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RELIGIÓN Y PODER EN LAS MISIONES DE GUARANÍES Guillermo Wilde 1/14

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RELIGIÓN Y PODER EN LAS MISIONES DE GUARANÍES

Guillermo Wilde

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10 LOS HIJOS DE ARTIGAS

Vuelven entonces a recobrar la palabra, pero vuelta sospechosa por no haber respondido sino a la derrota de su silencio,

ante el eco percibido de su propia nada. Jacques Lacan

En los últimos meses del año de 1818, durante la etapa final del lla­mado "ciclo artiguista", ocurrió un suceso que marcaría de manera inde­leble la memoria de los correntinos. El líder guaraní Andrés Guacurary, más conocido como Andresito, entró con sus tropas indígenas en la ciu­dad de Corrientes con el objeto de restaurar el gobierno artiguista que había sido derrocado pocos meses antes por un grupo de vecinos coman­dados por Francisco Vedoya. Ante la inminente llegada de Andresito, Ve-doya y sus cómplices se fugaron a Buenos Aires con sus familiares dejan­do a los habitantes ilustres de la ciudad en un estado de pánico, con te­mor por sus vidas ante una segura represalia del líder guaraní.

Los episodios ocurridos durante la entrada y los meses de la ocu­pación artiguista fueron evocados por la historiografía local como una verdadera tragedia en la inmaculada saga correntina. El historiador Man-

i tilla no dudó en designar la parte de su Crónica histórica de Corrientes dedicada a aquellos sucesos como el período de "la anarquía" y el "impe-

'• rio de la barbarie" que "aplastó a la civilización" (Mantilla 1928-29, I: 212). Por su parte, Hernán Gómez escribe que la figura del caudillo gua­raní y las "hordas semidisciplinadas" que le obedecían, encarna la "per­versidad" y el "latrocinio" en la tradición popular de la provincia (1929,

I II: 251). La animadversión de estos autores se evidencia no solo en la na-I rración sino en los criterios de selección de las fuentes y la reconstrucción | general de los hechos, tendientes a malquistar al lector con la figura del li­li

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der indígena. Por contraste, en los últimos años, los historiadores misio­neros han retratado en sus "combates por la historia", una imagen de sig­no contrario con el objeto de reivindicar el heroísmo patriótico de An-dresito.105

Es ostensible que tanto las perspectivas barbarizantes del primer ti­po, como las heroizantes del segundo, se ligan a preocupaciones provin­ciales, o mejor, provincialistas, no siempre explícitas en las obras en cues­tión (Jaquet 2001). Puede decirse que ambas posturas participan, de un modo u otro, de las leyendas negras y rosas del caudillismo. O bien par­ten de definiciones a priori segiún las cuales los caudillos transitaban por un terreno marginal, en un ámbito (el rural) que no era alcanzado por las luces de la modernidad, poblado de seres asociales y "violentos" que no participaban de la actividad pol ítica (entendida como el reino del orden y la norma); o bien ensalzan las hazañas de estos sujetos fuera de serie a tra­vés de panegíricos que niegan la complejidad de las alianzas y formas concretas de construcción de legitimidad.

Este capítulo propone una aproximación diferente, tratando los episodios ocurridos durante los meses de la ocupación como vía para comprender aspectos generales de la adhesión misionera al artiguismo, la base de la legitimidad de sus figjuras de autoridad y las características par­ticulares de la interpelación discursiva de Artigas hacia los guaraníes.

Cabe señalar que las características de la participación de los gru­pos subalternos en el movimiento de Artigas son todavía confusas. Aun­que a grandes rasgos se reconoce la adhesión incondicional que le brin­daron diversos grupos indígenais como los guaraníes, los charrúas e inclu­so los chaqueños abipones -incluidos por Artigas en un plan general de reordenamiento territorial que algunos autores han definido como una verdadera "reforma agraria"-, todavía resultan poco claras las dinámicas concretas de acción y las modalidades de construcción de autoridad pues­tas en práctica por estos grupos (Petit Muñoz 1951).106

EL ORDEN INVERTIDO

Para fines de agosto de 1818, el líder guaraní Andrés Guacurary, comandante militar de las Misiones, había logrado derrotar a los insur­gentes de Corrientes dirigidos por Juan Francisco Vedoya y se encamina-

ba a esa ciudad con el propósito de reponer al gobernador artiguista Juan Bautista Méndez. Los vecinos que quedaron en Corrientes temían que el líder misionero tomara represalias por la destrucción de un pueblo indí­gena de la campaña correntina y el secuestro de sus niños que habían he­cho los insurgentes, llevándolos a Buenos Aires para servir a las familias porteñas. Andresito ordenó a su comandante general de marina Pedro Campbell perseguirlos y capturarlos, encargándole especialmente recu­perar a los niños secuestrados (Savoini 1990: 99).Ya corría la voz de que Andresito mandaría pasar a degüello a todos los habitantes de la ciudad y muchos vecinos se fugaron hacia Asunción o Buenos Aires siguiendo a los insurrectos (Mantilla 1928-29, I: 212). Sin embargo, las predicciones más funestas no se cumplieron. Dentro del clima general de crispación, la entrada del líder y sus tropas a la ciudad se produjo ordenadamente y en un ambiente de relativa calma.

Los preparativos para su recepción habían sido anticipados por su comandante de marina, Pedro Campbell (un ex integrante de las tropas de Beresford), y otros comisionados especialmente enviados a la ciudad unos días antes con la idea de tomar prevenciones. El 16 de agosto, en se­ñal de posesión de la ciudad, Campbell y Sánchez Negrete desfilaron al frente de las tropas misioneras alrededor de la plaza mayor. La escolta fue alojada en la casa de María Úrsula Casajús, una de las vecinas que acaba­ba de huir a Buenos Aires. Campbell había prevenido a los miembros del cabildo de colocar un pabellón artiguista (la bandera tricolor) en lugares de acceso público y enarbolarlo para el recibimiento de Andresito.

Según relata el español Félix Pampín en su Memoria, en la tarde del 21 de agosto Andresito llegó a la ciudad acompañado por sus tropas y una comitiva de hombres fieles a Artigas. A distancia de una legua de la ciudad dejó su caballo y se desprendió el sable para continuar caminando desarmado. Lo precedían un escuadrón de caballería, dos cañones, un ba­tallón de infantería y un piquete, en cuyo centro iban dos banderas de co­lor verde, blanco y rojo que representaban a la "Liga de los Pueblos Li­bres". En las afueras de la ciudad salieron a recibirlo el cabildo y los sa­cerdotes bajo un palio. A continuación descansó en el templo de la Cruz de los Milagros y rezó en el altar acompañado del cura franciscano José Leonardo Acevedo, capellán de sus tropas, mientras el coro indígena en­tonaba himnos religiosos. Acto seguido, Andresito ingresó a la ciudad y tomó posesión de la misma dando vueltas a la plaza con todo su acompa­ñamiento. En medio de música, salvas y repiques de campanas, llegó has-3/14

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ta la iglesia matriz en cuya puerta lo recibió el vicario con la clerecía, co-munidades religiosas y "pueblo". Cerrando el desfile, marchaban unos niños indígenas que el líder había liberado de los correntinos a medida

que los fue encontrando, apoderándose de igual número de hijos de los hombres a cuyo servicio habían estado los niños indígenas (Mantilla, D. 2004: 88; Postlethwaite 1948: 94; ver también Machón 1993 y Beraza 1957, 1978).

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A continuación, acompañado por las autoridades políticas, milita-res y eclesiásticas Andresito se dirigió con sus oficiales hasta al templo de San Francisco, donde el capellán Acevedo celebro un Te Deum, en presen-cia del Santísimo Sacramento. Después del mediodía, una vez concluido el desfile, Andresito, Campbell y Fray Acevedo se instalaron en la casa que

fuera del gobernador insurrecto Vedoya convirtiéndola en su Cuartel Ge­­eral. Por su parte, los oficiales ocuparon la casa del vecino Raimundo

Molinas y los soldados se instalaron en los cuarteles (Mantilla 1928-29, I: 213; Zinny 1879-82). Esa misma tarde, Andresito, el gobernador repuesto

Méndez y los oficiales visitaron a John Postlethwaite, un comerciante in-glés que residía en la ciudad y que había anticipado su apoyo a las tropas artiguistas a condición de que se respetaran sus posesiones. Junto con las

recientemente publicadas Memorias de Félix Pampón, el relato de dos de las hijas de Postlethwaite, Jane y Anne -publicado originalmente por los

Robertson ([1843] 2000), quienes eran amigos del padre-, es uno de los pocos que se conservan sobre los hechos ocurridos por esos meses y pro­

bablemente el único que brinda una mirada relativamente distante de los hechos, aunque de a momentos excesivamente inocente.

Relatan las hermanas que desde la casa pudieron oír que se acerca­ba una banda de música detrás de la cual venía Andresito, su secretario y

oficiales junto al gobernador y subalternos. La visita del líder duró tres horas y luego se retiró al barco "La Capitana" donde habían sido apresa­dos varios de los vecinos rebeldes, entre ellos algunos cabildantes. Al

anochecer, la visita a los Postlethwaite se repitió. Si bien no lo sabemos con certeza, Andresito habría frecuentado esa casa durante los meses de la ocupación aunque, como comentan las hermanas, a menudo se mostraba

agresivo bajo los efectos del alcohol (Postlethwaite 1948: 94).

Por la noche, cinco vecinos acusados de traidores desfilaron enca­denados por las rústicas calles de la ciudad, escoltados por los guaraníes

misioneros. Félix Pampín escribe en sus Memorias que los artiguistas pi­dieron que se reuniera 10.000 pesos en tres días para la liberación de los

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vecinos, o de lo contrario serían ejecutados. Presionaron a los familiares simulando preparatorios de fusilamiento y decapitación hasta que final­mente se logró acordar una módica suma por cada uno de ellos. Por esos días algunos criados que denunciaron a sus patrones de esconder sus bie­nes más preciados antes de la llegada de Andresito, revelaron los lugares de escondite y fueron despojados inmediatamente.

Luego de una paralización inicial, Andresito dispuso por medio de una serie de bandos el restablecimiento de las actividades económicas y políticas de la ciudad. En septiembre publicó una proclama por orden de Artigas anunciando la recuperación de la provincia de Corrientes para el artiguismo e indultó a los perseguidos. Al mes siguiente reorganizó el ca­bildo con el propósito de reemplazar a los miembros que se habían fuga­do a Buenos Aires. Los nuevos cabildantes fueron propuestos por el go­bernador repuesto, Juan Bautista Méndez, y aprobados por Andresito to­mándoseles juramento ese mismo mes. El 30 de noviembre, fecha de San Andrés, los cabildantes ofrecieron una misa a la que asistieron algunos vecinos. La orden de devolver indígenas secuestrados para el servicio do­méstico fue dictada por Bando en agosto, inmediatamente después del arribo a la ciudad. Si bien el cabildo continuaba funcionando y existía un gobernador en funciones, el gobierno correntino en última instancia es­taba en manos de Andresito. Éste ordenó una requisitoria de armas y for­malizó la devolución de los niños indígenas que servían en casas de las fa­milias correntinas. Entretanto, los hijos que habían sido secuestrados a al­gunos vecinos fueron devueltos a sus padres a quienes dijo Andresito: "recuerden en adelante que las madres indias tienen también corazón" (Postlethwaite 1948: 94).

El líder ordenó también la reapertura de comercios y la clausura de los puertos correntinos a todo buque que no perteneciera a la confedera­ción de los Pueblos libres comandada por Artigas. Además organizó una "tienda del Ejército guaraní" para abastecer a las tropas y evitar saqueos a los negocios de la ciudad. En ella los guaraníes podrían comprar géne­ros y bienes, y obtener recursos.

Relatan las hermanas Postlethwaite que en el tiempo que duró la ocupación se organizaron varias celebraciones en las que participaban los mismos guaraníes. En una de ellas se hizo una representación o drama lla­mado "La tentación de San Ignacio", que mostraba diversas danzas en las cuales cada personaje formaba una letra de la palabra "Encarnación". También había cuatro actores que encarnaban papeles de ángeles guardia-

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nes de San Ignacio a quienes las hermanas habían confeccionado "vestidos de fantasía". Observan que sus "alas no se concertaban muy bien con sus morriones de soldados, de que no quisieron desprenderse" (ídem: 97). En otro párrafo añaden un dato curioso:

"Un hombre ya viejo, de nombre Shernisha, era el cómico o bulo de las piezas que representaban y tenía predilección por nosotras. Por cierto que nos divertía mucho con sus bromas estrafalarias. Solía ponerse en la boca un enorme cigarro y sin dar muestras de que iba aspirando el humo, se preparaba a contar algún cuento divertido; de pronto, todo el humo que había tragado empezaba a salirle por ojos, oídos, nariz y boca de la manera más extraordinaria." (ídem: 101).

Las hermanas no brindan más datos sobre este enigmático perso­naje. Pero encontramos paralelismos con otra figura descripta por el es­pañol Félix Pampín. Éste escribe que hacía ocho años había en Corrien­tes un indio guaraní, de oficio tejedor, comúnmente llamado "Niño Que-sú", quien se presentaba en todas las funciones, religiosas y profanas de la ciudad, engalanado con atuendos extravagantes que él mismo había confeccionado. Salía vestido "con su sombrero de tres picos y gran bas­tón de jefe" y las autoridades del pueblo lo miraban con simpatía. En oca­sión de la llegada de Andresito, Niño Quesú se presentó frente a la comi­tiva con sus atavíos como lo hacía de costumbre, para solemnizar el reci­bimiento. Sin decir nada, Andresito observó al personaje atentamente dentro y fuera del templo, reconociendo que era nativo de su misma pro­vincia. Luego mandó a averiguar por qué motivo se le había presentado aquella "figura chinesca" y recelando de que pudiera tratarse de una bur­la a su autoridad, mandó que despojaran al indio de sus vestidos y lo pu­sieran en la cárcel "a calzoncillo quitado", y le dieran una tanda de azo­tes incorporándolo inmediatamente al ejército "para que cargase un fusil" (Mantilla, D. 2004: 89).

En las representaciones descriptas, la familia Postlethwaite se sen­taba a la derecha de Andresito, y el gobernador del otro lado. Las tropas pasaban por delante de ellos presentando armas y nunca daban comien­zo a las representaciones hasta que todos habían llegado.

Los vecinos principales de la ciudad habían sido invitados a estas celebraciones, pero se negaron a asistir. Esto ofendió profundamente a Andresito desatando su ira. Una mañana comenzaron a sonar los tambo­res y todas las personas respetables (excepto Don Isidoro Martínez, un anciano llamado Duran, y John Postlethwaite) fueron reunidas en la pla-

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LOS HIJOS DE ARTIGAS

za y obligadas a limpiar y carpir, arrancando las hierbas en su totalidad hasta dejarla impecable. Trabajaron varias horas bajo un sol abrasador y punzados por los guardias. Escriben las Postlehwaite: "[...] no obstante la compasión que provocaban los obreros forzados, la ocurrencia del indio inspiraba risa también. Porque -según entiendo- la plaza no se vio nun­ca tan limpia como entonces" (Postlethwaite 1948: 96). Entretanto, las es­posas e hijas de los desdichados fueron llevadas al cuartel y obligadas a bailar durante todo el día con los hombres de la tropa. Aquella era, en opinión de las Postlethwaite, una afrenta "mucho más imperdonable que la labor manual impuesta a las personas del sexo masculino" (Ibídem).108

"Esta clase de bailes -recuerda Pampín- se habían hecho tan fre­cuentes, que era casi diario, de modo que las mujeres honradas no se con­sideraban seguras, en el más oculto recogimiento, temblando a" la vista de una libertad tan desenfrenada [...]" (Mantilla, D. 2004: 106). La crónica afirma que Andresito era un personaje altamente irritable, especialmente en los momentos de efervescencia alcohólica, en los que, enfurecido, co­menzaba a repartir sablazos y puñaladas a todo el se le cruzaba, fuera hombre o mujer.

Así discurrieron los meses en la ciudad durante la ocupación hasta quejóse Artigas, desde su base de operaciones, dispuso que Andresito sa­liera a combatir contra los portugueses que ocupaban los pueblos orien­tales de Misiones. A fines de marzo de 1819, el líder abandonó Corrien­tes dejando algunas tropas para apoyar al gobernador repuesto. Las Pos­tlethwaite relatan que cuando Andresito abandonó la ciudad, los ángeles de las representaciones mencionadas cabalgaron por delante de él a lo lar­go de dos leguas, y que solamente a esa distancia se despojaron de sus ves­tidos (Postlethwaite 1948: 97). Así, el drama llegaba a su fin, para la rela­tiva tranquilidad de la élite correntina.

Los episodios descriptos permiten indagar más generalmente sobre las características de la participación indígena en el movimiento de Arti­gas, los mecanismos que empleaban para instituir un orden social funda­do en el ideal de igualdad y unidad confederal. De esta dimensión gene­ral interesan particularmente dos aspectos. El primero se relaciona con la escenificación de los símbolos y las interpelaciones discursivas artiguis-tas, destinados a redefinir lugares de poder local. El segundo es la especi­ficidad de la adhesión guaraní hacia Artigas, uno de cuyos elementos mo-vilizadores fue la recuperación de una unidad perdida del distrito, funda­da en la memoria idealizada del pasado jesuítico. 5/14

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Corrientes era la única población con título de ciudad en toda la jurisdicción, y por entonces, el núcleo urbano más importante de la Me-sopotamia. Su organización urbana reflejaba el buen orden, moral y je­rarquías de un espacio de Antiguo Régimen. El honor, en sus variables de precedencia y virtud, era celosamente preservado por los vecinos, cabe­zas del cuerpo social, quienes conformaban un gobierno de viris prudens. Las diferencias sociales se visualizaban en el espacio como parte de un or­den natural, y las celebraciones que allí tenían lugar usualmente eran una forma de auto-representación de la sociedad, en la que se mostraban los lugares del poder (Abeles 1997).

Si bien no se conocen planos muy antiguos es posible reconstruir aproximadamente la organización urbana de la ciudad a principios de si­glo XIX. En 1814 la ciudad se habría dividido en cuatro cuarteles o ba­rrios que progresivamente recibieron a los vecinos residentes hasta en­tonces en chacras y estancias. Este proceso de ocupación fue producien­do una disolución paulatina del modelo de damero original. A las calles, rústicas y escasas, se agregaron poco a poco los senderos desparejos. Los dos barrios más antiguos y densamente poblados se encontraban sobre la costa, y los otros dos estaban ubicados hacia el sur bajo los nombres de "La Cruz" y "Placita". La plaza mayor se encontraba ubicada en las cer­canías del puerto, y pese a que se trataba de una manzana baldía, sin de­talles de ornamentación, era el lugar de mayor relevancia pública. Allí se efectuaban las celebraciones de Corpus y San Juan, al igual que numero­sos juegos y festejos. En uno de los lados de la plaza había sido erigido en 1817 el edificio del cabildo, que hasta entonces había funcionado en el an­tiguo colegio jesuítico. En total existían en Corrientes cinco templos: la Iglesia Matriz, San Francisco, Nuestra Señora de la Merced, San Pío V y la Capilla de la Cruz (donde se hallaba el santuario de la Santísima Cruz), a los que deben agregarse conventos de frailes franciscanos, mercedarios y dominicos (Maeder 1981: 116-121). Los tres primeros barrios poseían al menos una iglesia o un convento. Es lógico pensar que dada esta estruc­tura, la ciudad contaba con un número elevado de clérigos. Pero proba­blemente el dato más significativo es que la población femenina superaba el 60%, desbalance que probablemente haya que atribuir a la participa­ción de los hombres en las guerras desencadenadas con la revolución.

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16. Mapa de la ciudad de Corrientes en 1814. Fuente: Maeder, Ernesto y Ra­món Gutiérrez 2003 Atlas del desarrollo urbano del Nordeste argentino. Re­sistencia: IIGH-CONICET-UNNE.

El orden artiguista no hacía otra cosa que apropiarse de aquel es­pacio establecido, caracterizado por una singular geografía moral y se­xual, para poner en escena sus símbolos, y de manera irónica invertir ri-tualmente la jerarquía previa. El urbanismo de la ciudad se transformaba así en el escenario de una dramatización carnavalesca en la que los secto­res oprimidos adquirían visibilidad y relevancia social.

INTERPELACIONES Y FIDELIDADES

Las circunstancias en que José Gervasio Artigas emergió como fi­gura relevante entre los guaraníes permanecen en la oscuridad. Es proba­ble que el líder oriental comenzara a influir sobre esa población desde 1812, cuando fue designado teniente gobernador del departamento mi­sionero de Yapeyú, después de conducir una migración poblacional ma-

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siva desde la Banda Oriental. "La redota" -nombre que recibió aquel éxodo en transposición por "la derrota"-, constituye un hito fundacional de la historia artiguista en la región (Poenitz, E. 1997). En 1811 la junta de Buenos Aires había firmado un armisticio con los realistas de Monte­video, gobernados por el virrey Elío, según el cual los revolucionarios se retiraban de la ciudad sitiada devolviendo la campaña oriental. Para evi­tar represalias, los revolucionarios al mando de Artigas, realizaron un éxodo hacia el oeste que dejó prácticamente despoblados los campos. Es­tos acontecimientos precipitaron un desplazamiento de las bases del po­der desde la ciudad hacia las áreas rurales (de donde debía reclutarse bue­na parte de los hombres para la guerra) y comenzó a definir un programa revolucionario alternativo al que proponía la ciudad de Buenos Aires (Halperín Donghi 1979; Street 1969). La disidencia se profundizó en los años posteriores, cuando se rechazaron las propuestas radicales llevadas por orden de Artigas a la asamblea constituyente de 1813. Éste propug­naba un gobierno confederal y la declaración absoluta de la independen­cia de la corona de España. La tensión llegó a su climax en 1815, con la formación de la "Liga de los pueblos Libres" desde la cual Artigas, deve­nido en "protector", comenzó a promover activamente los principios de "soberanía particular" y "unidad confederal" marcando un quiebre con el proyecto centralista que defendían los porteños.

Las particulares características de la adhesión indígena al artiguis-mo han sido objeto de algunos pocos estudios recientes que rescatan la racionalidad y la agencia de ese sector de la población. Es claro que la ar­ticulación de la "gente de la campaña" con Artigas, en buena medida, res­pondía a las orientaciones político-sociales del movimiento que favore­cían a sectores tradicionalmente relegados, las cuales eran incluidos en un plan territorial de gran alcance.110 La adhesión también puede haber res­pondido a las características personales de los líderes locales, a su carisma y carácter, y al tipo de relación que habían construido con Artigas. Con respecto a la biografía de Andresito sabemos muy poco. Según el despec­tivo retrato que pinta Mantilla, era mestizo de indio y blanco, "bajito, bien proporcionado de cuerpo, cara redonda con rastros de viruelas, ojos verdes y penetrantes, poca barba; era ignorante, pero tenía buena letra y mucha perspicacia". Andresito había sido criado en las Misiones por un sacerdote que le enseñó a leer y escribir. En un momento se fugó para en­grosar una "banda de bandoleros, que Artigas atrajo a su servicio", y pronto adoptó el apellido de su mentor por lo que es difícil saber con cer-

teza su nombre original (Mantilla 1872-82,1: 214-215). Aunque se acepta que fue Guacurary, algunos autores sugieren que su nombre en realidad fue Tacuarí (Savoini 1990: 7). Dudas parecidas existen sobre su lugar de nacimiento, que bien podría haber sido San Borja.

Hasta el momento ha sido poco explorado el conocimiento que los líderes tenían de las lógicas socioculturales vigentes en el ámbito de la campaña, cuyo conocimiento era elemental para el reclutamiento de hombres y el sostenimiento de lealtades. Los viajeros que recorrieron la zona en la década de 1810 con el incentivo de desarrollar actividades co­merciales, han producido las descripciones más integrales y al mismo tiempo más sesgadas sobre esas lógicas. Es el caso de los hermanos John Parish y John William Robertson, quienes se instalaron en Corrientes en 1815. En su correspondencia describieron la región de la campaña como un ámbito en el que dominaba la lengua guaraní, aun entre los españoles. Afirmaban que allí el idioma español era inútil ya que la mayor parte de la población hablaba el guaraní y sólo los hombres de la mejor clase po­dían expresarse en castellano de manera fluida y correcta (citado por Mo-rinigo 1990: 139). Uno de los Robertson caracterizaba la campaña como un reino de bandidos y salteadores en donde se encontraba extendida la influencia artiguista. Sólo "se respetaba -dice- el nombre de Artigas y no tenían validez otros pasaportes que los suyos". Robertson relata que él mismo debió repartir algunas dádivas entre "los hombres más influyen­tes del partido artigueño" consistentes en dinero y "cascos de cerveza". Esto le permitía salvarse de los riesgos a los que estaba expuesto él y sus mercancías. "Pero, con todo, -declara Robertson- vivía en continua alar­ma porque estaba a merced del capricho, de la codicia, de la embriaguez o de cualquier resentimiento personal y podía ser víctima de salteadores que arrojaran mi cuerpo a los perros y dieran buena cuenta de mis bie­nes" (Robertson [1843] 2000: 34-35).

Como sugiere Ana Frega, la aceptación de Artigas en este ámbito era en buena medida tributaria del delicado equilibrio que el líder oriental había logrado imponer entre los diversos intereses económicos, políticos y culturales que representaba. Mientras las élites pretendían que estable­ciera el orden, frenara los desmanes de la tropa y defendiera su autonomía frente al gobierno porteño, es decir, les brindara protección y seguridad en la afirmación del localismo, los hombres de las milicias esperaban de él un trato personal y directo basado en la reciprocidad y la tolerancia. Dentro de ciertos márgenes debía dejarlos obtener tierras y "hacer sus cuentos"

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(Frega 1998: 132).ln

La lógica de relacionamiento de esta gente con los lí­

deres de diferente rango, si bien era relativamente inestable, podía mante­

nerse en plazos más largos de tiempo actualizando permanentemente los

intercambios materiales y simbólicos que le daban sustento.

La población proyectaba hacia los líderes un conjunto de expecta­

tivas. La autoridad se fundaba en saber comprender las percepciones y

experiencias compartidas del ámbito de la campaña que se manifestaban

en situaciones concretas de interacción e interpelación discursiva. Una

proclama de Andresito del 2 de noviembre de 1818 parece dar indicios en

este sentido:

"Tropas dispersas: Conozco que te habéis distinguido tanto tiempo y que te habéis caracterizado con honor: ahora os veo como hijos pródigos, padecien­do por amor a su madre Patria, por veros libre de los tiranos ¿y que andáis ahora sin padre, sin dueño, y sin señor? Esto ha llegado al sumo de mi consi­deración, el desconsuelo en que os halláis; y tal vez estéis con esas habitacio­nes peligrosas, seguid como anteriormente en desempeñar a la Patria, acom­pañadme a su defensa; que por mí y por la Patria seréis premiados. También si les acompañen algunos delitos, serán indulgentes con toda seguridad. Por tan­to corred que ya se preparan vuestros compañeros a la pelea con sus enemi­gos. Este gobierno todo os asegura, y facilitan empeño, y esmero que seréis salvos y libres antes que no doblar la serbie al tirano. La muerte será una glo­ria, el morir libres, y no vivir esclavos que como héroes los posteriores canta­rán" (citada por Mantilla 1928-29, I: 214, nota 30).

A través de una inteligente operación discursiva, Andresito inter­

pelaba a la gente dispersa como sujeto político colectivo. Usando la se­

gunda persona del singular reivindicaba al hombre de la campaña ponien­

do en relieve su atributo básico: la dispersión, característica estigmática

que históricamente lo había hecho objeto de desprecio y persecución. El

movimiento y la localización discontinua de grupos pequeños, los "mon­

tones", era la base de la estrategia militar artíguista. Las llamadas "mon­

toneras" operaban eficazmente al modo de guerrillas en un ámbito, la

campaña, que solía ser dificultoso para la acción de los ejércitos regulares

provenientes de las ciudades. Lejos de constituir un obstáculo, sus com­

ponentes de procedencia étnica diversa aportaban los conocimientos bá­

sicos para moverse cómodamente por aquellos parajes (Frega 1998).

Por lo general estos grupos reconocían la autoridad de un líder a

través de motivaciones materiales concretas insertas en redes reciprocidad

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(carne, ropa, dinero, trabajo, mujeres, fiestas y bailes). Ya leímos en los

relatos de las hermanas Postlethwaite y Pampín, que una de las diversio­

nes favoritas de los hombres de Andresito era organizar banquetes de

carne y bailes, en los que consumían hasta el hartazgo. En una ocasión

cuatro hombres de la tropa mataron una vaquilla en su chacra y no se mo­

vieron del lugar hasta que terminaron de comerla íntegramente. "Asaban

carne, la comían, se echaban a dormir y volvían a poner carne al asador

hasta que lo terminaron todo. Acostumbraban a usar anchos tiradores de

cuero de capivara y como se veían obligados a largos ayunos, ajustaban

un poco los cintos diariamente" (Postlethwaite 1948: 98; también Manti­

lla 1879-82,1: 215).

Puesto que la gestión de estos festines eran un atributo de los líde­

res, no pocas veces se producían rivalidades y competencias entre ellos. A

propósito es conocido el enfrentamiento que tuvieron Andresito y Fran­

cisco Javier Sity, comandante guaraní misionero de Goya. El uso de la

fuerza y las sanciones severas no estaban excluidos de la relación entre el

líder y sus subordinados. De hecho, éste era el medio más eficaz para evi­

tar los desmanes e imponer una conciencia de la jerarquía y el orden en­

tre los hombres de la tropa. En cierto momento de su estancia, el líder

guaraní debió retirarse de Corrientes para pasar un tiempo en Goya de­

jando a su mujer, Melchora Caburú en el pueblo. Al regresar se enteró

que algunos de sus seguidores la habían cortejado organizando fiestas y

bailes en su honor. Esto lo irritó tanto que hizo azotar ferozmente a va­

rios de los responsables. Sobre el episodio escribe Pampín:

"Formada la escolta de soldados, que habían quedado con la Melchora, hizo entregasen las armas y uno por uno los hizo sufrir un nublado de sablazos, porque no le declaraban el infame cómplice que lo había ofendido en su au­sencia. También sufrió esta brillante tormenta la china, la mujeres del ayudan­te Querete, que había acompañado a la infeliz Melchora, hiriéndola de grave­dad." (Mantilla, D. 2004: 119)

Los líderes alternaban entre la coerción y la condescendencia según

fuera la situación. Esa oscilación se hace evidente en una carta que Andre­

sito dirige a Artigas informándole sobre la necesidad de endurecer el con­

trol de las costas del río Uruguay para evitar los pasajes que practicaban

"paisanos" en coordinación con los indígenas que las habitaban. Escribe

Andresito:

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GUILLERMO WILDE

"No por eso digo a Vuestra Señoría que los naturales dejen de intentar alguna picardía en latrocinios, pero no en levantamientos. Yo conozco bien a mis pai­sanos, lo que son de aplicados al hurto, pero a éstos cuando los agarro, o me dan parte de ellos, cuando no los quito del medio, les hago dar sobre quinien­tos y más palos, de este modo les tengo medio sujetos. Me quitarán la vida por justiciero y perseguidor de la iniquidad, pero no por traicionero. No dejo de exhortarlos siempre, porque mis anteriores no han hecho más que mirar a sus fines particulares, y nada de adelantamiento e instrucción de estos habitantes, por cuyo motivo es menester mucho trabajo para hacerles entender sus dere­chos, y sobre los principios que rigen el Sistema" (transcripta por Cabral 1980: 213-214, documento del Archivo Mitre).

Por lo general Andresito castigaba a los oficiales y no a los solda­

dos alegando que si los primeros cumplían con su deber, los otros harían

lo mismo. Las Postlethwaite refieren reiteradamente sobre las relaciones

de Andresi to con su secretario Juan Mexias Sánchez, que aparentemente

no aceptaba la confianza que el líder mantenía con John Postlethwaite.

Las hermanas Postlethwaite definen a Mexias como un malvado. A ese

hombre , dicen, se deben "todos los males que hizo Andresito, siempre en

estado de beodez, e inducido por aquel". En una ocasión, el comerciante

ofreció en su casa una recepción a Andresito y sus oficiales, en la que se

produjo un incidente que las hermaneas relatan del siguiente modo:

"Como es natural, habíamos sacado cuantos vasos teníamos. Después que se hicieron dos o tres brindis, brindó también el secretario Mexias y sin respetar la prohibición de Andresito, arrojó su vaso por encima del hombro [nota]. El ejemplo fue seguido de inmediato por casi una docena de los concurrentes y sin duda todos los vasos de la mesa hubieran seguido la misma suerte de no haber saltado el general para ordenar que no se rompiera un vaso más. El se­cretario, a quien el vino había envalentonado bastante pareció dispuesto a re­belarse y habló en vos alta, pero el general le gritó: Si quiebras otra copa yo te quebraré el alma. Al mismo tiempo los oficiales desenvainaron sus espadas y rodearon a Andrés. Mexias pensó, al parecer, que había llegado el momento de callar porque se sentó y durante todo el día se mostró muy cabizbajo. Aun­que no estábamos presentes, pudimos oírlo todo y no fue pequeño el susto que nos produjo aquel tumulto, pero renació la calma una vez que se hubo sentado Mexias" (Postlethwaite 1948: 99).

El episodio revela lo interiorizado que se encontraba el sentido de

jerarquía y obediencia entre los hombres de Artigas, pero también mani­

fiesta la inestabilidad de la autoridad de los líderes en situaciones concre­

tas, por fuera de la rutina militar cotidiana. Sin duda era ésta la que p ro -

LOS HIJOS DE ARTIGAS

veía de un lenguaje disciplinador a los hombres de la campaña. No obs­

tante, buena parte de las estrategias utilizadas en este contexto para im­

poner un orden y un sentido de autoridad y jerarquía, aunque más no

fuera temporario, tenían que ver con tradiciones vigentes a las cuales se

adaptó el mensaje artiguista.112

El conocimiento de la escritura representaba, en este sentido, un re­

curso de gran valor. Gran parte de las órdenes de Andresito eran imparti­

das por escrito a sus hombres. La lengua principal de los bandos y procla­

mas era el guaraní, aspecto en el que la retórica artiguista se servía de los

mismos soportes que la antigua estructura política misional. Las cartas so­

lían servir también de pasaporte para el movimiento por la campaña, co­

mo medio de certificar o refrendar órdenes, recurso que resultaba útil aun

entre personas que no conocían la escritura. Es razonable pensar, siguien­

do a De la Fuente (1998), que la escritura a veces constituía menos un ca­

nal de comunicación que una modalidad de afirmar la autoridad y el tipo

de relación. Por un lado, daba valor a las órdenes de los jefes y por otro

servía de prueba a los subordinados para reclamar al jefe obligaciones con­

traídas o endilgarle una derrota. El escocés Robertson relata por ejemplo

que en ocasión de llegar a una guardia se encontró con dos hombres que

tomaron su pasaporte y lo dieron vuelta por todos lados pues no lo sabían

leer. Entonces se lo entregaron solicitándole que lo leyera y se retiraron a

deliberar a la choza sobre la decisión que tomarían. No sabemos el origen

de estos hombres, pero seguramente entre los guaraníes el índice de letra­

dos era importante. Las Postlethwaite afirman que "en su mayoría -los

guaraníes- sabían leer y escribir y tocaban algún instrumento [musical];

muchos de ellos hasta dos y tres" (1948: 101). Es evidente que las herma­

nas se refieren a indios de la élite misional con los que ellas tuvieron con­

tacto directo, en este caso ligados a las funciones eclesiásticas.

O t ro elemento al que Andresito solía apelar para legitimarse era la

religión. En este punto adquiere relevancia la figura mediadora de los cu­

ras cuya intervención dotaba de un aval espiritual al proyecto federalista.

En los momentos cruciales, la figura de fray Acevedo parecía inseparable

de la de Andresito. Durante la ocupación a Corrientes, el sacerdote cele­

braba misas y organizaba las representaciones dramáticas en los lugares

centrales de la ciudad ocupándose de la escenografía, el vestido y el ensa­

yo de los bailarines indígenas. Acevedo acompañaba a Andresito en sus

campañas y solía colaborar en la composición de exhortos que eran leí­

dos públicamente.113 9/14

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Todo el lenguaje de los textos del líder guaraní iba revestido de un halo de sacralidad. En una proclama dirigida a los pueblos de Misiones Orientales en 1816, Andresito comienza diciendo que había sido llama­do, "por un favor del cielo" al mando de las Misiones, y que "el Dios de los ejércitos" le había confiado de todos aquellos beneficios que le eran necesarios para la empresa de batir a los enemigos en la "justa causa" que defiende. La proclama adquiere un tono bíblico, casi profético en su últi­mo párrafo:

"Si, temed las fatales resultas que puedan originarse de vuestra dureza y obs­tinación. Acordaos de aquel famoso pasaje de la Sagrada Escritura, en que se dice que Moisés y Aaron libertaron al Pueblo de Israel de la tiranía del Faraón, así yo siguiendo este apreciable ejemplo, he tomado mis medidas para el mis­mo fin, de las cuales una es la de dar comisión al capitán ciudadano Miguel Antonio Curaeté, para que como representante mío recorra los mencionados pueblos haciéndoos entender mis ideas y la sagrada causa que defendemos y para la que estoy pronto con todas mis tropas a derramar las últimas gotas de sangre si se ofrece, como también de juntar todos los naturales, para que los portugueses no los arreen para adentro, debiendo reunirse con él todos los que penetrados de la dulce voz de la libertad que os llama, quieran seguir el pabellón de la Patria: él se entenderá conmigo" (citado por Savoini 1990: 108).

El discurso definía un ideal de restauración de la unidad en un con­texto en que el distrito misionero se estaba fragmentando rápidamente como resultado de las guerras y el avance de portugueses, paraguayos y correntinos entre otros frentes. Pero el tono amenazante de la proclama parece expresar también cierto recelo de Andresito con respecto a los in­dios guaraníes que habitaban aquellos pueblos, quienes habían permane­cido quince años bajo dominio de los portugueses.

LA UNIDAD PERDIDA

La revolución había producido una ruptura del gran espacio de in­tercambios comerciales de la región, característico de la época colonial, y las guerras fueron disminuyendo considerablemente los recursos econó­micos. Para la época de la entrada de Andresito, la estrategia artiguista de control de los puertos ya se encontraba debilitada. Varios miembros del cabildo correntino, afines a los porteños, pretendían restablecer el comer-

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ció con Buenos Aires, lo que colocaba a la Liga de los Pueblos libres en una situación complicada. Además, los correntinos se mostraban cada vez más reticentes a apoyar las campañas militares de Artigas por los sacrifi­cios que implicaban para su economía. No es casual que el derrocamien­to del artiguista Méndez del gobierno de Corrientes se produjera en el momento en que se solicitaba a esa ciudad el apoyo para una campaña contra Portugal que favorecía a los misioneros, empeñados en la recupe­ración de los "pueblos orientales". Vedoya, quien se había pronunciado en contra de ese apoyo, más tarde inició expediciones punitivas contra la población artiguista de la campaña correntina. Los porteños no dejaban de hacer propuestas seductoras a los correntinos para que abandonaran su adhesión a los confederados. Les proponían reestablecer los vínculos comerciales interrumpidos, pero también promover la anexión del distri­to misionero a esa jurisdicción, lo que alentaba viejas tensiones latentes, cimentadas en pretensiones de expansión territorial.

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A diferencia de los misioneros, los correntinos no alcanzaban a conciliar las tendencias localistas y regionales que propugnaba el artiguis-mo. Corrientes era una ciudad económicamente sostenida por el comer­cio y socialmente basada en la servidumbre indígena y, en menor medida, la mano de obra esclava. Por consiguiente, difícilmente podía condescen­der con un programa de reformas políticas, económicas y sociales que afectaran sus propios basamentos. De todas maneras, la necesidad de pro­teger la actividad comercial del importante puerto de la ciudad mantenía a los correntinos en una posición política ambigua. La tendencia que his­tóricamente había mantenido el cabildo de la ciudad era oponerse a la au­tonomía del distrito misionero, promoviendo su anexión. También se ha­bía enfrentado con numerosos grupos "infieles" de la zona que ahora apoyaban a Artigas. Esto lleva a pensar que los vecinos correntinos parti­ciparon del movimiento artiguista, tanto para proteger sus intereses co­merciales como para contener el avance de una población de campaña muy afecta a las ideas y, sobre todo, la figura personal de Artigas. Cuan­do se manifestaron algunos signos de crisis del artiguismo, los correntinos tomaron distancia, en un intento por evitar mayores perjuicios a su repu­tación y su economía, derivados de la participación en el movimiento.

La situación de los misioneros era diferente. Estos sí habían logra­do conciliar sus intereses locales con las proyecciones de la Liga. Los "pueblos" de Misiones optaron por la lealtad a Artigas, en claro enfren-tamiento con el gobierno central. Para el momento de ruptura con el

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GUILLERMO WILDE

Triunvirato, el líder contaba con el apoyo incondicional de los guaraníes de Mandisoví, San Gregorio y La Merced, establecimientos originalmen­te dependientes de Yapeyú. Y desde allí extendió su influencia práctica­mente hacia todos los demás pueblos misioneros ubicados entre los ríos Paraná y Uruguay. Las Misiones quedaron unidas al cuartel general de Purificación, sede del Protectorado, por medio de un tráfico en el que participaban enviando productos como madera, algodón, yerba y tabaco por el río Uruguay a cambio de subsistencia y artículos de defensa (Az-cuy Ameghino 1993: 229).

El artiguismo rápidamente articuló un discurso cuya médula era la recuperación de la unidad territorial del distrito misionero, intensificando un enfrentamiento directo con los paraguayos y los portugueses que man­tenían sujetos algunos pueblos de la antigua jurisdicción guaraní. Al diri­girse a los guaraníes, Andresito y el propio Artigas afirmaban la identidad de la provincia por oposición a toda presencia "extranjera" en la región:

"[...] sólo con el fin de dejar a los pueblos en el pleno goce de sus derechos, es­to es, para que cada Pueblo se gobierne por sí, sin que ningún otro español, portugués o cualquiera de otra provincia se atreva a gobernar, pues habrán ya experimentado los pueblos los grandes atrasos, miserias y males en los gobier­nos del español y del portugués" (Cabral 1980: 216).

En 1815 Andresito ordena desterrar de los pueblos del departa­mento de Candelaria a todos los europeos, "y administradores si los hu­bieren, para que los naturales se gobiernen por sí, en sus pueblos" y guar­dar el mismo orden que todos los demás (Ibídem). En el discurso de An­dresito se expresaba implícitamente una defensa de la autonomía ligada a una soberanía popular de base territorial, que adquiría fuerza a partir de la gestación de un enemigo, el portugués pero también el español, que so­metía y dividía a la población. Las consignas antiportuguesas eran en es­te sentido un recurso frecuente del discurso de Andresito orientado a de­finir su propio rol en las campañas: "[...] libertar los siete pueblos de esta banda del tiránico dominio del portugués, bajo el cual han estado quince años los infelices indios, gimiendo la dura esclavitud" (Ibídem). Aparen­temente, el discurso de recuperación de los pueblos orientales tuvo eco entre los guaraníes que vivían en ellos, en especial entre los indios borjis-tas. Andresito llegó incluso a organizar una fuerza compuesta de guara­níes de ambos lados del Río Uruguay, de donde emergió la conocida fi­gura del cacique Vicente Tiraparé (CNAA, XX, N° 524: 371-374).

LOS HIJOS DE ARTIGAS

A veces, la retórica artiguista vincula la unidad territorial misione­ra con la gloria pretérita de los guaraníes en los tiempos jesuíticos. Con Andresito, las memorias idealizadas de un pasado de gloria bélica se transformaron en un tópico recurrente. En una circular enviada a cada uno de los pueblos misioneros, el líder enfatizaba que "habiéndose des­cubierto lo que tanto tiempo en los terrenos de Misiones estaba sepulta­do en el olvido, cual es el grande arte de la pólvora, útil preciso para ha­cernos respetar de todo opresor tirano del hombre que aspira a su liber­tad".115 Más abajo, Andresito señalaba que "[...] es preciso que enarbole-mos nuestras armas para sostener el estandarte de nuestros derechos, he­rencia que desde el alto imperio la hemos heredado" (citado por Machón 1993). La circular llegó a los pueblos de La Cruz, Santo Tomé, Apósto­les, Concepción, Santa María, San Javier, Mártires, San José, San Carlos, Candelaria, Santa Ana, Loreto, San Ignacio, Corpus y San Francisco de Paula (pueblo de indios guayanas fundado por Bucareli).

El ideal de un distrito misionero unificado se materializó en las su­cesivas campañas militares contra Paraguay y Portugal. En 1816 las fuer­zas federales al mando de Andresito reintegraron los cinco pueblos del departamento de Candelaria que estaban bajo control de los paraguayos desde la derrota de Belgrano en 1811. Hacia 1817 se iniciaron los inten­tos por reocupar las siete misiones orientales bajo dominio portugués y continuaron hasta la derrota final de Andresito. San Borja fue recupera­do ese año pero al poco tiempo la contraofensiva portuguesa, al mando de Francisco das Chagas Santos, los volvió a ocupar y, en represalia, sa­queó y destruyó los pueblos ubicados al occidente del río Uruguay con el objeto de evitar la organización de nuevas campañas por parte de los misioneros. Aprovechando estas circunstancias, los paraguayos también atacaron y destruyeron algunos de los pueblos septentrionales. En los años siguientes se produjeron dos intentos más de recuperación, ambos fallidos. Uno terminaría con la destrucción de Apóstoles. Otro, el último, ocurrido en mayo de 1819, acabó con la derrota de Andresito a manos de las tropas de Chagas Santos y la muerte del líder Tiraparé. Andresito fue tomado prisionero junto con su capellán y hombres de confianza y escol­tado a Río de Janeiro donde murió en prisión probablemente hacia 1822. Ante esta situación, una importante parte de la población misionera hu­yó a lugares menos expuestos fundando nuevos poblados (Poenitz y Poe-nitz 1993; Savoini 1990; Maeder 1992a).

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Las aspiraciones de los pueblos misioneros eran coherentes con los intereses de la Liga en la medida que daban impulso a la recuperación de una unidad territorial perdida. La autonomía de Misiones en tanto "pro­vincia" "libre" y "soberana" era un proyecto que tomaba fuerza en la re­creación de un pasado de unidad identificado con el esplendor jesuítico y la enemistad con los portugueses. Las manifestaciones dramáticas y festi­vas activaban elementos de la memoria misional simbólicamente eficaces, en la medida que permitían evocar y actualizar un tiempo y una identi­dad enraizados en la ritualidad religiosa reduccional (Wilde 2003b; Bohn Martins 1999).

Existen referencias muy tempranas en las crónicas jesuíticas sobre dramatizaciones de la vida de San Ignacio, tal como las que mencionan las hermanas Postlethwaite. A fines del siglo XVII el jesuita Antón Sepp di­ce haber llevado a escena en el pueblo de San Ignacio una pieza teatral que representaba la juventud y conversión del santo, al estilo de dramas y diá­logos en latín (Sepp [1709] 1973: 265). A través de otros documentos sa­bemos que en algunas de estas representaciones, tributarias de los "mis­terios" del medioevo y de los Autos españoles, se realizaban danzas for­mando palabras. El jesuita José Cardiel a mediados del siglo XVIII escri­be que durante la celebración del día del Santo Patrón, "sale á danzar aquella grande turba de lucientes danzantes, todos con sus linternas, con gran variedad de posituras y mudanzas, y con grande artificio, formando motetes, y aun versos de alabanza al Santo Patrón, con las letras que en sus posituras hacen" (Cardiel [1770] 1913: 575). Posteriormente, el jesui­ta José Manuel Peramás relata que en algunas ceremonias los misioneros traían escudos con letras del nombre de la Virgen María, y las ponían en orden para que los espectadores pudieran leer su nombre (Leonhardt 1924: 51).

Puede decirse que el sentido de la reproducción de estas represen­taciones dramáticas en un contexto completamente ajeno al original, más allá de orientarse a la mera diversión de las tropas guaraníes, cumplía el propósito de recrear y mantener un sentido de pertenencia colectivo liga­do a los símbolos del pasado jesuítico guaraní. De este modo, la memo­ria del ritual operaba como ritual de Id memoria; conmemoraba o re-pre­sentaba los tiempos jesuíticos como un pasado idealizado que, en las cir­cunstancias imperantes de fragmentación del distrito misionero, permitía orientar políticamente la participación indígena en el movimiento federa­lista. La ritualidad exaltaba y sacralizaba el esplendor jesuítico creando

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las condiciones para imaginar la unidad misionera bajo el signo del arti-guismo.

Esta singular conjugación de pasado idealizado y futuro ideal, tam­bién se veía reforzada por la estrategia de revivir la confrontación del dis­trito con el enemigo extranjero. Ya en 1815 mandaba Andresito "que en los pueblos orientales se fije la bandera tricolor blanca, azul y colorada, para distinguirse de Buenos Aires la que debe tremolarse también en me­dio de los extremos para que todo el mundo se desengañe y sepan lo que defendemos" (citado por Machón 1993). En sus proclamas, Andresito in­vitaba a los guaraníes de los pueblos orientales a sacudir el dominio lusi­tano y gobernarse por sí mismos. Pero en un plazo relativamente corto, las derrotas sufridas ante los portugueses comenzaron a trocar el ideal de unidad en una visión profética que vaticinaba la destrucción final de las misiones.

DESTINOS DIVIDIDOS

Si bien hubo muchos líderes guaraníes que adhirieron a los planes de recuperación de la provincia perdida sumando gente al movimiento, también hubo otros que rechazaron involucrarse en los enfrentamientos bélicos. Es obvio que para la época que nos ocupa, los pueblos ya no constituían la unidad política, económica y cultural de los tiempos jesuí­ticos por lo que las respuestas a las interpelaciones del artiguismo varia­ron de un lugar a otro. En este nuevo contexto crítico se hicieron visibles antiguas afinidades y rivalidades entre los mismos guaraníes, muy proba­blemente vinculadas con la autonomía relativa de los cacicazgos dentro de los pueblos o a las influencias ejercidas por jurisdicciones político-ad­ministrativas más amplias.

La lealtad al movimiento artiguista fue de hecho más marcada en los llamados pueblos occidentales, sobre todo los ubicados a ambos lados de la costa del río Uruguay, de donde provenían los líderes guaraníes más importantes. El lugar de nacimiento de Andresito puede haber sido tan­to Santo Tomé como San Borja (incertidumbre que puede resultar signi­ficativa pues ambos pueblos mantenían fluidos contactos basados en el trueque y el parentesco). En cuanto a su sucesor, Pantaleón Sotelo, es ca­si seguro que nació en Santo Tomé. Esa región meridional conformaba

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GUILLERMO WILDE

una red de movimientos de la que participaban guaraníes de los terri to­

rios ocupados por los portugueses. Es probable incluso que varios de

ellos acompañaran a Artigas en su éxodo oriental. Desde su cargo de te­

niente de gobernador de Yapeyú, Artigas continuó promoviendo la opo ­

sición contra los portugueses, y más tarde apoyaría los planes de recupe­

ración de los siete pueblos. Ese mensaje tuvo eco entre algunos líderes ba­

jo dominio portugués que pasaron a apoyarlo.

No ocurrió lo mismo entre los pueblos que se encontraban bajo

control paraguayo (como Jesús, Trinidad, Itapúa, San Cosme y Santiago)

que evitaron seguir a Andresito y formar parte de sus milicias. En algu­

nos casos, grupos que habían sido recientemente incorporados, optaron

directamente por abandonar sus pueblos e internarse en la selva. Existen

algunas evidencias sobre familias que volvieron a los montes trocando las

técnicas de cultivo por la caza y el robo de ganado, y abandonando gra­

dualmente el patrón sociocultural misionero (Susnik 1966).

Es muy probable que las deserciones ocurridas especialmente a

partir de 1817 fueran motivadas por el temor de esta población a las pér­

didas humanas y la destrucción de los pueblos por parte de los paragua­

yos y los lusitanos. Hacia 1817, el comandante de la frontera informa so­

bre un importante número de indígenas que pasaron del territorio espa­

ñol hacia el portugués. Escribe que en marcha para San Nicolás se demo­

ró en la estancia de San Marcos desde donde envió para el río Pardo 200

personas. También informa sobre el envío de otras 260 personas al pue­

blo de Santo Anjo, entre las que se encontraba el corregidor de Santo To­

mé, Julio Baruyé, con 26 indios y sus familias, viudas, ancianas e hijos de

menor edad. En esta partida también había españoles que iban con sus fa­

milias y algunos esclavos en número de más de 200 almas. Todos se que­

daron cerca de las estancias con sus animales (Chagas Santos [19-5-1817]).

Esta movilización, aparentemente forzada, se produjo poco después de

que Chagas Santos invadiera y destruyera los pueblos occidentales que­

dando desamparada una importante cantidad de población. Esa gente

formó en la jurisdicción correntina los pueblos de San Miguel y Yatebú

(o Loreto), respectivamente a cargo de Nicolás Aripí y Félix Aguirre

(Machón 1998: 362).

En otra carta, el mismo Chagas Santos ofrece noticias sobre una

sublevación contra Andresito por parte de los hombres que estaban bajo

su mando:

LOS HIJOS DE ARTIGAS

["Andrés Artigas estaba en la Tranquera de Loreto (a más de 20 leguas de dis­tancia de Candelaria) con su escolta de 60 hombres, receloso de sus indios, que se hallaban en San Carlos, por haber querido matarlo, en venganza de la con­siderable mortandad, que tuvieron en el ataque de Apóstoles, y por saber que los portugueses reunían un gran número para atacarlos, en cuyo caso se entre­garían sin resistencia [...]" (Chagas Santos [ca. 2-1817] [t.p.])]116

Este interesante documento parece indicar que la legitimidad de

Andresito se encontraba en decadencia por las derrotas sufridas frente a

los portugueses y que los líderes de algunos pueblos estaban dispuestos a

negociar con "el enemigo".

Después de la derrota de Andresito, Artigas intentó reorganizar la

provincia misionera y tomar represalias contra los portugueses. Designó

a Pantaleón Sotelo comandante de Misiones y reinició acciones. Pero en

1820 fue derrotado por los portugueses en Tacuarembó, batalla en la que

murió Sotelo entre otros numerosos guaraníes. Después de esto, se retiró

al sur de Corrientes instalando en Ávalos un campamento general desde

donde decidió reorganizar su tropa. Pero ya entonces se había iniciado la

disputa por el liderazgo federal. En el nuevo reparto, Artigas fue despla­

zado por otros líderes regionales. Los porteños, derrotados en Cepeda,

habían firmado la paz con los federales de Entre Ríos y Santa Fe emer­

giendo la figura del caudillo entrerriano Francisco Ramírez, quien firmó

un pacto con ellos (Gómez 1929: 214). En la localidad de Ávalos, Artigas

se alió con Francisco Javier Sity, el nuevo líder misionero, y Juan Bautis­

ta Méndez, gobernador de Corrientes y al poco tiempo inició acciones

contra Ramírez. Pero luego de sucesivas derrotas, y para evitar el desas­

tre, los misioneros cedieron ante Ramírez firmando un pacto que los

obligaba a iniciar hostilidades contra Artigas. Este último trató de recon­

venirlos diciéndoles que todo era un engaño de Ramírez quien quería

"encadenarlos". En una carta de 1820 les escribía:

"Las resultas de este fatal día van hasta la destrucción de toda la provincia; es­te es el objeto que se propuso Ramírez dividiéndonos para que nos atacáse­mos unos con otros; pero teniendo esto en consideración no es permitido que se ensangriente una guerra entre hermanos y traigo reunidas todas las tropas y familias para que vuelvan a sus casas y se acabe todo. Este solo es el objeto que me trae, no el castigar a nadie, pues bien conozco que los han engañado y solo vengo a estrecharlos como a hijos y volverlos a unir a todos para que jun­tos defendamos el sistema" (transcripta por Gómez 1929: 220).

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La exhortación no tuvo éxito y al poco tiempo el líder oriental se vio sin apoyos debiendo partir al exilio. En septiembre de 1820, Francis­co Javier Sity informaba a Ramírez que Artigas, Matías Abucú y "pocas tropas y familiaje pasaron al Paraguay", quedando en esa banda "algunos indios que no quisieron seguirlos". De estos se formaron dos partidas re­tirándose una a la costa del Ibera y otra "al pueblo que fue de Loreto" (Machón 1994). Los líderes de Mandisoví Pedro Cutí y Pablo de la Cruz reunieron a las familias de los límites del distrito y cruzaron el río Uru­guay. Domingo Manduré abandonó el pueblo de San Antonio de Salto Chico (en la jurisdicción de Yapeyú) instalándose en Salto Grande. Según relata Saint Hilaire, allí fue recibido con honores por los portugueses (Poenitz y Poenitz 1993: 205).

Desde por lo menos cinco años antes, el territorio misionero se ha­bía convertido en escenario de guerras que obligaron a gran parte de la población guaraní entre el Uruguay y el Paraná a abandonar sus pueblos y retirarse al interior o a los dominios portugueses. Ante la situación de desestructuración económica y política misionera, los liderazgos de pe­queña escala, comenzaron a adquirir peso, recuperando autonomía en sus decisiones y movilizando gente hacia nuevas localizaciones.

Pocos días después del destierro de Artigas surgía la "República Entrerriana" y Ramírez era designado "Supremo Jefe" de la misma. El "ciclo artiguista" había terminado, y con él se desvanecía la efímera uto­pía de la unidad provincial misionera.

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