04. nadie es profeta en su tierra

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Cuando Jesús llegó a Nazaret, dijo a la multitud en la sinagoga: «Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír». Todos daban testimonio a favor de él y estaban llenos de admiración por las palabras de gracia que salían de su boca. Y decían: «¿No es este el hijo de José?». Pero él les respondió: «Sin duda ustedes me citarán el refrán: "Médico, cúrate a ti mismo". Realiza también aquí, en tu patria, todo lo que hemos oído que sucedió en Cafarnaúm». Después agregó: «Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su tierra. Yo les aseguro que había muchas viudas en Israel en el tiempo de Elías, cuando durante tres años y seis meses no hubo lluvia del cielo y el hambre azotó a todo el país. Sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta, en el país de Sidón. También había muchos leprosos en Israel, en el tiempo del profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue curado, sino Naamán, el sirio». Al oír estas palabras, todos los que estaban en la sinagoga se enfurecieron y, levantándose, lo empujaron fuera de la ciudad, hasta un lugar escarpado de la colina sobre la que se levantaba la ciudad, con intención de despeñarlo. Pero Jesús, pasando en medio de ellos, continuó su camino» (Lc 4,21-30). Jesús se encuentra ante un público que se admira «por las palabras de gracia que salían de su boca», pero que a la vez se pregunta cómo puede pronunciarlas un mensajero tan sencillo y conocido para ellos (Lc 4,22). Los testigos de sus palabras y acciones tienen dificultad para atribuirle las etiquetas sociales mediante las cuales acostumbran a clasificar a las personas en los grupos correspondientes. ¿No es éste el hijo de José? DOMINGO IV - Tiempo Ordinario Nadie es profeta en su tierra

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Cuando Jesús llegó a Nazaret, dijo a la multitud en la sinagoga: «Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír».Todos daban testimonio a favor de él y estaban llenos de admiración por las palabras de gracia que salían de su boca. Y decían: «¿No es este el hijo de José?».Pero él les respondió: «Sin duda ustedes me citarán el refrán: "Médico, cúrate a ti mismo". Realiza también aquí, en tu patria, todo lo que hemos oído que sucedió en Cafarnaúm». Después agregó: «Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su tierra. Yo les aseguro que había muchas viudas en Israel en el tiempo de Elías, cuando durante tres años y seis meses no hubo lluvia del cielo y el hambre azotó a todo el país. Sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta, en el país de Sidón.También había muchos leprosos en Israel, en el tiempo del profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue curado, sino Naamán, el sirio». Al oír estas palabras, todos los que estaban en la sinagoga se enfurecieron y, levantándose, lo empujaron fuera de la ciudad, hasta un lugar escarpado de la colina sobre la que se levantaba la ciudad, con intención de despeñarlo. Pero Jesús, pasando en medio de ellos, continuó su camino» (Lc 4,21-30).

Jesús se encuentra ante un público que se admira «por las palabras de gracia que salían de su boca», pero que a la vez se pregunta cómo puede pronunciarlas un mensajero tan sencillo y conocido para ellos (Lc 4,22).

Los testigos de sus palabras y acciones tienen dificultad para atribuirle las etiquetas sociales mediante las cuales acostumbran a clasificar a las personas en los grupos correspondientes.

¿No es éste el hijo de José?

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«Todos daban testimonio a favor de él y estaban llenos de admiración por las palabras de gracia que salían de su boca. Y decían: «¿No es este el hijo de José?» (Lc 4,22).

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Esquemas rígidos

Lo que dicen los demás cobra importancia a partir de una concepción de la persona con carácter colectivo, no individual.

En la antigua cultura mediterránea cada persona estaba tan implicada en su grupo, que su identidad sólo podía explicarse en relación con los otros integrantes del mismo. Porque en aquella sociedad un individuo no podía pensar o actuar de manera independiente. La lealtad a su grupo se imponía.

Desde este punto de vista la identificación básica de una persona se daba por su pertenencia familiar o nacional. Y el resultado era la formación de estereotipos o generalizaciones:

«Los cretenses son siempre mentirosos, malas bestias, vientres perezosos» (Tito 1,12).

«¿De Nazaret puede haber cosa buena?» (Jn 1,46).

«Los judíos no se tratan con los samaritanos» (Jn 4,9).

«Ciertamente eres de ellos pues además eres galileo» (Mc 14,70).

En estas etiquetas estaba codificada toda la información necesaria para situar a una persona en el lugar correcto que debía ocupar en su sociedad.

Jesús obra de una manera singular, de un modo diferente a los esquemas fijados, y eso crea desconcierto.

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Pero Jesús les respondió: «Sin duda ustedes me citarán el refrán: "Médico, cúrate a ti mismo". Realiza también aquí, en tu patria, todo lo que hemos oído que sucedió en Cafarnaúm». Después agregó: «Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su tierra» (Lc 4,23-24).

Un profeta «sin honor»

Jesús ha dicho: « Ningún profeta es recibido en su pueblo. Un médico no cura a aquellos que lo conocen» (Tom 31).

El Evangelio de Juan confirma el dicho de Jesús, pero da cuenta de una buena recepción en Galilea, a causa del conocimiento de los milagros obrados en Judea:

«El mismo había declarado que un profeta no goza de prestigio en su propio pueblo. Pero cuando llegó, los galileos lo recibieron bien, porque habían visto todo lo que había hecho en Jerusalén durante la Pascua; ellos también, en efecto, habían ido a la fiesta» (Jn 4,44-45).

Según Mateo y Marcos Jesús era para sus paisanos un motivo de escándalo, y no hizo entre ellos muchos milagros, a causa de la falta de fe de esa gente (Mt 13,57; Mc 6,4).

La causa del escándalo y de la falta de confianza de la gente sería, probablemente, el abandono del grupo familiar, al que toda persona honorable debía lealtad, según la mentalidad vigente.

El Evangelio de Tomás combina en un mismo dicho el refrán popular y la afirmación de Jesús:

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Jesús confirma su condición y misión: es un PROFETA. Y como tal no espera otra cosa que lo que otros profetas han recibido: rechazo en su tierra y recepción en el extranjero.

Pone como ejemplo a los dos grandes hombres de Dios que iniciaron el movimiento profético en Israel: ELÍAS y ELISEO. Su llamado a la conversión tampoco fue aceptado en su pueblo, que por eso no pudo experimentar las bendiciones de Dios. Éstas fueron recibidas por personas extrañas al pueblo de la Alianza:

«Yo les aseguro que había muchas viudas en Israel en el tiempo de Elías, cuando durante tres años y seis meses no hubo lluvia del cielo y el hambre azotó a todo el país. Sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta, en el país de Sidón.También había muchos leprosos en Israel, en el tiempo del profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue curado, sino Naamán, el sirio» (Lc 4,25-27).

Dispuestos a acoger el mensaje del profeta

Una viuda fenicia le dice a Elías: «Ahora sí reconozco que tú eres un hombre de Dios y que la palabra del Señor está verdaderamente en tu boca» (1 Re 17,24).

Un leproso arameo le dijo a Eliseo: «Ahora reconozco que no hay Dios en toda la tierra, a no ser en Israel» (2 Re 5,15).

Los primeros lectores del Evangelio de Lucas también fueron extranjeros que se beneficiaron con la gracia y el mensaje de salvación de Jesús que sus paisanos no habían aceptado (cf. Ef 2,11-22).

Los cristianos de hoy son exhortados a acoger con fe ese mismo mensaje de conversión, antes que reclamar un derecho de pertenencia sobre Jesús.