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*

Hasta el final de los años 70, la gran mayoría de los

paleontólogos consideraba al Ramapithecus, que data de 13

millones de años, como el primer homínido, el más lejano

ancestro del hombre excluyendo a los grandes simios. La

separación del linaje homínido de aquel que lleva a los

grandes simios actuales dataría, pues, de más de 13

millones de años.

* Publicado en La Pensée 254 (1986), pp. 24-35. Traducción de Vicente Montenegro Bralic.

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En contraste con esta visión clásica, los genetistas, sobre la base de datos

bioquímicos, inmunológicos, cromosómicos, etc., estiman que luego de una bifurcación en

la rama del orangután, el tronco común del árbol evolutivo habría desembocado, hace

solamente 5 a 7 millones de años, a una “trifurcación” en la que se habrían separado los

tres grandes linajes que conducen al hombre, al chimpancé y al gorila. El antepasado

común del hombre y de los grandes simios africanos tendría así 6 o 7 millones de años

menos que en la concepción paleontológica.

Como las técnicas empleadas en ambos casos no tienen nada en común entre ellas,

apenas se veía cómo podrían coincidir.

Sin embargo, a principios de los años 80, nuevos argumentos morfológicos y

paleontológicos, sistematizados por Andrews y Cronin, han mostrado que el Ramapithecus

no se ubicaría en el linaje del hombre sino en el que conduce al orangután, excluyendo al

hombre, al chimpancé y al gorila1.

Los análisis de Lowenstein mediante el método radio-inmunológico también han

mostrado que las proteínas residuales tomadas en el fósil del Ramapithecus de Pakistán son

más cercanas a las proteínas del orangután que de aquellas del hombre y del chimpancé2.

En resumen, al inicio de los años 80, parecía que el Ramapiteco no era un

homínido primitivo sino solamente un antepasado del orangután. Este resultado abría la

posibilidad de considerar una fecha más reciente que 13 millones de años para el origen

de los homínidos.

En 1982, durante un congreso realizado en Roma, Yves Coppens daba a conocer

datos geológicos según los cuales, hace 7 millones de años, una población ancestral pudo

haber sido dividida en dos por el colapso del Rift de África oriental. La mitad que quedó

aislada al oeste del Rift, habría vivido en el bosque húmedo y desembocado en el

chimpancé y el gorila. La otra mitad aislada al este se habría adaptado a la sabana seca y

habría evolucionado hacia el hombre.

Las posiciones de la paleontología y de la genética parecían por fin coincidir3.

1 Peter Andrews, La Recherche, nº 137, octubre 1982, p. 1211-1214. 2 Jerold M. Lowenstein, La Recherche, nº 148, octubre 1983, p. 1269.

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Sin embargo, en esos mismos años de inicios de la década de 1980, el análisis

comparado del ADN de las mitocondrias de los grandes simios actuales y del hombre

hechos por A.C. Wilson, dio lugar a un nuevo giro. El análisis sugería, en efecto, que la

“trifurcación” de tres linajes presentada por los genetistas sobre la base de análisis

precedentes, podía dividirse en dos: la rama de los Homínidos habría podido desprenderse

antes de la bifurcación entre el gorila y el chimpancé. En otras palabras, el chimpancé y el

gorila habrían tenido un antepasado bípedo (o cuasi-bípedo), y habrían vuelto a una

marcha de tipo cuadrúpeda apoyándose en el suelo con el dorso de sus dedos doblados.

Un descubrimiento así de extraordinario no podía dejar de suscitar un cierto

escepticismo. Sin embargo, el análisis crítico en profundidad de Wilson hecho por A.R.

Templeton ha conducido a las mismas conclusiones4.

Podemos recordar que la hipótesis que considera al chimpancé como proveniente

de la degeneración de un Antepasado bípedo modificado por el bosque, había sido

propuesta por Adrian Kortlandt sobre la base de sus observaciones en los años 60 de los

chimpancés del bosque ecuatorial del Congo. La hipótesis no ha sido objeto de discusión,

ya que parece difícil imaginar concretamente un proceso tan extraordinario.

Su reaparición en la genética a comienzos de los años 80 plantea varios problemas,

en particular sobre el origen de la bipedestación. En efecto, una vez admitido que el

primer homínido pudo surgir con anterioridad a la separación del chimpancé y del gorila,

esta anterioridad puede remontar bastante lejos en el pasado, de lo que se deduce que

convendría reexaminar la manera en la que ha podido aparecer la marcha bípeda.

A.R. Templeton recuerda que en los últimos años, ciertos anatomistas han

mostrado que la capacidad bípeda habría podido ser consecuencia de la capacidad de

escalar troncos de árboles verticales. Los primeros homínidos habrían sido a la vez

bípedos y buenos escaladores. Ello concordaría bastante bien con la vida en una sabana en

la que se encuentran conjuntos de árboles altos esparcidos aquí y allá5.

El enderezamiento de la postura puede asimismo hallar su origen en la conducta de

vigilancia. Tal como los babuinos en la sabana se suelen erguir sobre los dos pies para

examinar los alrededores, permaneciendo así constantemente en alerta. En una tropa de

3 Marcel Blanc, La Recherche, nº 155, mayo 1984, p. 657. 4 P. 658. 5 Ibídem.

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sesenta babuinos, siempre habrá al menos diez de pie sobre sus patas traseras, ignorando

momentáneamente la necesidad de alimento para prevenir la posible llegada de un

depredador6.

Desde que el Ramapiteco fue descartado del linaje del hombre, aun no se ha

descubierto ningún fósil que pueda ser atribuido con certeza a un homínido anterior a 5

millones de años.

Sin embargo, puede suponerse que en el Mioceno, en una sabana seca infestada de

carnívoros, el antepasado hominoide, cuando descendía de los árboles para buscar su

comida sobre tierra, debía ponerse frecuentemente de pie para hacer guardia. Y a la

menor señal de peligro, el grito de un vigilante llamaba a toda la tropa a correr para

escalar los árboles más altos que hubiera cerca.

Este doble ejercicio repetido constantemente puede haber seleccionado un primer

enderezamiento del raquis. Habría resultado de ello una primera forma de bipedestación

permanente que, probablemente, no era aún vertical, ya que la guardia sólo exige

mantenerse de pie en cada ocasión por un breve instante, y que al escalar los troncos de

los árboles verticales, los miembros inferiores se encuentran más o menos doblados. Los

homínidos que aparecieron en el Mioceno, por lo tanto, habrían podido marchar

normalmente sobre los dos pies con el cuerpo más o menos inclinado hacia delante.

De la época en que el Ramapiteco era considerado en paleontología como un

primer homínido, las reconstituciones que se intentaron realizar lo representaban siempre

en posición inclinada7. De hecho, partiendo del raquis horizontal, la estructura anatómica

no permite al movimiento de enderezamiento de la postura llegar inmediatamente a la

posición vertical. Cuando un animal se yergue sobre sus patas traseras, su cuerpo se pone

en posición más o menos inclinada. En la evolución hacia la marcha vertical, por tanto, una

primera etapa en posición oblicua era necesaria en términos de la estructura. La

verticalidad sólo puede ser alcanzada a partir de esta estructura oblicua. Probablemente es

con una representación de este tipo que Engels escribía: “Estos monos, obligados

probablemente al principio por su género de vida, que, al trepar, asignaba a las manos

distinta función que a los pies, fueron perdiendo, al encontrarse sobre el suelo, la

6 Richard Leakey, Les origines de l’homme, Arthaud, p. 62. 7 Ver en Richard Leakey, Les origines de l’homme, Arthaud, p. 67; La naissance de l’homme, Ed. du Fanal, p. 50.

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costumbre de servirse de las extremidades superiores para andar y marchando en

posición cada vez más erecta. Se había dado, con ello, el paso decisivo para la transformación

del mono en hombre”8.

La progresividad de la evolución –“una posición cada vez más erecta”– implica en

términos de formación anatómica una estructura primordial en posición inclinada. La

realización de esta estructura en el primer homínido se presenta así como el paso decisivo,

o el salto cualitativo que abre la época de transición del animal al hombre. Por esta razón

podemos dar el nombre de Arqueobípedo a este fundador hipotético del linaje humano.

La bipedestación permanente en posición inclinada ya existe en los dinosaurios

bípedos y en los mamíferos como el jerbo o el canguro. Pero en los primeros homínidos

ella comporta una particularidad única que es la de estar vinculada a la herencia de los

Primates superiores: un desarrollo relativamente alto de la prensibilidad de la mano, de la

visión estereoscópica y del sistema nervioso. Este desarrollo había permitido ya a algunos

simios alcanzar un principio de actividad instrumental. Así, se ha observado a monos

capuchinos coger una piedra para abrir una nuez, y a macacos japoneses para romper la

caparazón de cangrejos. Un babuino puede limpiarse los labios con una hoja. Con la

posición semi-enderezada del homínido arqueobípedo del Mioceno, la mano estaba lo

suficientemente liberada como para ampliar el uso del instrumento natural y ascender a la

preparación del instrumento, operación en la que el individuo sólo utiliza los medios

naturales de su propio cuerpo. De esta manera, con sus manos, sus dientes y sus pies,

pudo quebrar una rama y quitarle las hojas para hacer un bastón. El bastón era

constantemente requerido para la marcha bípeda en posición inclinada.

El primer homínido se muestra así con una estructura cuyos elementos se

encuentran en diversas familias zoológicas, pero cuya totalidad es única y sólo existe en el

linaje que conduce al hombre. Si estos elementos, por tanto, considerados en ellos

mismos aún entran en la norma o en la medida de la estructura animal, la unidad de su

conjunto supera esta medida, y ella empuja a un desarrollo intensivo de la actividad

instrumental. Esta unidad aparece así como una forma desmedida, en el límite del reino

animal. Los homínidos arqueobípedos aparecen así como un germen de lo nuevo que, luego

8 Engels, Dialectique de la nature, Editions sociales, pp. 171-172, 1968 [N. del T.: Federico Engels, Dialéctica de la naturaleza, trad. Wenceslao Roces (México: Grijalbo, 1961), p. 142].

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de un largo desarrollo en la zona-límite de la animalidad, terminará por diferenciarse del

reino animal con los inicios del sistema de la cultura en el Homo habilis. En los

arqueobípedos del Mioceno y los australopitecos del Plio-Pleistoceno, el desarrollo de la

actividad instrumental condujo a una acumulación de hábitos colectivos que se

presentaban también como elementos culturales. Pero estos elementos no formaban un

sistema, de manera que permanecían en el límite del sistema animal. Es solamente con el

nacimiento del trabajo de producción, del lenguaje, de la consciencia y de la vida social en

el Homo habilis, que la cultura cobrará la forma de un sistema que supera el límite del reino

animal en un salto cualitativo fundamental en el que se constituye un nuevo mundo como

mundo humano.

La existencia del hombre –escribía ya Marx–, es el resultado de un temprano

proceso que [, en su tiempo,] recorrió la vida orgánica. Sólo al llegar a cierto

punto se convierte en hombre9.

El hombre, tal como resulta del proceso anterior que la vida orgánica ha recorrido,

es el primer homínido que, evidentemente, sólo es un germen de la humanidad, el hombre

en germen, en la forma del en sí. El desarrollo de este germen en el límite del reino animal,

que desemboca en el nacimiento del hombre en tanto tal en la forma del para sí en el

Homo habilis, es el devenir-hombre del hombre: “Sólo al llegar a cierto punto se convierte en

hombre”.

9 Marx, Théories sur la plus-value, Editions sociales, t. 3, p. 579, 1976. [N. del T.: Karl Marx, Teorías sobre la plusvalía III. Tomo IV de El capital, trad. Wenceslao Roces (México: FCE, 1980) p. 435]

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Hasta mediados de los años 70, la mayor parte de las investigaciones

antropogenéticas se hallaban bajo la influencia de la teoría de Darwin, según la cual las

cuatro principales características del género Homo, a saber, la marcha vertical, la

producción de herramientas, la reducción de los colmillos y la superioridad del cerebro,

— se habrían desarrollado simultáneamente. En otros términos, el primer bípedo vertical

tenía que fabricar herramientas, lo que correspondía a un cerebro más evolucionado que

el del chimpancé. Esta perspectiva parecía confirmada por la ligera superioridad del cráneo

fósil de las dos únicas especies del género Australopithecus conocidas en ese entonces: esto

es, 450 cm3 para el Australopithecus africanus y 504 cm3 para el robustus10, contra los 400

cm3 del chimpancé.

El descubrimiento del Australopithecus afarensis en 1974 dio vuelta la situación. Este

fósil calificaba indudablemente como homínido, ya que caminaba en posición vertical, pero

no había dejado ningún artefacto11.

Según D. Johanson, que descubrió, junto a sus colegas, este grupo fósil, “ellos

caminaban de pie, pero los dientes y las mandíbulas eran muy parecidas a las del

Ramapithecus paquistaní. Asimismo, tenían cerebros muy pequeños, de una capacidad

inferior a 400 cm3… Según el estudio de estos fósiles, parece que la marcha bípeda

apareció mucho antes que la expansión del cerebro”12.

Yo pensaba, declara Pilbeau, que el comportamiento cultural y la fabricación

de herramientas eran factores importantes en la separación entre homínidos

y grandes simios actuales. Pero ya no considero el problema de la misma

manera13.

10 Tobias, L’évolution du cerveau humain, La Recherche, nº 109, marzo 1980, p. 286. 11 Tim White, Les Australopithèques, La Recherche, nº 138, noviembre 1982, p. 1258-1270. 12 Citado en Richar Leakey, La naissance de l’homme, 1981, Ed. du Fanal, p. 69-70. 13 Ibídem, p. 51. Tim White ha dirigido una crítica precisa contra la concepción de Darwin, en La Recherche, nº 138, noviembre 1982, p. 1269-1270.

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De hecho, los primeros artefactos conocidos, descubiertos por Hélène Roche en

el yacimiento de Hadar en Etiopía, datan de 2,5 millones de años, mientras que el

Australopithecus afarensis apareció hace al menos 5 millones de años14.

Según Yves Coppens, la especie afarensis sería uno de los últimos eslabones de un

género Preaustralopithecus, aparecido hace 7 millones de años, y del cual se habría

desprendido desde hace 6 millones de años el género Australopithecus, el cual habría dado

vida hace unos 5 o 4 millones de años al género Homo. En consecuencia, deberíamos

esperar encontrar en las futuras excavaciones artefactos más antiguos que 2,5 millones de

años. Sin embargo, en esta hipótesis, el primer Preaustralopithecus no podría en todo caso

tener un nivel cerebral más alto que el de su descendiente afarensis. Habría, por lo tanto,

en cualquier caso, un estadio de al menos entre 7 y 6 millones de años de marcha vertical

sin elaboración de artefactos. Este es el segundo dato de la paleo-antropología actual.

La hipótesis de Darwin que hace evolucionar todo de manera uniforme sobre el

mismo plano y al mismo ritmo, ya no parece pues poder sostenerse.

14 Science News, 1984, vol. 125, nº 15, p. 230.

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Hasta mediados de los años 70, en general se consideraba la caza con instrumentos

como el motor principal del pasaje del animal al hombre, y en particular del

enderezamiento de la postura que ha conducido a la marcha vertical permanente. Tal

presuposición se hallaba justamente en el fondo de la teoría de Darwin.

Sin embargo, esta hipótesis de la caza dejaba el problema en un impasse. De hecho,

el empleo de instrumentos naturales, por ejemplo el de ramas como bastones o piedras

como proyectiles, obligaría al supuesto cazador cuadrúpedo a erguirse sobre sus

miembros inferiores sólo por un breve instante. No podía resultar de ello una posición

vertical permanente. Esa fue la razón por la cual Darwin creyó necesario incorporar la

elaboración de la herramienta en el paso a la estructura vertical. Pero acabamos de ver

precisamente que los primeros artefactos conocidos datan de varios millones de años

después de la adquisición de la bipedestación vertical permanente por el Australopithecus

afarensis.

Es solamente en los años 70 que fueron difundidos los resultados de observaciones

sistemáticas conducidas desde los años 60 en los cazadores-recolectores de la zona

tropical, en particular en los San del desierto del Kalahari. Y se mostró que no era la caza,

sino más bien la recolección la que juega un rol predominante en la vida primitiva en

ambientes áridos15. Este es el tercer dato nuevo de la paleo-antropología.

No conocemos el antepasado del Australopithecus afarensis, — o eventualmente del

primer Preaustralopithecus, — pero podemos atribuirle la capacidad de utilizar el

instrumento natural y de preparar el instrumento, en el marco de la hipótesis que acaba

de ser presentada sobre los homínidos arqueobípedos del Mioceno. Sin embargo, es claro

que a este nivel psíquico, con la piedra y el bastón, difícilmente este antepasado podía

hacer de la caza la fuente principal de su alimentación, aún menos que las tribus humanas

actuales de las regiones tropicales. Su régimen era entonces necesariamente vegetariano,

incluyendo, sobre todo en una sabana seca, las partes subterráneas de las plantas: raíces,

15 Richard Leakey, op. cit., p. 105.

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rizomas, tubérculos. Los chimpancés en estado natural a menudo tienen el hábito de

“pescar” termitas introduciendo una varilla en un termitero para sacarla cubierta de estos

insectos con los que se deleitan. El antepasado arqueobípedo podía ciertamente hacer lo

mismo, y de allí al bastón para escarbar había sólo un paso. En un nicho ecológico

particularmente seco, este antepasado probablemente buscaba lo esencial de su alimento

clavando en el suelo una rama partida para desenterrar los comestibles subterráneos. Y

como éstos eran duros y requerían ser ingeridos en grandes cantidades para asegurar una

ración normal, había que transportarlos a un lugar fresco para trozarlos con tiempo

usando piedras naturalmente afiladas y masticar detenidamente los pedazos tomando

refrescos: ocasionalmente agua, o frutas jugosas y hojas llenas de savia. En síntesis, el

transporte de la recolección era necesario para su consumo.

A menudo se ha observado chimpancés en estado silvestre correr en dos patas,

ligeramente inclinados hacia delante, llevando un racimo de bananas para poder comerlas

tranquilamente en un lugar sombreado (Hewes).

Para el transporte de su recolección cotidiana, el antepasado arqueobípedo, que ya

marchaba normalmente en esta posición inclinada, podía enderezar aun más el torso y

alcanzar la posición vertical. Esta le habría permitido utilizar recipientes naturales o más o

menos preparados –por ejemplo una bandeja hecha de corteza o una gran hoja de plátano

–, los que debían ser sostenidos manteniendo el cuerpo bien derecho para asegurar el

equilibrio.

Este sería por tanto el desarrollo cuantitativo del uso del instrumento natural y de la

preparación del instrumento en las condiciones de la recolección subterránea como modo

de vida principal, que en un medio particularmente seco ha conducido a la selección de los

agrupamientos arqueobípedos más aptos para enderezar completamente la postura para el

transporte de víveres en recipientes, — de ahí la formación de la estructura anatómica

vertical en un salto cualitativo que dio nacimiento al Australopithecus afarensis hace 5

millones de años, o eventualmente al primer Preaustralopithecus hace unos 7 millones de

años.

Las condiciones de este nacimiento de la marcha vertical permanente no implicaría

de este modo ningún progreso del cerebro en comparación con el del antepasado

arqueobípedo, de manera que durante toda su existencia el Australopithecus afarencis no ha

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dejado ningún artefacto. De hecho, a este nivel psíquico, su comportamiento no iba más

allá de la preparación del instrumento, y este instrumento preparado simplemente con las

manos, los dientes y los pies, se distingue muy poco del instrumento natural, de manera

que no deja ningún rastro en la fosilización. Nos encontramos aquí ante la norma o la

medida de la inteligencia animal.

En efecto, como el animal no tiene otro propósito más que la satisfacción de sus

necesidades inmediatas, su actividad por lo general se reduce a una adaptación directa a la

situación inmediata o situación biológica. Es cierto que el instrumento es una mediación.

Pero como este instrumento es natural o preparado simplemente con los órganos

naturales del propio cuerpo, la mediación que realiza, sigue siendo sólo una mediación

directa que encaja en la forma de la adaptación directa, y siempre en la situación biológica.

No supera por lo tanto la forma normal, en otras palabras, la medida de la inteligencia

animal. El Australopiteco del Afar no había superado esta medida, ya que no dejó ningún

artefacto.

En esta evolución de los primeros homínidos se puede observar un cierto

desajuste entre el desarrollo corporal y el desarrollo psíquico. El homínido arqueobípedo

del Mioceno ya había superado la norma o la medida de la estructura corporal animal por

el vínculo de la bipedestación inclinada con la mano prensil y los ojos mirando hacia

delante. Este conjunto de características es único, de manera que se presenta bajo la

forma de lo desmedido en relación con la estructura anatómica normal de la animalidad.

Esta desmesura aumenta todavía más con el pasaje a la bipedestación vertical del

Australopithecus afarensis. Sin embargo, su desarrollo psíquico no alcanza a ir más allá de la

preparación del instrumento, preparación que permanece dentro de la medida de la

inteligencia animal, puesto que sólo emplea los órganos naturales de su propio cuerpo: las

manos, los dientes, los pies, sin la intervención de un segundo instrumento.

Es cierto que la formación de la estructura vertical en el Australopiteco del Afar le

aseguraba a sus manos una libertad de movimiento mayor que en la situación inclinada de

su antepasado arqueobípedo. Probablemente de ello resultaba una expansión cuantitativa de

la actividad instrumental, lo que sin duda llevaba al individuo a preparar el instrumento en

cualquier ocasión, sin llegar sin embargo a la elaboración del canto tallado de piedra.

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Esta incapacidad del Australopithecus afarensis de superar la simple preparación del

instrumento puede explicarse por la persistencia de sus adaptaciones a la vida arborícola,

cuya importancia sólo fue destacada a inicios de los años 80.

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Hasta mediados de los años 70, en general se consideraba a los australopitecos

simplemente como bípedos verticales, sin plantearse problemas particulares sobre el

modo práctico de su bipedestación. El descubrimiento de fósiles del Australopithecus

afarensis ha provocado una controversia que ha puesto en evidencia la diferencia

cualitativa entre la marcha del género Australopithecus y aquella del género Homo. Este es

el cuarto nuevo dato de la paleo-antropología.

Lovejoy, que ha sido el primero en estudiar los miembros inferiores del afarensis

en tanto especialista de biomecánica y ortopedia en el equipo de Johanson, había

declarado lo siguiente: “La rodilla se parece mucho a una articulación humana moderna, la

pelvis está muy bien adaptada para la marcha erguida; el pie, aunque presenta una mezcla

curiosa de características antiguas y modernas, está adecuadamente construido para la

marcha bípeda. Algunos huesos del pie se hallan ligeramente encorvados y se asemejan

bastante a los que uno se espera encontrar en su antepasado que trepaba árboles. Pero

creo que la curvatura de los huesos del pie del afarensis está bien adaptada para caminar

sobre un terreno blando y arenoso: probablemente heredó sus pies encorvados de sus

antepasados trepadores, pero esta forma ha sido utilizada de manera diferente”16.

La conclusión es que “[l]os homínidos de Hadar se mantenían de pie, caminaban y

corrían con tanta facilidad como el hombre actual”17.

Sin embargo, esta hipótesis ha sido ampliamente refutada. El examen detallado de

las superficies articulares y de los meniscos de la rodilla por parte de C. Tardieu ha

mostrado que esta articulación femorotibial en el Australopithecus afarensis habría tenido

mayores posibilidades de rotación que en el Homo habilis, lo que le habría permitido una

mayor variedad de movimientos del tobillo y del pie. Ello daba como resultado en el

afarensis una locomoción que aun no es definitivamente terrestre y que conserva todavía

una cierta capacidad arborícola. Según C. Berge, la pelvis de los australopitecos

16 Owen Lovejoy, citado en Richard Leakey, La naissance de l’homme; 1981, Ed. du Fanal, p. 69. 17 En Tim White, La Recherche, nº 138, noviembre 1982, p. 1263-1267.

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presentaría características a la vez semejantes y diferentes al hombre, de manera que su

bipedestación no sería tan buena como la del hombre para soportar el peso del cuerpo.

Para Stern y Susman, el tobillo y el pie con la curvatura y el grosor cortical de los dedos,

muestran que el Australopithecus afarensis se dedicaba tanto a trepar como a la

bipedestación18.

Como lo ha mostrado el análisis hecho por Mac Henry de dos huesos del carpo

recogidos en Hadar19, la adaptación del pie a la vida arborícola implicaba la adaptación de

la mano a la capacidad de aferrarse con fuerza durante la suspensión y el agarre de las

ramas. Como resultado, la mano del afarensis era incapaz de realizar una serie de

movimientos de agarre fino necesarios para el trabajo. Se vio que su bipedestación, aun

siendo vertical, permitía sin embargo sólo una liberación a medias de la mano, lo que

favorecía el uso del instrumento natural así como su preparación, pero aun no permitía

pasar al trabajo de elaboración con la ayuda de un segundo instrumento. Al nivel del

afarensis el individuo podía romper piedras arrojándolas al suelo simplemente con sus

manos, y coger los trozos de borde filudo para descuartizar presas o comestibles

vegetales demasiado duros. Pero la estructura tosca de sus dedos adaptados a la

suspensión y el agarre a las ramas no le permitía manejar un percutor de manera de

conseguir una lasca* a partir de un guijarro. El trabajo de elaboración exigía una mano más

fina y que sólo podía formarse bajo condiciones de un abandono relativo de la vida

arborícola.

Podemos suponer que en un nicho ecológico árido, hace tres millones de años –o

6 millones según la hipótesis de Yves Coppens– la escasez de árboles en cierta medida

liberó la mano de los movimientos de suspensión y agarre, y obligó al antepasado del

Australopithecus africanus a adaptarse mejor a la vida sobre la tierra. Las dificultades de tal

entorno sólo permitieron sobrevivir a los grupos más aptos para la preparación del

instrumento. Esto dio lugar a la selección de una mano menos tosca junto con el cerebro

18 Brigitte Senut, “Des Australopithèques dans les arbres”, La Recherche, nº 156, junio 1984, p. 864-865. Ver

Archeologia, nº 177, abril 1983, p. 40. 19 Brigitte Senut, ibídem. * N. del T.: Traducimos “éclat” (literalmente “astilla”, “esquirla” o simplemente “trozo”) alternativamente

por “lasca” o por “canto tallado”, ambos términos más bien técnicos con los que se alude al trozo de piedra con borde filudo que los primeros homínidos utilizaban como herramienta para cortar. La connotación de los términos más literales no da necesariamente cuenta de las dimensiones, el proceso de obtención, ni el potencial uso que este trozo de piedra recibía, según el análisis que expone aquí el autor.

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de 450 cm3 del Australopithecus africanus. Este pudo así superar la medida de la inteligencia

animal por la tecnología del canto tallado de piedra, que por primera vez va más allá de la

adaptación directa a la situación inmediata, a la que se limitaba la preparación del

instrumento.

La proeza técnica del Australopithecus africanus, que desprendía una lasca de una

piedra mediante el golpe de un percutor, se presenta así como la forma desmedida de la

inteligencia animal.

En efecto, se trata en este caso de una adaptación indirecta por la aplicación de un

medio de trabajo sobre el material, de manera de obtener el instrumento que debe

mediatizar el objeto biológico. El instrumento natural o de preparación simple era una

mediación directa, que entra en la forma de la adaptación directa a la situación inmediata, o

situación biológica, dicho de otro modo, que entra en la norma o la medida de la

inteligencia animal. Con el canto tallado de piedra obtenido con la ayuda de un percutor,

tenemos un instrumento elaborado con un segundo instrumento, en otras palabras, una

mediación en sí misma mediatizada, o incluso una mediación indirecta, de manera que ella

aparece como una adaptación indirecta a la situación inmediata. El instrumento elaborado se

presenta entonces como una superación de la medida de inteligencia animal. Sin embargo,

como su uso no supera la situación inmediata o situación biológica, permanece en la zona-

límite de esta inteligencia. La contradicción entre la superación de la medida y el

mantenimiento del límite del sistema define la forma de lo desmedido20.

La época del paso del animal al hombre comprende así dos grandes etapas. La

primera, que la ocupan los homínidos arqueobípedos, se abre con el primer paso decisivo o

el salto primordial donde surge la estructura bípeda inclinada en conexión con la herencia

de los hominoides: la mano prensil y la vista estereoscópica.

La segunda etapa, que la ocupan los homínidos paleobípedos, o bípedos verticales

no-exclusivos, comienza por un nuevo salto, pero de menor envergadura, que da

nacimiento al Australopithecus afarensis, o eventualmente al primer Preaustralopiteco. Luego

se produce un tercer salto que hace aparecer al Australopiteco evolucionado, al nivel del

africanus.

20 Para las categorías de medida y de lo desmedido, ver: Trân Dûc Thâo “La dialectique logique dans la genèse du ‘Capital’”, en La Pensée, nº 240, julio-agosto 1984, pp. 80-81.

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Finalmente surge el segundo paso decisivo o el salto fundamental que, con el

abandono definitivo de las adaptaciones arborícolas, da nacimiento al género Homo: “se

había liberado la mano”21.

En sus Cuadernos filosóficos, Lenin ha puesto énfasis sobre la pluralidad de pasajes de

la cantidad a la cualidad, con los saltos dialécticos que jalonan el desarrollo de una realidad

concreta y su transformación en una realidad más elevada:

“Transiciones de cantidad a calidad… Lo gradual y los saltos.

“Lo gradual no explica nada sin los saltos

“Interrupciones de la gradualidad Interrumpir la

gradualidad”

(Cahiers philosophiques, o.c., Paris, Ed. sociales,

Moscou, Ed. du Progrès, 1962, t. 38, p.)*

Lenin ha precisado el texto de Hegel: “interrumpir la gradualidad” (Abbrechen der

Allmähligkeit) traduciéndolo por un plural: “Interrupciones de la gradualidad (pereryvy

postepennosti)”.

En efecto, en el desarrollo de un sistema concreto y su pasaje a un sistema más

elevado, siempre hay una pluralidad de saltos cualitativos, cada uno de los cuales se halla

precedido por un incremento cuantitativo.

Dentro de esta pluralidad, Lenin distingue netamente dos series. La primera serie

de saltos, representada por desniveles estrictamente paralelos, comprende los saltos que

marcan el desarrollo normal, es decir, en la medida del sistema concreto en cuestión.

21 Engels, op. cit., p. 173. [N. del T.: Engels, Dialéctica de la naturaleza, op. cit., p. 143] * N. del T.: V.I. Lenin, Obras completas, Tomo XLII, Cuadernos filosóficos. México: Akal, p. 122

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La segunda serie, evocada por los niveles de altura creciente, se sitúa en la fase de

lo desmedido, o época del pasaje a un sistema nuevo. Aquí, los saltos dialécticos se hallan

encerrados por dos barreras cada vez más cercanas la una de la otra, lo que sugiere un

tiempo de crisis, y donde el contenido del desarrollo se encuentra cada vez más

abarrotado en la estructura del sistema al interior del cual se desarrolla.

Finalmente el franqueamiento del último desnivel provoca la superación del límite

del sistema, lo que da acceso a un sistema nuevo.

Si retomamos esta representación para la dialéctica del reino animal, vemos que la

primera serie de saltos representada por los desniveles iguales entre ellos, se relacionarían

con las rupturas de continuidad que jalonan el desarrollo normal de la animalidad hasta

llegar a los hominoides.

La segunda serie simbolizada por los niveles de altura creciente encerrados cada

vez más estrechamente entre las dos barreras, evoca la aparición del germen de

humanidad, el hombre en germen, en la forma del en sí, en el primer homínido, y su

desarrollo en los Pre-australopitecos y Australopitecos, que se presentan como fases del

embrión de la humanidad. “Si el embrión, dice Hegel en el prefacio de la Fenomenología, es

en sí un hombre, no lo es sin embargo para sí”*. En esta época de lo desmedido, el

desarrollo homínido se ve frenado por la estructura animal, especialmente por sus

adaptaciones arborícolas que se oponen al afinamiento de la mano, y por ende al progreso

del cerebro.

Con el salto cualitativo fundamental que culmina el paso del animal al hombre

dando nacimiento al género Homo, el abandono definitivo de la vida en los árboles libera la

mano para el trabajo de producción, y el hombre devenido hombre surge como tal, en la

forma del para sí.

* N. del T.: Thâo no incluye la referencia bibliográfica de esta cita. En español, cf. G.F.W. Hegel,

Fenomenología del espíritu, trad. Wenceslao Roces (México: FCE, 2003), p. 17: “Si es cierto que el embrión es en sí un ser humano, no lo es, sin embargo, para sí…” De acuerdo a la traducción de Manuel Jiménez Redondo (Fenomenología del espíritu, edición bilingüe, Valencia: Pre-Textos, 2009): “Por más que el embrión sea en sí un hombre, no lo es para si”, p. 126.

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Los ensayos de reconstitución del trabajo en piedra al principio de la

antropogénesis han hecho aparecer la importancia primordial de la extracción de la lasca,

lo que constituye el quinto nuevo dato de la paleo-antropología actual.

Hasta mediados de los años 70, se admitía que la industria lítica más antigua,

denominada pebble culture*, consistía en golpear un percutor de manera perpendicular a la

superficie de un guijarro, de manera de obtener sobre este un corte que resultara en el

desprendimiento de una lasca. La lasca misma no se mostraba más que como un residuo

que por cierto podía ser utilizado, pero que en todo caso no estaba contemplado como

un objetivo en el corte de la piedra. La técnica considerada como la más primitiva se

definía entonces dentro de esta concepción clásica como un golpeo que crea un borde

filudo a partir de un trozo de piedra con forma redonda, lo que lo transformaba en un

chopper*.

Sin embargo, el descubrimiento de una industria de lascas en Shungura, en el valle

inferior del río Omo, y las experiencias recientes sobre el trabajo en piedra, muestran

que, al contrario, habría sido la lasca el objetivo original del golpe del percutor, de manera

que el borde filudo del núcleo se presentaría al principio solamente como un resultado

residual, utilizable o no según el azar de los golpes22. Es sólo con posterioridad que pasará

a ser el objetivo del trabajo.

De hecho, la lasca presenta por sí misma un filo que no es necesario calcular por

anticipado. La extracción de la lasca, como trabajo de elaboración, aparece así como la

técnica más simple, por ende originaria, de la industria lítica. En esta técnica, el corte del

percutor se dirige sólo de manera aproximada, lo que corresponde de hecho a las

capacidades de principiante del Australopithecus africanus. El núcleo residual claramente es

* N. del T.: “Cultura de guijarros”, en inglés en el original. * N. del T.: Anglicismo que en francés refiere a una herramienta prehistórica de piedra empleada para cortar.

El sustantivo chopper, en inglés, se traduce como “cuchillo” o simplemente “cortador”. Dado que refiere a un término técnico y que se ha conservado idéntico en francés y alemán, optamos por mantenerlo así, sabiendo que podría ser traducido como “objeto cortante” o “cortador”. 22 Richard Leakey, op. cit., p. 83. Bertrand Gille, Histoire des Techniques, La Pléiade, p. 146.

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amorfo y justamente encontramos este residuo fosilizado a título de “primeros

artefactos”.

La técnica del chopper, que se presenta en segundo lugar, es más compleja, puesto

que se trata de desprender una lasca de manera tal que deje sobre el núcleo un borde

cortante concebido más o menos confusamente. Aquí el trabajador obtiene de manera

prácticamente habitual el resultado que en la primera técnica ocurría simplemente por

azar.

Sin embargo, la técnica del chopper no puede ser considerada aun como una

primera forma de producción. En efecto, el filo obtenido mediante uno o dos golpes de

tallado sobre un solo lado aun no posee una figura bien determinada, pues resulta del

encuentro en parte contingente de la cara natural con la cara trabajada. De modo que

sigue siendo todavía un trabajo de elaboración.

El paso de este trabajo de elaboración a la primera forma de trabajo de producción

con el proceso de corte supone una liberación definitiva de la mano de las formas toscas de

agarre que persistían todavía en el Australopithecus africanus. En efecto, este no había

abandonado aun completamente la vida arborícola, como lo muestra la potencia de los

músculos flexores de sus brazos23.

El abandono definitivo de la estancia en los árboles puede haber ocurrido en un

nicho ecológico desértico hace más de 2,5 millones de años, — o tal vez 5 millones de

años de acuerdo a la hipótesis de Yves Coppens. El antepasado del Homo habilis que

podemos considerar provisoriamente como el primer Homo, — o el modelo sobre el cual

es posible representarse el primer Homo, — debió abandonar progresivamente, en un

paisaje completamente despejado, sus adaptaciones arborícolas y especializarse en la

marcha vertical como modo exclusivo de locomoción.

No sabemos cómo situar este antepasado en la taxonomía, pero tenía que ser

capaz de elaborar el canto tallado de piedra y, a lo mejor, de esbozar un chopper. Así,

sería durante su transformación que, con la pérdida progresiva de sus capacidades para

trepar y en su adaptación exclusiva a la bipedestación vertical, habría desarrollado la

elaboración del chopper.

23 Brigitte Senut, Nouvelles données sur l’humérus et ses articulations chez les Hominidés plio-pléistocènes. L’anthropologie (París), Tomo 84, nº 1, p. 112-118.

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Las extraordinarias dificultades del medio desértico han llevado a una intensa

selección a favor de las agrupaciones más aptas para el trabajo de elaboración. La mano,

liberada efectivamente de los movimientos arborícolas, se perfeccionó en una forma

humana, y el cerebro se disparó, superando el límite de la inteligencia animal en un

verdadero Rubicón cerebral, pasando de los 450 cm3 en el Antepasado al nivel psíquico del

Australopithecus africanus, a más de 700 cm3 24 en el Homo habilis. Este disponía así de las

capacidades necesarias para desarrollar el tallado de guijarros, pasando del chopper

elaborado por una o dos percusiones sobre el mismo lado, al proceso de corte y a una

primera piedra trabajada a doble cara, cuyo filo bien determinado requería una media

docena de percusiones sobre los dos lados. Nos encontramos aquí por primera vez ante

un trabajo de producción, ya que “al consumarse el proceso de trabajo surge un resultado

que antes del comienzo de aquél ya existía en la imaginación del trabajador”25. Con esta

producción de las primeras herramientas, hecha posible por la organización corporal del

Homo habilis, este primer hombre se diferencia del reino animal:

El hombre, dice Marx, se diferencia de los animales a partir del momento en

que comienza a producir sus medios de vida, paso este condicionado por su

organización corpórea26.

La exclusividad de la marcha vertical, el perfeccionamiento de la mano y el

franqueamiento del Rubicón cerebral en el trabajo de elaboración, han brindado al Homo

habilis una agilidad de los dedos y una capacidad de atención que le han permitido, en la

elaboración del chopper, de pasar a la otra cara del guijarro, lo que, con un total de 5 a 8

golpes de percutor, resulta en un proceso de corte. Este primer debut del trabajo de

producción se organiza progresivamente en una cadena operatoria cuya realización se sitúa

en un nuevo plano, ya que está mediatizada por los golpes del percutor que se repiten en

un cierto orden sobre la piedra natural. Dicho de otro modo, la aplicación lo

suficientemente prolongada y organizada del medio de trabajo sobre el objeto de trabajo

24 Las cifras entregadas por estos autores varían de 646 cm3 (Tobias, op. cit., p. 286) a cerca de 800 cm3 (Richard Leakey, op. cit., p. 131). 25 Marx, Le Capital, libro I, tomo I, p. 181. [N. del T.: Karl Marx, El capital, tomo I, vol. I, Libro primero, “El

proceso de producción de capital”, trad. Pedro Scaron (México: Siglo XXI, 2008), p. 216, traducción ligeramente modificada] 26 Marx-Engels, L’idéologie allemande, Ed. sociales, p. 45 [N. del T.: Karl Marx y Friedrich Engels, La ideología alemana, trad. Wenceslao Roces (Madrid: Akal, 2014), p. 16].

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crea una situación nueva, esencialmente cultural, que supera y absorbe en ella la situación

inmediata o situación biológica, a la cual se limitaba aun la elaboración del chopper, puesto

que sólo conllevaba uno o dos golpes insertos en la inmediatez de esta situación biológica.

Con el paso de la situación inmediata, atraída por la necesidad biológica, a la situación

mediatizada por la cadena operatoria del primer trabajo de producción, el límite de la

inteligencia animal, definido por la adaptación a la situación biológica inmediata, se halla

superado.

El resultado fue un nuevo horizonte de necesidades, en primer lugar en cuanto a la

organización del trabajo y de la vida colectiva, que iba mucho más allá de la inmediatez del

instante presente.

Los Australopitecos evolucionados, que ya tenían lo principal de sus actividades

sobre la tierra, todavía seguían buscando su refugio en los árboles y regularmente pasaban

allí la noche. Un tal modo de vida, expuesto a un vagabundaje permanente, no le permitía

liberarse de la situación biológica. El abandono definitivo de la vida arborícola condujo en

el caso del Homo habilis a la aparición de las primeras viviendas reunidas en campamentos

más o menos temporales27.

El campamento fue el centro material de la vida del primer hombre, con el

horizonte de sus preocupaciones proyectadas a partir de este establecimiento

relativamente permanente, y que motivaban el nacimiento del lenguaje, de la consciencia y

de la vida social sobre la base de la producción de la herramienta.

La constitución del primer trabajo de producción en el Homo habilis lo diferenció

por tanto del reino animal. Su nacimiento se presenta así como una superación del límite de

la animalidad en un salto cualitativo fundamental que hace surgir el horizonte de un mundo

de la cultura como totalidad abierta de situaciones mediatizadas a partir del trabajo de

producción, — totalidad en la que se integran necesidades biológicas como un nivel de

componentes fundamentales pero no independientes.

Como resultado, “al producir sus medios de vida, el hombre produce

indirectamente su propia vida material”28. Efectivamente, una vez que el hombre se ha

transformado en hombre y se ha establecido como tal, produce, a través de la mediación

27 Richard Leakey, Les origines de l’homme, Arthaud, p. 117. 28 Marx-Engels, ibídem. [N. del T.: Marx y Engels, La ideología alemana, op. cit., p. 16]

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del mundo de la cultura, su propia existencia material, de manera que él es a la vez

premisa y resultado de la historia humana, y sólo es premisa en tanto que se produce a sí

mismo y resulta de sí mismo en esta historia:

La existencia del hombre es el resultado de un temprano proceso que [,en

su tiempo,] recorrió la vida orgánica. Sólo al llegar a cierto punto se

convierte en hombre. Pero, a partir del momento en que éste existe y

considerado como premisa constante de la vida humana, es también, al

mismo tiempo, producto y resultado constante de ella y sólo en cuanto su

producto y resultado es su premisa.29

29 Marx, Théories sur la plusvalue, Editions sociales, t. 3, p. 579, 1976 [N. del T.: Marx, Teorías sobre la plusvalía III, p. 435]