1 Crítica de la Teoría del Diseño Inteligente (Intelligent...

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1 1 Crítica de la Teoría del Diseño Inteligente (Intelligent Design) Autor: Santiago Collado Profesor adjunto Facultad eclesiástica de Filosofía Universidad de Navarra Pamplona, España Currículum Autor de las voces: Teoría de la evolución y Teoría del diseño inteligente (Intelligent Design) http://www.philosophica.info/voces/diseno_inteligente/Diseno_inteligente.h tml La teoría del “Intelligent Design” ha sido presentada por los científicos que la defienden como una alternativa válida al Neodarwinismo. En este escrito, además de presentar a grandes rasgos los puntos centrales de la teoría del Diseño Inteligente, se explican los antecedentes históricos del debate que ha surgido alrededor de ella, y se exponen algunas de las críticas científicas y filosóficas más importantes que le han sido formuladas. Índice 1. Antecedentes e historia 1.1. Creacionismo versus Darwinismo 1.2. Nacimiento y desarrollo del Diseño Inteligente 2. Ideas centrales del Diseño Inteligente 2.1. Complejidad irreductible de Michael Behe 2.2. Inferencia de diseño de William Dembski 2.2.1. Nociones implicadas en la inferencia de Diseño 2.2.2. El filtro de diseño 3. Críticas al Diseño Inteligente 3.1. Crítica científica 3.2. Crítica filosófica 3.2.1. Crítica epistemológica 3.2.2. Crítica teológico-metafísica

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1 Crítica de la Teoría del Diseño Inteligente

(Intelligent Design)

Autor: Santiago Collado

Profesor adjunto Facultad eclesiástica de Filosofía Universidad de Navarra Pamplona,

España Currículum Autor de las voces: Teoría de la evolución y Teoría del diseño

inteligente (Intelligent Design)

http://www.philosophica.info/voces/diseno_inteligente/Diseno_inteligente.h

tml

La teoría del “Intelligent Design” ha sido presentada por los científicos que

la defienden como una alternativa válida al Neodarwinismo. En este escrito,

además de presentar a grandes rasgos los puntos centrales de la teoría del

Diseño Inteligente, se explican los antecedentes históricos del debate que

ha surgido alrededor de ella, y se exponen algunas de las críticas científicas

y filosóficas más importantes que le han sido formuladas.

Índice

1. Antecedentes e historia

1.1. Creacionismo versus Darwinismo

1.2. Nacimiento y desarrollo del Diseño Inteligente

2. Ideas centrales del Diseño Inteligente

2.1. Complejidad irreductible de Michael Behe

2.2. Inferencia de diseño de William Dembski

2.2.1. Nociones implicadas en la inferencia de Diseño

2.2.2. El filtro de diseño

3. Críticas al Diseño Inteligente

3.1. Crítica científica

3.2. Crítica filosófica

3.2.1. Crítica epistemológica

3.2.2. Crítica teológico-metafísica

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4. Conclusión

5. Bibliografía

6. Recursos online

1. Antecedentes e historia

La compresión del Diseño Inteligente (Intelligent Design, ID) exige situarse

en el contexto en el que aparece. Dicho contexto es de pugna entre dos

visiones de la ciencia que se presentan como excluyentes. De una parte

estaría una ciencia a la que sus oponentes llaman naturalista. El motivo de

la oposición a este tipo de ciencia está en que ven su naturalismo como

equivalente a materialismo. Los que denuncian la existencia del naturalismo

científico sostienen que quienes hacen este tipo de ciencia no sustentan su

actividad sobre principios que son estrictamente científicos, sino que se

orientan por principios de carácter filosófico, ideológico o antirreligioso. La

alternativa propuesta sería una ciencia respaldada solamente por

“evidencias empíricas”, lo cual implicaría liberarla de la carga ideológica que

imponen los primeros y abrirla a la posibilidad de admitir fenómenos que no

se pueden explicar desde las simples leyes naturales pero de los que sí

tenemos evidencias. Esta última perspectiva es la que dicen defender los

principales promotores del “Intelligent Design” [Dembski 2001: 25-41].

Sin embargo, los científicos, cuando realizan su trabajo, no se debaten

normalmente en esta alternativa. Lo que ordinariamente hacen es aplicar

los métodos y técnicas propias de su disciplina para llegar a unos resultados

más o menos buscados. Por otra parte, es cierto que hay un grupo de

científicos que, al divulgar su ciencia, defienden unas posiciones netamente

materialistas y claramente beligerantes frente a la religión. Artigas y

Giberson ilustran suficientemente la existencia de este grupo de científicos

[Artigas 2007: 25-41]. Un científico que constituye un ejemplo

paradigmático de esta actitud es el inglés Richard Dawkins. El nacimiento

del ID y el trabajo de científicos divulgadores como Dawkins han avivado en

los últimos años un debate que es muy antiguo, incluso anterior a la

publicación del “Origen de las especies”. Lo que consiguió ese libro de

Darwin fue animar y desplazar el debate sobre el materialismo en la ciencia

al ámbito específico de la biología. Desde entonces, con distintos altibajos,

el enfrentamiento se ha mantenido vivo y, en este momento en Estados

Unidos, con un marcado protagonismo del ID.

Cuando nos referimos al Intelligent Design conviene distinguir entre el ID

como movimiento y, por otra parte, la aportación intelectual y

supuestamente científica que sus integrantes defienden. El movimiento

tiene una historia, unos antecedentes y unos objetivos que son

identificables. También son susceptibles de análisis científico y filosófico sus

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ideas. En lo que sigue, se tratará de delinear los diversos aspectos que

configuran la compleja realidad del Diseño Inteligente.

1.1. Creacionismo versus Darwinismo

El marco que sirve para encuadrar históricamente el Intelligent Design es el

que ofrece la pugna que han mantenido el Darwinismo y el Creacionismo

desde la misma aparición de la teoría de Darwin. El Origen de las Especies

mediante la selección natural de Charles Darwin contribuyó a poner en tela

de juicio dos pilares que los sectores más conservadores de la sociedad

norteamericana tenían como inamovibles: por una parte la autoridad

bíblica, y por otra, un modo de concebir la creación del mundo y la

aparición de las diversas especies estrechamente vinculado a la literalidad

de la narración del Génesis. El enfrentamiento entre la cosmovisión fundada

sobre los pilares aludidos, y la que se iba abriendo paso a través de la

naciente ciencia biológica, tuvo en Estados Unidos su propio itinerario. La

grieta cultural abierta en la sociedad por dicho enfrentamiento permanece

abierta y sigue dividendo hoy a la sociedad norteamericana [Giberson 2002:

1-12].

A lo largo del siglo XX aparecieron diversos grupos y movimientos que

trataron de salvar lo que el Darwinismo parecía estar demoliendo. Entre

1910 y 1915 el empresario californiano Lyman Stewart financió una obra

escrita con la que quería hacer frente a la nueva amenaza. Los doce

volúmenes que la formaban llevaron el título “The Fundamentals”. Ninguno

de sus autores vio entonces la necesidad de emprender una lucha abierta

para erradicar la enseñanza de la evolución de los centros docentes.

El momento clave en el que midieron sus fuerzas los recién nacidos

“fundamentalistas” y los defensores del Darwinismo fue un juicio celebrado

contra el profesor John Scopes, ampliamente conocido como el Juicio del

mono (Scopes Monkey Trial). Se acusaba a Scopes de enseñar la Teoría de

la Evolución contra una ley del estado de Tennesse. El resultado fue una

victoria legal del Fundamentalismo y una victoria real del Darwinismo: el

profesor fue condenado a una multa simbólica y la ley se mantuvo sin

posibilidad de ser recurrida a un tribunal federal.

En los años siguientes la biología experimentó notables avances. Destacan,

entre otros, los trabajos del genetista de origen ruso Theodosius

Dobzhansky, que en los años 30 publicó su libro más importante: Genetics

and the Origin of Species. Este biólogo contribuyó de una manera decisiva a

poner las bases para la unión de la genética y la biología tradicional. La

orientación de sus trabajos se continuó en los años sucesivos y dio lugar a

una síntesis entre genética y biología que ahora se conoce como la Teoría

Sintética o neo-Darwinismo.

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Un momento de gran importancia para la consolidación del neo-Darwinismo

como teoría dominante en el ámbito científico fue el descubrimiento de la

estructura del ADN, en 1953, por Crick y Watson. En ese momento se

puede decir que la totalidad de la comunidad científica respaldaba ya la

teoría sintética. La evolución darwiniana (el Neodarwinismo) se impuso

sólidamente durante la segunda mitad del siglo XX. En la medida en que el

Darwinismo era aceptado, y rechazadas las tesis de los Fundamentalistas,

también iba creciendo el malestar, incluso entre algunos científicos, que

veían cómo se imponía, junto con el Darwinismo, una visión de la

naturaleza predominantemente materialista y amparada por esa misma

ciencia.

En los años 70 y 80 ven la luz asociaciones y publicaciones que se hacen

eco de este malestar pero, a diferencia de lo que ocurre con las típicamente

creacionistas, el enfoque adoptado por un buen número de ellas pretende

ser realmente científico y no dependiente de la Biblia. Estas publicaciones y

grupos trataban de poner de manifiesto, desde la misma ciencia, las

lagunas e insuficiencias que esconden algunos argumentos defendidos por

no pocos evolucionistas [Giberson 2002: 198 y ss.]. Dos de los libros que

contribuyeron con más eficacia a suscitar recelos científicamente fundados

frente al Darwinismo fueron: El misterio del origen de la vida escrito por

Thaxton (químico), Bradley (ingeniero) y Olson (geoquímico) [Thaxton

1984], y Evolución: una teoría en crisis, escrito muy poco después del

anterior por Michael Denton, agnóstico y especialista en genética molecular

[Denton 1986].

Uno de los grupos formado entonces y que compartía el interés por el

estudio de las ideas contenidas en los libros mencionados, es el que,

durante los últimos años de la década de los 80 y principios de los años 90,

da lugar al Intelligent Design. Como es patente, el ambiente en el que nace

es de enfrentamiento entre posiciones teístas y ateas de carácter

materialista. Pero también en un clima en el que empiezan a esgrimirse

argumentos científicos contra el paradigma dominante en biología: el

Neodarwinismo.

1.2. Nacimiento y desarrollo del Diseño Inteligente

Desde el nacimiento del ID podríamos decir, de modo muy esquemático,

que la todavía breve pero densa historia del ID recorre tres fases. Cada una

de ellas la podemos asociar a un personaje que asume en ese momento el

protagonismo dentro del movimiento.

La primera es la de formación del movimiento: Phillip E. Johnson es su

protagonista. Johnson, abogado de prestigio en la década de los 80, ve en

las explicaciones darwinistas que se hacen en las publicaciones de entonces

–“El relojero ciego” de Dawkins, especialmente–, argumentos más propios

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de estrategias jurídicas que del ámbito científico. Johnson decide escribir un

libro en el que se propone hacer justicia a los argumentos darwinistas: su

título es “Juicio a Darwin” (Darwin on Trial). El libro se publica en 1991 y

alcanza un gran éxito editorial. Durante esta primera y breve fase de

formación, que se inicia el año en que Johnson conoce en Londres al resto

de los principales miembros del grupo –1990–, se formulan los objetivos y

las estrategias principales del Intelligent Design y se organiza formalmente

el movimiento. Los componentes asumen el papel de ser la “cuña” que

debería romper la hegemonía de la cultura materialista en la ciencia

contemporánea.

El inicio del segundo periodo puede situarse en el año 1996, el momento de

la publicación del libro Darwin’s Black Box [Behe 1996], escrito por el

profesor de bioquímica en la Universidad de Lehigh, Michael Behe. El éxito

del libro impulsó la difusión del movimiento y sus ideas en amplios sectores

de la sociedad norteamericana. La supuesta cientificidad de los argumentos

esgrimidos por Behe y el modo cuidado y persuasivo de presentarlos en su

libro es, sin duda, clave del éxito y de la amplia difusión que el movimiento

experimenta a partir de ese año.

Podría decirse que la tercera fase del historia del ID comienza con el final de

siglo, y caracterizarse como “la búsqueda de la identidad científica del

Intelligent Design”. En este intento está desarrollando también un papel

muy activo, desde el punto de vista de la epistemología, Stephen C. Meyer.

En sus escritos ha intentado determinar el estatuto científico del ID y

ponerlo en relación con el del Evolucionismo [Behe 1999: 151-211]. En esta

fase del movimiento, los primeros años del siglo XXI, en los Estados Unidos

se ha producido una verdadera explosión de publicaciones a favor y en

contra del ID. También esta etapa tiene un nombre: William Dembski. La

intensa actividad desarrollada por el omnipresente Dembski le ha permitido

salir al paso de prácticamente todas las objeciones que en estos años se

han puesto al Intelligent Design. Esta fase ha visto resurgir la guerra legal

por la enseñanza de la evolución y sus supuestas alternativas: ahora la

principal alternativa la constituye el ID. Sin embargo, hasta el momento

esta batalla ha dado como resultado la derrota del Intelligent Design en el

juicio sobre la legitimidad de la enseñanza del ID en distrito escolar de

Dover (Pennsylvania) en diciembre de 2005. También es justo decir que la

incidencia en el mundo científico de las ideas propugnadas por los

defensores del movimiento está quedando muy por debajo de las

expectativas que habían creado sus promotores en los años precedentes. En

un libro del 2004 Dembski afirmaba: «Día a día se fortalece mi convicción

de que el diseño inteligente está llamado a revolucionar la ciencia y nuestra

concepción del mundo» [Dembski 2006: 15]. El horizonte de Dembski es

realmente ambicioso. Pero los resultados obtenidos hasta el momento no

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parecen acompañar la convicción del principal defensor del movimiento en

la actualidad.

El juicio de Dover ha supuesto un duro revés para los objetivos del ID como

movimiento. En cualquier caso, sus principales miembros parece que

mantienen intacta su agenda y continúan en la guerra por alcanzar sus

metas. Podríamos decir que sus previsiones incluyen tres importantes

pasos:

1. Mostrar la insuficiencia del Darwinismo como teoría científica.

2. Afirmación del ID como única alternativa posible.

3. Encontrar el modo de confirmar científicamente el punto 2.

Alcanzar la aceptación del ID como alternativa científica al Darwinismo es,

obviamente, el gran reto que tienen planteado. Dembski detalla todo un

plan para conseguirlo [Dembski 2006: 364 y ss.]: establecer un catálogo de

hechos fundamentales que confirmaran las tesis del ID, conseguir una red

de investigadores y medios para sacar adelante proyectos específicos,

disponer de medidas objetivas de progreso del ID como programa de

investigación científica, elaboración de un currículum académico del Diseño

para poder ofrecer cursos consistentes con las ideas del ID. Conseguir esto

último sería para Dembski restaurar un mercado libre en el mundo de las

ideas científicas. Considera que actualmente el Darwinismo constituye un

monopolio que asfixia la deseada libertad en la ciencia.

Dembski es consciente de que el objetivo de fondo del movimiento, un

cambio de paradigma científico, está lejos de ser alcanzado pero, por otra

parte, parece realmente sincero su convencimiento de que esta meta se

alcanzará si se sigue el camino que él mismo ha delineado. La pretensión de

provocar un cambio de paradigma científico –en el sentido que Kuhn diera a

esta palabra–, debería estar sustentada sobre sólidos pilares: “La presente

obra puede ser considerada por tanto como un manual capaz de reemplazar

un paradigma científico anticuado (el Darwinismo) por otro nuevo

paradigma (el Diseño Inteligente) perfectamente preparado para poder

respirar, crecer y prosperar” [Dembski 2006: 17-18]. En lo que sigue

vamos a exponer, también de manera breve, las ideas fundamentales que

constituyen, según sus promotores, la base sobre la cual construir el edificio

de un nuevo paradigma científico.

2. Ideas centrales del Diseño Inteligente

Las dos ideas centrales sobre las que se apoya la pretensión del ID de

convertirse en un nuevo paradigma científico son: la noción de complejidad

irreductible, expuesta por Behe con amplitud en La caja negra de Darwin, y

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la de complejidad especificada, expuesta por Dembski en multitud de

escritos. El primero y más importante, que recoge el trabajo desarrollado en

su tesis doctoral, y donde se contienen las ideas fundamentales que

sustentan estas nociones es: The Design Inference [Dembski 1998]. A

continuación se expondrán de una manera descriptiva y breve dichas ideas.

2.1. Complejidad irreductible de Michael Behe

«La teoría de la evolución se ocupa de tres materias diferentes. La primera

es el hecho de la evolución; esto es, que las especies vivientes cambian a

través del tiempo y están emparentadas entre sí debido a que descienden

de antepasados comunes. La segunda materia es la historia de la evolución;

esto es, las relaciones particulares de parentesco entre unos organismos y

otros (por ejemplo, entre el chimpancé, el hombre y el orangután) y cuándo

se separaron unos de otros los linajes que llevan a las especies vivientes. La

tercera materia se refiere a las causas de la evolución de los organismos»

[Ayala 1994: 17].

Hoy en día el Darwinismo, con todos sus perfiles actuales, es la teoría que

domina en el ámbito científico y que el mundo académico ha adoptado

como explicación más ajustada a los datos disponibles. Darwin es

considerado por la práctica totalidad de la comunidad científica como el

padre de la evolución en general. La mayoría de las teorías evolucionistas,

al menos es así para los defensores del ID, de una manera u otra, tienen en

común y remiten a las ideas básicas de Darwin. Hablar de evolución,

aunque no sea exactamente así, se puede decir que es hablar de

Darwinismo. Los ataques que se lanzan contra la evolución, en la mayor

parte de las ocasiones, son ataques lanzados contra la forma de ver la

evolución inaugurada por Darwin.

En el mundo natural, el que nos presenta nuestro conocimiento ordinario de

la naturaleza, encontramos una extraordinaria complejidad. Dicha

complejidad convierte en un desafío la explicación causal del “hecho” de la

evolución en toda su amplitud desde la perspectiva meramente darwinista,

entendiendo por tal, la teoría que explica como únicas causas de la

evolución las modificaciones al azar –sin ningún propósito especial– y la

selección natural. Pero desde nuestro conocimiento ordinario de la

naturaleza, también es cierto que es difícil negar que los complicados

sistemas biológicos puedan haber llegado a su estado actual como fruto de

los mecanismos darwinianos ayudados por el transcurso de grandes

cantidades de tiempo. En la actualidad la ciencia nos permite afirmar, con

suficientes garantías, que estos mecanismos tienen valor explicativo –han

servido incluso para hacer predicciones– en la llamada microevolución. No

parece que haya, sin embargo, tanto acuerdo ni evidencia empírica

suficiente para afirmar lo mismo con la macroevolución. Este es uno de los

hechos más explotados por los antievolucionistas.

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Michael Behe sostiene que si no se conoce la constitución de los seres vivos

en sus partes más elementales no estamos en condiciones de poder afirmar

o negar en ellos la evolución darwiniana. La biología ha trabajado hasta

prácticamente nuestros días, según Behe, con “cajas negras” de las que se

sabe lo que hacen, pero no cómo lo hacen, cómo se han formado y cómo

están constituidas o estructuradas internamente. Esta es la situación en la

que trabajaron y sacaron sus conclusiones Darwin, y también sus

opositores. Según Behe, la Bioquímica está permitiendo desvelar el

contenido de dichas cajas y, por tanto, ha puesto a la ciencia en condiciones

de dar respuestas a los problemas que hace pocos años estaban fuera de

nuestro alcance. Por tanto, para Behe, es la bioquímica, la disciplina que él

cultiva, la que nos pone en condiciones de abordar el enigma de la

evolución.

Hay dos momentos inseparables en la tesis que extrae Behe de su

investigación a nivel bioquímico. En primer lugar parece descubrir que el

Darwinismo es incapaz de explicar un cierto tipo de complejidad que

podemos apreciar en los seres vivos. En segundo lugar afirma de manera

neta que sólo el diseño ofrece una explicación satisfactoria para dicha

complejidad. Aun más, según Behe podemos llegar a afirmar

científicamente la existencia de diseño en algunos sistemas biológicos que

encontramos en la naturaleza formando parte de los seres vivos. La

cuestión ahora es ¿qué tipo de complejidad es la que nos permite afirmar el

diseño y a qué tipo de diseño se refiere Behe?

La clave con la que da unidad a los dos momentos señalados y la que

supuestamente le va a permitir la demostración científica de diseño es la

noción de Complejidad irreductible (CI). Behe la caracteriza en su primer

libro de la siguiente manera: «Con la expresión sistema irreductiblemente

complejo me refiero a un solo sistema compuesto por varias piezas

armónicas e interactuantes que contribuyen a la función básica, en el cual la

eliminación de cualquiera de estas piezas impide al sistema funcionar»

[Behe 1996: 60]. En publicaciones posteriores se han hecho algunos

refinamientos de esta definición. Dembski, por ejemplo, discute esta

caracterización y propone algunos ajustes que buscan hacer posible la

determinación de la complejidad irreductible sin ambigüedades [Dembski

2002: 279-289]. Para los objetivos de este trabajo es suficiente tener

presente la definición original.

El ejemplo preferido por Behe cuando explica esta noción es el de la trampa

de ratón. En ella encontramos un conjunto de piezas que interactúan de

acuerdo con un diseño bien específico para alcanzar un fin que es también

muy preciso. Nadie que vea cómo funciona la trampa de ratón pone en

duda que aquel instrumento ha sido pensado y construido para cazar

ratones. Queda fuera de toda duda, como ocurre con cualquier otro

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artefacto, que la disposición en el sistema de las piezas que lo componen no

ha sido fruto del azar. Se descarta también, por su probabilidad

prácticamente nula, que el sistema se haya formado gradualmente y como

consecuencia de una serie de pasos intermedios que han ido mejorando el

sistema por un mecanismo de tipo darwiniano: o están todas y cada una de

las piezas dispuestas en el orden previsto o el sistema no funciona. No hay

mejora gradual posible respecto a un supuesto antecesor porque,

sencillamente, la trampa no cazaría ratones de ninguna manera.

La trampa de ratón constituye para Behe un ejemplo diáfano de

complejidad irreductible. Lo que resulta más importante destacar en esta

caracterización, y en el ejemplo que la acompaña, es que la determinación

de irreductibilidad deriva de que se asume que cada una de las piezas del

sistema tiene un carácter elemental, es decir, no está compuesta a su vez

por otros elementos, o si lo estuviera, deberíamos poder a su vez

determinar su complejidad irreductible de esa pieza componente. Es decir,

cabría admitir una jerarquía de niveles de sistemas y subsistemas, pero la

clave de la aplicabilidad de la caracterización radica en tener la capacidad

de poder llegar en el análisis a las “piezas elementales” o átomos del

sistema.

La pregunta que se hace el autor de La caja negra es, precisamente, si

existe algún sistema biológico del que se pueda afirmar con certeza

científica que posee complejidad irreductible, es decir, que no se ha podido

alcanzar de una manera gradual: cambios pequeños que supongan ventajas

competitivas y selección natural. Es una pregunta que de tener respuesta

afirmativa iría directamente contra el núcleo de la teoría darwiniana. La

posibilidad de responder a esta cuestión depende de si podemos aplicar la

caracterización de complejidad irreductible, y esto será posible si somos

capaces de «enumerar todas las partes del sistema y conocer una función»

[Behe 1996: 70]. Conviene insistir en la importancia que tiene la condición

de que las partes enumeradas sean “elementales”, de la misma manera que

las piezas de la trampa del ratón lo son para el conjunto de la trampa.

Uno de los sistemas en los cuales, según Behe, es posible determinar la

existencia de complejidad irreductible es el flagelo bacteriano. En la bacteria

que lo posee, el flagelo funciona de una manera parecida a un pequeño

motor incorporado en su organismo que le permite propulsarse en diversas

direcciones. Su estructura, que contiene unas treinta proteínas distintas,

recuerda la de un auténtico motor de los que poseen las embarcaciones. Si

una sola de esas proteínas es desactivada por una mutación genética el

motor ya no servirá para impulsar a la bacteria.

El grado de análisis al que podemos llegar en ejemplos como el anterior,

llevan a Behe a pensar que la bioquímica moderna nos está permitiendo

llegar hasta los “ladrillos” con los que están formados todos los seres vivos.

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La ciencia nos permite, por tanto, llegar a descubrir qué hay en el interior

de la “caja negra”, poder desvelar los “mecanismos” mediante los cuales

dichas “piezas” se relacionan entre sí. Con palabras del mismo Behe: «Por

extraño que parezca, la bioquímica moderna ha demostrado que la célula es

operada por máquinas: literalmente, máquinas moleculares. Como sus

equivalentes artificiales (ratoneras, bicicletas y naves espaciales), las

máquinas moleculares van desde lo simple hasta lo sumamente complejo:

máquinas mecánicas que generan energía, como en los músculos;

máquinas electrónicas, como en los nervios; y máquinas de energía solar,

como en la fotosíntesis. Desde luego, las máquinas moleculares están

hechas de proteínas, no de metal y plástico» [Behe 1996: 75]. Behe asume

que las piezas de las máquinas moleculares son sólo piezas, y su

comportamiento está perfectamente determinado. El tornillo es sólo tornillo

y se comporta como tornillo que es: une de la manera prevista las piezas

que le corresponden dentro del sistema. Según Behe, y este parece que es

el punto clave de su propuesta, la bioquímica nos permite hoy en día

equiparar un sistema biológico y una complicada maquinaria humana de la

que conocemos sus entresijos. En su propuesta, lo que hemos llegado a

conocer son los tornillos que componen la compleja “mecánica” molecular.

En un nuevo libro escrito unos diez años después de “La caja negra”, Behe

mantiene la validez de su noción de complejidad irreductible y aprovecha el

avance experimentado por la bioquímica y la genética en los años que lo

separan del primero para reafirmar las tesis principales de su primer libro.

En el último, a través de la exposición de distintos sistemas biológicos, trata

de establecer los criterios que permiten determinar cuándo los sistemas

biológicos pueden tener una explicación darwinista y cuándo hay que

admitir que dichos sistemas son producto de diseño inteligente. Esto último

para Behe equivale a determinar cuándo el Darwinismo llega al límite de su

poder explicativo [Behe 2007].

2.2. Inferencia de diseño de William Dembski

Dembski afirma que la noción de complejidad irreductible es un caso

particular de una noción más general que él llama complejidad especificada

[Dembski 2002: 251-252]. Sobre el tipo de información que contiene un

sistema que ostenta dicha complejidad descansa la inferencia de diseño que

propone Dembski. Para él toda la causalidad que encontramos en cualquier

sistema, natural o no, podemos clasificarla en tres categorías: necesidad,

contingencia, y diseño. Dicho esquema podría contrastarse y ofrece un

cierto paralelismo con el esquema causal aristotélico. Para Dembski, el

diseño como causa se correspondería, en el modo en que se infiere a través

del sencillo algoritmo propuesto por él, con la actualización de la noción de

causa final aristotélico-tomista [Dembski 2001: 173-174]. Esta última ha

sido siempre la base de uno de los argumentos empleados por la filosofía

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clásica para demostrar la existencia de Dios: el de la finalidad. El cambio de

causa final por diseño y el deseo de mantenerse dentro del más estricto

ámbito científico lleva a Dembski a hablar, en lugar de un Dios ordenador

del universo, de un genérico diseñador del que poco más se puede decir

salvo que posee una inteligencia planificadora.

Dembski piensa que la causa final fue arrojada del ámbito científico con la

aparición de la teoría darwinista, y que la inferencia de diseño a la que llega

partiendo de la noción de complejidad especificada no hace sino recuperar,

actualizada, dicha causa perdida. El problema que él se plantea por tanto es

la posibilidad de afirmar la existencia de diseño en un sistema de una

manera empírica. La respuesta que ofrece es que el diseño se puede inferir

científicamente y el modo de hacerlo es mediante el filtro de diseño.

2.2.1. Nociones implicadas en la inferencia de Diseño

Las tres nociones claves para poder inferir el diseño son: contingencia,

complejidad y especificación.

La contingencia es expresión de la existencia de una posibilidad real de ser

o no ser en el mundo físico. Tiene que ver, por tanto, con la noción clásica

de potencia y, consiguientemente, con la noción de causa material. Esto

último no lo explicita Dembski que ilustra la existencia de contingencia de

diversas maneras. Dice, por ejemplo, que la disposición sobre el tablero de

unas fichas de ajedrez no se puede reducir o deducir de sus formas, del

mismo modo, la imagen de la tinta en el papel no se puede reducir a las

propiedades químicas de la tinta. Estos ejemplos son bastante ilustrativos

de lo que Dembski quiere decir con contingencia.

La noción de complejidad está directamente relacionada, al menos en una

primera aproximación, con la probabilidad. Se trata, por tanto, de la

caracterización de complejidad más sencilla: un sistema cualquiera es

complejo si son muchas las posibles configuraciones que puede adoptar su

estructura, es decir, si éstas ocurren en un espacio de probabilidad grande.

Será tanto más complejo cuanto mayor es el espacio de probabilidad. Un

ordenador sería un sistema complejo ya que tiene muchos elementos y

pueden estar unidos de maneras muy diversas (aunque solamente una, o

unas pocas, funcionen).

La tercera noción que Dembski implica en la inferencia de diseño es la de

especificación. La especificación tampoco es una noción original de

Dembski. Como él mismo menciona, la noción de complejidad especificada

fue empleada por primera vez en 1973, por Leslie Orgel, en su libro The

Origins of Life. También, en el “libro de 1999 The Fifth Miracle, Paul Davies

identificó la complejidad especificada con la clave para resolver el problema

de la vida” [Dembski 2006]. No obstante, Dembski desarrolla con

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abundantes matices esta noción con el fin de conseguir la formalidad que

requiere una inferencia de diseño rigurosa y científica. Este autor considera

que dicha noción es «crucial» [Dembski 2006: 87] dentro del esquema de la

inferencia de diseño. En sus libros ofrece una explicación analítica de las

cinco condiciones que son necesarias para afirmar la complejidad

especificada en un sistema [Dembski 2006: 88 y ss.]: Complejidad

probabilista; patrones condicionalmente independientes; recursos

probabilistas presentados bajo dos formas: de replicación y de

especificación; una versión especificacional de complejidad aplicable a

patrones; un límite a la probabilidad universal. El enunciado de estas

condiciones, aunque no se expliquen aquí, sirve para mostrar el grado de

matización que da Dembski a la noción.

Lo importante para hacerse una idea de su propuesta se podría resumir

sumariamente diciendo: un sistema posee complejidad especificada cuando

podemos determinar, en la ocurrencia de un suceso dentro del conjunto de

todos los eventos posibles del sistema que estemos estudiando, un patrón

que se pueda describir “a priori” respecto a dicha ocurrencia. Es clave

entender lo que se quiere decir con la expresión “a priori”, porque precisar

su significado es lo que persiguen todos los matices introducidos por

Dembski. Es importante para los objetivos de Dembski entender que el “a

priori” no lo es en sentido temporal. En este punto es donde el autor del

esquema que estamos explicando se juega su validez y oportunidad, pero

analizarlo en detalle alargaría excesivamente este discurso. Uno de los

ejemplos expuestos por Dembski puede servir muy bien para ilustrar esta

noción.

Si vemos que un conjunto de flechas han caído muy cerca de un grupo de

blancos, podemos pensar que esas flechas no se han clavado allí de una

manera casual, sino que han sido dirigidas por la puntería del arquero. Hay

un patrón “a priori” para poder inferir lo atinado del arquero. Este patrón,

determinado por la proximidad de las flechas a los blancos, restringe los

lugares en los que pueden caer las flechas a unas áreas concretas. Es obvio

que ver las flechas cerca de los blancos no me serviría para determinar

nada si el arquero primero dispara las flechas y después marca los blancos.

A esta última posibilidad Dembski la llama fabricación. El “a priori” quiere

dar cuenta de que dicho patrón debe ser describible independientemente de

la ocurrencia de los eventos en estudio. Se trata de poder decir lo que debe

ocurrir sin necesidad de saber lo que ha ocurrido. Es entonces cuando

podemos decir que disponemos de una especificación o, en su caso, un

sistema de complejidad especificada en el sentido en que habla de ella

Dembski.

2.2.2. El filtro de diseño

13

De las tres nociones anteriores, la que suscita más interrogantes en relación

a la pretensión de Dembski de la determinación de diseño, es la tercera. No

obstante, si aceptamos la validez de las tres nociones precedentes podemos

dar el siguiente paso y establecer el modo de determinar la existencia de

diseño tal como lo concibe Dembski. El filtro de diseño es un sencillo

algoritmo que, supuesta la posibilidad de determinar si un sistema cumple

con lo que las tres nociones anteriores

expresan, permite concluir si el sistema

ha sido diseñado o no.

Esquemáticamente puede explicarse

con el diagrama que reproducimos aquí.

El esquema es suficientemente

ilustrativo de cómo se aplica el

algoritmo propuesto como filtro de

diseño. En conclusión, según Dembski,

podemos afirmar que un sistema

cualquiera ha sido diseñado cuando

somos capaces de determinar que dicho sistema es simultáneamente:

contin-gente, complejo y especificado.

3. Críticas al Diseño Inteligente

3.1. Crítica científica

El ID contiene elementos analizables y discutibles desde el punto de vista

científico, filosófico y teológico. Para la crítica de carácter científico son

pertinentes los comentarios de Francis S. Collins, científico de reconocido

prestigio y director del proyecto Genoma. Sus análisis son adecuados y no

resulta sospechoso de ser un enemigo ideológico del ID. Por el contrario,

Collins afirma que no juzga la sinceridad y seriedad de las posiciones

mantenidas por los defensores del ID, afirma textualmente: «Desde mi

perspectiva como genetista, como biólogo, y como creyente en Dios, este

movimiento merece una seria consideración» [Collins 2006: 183]. Collins

hace una crítica del ID desde el punto de vista científico y, más brevemente

pero también de forma explícita, desde la perspectiva de la teología (él es

cristiano evangélico). Incluye además en sus comentarios breves

observaciones de carácter epistemológico que están encuadradas en su

crítica científica.

La posición científica de Collins frente al ID es compatible con la que hacen

otros muchos científicos como Francisco J. Ayala [Ayala 2007] o Kenneth R.

Miller [Miller 2007], que fue llamado como testigo por la parte demandante

contra el ID en el juicio de Dover, y que se ha declarado públicamente

14

católico. También, en cuanto crítica puramente científica, es compatible con

la que hacen otros personajes como Richard Dawkins o Peter Atkins, ambos

antirreligiosos militantes. Estos últimos van más allá de una crítica

meramente científica porque muchos de sus argumentos están cargados de

ideología materialista y explícitamente antirreligiosa. Los argumentos de

Collins, por el contrario, se pueden considerar representativos de las críticas

hechas al ID desde diversas instancias estrictamente científicas.

Collins aborda directamente el argumento principal del ID contra el

Darwinismo, la complejidad irreductible, desde la autoridad que le da ser un

especialista de prestigio en el ámbito en el que dicho argumento se mueve:

la química de la vida. Las objeciones del director del proyecto Genoma

frente al ID podríamos resumirlas en los dos puntos siguientes:

1. El ID sigue siendo marginal dentro de la comunidad científica [Collins

2006: 187]. Hasta el momento no ha tenido el impacto que sus defensores

pronosticaban. El peso de esta objeción es enorme. Una posible

caracterización trivial –sólo en apariencia– de ciencia sería la de constituir la

actividad desarrollada por los científicos. Se trata, ciertamente, de una

caracterización circular: son científicos porque hacen ciencia, es ciencia

porque la hacen los científicos. Pero esa circularidad es completamente

insalvable. El ID tiene ciertamente simpatizantes pero, como el mismo

Dembski reconoce, no han conseguido incidir en la comunidad científica en

el modo de hacer la ciencia: no han conseguido moverla aunque sí hayan

provocado multitud de debates de carácter filosófico o religioso. Así lo

expresa Dembski: «Aunque los proponentes del diseño inteligente han

realizado una labor realmente buena con su creación de un movimiento

cultural, no podemos anotar demasiados éxitos del diseño inteligente en el

haber de los logros científicos» [Dembski 2006: 364]. Esta afirmación, por

otra parte, no parece restar un ápice de optimismo a su autor, que

considera que conseguirlos es una cuestión de tiempo. Collins piensa que no

es verosímil que el motivo por los que existe rechazo al ID en la comunidad

científica sea, sencillamente, que constituye un desafío a Darwin, es decir,

al paradigma dominante.

2. Con el paso del tiempo los científicos van descubriendo caminos a través

de los cuales podrían haberse formado los sistemas que los defensores del

ID consideran como irreductiblemente complejos. Collins examina

brevemente tres ejemplos de los que Behe presenta en su libro “La caja

negra de Darwin”: el sistema de coagulación de la sangre, el ojo y el flagelo

bacteriano. Hay que decir en defensa de Behe que el caso del ojo es

presentado en su primer libro como ejemplo de sistema muy complejo, pero

no de ser irreductiblemente complejo. Esto no parece tenerlo en cuenta

Collins en su exposición en la que equipara este ejemplo con los otros dos.

Behe indica en su libro que el mismo Darwin aludió a la posibilidad de

15

explicar la formación del órgano de la vista mediante pequeños cambios y

selección natural. Esa sugerencia parece hoy bastante verosímil. Para los

otros dos casos, Collins describe brevemente un mecanismo genético que

abre las puertas a una explicación evolutiva de ambos sistemas: la

duplicación genética. Este mecanismo, según Collins, está bien establecido

y admitido científicamente.

Con el mecanismo de la duplicación genética se podría explicar la formación

de sistemas que ostentan una presunta complejidad irreductible. Pero esa

explicación, en la actualidad, dista mucho de ser una descripción –aunque

sea poco detallada– de cómo ocurrieron las cosas, sino más bien se trata de

una conjetura verosímil de cómo en el ser vivo pueden aparecer funciones

antes inexistentes, con aumento de complejidad, y donde siguen teniendo

un papel principal los mecanismos darwinianos. En cualquier caso, Collins

tampoco parece muy convencido de que algún día se encuentren

exactamente los pasos que han llevado a la formación de dichos sistemas.

Pero el que no se sepan o no se lleguen a saber nunca esos pasos no

significa que no se hayan recorrido. Sencillamente podría significar que no

hemos encontrado ningún rastro o pista para determinarlos y,

consiguientemente y con más motivo, que no los hemos podido reproducir

en el laboratorio. En definitiva, podríamos resumir esta objeción diciendo

que cada vez parece más cercana la posibilidad de explicar, de una manera

“verosímil”, la formación gradual de sistemas que reciben la consideración

de irreductibles por parte de los defensores del ID. En algunos de esos

sistemas, algunos de los pasos se han encontrado. Si esta “explicación

verosímil” llega a ser científica o no, dependerá de lo que exijamos a una

explicación para considerarla científica y de hasta donde alcancemos a

explicar. Esto nos lleva a la objeción que Collins plantea al ID de carácter

epistemológico y a otras críticas hechas contra el ID de carácter filosófico.

3.2. Crítica filosófica

3.2.1. Crítica epistemológica

Collins afirma que «todas las teorías científicas representan un marco que

permite dar sentido a un conjunto de observaciones experimentales. Pero la

utilidad principal de una teoría no es la de mirar hacía atrás sino la de poder

predecir» [Collins 2006: 187]. Es aquí donde este autor ve uno de los

principales problemas del ID para poder ser considerado como disciplina

científica. Esta apreciación estaría incluida en un examen de la cientificidad

del ID llevado a cabo en un contexto más amplio, el que se podría hacer si

se contrastara el ID con las reflexiones que Mariano Artigas ha hecho sobre

la actividad científica en muchas de sus publicaciones. Para Artigas la

ciencia es una actividad difícilmente encuadrable en un conjunto reducido

de reglas o en una simple definición. Lo que sí se puede afirmar cuando se

hace ciencia en el sentido actual de la palabra, según Artigas, es la

16

existencia de una cierta unidad de método. Así lo afirma él mismo: «Una

cuestión que se plantea frecuentemente en la epistemología es la siguiente:

¿existe un método científico general, común a las diversas ciencias

experimentales y a cada una de sus disciplinas? Ciertamente, hay alguna

unidad de método. Como hemos visto, todas las ramas de la ciencia

experimental tienen un objetivo común, con un doble aspecto, teórico y

práctico. Y esto se traduce en una exigencia metodológica: en concreto,

siempre se busca establecer relaciones entre los enunciados teóricos y la

experimentación, de modo que esos enunciados puedan someterse a control

experimental» [Artigas 1999: 147].

El control experimental se corresponde precisamente con la capacidad de

“predecir” lo que va a ocurrir con un sistema cuando se le somete a unas

condiciones suficientemente determinadas. La predicción avalada por la

contrastación experimental es una característica que los epistemólogos más

importantes consideran esencial al método científico. Es precisamente en

este punto donde inciden las críticas al ID de científicos como Collins.

Si para explicar la formación de un ser vivo o una nueva estructura de un

ser vivo nos vemos obligados a recurrir a la intervención de causas ajenas a

las leyes naturales, es decir, si hubiera que recurrir a causas intencionales o

inteligentes para explicar cierto tipo de complejidades naturales, se podría

decir que la posibilidad de predecir, es decir, la predicción basada en la

determinación de regularidades quedaría en suspenso. Volveremos más

adelante sobre esta objeción desde otro contexto.

Estas dificultades tan serias, y otras que discurren paralelas a estas que

también poseen carácter epistemológico, no han sido pasadas por alto,

como es lógico, por los defensores del ID. Una respuesta amplia a estas

objeciones es formulada, por ejemplo, por Stephen Meyer [Behe 1999: 151-

212]. No tenemos aquí espacio para analizarla en detalle. Meyer entra de

lleno en el clásico problema de la demarcación de la ciencia y trata de

equiparar metódicamente el ID con el Darwinismo. Para conseguirlo, sus

argumentos intentan diluir y quitar fuerza a los diversos criterios de

demarcación que se han formulado a lo largo del tiempo. Equiparando ID

con Darwinismo desde el punto de vista metódico, si se considera ciencia a

uno habría que hacer lo mismo con el otro. Esta estrategia, en realidad,

busca conseguir para el ID el anhelado reconocimiento de científico que

tanto se le resiste, pero alimentando la confusión.

La confusión metódica parece estar instalada en distintos niveles del

discurso en los defensores del ID y también en algunos de sus oponentes.

En lo que respecta al Intelligent Design, de este punto se lamentan

Giberson y Artigas en la introducción al libro sobre los Oráculos de la

Ciencia. Son muy contundentes en sus afirmaciones: «Los proponentes del

ID defienden que este conflicto –Darwinismo vs. ID– es entre teorías

17

científicas rivales y que, por mor de tener la mente abierta y de jugar

limpio, ambas explicaciones deberían ser enseñadas. Este planteamiento

parece generoso y apela a la honestidad del americano. Pero es una

pretensión falsa. No hay teoría científica del Intelligent Design» [Artigas

2007: 14]. En este caso el motivo aducido por Giberson y Artigas es

precisamente la confusión metódica que introducen en su discurso los

defensores del Diseño Inteligente. Citan la afirmación de Dembski en la que

dice que el ID es tres cosas: un programa de investigación científica que

investiga los efectos de causas inteligentes, un movimiento intelectual que

desafía al Darwinismo y una vía para entender la acción divina. A esto, los

autores de Oracles of Science responden que es imposible abordar con éxito

las tres tareas a la vez, es decir, con el mismo método. Dembski defiende

que el ID es la intersección de ciencia y teología, y a esto responden

Giberson y Artigas: “entonces el ID no es ciencia” ¿Por qué? «Las modernas

ciencias empíricas –física, química, astronomía, biología– no tienen

intersección con la teología» [Artigas 2007: 14-15]. En este punto esta

posición se encuentra plenamente de acuerdo con la defendida, por

ejemplo, por el biólogo darwinista Francisco Ayala: «propiamente

entendidas, la ciencia y la fe religiosa no están en contradicción, ni pueden

estarlo, puesto que tratan de asuntos diferentes que no se superponen»

[Ayala 2007: 15].

Es cierto que también se podría acusar al Darwinismo de no tener el

respaldo experimental que se exige al ID. Pero dicho respaldo, como

argumenta Ayala [Ayala 2000] coherentemente con lo que defiende Collins,

no implica la obligación de tener el respaldo del laboratorio y del

experimento como ocurre con la Física o la Química, sino sólo poder dar

sentido a un conjunto de hechos de experiencia y la posibilidad de hacer

predicciones suficientemente concretas, en base a la teoría, respecto a lo

que nos vamos a encontrar en los sistemas estudiados. No cabe duda que

en esto aventaja el Darwinismo al ID, que no parece ofrecer herramientas

para hacer este tipo de predicciones.

Parece claro que el contexto en el que nace el ID y el objetivo que lo anima

desde el principio –la reacción frente al materialismo defendido por algunos

en nombre de la ciencia–, es una causa importante de que incurra en la

mencionada confusión metódica. El núcleo de dicha confusión podríamos

decir que se centra en la superposición de dos planos de racionalidad que

están íntimamente relacionados pero que, a la vez, deben distinguirse. Esta

distinción nos lleva a dar un paso más en la argumentación filosófica,

concretamente nos conduce a la metafísica.

3.2.2. Crítica teológico-metafísica

Si entendemos la teología como una disciplina que trata de profundizar en

el conocimiento de Dios partiendo de la revelación divina y con la razón

18

iluminada por la fe, podríamos decir que el ID no entra en diálogo con ella

directamente. El ID repite insistentemente, aunque a veces lo desmiente

con afirmaciones como las de Dembski reproducidas anteriormente, que no

presuponen nada que no venga dado por la experiencia empírica respecto a

la inteligencia que diseña los sistemas. Afirman, por tanto, que su punto de

partida es la experiencia empírica y se rechaza, además, la adhesión a una

fe previa. Entre sus filas militan personas de credo diverso. La mayoría son

cristianos protestantes, hay también católicos, y cuenta con algunos no

creyentes.

El ID, en cambio, tiene conexión clara con una teología natural, es decir,

con la que se ocupa del conocimiento de Dios que podemos desarrollar con

la exclusiva ayuda de los principios racionales y sin la ayuda de la fe. Pero si

tiene conexión con la teología natural, también la tiene con la teología

basada en la revelación. Los desarrollos que esta última hace son también

racionales y asumen todo lo que podemos conocer sobre Dios con las

fuerzas de la razón. Nos interesa en este punto, por tanto, abordar un

análisis del ID desde el punto de vista de la Metafísica, sabiendo que esa

crítica tiene eco teológico en los dos sentidos anteriormente aludidos.

Amplios sectores de la sociedad norteamericana, y no sólo los de origen

fundamentalista, han acogido con júbilo el nacimiento del Diseño

Inteligente. Parece lógico que sea así ya que el ID combate el materialismo

difundido desde la ciencia, supuestamente con las mismas armas que los

materialistas: la ciencia. Esta tarea la está realizando, además, de una

manera más convincente y seria que el antiguo Creacionismo Científico. No

es extraño, por tanto, que los defensores del ID se sorprendieran cuando

algunos notables representantes de la filosofía tomista no compartieron con

ellos el mismo entusiasmo y, lo que parecía más extraño aún a los

miembros del ID, que incluso ofrecieran una visión crítica más bien negativa

del ID. Un tomista como Michael W. Tkacz narra la perplejidad que Meyer le

manifestó cuando constató que no contaba con el apoyo para su causa de

“los tomistas” como él. Tkacz llega a afirmar: «A pesar de sus afinidades

culturales y religiosas, aquellos que hacen filosofía en la tradición tomista y

los que se han dedicado al movimiento ID, se encuentran en las caras

opuestas del tema crucial de la naturaleza de la acción divina» [Tkacz 2007]

Un exponente del tomismo que ha trabajado en la relación entre ciencia,

filosofía y religión, William Carroll, ha abordado la crítica del ID desde la

perspectiva de la filosofía tomista. Lo que sigue constituye un análisis de los

problemas que plantea el ID en el nivel filosófico aprovechando las ideas

centrales de la crítica de Carroll [Carroll 2000: 319-347].

Los científicos y/o divulgadores de la ciencia materialistas desafían de una

manera abierta, y con el supuesto apoyo de la ciencia, las nociones

tradicionales de naturaleza, naturaleza humana y Dios. Para Carroll dicho

19

desafío es el resultado de un problema fundamental: confundir el orden de

explicación biológico y el filosófico. Estos autores no admiten la distinción

ampliamente desarrollada por Tomás de Aquino entre el ámbito de la

creación y el de las ciencias naturales. De esta manera confunden el orden

de las transformaciones materiales con el de la creación entendida como

donación del ser de la nada. Para los materialistas la noción de creación

queda al margen de lo racional y forma parte de una fe a la que, por

supuesto, no dan crédito. En cambio, para Tomás de Aquino, la noción de

creación no requiere la fe, aunque sea ésta la que nos ha dado las pistas

para descubrirla y desarrollarla racionalmente. Para el Aquinate la noción de

creación pertenece a la metafísica y la fe intervendría en la solución de una

cuestión a la que nosotros no llegamos a dar una respuesta racional: la

creación del Universo en el tiempo. Parece claro que la distinción entre la

noción metafísica de creación y la noción de creación en el tiempo es

solidaria de la distinción entre los dos órdenes señalados. Los autores

materialistas se mueven intelectualmente en el orden de las

transformaciones y, consiguientemente, parece lógico que rechacen la

noción de creación. Pero esta creación sería entonces la noción de creación

en el tiempo sobre la cual también S. Tomás pensaba que no era

racionalmente demostrable.

Esta confusión en la noción de creación dio origen desde su formulación

metafísica a numerosos problemas que todavía no nos han abandonado. El

núcleo de todos ellos es la confusión de órdenes mencionada y ya se

planteó de una manera abierta en la Edad Media. Sucintamente se podría

expresar así: si Dios es omnipotente y capaz de crear, entonces la ciencia

de lo real no es posible. La raíz de esta afirmación nace precisamente de lo

que se entiende por crear. Si la noción de crear es la que comparece en la

expresión creación en el tiempo, entonces nos estamos moviendo en el

orden de las transformaciones y, en consecuencia, se encuentra un cierto

conflicto entre la actividad de Dios que crea y la actividad de los agentes

causales naturales que ejercen su influjo siempre en el ámbito de las

transformaciones materiales.

S. Tomás, por el contrario, entendía la noción de creación como un acto

radical del ente que, por así decir, le acompaña siempre, que no se

distancia en el tiempo porque da el ser. La dependencia del ente respecto

de su Creador es completa y trasciende el tiempo como medida o número

del movimiento. Cuando la creación se entiende de esta manera no hay

conflicto entre la actividad de Dios y la actividad de las criaturas.

Tradicionalmente, a la acción causal de Dios se le ha denominado causa

primera, mientras que al resto de los agentes causales se les ha llamado

causas segundas. Esta distinción quiere dar cuenta de la existencia de dos

órdenes de causalidad compenetrados y de su no incompatibilidad. Cada

causa actúa en su orden y sin interferencias.

20

Es indudable que la noción de creación, junto con las nociones necesarias

para su desarrollo filosófico –la de acto de ser y esencia, por ejemplo, o la

de causa primera–, han presentado muchas más dificultades a lo largo de la

historia de la filosofía que las derivadas de la simple consideración de las

transformaciones materiales. La aceptación de que la noción de creación es

inteligible y, consiguientemente, perteneciente propiamente al ámbito de la

razón, no ha sido siempre pacífica y ha encontrado resistencias desde el

mismo momento en que fue formulada.

Un ejemplo, al que hace referencia Carroll, de los problemas que surgen por

una comprensión insuficiente de la noción de creación o, de manera

equivalente, por la confusión de planos que estamos comentando es ya

explícito, por ejemplo, en Averroes. Para el autor musulmán del siglo XII

habría incompatibilidad entre la omnipotencia de Dios y la existencia de las

ciencias de la naturaleza. Averroes rechazaba la doctrina de la creación de

la nada. Si Dios interviene con su omnipotencia en la naturaleza, entonces

quedarían en suspenso las regularidades que hacen posible las ciencias

naturales. Es claro en este autor el conflicto entre la causalidad de Dios y

las causalidades que estudian las ciencias de la naturaleza, las que después

serían llamadas causas segundas. Es el mismo problema que subyace en la

aparición del nominalismo.

La noción de creación de Tomás de Aquino da una clara respuesta a este

problema: Dios actúa, es omnipotente porque es causa del ser en cuanto

creado de la nada, lo cual no entra en conflicto con el ejercicio de la

causalidad propia de las criaturas, que ejercen su influjo causal según su

naturaleza y sin ningún obstáculo o corrección por parte del Creador. Para

Tomás de Aquino, la acción divina no sólo no es incompatible con las causas

segundas sino que las sustenta respetando su modo de causar propio. La

acción divina es entendida en un nivel de racionalidad distinto al que es

propio de los métodos de las ciencias naturales. El esquema desarrollado

por Tomás de Aquino elimina el conflicto de intereses causales y, además,

realza la omnipotencia de Dios que es capaz de dar el ser a entidades que

son a su vez causas reales. De modo que podemos decir que todo efecto

procede de Dios como causa primera trascendente, y también, total e

inmediatamente de las criaturas como causas segundas.

Las dificultades que surgen hoy en día en la articulación de la ciencia y la

religión son una reedición de las que ya aparecen en la Edad Media y nacen,

según Carroll, del olvido de las mencionadas distinciones tan finamente

trazadas por Tomás de Aquino. Además, los conflictos expuestos se

agrandan cuando se sitúan en un contexto en el que se defiende la verdad

de los contenidos de la Sagrada Escritura entendiéndolos en un sentido

literal. Podríamos decir que este tipo de lectura alimenta la confusión de los

dos órdenes causales explicados.

21

La confusión de los dos órdenes tiene matices propios con relación a la

explicación que se hace a veces, desde la Física, del origen del Universo.

Carroll señala que en la actualidad hay filósofos –William Lane Craig, por

ejemplo– que defienden que el Big-Bang es una confirmación de la doctrina

de la creación de la nada. En realidad dicha teoría es una explicación de una

fase, ciertamente singular, de la historia del Universo, pero no deja de ser

una explicación científica. Desde la ciencia no se puede afirmar o negar

nada que corresponda al nivel de la causa primera cuyo influjo, que no es

causal en el sentido en el que lo entiende la ciencia, se extiende a todo lo

que es, precisamente por el hecho de ser. Habría que dar la razón a

Averroes en la afirmación de que las ciencias naturales quedarían en una

situación precaria, si se admitieran singularidades ocurridas en la naturaleza

–por ejemplo el Big-Bang– sobre las que no se aceptara otra explicación

que la intervención directa de Dios. Admitir intervenciones extraordinarias o

singulares de Dios para iniciar o guiar los procesos naturales, es decir, en el

nivel de las causas segundas, sería cerrar puertas a la ciencia tal como hoy

se entiende y practica con tanto éxito.

Carroll afirma sobre el ID, a la luz de la distinciones explicadas, que el

diseñador del que habla Behe no es el Creador de Tomás de Aquino. El

discurso desarrollado por el ID se mueve en el nivel de las llamadas causas

segundas. En realidad, con esta afirmación Carroll no contradice lo que

defienden los promotores del ID ya que, como hemos visto, ellos no afirman

que sea Dios el diseñador al que llegan, aunque tampoco lo niegan: la

posibilidad, por así decir, queda abierta para quien así lo quiera pensar por

motivos subjetivos. El ID habla de causas o agentes inteligentes, pero no

identifican a estas causas necesariamente con Dios. En cualquier caso,

después de lo expuesto más arriba, defender positivamente que el

diseñador del ID es Dios supondría concebir un Dios muy pobre y, desde

luego, como afirma Carroll, no sería en absoluto el Dios del que nos habla

Tomás de Aquino, el Dios de la teología. Parece claro que dejar

simplemente abierta esta posibilidad es ya una forma de moverse en una

cierta confusión de planos u ordenes causales.

Carroll sostiene que una cosa es la “propuesta epistemológica” del ID:

afirmar que hay singularidades que no sabemos explicar, y otra distinta la

“propuesta ontológica”: admitir que no poder explicar esas singularidades

implica la existencia de un diseñador inteligente que las ha producido. En

base a esta distinción Carroll defiende, y en esto coincide con otros muchos

como el mismo Collins, que el ID es una versión moderna y sofisticada,

basada en fenómenos biológicos, del argumento para la demostración de la

existencia de Dios llamado “Dios de los agujeros”. En este caso se trata de

una versión especial, porque en realidad el ID no reclama necesariamente la

intervención de Dios, sino la de un agente del que sólo se afirma que es

22

inteligente y que, como tal, actúa en un nivel distinto al nivel de las leyes

naturales.

Hay, además, una importante diferencia entre la noción de “complejidad

irreductible” y el clásico argumento del “Dios de los agujeros“, aparte del

hecho de que lo que se postula en el ID no es a Dios sino a un agente

inteligente. Lo que dice Behe, por ejemplo, no es que no sepamos cómo

está hecho tal o cual sistema y entonces llenamos ese hueco de nuestro

conocimiento postulando una intervención ajena a las leyes naturales, sino

que las leyes naturales nos llevan a negar la posibilidad de llenar el hueco.

Lógicamente si esa afirmación fuera correcta, la única alternativa posible

sería la intervención de un agente ajeno a dichas leyes. La disyuntiva se

plantearía de esta manera en un nivel estrictamente científico. Nos topamos

entonces en la extraña situación de que, supuestamente, desde la ciencia se

estarían defendiendo tesis opuestas. Parece claro que, o bien los que

defienden ambas alternativas (ID y evolucionismo materialista) están

haciendo algo más que ciencia, o bien se están apoyando en una ciencia

metódicamente insuficiente. Esto último sí daría la razón a los que acusan al

ID de ser un “tapa agujeros”. Si se trata de tener en cuenta lo que la

ciencia puede decir sobre la alternativa planteada, entonces no tenemos

más remedio que remitirnos a la discusión de la crítica científica de Collins

del apartado anterior. Pero retomaremos este punto más adelante.

La objeción de la distinción entre causas primera y segundas, como es

natural, no ha pasado tampoco desapercibida a los defensores del ID.

William Dembski la afronta en uno de sus libros, pero de una manera

sumaria y superficial. La reduce a una mera estrategia de los teístas para

poder afirmar el diseño dejando abierta la posibilidad a la ciencia de

mantenerse en un naturalismo metodológico. Dembski afirma lo siguiente:

«En general, la distinción entre causas primeras y segundas hace la acción

divina invisible para la ciencia. Esta distinción es en última instancia lo que

se esconde tras las estrategias populares para establecer la paz entre

ciencia y religión, tal como el NOMA (Non-Overlapping Magisteria) de

Stephen Jay Gould (…). Todas estas maniobras de los evolucionistas teístas

para poner en consonancia la acción divina con la ciencia, dejan intacto el

contenido de la ciencia, incluida la teoría evolucionista darwiniana. De este

modo, cuando utilizan estas maniobras para atribuir diseño a ciertas

características del mundo, lo hacen a pesar de la ciencia y no por causa de

ella» [Dembski 2006: 300].

Aunque, como hemos visto, Tomás de Aquino tenía presente el problema de

la compatibilidad de la acción divina con las causas naturales, no parece,

incluso por el momento histórico en que se formula por vez primera, que en

el Aquinate sea una simple estrategia para resolver dicho problema. Para

empezar, la ciencia entonces no tenía la misma consideración que en la

23

actualidad. Tomás de Aquino trata mas bien de racionalizar la difícil noción

de creación. Parece que Dembski no distingue bien lo que implica la

existencia de esos dos niveles de causalidad y cómo se relacionan. Y es

manifiesto el empeño de Dembski, como ocurre con el resto de los

miembros más importantes del movimiento, de que la discusión

permanezca en el ámbito científico, es decir, dentro de lo puramente

empírico: no parece servirle ningún diseño que no se pueda afirmar desde

la ciencia.

Dembski dice: «Según esto [la distinción entre causas primera y segundas],

Dios, la causa primera, emplea causas segundas, como los procesos

ordinarios de la física y la química, para ejecutar los propósitos divinos»

[Dembski 2006: 299]. Aquí se pone de manifiesto que en realidad no

distingue dos niveles reales de causalidad, sino más bien una simple

diversidad de causas –incluida la causa primera– que actúan en un mismo

plano ontológico causal: el de las transformaciones. Para Dembski, y

teniendo en cuenta el modo en que explica aquí esta distinción, Dios

cumpliría con sus propósitos o fines en el mundo, según el mismo esquema

causal aplicado en el ámbito de las transformaciones materiales, sirviéndose

de los procesos físico-químicos y ocultando su mano al hacerlo: Dios emplea

–employs es la palabra que utiliza en la versión original [Dembski 2004:

264]– las causas segundas. No queda claro en su breve explicación cómo es

posible hacer esto: emplear y ocultar su mano. No es ésta la argumentación

tomista. Lo que parece claro es que Dembski piensa que Dios, de hecho, no

oculta su mano al tratar de cumplir sus fines y, por tanto, no habría en

realidad posibilidad de establecer esa estratégica distinción en el tipo de

causalidad que sería, consecuentemente, artificiosa.

En la defensa contra la objeción de la confusión de órdenes de causalidad,

Dembski acusa recibo de que se plantea la objeción, pero en realidad no

aborda toda la carga filosófico-metafísica que la objeción lleva consigo. La

argumentación de Dembski frente a ella es coherente con la pretensión del

ID de hacer solamente ciencia y, por tanto, de permanecer en el terreno de

las transformaciones materiales. Pero la no consideración del nivel

correspondiente a la causa primera hace que las tesis que se sostienen

desde esa perspectiva presenten multitud de problemas: se deja a Dios

fuera del discurso pero se introducen agentes inteligentes y necesarios que

están, por tanto, en un nivel superior a lo natural; se deja de lado la

intervención de Dios, pero se mantiene la necesidad de ejercer una

actividad que podría ser de su competencia si alguien, subjetivamente, lo

estimase oportuno. En definitiva, se intenta permanecer en un plano, el

científico empírico, pero en realidad se recurre también a otro plano

superior que es necesario para explicar todo lo que la experiencia nos

muestra en el primero.

24

Coherentemente con la distinción de dos ámbitos en el ejercicio de la

causalidad, Carroll comparte con autores como Peter Hodgson [Hodgson

2005: 126], Marie George [George 2002] o Mariano Artigas, la tesis de que

es necesario distinguir sin separar tres ámbitos metódicos: ciencia, filosofía

y religión. Esta es una de las tesis principales del libro La mente del

Universo, en el que Artigas sostiene que la filosofía desempeña una

importante e insustituible función de puente entre la ciencia y la religión: no

hay “intersección” entre ciencia y religión sino a través de la filosofía

[Artigas 2000: 40 y ss.; 2004: 169]. Parece necesario afirmar con estos

autores que, ciertamente, las ciencias son competentes para dar razón de

los cambios que ocurren en el mundo natural, lo cual no significa que todo

en la naturaleza pueda ser explicado en términos científicos. Explicar lo que

es el mundo natural reclama respuestas tanto a las ciencias empíricas como

a la filosofía, y en este caso particular, a la filosofía de la naturaleza.

Cuando se trata de explicar la naturaleza en su globalidad, el intento de

permanecer en la ciencia empírica que es defendido tanto por los

evolucionistas materialistas, como por sus oponentes los defensores del ID,

es lógico que de lugar a incoherencias e incluso aporías.

Dembski, no obstante, parece encontrar respuestas a todas las objeciones

que se le plantean. De fondo, el escudo con el que se protege de todas ellas

es que el ID se mueve exclusivamente en un plano científico empírico y que

no dicen, como sí hacen sus oponentes, nada que no venga dado por la

experiencia científica. Son los hechos los que les llevan a la conclusión de la

existencia de sistemas diseñados inteligentemente. Cuando se examinan

muchos de los argumentos defendidos por el ID, en particular los de Behe,

que son los que se refieren directamente al mundo de los seres vivos,

vemos que efectivamente se mueven dentro del ámbito científico. En

cambio, es discutible la cientificidad del salto hasta el diseño a partir de

dichos argumentos. Pero, además, la ciencia no es una: no admite un

método único. La reducción que las ciencias introducen en el estudio de sus

objetos implica que la realidad no se puede estudiar con un solo método. En

la exposición de la noción de Complejidad Irreductible ha quedado

suficientemente manifiesto que la perspectiva que emplea Behe podría

recibir la calificación de mecanicista. Ese enfoque, que lleva a explicar todo

lo que ocurre en base a los elementos componentes del sistema y sus

interacciones (perspectiva bottom-up) no tiene por qué ser valida para

explicar todo o incluso la mayoría de lo que ocurre en el conjunto de la

naturaleza y, en particular, en el mundo de la vida.

El empeño por mantenerse en el ámbito de lo empírico que profesan los

defensores del ID les lleva, de un modo particular a Behe, a mantenerse

dentro de la perspectiva mecanicista. Curiosamente, aunque aquí ya no

podamos desarrollar esta afirmación, pero así lo piensa también Carroll

[Carroll 2003: 77], por ejemplo, esa perspectiva, la mecanicista, es

25

compartida por sus oponentes. Quizá parte del esfuerzo del ID por

mantenerse en ese plano sea consecuencia del afán de combatir el

materialismo científico con sus mismas armas, de poder demostrar que con

su método no se puede ser materialista. Efectivamente, el ID es un ejemplo

de cómo partiendo de los presupuestos asumidos por los materialistas

afloran aporías que no tienen solución dentro de dicho método. Encuentran,

por así decir, fisuras al materialismo desde dentro.

Las tesis materialistas no son propiamente científicas sino que son

ideología, como señala acertadamente Ayala: «la ciencia no implica el

materialismo metafísico» [Ayala 2007: 178]. A los defensores del ID no les

importa calificarlas de filosofía, aunque sería más exacto calificarlas de

ideología. El problema es que los defensores del ID tampoco resuelven el

problema desde sus pretendidos presupuestos, es decir, desde la ciencia

empírica: de hecho no pueden hacerlo. Tienen que recurrir a agentes

inteligentes, y ese recurso habría que considerarlo, desde los sus supuestos,

una confusión de planos. Quizá no sea una confusión entre causa primera y

causas segundas, pero sí entre diversos niveles de racionalidad. No se

trataría ya sólo de una omisión de la metafísica o de la filosofía de la

naturaleza, sino incluso de la adopción de un método científico que no sería

adecuado para estudiar un tipo de problemas particulares que exigirían un

método científico diverso: concretamente uno adecuado para describir los

problemas que afectan a los fenómenos vitales. El problema se agrava más

aún si se introducen en el discurso términos como inteligencia, que el ID

maneja con profusión pero sin que al final ofrezca realmente una

caracterización de ella. Es claro que desde una perspectiva mecanicista

hacerlo sería imposible. Lo que hacen es asumir una noción de inteligencia

que no es sino la vía de escape a la aporía a la que lleva el método

mecanicista empleado. Se podría decir incluso que lo que hacen es ofrecer

una caracterización mecanicista de lo que es la inteligencia, con el

reduccionismo que esto comporta.

4. Conclusión

En el recorrido que acabamos de hacer hemos pasado más o menos cerca

de temas que están relacionados con los problemas que suscita el

Intelligent Design. El debate suscitado por el ID es interesante y fructífero

porque, aunque sus propuestas estén desenfocadas e induzcan de hecho a

confusión, constituyen un desafío al materialismo y obligan a replantearse

cuestiones que ya se habían dado por supuestas o se pensaban resueltas

sin estarlo verdaderamente.

El problema de la demarcación de la ciencia y su alcance en la comprensión

de la realidad, la necesidad de cultivar una filosofía de la naturaleza que no

es idéntica ni a la metafísica ni a las ciencias experimentales y el problema

del materialismo que se difunde con demasiada frecuencia en nombre de la

26

ciencia, son algunos de los temas suscitados por las propuestas del

Intelligent Design, que han ido compareciendo a lo largo de este tratado.

Las dificultades planteadas por el ID reclaman a filósofos y científicos que

dirijan su atención una vez más a nociones como las de materia, finalidad,

causalidad, espacio y tiempo, movimiento o vida. Nociones que son

propiamente filosóficas, que tienen relevancia para la religión, y que deben

sustentarse en la experiencia que tenemos del mundo natural. Una

experiencia que se ha visto enriquecida en los últimos siglos de una manera

excepcional gracias a la ciencia.

2 El Vaticano desacredita el Diseño Inteligente

http://www.microsiervos.com/archivo/ciencia/vaticano-desacredita-disenio-

inteligente.html

Imagino que no servirá de nada, porque los defensores del Diseño

Inteligente son, y nunca mejor dicho que en este caso, más papistas que el

Papa, pero este martes L'Osservatore Romano, el diario oficial de la Santa

Sede, publicaba un artículo de Fiorenzo Facchini, un profesor de biología

evolucionista en la Universidad de Bolonia en el que explica las bases

científicas de la teoría de la evolución y dice que esta «representa la clave

para interpretar la historia de la vida en la Tierra.»

El artículo critica a continuación al Diseño Inteligente y sus defensores,

quienes hacen una interpretación literal de la biblia camuflada entre

lenguaje científico, pues para el autor sus argumentos no tienen nada que

ver con la ciencia sino con su ideología y dice que no hay nada que

justifique que se enseñe Diseño Inteligente junto con la teoría de la

evolución y que eso «sólo crea confusión entre los planos científico,

filosófico y religioso.»

Pero, barriendo al final para casa, también critica a aquellos que piensan

que Darwin lo explica todo y dice que «en una visión que va más allá del

horizonte empírico, podemos decir que no somos hombres por casualidad ni

por necesidad, y que la experiencia humana tiene un sentido de dirección

señalado por un diseño superior,» lo que no deja de ser la versión light del

creacionismo que defiende el Vaticano.

3 EL DISEÑO INTELIGENTE

Javier de Lucas

http://platea.pntic.mec.es/jdelucas/diseno.htm

¿Qué es el Diseño Inteligente? La teoría del Diseño Inteligente se gestó dentro

de los entornos críticos con la teoría de la evolución durante los años 80. La

27

primera gran contribución al desarrollo del Diseño Inteligente vino de la mano

de Michael Denton, un bioquímico australiano, investigador titular de la

Universidad de Otago, en Nueva Zelanda. En sus dos obras principales:

Evolution: a theory in crisis y Natures destiny, planteaba la idea de que la

complejidad del mundo natural no podía ser explicada mediante la acumulación

de cambios aleatorios. Sobre todo en su segundo trabajo, Denton afirmaba que

nuestro entorno natural parecía estar diseñado• expresamente para albergar

la vida.

LAS PRINCIPALES POSICIONES FILOSÓFICAS

Creacionismo: Defiende que el universo fue creado en seis días, según el

capítulo 1 del libro bíblico del Génesis, que cada una de las especies biológicas

es el resultado de un acto particular de creación divina. Quienes sostienen esta

teoría usan la Biblia como libro de ciencia y no saben distinguir bien entre

mitología, ciencia, géneros literarios, etc. No aceptan el azar o la casualidad en

el universo, sino que creen que todo lo que sucede lo proyectó Dios hasta el

grado que nada, por muy insignificante que sea el hecho, ocurre sin un

propósito del Creador.

Evolucionismo o darwinismo: Defiende

que la evolución de las especies biológicas

se produce por selección natural de los

individuos y se perpetúa por la herencia.

Unas formas de vida van evolucionando a

otras más complejas desde los primeros

microorganismos que surgieron en el agua

del mar, todo ello a lo largo de millones de

años y a través de herencia genética,

selección natural de los más fuertes y

cambios ocurridos por casualidad. Esta teoría se inició con Charles Darwin en

el cercano siglo XIX.

Diseño Inteligente (D.I.): Defiende que Algo / Alguien / Una Inteligencia / Dios

/ ha creado el universo con un diseño inteligente implícito, con unas leyes tan

particulares, precisas, puntuales, minuciosas y exactas a todos los niveles que

sin tal precisión sería imposible que las estrellas se hubieran formado; que la

Tierra estuviese a la distancia justa del sol como para posibilitar su vida; que

los cinturones de Van Allen, compuestos de cargas eléctricas, rodeen tan

equilibradamente nuestro planeta haciendo de escudos protectores contra las

partículas de radiación transportadas por el viento solar; que la luna esté tan

gemelo-hermanada a la Tierra de una forma tan exacta y crucial para el

desarrollo de las condiciones vitales; o que la variedad de constantes

fundamentales del universo tenga una precisión tan justa y milimétrica, ya la

28

masa ya la carga de las partículas atómicas, etc., etc. Es decir, todo el diseño

universal, todas las leyes cósmicas, son tan perfectas, exactas y puntuales que

prácticamente resulta imposible que se hubiera formado todo lo existente por

puro azar o casualidad. ¿Tanta precisión para algo sin propósito ni finalidad?

En consecuencia, hay científicos que con los datos actuales de la física, la

cosmología, la biología o las matemáticas argumentan que lo más lógico es

deducir que tuvo que haber Algo / Alguien / Una Inteligencia / Dios / Un

Diseñador Inefable del universo detrás de toda esta inmensa realidad; un

Diseñador que diseñó de una manera tan inteligente su gran obra, que incluso

incluyó en el diseño la posibilidad de que después de millones y millones de

años se diera la vida y que poco a poco de esa vida surgiera la Vida

Consciente de sí misma y del universo, Vida Inteligente capaz de preguntarse

«¿por qué existe, con qué fin y el Diseñador?».

Según los partidarios del D.I., las ciencias aportan datos suficientes como para

sostener la tesis que detrás de la creación universal hay una Inteligencia que

diseñó o proyectó el universo con la posibilidad implícita de que surgiera en en

su interior vida capaz de ser consciente de sí misma y probablemente de ir a

más. Los defensores del D.I. aceptan la teoría de la evolución e incluso

admiten el azar o la casualidad, pero entendiéndolo como "mecanismo" del

mismo plan o diseño inteligente.

Es decir, a diferencia del creacionismo, que plantea el dabate en el foro de los

presupuestos «FE-CIENCIA», el Diseño Inteligente argumenta desde las

posiciones «CIENCIA-CIENCIA», aceptando en gran medida el evolucionismo

y su casualidad, no es en el sentido pesimista de la casualidad darwinista, sino

con el toque esperanzador u optimista de ver en ese azar o casualidad también

el propósito y la finalidad del Diseñador Inteligente.

Como dice uno de los principales científicos actuales propiciadores del D.I., no

comprometido con posiciones religiosas convencionales, el físico matemático y

profesor en el Centro Australiano de Astrobiología de la Universidad Macquarie

(Australia), Paul Davies: "Según el principio antrópico, las condiciones físicas

que hacen posible nuestra existencia se encuentran tan enormemente

ajustadas que es difícil pensar que nuestra existencia sea un simple resultado

del azar o de fuerzas ciegas". (...) "Pertenezco al grupo de científicos que no

suscriben ninguna religión convencional y, sin embargo, niegan que el universo

sea un accidente sin significado".

E igualmente piensa el matemático británico Roger Penrose, quien tomando en

cuenta las variables físicas intentó probar matemáticamente la respuesta a

estas preguntas: "¿Cuál es la posibilidad de que un universo que pasó a existir

por casualidad produzca organismos vivientes? ¿Una en billones de billones?

¿Una en trillones en trillones? ¿O una en una cifra aún mayor?" Según

29

Penrose, la probabilidad de que ello ocurra está en el orden de 1/1010123. Es

difícil imaginar lo que significa este número. En matemáticas, el valor de 10123

se expresa por un 1 seguido de ciento veintitrés 0 ?dicho sea de paso, es un

número mayor al de átomos que se cree existen en todo el universo, el cual

está calculado en 1078? , pero la cifra que nos da Penrose es mucho más

grande: un uno seguido de ciento veintitrés ceros. Matemáticamente, en

términos prácticos, una probabilidad de 1/1050 significa "probabilidad cero". El

número de Penrose es más de un billón de billón de veces menor a 1/1050. Es

decir, la probabilidad de que se origine por casualidad un universo como el

nuestro a partir del Big Bang es extraordinariamente menor a lo que se

considera probabilidad cero.

En resumen, el número de Penrose nos dice que la creación de nuestro

universo por "accidente" o "casualidad" es algo imposible. Los números que

definen el designio y propósito del equilibrio del universo, juegan un papel

crucial y exceden la comprensión. Es decir, con la ciencia en la mano, no con la

religión, hay científicos que prueban que de ninguna manera el universo es

producto de una casualidad.

Multiuniverso: Esta teoría científica proveniente de las matemáticas subraya

que el universo es uno entre millones de universos, por purá lógica matemática.

Sostienen que matemáticamente de un "Agujero negro" puede nacer otro

universo o numerosos universos. Tal manera de pensar se debe en parte al

físico matemático estadounidense Hugh Everett , quien a mediados del reciente

siglo XX formuló una tesis acerca de una multitud de mundos o universos

posibles. El Multiuniverso es una postura por la que apuestan bastantes

defensores del ateísmo científico ?aunque desde el D.I. podrían plantearles

que el Alguien / Algo / Diseñador Inteligente / sigue siendo válido tanto para la

hipótesis de diseñador de uno o de múltiples universos?

Hay quienes se acogen a esta postura científica para enfrentar o escapar a la

tesis que otros físicos o matemáticos tan científicos como ellos les presentan

sobre la imposibilidad de un "ajuste tan fino y exacto" en todas las leyes físicas

del universo (el llamado principio antrópico) sin un propósito o causa implícita.

Es decir, los partidarios del Multiuniverso defienden que toda esa exactitud

latente en este universo es por pura casualidad físico-material y no tiene por

qué darse en el resto de universos, según la multitud de fluctuaciones

cuánticas existentes en el vacío. Con esto desean poner a salvo la casualidad

o el azar, pues si bien en este universo nosotros existimos, en otros posibles

universos la casualidad haría que no existiéramos o que fuésemos de otra

manera distinta. Muchas preguntas objetoras e importantes se le pueden hacer

a esta teoría, empezando porque si experimentamos sólo una realidad, sólo un

universo, hablar de universos múltiples es parecido a hablar de la Nada o de

los ángeles o de la resurrección después de la muerte; sin embargo conviene

30

no coger a la ligera la hipótesis del Multiuniverso, dado que ésta conlleva la

posibilidad y el sentido de la realidad entrecruzada en todas direcciones por

otras realidades, planos, dimensiones o universos que son una posible

introducción a los viajes en el tiempo o a la teletransportación desde un lugar a

otro en el tiempo y el espacio. Mas esta hipótesis no tiene por qué estar reñida

necesariamente con la del D.I.

A veces hay ateos con teorías muy respetables que, al ser científicos

provenientes de las ramas que tienen el rango de ciencias por excelencia, se

consideran más científicos que nadie, sin percatarse que están creando

escenarios tan hipotéticos y de fe ?es el caso

de muchos partidarios del Multiuniverso? tan

imposibles de probar o más que el que

proponen los científicos del Diseño

Inteligente. No obstante hay que admitirles la

honorabilidad de reconocer que su teoría del

Multiuniverso no se puede probar.

CIENCIA O NO CIENCIA

En una elección llevada a cabo en

Pennsylvania durante el mes de octubre, los

votantes expulsaron a ocho miembros del

consejo del colegio local que deseaban que la

teoría del Diseño Inteligente se enseñara

junto a la evolución. Pero, ¿debería el Diseño Inteligente, la teoría de que los

organismos vivientes fueron creados, al menos en parte, por un diseñador

inteligente, y no por un proceso ciego de evolución por selección natural, ser

enseñada en los colegios públicos? Por un lado, la respuesta es bastante

simple: si es una teoría científica, debería ser enseñada; si no lo es, no debería

(bajo pena de vulnerar la Cláusula del Establecimiento). La cuestión, sin

embargo, es si el Diseño Inteligente (DI) es una teoría científica.

Sus oponentes rechazan las credenciales científicas del DI, diciendo que la

teoría es demasiado poco plausible como para poder calificar como científica.

Pero es un razonamiento falaz: una mala teoría científica sigue siendo una

teoría científica, así como un mal automóvil sigue siendo un automóvil. Puede

haber razones pedagógicas para eliminar las malas teorías científicas de las

escuelas, pero no hay razones legales. La constitución no contiene ninguna

prohibición sobre la enseñanza de malas teorías, o incluso por las que son

demostrablemente falsas. En tanto una teoría sea ciencia y no religión, no hay

ninguna barrera legal para enseñarla.

Para presentar su caso, los oponentes a la enseñanza del DI deben demostrar

no solamente que es una mala teoría, sino que no es ciencia. Esto implica una

31

cuestión mucho más complicada: ¿qué es ciencia? ¿Qué distingue a las teorías

genuinamente científicas de las que no lo son?

De una forma u otra, la cuestión ha preocupado a los científicos y a los filósofos

durante siglos. Pero se le dio una formulación explícita recién en la década de

1920 cuando Karl Popper, el más importante filósofo de la ciencia del siglo XX.

Popper lo llamó un problema de demarcación•, porque preguntaba como

demarcar la investigación científica y distinguirla de otras formas de

pensamiento (por más respetables que puedan ser por sí mismas).

Una de las cosas enfatizadas por Popper fue que el status científico de una

teoría no depende de su plausibilidad. La gran mayoría de las teorías

científicas resulta ser falsa, incluyendo los trabajos geniales como la mecánica

de Newton. Por otro lado, la historia de Adán y Eva podría ser una verdad

absoluta, pero si lo es, no es una verdad científica, sino otra clase de verdad.

De modo que, ¿cuál es la marca de la ciencia genuina? Para enfrentar esta

cuestión, Popper examinó varias teorías que consideraba inherentemente no-

científicas, pero que tenían un vago atractivo de ciencia en su entorno. Sus

favoritas eran la teoría marxista de la historia y la teoría de Freud sobre el

comportamiento humano. Ambas intentaban describir al mundo sin apelar a

fenómenos súper-naturales, pero que sin embargo parecían ser

fundamentalmente diferentes a, digamos, la teoría de la relatividad o a la teoría

genética. Lo que Popper notó fue que, en ambos casos, no había forma de

probar a los proponentes de la teoría que ellos estaban equivocados.

Supongamos que los padres de Jaime se mudaron muchas veces cuando

Jaime era un niño. Si Jaime como adulto también se muda mucho, la teoría

freudiana explica que esto era predecible, dado los patrones paternos de

comportamiento con los cuales Jaime creció. Si Jaime no se muda nunca, la

teoría explica, con igual confianza, que esto era predecible como una reacción

a las desagradables experiencias de Jaime durante su niñez sin raíces. De

cualquier forma, la teoría tiene preparada una respuesta y no puede ser

refutada. Del mismo modo, aunque buena parte de la historia parecía diferir

bastante del modelo de Marx, los marxistas introducirían siempre nuevas

modificaciones y excusas rebuscadas para su teoría, no permitiendo nunca que

pudiera ser demostrada como falsa.

Popper llegó a la conclusión de que la marca de la ciencia verdadera era su

falsibilidad: una teoría es científica únicamente cuando es posible refutarla.

Esto podría sonar a paradoja, ya que la ciencia intenta buscar la verdad, no la

falsedad. Pero Popper demostró que era precisamente ese deseo de ser

probada falsa, el estado mental crítico de estar abierto a la posibilidad de estar

equivocado, que lleva hacia el progreso hacia la verdad.

32

Lo que hacen los científicos al diseñar experimentos que comprueben sus

teorías es crear las condiciones bajo las cuales su teoría podría ser

demostrada como falsa. Cuando una teoría supera un número suficiente de

tales comprobaciones, la comunidad científica comienza a tomarla en serio, y

luego a considerarla como plausible.

Cuando Einstein presentó su teoría de la relatividad, lo primero que hizo fue

realizar una predicción concreta: predijo que cierto planeta debería encontrarse

en tal y tal lugar, aún cuando tal cosa no había sido observada nunca antes. Si

resultaba que el planeta no se encontraba allí, su teoría habría sido refutada.

En 1919, catorce años después del nacimiento de la Relatividad Especial, el

planeta fue ubicado exactamente donde él había dicho. La teoría había

sobrevivido a la comprobación. Pero la posibilidad de fallar, el deseo de

exponer la teoría a su refutación, era lo que en primer lugar la convertía en una

teoría científica.

Para vencer en el juego de la ciencia, una teoría debe ser sometida a muchas

comprobaciones y debe sobrevivir a todas ellas sin haber resultado falso. Pero

para ser admitida en el juego, la teoría debe ser refutable en principio, debe

haber un experimento concebible que probaría que es falsa.

Si examinamos al DI bajo esta luz, resulta bien claro que la teoría no es

científica. Es imposible refutarla, ya que si un animal muestra una

característica, sus proponentes pueden argumentar que el diseñador inteligente

hizo que fuera de esa manera, y si el animal muestra la característica opuesta,

los proponentes pueden explicar con igual confianza que el diseñador lo quiso

de aquella forma. Para el caso, es completamente consistente con el DI el que

la inteligencia suprema haya diseñado al mundo para evolucionar de acuerdo

con las leyes de la selección natural de Darwin. Dado esto, no hay un

experimento concebible que pueda probar que el DI es falso.

A veces se lamenta el hecho de que los proponentes del DI recuerdan a los

historiadores marxistas que siempre encontraban una forma de modificar y re-

encuadrar su teoría de modo que evadiera cualquier posible demostración de

su falsedad, y que nunca ofrezcan un procedimiento experimental por el cual

pueda demostrarse en principio que el DI es falso. Para mí, esta queja está

realmente demostrada. Pero el problema principal no está con la honestidad

intelectual de los proponentes del DI, sino con la naturaleza de su teoría.

Simplemente, la misma no puede ser llevada a realizar ninguna predicción

potencialmente falsa, y por lo tanto no puede ganar su entrada al juego de la

ciencia.

33

Más allá de Darwin

Una segunda e importante contribución, a principios de los 90, fue la del

abogado Philip E. Johnson, considerado uno de los padres fundadores del

Diseño inteligente, que en 1991 publicó su trascendental obra Darwin on trial

(Juicio a Darwin, University of Berkeley, California), una obra que pretendía

constituirse en refutación general del naturalismo filosófico, del cual, según él,

la teoría de la evolución no era más que una reformulación. La refutación de

Johnson en general no es esencialmente diferente de la de Denton, pero, a lo

largo de sus páginas, Johnson introducía por primera vez el concepto de

“Diseño Inteligente―. Sin embargo, no fue hasta la segunda mitad de la

década de los noventa cuando aparecieron dos trabajos seminales, que son a

fecha de hoy el fundamento de la crítica del Diseño Inteligente a la teoría de la

evolución.

Según el profesor de bioquímica de la Universidad de Lehigh, Pennsylvania,

Michael J. Behe, en su obra Darwin’s Black Box: the biochemical challenge to

evolution (La caja negra de Darwin: el desafío bioquímico a la evolución, The

Free Press, New York, 1996), en la naturaleza existen sistemas tan complejos

que no pueden explicarse por la acumulación gradual de pequeña mutaciones

aleatorias. Algunos de ellos requieren una estructura mínima para ser

funcionales. Es lo que Behe denomina sistemas irreduciblemente complejos•:

si a una trampa para ratones le quitamos la pequeña varilla que contiene el

muelle que finalmente disparará la trampa, deja de ser funcional y se

transforma en algo inservible. Es decir, la estructura básica de una trampa para

ratones funcional es un sistema irreduciblemente complejo, que no puede

disminuir su complejidad sin perder su función. La célula es un sistema

biológico de base bioquímica que es irreduciblemente complejo y que contiene

a su vez múltiples subsistemas irreduciblemente complejos, como el flagelo o la

cadena bioquímica de coagulación. Es ,en definitiva, algo que Charles Darwin,

por las limitaciones técnicas de su época, no pudo observar en detalle, tal y

como sí que puede hacerse hoy, y por eso Behe dice que la célula es la caja

negra• de Darwin.

Behe afirma que estos sistemas irreduciblemente complejos se explican mejor

por la acción de un agente inteligente externo que por la acción de un proceso

no dirigido como la selección natural.

Una explicación científica

Escasamente dos años después del trabajo de Behe, en septiembre de 1998,

el matemático de la Universidad de Baylor, William A. Dembski, publicó su

trabajo The design inference (La inferencia de diseño, Cambridge University

Press, 1998) dentro de la colección, editada por la Universidad de Cambridge,

titulada Cambridge Studies in Probability, Induction and Decision Theory. La

obra de Dembski responde a la pregunta de cómo podemos identificar un

suceso ocasionado por una causa inteligente y distinguirlo de uno ocasionado

34

por causas naturales no dirigidas. En otras palabras, si carecemos de una

teoría causal, ¿cómo podemos determinar si actuó o no una causa inteligente?

La respuesta que da Dembski es en realidad una filosofía de la probabilidad.

En su libro Dembski introduce lo que él denomina el filtro explicativo•, es decir,

un método por el cual el azar es descartado cuando un suceso altamente

improbable se ajusta a un patrón discernible, que se da independientemente

del evento en sí. Según Dembski, un patrón se da independientemente de un

suceso si podemos formular ese patrón sin información del suceso en sí.

Dembski denomina probabilidad específica• a la probabilidad concomitante

con un patrón determinado, y formula en consecuencia la Ley de las Pequeñas

Probabilidades: un suceso específico de baja probabilidad no sucede por azar.

Según Dembski, este concepto es útil a la hora de detectar diseño y por tanto

resulta de utilidad en múltiples

campos, como las ciencias

forenses, la investigación policial

o del fraude en los seguros, los

criptógrafos, los investigadores

del programa de búsqueda de

inteligencia extraterrestres, y

también para los teólogos que

afirman que la fina regulación del

universo busca posibilitar la vida

humana.

Para Dembski, el diseño• quiere

decir que no hay ni regularidad ni azar•. Si encontramos algo que no podemos

explicarnos aplicando una ley natural, y que tampoco tiene sentido explicar

como mero producto del azar, entonces eso debe obedecer al dis•. Decir que

algo está diseñado• equivale a decir que exhibe un cierto tipo de patrón, de

manera que Dembski propone un proceso de tres pasos para ir desde el

diseño• hasta el diseñador inteligente•: actualización, exclusión y

especificación. En uno de sus primeros artículos titulado Ciencia y diseño,

publicado en 1998, Dembski lo explica así:

¿Qué significa que un patrón es adecuado para inferir un diseño? Esto no

ocurre con cualquier patrón. Algunos patrones pueden emplearse con justicia

para inferir diseño mientras que otros no lo hacen. Es fácil aquí ver la idea

básica. Supongamos que un arquero se encuentra a 50 metros de una gran

pared, con el arco y las flechas en su mano. La pared digamos que es lo

suficientemente grande como para que el arquero irremediablemente acierte.

Supongamos ahora que cada vez que el arquero dispara una flecha, pinta un

círculo en torno a la flecha de manera que ésta queda en el centro. ¿Qué

puede concluirse de esta situación? Respecto a la puntería del arquero,

absolutamente nada. Sí, aparecerá un patrón, pero este patrón surge sólo

35

después de que la flecha haya sido lanzada. El patrón es puramente

circunstancial.

Pero supongamos que el arquero pinta un blanco fijo en la pared y entonces le

dispara. Supongamos que el arquero lanza cien flechas y cada vez hace un

blanco perfecto. ¿Qué puede concluirse de ésta situación? Frente a esta

segunda situación estamos obligados a inferir que nos encontramos ante un

arquero de nivel mundial, uno de cuyos tiros no puede explicarse con justicia

por azar, sino más bien por la habilidad del arquero y su destreza. La habilidad

y la destreza son lógicamente ejemplos de diseño.”•

En general, la obra de Dembski concluye que la vida misma es un suceso

altamente improbable, que se ajusta a un patrón discernible y que sirve por sí

misma como evidencia del Diseño Inteligente.

Esto no es creacionismo

Resulta necesario subrayar, contra lo que se ha dicho en múltiples

ocasiones, que la teoría del Diseño Inteligente no es creacionismo•, sino

simplemente un esfuerzo para detectar empíricamente si el diseño aparente•

que se ve en la naturaleza, admitido virtualmente por todos los biólogos, es en

verdad diseño (el producto de una causa inteligente) o simplemente el producto

de un proceso no direccionado, como la selección natural, actuando sobre

variaciones aleatorias. El creacionismo está enfocado a la defensa de una

interpretación literal del relato del Génesis, incluyendo la creación de la

tierra por el Dios Bíblico hace unos cuantos miles de años. A diferencia del

creacionismo, la teoría científica del Diseño Inteligente es agnóstica con

respecto a la fuente del diseño y no pretende defender la literalidad del

Génesis, la Biblia o cualquier otro texto sagrado. Los críticos honestos

del Diseño Inteligente reconocen la diferencia entre éste y el

creacionismo. Así, el historiador de la ciencia de la Universidad de Wisconsin

Ronald Numbers es un crítico del Diseño Inteligente, pero está de acuerdo en

que la etiqueta creacionista es imprecisa cuando se refiere al movimiento por el

Diseño Inteligente•. Esta imprecisión en el lenguaje, a cuenta de autores que

en otros campos hilan realmente muy fino, evidencia una estrategia retórica de

los darwinistas que desean deslegitimar la teoría del diseño sin darle mérito

alguno. En palabras del propio Numbers “es la vía más sencilla de desacreditar

al Diseño Inteligente• (Richard Ostling, Associated Press, 14 Marzo 2002.)

Pese a que el Diseño Inteligente no está comprometido con ninguna literalidad

de los textos religiosos ni tampoco con la defensa de un credo específico, ha

conseguido reintroducir de nuevo la teología en la ciencia, abriendo así las

puertas a la presencia del Dios creador. Además, ha conseguido arrojar la duda

sospechosa acerca de la presunta base fáctica de la visión materialista de la

naturaleza, algo que muchos dan como un presupuesto demostrado. Son éstos

dos crímenes difícilmente perdonables por los muchos sectarios que pululan

por el mundo de las ideas. A pesar de ello, hoy la teoría del Diseño Inteligente

36

afirma cada vez más su poderío en los escritos de multitud de científicos,

principalmente norteamericanos, y en la red de contactos tejida por el

Discovery Institute, a través de sus oficinas centrales en Seattle y en

Washington D.C.

Por todo ello, el conocimiento del Diseño Inteligente es una de las grandes

aventuras intelectuales del siglo XXI, algo que, en definitiva, todo aquel que

manifieste una mínima curiosidad intelectual no podrá dejar de conocer.

PATRONES EN LA NATURALEZA

El diseño inteligente (DI) es una teoría que estudia la presencia de patrones en

la naturaleza, los cuales puedan explicarse mejor si se atribuyen a alguna

inteligencia. ¿Es esa señal de radio proveniente del espacio exterior, un ruido

aleatorio, o es producida por inteligencia extraterrestre? ¿Es ese pedazo de

piedra sólo eso o es una punta de flecha? ¿Es el Monte Rushmore el resultado

de la erosión o es la obra creativa de algún artista? Todo el tiempo nos

hacemos este tipo de preguntas, y pensamos que podemos dar buenas

respuestas.

Sin embargo, cuando se trata de la biología y la cosmología, los científicos

respingan ante la sola idea de cuestionarse, y mayormente de responder, si

eso implica inclinarse por la idea de que existe un diseño subyacente. Esta

situación sucede sobre todo en la biología. Según el famoso evolucionista

Francisco Ayala, el mayor logro de Darwin fue mostrar cómo podía lograrse la

organizada complejidad de los organismos sin que fuera necesaria una

inteligencia diseñadora. En contraste, el DI pretende encontrar en los sistemas

biológicos patrones que denoten inteligencia. Por lo tanto, el DI desafía

directamente al darvinismo y otros enfoques materialistas sobre el origen y la

evolución de la vida.

La idea del diseño inteligente ha

tenido una turbulenta historia

intelectual. El principal desafío que

ha enfrentado durante los últimos

200 años ha sido descubrir una

formula conceptualmente poderosa

que haga avanzar fructíferamente a

la ciencia. Lo que ha mantenido a

la idea del diseño fuera de la

principal corriente científica desde

que Darwin propuso su teoría de la

evolución, es que carecía de

métodos precisos para distinguir los objetos producidos inteligente-mente. Para

que la teoría del diseño inteligente pueda convertirse en un concepto científico

fructífero, los científicos necesitan estar seguros de que pueden determinar con

confiabilidad si algo fue diseñado.

37

Por ejemplo, Johannes Kepler pensaba que los cráteres de la luna habían sido

diseñados por sus moradores. Hoy sabemos que fueron formados por fuerzas

materiales ciegas (por ejemplo, impactos de meteoritos). Es este miedo a ser

refutada y desbancada lo que ha evitado que la teoría del diseño entre a la

ciencia. Pero los partidarios de la teoría del diseño inteligente argumentan que

ya han formulado métodos precisos para distinguir los objetos diseñados de los

no diseñados. Aseguran que estos métodos les permiten evitar el error de

Kepler e identificar confiablemente el diseño en los sistemas biológicos.

Como teoría de origen y desarrollo biológico, el DI tiene como postulado central

que únicamente causas inteligentes pueden explicar adecuadamente las

complejas estructuras ricas en información estudiadas por la biología, y que

dichas causas son empíricamente detectables. Decir que las causas

inteligentes son empíricamente detectables equivale a decir que existen

métodos bien definidos que, con base en características observables del

mundo, pueden distinguir acertadamente las causas inteligentes de las causas

materiales no dirigidas. Muchas ciencias especiales ya han desarrollado

métodos para hacer esta distinción -principalmente la ciencia forense, la

criptografía, la arqueología y el proyecto de Búsqueda de Inteligencia

Extraterrestre (SETI, por sus siglas en inglés). La habilidad de eliminar el azar y

la necesidad es esencial en todas estas metodologías.

CONTACTO

El astrónomo Carl Sagan escribió una novela llamada Contacto acerca del

proyecto SETI (más tarde hecha película, con Jodie Foster en el papel

principal). Después de varios años de recibir señales fortuitas de radio

aparentemente sin significado, los investigadores de Contacto descubrieron un

patrón de pulsaciones y pausas que correspondía a la secuencia de todos los

números primos del 2 al 101. (Los números primos son los que sólo pueden

dividirse entre sí mismos y entre 1). Eso llamó su atención e inmediatamente

infirieron la existencia de una inteligencia diseñadora. Cuando la secuencia

empieza con dos pulsaciones, luego una pausa, luego tres pulsaciones, luego

una pausa . . . y continúa así siguiendo toda la secuencia de números primos

hasta el 101, los investigadores deben inferir la presencia de inteligencia

extraterrestre.

¿Por qué? Ninguna de las leyes de la física exige que las señales de radio

tomen una forma u otra, así que la secuencia de números primos es

contingente, más que necesaria. Además, la secuencia de números primos es

muy larga y, por lo tanto, compleja. Note que si la secuencia hubiese carecido

de complejidad, fácilmente podría haber sucedido por casualidad. Finalmente,

no sólo era compleja, sino que también exhibía un patrón o especificación (no

era sólo una secuencia de números, sino una secuencia matemáticamente

importante: la de los números primos).

38

La inteligencia deja una marca o firma característica, "la complejidad

especificada" . Un evento exhibe complejidad especificada si es contingente y

por lo tanto no necesario; si es complejo y por lo tanto no fácilmente

reproducible por casualidad; y si es especificado en el sentido de exhibir un

patrón dado. Note que un suceso meramente improbable no es suficiente para

eliminar el azar -lance una moneda al aire por suficiente tiempo y será testigo

de un suceso altamente complejo o improbable. Aun así, no tendrá razones

para no atribuirlo a la casualidad.

Lo importante de las especificaciones es que se den objetivamente y no sólo se

impongan a hechos después de que hayan sucedido. Al tratar de determinar si

los organismos biológicos exhiben complejidad especificada, los defensores de

la teoría del diseño inteligente se enfocan en sistemas identificables -tales

como enzimas individuales, caminos metabólicos, máquinas moleculares y

cosas por el estilo. Estos sistemas son especificados por necesidades

funcionales independientes y exhiben un alto grado de complejidad. Por

supuesto, cuando una parte esencial de algún organismo exhibe complejidad

especificada, el diseño atribuible a dicha parte se atribuye también al

organismo como un todo. No es necesario demostrar que cada aspecto del

organismo fue diseñado: de hecho, algunos aspectos serán resultado de

causas puramente materiales.

La combinación de complejidad y especificación fue un signo convincente de

inteligencia extraterrestre para los astrónomos de la película Contacto. Dentro

de la teoría del diseño inteligente, la complejidad es la marca o firma

característica de la inteligencia. Es un confiable marcador empírico de la

inteligencia de la misma manera que las huellas digitales son un confiable

marcador empírico de la presencia de una persona en la escena de un crimen.

Los defensores de la teoría del diseño inteligente sostienen que causas

materiales no dirigidas, como la selección natural actuando sobre cambios

genéticos aleatorios, no pueden generar complejidad especificada.

Esto no significa que los sistemas que ocurren de forma natural no puedan

exhibir complejidad especificada o que los procesos materiales no puedan

servir de conducto a la complejidad especificada. Los sistemas que ocurren

naturalmente pueden exhibir complejidad especificada, y la naturaleza

funcionando por puros mecanismos materiales sin dirección inteligente puede

tomar la complejidad especificada previamente existente y barajarla aquí y allá.

Pero ese no es el punto. El punto es si la naturaleza (concebida como sistema

cerrado de causas materiales ciegas y continuas) puede generar complejidad

especificada en el sentido de originarla cuando previamente no existía.

Tome, por ejemplo, un Rembrandt grabado en madera. Surgió al imprimir sobre

un papel un bloque de madera grabado. El Rembrandt exhibe complejidad

especificada. Sin embargo, la aplicación mecánica de tinta al papel mediante el

bloque de madera no explica la complejidad especificada del grabado hecho en

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la madera. La complejidad especificada del grabado debe llevarnos a la

complejidad especificada existente en el bloque, que a su vez debe

conducirnos a la actividad diseñadora realizada por el mismo Rembrandt (en

este caso la talla deliberada del bloque de madera). Las cadenas causales de

la complejidad especificada no terminan en las fuerzas materiales ciegas, sino

en una inteligencia diseñadora.

LA CAJA NEGRA DE DARWIN

En La Caja Negra de Darwin, el bioquímico Michael Behe conecta la

complejidad especificada con el diseño biológico con su concepto de

complejidad irreductible. Behe define los sistemas irreductiblemente complejos

como aquellos que consisten en varias partes interrelacionadas y en los que si

se elimina aunque sea una parte se destruye la función de todo el sistema.

Para Behe, la complejidad irreductible es un indicador confiable de la existencia

de un diseño. Un sistema bioquímico irreductiblemente complejo contemplado

por Behe es el flagelo bacteriano. El flagelo es un motor giratorio energizado

por ácido y una cola a manera de látigo que da unas 20,000 revoluciones por

minuto y cuyo movimiento rotatorio permite a la bacteria navegar en su medio

acuoso.

Behe muestra que la intrincada maquinaria de este motor molecular -un rotor,

un estator, anillos tóricos, bujes y un eje propulsor--exige la interacción

coordinada de por lo menos treinta proteínas complejas, y que la ausencia de

cualquiera de ellas daría por resultado la pérdida total de la función motora.

Behe argumenta que el mecanismo darvinista enfrenta grandes obstáculos al

tratar de explicar tales sistemas irreductiblemente complejos. En No Free

Lunch, se muestra cómo la noción de Behe acerca de la complejidad

irreductible constituye un caso especial de complejidad especificada y que, por

lo tanto, los sistemas irreductiblemente complejos como el del flagelo

bacteriano fueron diseñados.

Igualmente, el diseño inteligente es más que sólo el último de una larga lista de

argumentos sobre el diseño. Los conceptos de complejidad irreductible y

complejidad especificada que se le relacionan, suministran causas inteligentes

empíricamente detectables y hacen del diseño inteligente una teoría científica

hecha y derecha, a diferencia de los argumentos sobre el diseño enarbolados

por filósofos y teólogos (lo que tradicionalmente se ha conocido como "teología

natural").

El principal reclamo del diseño inteligente es este: el mundo contiene eventos,

objetos y estructuras que agotan las explicaciones con causas inteligentes no

dirigidas, pero que pueden ser explicados adecuadamente recurriendo a

causas inteligentes. Los defensores del diseño inteligente aseguran poder

demostrar esto rigurosamente. Por lo tanto, el diseño inteligente toma una

antigua intuición filosófica y la convierte en un programa de investigación

científica. Dicho programa depende de los avances hechos en la teoría de las

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probabilidades, la ciencia de la computación, la biología molecular, la filosofía

de la ciencia, y el concepto de información, por nombrar sólo unas cuantas

áreas. Si este programa puede o no convertir al diseño inteligente en una

herramienta conceptual efectiva para investigar y entender el mundo natural es

la gran pregunta que hoy se hace la Ciencia.

LA OPINION DE FRANCISCO J. AYALA

En la década de 1990, varios autores en

Estados Unidos y otros países han

resucitado el argumento de Paley a

partir del diseño. Los que proponen el

llamado diseño inteligente•, que en su

mayoría no son ni biólogos ni científicos,

afirman de nuevo que ciertas

características, como el ojo humano, o

el mecanismo de coagulación de la

sangre de los mamíferos, o el flagelo de

las bacterias, son demasiado

complicados, de modo que no pueden

haber surgido por medio de procesos

naturales. Los científicos han

respondido con explicaciones detalladas de los procesos genéticos y

fisiológicos que dan cuenta de la formación gradual de esos rasgos complejos,

en consecuencia de la selección natural. Los argumentos a favor del diseño

inteligente carecen de substancia científica y han sido rechazados por la

ciencia. Pero, además de esta deficiencia racional, tienen implicaciones

perniciosas con respecto a las creencias religiosas, porque implican que el

Diseñador Inteligente posee atributos que los creyentes no quieren atribuir al

Creador. Los organismos están llenos de deficiencias y disfunciones, de

manera que, si hubieran sido diseñados por un ingeniero, éste sería

inmediatamente despedido por su empresa. La mandíbula humana es

demasiado pequeña para los dientes, de manera que nos tienen que sacar la

muela del juicio y enderezar los dientes. El ojo humano tiene un punto ciego,

porque el nervio ocular cruza la retina en su camino hacia el cerebro. El canal

natal de la mujer es demasiado pequeño para la cabeza del niño, de manera

que millones de niños inocentes mueren al nacer.

El mundo de la vida está, además, lleno de crueldad y sadismo. Leones, tigres

y aves de rapiña se alimentan matando a otros animales. Parásitos causan la

malaria, la tuberculosis y el sida, que hacen sufrir y matan a sus víctimas. La

revolución copernico-newtoniana hizo posible explicar las sequías, erupciones

volcánicas, terremotos y tsunamis como consecuencia de procesos naturales,

sin tenerlos que atribuir al Creador castigando a los humanos. De manera

semejante, la teoría de la evolución explica los defectos, disfunciones,

41

sufrimiento, crueldad y sadismo de los vivientes como consecuencia de

procesos naturales, no de la incapacidad o perversión del Creador. Por eso,

como explico en mi libro, Darwin y el diseño inteligente (Alianza Editorial,

2007), la teoría de la evolución debe verse como un gran regalo de Darwin a la

religión.

Mutaciones beneficiosas La teoría de la evolución explica las

malversaciones del mundo viviente como consecuencia de dos procesos en

parte contradictorios. El proceso de mutación es aleatorio y, por ello, muchas

mutaciones son perjudiciales, aunque otras son beneficiosas. El proceso de

selección es adaptativo porque multiplica las mutaciones beneficiosas y elimina

las perjudiciales. La interacción de dos procesos, uno aleatorio y el otro

determinístico, resulta en un proceso creador en el que entidades nuevas

aparecen: los organismos que llenan la Tierra y que evolucionan a través del

tiempo. La teoría de la evolución manifiesta la casualidad y la necesidad

entrelazadas en el meollo de la vida; el azar y el determinismo enzarzados en

un proceso natural que ha producido las más complejas, diversas y hermosas

entidades del universo: los organismos que habitan la tierra, entre ellos los

seres humanos que piensan y aman, dotados de libre albedrío y de poder

creativo, y capaces de analizar el proceso mismo de la evolución que les dio

existencia. Este es el descubrimiento fundamental de Darwin, que hay un

proceso que es creativo aunque no sea consciente. Y esta es la revolución

conceptual que Darwin llevó a cabo: que el diseño de los organismos se

puede explicar como el resultado de procesos naturales gobernados por

leyes naturales.

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