06 - El Tapon de Cristal (1912)

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EL TAPÓN DE CRISTAL Maurice Leblanc La presente obra es traducción directa e íntegra del original francés en su primera edición publicada en París, 1912. Diseño: Rolando & Memelsdorff, Barcelona Título original: Le Bouchon de Cristal, París, 1912 © Claude Leblanc, París, 1982 © Esta edición: Grupo Anaya, S. A., 1982 Juan Ignacio Luca de Tena, 15. 28027 Madrid 1. a edición, abril 1983 2. a edición, septiembre 1985 1

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06 - El Tapon de Cristal (1912)

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EL TAPN DE CRISTAL

EL TAPN DE CRISTAL

Maurice Leblanc

La presente obra es traduccin directa e ntegra del original francs en su primera edicin publicada en Pars, 1912.

Diseo: Rolando & Memelsdorff, Barcelona

Ttulo original: Le Bouchon de Cristal, Pars, 1912

Claude Leblanc, Pars, 1982

Esta edicin: Grupo Anaya, S. A., 1982

Juan Ignacio Luca de Tena, 15. 28027 Madrid

1.a edicin, abril 1983

2.a edicin, septiembre 1985

ISBN: 84-207-3806-9

Depsito legal: M. 213/1995

Impreso en Ibrica Grfic, S. A.

Atienza, 1 y 3

Polgono El Palomo

Fuenlabrada (Madrid)

Impreso en Espaa - Printed in Spain

Digitalizacin y correccin por Antiguo.

I

Detenciones

Las dos barcas se balanceaban en la sombra, atadas al pequeo embarcadero que surga fuera del jardn. Aqu y all, en medio de la espesa niebla, se divisaban a orillas del lago ventanas iluminadas. Enfrente el casino de Enghien centelleaba de luz, aunque eran los ltimos das de septiembre. Entre las nubes aparecan algunas estrellas. Una ligera brisa hinchaba la superficie del agua.

Arsenio Lupin sali del quiosco donde estaba fumando un cigarrillo y, asomndose al extremo del embarcadero:

Grognard, Le Ballu..., estis ah?

Un hombre surgi de cada barca y uno de ellos respondi:

S, jefe.

Preparaos; oigo el auto, que vuelve con Gilbert y Vaucheray.

Atraves el jardn, dio la vuelta a una casa en obras cuyos andamios podan distinguirse, y entreabri con precaucin la puerta que daba a la avenida de Ceinture. No se haba equivocado: una luz viva brot de la curva, y se detuvo un gran descapotable, del que saltaron dos hombres que llevaban gorra y gabardina con el cuello levantado.

Eran Gilbert y Vaucheray: Gilbert, un chico de veinte o veintids aos, de cara simptica y paso gil y enrgico; Vaucheray, ms bajo, de pelo entrecano y cara lvida y enfermiza.

Qu? pregunt Lupin . Habis visto al diputado...? S, jefe respondi Gilbert. Lo vimos tomar el tren de Pars de las siete cuarenta, como ya sabamos.

En ese caso, tenemos libertad de accin?

Total. El chalet Marie-Threse est a nuestra disposicin.

El conductor se haba quedado en su asiento, y Lupin le dijo:

No aparques aqu. Podra llamar la atencin. Vuelve a las nueve y media en punto, a tiempo para cargar el coche..., si es que no fracasa la expedicin.

Por qu quiere que fracase? observ Gilbert.

El auto se fue, y Lupin, emprendiendo de nuevo el camino del lago con sus nuevos compaeros, respondi:

Por qu? Porque este golpe no lo he preparado yo y, cuando no lo hago yo, no me fo del todo...

Bah, jefe, llevo ya tres aos trabajando con usted!... Ya empiezo a sabrmelas!

S, hijo..., ya empiezas dijo Lupin, y precisamente por eso temo las meteduras de pata... Vamos, embarca... Y t, Vaucheray, coge la otra embarcacin... Bueno... Ahora, a remar, chicos..., y con el menor ruido posible.

Grognard y Le Ballu, los dos remeros, se dirigieron directamente a la orilla opuesta, un poco a la izquierda del casino.

Encontraron primero una barca con un hombre y una mujer enlazados, que se deslizaba al azar; luego otra con gente que cantaba a voz en cuello. Y eso fue todo.

Lupin se acerc a sus compaeros y dijo en voz baja:

Dime, Gilbert, a quin se le ocurri este golpe, a ti o a Vaucheray?

La verdad, no s muy bien... Los dos llevamos semanas hablando de ello.

Es que no me fo de Vaucheray... Tiene mal carcter..., es retorcido... Me pregunto por qu no me deshago de l...

Pero, jefe!

Pues s, s! Es un mozo peligroso...; eso sin contar que debe de tener unos cuantos pecadines ms bien serios sobre la conciencia.

Se qued en silencio un instante y prosigui:

As que ests completamente seguro de haber visto al diputado Daubrecq?

Con mis propios ojos, jefe.

Y sabes que tiene una cita en Pars?

Va al teatro.

Bueno, pero sus criados se habrn quedado en el chalet de Enghien...

La cocinera ha sido despedida. En cuanto al sirviente Lonard, que es el hombre de confianza del diputado Daubrecq, espera a su amo en Pars, de donde no pueden volver antes de la una de la madrugada. Pero...

Pero?

Hay que contar con un posible capricho de Daubrecq, un cambio de humor, una vuelta inopinada, y por consiguiente tenemos que tomar nuestras disposiciones para haberlo terminado todo dentro de una hora.

Y tienes esas informaciones...?

Desde esta maana. En seguida Vaucheray y yo pensamos que era el momento favorable. Escog como punto de partida el jardn de esa casa en obras que acabamos de dejar y que no est vigilado de noche. Avis a dos compaeros para que llevaran las barcas y lo llam a usted. Eso es todo.

Tienes las llaves?

Las de la escalinata..

Es el chalet rodeado de un parque que se distingue all, no?

S, el chalet Marie-Threse, y, como est rodeado por los jardines de los otros dos, que estn deshabitados desde hace una semana, tenemos tiempo para sacar lo que nos guste, y le juro, jefe, que vale la pena.

Lupin murmur:

Una aventura demasiado cmoda. Ningn aliciente.

Atracaron en una pequea rada, de donde se elevaban unas gradas de piedra resguardadas por un tejado carcomido. A Lupin le pareci que el transbordo de los muebles sera fcil. Pero de pronto dijo:

Hay gente en el chalet. Mirad... una luz.

Es un farol de gas, jefe..., la luz no se mueve...

Grognard se qued cerca de las barcas, encargado de vigilar, mientras Le Ballu, el otro remero, s diriga a la reja de la avenida de Ceinture, y Lupin y sus dos compaeros se deslizaban en la sombra hasta la parte baja de la escalinata.

Gilbert subi el primero. Despus de buscar a tientas, introdujo en primer lugar la llave de la cerradura y luego la del cerrojo de seguridad. Las dos funcionaron sin dificultad, de suerte que pudo entreabrirse la puerta y dej paso a los tres hombres.

Un farol de gas arda en el vestbulo.

Ve usted, jefe...? dijo Gilbert.

S, s... dijo Lupin en voz baja, pero me parece que la luz que brillaba no vena de aqu.

Entonces de dnde?

La verdad, no lo s... Est aqu el saln?

No respondi Gilbert, que no tema hablar un poco alto, no; por precaucin lo ha reunido todo en el primer piso, en su dormitorio y en los dormitorios vecinos. Y la escalera?

A la derecha, detrs de la cortina.

Lupin se dirigi hacia la cortina y ya estaba apartando la tela, cuando de pronto, a cuatro pasos a la izquierda, se abri una puerta y apareci una cabeza, una cabeza de hombre plida, con ojos de espanto.

Socorro! Al asesino! aull.

Y entr en el cuarto precipitadamente.

Es Lonard, el criado! grit Gilbert.

Como haga el idiota me lo cargo gru Vaucheray.

T vas a dejarnos en paz, eh, Vaucheray? orden Lupin, lanzndose tras el criado.

Atraves primero un comedor, donde al lado de una lmpara haba an platos y una botella, y encontr a Lonard al fondo de un office cuya ventana intentaba abrir en vano.

No te muevas, artista! Y nada de bromas!... Ah! El muy bruto!

Con un solo movimiento se tir al suelo al ver a Lonard levantar el brazo hacia l. Tres detonaciones sonafon en la penumbra del office; luego el criado se tambale al sentirse agarrado de las piernas por Lupin, que le arranc el arma y le oprimi la garganta.

Maldito bruto! gru . Un poco ms y me deja tieso... Vaucheray, tame a este gentilhombre.

Con su linterna de bolsillo alumbr la cara del criado y se ri socarronamente:

Eso est feo, seor mo... No debes de tener la conciencia muy tranquila, Lonard; adems, para ser el lacayo del diputado Daubrecq... Has acabado, Vaucheray? No quisiera echar races aqu.

No hay peligro, jefe dijo Gilbert.

De veras? Y el tiro, crees que no se oye?

Absolutamente imposible.

No importa! Hay que darse prisa. Vaucheray, coge la lmpara y vamos arriba.

Agarr del brazo a Gilbert y, arrastrndole hacia el primer piso:

Imbcil! Es as como te informas, eh? Tena razn yo en no fiarme?

Vamos, jefe, cmo iba a saber yo que cambiara de parecer y volvera a cenar.

Cuando se tiene el honor de robar a la gente, hay que saberlo todo, caramba. Esta os la guardo a ti y a Vaucheray... Vaya elegancia la vuestra...

La vista de los muebles en el primer piso apacigu a Lupin, y, comenzando el inventario con la satisfaccin de un aficionado que acaba de regalarse algn objeto de arte:

Diantre! Pocas cosas, pero canela fina. Este representante del pueblo no tiene mal gusto... Cuatro sillones de Aubusson..., un secreter, que apostara est firmado por Percier-Fontaine..., tos apliques de Gouttires..., un Fragonard autntico y un Nattier falso, que un millonario americano se tragara como si tal cosa...

En una palabra, una fortuna. Y pensar que hay cascarrabias que pretenden que ya no se encuentra nada autntico! Que hagan como yo, lee! Que busquen!

Gilbert y Vaucheray, por orden de Lupin y siguiendo sus instrucciones, procedieron en seguida a sacar metdicamente los muebles ms grandes. Al cabo de media hora, y una vez llena la primera barca, decidieron que Grognard y Le Ballu iran delante y empezaran a cargar el coche.

Lupin vigil su salida. Al volver a la casa, segn pasaba por el vestbulo, le pareci or un ruido de palabras del lado del office. Se dirigi all. Lonard segua solo, tumbado boca abajo, y con las manos atadas a la espalda.

As que eres t el que grue, lacayo de confianza? No te apures. Ya casi hemos terminado. Slo que, si gritas demasiado fuerte, vas a obligarnos a tomar medidas ms severas... Te gustan las peras? Pues te largamos una... por atrs.

En el momento en que volva a subir oy otra vez el mismo ruido de palabras y, aguzando el odo, percibi las siguientes palabras, pronunciadas con voz ronca y quejumbrosa, que procedan con toda seguridad del office:

Socorro!... Al asesino!... Socorro! Van a matarme!... Que avisen al comisario!...

Pero el to ese est completamente chiflado!... murmur Lupin. Cspita! Molestar a la polica a las nueve de la noche, vaya indiscrecin!

Volvi a poner manos a la obra. Dur ms tiempo de lo que haba pensado, pues descubrieron en los armarios algunos bibelots de valor, que hubiera sido poco correcto desdear, y por otra parte Vaucheray y Gilbert se aplicaban a sus investigaciones con una minuciosidad que lo desconcertaba.

Por fin se impacient:

Basta ya! orden. Para cuatro trastos que quedan, no vamos a echarlo todo a perder y a dejar el auto empantanado. Yo me voy a la barca.

Estaban ya al borde del agua y Lupin bajaba la escalera. Gilbert lo detuvo:

Escuche, jefe, tenemos que hacer un viaje ms... Va a ser cosa de cinco minutos.

Pero por qu, demontres!

Es que, mire... Nos hablaron de un relicario antiguo... Una cosa despampanante...

Y qu?

Pues que no ha habido manera de echarle mano. Y ahora que me acuerdo del office..., hay all un armario con una cerradura gruesa... Comprenda que no podemos...

Se volvi hacia la escalinata. Vaucheray se lanz igualmente.

Diez minutos..., ni uno ms les grit Lupin. Dentro de diez minutos yo me las piro.

Pero transcurrieron los diez minutos y segua esperando.

Consult su reloj.

Las nueve y cuarto... Es una locura, pens.

Adems, recordaba que durante toda la mudanza Gilbert y Vaucheray se haban portado de una forma harto rara, pues no se separaban un momento y parecan vigilarse el uno al otro. Qu es lo que pasaba?

Insensiblemente Lupin estaba volviendo hacia la casa impulsado por una inquietud inexplicable, y al mismo tiempo escuchaba un rumor sordo que se elevaba a lo lejos, por la parte de Enghien, y que pareca acercarse... Sin duda alguien que se paseaba...

Rpidamente dio un silbido y luego se dirigi hacia la reja principal, para echar una ojeada por los alrededores de la avenida. De pronto, cuando estaba ya tirando de la puerta, son una detonacin, seguida de un aullido de dolor. Volvi corriendo, dio la vuelta a la casa, trep por la escalinata y se precipit hacia el comedor.

Mil rayos os partan! Pero qu estis haciendo aqu los dos?

Gilbert y Vaucheray, abrazados en un furioso cuerpo a cuerpo, rodaban por el parquet con gritos de rabia. Sus ropas chorreaban sangre. Lupin salt. Pero ya Gilbert haba derribado a su adversario y le arrancaba de la mano un objeto que Lupin no tuvo tiempo de distinguir. Adems, Vaucheray perda sangre por una herida que tena en el hombro y se desvaneci.

Quin lo ha herido? Has sido t, Gilbert? pregunt Lupin exasperado.

No... Ha sido Lonard...

Lonard!... Pero si estaba atado...

Se haba desatado y haba recuperado el revlver.

El muy canalla! Dnde est?

Lupin agarr la lmpara y entr en el office.

El criado yaca de espaldas, los brazos en cruz, un pual clavado en la garganta, lvida la faz. Un hilo rojo corra de su boca.

Ah! balbuce Lupin despus de examinarlo. Est muerto!

Cree usted..., cree usted...? dijo Gilbert con voz temblorosa.

Te digo que est muerto.

Gilbert farfull:

Ha sido Vaucheray... el que lo ha herido...

Plido de clera, Lupin lo agarr:

Ha sido Vaucheray..., y t tambin, granuja! Porque tambin t estabas aqu y le has dejado hacer! Sangre, sangre! Sabis perfectamente que yo no quiero sangre! Primero se deja uno matar. Ah! Peor para vosotros, muchachos..., porque vais a pagar los platos rotos si llega el caso. Y esto cuesta caro... Estacin La Guillotina!

La vista del cadver lo trastornaba y, sacudiendo brutalmente a Gilbert:

Por qu?... Por qu lo ha matado Vaucheray?

Quera registrarlo y quitarle la llave del armario. Cuando se inclin sobre l vio que el otro se haba desatado los brazos... Tuvo miedo... y lo hiri.

Y el tiro?

Ha sido Lonard... Tena el arma en la mano... Antes de morir an tuvo fuerzas para apuntar...

Y la llave del armario?

La ha cogido Vaucheray...

Ha abierto?

S.

Y ha encontrado algo?

S.

Y t queras arrebatarle el objeto ese, eh?... El relicario? No, era ms pequeo... Entonces, qu? Vamos, contesta!

Ante el silencio, ante la expresin resuelta de Gilbert, comprendi que no obtendra respuesta. Con un gesto de amenaza articul:

Vas a hablar, buen mozo... Por vida de Lupin que te voy a hacer escupir la confesin. Pero por el momento se trata de salir pitando. Venga, aydame. Vamos a embarcar a Vaucheray...

Haban vuelto hacia la sala, y Gilbert estaba inclinndose sobre el herido, cuando Lupin lo detuvo:

Escucha!

Intercambiaron una misma mirada de inquietud. Alguien hablaba en el office... Era una voz muy baja, extraa, muy lejana... Sin embargo, como pudieron comprobar en seguida, no haba nadie en la pieza, nadie ms que el muerto, cuya silueta oscura estaban viendo.

Y la voz volvi a hablar, sucesivamente aguda, ahogada, temblorosa, desigual, chillona, terrorfica. Pronunciaba palabras confusas, slabas interrumpidas.

Lupin sinti que el crneo se le cubra de sudor. Qu voz era aqulla tan incoherente, tan misteriosa como una voz de ultratumba?

Se agach hacia el criado. Call la voz y luego volvi a comenzar.

Alumbra mejor dijo a Gilbert.

Temblaba un poco, agitado por un miedo nervioso que no lograba dominar, pues ahora no haba duda posible: al levantar Gilbert la pantalla de la lmpara, comprob que la voz sala del cadver mismo, sin que el menor sobresalto moviera aquella masa inerte, sin que la boca sangrante tuviera un estremecimiento.

Jefe, me est entrando canguelo tartamude Gilbert.

De nuevo el mismo ruido, el mismo cuchicheo gangoso.

Lupin solt una carcajada, y rpidamente agarr el cadver y lo desplaz.

Perfecto! dijo, descubriendo un objeto de metal brillante. Perfecto! Ahora caigo... Aunque la verdad es que me ha llevado mi tiempo!

All, en el mismo lugar que acababa de descubrir, estaba la trompetilla receptora de un telfono, cuyo hilo suba hasta el aparato sujeto en la pared a la altura habitual.

Lupin aplic el receptor a su oreja. Casi en seguida volvi a empezar el ruido, pero un ruido mltiple, compuesto de llamadas diversas, de interjecciones, de clamores entremezclados, el ruido que hacen varias personas cuando se interpelan.

Est usted ah?... Ya no contesta... Es horrible... Lo habrn matado... Est usted ah?... Qu pasa?... Animo... El socorro est en camino..., agentes..., soldados...

Maldita sea! dijo Lupin, soltando el receptor.

La verdad se le apareca en una visin espantosa. Al principio, y mientras se efectuaba la mudanza, Lonard, cuyas ligaduras no estaban bien prietas, haba logrado enderezarse, descolgar el receptor, probablemente con los dientes, hasta hacerlo caer y pedir socorro a la central telefnica de Enghien.

Y esas eran las palabras que Lupin haba sorprendido ya una vez, despus de la salida de la primera barca: Socorro!... Al asesino! Van a matarme!...

Y sta era la respuesta de la central telefnica. La polica se acercaba. Y Lupin recordaba los rumores percibidos en el jardn apenas cuatro o cinco minutos antes.

La polica!... Slvese quien pueda! profiri, precipitndose por el comedor.

Gilbert objet:

Y Vaucheray?

Peor para l.

Pero Vaucheray, repuesto de su torpor, le suplic al pasar:

Jefe, no va usted a abandonarme as!

A pesar del peligro, Lupin se detuvo, y ya estaba levantando al herido con ayuda de Gilbert, cuando fuera se produjo un tumulto:

Demasiado tarde! dijo.

En ese momento unos golpes sacudieron la puerta del vestbulo que daba a la fachada posterior. Corri a la puerta de la escalinata: unos cuantos hombres haban dado ya la vuelta a la casa y se precipitaban hacia all. Quiz hubiera conseguido adelantarse y alcanzar con Gilbert el borde del agua. Pero cmo embarcarse y huir bajo el fuego del enemigo?

Cerro y echo el cerrojo.

Estamos rodeados..., estamos copados farfull Gilbert

Cllate dijo Lupin.

Pero nos han visto, jefe. Mrelos cmo estn llamando.

Cllate repiti Lupin. Ni una palabra... Ni un movimiento.

El permaneca impasible, con el rostro absolutamente tranquilo, con la actitud pensativa de quien dispone de todo el tiempo necesario para examinar una cuestin delicada bajo todos sus aspectos. Se encontraba en uno de esos instantes que l llamaba los minutos superiores de la vida, los nicos instantes que dan a la existencia su valor y su precio. En tales ocasiones, y fuera cual fuese la amenaza del peligro, siempre comenzaba por contar para s y despacio: Uno..., dos..., tres..., cuatro..., cinco..., seis..., hasta que el latido de su corazn volviera a hacerse normal y regular. Slo entonces reflexionaba, pero con qu agudeza!, con qu formidable potencia!, con qu profunda intuicin de los acontecimientos posibles! Todos los datos del problema se le presentaban a la mente. Lo prevea todo, lo admita todo. Y tomaba su resolucin con toda la lgica y toda la certeza.

Despus de unos treinta o cuarenta segundos, mientras golpeaban las puertas y forzaban las cerraduras con ganzas, dijo a su compaero:

Sgueme.

Entr al saln y empuj suavemente la hoja y la persiana de una ventana lateral. Haba gente yendo y viniendo, lo cual haca la fuga impracticable. Entonces se puso a gritar con todas sus fuerzas y con una voz sofocada:

Por aqu!... Auxilio!... Aqu estn!... Por aqu!...

Apunt su revlver y dispar dos veces entre las ramas de los rboles. Luego volvi hasta donde estaba Vaucheray, se inclin sobre l y se embadurn las manos y el rostro con la sangre de la herida. Por fin, volvindose brutalmente contra Gilberto lo agarr por los hombros y lo derrib.

Pero qu est haciendo, jefe? Vaya una idea!

Djame hacer silabe Lupin con un tono imperioso. Respondo de todo..., respondo de los dos... Djame hacer... Yo os sacar de la crcel... Pero para eso tengo que estar libre.

La gente se mova y llamaba debajo de la ventana abierta.

Por aqu! gritaba l. Aqu estn!... Auxilio!

Y muy bajo, tranquilamente:

Pinsalo bien... Tienes algo que decirme?... Alguna informacin que pueda sernos til...

Gilbert se debata furioso, demasiado trastornado para comprender el plan de Lupin. Vaucheray, ms perspicaz, y que adems debido a su herida haba perdido toda esperanza de huir, ri con sarcasmo:

Djale hacer, idiota... Lo que hace falta es que el jefe ponga pies en polvorosa... No es eso lo esencial?

Bruscamente Lupin record el objeto que Gilbert se haba guardado en el bolsillo despus de habrselo quitado a Vaucheray. A su vez, quiso hacerse con l.

Ah, eso jams! rechin Gilbert, logrando liberarse.

Lupin lo tir al suelo de nuevo. Pero sbitamente surgieron dos hombres en la ventana, Gilbert cedi, y, pasando el objeto a Lupin, que se lo guard en el bolsillo sin mirarlo, murmur:

Cjalo, jefe, aqu est... Ya le explicar... Puede estar seguro de que...

No le dio tiempo a acabar... Dos agentes, y otros cuantos que los seguan, y soldados que penetraban por todas las salidas, venan en ayuda de Lupin.

En seguida sujetaron a Gilbert y lo ataron slidamente. Lupin se levant. -p

Menos mal! dijo. Este animal me ha dado bastante que hacer; he herido al otro, pero ste...

Rpidamente el comisario de polica le pregunt:

Ha visto al criado? Lo han matado?

No s replic.

No sabe?

Hombre! He venido de Enghien con todos ustedes al enterarme del crimen. Slo que, mientras ustedes daban la vuelta a la casa por la izquierda, yo la daba por la derecha. Haba una ventana abierta. Sub en el mismo momento en que estos dos bandidos queran bajar. Dispar contra ste seal a Vaucheray y ech el guante a su compaero.

Cmo hubieran podido sospechar de l? Estaba cubierto de sangre. Era l quien entregaba a los asesinos del criado. Diez personas haban visto el desenlace del heroico combate librado por l.

* * *

Por lo dems el tumulto era demasiado grande para tomarse el trabajo de pensar o perder el tiempo concibiendo dudas. En medio de aquella primera confusin la gente del lugar haba invadido el chalet. Todo el mundo perda la cabeza. Corran por todas partes, arriba, abajo, hasta en la bodega. Se interpelaban. Gritaban, y nadie pensaba en controlar las afirmaciones tan verosmiles de Lupin.

Sin embargo el descubrimiento del cadver en el office devolvi al comisario el sentimiento de su responsabilidad. Dio rdenes en la reja para que nadie pudiera entrar ni salir. Luego, sin ms prdida de tiempo, examin los lugares y comenz la investigacin.

Vaucheray dio su nombre. Gilbert se neg a dar el suyo, so pretexto de que slo hablara en presencia de un abogado. Pero, al acusarlo del crimen, denunci a Vaucheray, el cual se defendi atacndolo, y los dos peroraban a la vez, con el deseo evidente de acaparar la atencin del comisario. Cuando ste se volvi hacia Lupin para invocar su testimonio, se dio cuenta de que el desconocido ya no estaba all.

Sin ninguna desconfianza dijo a uno de sus agentes:

Diga a ese seor que deseo hacerle algunas preguntas.

Buscaron al seor. Alguien lo haba visto en la escalinata encendiendo un cigarrillo. Entonces se supo que haba ofrecido cigarrillos a un grupo de soldados y que se haba alejado hacia el lago, diciendo que lo llamaran en caso de necesidad.

Lo llamaron, nadie contest.

Pero acudi un soldado. El seor acababa de subirse a una barca y remaba con fuerza.

El comisario mir a Gilbert y comprendi que se la haban jugado.

Que lo detengan! grit. Que disparen contra l! Es un cmplice...

El mismo se lanz, seguido de dos agentes, mientras los otros se quedaban con los cautivos. Desde la ribera, a un centenar de metros, divis al seor, que en la sombra le haca saludos con el sombrero.

Uno de los agentes descarg en vano su revlver.

La brisa trajo un ruido de palabras. El seor cantaba, sin dejar de remar:

Adelante, grumete, el viento te empuja...

Pero el comisario descubri una barca atada al embarcadero de la propiedad vecina. Lograron franquear la valla que separaba los dos jardines y, despus de ordenar a los soldados que vigilaran las orillas del lago y prendieran al fugitivo si intentaba recalar, el comisario y dos de sus hombres se pusieron a perseguirlo.

Era una cosa bastante fcil, pues, a la claridad intermitente de la luna, se poda distinguir sus evoluciones y darse cuenta de que intentaba atravesar el lago, torciendo sin embargo hacia la derecha, es decir, hacia el pueblo de Saint-Gratien.

Adems el comisario comprob en seguida que, con la ayuda de sus hombres y tal vez gracias a la ligereza de su embarcacin, ganaba velocidad. En diez minutos recuper la mitad del intervalo.

Ya est dijo, ni siquiera necesitaremos a los soldados de infantera para impedirle atracar. Tengo muchas ganas de conocer a ese tipo. Lo que es cara no le falta.

Lo ms raro era que la distancia disminua en proporciones anormales, como si el fugitivo se hubiera desanimado al comprender la inutilidad de la lucha. Los agentes redoblaban sus esfuerzos. La barca se deslizaba por el agua con suma rapidez. Otros cien metros ms como mucho, y alcanzaran al hombre.

Alto! orden el comisario.

El enemigo, cuya silueta acurrucada distinguan, no se mova. Los remos marchaban sin orden ni concierto. Y aquella inmovilidad tena algo de inquietante. Un bandido de semejante calaa muy bien poda esperar a sus agresores, vender cara su vida, e incluso hundirlos a tiros antes de que pudieran alcanzarlo.

Rndete! grit el comisario.

La noche era oscura en aquel momento. Los tres hombres se abatieron al fondo del bote, pues les pareci haber sorprendido un gesto de amenaza.

La barca, llevada por su impulso, se acercaba a la otra.

El comisario gru:

No vamos a dejarnos tirotear. Le dispararemos: estis listos?

Y grit de nuevo:

Rndete, si no...!

Ninguna respuesta.

El enemigo no se mova.

Rndete... Tira las armas... No quieres? Entonces peor para ti... Voy a contar hasta tres... Una... Dos...

Los agentes no esperaron la orden. Dispararon, y en seguida, curvndose sobre los remos, dieron a la barca un impulso tan vigoroso, que en unas brazadas alcanz la meta.

Revlver en mano, atento al menor movimiento, el comisario vigilaba.

Extendi el brazo.

Un movimiento, y te vuelo la cabeza.

Pero el enemigo no hizo ningn movimiento y, cuando tuvo lugar el abordaje y los dos hombres, soltando los remos, se prepararon para el temible asalto, el comisario comprendi la razn de aquella actitud pasiva: no haba nadie en el bote. El enemigo haba huido a nado, dejando en manos del vencedor cierto nmero de objetos robados, cuyo amontonamiento, coronado por una chaqueta y un bombn, poda en cualquier caso parecer en medio de las tinieblas la silueta confusa de un individuo.

A la luz de unas cerillas examinaron los despojos del enemigo. Dentro del sombrero no haba grabada ninguna inicial. La chaqueta no contena papeles ni cartera. Sin embargo hicieron un descubrimiento que dara al caso una repercusin considerable e influira terriblemente en la suerte de Gilbert y Vaucheray: era una tarjeta que el fugitivo haba olvidado en uno de los bolsillos, la tarjeta de Arsenio Lupin.

* * *

Casi en el mismo momento, mientras la polica, remolcando la nave capturada, prosegua con sus vagas bsquedas y, escalonados en la orilla, inactivos, los soldados abran desmesuradamente los ojos para intentar ver las peripecias del combate naval, el susodicho Arsenio Lupin recalaba tranquilamente en el mismo lugar que haba dejado dos horas antes.

Fue acogido por sus otros dos cmplices, Grognard y Le Ballu, les solt unas explicaciones a toda prisa, se instal en el automvil entre los sillones y los bibelots del diputado Daubrecq, se envolvi en pieles y se dej llevar por carreteras desiertas hasta su guardamuebles de Neuilly, donde dej al chfer. Un taxi volvi a llevarlo a Pars y lo dej cerca de Saint-Philippe-du-Roule.

No lejos de all, en la calle Matignon, posea, sin que lo supiera nadie de su banda excepto Gilbert, un entresuelo con salida privada.

No sin placer se cambi y se friccion. Pues, pese a su robusta constitucin, estaba helado. Como todas las noches al acostarse, vaci sobre la chimenea el contenido de sus bolsillos. Slo entonces, al lado de su cartera y de sus llaves, repar en el objeto que Gilbert le haba deslizado entre las manos en el ltimo minuto.

Y se qued muy sorprendido. Era un tapn de garrafa, un pequeo tapn de cristal como esos que se ponen en los frascos destinados a los licores. Y aquel tapn de cristal no tena nada de particular. A lo sumo observ Lupin que la cabeza, de mltiples facetas, estaba dorada hasta la garganta central.

Pero, en realidad, ningn detalle le pareci capaz de llamar la atencin.

Y por este pedazo de cristal se interesaban tan tercamente Gilbert y Vaucheray? Y por esto han matado al criado, se han pegado, han perdido el tiempo y se han arriesgado a la crcel..., al juicio..., al cadalso? Vamos, que tiene salero!

Demasiado cansado para perder ms tiempo examinando el caso, por ms apasionante que le pareciera, dej el tapn encima de la chimenea y se meti en la cama.

Tuvo pesadillas. De rodillas en las baldosas de sus celdas, Gilbert y Vaucheray tendan hacia l sus manos extraviadas y lanzaban unos aullidos espantosos:

Socorro!... Socorro! gritaban.

Pero, a pesar de todos sus esfuerzos, no poda moverse. El mismo estaba atado por lazos invisibles. Y, temblando de arriba abajo, obsesionado por una visin monstruosa, asisti a los fnebres preparativos, al aseo de los condenados, al drama siniestro.

Caramba! dijo, despertndose tras una serie de pesadillas. Pues no son poco impertinentes los presagios! Menos mal que no solemos pecar de debilidad de nimo, que si no...!

Y aadi:

Adems tenemos ah al lado un talismn, que, a juzgar por la conducta de Gilbert y Vaucheray, bastar con la ayuda de Lupin para conjurar la mala suerte y hacer triunfar la buena causa. Vamos a ver ese tapn de cristal.

Se levant para coger el objeto y estudiarlo ms detenidamente. Dej escapar un grito. El tapn de cristal haba desaparecido...

II

Nueve menos ocho, uno

A pesar de mis buenas relaciones con Lupin y de la confianza de que me ha dado testimonios tan halagadores, hay una cosa en la que nunca he podido penetrar a fondo: la organizacin de su banda.

La existencia de la banda no ofrece duda alguna. Ciertas aventuras slo pueden explicarse a travs de la accin de innumerables sacrificios, energas irresistibles y poderosas complicidades, fuerzas todas ellas obedientes a una voluntad nica y formidable. Pero cmo se ejerce esa voluntad, a travs de qu intermediarios y subrdenes? Lo ignoro. Lupin guarda su secreto, y los secretos que Lupin quiere guardar son, por as decir, impenetrables.

La nica hiptesis que puedo avanzar es que la banda, a mi parecer muy restringida y por ello tanto ms temible, se ve completada por la conjuncin de unidades independientes, afiliados provisionales extrados de todas las capas sociales y de todos los pases, y que son los agentes ejecutivos de una autoridad que con frecuencia ni siquiera conocen. Entre ellos y el amo van y vienen los compaeros, los iniciados, los fieles, los que tienen los papeles principales bajo el mando directo de Lupin.

Gilbert y Vaucheray se encontraban evidentemente entre estos ltimos. Por eso la justicia se mostr tan implacable con ellos. Por primera vez tena cmplices de Lupin, cmplices confirmados, indiscutibles, y tales cmplices haban cometido un crimen! De ser el crimen premeditado, de poder establecerse la acusacin de asesinato sobre pruebas firmes, ello significara el cadalso. Ahora bien, en cuanto a pruebas, al menos haba una evidente: la llamada telefnica de Lonard unos minutos antes de su muerte: Socorro, al asesino..., van a matarme. Dos hombres haban odo aquella llamada desesperada, el empleado de servicio y uno de sus compaeros, los cuales lo atestiguaron categricamente. A consecuencia de aquella llamada el comisario de polica, avisado inmediatamente, tom el camino del chalet Marie-Threse, escoltado por sus hombres y por un grupo de soldados que estaban de permiso.

Desde los primeros das Lupin tuvo nocin exacta del peligro. La lucha tan violenta que haba entablado contra la sociedad entraba en una fase nueva y terrible. La suerte cambiaba. Aquella vez se trataba de un asesinato, de un acto contra el que l mismo se rebelaba, y no ya de uno de esos robos divertidos en que, tras haber esquilmado a algn vividor advenedizo, o a algn financiero sospechoso, saba poner a los reidores de su parte y ganarse la opinin pblica. Esta vez ya no se trataba de atacar, sino de defenderse y de salvar la cabeza de sus dos compaeros.

Una breve nota que he copiado de una de sus libretas de apuntes, donde con bastante frecuencia expone y resume las situaciones embarazosas, nos muestra la secuencia de sus reflexiones:

En primer lugar una certeza: Gilbert y Vaucheray se han burlado de m. La expedicin a Enghien, destinada en apariencia a robar en el chalet Marie-Threse, tena un objetivo oculto. Durante todas las operaciones estuvieron obsesionados por ese objetivo, y bajo los muebles, como en el fondo de los armarios, no buscaban ms que una cosa y slo sa: el tapn de cristal. As pues, si quiero ver claro en medio de las tinieblas, ante todo tengo que saber a qu atenerme a este respecto. No hay duda de que, por razones secretas, ese misterioso pedazo de cristal posee un valor inmenso a sus ojos... Y no solamente a sus ojos, puesto que esta noche alguien ha tenido la audacia y la habilidad de introducirse en mi aposento para robarme el objeto en cuestin.

Aquel robo, cuya vctima era l, intrigaba singularmente a Lupin.

Dos problemas, igualmente insolubles, se planteaban en su nimo. En primer lugar, quin era el misterioso visitante? Slo Gilbert, que gozaba de toda su confianza y le serva de secretario particular, conoca el retiro de la calle Matignon. Pero Gilbert estaba en la crcel. Haba que suponer que Gilbert, traicionndolo, hubiera enviado a la polica a pisarle los talones? En tal caso, cmo en lugar de arrestarlo a l, Lupin, se haban conformado con llevarse el tapn de cristal?

Pero haba algo an mucho ms extrao. Admitiendo que hubieran podido forzar las puertas de su aposento y eso no le quedaba ms remedio que admitirlo, aunque ningn indicio lo probase- , de qu manera haban logrado entrar en su habitacin? Como todas las noches, y siguiendo una costumbre que no abandonaba jams, haba dado la vuelta la llave y echado el cerrojo. Sin embargo hecho irrecusable el tapn de cristal haba desaparecido sin que ni la cerradura ni el cerrojo hubieran sido tocados. Y, aunque Lupin se preciara de tener fino el odo incluso durante el sueo, no lo haba despertado ningn ruido!

No busc mucho. Conoca demasiado ese tipo de enigmas para esperar que pudieran aclararse de otro modo que por la secuencia de los acontecimientos. Pero, muy desconcertado y harto inquieto, cerr en seguida el entresuelo de la calle Matignon, jurndose que no volvera a poner los pies en l.

Y a continuacin se ocup de ponerse en contacto con Gilbert y Vaucheray.

Un nuevo desengao le aguardaba por este lado. La justicia, aunque no pudo establecer sobre bases serias la complicidad de Lupin, decidi que la instruccin del caso se efectuara no en Seine-et-Oise, sino en Pars, y se incorporara a la instruccin general abierta contra Lupin. Asimismo, Gilbert y Vaucheray haban sido encerrados en la prisin de la Sant. Ahora bien, en la Sant, como en el Palacio de Justicia, comprendan con tal nitidez que haba que impedir toda comunicacin entre Lupin y los detenidos, que el prefecto de polica haba dispuesto un cmulo de precauciones minuciosas, minuciosamente observadas por los ms insignificantes subalternos. Da y noche agentes a toda prueba, y siempre los mismos, guardaban a Gilbert y Vaucheray y no los perdan de vista.

Lupin, que por aquella poca an no haba sido promovido honor de su carrera al puesto de jefe de la Seguridad, y que por consiguiente no pudo tomar en el Palacio de Justicia las medidas necesarias para la ejecucin de sus planes, Lupin, despus de quince das de infructuosas tentativas, tuvo que darse por vencido. Lo hizo con rabia en el corazn y una inquietud creciente.

Lo ms difcil en cualquier asunto se deca con frecuencia no es terminar, sino empezar. En el que me ocupa, por dnde empezar? Qu camino seguir?

Se volvi hacia el diputado Daubrecq, el primer poseedor del tapn de cristal, y que probablemente deba de conocer su importancia. Por otra parte, cmo es que Gilbert estaba al corriente de los actos y movimientos del diputado Daubrecq? Cules haban sido sus medios de vigilancia? Quin le haba informado acerca del lugar en que Daubrecq pasara la velada de aquel da? Otras tantas cuestiones interesantes que resolver.

A raz del robo del chalet Marie-Threse, Daubrecq se haba retirado a sus cuarteles de invierno en Pars y ocupaba su hotel particular, a la izquierda de la pequea glorieta Lamartine, que se abre al final de la avenida Victor Hugo.

Lupin, previamente camuflado bajo el aspecto de un viejo rentista que se dedica a callejear bastn en mano, se instal por aquellos parajes, en los bancos de la glorieta y de la avenida.

Un descubrimiento le choc desde el primer da. Dos hombres vestidos de obreros, pero cuya catadura indicaba a las claras su oficio, vigilaban el hotel del diputado. Cuando Daubrecq sala, ellos se ponan a seguirlo y volvan tras l. Por la noche, tan pronto como las luces se apagaban, se marchaban.

A su vez, Lupin les sigui la pista. Eran agentes de la Seguridad.

Vaya, vaya se dijo. Mira por dnde nunca faltan imprevistos. As que Daubrecq resulta sospechoso?

Pero el cuarto da, a la cada de la tarde, se acercaron a los dos hombres otros seis personajes, que mantuvieron con ellos una charla en el lugar ms oscuro de la glorieta Lamartine. Y, entre aquellos nuevos personajes, Lupin se qued muy sorprendido al reconocer por su estatura y sus maneras al famoso Prasville, ex abogado, ex deportista, ex explorador, actualmente favorito del Elseo, y que por razones misteriosas haba sido colocado como secretario general de la Prefectura.

Y bruscamente Lupin se acord: dos aos atrs, en la plaza del Palais-Bourbon, haba tenido lugar una ria resonante entre Prasville y el diputado Daubrecq. Se ignoraba la causa. Aquel mismo da Prasville le enviaba sus padrinos. Daubrecq se neg a batirse.

Poco tiempo despus Prasville era nombrado secretario general.

Raro..., muy raro, se dijo Lupin, que qued pensativo sin dejar de observar los manejos de Prasville.

A las siete el grupo de Prasville se alej un poco hacia la avenida Henri-Martin. La puerta de un jardincito que flanqueaba el hotel por la derecha dio paso a Daubrecq. Los dos agentes le siguieron los pasos y, como l, tomaron el tranva de la calle Taitbout.

Inmediatamente Prasville atraves la glorieta y llam. La reja una el hotel con el pabelln de la portera. Esta vino a abrir. Hubo un rpido concilibulo, tras el cual fueron introducidos Prasville y sus compaeros.

Visita domiciliaria, secreta e ilegal se dijo Lupin. En estricta cortesa hubieran debido convocarme a m tambin. Mi presencia es indispensable.

Sin la menor vacilacin se dirigi al hotel, cuya puerta no estaba cerrada, y pasando ante la portera, que vigilaba los alrededores, dijo con el tono apresurado de alguien a quien estn esperando:

Estn ya ah esos seores?

S, en el despacho.

Su plan era simple: si lo encontraban, se presentara como abastecedor. Pretexto intil. Tras haber franqueado un vestbulo desierto, pudo entrar en el comedor, donde no haba nadie, pero desde donde divis a Prasville y a sus cinco compaeros, a travs de los cristales de una vidriera que separaba el comedor del despacho.

Prasville, valindose de llaves falsas, estaba forzando todos los cajones. Luego compuls todos los papeles, mientras sus cuatro compaeros sacaban de la biblioteca cada uno de los volmenes, sacudiendo las pginas y registrando el interior de las encuademaciones.

Decididamente se dijo Lupin estn buscando un papel..., billetes de banco quiz...

Prasville exclam: Qu tontera! No encontramos nada...

Pero sin duda no renunciaba a encontrarlo, pues de pronto cogi los cuatro frascos de una licorera antigua, quit los cuatro tapones y los examin.

Vaya, hombre! pens Lupin. Ahora resulta que tambin l es aficionado a los tapones de garrafa! Entonces no se trata de un papel? Verdaderamente ya no entiendo nada.

A continuacin Prasville levant y observ diversos objetos, y dijo:

Cuntas veces habis venido aqu?

Seis veces el invierno pasado le respondieron.

Y lo visitasteis a fondo?

Pieza por pieza y durante das enteros, puesto que estaba de gira electoral.

Sin embargo..., sin embargo...

Y prosigui:

As que de momento no tiene criado?

No, est buscando uno. Come en el restaurante, y la portera le hace la limpieza como puede. Esa mujer es completamente nuestra...

Durante cerca de hora y media Prasville se obstin en sus investigaciones, desordenando y tocando todos los bibelots, pero teniendo buen cuidado de volver a dejarlos en el sitio exacto que ocupaban. A las nueve irrumpieron los dos agentes que haban seguido a Daubrecq:

Ya vuelve!

A pie?

A pie.

Nos da tiempo?

S, s.

Sin apresurarse demasiado, Prasville y los hombres de la Prefectura, tras haber echado a la habitacin un ltimo vistazo y haberse asegurado de que nada traicionaba su visita, se retiraron.

La situacin se estaba haciendo crtica para Lupin. Yndose, se arriesgaba a toparse con Daubrecq; quedndose, a no poder salir. Pero, tras comprobar que las ventanas del comedor le ofrecan una salida directa a la glorieta, resolvi quedarse.

Adems la ocasin de ver a Daubrecq un poco ms de cerca era demasiado buena como para desperdiciarla y, puesto que Daubrecq acababa de cenar, era poco probable que entrase en aquella sala.

As que esper, presto a esconderse detrs de una cortina de terciopelo que poda correrse sobre la vidriera en caso de necesidad.

Oy el ruido de las puertas. Alguien entr en el despacho y encendi la luz elctrica. Reconoci a Daubrecq.

Era un hombre grueso, rechoncho, corto de cuello, casi calvo, con una sotabarba gris, y llevaba siempre pues tena la vista muy cansada un binculo de cristales negros por encima de las gafas.

Lupin not la energa del rostro, el mentn cuadrado, la prominencia de los huesos. Sus puos eran velludos y macizos, las piernas torcidas, y andaba con la espalda encorvada, apoyndose alternativamente en una y otra cadera, lo que le daba en cierto modo el aspecto de un cuadrumano. Pero una frente enorme, atormentada, surcada de vallecillos, erizada de protuberancias, coronaba su cara.

El conjunto tena algo de bestial, repugnante, salvaje. Lupin record que en la Cmara lo llamaban el hombre de los bosques, y lo llamaban as no slo porque se mantena al margen y apenas se trataba con sus colegas, sino tambin por su aspecto mismo, sus modales, su forma de andar, su poderosa musculatura.

Se sent ante la mesa, sac del bolsillo una pipa de espuma, escogi entre diversos paquetes de tabaco que estaban secndose en un jarrn un paquete de Maryland, rompi el precinto, llen la pipa y la encendi. Luego se puso a escribir cartas.

Al cabo de un momento suspendi su trabajo y se qued pensativo, con la atencin fija en un punto de la mesa.

De pronto tom una cajita de sellos y la examin. A continuacin verific la posicin de ciertos objetos que Prasville haba tocado y vuelto a colocar, y los escrutaba con los ojos, los palpaba con a mano, se inclinaba sobre ellos, como si ciertas seales, slo por l conocidas, pudieran informarle al respecto.

Finalmente, tom la perilla de un timbre elctrico y oprimi el botn.

Un minuto despus se presentaba la portera.

El le dijo:

Han venido, no es as?

Y, ante la vacilacin de la mujer, insisti:

Vamos a ver, Clmence, ha abierto usted esta cajita de sellos?

No, seor.

Bueno, pues yo haba cerrado la tapa con una tirita de papel engomado. Alguien ha roto la tira.

Sin embargo puedo asegurarle... comenz la mujer.

Pero qu necesidad hay de mentir dijo, si yo mismo le he dicho que se preste a todas esas visitas?

Es que...

Es que le gusta a usted comer a dos carrillos... De acuerdo!

Le tendi un billete de cincuenta francos y repiti:

Han venido?

S, seor.

Los mismos que en primavera?

S, los cinco... con otro... que los mandaba.

Uno alto?... Moreno?...

S.

Lupin vio cmo la mandbula de Daubrecq se contraa, y Daubrecq prosigui:

Eso es todo?

Despus ha venido otro, que se ha reunido con ellos..., y luego, poco despus, otros dos, los dos que ordinariamente montan guardia ante el hotel.

Se han quedado en este despacho?

S, seor.

Y se han marchado cuando, yo llegaba? Unos minutos antes tal vez?

S, seor.

Est bien.

La mujer se fue. Daubrecq volvi a su correspondencia. Luego, alargando el brazo, escribi unos signos en un cuaderno de papel blanco que se hallaba en el extremo de la mesa, y a continuacin lo puso de pie como si no quisiera perderlo de vista.

Eran cifras. Lupin pudo leer esta frmula de sustraccin:

9 8 = 1

Y Daubrecq articulaba entre dientes estas slabas con aire atento.

No cabe la menor duda dijo en alta voz.

Escribi otra carta, muy breve, y en el sobre puso una direccin que Lupin pudo descifrar cuando la carta fue colocada al lado del cuaderno de papel:

Seor Prasville, secretario general de la Prefectura.

Luego volvi a tocar el timbre.

Clmence dijo a la portera, fue usted de joven a la escuela?

Pues claro que s, seor!

Y le ensearon a hacer cuentas?

Pero, seor...

Es que en cuestin de resta no est usted muy fuerte.

Por qu?

Porque ignora usted que nueve menos ocho es igual a uno, y esto, fjese usted, es de una importancia capital. No hay existencia posible si ignora usted esta verdad primordial.

Y hablando as, se levant y dio la vuelta a la habitacin, las manos a la espalda, balancendose sobre las caderas. Lo hizo una vez ms. Luego, detenindose ante el comedor, abri la puerta:

Adems el problema puede enunciarse de otro modo dijo. Si de nueve quitamos ocho, queda uno. Y el que queda est aqu, no? La operacin est bien hecha, y este caballero nos da una prueba deslumbrante de ello, verdad?

Daba palmaditas a la cortina de terciopelo, en cuyos pliegues Lupin se haba envuelto rpidamente.

De verdad, caballero, no se ahoga usted ah debajo? Sin contar con que hubiera podido entretenerme atravesando la cortina a cuchilladas... Recuerde usted el delirio de Hamlet y la muerte de Polonio... Os digo que es un ratn, y un ratn bien gordo... Hala, seor Polonio, salga usted de su agujero.

Era una de esas situaciones a las que Lupin no estaba acostumbrado y que detestaba. Pescar a otros en la trampa y tomarles el pelo lo admita, pero no que se guasearan de l y se carcajearan a sus expensas. Pero poda replicar?

Un poco plido, seor Polonio... Vaya, pero si es el buen burgus que est de plantn en la plazoleta desde hace unos das! De la polica tambin, seor Polonio? Vamos, repngase, no tengo intencin de hacerle ningn mal... Pero ya ve usted, Clmence, la exactitud de mi clculo. Segn usted, entraron aqu nueve soplones. Yo, al volver, cont de lejos por la avenida una banda de ocho. Nueve menos ocho, uno, el que evidentemente se haba quedado aqu de observacin. Ecce Homo.

Y qu ms? dijo Lupin, que tena unas ganas locas de saltar sobre aquel personaje y reducirlo al silencio.

Qu ms? Pues nada, hombre, nada. Qu ms quiere usted? La comedia ha terminado. Slo voy a pedirle que lleve a su amo, el seor Prasville, esta pequea misiva que acabo de escribirle. Clmence, ensee el camino al seor Polonio. Y si vuelve a presentarse alguna vez, brale usted las puertas de par en par. Est usted en su casa, seor Polonio. Servidor de usted...

Lupin vacil. Hubiera querido salir con arrogancia y lanzarle una frase de despedida, una palabra ingeniosa final, como se lanza en el teatro desde el fondo de la escena para proporcionarse un bonito mutis y desaparecer al menos con los honores de la guerra. Pero su derrota era tan lastimosa que no encontr nada mejor que hundirse de un puetazo el sombrero en la cabeza y seguir a la portera taconeando fuerte. Era una venganza pobre.

Maldito bribn! grit en cuanto estuvo fuera y volvindose hacia las ventanas de Daubrecq- . Miserable! Canalla! Diputado! Esta me la vas a pagar!... Ah, el seor se permite...! Ah, el seor tiene la cara...! Pues bien, seor, te juro por todos los santos que un da u otro...

Echaba espumarajos de rabia, tanto ms cuanto que en el fondo de s mismo reconoca la fuerza de aquel nuevo enemigo, y no poda negar la maestra desplegada en aquel asunto.

La flema de Daubrecq, la seguridad con que se la haba jugado a los funcionarios de la Prefectura, el desprecio con que se prestaba a que visitasen su apartamento, y por encima de todo su admirable sangre fra, su desenvoltura y la impertinencia de su conducta frente al noveno personaje que lo espiaba, todo ello denotaba un hombre de carcter, poderoso, equilibrado, lcido, audaz, seguro de s y de las cartas que tena en su mano.

Pero qu cartas eran sas? A qu estaba jugando? Quin iba ganando? Hasta qu punto estaban comprometidos unos y otros? Lupin lo ignoraba. Sin saber nada, con la cabeza baja se lanzaba a lo ms recio de la batalla, entre dos adversarios violentamente comprometidos, cuya posicin, armas, recursos y planes secretos desconoca. Porque, en fin, no poda admitir que el objetivo de tantos esfuerzos fuera la posesin de un tapn de cristal!

Una sola cosa le regocijaba: Daubrecq no lo haba desenmascarado. Daubrecq lo crea un paniaguado de la polica. Ni Daubrecq ni por consiguiente la polica sospechaban la intrusin de un tercer ladrn en el asunto. Era su nico triunfo, triunfo que le daba una libertad de accin a la que l conceda una importancia extrema.

Sin ms prdida de tiempo abri la carta que Daubrecq le haba entregado para el secretario general de la Prefectura. Contena estas pocas lneas:

Al alcance de tu mano, mi buen Prasville! Lo has tocado! Un poco ms, y ya estaba..., pero eres demasiado tonto. Y pensar que no han encontrado a nadie mejor que t para hacerme morder el polvo. Pobre Francia! Hasta la vista, Prasville. Pero si te pillo con las manos en la masa, peor para ti: disparar.

Firmado: DAUBRECQ.

Al alcance de la mano... se repeta Lupin despus de haber ledo. Este truhn quiz dice la verdad. Los escondrijos ms elementales son los ms seguros. No obstante, no obstante, habr que ver eso... Y habr que ver tambin por qu el Daubrecq ese est siendo objeto de una vigilancia tan estrecha, y documentarse un poco sobre el individuo.

Las informaciones que Lupin haba podido conseguir en una agencia especial se resuman as:

Alexis Daubrecq, diputado de Bouches-du-Rhne desde hace dos aos, escao entre los independientes; opiniones bastante mal definidas, pero situacin electoral muy slida gracias a las enormes sumas que gasta en su candidatura. Ninguna fortuna. Sin embargo, hotel en Pars, chalet en Enghien y en Niza, grandes prdidas en el juego, sin que se sepa de dnde le viene el dinero. Muy influyente, obtiene lo que quiere, aunque no frecuenta los ministerios, y no parece tener amistades ni relaciones en los medios polticos.

Ficha comercial se dijo Lupin, releyendo la nota. Lo que me hara falta sera una ficha ntima, una ficha policial, que me diese informes sobre la vida privada del seor y me permitiese maniobrar con ms comodidad en estas tinieblas y saber si no estoy lindome al ocuparme del tal Daubrecq. Porque el tiempo corre, qu caramba!

Uno de los apartamentos que Lupin habitaba por aquella poca, y donde iba con ms frecuencia, estaba situado en la calle Chateaubriand, cerca del Arco de Triunfo. Tena una instalacin bastante confortable y un criado, Achule, que era totalmente incondicional suyo, y cuyo trabajo consista en centralizar las comunicaciones telefnicas que dirigan a Lupin sus confidentes.

Al entrar en casa, Lupin se enter con gran sorpresa de que le esperaba una dependienta desde haca una hora por lo menos.

Cmo? Pero si nadie viene nunca a verme aqu! Es joven?

No..., no creo.

No crees!

Lleva una mantilla a la cabeza en lugar de sombrero, y no se le ve la cara... Es ms bien una empleada.,., una tendera nada elegante...

Por quin ha preguntado?

Por el seor Michel Beaumont -respondi el criado.

Qu raro. Y qu quera?

Me ha dicho simplemente que era algo que tena que ver con el asunto de Enghien... As que he credo...

Eh? El asunto de Enghien! De modo que sabe que estoy metido en ese asunto!... De modo que sabe que dirigindose aqu...

No he podido sacarle nada, pero cre que a pesar de todo haba que recibirla.

Has hecho bien. Dnde est?

En el saln. He encendido.

Lupin atraves vivamente la antecmara y abri la puerta del saln.

Qu me ests contando? dijo a su criado. Aqu no hay nadie.

Nadie? dijo Achule lanzndose hacia all.

En efecto, el saln estaba vaco.

Pero si no es posible! Esto pasa de castao oscuro! grit el criado. No hace ni veinte minutos que he vuelto a mirar por precaucin. Estaba aqu. Y no estoy con la berza.

Vamos a ver, vamos a ver dijo Lupin con irritacin. Dnde estabas t mientras esperaba esa mujer?

En el vestbulo, jefe. No he dejado el vestbulo ni un segundo! Habra tenido que verla salir por narices!

Sin embargo no est aqu...

Desde luego..., desde luego... gimi el criado, alelado. Habr perdido la paciencia, y se ha ido. Pero me gustara saber por dnde, lee!

Por dnde? dijo Lupin. No hace falta ser brujo para saberlo.

Cmo?

Por la ventana. Mira, todava est entreabierta..., estamos en el bajo..., la calle est casi siempre desierta..., es de noche..., no cabe la menor duda.

Miraba en torno suyo para cerciorarse de que no haba desordenado ni se haba llevado nada. Por lo dems, en aquella habitacin no haba ningn bibelot precioso, ningn papel importante que pudiera explicar la visita y luego la desaparicin sbita de la mujer. Y sin embargo, por qu aquella huida inexplicable?...

No ha habido hoy ninguna llamada telefnica? pregunt.

No.

Ninguna carta esta tarde?

S, una en el ltimo correo.

Dmela.

La he dejado como de costumbre encima de la chimenea del seor.

La habitacin de Lupin estaba contigua al saln, pero Lupin haba condenado la puerta que comunicaba las dos piezas. Haba que volver a pasar, pues, por el vestbulo.

Lupin encendi la luz y al cabo de un instante declar:

No la veo...

S..., la he puesto al lado de la copa.

Aqu no hay nada.

No habr mirado bien el seor.

Pero por ms que Achille desplaz la copa, levant el reloj, se agach..., la carta no estaba all.

Ah, me cago en...! murmur. Ha sido ella..., ella la ha robado..., y en cuanto ha tenido la carta se ha largado... Ah, la lagarta...!

Lupin objet:

Ests loco! Si no hay comunicacin entre las dos habitaciones!

Entonces qu quiere usted que sea, jefe?

Se callaron los dos. Lupin se esforzaba por contener su clera y poner en orden sus ideas.

Pregunt: Has examinado la carta?

-S!

No tena nada de particular?

Nada. Un sobre cualquiera con una direccin a lpiz.

Ah... a lpiz?

S, y como escrita con prisa, garrapateada ms bien.

Te has quedado con la direccin? pregunt Lupin con cierta angustia.

Me he quedado con ella porque me ha parecido rara...

Habla! Vamos, habla de una vez!

Seor de Beaumont Michel.

Lupin sacudi vivamente a su criado.

Haba un de antes de Beaumont? Ests seguro? Y Michel vena despus de Beaumont?

Absolutamente seguro.

Ah! murmur Lupin con voz ahogada. Era una carta de Gilbert!

Se qued inmvil, un poco plido y con la cara contrada. No haba duda, era una carta de Gilbert! Era la direccin que, por orden suya y desde haca muchos aos, empleaba siempre Gilbert para su correspondencia con l. Despus de haber logrado hallar desde el fondo de su prisin y tras qu espera!, a costa de qu ardides!, despus de haber logrado hallar el medio de echar una carta al correo, Gilbert haba escrito precipitadamente aquella carta. Y mira por dnde la interceptaban! Qu contena? Qu instrucciones daba el desgraciado prisionero? Qu socorro imploraba? Qu estratagema propona?

Lupin examin la habitacin, en la que, al contrario que en el saln, haba papeles importantes. Pero, no habiendo ninguna cerradura fracturada, era preciso admitir que la mujer no haba tenido otro objetivo que apoderarse de la carta de Gilbert. Esforzndose por mantenerse en calma, prosigui:

Ha llegado la carta mientras la mujer estaba aqu?

Al mismo tiempo. La portera tocaba el timbre en ese mismo momento.

Ha podido ella ver el sobre?

S.

La conclusin, pues, se sacaba por s sola. Quedaba por saber cmo haba podido efectuar el robo la visitante. Deslizndose por el exterior de una ventana a otra? Imposible: Lupin encontr cerrada la ventana de su habitacin. Abriendo la puerta de comunicacin? Imposible: Lupin la encontr candada, atrancada con los dos cerrojos exteriores.

Sin embargo nadie pasa a travs de una pared por una simple operacin de la voluntad. Para entrar y salir de algn sitio hace falta una salida y, como el hecho se haba realizado en el espacio de unos pocos minutos, era preciso que en aquella ocasin la salida fuera anterior, que estuviera ya practicada en la pared y desde luego que la mujer la conociera. Tal hiptesis simplificaba la bsqueda y la concentraba en la puerta, pues la pared, completamente desnuda, sin armarios, sin chimenea, sin colgaduras, no poda disimular ningn pasadizo.

Lupin volvi al saln y se puso a estudiar la puerta. Pero inmediatamente se estremeci. Al primer vistazo se dio cuenta de que abajo, a la izquierda, uno de los seis pequeos paneles situados entre las barras transversales de la puerta no ocupaba su posicin normal y la luz no le caa a plomo. Se inclin y descubri dos clavillos de hierro que sostenan el panel a la manera de una tabla de madera detrs de un marco. No tuvo ms que separarlos. El panel se solt.

Achille lanz un grito de estupefaccin. Pero Lupin objet:

Y qu? Hemos avanzado algo? Esto no es ms que un rectngulo vaco de unos quince o dieciocho centmetros de ancho por cuarenta de alto. No vas a pretender que esa mujer ha podido deslizarse por un orificio que ya sera muy estrecho para un nio de diez aos, por delgado que fuese!

No, pero ha podido pasar el brazo y descorrer el cerrojo.

El cerrojo de abajo s dijo Lupin. Pero el cerrojo de arriba no, la distancia es excesivamente grande. Intntalo y vers.

Achille, en efecto, tuvo que renunciar a ello.

Entonces? dijo.

Lupin no respondi. Permaneci largo tiempo reflexionando.

Luego, de pronto, orden:

Mi sombrero..., mi abrigo...

Se daba prisa, impulsado por una idea imperiosa. Fuera, se lanz a un taxi.

Calle Matignon, y rpido...

Nada ms llegar ante la entrada del apartamento en que le haban quitado el tapn de cristal, salt del coche, abri su entrada particular, subi al piso, corri al saln, encendi y se puso en cuclillas ante la puerta que comunicaba con su habitacin.

Haba adivinado. Uno de los pequeos paneles se solt igualmente.

Y lo mismo que en la otra morada de la calle Chateaubriand, el orificio, suficiente para pasar el brazo y el hombro, no permita descorrer el cerrojo superior.

Mal rayo me parta! exclam, incapaz de dominar por ms tiempo la rabia que herva dentro de l desde haca dos horas. Por todos los diablos del infierno! Es que no voy a acabar con esta historia?

De hecho una mala suerte increble se encarnizaba con l y lo reduca a andar tanteando al azar, sin que nunca le fuese posible utilizar los elementos de xito que su obstinacin o la fuerza misma de las cosas le ponan en sus manos. Gilbert le confiaba el tapn de cristal. Gilbert le enviaba una carta. Todo desapareca en el mismo instante.

Y ya no se trataba, como haba podido creer hasta ahora, de una serie de circunstancias fortuitas, independientes las unas de las otras. No. Era manifiestamente el efecto de una voluntad adversa que persegua un objetivo definido con una habilidad prodigiosa y una destreza inconcebible, que lo atacaba a l, Lupin, en el fondo mismo de sus reductos ms seguros, y lo desconcertaba con golpes tan rudos y tan imprevistos, que ni siquiera saba de quin tena que defenderse. Nunca hasta entonces en el curso de sus aventuras haba chocado con semejantes obstculos.

Y en el fondo de s mismo creca poco a poco un miedo obsesivo al futuro. Una fecha brillaba ante sus ojos, la fecha terrible que inconscientemente asignaba a la justicia para ejecutar su obra de venganza, la fecha en que, una maana de abril, subiran al cadalso dos hombres que haban andado a su lado, dos compaeros que sufriran el espantoso castigo.

III

La vida privada de Alexis Daubrecq

Al volver a casa despus de comer, el da que sigui al de la exploracin de su domicilio por la polica, el diputado Daubrecq fue detenido por Clmence, su portera. Esta haba logrado encontrar una cocinera en quien se poda tener toda confianza.

La cocinera, que se present unos minutos ms tarde, exhibi certificados de primer orden, firmados por personas a las que era fcil pedir informacin. Muy activa, aunque de cierta edad, aceptaba ocuparse ella sola de la limpieza de la casa sin ayuda de ningn criado, condicin impuesta por Daubrecq, que prefera reducir las posibilidades de ser espiado.

Por ltimo, como ella estaba colocada en casa de un miembro del Parlamento, el conde Saulevat, Daubrecq telefone inmediatamente a su colega. El intendente del conde Saulevat dio de ella informes inmejorables. Fue contratada.

En cuanto trajo su equipaje se puso a trabajar, estuvo limpiando todo el da y prepar la cena.

Daubrecq cen y sali.

Hacia las once, cuando ya estaba acostada la portera, entreabri con precaucin la reja del jardn. Un hombre se acerc.

Eres t? dijo ella.

S, soy yo, Lupin.

Lo condujo a la habitacin que ocupaba en el tercer piso sobre el jardn, y en seguida empez a lamentarse:

Otra vez trucos, y siempre trucos! Es que no puedes dejarme tranquila en lugar de emplearme en montones de trabajos?

Qu quieres, mi buena Victoire: cuando me hace falta una persona de apariencia respetable y de costumbres intachables, pienso en ti. Deberas sentirte halagada.

Es as como te conmueves! gimi. Me arrojas una vez ms en la boca del lobo y encima te cachondeas.

A qu te arriesgas?

Cmo que a qu me arriesgo! Todos los certificados son falsos.

Los certificados son siempre falsos.

Y si se entera el seor Daubrecq? Y si se informa?

Ya se ha informado.

Eeeh? Qu ests diciendo?

Ha telefoneado al intendente del conde Saulevat, en cuya casa se supone que has tenido el honor de trabajar.

Lo ves, estoy perdida.

El intendente del conde se ha hecho lenguas de ti.

Pero si no me conoce.

Pero yo a l s. Fui yo quien lo coloqu en casa del conde Saulevat. Entonces, comprendes...

Victoire pareci un poco ms calmada.

En fin! Sea lo que Dios quiera... o ms bien lo que quieras t. Y cul es mi papel en todo esto?

En primer lugar, dejarme dormir aqu. En otro tiempo me alimentaste con tu leche. Bien puedes ofrecerme la mitad de tu habitacin. Dormir en el silln.

Y despus?

Despus? Facilitarme los alimentos necesarios.

Y despus?

Despus? Emprender de acuerdo conmigo y bajo mi direccin una serie de bsquedas que tienen por objeto...

Que tienen por objeto...?

...el descubrimiento del objeto precioso de que ya te he hablado.

Qu?

Un tapn de cristal.

Un tapn de cristal... Jess, Mara y Jos! Vaya oficio! Y si no aparece tu maldito tapn?

Lupin la cogi suavemente del brazo, y con voz grave:

Si no aparece, Gilbert, el pequeo Gilbert que t conoces y a quien tanto quieres, tiene muchas probabilidades de quedarse sin cabeza, lo mismo que Vaucheray.

Vaucheray me da igual... Un canalla como l! Pero Gilbert...

Has ledo los peridicos esta noche? El caso est tomando cada vez peor cariz. Vaucheray, como es natural, acusa a Gilbert de haber herido al criado, y da la casualidad de que el cuchillo de que se sirvi Vaucheray pertenece a Gilbert. Han tenido la prueba esta maana. A lo que Gilbert, que es inteligente pero que no tiene bastantes agallas, farfull y se meti a contar historias y mentiras que acabarn por perderlo. Hasta aqu hemos llegado. Quieres ayudarme?

A medianoche volvi el diputado.

Desde entonces, y durante varios das, Lupin ajust su vida a la de Daubrecq. En cuanto ste dejaba el hotel, Lupin comenzaba sus investigaciones.

Las prosigui con mtodo, dividiendo cada una de las habitaciones en sectores que no abandonaba hasta haber interrogado los ms pequeos escondrijos y, por decirlo as, agotado todas las combinaciones posibles.

Tambin Victoire buscaba. Y nada quedaba olvidado. Patas de mesa, barrotes de silla, tablas de parquet, molduras, marcos de espejos o de cuadros, relojes, zcalos de estatuillas, dobladillos de cortinas, aparatos telefnicos o elctricos, pasaban revista a todo cuanto una imaginacin ingeniosa hubiera podido escoger como escondite.

Y tambin vigilaban los ms pequeos actos del diputado, sus gestos ms inconscientes, sus miradas, los libros que lea, las cartas que escriba.

Era cosa fcil; pareca vivir a la luz del da. Nunca haba una puerta cerrada. No reciba ninguna visita. Y su existencia funcionaba con una regularidad de mecanismo. Por la tarde iba a la Cmara, por la noche al Crculo.

Sin embargo deca Lupin, en todo esto tiene que haber algo que no es catlico.

Te digo que no hay nada gema Victoire. Ests perdiendo el tiempo y van a acabar pillndonos.

La presencia de los agentes de la Seguridad y sus idas y venidas bajo las ventanas la volvan loca. No poda admitir que estuvieran all por otra razn que para cogerla a ella, Victoire, en la trampa. Y cada vez que iba al mercado se sorprenda enormemente de que ninguno de aquellos hombres le pusiera la mano en el hombro.

Un da volvi trastornada. La cesta de la compra temblaba en su brazo.

Y bien, qu pasa, mi buena Victoire? le dijo Lupin. Ests verde.

Verde, eh?... Hay para estarlo...

Tuvo que sentarse, y slo tras muchos esfuerzos consigui tartamudear:

Un individuo..., un individuo me ha abordado... en la frutera...

Caramba! Quera raptarte?

No... Me ha entregado una carta...

Y te quejas? Una declaracin de amor, claro!

No... Es para su jefe, me ha dicho. Digo: Mi jefe? S, para "el seor que vive en su habitacin".

Eeeh?

Esta vez Lupin se sobresalt.

Dame eso dijo, arrancndole el sobre.

El sobre no llevaba ninguna direccin.

Pero en el interior haba otro, y en l ley:

Seor Arsenio Lupin, a la atencin de Victoire. Diantre! murmur. Esto pasa de castao oscuro!

Rompi el segundo sobre. Contena una hoja de papel con las palabras siguientes, escritas en grandes maysculas:

TODO LO QUE EST HACIENDO ES INTIL Y PELIGROSO... ABANDONE LA PARTIDA...

Victoire lanz un gemido y se desmay. En cuanto a Lupin, sinti que enrojeca hasta las orejas, como si lo hubieran ultrajado de la forma ms grosera. Experimentaba la humillacin de un duelista cuyas intenciones ms secretas fueran proclamadas en voz alta por un adversario irnico.

Por lo dems, no rechist. Victoire prosigui su servicio. El se qued en su habitacin pensando todo el da.

Por la noche no durmi.

Y no dejaba de repetirse:

De qu sirve pensar? Estoy tropezando con uno de esos problemas que no se resuelven a base de reflexin. Est claro que no estoy solo en el caso, y que entre Daubrecq y la polica hay, adems del tercer ladrn, que soy yo, un cuarto ladrn que acta por su propia cuenta y que me conoce y que lee claramente en mi juego. Pero quin es ese cuarto ladrn? Y adems, no me estar equivocando? Y adems... Ah, lee... a dormir!

Pero no poda dormir, y una parte de la noche transcurri de esta suerte.

Pero hacia las cuatro de la maana le pareci or ruido en la casa. Se levant precipitadamente, y desde lo alto de la escalera distingui a Daubrecq, que bajaba al primer piso y se diriga a continuacin hacia el jardn.

Un minuto ms tarde el diputado, despus de haber abierto la reja, volvi con un individuo que llevaba la cabeza enterrada en el fondo de un amplio cuello de piel, y lo condujo a su despacho.

En previsin de una eventualidad de este tipo, Lupin haba tomado sus precauciones. Como las ventanas del despacho y las de su habitacin, situadas en la parte trasera de la casa, daban al jardn, colg de su balcn una escala de cuerda que desenroll suavemente y por la que baj hasta el nivel superior de las ventanas del despacho.

Unas contraventanas ocultaban las ventanas. Pero como eran redondas, quedaba libre un montante semicircular, y Lupin, aunque le fuera imposible or, pudo enterarse de todo lo que pasaba dentro.

En seguida comprob que la persona a quien haba tomado por un hombre era una mujer, una mujer joven an, aunque su caballera negra apareciese mezclada con cabellos grises, una mujer de una elegancia muy sencilla, alta, y cuyo bello rostro tena esa expresin cansada y melanclica que da la costumbre de sufrir.

Dnde diablos la he visto yo? se pregunt Lupin . Porque, con toda seguridad, yo conozco esos rasgos, esa mirada, esa fisonoma.

De pie, apoyada en la mesa, impasible, escuchaba a Daubrecq. Este, tambin de pie, le hablaba con animacin. Estaba dando la espalda a Lupin, pero Lupin se inclin y vio un espejo donde se reflejaba la imagen del diputado. Y se qued espantado al ver con qu ojos extraos, con qu aire de deseo brutal y salvaje miraba a su visitante.

Tambin ella debi de sentirse molesta, porque se sent y baj los prpados. Daubrecq se inclin entonces hacia ella, y pareca a punto de rodearla con sus largos brazos de enormes puos. Y de pronto Lupin advirti que por el rostro triste de la mujer rodaban gruesas lgrimas.

Fue la vista de las lgrimas lo que hizo perder la cabeza a Daubrecq? Con un movimiento brusco estrech a la mujer y la atrajo hacia s. Ella lo rechaz con una violencia llena de odio. Y ambos, tras una breve lucha en que la cara del hombre le pareci a Lupin convulsa y atroz, ambos, erguidos el uno frente al otro, se apostrofaron como mortales enemigos.

Luego se callaron. Daubrecq se sent; tena un aire malvado, duro, irnico tambin. Y habl de nuevo, dando sobre la mesa golpecitos secos, como si estuviera poniendo condiciones.

Ella ya no se mova. Lo dominaba con su busto altanero, distrada y la mirada vaga. Lupin no la perda de vista, cautivado por aquel rostro enrgico y doloroso, y buscaba en vano un recuerdo con que relacionarla, cuando se dio cuenta de que haba vuelto ligeramente la cabeza y mova el brazo de forma imperceptible.

Su brazo se separ de su busto, y Lupin vio que en el extremo de la mesa haba una garrafa cubierta con un tapn de cabeza de oro. La mano alcanz la garrafa, tante, se levant suavemente y agarr el tapn. Un rpido movimiento de cabeza, una ojeada, y el tapn fue colocado en su sitio. Sin duda alguna no era eso lo que esperaba la mujer.

Pardiez! se dijo Lupin. Tambin ella anda detrs del tapn de cristal. Decididamente, el asunto se complica cada da ms.

Pero, al observar de nuevo a la visitante, not estupefacto la expresin sbita e imprevista de su rostro, una expresin terrible, implacable, feroz. Y vio que la mano segua con su tejemaneje alrededor de la mesa y que, siguiendo un deslizamiento ininterrumpido, una maniobra solapada, apartaba unos libros, y lentamente, seguramente, se acercaba a un pual cuya hoja brillaba en medio de las hojas esparcidas.

Nerviosamente agarr el mango.

Daubrecq segua discurriendo. Por encima de su espalda, sin temblar, la mano se levant poco a poco, y Lupin vea los ojos extraviados y furiosos de la mujer fijos en el punto exacto de la nuca que haba escogido para clavar el cuchillo.

Est usted cometiendo una tontera, mi bella dama, pens Lupin.

Y ya pensaba en el medio de escapar y de llevarse a Victoire.

Con el brazo erguido, ella dudaba sin embargo. Pero no fue ms que un breve desfallecimiento. Apret los dientes. Toda su faz, contrada por el odio, se contorsion an ms. E hizo el terrible movimiento. En aquel mismo instante Daubrecq se agachaba, saltaba de su silla y, volvindose, atrapaba al vuelo la frgil mueca de la mujer.

Cosa curiosa, no le dirigi ningn reproche, como si lo que ella haba intentado hacer no le hubiera sorprendido ms que una accin ordinaria muy natural y muy simple. Se encogi de hombros, como hombre acostumbrado a correr ese tipo de peligros, y se pase de arriba abajo silencioso.

Ella haba soltado el arma y lloraba, la cabeza entre las manos, con sollozos que la hacan estremecerse toda entera.

Luego l volvi hacia ella y, golpeando otra vez la mesa, le dijo algunas palabras.

Ella hizo un signo negativo y, como l insistiera, dio a su vez una violenta patada en el suelo, y grit tan fuerte que Lupin lo oy:

Nunca!... Nunca!...

Entonces, sin decir una palabra ms, l fue a buscar el abrigo de piel que ella traa y se lo puso a la mujer sobre los hombros, mientras ella se envolva el rostro en un velo.

Y l volvi a acompaarla.

Dos minutos ms tarde volva a cerrarse la reja del jardn.

Es una lstima que no pueda correr tras esa extraa persona y cotillear un poco con ella acerca del Daubrecq este. Me da la impresin de que entre los dos haramos un buen trabajo.

En todo caso quedaba un punto por esclarecer. El diputado Daubrecq, que llevaba una vida tan ordenada, tan ejemplar en apariencia, pues no reciba ciertas visitas por la noche, cuando el hotel ya no estaba vigilado por la polica?

Encarg a Victoire que previniera a dos hombres de su banda para que estuvieran al acecho durante algunos das. Y l mismo se mantuvo despierto la noche siguiente.

Como la vspera, a las cuatro de la maana oy un ruido. Como la vspera, el diputado introdujo a alguien.

Lupin baj a toda prisa por su escala, y en seguida, al llegar a la altura del montante, vio a un hombre que se arrastraba a los pies de Daubrecq, que le abrazaba las rodillas con frentica desesperacin y que tambin lloraba convulsivamente.

Varias veces Daubrecq lo apart riendo, pero el hombre se aferraba a l. Pareca estar loco, y en un verdadero acceso de locura, enderezndose a medias, agarr al diputado por la garganta y lo derrib en un silln. Daubrecq se debati, impotente al principio y con las venas hinchadas. Pero, con una fuerza poco comn, no tard en rehacerse y reducir a su adversario a la inmovilidad.

Entonces, sujetndolo con una mano, con la otra lo abofete dos veces a brazo tendido.

El hombre se levant despacio. Estaba lvido y vacilaba sobre sus piernas. Aguard un momento, como para recobrar su sangre fra. Y con una calma horrible sac del bolsillo un revlver y apunt a Daubrecq.

Daubrecq no se movi. Hasta sonrea con un aire de desafo y sin inmutarse ms que si le apuntaran con la pistola de un nio.

Durante quince o veinte segundos tal vez el hombre permaneci con el brazo extendido frente a su enemigo. Luego, siempre con la misma lentitud, en la que se revelaba un dominio tanto ms impresionante cuanto que suceda a una crisis de extrema agitacin, guard el arma y sac de otro bolsillo su cartera.

Daubrecq se acerc.

La cartera fue abierta. Apareci un fajo de billetes de banco.

Daubrecq se apoder vivamente de ellos y los cont.

Eran billetes de mil francos.

Haba treinta.

El hombre miraba. No hizo ningn movimiento de rebelda, ninguna protesta. Visiblemente comprenda la inutilidad de las palabras. Daubrecq era de los que no se doblegan. Por qu perder el tiempo suplicndole o incluso vengarse de l con ultrajes o vanas amenazas? Poda llegar hasta aquel enemigo inaccesible? La misma muerte de Daubrecq no lo librara de Daubrecq.

Cogi su sombrero y se fue.

A las once de la maana, al volver del mercado, Victoire entreg a Lupin una nota que le enviaban sus cmplices.

Ley:

El hombre que fue anoche a casa de Daubrecq es el diputado Langeroux, presidente de la izquierda independiente. Poca fortuna. Familia numerosa.

Vamos se dijo Lupin, que Daubrecq no es ms que un chantajista; pero hay que reconocer que los medios de accin que emplea son tremendamente eficaces.

Los acontecimientos dieron nueva fuerza a la suposicin de Lupin. Tres das despus vino otro visitante, que entreg a Daubrecq una suma importante. Y dos das despus otro, que dej un collar de perlas.

El primero se llamaba Dechaumont, senador, ex ministro. El segundo era el marqus de Albufex, diputado bonapartista, ex jefe del gabinete poltico del prncipe Napolen.

En ambos casos la escena fue ms o menos semejante a la entrevista del diputado Langeroux, una escena violenta y trgica que termin con la victoria de Daubrecq.

Y uno tras otropens Lupin, cuando tuvo los informes. He asistido a cuatro visitas. No necesito saber si son diez, veinte o treinta... Me basta con conocer, por los amigos que estn de plantn, el nombre de los visitantes. Ir a verlos?... Para qu? No tienen ningn motivo para confiar en m. Por otra parte, debo perder el tiempo aqu en investigaciones que no avanzan nada y que Victoire puede proseguir por su cuenta tan bien como yo?

Estaba muy confuso. Las noticias de la instruccin seguida contra Gilbert y Vaucheray eran cada vez peores, pasaban los das, y no haba hora en que no se preguntara y con qu angustia! si todos sus esfuerzos, aun admitiendo que tuviese xito, no desembocaran en resultados irrisorios y absolutamente extraos al fin que persegua. Pues al cabo, una vez desenredadas las maniobras clandestinas de Daubrecq, conseguira con ello el medio de socorrer a Gilbert y Vaucheray?

Aquel da un incidente puso fin a su indecisin. Despus de comer, Victoire oy retazos de una conversacin telefnica de Daubrecq.

Por lo que le cont Victoire, Lupin dedujo que el diputado haba quedado a las ocho y media con una seora y que iba a llevarla al teatro.

Tomar un palco, como hace seis semanas haba dicho Daubrecq.

Y, riendo, haba aadido:

Espero que entre tanto no me roben.

Para Lupin la cosa no ofreca duda. Daubrecq iba a pasar la velada del mismo modo que seis semanas antes, mientras le robaban en el chalet de Enghien. Conocer a la persona con quien iba a encontrarse, saber quiz tambin cmo Gilbert y Vaucheray se haban enterado de que la ausencia de Daubrecq durara de las ocho de la tarde a la una de la maana, era de una importancia capital.

Por la tarde, con ayuda de Victoire y sabiendo por ella que Daubrecq volvera a cenar ms pronto que de costumbre, Lupin sali del hotel.

Pas por su casa de la calle Chateaubriand, llam por telfono a tres amigos suyos, se endos un frac, y compuso, como sola decir, su cabeza de prncipe ruso, de pelo rubio y patillas cortadas al rape.

Los cmplices llegaron en automvil.

En aquel momento, Achule, el criado, le trajo un telegrama dirigido al seor Michel Beaumont, calle de Chateaubriand. El telegrama estaba concebido en estos trminos:

NO VAYA AL TEATRO ESTA NOCHE. SU INTERVENCIN PUEDE ECHARLO TODO A PERDER.

Sobre la chimenea, cerca de l, haba un jarrn de flores. Lupin lo cogi y lo hizo aicos.

Est bien, est bien! rechin. Juegan conmigo como yo suelo jugar con los dems. Los mismos procedimientos. Los mismos artificios. Pero mire usted por dnde va a haber una diferencia...

Qu diferencia? No lo saba muy bien. La verdad es que tambin l estaba desconcertado, turbado hasta el fondo de su ser, y que no continuaba actuando ms que por obstinacin, por deber, digmoslo as, y sin aportar al trabajo su buen humor y su entusiasmo ordinarios.

Vamos! dijo a sus cmplices.

Siguiendo sus rdenes, el chfer se detuvo no lejos de la glorieta de Lamartine, pero sin apagar el motor. Lupin supona que Daubrecq, para librarse de los agentes de la Seguridad que vigilaban el hotel, saltara a cualquier taxi, y no quera distanciarse de l.

Pero no contaba con la habilidad de Daubrecq.

A las siete y media la reja del jardn se abri de par en par, brot un vivo resplandor, y rpidamente una motocicleta franque la acera, borde la glorieta, gir ante el auto y se dirigi hacia el bosque a tal velocidad, que hubiera sido absurdo ponerse a perseguirla.

Buen viaje, seor Dumollet dijo Lupin, intentando bromear, pero irritado en el fondo.

Observ a sus cmplices con la esperanza de que alguno se permitiera una sonrisa burlona. Cmo le hubiera gustado descargar sus nervios sobre l!

Vamonos dijo al cabo de un instante.

Los invit a cenar, luego se fum un puro, volvieron a marcharse en automvil y dieron una vuelta por los teatros, comenzando por los de opereta y vodevil, suponiendo que Daubrecq y su dama tendran preferencia por ellos. Sacaba una butaca, inspeccionaba los palcos y se iba.

Pas en seguida a los teatros ms serios, al Renaissance, al Gymnase.

Finalmente, a las diez de la noche, descubri en el Vaudeville un palco casi enteramente oculto por sus dos biombos, y mediante una propina supo por la acomodadora que all haba un hombre de cierta edad, gordo y pequeo, y una dama cubierta con un tupido velo.

Como el palco vecino estaba libre, lo tom, volvi donde sus amigos para darles las instrucciones necesarias y se instal al lado de la pareja.

Durante el entreacto, a la luz ms viva, distingui el perfil de Daubrecq. La dama quedaba en el fondo, invisible.

Los dos hablaban en voz baja y, cuando volvi a levantarse el teln, continuaron hablando, pero de tal modo que Lupin no distingua una palabra.

Pasaron diez minutos. Alguien llam a su puerta. Era un inspector del teatro.

El seor diputado Daubrecq, verdad? pregunt.

S dijo Daubrecq con voz extraada. Pero cmo sabe usted mi nombre?

Es que hay al telfono una persona que pregunta por usted y me dijo que me dirigiera al palco 22.

Pero quin es?

El seor marqus de Albufex.

Eeeh?... Cmo?

Qu le digo?

Voy..., voy...

Daubrecq se levant precipitadamente y sigui al inspector.

No bien haba desaparecido, cuando Lupin surgi de su palco. Forz la puerta vecina y se sent junto a la dama.

Ella ahog un grito.

Cllese orden. Tengo que hablar con usted, es de suma importancia.

Ah! dijo ella entre dientes. Arsenio Lupin.

Se qued como atontado. Por un instante permaneci mudo, con la boca abierta. Aquella mujer lo conoca! Y no slo lo conoca, sino que lo haba reconocido a pesar de su disfraz! Por acostumbrado que estuviera a los acontecimientos ms extraordinarios y ms inslitos, aqul lo desconcertaba.

Ni siquiera pens en protestar y balbuce:

As que usted sabe..., usted sabe?...

Bruscamente, antes de que tuviera tiempo de defenderse, apart el velo de la dama.

Cmo! Es posible? murmur con creciente estupor.

Era la mujer que haba visto en casa de Daubrecq unos das antes, la mujer que haba levantado el pual contra Daubrecq y que haba intentado herirlo con toda su fuerza rencorosa.

Ahora fue ella la que pareci trastornada.

Cmo! Me haba visto usted antes?...

S, la otra noche en su hotel... La vi levantar la mano...

Ella hizo un movimiento para huir. El la retuvo vivamente.

Tengo que saber quin es usted... Para saberlo he mandado que telefoneen a Daubrecq.

Ella se asust.

Cmo! As que no era el marqus de Albufex?

No, era uno de mis cmplices.

Entonces Daubrecq va a volver...

S, pero tenemos tiempo... Esccheme... Tenemos que volver a vernos... El es enemigo suyo. Yo la salvar de l.

Por qu? Con qu fin?

No desconfe de m... No cabe duda de que tenemos el mismo inters... Dnde puedo volver a verla? Maana, no? A qu hora? En qu sitio?

Bueno...

Lo miraba con visible vacilacin, sin saber qu hacer, a punto de hablar, y sin embargo llena de inquietud y de duda.

Responda, se lo suplico..., slo una palabra... y en seguida...! Sera deplorable que me encontraran aqu... Se lo suplico...

Con voz clara ella replic:

Mi nombre... es intil... Primero nos veremos y me explicar usted... S, nos veremos. Mire, maana a las tres, en la esquina del bulevar...

En aquel preciso instante se abri la puerta del palco de un puetazo, por as decirlo, y apareci Daubrecq.

Maldita sea! mascull Lupin, furioso de haberse dejado pillar antes de obtener lo que quera.

Daubrecq ri burlonamente.

No est mal esto... Ya me sospechaba yo algo... Ah, seor mo, el truco del telfono est un poco pasado de moda! No estaba ni a la mitad del camino cuando he vuelto grupas.

Empuj a Lupin contra el antepecho del palco y, sentndose al lado de la dama, dijo:

Bueno, prncipe mo, y de dnde salimos? Criado de la Prefectura probablemente? No se nos despinta el oficio, eh?

Miraba de hito en hito a Lupin, el cual no pestaeaba siquiera, e intentaba colocar un nombre a aquella cara, aunque no reconoci al que haba dado el nombre de Polonio.

Lupin, sin quitarle los ojos de encima tampoco, reflexionaba. Por nada del mundo hubiera querido abandonar la partida en el punto a que haba llegado y, pues la ocasin se mostraba tan propicia, renunciar a entenderse con la enemiga mortal de Daubrecq.

Ella, inmvil en su rincn, los observaba a los dos.

Lupin dijo:

Salgamos, caballero; fuera ser ms fcil la entrevista.

Aqu, prncipe mo replic el diputado, tendr lugar aqu en seguida, durante el entreacto. As no molestaremos a nadie..

Pero...

No hay pero que valga, jovencito, de aqu no te mueves.

Y agarr a Lupin del cuello con la evidente intencin de no soltarlo antes del entreacto.

Imprudente movimiento! Cmo iba a consentir Lupin quedarse en semejante actitud, y sobre todo delante de una mujer, una mujer a la que haba ofrecido su alianza, una mujer y pensaba en ello por primera vez bella, y cuya grave belleza le agradaba. Todo su orgullo de hombre se sublev.

Sin embargo call. Acept sobre su hombro la pesada carga de la mano, e incluso se parti en dos, como vencido, impotente, casi miedoso.

Ah, bribn! brome el diputado. Parece que ya no fanfarroneamos tanto, eh?

En el escenario un gran nmero de actores discutan y hacan ruido. Daubrecq haba aflojado un poco la presin, y Lupin juzg que era el momento favorable.

Violentamente, con el corte de la mano, lo golpe en el hueco del brazo como hubiera podido hacerlo con un hacha.

El dolor desconcert a Daubrecq. Lupin acab de desprenderse y se lanz sobre l para cogerlo por la garganta. Pero Daubrecq, rpidamente a la defensiva, hizo un movimiento de retroceso y sus cuatro manos se agarraron.

Se agarraron con una energa sobrehumana, concentrada en ellas toda la fuerza de los dos adversarios. Las de Daubrecq eran monstruosas, y Lupin, atrapado en aquel torno de hierro, tuvo la impresin de estar combatiendo no con un hombre, sino con alguna bestia formidable, un gorila de talla colosal.

Se mantenan contra la puerta, curvados como dos luchadores que estn tantendose e intentan atraparse. Cruji algn hueso. Al primer desfallecimiento el vencido sera cogido por la garganta, estrangulado. Y ello se desarrollaba en medio de un brusco silencio, en un momento en que los actores en el escenario escuchaban lo que deca uno de ellos en voz baja.

La mujer, aplastada contra el tabique, los miraba aterrorizada. Bastaba con hacer un movimiento a favor de uno u otro, y la victoria se decantara inmediatamente hacia el lado que ella quisiera.

Pero a quin apoyara? Qu poda representar Lupin a sus ojos? Un amigo o un enemigo?

Vivamente se acerc al antepecho del palco, corri la cortina y, asomando el busto, pareci hacer una seal. Luego volvi e intent deslizarse hacia la puerta.

Lupin, como queriendo ayudarla, le dijo:

Levante esa silla.

Se refera a una pesada silla que estaba en el suelo, que lo separaba de Daubrecq y por encima de la cual combatan.

La mujer se agach y tir de la silla. Era lo que Lupin aguardaba.

Librado del obstculo, le solt a Daubrecq una patada seca en la pierna con la puntera de su bota. El resultado fue el mismo que cuando le haba dado el golpe en el brazo. El dolor provoc un segundo de turbacin, de distraccin, que aprovech al momento para abatir las manos extendidas de Daubrecq y plantarle los diez dedos en torno a la garganta y a la nuca.

Daubrecq resisti. Daubrecq intent separar las manos que lo ahogaban, per