red nueva y estrecha. Cuando uno de ellos cogió la pelota, todos se giraron para mirar aMaya.

Los excitados ladridos de Draco rompieron el silencio. Maya pudo ver que el perro estabaconcentrado por completo en Curtis, rogándole al chico que lo liberara. Su hijo se agachó frente ala caseta y le pidió al perro que se callara con una palabra extranjera tranquilizadora.

Rusty tuvo que elevar la voz sobre los ladridos para que lo oyesen.—Oídme todos, esta es la investigadora especial del NCIS, Maya Schultz, y él es su hijo,

Curtis.Mientras los hombres saludaban, Maya se preguntó por qué Rusty había mencionado su cargo.

¿Quería que los hombres pensaran que su relación era profesional y no personal? ¿O quería que semantuvieran a distancia porque quería reclamarla para sí mismo?

Vio que Curtis cogía la larga correa de Draco, y pensó con preocupación que iba a liberar alperro de su jaula. Esperaba que Draco no saliese corriendo a morderlo de nuevo.

—¿Quieres entrar? —La invitación de Rusty la distrajo.Pero esperó a que Draco saliera con la cabeza baja y el cuerpo agitado antes de girar para

seguirlo.—El lugar es un desastre ahora que los hombres están aquí —se disculpó él, abriendo la puerta

de la parte trasera de la casa.Maya se encontró en una enorme cocina de estilo rústico con vigas en el techo, una chimenea

de ladrillos y unas espaciosas encimeras. Todo parecía impecable. El aroma de la sopa de tomatey los sándwiches de queso a la plancha aún flotaba en el aire. Uno de los empleados que Rustyhabía contratado para ayudarlo, estaba poniendo platos limpios en los altos armarios de roble.

—Es preciosa —exclamó Maya. Estaba claro que los patrocinadores habían creído en elproyecto de Rusty y le habían ayudado a convertirlo en una maravillosa realidad.

—Acompáñame. —La llevó a la estructura principal de la casa, a una zona de asientos llena desofás de cuero, sillas mullidas y un enorme televisor de pantalla plana—. Aquí es donde vemoslos deportes o las películas —le explicó, y luego le hizo una seña para que se acercara a unapuerta bajo las escaleras—. Mira la papelera que compraste. Es perfecta.

Maya observó el baño de color crema y beige, y tuvo que admitir que era cierto.La llevó hasta un porche acristalado, a un área de música, a un enorme comedor formal y a una

biblioteca llena de libros.—¿Este es tu despacho? —preguntó ella señalando el escritorio a rebosar de papeles.—Sí, pero nunca tengo tiempo para sentarme ahí —admitió Rusty—. ¿Quieres ver el segundo

piso?—Por supuesto. —Lo que había visto hasta ahora personificaba el buen gusto y la

funcionalidad.Para cuando regresaron a la planta baja a través de una empinada escalera usada por el

personal de servicio, había contado un total de ocho habitaciones incluida la de Rusty, cada una deellas atractiva y acogedora. Una extraña sensación la invadió cuando tomó una foto mental de sucama de matrimonio.

—¿Puedo ofrecerte un trago? —le preguntó él cuando volvieron a entrar en la cocina—.¿Ginger ale, agua?

Entre el calor del exterior y su recorrido por la casa, Maya estaba sedienta.

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—Un poco de agua sería genial. Gracias.Mientras llenaba un vaso en el dispensador de la nevera, la pregunta que ocupaba el centro de

su mente saltó a los labios de Maya.—¿Cómo diablos has financiado este lugar?Rusty la miró sorprendido y ella se ruborizó por su propia franqueza.—Lo siento. No es asunto mío. Has hecho un gran trabajo aquí, y todo parece de primera

calidad. Ha debido de costar un dineral.—No, está bien —le aseguró él. Hizo un gesto hacia la mesa de tablones alargados—. ¿Quieres

sentarte?Se sentaron cada uno a un lado de la mesa.—Mi padre falleció el año pasado —comenzó a decir Rusty.Ella buscó su fascinante rostro, marcado con sutiles líneas de sufrimiento y demasiado sol.—Lo siento mucho. No podía ser muy anciano… —adivinó.—Sesenta y seis —confirmó él—. Había sido repartidor toda su vida, desde la niñez. Su

padre, mi abuelo, huyó de Polonia durante la Segunda Guerra Mundial. Dziadek comenzó elnegocio familiar, y mi padre se hizo cargo de él. Todavía tengo la furgoneta que él conducía.

Maya asintió con la cabeza al recordar que se la había prestado a Bronco el otoño anterior.—Recogían las frutas y verduras de las granjas de todo Nueva Jersey y las llevaban a las

tiendas de Orange. Papá hizo eso durante cincuenta años. Toda su vida, habló de dónde viviríacuando se jubilase en algún lugar en el campo. Ahorró cada centavo que pudo. Cuando mi madremurió en un accidente de tren, fue compensado por Amtrak, e invirtió ese dinero del seguro con laintención de comprar una granja y renovarla. Pero nunca tuvo la oportunidad. Toda lacontaminación de Newark le había producido cáncer de pulmón. Murió solo seis meses despuésde que se le diagnosticara.

Su tono áspero inspiró la simpatía de Maya, trayendo lágrimas a sus ojos.—Lo siento mucho —murmuró. Miró a su alrededor—. Y ahora has hecho realidad su sueño.Él reconoció su declaración con una sonrisa agridulce.—Con un pequeño giro propio.El impulso de inclinarse sobre la mesa y besarlo le sacó lo mejor de ella. Quería saber qué

sentiría, así que ¿por qué no lo hacía?Mientras inclinaba su cara hacia la suya, Curtis irrumpió en la casa a través del vestíbulo con

el perro a cuestas.—Oye, tengo una idea —dijo emocionado.Rusty le lanzó una mirada paciente.—¿Qué idea?—Draco cree, al ver tantos chicos aquí, que vamos a una misión. Por eso está tan

entusiasmado. Estos perros están hechos para trabajar. Así que vamos a darle una tarea y a plantaralgunos explosivos en el bosque. ¡Apuesto a que puede encontrarlos!

¿Explosivos? Maya empezó a protestar por la idea, pero Rusty la cortó.—En realidad es una idea muy buena.—¿Lo es? —preguntó ella.Rusty se levantó de la silla.—Conozco algunos tipos a los que les encantaría ayudar. Vamos a preguntarles.Sintiéndose olvidada, Maya se quedó sentada.Rusty desapareció por el pasillo y luego volvió.

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—¿Vienes? —preguntó.—Sí, claro. —Maya bebió unos cuantos sorbos de agua y se levantó para seguirlo.—Muy bien, hombres, escuchad.El tono de mando en la voz de Rusty inspiró el respeto inmediato de Maya. Su acento era

autoritario sin intimidar. El hombre a punto de lanzar la pelota de voleibol, se metió esta bajo elbrazo mientras todos los ojos se dirigían a Rusty y todas las bocas se cerraban. En un segundo,Rusty tuvo toda la atención.

—Vamos a darle al perro un ejercicio de entrenamiento: enterraremos armas en el bosque yveremos si puede encontrarlas. —Rusty fue hacia un depósito de madera y sacó un contenedorlleno de pelotas de tenis. Quitó la tapa y las volcó todas en el depósito—. Cualquiera que estédispuesto a entregar un arma, que la deje caer aquí. Si el perro encuentra el escondite en mediahora, sacaremos un barril de cerveza esta noche. Si no, esperaréis hasta el fin de semana.

Llevó el envase destapado al centro del patio y luego se alejó de él.—Es vuestra decisión, por supuesto.Maya observó cómo los hombres se miraban, esperando que alguien diera el primer paso. ¿De

dónde se suponía que venían estas armas?Rusty le dio la espalda al cubo y caminó en dirección a Maya mientras le hacía un guiño.—Vuelvo enseguida —dijo, y caminó hacia el gran cobertizo más allá de los coches aparcados.Saboreando el guiño, que transmitía una intimidad más profunda entre ellos que la que habían

compartido hasta ahora, ella lo vio alejarse. Desde sus anchos hombros, su trasero apretado bajounos pantalones cortos de mezclilla, hasta los bien formados músculos de la pantorrilla que seexpandían y contraían, su aspecto físico la llenó de deseo.

Por el rabillo del ojo, vio a varios hombres acercarse al cubo con pistolas en sus manos. Mayaabrió los ojos de par en par al darse cuenta de que habían llevado esas armas de fuego bajo suropa todo el tiempo. Con creciente asombro, vio varias armas más. Casi todos los hombresestaban armados... ¿qué demonios? ¿Y ella dejaba que su hijo jugara en este ambiente? ¿Estabaloca?

Sin embargo, mientras los SEAL esperaban su turno para poner sus armas en el cubo, serecordó a sí misma que estos hombres eran profesionales. Comían, dormían y entrenaban con susarmas día tras día sin herir a nadie más que al enemigo. Tenía que confiar en que tomaríanprecauciones extra con un civil de la zona, un adolescente.

Para cuando Rusty reapareció con una pala en la mano, el cubo estaba tan lleno que le costótrabajo volver a ponerle la tapa.

Se enderezó para evaluar a su público, que ya se habían olvidado de su juego de voleibol.Todos los ojos estaban fijos en Draco, sujeto a la correa que sostenía Curtis, con los ojosbrillantes de emoción mientras agitaba la cola con alegría de un lado a otro.

—Ahora, ¿quién quiere enterrar el cubo en el bosque? —preguntó Rusty. Cuando todos lospresentes levantaron la mano, Curtis se rio. Maya tomó nota de su anticipación. Estos hombresmotivados eran buenos modelos a seguir para su hijo. ¿Y qué si estaban armados y eranpeligrosos? No eran una amenaza para Curtis, solo para los terroristas y los extremistas.

—Yogi y Weinstein.En medio de vítores de sus camaradas, dos hombres se separaron del grupo. Uno tomó el cubo

y el otro la pala. Con una sonrisa de oreja a oreja, se dirigieron al bosque a la carrera mientras losque quedaron atrás los animaban. Cuanto antes enterrasen las armas, antes podría el perroencontrar el alijo, y más posibilidades habría de que todos estuvieran bebiendo cerveza esa

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noche.—¿Estás bien?La pregunta de Rusty atrajo la atención de Maya hacia su mirada inquisitiva.—Sí —le respondió con una sonrisa tranquilizadora.—¿Preocupada por ver tanta potencia de fuego en mi patio trasero?—Me ha sorprendido —admitió ella, mirando a Curtis para transmitirle el motivo.—No tienes de que preocuparte —le aseguró él.—No estoy preocupada.—Bien. —Rusty le hizo un gesto a su hijo—. Déjame trabajar con Curtis sobre el

procedimiento de búsqueda.—Por supuesto.Durante los siguientes diez minutos, vio cómo su hijo aprendía a guiar a Draco en la búsqueda.

Él le daría la orden de reveire sin soltarlo de su correa, pero dándole la mayor holgura posible.Cuando el perro localizase el cubo por el olor a pólvora, se sentaría e indicaría el lugar.

—¿No intentará desenterrarlo? —preguntó Curtis.—No, no. No querrás que el perro desentierre algo que pueda explotar, ¿verdad?El horror se registró en la cara de Curtis.—Oh, no —dijo.—Nuestro especialista en explosivos desenterrará el cubo. Existe la posibilidad de que el

chico ni siquiera lo encuentre. Su nariz no es lo que solía ser. Si eso sucede, tendremos queplantar algo aquí en la casa o perderá la motivación.

—Bien. —Atrapado en el momento, Curtis acarició la cabeza de Draco con entusiasmo.Un grito se elevó por el campo señalando el regreso de los dos SEAL. Agitaron la pala en el

aire para mostrar que el cubo estaba enterrado.—Manos a la obra. —Rusty se giró hacia Maya—. ¿Quieres unirte a nosotros?—Por supuesto.Rusty deslizó una mirada de duda hacia las sandalias de Maya.—Estaré bien —le aseguró ella.El exSEAL se volvió hacia Curtis.—Toma nota, hijo. Eso significa que eres el primero. Nuestra seguridad ahora está en tus

manos y en las de tu MWD[3].Curtis sonrió con incertidumbre.—Draco —lo llamó, a la vez que soltaba casi toda la extensión de la larga correa—. ¡Reveire!El perro saltó a la acción. Empezó a avanzar en zigzag, desenredando su correa mientras

levantaba y bajaba la cabeza para oler el aire y luego el suelo.Condicionados por su entrenamiento y experiencia, los hombres fueron automáticamente tras él,

mientras uno de ellos arrebataba la pala de la mano de Weinstein. Maya se unió a ellos,apresurándose a seguirles el ritmo mientras atravesaban el campo y se adentraban en la línea deárboles. Rusty redujo su paso para caminar a su lado, con una ligera sonrisa en su firme rostro.

Cuando entraron en el bosque, le puso una mano en el codo.—Cuidado con dónde pisas.Su ligero, pero tranquilizador agarre le envió a Maya una descarga eléctrica que vibró en su

brazo.Las agujas de pino crujían bajo sus sandalias, pero apenas podía oír las pisadas de Rusty

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mientras se deslizaba casi en silencio junto a ella.—¿Esta tierra es tuya también? —le preguntó al tomar el camino recién hecho. Miró más allá

de los pocos SEALs que había delante de ellos, y se mantuvo atenta a los hombros de Curtissalpicados de sol mientras trotaba tras el perro, tratando de evitar que la correa se enredase en lamaleza.

—Treinta y tres acres —dijo Rusty.—Es un sitio lleno de paz —afirmó ella.En ese momento, un par de pájaros salieron de los árboles de delante, y los SEALs que los

rodeaban se pusieron en posición defensiva antes de recuperarse con expresión avergonzada.Rusty la miró.—Hace cuarenta y ocho horas estaban siendo atacados con fuego de mortero —explicó en voz

baja.Al oír sus palabras, ella observó a los guerreros con otros ojos. Este tipo de ejercicio no era

solo un juego para ellos; era una forma de vida. Su sigilo y su mayor conciencia le inspiraronrespeto. Un hombre le sostuvo una rama para que no la alcanzara en la cara.

Ella sonrió y le dio las gracias.—Cuidado con estas raíces —advirtió Rusty cuando llegaron a un lugar donde el agua había

erosionado el suelo.Estaban al borde de un barranco. El perro ya lo había vadeado, desapareciendo en la colina

opuesta mientras Curtis luchaba por seguirle el ritmo. Los SEALs que estaban detrás de él saltaronsobre el arroyo y subieron la colina como si no estuviera allí. Para asombro de Maya, Rusty lacogió en volandas antes de que tuviera la oportunidad de mojar sus sandalias.

Sostenida por sus brazos junto a su ancho pecho, no le preocupó que la dejara caer mientrasatravesaba el barranco, empapando sus zapatillas sin hacer ni una mueca. Luego la bajó, la agarrócon la mano y la ayudó a subir.

Agitada por el breve y cercano contacto, su corazón siguió latiendo errático. Sus miradas seencontraron y luego se alejaron, dejándola sin aliento.

«Es solo cuestión de tiempo que me acueste con él», pensó Maya.Atrapada en los pensamientos de su inevitable intimidad, perdió la noción del tiempo y la

distancia. Esto no se iba a convertir en un romance desenfadado que ella disfrutaría por un tiempoy luego dejaría atrás sin más. Esto era algo real, algo permanente. Su corazón palpitaba como unmotor con un nuevo juego de bujías. «¿Estoy lista para esto?».

El repentino ladrido de Draco la sacó de su introspección.—Lo encontró —exclamó el SEAL que sostenía la pala.Maya buscó a Curtis y lo vio de pie junto a Draco, que estaba sentado mirando fijamente una

pila de ramas y hojas a varios metros del camino. La zona parecía por completo natural y sinperturbaciones. ¿Cómo podía estar el cubo escondido allí?

—Todo el mundo atrás —ordenó Rusty, hablando obviamente con Curtis, inclinado sobre elmontón de hojarasca—. Si hubiera explosivos enterrados ahí, tú y Draco deberíais estar acincuenta pies de distancia ahora mismo. Ya que estamos tratando con un alijo de armas, quincepies es suficiente.

Curtis retrocedió y se unió al grupo de hombres que rodeaban el área.—Es tu bebé, Higgins —dijo Rusty, y el hombre de la pala se acercó a la pila de escombros—.

Higgins es un experto en demoliciones —añadió Rusty al oído de Maya—. Su trabajo esidentificar y neutralizar los artefactos explosivos improvisados.

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Mientras observaba a Higgins apartar las hojas y los palos usando el extremo de la pala, Mayalo imaginó escarbando a través de la roca y la arena, poniendo su vida en juego en busca decables o placas de presión.

«Dios te bendiga», pensó ella, mientras él hundía la pala en la suave suciedad y la lanzaba concautela a un lado.

A medida que Higgins cavaba más hondo sin encontrar nada, varios espectadores comenzaron adecir que el perro debía de haber metido la pata. De ninguna manera el cubo estaba enterrado amás de un pie del suelo. Higgins ya había cavado demasiado profundo.

—La tierra es blanda —les aseguró Higgins—. Este es el lugar.—Draco ha hecho esto demasiadas veces como para estar equivocado —declaró Curtis,

poniendo su fe en el perro.Tras una mirada a los ojos brillantes y al hocico tembloroso de Draco, Maya tuvo que estar de

acuerdo con su hijo.El sonido de la pala golpeando el plástico trajo una exclamación de triunfo de los

espectadores. Higgins agarró el objeto enterrado y sacó el cubo.Curtis se arrodilló y lanzó sus brazos alrededor del cuello de Draco.—¡Braaf, Draco! —Frotó la cabeza del perro mientras lo alababa—. ¡Braaf!Con los dientes del perro tan cerca de la cara de Curtis, Maya se puso tensa con una repentina

preocupación, pero entonces Draco giró la cabeza y lamió la cara del chico. El perro parecíasonreír. De repente supo que Curtis tenía razón, él y el perro tenían una conexión. No habría másmordeduras de las que preocuparse de aquí en adelante.

Higgins había abierto la tapa del cubo y repartía varias armas de aspecto malvado. Sus dueñosse apresuraron a reclamarlas, lo que hizo pensar a Maya que los SEAL se habían sentido muyvulnerables sin ellas, incluso durante ese corto período de tiempo.

—¿Qué opinas?Giró la cabeza y vio que Rusty estudiaba su perfil con intensidad.—Estoy impresionada —admitió—. Y no solo por el perro. —Ella mantuvo su mirada,

mostrándole su admiración por él.Rusty elevó sus cejas cobrizas.—¿Por mí? —preguntó. —¿He conseguido puntos de brownie?—Lo has hecho.—¿Por qué? —Quiso saber él.—Por todo. —Se guardó sus razones para sí misma... no había necesidad de darle al hombre

más alabanzas. Pero ella había visto de primera mano por qué sus hombres lo veneraban. Sepreocupaba por los demás, no solo por su bienestar físico, sino por su salud mental y emocional.

Había cuidado a Curtis y también la cuidaba a ella. Todo respecto a Rusty era demasiadobueno para ser verdad. ¿O sus sentimientos por él la cegaban ante algún fallo que no podía ver?

Maya se sacudió sus dudas y se concentró en su próxima cita. El tiempo lo diría.

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Capítulo 10

Al aparcar frente al apartamento de Maya, Rusty se preguntó si debería haberse comprado uncoche nuevo en vez de invertir todo su dinero en el Retiro Never Forget. Por suerte, Maya no erade las que le darían la patada solo porque conducía una batidora.

Habían pasado dos días desde que Draco mostró sus capacidades de hurón. Sus invitados delretiro habían comenzado sus diversas actividades terapéuticas, mientras que Curtis mantenía aDraco entretenido y fuera de su camino. Mañana y tarde, Rusty había disfrutado de brevesconversaciones con Maya cuando esta iba a dejar o buscar a su hijo. Por fin era viernes, y aquíestaba él, recogiéndola para su tan esperada cita en la playa.

Al haber llegado temprano, como era normal en él, pensó un momento en su apariencia, y sepreguntó si sus pantalones cortos y su polo de cuello amarillo no eran demasiado elegantes. Soltóel aliento para calmarse, miró al cielo y rezó para que las nubes que bordeaban el horizonte semantuvieran alejadas para que él y Maya pudieran disfrutar de su fogata.

Cuando se dirigía a la puerta principal, esta se abrió de golpe. Curtis salió de repente, con lapiel un poco quemada por el sol después de haber llevado a Draco por el arroyo en un bote esedía.

Sus miradas se encontraron, y la cara de Curtis reflejó perplejidad y luego sorpresa.—Oh. —Miró a Rusty como si lo viera por primera vez—. ¿Mamá va a salir contigo? —

preguntó.Rusty parpadeó ante la extraña pregunta.—¿No te lo ha dicho?—No. —Y dada la mirada de Curtis, supo que al chico no se le había ocurrido pensar que los

dos adultos podían tener una relación.La irritación hizo presa de Rusty, seguida de una inquietud. ¿Por qué no le habría dicho Maya a

su hijo que planeaba salir con él, a menos que no pensara que su cita la llevaría a algopermanente? La incertidumbre le tendió una emboscada.

—Bueno, espero que te parezca bien —dijo, deseoso de la aprobación del chico. Mierda, siCurtis decía que no, tendría que subirse a su coche y marcharse. Su corazón se estremeciómientras esperaba su respuesta.

Curtis se encogió de hombros y se rascó la oreja.—Claro, supongo. ¿Quién está con Draco?La preocupación del chico por el perro emocionó a Rusty.—Un par de chicos se ofrecieron para cuidarlo esta noche. Uno de ellos conocía a Nichols, el

antiguo adiestrador de Draco.—Oh, genial. —Mencionar a Nichols hizo que Curtis reflexionara un instante—. Siempre que

no esté atrapado en su caseta toda la noche… —añadió.—No. Van a mantenerlo en su puesto. ¿Y qué hay de ti? ¿A dónde vas? —Rusty se dio cuenta de

pronto de que Curtis estaría solo mientras ellos estaban en la playa.—A casa de un amigo. Mamá dice que puedo comprar un nuevo videojuego con parte del

dinero que me diste, pero voy a guardar el resto —prometió.—Buen chico. Y no te di ningún dinero; te lo ganaste. —Le dio una palmada en el hombro y

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notó la densidad de los huesos en crecimiento del muchacho—. Recuerda que tienes una buenacabeza sobre tus hombros. Asegúrate de usarla esta noche.

—Sí, señor.Rusty dejó caer su mano.—Nunca he sido un señor —le recordó a Curtis—. Tu padre era el oficial. Yo solo soy un

hombre retirado de la Marina.Curtis lo miró pensativo. Rusty casi podía ver cómo comparaba lo que sabía de su padre con lo

que veía en Rusty.—Bien, lo siento —se disculpó Curtis.—No hay problema. Que tengas una buena noche.—Gracias. —Curtis se giró hacia el interior de la casa y lanzó un grito—. ¡Me voy, mamá!—Vuelve a las diez. —El grito de respuesta de Maya vino de la habitación de atrás.El chico pasó junto a él.—Hasta luego, Rusty.Por fin, lo había llamado por su nombre. Rusty escondió una sonrisa.—Hasta luego.Curtis se apresuró a subir a la acera. Rusty entró en la casa, cerró la puerta en silencio y se

dirigió hacia la cocina. Probablemente, Maya ni siquiera sabía que estaba aquí. Miró hacia lapuerta de su dormitorio, ligeramente entreabierta, y vio su espalda desnuda y la tira del sujetadormientras ella deslizaba los brazos por las mangas de una camiseta.

La emoción que se apoderó de él le hizo preguntarse si podría quitarle la camiseta más tarde.«Tranquilo», se advirtió a sí mismo. Maya no era el tipo de mujer que se mete en la cama en la

primera cita. Por lo que él pudo deducir de los últimos diez años, ella no había salido con nadiedespués de enviudar. Demonios, él sería afortunado si ella le dejara besarla.

Maya se giró de repente mientras trataba aún de ponerse la camiseta y se sobresaltó al verloparado en su puerta.

—¿Cuánto tiempo llevas aquí? —le preguntó, extendiendo la mano para abrirla por completo.Él le dirigió una sonrisa avergonzada.—Lo siento. No quise asustarte. Entré cuando Curtis se fue.—Oh. —Sus manos se posaron sobre su abdomen—. Entonces él te ha visto —le respondió

ella.La sonrisa de Rusty se desvaneció.—Sí. —Dejó que entendiera las implicaciones antes de continuar—. Le pregunté si podía salir

contigo esta noche. Dijo que estaba bien.La piel tensa del rostro de Maya se relajó.—¿Eso dijo?—¿Cómo es que no le dijiste que íbamos a salir? —Si ella no iba en serio con ellos dos,

entonces él no le haría perder el tiempo.Maya apartó la mirada.—Quería hacerlo. —Miró al suelo detrás de ella, posiblemente buscando sus zapatos.

Desapareció un instante y luego regresó con una falda vaquera, una camiseta verde pálido ysandalias.

—Pareces tener unos veinte años —declaró él, incapaz de dejar de sonreír.Ella miró hacia otro lado con un rubor tímido.—Quería decírselo a Curtis —repitió—. Es solo que... No tuve la oportunidad. —Las pulseras

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de plata se movieron en su muñeca mientras levantaba una mano para arreglarse el pelo. Pero nopodía mirarlo a los ojos.

—¿Estás lista? —le preguntó, sin querer probar sus sentimientos si ella no estaba preparadapara admitirlos.

—Casi. —Pasó junto a él para llegar al refrigerador y una tentadora fragancia flotó en susfosas nasales, reavivando su ardor—. Tengo algo que aportar. —Maya sacó una botella de vinodel refrigerador y se la mostró—. Mi pinot grigio favorito. ¿Te importa si lo llevamos?

—Por supuesto que no. —Había metido una botella de zinfandel en la nevera, pero el zin sepodía quedar.

—Más un tentempié —añadió Maya, alcanzando una bolsita llena de verduras recién cortadas.—Genial. —Irán bien con el queso y las galletas que he traído.—¿Necesito coger algo, una toalla, sillas de playa? —Ella cerró el refrigerador.—Tengo todo lo que necesitamos —dijo Rusty.—Por supuesto que lo tienes. —Ella le lanzó una sonrisa burlona—. Olvidé con quién estaba

hablando.—Todo va a ir bien, Maya —se oyó asegurarle—. Vamos a divertirnos.Rusty se quedó consternado cuando los ojos de Maya se volvieron brillantes de repente y su

nariz se coloreó de rosa. Ella se quedó quieta un segundo, luchando por mantener la compostura.—Lo siento. Estoy realmente fuera de práctica —dijo con voz tensa.—Por favor, no te disculpes. —Una visión de su marido muerto, con las tripas esparcidas por

las rocas sobre las que estaba tumbado, apareció en el fondo de sus ojos—. Podemos hablar deIan esta noche —sugirió—, si quieres.

Era la última cosa que ella quería hacer, pero si iban a dejar el pasado atrás, entoncesnecesitaban recordar a su marido muerto y pedir su bendición.

Ella se iluminó visiblemente.—Bien —aceptó.

Curtis dirigió una mirada desconcertada hacia el aparcamiento y se preguntó dónde podría estar suamigo Matt. Se suponía que iban a pasar el rato, tal vez incluso caminar hasta el centro comercialpara comprar una copia de un nuevo juego para PS4. Pero Matt no solo no estaba en casa, sino quesu coche familiar había desaparecido.

Curtis sacó el viejo móvil de su madre de su bolsillo. El estúpido cacharro ni siquiera teníadatos. «¿Dónde estás?», le preguntó a Matt en un mensaje de texto.

El sol de la tarde lo golpeó. Le dio un manotazo a una molesta mosca mientras esperaba. Al fin,Matt le devolvió el mensaje.

«Lo siento. Me olvidé de mi partido de fútbol. No llegaré a casa hasta las ocho».Los hombros de Curtis se desplomaron. Su madre lo mataría si fuera a la tienda solo. Ella

había sido especialmente protectora últimamente, diciéndole que mantuviera la puerta cerrada yque no respondiera a ningún extraño.

Pensó en sus otros amigos. Jason estaba de vacaciones, así que solo quedaba Santana, que no legustaba a su madre. Pero ella no estaba aquí esta noche, así que ¿por qué no salir con él? Ellanunca notaría la diferencia.

Pensó en Lucifer, el perro del tío de Santana. El gran doberman ya no lo asustaba, no despuésde Draco. Rusty le había enseñado a Curtis a proyectar su alfa interior. Si lo hacía, el perro no

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intentaría intimidarlo.Al decidirse, corrió hacia la puerta principal de Santana y llamó, un poco decepcionado

cuando no oyó ningún ladrido. La madre de Santana abrió la puerta. Parecía exhausta, con el pelolacio y rubio que se había soltado de su moño.

—Oh, hola —dijo. Ella mantuvo la puerta abierta de par en par—. Santana está en suhabitación. Puedes subir.

Curtis sorprendió a Santana metiendo una revista bajo su cama. No le preguntó de qué tipo era.—Oye, gané algo de dinero con mi trabajo —anunció—. ¿Quieres venir conmigo a Game Stop

y comprar el juego de Carmageddon?Santana saltó de su cama.—¿Cuánto tienes?Curtis se alegró de haber dejado la mayor parte de su dinero en casa.—Cuarenta dólares. Creo que solo cuesta treinta y cinco.—Genial. —Vámonos—. Al llegar a su cómoda, Santana deslizó lo que parecía una linterna y

un destornillador en el bolsillo trasero de sus vaqueros caídos.Curtis se devanó los sesos, pero no podía imaginar por qué Santana necesitaría ninguna de las

dos cosas. Como no quería parecer estúpido, no le preguntó.Bajaron las escaleras juntos. Sin decirle nada a su madre, Santana lo sacó de la casa y lo llevó

al aire húmedo de la noche. Dieron la vuelta en dirección a la zona comercial situada a una milla ymedia del complejo de apartamentos. Curtis miró al cielo, ahora bordeado por un muro de oscurasnubes de tormenta. Si se apresuraban, podían llegar a la tienda y volver antes de que empezara allover. El zumbido del tráfico en la carretera principal sonaba a lo lejos.

Santana dejó de caminar de repente.—Oye, ¿quieres ver algo genial? —le preguntó a Curtis.—¿Cómo qué?—Ya lo verás. —Los ojos claros de Santana brillaban con misterio. —Vamos —lo instó.

Salieron de la acera y se dirigieron hacia los árboles que rodeaban los edificios.Curtis miró el bolsillo trasero de su amigo y lo siguió con cierta reticencia. Santana no lo

pincharía por cuarenta dólares, ¿verdad?—¿A dónde vamos?Había estado en estos bosques varias veces a lo largo de los años. No había nada allí, excepto

un camino de servicio y un arroyo que se llenaba de agua cuando llovía.Santana no le respondió. Su mirada se dirigió a izquierda y derecha como si estuviera

preocupado por ser descubierto.Otro pensamiento asaltó a Curtis.—No vas a fumar marihuana o algo así aquí, ¿verdad? —Tal vez la evaluación de su madre

sobre Santana no iba desencaminada.Su amigo frunció el ceño, molesto.—No, hombre. No fumo marihuana. —Saltó sobre un tronco y Curtis se vio obligado a

seguirlo.—¿Y qué hacemos entonces? —insistió.—Shhh —siseó Santana—. Calla. Avísame si oyes algo.Todo lo que Curtis podía oír era el gorjeo de los pájaros cantores y un par de ardillas que

corrían por el tronco de un árbol. El suelo blando comenzó a inclinarse hacia abajo al acercarse ala zona donde la escorrentía de las calles se vertía en un arroyo. Cuando llegaron al pequeño

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afluente, Curtis vio la boca de un gran desagüe, lo bastante grande como para entrar si seencorvaba. Santana se dirigió directo hacia él.

—No vamos a entrar ahí, ¿verdad? —preguntó Curtis.Su amigo le sonrió, luego agachó la cabeza y entró en la abertura.Curtis se acercó y estudió la boca oscura con desconfianza.Santana apareció de regreso.—Confía en mí. Vas a querer ver esto.—¿Ver qué?Santana escudriñó el bosque con sus ojos claros y se asomó al desagüe.—Armas. Rifles. Hay montones de ellos —murmuró.—¿En serio? —Curtis no le creyó.—Vamos. Te lo enseñaré.Curtis pensó en su móvil y en si debería enviarle un mensaje a su madre, pero decidió que era

mejor no hacerlo.El aire frío y húmedo le sopló en la cara cuando se unió a Santana en el cilindro de cemento. El

túnel olía a agua rancia y a aceite de coche. Por suerte, no había llovido últimamente, y el aguafluía en un estrecho arroyo entre sus pies. Podía atravesar el charco y evitar mojar sus zapatillas.

Cuando el túnel se hizo demasiado oscuro, Santana se detuvo y encendió su linterna. Así quepor eso la había traído. Incapaz de ver más allá de los hombros de su amigo, más alto, Curtis fijósu mirada en los escombros que llenaban el fondo del túnel: latas, botellas y bolsas de plástico.

Habían caminado unos quince metros cuando el túnel cruzó otro igual, ofreciéndoles trescaminos a seguir. Santana giró a la derecha.

—Ya casi llegamos —dijo.Curtis no podía ignorar la creciente certeza de que estaban metiéndose en problemas.—Deberíamos volver —insistió, aminorando su paso.Santana lo miró por encima del hombro.—¿Vas a ser un marica cuando hemos llegado tan lejos?—Cállate —ordenó Curtis, dándole un empujón.—Está justo aquí arriba, de todos modos. —La voz de Santana resonó en la cámara—. Mira.

—Iluminó con su luz la pared, y Curtis vio una reja a la altura de las rodillas que bloqueaba laentrada a un túnel más pequeño. Un candado, brillante y nuevo, mantenía la reja cerrada. MientrasSantana se acercaba a ella con su destornillador, Curtis se preguntó si no estaba diciendo laverdad, después de todo.

Ignorando la cerradura, Santana sostuvo la linterna entre los dientes y presionó con eldestornillador las bisagras del otro lado. Cuando los tornillos se levantaron, Curtis se dio cuentade que Santana ya había hecho esto antes. Dejó caer los tornillos en su bolsillo, le dio un tirón a lareja y la sacó de sus bisagras. La dejó colgando de la cerradura, alcanzó la abertura de dieciochopulgadas, se agarró a algo que sonaba pesado y lo arrastró hacia él. Entonces, empujó el objeto enel túnel más grande y encendió su linterna para que Curtis pudiera verlo.

Se trataba de un gran contenedor de plástico como el que vendían en Walmart para guardar elpapel de envolver.

—Adelante —lo invitó Santana, con una nota de advertencia—. Ábrelo.—¿Está lleno de serpientes o algo así?—Te lo dije. Pistolas.—No puede ser.

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—Sí. Y hay otro igual. —Asintió con la cabeza hacia la apertura—. Levanta la tapa.La confianza de su amigo hizo que Curtis tirara de la tapa bien ajustada. Después, Santana

inclinó su luz bajo la cubierta.Los ojos de Curtis se abrieron de par en par. Había visto algo similar el otro día, un cubo lleno

de todo tipo de armas. Esto era exactamente lo mismo, solo que el contenedor era más largo, lasarmas eran más grandes, y había muchas más.

—Estos son todos AR-15 —dijo Santana, cogiendo uno de ellos y cargándolo sobre el codo—.La otra caja está llena de M-4s. Los busqué. ¿Sabes cuánto cuesta uno de estos bebés? Dos de losgrandes cada uno, tío. ¡Tenemos delante cincuenta mil dólares ahora mismo!

Un escalofrío recorrió la columna vertebral de Curtis.—No me apuntes con eso. ¿Cómo llegaron aquí? —Quiso saber.—No lo sé —respondió Santana un poco demasiado rápido.—¿Cómo los encontraste? —lo presionó Curtis.Santana fingió apuntarle con el rifle.—No te preocupes por eso. Prométeme que no se lo dirás a nadie.—Lo prometo —dijo rápidamente.Satisfecho, Santana puso el rifle sobre su hombro y empujó la tapa contra el contenedor de

plástico.—¿Vas a coger eso? —La pregunta de Curtis salió con un graznido embarazoso.—Sería complicado. Cogeré solo un arma. Tienen como treinta aquí.—Tienes que devolverla —insistió Curtis.—No me digas lo que tengo que hacer. Solo estás celoso porque no tienes ninguna. Toma,

sostén esto —añadió, lanzando el rifle a Curtis mientras devolvía la caja grande al túnel máspequeño.

Al volver a sacar el arma que sostenía, Curtis se preguntó si podría ir a la cárcel por esto. Esasarmas tenían que ser robadas y ahora sus huellas dactilares estaban impresas.

Santana volvió a colocar la rejilla en sus bisagras y volvió a enroscar los tornillos en susagujeros con dedos ágiles. Apretó los tornillos con su destornillador.

—Esperaremos hasta que oscurezca —dijo mientras guardaba el destornillador y arrebataba elrifle del flojo agarre de Curtis—. Entonces iré a casa y lo esconderé en mi habitación.

—¿Qué vas a hacer con él?—Venderlo. ¿Qué crees que voy a hacer?—¿Cómo? —preguntó Curtis.—En Internet, idiota. Vamos, salgamos de aquí.Demasiado ansioso por abandonar el húmedo recinto, Curtis se giró y empezó a avanzar a

ciegas. Golpeó con el pie una lata que rebotó con fuerza en la pared de cemento antes de caer alagua. Llegaron al lugar donde se cruzaban las tuberías, y él giró a la izquierda, aliviado de ver laluz del día más adelante.

Tal vez debería contarle a su madre el descubrimiento de Santana. No quería que su amigo semetiera en problemas, pero estas armas eran la prueba de un delito y, aunque su madre notrabajaba en casos civiles, le habían enseñado el valor de las pruebas a la hora de condenar a losmalos.

Sí, tan pronto como estuviese solo de nuevo, le enviaría un mensaje de texto. Rusty la traería acasa enseguida. Curtis lo conocía lo suficiente como para saberlo. Lo que había visto esta nochelo estaba asustando.

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Capítulo 11

Mientras contemplaba las llamas de la fogata, Maya escuchaba el relato de Rusty sobre la horriblebatalla que se había cobrado la vida de Ian. Estaba segura de que el vino que habían compartidole había aflojado la lengua y que estaba contándole más de lo que podría haber hecho de otramanera, al explicarle por qué los Marines habían sido enviados a Gilman Ridge para rescatar a uncabo del ejército que se había alejado de su batallón y había sido capturado por los talibanes.

Se suponía que iba a ser un rescate rápido y fácil, pero la Inteligencia le había fallado a losMarines, haciendo que el pelotón de su esposo se topara con una fuerza enemiga diez veces mayorque la suya. El único apoyo lo bastante cercano para ayudar de manera oportuna era el escuadrónde Rusty, que consistía en cuatro SEALs que acababan de completar su propia misión.

—Y así creamos una distracción, esperando desviar el foco de atención en los marines ytrasladarlo hacia nosotros —añadió Rusty—. Lo que sucedió, en cambio, fue que otra ola detalibanes salió corriendo de algunas cuevas al este y nos atraparon justo en el medio, sin salida.Los marines cobraron un alto precio, y uno de mis hombres sufrió una herida en el pecho. Lostalibanes nos golpearon con lanzacohetes, granadas, disparos, todo lo que tenían. Nos mataron atiros, hasta que todos terminamos en el mismo lugar, detrás de un afloramiento de rocas.

Maya sintió un nudo en la garganta al imaginarlo. La brisa que soplaba del océano secó suslágrimas antes de que resbalasen de su rostro.

—¿Quieres que me detenga? —preguntó Rusty con voz emocionada.No podía ser más fácil para él revivir el evento de lo que era para ella oírlo, pero Maya

sacudió la cabeza de todos modos.—Si puedes hablar de ello, entonces quiero saberlo. —No estaba segura de que fuera lo mejor

para Rusty insistir en los horrores que había vivido, pero sentía que le debía a Ian saber por loque había pasado.

Rusty siguió adelante.—Cuando nuestro artillero fue alcanzado en la cabeza, supuse que nos invadirían en minutos.

—Su voz ronca parecía mezclarse con el rugido de las olas que rompían en la orilla a solo unosmetros de distancia—. Pero entonces Ian se hizo cargo de la ametralladora M240, y nunca habíavisto a nadie disparar esa arma con tanta precisión. Nuestras balas se estaban acabando. Cada unade ellas contaba. Debió de haber cortado al enemigo por la mitad. De repente, tuvimos laoportunidad de aguantar hasta que llegase el apoyo aéreo.

»Para entonces solo quedábamos siete hombres, el resto estaba muerto o desangrándose anuestro alrededor. El helicóptero de extracción estaba a la vista cuando una granada voló desde lacolina. Y maldición si no rodó justo en el espacio donde los siete estábamos escondidos. Aterrizócerca de Ian. Yo esperaba que la tomaría y la arrojaría sobre las rocas, pero él sabía cuántotiempo había estado rodando. Sabía que no quedaba tiempo. Me miró directamente con unaresolución que nunca olvidaré. Y luego se lanzó boca abajo sobre ella.

La imagen en su mente era tan vívida, que Maya se tapó los ojos con las manos. El dolor, quehabía disminuido a lo largo de los años, volvió con la misma fuerza devastadora que la habíaarrasado cuando fue informada de la muerte de su marido. Si no fuera por Curtis, que tenía cuatroaños en ese momento, podría haberse hundido sin remedio en una depresión. En cambio, se había

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mantenido ocupada, y día a día, año tras año, su pérdida se hizo más fácil.El hombro de Rusty rozó el suyo, haciéndole saber que se había acercado. Su poderoso brazo

la rodeó y la atrajo con suavidad hacia él. Su hombro encajaba perfectamente bajo su brazo. Conel rostro de Ian aún fresco en su mente, se volvió hacia la oferta de consuelo de Rusty y presionósu cara contra su cuello, respirando su fresco aroma a salvia. Apoyó su mano contra su pecho y secalmó al sentir el firme latido de su corazón.

—Lo siento —le dijo él al oído.Era extrañamente reconfortante saber que Rusty había estado allí en los últimos momentos de

Ian. Sabía que Ian se había sacrificado para salvar a los demás. Pero nunca pensó en considerarque si la granada hubiera rodado junto a Rusty, él habría actuado exactamente igual. Ahora sabíaque lo habría hecho. Y el hecho de saberlo le hacía imposible resentirse con él por sobrevivir. Ianhabía querido que los otros hombres salieran adelante.

Maya levantó la cabeza de repente.—Espera, ¿qué pasó con los otros?La mirada de Rusty se dirigió hacia el horizonte, ya tragado por la oscuridad. Su pulgar

acarició con aire distraído la parte superior de su brazo mientras sus pensamientos viajaban a otrotiempo y lugar.

—Dos balas los alcanzaron justo después de que Ian muriera. Los demás cayeron bajo lametralla cuando un mortero explotó detrás de nosotros en nuestro camino al helicóptero. Los llevéa todos al Blackhawk, pero no sobrevivieron a la explosión.

Maya imaginó los riesgos que Rusty había corrido para intentar salvar a los últimos cuatrohombres. Qué terrible carga debía de representar haber sido el único superviviente.

Al darse cuenta de que sus bocas estaban a solo unos centímetros de distancia, Maya sucumbióa la necesidad de consolarlo. Se inclinó más cerca, cerró los ojos y rozó su boca con la de él.

Sus labios se amoldaron cálidamente a los de ella. El calor y el deseo la inundaron al instantemientras sus labios se fusionaban lentamente. La lengua de él se deslizó en su interior y Maya seperdió en la ola de deseo que se estrelló sobre ella, arrastrándola hacia una resaca tan feroz quese olvidó de respirar.

Había pasado una década en una sequía sexual, solitaria y, sí, resentida porque la muerte lehabía arrebatado a su marido y compañero de vida. De repente, su corazón y su cuerpo seapagaron al mismo tiempo, haciendo que la sequía pareciera valer la pena ante tan dulcedespertar.

—¿Qué tenemos aquí?

La inesperada pregunta sorprendió a Curtis e hizo que retrocediera. Colisionó con Santana, quesujetaba el AR-15 contra su pecho mientras seguía sus pasos.

Tres figuras oscuras se apartaron de la pared del túnel, bloqueando la luz de la salida. En elinstante siguiente, una linterna se encendió y los enfocó a él y a Santana con un rayo cegador.

Curtis levantó un brazo para proteger sus ojos, y el rostro pálido de un extraño, seguido pordos hombres más, uno más difícil de ver que el otro, salió de la oscuridad.

—¡Santana! —exclamó la figura más oscura—. ¿Qué demonios haces aquí?Curtis reconoció el tono y el acento del tío de Santana. Una pizca de alivio ralentizó su

palpitante corazón.—Apoderarse de nuestro alijo, eso es lo que está haciendo —acusó el primer hombre con una

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nota áspera. Empujó a Curtis fuera de su camino y le arrebató el AR-15 a Santana. Luego lo agarródel cuello—. ¿Conoces a este chico? —preguntó, volviéndose hacia Will.

El tío de Santana suspiró.—Es mi sobrino. Debió de habernos seguido el otro día.—¿Nos siguió? —exigió el hombre, sacudiendo a Santana.—Sí —admitió este, con voz temblorosa.Los ojos del hombre brillaron en la oscuridad mientras evaluaba la situación. Curtis advirtió

una fina cicatriz en la comisura de su boca.—Agarra al otro chico, Will —ordenó. La cicatriz lo hacía parecer malvado—. Han visto

nuestra mercancía. No podemos dejar que se vayan.Sus despiadadas palabras penetraron lentamente en la conciencia de Curtis. Cuando el tío Will

le cogió del brazo, ya era demasiado tarde para pasar por delante de los dos hombres que lebloqueaban el camino y correr. ¿Qué quiso decir Caracortada con «no podemos dejar que vayan»?

—Vamos, Tom. No se lo dirán a nadie —protestó el tío Will.—Cállate, idiota. Acabas de decirles mi nombre. ¿Crees que con la investigación en curso

podemos permitirnos dejarlos marchar? Eres un estúpido hijo de puta.El tío Will pareció aumentar de tamaño, reduciendo el estrecho espacio.—No me hables así. Yo fui quien encontró un lugar para esconder nuestra mierda. Si

hiciéramos las cosas a tu manera, estaríamos en la cárcel ahora mismo.—Sí, un gran escondite —se burló el tercer hombre. Al abarcar el túnel con sus brazos,

bloqueó la única ruta de escape—. Es tan bueno que un par de niños se las han arreglado paraencontrarlo.

—Escucha —insistió Will—. Santana es de mi familia. Deja que se vaya y te prometo quemantendrá la boca cerrada. —Su tono implicaba que se encargaría personalmente de eso—. Peroel otro chico resulta ser el hijo de la investigadora que trabaja para el NCIS.

Sorprendido al escuchar mencionar a su madre, Curtis se fijó en la mirada oscura y brillantedel tío Will.

—¡No me digas! —Tom Caracortada giró su linterna hacia Curtis, quien se estremeció por elresplandor—. ¿Es el hijo de esa perra de Schultz?

El tercer hombre larguirucho dejó caer sus brazos lentamente.Curtis respiró hondo y recordó avergonzado que una vez había llamado a su madre de la misma

manera.—Te dije que ella vivía justo al lado de mi casa —dijo el tío Will.—Bueno, mierda —resopló Tom—. ¿No es eso algo?El sabor agrio del terror llenó la boca de Curtis cuando se dio cuenta de la situación

insostenible en la que se encontraba. Su madre tenía que estar investigando a estos hombres. Esolo convertía en una responsabilidad muy seria. Aunque movieran sus armas a otro lugar, Curtishabía oído lo suficiente para testificar contra ellos. La única forma de evitar responder por susdelitos era asegurarse de que Curtis nunca se lo dijera a nadie, lo que significaba que iban amatarlo.

Luchó contra la repentina y abrumadora necesidad de orinar.—¿Y qué hacemos? —preguntó el tercer hombre, con un tono que transmitía una clara

reticencia a hacer algo drástico.—Le disparamos y lo dejamos aquí —propuso Tom.—Por favor… —susurró Curtis, a punto de orinarse.

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—No se lo dirá a nadie —insistió Santana.Tom los ignoró a ambos.—Le disparamos y lo matamos —continuó—. Es la única manera de garantizar su silencio.—Mira —el tono del tío Will se volvió serio—. Una cosa es el contrabando de armas, y otra

es matar a alguien. No quiero ser parte de esto.—Yo tampoco —dijo el tercer hombre.Curtis contuvo la respiración mientras rezaba por que lo soltasen.—Entonces, ¿qué sugieres? —se burló Tom—. Hemos llegado hasta aquí. El NCIS no tiene

nada contra nosotros. Estamos prácticamente fuera de peligro. Si los dejamos irse, este irácorriendo hacia su madre. Aunque movamos nuestro alijo, su testimonio nos hundiría.

Un silencio pensativo llenó la cámara. Curtis escuchó el lejano sonido de truenos.—Así que encerramos a este.La sugerencia de Will convirtió la sangre de Curtis en agua helada. Se volvió hacia Santana,

quien lo miró sin decir nada.—Prometo que no se lo diré a nadie —juró, deseando que su voz no se hubiera quebrado.—Cállate —le espetó Tom—. ¿Encerrarlo dónde?—Donde escondimos las cajas —continuó Will—. Tenemos que moverlas ahora de todos

modos.—¿Y si se arrastra por el túnel y escapa?—Primero, no cabe por él. Segundo, esa línea lleva a un lugar y no hay forma de salir de él. Ya

me he ocupado de eso. Quedará atrapado ahí. Nadie va a oírle gritar tampoco si pide ayuda.Dentro de unos días, morirá por su cuenta.

Las piernas de Curtis amenazaban con ceder. No lo dejarían realmente encerrado detrás de lareja, ¿verdad? De repente recordó su teléfono móvil y la esperanza reforzó sus temblorosasrodillas. Solo tenía que esconderlo antes de que se dieran cuenta de que lo tenía.

—¿Dónde podemos poner la mercancía? —preguntó el tercer hombre.—Pondré los contenedores en el sótano de mi hermana hasta que encontremos algo mejor —

ofreció Will.—No, yo las llevaré —decidió Tom—. De esa manera tu sobrino no cogerá nada—. Le dirigió

a Santana una mirada dura—. Será mejor que no digas una palabra, chico, o te mataré yo mismo—amenazó.

Atrapado por el haz amarillo de la linterna, los ojos de Santana parecían dos piscinas. Sacudióla cabeza, incapaz de articular palabra.

—No hablará —dijo el tío Will con absoluta convicción.—Está bien, entonces. —Tom empujó a Santana en la dirección opuesta—. Es hora de devolver

este rifle —dijo.El tío Will giró a Curtis, impulsándolo para que lo siguiera con sus débiles piernas.Mientras se adentraban en las alcantarillas, Curtis metió los dedos en su bolsillo, sacó su

teléfono barato y lo metió con rapidez bajo la cintura de sus pantalones y en su ropa interior. Porprimera vez, se alegró de que su madre le comprara esos horribles calzoncillos.

Estos hombres lo iban a encerrar en un tubo estrecho de hormigón y dejarlo allí para quemuriera. Ja. Llamaría al 911 tan pronto como se fueran, y estaría libre al anochecer.

«Voy a estar bien», se aseguró.

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Capítulo 12

Mientras invocaba su autocontrol, Rusty inclinó a Maya con suavidad sobre la toalla que habíaextendido en la arena. Ella se recostó, su piel brillaba bajo el resplandor del fuego y tenía los ojosabiertos con asombro. El oscuro cielo sobre su cabeza tembló con un estruendo que reflejó eldeseo fulminante en el flujo sanguíneo de Rusty. Apoyando su peso en un codo, se acostó junto aella en lugar de estirar su cuerpo sobre el suyo. Un caballero nunca tomaba ventaja en la primeracita.

Sus besos eran suficientes.Como había imaginado desde el momento en que la conoció, sus labios eran un paraíso. Tenían

el sabor del vino suave que habían bebido, y respondió con una voluntad que lo humilló, alquitarse las gafas y soltarlas en la arena.

Hipnotizado por la pálida profundidad de sus ojos verdes, Rusty exhaló un gemido de hambremientras tenía su boca sobre la de ella. Con su mano libre, acarició su estrecha cintura y el dulcedestello de sus caderas, deteniéndose antes de acariciar las hinchazones de sus pechos o, mejoraún, deslizando sus dedos por debajo de su falda hacia la calurosa unión de sus muslos.

Y antes de llevar esto más lejos, debía ser por completo honesto con ella y confesarle algo quepodría hacerla salir corriendo en la dirección opuesta.

Rusty interrumpió el beso de mala gana y respiró hondo para disminuir su lujuria. Aclaró sugarganta.

—Necesito decirte algo.Ella parpadeó, y la película de deseo desapareció de sus ojos.¿Realmente tenía que hacer esto? Lo último que deseaba en ese momento era asustarla. Él

cuestionó su conciencia por última vez. Sí, tenía que hacerlo. Ella merecía saber en qué se estabametiendo.

—He visto morir a muchos hombres, Maya. Ya fuese la muerte de un enemigo o de un colega,no hay diferencia. Todos son seres humanos.

Ella asintió despacio y estudió su rostro como si fuera un mapa misterioso.—Cuando estás con gente que te importa en el momento en que mueren —continuó él—, es

como... si estuvieras en un lugar sagrado. Es la única forma que encuentro para describirlo. Laiglesia es sagrada, pero da mucho miedo.

Maya lo miró ansiosa, pero se mantuvo callada para que él prosiguiese.—A veces, los hombres cuya muerte he presenciado vuelven a visitarme —declaró él al fin.Un pequeño ceño fruncido apareció entre las cejas finamente dibujadas de Maya. Cogió sus

gafas y se las puso para verlo mejor.—¿Qué quieres decir?Mierda. Esto le iba a sonar muy raro a una mujer que, en virtud de su profesión, creía en

pruebas concretas.—Ian vino a mi habitación la otra noche. Se quedó mirándome mientras yo hablaba contigo por

teléfono.Rusty contuvo la respiración, a la espera que ella dijera algo, pero Maya solo parpadeó, quizás

preguntándose si le estaba tomando el pelo.

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—No es el único. Los veo a todos... a todos los hombres que han muerto mientras yo estaba conellos. No es tan raro como se podría pensar —añadió, al menos según la Fundación Edgar Caseyde estudios sobrenaturales. Los visitó en un par de ocasiones y encontró consuelo en su evaluaciónde que era algo perfectamente normal.

—¿Te... hablan...? —preguntó ella, con un hilo de reserva tejido a través de su voz.No podía mentirle.—A veces.Su mirada se volvió cautelosa de repente.—¿Ian te habló?—No. Aún no.El hecho de que él admitiese que esperaba hablar con Ian algún día, la sacudió. Ella se apartó

de él, señalando su deseo de tener más espacio.Maldita sea. Él se alejó y se regañó a sí mismo mientras ella se sentaba despacio, mirándolo

como si no lo hubiera visto nunca. Algo duro e incómodo se alojó bajo el esternón de Rusty.—Supongo que no debería habértelo dicho —dijo él mientras el silencio se extendía entre

ellos.—No te lo estás inventando —afirmó Maya. El arrepentimiento en su voz era obvio.—No. —A Rusty le sonó cansada su propia voz. ¿Por qué diablos iba a inventarse algo que lo

hiciera parecer un loco? Esperaba que tal vez el espíritu de Ian la hubiera visitado también, y queella lo entendiera. Pero no. Por lo visto, solo él había tenido ese dudoso honor.

—Vale. —Ella asintió con la cabeza y deslizó su mirada hacia el fuego para observar lasbrasas—. Necesito pensar en esto —dijo con voz distante.

El dolor bajo el esternón de Rusty aumentó.—Por supuesto.En ese momento, un enorme ruido sonó sobre sus cabezas y un rayo iluminó la playa dejándola

tan brillante como el día. La oscuridad le siguió igual de rápido, junto con un ominoso estruendo yunas pocas gotas de lluvia.

—Supongo que será mejor que recojamos —dijo, agradecido al clima por darle una excusapara justificar su retirada con dignidad.

Qué manera de arruinar una noche perfecta. ¿Por qué, oh por qué, tenía que ser tan jodidamentehonesto?

Curtis esperó hasta que el último eco de los pasos de los hombres se hubiese desvanecido. Laoscuridad total lo oprimió, encerrándolo como el estrecho túnel por el que se había visto forzadoa arrastrarse.

Buscaron en sus bolsillos un teléfono y solo encontraron su dinero. Luego sacaron del túnel loscontenedores llenos de armas y lo obligaron reptar por la abertura hacia el interior, con la cabezapor delante.

Cuando la levantó para mirar hacia atrás, cerraron la reja detrás de él y pusieron el candado.Entonces Tom, después de haber sacado una confesión de Santana sobre cómo la había abiertoantes, cogió su destornillador y apretó los tornillos.

—Ahora no hay manera de que salga de aquí —había declarado.Al fin lo dejaron allí para que muriera. Y no hubo ni una palabra o mirada por parte de Santana

para asegurarle que volvería a por él o que llamaría a las autoridades.

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Curtis los había visto alejarse mientras se llevaban la luz con ellos. Con el plástico duro de sumóvil golpeándole los huevos, no había llorado ni pedido clemencia. No podía esperar más a quese fueran.

Cuando lo único que pudo oír fue el constante goteo del agua que corría por las tuberías, metióla mano en sus calzoncillos y sacó su teléfono.

El brillo verde del teclado hizo retroceder las sombras, evitando su pánico. Deliberó unmomento. ¿Llamaba primero a su madre o al 911?

Optó por su madre. El teléfono sonó mientras presionaba las teclas. Luego se lo puso junto aloído y respiró hondo mientras ensayaba lo que iba a decirle.

Esperó a que sonara el tono de llamada... y esperó... y esperó.«Oh, no». Echó un vistazo a las barritas de la pantalla y sus esperanzas se desplomaron. Una

barra. No tenía suficiente cobertura móvil.«Oh, Dios, no». Había contado con el teléfono para sacarlo de allí. Pero la profundidad del

túnel y la densidad de la tierra sobre él impedía que su teléfono funcionara.«¡No tengas miedo!».Pero sus pulmones luchaban por encontrar oxígeno y el terror lo paralizó.Nadie más que Santana y los traficantes de armas sabían dónde estaba. Y Santana tendría

demasiado miedo para decírselo a alguien. Podría terminar pudriéndose aquí, ¡como el tío Willhabía previsto!

Un sollozo de horror atravesó su garganta. El recinto de cemento magnificó el sonido,expandiendo su terror.

«No dejes que el miedo se apodere de ti». Rusty nunca le había dicho eso, pero Curtis casipudo oírle decirlo. ¿Qué haría Rusty en estas circunstancias? Pensaría en encontrar una salida através de ese mismo miedo.

Sabía que la rejilla estaba cerrada. Había oído el claro clic del cerrojo después de que loencerraran. Entonces Tom, después de hacerle confesar a Santana que había destornillado lasbisagras para entrar, tomó el destornillador y apretó los tornillos. No podía salir de la mismaforma en que había entrado. ¿Y ahora qué?

El lejano fragor de un trueno pareció resonar en la tubería en la que se encontraba. Al instantesiguiente, una inconfundible humedad tocó sus codos, luego su vientre y al fin sus rodillas. Sealejó de ella, solo para golpearse la cabeza y los hombros en el techo del túnel.

Agua de lluvia.Tomó su móvil antes de que se mojara y se enfrentó a su tenue luz delante de él. Debía de estar

lloviendo a cántaros. Claramente, el túnel se inclinaba hacia abajo si la lluvia no le habíaalcanzado hasta ahora. Eso significaba que si se arrastraba hacia adelante, se dirigiría a un lugardonde habría mejor cobertura.

El tío Will había dicho que no había salida. Pero eso no podía ser cierto si el agua estabaentrando. Tal vez el túnel conducía a una abertura por la que podría pasar. Como mínimo, podríahacer una llamada telefónica.

Apagó su móvil con decisión y la luz de la pantalla se desvaneció. La oscuridad lo envolvió.Deslizó el teléfono en su bolsillo trasero, se tragó su miedo, y luego comenzó a avanzar. El aguaque se había filtrado por la tubería le llegaba a sus manos y rodillas, con casi una pulgada deprofundidad. Podía oírla salir del desagüe detrás de él hacia la tubería principal de hormigón.

«Oh, vamos», gimió, preguntándose qué pasaría si el túnel continuaba llenándose. ¿Y si seahogaba aquí abajo?

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«Mantente concentrado».Se arrastró tan rápido como pudo, el duro suelo de cemento le arañaba las palmas de las manos

y las rodillas. Podía oír su aliento en el espacio cerrado, más fuerte incluso que el ondulantesonido del agua a su alrededor.

El túnel parecía interminable. Perdió la noción de lo lejos que había llegado. El nivel del aguahabía alcanzado sus muñecas. Tenía las manos y las rodillas heladas. ¿Alguna vez se terminaríaeste túnel? Se detuvo un momento, se secó una mano en su camiseta y sacó su teléfono paracomprobar la cobertura. ¡Dos barras, sí!

De repente, algo peludo chocó con su pierna. Se sacudió por reflejo, y unas pequeñas garras sehundieron en su muslo.

«¡Aahhh!». Asustado, se sacudió, y el teléfono cayó al agua. Lo buscó a tientas, con laesperanza de sacarlo a tiempo para evitar daños. ¿Dónde estaba? No podía encontrarlo porninguna parte. La corriente debía de habérselo llevado.

«¡No!». Su aullido de desesperación resonó por todo el estrecho y oscuro cilindro.«¡Joder!», añadió. ¿Qué diferencia había? Gracias a su estupidez y a su confianza ciega, estaba

atrapado en este desagüe. Se ahogaría en las próximas horas, o moriría lentamente de hambre.Ninguna de las dos opciones le atraía en lo más mínimo.

«¡Mamá!», gritó la palabra que siempre había hecho correr a su madre hacia él.Pero la única respuesta fue otro trueno lejano. Sonaba igual de distante como antes de que

empezara a arrastrarse.Con un sollozo que surgió de lo más profundo de su ser, Curtis empezó a llorar.

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Capítulo 13

Maya caminaba a lo largo de su dormitorio, con los pies descalzos sobre la alfombra. Al otro ladode su ventana, un trueno retumbó en la oscuridad, haciendo eco de la confusión que sentía en sucorazón.

Rusty la había dejado una hora antes, después de saltar de su coche. La acompañó hasta laentrada, donde se detuvo para abrirle la puerta con las llaves de Maya.

Un tenso e incómodo silencio los había envuelto, cuando ella había anhelado que aquel silenciohubiese sido excitante por la anticipación. Si él no hubiera sacado el tema de los fantasmas, ellaestaría ahora calculando si tendrían tiempo suficiente para hacer el amor antes de que Curtisllegara a casa. En cambio, lo único que ahora deseaba era estar a solas para reflexionar sobre loque él le había dicho.

Por suerte, Rusty era un hombre astuto. Cuando la puerta se abrió, él capturó su mano, se lallevó a los labios y le besó los nudillos con suavidad.

—Consúltalo con la almohada —le dijo antes de retirarse con su sigilo habitual.Pero ella no podría dormir. Para empezar, Curtis no estaba en casa todavía. Le había llamado

al móvil y le había mandado un mensaje para recordarle que debía regresar a las diez, pero sullamada fue directa al buzón de voz, lo que indicaba que se había agotado la batería. Ella tendríaque castigarlo por ignorar su toque de queda.

¿Por qué los niños tenían que poner a prueba a sus padres? Solo lo hacía todo más difícil paraambos.

El trueno dio paso a un aguacero torrencial. La lluvia golpeaba sus ventanas, llenándola de uninexplicable malestar. Se sentía de la misma manera que cuando Rusty le dijo que podía ver a losmuertos. ¡Él los veía! ¿Cómo podía ser eso?

Como investigadora especial, tenía un gran respeto por el valor de las pruebas. Las pruebaseran algo que uno podía examinar, mirar y oler. ¿Dónde estaba la prueba de que los fantasmasexistían, y mucho menos de que él podía verlos? Sacudió la cabeza mientras se mordisqueaba unpadrastro. No tenía sentido en su visión de la realidad en blanco y negro.

Su mirada se dirigió hacia el retrato de Ian, colgado en la pared.«Estoy mirando a los muertos ahora mismo», razonó. Pero eso era diferente por completo. El

cuadro era algo sólido. Además, no era Ian quien la miraba a ella, sino una simple imagen de él. Yel retrato nunca le habló, por mucho que ella deseara que lo hiciera.

Al menos, Rusty no le había pedido que le creyera. No, solo había echado a perder un momentolleno de promesas sensuales y lo había mandado al infierno con su «Oh, por cierto, veo gentemuerta».

¿Lo habría hecho a propósito para escabullirse de ella? ¿O quizás alucinaba debido a lasheridas de guerra o incluso por la típica culpa del superviviente?

Ella debería haber sabido que era demasiado bueno para ser verdad.Un nudo de autocompasión se cerró alrededor de su garganta. A este ritmo, nunca volvería a

amar. Su juventud se desvanecería, dejándola como una viuda solitaria el resto de sus días.Supuso que debía agradecer que todo esto hubiera sucedido antes de que intimaran. Porque, en sumente, su asombrosa conexión los habría llevado rápidamente en la dirección del matrimonio.

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¿Pero ahora? No era probable.Su mirada se deslizó hacia el reloj junto a su cama y la preocupación cayó como una roca al

fondo de su vientre. ¡Dios mío, ya eran casi las once! Cogió el teléfono y llamó a Curtis de nuevo,con el mismo resultado.

¿Habría decidido pasar la noche con Matt y se había olvidado de decírselo?Con un suspiro, Maya decidió ir a casa de Matt y despertar a la familia para encontrar a su

hijo. Estaba cada vez más alterada. La noche que había estado esperando toda la semana se estabaconvirtiendo en una pesadilla.

Miró de nuevo el retrato de Ian y se oyó decir a sí misma:—Si realmente estás ahí, en espíritu, entonces me vendría bien tu ayuda ahora mismo.

Curtis vio la tenue luz que entraba por un agujero sobre su cabeza.Después de lo que parecieron horas arrastrándose con las manos y las rodillas, llegó al final de

la tubería, donde el agua le llegaba a las rodillas. Por un momento, pensó que era un callejón sinsalida y que todo su esfuerzo había sido en vano.

Palpó las paredes y sintió un saliente de hormigón y luego una barra oxidada con otra justoencima: ¡una escalera!

Fue entonces cuando miró hacia arriba y vio una estrecha abertura en lo alto. El agua de lalluvia se filtraba a través de ella, pero más allá, vislumbró el cielo nocturno. ¡Una salida!

Entumecido por el frío, subió con torpeza a la cornisa. Una vez allí, alcanzó los peldaños de laescalera y pisó con cuidado la barra resbaladiza y llena de moho. La esperanza le dio el impulsopara tirar de su peso y subir, un peldaño cada vez, hacia su libertad.

Paso a paso, ascendió hasta que llegó a la abertura, de varios pies de ancho, pero con solo seispulgadas de alto. Al mirar a través de ella, se dio cuenta de que unas farolas nuevas y brillantesiluminaban el exterior. Divisó un camino pavimentado con nada más que árboles y estacas en elsuelo, junto con carteles de venta. Le pareció vagamente familiar.

De repente, reconoció que se trataba de la nueva edificación en su vecindario. El camino habíasido asfaltado, pero la construcción aún no había terminado. Nunca venía nadie por aquí.

De todos modos, no podía pasar por la abertura. Realmente era un callejón sin salida, y élmoriría aquí, después de todo.

A punto de bajar, vio un disco metálico sobre su cabeza. A través de la tenue luz, vio una tapade alcantarilla. ¡Había una salida! Puso su mano en ella y empujó con todas sus fuerzas, esperandoque se moviera.

Pero no se movió ni un centímetro.Las tapas de alcantarilla eran pesadas, pero no tanto.Con el pánico creciendo en él, empujó hacia arriba hasta la extenuación. De repente, su pie

resbaló y buscó a tientas un escalón para detener el descenso, pero su mano también se deslizó porlos barrotes. Con un grito estrangulado, se precipitó hacia el fondo y golpeó la cornisa con suhombro.

El chasquido que escuchó le hizo saber que se había roto algo, probablemente la clavícula. Seapartó de la cornisa y se metió en el agua, que le llenó la nariz, los oídos y la boca cuando laabrió para gritar con un dolor repentino.

En ese momento aterrador, mientras luchaba por salir del agua para no ahogarse, unpensamiento se instaló en su cabeza como un clavo en un ataúd.

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«Aquí es donde termina todo».

El timbre no despertó a Santana. Estaba acostado en su cama con los ojos bien abiertos cuandosonó, mientras Lucifer estallaba en un frenesí de ladridos en el dormitorio contiguo. Santana salióde la cama, fue hacia la ventana y presionó su mejilla contra el vidrio para mirar su entrada.Ambos temían y esperaban que los policías estuvieran en su oscuro umbral.

Pero solo era la madre de Curtis, su pelo dorado reflejaba la luz de la farola que estaba detrásde ella mientras permanecía de pie retorciéndose las manos, a la espera que alguien respondiera.La culpa lo golpeó como un puño en su vientre.

¿Qué pasaría si abriera la ventana y le gritase que Curtis está atrapado en las alcantarillas?Para empezar, su tío lo mataría. Y si no lo hacía su tío, entonces su amigo Tom se aseguraría de

que Santana pagara el precio por contarlo. Si el tío Will fuera a la cárcel, ¿quién ayudaría a lamadre de Santana a pagar el alquiler? El dinero había sido un problema desde que su padre losabandonó. El tío Will los ayudó en lugar de su hermano, pero si él dejase de hacerlo, los agentesde cobros empezarían a llamar de nuevo como antes, durante todo el día. Se suponía que el tíoWill tenía sus cosas en orden al estar en la Marina. Pero eso era una gran mentira. Santana sabía laverdadera historia.

Su tío era un perdedor, como su padre. Y Santana no era mejor que ninguno de los dos.Dejar a Curtis en las alcantarillas para que muriera, en la oscuridad y solo, lo convertía en un

asesino.—Siento mucho molestarle. ¿Es usted la madre de Santana? —preguntó Maya a la extraña que

abrió la puerta.La mujer rubia, demacrada y con sobrepeso, le devolvió el saludo con la cabeza.—Sí —admitió con cautela mientras cerraba su bata alrededor de su cuerpo. Estaba claro que

se había levantado de la cama.—Siento molestarla tan tarde. Soy la madre de Curtis —continuó Maya, esperando que el feroz

ladrido del perro que salía del apartamento estuviera bien sujeto—. ¿Ha pasado por su casa? Sesuponía que iba a estar en casa de Matt esta noche, pero me dijeron allí que había salido. ¿Havenido aquí, por casualidad? —A Maya no le importó que estuviera balbuceando; la preocupaciónse había apoderado de su lengua.

—Oh. —La mujer se rascó la barbilla y buscó en su memoria—. No, no lo he visto esta noche.La consternación de Maya aumentó.—No lo ha visto… —repitió. La casa de Santana era su última opción. Si Curtis no estaba allí,

entonces no sabía dónde buscarlo—. ¿Podría hablar con Santana?La mujer de la puerta pareció considerar su petición, pero luego sacudió la cabeza.—Está durmiendo —dijo en una nota concisa.Unos oscuros pensamientos serpentearon en la mente de Maya, trayendo a la memoria al

sospechoso que estaba investigando y que vivía en su vecindario. ¿William Goddard habríadecidido vengarse de ella antes de que el NCIS lo juzgase? No tenía sentido tomar venganza poralgo que no había ocurrido todavía.

Ella debía de estar sacando conclusiones precipitadas.—Gracias —murmuró mientras su cerebro intentaba pensar en su próximo curso de acción.—No hay problema. —La madre de Santana se dispuso a cerrarle la puerta en la cara.En ese momento, Maya volvió a oír al perro. Extendió una mano para bloquear la puerta y tomó

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una leve bocanada de aire.—Solo por curiosidad... ¿es un rottweiler lo que tiene ahí? —preguntó.—No, es un doberman —dijo la mujer, dirigiéndole una extraña mirada.Años de práctica impidieron que Maya revelase la sacudida de adrenalina que explotó dentro

de ella. Su intuición había sido correcta. Una parte de ella quería exigirle su derecho a hablar conel dueño del perro, pero no estaba preparada para enfrentarse a Will Goddard en ese momento, nopor su cuenta y sin apoyo.

—Ya veo. Buenas noches —dijo, antes de darse la vuelta y correr bajo la llovizna hacia sucasa.

Al llegar, abrió con rapidez la puerta y la cerró de un golpe. Echó el cerrojo y luego llamó sindejar de temblar a un colega del trabajo, dejando un mensaje en su contestador para explicarle loque sospechaba que había ocurrido. Luego llamó al 911, mientras ordenaba sus pensamientos conmás cuidado antes de que respondiese la operadora.

—911, ¿cuál es su emergencia?—Soy la investigadora especial del NCIS, Maya Schultz. Vivo en Boulevard Crossing. Mi hijo

de catorce años está desaparecido, y creo que ha sido secuestrado por un sospechoso que estoyinvestigando actualmente.

—Un momento, señora Schultz. Le comunico con la policía.Mientras el pulso de Maya resonaba en sus tímpanos, sufrió una abrumadora necesidad de

llamar a Rusty. Pero no podía imaginar cómo podría ayudarla o por qué lo haría. Se habíaconvertido en una reina de hielo cuando él mencionó los fantasmas, y después huyó delapartamento de Maya a toda prisa. Ciertamente, él no le debía ninguna ayuda.

Además, había lidiado ella sola con cada crisis durante una década. Y haría lo mismo estanoche.

—Despacho de la policía. ¿Cuál es su emergencia?Le llevó diez minutos de nerviosismo persuadir a la policía de que emitiera una orden de

búsqueda para Curtis. Como no era un niño de tres años, sino un adolescente, no estabanconvencidos de que estuviera realmente desaparecido, sino más bien que se había escapado. Mayanecesitó una amenaza para involucrar al FBI antes de que accedieran a enviar dos oficiales a sucasa de inmediato.

Deseando poder acudir a Rusty para que la consolara, Maya guardó su teléfono, fue a buscar suportátil, y lo encendió para hacer su propia investigación. Podría haber algo en el archivo deWilliam Goddard que sugiriera por qué y dónde habría llevado a Curtis.

Rusty se despertó de un salto, y Draco brincó fuera de la cama como si esta hubiese explotado.

—Lo siento, amigo, lo siento —canturreó Rusty mientras el perro luchaba por entrar en elarmario.

Con los pies en el suelo, Rusty continuó dándole palabras de consuelo mientras reconsiderabael sueño que le había despertado.

Ian estaba agazapado a su lado, disparando la M240. El estruendo de la granada que rodabahacia ellos se había hecho más fuerte. Rusty sabía lo que sucedería a continuación. Lo habíasoñado tan a menudo que conocía cada detalle, hasta la sensación de tener un grano entre losdientes. Pero esta vez, Ian no se limitó a mirar la granada y luego a él con ese gesto de absolutaresolución. Esta vez le habló.

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«Mi hijo necesita ayuda», dijo. Y luego se lanzó sobre la granada, que explotó debajo de él,despertando a Rusty.

—Curtis necesita ayuda —le repitió al perro, que le lamió la mano.¿Las palabras eran reales o solo una consecuencia de una pesadilla recurrente? Con el corazón

aún latiendo en su pecho, Rusty cogió su teléfono de la mesilla de noche. Maya no le habíaenviado un mensaje de texto. No le pasaba nada a Curtis; todo estaba en su cabeza.

Excepto que no podía deshacerse de la certeza de que Ian acababa de hablarle desde el otrolado.

¿Qué podía hacer? ¿Llamar a Maya para preguntarle si Curtis estaba bien? Descartó la idea.Ella ya lo consideraba un lunático por afirmar que veía fantasmas. Miró a Draco, que lo mirabasentado y expectante. Tenía que hacer algo. Se dirigiría a su casa y al menos echaría un vistazo. SiCurtis estaba realmente en problemas, entonces debería haber alguna señal. Sería mejor que sedisparara a sí mismo en el pie antes que despertar a Maya sin razón.

Ella no querría tener nada que ver con él si pensaba que se había vuelto delirante.

—Señora... —El oficial mayor, que estaba en su barra de desayuno escaneando el archivo deWilliam Godfrey sacudió la cabeza—. Escucho lo que dice, pero no hay suficientes pruebas quesugieran un secuestro. ¿Tiene algún testigo?

Él ya le había hecho esa pregunta.—No.—¿Alguna evidencia, además de un perro que ladra?—No. —Maya se detuvo, luchando contra el pánico que la perseguía para poder comportarse

de un modo racional frente a los oficiales—. Todas las pruebas que tengo son que mi hijo siguedesaparecido.

—Pero Goddard no tiene motivo para vengarse, ya que el NCIS aún no lo ha procesado.—Sí, lo tiene. Le han reducido el sueldo, y es probable que no consiga un próximo ascenso al

ser investigado. Debería haber visto la mirada que me echó cuando se dio cuenta de quién era. Mihijo va a su casa todo el tiempo para pasar el rato con su hijo o su sobrino... No sé cuál es surelación. ¿No puede al menos interrogarlo?

—Podemos llamar a su puerta y hablar con él si responde —ofreció el oficial.—Por favor —suplicó.El policía soltó un suspiro al mirar al otro oficial. Estaba claro que ambos pensaban que Curtis

estaba bien. Los chicos de su edad desaparecían todo el tiempo. Volvería por la mañana.—Siempre que se mantenga al margen —añadió el policía—. Lanzarle acusaciones al hombre

no va a ayudar en nada.—Por supuesto —dijo Maya, de acuerdo con él.Después de cubrirse su calva cabeza con el sombrero, el oficial Ramsey se dirigió a la salida

con su colega. Maya los siguió hasta la puerta. Tenían sus coches patrulla aparcados en medio delcomplejo. Las sirenas estaban silenciadas, pero sus luces azules iluminaban las fachadas deladrillo de los edificios que los rodeaban. Maya pudo ver las caras de varios vecinos asomándosepor las ventanas adyacentes.

Demasiado angustiada como para preocuparse, se plantó en la entrada y vio a los oficialessubir por la carretera hacia el bloque de Santana. Su madre no se alegraría de verlos, Maya estabasegura. Pero era William Goddard con quien querían hablar.

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Había dejado de llover, observó distraída. El calor se elevaba del pavimento, formando unaespeluznante niebla en el aire más fresco. Los grillos y las ranas arbóreas emitían su canto defondo mientras Ramsey y su colega, el oficial Reynolds, subían las escaleras para llamar a lapuerta de Santana.

Maya se agarró a la barandilla de hierro forjado hasta que le dolieron los nudillos. A través desu visión periférica, vio un vehículo que se acercaba desde la otra dirección y que luego se desvióhacia un aparcamiento una puerta más abajo que la suya.

Su mirada estaba pegada a los oficiales cuando uno de ellos levantó una mano para llamar.El fuerte ladrido de un perro le hizo prestar atención al coche que acababa de llegar. Mientras

Rusty saltaba por la puerta del conductor, Maya vio el hocico de Draco, que salía por la ventanatrasera bajada.

La ola de alivio que la inundó cuando Rusty se puso a su lado la tomó por completodesprevenida. No se había dado cuenta hasta ese momento de cuánto estrés había estadosoportando durante tantas horas.

—¡Rusty! —Su inesperada aparición le arrebató el autocontrol, provocando que estallara enembarazosos sollozos cuando se giró para saludarle.

—Hola. —La arrastró contra él sin dudarlo un instante, sosteniéndola en posición verticalmientras ella se desplomaba contra él, exhausta de repente—. ¿Qué ha pasado?

—Es Curtis —se las arregló para decir, con los pulmones ahogados entre convulsiones. Seforzó a sí misma a aflojar su feroz agarre—. Ha desaparecido —añadió, mientras se limpiaba laslágrimas de sus mejillas.

Él asintió con la cabeza, y pareció no sorprenderse lo más mínimo al oírlo.Ella se giró en sus brazos para señalar a los oficiales que estaban en la puerta de Santana.—Van a interrogar a William Goddard. Está siendo investigado por el NCIS, uno de mis casos,

en realidad, por sospecha de robo. Un cargamento de armas desapareció bajo su vigilancia y deotros dos hombres. No me di cuenta, pero el chico que vive con él es el amigo de Curtis, Santana.

Rusty se puso rígido mientras seguía su mirada.—Nadie responde —declaró.Por supuesto. Ramsey y Reynolds salían de la entrada en ese momento y volvían en su

dirección.—No —gimió ella. Ella ya sabía lo que esto significaba. No podían obligar a William

Goddard a hablar con ellos, no sin una orden, que ningún juez emitiría a estas horas de la noche, ymucho menos dada la escasez de pruebas.

Draco emitió de repente una ráfaga de feroces ladridos que erizaron los pelos de la nuca deMaya. Los oficiales dudaron, temerosos de acercarse más.

—Lo siento —dijo Rusty—. Duerme conmigo. Tenía miedo de que destrozara mi habitación silo dejaba atrás.

—Déjalo salir —sugirió Maya.—¿Estás segura? —Ella parecía dudar.El perro le recordaba a Curtis.—Sí. Déjalo salir —respondió Maya.Cuando Rusty fue a buscar a Draco al coche, Ramsey y Reynolds se acercaron.—Nadie responde, señora. —Ramsey vigiló a Draco mientras colocaba su mano derecha en su

cadera, cerca de su pistola—. Lo más que podemos hacer es estacionar en la entrada de suvecindario y ver si sale. A veces, los delincuentes se vuelven recelosos y huyen. Si lo hace, lo

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detendremos por un delito de tráfico y hablaremos con él entonces.La garganta de Maya se contrajo. ¿Eso era todo? ¿Eso era todo lo que podían hacer para

ayudar? Curtis estaba en problemas. Necesitaba ayuda ahora.Draco dejó de ladrar cuando Rusty lo liberó del coche. Tiró de la correa con que Rusty lo

retenía, y subió la escalera para oler los pantalones cortos de Maya. Su cola comenzó a agitarse.—¿Es un perro de trabajo? —preguntó el oficial Reynolds, mirando fijamente a Draco.—Es un MWD retirado.—Un animal precioso. Yo solía trabajar con un K-9. Lástima que no pueda encontrar a tu chico

por ti.Maya lo miró fijamente.—Estaremos en contacto, señora. —Ramsey se inclinó hacia ella, y los dos hombres se

alejaron, dirigiéndose a sus respectivos vehículos.Demasiado afectados para hablar, Maya los vio alejarse en el coche. No habían hecho nada

para ayudarla. Mientras sus luces traseras parpadeaban fuera de su vista, Rusty le puso una manocálida en la espalda.

—¿Por qué no llevamos a Draco a dar un paseo? —sugirió.La inesperada oferta la hizo depositar instantáneamente sus esperanzas en el perro. Debió de

reflejarlo en su cara, porque Rusty hizo un ligero movimiento de cabeza.—Lo siento. Draco fue entrenado para encontrar armas de fuego y explosivos, no personas, a

menos que lleven armas.Quería gritar de frustración, pero una vez más, mantuvo la calma frente a la voz indefensa y

aterrorizada de su mente que la instaba a perder el control. Es cierto que se había topado con unapared mental más de una vez en las últimas horas, pero no dejaba de recordarse a sí misma queella era todo con lo que Curtis contaba. No podía decepcionarlo.

—Draco parece demasiado nervioso por entrar —dijo Maya en voz baja—, así que... tal vezpodríamos intentarlo. Después de todo, él conoce a Curtis.

—No quiero que esperes un milagro de este perro —dijo Rusty.—No lo haré —prometió—, pero déjame coger una de las camisetas de Curtis o su chaqueta

para que Draco sepa a quién buscamos.—Maya... —comenzó a decir Rusty.—Por si acaso —dijo ella. En un instante, entró en su apartamento y volvió con una de las

camisas de Curtis. Antes de que Rusty pudiera detenerla, se agachó y la agitó delante del perro, yluego la frotó en la punta de su nariz, sin saber si lo hacía correctamente. El perro mostró un breveinterés momentáneo, y luego se dio la vuelta.

¿Qué esperaba ella? ¿Que Draco se convirtiera en la famosa Lassie y los llevase de inmediatohasta su hijo? En vez de eso, el perro los condujo en dirección opuesta a la del apartamento deWilliam Goddard.

Entumecida por el agotamiento y la desesperanza, Maya lo siguió, sin apenas notar el dulcearoma de la hierba húmeda ni el aire fresco que sopló alrededor de sus piernas desnudas cuandoRusty dejó escapar la correa de Draco. El malinois se adelantó a ellos haciendo una S, tal y comohabía sido entrenado.

Cuando Rusty extendió la mano y cogió la de Maya, una pregunta se apoderó de ella en el acto.¿Cómo había sabido él que ella lo necesitaba?Draco dio un repentino tirón de la correa y los apartó de la acera para llevarlos al lado opuesto

de la calle. Maya aprovechó la proximidad de la farola para mirar el perfil de Rusty.

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Como el perro, parecía totalmente alerta, con sus sentidos receptivos al entorno. Los SEALeran famosos por hacer caso a su intuición, pero ¿cómo pudo Rusty saber que algo iba mal? ¿Ohabía venido por alguna otra razón?

Disminuyó la velocidad hasta detenerse, haciendo que sus manos se soltasen cuando el perrocontinuó impulsando a Rusty hacia adelante.

—Draco, zit. —El perro se sentó de inmediato y Rusty se giró para mirarla con expresióninquisitiva.

—¿Por qué estás aquí, Rusty? —le preguntó ella.La traumatizada mente de Maya se preguntaba si él y Curtis no habían montado juntos este

escenario, una especie de extraño complot para ganársela. Curtis podría estar esperando en algúnlugar, ileso, seguro de que Rusty la llevaría directamente hasta él, demostrando así ser un héroedel más alto calibre.

Rusty se limitó a mirarla. Cuanto más tiempo su mirada compasiva descansaba sobre ella,menos creía Maya que él conspiraría con Curtis para convencerla. Además, este acababa deenterarse de que su madre y el SEAL se interesaban el uno por el otro. ¿Por qué necesitaría hacerquedar bien a Rusty?

—Me preguntaste antes esta noche si Ian me había hablado alguna vez —dijo Rusty.A Maya le llevó un segundo darse cuenta de que él estaba respondiendo a su pregunta.Un escalofrío se apoderó de ella y se le puso el vello de punta. ¿Qué tenía que ver Ian con todo

esto?—Lo hizo, esta misma noche —continuó Rusty.El escalofrío se deslizó sobre sus hombros y sus brazos, poniéndole la piel de gallina.—¿Qué dijo? —susurró ella.—Que Curtis necesitaba ayuda.El aire se congeló en los pulmones de Maya. Por el tono grave y monótono en el que Rusty

había hablado, se dio cuenta de que no se estaba inventando un cuento. Ella no creía en fantasmas,al menos no hasta ahora, pero el miedo aun así hizo que su corazón se desbocase. Después detodo, la evidencia de que Rusty decía la verdad era el hecho de que estaba delante de ella y suhijo había desaparecido.

—Tenemos que encontrarlo —dijo con voz estrangulada.Rusty le cogió la mano otra vez, ofreciéndole su fuerza. No hizo una promesa descabellada de

que encontrarían a Curtis, pero mientras le apretaba la mano, ella sintió que juntos podríanhacerlo.

—Draco, zoek —dijo Rusty en voz baja.El perro se fue de nuevo, tirando de ellos entre los coches aparcados que daban a la acera. El

perro podría no estar entrenado para encontrar gente, pero Draco husmeó el aire, bajó la narizhacia el hormigón, y luego se giró de nuevo en dirección a la casa de Santana.

Las esperanzas de Maya se agitaron.—Creo que huele algo.—Tal vez —respondió Rusty.

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Capítulo 14

Rusty sintió que la mano de Maya estaba helada, encerrada en la suya, lo que le transmitió laprofundidad de su miedo. Dios, ella no se merecía esto, no después de lo que había sufrido alperder a su marido.

Quizás se estaba agarrando a un clavo, pero Draco se comportaba sin lugar a dudas como sihubiera olfateado un objetivo. Se dirigió hacia el apartamento de William Goddard, con las orejasgirando como antenas parabólicas sobre su cabeza.

¿Pensó Draco, en su confusa y afectada mente canina, que estaba de vuelta en Afganistán, a lacaza de simpatizantes del ISIS? ¿Cómo podría su comportamiento tener algo que ver con ladesaparición de Curtis? Y sin embargo...

Una sombra a la deriva en el espacio verde delantero hizo que Rusty sacara a Maya de la aceraentre una moto aparcada y una furgoneta. Tiró de la correa de Draco y miró más allá del capó dela furgoneta, mientras la silueta de un hombre doblaba la esquina al final del edificio de Goddard.

Maya se asomó por encima de su hombro.—Es Will Goddard —susurró.Cuando Draco empezó a gruñir, Rusty se agachó y puso una mano alrededor del hocico del

perro para silenciarlo.Draco se sometió a su control, pero el gruñido aún retumbaba en su pecho.El ladrido de un segundo perro explicó el motivo de la agresividad de Draco.—Cállate, Lucifer —murmuró Will Goddard.Varias opciones asaltaron la mente de Rusty mientras sujetaba el collar de Draco. Podía liberar

al perro con la orden de reveire. Si Goddard tenía un arma, Draco le atacaría, obstaculizando susalida. Pero entonces tendría que lidiar con el perro de Goddard, sin mencionar la posibilidad deque el hombre disparase a Draco. Y la propia Maya podría resultar herida si Goddard la viese.

—¿A dónde vas?El sonido de la voz de Maya, enérgica y llena de acusaciones, cogió a Rusty desprevenido por

completo. Se incorporó y vio que ella había rodeado la parte trasera de la furgoneta parainterceptar la salida de Goddard.

—¿Dónde está mi hijo? —le exigió, bloqueando el acceso de Goddard a su vehículo.Su emboscada había asustado a Goddard, que retrocedió hasta su césped. Por un momento,

pareció que iba a salir corriendo hacia el bosque que rodeaba el complejo de apartamentos. Peroentonces, al notar que estaba sola, levantó su barbilla y se mantuvo firme.

—¿De qué estás hablando, mujer? —se burló—. No conozco a tu hijo.—Sí, lo conoces. Suele jugar a videojuegos con Santana.Maya sonaba lo bastante enfadada como para atacar al hombre físicamente. Mientras ella salía

de la acera y se acercaba hacia el hombre, este le dio la espalda, sin duda con la intención desacar un arma oculta. Rusty no esperó a averiguarlo.

—Reveire —siseó a la vez que soltaba a Draco. Al mismo tiempo, sacó su cuchillo Gerber dedebajo de la pernera de su pantalón.

Como un fantasma negro, Draco salió de su escondite. El doberman lo vio primero y se dirigióa su dueño mientras brincaba de costado.

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William miró hacia arriba.—¿Qué...?Después de deshacerse del doberman, Draco golpeó a Goddard con las patas extendidas. El

hombre se desplomó con un grito mientras Draco caía sobre él y le hundía los dientes en elhombro.

El doberman defendió a su amo y se lanzó sobre Draco, que se apartó de Goddard paraenfrentarse a su rival. En medio del sonido de mandíbulas chasqueantes y gruñidos que hacíanarder la sangre, Rusty corrió hacia Maya y la empujó en dirección a los coches aparcados y lepidió que llamase a la policía. Mantuvo un ojo puesto en Goddard, sentado mientras se agarrabael hombro con una mano y sujetaba una pistola con la otra. El blanco de sus ojos brilló sobreRusty cuando le apuntó a este con una nueve milímetros sin dejar de temblar.

Rusty le dejó ver la hoja de Gerber, la cual podía lanzar con la misma rapidez que el hombrepodía dispararle.

—Será mejor que no lo hagas —dijo Rusty.Uno de los perros dio un grito de dolor.—¡Draco, los! —ordenó Rusty, seguro de que no era su perro el que se había lastimado—.

¡Los! —repitió, y Draco soltó a su oponente, que se lanzó detrás de su dueño, acobardado.Rusty alcanzó el collar de Draco. El perro exmilitar gruñó a Goddard mientras lo miraba con

atención. El hombre apuntó su arma hacia Draco.—Es una mala idea —advirtió Rusty—. Una bala no va a detenerlo. Adelante, baja el arma. La

policía está en camino de todos modos. —Al menos, esperaba que Maya los hubiera llamado.Goddard mantuvo su pistola frente al perro, y Rusty se preparó para lanzar su daga antes de que

el hombre disparase. Pero entonces, con un suspiro de derrota, Goddard bajó su arma y la dejó enla hierba.

—Manos arriba —le ordenó Rusty, a la vez que sonaban las sirenas antes de que apareciesenlas luces azules que se dirigían hacia ellos—. No te muevas —añadió, deslizando su propia armade nuevo en la correa de su tobillo.

Cuando los coches patrulla se detuvieron frente al edificio, Maya los saludó con una rápidaexplicación. Ramsey y Reynolds se acercaron a Goddard con sus armas desenfundadas. PeroGoddard se agarraba el hombro, al parecer, demasiado dolorido para resistirse al arresto.

Ahora la policía podría interrogarlo. Pronto, podrían tener respuestas sobre dónde encontrar aCurtis, suponiendo que este asqueroso fuese el responsable de la desaparición del chico.

«Por favor, oh, por favor», pensó Rusty. «Que este hombre no haya asesinado al hijo de Maya».Santana abrió la ventana de su habitación, se puso de rodillas y presionó su oído contra la

mosquitera para escuchar.—No tengo nada que ver con eso —escuchó insistir a su tío.¿Por qué no lo había arrestado la policía? Le habían quitado el arma, pero le dejaban quedarse

ahí hablando mierda mientras la madre de Curtis estaba de pie, comiéndose las uñas y abrazada aese desconocido con el perro. Y todo este tiempo Curtis estaba encerrado bajo tierra... y lo másseguro, enloqueciendo.

—Entonces, ¿por qué saliste corriendo? —exigió uno de los oficiales—. ¿Qué tienes queesconder?

—Tío, no necesito este acoso. ¿Me estás acusando de algo o no?El tío Will tuvo el descaro de hablar con la policía como si fuera inocente. Santana se lamió

sus labios secos, tentado a decir algo.

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—Empezaremos por el hecho de que llevas un arma oculta —sugirió uno de los oficiales.—Tengo derecho a defenderme —respondió su tío—. Esta loca me atacó verbalmente, luego su

perro quiso matarme y ese hombre amenazó con acuchillarme.—No finjas que no me reconoces, marine Goddard —dijo la madre de Curtis.—¿Dónde está Curtis Schultz? —preguntó un policía.Santana tragó saliva.—¿Quién?—El hijo de esta mujer.—¿Cómo voy a saberlo?Su tío no iba a decírselo. La presión que empezaba a disminuir en el pecho de Santana regresó,

dificultando su respiración. Curtis iba a morir, convirtiendo a Santana en cómplice de asesinato.«Díselo», le ordenó una voz dentro de su cabeza.Su estómago se agitó. No podía. El tío Will lo oiría, y luego lo mataría o enviaría a alguien a

hacerlo.Justo entonces la madre de Santana salió afuera.—Escuchen —dijo en tono indignado—. Tengo que ir a trabajar mañana, y todas estas tonterías

no me dejan dormir. No necesito que traigas problemas a mi puerta, William. Ya tuve suficientecon tu hermano. Coge tus cosas y vete de aquí.

Sus palabras le dieron a Santana el impulso para hablar.—Sé dónde está Curtis —dijo—. Seis pares de ojos giraron hacia su ventana del segundo piso.—No digas nada, muchacho —advirtió el tío Will, con un brillo en sus ojos oscuros.—¿Dónde está Curtis, Santana? —le rogó la señora Schultz, cruzando el césped para pararse

justo debajo de su ventana. Ella lo miró suplicante—. Dímelo —añadió en una nota que romperíael corazón de cualquiera.

El tío William apuntó a Santana con un dedo de advertencia. En la oscuridad parecía unapistola.

Su madre bajó furiosa la escalera de la entrada.—No amenaces a mi hijo, Will —advirtió volando hacia él.Él puso ambas manos en el aire y retrocedió.—Eso es todo. No necesito esta mierda.—¿A dónde vas? —le preguntó un policía.—¡Santana, por favor! —gritó la señora Schultz.Su madre la miró y luego a la ventana de Santana.—¿Qué es lo que quiere? —le exigió a su hijo.El tío Will ignoró a los policías y caminó obstinado hacia su coche, llevando a Lucifer con él.

La sangre brotaba de su hombro y bajaba por su brazo, pero no parecía darse cuenta.—Quédate ahí, Goddard. —Uno de los oficiales apuntó su arma a la espalda del tío Will.—No tienen ninguna razón para arrestarme —dijo Will, sin darse la vuelta. Abrió la puerta del

conductor de su Oldsmobile y ordenó a su perro que entrara antes de agacharse detrás de él.—Sí, lo tienes —dijo Santana, pero no tan fuerte como para que Will pudiera oírlo.—¡Santana! ¿Dónde está Curtis? —La señora Schultz lloró con una voz ansiosa.Santana esperó hasta que su tío encendiese el motor y saliera del aparcamiento. Mientras se

alejaba, miró el pálido rostro de la madre de Curtis y luego habló con una tremenda sensación dealivio.

—El tío Will lo encerró en las alcantarillas del bosque de atrás. Ahí es donde ha estado

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escondiendo las armas que él y sus amigos robaron.Los dos policías miraron el vehículo del tío Will, que ya se marchaba.—Enviaremos oficiales a buscar a su hijo —prometió uno de ellos mientras corrían hacia los

coches patrulla. Al parecer, la confesión del chico les dio todo el testimonio que necesitaban paraarrestar al tío Will sin una orden.

Mientras salían con las sirenas gritando, las luces de varios edificios cercanos se encendieron.La señora Schultz estaba bajo la ventana de Santana, con las manos en las mejillas y

mirándolos con sus ojos enormes.—¿Puedes mostrarnos dónde está? —le preguntó.Santana miró a su madre, de pie junto a la madre de Curtis, con las manos en las caderas y la

boca abierta.—Chico, será mejor que arregles esto ahora —advirtió su madre.—Sí —le dijo a la señora Schultz—. Ahora mismo bajo.

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Capítulo 15

—Es por aquí abajo.

La voz temblorosa de Santana resonó en la húmeda cuenca de agua a donde los había llevadominutos antes. Maya luchó por mantener su horror a raya a medida que ella, Rusty y Draco seguíana un vacilante Santana cada vez más adentro del acceso principal, mientras la madre de Santanapermanecía fuera con la promesa de enviar a la policía tras ellos.

El agua fría de la lluvia cubría las pantorrillas de Maya, llevando todo tipo de escombros noidentificados alrededor de sus piernas desnudas. Apenas los notaba. Los cálidos dedos de Rustyentre los suyos mantenían intacta su resolución, a diferencia del pobre Santana, que temblaba deforma tan violenta que la luz emitida por su linterna se estrellaba contra las paredes. Maya sacó sumóvil y alumbró con su linterna la débil iluminación. Su brillante luz blanca hizo que el túnel dedos metros pareciera menos desalentador.

Pero cuanto más se adentraban en él, más aprensiva se volvía. Cuando se encontraron ante unaintersección que sugería un laberinto de túneles subterráneos, su turbación aumentó.

—¿Cuánto queda? —preguntó.—Ya casi estamos —prometió Santana.Llamó a su hijo por su nombre, forzando sus oídos para obtener una respuesta, pero todo lo que

escuchó fue el constante correr del agua y el eco de su propia voz.Santana había comenzado a recorrer las paredes con su luz. Cuando se apoyó en una rejilla

atornillada por la que fluía el agua, su corazón se detuvo y luego latió dos veces. Miró fijamenteel grueso candado, dándose cuenta enseguida de que no pertenecía a aquel lugar.

—Aquí es donde escondieron las armas —dijo Santana, en el mismo tono aterrorizado deMaya—. Pero Tom se las llevó a otro lugar después de que las encontramos.

El chico se inclinó sobre la rejilla y alumbró la línea lateral al otro lado.—¡Curtis! —gritó, con su voz al borde del sollozo.Maya añadió su luz a la suya, tratando de ver dentro del oscuro túnel, pero la cabeza de Draco

bloqueó su vista cuando se abrió camino para oler la rejilla.—Huele la pólvora residual de los rifles —explicó Rusty.—¿Cómo la abrimos? —preguntó Maya.Santana sacó un destornillador. Aplicándolo a una de las bisagras, hizo una mueca mientras

luchaba por girarlo.—¿Dónde está Curtis? —le preguntó Maya, alarmada por la cantidad de agua que salía de la

rejilla para derramarse en el canal más grande—. Dijiste que estaba aquí, ¿verdad?Santana le lanzó una mirada asustada.—Tal vez trató de arrastrarse hacia el otro lado.—¿Adónde lleva? —preguntó ella.—No lo sé. Mi tío dijo que no hay salida.Su corazón se estremeció dolorosamente ante su siniestra declaración. Obviamente, si hubiera

habido una salida de su oscura y acuosa cárcel, Curtis habría regresado a casa.—Toma, déjame intentarlo, hijo. —Rusty cogió el destornillador y usó su fuerza superior para

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girar los tornillos de ambas bisagras y los sacó de sus roscas. Cuando arrancó la rejilla delagujero, algo se cayó, salpicando en el arroyo a sus pies.

Maya se agachó para recuperar el objeto.—Es el móvil de Curtis. ¡Curtis! —gritó, dirigiendo su luz hacia el oscuro conducto. Repitió su

nombre, pero no había nada que ver u oír, solo un vástago vacío lleno de agua que corría en elinterior. A unos diez metros, se inclinó hacia arriba y su luz ya no fue más lejos.

Para asombro de todos, Draco saltó de repente a la abertura, se arrastró hacia adelante ydesapareció.

Rusty trató de seguirlo, pero sus hombros raspaban las paredes de cemento de ambos lados,obstaculizando su avance. Se escabulló de nuevo, pero regresó con la parte delantera de sucamiseta empapada y las manos vacías.

Dejó que Draco siguiera adelante sin él.—Yo iré —dijo Maya, sin saber cómo sostener su iPhone mientras iba detrás del perro.Rusty la detuvo.—No es seguro, Maya. Deja que el perro se vaya. Necesitamos encontrar la entrada de donde

parte este conducto. —Levantó su muñeca izquierda, en la que llevaba un grueso reloj táctico, y lainclinó en la dirección que había tomado Draco. —Esta línea se dirige al noroeste.

—Pero uno de nosotros debería quedarse aquí —protestó Maya. No podían irse todos, por siCurtis los oía y pensaba que lo habían abandonado.

—Me quedaré —dijo Santana, con los ojos llenos de lágrimas—. Es culpa mía que esto hayasucedido. Me quedaré aquí en caso de que el perro vuelva con Curtis.

Rusty le puso una mano en el hombro.—Enviaremos uno o dos oficiales para hacerte compañía —aseguró al adolescente—. Vamos,

Maya. Tenemos que hacer esto rápido.Su urgencia la alarmó. Estaba claro que la situación era terrible. El agua que salía del conducto

estaba helada. Si Curtis quedaba atrapado en algún lugar entre el túnel principal y la cuenca decaptación, podía ahogarse, sucumbir a la hipotermia, o ambas cosas.

Maya enfocó a Rusty y lo siguió justo detrás, creando una estela en el agua poco profunda en suprisa por salir del laberinto subterráneo.

Cuando Curtis salió a la superficie, un hocico húmedo le lamió el antebrazo, luego el hombro yluego la cara.

«¿Qué demonios?».Se estremeció y dio un aullido de alarma al imaginar a algún tipo de rata de alcantarilla de gran

tamaño, mientras intentaba empujar a la criatura lejos de la cornisa en la que estaba. El dolor ledesgarró de inmediato el lado izquierdo, pero disminuyó cuando el animal regresó, lamió suantebrazo de manera amistosa y le dio ligeros toques en la mano con la cabeza.

El asombro se apoderó de Curtis, agudizando su conciencia, ya que no había duda de que habíaun perro en la cornisa, jadeando con su cálido aliento sobre su cara.

—¿Draco? —gritó, al reconocer la textura del pelaje del animal y la forma de su cuerpo.Un sollozo de alivio se le escapó al darse cuenta de que lo habían encontrado. No iba a morir

aquí, después de todo. Agarró el collar de Draco y descubrió que aún tenía la correa enganchada.¿Dónde estaba Rusty, que debía de sujetar el otro extremo?

—¡Rusty! —Curtis intentó gritar, pero su voz era débil y demasiado ronca por su esfuerzo

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anterior. Se desplomó contra la cornisa y se agarró al perro con fuerza para evitar que se golpearael hombro izquierdo. El SEAL no podía venir por el mismo sitio que Draco, pero estaba cerca,buscándolo. De eso, Curtis estaba seguro.

—Draco, me encontraste. —Los fríos labios de Curtis apenas eran capaces de formar palabras.El perro empezó a alejarse.—¡No! —Curtis tiró del collar—. Blijf —ordenó—. Quédate.Si el perro se marchaba, Curtis sabía que sucumbiría a la hipotermia, tan empapado como

estaba.—Af —añadió, ordenando al perro que se acostara. Mientras Draco se estiraba a su lado,

Curtis lo atrajo hacia sí y se acurrucó contra el agradable calor que irradiaba el cuerpo del perro.Curtis sucumbió a su agotamiento y cerró los ojos con la esperanza de ser salvado pronto.

Rusty no esperó a que la policía le diera los planos del promotor inmobiliario que mostraba elsistema de drenaje del agua de lluvia. Envió a un par de oficiales a la alcantarilla para que seunieran a Santana, y luego sacó papel y bolígrafo de la guantera de su coche. Luego se inclinósobre el capó y trazó el túnel él mismo, agregando ángulos y aproximando la distancia y ladirección para determinar, si era posible, dónde salía el desagüe a nivel de la calle.

Maya lo miraba trabajar con el corazón en la garganta. ¿Era justo que ella esperase que élsalvara a su hijo? Porque eso era exactamente lo que estaba haciendo, dependiendo de estehombre que no tenía la responsabilidad de ayudar, a la vez que sabía que él haría absolutamentetodo lo posible por ella y por Curtis.

—Por aquí —dijo, después de guardar el papel en su bolsillo y coger la mano de Maya. Laarrastró por la calle hacia la parte trasera del vecindario.

El resto de los oficiales, como las docenas de SEALs que había dirigido en el curso de sucarrera, respondieron de inmediato a su autoridad y lo siguieron. Todos pasaron por la casa deSantana, ahora iluminada como un árbol de Navidad. Maya no sabía si William Goddard habíasido detenido, pero ya no le importaba lo suficiente como para pensar en él.

—No se ha construido nada aquí todavía —dijo mientras Rusty se dirigía a la calle reciénasfaltada que llevaba hacia la última fase de construcción en su barrio.

Rusty señaló las aceras pavimentadas.—Pero sí se ha hecho el sistema de drenaje —declaró.Al encontrar un desagüe en la cuneta, Rusty se echó sobre él, puso la cara junto a la abertura y

silbó para llamar a Draco.Pero el único sonido que llegó a sus oídos fue el intermitente croar de las ranas arbóreas y el

constante sonido del agua corriente. Rusty se puso en pie y continuaron por el camino hacia elpróximo desagüe, donde repitió sus esfuerzos. Esta vez, oyó un ladrido cercano.

—¡Es el siguiente! —Rusty se puso en pie y corrió otros cincuenta metros para agacharse allado del siguiente desagüe. Mientras silbaba de nuevo, los ansiosos ladridos del perro resonabanen la cuenca de recogida que estaba debajo de él.

Maya alcanzó a Rusty y se arrodilló a su lado.—Curtis, ¿estás ahí abajo?—¡Mamá! —le respondió su hijo, y fue el sonido más celestial que ella escuchó jamás. El

alivio casi la aplastó. ¡Estaba vivo!—¿Estás herido, cariño? —Contuvo la respiración a la espera de su respuesta.

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—Me rompí la clavícula, creo.—Aguanta, cariño. Te sacaremos en un minuto.Pero Maya advirtió que la ranura del canal era demasiado estrecha para pasar por ella. A su

lado, Rusty había visto una tapa de alcantarilla en el bordillo y se esforzó por levantarla. Para susorpresa, esta no se movió, incluso mientras sus bíceps sobresalían por el esfuerzo.

Rusty se rindió con un rugido frustrado y se puso en pie.—Está cementada o algo así. Luego, centró su atención en los oficiales que formaban un

semicírculo a su alrededor—. Vamos a necesitar un martillo neumático con punta de cincel.En cuestión de dos segundos, un oficial se puso al teléfono para cumplir la orden de Rusty.Sin prestar atención al pavimento húmedo, Maya se extendió delante de la entrada de la ranura

para poder iluminar el pozo y localizar a su hijo. Los ojos de Draco, dorados y brillantes, fueronlo primero que notó cuando el perro la miró antes de volver a bajar la cabeza. Entonces vio aCurtis tumbado a su lado, sujeto al perro como una cuerda salvavidas, y algo en su corazón semovió.

Inclinó la luz y vio el rostro pálido de Curtis, sus labios azules y fruncidos, que atestiguaban elfrío y el dolor que sentía. Él se estremeció ante la luz y luego la miró.

La garganta de Maya se cerró. Tumbado de esa manera, la imagen de su hijo la golpeó y la hizosentir impotente por completo. Herido como estaba, no habría sido capaz de subir hacia laabertura alta para pedir ayuda. Arrastrarse de vuelta por el camino por el que había venidotampoco le habría ayudado. Habría muerto allí si no fuera por Draco.

El perro le había salvado la vida.—Estoy aquí contigo, cariño —dijo, casi sollozando por la necesidad de abrazar a su hijo—.

Va a llevar un poco de tiempo encontrar la herramienta adecuada, pero saldrás muy pronto.—Estoy bien, mamá —dijo, sonando más fuerte en respuesta al temblor de su voz.—Sí, lo estás. Estás muy bien.

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Capítulo 16

A las seis de la mañana, con un sol brillante que ya trepaba por la fachada de su edificio, Maya yRusty subieron la escalera de su puerta principal, mientras Draco los observaba desde la ventanatrasera del coche de Rusty. Dejaron a Curtis durmiendo tranquilamente en una habitación dehospital, donde sería monitorizado durante otras veinticuatro horas. Su clavícula había sidocolocada en su sitio, y le habían puesto el brazo en un cabestrillo. Dado su excelente pronóstico,las enfermeras del personal habían sugerido que Maya se fuese a dormir un poco, así que Rusty lallevó a casa.

Ella asumió que él querría volver a su retiro para atender a sus muchos invitados, peromientras ella buscaba sus llaves, él se quedó allí a la espera, observando cada uno de susmovimientos. Le recordó el final de su cita, Dios mío, ¿había sido la noche anterior? Parecíacomo si hubiera transcurrido toda una vida. Pero, sí, la diferencia era que antes él habíamurmurado una despedida y luego se marchó.

Su pulso se aceleró cuando Maya pensó que esta vez podría besarla.¿Y por qué detenerse ahí? Se dio cuenta en el transcurso de la noche que necesitaba y quería a

Rusty en su vida y de manera permanente. Era el momento de demostrarle, no con palabras, sinocon acciones, que ella lo aceptaba, con visitas de los muertos incluidas y todo eso.

Metió la llave en la cerradura y levantó la mirada hacia él mientras abría la puerta de su casa.—¿Por qué no vas a buscar a Draco y entráis los dos? No hay razón para que no podáis...

descansar aquí.Una ceja de color castaño oscuro se elevó más que la otra.—¿El perro también? —le preguntó Rusty.—Sois un equipo, ¿verdad? —Ella miró el hocico de Draco, que ahora sobresalía por la

ventanilla—. Además, amo a ese perro.—Lo amas —repitió Rusty. Sus ojos brillaron con un claro destello.—Anoche salvó la vida de Curtis —dijo Maya—. Y tú también —añadió, sosteniendo su

mirada para transmitir la profundidad de su gratitud.—Así que, si el perro recibe tu amor —razonó Rusty con cautela—. ¿Qué recibo yo?Ella notó su pecho expandido.—¿Estás conteniendo la respiración?—Sí. —Él asintió varias veces. La mirada ansiosa de su cara la hizo echar la cabeza hacia

atrás y reírse. ¡Dios, eso la hizo sentir bien! Al rodearlo con sus brazos, ella demostró lo muchoque conseguiría si aplastaba sus labios contra los suyos.

Mientras él la encerraba en un abrazo posesivo, la euforia se elevó a través de ella,aumentando el placer sensual de sus bocas fusionándose. En pocos segundos, su beso setransformó en un profundo y apasionado intercambio de anhelo y necesidad.

Pero no podían desnudarse el uno al otro en su entrada. Maya se alejó de mala gana y lo evaluócon cuidado. Todavía no sabía cuáles eran sus intenciones.

—Curtis y yo también somos un equipo —dijo—. Necesito saber si tienes intención de unacuerdo a largo plazo, o si solo soy un interés pasajero para ti.

La expresión de Rusty se volvió incrédula.

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—¿Te parezco un jugador?El término no podría ser más inexacto. Maya se rio, y luego respondió con rotundidad.—No.Él suspiró y le tomó las manos.—Nunca me casé cuando era un SEAL, porque no creía que fuera justo pedirle a una mujer que

le entregase todo a un hombre que podría no volver con ella.Su referencia al matrimonio la puso alerta de inmediato. Ella tragó con dificultad y lo escuchó.—Pero ahora estoy retirado.A Maya no se le había ocurrido que él podría haber estado esperando para casarse y formar

una familia propia, pero lo pensó de repente. ¿Y si...?—Si quieres tener hijos —dijo ella, sacudiendo la cabeza con pesar—, Curtis es el único que

puedo tener. Tuve que hacerme una histerectomía hace años.Él le apretó las manos.—Lo siento.Su compasión la hizo reconocer que nunca había sufrido por la pérdida potencial de futuros

hijos. Simplemente lo aceptó y siguió adelante.—Eso no marca ninguna diferencia para mí —le aseguró Rusty—. Estoy muy ocupado con el

retiro. Y si Curtis está de acuerdo en tenerme como padrastro, estaría orgulloso de llamarlo hijo.Las lágrimas inundaron los ojos de Maya.—No puedo imaginar que se queje por eso. Pero ahora mismo, creo que ambos estamos un

poco borrachos por la falta de sueño. Probablemente no sea el mejor momento para planear todonuestro futuro juntos.

Rusty frunció el ceño, probablemente, al pensar que ella le estaba dando la espalda, por lo queMaya rectificó con rapidez.

—Así que coge el perro y entra.Treinta minutos después, con los platos sucios del desayuno dejados por el fregadero y Draco

estirado en el suelo de la cocina, con la barriga llena de huevos y salchichas, Maya le dijo a Rustyque podía usar el baño de arriba, y luego desapareció en su dormitorio. Él notó que ella habíadejado la puerta entreabierta al entrar.

Una vez en el baño de Curtis, Rusty se miró en el espejo y se maravilló de no parecer unhombre que había estado despierto toda la noche. Sí, había un rastro de barba en su mandíbula ysu pelo castaño estaba algo despeinado. Pero su rostro brillaba con un resplandor que no habíavisto o sentido en años. ¡Maya prácticamente había aceptado casarse con él!

Sonrió con timidez mientras se quitaba la ropa para lavarse. Tanto si dormían juntos esamañana como si no, todavía olía como la alcantarilla por la que había salido con un maltrechoCurtis sobre su hombro. No había sido una hazaña fácil para ninguno de los dos, pero Rusty estabaacostumbrado a cargar con hombres heridos del doble de su tamaño. Y Curtis había mostrado unanotable compostura y valentía a pesar del dolor que sufría.

Se dispuso a darse una rápida ducha caliente y se preguntó mientras se enjabonaba si su físicocompacto y musculoso estaría a la altura de las expectativas de Maya. Y luego descartó supreocupación. No era Ian, pero ella ya lo sabía y parecía que le gustaba quién era.

Cuando bajó los escalones un poco más tarde, la puerta abierta de la habitación de Maya lehizo ir a la deriva hacia el suave olor que emanaba de su interior. Con la imagen de la mujer quelo esperaba, apenas se fijó en la casa, excepto para notar su discreta elegancia. Dado el gusto deMaya por la decoración, a ella también le gustaría su dormitorio. ¿Cuánto tiempo pasaría antes de

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que estuviese dispuesta a compartirlo con él todas las noches y dejar que se despertara junto a ellatodas las mañanas?

Mientras se preguntaba si sentarse en su cama o dar un golpecito en la puerta del baño, Rustypaseaba por la habitación cuando su mirada se posó en un retrato al óleo que ocupaba unaposición privilegiada. Se detuvo frente a él e intentó decidir si capturaba la verdadera esencia deIan Schultz. De repente, la puerta de la suite de Maya se abrió y ella salió, llamando su atenciónsobre su pequeña silueta, remarcada por un ligero camisón de satén dorado, posiblemente sin nadadebajo. Su boca se secó.

—¿Eso será un problema? —preguntó ella, al descubrirlo mirando el retrato.Su comentario hizo subir la presión sanguínea de Rusty. Seguro que iba a acostarse con él.No podía dejar de contemplarla. Sin maquillaje, con sus rizos rubios y su piel pálida y suave,

parecía un ángel. Tragó con fuerza para encontrar su voz.—No me molesta. Ian ya me ha dado su bendición.—¿Oh? —La sonrisa de Maya le pareció escéptica—. ¿Qué dijo?Rusty tenía problemas para recordarlo, con las puntas de los pechos de Maya visibles a través

de la fina tela.—Bueno, nada, en realidad. Le pregunté si le importaba que te invitara a salir. Sacudió la

cabeza. Luego le pregunté si creía que podía enredarte, y sonrió como si supiera algo que yo nosabía.

La sonrisa de Maya se desvaneció.—Dios mío —dijo.A Rusty se le encogió el estómago.—¿Qué? —¿Había dicho algo malo?—Así es exactamente como Ian se comunicaba. Nunca hablaba si podía transmitir su punto de

vista con una sonrisa, un ceño fruncido o un gesto.Rusty no quería hablar de Ian y dio dos pasos en su dirección.—Me gustaría dejar claro algunos puntos con el lenguaje corporal —propuso—. ¿Crees que

puedo hacerte llegar mi mensaje de esa manera? —preguntó, deslizando las puntas de sus dedosdesde las muñecas de ella hasta sus hombros.

—Estoy segura de que puedes —dijo Maya con voz entrecortada—. Pero no me importa sitambién quieres usar palabras.

—Bien —dijo él, ahuecando su cara con las manos—, porque tengo algo que decirte. —Pasó layema de un pulgar ligeramente sobre su labio inferior, y vio cómo sus pupilas se dilataban.

—¿Qué?—Te amo —dijo él. Pensó que la confesión podría ser difícil, pero salió de su boca con la

facilidad del agua que fluía río abajo.Los encantadores ojos verdes de Maya se hicieron más brillantes, y una sonrisa trémula curvó

las comisuras de su boca.—Creo que me enamoré de ti el año pasado cuando fui a tu oficina —continuó Rusty—. Nunca

había conocido a una mujer tan fuerte y hermosa como tú. Pero yo no te gustaba nada —recordó.—Al contrario —respondió Maya. Unas lágrimas de alegría brotaron en sus ojos—. Me

gustabas demasiado, y eso me asustaba.—¿Todavía tienes miedo? —Rusty bajó una mano, trazó la pendiente de su hombro hasta la

hinchazón de un pecho y perfiló ligeramente su pezón con su dedo índice, haciendo que seendureciera al instante.

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—Para nada —le dijo ella.—¿Crees que estoy loco por ver fantasmas?El pequeño ceño fruncido de Maya transmitía perplejidad, y Rusty volvió a preocuparse. Pero

entonces ella sacudió la cabeza.—Obviamente hay algo cierto en todo eso —dijo, midiendo sus palabras con cuidado—, hay

algo que no entiendo. Todo lo que sé es que si Ian no hubiera hablado contigo anoche, tú y Draconunca habríais vuelto aquí, y Curtis seguiría atrapado en esa alcantarilla, herido y congelado hastala muerte. —Se estremeció al recordar lo indefenso que lo había visto.

—Está a salvo —le recordó Rusty, arrastrando sus manos hasta su diminuta cintura y tirando deella hacia sí.

Ella asintió y apartó a un lado el recuerdo. Luego, con una mirada de lujuriosa resolución, pasósus brazos alrededor de su cuello, presionó su boca contra la de él y lo besó, como la invitaciónmás dulce y sexy imaginable.

—Yo también te amo —murmuró ella contra sus labios. Para su sorpresa, Rusty sintió que susmanos descendían hasta la bragueta de sus pantalones caqui, los cuales había ha vuelto a ponersedespués de la ducha con reticencia, al estar manchados por el viaje a través del desagüe.

—Quítate esto —le ordenó ella.Él la obedeció con entusiasmo y se quitó los pantalones sucios mientras se dejaba los

calzoncillos puestos, sin que ello lograse ocultar su deseo de estar con ella. Hizo una pausa solopara cerrar la puerta entre ellos y su perro, y atrajo hacia él las ligeras curvas de Maya, mientrasdisfrutaba de la sensación de su suavidad flexible, presionada con tanta confianza contra él.

Se besaron hasta que la habitación pareció girar en un círculo perezoso. Luego la levantó desus pies, manteniendo sus labios fusionados mientras la depositaba con suavidad sobre la cama.Separó sus labios de los de ella y se tumbó junto a Maya, mirando su encantadora cara conasombro.

¿Qué había hecho él para merecer este momento? No lo sabía, pero este era sin duda uno de losmomentos más importantes de su ardua vida.

Ella le extendió la mano, le tocó la mejilla y, en silencio, él prometió darle todo lo que teníapara hacerla feliz, para compensar los años de su soledad, para ser el único hombre con el queella querría para el resto de su vida.

Rusty le acarició el cuello y se tomó su tiempo mientras besaba la suave pendiente de sushombros, el fragante plano entre sus pechos, y luego rozó sus dientes ligeramente sobre cada picoerecto que sobresalía a través de su lencería de satén.

La respiración de Maya se aceleró, y su columna vertebral se arqueó bajo su roce. Al mirar sucara, él quería que esto fuera un punto culminante para ella también. Haría que esta ocasióntrascendental durase tanto como fuera posible.

Deslizó poco a poco un tirante por su hombro, y luego el otro, revelando, centímetro acentímetro, sus pechos pálidos y llenos y los capullos rosados que los coronaban.

—Eres tan hermosa.Su dudosa sonrisa lo derritió.Con su lengua, Rusty procedió a golpear sus pezones perlados alternativamente, antes de

succionarlos con delicadeza, pero con insistencia, hasta que su aliento acelerado se convirtiese engemidos.

Luego se movió lánguidamente a lo largo de su cuerpo flexible, haciendo un reconocimientominucioso de su forma perfecta y tomando cada curva y hueco que encontró.

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Para cuando había mordisqueado su camino desde la parte posterior de sus rodillas hasta elinterior de sus muslos, la piel de Maya ardía como seda caliente bajo sus labios. Levantó eldobladillo de su breve camisón y siguió su ascensión hacia el cálido misterio entre sus piernas.Ella las separó mientras le dirigía una mirada de anticipación, tan carnal, que él no pudoresistirse.

Enterró su cara en sus rizos dorados como un hombre hambriento que es invitado a un banquete.Tratando de aliviar su anhelo sin empujarla demasiado pronto, él separó sus sensuales e hinchadoslabios, encontró el corazón de su placer, y sopló ligeramente sobre él. Ella se inclinó y Rusty lesonrió, sintiendo el latido de su propia necesidad.

Ninguno de los dos iba a durar mucho tiempo, al menos, no la primera vez.Rodeó su nudo rosado con la punta de su pulgar y observó la respuesta de ella. Sus ojos se

derritieron. La punta de su lengua parecía humedecer sus labios, un poco entreabiertos.Rusty bajó su cabeza y reemplazó su pulgar con su lengua.El gemido de aprobación de Maya le hizo sonreír de nuevo. Inhalando el dulce almizcle de

mujer, se dedicó a averiguar qué era lo que más le gustaba, dando un ligero golpecito mientrasacariciaba con dos dedos el interior de su abertura sedosa.

Los muslos de ella temblaban bajo su cara. Él se habría contentado en complacerla de esamanera durante el tiempo que fuera necesario, pero ella le hundió de pronto los dedos en elcabello y emitió un grito agudo que hizo que Draco corriera hacia la puerta cerrada. Sus caderasse curvaron y sus músculos internos apretaron sus dedos.

—Oh, Dios mío —gimió Maya cuando el clímax se desvanecía. Abrió los ojos y lo miró conasombro mientras levantaba la cabeza—. Había olvidado por completo lo increíble que era.

Apisonando su ridículo orgullo, Rusty le sonrió mientras trepaba por encima de ella,inmovilizándola para que pudiera absorber todo el impacto de su efecto sobre él.

—Te lo recordaré cuando quieras —prometió.Su mirada lo tocó como una caricia cálida mientras ella observaba la anchura de su pecho,

siguiendo la línea de pelo leonado que se dirigía hacia la banda de sus calzoncillos y luego lacabeza de su sexo, que asomaba por la abertura delantera.

Para su satisfacción, ella deslizó su mano dentro para rodearlo. Rusty emitió un gruñidoimpaciente y apretó la mandíbula mientras se movía, sujeto por su agarre.

—Quiero sentirte dentro de mí —dijo ella—. Ahora.—Mi señora consigue lo que quiere, siempre que esté en mi poder. —Se apresuró a quitarse

los calzoncillos, sin estar seguro de dónde cayeron cuando los tiró detrás de él. Luego,comenzando con un beso, la penetró, despacio, con cuidado, uniendo sus cuerpos con unasensación de asombro de la que dudaba que alguna vez fuera a ser inmune.

Como había predicho, su primera unión no fue un maratón, sino un increíble y satisfactoriosprint. Entre la cálida bienvenida de su sedoso pasaje y su entusiasmo galopante, luchó poraguantar, sintiéndose tan inexperto como un adolescente que tiene sexo por primera vez.

Maya se acercó más y las almohadas cayeron al suelo. Él se abalanzó sobre ella, obteniendotanto placer de sus músculos internos como de sus pequeños gritos satisfechos. Solo cuando ellapareció derretirse a su alrededor, él la soltó, y su liberación llegó como un tren imparable sobrelas vías.

Por fin, se detuvo con su cara enterrada en su pelo y su corazón golpeando contra el de ella. Elcansancio se apoderó de él sin previo aviso. Apenas consiguió alejarse de ella sin caer en unacálida marea de inconsciencia. Se obligó a sí mismo a salir de la cama para ir a lavarse.

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Cuando regresó de su rápida visita al baño y se unió a ella en la cama, arrastrando hacia él sulánguido cuerpo para abrazarla, ella ya había caído en un profundo sueño… con lo que parecía seruna sonrisa en su rostro.

Rusty cerró sus pesados ojos y suspiró. Ni en un millón de años podría haber predicho cómoiba a desarrollarse su cita. Incluso con los altibajos que habían pasado, no cambiaría nada de laforma en que todo había encajado.

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Epílogo

—No tienes que estar nervioso —aseguró Maya a su hijo mientras ella, Curtis y Rusty estabansentados fuera del despacho del juez militar, a la espera de que Curtis fuera llamado paratestificar.

El caso contra Goddard, Smith y Lubber había pasado de ser una audiencia del artículo 32 a unverdadero consejo de guerra. En deferencia a la tierna edad de Curtis, había sido citado a declararsolo ante el juez y los oficiales del juzgado militar. El juez convocaría al jurado más tarde, y elacusado ni siquiera lo vería.

—No estoy nervioso —insistió Curtis, pero luego desmintió su afirmación al limpiarse conrapidez las palmas de las manos en sus pantalones de vestir.

Maya y Rusty compartieron una mirada.Ella lo intentó de nuevo.—Will Goddard se enfrenta a diez años de cárcel, como mínimo. Aunque se las arreglase para

enviar a alguien en su lugar con la intención de vengarse de ti, nunca te encontraría.Se habían mudado al Retiro Never Forget el cuatro de julio, justo a tiempo para lanzar docenas

de fuegos artificiales de celebración.Curtis se sentó y se rio.—Espero que lo intente. —Miró a Rusty y sacudió la cabeza—. Buena suerte para superar a

Draco y a mi padrastro.Maya escondió una sonrisa. Ella y Rusty no estaban casados todavía, habían planeado una boda

en otoño, pero estaba claro que Curtis se había hecho a la idea de tener un SEAL como padrastro,aunque había dejado claro que de mayor iba a ser un adiestrador de perros de la Marina.

—Así que solo tienes que entrar, decirle al juez lo que pasó, y eso es todo —dijo Maya.—Mamá, estoy bien. Solo me preocupa dejar a Draco solo tanto tiempo.—Oh —dijo ella, asintiendo con la cabeza ante la mirada centelleante de Rusty.De repente, la puerta del despacho del juez se abrió y salió Santana, con un sorprendente

aspecto pulcro, con una camisa abotonada y unos pantalones que probablemente pertenecieron a supadre. Al encontrarse con la mirada expectante de Curtis, hizo una mueca.

Curtis se levantó de repente y se dirigió hacia él. Maya los miró mientras intercambiaban unapretón de manos y unas pocas palabras. Había oído que Santana y su madre se habían tomado enserio las amenazas de Will Goddard y, con la ayuda del Programa de Seguridad de Testigos delServicio de los Marshals de los EE.UU., se iban a mudar fuera del estado.

Esto era un adiós para los dos amigos. Maya todavía lamentaba que Santana hubieseinvolucrado a su hijo en la vida criminal de su tío, pero le había dado las gracias personalmentepor tener el coraje de hacer lo correcto al mostrarles dónde habían retenido a Curtis y al testificarcontra su tío.

—Adiós, Santana —le dijo Maya mientras él se dirigía hacia su madre, que en ese momentosalía del baño de mujeres.

El oficial que esperaba en la puerta se aclaró la garganta.—El juez está esperando, Curtis.Maya resistió el impulso de acompañar a su hijo a la sala mientras le susurraba al oído

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consejos de última hora. En vez de eso, pasó sus dedos por los de Rusty, cerró los ojos y deseóque esta prueba terminase pronto.

«Gracias a Dios que Rusty está en mi vida», dijo para sí. Mientras el pensamiento se agitaba ensu cabeza, se dio cuenta de que este había reemplazado a su anterior mantra «Si Ian estuviesevivo».

—¿Vas a echar esto de menos? —le preguntó él, a la vez que le pasaba un brazo alrededor desus hombros.

Hacía dos semanas, ella había avisado al NCIS de que dejaría su puesto de investigadoraespecial. Después de quince años en busca de criminales, había llegado el momento de hacer algomás edificante con su tiempo. Ayudar a dirigir una organización sin ánimo de lucro y que mejorabala vida de los operadores especiales, estaba resultando mucho más satisfactorio, y Rusty inclusose había ofrecido a pagarle para compensar la pérdida de sus ingresos. Mientras ella lo ayudaba amantener el retiro, al mismo tiempo que recaudaba dinero y difundía en la conciencia de lasociedad su proyecto, Curtis se encargaba de cortar el césped y dormía con Draco en su cama. Lavida era un sueño.

—Para nada —respondió ella con sinceridad. Le dedicó una sonrisa—. Sé que tienes muchoque hacer en casa. Gracias por venir esta mañana.

Él le apretó la mano.—La familia es lo primero.Ella buscó en su querido y marcado rostro.—No estamos casados todavía.Él se encogió de hombros.—Es una formalidad. La familia es un sentimiento.Al parecer, esos votos susurrados después de hacer el amor eran lo que realmente contaba.

Habían jurado amarse para siempre, criar a Curtis para que fuera trabajador, honesto y un patriota.Tal vez las visiones de Rusty de los fantasmas eran como los sentimientos, no podías verlos oexaminarlos, pero existían, sin embargo.

—Tienes razón —aceptó Maya, acercándose para besarlo—. La familia es un sentimiento.

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RECONOCIMIENTOS

Tengo el privilegio de estar rodeada de leales lectores y amigos con talento. Sin su ayuda, mishistorias no serían tan gratificantes para quienes las leen. Mi más profundo agradecimiento a mislectores beta, Joyce, Penny, Pam y Elizabeth. Gracias a Wendie por la lluvia de ideas inicial, y aSuzanne por su edición final profesional. Todas estas señoras son increíbles. En cuanto a mi mejoramiga y editora de desarrollo, Sydney Jane Baily, no hay nadie en el mundo que pueda ocupar sulugar. Como decimos aquí en Virginia, ¡sois las mejores!

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Serie Completa

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Notas[1] Never forget, never forgive: No olvidar nunca, no perdonar nunca. Lema de los Navy SEALs.[2] Juego de césped, en el que los jugadores se turnan para lanzar bolsas de dieciséis onzas de granos de

maíz, en una plataforma elevada con un agujero en el otro extremo.[3] Military Working Dog: Perro de trabajo militar.