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08 abril Domingo II de Pascua (Ciclo B) – 2018 Domingo de la Divina Misericordia 1. TEXTOS LITÚRGICOS 1.a LECTURAS Un solo corazón y una sola alma Lectura de los Hechos de los Apóstoles 4, 32-35 La multitud de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma. Nadie consideraba sus bienes como propios, sino que todo era común entre ellos. Los Apóstoles daban testimonio con mucho poder de la resurrección del Señor Jesús y gozaban de gran estima. Ninguno padecía necesidad, porque todos los que poseían tierras o casas las vendían y ponían el dinero a disposición de los Apóstoles, para que se distribuyera a cada uno según sus necesidades. Palabra de Dios. SALMO Sal 117, 2-4. 16-18. 22-24 R. ¡Den gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterno su amor! O bien: Aleluia. Que lo diga el pueblo de Israel: ¡es eterno su amor! Que lo diga la familia de Aarón:

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08

abril

Domingo II de Pascua

(Ciclo B) – 2018

Domingo de la Divina Misericordia

1. TEXTOS LITÚRGICOS

1.a LECTURAS

Un solo corazón y una sola alma

Lectura de los Hechos de los Apóstoles 4, 32-35

La multitud de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma. Nadie consideraba sus bienes como propios,

sino que todo era común entre ellos.

Los Apóstoles daban testimonio con mucho poder de la resurrección del Señor Jesús y gozaban de gran estima.

Ninguno padecía necesidad, porque todos los que poseían tierras o casas las vendían y ponían el dinero a

disposición de los Apóstoles, para que se distribuyera a cada uno según sus necesidades.

Palabra de Dios.

SALMO Sal 117, 2-4. 16-18. 22-24

R. ¡Den gracias al Señor, porque es bueno,

porque es eterno su amor!

O bien:

Aleluia.

Que lo diga el pueblo de Israel:

¡es eterno su amor!

Que lo diga la familia de Aarón:

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¡es eterno su amor!

Que lo digan los que temen al Señor:

¡es eterno su amor! R.

«La mano del Señor es sublime,

la mano del Señor hace proezas.»

No, no moriré:

viviré para publicar lo que hizo el Señor.

El Señor me castigó duramente,

pero no me entregó a la muerte. R.

La piedra que desecharon los constructores

es ahora la piedra angular

Esto ha sido hecho por el Señor

y es admirable a nuestros ojos.

Este es el día que hizo el Señor:

alegrémonos y regocijémonos en él. R.

El que ha nacido de Dios vence al mundo

Lectura de la primera carta del apóstol san Juan 5, 1-6

Queridos hermanos:

El que cree que Jesús es el Cristo ha nacido de Dios; y el que ama al Padre ama también al que ha nacido de Él.

La señal de que amamos a los hijos de Dios es que amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos.

El amor a Dios consiste en cumplir sus mandamientos, y sus mandamientos no son una carga, porque el que ha

nacido de Dios, vence al mundo. Y la victoria que triunfa sobre el mundo es nuestra fe. ¿Quién es el que vence

al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?

Jesucristo vino por el agua y por la sangre; no solamente con el agua, sino con el agua y con la sangre. Y el

Espíritu da testimonio porque el Espíritu es la verdad.

Palabra de Dios.

ALELUIA Jn 20, 29

Aleluia.

Dice el Señor: Ahora crees, Tomás, porque me has visto.

¡Felices los que creen sin haber visto!

Aleluia.

EVANGELIO

Ocho días más tarde, se apareció Jesús

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 20, 19-31

Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se

encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: «¡La paz

esté con ustedes!»

Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al

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Señor.

Jesús les dijo de nuevo: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a

ustedes.» Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: «Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados

a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan.»

Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros

discípulos le dijeron: «¡Hemos visto al Señor!»

El les respondió: «Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y

la mano en su costado, no lo creeré.»

Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces

apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: «¡La paz esté con ustedes!»

Luego dijo a Tomás: «Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: Métela en mi costado. En

adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe.»

Tomás respondió: «¡Señor mío y Dios mío!»

Jesús le dijo: «Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!»

Jesús realizó además muchos otros signos en presencia de sus discípulos, que no se encuentran relatados en este

Libro. Estos han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan

Vida en su Nombre.

Palabra del Señor.

1.b GUION PARA LA MISA

II Domingo de Pascua

Entrada:

Celebramos hoy el Domingo de la Divina Misericordia. Jesús le dijo a Santa Faustina Kowalska: “Deseo que el

primer domingo después de la Pascua de Resurrección sea la Fiesta de la Misericordia”. Hoy estamos invitados

ver en la Santa Misa el sacrificio de Cristo por el cual hemos recibido el perdón de nuestros pecados.

Primera Lectura: Hch 4, 32-35

Un testimonio de la resurrección de Cristo es la caridad que reinaba entre los primeros cristianos.

Segunda Lectura: 1 Jn 5,1-6

El que ha nacido de Dios vence al mundo por su fe en Cristo.

Evangelio: Jn 20,19-31

Las dudas primeras del Apóstol Tomás han servido para confirmar la fe de los que más tarde habían de creer en

Cristo resucitado.

Preces:

Conmovidos por el infinito amor de Dios que resucitó a Jesucristo haciéndolo Señor de todas las cosas,

pidámosle con confianza.

A cada intención respondemos cantando:

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* Por la Santa Iglesia de Dios para que en este día, dedicado a la Divina Misericordia, sepa comunicar este

mensaje lleno de esperanza a todos los hombres de buena voluntad. Oremos.

* Por la paz del mundo, que los representantes de las naciones, liberados del egoísmo y la ambición, sepan en

encontrar caminos de solución a los conflictos y velen por la seguridad y los derechos humanos. Oremos.

* Por los pobres y desheredados, para que los cristianos se adelanten a sus necesidades y contemplen en ellos la

verdadera imagen Cristo Redentor. Oremos.

* Por las familias, para que se comprometan a buscar ardientemente la unión con Dios en el cumplimiento de

los deberes familiares, profesionales y sociales, y así alcancen la santidad. Oremos.

* Por Argentina, para que no se apruebe la ley del aborto, que ya se está tratando en la Cámara de Diputados.

Oremos.

Estas son nuestras necesidades, Señor; ayúdanos con tu poder y tu gracia para resplandecer ante

todos con la vida nueva de la Pascua, por Jesucristo nuestro Señor.

Ofertorio: Animados por la vida de la Pascua, ponemos delante del Padre nuestras personas como una oblación unida a la

de Cristo.

Ofrecemos este incienso y con él nuestros corazones, como un culto agradable a Dios.

Junto con el pan y el vino, que llevamos hasta el Altar para ser transubstanciados en el Cuerpo y Sangre del

Cristo, queremos testimoniar con nuestra fe que Cristo vive.

Comunión:

Dice Santa Faustina Kowalska: “Oh Jesús oculto, glorioso anticipo de mi resurrección, en Ti se centra toda mi

vida,.. ya nada apagará Tu amor en mi corazón” .

Salida:

María Madre de la Misericordia, condúcenos hasta una estrecha unión con Cristo en el peregrinar de nuestra fe

para que podamos transmitir a todos los hombres el Amor infinito de Dios.

(Gentileza del Monasterio “Santa Teresa de los Andes” (SSVM) _ San Rafael _ Argentina)

1.c Notas sobre las Lecturas

Nota sobre las Lecturas del Tiempo Pascual

Respecto a las lecturas de los domingos del Tiempo Pascual, dicen los Prenotanda del Leccionario:

“Hasta el domingo tercero de Pascua, las lecturas del Evangelio relatan las apariciones de Cristo

resucitado. Las lecturas del buen Pastor están asignadas al cuarto domingo de Pascua. Los domingos quinto,

sexto y séptimo de Pascua se leen pasajes escogidos del discurso y de la oración del Señor después de la última

cena.

“La primera lectura se toma de los Hechos de los Apóstoles, en el ciclo de los tres años, de modo

paralelo y progresivo; de este modo, cada año se ofrecen algunas manifestaciones de la vida, testimonio y

progreso de la Iglesia primitiva.

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“Para la lectura apostólica, el año A se lee la primera carta de san Pedro, el año B la primera carta de

san Juan, el año C el Apocalipsis; estos textos están muy de acuerdo con el espíritu de una fe alegre y una firme

esperanza, propio de este tiempo” (Prenotanda del Leccionario, nº 100).

Para tener en cuenta entonces: en el Tiempo Pascual los evangelios de los domingos son los mismos

para los tres ciclos. Las que sí varían según cada ciclo son la primera y la segunda lectura. La primera es

siempre (para los tres ciclos) tomada del libro de los Hechos de los Apóstoles, pero en cada ciclo se presentan

textos diferentes de ese mismo libro. La segunda lectura se toma, para el Ciclo A, de la primera carta de San

Pedro; para el Ciclo B, de la primera carta de San Juan; para el Ciclo C, del Apocalipsis. Es necesario prestar

atención al comentario que hacen los Prenotanda a estos tres libros del Nuevo Testamento: presentan una fe

alegre y una firme esperanza, propias de este Tiempo Pascual. Por lo tanto, en el momento de preparar la

homilía, esta indicación puede ser muy útil, ya que de esta segunda lectura pueden tomarse elementos que

sirvan al oyente para captar el espíritu de este tiempo.

Respecto a las ferias del Tiempo Pascual dicen los Prenotanda del Leccionario:

“La primera lectura se toma de los Hechos de los Apóstoles, como los domingos, de modo semi-

continuo.

“En el Evangelio, dentro de la octava de Pascua, se leen los relatos de las apariciones del Señor.

Después, se hace una lectura semi-continua del Evangelio de san Juan, del cual se toman ahora los textos de

índole más bien pascual, para completar así la lectura ya empezada en el tiempo de Cuaresma. En esta lectura

pascual ocupan una gran parte el discurso y la oración del Señor después de la cena”. (Prenotanda del

Leccionario, nº 101).

El nº 102 de los Prenotanda explica en detalle la distribución de las lecturas para las solemnidades de la

Ascensión y de Pentecostés.

Es necesario prestar atención al hecho de que tanto en los domingos como en las ferias del Tiempo

Pascual se le da un lugar preferencial al discurso y oración del Señor después de la cena, que San Juan consignó

en su evangelio. El estudio de este texto será un instrumento privilegiado para la preparación de las homilías del

Tiempo Pascual.

P. Lic. José Antonio Marcone, IVE

Directorio Homilético

Segundo domingo de Pascua

CEC 448, 641-646: la aparición del Resucitado

CEC 1084-1089: la presencia santificante de Cristo resucitado en la Liturgia

CEC 2177-2178, 1342: la Eucaristía dominical

CEC 654-655, 1988: nuestro nacimiento a una vida nueva en la Resurrección de Cristo

CEC 976-984, 1441-1442: “Creo en el perdón de los pecados”

CEC 949-953, 1329, 1342, 2624, 2790: la comunión de los bienes espirituales

448 Con mucha frecuencia, en los Evangelios, hay personas que se dirigen a Jesús llamándole "Señor". Este

título expresa el respeto y la confianza de los que se acercan a Jesús y esperan de él socorro y curación

(cf. Mt 8, 2; 14, 30; 15, 22, etc.). Bajo la moción del Espíritu Santo, expresa el reconocimiento del

misterio divino de Jesús (cf. Lc 1, 43; 2, 11). En el encuentro con Jesús resucitado, se convierte en

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adoración: "Señor mío y Dios mío" (Jn 20, 28). Entonces toma una connotación de amor y de afecto que

quedará como propio de la tradición cristiana: "¡Es el Señor!" (Jn 21, 7).

Las apariciones del Resucitado

641 María Magdalena y las santas mujeres, que venían de embalsamar el cuerpo de Jesús (cf. Mc 16,1; Lc 24,

1) enterrado a prisa en la tarde del Viernes Santo por la llegada del Sábado (cf. Jn 19, 31. 42) fueron las

primeras en encontrar al Resucitado (cf. Mt 28, 9-10; Jn 20, 11-18). Así las mujeres fueron las primeras

mensajeras de la Resurrección de Cristo para los propios Apóstoles (cf. Lc 24, 9-10). Jesús se apareció en

seguida a ellos, primero a Pedro, después a los Doce (cf. 1 Co 15, 5). Pedro, llamado a confirmar en la fe

a sus hermanos (cf. Lc 22, 31-32), ve por tanto al Resucitado antes que los demás y sobre su testimonio es

sobre el que la comunidad exclama: "¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!" (Lc

24, 34).

642 Todo lo que sucedió en estas jornadas pascuales compromete a cada uno de los Apóstoles - y a Pedro en

particular - en la construcción de la era nueva que comenzó en la mañana de Pascua. Como testigos del

Resucitado, los apóstoles son las piedras de fundación de su Iglesia. La fe de la primera comunidad de

creyentes se funda en el testimonio de hombres concretos, conocidos de los cristianos y, para la mayoría,

viviendo entre ellos todavía. Estos "testigos de la Resurrección de Cristo" (cf. Hch 1, 22) son ante todo

Pedro y los Doce, pero no solamente ellos: Pablo habla claramente de más de quinientas personas a las

que se apareció Jesús en una sola vez, además de Santiago y de todos los apóstoles (cf. 1 Co 15, 4-8).

643 Ante estos testimonios es imposible interpretar la Resurrección de Cristo fuera del orden físico, y no

reconocerlo como un hecho histórico. Sabemos por los hechos que la fe de los discípulos fue sometida a la

prueba radical de la pasión y de la muerte en cruz de su Maestro, anunciada por él de antemano (cf. Lc 22,

31-32). La sacudida provocada por la pasión fue tan grande que los discípulos (por lo menos, algunos de

ellos) no creyeron tan pronto en la noticia de la resurrección. Los evangelios, lejos de mostrarnos una

comunidad arrobada por una exaltación mística, los evangelios nos presentan a los discípulos abatidos ("la

cara sombría": Lc 24, 17) y asustados (cf. Jn 20, 19). Por eso no creyeron a las santas mujeres que

regresaban del sepulcro y "sus palabras les parecían como desatinos" (Lc 24, 11; cf. Mc 16, 11. 13).

Cuando Jesús se manifiesta a los once en la tarde de Pascua "les echó en cara su incredulidad y su dureza

de cabeza por no haber creído a quienes le habían visto resucitado" (Mc 16, 14).

644 Tan imposible les parece la cosa que, incluso puestos ante la realidad de Jesús resucitado, los discípulos

dudan todavía (cf. Lc 24, 38): creen ver un espíritu (cf. Lc 24, 39). "No acaban de creerlo a causa de la

alegría y estaban asombrados" (Lc 24, 41). Tomás conocerá la misma prueba de la duda (cf. Jn 20, 24-27)

y, en su última aparición en Galilea referida por Mateo, "algunos sin embargo dudaron" (Mt 28, 17). Por

esto la hipótesis según la cual la resurrección habría sido un "producto" de la fe (o de la credulidad) de los

apóstoles no tiene consistencia. Muy al contrario, su fe en la Resurrección nació - bajo la acción de la

gracia divina- de la experiencia directa de la realidad de Jesús resucitado.

El estado de la humanidad resucitada de Cristo

645 Jesús resucitado establece con sus discípulos relaciones directas mediante el tacto (cf. Lc 24, 39; Jn 20,

27) y el compartir la comida (cf. Lc 24, 30. 41-43; Jn 21, 9. 13-15). Les invita así a reconocer que él no

es un espíritu (cf. Lc 24, 39) pero sobre todo a que comprueben que el cuerpo resucitado con el que se

presenta ante ellos es el mismo que ha sido martirizado y crucificado ya que sigue llevando las huellas de

su pasión (cf Lc 24, 40; Jn 20, 20. 27). Este cuerpo auténtico y real posee sin embargo al mismo tiempo

las propiedades nuevas de un cuerpo glorioso: no está situado en el espacio ni en el tiempo, pero puede

hacerse presente a su voluntad donde quiere y cuando quiere (cf. Mt 28, 9. 16-17; Lc 24, 15. 36; Jn 20, 14.

19. 26; 21, 4) porque su humanidad ya no puede ser retenida en la tierra y no pertenece ya más que al

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dominio divino del Padre (cf. Jn 20, 17). Por esta razón también Jesús resucitado es soberanamente libre

de aparecer como quiere: bajo la apariencia de un jardinero (cf. Jn 20, 14-15) o "bajo otra figura" (Mc 16,

12) distinta de la que les era familiar a los discípulos, y eso para suscitar su fe (cf. Jn 20, 14. 16; 21, 4. 7).

646 La Resurrección de Cristo no fue un retorno a la vida terrena como en el caso de las resurrecciones que

él había realizado antes de Pascua: la hija de Jairo, el joven de Naim, Lázaro. Estos hechos eran

acontecimientos milagrosos, pero las personas afectadas por el milagro volvían a tener, por el poder de Jesús,

una vida terrena "ordinaria". En cierto momento, volverán a morir. La resurrección de Cristo es esencialmente

diferente. En su cuerpo resucitado, pasa del estado de muerte a otra vida más allá del tiempo y del espacio. En la

Resurrección, el cuerpo de Jesús se llena del poder del Espíritu Santo; participa de la vida divina en el estado de

su gloria, tanto que San Pablo puede decir de Cristo que es "el hombre celestial" (cf. 1 Co 15, 35-50).

II LA OBRA DE CRISTO EN LA LITURGIA

Cristo glorificado...

1084 "Sentado a la derecha del Padre" y derramando el Espíritu Santo sobre su Cuerpo que es la Iglesia, Cristo

actúa ahora por medio de los sacramentos, instituidos por él para comunicar su gracia. Los sacramentos

son signos sensibles (palabras y acciones), accesibles a nuestra humanidad actual. Realizan eficazmente la

gracia que significan en virtud de la acción de Cristo y por el poder del Espíritu Santo.

1085 En la Liturgia de la Iglesia, Cristo significa y realiza principalmente su misterio pascual. Durante su vida

terrestre Jesús anunciaba con su enseñanza y anticipaba con sus actos el misterio pascual. Cuando llegó su

Hora (cf Jn 13,1; 17,1), vivió el único acontecimiento de la historia que no pasa: Jesús muere, es

sepultado, resucita de entre los muertos y se sienta a la derecha del Padre "una vez por todas" (Rm 6,10;

Hb 7,27; 9,12). Es un acontecimiento real, sucedido en nuestra historia, pero absolutamente singular:

todos los demás acontecimientos suceden una vez, y luego pasan y son absorbidos por el pasado. El

misterio pascual de Cristo, por el contrario, no puede permanecer solamente en el pasado, pues por su

muerte destruyó a la muerte, y todo lo que Cristo es y todo lo que hizo y padeció por los hombres

participa de la eternidad divina y domina así todos los tiempos y en ellos se mantiene permanentemente

presente. El acontecimiento de la Cruz y de la Resurrección permanece y atrae todo hacia la Vida.

...desde la Iglesia de los Apóstoles...

1086 "Por esta razón, como Cristo fue enviado por el Padre, él mismo envió también a los Apóstoles, llenos del

Espíritu Santo, no sólo para que, al predicar el Evangelio a toda criatura, anunciaran que el Hijo de Dios,

con su muerte y resurrección, nos ha liberado del poder de Satanás y de la muerte y nos ha conducido al

reino del Padre, sino también para que realizaran la obra de salvación que anunciaban mediante el

sacrificio y los sacramentos en torno a los cuales gira toda la vida litúrgica" (SC 6)

1087 Así, Cristo resucitado, dando el Espíritu Santo a los Apóstoles, les confía su poder de santificación (cf Jn

20,21-23); se convierten en signos sacramentales de Cristo. Por el poder del mismo Espíritu Santo confían

este poder a sus sucesores. Esta "sucesión apostólica" estructura toda la vida litúrgica de la Iglesia. Ella

misma es sacramental, transmitida por el sacramento del Orden.

...está presente en la Liturgia terrena...

1088 "Para llevar a cabo una obra tan grande" -la dispensación o comunicación de su obra de salvación-"Cristo

está siempre presente en su Iglesia, principalmente en los actos litúrgicos. Está presente en el sacrificio de

la misa, no sólo en la persona del ministro, `ofreciéndose ahora por ministerio de los sacerdotes el mismo

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que entonces se ofreció en la cruz', sino también, sobre todo, bajo las especies eucarísticas. Está presente

con su virtud en los sacramentos, de modo que, cuando alguien bautiza, es Cristo quien bautiza. Está

presente en su palabra, pues es El mismo el que habla cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura.

Está presente, finalmente, cuando la Iglesia suplica y canta salmos, el mismo que prometió: `Donde están

dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos' (Mt 18,20)" (SC 7).

1089 "Realmente, en una obra tan grande por la que Dios es perfectamente glorificado y los hombres

santificados, Cristo asocia siempre consigo a la Iglesia, su esposa amadísima, que invoca a su Señor y por

El rinde culto al Padre Eterno" (SC 7)

...que participa en la Liturgia celestial.

La eucaristía dominical

2177 La celebración dominical del Día y de la Eucaristía del Señor tiene un papel principalísimo en la vida de

la Iglesia. "El domingo en el que se celebra el misterio pascual, por tradición apostólica, ha de observarse

en toda la Iglesia como fiesta primordial de precepto" (CIC, can. 1246,1).

"Igualmente deben observarse los días de Navidad, Epifanía, Ascensión, Santísimo Cuerpo y Sangre de

Cristo, Santa María Madre de Dios, Inmaculada Concepción y Asunción, San José, Santos Apóstoles

Pedro y Pablo y, finalmente, todos los Santos" (CIC, can. 1246,1).

2178 Esta práctica de la asamblea cristiana se remonta a los comienzos de la edad apostólica (cf Hch 2,42-46; 1

Co 11,17). La carta a los Hebreos dice: "no abandonéis vuestra asamblea, como algunos acostumbran

hacerlo, antes bien, animaos mutuamente" (Hb 10,25).

La tradición conserva el recuerdo de una exhortación siempre actual: "Venir temprano a la Iglesia,

acercarse al Señor y confesar sus pecados, arrepentirse en la oración...Asistir a la sagrada y divina liturgia,

acabar su oración y no marchar antes de la despedida...Lo hemos dicho con frecuencia: este día os es dado para

la oración y el descanso. Es el día que ha hecho el Señor. En él exultamos y nos gozamos (Autor anónimo,

serm. dom.).

1342 Desde el comienzo la Iglesia fue fiel a la orden del Señor. De la Iglesia de Jerusalén se dice:

Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, fieles a la comunión fraterna, a la fracción del pan y

a las oraciones...Acudían al Templo todos los días con perseverancia y con un mismo espíritu, partían el

pan por las casas y tomaban el alimento con alegría y con sencillez de corazón (Hch 2,42.46).

654 Hay un doble aspecto en el misterio Pascual: por su muerte nos libera del pecado, por su Resurrección nos

abre el acceso a una nueva vida. Esta es, en primer lugar, la justificación que nos devuelve a la gracia de

Dios (cf. Rm 4, 25) "a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos ... así también

nosotros vivamos una nueva vida" (Rm 6, 4). Consiste en la victoria sobre la muerte y el pecado y en la

nueva participación en la gracia (cf. Ef 2, 4-5; 1 P 1, 3). Realiza la adopción filial porque los hombres se

convierten en hermanos de Cristo, como Jesús mismo llama a sus discípulos después de su Resurrección:

"Id, avisad a mis hermanos" (Mt 28, 10; Jn 20, 17). Hermanos no por naturaleza, sino por don de la

gracia, porque esta filiación adoptiva confiere una participación real en la vida del Hijo único, la que ha

revelado plenamente en su Resurrección.

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655 Por último, la Resurrección de Cristo - y el propio Cristo resucitado - es principio y fuente de nuestra

resurrección futura: "Cristo resucitó de entre los muertos como primicias de los que durmieron ... del

mismo modo que en Adán mueren todos, así también todos revivirán en Cristo" (1 Co 15, 20-22). En la

espera de que esto se realice, Cristo resucitado vive en el corazón de sus fieles. En El los cristianos

"saborean los prodigios del mundo futuro" (Hb 6,5) y su vida es arrastrada por Cristo al seno de la vida

divina (cf. Col 3, 1-3) para que ya no vivan para sí los que viven, sino para aquél que murió y resucitó por

ellos" (2 Co 5, 15).

Artículo10 "CREO EN EL PERDON DE LOS PECADOS"

976 El Símbolo de los Apóstoles vincula la fe en el perdón de los pecados a la fe en el Espíritu Santo, pero

también a la fe en la Iglesia y en la comunión de los santos. Al dar el Espíritu Santo a su apóstoles, Cristo

resucitado les confirió su propio poder divino de perdonar los pecados: "Recibid el Espíritu Santo. A

quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos"

(Jn 20, 22-23).

(La IIª parte del Catecismo tratará explícitamente del perdón de los pecados por el Bautismo, el

Sacramento de la Penitencia y los demás sacramentos, sobre todo la Eucaristía. Aquí basta con evocar

brevemente, por tanto, algunos datos básicos).

I UN SOLO BAUTISMO PARA EL PERDON DE LOS PECADOS

977 Nuestro Señor vinculó el perdón de los pecados a la fe y al Bautismo: "Id por todo el mundo y proclamad

la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado se salvará" (Mc 16, 15-16). El Bautismo es

el primero y principal sacramento del perdón de los pecados porque nos une a Cristo muerto por nuestros

pecados y resucitado para nuestra justificación (cf. Rm 4, 25), a fin de que "vivamos también una vida

nueva" (Rm 6, 4).

978 "En el momento en que hacemos nuestra primera profesión de Fe, al recibir el santo Bautismo que nos

purifica, es tan pleno y tan completo el perdón que recibimos, que no nos queda absolutamente nada por

borrar, sea de la falta original, sea de las faltas cometidas por nuestra propia voluntad, ni ninguna pena

que sufrir para expiarlas... Sin embargo, la gracia del Bautismo no libra a la persona de todas las

debilidades de la naturaleza. Al contrario, todavía nosotros tenemos que combatir los movimientos de la

concupiscencia que no cesan de llevarnos al mal" (Catech. R. 1, 11, 3).

979 En este combate contra la inclinación al mal, ¿quién será lo suficientemente valiente y vigilante para

evitar toda herida del pecado? "Si, pues, era necesario que la Iglesia tuviese el poder de perdonar los

pecados, también hacía falta que el Bautismo no fuese para ella el único medio de servirse de las llaves

del Reino de los cielos, que había recibido de Jesucristo; era necesario que fuese capaz de perdonar los

pecados a todos los penitentes, incluso si hubieran pecado hasta en el último momento de su vida"

(Catech. R. 1, 11, 4).

980 Por medio del sacramento de la penitencia el bautizado puede reconciliarse con Dios y con la Iglesia:

Los padres tuvieron razón en llamar a la penitencia "un bautismo laborioso" (San Gregorio Nac., Or. 39.

17). Para los que han caído después del Bautismo, es necesario para la salvación este sacramento de la

penitencia, como lo es el Bautismo para quienes aún no han sido regenerados (Cc de Trento: DS 1672).

II EL PODER DE LAS LLAVES

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981 Cristo, después de su Resurrección envió a sus apóstoles a predicar "en su nombre la conversión para

perdón de los pecados a todas las naciones" (Lc 24, 47). Este "ministerio de la reconciliación" (2 Co 5,

18), no lo cumplieron los apóstoles y sus sucesores anunciando solamente a los hombres el perdón de

Dios merecido para nosotros por Cristo y llamándoles a la conversión y a la fe, sino comunicándoles

también la remisión de los pecados por el Bautismo y reconciliándolos con Dios y con la Iglesia gracias al

poder de las llaves recibido de Cristo:

La Iglesia ha recibido las llaves del Reino de los cielos, a fin de que se realice en ella la remisión de los

pecados por la sangre de Cristo y la acción del Espíritu Santo. En esta Iglesia es donde revive el alma, que

estaba muerta por los pecados, a fin de vivir con Cristo, cuya gracia nos ha salvado (San Agustín, serm.

214, 11).

982 No hay ninguna falta por grave que sea que la Iglesia no pueda perdonar. "No hay nadie, tan perverso y

tan culpable, que no deba esperar con confianza su perdón siempre que su arrepentimiento sea sincero"

(Catech. R. 1, 11, 5). Cristo, que ha muerto por todos los hombres, quiere que, en su Iglesia, estén siempre

abiertas las puertas del perdón a cualquiera que vuelva del pecado (cf. Mt 18, 21-22).

983 La catequesis se esforzará por avivar y nutrir en los fieles la fe en la grandeza incomparable del don que

Cristo resucitado ha hecho a su Iglesia: la misión y el poder de perdonar verdaderamente los pecados, por

medio del ministerio de los apóstoles y de sus sucesores:

El Señor quiere que sus discípulos tengan un poder inmenso: quiere que sus pobres servidores cumplan en

su nombre todo lo que había hecho cuando estaba en la tierra (San Ambrosio, poenit. 1, 34).

Los sacerdotes han recibido un poder que Dios no ha dado ni a los ángeles, ni a los arcángeles... Dios

sanciona allá arriba todo lo que los sacerdotes hagan aquí abajo (San Juan Crisóstomo, sac. 3, 5).

Si en la Iglesia no hubiera remisión de los pecados, no habría ninguna esperanza, ninguna expectativa de

una vida eterna y de una liberación eterna. Demos gracias a Dios que ha dado a la Iglesia semejante don (San

Agustín, serm. 213, 8).

Sólo Dios perdona el pecado

1441 Sólo Dios perdona los pecados (cf Mc 2,7). Porque Jesús es el Hijo de Dios, dice de sí mismo: "El Hijo

del hombre tiene poder de perdonar los pecados en la tierra" (Mc 2,10) y ejerce ese poder divino: "Tus

pecados están perdonados" (Mc 2,5; Lc 7,48). Más aún, en virtud de su autoridad divina, Jesús confiere

este poder a los hombres (cf Jn 20,21-23) para que lo ejerzan en su nombre.

1442 Cristo quiso que toda su Iglesia, tanto en su oración como en su vida y su obra, fuera el signo y el

instrumento del perdón y de la reconciliación que nos adquirió al precio de su sangre. Sin embargo, confió el

ejercicio del poder de absolución al ministerio apostólico, que está encargado del "ministerio de la

reconciliación" (2 Cor 5,18). El apóstol es enviado "en nombre de Cristo", y "es Dios mismo" quien, a través de

él, exhorta y suplica: "Dejaos reconciliar con Dios" (2 Co 5,20).

2. EXÉGESIS

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Manuel De Tuya

Apariciones a los discípulos (Jn.20,19-29)

19 La tarde del primer día de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se hallaban

reunidos los discípulos por temor de los judíos, vino Jesús y, puesto en medio de ellos, les dijo: La

paz sea con vosotros. 20

Y diciendo esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se

alegraron viendo al Señor. 21

Díjoles otra vez: La paz sea con vosotros. Como me envió mi Padre,

así os envío Yo. 22

Diciendo esto, sopló y les dijo: Recibid el Espíritu Santo; 23

a quienes

perdonareis los pecados, les serán perdonados; a quienes se los retuviereis, les serán retenidos. 24

Tomás, uno de los doce, llamado Dídimo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Dijéronle, pues,

los otros discípulos: Hemos visto al Señor. 25

El les dijo: Si no veo en sus manos la señal de los

clavos y meto mi dedo en el lugar de los clavos y mi mano en su costado, no creeré. 26

Pasados ocho

días, otra vez estaban dentro los discípulos y Tomás con ellos. Vino Jesús cerradas las puertas y,

puesto en medio de ellos, dijo: La paz sea con vosotros. 27

Luego dijo a Tomás: Alarga acá tu dedo

y mira mis manos, y tiende tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo, sino fiel. 28

Respondió Tomás y dijo: ¡Señor mío y Dios mío! 29

Jesús le dijo: Porque me has visto has creído;

dichosos los que sin ver creyeron.

Estas apariciones a los apóstoles son destacadas en Jn por su excepcional importancia.

La primera tiene lugar en la “tarde” del mismo día de la resurrección, cuyo nombre de la semana era

llamado por los judíos como lo pone aquí Jn: “el primer día de la semana.”

Los once apóstoles están juntos; acaso hubiese con ellos otras gentes que no se citan. No se dice el lugar;

verosímilmente podría ser en el cenáculo (Hec_1:4.13). Los sucesos de aquellos días, siendo ellos los discípulos

del Crucificado, les tenían medrosos. Por eso les hacía ocultarse y cerrar las puertas, para evitar una intromisión

inesperada de sus enemigos. Pero la consignación de este detalle tiene también por objeto demostrar el estado

“glorioso” en que se halla Cristo resucitado cuando se presenta ante ellos.

Inesperadamente, Cristo se apareció en medio de ellos. Lc, que narra esta escena, dice que quedaron

“aterrados,” pues creían ver un “espíritu” o un fantasma. Cristo les saludó deseándoles la “paz.” Con ello les

confirió lo que ésta llevaba anejo (cf. Luc_24:36-43).

Jn omite lo que dice Lc: cómo les dice que no se turben ni duden de su presencia. Aquí, al punto, como

garantía, les muestra “las manos,” que con sus cicatrices les hacían ver que eran las manos días antes taladradas

por los clavos, y “el costado,” abierto por la lanza; en ambas heridas, mostradas como títulos e insignias de

triunfo, Tomás podría poner sus dedos. En Lc se cita que les muestra “sus manos y pies,” y se omite lo del

costado, sin duda porque se omite la escena de Tomás. (....) Esta, como la escena en Lc, es un relato de

reconocimiento: aquí, de identificación del Cristo muerto y resucitado; en Lc es prueba de realidad corporal, no

de un fantasma, contra griegos y docetistas. Naturalmente, el interés apologético en nada desvirtúa la realidad

histórica. Sin ésta fallaría la otra.

Bien atestiguada su resurrección y su presencia sensible, Jn transmite esta escena de trascendental

alcance teológico.

Les anuncia que ellos van a ser sus “enviados,” como El lo es del Padre. Es un tema constante en los

evangelios. Ellos son los “apóstoles” (Mat_28:19; Jua_17:18, etc.).

El, que tiene todo poder en cielos y tierra, les “envía” ahora con una misión concreta. Van a ser sus

enviados con el poder de perdonar los pecados. Esto era algo insólito. Sólo Dios en el A.T. perdonaba los

pecados. Por eso, de Cristo, al considerarle sólo hombre, decían los fariseos escandalizados: Este “blasfema.

¿Quién puede perdonar los pecados sino sólo Dios?” (Mar_2:7 par.).

Al decir esto, “sopló” sobre ellos. Es símbolo con el que se comunica la vida que Dios concede

(Gen_2:7; Eze_37:9-14; Sab_15:11). Por la penitencia, Dios va a comunicar su perdón, que es el dar a los

hombres el “ser hijos de Dios” (Jua_1:12): el poder de perdonar, que es dar vida divina. Precisamente en

Génesis, Dios “insufla” sobre Adán, el hombre de “arcilla,” y le “inspiró aliento de vida” (Gen_2:7) Por eso,

con esta simbólica insuflación explica su sentido, que es el que “reciban el Espíritu Santo.” Dios les comunica

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su poder y su virtud para una finalidad concreta: “A quienes perdonareis los pecados, les serán perdonados; y a

quienes se los retuviereis, les serán retenidos.”

Este poder que Cristo confiere personalmente a los apóstoles no es ni Pentecostés ni la promesa del Espíritu

Santo del Sermón de la Cena.

1) No es Pentecostés. Esta donación del Espíritu en Pentecostés es la que recoge Lc en la aparición de

Cristo resucitado (Luc_24:49), preparando la exposición de su cumplimiento en los Hechos (Hec_1:4-8; c.2).

Pero esta “promesa” es en Lc — Evangelio y Hechos — , junto con la transformación que los apóstoles

experimentaron, la virtud de la fortaleza en orden a su misión de “apóstoles” “testigos.”

2) No es La “promesa” del Espíritu Santo que les hace en el evangelio de Jn, en el Sermón de la Cena

(Jua_14:16.17.26; Jua_16:7-15), ya que en esos pasajes se les promete al Espíritu Santo, que se les comunicará

en Pentecostés, una finalidad “defensora” de ellos e “iluminadora” y “docente.” Jn no puede estar en

contradicción consigo mismo.

3) En cambio, aquí la donación del Espíritu Santo a los apóstoles tiene una misión de “perdón.” Los

apóstoles se encuentran en adelante investidos del poder de perdonar los pecados. Este poder exige para su

ejercicio un juicio. Si han de perdonar o retener todos los pecados, necesitan saber si pueden perdonar o han de

retener. Evidentemente es éste el poder sacramental de la confesión.

De este pasaje dio la Iglesia dos definiciones dogmáticas. La primera fue dada en el canon 12 del quinto

concilio ecuménico, que es el Constantinopolitano II, de 552, y dice así, definiendo:

“Si alguno defiende al impío Teodoro de Mopsuestia, que dijo... que, después de la resurrección, cuando

el Señor insufló a los discípulos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo” (Jua_20:22), no les dio el Espíritu Santo,

sino que tan sólo se lo dio figurativamente., sea anatema.” 12

La segunda definición dogmática la dio el concilio de Trento, cuando, interpretando dogmáticamente

este pasaje de Jn, dice en el canon 3, “De sacramento paenitentiae”:

“Si alguno dijese que aquellas palabras del Señor Salvador: Recibid el Espíritu Santo; a quienes

perdonareis los pecados, les serán perdonados; y a quienes se los retuviereis, les serán retenidos

(Jua_20:22ss), no han de entenderse de la potestad de perdonar y retener los pecados en el sacramento de la

penitencia, como la Iglesia católica, ya desde el principio, siempre lo entendió así, sino que lo retorciese, contra

la institución de este sacramento, a la autoridad de predicar el Evangelio, sea anatema.” 13

En este pasaje de Jn es de fe: a) que Cristo les comunicó el Espíritu Santo (quinto concilio ecuménico);

b) y que se lo comunicó al instituir el sacramento de la penitencia (concilio de Trento).

(...)

En esta aparición del Señor a los apóstoles no estaba el apóstol Tomás, de sobrenombre Dídimo (=

gemelo, mellizo). Si aparece, por una parte, hombre de corazón y de arranque (Jua_11:16), en otros pasajes se le

ve un tanto escéptico, o que tiene un criterio un poco “positivista” (Jua_14:5). Se diría que es lo que va a

reflejarse aquí. No solamente no creyó en la resurrección del Señor por el testimonio de los otros diez apóstoles,

y no sólo exigió para ello el verle él mismo, sino el comprobarlo “positivamente”: necesitaba “ver” las llagas de

los clavos en sus manos y “meter” su dedo en ellas, lo mismo que su “mano” en la llaga de su “costado,” abierta

por el golpe de lanza del centurión. Sólo a este precio “creerá.”

Pero a los “ocho días” se realizó otra vez la visita del Señor. Estaban los diez apóstoles juntos,

probablemente en el mismo lugar, y Tomás con ellos. Y vino el Señor otra vez, “cerradas las puertas.” Jn relata

la escena con la máxima sobriedad. Y después de desearles la paz — saludo y don — se dirigió a Tomás y le

mandó que cumpliese en su cuerpo la experiencia que exigía. No dice el texto si Tomás llegó a ello. Más bien lo

excluye al decirle Cristo que creyó porque “vio,” no resaltándose, lo que se esperaría en este caso, el hecho de

haber cumplido Tomás su propósito para cerciorarse. Probablemente no. La evidencia de la presencia de Cristo

había de deshacer la pertinacia de Tomás. Su exclamación encierra una riqueza teológica grande. Dice: “¡Señor

mío y Dios mío!”

La frase no es una exclamación; se usaría para ello el vocativo (Rev_11:17; Rev_15:3). Es un

reconocimiento de Cristo: de quién es El. Es, además, lo que pide el contexto (v.29). Esta formulación es uno de

los pasajes del evangelio de Jn, junto con el “prólogo,” en donde explícitamente se proclama la divinidad de

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Cristo (1Jn_5:20).

(...)

La expresión binomio “Señor y Dios” (Κύριος -θεός ) es la traducción que hacen los LXX de Yahvé 'Eíohím.

Este nombre pasará a la primitiva tradición cristiana (Hec_2:36). Acaso Jn lo toma del ambiente. El Κύριος era

confesión ordinaria para proclamar la divinidad de Cristo.

En el evangelio de Jn se dice de Cristo que se “ha de ir” (muerte/resurrección), que ha de “subir” al

Cielo” — “ascensión” — como plan del Padre para “enviar” el E. S. Y aquí, ¿antes de la “ascensión” ya “envía”

el Espíritu para el “perdón de los pecados”? Una vez que el alma de Cristo se separó del cuerpo, entró en su

gloria: estaba en el cielo; al resucitar Cristo en su integridad gloriosa, estaba en el cielo. Las “apariciones” de

los “cuarenta días,” de las que se habla en los Hechos de los Apóstoles, en nada impiden esta vida celestial y la

“ascensión” de Cristo en su gloria. Jn ve toda una unidad — muerte-resurrección/ ascensión/venida del E.S.,

enviado por Cristo — por su profundo enfoque teológico de estos hechos. (...)

La respuesta de Cristo a esta confesión de Tomás acusa el contraste, se diría un poco irónico, entre la fe

de Tomás y la visión de Cristo resucitado, para proclamar “bienaventurados” a los que creen sin ver. No es

censura a los motivos racionales de la fe y la credibilidad (cf. Rom), como tampoco lo es a los otros diez

apóstoles, que ocho días antes le vieron y creyeron, pero que no plantearon exigencias ni condiciones para su fe:

no tuvieron la actitud de Tomás, que se negó a creer a los “testigos” para admitir la fe si él mismo no veía. El

‘ver’ no sería posible a todos: tanto por razón de la lejanía en el tiempo, como por no haber sido de los

“elegidos” por Dios para ser “testigos” de su resurrección (Hec_2:32; Hec_10:40-42). Es la bienaventuranza de

Cristo a los fieles futuros, que aceptan, por tradición ininterrumpida, la fe de los que fueron “elegidos” por

Dios para ser “testigos” oficiales de su resurrección y para transmitirla a los demás. Es lo que Cristo pidió

en la “oración sacerdotal”: “No ruego sólo por éstos (por los apóstoles), sino por cuantos crean en mí por su

palabra” (Jua_17:20).

Interesaba destacar bien esto en la comunidad primitiva y como lección para el futuro en la Iglesia. El

tiempo pasado en que está redactado el texto — lección mejor sostenida — supone una cierta queja o deseo

insatisfecho en la comunidad cristiana por no haber visto a Cristo resucitado. Era una respuesta oportuna a

esta actitud.

Conclusión,Jua_20:30-31. 30

Muchas otras señales hizo Jesús en presencia de los discípulos que no están escritas en este

libro; 31

y éstas fueron escritas para que creáis que Jesús es el Mesías, Hijo de Dios, y para que,

creyendo, tengáis vida en su nombre.

Estos versículos tienen la característica de ser el final del Evangelio de Jn. Pero al insertarse luego el c.21, con

otra terminación (Jua_21:24.25), dio lugar a tres hipótesis: 1) el c.21 sería un suplemento añadido a la obra

primitiva por un redactor muy antiguo (Schmiedel, Réville, Mollat); 2) habría sido añadido por el mismo

evangelista después de la primera redacción (Harnack, Bernard, ordinariamente los comentadores católicos); 3)

el c.21 se uniría al c.20, y los v.30 y 31 del c. 20 habrían sido traspuestos después del c.20, a continuación de la

adición de un segundo epílogo (Jua_21:24-25), por un grupo de cristianos, probablemente los ancianos de Efeso

(Lagrange, Durand, Vaganay) 16

.

El evangelista confiesa que Cristo hizo “otras muchas señales,” milagros (Jua_21:25), que son “señales”

probativas de su misión. No sólo fueron hechos y recibidos como dichos, sino “presenciados” por sus

“discípulos.” Esta confesión hace ver que los milagros referidos por Jn en su evangelio son una selección

deliberada de los mismos en orden a su tesis y a la estructura, tan profunda y “espiritual,” de su evangelio.

Están ordenados a probar que Jesús es el “Mesías” y es el “Hijo de Dios.”

Esta es la confesión de fe en El, pero esta fe es para que, “creyendo, tengáis vida en su nombre.”

Para Jn la fe es fe con obras. Es la entrega — fe y obras — a Cristo, para así tener “vida,” todo el tema

del Evangelio, especialmente destacado en el de Jn. Pero esta “vida” sólo se tiene en “su nombre.” Para el

semita, el nombre está por la persona. Aquí la fe es, por tanto, en la persona de Cristo, como el verdadero

Hijo de Dios. Todo el tema del evangelio de Jn.

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(DE TUYA, M., Evangelio de San Juan, en PROFESORES DE SALAMANCA, Biblia Comentada, BAC,

Madrid, Tomo Vb, 1977)

3. COMENTARIO TEOLÓGICO

Directorio Homilético

Las lecturas del Tiempo Pascual

51. (…) Hasta el domingo tercero de Pascua, las lecturas del Evangelio relatan las apariciones de Cristo

resucitado. Las lecturas del buen Pastor están asignadas al cuarto domingo de Pascua. En los domingos quinto,

sexto y séptimo de Pascua se leen pasajes escogidos del discurso y de la oración del Señor después de la última

cena» (OLM 99100). La rica serie de lecturas del Antiguo y del Nuevo Testamento escuchadas en el Triduo

representa uno de los momentos más intensos de la proclamación del Señor resucitado en la vida de la Iglesia, y

pretende ser instructiva y formativa para el pueblo de Dios a lo largo de todo el año litúrgico. En el curso de la

Semana Santa y del Tiempo de Pascua, basándose en los mismos textos bíblicos, el homileta tendrá variadas

ocasiones para poner el acento en la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo como contenido central de las

Escrituras. Este es el tiempo litúrgico privilegiado en el que el homileta puede y debe hacer resonar la fe de la

Iglesia sobre lo que representa el corazón de su proclamación: Jesucristo murió por nuestros pecados «según las

Escrituras» (1Cor 15,3), y ha resucitado el tercer día «según las Escrituras» (1Cor 15,4).

52. En primer lugar existe la oportunidad, en especial durante los tres primeros domingos, de transmitir las

diversas dimensiones de la lex credendi de la Iglesia en un tiempo privilegiado como este. Los párrafos del

Catecismo de la Iglesia Católica que tratan de la Resurrección (CEC 638- 658) son, en sí mismos, la

explicación de muchos de los diversos textos bíblicos claves proclamados en el tiempo Pascual. Estos párrafos

pueden ser una guía segura para el homileta que tiene la tarea de explicar al pueblo cristiano, sobre la base de

los textos de la Escritura, lo que el Catecismo, por su parte llama, en diversos capítulos, «el acontecimiento

histórico y trascendente» de la Resurrección, el significado «de las apariciones del Resucitado», «el estado de la

humanidad resucitada de Cristo» y «la Resurrección – obra de la Santísima Trinidad».

53. En segundo lugar, en los domingos del Tiempo de Pascua la primera lectura no está tomada del Antiguo

Testamento sino de los Hechos de los Apóstoles. Muchos pasajes narran ejemplos de la primera predicación

apostólica, en los que podemos reconocer que los propios Apóstoles emplearon las Escrituras para anunciar el

significado de la muerte y la Resurrección de Jesús. Otros narran las consecuencias de esta última y sus efectos

en la vida de la comunidad cristiana. A partir de estos pasajes, el homileta tiene en su mano algunos de sus más

fuertes y fundamentales instrumentos. Observa cómo los Apóstoles se han servido de las Escrituras para

anunciar la muerte y Resurrección de Jesús y se comporta del mismo modo, no solo a propósito del pasaje que

está tratando sino adoptando un estilo similar para todo el año litúrgico. Reconoce, además, la potencia de la

vida del Señor resucitado, que actúa en las primeras comunidades, y proclama con fe al pueblo que la misma

potencia está todavía operante entre nosotros.

54. En tercer lugar, la intensidad de la Semana Santa con el Triduo Pascual, seguido de la gozosa celebración de

los cincuenta días que culminan en Pentecostés, es para los homiletas un tiempo excelente para tejer vínculos

entre las Escrituras y la Eucaristía. Justamente en el gesto de «partir el pan» – recuerda la entrega total de sí por

parte de Jesús en la Última Cena y después en la Cruz – los discípulos se dan cuenta de cuánto ardía su corazón

mientras el Señor les abría la mente para comprender las Escrituras. Todavía hoy es deseable un esquema

análogo de comprensión. El homileta se prepara con diligencia para explicar las Escrituras pero el significado

más profundo de cuanto dice emergerá del «partir el pan» en la misma Liturgia, siempre que haya sabido

resaltar esta conexión (cf. VD 54). La importancia de tales vínculos ha sido mencionada claramente por el Papa

Benedicto XVI en la Verbum Domini: «Estos relatos muestran cómo la Escritura misma ayuda a percibir su

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unión indisoluble con la Eucaristía. “Conviene, por tanto, tener siempre en cuenta que la Palabra de Dios leída y

anunciada por la Iglesia en la Liturgia conduce, por decirlo así, al sacrificio de la alianza y al banquete de la

gracia, es decir, a la Eucaristía, como a su fin propio”. Palabra y Eucaristía se pertenecen tan íntimamente que

no se puede comprender la una sin la otra: la Palabra de Dios se hace sacramentalmente carne en el

acontecimiento eucarístico. La Eucaristía nos ayuda a entender la Sagrada Escritura, así como la Sagrada

Escritura, a su vez, ilumina y explica el misterio eucarístico» (VD 55).

(CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO Y LA DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS, Directorio Homilético,

2014, nº 51 - 54)

4. SANTOS PADRES

San Agustín I

Aparición a los discípulos

(Jn 20,19-23).

1. Parece que ayer dimos fin a la lectura de los relatos de la resurrección de nuestro Señor Jesucristo

según la verdad de los cuatro evangelistas. En el primer día se leyó la resurrección según Mateo; el segundo,

según Lucas; el tercero, según Marcos, y el cuarto, o sea ayer, según Juan. Mas como Juan y Lucas escribieron

abundantemente sobre la resurrección misma y lo que aconteció después de ella, sus relatos no pudieron leerse

en un solo día; de esa manera, ayer escuchamos una parte de Juan, hoy otra, y así hasta que se acabe.

¿Qué hemos escuchado hoy? Que el mismo día de la resurrección, es decir, el domingo, cuando ya de

tarde estaban los discípulos reunidos en un lugar con las puertas cerradas por miedo a los judíos, se les apareció

el Señor en medio de todos. Según testimonio del evangelista, se les apareció dos veces en el mismo día, por la

mañana y por la tarde. El relato sobre la aparición de la mañana ya se ha leído; ahora acabamos de escuchar lo

referente a la aparición de la tarde. No era necesario que yo os recordase estas cosas; vosotros mismos podíais

advertirlas. Sin embargo, pensando en los menos inteligentes y en los más descuidados, me pareció oportuno

mencionarlo para que sepáis no sólo lo que habéis oído, sino también de qué evangelio está tomado lo leído.

2. Veamos, pues, lo que nos propone la lectura de hoy como tema para el sermón 1. La misma lectura

nos invita y en cierto modo nos orienta a que digamos algo sobre cómo el Señor, que resucitó en la solidez de su

cuerpo, de modo que no sólo fue visto, sino también tocado por sus discípulos, pudo aparecérseles estando las

puertas cerradas. Algunos ponen tantas dificultades al respecto, aduciendo contra los milagros del Señor los

prejuicios de sus razonamientos, que están a punto casi de perecer. Así argumentan: «Si tenía cuerpo, si tenía

carne y huesos, si lo que resucitó del sepulcro fue lo mismo que colgó del madero, ¿cómo pudo entrar estando

cerradas las puertas? Si no pudo, dicen, no tuvo lugar; si pudo, ¿cómo pudo?» Si comprendes el cómo, deja de

ser milagro, y, si no crees que se trata de un milagro, estás muy cerca de negar también su resurrección del

sepulcro. Examina los milagros hechos por el Señor ya desde el comienzo y dame la explicación de cada uno de

ellos. Sin contacto de varón, una doncella concibe. Explica cómo sin varón ha concebido una doncella. Donde

falla la explicación, allí se levanta la fe. Ya tienes un milagro en la misma concepción del Señor; escucha otro

referido al parto: una doncella da a luz y permanece virgen. Ya entonces, antes de resucitar, pasó el Señor a

través de puertas cerradas. Me preguntas: «Si entró a través de puertas cerradas, ¿dónde quedan las propiedades

del cuerpo?» Y yo respondo: «Si caminó sobre el mar, ¿dónde queda el peso del cuerpo?» Más todo esto lo hizo

el Señor en cuanto Señor. ¿Acaso dejó de ser Señor después de haber resucitado? Además hizo caminar a Pedro

sobre las aguas; ¿qué hay que decir de esto? Lo que en Cristo pudo la divinidad, en Pedro lo realizó la fe. Pero

Cristo lo hizo porque pudo, Pedro porque Cristo le ayudó. En conclusión, si comienzas a buscar explicación a

los milagros con la sola mente humana, temo que pierdas la fe. ¿Ignoras que nada es imposible para Dios? A

quienquiera que te diga: «Si entró a través de puertas cerradas, no tenía cuerpo», retuércele el argumento. «Si

fue tocado, tenía cuerpo; si comió, tenía cuerpo; y el entrar fue resultado de un milagro, no de la naturaleza.»

¿No es digno de toda admiración el curso ordinario de la naturaleza? Todas las cosas están llenas de milagros,

pero la frecuencia los ha hecho vulgares. Intenta darme explicación; mi pregunta versará sobre lo que vemos a

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diario. Explícame por qué la semilla de un árbol tan grande como la higuera es tan pequeña que apenas puede

verse, mientras que la humilde calabaza la produce tan grande. Sin embargo, en aquella semilla tan pequeña,

apenas visible; en aquella pequeñez y estrechez —si aplicas la inteligencia y no la vista— se oculta también la

raíz; dentro de ella está el tronco y las hojas futuras y el fruto que aparecerá en el árbol. Todo está anticipado en

la semilla. No es necesario pasar revista a muchas cosas; las cosas de cada día nadie intenta explicarlas, y tú me

exiges que te explique los milagros. Lee, pues, el evangelio y cree los hechos maravillosos en él contenidos.

Más es lo que ha hecho Dios; la obra que supera a todas las demás no te causa admiración: nada existía y el

mundo existe.

3. «Pero, dices, es imposible a la mole de un cuerpo pasar a través de una puerta cerrada.» —¿Cuánta era su

corpulencia, te lo suplico? —La normal de un hombre. —¿Era, acaso, igual a la de un camello? —De ninguna

manera. —Lee el evangelio, escúchalo; cuando quiso mostrar la dificultad que tiene un rico para entrar en el

reino de los cielos, dijo: Más fácilmente entra un camello por el hondón de una aguja que un rico en el reino de

los cielos. Al oír esto, los discípulos, pensando que era de todo punto imposible que un camello entrase por el

hondón de una aguja, se llenaron de tristeza y dijeron: Si las cosas están así, ¿quién puede salvarse? Si más

fácilmente pasa un camello por el hondón de una aguja que se salva un rico; si un camello no puede en absoluto

pasar por el hondón de una aguja, entonces ningún rico puede salvarse. El Señor les respondió: Lo que es

imposible para los hombres, para Dios es fácil. Dios puede hacer que un camello pase por el hondón de una

aguja e introducir a un rico en el reino de los cielos. ¿Por qué pones dificultades en base a que las puertas

estaban cerradas? Las puertas cerradas tienen, al menos, una rendija; compara la rendija de las puertas con el

hondón de una aguja; compara el volumen de la carne humana con la corpulencia de los camellos y no levantes

calumnias contra la divinidad de los milagros.

(SAN AGUSTÍN, Sermones (4º) (t. XXIV), Sermón 247, 1-3, BAC Madrid 1983, 512-16)

--------------------------------------------------

San Agustín II

El incrédulo Tomás

(Jn 20,24-29).

Escuchasteis cómo a los que creen sin haber visto los alaba el Señor por encima de los que creen porque

han visto y hasta han podido tocar. Cuando el Señor se apareció a sus discípulos, el apóstol Tomás estaba

ausente; habiéndole dicho ellos que Cristo había resucitado, les contestó: Si no meto mi mano en su costado, no

creeré. ¿Qué hubiera pasado si el Señor hubiese resucitado sin las cicatrices? ¿O es que no podía haber

resucitado su carne sin que quedaran en ella rastros de las heridas? Lo podía; pero, si no hubiese conservado las

cicatrices en su cuerpo, no hubiera sanado las heridas en nuestro corazón. Al tocarle, lo reconoció. Le parecía

poco el ver con los ojos; quería creer con los dedos. «Ven, le dijo: mete aquí tus dedos; no suprimí toda huella,

sino que dejé algo para que creyeras; mira también mi costado, y no seas incrédulo, sino creyente.» Tan pronto

como le manifestó aquello sobre lo que aún le quedaba duda, exclamó: ¡Señor mío y Dios mío! Tocaba la carne

y proclamaba la divinidad. ¿Qué tocó? El cuerpo de Cristo. ¿Acaso el cuerpo de Cristo era la divinidad de

Cristo? La divinidad de Cristo era la Palabra; la humanidad, el alma y la carne. Él no podía tocar ni siquiera al

alma, pero podía advertir su presencia, puesto que el cuerpo antes muerto, ahora se movía vivo. Aquella

Palabra, en cambio, ni se cambia ni se la toca, ni decrece ni acrece, puesto que en el principio existía la

Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Esto proclamó Tomás: tocaba la carne e

invocaba la Palabra, porque la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros.

(SAN AGUSTÍN, Sermones (3º) (t. XXIII), Sermón 145 A, BAC Madrid 1983, 277-83

327-28)

5. APLICACIÓN

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P. José A. Marcone, IVE

La llaga del costado

(Jn 20,19-31)

Introducción

“En todo el mundo, el segundo Domingo de Pascua recibirá el nombre de Domingo de la Divina

Misericordia”. Son palabras de San Juan Pablo II dichas el 30 de abril de 2000, durante la Misa de canonización

de Santa Faustina Kowalska. De esta manera el Papa magno cumplía un deseo del mismo Jesús, expresado a

Santa Faustina: “Deseo que el primer domingo después de la Pascua de Resurrección sea la Fiesta de la

Misericordia”1.

Ese mismo Jesús se le había aparecido a Santa Faustina plasmando en una imagen lo que sería el punto

focal de su mensaje: la llaga del costado. En efecto, Jesús se presenta de pie, con el dedo índice de la mano

izquierda señalando la llaga del costado; de esa llaga salen dos rayos, uno blanco y otro rojo. La interpretación

de esta imagen se la dio el mismo Jesús a Santa Faustina: “Los dos rayos significan la Sangre y el Agua”2.

Podríamos decir que la imagen del Jesús de la Divina Misericordia, tal como se apareció a Santa

Faustina, es una representación plástica del evangelio de hoy. En efecto, en el evangelio de hoy Jesús,

poniéndose en medio de sus Apóstoles en una actitud demostrativa, muestra su llaga del costado a todos ellos.

En el mismo evangelio de hoy, aunque la escena sucede ocho días después, Jesús reta a Tomás Apóstol a que,

efectivamente, meta los dedos en su llaga del costado.

Por lo tanto, en la llaga del costado de Jesús resucitado se resume todo el mensaje de la divina

misericordia.

1. Una llaga abierta

Santo Tomás de Aquino concibe la llaga del costado de Jesús resucitado con un realismo que apabulla.

Para él, la llaga del costado de Jesús resucitado estaba realmente abierta; cicatrizada, pero abierta. Tanto, que

crea un problema teológico. En efecto, una de las objeciones que recibe su concepción es la siguiente: “El

cuerpo de Cristo resucitó íntegro. Ahora bien, la apertura de las heridas contraría la integridad del cuerpo,

porque a causa de esa apertura se rompe la continuidad del cuerpo. Por lo tanto, no parece conveniente que en el

cuerpo de Cristo resucitado permaneciera la apertura de las heridas. En todo caso, podría haber sido conveniente

que permanecieran las marcas de las heridas, lo cual era suficiente para el órgano de la vista, por el cual Tomás

creyó, tal como está dicho: ‘Porque me viste, Tomás, creíste’”3.

Como vemos, la objeción hace una clara distinción entre lo que sería una marca de la herida (una simple

cicatriz) de una herida abierta, cicatrizada pero abierta. Para el objetor, hubiera sido aceptable que en el cuerpo

de Cristo resucitado estuviesen las marcas de las heridas, las simples cicatrices, pero no ve que sea conveniente

que en el cuerpo de Cristo resucitado permaneciera la apertura misma de las heridas. Y la objeción es seria,

pues pareciera que ponen en peligro la misma integridad del cuerpo resucitado de Cristo.

Santo Tomás acepta que la objeción es seria. Y acepta que, de alguna manera, la apertura de las heridas

rompe la continuidad del cuerpo de Cristo resucitado, poniendo en peligro la integridad de dicho cuerpo. Pero,

sin embargo, sigue afirmando con convicción que la herida del costado de Cristo resucitado estaba abierta;

cicatrizada, pero abierta. Para Santo Tomás la herida del costado del cuerpo resucitado de Cristo es una

verdadera llaga, es decir, una apertura o abertura. Dice él: “Efectivamente: aquella apertura (en latín, apertura)

1 SANTA FAUSTINA KOWALSKA, Diario, nº 299.

2 SANTA FAUSTINA KOWALSKA, Diario, nº 299.

3 SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma Teológica, III, q. 54, a. 4, obj. 2; traducción y cursiva nuestra.

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de las heridas establece una interrupción de la continuidad del cuerpo. Sin embargo, todo esto queda

recompensado por un mayor resplandor de la gloria, de manera que el cuerpo no queda menos íntegro, sino más

perfecto. En efecto, Tomás Apóstol no solo vio, sino que también metió la mano en la herida, como dice el papa

San León”4.

Ahora bien, ¿por qué quiso Jesús que la herida del costado, después de resucitado, permaneciera

abierta? Bastaba con conservar las cicatrices para demostrar que su cuerpo resucitado era numéricamente el

mismo que tenía antes de morir, como bien dice el objetor de la Suma Teológica. ¿Por qué conservar una llaga,

una apertura, una abertura? La respuesta está en la misma naturaleza de la abertura: por una abertura se puede

salir y se puede entrar. Para eso están las aberturas. Jesús quiso conservar la abertura del costado para que

todos recuerden lo que salió de ella: sangre y agua (cf. Jn 19,34). El agua es el símbolo del Espíritu Santo y es

el símbolo de la purificación de los pecados, es decir, del Bautismo. La sangre es el símbolo de la redención y

de la vida, es decir, de la gracia santificante y del alimento de la gracia santificante, la Eucaristía, el sacramento

de su Sangre.

Pero, además, Jesús quiso conservar la abertura del costado para que todos se sientan invitados a entrar

por ella hasta su corazón. El dedo índice de la mano izquierda del Jesús de la Divina Misericordia, tal como se

apareció a Santa Faustina, no sólo está diciendo: ‘Esta es mi sangre de la redención y el agua de la regeneración

que salió de mi costado’, sino que también está diciendo: ‘Esta es la puerta de mi corazón, es decir, mi llaga del

costado, y está abierta para que todo el que quiera entrar, entre; la única condición es que confíe en mi

misericordia’.

Ambos aspectos, el salir de la sangre acuosa y el entrar del creyente hacia el corazón de Cristo, están

expresados en este texto de San Juan Crisóstomo: “¿Deseas descubrir aún por otro medio el valor de esta sangre

de Cristo? Mira de dónde brotó y cuál sea su fuente. Empezó a brotar de la misma cruz y su fuente fue el

costado del Señor. Pues muerto ya el Señor, dice el Evangelio, uno de los soldados se acercó con la lanza, le

traspasó el costado, y al punto salió agua y sangre: agua, como símbolo del bautismo; sangre, como figura de la

eucaristía. El soldado le traspasó el costado, abrió una brecha en el muro del templo santo, y yo encuentro el

tesoro escondido y me alegro con la riqueza hallada”5. ‘El tesoro escondido’ y ‘la riqueza hallada’ no son otra

cosa que el corazón de Cristo, al cual llega el creyente que entró por la brecha abierta con una infinita confianza

en la misericordia de Cristo.

2. Una llaga para siempre

Jesús, al dejar su llaga del costado abierto, ¿pensó sólo en los Doce Apóstoles o pensó también en mí,

que vivo en abril del 2018? También pensó en mí y pensó en todos los hombres de todos los tiempos, hasta el

último hombre que exista sobre la tierra. Esto queda de manifiesto en el hecho que su llaga abierta, su apertura,

su abertura no fue temporal. Fue para siempre.

Esto lo reafirma Santo Tomás de Aquino cuando le objetan que, para certificar la fe de los Apóstoles en

la resurrección de Cristo, bastaba con que sus cicatrices estuvieran en su cuerpo resucitado solamente durante el

tiempo que se apareció a los Apóstoles. Santo Tomás responde: “Cristo en su cuerpo quiso conservar las

cicatrices de sus heridas, no sólo para certificar la fe de los discípulos, sino también por otras razones”6. Una de

esas razones es la siguiente: “Para manifestar a los que han sido redimidos por su muerte cuán

4 SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma Teológica, III, q. 54, a. 4, ad 2; traducción nuestra. Todo esto coincide perfectamente con el texto del

original griego del evangelio de San Juan. Jesús le dice a Tomás Apóstol: “Trae tu mano y métela en mi costado” (Jn 20,27). Para decir

‘métela’, se usa el verbo griego bállo, que significa, como sentido primario, ‘arrojar’. Pero que, inmediatamente, significa

‘introducir’ (STRONG y VINE, Multiléxico del NT, nº 906). San Jerónimo traduce: “Mitte in latus meum”, es decir, ‘métela en mi

costado’. 5 SAN JUAN CRISÓSTOMO, Catequesis, III,16: SC 50,175.

6 SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma Teológica, III, q. 54, a. 4, ad 3; traducción nuestra.

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misericordiosamente fueron socorridos, poniéndoles delante las pruebas de su misma muerte”7. Y también dice:

“Es algo cierto que el que, al resucitar, restauró en sí mismo a todo hombre, podía también limpiar las cicatrices

de las heridas. Pero las conservó por nuestra utilidad”8. Y agrega en otro lugar: “Cristo llevó al cielo las

cicatrices de sus heridas en testimonio de su amor, para mitigar la ira del Padre de una manera más efectiva, y

para impetrar la gracia para los pecadores”9.

De hecho, esa apertura del costado, tal como Cristo la tiene hoy en su cuerpo resucitado, permanece en

él por un milagro o, como dice Santo Tomás, por dispensación divina: “Fue por dispensación que conservó en

su cuerpo las cicatrices de las heridas, para por ellas probar la verdad de la resurrección, pues al cuerpo

resucitado incorruptible le corresponde toda la integridad”10

. Y acepta como verdadero un texto de San Juan

Damasceno donde dice lo siguiente: “Después de la resurrección, ciertas cosas se dicen de Cristo con verdad,

pero no según la naturaleza, sino por dispensación divina, para certificar que el cuerpo que resucitó es el mismo

que padeció, como, por ejemplo, las cicatrices”11

.

Y así llega la conclusión: “De donde es evidente que las cicatrices que Cristo mostró después de su

resurrección en su cuerpo, en lo sucesivo nunca fueron removidas de aquel cuerpo”12

. Por lo tanto, Jesucristo

tiene hoy en su cuerpo la llaga del costado abierta en forma de abertura. Y la tiene así para mí, por amor a mí,

para que yo, hoy, abril de 2018, comprenda el inmenso amor que me tiene. Para que recuerde que por esa puerta

salió sangre y agua, y para que me sienta invitado a entrar por ella, confiando en su infinita misericordia.

El Jesús de la Divina Misericordia, tal como se le apareció a Santa Faustina Kowalska, no es otra cosa

que la realización de esta verdad bíblica que acabamos de exponer. Los rayos que salen del Jesús de la Divina

Misericordia y su mano izquierda señalando la llaga no hacen otra cosa sino poner delante de los que han sido

redimidos la prueba de su amor por nosotros, es decir, las pruebas de su muerte.

Pero, además, Santo Tomás pone otra razón, ya insinuada en uno de los textos recién citados: “Fue

conveniente que el alma de Cristo, en la resurrección, asumiera su cuerpo con las cicatrices. Una de las razones

es para mostrar siempre al Padre, ante el cual está suplicando por nosotros, cuál fue el género de muerte que

soportó por el hombre”13

. O sea que la llaga del costado no nos habla solamente a nosotros, sino que habla

también al Padre.

Esta realidad tiene un eco muy claro en San Pablo. Él dice: “Jesús posee un sacerdocio perpetuo porque

permanece para siempre. De ahí que pueda también salvar perfectamente a los que por él se llegan a Dios, ya

que está siempre vivo para interceder en su favor” (Heb 7,24-25). Jesús intercede en favor nuestro ante el Padre

mostrándole la llaga del costado que, aún ahora, tiene en su cuerpo.

3. Los efectos de la llaga del costado

La llaga del costado de Jesús es para nosotros no sólo una prueba de su amor y de su misericordia, no

sólo una invitación a acercarnos a su corazón, sino que es también la causa de nuestro perdón. En efecto, en el

mismo evangelio de hoy se cumple, a través de la llaga del costado, la efusión del Espíritu Santo que se realizó

en la cruz cuando de esa misma llaga salió agua y sangre. Podríamos decir que, así como en la cruz, a través del

costado traspasado, fue hecha la efusión del Espíritu Santo para el perdón, así también en el evangelio de hoy,

7 SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma Teológica, III, q. 54, a. 4, c; traducción nuestra.

8 SANCTI TOMAE DE AQUINO, Super Evangelium S. Ioannis lectura, caput 20, lectio 4; traducción nuestra.

9 De beatitudine, cap. 1; traducción nuestra. Este escrito, durante algún tiempo se creyó que era de Santo Tomás; ahora se duda.

Pero de todas maneras forma parte del Corpus Thomisticum y figura como de IGNOTUS AUTOR. 10

SANTO TOMÁS DE AQUINO, Compendio de Teología, Lib I, cap. 238, c.; traducción nuestra. 11

SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma Teológica, III, q. 54, a. 4, obj. 3; traducción nuestra. 12

SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma Teológica, III, q. 54, a. 4, ad 3; traducción nuestra. 13

SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma Teológica, III, q. 54, a. 4, c; traducción nuestra.

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en el aula sagrada del Cenáculo, a través de la llaga del costado del cuerpo de Cristo glorificado, Jesús nos da

efectivamente el Espíritu Santo para el perdón de los pecados.

Cuando Jesús sopla sobre los Apóstoles y les dice: “Reciban el Espíritu Santo” (Jn 20,22), les está dando

realmente el Espíritu prometido, y se lo está dando a ellos para que perdonen los pecados: “A quienes perdonéis

los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos” (Jn 20,23).

“Por la dación del Espíritu Santo, Cristo les da a ellos la idoneidad para el oficio de perdonar los

pecados, como también dice San Pablo: ‘Cristo nos hizo ministros idóneos del Nuevo Testamento, no según la

letra, sino según el Espíritu’ (2Cor 3,6). Y acerca de esta dación del Espíritu primero pone el signo de dicha

dación, que es la insuflación14

, cuando dice ‘sopló’. De manera semejante se dice en la creación del hombre:

‘Insufló en su rostro un espíritu de vida’ (Gén 2,7), cosa que el primer hombre depravó, a saber, la vida natural.

Pero Cristo reparó esto, dando el Espíritu Santo. (…) Después pone el fruto de dicha dación: ‘A quienes

vosotros perdonéis los pecados, le serán perdonados’ (Jn 20,23), lo cual es un conveniente efecto del Espíritu

Santo, a saber, la remisión de los pecados. Esto es así porque el Espíritu Santo es amor, y por Él nos es dado a

nosotros el amor, como dice San Pablo: ‘El amor de Dios ha sido derramado sobre nuestros corazones por el

Espíritu Santo que nos ha sido dado’ (Rm 5,5). En efecto, la remisión de los pecados no se hace sino por el

amor. Porque la caridad cubre todos los pecados; como dice San Pedro: ‘La caridad cubre la multitud de los

pecados’ (1Pe 4,8)”15

. Otra vez, como en la cruz, de la llaga del costado brota el Espíritu que hace idóneos a los

ministros para que perdonen los pecados de los hombres.

Pero, atención, porque, si bien es Dios quien en definitiva perdona, también se puede decir con absoluta

propiedad que es el ministro el que perdona, es decir, el sacerdote católico. Dice Santo Tomás: “¿Por qué dice

‘a quienes vosotros perdonéis’ si solo Dios perdona los pecados? Respecto a esto algunos dicen que solo Dios

perdona la culpa, y que el sacerdote absuelve solamente del reato de pena, y que solo declara al pecador

absuelto de la mancha de culpa. Pero esto no es verdadero, pues el sacramento de la penitencia, dado que es un

sacramento de la Ley Nueva, confiere la gracia, como también el Bautismo la confiere. (…) En el sacramento

de la penitencia el sacerdote absuelve de pena y culpa sacramentalmente e instrumentalmente, en cuanto da el

sacramento en el cual los pecados son perdonados. (…) Por lo tanto, del mismo modo que Dios perdona y

retiene los pecados, de igual manera también lo hace el sacerdote”16

.

Conclusión

La llaga del costado de Jesús es como el resumen de todo el Evangelio. De ella brota la redención, de

ella brota el perdón de los pecados, de ella brota la gracia santificante, de ella brota el Espíritu Santo, de ella

brota el Bautismo, de ella brota la Eucaristía, de ella brota la Iglesia Católica.

El domingo de hoy, Domingo de la Divina Misericordia, es una invitación a tomar conciencia del valor y

el poder de esta llaga. Es una invitación a beber del costado, como dice San Juan Crisóstomo refiriéndose a la

sangre del cordero pascual rociada en las jambas de las puertas de los israelitas antes de salir de Egipto: “Si hoy,

pues, el enemigo, en lugar de ver las puertas rociadas con sangre simbólica, ve brillar en los labios de los fieles,

puertas de los templos de Cristo, la sangre del verdadero Cordero, huirá todavía más lejos”17

.

Pero, sobre todo, el Domingo de la Divina Misericordia es una invitación a ver la llaga del costado de

Jesús como una fuente de la infinita misericordia de Dios. El mismo Jesús de la Divina Misericordia se

14

Nota literaria: tanto la palabra ‘insuflación’ como la palabra ‘dación’, recién usada, son vocablos pertenecientes a la lengua castellana (cf. DRAE). 15

SANCTI TOMAE DE AQUINO, Super Evangelium S. Ioannis lectura, caput 20, lectio 4; traducción nuestra. 16

SANCTI TOMAE DE AQUINO, Super Evangelium S. Ioannis lectura, caput 20, lectio 4; traducción nuestra. El texto latino de la última frase es el siguiente: “Eodem ergo modo quo Deus remittit et retinet peccata, simul et sacerdos”. 17

SAN JUAN CRISÓSTOMO, Ibidem.

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preocupó por darle a Santa Faustina esta interpretación de su llaga. Narra Santa Faustina: “Por penitencia

sacramental el P. Andrasz me hizo rezar la coronilla que me enseñó Jesús. Mientras rezaba la coronilla, de

repente, oí una voz que decía: ‘Oh, qué gracias más grandes concederé a las almas que recen esta coronilla;

las entrañas de Mi misericordia se enternecen por quienes rezan esta coronilla. Anota estas palabras, hija

Mía, habla al mundo de Mi misericordia para que toda la humanidad conozca la infinita misericordia Mía. Es

una señal de los últimos tiempos; después de ella vendrá el día de la justicia. Todavía queda tiempo, que

recurran, pues, a la Fuente de Mi Misericordia, se beneficien de la Sangre y del Agua que brotó para ellos’.

Oh almas humanas, ¿dónde encontrarán refugio el día de la ira de Dios? Refúgiense ahora en la Fuente de la

Divina Misericordia. Oh, qué gran número de almas veo que han adorado la Divina Misericordia y cantarán el

himno de gloria por la eternidad”18

.

El Jesús de la Divina Misericordia le dice claramente a Santa Faustina que la Fuente de Su Misericordia

es la llaga de donde brotó Sangre y Agua. Y Santa Faustina agrega que esa llaga es el refugio del pecador para

el día de la ira de Dios. Se hacen presentes los dos aspectos de la abertura del costado: de ella sale la

misericordia de Dios y por ella se entra al corazón de Cristo, que es el refugio para el pecador.

Que la Santísima Virgen María nos conceda la gracia de amar con toda confianza esa llaga del costado

de Cristo, aceptar la infinita misericordia que sale de ella y entrar por ella hasta el corazón de Cristo.

Papa Francisco

“Paz a vosotros”

Todavía resuena en todos nosotros el saludo de Jesús Resucitado a sus discípulos la tarde de Pascua: «Paz a

vosotros« (Jn 20,19). La paz, sobre todo en estas semanas, sigue siendo el deseo de tantos pueblos que sufren la

violencia inaudita de la discriminación y de la muerte, sólo por llevar el nombre de cristianos. Nuestra oración

se hace aún más intensa y se convierte en un grito de auxilio al Padre, rico en misericordia, para que sostenga la

fe de tantos hermanos y hermanas que sufren, a la vez que pedimos que convierta nuestros corazones, para pasar

de la indiferencia a la compasión.

San Pablo nos ha recordado que hemos sido salvados en el misterio de la muerte y resurrección del Señor Jesús.

Él es el Reconciliador, que está vivo en medio de nosotros para mostrarnos el camino de la reconciliación con

Dios y con los hermanos. El Apóstol recuerda que, a pesar de las dificultades y los sufrimientos de la vida,

sigue creciendo la esperanza en la salvación que el amor de Cristo ha sembrado en nuestros corazones. La

misericordia de Dios se ha derramado en nosotros haciéndonos justos, dándonos la paz.

Una pregunta está presente en el corazón de muchos: ¿por qué hoy un Jubileo de la Misericordia? Simplemente

porque la Iglesia, en este momento de grandes cambios históricos, está llamada a ofrecer con mayor intensidad

los signos de la presencia y de la cercanía de Dios. Éste no es un tiempo para estar distraídos, sino al contrario

para permanecer alerta y despertar en nosotros la capacidad de ver lo esencial. Es el tiempo para que la Iglesia

redescubra el sentido de la misión que el Señor le ha confiado el día de Pascua: ser signo e instrumento de la

misericordia del Padre (cf. Jn 20,21-23). Por eso el Año Santo tiene que mantener vivo el deseo de saber

descubrir los muchos signos de la ternura que Dios ofrece al mundo entero y sobre todo a cuantos sufren, se

encuentran solos y abandonados, y también sin esperanza de ser perdonados y sentirse amados por el Padre. Un

Año Santo para sentir intensamente dentro de nosotros la alegría de haber sido encontrados por Jesús, que,

como Buen Pastor, ha venido a buscarnos porque estábamos perdidos. Un Jubileo para percibir el calor de su

amor cuando nos carga sobre sus hombros para llevarnos de nuevo a la casa del Padre. Un Año para ser tocados

por el Señor Jesús y transformados por su misericordia, para convertirnos también nosotros en testigos de

misericordia. Para esto es el Jubileo: porque este es el tiempo de la misericordia. Es el tiempo favorable para

18

SANTA FAUSTINA KOWALSKA, Diario, nº 848.

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curar las heridas, para no cansarnos de buscar a cuantos esperan ver y tocar con la mano los signos de la

cercanía de Dios, para ofrecer a todos, a todos, el camino del perdón y de la reconciliación.

Que la Madre de la Divina Misericordia abra nuestros ojos para que comprendamos la tarea a la que estamos

llamados; y que nos alcance la gracia de vivir este Jubileo de la Misericordia con un testimonio fiel y fecundo.

(PAPA FRANCISCO, Homilía en la celebración de las Primeras Vísperas del II Domingo de Pascua o de la

Divina Misericordia, Basílica Vaticana, Sábado 11 de abril de 2015)

San Juan Pablo II

La misericordia divina

(…)

2. "Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia" (Sal 117, 1).

Hagamos nuestra la exclamación del salmista, que hemos cantado en el Salmo responsorial: la misericordia del

Señor es eterna. Para comprender a fondo la verdad de estas palabras, dejemos que la liturgia nos guíe al

corazón del acontecimiento salvífico, que une la muerte y la resurrección de Cristo a nuestra existencia y a la

historia del mundo. Este prodigio de misericordia ha cambiado radicalmente el destino de la humanidad. Es un

prodigio en el que se manifiesta plenamente el amor del Padre, el cual, con vistas a nuestra redención, no se

arredra ni siquiera ante el sacrificio de su Hijo unigénito.

Tanto los creyentes como los no creyentes pueden admirar en el Cristo humillado y sufriente una solidaridad

sorprendente, que lo une a nuestra condición humana más allá de cualquier medida imaginable. La cruz, incluso

después de la resurrección del Hijo de Dios, "habla y no cesa nunca de decir que Dios-Padre es absolutamente

fiel a su eterno amor por el hombre. (...) Creer en ese amor significa creer en la misericordia" (Dives in

misericordia,7).

Queremos dar gracias al Señor por su amor, que es más fuerte que la muerte y que el pecado. Ese amor se revela

y se realiza como misericordia en nuestra existencia diaria, e impulsa a todo hombre a tener, a su vez,

"misericordia" hacia el Crucificado. ¿No es precisamente amar a Dios y amar al próximo, e incluso a los

"enemigos", siguiendo el ejemplo de Jesús, el programa de vida de todo bautizado y de la Iglesia entera?

3. Con estos sentimientos, celebramos el II domingo de Pascua, que desde el año pasado, el año del gran

jubileo, se llama también domingo de la Misericordia divina. Para mí es una gran alegría poder unirme a todos

vosotros, queridos peregrinos y devotos, que habéis venido de diferentes naciones para conmemorar, a un año

de distancia, la canonización de sor Faustina Kowalska, testigo y mensajera del amor misericordioso del Señor.

La elevación al honor de los altares de esta humilde religiosa, hija de mi tierra, representa un don no sólo para

Polonia, sino también para toda la humanidad. En efecto, el mensaje que anunció constituye la respuesta

adecuada y decisiva que Dios quiso dar a los interrogantes y a las expectativas de los hombres de nuestro

tiempo, marcado por enormes tragedias. Un día Jesús le dijo a sor Faustina: "La humanidad no encontrará paz

hasta que se dirija con confianza a la misericordia divina" (Diario, p. 132). ¡La misericordia divina! Este es el

don pascual que la Iglesia recibe de Cristo resucitado y que ofrece a la humanidad, en el alba del tercer

milenio.

4. El evangelio, que acabamos de proclamar, nos ayuda a captar plenamente el sentido y el valor de este don. El

evangelista san Juan nos hace compartir la emoción que experimentaron los Apóstoles durante el encuentro con

Cristo, después de su resurrección. Nuestra atención se centra en el gesto del Maestro, que transmite a los

discípulos temerosos y atónitos la misión de ser ministros de la misericordia divina. Les muestra sus manos y su

costado con los signos de su pasión, y les comunica: "Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo"

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(Jn 20, 21). E inmediatamente después "exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: "Recibid el Espíritu Santo; a

quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos"" (Jn

20, 22-23). Jesús les confía el don de "perdonar los pecados", un don que brota de las heridas de sus manos, de

sus pies y sobre todo de su costado traspasado. Desde allí una ola de misericordia inunda toda la humanidad.

5. Revivamos este momento con gran intensidad espiritual. También a nosotros el Señor nos muestra hoy sus

llagas gloriosas y su corazón, manantial inagotable de luz y verdad, de amor y perdón.

¡El Corazón de Cristo! Su "Sagrado Corazón" ha dado todo a los hombres: la redención, la salvación y la

santificación. De ese Corazón rebosante de ternura, santa Faustina Kowalska vio salir dos haces de luz que

iluminaban el mundo. "Los dos rayos -como le dijo el mismo Jesús- representan la sangre y el agua" (Diario, p.

132). La sangre evoca el sacrificio del Gólgota y el misterio de la Eucaristía; el agua, según la rica simbología

del evangelista san Juan, alude al bautismo y al don del Espíritu Santo (cf. Jn 3, 5; 4, 14).

A través del misterio de este Corazón herido, no cesa de difundirse también entre los hombres y las mujeres de

nuestra época el flujo restaurador del amor misericordioso de Dios. Quien aspira a la felicidad auténtica y

duradera, sólo en él puede encontrar su secreto.

6. "Jesús, en ti confío". Esta jaculatoria, que rezan numerosos devotos, expresa muy bien la actitud con la que

también nosotros queremos abandonarnos con confianza en tus manos, oh Señor, nuestro único Salvador.

Tú ardes del deseo de ser amado, y el que sintoniza con los sentimientos de tu corazón aprende a ser constructor

de la nueva civilización del amor. Un simple acto de abandono basta para romper las barreras de la oscuridad y

la tristeza, de la duda y la desesperación. Los rayos de tu misericordia divina devuelven la esperanza, de modo

especial, al que se siente oprimido por el peso del pecado.

María, Madre de misericordia, haz que mantengamos siempre viva esta confianza en tu Hijo, nuestro Redentor.

Ayúdanos también tú, santa Faustina, que hoy recordamos con particular afecto. Fijando nuestra débil mirada en

el rostro del Salvador divino, queremos repetir contigo: "Jesús, en ti confío". Hoy y siempre. Amén.

(SAN JUAN PABLO II, Homilía en la celebración eucarística del Domingo de la Misericordia Divina, Domingo

22 de abril de 2001)

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iNFO - Homilética.ive

Función de cada sección del Boletín

Homilética se compone de 7 Secciones principales:

Textos Litúrgicos: aquí encontrará Las Lecturas del Domingo y los salmos, así como el Guion para la

celebración de la Santa Misa.

Directorio Homilético: es un resumen que busca dar los elementos que ayudarían a realizar un enfoque

adecuado del el evangelio y las lecturas del domingo para poder brindar una predicación más uniforme,

conforme al DIRECTORIO HOMILÉTICO promulgado por la Congregación para el Culto Divino y la

Disciplina de los Sacramentos de la Santa Sede en el 2014.

Page 24: 08 Domingo II de Pascua abril (Ciclo B)homiletica.iveargentina.org/wp-content/uploads/2018/04/Domingo-II-de-Pascua.pdf08 abril Domingo II de Pascua (Ciclo B) – 2018 Domingo de la

Exégesis: presenta un análisis exegético del evangelio del domingo, tomado de especialistas, licenciados,

doctores en exégesis, así como en ocasiones de Papas o sacerdotes que se destacan por su análisis

exegético del texto.

Santos Padres: esta sección busca proporcionar la interpretación de los Santos Padres de la Iglesia, así

como los sermones u escritos referentes al texto del domingo propio del boletín de aquellos santos

doctores de la Iglesia.

Aplicación: costa de sermones del domingo ya preparados para la predica, los cuales pueden facilitar la

ilación o alguna idea para que los sacerdotes puedan aplicar en la predicación.

Ejemplos Predicables: es un recurso que permite al predicador introducir alguna reflexión u ejemplo

que le permite desarrollar algún aspecto del tema propio de las lecturas del domingo analizado.

¿Qué es el IVE, el porqué de este servicio de Homilética?

El Instituto del Verbo Encarnado fue fundado el 25 de Marzo de 1984, en San Rafael, Mendoza,

Argentina. El 8 de Mayo de 2004 fue aprobado como instituto de vida religiosa de derecho Diocesano en

Segni, Italia. Siendo su Fundador el Sacerdote Católico Carlos Miguel Buela. Nuestra familia religiosa tiene

como carisma la prolongación de la Encarnación del Verbo en todas las manifestaciones del

hombre, y como fin específico la evangelización de la cultura; para mejor hacerlo proporciona a los

misioneros de la familia y a toda la Iglesia este servicio como una herramienta eficaz enraizada y nutrida

en las sagradas escrituras y en la perenne tradición y magisterio de la única Iglesia fundada por

Jesucristo, la Iglesia Católica Apostólica Romana.

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