02. Romero - Breve historia contemporánea

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uis Alberto Komero

B r e v e h i s t o r i a

c o n t e m p o r á n e a

d e l a A r g e n t i n a fenol * \ - a '

So L o ^ o

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í Secunda erftrirSn rpvknr ta i r t

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S E C C I Ó N O B R A S DE H I S T O R I A

B R E V E H I S T O R I A C O N T E M P O R Á N E A

D E L A A R G E N T I N A

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LUIS ALBERTO ROMERO

BREVE HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE LA ARGENTINA

m F O N D O DE C U L T U R A E C O N Ó M I C A

Mí'XK :o - A R G E N T I N A - B R A S I L - C O L O M B I A - C H I L E - ES P A Ñ A

ESTADOS U N I D O S DE A M É R I C A - PERÚ - V E N E Z U E L A

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Primera edición, 1994 Segunda edición ampliada, 2001 Decimotercera reimpresión, 2007

© 2 0 0 1 , F O N D O DE CULTURA ECONÓMICA D E ARGENTINA S.A. El Salvador 5665 ; 1 4 1 4 Buenos Aires [email protected] / www.fce.com.ar Av. Picacho Ajusco 2 2 7 ; 14200 México D. F.

ISBN 9 7 8 - 9 5 0 - 5 5 7 - 3 9 3 - 6

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Prefacio a la segunda edición

Iluta legunda edición incluye un nuevo capítulo, referido a los diez años del l ' i . lidenrc Menem, y una versión en parte diferente del epílogo. ¿Por qué lint r i lo. ; Creo que un libro, una vez publicado, es para el autor un caso cerra-iln vive su vida, es leído, envejece; lo más que se puede esperar es que lo haga • " i i dignidad. Pero hay ocasiones -por cierto felices- en que el autor debe ÜMiiir ligado a su libro, y asumir el riesgo de que se le transforme en una n< ivela por entregas.

I n este caso se conjugan dos circunstancias. Por una parte, su amplia u t i l i -M li ni en cursos básicos de historia, donde estoy convencido de que el presente

Iflinrdiato debe ser tratado; por otra, la próxima publicación de su traducción i o l< ligua inglesa, y un pedido explícito del editor para que se incluyeran estos uli liiu ts diez años. Ambas razones, contingentes pero de peso, me llevan a es-. i il ' ii un capítulo nuevo sobre el período que acaba de cerrarse.

« ico que los argentinos estamos en condiciones de examinar en con­tinuo estos diez años de la presidencia de Menem, y discutir cómo los i n -. Imams en el relato más general de la historia argentina contemporánea; al • • t• nos, estamos en mejores condiciones que cuando yo terminé la versión

i mi : escribí las últimas líneas unas semanas antes del Pacto de Olivos, i ii < i instancia que confirma la inut i l idad de los historiadores para los diag-ho i iu os de corto plazo.

< ni i respecto a los diagnósticos de plazo más largo, estoy menos discon­tinué. ( TCO que escribiría de manera un poco diferente -pero sólo un poco-. I • iipímlo sobre la reconstrucción democrática presidida por Raúl Alfonsín. I o i uanto al prefacio y al epílogo -salvo matices- descubro que no tengo n i . l . i sustancialmente nuevo que decir. Hoy me parece que en 1993 quizás l« . aba de excesivo pesimismo, pero ese tono me resulta adecuado para el uní ¿000. Por lo demás, las preguntas, las dudas, las incertidumbres y las

i i i'-is esperanzas son las mismas. I I nuevo capítulo tiene los problemas que acarrea el referirse a algo muy

hfi i lino. A l mirar esta época, me falta la ternura y condescendencia que me ilttplian los períodos pasados, aun los que viví intensamente: sé que detestar

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algo no es el mejor camino para entenderlo. Afortunadamente, conté con la segura guía de algunos textos agudos y equilibrados -particularmente los de Juan Carlos Torre y Vicente Palermo- y me beneficié con las sensatas obser­vaciones de Aníbal Viguera. C o n su ayuda resolví buena parte de los proble­mas. Sin embargo, me quedó una dificultad, fácil de advertir si se compara este capítulo con los anteriores: cómo integrar la dimensión razonablemente expli­cable de la Argentina de esos diez años con aquella otra cuya crónica aparece en muchos libros periodísticos, pero que es difícil de traducir en alguno de los modelos historiográficos académicos, cómo explicar el "menemato". Final­mente, encontré m i clave en una obra clásica: la Vida de los doce Césares de Suetonio.

30 de diciembre de 2000

Prefacio

I ii «'.la exposición sintética de la historia de la Argentina en el siglo X X no Hir I ic propuesto - como suele ser común en este tipo de l ibros- n i probar una i- IN ni tampoco encontrar aquella causa única y eficiente de u n destino t i i . tonal singular y poco afortunado; sólo se trata de reconstruir la historia,

ipleja, contradictoria e irreductible, de una sociedad que sin duda cono-• i |meas más brillantes, que se encuentra hoy en uno de los puntos más I m|i is t le su decurso, pero cuyo futuro no está -confío— definitivamente cerra­do I as cuestiones en torno de las que este texto se organiza -preguntas naci­da* ile nuestra experiencia, angustiada y desconcertada- son sólo algunas de Itt» muchas posibles, y su explicitación da cuenta del voluntario acotamiento • |H> un intento de este tipo requiere.

Id primer interrogante se refiere al lugar que hoy existe en el mundo para I I \1 ;ent i na -que tan seguramente se ubicó en él hace sólo cien años-, y a la

.mi/ación económica factible para asegurar a nuestra sociedad algunas MU las mínimas como u n cierto bienestar general, un progreso razonable, una i ii n.i racionalidad- U n a pregunta similar se hicieron Alberdi , Sarmiento y glllnies hace casi un siglo y medio trazaron el diseño de la Argentina moder-i i<i I Vro, a diferencia de las circunstancias en que nuestros padres fundadores di l< ti mularon, la respuesta no es hoy n i obvia n i evidente. La misma pregun-lit i r lomuda desde una perspectiva más modesta y a la vez mucho menos Ilusionada que hace ciento cincuenta años, pues hoy una áurea mediocritas no. parece un destino más que apetecible.

I I segundo interrogante se refiere a las características, funciones e instru-ii H i a i is que debe tener el Estado para garantizar lo público, regular y raciona-li .a la economía, asegurar la justicia y mejorar la equidad en la sociedad. Nuevamente, la pregunta traduce, en un plano mucho más modesto, cues-i i o i u ' . que nuestra sociedad discutió y resolvió de una cierta manera, hace • ,i medio siglo, proponiendo soluciones que hoy están agotadas o que han »idi i deliberadamente descartadas, pero sin que otras las hayan reemplazado.

I ' l tercer interrogante se refiere al mundo de la cultura y a los intelectua-I |, y a las condiciones que pueden estimular la existencia de una creación y

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un pensamiento que sean a la vez críticos, rigurosos y comprometidos, y que cumplan una tarea útil y aprovechable para la sociedad, explicando la reali­dad y proponiendo alternativas. Así ocurrió en la Argentina del Centenario, en la efímera experiencia de la década de 1960 o en la más breve aún del ilusionado re tomo a la democracia, lo suficientemente cercanas como para recordarnos que tal conjunción no suele ser n i natural n i fácil.

Todo ello confluye en las dos cuestiones más angustiantes, aquéllas donde más se advierte que nuestro país está hoy en una encrucijada: la de la socie­dad y la de la democracia. ¿Qué posibilidades hay de salvar o reconstruir una sociedad abierta y móvil, no segmentada en mundos aislados, relativamente igualitaria y con oportunidades para todos, fundada en la competitividad pero también en la solidaridad y la justicia? Todo ello constituyó el legado, hoy mejor apreciado que nunca, que se fue construyendo a lo largo del últi­mo siglo y medio, y cuyo impulso perdura hasta u n momento no demasiado lejano, ubicado quizá veinte años atrás, en que la tendencia comenzó a que­brarse y a invertir su sentido.

Sobre todo: ¿qué características debe tener el sistema político para asegurar la democracia, y hacer de ella una práctica con algún sentido social? En este caso, el pasado se nos muestra rico en conflictos, pero no es fácil contabilizar en él demasiados logros, n i siquiera en las épocas de vigencia formal de la democracia, en las que pueden percibirse, in nuce, las prácticas que llevaron a la destrucción de un sistema institucional nunca del todo maduro, cuya cons­trucción se nos aparece como la tarea de Sísifo. Quizá por eso, el último inte­rrogante es hoy el primero: cuál es el destino de nuestro sistema republicano y de la tradición que lo alimenta. Volvemos aquí a Sarmiento y a Alberdi , a una tarea que un poco ingenuamente considerábamos realizada y cuyos frutos hoy parecen frágiles y vulnerables.

U n libro guiado por tales preguntas es a la vez un trabajo de historiador pro­fesional y una reflexión personal sobre el presente. N o podría ser de otro modo: todo intento de reconstrucción histórica parte de las necesidades, du­das e interrogantes del presente, procurando que el rigor profesional equili­bre la labilidad de la opinión, pero sabiendo que habitualmente la ecuación se desbalancea hacia este último extremo cuanto más cercano está el tema a la experiencia de quien lo trata. En verdad, escribir este texto me ha llevado, en buena parte, a alejarme de un estilo de trabajo más habitual y sumergirme en m i propia historia y en mi experiencia de un pasado aún vivo.

Tuve una primera comprobación de esto al intentar aprovechar los ma­teriales usados hace veinte años -cuando, trabajando con Alejandro Rof-

PREFACIO 1 3

Mían, esbocé u n esquema de la historia argentina-, y descubrir que poco de • I I " me era útil hoy. Las preguntas de entonces apuntaban a explicar las i id « de la dependencia y sus efectos en las deformaciones de la economía \i la sociedad. Las cuestiones relativas a la democracia y a la república no IV i parecían relevantes, y en general, la política aparecía apenas como un u lli |n de aquellas condiciones estructurales, o por el contrario, como el lili;.a no condicionado donde, con voluntad y poder, tales condiciones po-di in ser cambiadas, pues en la conciencia colectiva de entonces la percep-i ion de la dependencia se complementaba con la búsqueda de algún t ipo di liberación.

Se l rata, me parece, de un buen ejemplo de lo que es un tópico de nuestro i li io: la conciencia histórica guía el saber histórico; éste puede controlarla,

•M mielei la a la prueba del rigor, pero no ignorarla. En períodos anteriores, i i ikihlemenfe el eje de una reconstrucción histótica de este tipo habría sido pin >to en la justicia social y la independencia económica; más atrás aún, en ••I ptogieso y la modernización social, o aun en la constitución del Estado y la M 11 i " i i . ( 'iertamente esas perspectivas no desaparecen para el historiador, y • luí incorporadas a este relato como lo que en sus tiempos fueron: aspira-l |one., ideologías o utopías movilizadoras. Los problemas a que se referían • M U iambién presentes en las preguntas de hoy, pero el orden, los encade-• i nios y los acentos son diferentes, como lo atestiguan las preguntas que

nii.an este texto, pues el mundo en que vivimos, cuyos rasgos definitivos ||X ñas vislumbramos, es radicalmente distinto no sólo del de hace cien o

• un nenia años, sino del de apenas veinte antis atrás.

' -in le decirse que quien escribe piensa implícita o explícitamente en un lec-B l I inpecc a escribir este texto pensando en mis colegas, pero progresiva-ii i . me me di cuenta de que mi lector implícito eran mis hijos, y los de su rd. id, adolescentes y niños: los que casi no tienen noticias de nuestro pasado n i lente, ni siquiera de los horrores más cercanos, pues nuestra sociedad cada

• V i cuida menos de su memoria, quizá porque hoy padece de una gran d i f i -i i i l i .n l para proyectarse hacia el futuro. En varias partes del texto quise ini|'lementc dejar un testimonio, quizás académicamente redundante pero

• (\i ámente necesario, pues sigo convencido de que sólo la conciencia del pasado permite construir el futuro. En tiempos en que al pesimismo de la i i mi se suma i ambién el del corazón, quiero seguir creyendo en la capacidad • li li is Iii nubles para realizar su historia, hacerse cargo de sus circunstancias y • oi i ' . t i i i i i una sociedad mejor.

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Agradezco a Alejandro Katz su confianza en que pudiera escribir este libro. A Juan Carlos K o r o l y Ricardo Sidicaro, su lectura atenta y sus observaciones; sólo lamento no hacer sabido aprovechar sus sugerencias en todos los casos.

Cuando empecé a trabajar en este texto le pedí a Leandro Gutiérrez que cumpliera esa función de lector crítico, y me prometía, como era habitual entre nosotros, u n diálogo poco complaciente y muy fecundo. Siento que no haya podido ser así, pero estoy seguro de que mucho de su espíritu, agudo, hasta ácido, pero enormemente cálido, está presente en estas páginas, pues con nadie como con él -salvo m i padre- he aprendido tanto de la historia.

15 de octubre de 1993

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I I I.' de octubre de 1916 Hipólito Yrigoyen asumió la presidencia de la A r -yeni ina. Fue una jomada excepcional: una mult i tud ocupó la Plaza del Con-l in- . i l y las calles adyacentes, vitoreando a quien por primera vez había sido • I. i-ii li i por el voto universal, secreto y obligatorio, según la nueva ley electo-• I , mincionada en 1912 por iniciativa del presidente Sáenz Peña. Luego de la •fftMnonia, la muchedumbre desató los caballos de la carroza presidencial y |M I I I I astro en triunfo hasta la Casa Rosada, sede del Poder Ejecutivo.

Su victoria, si no abrumadora, había sido clara, e indicaba una voluntad I ludailana mayoritaria. Visto desde la perspectiva predominante por enton-ii'H, la plena vigencia de la Constitución, médula del programa de la Unión i (vli a Radical, el partido triunfante, se coronaba con un régimen electoral •finoerático, que colocaba al país a la vanguardia de las experiencias de ese iipn en el mundo. La reforma política pacífica, que llegaba a tan feliz térmi­no, »c sustentaba en la profunda transformación de la economía y la socie-it.nl. A lo largo de cuatro décadas, y aprovechando una asociación con Gran Hiriaiía que era vista como mutuamente beneficiosa, el país había crecido de Diodo espectacular, multiplicando su riqueza. Los inmigrantes, atraídos para f u i transformación, fueron exitosamente integrados en una sociedad abierta, me ofreció abundantes oportunidades para todos, y si bien no faltaron las

I I isi< mes y los enfrentamientos, éstos fueron finalmente asimilados y el con-MMISO predominó sobre la contestación. La decisión de Yrigoyen de modifi-• .a la tradicional actitud represora del Estado, utilizando su poder para me­diar entre los distintos actores sociales y equilibrar así la balanza, parecía t m a r la última arista conflictiva. En suma, la asunción de Yrigoyen podía nei considerada, sin violentar demasiado los hechos, como la culminación leí i/, del largo proceso de modernización emprendido por la sociedad argenti-I I . I desde mediados del siglo XIX .

I )tra imagen era posible, y muchos de los contemporáneos adhirieron a ella y actuaron en consecuencia. Yrigoyen semejaba uno de aquellos caudi­llos bárbaros que se creía definitivamente sepultados en 1880, y tras de él se

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adivinaba el gobierno de los mediocres. La transición política hacia la demo­cracia no era b i e n vista, y quienes se sentían desplazados del poder manifes­taban escasa lealtad hacia el sistema institucional recientemente diseñado y una añoranza de los tiempos en que gobernaban los mejores. Por otra parte, la Primera Guerra Mundial, que había estallado en 1914, permitía vislum­brar el f i n del progreso fácil, crecientes dificultades y un escenario económi­co mucho más complejo, en el que la relación con Gran Bretaña no bastaría ya para asegurar la prosperidad. Las tensiones sociales y políticas que empe­zaban a recorrer el mundo en la última fase de la guerra, y que se desencade­narían con su f i n , también se anunciaban en la Argentina, y alimentaban una visión dominada por el conflicto. La sociedad estaba enferma, se decía; los responsables eran los cuerpos extraños, y en última instancia la inmigra­ción en su conjunto. Creció así una actitud cada vez más intolerante, que de momento se expresó en un nacionalismo chauvinista.

Ambas imágenes de la realidad, parciales y deformadas, estaban presentes en 1916 y, cada una a su manera, eran producto de la gran transformación producida a lo largo del medio siglo anterior. Por mucho tiempo moldearon actitudes y conductas, modificadas por nuevos datos de la realidad que, i n ­cluso, corrigieran o rectificaron la imagen de la etapa de la expansión.

La construcción

En aquellas décadas previas a 1916, no tan lejanas como para que no se recor­dara la aceleración de los cambios, la Argentina se embarcó en lo que los contemporáneos llamaban el "progreso". Los primeros estímulos se percibie­ron desde mediados del siglo XIX, cuando en el mundo comenzó la integra­ción plena del mercado y la gran expansión del capitalismo, pero sus efectos se vieron limitados por diversas razones. La principal de ellas fue la deficien­te organización institucional, de modo que la tarea de consolidar el Estado fue fundamental: hacia 1880, cuando asumió por primera vez la presidencia el general Julio A. Roca, se había cumplido lo más grueso, pero todavía se requirió mucho trabajo para completarla.

Lo primero fue asegurar la paz y el orden, y el efectivo control sobre el territorio. Desde 1810, y a lo largo de siete décadas, las guerras civiles habían sido casi endémicas: los poderes provinciales habían luchado entre sí y contra Buenos Aires, incluso después de 1852. Desde 1862, el flamante Estado nacio­nal , poco a poco -y con escasa fortuna al principio- , fue dominando y subordi­nando a quienes hasta entonces habían desafiado su poder, y aseguró para el

• l> i . i i . . nacional el monopolio de la fuerza. Algunas cuestiones se dirimieron .luí m i l l.i guerra del Paraguay (1865-1870), y otras inmediatamente después, . i n i i . l . . .mvsivamente fueron doblegadas Entre Ríos -gran rival de Buenos Alh'» «o la conformación del nuevo Estado- y luego la propia provincia porte-i M . 11 ya rebelión fue derrotada en 1880-, que debió aceptar la transformación A i In »iiulad de Buenos Aires en Capital Federal. El Estado afirmó su poder b i l ' t i I. »s vastos territorios controlados por los indígenas: en 1879 se aseguró la h i i i i h I.I sur, arrinconando a las tribus en el contrafuerte andino, y hacia 1911 1 . . imple tú la ocupación de los tenitorios de la frontera nordeste. Los límites

ii» n a . males del Estado se definieron con claridad, y las cuestiones internas se L p ii nuil tajantemente de las exteriores, con las que tradicionalmente se ha-V l i i . I I I IV I lado: la guerra del Paraguay contribuyó a definir las fluctuantes fron-L l . i ' . d r la C a íenca del Plata, y la Conquista del Desierto, en 1879, aseguró la • M e i l i r n de la Patagonia, aunque los conflictos con Chile se mantuvieron v i -\i< basta por lo menos 1902, y reaparecieron más tarde.

I >. .ile 1880 se configuró un nuevo escenario institucional, cuyos rasgos •triluiaron largamente. Apoyado en los triunfos militares, se consolidó un

in de poder fuerte, cuyas bases jurídicas se hallaban en la Constitución imada en 1853 y que, según las palabras de Alberdi , debían cimentar

" u n i monarquía vestida de república". Como ha mostrado Natalio Botana, - i i • iMiraba allí un fuerte poder presidencial, ejercido sin limitaciones en los \ territorios nacionales y fortalecido por las facultades de intervenir las •fiivin» ias y decretar el estado de sitio. Por otra parte, los controles institu-ff límales del Congreso, y sobre todo la exclusión de la posibilidad de la ree-lt • i mi i , aseguraban que ese poder no derivara en tiranía. Quienes así lo conci-bii i< m tenían presente la larga experiencia de las guerras civiles y la facilidad K m que las élites se dividían en luchas facciosas encarnizadas y estériles. En t . m i l l o , los resultados colmaron las expectativas. Las facultades legales • i r o n reforzadas por una práctica política en la que, desde el vértice del |M KI . I , se controlaban simultáneamente los resortes institucionales y los poli -f t l n v Se trataba de un mecanismo que, en sus versiones extremas y menos Miil ipis , fue calificado de unicato, pero que en rigor se empleó normalmente m u . •. y después de 1916. El Ejecutivo lo usó para disciplinar a los grupos •Ovliu-mlcs, pero a la vez reconoció a éstos un amplio margen de decisión en •Mi asuntos locales. El poder, que se había consolidado en torno de los grupos •liiiiinanies del próspero Litoral - incluyendo la muy dinámica Córdoba-, tm< i .io rú distintas formas de hacer participar de la prosperidad a las élites del I h l r i i n r , particularmente a las más pobres, y asegurar así su respaldo a un luden político al que, además, ya no podían enfrentar.

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Aunque en 1880 estaban delineadas, en sus rasgos básicos, las instituciones del Estado - e l sistema fiscal, el judicial, el administrativo-, en muchos casos eran apenas esbozos que debían ser desarrollados. Escaso de instrumentos y medios para la realización de muchas de las tareas más urgentes, como educar o fomentar la inmigración, el Estado se asoció inicialmente con sectores particu­lares, pero a medida que sus recursos aumentaron, fue expandiendo sus propias instituciones, y llegó a adquirir consistencia y solidez mucho antes que la socie­dad. Esta, en pleno proceso de renovación y reconstitución, careció inicial-mente de la organización y de los núcleos capaces de limitar su avance.

Deliberada y sistemáticamente actuó el Estado para facilitar la inserción de la Argentina en la economía mundial y adaptarse a un papel y una fun­ción que -se pensaba- le cuadraba perfectamente. Ese lugar implicaba una asociación estrecha con Gran Bretaña, potencia que venía oficiando de me­trópoli desde 1810. Limitados al principio a lo comercial, esos vínculos se estrecharon luego de 1850, por la gran expansión de la producción lanar - l a primera organizada sobre bases definidamente capitalistas- y la contemporá­nea profundización de la industrialización de Gran Bretaña, convertida ya en el taller del mundo. Por entonces se profundizaron las relaciones comercia­les y se anudaron las financieras, especialmente por el sólido aporte británico al costo de la construcción del Estado. Pero la verdadera maduración se pro-

i dujo luego de 1880, en la era del imperialismo. Por entonces, Gran Bretaña l-dueña indiscutida del mundo colonia l - empezaba a afrontar la competen­cia de nuevos rivales -Alemania primero, y luego Estados U n i d o s - y el múñ­elo entero fue dividiéndose en áreas imperiales, formales o informales. En el momento en que se consolidó la asociación con Gran Bretaña, la metrópoli entraba en su madurez, ciertamente sólida pero también poco dinámica. I n ­capaz de afrontar la competencia industrial, se refugió en su Imperio y sus

¡monopolios, y optó por las ganancias aseguradas por inversiones privilegia­das, de bajo riesgo y alta rentabilidad.

En la Argentina, entre 1880 y 1913 el capital británico creció casi veinte veces. A los rubros tradicionales -comercio, bancos, préstamos al Estado- se agregaron los préstamos hipotecarios sobre las tierras, las inversiones en em­presas públicas de servicios, como tranvías o aguas corrientes, y sobre todo los ferrocarriles. Estos resultaron extraordinariamente rendidores: en condi­ciones ciertamente privilegiadas, las empresas británicas se aseguraron una ganancia que garantizaba el Estado, quien también otorgaba exenciones im­positivas y tierras a los costados de las vías por tenderse.

En etapas posteriores se subrayaron persistentemente estos problemas, pero los contemporáneos vieron más bien en la conexión angloargentina sus as-

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|'»> luí positivos: si los británicos obtenían buenas ganancias por sus inver-IHUii « • la comercialización de la producción local, dejaban un amplio cam­po di ii< i ion para los empresarios locales, los grandes propietarios rurales, a •|tii> MI quedaba reservada la participación mayor en una producción que fue jHHllulliada por la infraestructura instalada por los británicos. Los 2.500 km di «ir. es ¡sientes en 1880 se transformaron en 34 mi l en 1916, sólo un poco mi ln de los 40 mil que, en su momento máximo, llegó a tener la red argen­t ina Algunas grandes líneas troncales sirvieron para integrar el territorio y MM MUÍ " la presencia del Estado en sus confines, mientras que otras cubrieron di n iiiienie la pampa húmeda, posibilitando - j u n t o con el sistema portua-ilo I I • spansión de la agricultura primero y de la ganadería después, cuando lo* intMiios británicos instalaron el sistema de frigoríficos.

K a expansión requirió abundante mano de obra. El país había venido reci-l ' i i i i . l . . > .un idades ele inmigrantes en forma creciente a lo largo del siglo, pero •t p<n i n de I ívSO las cantidades crecieron abruptamente. Desde el lado de Euro-1*4 la • iniciación estaba estimulada por un fuerte crecimiento demográfico, la

de las economías agrarias tradicionales, la búsqueda de empleos y el aba-M l i i n m nit i de los transportes; desde el país se decidió modificar la política Itnuil i in H ia t radicional, cauta y selectiva, y fomentar activamente la inmigra-1 M u , . . ni pn ipaganda y pasajes subsidiados. Pero ninguno de esos mecanismos bul • i • i i . i . li i efectivo si, simultáneamente, no hubiera crecido la posibilidad de Hi< nui l , I I 11 abajo. Los inmigrantes demostraron una gran flexibilidad y adap-!.«• i. . I I , i las condiciones del mercado de trabajo: en la década de 1880 se con-i u n i I I . >i i en las grandes ciudades, en la construcción de sus obras públicas y la t i in . . . I . I.u ion urbana, pero desde mediados de la década siguiente, al abrirse !••• p.'.ibilidadcs en la agricultura, se volcaron masivamente al campo tanto i|iil» in • venían para instalarse en forma definitiva como quienes viajaban anual-l i i i l i l i paia trabajar en las cosechas. Este fenómeno -posibilitado por la bara­tía.t d. los pasajes y por los salarios locales relativamente altos- explica en |niih I i Inerte diferencia entre los inmigrantes llegados y los efectivamente H . l i . idos: eni re 1880 y 1890 los arribados superaron el millón, y los efectiva-Mii l i l i i.ii lirados dieron unos 650 m i l , cantidad notable para un país cuya po-|.| i . |i ni mudaba los dos millones. En la década siguiente, luego de la crisis de \Wh\• atenuó la llegada y los que retornaron fueron, año a año, más de los i|u> II. isiban, pero el ritmo se restableció en la primera década del siglo XX, i I I I I . I. • Ii is saldos positivos superaron el millón.

I i piolín iciún activa de la inmigración fue sólo un aspecto del conjunto de |kih idades que el Estailo, lejos de la prescindencia del supuesto "modelo libe-lid . 11- .a i olio para est ¡mular el crecimiento económico, solucionando los cue-

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líos de botella y creando las condiciones para el desenvolvimiento de los em­presarios privados. Particularmente, entre 1880 y 1890 esta acción fue inten­sa y definida. Las inversiones extranjeras fueron gestionadas y promovidas con amplias garantías, y el Estado asumió el riesgo en las menos atractivas, para luego transferirlas a los privados cuando el éxito estaba asegurado. En materia monetaria se aceptó y estimuló la depreciación, en beneficio de los exportadores, y hasta 1890 al menos, a través de los bancos estatales, se ma­nejó el crédito con gran liberalidad. Sobre todo, el Estado se hizo cargo de lo que se llamó la "Conquista del Desierto", de la que resultó la incorporación de vastas extensiones de tierra apta para la explotación que fueron transferi­das en grandes extensiones y con un costo mínimo a particulares poderosos y bien relacionados. Muchos de ellos ya eran propietarios y otros lo fueron desde entonces, pero esta acción estatal resultó decisiva para la consolida­ción de la clase terrateniente. La tierra luego se compró y vendió amplia­mente, aunque su espectacular valorización hasta 1890 -debida al cálculo de futuros beneficios asegurados por la expansión que se iniciaba- redujo el cír­culo de posibles adquirentes.

I Aunque beneficiarios de la generosidad del Estado -que por otra parte ellos mismos controlaban-, los terratenientes de la pampa húmeda manifes­taron una gran capacidad para adecuarse a las condiciones económicas y buscar el máximo posible de ganancias. En el Li toral , donde escaseaba el ganado y la producción podía trasladarse fácilmente por los ríos, se inclina­ron por la agricultura; allí donde la tierra era barata, optaron por la coloniza­ción, que la valorizaba, pero cuando el valor aumentó prefirieron el sistema de arrendamiento. En la provincia de Buenos Aires perduró la gran propie­dad indivisa y la explotación del lanar, hasta que la instalación de los frigorí­ficos hizo rentable la explotación del vacuno refinado con las razas inglesas y

; destinado a la exportación. Entonces, las necesidades de praderas artificiales \estimularon la colonización agrícola: las tierras se destinaron alternativa­mente a cereales, forrajes y pastoreo, con lo que la agricultura se asoció defi­nitivamente con la ganadería.

j Esta combinación resultaba la más adecuada para las condiciones especí­ficas de entonces. La calidad de las praderas aseguraba altos rendimientos con escasas inversiones; por otra parte, las condiciones del mercado mun dial, extremadamente cambiantes e incontrolables desde este lejano sur, ha­cían conveniente mantener la flexibilidad para elegir, cada año, la opción más rentable. Parecía más razonable mantener la tierra unida para conserva i todas las opciones y encarar explotaciones más bien extensivas. Como ha propuesto Jorge F. Sábalo, los empresarios se habituaron a rotar por diversas

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11 id.i< les, buscando en cada caso la crema de la ganancia, sin fijarse defini-i i a. tai ninguna y procurando no inmovilizar el capital: a las agtope-

agregaron luego las inversiones urbanas - t ierra, construcciones- e i . , lu .. las industriales. Así, a partir de la tierra se constituyó una clase em-I I Iu entrada y no especializada, una oligarquía, que desde la cúspide • I I Liba un conjunto amplio de actividades.

|U,is tundiciones estimularon también la conducta especulativa de los • I . , i i . IUS . I os inmigrantes que durante la expansión agrícola se convirtie-i n , I I tendal arios y disponían de un capital limitado, prefirieron alquilar I .anos ext cnsiones importantes de tierra antes que adquirir definitiva-

i • i n I.I | mi-cela más pequeña: especuladores trashumantes jugaron sus cartas .aios de trabajo intenso, con mínimas inversiones fijas, quizá premia-

i ni unas buenas cosechas, para volver a repetir la apuesta en otro campo ni . 11. I i . 1.1.

I 11. a | >i itnera etapa, este comportamiento altamente flexible permitió apro-Vt'< l i a 'I máximo los estímulos externos y posibilitó un crecimiento verdade-i mu me espectacular. Desde 1890 la expansión de la agricultura fue conti-I I . 11 \1 i ampo se llenó de chacareros y jornaleros. Entre 1892 y 1913 se • I lup in o la producción de trigo, de la cual la mitad se exportaba. En ese I .| i . , las exportaciones totales se multiplicaron cinco veces, mientras que I i inipi -i tac iones lo hicieron en proporción algo menor. A l trigo se agrega* i .. . I ni.II.: y el l ino, y entre los tres cubrieron la mitad de las exportaciones;

I I . I i- .lo, junto a la lana, comenzó a ocupar una parte cada vez más impor-i . . . i . I.i i ,IIne, sobre todo a partir de 1900, cuando los frigoríficos empezaron i . p. ui. i i Ilacia Gran Bretaña carne vacuna congelada o enlatada. Por en-

i . . i , . . ,, el lanar había sido desplazado de Buenos Aires hacia el sur, y lo reem-I I i iba el vacuno mestizado con las razas británicas Shorthorn y Heresford. | n i p. ias di-la guerra, la Argentina era uno de los principales exportadores n . . I I i. líales de cereales y carne.

Si las ganancias de los socios extranjeros fueron elevadas -a través de los I aulles y frigoríficos, del transporte marítimo, de la comercialización o .!• I linaiK ¡amiento , también lo fueron las del Estado, provenientes funda-i i i . ni.límente de impuestos a la importación, y las de los terratenientes, quie-

m»-», dadas las ventajas comparativas con respecto a otros productores del mun­do, npiaioii por destinar una porción importante de éstas al consumo. Ello i - pin a en paiie la magnitud de los gastos realizados en las ciudades, que unos \. se oí uparon en embellecer imitando a las metrópolis europeas, pero

|tu\oe|ei t o multiplicador fue muy importante. El Estado las dotó de los moder-i . . . . ivK ios de higiene o de transporte, así como de avenidas, plazas y un

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22 BREVE HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE LA ARGENTINA

conjunto de edificios públicos ostentosos y no siempre de buen gusto. Los par-í ticulares construyeron residencias igualmente espectaculares, palacios o petitsA hótels. El ingreso rural se difundió en la ciudad multiplicando el empleo y genef rando a su vez nuevas necesidades de comercios, servicios y finalmente de inW dustrias, pues en conjunto las ciudades, sumadas a los centros urbanos de las i zonas agrícolas, constituyeron un mercado atractivo. El sector industrial alean-I zó una dimensión significativa y ocupó a mucha gente. Algunos grandes esta-/ blecimientos, como los frigoríficos, molinos y algunas fábricas grandes, elaboA raban sus productos para la exportación o el mercado interno. Otro grupo del establecimientos importantes, textiles o alimentarios, suministraba productos! elaborados con materia prima local, y un extenso universo de talleres, general­mente de propiedad de inmigrantes afortunados, completaba el abastecimien­to del mercado interno. Este sector industrial creció asociado con la economía agropecuaria, expandiéndose y contrayéndose a su ritmo y nutriéndose de ca­pitales extranjeros, aunque a través de los bancos los terratenientes locales o quienes controlaban el comercio exterior pudieron agregar la inversión indus­trial al conjunto de sus opciones.

El grueso de estos cambios se produjo en el Litoral , ampliado con la incor­poración de Córdoba, y se acentuó la brecha secular con el Interior, incapaz de incorporarse al mercado mundial. N o llegaron allí n i inversiones n i inmi­grantes, aunque sí el ferrocarril, que en algunos casos, al romper el aislamiento A de los mercados, afectó algunas actividades locales. En cambio, hubo mayores' gastos realizados por el Estado nacional, que sostuvo en parte la administración! y la educación. Pero sobre todo pesó el atraso relativo, y las diferencias cada vez más manifiestas entre la vida agitada de las grandes ciudades del Litoral M la de las somnolientas capitales provinciales.

Hubo algunas excepciones. En el norte santafesino una empresa inglesa, expansiva y depredadora a la vez, constituyó u n verdadero enclave para la explotación del quebracho. Pero las excepciones más importantes se produ­jeron en Tucumán primero y en Mendoza después, en torno a la producción ele azúcar y de vino. Ambas prosperaron notablemente para abastecer a los expansivos mercados de l Litoral , merced a la reserva de estos productos he­cha por el Estado, que los rodeó con una fuerte protección aduanera. Fue el mismo Estado quien permitió el despegue inicial de esa industria regional, construyendo los ferrocarriles y financiando las inversiones de los primeros empresarios de ingenios y bodegas. En ambos casos hubo razones de equili­brio político general, pero más inmediatamente pesaron las relaciones que importantes empresarios de las nacientes industrias -Ernesto Tornquist en la azucarera y Tiburcio Benegas en la vitivinícola- tenían en las más altas esfe-

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M - . .11, i.i les. La fisonomía de Tucumán, y sobre todo la de Mendoza, donde la i •!> m.i . . t i .supuso la incorporación de importantes contingentes inmigrato-M|M ••• un idil'icaron sustancialmente, quizá contra lo que hubieran indicado | . i . o. .i mas de la división internacional del trabajo-el azúcar tucumana siem-pu lin n imbo más cara que la que podía importarse desde C u b a - pero de m in 1.1.. i« I I i la pauta de ganancia monopólica y de asociación entre el Estado t |n« i iiipu-sarios que caracterizó toda la expansión finisecular.

I n i . uno del Estado se conformó un importante sector de especuladores, i n -• u n . di.II i. is y financistas cercanos al poder, que medró en concesiones, présta-i i . H,. .1 . i , i , | uihlieas, compras o ventas, especialmente en la década de 1880, cuando • I I i i . I.i inyectó masivamente crédito a través de los bancos garantidos. Los uní. uip. «i,mei>s atribuyeron a esta fiebre especulativa la crisis de 1890, que fre-iH p. .i un.i década el avance espectacular de la economía. Pero las causas eran i i i pi. .huidas y resultaron recurrentes. La estrecha vinculación de la economía Hiii i a ii i.i . . n i la internacional la sensibilizó a sus fluctuaciones cíclicas, como Mtlil.t ... unido en 1873. El fuerte endeudamiento convertía el servicio de la !• n.l i . lema en una carga onerosa, solventada con nuevos préstamos o con

| Id..-, del comercio exterior, y ambas cosas se reducían drásticamente en los Mi a..-, de crisis cíclica, generando un período más o menos prolongado de H*i i ni. ni l a crisis internacional de 1890 tuvo la particularidad de desencadenar-H 11 i I.i A i geni ina y de anastrar con ella a uno de los más importantes inversores HIMiiii i i ' . : la banca Baring. En lo inmediato tuvo efectos catastróficos, sobre

H*|. I pata los pequeños ahorristas, pero al concluir con el ciclo especulativo urba-iii •. I. I.i decada de 1880 alentó otras actividades, y particularmente la agricultu-i i ijiii empezó por entonces su expansión importante.

I , i inmigración masiva y el progreso económico remodelaron profunda-Mu mi la sociedad argentina, y podría decirse que la hicieron de nuevo. Los | ,M naílones de habitantes de 1869 se convirtieron en 7,8 millones en 1914, M i n • * iiiismo período, la población de la ciudad de Buenos Aires pasó de |nit mil habitantes a 1,5 millones. Dos de cada tres habitantes de la ciudad i o n . si ianjrios en 1895, y en 1914, cuando ya habían nacido de ellos mu-i (..i» hljus argentinos, todavía la mitad de la población de la ciudad era i . i i in|eia, I a mayoría fueron los italianos, primero del norte y luego del sur, s I . . iiMiiemn los españoles, y en menor medida los franceses. Pero llegaron

inanlcs de todas partes, aunque en contingentes pequeños, al punto que

• p. o .. en Buenos Aires como en una nueva Babel. Como señaló José | Ul« Hoineio, la nuestra fue una sociedad aluvial , constituida por sedimen-I , I . i , m, en la que los extranjeros aparecían en todas partes, aunque natural-i i i . n i . no en la misma proporción.

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24 BREVE HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE LA ARGENTINA

A l Interior fueron pocos, con excepción de lugares como Mendoza. En el Litoral , muchos fueron al campo, y la mayoría se instaló precariamente, co­mo arrendatarios. Los chacareros y sus familias fueron protagonistas de una sacrificada y azarosa empresa. Quizá porque estaban dispuestos a prosperar en poco tiempo, a sacrificarse y arriesgar su escaso capital en una apuesta muy fuerte, prefirieron v iv i r en rudimentarios e inhóspitos ranchos, sin las como­didades mínimas, prestos a abandonar el lugar cuando el contrato vencía. Como todos los inmigrantes, se jugaron al ascenso económico rápido, que algunos lograron y muchos no. A la larga, los primeros, o sus hijos, se integra­r o n a las clases medias en constitución; los segundos probablemente mar­charon a las ciudades o se volvieron. Lo que es seguro es que unos y otros contribuyeron a las gruesas ganancias de terratenientes y casas comerciales exportadoras, que se asociaban a los beneficios de los chacareros, pero sin participar de sus riesgos.

A l principio la mayoría iba a las ciudades, pues allí estaba la más amplia demanda de trabajo. Las grandes ciudades, y en primer lugar Buenos Aires, se llenaron de trabajadores, en su mayoría extranjeros pero también crio­llos. Sus ocupaciones eran muy diversas y su condición laboral heterogé­nea: había jornaleros sin calificación, a la busca cada día de su conchabo, artesanos calificados, vendedores ambulantes, sirvientes y también obreros de las primeras fábricas. En cambio, muchas de sus experiencias eran simi­lares: vivían hacinados en los conventillos del centro de la ciudad, próxi­mos al puerto donde muchos trabajaban, o del barrio de la Boca. Padecían difíciles condiciones cotidianas: la mala vivienda, el costo del alquiler, los problemas sanitarios, la inestabilidad en los empleos y los bajos salarios, las epidemias y los problemas de mortalidad infant i l , todo lo cual conformaba un cuadro muy duro, del que al principio muy pocos escapaban. Era todavía una sociedad magmática y en formación. Los extranjeros eran además ex­traños entre sí, pues n i siquiera los italianos - u n a denominación en cierto modo abstracta, que englobaba orígenes diversos-, separados por los dife­rentes dialectos, podían comunicarse entre ellos. La integración de sus ele­mentos divetsos, la constitución de redes y núcleos asociativos, y la defini­ción de identidades en ese mundo del trabajo fue un proceso lento.

Muchos de los inmigrantes, impulsados por el afán de "hacer la América" y quizá volver ricos y respetables a la aldea de donde habían salido misera­bles, concentraron sus esfuerzos en la aventura del ascenso individual, o más exactamente familiar. Quienes no lo lograron o fracasaron después de algún éxito inicial - y no volvieron a la patr ia- permanecieron dentro del conjunto de los trabajadores, permanentemente renovado con los nuevos llegados, Fue

1916 25

H i i u ' I I " . donde más ampliamente se desarrollaron las formas de solidan­do! i i i Mutiladas por los militantes contestatarios. Pero la mayoría obtuvo al Mi» Mi > 111 • 1111 éxito dentro de la "aventura del ascenso". Éste consistía gene-M I H H m i n i llegar a tener la casa propia, y quizá un pequeño negocio o taller MMil' i i ti piopio. Sobre todo, el camino pasaba por la educación de los hijos: |.« i il in ,n ion primaria permitía superar la barrera idiomática que segregaba a |u" p i d n I . i secundaria abría las puertas al empleo público o al puesto de Mi-ii o í , dignos y bien remunerados. La universitaria, y el título de doctor, Pftt la II iv • mágica que permitía ingresar a los círculos cerrados de la sociedad i u n i Muida. ,' !c trata sin duda de una imagen con mucho de convencional,

* | i i l la a pan ir ele las experiencias de los triunfadores, e ignorando la de In» Ii " > a. Ii i\ I 'ero de cualquier modo, estas aventuras del ascenso fueron lo Mllli ii un mente importantes como para plasmar una imagen mítica de hon­do I I y larga perduración, y para constituir las amplias clases medias, M i l M I I i \, que caracterizaron de forma definitiva nuestra sociedad.

I I I tuina, lo que se constituyó fue una sociedad nueva, que permaneció |"'t l>i i.uito i iciupo en formación, en la que los extranjeros o sus hijos estu-»h i o n plísenles en todos los lugares, los altos, los medios y los bajos. Fue i i l t i n i \ Ir xi ble, con oportunidades para todos. Fue también una sociedad i - i ludida doblemente: por una parte, el país modernizado se diferenció del l i i i i i i " i i iadicional; por otra, la nueva sociedad se mantuvo bastante tiempo •i p I I ida de las clases criollas tradicionales, y las clases altas, un poco tradi-t t n i i a l i . peinen buena medida también nuevas, procuraron afirmar sus dife-•• specto de la nueva sociedad.

^ llt m í a s en la nueva sociedad los inmigrantes se mezclaban sin reticen-• 11 i los criollos y generaban formas de vida y de cultura híbridas, las i I i • illas capaces de acoger sin reticencias a los extranjeros ricos o exito-•i MU ian tradicionales, afirmaban su argentinidad y se creían las due-Mi di I país al que los inmigrantes habían venido a trabajar. N o todos sus Mía iiibii 's lemán riqueza antigua, pues entre ellos había muchos advenedizos • • i . i >i i- tu ios, i . .MÍO se decía entonces, y n i siquiera todos tenían verdadera-MII u n iique.-a. Algunos lo lograron con medios dudosos, gracias a los favores .Ii I i " Ii i, y míos apenas podían conservar lo que llamaban la "decencia". I' i i " i "d i is r l l ns , frente a la masa de extranjeros, manifestaron una cierta «. . l . i i i i id de i ruarse, de recordar sus antecedentes patricios, de ocuparse de | I M ap. Il i. l i i . y la prosapia, y quienes podían, de hacer gala de un lujo y osten-i H i-«i que qui .a sus modelos europeos consideraran vulgar y chabacano-Mlil i H i malear las diferencias. Esa función cumplían los lugares públicos I nd • .i i . I I se, ci uno la C )pera, l 'alcrino o la calle Florida, y sobre todo el

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club, exclusivo y a la vez educador: el Jockey, fundado por Carlos Pellegrini y Miguel Cañé para constituir una aristocracia vasta y abierta, "que compren­da a todos los hombres cultos y honorables".

Esos mismos hombres se reservaron el manejo de la alta política. Esta fue una actividad de "notables", provenientes de familias tradicionales, de­centes y educados, aunque no necesariamente ricos, pues en la política abundaron los parvenus, que harían allí su fortuna. El sistema institucional era perfectamente republicano -aunque diseñado para mediatizar las deci­siones más importantes y alejarlas algo de la "voluntad popular"- , pero las prácticas electorales de la época, y sobre todo la fuette injerencia del go­bierno en cada uno de sus pasos, tendían a desalentar a quienes quisieran participar en esa competencia. En la cúspide del sistema político, la selec­ción del personal pasaba por los acuerdos entre el presidente, los goberna­dores y otros notables de prestigio reconocido. En los niveles más bajos, la competencia se daba entre caudillos electorales, que movilizaban maqui­narias aguerridas, capaces - c o n la complicidad de la autoridad- de asaltar atrios y volcar padrones. El sistema -estigmatizado luego por la oposición política— descansaba sobre una escasa voluntad general de participación en las elecciones. Alejada de los grandes procesos democratizadores de las socie­dades occidentales, la constitución de la ciudadanía fue aquí lenta y trabajo­sa. Particularmente, pesó el escaso interés de los extranjeros por nacionali­zarse y participar de las elecciones, perdiendo algunos privilegios y garan­tías inherentes a su condición de tales,-y esta situación inquietó incluso a los espíritus más lúcidos de la élite dirigente, preocupados por asentar las bases consensúales del régimen político.

Quizá la característica más notable y perdurable de ese régimen haya sido la falta de competencia entre partidos políticos alternativos y su estructuración en tomo de un pattido único, cuyo jefe era el presidente de la República. El Partido Autonomista Nacional era en realidad una federación de gobernado­res, cabezas de "situaciones" provinciales, y el presidente usaba sus atribucio­nes institucionales para disciplinarlos, mezclando confusamente lo que era pro­pio del Estado con lo más específicamente político. Ausentes los mecanismos de alternancia, raquíticos los espacios de discusión pública amplia, los conflic­tos se negociaban en círculos reducidos, entre la Casa Rosada y el Círculo di-Armas, la redacción de un diario y los pasillos del Congreso. El sistema era eficaz cuando se trataba de diferencias en tomo de convicciones comunes -como ocurrió a lo largo de la década de 1880- pero reveló sus débilidaileí cuando las discrepancias se hicieron más serias, a partir de 1890. Quedó claro entonces que en e l régimen político no había lugar para partes con intereses

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tllM-UM m i " , y legítimos, capaces de discrepar y de acordar, y el unicato, que Imilla innti ibuido a la consolidación del régimen y a la eliminación de las flttilU'i •• • 1 1 mí mutaciones, reveló sus limitaciones para canalizar las propuestas i|>-1 iiiiibn 11 Ir una sociedad que se estaba constituyendo y diversificando, y en m ijn»' *• desarrollaban intereses variados y contradictorios.

M " l d r a i y organizar esa sociedad en formación, según sus definidas con-II» i ii 'in •. acerca del progreso, y generar en ella el consenso necesario para las H ' t ' O nair.lormaciones que se estaban desanollando fue quizá la preocupa-»|iui i ' i t iu ipal de la élite dirigente. El panorama que se presentaba ante sus I I | I I« i i i i na tatúente inquietante: una masa de extranjeros, desarraigados, M< Hiiimi i i ic solidarios, sólo interesados en lucrar y en volver a su terruño, l l tqn naba la indignación de quienes, como Sarmiento, habían visto otrora Mi I i iniuigiación el gran instrumento del progreso. Por otra parte, en el Mit|" i u ' i lo dar lorma a esa masa, apareció un conjunto de competidores i m -J H U M I I I I s: la Iglesia en primer lugar, aunque en el Río de la Plata su influen-ll>i • i i nuil lio menor que en el resto de Hispanoamérica; las asociaciones de !•!* • olí i i ividades extranjeras, y particularmente la italiana, y luego los gru­llo* |'iiluii os contestatarios, y sobre todo los anarquistas, que ya esbozaban jiHi i In t i lores populares un proyecto de sociedad definidamente alternati­vo I n nic a ellos, ese Estado todavía débil presentó combate y triunfó. Pro-00 i> mu nte fue extendiendo su larga mano -ciertamente visible- sobre la • n i a d id, lanío para controlar su organización cuanto para"acelerar los cam-| i | |ui aseguraran el progreso buscado.

I i» leyes de Registro C i v i l y de Matr imonio C i v i l , inspiradas en la legis-!•(• ion • ni opea más progresista, impusieron la presencia del Estado en los rtiin mas importantes de la vida de los hombres - e l nacimiento, el casa-Mi!• n i " , la muerte-, hasta entonces regulados por la Iglesia. Posteriormente, Mitpu II in ia del Estado se reforzaría en la regulación de la higiene, del traba-)•• \e iodo con la ley de Servicio Mi l i ta r Obligatorio que, al llegar a la |lt<i\ • • i i de edad, colocaba a todos los hombres en situación de ser controla­do»,. I d Iplinados y argentinizados. Pero en la década de 1880 el gran instru-MH n i " bie la educación primaria, y hacia ella se volcaron los mayores esfuer-#o» I .ia, según la ley 1.420 de 1884, fue laica, gratuita y obligatoria. Despla­cí» id. . i m i . i a la Iglesia como a las colectividades, que habían avanzado mucho Mt • in n iieno, el Estado asumió toda la responsabilidad: con la alfabetiza-• i " n i < guiaba la instrucción básica común para todos los habitantes, y a la '• I i iniegtai ion y nacionalización de los niños hijos de extranjeros, que si lili M I In I |SI I I s libaban su pasado en alguna región de Italia o España, apren­dí n i • I I la e.i uela que éste se remontaba a Rivadavia o Belgrano.

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28 BREVE HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE LA ARGENTINA

Aunque la élite fue constitutivamente cosmopolita, crítica de la herencia criolla o hispana y abierta a las influencias progresistas de las metrópolis, tuvo a la vez una temprana preocupación por lo nacional, tanto para afirmar su identidad en el país aluvional como para integrar en ella a la masa extranjera. La élite patricia, que se sentía consustanciada con la constmcción de la patria, se ocupó de dar forma a una versión de su historia, como lo hizo Bartolomé Mitre , que era a la vez una autojustificación. Con las mismas preocupacio­nes, discutieron sobre qué cosa era el arte, la música o la lengua nacional. Sobre estos y otros temas se hablaba tanto en los círculos y tertulias privadas como en los periódicos y en sus redacciones, quizás en la cátedra universitaria o en el Congreso. Algunos incluso escribieron libros, que editaban en Europa. Si no hubo muchos grandes creadores, en cambio constituyeron un grupo de intelectuales que, sin especialización profesional, contribuyeron muy eficaz­mente a moldear las ideas de su clase. Conocieron todas las corrientes euro­peas, y de cada una de ellas hubo una versión local: realismo, impresionismo, naturalismo... Pero la que más se adecuó a su filosofía espontánea de la vida fue el positivismo, en su versión spenceriana, por su valoración de la eficien­cia y el pragmatismo, del orden y el progreso, en todo adecuados a una socie­dad que por entonces -llegando al Centenario de la Revolución de M a y o - se definía por su optimismo.

Tensiones y transformaciones

El Centenario de la Revolución de Mayo fue la ocasión que el país, alegre y confiado, tuvo para celebrar sus logros recientes. La asistencia de la Infanta Isabel de Borbón, tía del rey de España, y del presidente M o n t t de Chile, indicaban que las hostilidades externas, viejas o nuevas, pertenecían al pasa­do. Intelectuales, políticos y periodistas, como Georges Clemenceau, Enrice > Ferri, Adolfo Posada o Jules Huret, dejaron, cada uno a su manera, testimo nio del espectacular desempeño de la República, al igual que el poeta Rubén Darío, que escribió u n Canto a la Argentina algo pomposo. Atestiguando el carácter aluvial de nuestra sociedad, cada una de las colectividades extranje­ras honró al país y a sus espectaculares logros con un monumento alusivo, cuya piedra fundamental se colocó apresuradamente ese año. Pero el discur so oficial, vacío, hueco y conformista, apenas alcanzaba a disimular la otra cara de esta realidad: una huelga general, más virulenta aún que la del ano anterior-cuando coincidió con el asesinato del jefe de Policía a manos de un anarquista-, amenazó frustrar los festejos, y una bomba en el Teatro Colón

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plMn n i M i .Inicia las tensiones y la violencia, a la que desde la sociedad |MMMI'I< • I.I.I .r respondió con los primeros episodios del terror blanco y con IHIH di i ley ele Defensa Social.

M i I11,I de la pompa de la celebración, una honda preocupación por el lililí)"' di l,i nación invadía los espíritus más reflexivos, ganados por un pesi-Uil«iu i n i i c . Utilizando los modelos de la sociología positivista, y combi-I i4 t i i l " l I I la historia y la psicología social, se diagnosticó que la sociedad M».i! i • ni ' una. Retomando la tradición reflexiva de Sarmiento o Alberdi , 4f«aii' i i ensayos profundos, balances descarnados y propuestas, como los • |iit !*• i |i laquín V. González en El juicio del siglo, Agustín Alvarez en Ma-HMHI di /•**/• •/( >!\ni (núnica, Carlt >s Octavio Bunge en Nuestra América, José María UMIIIII'I Me I ia en luis multitudes argentinas o Ricardo Rojas en La restauración HflHi'ii'i 'i I.I l'arte ele los males se atribuían a la misma élite, su conformismo Mil i s »u abandono de la tradición patricia y la conciencia pública. Pero el Mil a 11 al del cuestionamiento era el cosmopolitismo de la sociedad argen-Hli-i a i« II id, ida por la masiva presencia de los inmigrantes y dirigida por quie-

H ) habían buscado su inspiración en Europa. Todos los conflictos sociales y fml i i i . i . , ludo cuestionamiento a la dirección de la élite tradicional, podían • H i i i n l .iiii Ii >s a los malos inmigrantes, a los cuerpos extraños, a los extranjeros i||»nh . me,, incapaces ele valorar lo que el país les había ofrecido.

I'. i n mas allá de estas manifestaciones extremas, preocupaba la disolución il» i lacional que algunos ubicaban en la sociedad criolla previa al alud l l l i u i i i ii i y otros, más extremos, filiaban polémicamente en la ruptura con In iM.ln ii ni hispana. Si bien esta última posición era cuestionada por quienes * U u i ni asociando esta tradición con la intolerancia y el atraso, en cualquier »H*o • dibujó en la conciencia de la élite la imagen de unas masas torvas y IMI ni * . - lesligadas ele tode) vincule), peligrosas, que acechaban en las sombras t l|m i i.ihan empezanelo a invadir los ámbitos hasta entonces reservados a los |il|n<> di la patria. En respuesta, algunos adhirieron al elitismo aristocratizante i|iu I . du.i pucsio ele moela el uruguayo José Enrique Rodó con su Ariel. Otros luí», " " i i la sol IR-ion ele cáela uno ele los problemas en alguna de las fórmulas de |H luí' una ia social, incluyendo las que había ensayado en Alemania el canci-l l i i hi . I I I . I I C L IVro la mayoría encontró la respuesta en una afirmación polé-ltii> ' . m o l ii a de la nacionalidad: la solución era subrayar la propia raigambre l i l i . I I i , aigent ini::ar a esa masa extraña, y a la vez disciplinarla. Desde princi-

| i | I- i i ' l . ' , y sin duela inspirado en el clima europeo de preguerra, empezó a pii d. .mu iai un nacionalismo chauvinista, que José María Ramos Mejía, desde |i|« . . i i ,e|o Nacional ele Educación, intentó inculcara los niños de la escuela j i i i i n ni . i en sus prácticas cotidianas, y que tuvo su apogeo en los festejos de

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1910, cuando las patotas de "niños bien" se complacían en hostilizar a cual-/ quier extranjero que demorara en descubrirse al sonar las notas del Himno. ,

A partir de esta percepción de una enfermedad en la sociedad, ratificada por la cotidiana emergencia de conflictos y tensiones de la más variada índo^ le, se dibujaron dos actitudes en la élite dirigente. Algunos optaron por una conducta conciliadora, haciéndose cargo de los reclamos de la sociedad y proponiendo reformas. Otros, en cambio, mantuvieron una actitud intransi­gente, que apeló al Estado para reprimir cualquier manifestación de descon­tento y, no satisfechos por u n apoyo que por otra parte no se retaceaba, se organizaron para actuar por su propia cuenta.

Algunos motivos de preocupación se adivinaban en la marcha de la econo­mía, pese a que en los primeros años del siglo la Argentina realizó lo más espec­tacular de su crecimiento. U n renovado empuje migratorio hizo que en 1914 casi se alcanzaran los 8 millones de habitantes, duplicando la cifra de 1895. El área cultivada alcanzó el récord de 24 millones de hectáreas y el país llegó a ser el primer productot mundial de maíz y lino, y uno de los primeros de lana, carne vacuna y trigo. Buenos Aires -que exhibía orgullosa su subterráneo- se convirtió en la primera metrópoli latinoamericana. Sin embargo, las crisis de 1907 y 1913, y después de dos años de depresión motivados por la guerra de los Balcanes, recordaban la vulnerabilidad de ese crecimiento. La relación exter­na se estaba haciendo más compleja, tanto por la acrecida participación di-Francia y Alemania en el comercio y las inversiones como por la presencia cada vez más agresiva de Estados Unidos en el área de los servicios públicos y la electricidad, y sobre todo en los frigoríficos. Su dominio de la técnica del c/u' lled, o enfriado, le permitió ganar posiciones en el mercado externo y, tras suce­sivos acuerdos por las cuotas de exportación, llegó a controlar las tres cuartas partes del comercio de carnes con Gran Bretaña, aunque los ingleses siguieron administrando el flete y los seguros. Eran los primeros anuncios de una reía ción triangular, mucho más compleja que la anterior, que se profundizó cuand» > la industria local empezó a demandar máquinas, repuestos o petróleo, suminis trados por Estados Unidos, o cuando se popularizó el uso del automóvil, y que requirió un manejo de la política económica bastante más delicado y preciso, Pero esos problemas quedaron postergados por el mucho más acucioso plantea do por la Primera Guerra Mundial , que desorganizó los circuitos comerciales y financieros, retrajo las nuevas inversiones, provocó un fuerte encarecimiento de la subsistencia y dificultades en muchas industrias, aunque benefició a aquí-lias actividades, como la exportación de carne enlatada, destinadas al abastecí miento de los beligerantes. A u n cuando se viera en esto el efecto de una co yuntura breve y acotada a la duración del conflicto bélico, lo cierto es que

1916 3 1

M*ll»- MUÍ» ii ii l.n ia en 1916, al asumir el nuevo presidente, el diagnóstico opti-

H«N< \. ij 'i t i II upado de 1910. | ni lyuie-, preocupaciones provenían de la emergencia de tensiones

* * | « ! i - d. demandas y requerimientos diversos, generalmente expresados 4» iiiaiM i i \, provenientes de los diversos actores que se iban defi-M l H t d " i un dida que la sociedad se estabilizaba y diversificaba. Las tensio-MH |(n mira uní del Interior tradicional, de existencia aletargada, sino de U i »ini i dinámicas del L i tora l . En el ámbito rural, una primera manifesta­ción i n ' i ibli lúe la de los chacareros de Santa Fe, protagonistas de la p r i -H l f l ' i • »p " i n ' i i agrícola, entre quienes abundaban los propietarios. Se com-Plt t i i iiqui una t oyuntura económica crítica -derivada de la crisis de 1890-

1Hlii i d i . i h ni p. ilít ica del Estado, que por entonces eliminó el derecho de M • »ii m i ' ins a votar en las elecciones municipales. En el mismo año se

|MM>IU|" I i i i Miliu ion de la Unión Cívica, y en los siguientes los colonos •H-nipui a . m sus reclamos -eliminación de u n impuesto gravoso y dere-t t i n . p. .bu. i r . en los municipios- a los de los radicales. Colaboraron con p||ii. • n I i levoliu ion de Santa Fe de 1893, donde los "colonos en armas"

M | • * • "11111 me los suizos - desempeñaron un papel importante, para sufrir }||»Mu I 1 " pu'Mon gubernamental y los efectos de un clima general adverso | | i i * i ' iu.e.is".

I I i p i . ulii i siguiente, bastante posterior, estalló en 1912 y tuvo por acto-ft« ni • " i i I"mío de los arrendatarios que habían protagonizado la notable ex-MHli-i.x. 1 • ie.llera de la región del Litoral , los esforzados chacareros que al h t l i i i di pequeñas empresas familiares, y con enorme sacrificio, pudieron a t tn i •• pu. pia,a y consolidar su posición, aunque siempre atenazados por pre-• { I I I I I .. pi imánenles: la de los terratenientes, que ajustaban periódicamente Mil i i i i i i n.los, estimulados por la creciente demanda de tierras originada en Mil f ! u | " uugiaiorio permanente, y la de los comercializadores, una cadena t j i o i mp. aba en el bolichero del lugar y terminaba en las grandes empresas M p u i i id. na-., como Dreyfus o Bunge y Born. En épocas de buenos precios, ||ll»li.n .in ios pi ulian mantener un aceptable equilibrio, pero la caída de los p t t i lo» internacionales en 1910 y 1911, en épocas en que los arriendos se l l i i i m I I alios, lu.'o crítica la situación. Por otra parte los chacareros ya linl'i in 11 hado i a ices en el país, se habían nucleado y delineaban los que eran Mi* i • ev Así, en 1912 realizaron una huelga, negándose a levantar la ln«i i b i i menos que los propietarios de tierras satisficieran ciertas condicio-ftp* lítalos más largos, rebajas en los arriendos, y otras cosas, como el 0911 i In . , i . oniiatar libremente la maquinaria para la cosecha o a criar ani-l i i i l . d. miesi u 11,. Tanto en el caso de los colonos santafesinos como de los

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3 2 BREVE HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE LA ARGENTINA

arrendatarios pampeanos llama la atención el contraste entre la moderación de los reclamos -que ni cuestionaban los aspectos básicos del sistema n i pro­ponían alianzas con los jornaleros rurales- y la violencia de la acción en el caso de los colonos de Santa Fe, o la madurez organizativa de los arrendata­rios, que inic iaron un importante movimiento cooperativo y constituyeron una entidad gremial: la Federación Agraria Argentina. Desde entonces, que­daron constituidos como un actor, que permanentemente reclamó y presio­nó a los terratenientes y a las autoridades.

En las grandes ciudades -sobre todo Buenos Aires y Rosario- la definición de las idenridades fue más compleja, y el resultado menos unívoco, pero de consecuencias más espectaculares. Entre los sectores populares, la heteroge­neidad cultural y lingüística fue superándose en la experiencia cotidiana da afrontar las duras condiciones de vida, que estimularon la cooperación y la constitución de todo tipo de asociaciones: mutuales, de resistencia, gremiales, en torno de las cuales la sociedad popular comenzó a tomar forma. Por otra parte, la convivencia permitía la espontánea integración de las tradiciones culturales y el surgimiento de formas híbridas pero de una vigorosa creatividad, como el tango, el sainete o el lunfardo, donde confluían los elementos criollos y los muy diversos aportados por la inmigración.

Sobre esta elaboración espontánea se propusieron influir tanto la Iglesia como las grandes asociaciones de colectividades y sobre todo el Estado, qu€ combinó coacción con educación. Pero su gran instrumento, la escuela pii blica, chocó en esta primera etapa con una masa de trabajadores adultos, analfabetos, casi impermeables a su mensaje. Esto dejó un ancho campo d i acción para otro campo alternativo, proveniente de intelectuales contesta tarios, y particularmente de los anarquistas. Ellos encontraron el lenguaje adecuado para dirigirse a una masa trabajadora dispersa, extranjera, segrega da, que para actuar en conjunto necesitaba grandes consignas movilizadorai, como la de deshacer la sociedad y volver a rehacerla, justa y pura, sin pal r< i nes y sin Estado. La huelga general y el levantamiento espontáneo eran luí instrumentos imaginados para integrar a esta masa laboral fragmentada, y para hacer más eficaz la lucha por las reivindicaciones específicas de cada uno de los gremios, que los anarquistas encauzaron eficazmente. Frente al anarquismo el Estado galvanizó su actitud represora, y la ley de Residencia de 1902 autorizaba incluso la expulsión de los más díscolos. En un juego di desafíos recíprocos, la agitación social, que comenzó hacia 1890, se agudiza hacia el 1900 y culminó con las grandes huelgas de 1910, momento de ap» geo de la agitación de masas y del motín urbano -aunque la organización n< i alcanzó un desarrollo s imi lar - , y también de la represión.

1916 33

| i t|it id. ia i t I . i . i , segregada y contestataria, motivo de la más seria preocu-Itt l i di 11 - lases dirigentes, no fue la única que se constituyó entre los

||ri.l.>i< ni I sin. is. Progresivamente se fue dibujando un sector de obreros lülllli idos, generalmente con una educación básica, decididos a afin-t H I • I país y en muchos casos ya argentinos. Entre ellos, y también entre

ai . populares ya integrados a la sociedad urbana, encontraron su upi | | io I ali.-.ias, que a diferencia de los anarquistas ofrecían, con u n H t f t M l i in i i ai ional que emotivo, una mejora gradual de la sociedad en la f ip |,|H., | , i , „ u ,i irs lili imas resultarían el producto de una serie de pequeñas f | | m i H I i i debían lograrse en buena medida por la vía parlamentaria,

Í" | | t i . | i > < in- liaban a los trabajadores a que se nacionalizaran. Los socialistas

g l l U i i . mpie buenos resultados electorales en las ciudades a partir de t t t l i - ir< i * i . ni en 1904 de Alfredo L. Palacios como diputado por Buenos

N|n i mbaigo, no tuvieron éxito en encauzar las reivindicaciones es-

E||l. I. los trabajadores que, cuando no siguieron a los anarquistas, l i l i , i l..s sindicalistas. Éstos tuvieron particular predicamento entre yi i n d . r i rmios , como los ferroviarios o los navales, y también entre los

El l i .n i . , i . uno los socialistas, eran partidarios de las reformas graduales, Ii a i ,1, mi eie.salian de la lucha política y los partidos y centraban su estra-Irt i n I i i . i ion específicamente gremial. Unos y otros contribuyeron

| l ) i i , i . . . | . i después ile 1910- a encauzar la conflictividad hacia vías refor-Hll l . i . \1 ' " 1 ' i i 11 a i i críenos de contacto y negociación con el Estado, donde

) | I I di • m i ilvei.se una actitud más conciliadora, expresada en el proyecto | iWlii'u. de inspiración bismarckiana, propuesto en 1904 por el ministro i i l i i \ i . ni ale.' y elaborado con la colaboración de los dirigentes políti-lu i , ...riensias, y en la creación del Departamento Nacional delTraba-

p|Vtb | H . i i i n idail sindical constituyó en definitiva un actor de presencia y re-

Í MIM p. unan. ules. No alcanzaba sin embargo a expresar otras inquietudes |,i i. dad, y pai i icu la miente de quienes preferían intentar el camino del

| t H i " " mies que unir su suerte a la del conjunto de los trabajadores. Se |fd|nl..i d. una opi ion atractiva y relativamente realizable, en una sociedad 1011, 11* H base eia abierta y fluida. El logro de una posición económica era HHit . I H io i o o eseiu ialincnrc individual, pero el reconocimiento social y la f lwil ib I ni di- ai i edei a los reductos que las clases tradicionales mantenían H l l . 1 , 1 , . , .a un pioblema colectivo, que se expresó en términos políticos, UlU . ,, a id.. . . i o s n i . agotaran las cuestiones en juego.

|| »i i . m.i pi ilu ico diseñado por la élite, eficaz mientras la nueva sociedad * H m.i pasiva, empezó a revelar sus debilidades apenas nuevos actores

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34 BREVE HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE LA ARGENTINA

hicieron oír sus voces. En 1890 se produjo una primera fractura, pues una disi­dencia surgida dentro mismo de los sectores tradicionales -encabezada por la juventud universitaria- encontró insospechado eco en la sociedad, golpeada por la crisis económica. Es significativo que los principales dirigentes de loj nuevos partidos -Leandro N . Alera, Hipólito Yrigoyen, Juan B. Justo, Lisandro de la Torre- hayan luchado juntos en el Parque. El golpe afectó al régimen político, profundamente dividido, que durante tres o cuatro años zozobró, in­capaz de enconttar una respuesta adecuada a un desafío que progresivamente se fue haciendo más definido. Hacia 1895, luego de un par de revoluciones sofocadas, y por obra de Carlos Pellegrini, la "gran muñeca" política del régi­men, se recuperó el equilibrio, que consolidó el general Roca cuando alcana en 1898 la presidencia por segunda vez. Quedó sin embargo un residuo nu reabsorbido: el Partido Socialista, volcado hacia los trabajadores, y la Unión Cívica Radical, un movimiento cívico a la búsqueda de su público.

Pasada la agitación política, el radicalismo subsistió durante unos años en estado de latencia. En 1905 intentó un levantamiento revolucionario, cívico pero también militar, que fracasó como tal aun cuando tuvo u n enorme efei to propagandístico, sobre todo porque estalló en momentos en que el régi men político otra vez se veía aquejado por una profunda división, originad.i en la ruptura ocasional entre sus dos cabezas, Roca y Pellegrini, pero que revelaba discrepancias más hondas. Así, pese al fracaso revolucionario y a la dura represión afrontada, la U C R comenzó a crecer, a conformar su red de comités y a incorporar a sectores sociales nuevos, que hacían sus primero experiencias políticas: jóvenes profesionales, médicos, abogados, comercian tes, empresarios, y en las zonas rurales muchos chacareros, todos los cuale» integraban el mundo de quienes habían recorrido exitosamente los prime i.. tramos del ascenso, pero encontraban cerradas las puertas para el ejercí» In pleno de una ciudadanía que tenía, junto con su dimensión específicaincnn política, otra que implicaba el reconocimiento social.

El programa del radicalismo -centrado en la plena vigencia de la (Ion* titución, la pureza del sufragio y una cierta moralización de la función pil b l i ca - expresaba esos intereses comunes, limitados pero precisos. Aplican do los principios preconizados, l a U C R , al igual que el Partido Socialista, tuvo una Carta Orgánica y una Convenc ión , aunque siempre se respeto I i preeminencia de los dirigentes históricos, la mayoría nacidos a la vida pu lítica en 1890 en el Parque. Sobre todo, tuvo un arma poderosa para en frentar a loque con éxito denominaron "el régimen", que era "falaz y di creído": "lacausa" se definía por su intransigencia, es decir, la negativa a cualquier tipo de transacción o acuerdo, traducida en la abstención ele. lo

1916 35

| «4 i i * i. .i negaba así al eventual establecimiento de un sistema de par­tía q m - alternaran y compartieran las responsabilidades, e identificán-

i Mu I i Na. ion, exigía la remoción total de un régimen que, a su vez, se | I | . I i . . I I i a indo sobre la base del unicato. Ciertamente la abstención elec-

l l l f u l qui a la mas data expresión de la incapacidad del régimen político M l N d ' i i lug.u a los reclamos de la sociedad- facilitó al principio su gestión | tí"!-! maníes, pero a la larga la condena moral resultó cada vez más ^ n o .

| - i - 1 . i . i. .nes que recorrían la sociedad, que expresaban su creciente com-

É|ld i I s la . ani i dad de voces legítimas que buscaban manifestarse, resulta-I i n i i i. .lentas y amenazantes de lo que intrínsecamente eran, por la es-

i ap n nl.nl de los gobiernos para darles cabida y encontrar los espacios de ni 11. Ion adecuados. Desafiados por la forma extrema de sus manifesta-

| ^ | M I I n MUÍ. lo is dirigentes optaron por una respuesta dura: acusar a minorías

Cl l u n i . 11 - * i mocer, reprimir, y también mantener y salvaguardar los pr iv i -I Ii i . esto el presidente Manuel J. Quintana, que sucedió a Roca y

Huillín-• i I levantamiento radical de 1905. Esa postura se hizo cada vez me-

K i . . i . n i ble no sólo por la magnitud de la impugnación global sino por las n « . I. I. •. .111 ¡gentes y la creciente conciencia de su ilegitimidad, que deri-«i Ii visiones y debilitaron su posición, permitiendo el avance de quie-

Ei I I i n . Iinaban por la reforma. El pasaje de Pellegrini a ese bando, al f i n de N ' t i u u 11 piesidiaicia de Roca, fue decisivo, lo mismo que la determinación | | I I I id. ule b'igueroa Alcorta, que asumió en 1906, de usar todos los ins-

Bl l i i i n i i • | del poder para desmontar la maquinaria armada por Roca y posi-I I . i . . i i I') 10 la elección de Roque Sáenz Peña. Las peores armas del viejo

I f g l l i i i i i lin ion puestas al servicio de una transformación que, al hacerse

Piyo . I . I. is ai i Mímenlos del radicalismo, pretendía volver más transparente H i ! i pula i . a i no írporando el conjunto de la población nativa a la práctica

|)ta luí il I a piopuesta del sufragio secreto, según el padrón militar, tendía a t V I I ' i ' 1 " ilquiei injerencia del gobierno en los comicios, mientras que el ca-U l t t i i i.blhsiioi io del sufragio -que Sáenz Peña tradujo en el enfático impe-f U t l t n d . " | l hiiera el pueblo votar!"-apuntaba a incorporar a la ciudadanía a Httit i n i i .le gente que, pese a la prédica de radicales y socialistas, no mani-H* s * *1 1 1 l "mancamente mayor interés en hacerlo.

I 'n i «.i I.I paite, la redama electoral establecía la representación de mayorías | l n i i i - o i i s e g ú n la proporción de dos a uno. Quienes diseñaron el proyecto »tCil II . ib i .lulamente convencidos de que los partidos que representaran los l l i l i i . . I I din ionales ganarían sin problema las mayorías, y que la representa-t i l ín mi l i. ii nana i |uedai ía para los nuevos partidos -sobre todo la UCR y quizás

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36 BREVE HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE LA ARGENTINA

el Partido Socialista-, que de ese modo quedarían incorporados y compartirían las responsabilidades. Tal convicción se fundaba en la simultánea decisión del grupo reformista de modificar sus propias prácticas políticas, desplazar las ma­quinarias electorales que hasta entonces habían operado -representadas ai quetípicamente en el mítico Cayetano Ganghi, un caudillo de la Capital por tador de una valija repleta de libretas cívicas- e incorporar a la contiendii política en cada lugar a figuras de la suficiente envergadura social e intelectual como para atraer a sus electores espontáneamente y sin necesidad de trampal Se trataba, en suma, de erradicar la política criolla y constituir un partido d i "notables", favorecido sin duda por la obligatoriedad del sufragio, que ayudara a romper el aparato de caudillos hasta entonces dominante.

Aprobada la ley en 1912, las primeras elecciones depararon una fuerte sorpresa para quienes habían diseñado la reforma: si bien los partidos tradi­cionales ganaron en muchas provincias -donde los gobiernos encontraron la forma de seguir ejerciendo su presión-, los radicales se impusieron en Sanlu Fe y en la Capital, donde los socialistas obtuvieron el segundo lugar. La pers­pectiva del triunfo arrastró a mucha gente al radicalismo, que en esos años s* convirtió en un partido masivo, constituyó su red de comités y de caudillo-. \ se empapó de muchos de los mecanismos de la política criolla. Hipólito Yrl« goyen, un misterioso dirigente que nunca hablaba en público, pero incarufl ble en la tarea de recibir a los hombres de su partido, se convirtió en un líder de dimensión nacional. Para enfrentarlo, los grupos tradicionales, que ya c n i pezaban a ser denominados conservadores, intentaron organizar un parí ido orgánico, de dimensión nacional como el radical, sobre la base de los dist in tos grupos o "situaciones" provinciales. Lisandro de la Torre -fundador de un partido "nuevo", la Liga del Sur de Santa Fe- fue el candidato de lo qf l emblemáticamente se llamó el Partido Demócrata Progresista. Pero el éxlhi del proyecto era cada vez más dudoso, y muchos dirigentes, encabezados pul el gobernador de Buenos Aires Marcel ino Ugarte, reticentes al proyecto I la reforma política, y mucho más ante un dirigente profundamente I i her í como De la Torre, prefirieron plantear su propia alternativa. Divididos I..* conservadores, los radicales -que también afrontaban sus propias divisit 11 n se impusieron ajustadamente, en u n a elección que, en 1916, inauguraba HII . I

etapa institucional y social sustancialmente novedosa.

II I ns gobiernos radicales, 1 9 1 6 - 1 9 3 0 >

tío ^ ilM">t n lúe presidente entre 1916 y 1922, año en que lo sucedió |n I I Ir A l v r a r . Hn 1928 fue reelegido Yrigoyen, para ser depuesto por

llNHtii m u nublar el 6 de septiembre de 1930. Pasarían 59 años antes de l i l i p i . i I. un- electo transmitiera el mando a su sucesor, de modo que i lm • un • , en que las instituciones democráticas comenzaron a funcio-

|»ltnl i i u i i ule, resultaron a la larga un período excepcional. Auna". I " . di is eran radicales, y habían compartido las largas luchas del

l inbi is | iiesidentes eran muy diferentes entre sí, y más diferentes aún Ni | . i . . im.ie. nes que de ellos se construyó. La de Yrigoyen fue contradic-ti» «di • I pune i pió: para unos era quien- toda probidad y rectitud-venía f i n i I naiiHuinioso régimen y a iniciar la regeneración; hubo incluso jpl |o \< n ni como una suerte de santón laico. Para otros era el caudillo Mía• \i inagogo, expresión de los peores vicios de la democracia. A l -»ii • nubil i lúe identificado, para bien o para mal, con los grandes presi-I i l i I \• |i i icgiinen, y su política se asimiló con los vicios o virtudes de , l i i n d i .nuiles como fueran sus estilos personales, uno y otro debieron

U n p los problemas, y sobre todo el doble desafío de poner en pie ftiu n u . IIr.iauciones democráticas y conducir, por los nuevos canales

H>|<n . m i . huí y negociación, las demandas de reforma de la sociedad, |) l . i i l i i ib su in de alguna manera había asumido.

|Uo m i i ni .n ion lelormista no era exclusiva de la Argentina: en el Uruguay i | . i . in .n nado desde 1904 el presidente Batlle y Ordoñez, así como desde | i . b I I I.I A i i u i o Alessandri en Chile. En México, con alternativas mucho I h as, la revolución estallada en 1910 y consolidada en 1917 había

HH|m ud i 1.111'i mímente una profunda transformación del Estado y la sociedad, lUfrlin i |u. .'Mus movimientos reformistas, como el APRA peruano, aunque

tl l i i in ' i i i 11 un i l . i i , ommovieron a algunos de los regímenes oligárquicos o IH I I . I I il. que en general predominaban en América Latina. En todos los

B | | |o i . . lamí is de participación política se relacionaban con mejoras en la 0ty|m I . . I . I. lus di linios sectores sociales. Ese mandato y esa voluntad refor-

i 7

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38 BREVE HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE LA ARGENTINA

mista, que s in duda caracterizó al radicalismo, y que había surgido en el proceso de expansión previa, hubo de desarrollarse en circunstancias marcadamente distintas e infinitamente más complejas de aquellas en que ambos se imagina­ron. La Primera Guerra Mundial , particularmente, modificó todos los datos de la realidad: la economía, la sociedad, la política o la cultura. Enfrentado con una situación nueva, no resultaba claro si el radicalismo tenía respuestas o, siquiera, estaba preparado para imaginarlas.

La guerra misma constituyó un desafío y un problema difícil de resolvet. Inicialmente Yrigoyen mantúvola política de Victorino de la Plaza, su ante cesor: la "neutralidad benévola" hacia los aliados suponía continuar con el abastecimiento de los clientes tradicionales, y además concederles créditos para financiar sus compras. En 1917 Alemania inició, con sus temibles sub­marinos, el ataque contra los buques comerciales neutrales, empujando a l guerra a Estados Unidos, que pretendió arrastrar consigo a los países latinoa­mericanos. La Argentina había resistido tradicionalmente las apelacione» del panamericanismo, una docttina que suponía la identidad de interese* entre Estados Unidos y sus vecinos americanos, pero el hundimiento de t \vn barcos mercantes por ios alemanes movilizó una amplia corriente de opinión en favor de la ruptura, que era impulsada por los estadounidenses y entusiav tamente apoyada por los diarios La Nación y La Prensa. Las opiniones M dividieron de un modo singular: el Ejército -cuya formación profesional ei.i germana- tenía simpatías por Alemania, mientras que la Marina se a l incabj por Gran Bretaña. La oposición conservadora era predominantemente ruf l turista, al igual que la mayoría de los socialistas, aunque en abril de 1 9 1 7 N J produjo entre ellos una escisión que, siguiendo a la Unión Soviética, adbii Ii i al neutralismo. Los radicales estaban muy divididos en torno de esta euei tión, que prefiguraba futuras fracturas, y dirigentes destacados como Le< .| « •! do Meló o Alvear se manifestaron en favor de Inglaterra y Francia, mient htl Yrigoyen, casi tozudamente, defendió una neutralidad que, si no lo enetnb taba con los aliados europeos, l o distanciaba de Estados Unidos! Yrigoyi n tuvo varias actitudes de hostilidad hacia ese país: en 1 9 1 9 ordenó que un i nave de guerra saludara el pabellón de la República Dominicana, ocupado por los marines norteamericanos, y en 1 9 2 0 se opuso al diseño que el piesi dente Wilson había hecho de la L iga de las Naciones. También, había pin clamado al 1 2 de octubre -aniversario del viaje de C o l ó n - como Día de I i Raza, oponiendo al panamericanismo la imagen de una Hispanoamérica < |in excluía a los vecinos anglosajones.

Fue una decisión de fuerte valor simbólico, que entroncaba en una sel mlbj lidad social difusa en sus formas p e r o hondamente arraigada. El sentimieiilti

I ( XS GOBIERNOS RADICALES, 1916-1930 39

l iutn lino 11, ano bahía venido creciendo desde 1 8 9 8 , cuando la guerra de liHurun > la lase fuerte de su expansionismo, y conducía por oposición a

( u l e i- MI di algún tipo de identidad latinoamericana. En esta actitud los M%• •*• M ' i d i i i ' males se mezclaban con los más avanzados y progresistas. José

ti |(MI|I i , un escritor de profunda influencia, había identificado en Ariel a «. I Inidi r. i un el materialismo, contraponiéndolo al espiritualismo his-

Miin Hi nu i . Yrigoyen se unió a quienes-poniendo distancia del cosmopo-~ 11 !• ii 111111 u 11 • enec mtraban esa identidad en la común raíz hispana, mien-tylit n t i " di iinguieron el filibusterismo depredador de los yanquis del más

t|i- ini| i i.ilismo, discreto y civilizador, de los británicos. En otros ámbi-t l mil a i< un •atuiM ¡carlismo se vinculó con las ideas socialistas, como en el

di NI mu. I I Igarte, que en 1 9 2 4 escribió La patria grande. La postulación |Hi<i unid .d latinoamericana militante contra el agresor fue reforzada por la

n Ion M I A U ana: en 1 9 2 2 , con motivo de la visita del mexicano José H i l o " , I' >••<• Ingenieros y otros intelectuales progresistas impulsaron una

i i n i nnericana, que recogía los motivos del antiimperialismo tam-w |i . un n i otro movimiento de dimensión latinoamericana: la Reforma

||%»i i

MUÍ

il Mi

MI

(Irisis social y nueva estabilidad

f i l i o

| i l l i u i n-.ioi i Ii lenemente simbólica y declarativa el gobierno radical pu-n |MI. .las originales y acordes con las nuevas expectativas, pero no

I |n mi ,mo cuando debió enfrentar problemas más concretos, como los II«H, I i la sociedad la Primera Guerra Mundial . Las condiciones socia-

b ya cían i • implicadas en el momento de su estallido, se agravaron luego H« i l i l i ' uli ai les del comercio exterior y de la retracción de los capitales: en

I ludid . ..• sintió la inflación, el retraso de los salarios reales -los de los mil «i | 'ul da t ts incluso sufrieron rebajas-y la fuerte desocupación. La gue-Mlldli •' las exportaciones de cereales, y particularmente las de maíz, y en H míales agravó la situación ya deteriorada de los chacareros y también H |oi i laleu is. Se conformó así un clima de conflictividad que se mantuvo

|di .. n i . no, latente mientras las condiciones fueron muy adversas para los jjglutl id. H> ., peni que empezó a manifestarse plenamente desde 1 9 1 7 , apenas ftHiu u I I • ni a i iota rse en la economía signos de reactivación. Se inició enton-tt« lil i - i- I " bieve pero violento de confrontación social que alcanzó su mo-jH»in " HII I I in.niie en 1 9 1 9 y se prolongó hasta 1 9 2 2 o 1 9 2 3 . Esa ola de con-Hilo. ' in i desai rollaba de manera parecida en todo el mundo occidental,

IMb IIMI

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40 BREVE HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE LA ARGENTINA

recogiendo los ecos primero déla revolución soviética de 1917 y, luego, de U movimientos revolucionarios que estallaron, apenas terminó la guerra, en Ale* mania, I ta l ia y Hungría. La impresión de que la revolución mundial era inmM nente operó en cierta medida como ejemplo para los trabajadores, pero mucho más lo hizo como revulsivo para las clases propietarias. La revolución se mezclo" con la contrarrevolución, y entre ambas hirieron de muerte a las democracia! liberales: e n medio de la crisis de valores desatada en la posguerra, éstas fia­r o n ampliamente cuestionadas por distintos tipos de ideologías y de moví mientos políticos, que iban desde las dictaduras lisas y llanas -como la esla blecida e n España en 1923 por el general Primo de Rivera- hasta los nuevi 4 experimentos autoritarios de base plebiscitaria, como el iniciado en Italia cu 1922 por Benito Mussolini, cuyas formas novedosas ejercieron una verdadc ra fascinación.

Las huelgas comenzaron a multiplicarse en las ciudades a lo largo de 1917 I 1918, impulsadas sobre todo por los grandes gremios del transporte, la Federa c ión Obrera Marítima y la Federación Obrera Ferrocarrilera, cuya fuerza >o incrementaba por su capacidad de obstaculizar o paralizar el embarque de liti cosechas, u n recurso que usaron y dosificaron con prudencia. Conducidos p< i| e l grupo de los sindicalistas, que dirigían la PORA del IX Congreso (para disi in guirla de la PORA del v, anarquista), tuvieron éxito en buena medida por I.i nueva actitud del gobierno, que abandonó la política de represión lisa y llai la \ obligó a las compañías marítimas y ferroviarias a aceptar su arbitraje. Coin. I d ieron así una actitud sindical que combinaba la confrontación y la negocia c ión y otra del gobierno que, mediante el simple recurso de no apelar ¡i lil represión armada, creaba un nuevo equilibrio y se colocaba en posición di arbitro entre las partes. Los éxitos iniciales fortalecieron la posición de la i U M sindicalista, cuyos afiliados aumentaron notablemente en los años siguienies, \ que impuso su estrategia de confrontación limitada. N o obstante, la predis| K I sición negociadora del gobierno no se manifestó en todos los casos y -según 111 señalado David Rock- parecía dirigirse especialmente a los trabajadores de 11 Capita l -potenciales votantes de la U C R , en un distrito en el que ésta dii inilit una dura confrontación con los socialistas-, pero no se extendía n i hacia In . sindicatos con mayoría de extranjeros n i a los trabajadores de las provincia 1I. Buenos Aires. Así, la huelga de ios frigoríficos de 1918 fue enfrentada c< m I . . tradicionales métodos de represión, despidos y rompehuelgas, que también . aplicaron en 1918 a los ferroviarios, cuando su acción traspasó los límites de I.i prudencia y amenazó el vital embarque de la cosecha.

Tanto los sindicalistas como e l gobierno transitaban por una zona de equl l i b r i o muy estrecha, que la propia dinámica del conflicto terminó por claiiMl

1.1 \ GOBIERNOS RADICALES, 1916-19.30 41

6

1 | |u latí» ' I . 11>\>, luando la«5la huelguística llegó a su culminación. En U p l t , M>U i I I 1111 \1 de una huelga en un establecimiento metalúrgico del ba-

¡HMlm n i d. I liu-va Pompeya, se produjo una serie de incidentes violentos I ( t i - huí I.•m ,ias y la Policía, que abandonó la pasividad y reprimió con

r|i|.id I luí H . mina ios de ambas partes y pronto la violencia se generalizó. Jim i di- bu-ves revueltas no articuladas, espontáneas y sin objetivos Hita, b i i H uní que durante una semana la ciudad fuera tierra de nadie, | uní 11 I |i icito encaró una represión en regla, Contó con la colabora-j d i in.i|.. i de civiles armados, organizados desde el Círculo Naval , que se

l l t i t t n i i i|« i . y u i i a judíos y catalanes, que identificaban con "maximalis-k Hilan|ui .ia\ Todavía por entonces el gobierno pudo apelar a sus con-

1* i . n i I . . . . i . ¡alistas y los dirigentes de la PORA para acordar el f i n de la | l l t l i lal de Vasena, así como para negociar el cese del largo y pacífico

, | l , |n ,|H, .miulnineamente mantenía el gremio marítimo. H ¡b inan. i hagiea -así se la l lamó- galvanizó a los trabajadores de la ^

|„d | d< ind. . d país. Lejos de disminuir, el númeroy la intensidad de las .

|p„ uiaion a lo largo de 1919: infinidad de movimientos fueron >c, „„,,,,, i d . p o r trabajadores no agremiados, pertenecientes a las más va- ^

, i , i i . i.l.i.le:, industriales y de servicios, entre quienes la consigna de Ix i|||.i .1 ayudaba a la identificación y unificación. Estos m o v i m i e n t o s ^ I , idi u n í un nuevo pico de las movilizaciones rurales. Los chacare- I

, h . o-i, I. r, por la Federación Agraria Argentina mantenían desde 1912 j I H d. , I I iones por las condiciones de los contratos, encararon nuevas llHM» i ...pillados por las difíciles condiciones creadas por la guerra. Su v

lli ,, i , .n i ..incidió con la de los jornaleros de los campos y de los pueblos,'.'" |».. |i. ... i.ilmente movilizados por los anarquistas, aunque los chacareros -y f H i o n dileieiuaarse de ellos con claridad. Pese a que los radicales ha-, l l i . . , ,o ,ido ron ellos en 1912, el gobierno fue poco sensible a sus recia-

|m y , i . I 1 ' I a c u s a n d o a los "maximalistas", encaró una fuerte represión. P H H - . I'»I'» man a una inflexiónenla.políticagubemamentaLhaciaestos | H l l i i de piotesta. Hasta entonces, una actitud algo benévola y tole-fc, , i .panada de la no utilización de los recursos clásicos de la repre-

I * f| • i o n . de i ropas, los despidos, la contratación de rompehuelgas- ha-^ | . , i i , 1 . . p.na ampliar el espacio de manifestación de la conflictividad

I P I H I H I I i ' I i v | '.aa equilibrar la balanza, hasta entonces sistemáticamente fa-| l t f . tHi . h i pailones. Probablemente en la acción de Yrigoyen se combina-HlH, | , n i . mucho ile cálculo político, una actitud más sensible a los |tyi|,| • M iale:, y una idea del papel arbitral que debía asumir el Estado, y |¡||„i . I mi-.mo. I'ero esa nueva actitud estuvo lejos de materializarse en

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4 2 BREVE HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE LA ARGENTINA

instrumentos institucionales, pese a la manifiesta voluntad negociadora di las direcciones sindicales. Los avances realizados a principios de siglo, cuan d o se creó e l Departamento de Trabajo o se propuso el Código del Trabajo n o se cont inuaron, y el Poder Ejecutivo n o supo idear mecanismos más origi nales que la recurrencia -igual que en 1850- a la acción arbitral del jefe di Policía, responsable desde tiempo inmemoria l de los problemas labórala Tampoco el Congreso asumió que debía intervenir en los conflictos urbano! considerándolos una mera cuestión po l i c ia l , aunque sí lo hizo con los chaca reros: en 1921 sancionó una ley de Arrendamientos que tenía en cuenta I mayoría de sus reclamos acerca de los contratos, y que sin duda contribus —junto con u n retorno de la prosperidad agrícola— a acallar los reclamos du quienes, cada vez más, se definían como pequeños empresarios rurales.

Luego de la experiencia de 1919, y fuertemente presionado por unos sel tores propietarios reconstituidos y galvanizados, el gobierno abandonó sin veleidades reformistas y retomó los mecanismos clásicos de la represión, ahoni con la colaboración de la Liga Patriótica, que en 1921 alcanzaron incluso a Ifl Federación Marítima, el sindicato con e l que Yrigoyen estableció vínculm más fuertes y durables. Por entonces, y p o r diferentes razones, la ola huelguis tica se había atenuado en las grandes ciudades, aunque perduraba en zonal más alejadas y menos visibles: en el enclave quebrachero que La Forestal había establecido en el norte de Santa Fe, en el similar de Las Palmas en • I Chaco Austral, o en las zonas rurales de la Patagonia. En esos lugares, los aun nimos e impredecibles efectos de la coyuntura económica internacional, tía ducidos por empresas voraces e incontroladas en acciones concretas en peí juicio de los trabajadores, hicieron estallar entre 1919 y 1921 fuertes moví mientos huelguísticos. El gobierno autorizó a que fueran sometidos medianil sangrientos ejercicios de represión m i l i t a r que alcanzaron justa celebridad como en el caso de la Patagonia.

La experiencia de 1919 tuvo profundos efectos entre los sectores propll tarios. Derrotados en 1916, conservaron inicialmente mucho poder insilnn cional -que Yrigoyen fue minando en f o r m a paulat ina- y todo su podet su cial, pero estaban a la defensiva, sin ideas n i estrategia para hacer frente ¡i un proceso político y social que les desagradaba pero que sabían legitimado pul la democracia. En 1919, los fantasmas de la revolución social los despena mi l bruscamente: la Liga Patriótica Argent ina , fundada en las calientes jornada» de enero, fue la primera expresión de su reacción. Confluyeron en ella lm grupos más diversos: la Asociación del Trabajo -una institución pal r< mal i |ill suministraba obreros rompehuelgas-, los clubes de élite, como el Jockey, ItMI círculos militares - la Liga se organizó en el Círculo N a v a l - , o los rcpieseii

11 )S GOBIERNOS RADICALES, 19164930 43

imwj ili i • ' mpiesas extranjeras. Conservadores y radicales coincidieron y HHn I . I I los tramos iniciales -su presidente, Manuel Caries, fluctuó

m „ „ - •" 4 'da eni re ambos partidos- y el Estado le prestó un equívoco apo-l l f t h i ' • di I.i Policía. Lo más notable fue la capacidad que la Ligademos-

r ü * HUMUS mirabilis para movilizar vastos contingentes de la sociedad, ^|n» • n ir, sectores medios, para la defensa del orden y la propiedad y Mndi. i. i n i i chauvinista del patriotismo y la nacionalidad, amenazada

., . . . I l i iu l< m extranjera. También fue notable su capacidad para organi-|Nli u u i i i i ni de "brigadas", que asumían la tarea de imponer el orden a

luí | i n lina.ni muy activas en el medio rural - , y para presionar al go-M, quii u pn .bablemente tuvo muy en cuenta la magnitud de las fuerzas

lililí i i . i . nno de la Liga cuando a lo largo de 1919 imprimió un giro, | l»|n d i . i .iv. i, , i su política social.

U| i l i i i i I . , tenia un nuevo impulso y un argumento decisivo, aunque to-„| l i t | >, . mura la democracia: voluntaria o involuntariamente, Yr i -

J l f M 1 'peí lioso de subvertir el orden. Desde entonces, cobraron forma M l h .!• tendencias ideológicas y políticas que por entonces circulaban llrtltii un . n el mundo de la contrarrevolución. La Liga aportó los mot i -

... Miden y la patria. Los católicos combinaron el pensamiento social j « id . ompet ir con la izquierda- con el integrismo antiliberal, que em-H . l i l i i i i i l l i s e a través de los Cursos de Cultura Católica y ctistalizó más »n I.i i . vasta ( Witerio, fundada en 1928. Jóvenes intelectuales, como los

J p l l l i i/usta, difundieron las ideas de Maurras y Leopoldo Lug< mes pr< >-ft In II. (sida de "la hora de la espada". Sin duda había discordancias en Voi i '. y no menores Lugones era declaradamente anticristiano-, pero

„J l lo | upaba a su auditorio, que probablemente no tomaba demasiado l U f l u " " " h " de lo que oía pero recogía en todas ellas un mensaje común: M | I H •' i la movilización social y la crítica a la democracia liberal. I M II* r >. la al gobierno de Alvear, en 1922, tranquilizó en parte a las clases J lH'Mi i I a mayoría volvió a confiar en las bondades de la democracia MHI \ .nu ia, pero el nuevo discurso siguió operando en ámbitos margb M M i ' ni i a. lanío, dieron otras poderosas instituciones las encargadas de

^ |«|i.|ii. i« ámenle luerza al nuevo movimiento, unificar sus acciones, do-|||H« d. K r n mudad, \ ambién reclutar sostenedores más allá de los propios

pn.pieiarios. La Liga Palriórica se dedicó al "humanitarismo práct i -

Í . l i l i ' i n i ando escuelas para obreras y movilizando a las "señoritas" de la H un i . da. I Mucho más importante lúe la acción de la Iglesia que en 1919,

|H • ! | i• • • di la u ISIS, organizó la Gran Colecta Nacional, destinada a movi-||Nl i I•. 11. . i . e impresionar a los pobres. Ese ano fueron unificadas todas las

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44 BREVE HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE LA ARGENTINA

instituciones católicas que actuaban en la sociedad - c o n tendencias y pM puestas diversas- dentro de la Unión Popular Católica Argentina, un ejétj I to laico comandado unificadamente por los obispos y los curas párrocos, q u i I nes organizaron una guerra enregla contra el socialismo, compitiendo pal mu a palmo en la creación de bibliotecas, dispensarios, conferencias y obras di» fomento y caridad, tareas éstas en las que los activistas reclutados en los altm círculos sociales adquirían la conciencia de su alta misión redentora. S i n ! mancamente, la Iglesia -cada vez más reacia a las instituciones demoeratl cas- clausuraba la posibilidad de crear un partido político. El Ejército, final] mente, que había sido organizado desde principios de siglo sobre bases esl i M tamente profesionales, empezó a interesarse en la marcha de los asina..» políticos, quizá molesto por la forma en que Yrigoyen lo empleaba para alnif o cerrar la válvula del control social, y quizá también preocupado por el u , i que el presidente hacía de criterios políticos en el manejo de la instituí mu Lo cierto es que la desconfianza a Yrigoyen fue creando las condiciones pañi hacerlo receptivo a las críticas más generales al sistema democrático, q j con fuerza creciente se escuchaban en la sociedad.

El antiliberalismo que nutre todas estas manifestaciones resultó efica; i J mo arma de choque, como discurso unificador y como bandera de comba» Pero la reconstitución de la derecha política no se agotó en esto. N o es< a| .,• ba a nadie que no podía volverse a 1912, que el mundo había cambiad,, mucho desde la Gran Guerra, y que era necesario volver a discutir cuál c u . I lugar de la Argentina, qué papel debía cumplir el Estado en los c o n f l u i d sociales, cómo podían articularse los distintos intereses propietarios, y nm chas cuestiones más, acerca de las cuales el gobierno de Yrigoyen no pain i.t demasiado urgido en aportar soluciones novedosas. La Liga Patriótica > m- • nizó congresos donde representantes de los más diversos sectores discui i. H M sobre todo esto, y también lo hic ieron a través de las publicaciones del M i J seo Social Argentino o en la Revista de Economía Argentina, que A l r j u i i i l f J Bunge fundó en 1918. Una Argent ina distinta requería ideas nuevas, y M

ese sentido la discusión fue intensa. Es posible, incluso, que en ese . I t algunos jóvenes militantes del Partido Socialista - c o n una sólida I . >i in.i. i. m de raigambre marxista en cuestiones económicas y sociales- pensara . Ii •< marcos del partido eran demasiado estrechos.

¿Hasta qué punto eran justificados los terrores de la derecha.' Ln ola I. huelgas, que culminó entre 191 7 y 1921, había sido formidable, peí. > n . . . I.I ba guiada por un propósito expLícito de subversión del orden, sino que espi J saba.de manera ciertamente violenta , la magnitud de los reclamos a. umul.i dos durante un largo período d e dificultades de la Argentina hasta e i< g l

11XS GOBIERNOS RADICALES, 1916-1930 45

t l . i l 'oi . .na parte, entre quienes podían presentarse como conducto-|M -V amento, los que propiciaban dicha subversión -los anarquis-(,,.,.< |,,. , omiinisras- sólo tenían una influencia marginal e ínfima. I)» . y orientaciones más fuertes correspondían a la corriente de

h. di i as" y a los socialistas, y ambos bregaban tanto por reformas |,« i n un orden social que aceptaban en sus rasgos básicos, como, so­lí. | n.»»ntrar los mecanismos y los ámbitos de negociación de los (o. I .. sindicalistas, reacios a la acción política partidaria, apostaron

|fc>y,i i .aun- los sindicatos y el Estado, un camino que ya había sido pi\,..\. el listado antes de 1916 y que, retomado por Yrigoyen, debió

l id . .n . i . l . i en la convulsión de 1919, aunque ciertamente se mantuvo 1*11,1, n. I,I, para reaparecer en forma espectacular al f in de la Segunda

|i« Mundial. I ' . u i i d . . ' ...«¡alista -fundado en 1896 y de una fuerza electoral conside-I I I |,i i ..| .ii al estaba también lejos de posturas de ruptura. De acuerdo

|n ,| , in las líneas dominantes en Europa, el socialismo era visto co-M un, .u,u i o n y perfeccionamiento de la democracia liberal, como la

• in i in . ia de una modernización que debía remover obstáculos tradi-|i i l i a n - ellos, los socialistas subrayaban lo que llamaban la "política

|n - o la que englobaban, junto al conservadurismo tradicional, al radi-•|»,, .1 que se opusieron con fuerza. El Partido Socialista tuvo escasa

id.id p u a arraigar en los movimientos sociales de protesta: algunos exi­l i o i . I . . .1 iicareros de la Federación Agraria no compensaron su escasí-

p, e los gremialistas, que aunque votaran a los socialistas prefe-• i nuil a I. >s sindicalistas. El socialismo apostó todas sus cartas a las elec-

I , y i . unió en la Capital un importante caudal de votos, con el que H. • Kliosamente con los radicales, pero a costa de diluir lo que quizás l f t ild< i reclamos específicos de los trabajadores dentro de un conjunto l l l i i p b . . de demandas, que incluía a los sectores medios. Esto dejaba libre

| l ) i . i , i , . i su izquierda, por el que compitieron diversos grupos, sobre todo l ,1, I i . me.on de la guerra y la revolución soviética. Pacifistas, partida-

| | |,i l m .ra Internacional y de la Unión Soviética confluyeron final-||l< i i . . I I 'ai i ido C :omunista, que durante los años veinte tuvo escasísimo

,, , p i . eosechó muchas simpatías entre los intelectuales. Pero otras ¿Hi. •» piogresistas, de alguna manera emparentadas con el leninismo, lia en el ant ¡imperialismo de esa época y en el pensamiento de la il l iu i I liu\.

|,, ..lisias apostaron a la acción legislativa y a la posibilidad de crear , | . , , i„.|,s. . un ámbito tic representación. Pero había en el partido una

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46 BREVE HISTORIA CONTEMPORÁNEA DELA ARGENTINA

incapacidad casi constitutiva para establecer alianzas o acuerdos, y aimqiw impulsaron algunas reformas legislativas no lograron dar forma a una fuerza política vigorosa, capaz de equilibrara la derecha reconstituida o, siquieia, de precisar los puntos centrales del c o n f l i c t o que se avecinaba. Su otra apueifl fue - a largo plazo- la ilustración de la clase obrera que, según suponían, I esclarecería en el contacto con la c iencia. De ahí su intensa acción educ:ad| ra, a través de centros, bibliotecas, conferencias, grupos teatrales y córale.-. I la Sociedad Luz. La difusión de ciertas prácticas en los grandes centros u r b f l nos atestigua adecuadamente los cambios que -superada la crisis sociab es­taban experimentando los trabajadores y la sociedad toda.

\yE\n de la lucha gremial intensa, la reducción de la sindicalización y t i debilitamiento de la Unión Sindical A r g e n t i n a dan testimonio de la atenúa ción de los conflictos sociales. La Unión Ferroviaria, fundada en 1922 y con vertida en cabeza indiscutida del sindicalismo, expresó el nuevo tono da I acción gremial: un sindicato fuertemente integrado, férreamente dirigido i u forma centralizada, negoció sistemática y orgánicamente con las autoridad des, descartó la huelga como instrumento y obtuvo éxitos sustanciales, I'm su parte, el Estado manifestó la voluntad de avanzar en una legislación sm i.il -sancionada en su mayoría durante la presidencia de Alvear - que suponía . la vez el pleno reconocimiento del actor gremial: propuesta de regímetu« jubilatorios para empleados de comercio y ferroviarios, regulación del traba jo de mujeres y niños y establecimiento del l e de Mayo -convert ido en un conciliador Día del Trabajo- como feriado nacional.

Más allá de las coyunturas y de las revulsiones, la sociedad argentina V Í < nía experimentando cambios profundos, que maduraron luego de la guerfl \ que explican este apaciguamiento. Aunque luego de l conflicto se reanudi I I.i inmigración, la población ya se había nacionalizado sustancialmcnte. 1 . hijos argentinos ocuparon el lugar de los padres extranjeros, las asociacli >i U 1

de base étnica empezaron a retroceder frente a otras en las que la gente, ••iti distinción de origen, se agrupaba para actividades específicas y la "cucsl mu nacional", que tanto preocupó e n el Centenario, empezó a desdibujarse, I • acción sistemática de la escuela pública había generado una sociedad lueili mente alfabetizada, y con ella un público lector n u e v o , quizá no demasiado entrenado pero ávido de materiales. Crecieron los grandes diarios, con lino tipos y rotativas; en 1913 Crítica, que respondía a ese nuevo público, y a Id vez lo moldeaba, revolucionó las formas periodísticas, y otra vez lo hi/.i > i)*'•*«||i 1928 ElMundo. Las variadas necesidades de información y entretenimlenltl fueron satisfechas por los magazines, que siguieron la biuella de (lams v ( 'un tas y culminaron en Leoplán, o un amplio espectro de revistas especial i/adi«,

LOS< ¡OBIERNOS RADICALES, 1916-1930 47

p|l Mil/ti .• ¡Ullikcn, ¡ii Bis o El Hogar. En los años siguientes a la guerra I l m . . t I i . in.crias semanales - u n género entre sentimental y tenue-

H n n . " , m H U Í ras que las necesidades culturales o políticas más ela-* M-in a i .Ir. bas primero por las ediciones españolas de Sempere y

| * t i 11 biblmiiM as de Claridad o Tor. En una sociedad ávida de leer, f l i l l i i i . • rían vehículo eficaz de diversos mensajes culturales y

, q u . . in alaban también por las bibliotecas populares o las confe-M u . b . - Irían para entretenerse. Otros buscaban capacitarse para

l i a i l o múltiples oportunidades laborales nuevas, pero otros muchos (lili | piopiarse de un caudal cultural - t a n variado que incluía des-' ¡ t l i l i i i i I '. • si o irvsky- que hasta entonces había sido patrimonio de la

4tt» I * • I . . más establecidas. U p a n I . . I I dr la cultura letrada forma parte del proceso de movilidad ftttipi" -Ii una sociedad que era esencialmente expansiva y de oportu-: huí . , di r||a i rán esos vastos sectores medios, en cuyos miembros

I i i i l n o I I i I. >s resultados de una exitosa aventura del ascenso: los cha-i i i b l . . idus, que se identificaban como pequeños empresarios rura-

| I I . piqui nos comerciantes o industriales urbanos, de entre quienes ' I . i l | . . i u . . u andes nombres o fortunas importantes. Junto a ellos, una ll»-1 mpli i d . i . , profesionales, maestras o doctores, pues ese título siguió

i I i i ulutiiiai ion, en la segunda o quizá la tercera generación, de esta

I H i l i qu' la Ion una no podía separarse del prestigio. II*>i | la l nivci-adad constituyó un problema importante para «i l i .1 i d . I I rspansión, y la Reforma Universitaria - u n movimiento que

• n i .-iduba en 1918 y se expandió por el país y por toda América lm una expresión de esta transformación. Las universidades, cuyo (

||n . I. .minante era formar profesionales, eran por entonces socialmen-| | | . I \. aduna ámente escolásticas. Muchos jóvenes estudiantes qui­n i n a u punías, participar en su dirección, remover las viejas camari-

M t ' l ' " " ' I . , in i,miar criterios de excelencia académica y de actualiza-Mi m i l i , i , y van ular la Universidad con los problemas de la sociedad.

H l l i i I . - I I • ludiantil fue muy intensa y coincidió con lo más duro de la Mu i i l , . 111 i i - I o 18 y 1922, al punto que muchos pensaron que era una

J M i i u m i . dr aquélla. Otros advirtieron que se trataba de un reclamo ubi. I . , I I lm ii usías recibieron el importante apoyo de Yrigoyen, logra-

t>li i i i in In i . . ¡i.sos que se incorporaran representantes estudiantiles al go-||u .!• l o universidades, que se desplazaran a algunos de los profesores l i a d i . i . .nales y que se introdujeran nuevos contenidos y prácticas. Tam-

I I «I a in ni un programa de largo plazo, que desde entonces sirvió de

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bandera a la actividad política e s t u d i a n t i l , un espacio que desde entona sirvió de antesala para la política mayor . E l reformismo universitario fue, mi que una teoría, u n sentimiento, expresión de un movimiento de apetl»^ social e intelectual que servía de ag lut inante a las ideologías más diversas, d. de el marxismo al idealismo, pero que se nutrió sobre todo del antiimperialisifl latinoamericano, todavía difuso, y de la misma revolución rusa, con su apt f l ción a las masas. Se vinculó con otras vertientes latinoamericanas, creanJ una suerte de hermandad estudiantil, e inyectó un torrente nuevo y vil al o los movimientos políticos progresistas.

Pero además, expresaba algunas tendencias hacia las que la nueva so< i<.1 H1

era particularmente sensible. A pesar de que, avanzando en la década de 11'.'0 los movimientos sociales contestatarios estaban en declinación, y de qui ll fuerte movilidad social desalentaba los enfrentamientos de clase por enioiu iH dominantes en Europa, hubo en esta sociedad una fuerte comente r e f n r m M Confluyeron en ella diversas experiencias de cooperación y cambio -desdo I de los chacareros aglutinados en sus cooperativas a las de las sociedade» J fomento en los nuevos barrios urbanos—que se alimentaron con las comenta del pensamiento social y progresista de Europa y dieron el tono a una arti l la reflexiva y crítica acerca de la sociedad y sus problemas. Esta actitud se IIM| plasmando en una cierta idea de la justicia social, probablemente alimcntaiUI

su vez desde fuentes ideológicas más tradicionales -como la de la Iglesia | igualmente preocupadas por la necesidad de adaptar las instituciones .1 mu sociedad en cambio. Se trataba de una idea aún imprecisa, que no alean . > * concretarse en una representación política eficaz, pero que circulaba l u n i h i M en el mundo de los trabajadores. Ellos mismos, influidos por la movilidad *m cial y por las imágenes que ella creaba, se identificaban cada vez en ni medida con aquel sector segregado de la sociedad que, a principios de * l m l inquietaba a los intelectuales. N o era fácil distinguir, fuera del trabajo, a nt| obrero ferroviario de un empleado, o a su hija de u n a maestra. En las - i . i i ciudades, y en las áreas rurales prósperas, se estaba constituyendo una si» i . d . I más caracterizada por la continuidad que por los cortes profundos.

La aspiración al ascenso individual y a la reformaisocial son sólo un a ipf l f l s t o d e esa nueva cultura que caracteriza a estos sectores populares, eni u t« •

bajadores y medios. Los cambios en las formas de -vida estaban i o. b l o .• I nuevas ideas y actitudes, que resultaron perdurables. El acceso a la vivlc iutt propia cambió la idea del hogar y ubicó a la mujer —liberada de la obliga» ion de trabajar- en el centro.de la Familia, que pronto se reuniría en i n m n i l aparato de radio. Por un movim iento completnent; i r i o , las hijas aspiiaioi» • trabajar, en una tienda o en una c oficina, a estudiar, y también a una» u . i . un

11 i ! ; (¡OB1ERNOS RADICALES, 1916-1930 49

¡Mlt'il 1 1 ¡'"''ta holgura económica, y la progresiva reducción de |H «I» l l i k i j o que junto al domingo empezó a incluir el "sábado

I -mu., m o el i iempo libre disponible. Ello explica el éxito de biblio-PlKlli n i i v lecturas, pero también el desarrollo de una gama muy

l l * ob I I . paia llenarlo. Jk había llegado a su apogeo ya hacia 1910. En las ciudades las salas •ll I I , lanío en el centro como en los barrios, y los grandes acto-i 11 i- i " Parravicini, fueron quizá las primeras figuras que goza-

ll l i • p. -pul ii idad indiscutida. Después de la guerra, los gustos se desli-P»l l iad i.il ámete a la nueva revista, con "bataclanas" y con can-

|i| ñutí " lúe definitivamente aceptado por la sociedad, y despojado tH*U.< I. u uiigen prostibulario. El tango-canción y el fonógrafo h i -ln | " ' l " I 'odad de los cantantes, mientras las partituras, junto con los •!»•• p , I . ' alinearon en las casas de clase media. Por entonces se )|n p. .pul a idad de Enrique Delfino, Enrique Santos Discépolo y Car-

id» I .|ui< n in embargo sólo alcanzó su consagración popular en la • ti' • , a naves de las películas que filmó en el extranjero. El cine

i lia i ' I ' 1 " ' ejerció una fuerte atracción; las salas proliferaron en las • \ • • uliuia popular que se estaba acuñando, quizá marcadamente

, •» mu n u . le algunos nuevos elementos universales, l lo mu v n . medios de comunicación multiplicaban su influencia so-f i . o . i i .le vida y sobre las actitudes y valores de esta sociedad expan-

Miiil ' i "p«a.non sobre la sensibilidad deportiva, asociada desde pr in-ili i l i ' l . . . i ni una actitud vitalista y con las concepciones higiénicas y el l ' .n • I • |i i i n io y el aire libre, que desde la élite se habían ido difun-i i i . I i ni ledad. La creación de clubes deportivos fue una de las formas Mt o > del impulso asociacionista general. Progresivamente, algunas Ni m idad.", se transformaron en espectáculos masivos, que los medios

j M l t i . n ii ni pioyectaban desde su ámbito local originario hacia todo el Ptt I ' ' * I « ' i >nsi i tuyo la Liga Profesional de Fútbol, y de la mano de la If |n pn ir.a escrita, los clubes de fútbol porteños agregaron un nuevo l l l o .I i ídem ilicación nacional, quizá tan fuerte como los símbolos pa-

|| Indi-ni ule I lipólito Yrigoyen. La tendencia a la homogeneización de fe* i* d . I M I u i de una cultura compartida por sectores sociales diver­

tí' i- . ' i i ip n i . . de un proceso igualmente significativo de diferenciación llu i •n i I. . I I . manifestaciones fue la constitución de un mundo intelectual y td .. |in , aunque estuvo impulsado por la creciente demanda cultural de la

|i I . I d. f iu i i i una forma de funcionamiento que le era propia. Como ha

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5 0 BREVE HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE LA ARGENTINA

puntualizado David Viñas, a diferencia de los "gentkmen-escritores" de fines de siglo, los artistas y escritores se sintieron profesionales, y algunos lo fueron plenamente. Tuvieron sus propios ámbitos de reunión -cafés, redacciones, ga­lerías y revistas- y sus propios criterios para consagrar el mérito o abominar de la mediocridad. Desde 1924 Buenos Aires tuvo una "vanguardia", iconoclasta y combativa: ese año Pettoruti trajo el cubismo, Ernest Ánsermet introdujo la música impresionista y se fundó la revista Martín Fierro, que en torno de la estética ultraísta núcleo a muchos de los nuevos escritores, ansiosos de criticar a los viejos. Otros muchos abrazaron la consigna del compromiso social y la utopía del comunismo, y entre ambos grupos -identificados con Florida y Boe-d o - se entabló una aguda polémica. Los puntos de coincidencia y los intercam­bios eran probablemente más que los de oposición, pero lo cierto es que los intelectuales empezaron a practicar por entonces un nuevo estilo de discusión, en el que la realidad local resultaba inseparable de la de Europa, Estados U n i ­dos y la propia Unión Soviética, quizá más idealizada que conocida.

La economía en un mundo triangular

Con la Primera Guerra Mundial -mucho más que con la crisis de 1930- termi­nó una etapa de la economía argentina: la del crecimiento relativamente fácib sobre rumbos claros. Desde 1914 se entra en un mundo más complejo, de mal nejo más delicado y en el que el futuro era relativamente incierto, al punto dd predominar las dudas y el pesimismo, que sólo en algunos círculos se transfor-" maba en desafío para la búsqueda de nuevas soluciones.

La guerra puso de manifiesto en forma aguda un viejo mal: la vulnerabili­dad de la economía argentina, cuyos nervios motores eran las exportaciones, el ingreso de capitales, de mano de obra, y la expansión de la frontera agraria. La guena afectó tanto las cantidades como los precios de las exportaciones, e inició una tendencia a la declinación de los términos del intercambio. Las exportaciones agrícolas sufrieron primero el problema de la falta de transpor­tes, pero acabado el conflicto se planteó otro más grave y definitivo: el exceso de oferta en todo el mundo, y la existencia de excedentes agrícolas permanen­tes, que impulsó a cada gobierno a proteger a sus agricultores. Más profunda fue la caída de las exportaciones ganaderas luego de 1921. Durante la guerra hubo repatriación de capitales, pero al finalizar ésta fue evidente que los tiempos del flujo fácil y automático habían terminado, pues los inversores de Gran Bretaña y los demás países europeos n o estaban ya en condiciones de alimentarlo. Su lugar fue ocupado por los banqueros norteamericanos, como Morgan, que tam­

bas GOBIERNOS RADICALES, 1916-193®

i •i.tb.in . omprometidos con los préstamos a Europa, de modo que el flujo t f l I H ndi . ii II iado a la situación económica general. El país experimentó MHi » IMII in la los efectos de la coyuntura europea: vivió una fuerte crisis entre | # M v I I /. '•«' recuperó entre ese año y 1921, especialmente porque regulari-lH n i i . o in I I io de guerra, sufrió entre 1921 y 1924 el sacudón de la reconver-K r i f l d i |" • .guerra, y conoció u n período de tranquilidad durante los "años do-HUlt» , l i .r . ta 1929, que sin embargo bastó para dar el tono general al período.

| i i |i|liu ípal novedad fue la fuerte presencia de Estados Unidos que, aquí 11 mu u n í ii i . i ' . | u n e s del mundo, ocupó los espacios dejados libres por los países M|!n|<i •">, en mayor o menor medida derrotados en la guerra. La expansión t t i t f t i i i i i i . , i de Estados Unidos en la década de 1920 se manifestó en primer ItlgNt pin un Inerte impulso exportador de automóviles, camiones y neumáticos

| M ( . i I " i |in• la Argentina se convirtió en uno de sus principales clientes-, fonó-gtrtJii» \. id ios, maquinaria agrícola y maquinaria industrial. Para asegurar su | * M I i n I.I • ' i i un mercado tentador, y saltar por sobre eventuales barreras aran-• •1.11111, l.r. grandes empresas industriales -General Motors, General Electric, I i i l t i a i i , i ntre otras- realizaron aquí inversiones significativas, que al princi-| I | . I di '.t ii iaron sólo a armar localmente las piezas importadas. También avan-M I H M n i lue las empresas de servicios públicos -electricidad y tranvías- como |i|n|.|i un ¡as y como proveedoras, particularmente de los Ferrocarriles del Esta­l l o Ion únicos que por entonces crecieron. A diferencia de las inversiones bri-M i i l . . i . , y salvo en el caso de la maquinaria agrícola, las norteamericanas no i Miiiiibuian a generar exportaciones, y con ellas divisas. Como por otra parte |.(. |« mil ii I ¡dudes de colocar nuestros productos tradicionales en Estados U n i -. l . i . . . i ni remotas -pese a algunas expectativas iniciales- esta nueva relación . n . l o un fuerte desequilibrio en la balanza de pagos, que se convirtió en un |i|ii|i|iiiia insoluble.

Pili otra parte, la vieja relación "especial" con Gran Bretaña se sostenía •i il .i • I .ases mínimas: las compras británicas de cereales y carne, que los britá-Hli i m | sigaban con los beneficios obtenidos por la venta de material ferrovia-i i . . . . iihón, textiles, y con las ganancias que daban los ferrocarriles y otras p i i i p u sas de servicios. Sus insuficiencias eran cada vez más evidentes: los Hl i iuuis i ros eran caras, Gran Bretaña no podía satisfacer las nuevas deman-.11 i leí consumo y el capital británico era incapaz de promover las transfor-iii ii n mes que impulsaba el norteamericano. Pero, a la vez, la Argentina ca­l i . la de compradores alternativos, particularmente para la carne, sobre todo i l i spnrs de 1921. Hostilizados de modo creciente por los norteamericanos (|Ur ya antes de la guerra los habían desplazado de los frigoríficos los britá-l i i . . is podían presionar sobre el gobierno argentino con volcar sus compras a

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los países del Commonwealth, una alternativa por otra parte reclamada puf I quienes querían introducir a G r a n Bretaña en el nuevo mundo del protcol cionismo.

En suma, como ha subrayado Arturo O'Connell , la Argentina era panol de u n triángulo económico mundial, sin haber podido equilibrar las difieren-1 tes relaciones. Manejarse entre las dos potencias requería un arte del que d i gobierno de Yrigoyen pareció escaso, mientras que el de Alvear fue, al revi pecto, más imaginativo y sutil, aunque tampoco encontró la solución a loJ problemas de fondo, que probablemente no la tenían. Pero además, se reque-l ría u n arte especial para enfrentar las situaciones de crisis, cuando los con «I flictos entre las partes se exacerbaban y las pérdidas se descargaban en lo* I actores más débiles: los productores locales, o quienes trabajaban para ellos. I Desde 1912 se había conocido este tipo de tensiones en la agricultura; desde I 1921 se manifestaron en un punto mucho más sensible y que afectaba a inte­reses más poderosos: la ganadería.

Gracias a las ventas de carne enlatada, los años finales de la guerra fueron I excelentes, beneficiándose no sólo los ganaderos de la zona central sino Ion de las marginales, y hasta quienes criaban ganado criollo. La situación cam­bió bruscamente a fines de 1920, cuando los gobiernos europeos, que habían estado haciendo stock, cortaron sus compras, y los precios y volúmenes se derrumbaron. Las mayores pérdidas fueron sufridas por los ganaderos de las zonas más distantes, mientras que quienes poseían las tierras de invernada y suministraban el ganado fino para ser enfriado - y para el que se conservó una cuota- lograron sortear en parte las dificultades. La crisis -que terminó di* definir la diferenciación entre criadores e invernadores- desató conflictos que en épocas de bonanza se disimulaban, frente a los cuales el gobierno de Yrigoyen reaccionó tarde y mal. En 1923, por presión de los criadores y con el respaldo del presidente Alvear, el Congreso sancionó un conjunto de leyes que los protegían, en desmedro tanto de los consumidores locales como de los frigoríficos. La oposición de éstos y de sus voceros políticos - los sociali.s tas- fue de escasa significación, pero la resistencia de los frigoríficos resulto demoledora: interrumpieron sus compras y en pocos meses obligaron al go bierno a suspender las leyes sancionadas.

El episodio probó el enorme poder de los frigoríficos, y de los grande. | ganaderos directamente asociados con eiTr^sa"-t}u«a£^^ poco después. En los primeros años de la posguerra los ganaderos se ilusionaron c o n la posibilidad de colocar sus productos en Estados Unidos - l o que bu biera solucionado al menos en parte el problema de la balanza deslavóla ble—, pero a fines de 1926 e l gobierno de aquel país, con el argumento del

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E l i g i ó d< la fiebre aftosa, decidió prohibir cualquier importación de la A l * * ' i i t i i i i l uan Bretaña esgrimió una amenaza similar, logrando de los flMnioii id. i . bacendado> la aceptación de que la vuelta al bilateralismo fcf* I.i ilnii . i solución, para ellos y para el país. La Sociedad Rural invitó nllnM .i n ' . iungir en general la presencia norteamericana en la economía, y |rtin>. la i onsigna ele "comprar a quien nos compra", lo que implicaba 4»(HI.I< I las impon aciones y las inversiones británicas y hacer pagar sus H M l o ' il ' onjunto de la sociedad.

I i . in - . i iones relacionadas con la agricultura despertaban menos preo-Htfuti iones, pese a que, como consecuencia de la crisis ganadera, hubo un Htttubl' vuelco hacia esa actividad. La frontera agropecuaria pampeana se Utr t la l i . i en SC millones de hectáreas; la agricultura creció en ella enorme-MHMiii . ' ' i como su papel en las exportaciones. Se inició entonces un largo lUMIiid.. de estabilidad, una suerte de meseta sin el crecimiento espectacular l l Vio peio también sin los problemas y el estancamiento posteriores a 1940. H i np.ur.ión se proyectó en esos años hacia las zonas no pampeanas, en las

tylH 11 i'iibierno, impulsado por el ministro Le Bretón, encaró una vigorosa t t l i p " a de colonización que absorbió los excedentes de población rural pam-| * . n i i , así como nuevos contingentes migratorios. Así entraron en produc­í a n 11 mía frutíoda del valle del Río Negro, la yerbatera de Misiones y, ««bu n .do, la región algodonera del corazón del Chaco, que habría de tener Ptt|ioitancia decisiva en el futuro crecimiento de la industria text i l .

I n . observadores no se engañaban acerca de esta calma, pues para todos IMitbau visibles los límites que suponía tanto un mercado mundial cada vez

B p i dll te i I como el f i n de las ventajas comparativas naturales, por el cierre de (•i Iludiera agropecuaria y el encarecimiento de la tietra. A eso se sumaba la i " i ' i * de inversiones, salvo en la mecanización de la cosecha, que solucionó • I pn iblcina de la reducción en la mano de obra disponible, sobre todo por la di •• ip.u ición progresiva de los migrantes "golondrinas". La pauta de conduc­i d que bacía preferible mantener la liquidez del capital y oscilar entre distin­t a | •• oibilidades de inversión, acuñada en la etapa anterior y amplificada por |M dl\n de la economía -que hasta entonces había impulsado efi-

i i Míenle el crecimiento-, dejó de cumplir esa función en las nuevas condi-. |t ii n . del mercado mundial. Tulio Halperin señaló esa conciencia incipien-i i di los males y, a la vez, la escasa propensión a hacer algo para enfrentarlos id p.uie de una sociedad que, en cambio, empezaba a interesarse en la cues­tión industrial.

I n guerra había tenido efectos fuertemente negativos sobre la industria qii i .e había constituido en la época de la gran expansión agropecuaria: de-

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pendiente en buena medida de materias primas o combustibles importados, no p u d o aprovechar las condiciones naturales de protección creadas por el coaf l ic to . Pero apenas éste concluyó, comenzó una sostenida expansión, quel se prolongó hasta 1930, caracterizada por la diversificación de la producción,' que alcanzó así a nuevas zonas del consumo. Los contemporáneos atribuye­ron en buena medida estos cambios a la elevación de los_aforos aduaneros, establecida por Alvear en 1923, pero probablemente fueron las ya citadas inversiones norteamericanas el principal factor de esa expansión, que alentó también a inversores locales. Entre otros casos similares, Bunge y Born, \a\ principal casa exportadora de granos, instaló por eso¿MQsJaJabrica de ján-turas ATba.^y en la decacTaqsigi^ Grafa. En buena medida, las

nuevas industrias se equiparon con maquinaria norteamericana. Mientras éstos trataban de conquistar simultáneamente un mercado apetecible y parte , de las divisas generadas por las exportaciones a Gran Bretaña, los sectores propietarios locales comenzaron a deslizarse hacia una actividad que parecía más dinámica que las tradicionales. Por entonces, el tema de la industria1

empezó a instalarse en el debate, y constituyó el eje del discurso del máí lúcido buceador de la economía argentina de entonces, Alejandro Bungej inspirador de la reforma arancelaria_de_Alve.ar. Es posible, como ha plantea do Javier Villanueva, que en escala limitada tal reforma apuntara a alenta 1

-mediante alguna traba al comercio- las inversiones norteamericanas, sir aumentar los conflictos con Gran Bretaña, preocupada tanto por el destine de las divisas como por la creciente competencia en algunos rubros de su antiguo negocio, y particularmente los textiles. De este modo, la incipiente corriente industrialista agregó un nuevo elemento al debate central sobre las relaciones entre nuestro país y sus dos metrópolis, y de momento al menos, quienes vislumbraban en el crecimiento industrial el camino del futuro care­cieron de peso para imponer sus convicciones. La propia Unión Industrial se . sumó al grupo de los partidarios de "comprar a quien nos compra", una fór-/ muía que, por otra parte, había sido acuñada por el embajador británico.

N i la cuestión agraria n i la industrial estaban en el centro de la preocupa­ción de los gobernantes, mucho más angustiados por los problemas presu­puestarios. La guerra había puesto en evidencia la precariedad del financia-miento del Estado, apoyado básicamente en los ingresos de Aduana y en los impuestos indirectos y respaldado por los sucesivos préstamos externos. Todo ello^~sen^ujomjérté m e n t e en los dÓS]períodos de crisis, y coincidió con el advenimiento de la administración radical, que por diferentes motivos debía encarar gastos crecientes. El gobierno de Yrigoyen necesitó primero recursos' para su política social y luego para la amplia distribución de empleos públi-\

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ÉM, qu* constituyó su principal arma política en los últimos años. Desde ! ' ' ' ', A lvear empezó con una política fiscal^rtodox^^i^ulcrfaertém IM* I I I . i " ' , hasta que, por necesidades de la lucha interna con el yrigoyenismo, I I i " i pelar -aunque más moderadamente- a la misma distribución de pues-IM que M I antecesor, quderi_ajando volvió al poder, pn 1928. hizo uso genero-_ ... di . .<• recurse-Jin ambos casos, los gastos del Estado aumentaron respecto di i p. II as anteriores, pero sobre todo su composición difirió sustancialmen-i . i . .lm i endose la parte de inversiones en beneficio de los gastos de admi-n i - u ii mu, donde los empleados públicos pesaban fuertemente.

I o i ualquier caso, era claro que el Estado debía buscar otra forma de f i ­nan, i n sus gastos. Inspirándose en reformas similares emprendidas en Fran-• la Inglaterra, Yrigoyen propuso en 1918 un impuesto a los ingresos perso-i i . i l i l ' l Congreso prácticamente no lo trató entonces, n i en 1924, cuando M u a insistió en la idea. En cambio, hubo un amplio debate en aquellos

. in ulos donde se estaban discutiendo las cuestiones del futuro y Alejandro huiii-c, entusiasta sostenedor de la idea, le consagró un amplio espacio en la Ib 11 ni de Economía Argentina. Se trató de una discusión elevada y principis-i . i , donde se analizaban las cuestiones de libertad, equidad y justicia social qu. por entonces se debatían en Europa. Es posible que allí se generara el

.uso que luego llevó a su rápida aprobación en 1931, luego ya de la crisis V ile la caída de Yrigoyen. Pero por entonces las razones del bloqueo parla-I I I I n i . i r io fueron más pedestres: los opositores se negaban a cualquier legisla­ción que diera al presidente más recursos que, según suponían, se volcarían . I I menesteres electorales.

Difícil construcción de la democracia

m |i| Ilustrado debate fiscal ejemplifica las dificultades para constituir un siste-l i i.i democrático eficiente, en el que las propuestas pudieran discutirse racio­nalmente y donde los distintos poderes se contrapesaran en forma adecuada. I . i lelorma electoral de 1912 proponía a la vez ampliar la ciudadanía, garan­tizar su expresión y asegurar el respeto de las minorías y el control de la yest ion. En ninguno de estos aspectos los resultados fueron automáticos, o •iquiera satisfactorios. Respecto de la participación electoral, la masa de in­migrantes siguió sin nacionalizarse, de modo que los varones adultos que no \«liaban eran tantos o más que los que podían hacerlo; esta cuestión sólo se resolvió de manera natural, con el tiempo y el f in de la inmigración. Pero Incluso entre los posibles votantes la participación no fue masiva: en 1912

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-quizá p o r efecto de la novedad- alcanzó el 68% en todo el país, pero enl seguida c a y ó a algo más del 50%, tocando fondo en 1924, con el 40%; sólo en] 1928 - c o n la elección plebiscitada de Yrigoyen- repuntó espectacularmen-\te, con valores que desde entonces se mantuvieron, en torno del 80%.

Concedida, antes que conseguida, la ciudadanía se constituyó lentamen- \ te en la sociedad. Las múltiples y diversas asociaciones de fines específicos que la cubr ieron -desde las fomentistas urbanas hasta las cooperativas rura­les- contribuyeron a la gestación de experiencias primarias de participación directa, y al desarrollo de las habilidades que, por otra parte, la política re­quería: hablar y escuchar, convencer, ser convencido, y sobre todo acordar. También contribuyeron a otra experiencia importante: la gestión ante las autoridades, la mediación entre las demandas de la sociedad y el poder polí­tico. Funciones similares cumplieron los comités o centros creados por los partidos políticos, que fueron cubriendo densamente la sociedad a medida que la práctica electoral se convertía en rutina. En buena medida funciona­ban al vie jo estilo: un caudillo repartía favores - tan to mayores cuanto más directa fuera su conexión con las autoridades- y esperaba así poder inf luir en el voto de los beneficiados. Los radicales, naturalmente, pudieron expandir, gracias al apoyo oficial, esta red clientelar que de todos modos ya habían constituido en el llano. El propio gobierno utilizó los comités para desarro-llar algunas políticas sociales masivas, que aunque tenían claras finalidades ' electorales apuntaban a una nueva concepción de los derechos ciudadanos: la carne barata, o carne "radical", y también el pan o los alquileres. En cierto / modo -sobre todo entre los socialistas- apuntaban a la educación y a la inte-1 gración del ciudadano y su familia en una red de sociabilidad integral: capa- • citación, entretenimiento, cultura... Pero en todos los casos contribuyeron a desarrollar las capacidades políticas. En ese ambiente se formó el nuevo ciu­dadano, educado y consciente de sus derechos y de sus obligaciones, y pro- | gresivamente se fue revelando la dimensión política de todas las actividades, de modo que gradualmente la brecha entre la sociedad y el Estado se fue 1 cerrando.

El crecimiento d e los partidos da la medida del arraigo de la nueva demo­cracia. La Unión C í v i c a Radical fue el único que alcanzó la dimensión del moderno partido nac ional y de masas. Templado en una larga oposición, y corístituido para enfrentarse al régimen, pudo funcionar eficazmente aun le­jos, del poder. Basado en una extensa red de comités locales, se organizó esca­lonadamente hasta llegar a su Convención y su Comité Nacional; una carta orgánica fundamentaba su organización, y su doctrina era, n i más n i menos, la d e la Constitución, como gustaba de subrayar Yrigoyen. Pero además el

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j i . i t i i d . i demostró una preocupación muy moderna por adecuar sus ofertas a l i ibiantes demandas de la gente. Quizá la expresión más acabada de su

. . I . niidad fue su capacidad para suministrar una identidad política nacio-I H I I I primera y la más arraigada, en un país cuyos signos identificadores , , MUS eran todavía escasos. Pero esa modernidad se asentaba en elemen-

muy tradicionales: toda la compleja organización institucional pesaba i M t i i líente al liderazgo de Yrigoyen, y en la identificación de sus seguidores, . I p i n ido se fundía con su figura. Caudillo silencioso y recatado, que semos-I Iiiba poco y que jamás hablaba en público, empezó luego a estimular una MIII i n de culto a su persona: el país se llenó de sus retratos, de medallones, de mal . i o n su imagen, en los que la gente identificó al presidente con u n ipi.Mol o u n mesías.

I 11 'arrido Socialista también tenía una organización fonnal y cuerpos orgá-n i . . . . . y además tenía un programa, pero carecía de dimensión nacional, pues .uní. |iic logró algún arraigo en Mendoza, Tucumán o Buenos Aires, casi toda su li IM a estaba concentrada en la Capital. Allí, gracias a la penetración de su red I. . . i a ros, y a su éxito en ofrecer una alternativa de control al gobierno, com-

pl t lo palmo a palmo con el radicalismo y lo venció a menudo. El Partido De-i i i . . . i.ita Progresista, por su parte, arraigó entre los chacareros del sur de Santa K« y di- Córdoba, así como en la ciudad de Rosario; junto con los temas agrarios llfMit tollo los de la limpieza electoral, y tuvo un cierto peso en la Capital. Los p nudos de derecha sólo se constituyeron en el nivel provincial; aunque el Tniiido Conservador de la provincia de Buenos Aires ejerció un liderazgo re-11 ii i . nido, y pudieron ponerse de acuerdo para las elecciones presidenciales, no . 11. gó a estructurar una fuerza nacional estable,,quizá porque tradicionalmen-

|i< eito se había logrado a través de la autoridad'presidencial.

En las elecciones nacionales, la U C R obtuvo algo menos de la mitad de los v. .tos, aunque en 1928, cuando Yrigoyen-fue plebiscitado, se acercó al 60%. I . . . conservadores reunidos obtuvieroj/entre el 15% y el 20% y los socialis­ta' entre el 5% y el 10%, con excepción de 1924 - e l año de la mayor absten-

i en que ascendieron al 14%/Los demócratas progresistas tuvieron una evolución similar, aunque coryeifras algo menores. Así, la U C R fue en reali­dad el único partido nacional, y sólo enfrentó oposiciones, fuertes pero lóca­lo., (Mi cada una de las provincias, incluyendo grupos escindidos de su tronco, . oí no el bloquismo sanjuanino o el lencinismo mendocino.

I .a participación, finalmente, arraigó y se canalizó a través de los partidos, .orno lo testimonian las cifras de 1928 y la intensa politización previa de toda la sociedad, que finalmente estaba haciendo uso de la democracia. Pero en cambio el delicado mecanismo institucional, que también es propio de las

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democracias, n o llegó a constituirse plenamente, y la responsabilidad le cupo / a todos los actores.

La reforma electoral preveía un papel importante para las minorías, de control del E jecut ivo desde el Congreso. Esa relación, que de algún modo I podía remitirse a las prácticas institucionales anteriores, se mezclaba con otra nueva, que debía aprenderse, entre el presidente y la oposición. Si bien las relaciones d e l gobierno con los sectores ttadicionales no fueron malas al principio - c i n c o de los nuevos ministros eran socios de la Sociedad Rural- , las que m a n t u v o c o n la oposición política fueron desde el principio difíciles. I Yrigoyen comenzó su gobierno con un Parlamento hostil , al igual que la ma­yoría de los gobiernos provinciales, y buena parte de su estrategia se dirigió a aumentar su escueto poder. Para ganar las elecciones, usó ampliamente el presupuesto del Estado, repartiendo empleos públicos entre sus "punteros", aunque en Buenos Aires la competencia con los socialistas lo llevó a emplear métodos más modernos. En 1918 logró obtener la mayoría en la Cámara de Diputados, pero la clave seguía pasando por el control de los gobiernos pro­vinciales, decisivos a la hora de votar. N o vaciló en intervenir las provincias desafectas, organizando luego elecciones en las que triunfaban sus candida­tos, y así su poder aumentó considerablemente, aunque nunca logró afirmar­se en el Senado, y tropezó con dificultades imprevistas en Diputados, donde los legisladores opositores empezaron a encontrar aliados en muchos radica­les que no aceptaban los métodos del presidente.

Yrigoyen planteó un conflicto con el Congreso desde el primer día de su mandato, cuando descartó la tradicional ceremonia de la lectura del mensa­je, y envió una breve comunicación, que leyó u n secretario. Simbólicamen­te, desvalorizaba al Congreso y desconocía su autoridad, del mismo modo J que lo hizo todas las veces que aquél, por la vía de la interpelación, intentó controlar sus actos: el presidente y sus ministros no sólo no asistieron sino / que le negaron injerencia e n los actos del Ejecutivo. Este cortocircuito inst i - ! tucional fue más evidente aún con las intervenciones federales. Durante los seis años se sancionaron diecinueve, y sólo Santa Fe no fue intervenida nun­ca. Sólo en cuatro ocasiones se solicitó una ley parlamentaria para intervenir provincias administradas por radicales, en las que había que terciar en con­flictos internos. En quince ocasiones se hizo por decreto, ignorando al Con -greso, para eliminar gobiernos adversos y "dar vuelta" situaciones provincia- í les. E l método, en nada diferente al de Juárez Celman o Figueroa Alcorta , fue exitoso: en 1922 el oficial ismo sólo perdió en dos provincias.

S i Yrigoyen reiteraba prácticas muy arraigadas, que otros retomarían lúe go, su justificación era novedosa: el presidente debía cumplir un mandato y

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MUÍ misión, la "reparación", para la que había sido plebiscitado, y eso lo bilocaba por encima de los mecanismos institucionales. Quizá por eso el "apóstol" empezó a ser deificado por sus seguidores. Más allá del contenido

esa reparación, lo cierto es que los mecanismos democráticos difícilmente |Midieron arraigar en ese clima de permanente avasallamiento autoritario.

Is curioso que quienes se convirtieran en custodios de la pureza institu-l l i i l i a l fueran aquellos que, en otras ocasiones antes y después, manifestaron H« IIM> aprecio por dichos mecanismos. Lo cierto es que tanto conservadores t*iiliu i radicales disidentes -encabezados por el hábil Vicente G a l l o - se hicie-mu Inertes en la defensa del orden institucional, y lo hicieron enconada-nii ule, junto con socialistas y demoprogresistas, y hasta salieron a la calle, en | l ngitado año 1918, para reclamar por sus fueros. De ese modo, mientras el fiida alismo y su caudillo hacían una contribución sustancial a la incorpora-||ón ciudadana a la vida política - e n u n estilo tradicional y moderno a la Vvx fallaban no sólo en el afianzamiento sino en la puesta en valor ante la i ludadanía del sistema institucional democrático.

( nmcv Sáenz Peña, Alvear se benefició de la máquina montada, que en I ' ' . ' . 1 lo eligió canónicamente y con escasa oposición. Es posible que su elec­ción por Yrigoyen apuntara a limar asperezas con unos sectores opositores cuya gfuv it ación, reconocía. Pero Alvear avanzó mucho más en ese camino. En su yiil'inete sólo se sentó un ytigoyenista, el ministro de Obras Públicas. Limitó la litación deVnuevos empleos públicos y aceptó las funciones de control que lliM nacionalmente le conespondían al Parlamento, cuyas relaciones cultivó i o n cuidado. Sobre todo, n o dispuso intervenciones federales por decreto. El ilpiintlo partida\:io reaccionó en primer término, pues la distribución de peque-iii i nnpleos públicos era la principal herramienta de los caudillos locales: el popular" Yrigoyen fue contrapuesto al "oligárquico" Alvear. Pero además A l -

H | r «e fue apoyando en quienes en distintas ocasiones se habían opuesto a Yi li:< iyen o habían cuestionado sus métodos, y los seguidores del viejo caudillo |»ioiito formaron una corriente cada vez más hostil al gobierno. A fines de

H L 3 Alvear pareció inclinarse decididamente por e l grupo opositor, al nom-f i n ministro del Interior a Vicente Gallo, quien junto con Leopoldo Meló Un abuzaba la corriente denominada antipersonalista. La división del radica­lismo se profundizó: e n 1924 presentaron listas separadas y pronto constituye-ion dos partidos diferentes. La disputa verbal fue muy intensa: unos eran "ge-l iul lcxos" , por su obediencia incondicional al jefe, y otros, "contubernistas", Irunii una nueva y afortunada palabra, que calificaba los acuerdos entre los i|M»t ¡personalistas, conservadores y socialistas. El ministro Gallo quiso recu-l i ii a los viejos y probados métodos para desplazar a los yrigoyenistas: dar e m -

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pieos a los partidarios e intervenir gobiernos provinciales adversos, pero A l ­vear no quiso abandonar hasta t a l punto sus principios. En jul io de 1925 fraca­só en el Congreso un proyecto de intervención a Buenos Aires, que era clave para la estrategia de Gallo, y é s t e renunció al ministerio.

Desde entonces Alvear q u e d ó en el medio del fuego cruzado entre anti­personalistas -que sólo pudieron arraigar firmemente en Santa Fe- y los yri-goyenistas, que hicieron una elección muy buena en 1926 y ganaron posicio­nes en u n Congreso convertido en ámbito de combate de las dos facciones. La polarización fue extrema, sumándose al grupo antiyrigoyenista sectores provinciales disidentes, como e l lencinismo mendocino o el cantonismo san-juanino, de fuerte estilo populista, sólo unidos con sus socios por el odio al jefe radical.

La derecha conservadora estaba por entonces totalmente volcada a impe­dir el retorno de Yrigoyen, en quien veía encarnados los peores vicios de la democracia: ya lo presentaban como el agitador social, ya como el caudillo autoritario, ya simplemente como la expresión de la chusma tosca e incom­petente. Tal imagen era presentada, con diversos matices, por La Nación o La Prensa y, para un público más popular, por Crítica, convertida en centro de la campaña antiyrigoyenista. De momento, su oposición no suponía un cues­tionamiento del régimen político, pues estaban decididos a jugat la carta electoral, reuniendo en un gran frente a toda fuerza hostil al caudillo, inclu yendo al grupo de socialistas que, encabezado por A n t o n i o de Tomaso y Fe­derico Pinedo, acababa de separarse del viejo partido para formar el Partido Socialista Independiente.

A diferencia de 1916, la derecha política estaba segura de sus objetivos, \ del apoyo que tenía entre las clases propietarias, pero empezaba a manifestar/ se una ambigüedad acerca de los medios: si la carta electoral fallaba -empé zaba a pensarse- habría que jugar o t r a que, de una u otra manera, terminara con u n régimen democrático que no aseguraba la elección de los mejores. Hn favor de esa postura actuaban distintos grupos políticos e ideológicos quej aunque minoritarios, habían contribuido a la nueva galvanización de la del recha. Desde La Nueva República, fundada en 1927, los jóvenes maurrasial nos, corno los hermanos Rodolfo y J u l i o Irazusta o Ernesto Palacio, descarga 1

ban sus baterías contra e l sufragio universal y la democracia oscura, que de bía ser reemplazada por la segura dirección de un jefe, rodeado de una élite y legitimado plebiscitariamente. Pronto la Liga Republicana que formaron sa lió a la calle, aun cuando quedó claro que eran incapaces de revivir las movi lizacionesde 1919. U n a "marcha soh>re Roma" era impensable, de modo qui­los ojos se volvieron h a c i a las Fuerza s Armadas, a las que Leopoldo Lugones

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I l l id - i i .ipelado en 1924, en unas conferencias que el Ejército editó para MMt«ain>> de sus oficiales, y que La Nación ya había difundido en aquella ttrt«i"u I , i adhesión manifiesta del general José Félix Uriburu, que acababa l i t pa'.ai a retiro, permitía sin duda alentar esperanzas de un golpe militar HMJHH i i . l o r , y esa era la oferta que desde los grupos nacionalistas se hacía a I H M i l i n ti ulavía indecisa entre la vieja República liberal y las promesas de la

JM^ia Ib-pública nacionalista. I .»•• expectativas de los nacionalistas con las Fuerzas Armadas eran exage-

imliti, máxime cuando no había una crisis social que justificara, como en |H |U, la levisión de los principios institucionales en los que habían sido sóli-I|NHU nu educados. Si las Fuerzas Armadas experimentaron malestares va-IttM i l u i a n i e el gobierno de Yrigoyen, todo se solucionó en el período si-gMlthii Bajo la conducción clel general Justo, ministro de Guerra, se habían e q u i p a d o adecuadamente, y grandes edificios junro con grandes maniobras ||i l i i ibian dado al Ejercito una buena visibilidad social. El presidente Alvear » Mu •••naba sensible a los planteos del grupo de los ingenieros militares, preo-Hi|Mil"< desde la Primera Guerra Mundial por la cuestión de las "dependen­t e * 11 I I ¡cas". En 1927 se creó la Fábrica Mil i tar de Aviones, y desde 1922 un Htllli a bnrique Mosconi, presidía Yacimientos Petrolíferos Fiscales, creado |MII \ ig< >yen cuando su período ya expiraba. Bajo la dirección de Mosconi -•f«M al igual que Justo era ingeniero m i l i t a r - la empresa se expandió en la Mpl< ' i ación y, gracias a la construcción de su refinería en La Plata, avanzó en td un n ado interno, poblando el país con sus característicos surtidores. Pero • IMIMII .ateamente, y al calor de la expansión del automóvil, también crecie-l u i i las grandes empresas privadas: la británica Shell y la norteamericana hl . indaid O i l , que actuaba en Salta, de modo que la competencia empezó a t i n o e i t i r al petróleo en un tema de discusión pública.

Fuerzas Armadas, y particularmente el Ejército, estaban oc upando un ai i ada vez más importante en el Estado, y en la medida en que definían

p i l e n ••.es propios, se convertían en un actor político de consideración. Tam-T h ellas estaban asediadas por propuestas diversas: la relación de sus oficia-

» ' u n la derecha liberal tradicional era estrecha, así como era sólido el )i|ol< sionalismo inculcado por el general Justo, pero también eran estrechas

anulaciones con la Liga Patriótica, y fuerte la interpelación que llegaba M k l e los nuevos ideólogos nacionalistas. La vuelta al gobierno de Yrigoyen fPtit i nal izó viejos resquemores - p o r su tendencia a manejar los ascensos con I " 11 Herios del comité- y sin duda polarizó a los oficiales, como al país todo,

i n significativamente, en las elecciones del Círculo Mi l i tar de 1929 se Ipuso la lista del general Mosconi, contra otra simpatizante con la oposi-

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62 BREVE HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE LA ARGENTINA

ción. Q u i e n se perfilaba como la cabeza natural de ella, el general Uriburu, dirigía sus acciones desde el Jockey Club, y en realidad carecía de sólido arraigo en ún Ejército cuya conducta era todavía u n enigma.

La vuelta de Yrigoyen

Desde 1926 la opinión se polarizó en tomo de la vuelta de Yrigoyen, y la discu­sión se propagó a todos los ámbitos de la sociedad. El yrigoyenismo, impulsado por una carnada de nuevos dirigentes, desarrolló ampliamente su red de comi­tés y fortaleció la imagen mítica del caudillo. Aunque tradicionalmente Yrigo­yen se había negado a identificar su "causa regeneradora" con cualquier pro­grama explícitamente definido, en esta ocasión utilizó, junto con la consigna de derrotar al "contubernio", la bandera de la nacionalización del petróleo. Se trataba de una situación curiosa, pues durante su primera presidencia el tema no le había preocupado mayormente, mientras que los mayores avances en esa línea debían atribuirse, sin duda, a la administración de Alvear. Pero -como empezaba a descubrirse- en la democracia de masas las consignas son eficaces por la cantidad de motivos ideológicos que logran reunir. En los años anterio­res el problema petrolero se había instalado en la discusión pública, y la pre­sencia extranjera era asociada con su manifestación más agresiva: la norteame­ricana de la Standard O i l . La bandera de la nacionalización coincidía cora la prédica de los sectores militares preocupados por asegurar la aj^arauía del país respecto de los recursos estratégicos, sé vinculaba conTa nueva y fuerte hostili­dad de los sectores terratenientes hacia Estados Unidos, a partir del con­f l i c to de las carnes, y enraizaba finalmente en u n sentimiento antinortea­mericano de más larga data, que asociaba unívocamente la metrópoli del nor­te con el "imperialismo". Pero sobre todo, da la impresión de que de alguna manera el petróleo aparecía como la panacea que aseguraría la vuelta a la pros­peridad, una fuente de rentas tan abundante que con ellas podría asegurarse a la vez la prosperidad d e los sectores propietarios, del Estado y de la sociedad que, de un modo u o t r o , obtenía sus recursos de ambos. Es difícil saber cuánto influyó esta bandera —ciertamente moderna- en la campaña y cuánto una ad­hesión mucho más personal al viejo caudillo. Lo cierto es que su victoria de 1928 fue triplemente notable : por la cantidad de gente que participó, por los votos que recibió Yrigfoyen, que rondaron el 60%, y por haber sido obtenida casi desde el llano, sin la bendición presidencial.

El proyecto de nacionalización, aprobado por la Cámara de Diputados, se detuvo en el Senado, - y hasta tanto lograra resolver la cuestión, Yrigoyen se

LOS GOBIERNOS RADICALES, 19164930 63

i M i . " i " i r a que afectaba más directamente sus relaciones con los sectores

|i|npi .1. I I ios. Invitada por el presidente, vino al país una misión comercial ••••(iii. . i , cncaberada por lord DAbernon . El acuerdo firmado estableció fuertes

t o n . • a. mes comerciales a los británicos, asegurándoles el suministro de mate-MHII • <• los terrocai riles del Estado, así como un arancel preferencial a la seda •lililí, tal, a cambio de la garantía de que seguirían comprando la carne argenti-u<< I Me Halado, que suponía importantes concesiones sin un beneficio claro, lili» iita a Yrigoyen solidarizado con la corriente, fuerte entre la élite, de robus-

IIIM relaciones bilaterales con Gran Bretaña, en desmedro de las nuevas

i ou I .i.idos Unidos. |Vio esta coincidencia no bastaba frente a la exacerbación del conflicto

pul lo , o. Lanzado a conquistar el último baluarte independiente -e lSenado-11 tu ib i . rno apeló a los clásicos mecanismos: amplio reparto de puestos públi-HM m i ) lo cual saldaba su deuda con el aparato partidario, fiel durante los .iHu de abstinencia- e intervención a gobiernos provinciales adversos: esta

^ H k tocó a Santa Fe, baluarte antipersonalista, a Corrientes, y sobre todo a I in loza y San Juan, donde se desató un largo conflicto institucional acerca di 11 aprobación de los diplomas de los senadores ya electos. En esas provin-I In», donde ya se habían registrado episodios de violencia, se agregó uno nue-

asesinato de Carlos Washington Lencinas, el caudillo mendocino, en Mil in l o en el que la intervención federal apareció comprometida.

|'\e que la oposición, abrumada por los resultados electorales, ya Imbieia desesperado de desalojar a Yrigoyen por métodos institucionales, y no •pi -' iara en su real significación las consecuencias inmediatas de la crisis eco­

nómica mundial, estallada en octubre de 1929. La caída de las exportaciones y • I i« i ao de los fondos norteamericanos afectaron a las empresas ferroviarias y in ii a unas, vinculadas con el comercio exterior, y también al gobierno. La fuer-i i Inflación, las reducciones de sueldos y los despidos se reflejaron inmediata-I I I I u le en los resultados electorales: en marzo de 1930, y con el apoyo de la • -p-1 u i ón toda, los socialistas independientes derrotaron en la Capital tanto a (no radicales como a los socialistas, y en otros puntos el gobierno también re-i i " i i dio. Sin embargo, a esa altura todas las voces de la oposición, desde Crítica

la Liga Republicana o los estudiantes universitarios reformistas, clamaban por la caída del gobierno. La senilidad atribuida al presidente y su incapacidad paia dar respuestas rápidas a la crisis, así como la pública lucha por su sucesión

entre el vicepresidente Enrique Martínez y el ministro de Interior, Elpidio i II mzález-, daban un nuevo y contundente argumento a los opositores.

I .as discusiones giraban acerca de si se buscaría una solución institucional o si se apelaría a una intervención mil i tar ; si con el nuevo gobierno se inten-

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64 BREVE HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE LA ARGENTINA

taríauna reinstitucionalización según los moldes tradicionales o si había lle­gado la ocasión de la Nueva República, inspirada en alguno de los modelos que por entonces ofrecía Europa. Probablemente la élite oscilara entre am­bas soluciones, una alentada por los dirigentes políticos y por el grupo de militares que seguía al general Justo y otra por los ideólogos nacionalistas que rodeaban al general Uriburu. Sólo cuando ambos jefes se pusieron de acuer­d o , pudo producirse el golpe de Estado, el 6 de septiembre de 1930. La resis­tencia de las instituciones fue casi nula - e l día anterior, Yrigoyen había pedi­d o licencia en su cargo-, pero también las fuerzas movilizadas por los suble­vados f u e r o n escasas, y su grueso estaba constituido por los bisónos cadetes de l Colegio M i l i t a r . Igualmente escasa fue la movilización a favor del presi­dente caído, que poco antes casi había sido plebiscitado.

La indiferencia con que fue acogido el f in de una experiencia institucio­na l sin duda importante obliga a una reflexión acerca de su consistencia. En buena medida, el proceso de democratización completó la larga etapa de aper­tura y expansión de la sociedad iniciada cinco décadas atrás y aparecía como su coronación natural: la incorporación creciente de sectores sociales cada vez más vastos a los beneficios de la sociedad establecida, que más allá de la crisis de 1917-1921 caracteriza a este período, supuso finalmente una am­pliación de la ciudadanía, inducida al principio desde el Estado pero final­mente asumida por la sociedad, como lo testimonia el espectacular aumento de la participación hacia el f inal del período.

Pero a la vez era necesario traducir institucionalmente ese proceso, poner en marcha las prácticas requeridas y arraigarlas de tal modo que su ejercicio resultara natural, y aquí los gobiernos radicales no lograron avanzar lo suficien­te como para que esas instituciones aparecieran para la sociedad como un valor que debía ser defendido. Podría decirse que el radicalismo no logró desprender­se de las prácticas corrientes en el viejo régimen -aquellas estigmatizadas con una expresión muy gráfica: el unicato- y subordinó el desarrollo de las nuevas prácticas a las exigencias de la antigua costumbre. Por su parte, una oposición a menudo facciosa hizo poco por hacer semejar la enconada lucha política a un diálogo constructivo entre gobierno y oposición, e hizo mucho menos por de­fender a ultranza unas instituciones de las que las clases propietarias desconfia­ron desde el principio.

El balance no estarfa completo si no se agregara que democracia y radica­lismo advinieron en el preciso momento en que las circunstancias propicias para su florecimiento c a m b i a b a n bruscamente, por más que la sociedad tar­dara e n percatarse de ^ l l o . La Primera Guerra Mundial cambió sustancial-mente los datos del func ionamiento de nuestra economía, puso en cuestión

LOS GOBIERNOS RADICALES, 1916-1930 65

Ú | L U H . que el país ocupaba en el mundo y desató una serie de conflictos „ ,| ,ue en ocasrones se manifestaron con violencia. Quien gobernara ,| ,,,„.. . , , podía conformarse con las antiguas fórmulas y debía inventar * L , imaginativas. Si además pretendía gobernarlo democraticamen-, 11 |in' encontrar las formas institucionales de resolución de los contl.c-„ „ pliando los espacios de representación y de discusión, así como los 1 -.nu « estatales de regulación, y en ambos aspectos el déficit de las admi-„ , .„ . ,cs radicales fue grande. Estas cuestiones, tanto o más que las vincula-,| , I,, democracia institucional, dominaron el período siguiente.

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I I I . La restauración conservadora, 19304943 •

MI dr iembre de 1930 el general José Félix Uriburu asumió como presb d»-iih pnivisional y el 20 de febrero de 1932 transfirió el mando al general A t f i M i n I ' . Justo, que había sido electo, junto con el doctor Julio A . Roca, en l int ii i n b i r del año anterior. En el ínterin, el gobierno provisional había rea-IIHIIH una elección de gobernador en la provincia de Buenos Aires, el 5 de •«bul di 1931, en la que triunfó el candidato radical Honorio Pueyrredón, y qui lm anulada. El episodio muestra la incertidumbre en que se debatió el Kobh nu) provisional, vacilante entre la "regeneración nacional" o la restau-Hi i ini i i institucional.

Regeneración nacional o restauración constitucional

I i un i-rtidumbre era común a todos los sectores que habían concurrido a • Ii i ol-ar al gobierno de Yrigoyen e interrumpir la continuidacjjnstitucional. i a ii.anente coincidían en este primer objetivo, y se solidarizaban con el ynblrino cuando perseguía a los dirigentes radicales, dejaba cesantes a los Hftpleaiios públicos nombrados por el gobierno derribado o investigaba fan-|H»losa.s corrupciones. La mayoría también apoyaba la política de mano dura Itloptada con el movimiento social: la intervención en los puertos para ppmiimar allí el control sindical, las deportaciones de dirigentes anarquistas o i omimistas -perseguidos por la nueva Sección Especial de la Policía-, y b I . I . I el fusilamiento del "anarquista expropiador" Severino d i Giovanni . I'i ni en rigor - y a diferencia de 1919-, en 1930 la movilización social era

• asa, la Depresión paralizaba la contestación, y las direcciones sindicales, • i asa mente identificadas con la institucionalidad democrática, habían he-V I O poco para defenderla. Éste no había sido el objetivo desencadenante de la revolución, como tampdco lo fue la crisis económica mundial , ausente

debate y cuyas vastas consecuencias parecían no advertirse todavía.

67

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70 BREVE HISTORIA. CONTEMPORÁNEA DE LA ARGENTINA

desde los más tradicionales de Buenos Aires hasta los más liberales de CórJ doba o Mendoza. El radicalismo antipersonalista, su competidor en el frenB en formación, se había desgranado luego de que muchos retornaran al viejd tronco, dirigido ahora por Alvear. El Partido Socialista Independiente sólu podía ofrecer u n a base sólida en la Capital, y también u n grupo calificado de dirigentes. Este conglomerado se unió tras la figura del general Justo, pero sin superar sus diferencias, al punto de que lo apoyaron con dos candidatos ¡i vicepresidente dist intos .

Justo -pieza centra l en esta alianza- podía presentarse como u n militai con vocación c i v i l , pero sobre todo como quien contaba con el respaldo del Ejército. Desde e l 6 de septiembre libró una guerra sorda con Uriburu por el cont ro l de los mandos principales, y salió tr iunfante . Su más f ie l sostén, el coronel Manuel A . Rodríguez, no sólo mandaba Campo de Mayo sino que fue electo presidente del Círculo Mil i tar , lo que atestiguaba el estado de ánl mo predominante en la institución. Los oficiales eran reclamados por dife­rentes grupos de activistas: los radicales, embarcados en conspiraciones, ION nacionalistas, igualmente activos, y los adeptos a Justo, que unían las bando ras del constitucionalismo con las del profesionalismo; pero en el grueso de ellos predominaba todavía la desconfianza hacia la política y una postula básicamente profesional, que inclinó la balanza en favor de Justo.

La mayor dificultad estaba en los radicales, que habían resurgido como el ave Fénix luego de la victoria de abril de 1931 y del retorno de Marcelo de Alvear quien, con la bendición de Yrigoyen, reunificó el partido. Tampoco entre los radicales estaban claras las opciones, pues muchos apostaban a l;i carta electoral y otros a derribar al gobierno provisional, con un movimiento cívico-militar. Los numerosos oficiales radicales conspiraron, y el gobierno utilizó las conspiraciones para desarmar a su más temible opositor político. En jul io de 1931 estalló e n Corrientes una revolución, encabezada por el coronel Pomar, que fue rápidamente sofocada permitiendo al gobierno dete­ner o deportar a la plana mayor del partido. Pese a ello, la Convención pro clamó la candidatura presidencial de Alvear, que el gobierno vetó aduciente l de modo especioso a la vez razones constitucionales y de seguridad. Los radi­cales volvieron entonces a su antigua táctica de la abstención, sin abandona i los intentos de conspiración, y dejaron el campo libre a la candidatura de Justo, que incluso pudo presentarse como u n término medio entre la dictadu­ra de Ur iburu y el extremismo subversivo de Alvear.

En la elección de novierr_ibre de 1931 lo enfrentó únicamente una coaliciói \ del Partido Socialista y el Demócrata Progresista, que proponían a dos presi i giosos dirigentes: Lisandro ele la Torre y Nicolás Repetto. Aunque eventual

LA RESTAURACIÓN CONSERVADORA, 1930-1943 71

NUMIM p - " l i . i i apitalizar la oposición al gobierno, tenía la debilidad de la escasa l i l i l í - 1 1 " ' partidaria fuera de la Capital y de Santa Fe, así como el conocido

M i I i * .ilisino de sus candidatos. En noviembre de 1931, y en una elección i h «i l ian i iie escandalosa, la fórmula encabezada por Justo obtuvo un triunfo

ifU» l i i i i i j m u í fue aplastante y permitió que la oposición ganara el gobierno de Hltrt pn -v un ia y una respetable representación parlamentaria.

| i i * Imiiias institucionales estaban-salvadas y la revolución parecía haber l i l i muí i.ln un puerto seguro. En el Congreso hubo un oficialismo y una opo-•I» Mu. q " 1 '<v desempeñó prolijamente y fue reconocida como tal , quizá por-

IIIii in y t it ros sabían que no competían realmente por el poder. La absten-ii idii al pesaría luego, pero de momento constituía una ventaja, pese al

•idi ule atención que pudo significar el multi tudinario acompañamiento lai il funeral de Hipólito Yrigoyen, muerto en jul io de 1933.

i liMiini:ar el oficialismo no fue una tarea sencilla. Justo procuró equili-1 |N I ' i i i l icipación de las distintas fuerzas en su gobierno, aunque fue noto-•ii leiieencia hacia los partidos conservadores, que sin embargo consti-

•lu MI unís sólida base. Sólo uno de sus ministros - e l de Obras Públicas, \. Ii i provenía de esas filas, aunque otros dos - e l canciller Carlos Saa-

I .unas y el ministro de Hacienda, Horacio H u e y o - de alguna manera W-i ian a ese tronco. Los antipersonalistas tuvieron dos ministerios -Leo-

J Meló en Interior y el santafesino Simón de Iriondo en Educación y M*iii t i y los socialistas independientes uno: A n t o n i o de Tomaso, urlb de ;« piil i i icos más respetados por Justo, y el único de origen plebeyo, fue m i -

Mlulin de Agricultura.

| W a que el Partido Socialista Independiente pronto declinó electoral-l l i i un y se disolvió, sus dirigentes, y particularmente De Tomaso y Federico h m d' cumplieron un papel fundamental en la estructuración de la alianza y i*li I.i Ii ilinación de lo que se llamó la Concordancia parlamentaria, así como

I diseño de las principales políticas del gobierno. Los partidos oficialistas jViinii las elecciones utilizando técnicas muy conocidas, sobre las que había

Hllii vasta experiencia acumulada, que combinaban el apoyo de la autoridad juti i ii alármente los comisarios- con el sistema del caudillismo, y explotaban

lm múltiples colusiones entre ambos. Mientras los radicales mantuvieron su |p|i mión, la aplicación de estos mecanismos sirvió principalmente para d i r i -Hlli Ins conflictos en el seno del oficialismo, pero desde 1935 se usó para blo-

H'iii el camino al partido conducido por Alvear. La ciudad de Buenos Aires )u\s expuesta a la opinión pública- se vio libre de ellos, y siempre ganó allí la Piwlejón; en la provincia de Buenos Aires, en cambio, se practicaron las for-

Itii* más groseras del fraude, que un gobernador, Manuel A . Fresco, calificó de

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72 BREVE HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE LA ARGENTINA

patriótico, diciendo loque seguramente muchos pensaban. Quizá sea significa­t iva la estigmatizaciónpor la sociedad de estas prácticas, en el fondo muy tra­dicionales, que revelahasta qué punto la cultura democrática había empezado a anaigar en la sociedad.

Intervención y cierre económico

La eficacia del gobierno debía quedar demostrada, ante la sociedad en gene ral y particularmente ante las clases propietarias, por su capacidad para en­frentar la difícil situación económica. La Depresión, que se venía manifcs tando desde 1928, persistió hasta 1932, golpeando duramente a lo que -pese a los cambios de la década anterior- era hasta entonces una economía abier ta. Cesó el f lujo de capitales, que tradicionalmente la había alimentado, y muchos incluso retornaron a sus lugares de origen. Los precios internaciona les de los productos agrícolas cayeron fuertemente -mucho más aún que en la crisis de 1919-1922- y aunque el volumen de las exportaciones no deseen dio, los ingresos del sector agrario y de la economía toda se contrajeron fuer­temente. Como el gobierno optó por mantener el servicio de la deuda exter­na, mucho más gravosa por la disminución de los recursos corrientes, debió ron reducirse drásticamente tanto las importaciones como los gastos del Estado, cuyo déficit pasó a convertirse en un problema grave.

Por otra parte, el dislocamiento de la economía internacional, ya anun ciado en la década anterior, era cada vez mayor. En la crisis, los países centra les utilizaron su poder de compra para defender sus mercados, asegurar el pago de las deudas y proteger las inversiones. Gran Bretaña se refugió en el protei • cionismo comercial y constituyó un "área" de la libra, defendida por el conl io| de cambios primero y por la inconvertibilidad de la moneda después. Idénti­co camino tomaron A l e m a n i a y Francia, y finalmente Estados Unidos, qutf en 1933 declaró la inconvert ibi l idad del dólar. Era u n mundo distinto, qur requería una política económica nueva e imaginativa. La adoptada inicial mente -por Uriburu y por Justo al principio de su gobierno- se había limita do a las medidas reactivas clásicas, y sólo incursionó tímidamente por nur vos caminos; a mediados de 1933, con la designación como ministro de I la cienda de Pinedo - c o n quien colaboró Raúl Prebisch-, se avanzó por un rumbo más novedoso, delineándose dos tendencias que habrían de perdutat largamente: la creciente intervención del Estado y el cierre progresivo de I.i economía. También o t i a , menos duradera pero de mayor trascendencia en Id inmediato: el reforzam iento de la relación con Gran Bretaña.

LA RESTAURACIÓN CONSERVADORA, 1930-1943 7^

A lincs de 1931 -poco antes de que Justo sucediera a U r i b u r u - se estable­ólo • I impuesto a los réditos, según un antiguo proyecto de Yrigoyen, siste-ticui i límente vetado hasta entonces, pero que en el nuevo clima de la crisis

t i n manos de un gobierno confiable- fue aceptado sin discusión por los M>IIMI< . propietarios. Las finanzas públicas dejaron de depender exclusiva-HlMin dr los impuestos a las importaciones o de préstamos externos. Suma-t l n ii I.i drástica reducción inicial de gastos, hacia 1933 el gobierno había Nqiiad" equilibrar su presupuesto.

Iiimbién de 1931 fue el establecimiento del control de cambios, median­il» f l i nal el gobierno centralizaba la compra y venta de divisas. Originaria-MNMllt loe una medida para enfrentar la crisis y asegurar la disponibilidad JtaMit 11 pago de la deuda externa, pero pronto se vio que constituía un pode-HNO In I I amento de política económica: desde el gobierno podían estable-t t l t i |'i i ' aidades para el uso de divisas, y esto era una cuestión que preocupa­da l io •••ilo a los distintos sectores internos sino, particularmente, a los dos

inii.li • aspirantes externos a disponer de ellas: Gran Bretaña y Estados U n i -M I n noviembre de 19 3 3, una sustancial reforma estableció dos mercados

• miibio; uno, regulado por el Estado, administraba las divisas provenien-Hw dt l.r. exportaciones agropecuarias tradicionales, mientras que en el otro W iinupiaban y vendían libremente las originadas en préstamos recibidos o • | l Mp>"ilaciones no tradicionales, como las industriales.- Pa*a el primero, la lito .ilii i . ion fue mínima, aunque se estableció una diferencia del 20% entre t | |«ii i i ' ule compra y el de venta. El Estado se hizo de una importante masa de | t i n i " " -, y sobre todo pudo decidir sobre su uso. Así estableció una serie tlt> piiniidades para vender las divisas que controlaba: el servicio de la deuda M l i ni i era la primera; luego, atender las importaciones esenciales, y en ter-M H uuino las remesas de las empresas de servicios públicos, como las ferro->|HH o En el segundo mercado se negociaban las escasas divisas restantes, M l i ' " pata la importación de bienes de consumo como para atender al equi-

JMtni' oí o de las empresas. T^Vim/ando sobre el control de las finanzas, en 1935 se creó el Banco

l l f n l , cuya función principal era regular las fluctuaciones cíclicas de la ' 1 monetaria, evitando tanto una excesiva holgura como la escasez, así |li i nnt rolar la actividad de los bancos privados -que participaban de su

| i . m i i u , sobre todo en el manejo de sus créditos. El Instituto Moviliza-H di Inversiones Bancadas asumió la liquidación ordenada de los bancos

|lil|.i i . I i is por la crisis. También para atenuar los efectos de las crisis cíclicas | di Ii nder a los productores locales, se comenzó a regular la comercializa-• l de la producción agropecuaria. Utilizando los fondos provenientes del

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74 BREVE HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE LA ARGENTINA

control de cambiosda Junta Nacional de Granos aseguró un precio míniiinl para los productores rurales, evitándoles tener que vender en el peor m i mentó. La Junta Nacional de Carnes apuntó al mismo objetivo, aunque limi­tada a l escaso sector del mercado que escapaba a los frigoríficos extranjero1», El sistema se extendió también a productos extrapampeanos como el algo­dón y e l v i n o .

Por ese camino, el Estado fue asumiendo funciones mayores en la activi­dad económica, y pasó de la simple tegulación de la crisis a la definición d i reglas de juego cada vez más amplias, según un modelo que teorizó el econo­mista británico John Maynard Keynes y que empezaba a aplicarse en todo el mundo. A la vez, el conjunto de la economía fue cerrándose progres i vamen te a u n mundo donde también se dibujaban, con nitidez creciente, áreas reía tivatnente cerradas. Era todavía una tendencia incipiente, impulsada por fac­tores coyunturales, pero que se fue afirmando progresivamente, y estimule) modificaciones que finalmente la harían irreversible.

La más importante tuvo que ver con la industria, cuya producción co­menzó a crecer en el marco de la crisis, y siguió haciéndolo luego de la recu­peración de la segunda mitad de la década. Con la prosperidad de las décadas anteriores se había constituido en el país un mercado consumidor de impor­tancia. El cierre creciente de la economía, los aranceles y la escasez de divisas creaban condiciones adecuadas para sustituir los bienes importados por otros producidos localmente, sobre todo si la producción no exigía una instalación fabril muy compleja o si ya existía una base industrial, que podía ser utilizada más intensamente. Esta se había extendido en la década de 1920 y siguió expandiéndose, sobre las mismas líneas, luego de 1930. Creció mucho el sec­tor text i l , pero también la mayoría de las actividades volcadas al consumo: alimentos, confecciones y productos químicos y metálicos diversos. Los gran­des capitales, vinculados hasta entonces en forma predominante a las activi­dades agropecuarias para la exportación, acentuaron su orientación hacia la industria. El más importante grupo exportador, Bunge y Bom, que ya tenía otras industrias, instaló en 1932 la empresa text i l Grafa, precisamente en la rama por entonces m á s dinámica. Lo mismo hicieron otros grupos económi­cos tradicionales, c o m o Leng Roberts o Tornquist -que combinaban activi­dades agropecuarias c o n industtiales o financieras-, y también nuevos inver­sores extranjeros: significativamente, a mediados de la década de 1930 se instalaron tres grandes empresas textiles norteamericanas, Anderson Clay-ton, Jantzen y Sudamtex, y en seguida Ducilo, dedicada al hilado sintético.

La sustitución de importaciones ofrecía el atractivo de u n mercado exis­tente ^ cautivo, y una ganancia rápida. U na vez satisfecho, era más conve-

I A RESTAURACIÓN CONSERVADORA, 1930-1943 75

llUtlt- p e a . i oirá rama, igualmente insatisfecha, antes que profundizar la IHtfrMliHi i ii I.i anicrior. A esro concurrieron factores de distinto tipo. Como M H M H I H D l'iige Silbato y Jorge Schvarzer, la vieja dinámica de los sectores

BtfHitide diversificación en distintas actividades sin atarse definitiva-II» . i un,), encontró en la industrialización sustitutiva un nuevo campo,

•* ipleinentó posteriormente con la inversión inmobiliaria. Por otra I i ibinación de un mercado cerrado y algunas pocas grandes em-

' pin i .ida rama o actividad tornó poco relevante la presión por la ma-t l l i Ii in I.i o el mema" precio. Lo eran, en cambio, las reglas de juego que í : 111 a.uli) , ya fuera por la vía de los aranceles o del tipo de cambio. Así,

i l u i in i i uto industrial abrió un nuevo campo de negociación entre los I o n pu ipietarios y el Eslado. | o* i .iitibios en el sector agropecuario fueron menos notables, sobre todo

II |H M ia. ni pampeana. La ganadería siguió retrocediendo respecto de la agri-M l l l u i 'C 'I i.i;u;il que en la década anterior. La producción agrícola no decayó,

al d. i n nube de los precios, aunque la situación de los productores se i l t l H i '.fusiblemente, en especial la de los más pequeños, y se fueron deli-• # • > • l.f. condiciones del éxodo rural, visible luego del comienzo de la i t t f u n . l 1 1 ¡i KM ra Mundial . Hasta entonces, las exportaciones de maíz crecie-l u i i i i i in bu en los años centrales de la década aprovechando un período de M>i|uii i ii listados Unidos- , lo que influyó tanto en el equilibrio fiscal como H i la u f a iva prosperidad de la economía entre 1934 y 1937, al punto de que • I M • I i . n is se manifestaron en el estímulo a la industria y la construcción. El i H i n b i . . mas importante se produjo fuera del área pampeana, donde crecieron •Jyiiiin- i altivos industriales orientados al mercado interno, y muy especial-n i i n i . i I del algodón, que desde 1930 se consumía casi íntegramente en el p.i i - I o ti ¡do el nordeste se extendió la ocupación de nuevas tierras, iniciada H I I i di i ada anterior, y se constituyó u n amplio sector de pequeños produc-l o n M dependientes de un sector comercial e industrializador muy concentra-t|n I a o bien aquí el Estado intervino para regular la comercialización.

I o suma, la crisis y las respuestas de índole coyuntural habían creado una ^ H ) de condiciones nuevas que hacían muy difícil el retorno a la situación pu i I I Podía discutirse si el equilibrio y la relativa prosperidad que se adver-llu ba. ia 1936 - y que se manifestaba en una reactivación de la protesta sin-lld ul debía atribuirse a esos cambios o simplemente -como ha planteado A i u i n i ( VConnel l - a una transitoria prosperidad de las exportaciones. Pero id i ii a ie de la economía, la intervención del Estado y un cierto crecimiento lili lu'.i i lal parecían datos sobre los que no se podía retornar.

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16 BREVE HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE LA ARGENTINA

La presencia británica

Estos cambios se fueron produciendo gradualmente, sin suscitar grandes d l l / cusiones n i polarizaciones. En cambio, la cuestión de la relación con Gran I Bretaña - q u e se venía debatiendo desde la década anterior- resultó muchj

I más controvertida. Presionada por el avance de Estados Unidos, y en el matj co de la crisis desatada en 1930, Gran Bretaña optó por reconcentrarse en sil Imperio, fortalecer sus vínculos con las colonias y dominios y acotar en ellni

/ la presencia estadounidense. A la vez, en un contexto mundial de restricciiI nes financieras, se propuso defender sus antiguos mercados y salvar sus ingtvJ sos provenientes de préstamos o inversiones antiguas. N o todos los objetivo! eran compatibles, de modo que al establecerse las prioridades había un mniJ gen considerable para la negociación. En 1932, la Conferencia Imperial d* Ottawa inclinó la balanza hacia los miembros del Commonwealth, quienJ tendrían preferencia en las importaciones británicas. Entre otras medidas, I decidió reducir en un tercio las compras de carne congelada argentina, qud podía reemplazarse por la de Australia, y en u n 10% la enfriada, t o m a n J para esto como base las compras de 1932, ya muy bajas. Se trataba de ud punto extremadamente sensible para la Argentina, quizá no tanto por su importancia económica intrínseca como por la magnitud de los interesri constituidos en torno de la exportación de carne: productores, frigoríficos l empresas navieras eran capaces de presionar fuertemente sobre el gobierno, A la vez, el gobierno argentino poseía un arma también decisiva: la polítit 4

\a y el control de cambios permitían discriminar las importación!-! i y regular el monto de las divisas que sería utilizado para pagar el servicio de I i deuda británica, para seguir comprando productos británicos o para remitir las utilidades de las empresas británicas instaladas en la Argentina. En uiv contexto de escasez de divisas, y con fuertes demandas de los intereses o J merciales norteamericanos, el punto se convertía en sumamente importaní bara Gran Bretaña.

I En 1933 una misión encabezada por el vicepresidente Julio A . Roca ncg. • /ció en Londres las condiciones para el mantenimiento de la cuota argentina d« / carne. Ello era v i t a l para asegurar la credibilidad del gobierno entre los diverso!

i sectores ligados a l a actividad pecuaria, y en este aspecto obtuvo un éxito rel.i I t ivo : se mantendrían las condiciones de 1932, y se consultarían eventualei \s posteriores que fueran necesarias. N o logró gran cosa en su según \o objetivo: aumentar la participación de los productores locales en el contri 'I

de las exportaciones, de modo de negociar en mejores términos con los frigi >i f J fieos, i^l tratado, f ir-mado por Roca y el ministro británico Runciman, limitó ,i|

LA RESTAURACIÓN CONSERVADORA, 1930-1943 77

\%% «I cupo que podría ser manejado por frigoríficos nacionales, entre los WUtli" '-e preveía que podría existir uno de tipo cooperativo, sin fines de lucro. A mmbio de eso, Gran Bretaña se aseguró de que la totalidad de las libras gMM'iadas por este comercio se emplearían en la propia Gran Bretaña: en el 1*1011 de la deuda, en la importación de carbón, material ferroviario o textiles

1*1 ii los que se establecía un tratamiento arancelario preferencial- y en la I f H t l ' i ' »n de utilidades de empresas británicas. A la vez, se estipulaba un "trata-H » > U ! " benévolo" para esas empresas, que estaban sometidas a múltiples d i f i -Hlll»»drs, Se trataba sin duda de una gran victoria para los británicos: a cambio 4p| Miantenimiento de la participación argentina en el mercado de carnes - u n NPtfiK i« i en el que los empresarios británicos eran el socio principal- se asegu-H l w i i el cobro de los servicios de sus antiguas inversiones y el control de partes Mgttllli .a ivas de un mercado interno amenazado. Los norteamericanos, por su |DMb discriminados con los aranceles y con el uso de las divisas, retrocedieron Kt NI»' mercado, aunque luego contraatacaron realizando inversiones indus-MMli < que saltaban la barrera arancelaria. La tendencia al bilateralismo con l l t r t i i Hietaña, insinuada en 1929 con el Tratado D A b e r n o n , quedó amplia-NttHin unificada.

I I "ttatamiento benévolo" apuntaba a reflotar empresas británicas en d i -f lui l t . i . les : las ferroviarias y las de transporte urbano. Los ferrocarriles esta-I M I I .ilenazados por gastos fijos muy altos, una reducción general de su activi-t j*d y I.i creciente competencia del transporte automotor, estimulado por la MMpiii.it ica construcción de caminos iniciada en 1928 y mantenida con v i -0 i l poi Insto. El camión solía llevarse la parte más apetecible del negocio de MlM'i. v a la vez estimulaba las importaciones de automotores, repuestos y HPMlintticos de origen norteamericano. El tratado aseguró a las empresas que Mmli i.in enviar sus ganancias, pero éstas fueron mínimas a lo largo de toda la ||#i iid.i Algo parecido ocurría con la empresa Anglo de tranvías de Buenos Allí« propietaria también de la primera línea de subterráneos-, víctima de M • t mipeiencia de los taxis colectivos, más rápidos y eficaces. El "tratamien-)fi pu leiencial" consistió en la creación de una Corporación de Transporte t i * I.i < iu< lad de Buenos Aires, que despertó la indignación general sin lograr Mi ob|. i ivo: que los colectiveros se incorporaran a ella y cesaran con su com-pH. n. la, En ambos casos, se trataba de empresas que habían dejado de ser IMii . ib l i " , y que, por otra parte, no habían hecho las inversiones necesarias j t i t i . i . • ni'.ervar su peso, de modo que el "tratamiento preferencial" sólo bus-i . ib i I I ii neniar algunas ventajas monopólicas y dilatar su ineludible deterio-911, p.na el cual los directivos empezaron a trazar una nueva estrategia: ven-i l n l I . al Estado.

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78 BREVE HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE LA ARGENTINA

Pese a que los beneficios no eran parejos para todos los involucrados, I tratado d e Londres fue apoyado por los diversos grupos propietarios: cusinJ do se discut ió en el Congreso, la oposición más consistente fue la del Part i* do Socialista, preocupado por las repercusiones que estos arreglos tendrían sobre los consumidores locales. Sin embargo, casi de inmediato afloraron los conf l ic tos entre los distintos intereses: los frigoríficos, los ganadero» "invernadores", que suministraban la carne para el enfriado y habían con] servado casi intacta su cuota en el mercado británico, y el grueso de ION "criadores", que debían optar entre la exportación de carne congelada di» menor ca l idad, la venta a los invernadores o el consumo interno. Los gran­des invernadores, más estrechamente vinculados con los frigoríficos, se exJ presaban a través de la Sociedad Rural; los criadores organizaron la Confe­deración de Asociaciones Rurales de Buenos Aires y La Pampa ( C A R B A I » ) ,

vocero de sus intereses sectoriales. En el acalorado debate, no se discutió* ron tanto los términos del tratado como la forma en que los frigorífica habrían de manejar los precios internos, las ventajas relativas de unos pro­ductores y otros, y la posibilidad de que los productores participaran en su regulación a través de un frigorífico corporativo, utilizando la cuota del 15% que el tratado les reservaba. En 1933 se sancionó la ley que establecía una Junta Nacional de Carnes, destinada a intervenir de manera limitad;! en la regulación del mercado, y se disputó intensamente por la composi ción de su directorio. Dos años después se produjo el episodio más especta­cular del debate.

En 1935 el senador por Santa Fe Lisandro de la Torre, que ya había mani­festado reservas ante el tratado de Londres, solicitó una investigación sobro el comercio de las carnes en e l país y las actividades de los frigoríficos. LuJ senadores oficialistas reconocieron la existencia de abusos importantes poi parte de los frigoríficos, de precios excesivamente bajos pagados a los pro­ductores, prácticas monopólicas, evasión de impuestos y reluctancia ante la investigación. De la Torre fue más allá, y unió el ataque a los frigoríficos con una embestida muy fuerte contra el gobierno. Propietario rural él mismo, y dirigente de una sociedad rural santafesina, De la Torre había sido candidato presidencial en 1916 contra Yrigoyen y en 1932 contra Justo, y era por en tonces la figura destacada de la oposición parlamentaria de socialistas y de moprogresistas. Denunció que los frigoríficos, protegidos por las autoridades, no pagaban impuestos, ocultaban sus ganancias y daban trato preferencial a algunos ganaderos influyentes, como-el propio ministro de Agricultura, Luifl Duhau, que había siedo presidente de la Sociedad Rural. Fue una interven ción espectacular, q u e duró varios días, atrajo la opinión pública y suscito

LA RESTAURACIÓN CONSERVADORA, 1930-1943 79

r| M o d u l a respuesta de los ministros Duhau y Pinedo. En lo más violento IHM d« las sesiones cayó asesinado el senador electo Enzo Bordabehere,

NAM|«aa n • de bancada de De la Torre, a quien iba dirigido el disparo, a ma-I f c f t d i m i hombre de acción vinculado con Duhau. El debate terminó abrup-MMlHtn , a n resolución. El gobierno perdió mucho ante la opinión y, sobre iHrii uptobó que la etapa más fácil de su gestión había terminado. En los |f||tt •(unientes, y con vistas a las elecciones presidenciales, la oposición H»tHl*niu\<' sus filas.

^ ^ H Q U C se apoyaba en los reclamos de un sector de ganaderos, De la To-I H ttnbl.1 •.alado dar una amplitud política mayor a su reclamo, esgrimiendo 0 UlMiiinrnio capa: de polarizar, contra el "imperialismo" y la "oligarquía", Hfct n j i l i i i n n sensibilizada por el avance, en cierto modo grosero, de los inte-ym* lumínicos. La argumentación se reconocía en la tradición socialista y

• |»t|uii ida en Manuel Ugarte o en Alfredo Palacios-, pero también en la | ) i i l i M ' > intelectuales provenientes de las clases tradicionales y movilizados

|tt( In 111 .¡s, En 1934 los hermanos Rodolfo y Julio Irazusta -ganaderos entre-M t t f h " " s veteranos del nacionalismo antirradical- publicaron un libro de IHtyMi i " / a Argentina y el imperialismo británico, en el que historiaban una I f l r t i Ion que juzeaban perjudicial desde sus comienzos, allá por 1810; respon-M i u h - i l ni tanto a los británicos como a la clase dirigente local,.encandilada MH i - I liberalismo y ciega a los verdaderos intereses nacionales. A ella con-|tH|iom ni la figura de Rosas, expresión de los intereses auténticamente na-I | IHMI« ••, V a la vez de una forma de gobierno dictatorial no contaminada por | | l i l i i I I IM I IO corruptor.

| ii i i ivindicación de la figura de Rosas ya había empezado en la década 4IMMI< 'i y se desarrolló intensamente en los años treinta, tanto en medios his-|fNlnin ilu os como políticos. Servía para identificar tanto a quienes eran movi-

pi -i . I lechazo de la influencia británica como a los que veían al liberalismo H « I I M • I piincipal enemigo. Allí confluyeron naturalmente el nacionalismo Mudo» lula y sobre todo las nuevas corrientes del catolicismo, para quienes NiMH" |f presentaba no el antiimperialismo sino la tradición hispana de una t« I* *I o I autoritaria, jerárquica y católica, que contraponían a la contemporá-IHMI, • i ni i impida por el liberalismo, el protestantismo, el judaismo y el marxis-Mlu I I u ei i-amiento de las clases dirigentes y la Iglesia católica -manifiesto en l m ni miles jornadas del Congreso Eucarístico de 1934-creó el espacio para la Mp'"< • i " i i de estas ideas, que empezaban a revertir el tradicional liberalismo de U .MI ii dad argentina.

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8C BREVEHISTORIA CONTEMPORÁNEA DE LA ARGENTINA

Un Frente Popular frustrado

Pese a sus éxitos en lo económico, el régimen presidido por Justo fue visto -cM intensidad creciente- como ilegítimo: fraudulento, corrupto y ajeno a. los intuí reses nacionales. Si hasta 1935 el gobierno había avanzado sin grandes contra! tiempos, desde esa fecha se hicieron evidentes los signos de una creciente mu! vilización social y política.

En j u l i o , e l prestigioso general Ramón Mol ina había elogiado en fornJ pública la presidencia de Alvear, y poco después hizo un reclamo por la v i gencia de la soberanía popular y de elecciones libres, que recibió el entusiaJ ta apoyo de la Federación Universitaria. Cuando en 1937 fue pasado a retir I hubo una importante manifestación de apoyo, en la que hablaron Alfrcd Palacios y el propio Alvear. , En octubre de 1935 los trabajadores de la construcción de Buenos A i i v J conducidos por dirigentes comunistas, iniciaron una huelga que duró más I noventa días; en los barrios de la ciudad se manifestó una amplia solidaridl y en enero la C G T realizó una huelga general de dos días - l a única de la déc« d a - al cabo de la cual los huelguistas obtuvieron la satisfacción de una pan sustancial de sus demandas. El saldo más importante fue, quizá, la constitn ción de la Federación Obrera Nacional de la Construcción, uno de los siudm catos más importantes y combativos del país. En 1936 se efectuaron mueh.J huelgas, al igual que en 1935 y 1937, coincidiendo probablemente con I i reactivación económica. En ese año la Confederación General del TrabaM cuya dirección se había reconstituido con predominio de socialistas y cornil] nistas, celebró el 1 Q de Mayo con un acto conjunto de los distintos pan i J u i de oposición: radicales, demoprogresistas, socialistas y comunistas adhitioJ ron a los reclamos de los trabajadores, fustigaron a los "herederos del 6 <l# septiembre" y reclamaron por la libertad y la democracia. Por primera ve; i<t| esa fecha, se cantó el Himno Nacional, y Marcelo T. de Alvear fue elogiailí como "un obrero auténtico de la democracia nacional".

En 1936 la U n i ó n Cívica Radical, que el año anterior había levantado! abstención electoral, triunfó e n las elecciones de diputados en algunos de D principales distritos -Capi ta l , Santa Fe, Mendoza, Córdoba- y alean/o I mayoría en la Cámara de Diputados; en Córdoba, además, triunfó su candi dato a gobernador, Amadeo Sabattini. Quizá para compensar, el gohieiii.i intervino la prov inc ia de Santa Fe, gobernada por el demoprogresista Luí • no Molinas, y a v a l o el desembozado fraude con el que Manuel Fresco ganñ en la provincia de EBuenos Aires. U n "manifiesto de las derechas", que r e d j tó Pinedo, alertó ciontra el resurgimiento de las "masas ciegas" y la nnbii

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||»<li>" M» ia, desplazada en 1930, y justificó el "fraude patriótico", que desde k l l l o m • e l gobierno utilizó sistemáticamente en favor de los partidos oficia-l l l l . i v • " i i la única excepción de la Capital.

| i i tyMi ción del gobierno se dirigió también hacia el nuevo sindicalismo |MNIIMII\>>: la Ley de Residencia fue aplicada en 1937 contra los principales

tIn tu i r ' , de la construcción, comunistas de origen italiano deportados a la | | i i l a . , isla. A la vez, se aprobó en el Senado una ley de Represión del Comu-l i i . . , que fue bloqueada por los diputados. Para equilibrar el aglutinamiento | . i " I n r i .-as que reclamaban por la democracia, Justo abrió un poco el juego a

l M< I . .ns nacionalistas que hasta entonces había relegado: así, el gobernador fc|Mido hacer fe pública de militancia fascista y los oficiales nacionalistas,

I t t t i H i •ni. idos con los nuevos éxitos del Tercer Reich, pudieron hacer campa-

ti o n libertad entre los cuadros del Ejército. Se decía que el coronel Juan HUI i Molina, acólito de Uriburu en la creación de la Legión Cívica, cons-

fHlubi. i M ii ra Justo, quien sin embargo lo promovió a general. | nu .leíechas habían convocado a u n "frente nacional", contra el Frente

(SifHil I I que se esbozaba. Las denominaciones no eran caprichosas, pues los t t t l t t " alineamientos y polarizaciones que se estaban dando en el mundo

Kltnl in en los conflictos locales, alertaban fuerzas adormecidas, suministra-h lo i ragnas y banderas, definían a los indecisos y ayudaban a delinear

fililí i n i . ibs alianzas. Itu • I campo de los opositores al gobierno fue muy importante el cambio

ti» p o n . i o n del Partido Comunista, que en marzo de 1935, adoptando rápi-l i t f l i t i mi las nuevas orientaciones del Comintern, había abrazado la consig-ttrt di I I lente Popular. En los años anteriores, con la consigna de "lucha de I |H«I . " u n a clase", los comunistas habían combatido por igual a los nazis y |H«i Mas y a los partidos socialdemócratas, a quienes estigmatizaban como los t t t r t . p. hiaosns enemigos del proletariado, pero desde 1935 se lanzaron a im-Í | | I M I I.I unidad de los "sectores democráticos" para enfrentar el nazifascis-

^ p , mu i i ! ¡cundo las consignas y prácticas que pudieran irritar o atemorizar a •» iiiiip. r, progresistas y democráticos de la burguesía. Con tal programa, en f l H i n 11 y en España integraron, junto con socialistas y partidos radicales de • | l l n > , .endos frentes populares que ganaron las elecciones de 1936. A u n -

XII 11 M I nación local no era exactamente igual, el gobierno de la Concor-iii. i i (ue identificado con el enemigo universal, y el reclamo de un frente •pul I I y democrático sirvió para cerrar filas entte sus opositores.

I in i ; , i, la ( hierra C i v i l española, cuyo impacto en la Argentina fue enor-Mtt-, ai v i i i para definir más claramente aún los campos. N o sólo se dividió la

l i a i i .una i oled ividad de españoles sino la sociedad argentina toda, proli-

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82 BREVE HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE LA ARGENTINA

ferando colectas, comités de ayuda, manifestaciones y peleas en cualquier ámbito compartidopor pattidarios y adversarios de la República. En las dere­chas, la G u e r r a Civil integró a conservadores autoritarios, nacionalistas, f i-lofascistas y católicos integristas en una común reacción contra el liberalis­mo democrático. En el campo contrario, terminó de soldar el bloque de soli­daridades que iba desde el radicalismo hasta el comunismo, pasando por socialistas, demoprogresistas, los estudiantes de la Federación Universitaria, los dirigentes sindicales agrupados en la CGT y un vasto sector de opinión independiente y progresista, que también incluía figuras del liberalismo con­servador. Salvo éstos, probablemente eran los mismos que en 1931 habían apoyado la Alianza Civi l de De la Torre y Repetto, pero lo cierto es que ta España Republicana, y la convicción de que las democracias se aprestaban a dar una batalla f inal contra el fascismo, creaba u n polo de solidaridad e iden­tificación mucho más atractivo y movilizador.

Una parte importante de ese arco se asentaba en el mundo intelectual, cuya politización se acentuó en la segunda mitad de la década. La Reforma Universitaria, con su ideología genéricamente antiimperialista, democrática y popular, empezaba a penetrar en la política: algunos de sus principales d i r i ­gentes se incorporaron a los partidos -José Peco, al radical; Alejandro Korn y Julio V. González, al socialista; Rodolfo Aráoz Alfaro, al comunista- y otros tuvieron militancia independiente, como Deodoro Roca y Saúl Taborda. Si­milar combinación de lo académico y lo político, desde una perspectiva pro­gresista, se encuentra en el Colegio Libre de Estudios Superiores -una suerte de Universidad popular- fundado en 1930, orientado tanto a los temas de alta cultura como a la discusión de las cuestiones políticas, económicas y sociales. La misma combinación se encuentra en la revista Claridad, dedica­da al ensayo, la crítica y los temas políticos, que fueron ocupando un espacio creciente. Claridad, que además editaba diversas colecciones populares de literatura y ensayo, reunió a muchos de los intelectuales y escritores que ha­bían militado en el grupo Boedo, y que habían definido una opción por el "arte comprometido"; entre ellos, Leónidas Barletta creó en 1931 el Teatro del Pueblo, donde por 20 centavos podía verse a Ibsen, Andreiev o A r l t . Ese mismo año, los herederos de Florida, partidarios de la renovación estética y de la "creación pura", se nuclearon en la revista Sur, fundada por Victoria Ocampo. Es significativo que ambos grupos se alinearan -aunque con distin­to entusiasmo- en el b a n d o de los defensores de la democracia.

La instalación de a lgunas editoriales creadas por emigrados españoles -Losada, Emecé y Sucdamericana, entre ellas- multiplicó la actividad del mundo intelectual y ax t í s t i co y dio trabajo a escritores, traductores y críti-

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M U ai l ividad se prolongaba naturalmente fuera de los ámbitos inte-U + I I M I * ", en infinidad de publicaciones populares y conferencias, por obra m l i l i amplio grupo de militantes de la cultura, que frecuentemente tam-iHIli IH I tan de la política, sobre todo a medida que el clima de polarización * (lm • «iñutiendo. Había en todo este movimiento una tendencia fuerte || dli i t l i a . de los problemas de la sociedad, la crítica y la propuesta de solu-H i H H " alternativas para cuestiones específicas: la educación, la salud, la MNMtflñn agraria, la condición de la mujer. Aunque en muchos aparece la | » | H I I I < ia a la Unión Soviética, se rrara más bien de un modelo de socie-iUd i tiranizada racionalmente antes que de una incitación a la toma v io -Ulili i del poder. Lo que predomina es el espíritu reformista y la convocato-||M ' i indos quienes coinciden en la aspiración al progreso, la libertad, la iltlltiK lacia y una sociedad más justa.

Mu» lias de esas preocupaciones están presentes en la Confederación Ge-MHiil del Trabajo, máxima representación de los obreros organizados. La CGT Indita nacido en 1930, uniendo a los grupos sindicalistas y socialistas hasta i iti"ii< es separados. Sus primeros años fueron azarosos: la dura represión gü­ín m iiaental, aunque dirigida a anarquistas y comunistas, disuadía de cual-i|iili i ai ción demasiado militante, que por otra parte estaba lejos de las i n -l i i n lunes de los dirigentes, predominantemente "sindicalistas"; la fuerte ili «... upación provocada por la crisis restaba capacidad de movilización, pese •i qu» no faltaban motivos: los salarios cayeron fuertemente, y sólo en 1942

i»» uperó el nivel de 1929. I pide 1933, la recuperación económica y la reorientación industrial em-

p» ai mi a hacerse notar. La desocupación fue gradualmente absorbida, y em-p» n lentamente el movimiento de migrantes de las zonas rurales hacia los |fmides centros urbanos, atraídos por el nuevo empleo industrial. En Buenos Aiu hasta mediados de la década este crecimiento se radicó en los barrios p» i lléneos de la ciudad para ir luego engrosando progresivamente el c intu-n n i suburbano. Entre las organizaciones gremiales seguían dominando los glandes sindicatos del transporte y los servicios: la poderosa Unión Ferrovia-fl»i en primer lugar -verdadero ejemplo de organización-, la Fraternidad, de lo* maquinistas de trenes, la Unión Tranviaria, los municipales, los emplea-• I. '•• ile comercio. Pero poco a poco fueron creciendo los grupos de trabajado-irsde las nuevas industrias manufactureras o de la construcción; allí los d i r i ­gientes comunistas tuvieron éxito en organizar sindicatos que agruparan los antiguos oficios por ramas de industria: metalúrgicos, textiles, madereros, iilltnonrarios -entre los cuales dominaban los trabajadores de la carne- y •obre todo obreros de la construcción. Con más de 50 m i l afiliados, la Fede-

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ración O b rera Nacional de la Construcción era hacia 1940 el segundo simliJ cato, d e t r á s de la Unión Ferroviaria, que rondaba los 100 m i l .

A d o r m e c i d a en los años inmediatamente posteriores a la crisis, la activlJ dad s i n d i c a l resurgió hacia 1934 y creció mucho en los años siguientes hasta 1937, acompañando al ciclo económico. Los dirigentes sindicales de entonJ ees - comandados por los ferroviarios- mantuvieron la tendencia gestada en! la década anterior de deslindar sus reclamos gremiales de los planteos políti­cos más generales, y esto valió incluso para muchos que pertenecían al Parti­do Socialista. Gradualmente obtuvieron algunas mejoras, pero concedida» en forma parcial y aplicadas a regañadientes. Los ferroviarios pudieron salvar sus empleos a pesar de la crisis, pero a costa de una reducción salarial. Luí empleados de comercio lograron una ley que establecía la licencia por enfer­medad y la indemnización por despido pero fue vetada por el presidente Justa en 1932, aunque luego fue sancionada. La jornada de trabajo se redujo pro­gresivamente, especialmente por la generalización paulatina del "sábado in­glés", y en algunas actividades se instrumentaron sistemas de jubilación, pe­ro en ningún caso existieron las vacaciones pagas.

El Estado no ignoró n i los reclamos n i la importancia de este actor social. El presidente Roberto M . Ortiz, que había sucedido a Justo en 1938, no sólo man­tuvo buenos contactos con los ferroviarios sino que procuró formarse entre ellos una base de apoyo, interviniendo activamente en sus conflictos internos. El gobernador Fresco fue más allá; siguiendo las prácticas del Estado fascista italiano, declaró que su objetivo era armonizar el capital y el trabajo. A l tiem­po que reprimía duramente a los comunistas, legalizaba los sindicatos y utiliza­ba el poder arbitral del Estado para proteger a los trabajadores. Más discreta­mente, el Departamento Nacional del Trabajo -que realizó una notable tarea de recopilación de información- fue extendiendo gradualmente la práctica del convenio colectivo y del arbitraje estatal; sus frutos se aprecian en la cantidad de huelgas resueltas por algún tipo de transacción.

Entenderse directamente con uno de los actores principales de la socie­dad formaba parte d e la estrategia general del Estado intervencionista y dir i -gista y, a la vez, coincidía con la tendencia de sus dirigentes a reducir el espacio de la polí t ica partidaria y de las instituciones representativas, como el Congreso. Reconocer la importancia del Estado y hacer de él su interlocu­tor principal constituía también una tendencia muy fuerte entre los dirigen­tes sindicales. Esta t e n d e n c i a -denominada "sindicalista"- fue criticada por quienes, desde los p a r t i d o s políticos opositores, empezaron a dar prioridad a los reclamos democráticos y al enfrentamiento político con el gobierno, y presionaron para alitnear en él a las organizaciones sindicales. U n conflicto

LA RESTAURACIÓN CONSERVADORA, 1930-1943 85

Hlli m< .de la Unión Ferroviaria condujo a fines de 1935-en el marco de una «mila. ion sindical creciente- a una renovación radical de la conducción de I p i l y a un peso mayor de los dirigentes gremiales firmemente alineados l Mío I l\ t ido Socialista; a la vez, permitió el ingreso progresivo a la conduc­

e n di los comunistas, cuya fuerza sindical era creciente. Unos y otros i m -|MiU'iii Mi el acto del l 9 de Mayo de 1936, con la participación de los partidos • l l l l l l i ns que debían integrar el Frente Popular. Esa coincidencia no se repi­tió, y «ai 1939 incluso se separaron socialistas y comunistas, divididos cuando Hl.ilin pactó con Hitler. Por entonces, la agitación sindical estaba merman­do, s las dificultades del Frente Popular eran crecientes.

I a pieza clave del frente era la Unión Cívica Radical. El levantamiento ti» la abstención electoral, en 1935, había sido impulsado por los sectores ni.ti. i oneiliadores del partido, que rodeaban a Marcelo T. de Alvear. C o n filian- peso en la Cámara de Diputados y en el Concejo Deliberante, el radi-HllUmo contribuyó a mejorar la imagen de las instituciones, cuya legitimi-dad se hallaba fuertemente cuestionada, así como a convalidar algunas de las di i i .iones más controvertidas, como la renovación de las concesiones eléc-l l l . ns de la Capital, una medida que, según probó una investigación poste-l loi , aportó al partido una generosa gratificación. Pero la vuelta a la lucha j m l l i l c a también aumentó las posibilidades de manifestación de los grupos (Hits avanzados del radicalismo, nutridos de jóvenes veteranos de la mil i tan-i la universitaria y que reivindicaban una tradición yrigoyenista. Sabattini, o í ( órdoba, sostuvo un programa muy innovador en lo social, y en la Capi-lul los opositores a Alvear constituyeron una tendencia fuerte, que criticó el ||vi loralismo conciliador de los dirigentes, mientras que el grupo de Forja, itinstituido en 1935, comenzó a definir una línea más preocupada por los Emblemas nacionales. El propio Alvear oscilaba entre ambas corrientes: jefe natural de los conciliadores, sus propuestas de 1937, cuando compitió en la

¡ f lección presidencial, recogían mucho del discurso progresista y de izquierda i t ln i con el esbozado Frente Popular.

En esa ocasión sólo lo acompañó formalmente el Partido Comunista, pues el socialista se hallaba en franca competencia con el radical. Hasta l l M 6 los socialistas habían tenido una fuerte representación parlamenta­da, que se redujo drásticamente con el retorno electoral de los radicales. Simultáneamente, mejoró su situación en el campo gremial, con la nueva dirección de la CGT, pero en 1937 sufrió la escisión de u n grupo de m i l i t a n ­tes disconformes con la anquilosada élite dirigente: muchos de quienes por entonces integraron el Partido Socialista Obrero pasaron luego al Partido Comunista, y este conflicto, profundizado en 1939 luego de la firma del

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pacto n a z i soviético, complicólas alianzas de un Frente Popular por e n t o i l ees cada vez más problemático.

La c o n s i g n a de la democratización, despojada de sus aristas más radicali­zadas, resul tó tentadora p a r a grupos del oficialismo, preocupados por la legi­timidad d e l régimen y espoleados por disputas internas crecientes. En 1931 el presidente Justo pudo imponer a sus partidarios la candidatura presiden­cial de R o b e r t o M. Ortiz , de origen radical antipersonalista como él, pera debió aceptar para la vicepresidencia a un representante de los grupos con­servadores más tradicionales: el catamarqueño Ramón S. Castillo. Para en frentar l a candidatura de Alvear se recurrió sin disimulos a procedimiento^ fraudulentos que -según Pinedo- hacían "imposible catalogar esas eleccioJ nes entre las mejores n i entre las regulares que ha habido en el país". A OrtiJ le resultó más difícil que a Justo mantener el equilibrio con los grupos conser­vadores de su partido, y menos aún con los nacionalistas, fuertes en la calle y en el Ejército. A la vez, le atrajo la posibilidad de acercarse al radicalismo, con el apoyo de Alvear, Ort iz se propuso depurar los mecanismos electora le» y desplazar a los dirigentes conservadores de sus principales bastiones. Hn febrero de 1940 intervino la provincia de'Catamarca -de donde provenía el vicepresidente- y al mes siguiente hizo lo mismo con la de Buenos Aires, cuando el gobernador Fresco se aprestaba a transferir el mando a Alberto Barceló, el ejemplo más conspicuo del caudillismo fraudulento y gangsterili Ese mes, los radicales triunfaron en las elecciones de diputados y consolida J ron su predominio en la Cámara. 9

Pero cuando todo parecía conducir al triunfo de esta versión del progra­ma de la democratización, oficialista y de derecha, aunque también apoyado inicialmente por el Partido Comunista, la enfermedad del presidente Orí i i lo obligó en julio de 1940 a delegar el mando en el vicepresidente Castillo. Aunque trató de resistirse a su sino, finalmente debió renunciar definitiva­mente, luego de presenciar cómo Castillo deshacía todo lo construido en pro de la democratización. A fines de 1940, en las elecciones provinciales, vol vieron a usarse los peores métodos fraudulentos. En octubre de 1941, y pro­bablemente por presión de los rriilitares, Castillo disolvió el Concejo Del ib l rante de la ciudad d e Buenos Adres, sin despertar con esta medida mayor J resistencias. Así, el i n t e n t o de democratización iniciado en 1936 se desmo roñaba afines de 1940 . Este fracaso sin duda tenía que ver con el cambio de la coyuntura internacional que lo había alimentando: los frentes populan", habían sido derrotados en Esparta y en Francia, el nazismo acumulaba triun fos militares contundentes en e l inicio de la guerra, la Unión Soviet i . I desertaba del campo sntinazi, y l a guerra generaba alineamientos diferente!

LA RESTAURACIÓN CONSERVADORA, 1930-1943 87

h l n embargo, la corriente que desde 1936 había hecho de la democracia 104 l u i d l o de convergencia contra los herederos de septiembre se había afir-ftiUlo también en un proceso más específico de la sociedad. La democracia, MMit • • Inl.t en 1912, había arraigado lenta y progresivamente en la sociedad. |||M n d de asociaciones de distinto tipo, destinadas a canalizar hacia las

CtMldadcs los reclamos de sus diferentes sectores, contribuyó a la vez a la l l i a i l . I de los ciudadanos, al desarrollo de los hábitos y prácticas de parti-

l o u , al ejercicio de los derechos. La tarea docente realizada por el am-|HtivIiniento intelectual y político de corte progresista y de izquierda

J t l b u y o a moldear a los "ciudadanos educados" característicos de esta dé-C 'lialamente fue un proceso desigual, mucho más visible en las grandes Ir» que en las zonas rurales, pero no por eso menos real, y capaz de

I I I I M pese a las restricciones que desde el Estado se pusieron a la vida l i l i a partidaria, y a su desnaturalización por las prácticas fraudulentas,

l i o l o . partidos no supieron canalizar y dar forma a esa movilización de-fffc» i.in< . i , encontrar el punto de acuerdo entre ellos y adoptar una posición

p i e l amenté opositora: quienes debían enfrentar categóricamente al go-It.iudulento optaron por las transacciones, y contribuyeron a un pro-

| | l descreimiento ciudadano: las banderas de la regeneración democráti-fut i pasado a miembros del mismo régimen. Pero en verdad, desde el

mío .. contribuyó en mucho a esa descalificación de los partidos políticos | t l t I m e m o sistema representativo: mientras la política quedaba asociada |*Mi • I I ' aule, el Estado encaraba la negociación de las cuestiones de gobier-

d l n . tanicnte con los distintos actores de la sociedad -los sindicatos, los |V»iii ios, las Fuerzas Armadas, la Iglesia y hasta las asociaciones civiles-

•Hiindo al Congreso y a los partidos políticos.

La guerra y el "frente nacional"

lina i a mundial que se desencadenó en septiembre de 1939 cambió gra-• t t r t i l e el panorama político, reacomodó los distintos grupos internos l h * i o d o acercó posiciones entre los radicales y algunos sectores conser-un y planteó nuevas opciones. Pero las diferentes alternativas no se •pusieron ni recortaron en forma definida a los actores políticos, de mo-PM i i i los años iniciales de la guerra los alineamientos fueron confusos y I t i id l i torios.

pi nner impacto lo produjo sobre las relaciones comerciales y económi-H« i " i > 1 ¡ian Bretaña y Estados Unidos. El progresivo cierre de los mercados

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88 BREVE HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE LA ARGENTINA

europeos —provocado por los triunfos alemanes- redujo drásticamente l.tl exportaciones agrícolas, p e r o en cambio aumentaron mucho las ventas d i carne a G r a n Bretaña, t a n t o enfriada como congelada. Como a la vez disflf l nuyeron las importaciones d e origen británico, la Argentina empezó a t e r f l con el R e i n o Unido u n importante saldo a su favor; en 1939, u n acuerda entre el Banco Central y e l Banco de Inglaterra estableció que las libras peí manecerían bloqueadas e n Londres durante la contienda, y que, concluid* ésta, se aplicarían a saldar las deudas por compras de productos británicos ai repatriar títulos de la deuda. Por otra parte, aprovechando las dificultades eiv todo el comercio internacional, y una suerte de "vacío de poder" regional, si? empezaron a exportar a países limítrofes productos industriales: las ventas tic textiles, confecciones, alimentos y bebidas, calzado y productos químicos acera tuaron e l crecimiento industrial iniciado con la sustitución de importado nes y el país empezó a tener saldos comerciales favorables, incluso con Esta dos Unidos.

La novedosa situación confirmaba las expectativas de muchos: los cam­bios creados por la crisis de 1930 se profundizaban y la vuelta a la normal i dad, es decir, a la situación existente antes de la crisis, se hacía cada vez más remota. Entre los sectores empresarios comenzaron a discutirse distintas al­ternativas, sin que se definieran claramente n i intereses n i alineamientos fijos. Las exportaciones tradicionales parecían tener pocas perspectivas en el largo plazo, pasada la coyuntura de guerra que beneficiaba a los ganaderos, pero en cambio las exportaciones industriales, y en general la expansión de este sector, tuvieron perspectivas promisorias. En cualquier caso, esas alter­nativas implicaban aumentar la intervención del Estado en la regulación económica, y también un cierre mayor de la economía local.

En noviembre de 1940 Pinedo, designado ministro de Hacienda por Cas­t i l lo , formuló una evaluación lúcida de este nuevo escenario y una propuesta audaz y desprejuiciada. Su Plan d e Reactivación Económica proponía, como salida a las dificultades generadas por la guerra, insistir en la compra de las cosechas por parte d e l Estado, para sostener su precio, y a la vez estimular la construcción, pública y privada, capaz de movilizar muchas otras activida­des; sobre todo, remarcaba la importancia de estimular la industria: si el co­mercio exterior seguía siendo la "rueda maestra" de la economía, estas otras actividades, "ruedas menores", contribuirían al equilibrio general. Pinedo advertía el problema cde una ecortomía excesivamente cerrada en sí misma y proponía estimular las industrias * 'naturales", que elaboraran materias primas locales y pudieran exroortar a los países vecinos y a Estados Unidos. Por esa vía, a largo plazo, la A_rgentina haJbría de solucionar un déficit comercial con

LA RESTAURACIÓN CONSERVADORA, 1930-1943 89

|( finí* di I Norte, que sin duda se haría más gravoso a -medida que fuera cre-t l t t i d o i I . I I tor industrial y aumentara la demanda de máquinas, repuestos o HNHl 'M-llMrv

i i naba de una operación compleja, que modificaba los términos de la tflrti loo n ungular, proponiendo una vinculación estrecha con Estados U n i -ipn, »• Un lu-o apuntaba a una inserción sustancialmente distinta de la A r -gttlllita i u I.i economía mundial. Requería de una firme orientación por par­tí* ili'l I '.lado y de un desarrollo mayor de sus instrumentos de intervención. M jUliido debía movilizar el crédito privado, orientándolo hacia inversiones id* I-IIM" plazo, entre ellas las industriales. Las exportaciones de ptoductos HIHiiulai turados se beneficiarían con sistemas de reintegros, leyes contra el iltMM/iJMi: y una intensa promoción del intercambio.

I ' l pioyecto fue aprobado por el Senado, con mayoría oficialista, pero la I dina ia de Diputados no lo trató. Como señaló J. J. Llach, su fracaso fue |Nlililí o antes que económico. Los radicales, que eran la mayoría y no tenían I I | I | I i iones de fondo a la propuesta -incluso retomaron luego partes de ésta-, liabi ni decidido bloquear cualquier proyecto oficial como una forma de re­pudio a la nueva orientación fraudulenta del gobierno de Castillo. Pinedo liin uto solucionar el problema entrevistándose con Alvear, pero no logró i oio i ncer al jefe radical, e incluso debió renunciar por ello al ministerio. El "bloque democrático", que reclamaba un compromiso diplomático más es-In i lio con Estados Unidos, no advirtió las ventajas de este plan, que suponía

I I • lausura del férreo bilateralismo con Gran Bretaña. Tal situación revela lo • onlusos que por entonces eran los alineamientos.

I I I otra dimensión del triángulo - l a diplomática- marchaba por caniles • hirientes. Desde 1932, con Roosevelt, Estados Unidos había modificado • I I aancialmente su política exterior, al menos en sus formas: la clásica del V i n o t e " fue reemplazada por la de la "buena vecindad"; Estados Unidos «•pitaba a estrechar las relaciones bilaterales, y en el marco del panamerica-hlftiuo, a alinear detrás de sí al "hemisferio". Esto era particularmente difícil i MU la Argentina: el comercio bilateral -vie ja aspiración de los productores míales argentinos- estaba obstaculizado por la oposición del llamado "jarra Muí /<", es decir, los intereses agrarios competidores de la Argentina. La subor­dinación era igualmente difícil de aceptar para un país que todavía aspiraba •i una posición independiente y hasta hegemónica en el Cono Sur, y que Itadicionalmente se había opuesto a la dirección norteamericana, contrapo­niendo a la fórmula "América para los americanos", del presidente Monroe, I.i de "América para la humanidad", es decir, estrechamente vinculada con lanopa.

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Los gobernantes de la década del treinta persistieron en ese rumbo trailla cional, y e n las sucesivas conferencias panamericanas hicieron todo lo p o l i ble para poner obstáculos a l alineamiento. En 1936, en la celebrada en Bu o] nos Ai res - a la que concurrió Roosevelt, transportado por un crucero 1 guerra-, u n a enmienda de último momento impuesta por el canciller Saavel dra Lamas relativizó una declatación sobre consulta entre gobiernos en c a l de agresión extracontinental, en la que los norteamericanos habían puesta] mucho e m p e ñ o ; en 1938 e l canciller José María Canti lo desairó a sus colegí abandonando sorpresivamente la reunión de Lima antes de la firma de i declaración f i n a l .

La neutral idad en caso de guerra europea también era una tradición ar­gentina. Su adopción en 193 9-una medida lógica, pues permitía seguir co­merciando con los tradicionales clientes- no fue objetada por Estados U n i dos, que propuso precisamente esa política común en la reunión de Cancille­res de Panamá en 1939. Por entonces, el gobierno de Ortiz procuraba acercarse a Estados Unidos, en el contexto de su política democratizadora, y lo mismo hizo el primer canciller de Castillo, Julio A . Roca, que acompañó la gestión de Pinedo. Pero progresivamente la guerra se impuso en las discusiones inter­nas y empezó a revivir los agrupamientos de la opinión que asociaban el apoyo a los aliados con la reivindicación de la democracia y el ataque al gobierno. En junio de 1940 se constituyó Acción Argentina, dedicada a denunciar las acti­vidades de los nazis en el país y la injerencia de la embajada alemana. En ella participaron radicales, socialistas, muchos intelectuales independientes y mu­chos conspicuos miembros de la oligarquía conservadora. Acción Argentina se diferenciaba del antiguo Frente Popular por la presencia de estos recientes conversos a los valores de la democracia, lo que reflejaba las perplejidades y divisiones de quienes hasta entonces habían apoyado al gobierno de la Con­cordancia. También, por dos ausencias conspicuas: el Partido Comunista, que a consecuencia d e l pacto Hi t l e r -S ta l in había optado por denunciar por igual a ambos imperialismos, y e l grupo de radicales opositores a la conduc­ción de Alvear, entre quienes descollaban los militantes de Forja, muy acti­vos en denunciar, al igua l que los comunistas, el carácter interimperialista de la guerra.

El panorama cambió sustancisdmente en la segunda mitad de 1941. En ju­n i o Hitler invadió la CJnión Soviética y en diciembre los japoneses atacaron a los norteamericanos; Estados Un idos entró en la guerra y procuró forzar a los países americanos a acompañarlo- En enero de 1942 se reunió en Río de Janei­ro la Conferencia Consultiva de Cancilleres, y nuevamente la oposición ar­gentina frustró los plaanes nortearmericanos: la decisión de que todos los países

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to oo .!• lio entraran en guerra fue cambiada por una simple "recomenda-tlHtt" di I '!• In a la férrea oposición del canciller argentino Enrique Ruiz Guiña-ttf, qi i i I M I na reemplazado a Roca. Para Estados Unidos estaban enjuego inte* I t » . , . p . , ilicos, pero sobre todo una cuestión de prestigio, y respondió con fe*M> Mpmsalias: la Argentina fue excluida del programa de rearme de sus •!(*!• «ii la guerra -mientras Brasil era particularmente beneficiado- y los

tllj«i. drmoeráticos, opositores al gobierno, empezaron a recibir fuerte apoyo _ j (n imibajada.

I I I m i t e que se agrupaba en torno de las consignas democráticas y ruptu-l l i l . i - empezó a crecer, engrosado ahora por los comunistas -nuevamente |iHM idai ii >s de combatir al nazifascismo- y por conspicuos conservadores, co­lín i Tu i r . lo y el general Justo, a quienes la opción entre el fascismo y la demo* t i . n ta Ins llevaba a alinearse con sus antiguos adversarios. La Comisión de l l i u Miración de Actividades Antiargentinas, creada por la Cámara de D i ­putado , se dedicó a denunciar la infiltración nazi, y en una serie de actos tmbl i . ns se proclamó simultáneamente la solidaridad con Estados Unidos y In npi.Mi ion al fraude. En esa caracterización de amigos y enemigos, cierta-Mii me «amplificadora, predominaban las necesidades retóricas y políticas. El Mili iei i io ile Castillo no necesitaba simpatizar con los nazis - u n adjetivo apli-• . i . i • i . ni ampl i tud- para aferrarse a la neutralidad. Bastaba con mantener la M II n 111 I I idad de una tradición política del Estado -otrora sostenida por Yrigo-I o y sumarle alguna lealtad a los tradicionales socios británicos, que veían

i launa cómo, con motivo de la guerra, Estados Unidos avanzaba sobre t u . últimos baluartes. Pero había además una razón política clara: los ruptu-|Mías, que asumían la bandera democrática, condenaban simultáneamente

I K l c r n o fraudulento; quienes se mantenían fieles a él - y resistían la tran-i Ion que proponían otros, como Pinedo o Justo- encontraban en el neu-llsmo una buena bandera para cerrar filas y enfrentar a sus enemigos. Estos

i in cada vez más entre los políticos, por lo que Castillo optó por buscar p. iyi i entre los militares.

( astillo seguía aquí la tradición de sus antecesores. Justo cultivó a los m i l i -ies, aumentó los efectivos bajo bandera, construyó notables edificios, como Ministerio de Guerra, que eclipsaba a la mismísima Casa Rosada, pero a la

• :.c propuso despolitizar la institución, acallar la discusión interna y mante-ei el equilibrio entre las distintas facciones. Sobre todo, logró mantener el i .i n re >l de los mandos superiores, lo que obligó a sus sucesores a apoyarse en los

I »iubres de Justo. Ortiz encontró un ministro fiel en el general Márquez, quien luí • i lerribado por un escándalo -sobre la compra de tierras en El Palomar- que enía como destinatario final a su presidente. Castillo a su vez debió designar

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ministro de Guerra a o t r o justista, el general Tonazzi, pero se dedicó a culi ivj a los jefes y a colocar progresivamente en los mandos a enemigos del ex pro i dente. B a j o su gobierno se crearon la Dirección General de Fabricaciones M litares —cuyo primer d i rec tor fue el coronel Savio- y el Instituto Geográlio Militar, impulsando así e l «avance de las Fuerzas Armadas sobre terrenos in4 amplios que los específicos. Durante su gobierno, la presencia de los militara fue cada vez más visible, así como la sensibilidad del presidente a las opinión! y presiones de los jefes militares. Rápidamente, las Fuerzas Armadas se constj tuyeron en u n actor político.

U n e lemento central d e l nuevo perfil militar fue el desarrollo de una con ciencia nacionalista. E l terreno había sido preparado por el nacionalismi uriburista, difundido por u n grupo minoritario pero activo, de dentro y fuer de la institución. Era éste u n nacionalismo tradicional, antiliberal, xenófoh y jerárquico. La guerra cambiólas preocupaciones. Predominaba en el Ejercí to, tradicíonalmente inf lu ido por el germanismo, u n neutralismo viscera Pero además veían que el equilibrio regional tradicional se alteraba por 1 apoyo de Estados Unidos a Brasil y la exclusión de la Argentina de los pro gramas de rearme. La solución debía buscarse en el propio país, y así la guen estimuló preocupaciones de tipo económico, pues la defensa requería de equi pamiento industrial, y éste de insumos básicos. Desde mediados de la décad el Ejército había ido montando distintas fábricas de armamentos. Desde 1941 y a través de la Dirección de Fabricaciones Militares, se dedicó a promoví-industrias, como la del acero, que juzgaban tan "natural" como la alimenta ria, e indispensable para garantizar la autarquía.

Los militares fueron encadenando las preocupaciones estratégicas con la institucionales y políticas. La guerra demandaba movilización industrial y éstsi a su vez, un Estado activo y eficiente, capaz de unificar la voluntad nacional Los ejemplos de I ta l ia y Alemania lo demostraban fehacientemente, y así 1< repetían los periódicos apoyados por la embajada alemana, como El Pampero < Crisol También era importante e l papel del Estado en una sociedad que segura mente sería acosada en la posguerra por agudos conflictos: la reconstituciói del Frente Popular, las banderas rojas en los mítines obreros y la presencia et las calles del Partido Comunista parecían signos ominosos de ese futuro, y par; enfrentarlo se requería orden y p a z social. Ese ideal de Estado legítimo y fuerti capaz de capear las tormentas d e la guerra y la posguerra, poco se parecía a gobierno tambaleante y radicalmente ilegítimo del doctor Castillo. Ya desd 1941 hubo militares que empezaron a conspirar, mientras otros empujaban Castillo por la senda, del autoritarismo. Desde diciembre de 1942, cuando re nuncio el ministro Tonazzi, la desliberación se extendió en el Ejército.

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f

|ftti illlina pero pujante sensibilidad nacional no se limitaba al Ejército. >|u* d* una idea definida y precisa, se trataba de un conjunto de senti-|o« , i . t i l udes e ideas esbozados, presentes en vastos sectores de la socie-Ül ib ellos n o podía deducirse una ideología en sentido estricto -pues I i in i i t i iones divergentes y hasta antagónicas-, revelaron una gran ca-

Itlrtd, iitnbuible en parte al empeño de los militantes de algunas de sus in 1,1-. parciales más definidas, para disolver antiguas polarizaciones y

I p i n o Así, cuando todo parecía conducir al triunfo del Frente Popular, " f l w i i r nacional" se comenzó a dibujar como alternativa. | H« M U es de ese sentimiento nacional eran antiguas, pero en tiempos más t»ltii Lis habían abonado las corrientes europeas antiliberales, de Maurras I I M I »l tu i , y c o n ellas había empalmado una Iglesia católica fortalecida en el MMIH »• Sobre esta base había operado el nuevo nacionalismo, antibritáni-

B l ibro inicial de los Irazusta siguieron el de Scalabrini Ortiz sobre los UN mi lies, y en general toda la prédica del grupo Forja. En esta nueva infle-

H M , ION enemigos de la nacionalidad no eran n i los inmigrantes, n i la "chus-||H ili-uii'ciática", n i los "rojos", sino Gran Bretaña y la oligarquía "entreguis-H11 I Me antiimperialismo resultó u n arma retórica y política formidable, ca­to di 1 1 invocar apoyos a derecha e izquierda, como lo demostró en 1935 {•Hiidn i de la Torre: la consigna antiimperialista empezó a ser frecuente en

IM i l i ' . i ursos de políticos radicales o socialistas, como Alfredo Palacios, de l l i l i i i utrs sindicales y de intelectuales, que empezaron a encarar desde esa iM«p< • tiva el análisis de los problemas nacionales y muy particularmente los i fo i i i uniros.

I i i este campo, el nuevo nacionalismo compartía el terreno ya trabajado n v\o progresista de izquierda, y ambos podían coincidir en distin-|n« |i ui >s. Con el nacionalismo tradicional de derecha se encontraba en otro | f I i . tu >: el del revisionismo histórico, donde la condena a Gran Bretaña y sus Li'itii-s locales derivaba en una reivindicación de la figura de Rosas hecha en In mil ue de valores diversos y antitéticos, desde la emancipación nacional has-ti l id integrismo católico. En esa plasticidad radicó precisamente la capaci-, I de esta corriente para arraigar en una sociedad cuya preocupación por ||M lemas nacionales se manifestaba de muchas otras maneras. En la litera-l i u a sobre todo la difundida a través de publicaciones periódicas de amplia I i||i I I Lición- los temas rurales o camperos solían traer la contraposición entre p\r nacional y el litoral gringo, o entre el mundo rural y criollo y el inundo urbano y extranjero. Los temas históricos, donde la presencia del Res-Imnador era frecuente, abundaban en los folletines, y también en exitosos ra-

Inteatros, como Chispazos de tradición, ávidamente consumidos.

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9* BREVE HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE LA ARGENTINA

La preocupación p o r lo nacional se manifestó, finalmente, en i n t e l e c B les y escri tores . Tresnotablesensayos expresaron intuiciones profundas snlJ el "ser n a c i o n a l " y d i e r o n el marco a una amplia reflexión colectiva. En 19 l l Raúl S c a l a b r i n i Ortiz publicó El hombre que está solo y espera; el hombre J "Corr ientes y Esmeralda" amalgamaba las diferentes tradiciones de un p J de inmigración, se definía por sus impulsos, intuiciones y sentimientos, q J anteponía a cualquier elaboración o cálculo racional, y -recordando a O l í ga y Gasset- construía c o n ellos una imagen de sí mismo y de lo que p o J llegar a ser, que juzgaba más valiosa que su propia realidad. Para Eduanll Mallea, ta l amalgama era dudosa; observaba la crisis del sentido de argentinj dad, particularmente entre las élites, ganadas por la vida cómoda, el facillr mo y la apariencia, y renunciantes a la espiritualidad y las preocupacionn más profundas sobre e l destino de la comunidad. En Historia de una pasiM argentina, aparecida en 1935, contraponía esa "Argentina visible", a otra " i J visible", donde las nuevas élites, de momento ocultas, se estaban formamlJ en una "exaltación severa de la vida". Ezequiel Martínez Estrada era m i radicalmente pesimista, y veía a la colectividad argentina presa de un destH no fatal, originado en la misma conquista. En Radiografía de la pampa, que .J publicó en 1933, señaló la escisión entre unas multitudes anárquicas, qul acumulaban el resentimiento originario del mestizo, y ciertas élites europei zantes e incapaces de comprender esta sociedad y encarnar en ella u n sistenJ de normas y principios sustentado en creencias colectivas. Estos esfuerzo/ por develar la naturaleza del "ser argentino", inquiriendo en clave ontológil ca por los elementos singulares y esenciales de la sociedad y la cultura, aun que entroncaban e n preocupaciones comunes de todo Occidente, eran sin duda la expresión intelectual de esta nueva inquietud común por entender, defender o constituir lo "nacional".

La fuerza de esta corriente nacional , que en el caso de la guerra se inclina-, ba por el neutralismo, tardó e n manifestarse. De momento, el grupo de los partidarios de la ruptura con e l Eje iba ganando nuevos adeptos, especial­mente entre los grupos conservadores. Sin embargo, en pocos meses los prin­cipales dirigentes d e l bloque democrático murieron: en marzo de 1942, A l ­vear; en los meses siguientes, e l ex presidente Ortiz - c o n cuyo hipotético retorno aún se especulaba- y e l ex vicepresidente Roca, y en enero de 1943, Agustín P. Justo, q u i e n se perfilaba como el más firme candidato a encabezar una fórmula de acuerdo con l o s radicales. Encontrar candidatos no era fácil, y a la vez la posible victoria e lectoral parecía más que dudosa, a medida que el gobierno retorna "ba sin emp acho a las prácticas fraudulentas: a fines de 1941 el conservador- Rodolfo M o r e n o ganó en la provincia de Buenos Aires

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tj|NfV< ármente la Concordancia triunfó en las elecciones legislativas. Po-IUIII..., • astillo había clausurado el Concejo Deliberante y establecido el

1^ HIIH d> s i t io, e ignoraba ostensiblemente a la Cámara de Diputados. N o M,«nn . la ( loncordancia enfrentaba el grave problema de la elección de su

ug|Kll,|,o. • l 'astillo se inclinó finalmente por el senador Robustiano Patrón M U I ' K |" «leroso empresario azucarero salteño y figura destacada del Partido ( t l l i o . nua Nacional, en una opción de sentido discutido, que muchos inter-pttl i in 'n i o m o un seguro cambio de rumbo en la futura política exterior y l||M> i lh idio aún más a sus partidarios.

| , i . , . Ii is alianzas políticas, que se sentían débiles, empezaron a cultivar a los jtb-. militares, esperando que las Fuerzas Armadas ayudaran a desequilibrar Milu «Hilarión trabada y a fortalecer un régimen institucional cada vez más J l l i l l ( uli ivando a los militares, Castillo contribuyó a debilitarlo aún más. Los Imlli a l i p o r su parte, se sumaron al nuevo juego y especularon con la candi-IIHIIM i del nuevo ministro de Guerra, el general Pedro Pablo Ramírez. Por su | M I I . los jefes militares discutieron casi abiertamente todas las opciones, y HÉMH i i e ion grupos golpistas de diversa índole y tendencias, entre los cuales se .|t n . i i . . una logia, el Grupo de Oficiales Unidos, que reunía a algunos corone-P y ol ios oficiales de menor graduación. Muchos apostaban a la ruptura del IHJI n institucional, sin que se perfilara el sujeto de la acción. Esta finalmente H lie-.encadenó, cuando Castillo pidió la renuncia al ministro Ramírez. El 4 de (lililí o le 1943 el Ejército depuso al presidente e interrumpió por segunda vez el IHilrn , (institucional, antes aun de haber definido el programa del golpe, y n i •Iquieia la figura misma que lo encabezaría.

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I V El gobierno de Perón, 19434955

K y i i l i h n i . i militar que asumió el 4 de junio de 1943 fue encabezado sucesi-MMlt-nn |M ii los generales Pedro Pablo Ramírez y EdelmiroJ. Farrell. El coro-Mtl !••*••» 1 'omingo Perón, uno de sus miembros más destacados, logró conci-141 MO v i . l o movimiento político en torno de su persona, que le permitió fttltui II»H elecciones de febrero de 1946, poco después de que su apoyo popu-M I «i in.iniíestara en una jornada por demás significativa, el 17 de octubre de HM*t I V i o n completó su período de seis años y fue reelecto en 1951, para ser •IHIIII .ido por un golpe militar en septiembre de 1955. En estos doce años en JII» lm I.i figura central de la política, al punto de dar su nombre al movi-M l l M i i " que lo apoyaba, Perón y el peronismo imprimieron a la vida del país un i f l in sustancial y perdurable.

La emergencia

I >i i i \ tinción del 4 de junio fue inicialmente encabezada por el general Raw-.n i i , quien renunció antes de prestar juramento, y fue reemplazado por el I p l i i i . t l Pedro Pablo Ramírez, ministro del último gobierno constitucional. M episodio es expresivo de la pluralidad de tendencias existentes en el grupo f fVi ' lu i ionar io y de su indefinición acerca del rumbo a seguir, más allá de Milla id ir en la convicción de que el orden constitucional estaba agotado y que la proclamada candidatura de Patrón Costas no llenaría el vacío de po­drí existente. El nuevo gobierno suscitó variadas expectativas fuera de las IHirrzus Armadas, pues muchos concordaban con el diagnóstico, y además U p e n iban algo del golpe, incluso los radicales; sin embargo, se constituyó . i •! exclusivamente con militares, y el centro de las discusiones y las decisio-i i . i estuvo en el Ministerio de Guerra, controlado por un grupo de oficiales tiranizado en una logia, el Grupo de Oficiales Unidos ( G O U ) , en torno del ministro de Guerra Farrell.

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mo para rechazarlas o enfrentar al gobierno, so pena de perder el apoyo de \ • trabajadores. Los sindicalistas adoptaron lo que Juan Carlos Torre llamó estrategia oportunista: aceptaron el envite del gobierno sin cerrar las puerlií a la "oposición democrática".

Tampoco las cerraba el propio Perón, dispuesto a hablar con todos luí sectores de la sociedad y la política, desde los radicales hasta los dirigentoá de las sociedades de fomento, y capaz de sintonizar con cada uno el d i s c u f l adecuado, aunque dentro de una constante apelación a "todos los argén IM nos". A sus colegas militares les señalaba los peligros que entrañaba \á posguerra, la amenaza de desórdenes sociales y la necesidad de u n Estadía

fuerte que interviniera en la sociedad y en la economía, y que a la vez aseguJ rara la autarquía económica. En el Consejo Nacional de Posguerra que c o i » tituyó, insistió en la importancia de profundizar las políticas de seguridad! social, así como de asegurar la plena ocupación y la protección del trabaJB ante la eventual crisis que pudieran sufrir las industrias crecidas con la gueri • A los empresarios les señaló la amenaza que entrañaban las masas obrera desorganizadas y el peligro del comunismo, que se veía avanzar en Europa, A n t e unos y otros se presentaba como quien podía canalizar esa efervescetn cia, si lograba para ello el poder necesario. Pero los empresarios fueron des­confiando cada vez más del "bombero piromaníaco" -según la feliz imagen de A . Rouquié- que agregaba combustible a la caldera, hasta el límite de su estallido, y al mismo tiempo controlaba la válvula de escape. Progres i vameie te, las agrupaciones patronales fueron tomando distancia de Perón y de In política de la secretaría, mientras éste paralelamente acentuaba su identili cación con los obreros, subrayaba su prédica anticapitalista y desarrollaba ampliamente en su discurso los motivos de la justicia social. A la vez, so fueron reduciendo las reticencias de los dirigentes sindicales, quienes encon traban en los partidos democráticos u n eco y u n interés mucho menor que el demostrado por e l coronel Perón.

La oposición democrática, que para definir su propia identidad había en-contrado en el gobierno militar un enemigo mucho más adecuado que el viejo régimen oligárquico, empezó a reconstituirse a medida que el avizorado f in de la guerra hacía más difícil la intransigencia del gobierno. La liberación de Pa rís, en agosto de 1944, dio pie a una notable manifestación claramente antigu bernamental y desde entonces un vigoroso movimiento social ganó la calle y revitalizó los partidos políticos. El gobierno mismo estaba en retirada: en mar zo de 1945, y ante la inminencia del f i n del conflicto, aceptó el reclamo de Estados Unidos -donde una nueva conducción en el Departamento de Estad< i prometía una relación más fácil— y declaró la guerra al Eje, condición para sel

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I^HHldo en las Naciones Unidas, que empezaban a constituirse. A l mismo |Pffl| N \r iguales razones, liberalizó su política interna. Los partidos oposi-

|tft>i n ' Lañaron la retirada lisa y llana de los gobernantes y la entrega del l l t l n a la i 'orle Suprema, último vestigio de la legalidad republicana, y sella-)§t tu ai ueido para las elecciones que veían próximas: la Unión Democrática

HptMaiia el repudio de la civilidad a los militares y la total adhesión a los

El t i Ipd '•• de los vencedores en la guerra. El frente político, que incluía a co-Ht!«i i•., socialistas y demoprogresistas, y contaba con el apoyo implícito de

Mi t ipos conservadores, estaba animado por los radicales, aunque un impor-IHIII i M I loi del partido, encabezado por el cordobés Amadeo Sabattini, recha-0 t IH I «naiegia "unionista" y reclamó una postura intransigente y "nacional", tfH» apostaba a algunos interlocutores en el Ejército, adversos a Perón. Esa | M l i I o n no prosperó, y la Unión Democrática fue definiendo su frente y sus l I lHína . : en junio de 1945 un Manifiesto de la Industriay el Comercio repudia-| M II» legislación social del gobierno. En septiembre de 1945, una multitudina-||H Man ba de la Constitución y de la Libertad terminó de sellar la alianza |<HIIIII a, pero también social, que excluía a la mayoría de los sectores obreros, m i n i a animadores del Frente Popular.

111 jéteito, presionado por la opinión pública y ganado por la desconfian-I I I al 11 tionel sindicalista, forzó su renuncia el 8 de octubre, pero no encontró una alternativa: el general Avalos, nuevo ministro de Guerra, y la oposición d i i i i " i tática especularon con varias opciones pero no pudieron definir n i n -l l i l n ni i lerdo. En medio de esas vacilaciones un hecho novedoso volvió a t t l l i i b i a r el equilibrio: una mult i tud se concentró el 17 de octubre en la Plaza •Ii M a y i i reclamando por la libertad de Perón y su restitución a los cargos que l i n i a I ,os partidarios de Perón en el Ejército volvieron a imponerse, el coro-I I I I habló a la mult i tud en la plaza y volvió al centro del poder, ahora como pitdldato oficial a la presidencia.

111 decisivo de la jornada de octubre no residió tanto en el número de ios H»lllegados -quizás inferior al de la Marcha de la Constitución y de la Liber-l l d l i le septiembre- cuanto por su composición, definidamente obrera. Su emer-g p l u i a coronaba un proceso hasta entonces callado de crecimiento, organiza­ción y politización de la clase obrera. La industrialización había avanzado sus-iat ii iva mente durante la guerra, tanto para exportar a los países vecinos cuanto p II a sustituir las importaciones, escasas por las dificultades del comercio y tam-hll*n por el boicot norteamericano. Lo cierto es que la ocupación industrial liubta crecido, y que la masa de trabajadores industriales había empezado a Wigiosar con migrantes rurales, expulsados por la crisis agrícola. N o fue un |frc i miento visible, pues a menudo se desarrolló en la periferia de las grandes

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ciudades, c o m o Rosario, La Plata o Buenos Aires, pero sobre todo porque no ú trataba de u n actor social cuya presencia fuera esperada, n i siquiera para e observador t a n sag&como Ezequiel Martínez Estrada, que lo ignoró en su ved sión de 1940 de Lacabeza de Goliat. Pero allí estaban, cada vez más compaciud en torno de unos sindicatos de fuerza acrecida, cada vez más entusiasmada* con la polít ica de Perón, y finalmente cada vez más inquietos por su renuncia, En el marco de sus organizaciones, y encabezados por sus dirigentes, quiened todavía n o habían despejado todas sus dudas respecto del coronel, marcharon el 17 a la Plaza de Mayo, el centro simbólico del poder, materializando un reclamo que en primer lugar era político pero que tenía profundas consecuen­cias sociales. Decidieron la crisis en favor de Perón, inauguraron una nuevu forma de participación, a través de la movilización, definieron una identidad I ganaron su ciudadanía política, sellando al mismo tiempo con Perón un acuct-do que ya no se rompería. Probablemente algunos de esos significados no fue-1 ron evidentes desde un principio -muchos creyeron ver en ellos a los sectorc* marginales de los trabajadores, la "chusma ignorante" o el "lumpenproleta r iado"- pero paulatinamente se fueron revelando, al tiempo que una imagen mítica y fundacional iba recubriendo y ocultando la jornada de octubre reaj. I

Con las elecciones a la vista, Perón y quienes lo apoyaban se dedicaron ¡i organizar su fuerza electoral. Los dirigentes sindicales, fortalecidos por la mo vilización de octubre, decidieron crear un partido político propio, el Laboris* ta, inspirado en el que acababa de triunfar en Inglaterra. Su organización aseguraba el predominio de los dirigentes sindicales, y su programa recogía diversos motivos, desde los más estrictamente socialistas hasta los vincula­dos con el dirigismo económico y el Estado de bienestar. En el nuevo partido, Perón era, nada más o nada menos, el primer afiliado y el candidato presi­dencial, una posición todavía distante de la jefatura plena que asumiría lue­go. Quizá para buscar bases de sustentación alternativas, o para recoger apo­yos más amplios fuera del mundo del trabajo, Perón promovió una escisión en el radicalismo, la UCR-Junta Renovadora, a la que se integraron unos po­cos dirigentes de prestigio, de entre quienes eligió a Jazmín Hortensio Quija-no - u n anciano y pintoresco dirigente corrent ino- para acompañarlo en la fórmula. Las relaciones entre laboristas y radicales renovadores fueron ma­las: aquéllos pretend í a n que el coronel Domingo Mercante, que había secun­dado a Perón en la Secretar ía de Trabajo, lo acompañara en la fórmula, pero debieron conformarse con colocarlo como candidato a gobernador de la pro­vincia de Buenos A i res. Apoyaron también a Perón muchos dirigentes con­servadores de segunda línea, y sobre todo lo respaldaron el Ejército y la Igle­sia, que en una pasto r a l recomendó, con pocos eufemismos, votar por el can-

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(plnio ,|, | gobierno que había perseguido al comunismo y establecido la en-#rVm i n-ligiosa.

| ii I linón Democrática incluyó a los partidos de izquierda pero -por la im-)*miH> ion de los radicales intransigentes- excluyó a los conservadores, que dld<l< n «n lesignarse a apoyarla desde fuera o pasarse calladamente al bando de |Vt* 1.1 o m o hicieron muchos, movidos por la vieja rivalidad con el radicalis­mo ' 'us i andidatos -José P. Tamborini y Enrique Mosca- provenían del riñon (!•• la 11 inducción alvearista del radicalismo. Su programa era socialmente pro-|MMl"i a i arito quizá como el de Perón—, pero su impacto quedó diluido por el MHiniasia apoyo recibido de las organizaciones patronales. Sin embargo, para •n« i l n (gentes y para las masas que esta coalición movilizaba, lo esencial pasaba |mi la defensa de la democracia y la derrota del totalitarismo, que había sucedi­do \n cierto modo prolongado al gobierno fraudulento. Así se había pensado Ii ! política en los últimos diez años, con la segura convicción de que, en elec-i I n i i i s libres, los adalides de la democracia ganarían.

IV IO el país había cambiado, en forma lenta y gradual quizás, aunque el i|i'»i u b r i m i e n t o de esas transformaciones fue brusco y espectacular. Perón asu-inlo plenamente el discurso de la justicia social, de la reforma justa y posible, a la i|ue sólo se oponía el egoísmo de unos pocos privilegiados. Estas actitudes •oí la les, arraigadas en prácticas igualmente consistentes, se venían elaborando f t t los diez o veinte años anteriores, lo que explica el eco suscitado por las luíala as de Perón, que contrapuso la democracia formal de sus adversarios a M democracia real de la justicia social, y dividió la sociedad entre el "pueblo" y In "oligarquía". U n segundo componente de estos cambios, las actitudes na­cionalistas, emergió bruscamente como respuesta a la intempestiva interven­ción en la elección del embajador norteamericano Spruille Braden, quien rea­nudando el virulento ataque del Departamento de Estado contra Perón, acusa­do di- ser un agente del nazismo, respaldó públicamente a la Unión Democrática. I a respuesta fue contundente: "Braden o Perón" agregó una segunda y decisiva a n t i n o m i a y terminó de configurar el bloque del nacionalismo popular, capaz I Ii enfrentar a lo que quedaba del Frente Popular.

El 24 de febrero triunfó Perón por alrededor de 300 m i l votos de ventaja, equivalentes a menos del 10% del electorado. Fue un triunfo claro pero no ubi umador. En las grandes ciudades, fue evidente el enfrentamiento entre los i;iandes agrupamientos de trabajadores y los de clases medias y altas, pero en r l resto del país las divisiones tuvieron un significado más tradicional, vincu­lado al peso de ciertos caudillos, al apoyo de la Iglesia o a la decisión de lectores conservadores de respaldar a Perón. Perón había ganado pero el pe-tonismo estaba todavía por construirse.

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^Aereado interno y pleno empleo

El nuevo gobierno mantuvo la retórica antinorteamericana, que elaboró luejm en la d o c t r i n a de la "tercera posición", distanciada tanto del comunismo c o m í del capitalismo, pero estableció relaciones diplomáticas con la URSS, e hizo lid posible para mejorar sus relaciones con Washington. Por presión de Perón, y venciendo las reticencias de muchos antiguos nacionalistas que lo habían acom­pañado, e l Congreso aprobó en 1946 las Actas de Chapultepec, que permitían el reingreso a la comunidad internacional, y al año siguiente el Tratado Intera-mericano de Asistencia Recíproca, firmado en Río. En el mismo lugar donde, cinco años antes, el país manifestara plenamente su independencia diplomátiJ ca, el canciller Juan At i l io Bramuglia se limitó en la ocasión a plantear dife­rencias menores. Pero la hostilidad norteamericana, alimentada por viejas ral zones económicas -la competencia de los granjeros- y motivos políticos más recientes, no disminuyó, y Estados Unidos siguió dispuesto a hacer pagar a la Argentina por su independencia durante la guerra. El boicot fue sistemático. El bloqueo a armamentos e insumos vitales no pudo mantenerse en la posgue rra, salvo en algunos casos, pero el comercio exterior era vulnerable. Las expon taciones industriales a los países limítrofes, que habían crecido mucho durante la guena, empezaron a retroceder ante la competencia norteamericana. Las exportaciones agrícolas a Europa -que entraba a la paz literalmente hambrien­t a - fueron obstaculizadas por Estados Unidos, restringiendo los transportes o vendiendo a precios subsidiados. La apetencia de los países maltrechos por la guerra era demasiado grande para que esto impidiera las ventas, pero en rigor ninguno de ellos poseía n i productos para intercambiar n i divisas convertibles que el país pudiera usar para saldar sus compras en Estados Unidos, de modo que en estos años excepcionales la Argentina cosechó beneficios modestos. En

1948 se lanzó el Plan Marshall, pero Estados Unidos prohibió que los dólares aportados a Europa se usaran para importaciones de la Argentina. Ya desde 1949 las economías europeas se recuperaron, Estados Unidos inundó el merca­do con cereales subsidiados y la participación argentina disminuyó drástica­mente. Para el gobierno quedaba la esperanza de que una nueva guerra mun­dial restableciera la situación excepcional de principios de los años cuarenta, y en verdad no faltaban indicios en ese sentido, como la crisis de Berlín o la guena de Corea, que esta l ló en 1950. El acotamiento del conflicto, y la rápida respuesta norteamerioana para impedir una alteración del mercado mundial, acabaron con la última, esperanza.

Gran Bretaña no a c e p t ó las presiones norteamericanas para restringir sus compras en la A r g e n t i n a . Además de la carne, estaban en juego las libras

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NIMH a lúas bloqueadas en Londres durante la guerra y las inversiones británi-H * n id l i adas en el país. La magnitud de las deudas británicas - l a Argentina I H «' ' I ' • un acreedor menor- hacía impensable el pago de las libras. La pési-Hl»« i l inación de las empresas ferroviarias, la descapitalización y obsolescen-i l i i , \a pérdida general de rentabilidad hacían conveniente para los británi-ftft desprenderse de ellas. Luego de una larga y compleja negociación, se 4li> el. i la compra de los ferrocarriles por un valor similar a las libras bloquea­dla, \n acuerdo sobre venta de carne, que sería en lo sucesivo pagada en libia- < onvertibles. Tras la retórica nacionalista que envolvió esta operación

|iles»utada como parte del programa de independencia económica y cele-lnuil.i i o n una gran manifestación en la Plaza de M a y o - se trataba sin duda tÍ9 un éxito británico, frente a un país que no tenía mejor opción. La crisis l io M i . ¡era británica de 1947 y el abandono de la convertibilidad de la libra •ii libaron con la única ventaja importante obtenida.

Vender cereales fue cada vez más difícil, y vender carne, cada vez menos Mil» usante. La consecuencia fue una reducción de la producción agropecua-f|ft motivada también por otros aspectos de la política económica- que se Mi tímpano de un crecimiento sustantivo de la parte destinada al consumo l l l l e i n o . El lugar en el mundo que tradicionalmente tenía la Argentina, co-Hlo productor privilegiado de bienes agropecuarios, fue haciéndose menos •iMiiíl¡cativo y esto contribuyó a definir las opciones -económicas y políti-

•« que la guerra había planteado. I a Segunda Guerra Mundial , la crisis de los mercados y el aislamiento,

a.. ni nado por el boicot norteamericano, habían contribuido a profundizar el (•lm eso de sustitución de importaciones iniciado en la década anterior, que, MKtelidiéndose más allá de los límites considerados "naturales" - l a elaboración l i r materias primas locales-, avanzó en el sector metalúrgico y otros. Una em-(Mesa típica, Siam D i Telia, que había comenzado elaborando máquinas de linasar y surtidores para YPF, creció notablemente con las heladeras, a las que a p i l e s sumó ventiladores, planchas y lavarropas. En algunos casos se exportó n países vecinos, que también padecían la falta de los suministros habituales; i n otros, se fabricaron locaimente los productos importados ausentes: se adap-I i l i o n los modelos y los procedimientos, con ingenio y quizá de manera impro­visada y poco eficiente, y se usó intensivamente la mano de obra, lo que suma­do a las dificultades para incorporar maquinarias hizo que los aumentos de producción implicaran caídas en la productividad laboral. Creció así, junto a l o empresas industriales tradicionales, una amplia capa de establecimientos medianos y pequeños, y aumentó en forma notable la mano de obra industrial, que se nutría de la corriente de migrantes internos, cada vez más intensa.

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El f in d e la guerra y la conclusión de esa suerte de "vacío de poder" en o|| mundo, q u e había permitido el crecimiento de sectores industriales marginales como el a r g e n t i n o , planteaba distintas opciones. Abandonada definitivamen­te la idea de una vuelta a la "normalidad" previa a 1930 o a 1914, quiene» estaban vinculados con los grupos empresarios más tradicionales, ubicados tanin en el sector exportador como en el industrial, adoptaban las ideas planteadas por Pinedo e n 1940: estimular las industrias "naturales", capaces de producir eficientemente y de competir en los mercados extemos, asociarse con Estados Unidos para sustentar su crecimiento, y a la vez mantener un equilibrio entro el sector industr ia l y el agropecuario, del cual debían seguir saliendo las divisas necesarias para la industria. La opción era difícil, no sólo por la necesidad de recomponer una relación con Estados Unidos que estaba muy deteriorada, así como de procurar firmemente recuperar los mercados de los productos agrope cuarios, sino porque suponía una fuerte depuración del sector industrial, elimi nar el segmento menos eficiente crecido durante la guerra al amparo de la protección natural que ésta generaba, y afrontar a la vez los costos de una difícil absorción de la mano de obra que quedaría desocupada. Una segunda alternativa había sido planteada por grupos de militares durante la guerra, y recogía tanto motivos estratégicos de las Fuerzas Armadas como ideas que ama­gaban en el nacionalismo: profundizar la sustitución, extenderla a la produc­ción de insumos básicos, como el acero o el petróleo, mediante una decidida intervención del Estado, y asegurar así la autarquía. La imagen de la Unión Soviética -que, más allá del comunismo, se había convertido en un Estado poderoso- está presente en esta propuesta, y en la subsecuente retórica de los planes quinquenales. Pero, igual que en la Unión Soviética, esto implicaba un enorme esfuerzo para l a capitalización, restricciones al consumo y probable­mente una "generación sacrificada".

Perón venía participando de estas discusiones, que él mismo promovió en el Consejo de Posguerra constituido en 1944. Su solución fue ecléctica y tam­bién novedosa, y tuvo en cuenta principalmente los intereses inmediatos de los trabajadores, que constituían su apoyo más sólido. La inspiración autárqui-ca de los militares se dibuja en el Primer Plan Quinquenal, que debía servir para planificar la economía pero se limitó a una serie de vagos enunciados, y también en la constitución de la empresa siderúrgica estatal SOMISA, que sin embargo todavía seguiría casi en proyecto diez años después. La presencia del sector industtial crecido en la guerra se advierte en su primer equipo económi­co, a cuya cabeza estaba Miguel Miranda, un fabricante de envases de hojalata, secundado por Raúl LaLgoinarsino, un industrial del vestido, y asesorado por José Figuerola, un destacado técnico español. Miranda, nombrado presidente

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•M hunco Central, del poderoso Instituto Argentino de Promoción del Inter-t t fhibm ( IAPI) y del Consejo Económico Social, fue durante tres años el con-f|lM loi de la economía. La política del Estado -dotado como se verá de ins-Itllim ni os mucho más poderosos- apuntó a la defensa del sector industrial lltmalado, y a su expansión dentro de las pautas vigentes de protección y lm i l idad. Éste recibió amplios créditos del Banco Industrial, protección adua-fUMii para elimrnar competidores extemos y divisas adquiridas a tipos preferen-||MIM para equiparse. Además, las políticas de redistribución de ingresos'hacia |iM m lores trabajadores contribuían a la expansión sostenida del consumo. En M I ningular período, la alta ocupación y los salarios en alza trajeron aparejada n i M rxpansión de la demanda y una inflación cuyos niveles empezaron a ele-s nise, pero a la vez ganancias importantes para los empresarios.

lai suma, Perón había optado por el mercado interno y por la defensa del pleno empleo. Se trataba de una verdadera "cadena de la felicidad", que nudo financiarse principalmente por la existencia de una abundante reser­va ile divisas, acumulada durante los prósperos años de la guerra, y que peí ñutió en la posguerra un acelerado, desenfrenado y con frecuencia poco f f U iente equipamiento industrial. Desafiando las leyes de la contabilidad, y con la esperanza puesta en una nueva guerra mundial , en esos años se mislii en el exterior mucho más de lo que entraba. Por otra parte, el I A P I

monopolizó el comercio exterior y transfirió al sector industrial y urbano ingresos provenientes del campo, mediante la diferencia entre los precios pagados a los productores y los obtenidos por la venta de las cosechas en el rxlerior. Era un golpe fuerte al sector agropecuario, al que sin duda ya no se lonsideraba la "rueda maestra" de la economía, o al que quizá se suponía i apaz de soportarlo todo. Los productores rurales padecían también por la laba de insumos y maquinarias -para las que no había cambio preferen-i lal , el congelamiento de los arrendamientos, que afectó el ciclo natural de recuperación de la fertilidad de la tierra, y el costo más alto de la mano de obra, debido a la vigencia del Estatuto del Peón. Todas estas razones agudizaron la caída de la superficie cultivada, al tiempo que el aumento del consumo interno -reflejado en el trigo, y sobre todo en la carne- reducía aún más las disponibilidades para la.exportación.

La política peronista se caracterizó por un fuerte impulso a la participa­ción del Estado en la dirección y regulación de la economía; desarrolló ten­dencias iniciadas en la década anterior, bajo las administraciones conserva­doras, pero las extendió y profundizó, según una corriente de inspiración keynesiana difundida en muchas partes durante la posguerra. A la vez, hubo una generalizada nacionalización de las inversiones extranjeras, particular-

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mente de empresas controladas por capital británico, que se hallaba en pleno | proceso de repatriación; se adjudicó a esto una gran importancia simbólica, expresada en la fórmula de la Independencia Económica, solemnemente pin clamada e n Tucumán el 9 de jul io de 1947. A los ferrocarriles se sumaron luí' teléfonos, la empresa de gas y algunas compañías de electricidad del interior, sin afectar s in embargo a la legendaria C A D E que servía a la Capital. Se dio fuerte impulso a Gas del Estado, construyendo el gasoducto desde Comodoro Rivadavia, a la Flota Mercante - a la que se incorporaron las naves del exten­so grupo Dodero— y a la incipiente Aerolíneas Argentinas. El Estado avanzó incluso en actividades industriales, no sólo por la vía de las fábricas militares sino con u n grupo de empresas alemanas nacionalizadas, que integraron el grupo D I N I E . Pero la reforma más importante fue la nacionalización del Banco Central. Desde él se manejaba la política monetaria y la crediticia, y tam­bién el comercio exterior, pues los depósitos de todos los bancos fueron na­cionalizados, y al Banco Central se le asignó el control del I A P I .

Así, la nacionalización de la economía y su control por el Estado fueron una de las claves de la nueva política económica. La otra - y quizá la primera-tuvo que ver con los trabajadores, con el mantenimiento del empleo y con la elevación de su nive l de vida. Esto tenía probablemente raíces políticas más importantes que las económicas: el terror a las posibles consecuencias socia­les del desempleo, el recuerdo de la crisis de la primera posguerra -de la que Perón mismo tuvo una experiencia directa, cuando participó en la represión de los amotinados de Vasena- así como la misma experiencia europea de entreguerra, y también de posguerra, debe haber influido no sólo en el diseño político más general sino en el privilegio, en materia de política económica, de la salvaguardia del empleo industrial primero y de la redistribución de los ingresos después. Pero a la vez, la justicia social sirvió para el sostenimiento del mercado interno. Entre 1946 y 1949 se extendieron y generalizaron las medidas sociales lanzadas antes de 1945. Por la vía de las negociaciones co­lectivas, garantizadas p o r la ley, los salarios empezaron a subir notablemente. A ello se agregaron las vacaciones pagas, las licencias por enfermedad o los sistemas sociales de medic ina y de turismo, actividades en las que los sindica­tos tuvieron un importante papel. Por otros caminos, el Estado benefactor contribuyó decisivamente a la elevación del nivel de vida: congelamiento de los alquileres, establecimiento de salarios mínimos y de precios máximos, mejora de la salud pública - l a acción del ministro Ramón Carrillo fue funda­mental—, planes de v i v i e n d a , construcción de escuelas y colegios, organiza­ción del sistema j u b i l a t o r i o , y en genetal todo lo relativo al campo de la seguridad social.

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El Estado peronista

fUlit i«•nilánación de lo conseguido y lo concedido es reveladora de la comple-|M i i lai n m establecida entre los trabajadores y el Estado. Los términos en que fftttt « había desarrollado hasta las elecciones enseguida se modificaron radi-MIHH un- después del triunfo. Justificándose en la innumerable cantidad de Mtullí* ios entre laboristas y radicales renovadores, Perón ordenó la disolución di Ii ••• distintos nucleamientos que lo habían apoyado, y entte ellos el Partido IrtUuista, a través del cual los viejos sindicalistas aspiraban a conducir una Millón política autónoma, solidaria con Perón pero independiente. La deci­sión que culminaría en la creación del Partido Peronista- fue al principio RNMMida, pero en definitiva sólo Cipriano Reyes, el dirigente de los frigoríficos ti* Ka isso, se enfrentó con Perón, ganándose una enconada persecución. Poco tl»'»pucs, en enero de 1947, Perón eliminó de la dirección de la C G T a Luis Gay, u n I.I no gremial ista e inspirador del Partido Laborista, y uno de los propulso-

del proyecto autónomo, y lo reemplazó por un dirigente de menor cuantía, Mullí ando así la voluntad de subordinar al Estado la cúpula del movimiento ohmio , Nuevamente, no hubo resistencias: probablemente para el grueso de luí i i abajadores la solidaridad con quien había hecho realidad tantos benefi-

• i . ••• importaba más que una autonomía política cuyos propósitos, en ese con-lenio, no resultaban claros.

Pero a la vez, la organización obrera se consolidó firmemente. Como ha mostrado Louise Doyon, la sindicalización, escasa hasta 1943, se extendió tapidamente a los gremios industriales primero y a los empleados del Estado di pipiles, alcanzando su máximo hacia 1950. La ley de Asociaciones Profesio­nales aseguraba la existencia de grandes y poderosas organizaciones - u n sin-• li i ato por rama de industria y una confederación única—, con fuerza para ¡negociar de igual a igual con los representantes patronales, pero a la vez • Irpendientes de la "personería gremial", otorgada por el Estado. Las orienta-• u mes y demandas circulaban preferentemente desde arriba hacia abajo, y la i t i l , conducida por personajes mediocres, fue la responsable de transmitir las directivas del Estado a los sindicatos y de controlar a los díscolos. Similar fue la función de los sindicatos respecto de las organizaciones de base: controlar, achicar el espacio de acción autónoma, intervenir a las secciones demasiado Inquietas; a la vez, se hicieron cargo de funciones cada vez más complejas, lauto en la negociación de los convenios como en las actividades sociales, y debieron desarrollar una administración especializada, de modo que la fiso­nomía de los dirigentes sindicales, convertidos en una burocracia estable, se diferenció notablemente de la de los viejos luchadores. En la base, la acción

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sindical conservó una gran vitalidad, por obra de las comisiones internas d i fábrica, que se ocuparon de infinidad de problemas inmediatos referidos a luí condiciones de trabajo, negociaron directamente con patronos y gerentes, y! establecieron en la fábrica un principio bastante real de igualdad. En lm primeros años, hasta 1949, las huelgas fueron numerosas, y se generaron al impulso de las reformas lanzadas desde el gobierno, para hacerlas cumplir o extenderlas, con la convicción por parte de los trabajadores de que se ajusta­ban a la voluntad profunda de Perón.

Este, sin embargo, se preocupaba por esa agitación sin f i n y procuraba profundizar el control del movimiento sindical. Los gremialistas que lo acom­pañaron inicialmcnte fueron alejándose, reemplazados por otros elegidos pot el gobierno y más proclives a acatar sus indicaciones. Las huelgas fueron consideradas inconvenientes al principio, y francamente negativas luego: se procuró solucionar los conflictos mediante los mecanismos del arbitraje, y en su defecto se optó por reprimirlos, ya sea por mano del propio sindicato o de la fuerza pública. Desde 1947 Eva Perón, esposa del presidente, se dedicó desde la Secretaría de Trabajo - e l lugar dejado vacante por Perón- a cumplir las funciones de mediación entre los dirigentes sindicales y el gobierno, faci­litando la negociación de los conflictos con un estilo muy personal que com­binaba la persuasión y la imposición.

La relación entre Perón y el sindicalismo -crucial en el Estado peronista-fue sin duda compleja, negociada y difícilmente reducible a una fórmula sim­ple. Pese a la fuerte presión del gobierno sobre los sindicatos y a la decisión de controlar su acción, éstos nunca dejaron de ser la expresión social y polí­tica de los trabajadores. Desde la perspectiva de éstos, el Estado no sólo faci­litaba y estimulaba su organización y los colmaba de beneficios, sino que creaba una situación de comunicación y participación fluida y hasta familiar, de modo que estaban lejos de considerarlo como algo ajeno. El Estado pero­nista, a su vez, tenía en los trabajadores su gran fuerza legitimadora, y los reconocía como tal; y no de un modo retórico o abstracto, sino referido a sus organizaciones y a sus dirigentes, a quienes concedió u n lugar destacado. —

Pero a la vez, el Estado peronista procuró extender sus apoyos a la amplia franja de sectores populares no sindicalizados, con quienes estableció una co­municación profunda, aunque de índole diferente, a través de Eva Perón y de la fundación que llevó su nombre. Financiada con fondos públicos y aportes privados más o menos voluntarios, la Fundación realizó una obra de notable magnitud: creó escuelas, hogares para ancianos o huérfanos y policlínicos; re­partió alimentos y regalos navideños; estimuló el turismo y los deportes, a tra­vés de campeonatos infantiles o juveniles de dimensión nacional, bautizados

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|ttfi In» nombres ele la pareja gobernante. Sobre todo, practicó la acción direc-tfl • unidades básicas -organizaciones celulares del partido- detectaban los t i * * " p ii i nadares de desprotección y transmitían los pedidos a la Fundación llundi , por otra parte, la propia Eva Perón recibía cotidianamente, sin fatiga, |Hi>< p< imánente caravana de solicirantes que obtenían una máquina de co-IH una cama en el hospital, una bicicleta, un empleo o una pensión quizá, un H U I - I M lo siempre. Eva Perón resultaba así la encarnación del Estado benefac-Itn v («invidente, que a través de la "Dama de la Esperanza" adquiría una d i -liii n aon personal y sensible. Sus beneficiarios no eran exactamente lo mismo ijiii I..-. i rabajadores: muchos carecían de la protección de sus sindicatos, y todo In di hian al Estado y a su intercesora. Los medios de difusión machacaron

Bpfmint emente sobre esta imagen, entre benefactora y reparadora, replicada B ) n por la escuela, donde los niños se introducían a la lectura con "Evita me mita" I ¡i experiencia de la acción social directa, sumada al reiterado discurso H»>l l 'Mado, terminaron constituyendo una nueva identidad social, los "humil ->|i i " , que completó el arco popular de apoyo al gobierno.

Según una concepción que se desarrolló más ampliamente a medida que trans-H i u i a n los años, el Estado debía vincularse con cada uno de los sectores de la fcM leí latí, que era considerada como una comunidad y no como la suma de indi-vldui is, y aspiraba a que cada uno de ellos se organizara y constituyera su repre-|f litación corporativa. Con mayor o menor fortuna, aspiró a organizar a los in ipresar ios , reuniendo en la Confederación General Económica a todas 11 te presentaciones sectoriales, así como a los estudiantes universitarios o a los |Hi «lesiónales. Intentó también, con cautela, redefinir las relaciones con las Mi andes corporaciones tradicionales. Con la Iglesia existió un acuerdo básico, que se tradujo en el poco velado apoyo electoral de 1946. El gobierno peronista iti.ti i iuvo la enseñanza religiosa en las escuelas, y concedió la conducción de las Universidades a personajes vinculados con el clericalismo hispanófilo. Reservó un lugar importante en el ceremonial público a los altos prelados, como mon-.«in ir Copello, e incorporó a su elenco político a algunos sacerdotes, como el pudre Benítez, confesor de Eva Perón, o el padre Virgilio Filippo, fogoso cura párroco del barrio de Belgrano, que cambió el pulpito por una banca en el ( \. Fue sin embargo una relación algo distante: u n grupo importante de eclesiásticos -entre ellos, monseñor Miguel D'Andrea-, preocupados por el iutoritarismo creciente, se alineó firmemente en el lado de los opositores; otros lamentaron la renuncia de Perón a las consignas nacionalistas, y otros muchos miraron con reservas algunos aspectos de la política democratizadora de las relaciones sociales, como por ejemplo la igualación de derechos entte hijos "naturales" y "legítimos".

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C o n respecto a las Fuerzas Armadas, aunque Perón recurrió habitualmend te a oficiales para desempeñar funciones de importancia, se cuidó inicial-' mente tanto de inmiscuirse en su vida interna como de darles cabida institu­cional en el gobierno. Sobre todo, procuró conservar la identificación esta­blecida en 1943 entre las Fuerzas Armadas y un gobierno del que se quería continuador: el 4 de junio, "olímpico episodio de la historia", siguió siendo un fausto fundador; temas centrales del gobierno, como la independencia económica, la unidad nacional y el orden, y sobre todo la imagen de un mundo en guerra donde la neutralidad se traducía en la "tercera posición", sirvieron para consolidar un campo de solidaridades común, alterado sin em­bargo por el estilo excesivamente plebeyo que los militares veían en el go­bierno, y sobre todo por la presencia, acción y palabra, difíciles de aceptar, de la esposa del presidente.

Según la concepción de Perón, el Estado, además de dirigir la economía y velar por la seguridad del pueblo, debía ser el ámbito donde los distintos intereses sociales, previamente organizados, negociaran y dirimieran sus con­flictos. Esta línea - y a esbozada en la década de 1930- se inspiraba en mode­los muy difundidos por entonces, que pueden filiarse tanto en Mussolini co­mo en el mexicano Lázaro Cárdenas, y rompía con la concepción liberal del Estado. Implicaba una reestructuración de las instituciones republicanas, una desvalorización de los espacios democráticos y representativos y una subordi­nación de los poderes constitucionales al Ejecutivo, lugar donde se asentaba el conductor, cuya legitimidad derivaba menos de esas instituciones que del plebiscito popular.

Paradójicamente, un gobierno surgido de una de las escasas elecciones inobjetables que hubo en el país recorrió con decisión el camino hacia el autoritarismo. Así, en 1947 reemplazó a la Corte Suprema mediante un juic io político escasamente convincente. Utilizó ampliamente el recurso de intervenir las provincias; en muchos casos - e n Santa Fe, Catamarca, Córdoba, entre otros- , y en la mejor tradición argentina, lo hizo para resol­ver cuestiones entre sectores de su heterogénea cohorte de apoyos. Pero en u n caso, en Corrientes, y sin que mediara conflicto alguno, lo usó para deponer al único gobernador no peronista elegido en 1946. U n a ley acabó en 1947 con la autonomía universitaria, estableciendo que toda designa­ción docente requería de un decreto del Ejecutivo. El Poder Legislativo fue formalmente respetado - e l corpus legislativo elaborado en esos años fue abundante- pero se lo vació de todo contenido real: los proyectos se prepa­raban en oficinas de la presidencia, y se aprobaban sin modificaciones; los opositores fueron acusados de desacato, excluidos de la Cámara o desafora-

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tliia, < o i n o ocurrió en 1949 con Ricardo Balbín, y la discusión parlamenta-||M lm «ludida recurriendo al "cierre del debate", especialidad del diputado A«loi|'.au>. En 1951, una modificación del sistema de circunscripciones »|i< luíales -diagramado por Román Subiza, secretario de Asuntos Políti-lo* i«-1lujo al mínimo la representación opositora en la Cámara de Dipu­tólo. I I avance del Ejecutivo llegó también al "cuarto poder": con recur­ría diversos, el gobierno formó una importante cadena de diarios y otra de Millo-., que condujo desde la Secretaría de Prensa y Difusión, administrada |ioi Kaul Alejandro A p o l d , a quien la oposición solía comparar con el doc-|oi ( loebbels. Los diarios independientes fueron presionados de m i l mane-!•!« i notas de papel, restricciones a la circulación, clausuras temporarias, |f!>tiiados, y en dos casos extremos - L a Prensa y La Nueva Provincia, en |MM la expropiación. La reforma de la Constitución, realizada en 1949, MI ahí 1 con la última y gran salvaguardia institucional al autoritarismo y Mtahleeió la posibilidad de la reelección presidencial. Dos años después, i n noviembre de 1951, Juan Domingo Perón y J. Hortensio Quijano fueron i n Ii i tos, obteniendo en la ocasión -cuando votaron por primera vez las l iai|ríes- alrededor de las dos terceras partes de los sufragios.

Para Perón, tan importante como afirmar la preeminencia del Ejecutivo B i t el resto de las instituciones republicanas fue dar forma al heterogéneo t o n p i n t o de fuerzas que lo apoyaba, proveniente de diferentes sectores, con Irada iones diversas, y muchas veces nutrido de cuadros y militantes sin expe-|li tu ia n i formación política. A todo ello había que darle un disciplinamiento y oiganización acordes con los principios políticos más generales del peronis-ni' i , y además evitar tanto los conflictos internos como la posibilidad de que n u amaran y transmitieran tensiones y demandas desde la base de la sociedad. I'III.I e l lo recurrió a un método muy tradicional, ya practicado por Roca, Yrigo-yei i y Justo: el uso de la autoridad del Estado para disciplinar las fuerzas propias, V uno novedoso, la utilización de su liderazgo personal e intransferible -com-p mido con su esposa-, que se constituyó naturalmente pero que luego fue

• un hulosamente alimentado por la maquinaria propagandística. En el Congre-i»o, Perón exigió de cada diputado o senador una renuncia en blanco, como yiirantía de su disciplina. El Partido Peronista, creado en 1947, adoptó una • a ionización totalmente vertical, donde cada escalón se subordinaba a la deci-

lón del nivel superior, hasta culminar en el líder, presidente del país y del pan ido, con derecho a modificar cualquier decisión partidaria. Se trataba de una versión local del célebre Führerprinzip alemán, pero su aplicación fue me­nos dramática: el Partido -manejado por el almirante Teisaire— se limitó a • nganiznr las candidaturas y Perón, a arbitrar en los casos difíciles o a mencio-

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nar s implemente quiénes debían ser electos. La organización se modificó v J rias veces y, como mostró Alberto Ciria, los organigramas, cada vez más co i i j piejos, acentuaron la verticalidad. Finalmente, el Partido fue incluido denirJ del m o v i m i e n t o , junto con el Partido Peronista Femenino -que organizó l i v l Perón- y la CGT, alas órdenes del jefe supremo, a quien se subordinaban J Comando Estratégico y los Comandos Tácticos.

Además de esta terminología militar, la organización incluía un elemen» revelador: en cada nivel se integraba la autoridad pública ejecutiva résped I va - i n t e n d e n t e , gobernador o presidente-, con lo cual quedaba claro, y pucJ to por escrito, que movimiento y nación eran considerados una misma cosa, Lo que inicialmente fue la doctrina peronista se convirtió en la Doctriim Nacional , consagrada en esos términos por la Constitución de 1949, quJ articulaba tanto al Estado como a la comunidad organizada. Estado y movlJ miento, movimiento y comunidad confluían en el líder, quien formulaba (I doctrina y la ejecutaba, de manera elástica y pragmática, con su arte de con ductor que aunque personal e intransferible podía ser enseñado a quienJ asumieran los comandos subordinados. Se combinaban aquí las tradiciones del Ejército, donde la conducción es un capítulo fundamental del mando, y la de los modernos totalitarismos que, en su versión fascista, sin duda impre sionaron a Perón.

Esta retórica era sin duda ajena a la tradición política principal del país) liberal y democrática, aunque su emergencia no puede resultar absolutamen­te extraña si se recuerda lo que fueron anteriormente las prácticas concretas n i la identificación del partido con la nación, n i la marginación del Congre] so, n i la identificación entre el jefe del Estado y el jefe del partido oficial eraij novedades absolutas. Por otra parte, si el peronismo segó sistemáticamente los ámbitos de participación autónoma, ya fueran estos partidarios, sindical les o civiles, y tuvo u n a tendencia a penetrar y "peronizar" cualquier espacie de la sociedad civi l , n o es menos cierto que encarnó y concretó u n vigorosí-l simo movimiento democratizado^ que aseguró los derechos políticos y socia-' les de vastos sectores hasta entonces al margen, culminando con el establecí-/ miento del voto femenino y la instrumentación de medidas concretas pan] asegurar a la mujer u n . lugar en las instituciones. Los conceptos más tradición nales de democracia n o alcanzan a dar cuenta de esta forma, muy moderna,' de democracia de masas.

Esta singular formai de democracia se constituía desde el Estado. Los d i ­versos actores que conformaban su base de sustentación eran considerados como "masas", es d e c i r , un todo indiferenciado, cuya expresión autónoma o específica no era va l iosa , y que debía ser moldeado, inculcándole la "doctri-

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HH" A • lio se dirigía la propaganda masiva, que saturaba los medios de co-Mlllua a< ii ni -utilizados por primera vez en forma sistemática- y también la M» in la I I régimen tuvo una tendencia definida a "peronizar" todas las insti-Httluiti •., y a convertirlas en instrumentos de adoctrinamiento. Sería difícil lltldia di la eficacia de estos mecanismos, que se traducían en un sufragio Mlrt i loi u i favor de Perón o de los candidatos por él indicados.

|Vn » la forma más característica y singular de la política de masas eran las lililí I I I .MI iones y concentraciones. Realizadas en días fijos - l 2 de Mayo, 17 di in (ubre- y en ocasiones especiales -cuando había que celebrar algo o nui l i * ai alguna decisión política-, conservaban mucho del pathos desafiante, ||Mi MU aneo y contestatario de la movilización fundadora del peronismo, pe­lo Miualk-udo y atemperado, más en memoria y potencia que en acto. Ya no Man espontáneas sino convocadas, con suministro de medios de transporte; i ih l i nadas y encuadradas, hasta incluyeron controles de asistencia. Sobre to-i|n, i tan jornadas festivas, despojadas de elementos de enfrentamiento real, MUmuida metafórica "oligarquía" o "antipatria", que expresaban antes la Ittudadde la nación que de sus conflictos: en la "fiesta del trabajo" -según el tll«puadn verbo de Oscar Ivanissevich, ministro de Educación y vate of ic ia l -| I M 11 abajadores, "unidos por el amor de Dios", se reunían "al pie de la bande-|M nu uisanta". En rigor, este proceso no era nuevo y la lenta transición de la binada combativa a la festiva se inicia en la década de 1920. En rigor tam-HIIMI , la tradición contestataria era recordada y mantenida tanto por Perón llt i t io, sobre todo, en las palabras ásperas, llenas de furor plebeyo y desafío l lunilla de Eva Perón.

AI renovar el pacto fundador entre el líder y el pueblo, las grandes con-i m u aciones cumplían u n papel fundamental en la legitimación plebisci­tada del régimen, que era considerada mucho más importante que la dec­imal, Además, eran el momento privilegiado en la constitución de una lili ni idad, que resultaba tanto trabajadora y popular como peronista. Todo •feparaba el momento privilegiado de la recepción del discurso del líder que, al apelar desde el "balcón" a los "compañeros", incluía tanto una defi-lih ion de su lugar, más allá de las pasiones y de los conflictos, como del de quienes lo apoyaban y aceptaban su dirección - l a patria, el pueblo, los tra-ha|adores-, y de los enemigos, calificados como la antipatria y, como tales, r m luidos del sistema de convivencia, pues "a los enemigos, n i justicia", ptlvia Sigal y Eliseo Verón han señalado la incorporación definit iva a la i ullura política popular de dos elementos difícilmente asimilables a la tra­dición democrática más clásica: la verticalidad y el faccionalismo, conver-lldos desde entonces en valores políticos.

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¿Hasta qué punto esto fue responsabilidad exclusiva del peronismo? I u oposición terminó ocupando el lugar asignado en este sistema. La derrota d i 1946 desarticuló totalmente el proyecto de la Unión Democrática -últinui figuración de l Frente Popular- y enfrentó a los partidos opositores con uní cuestión dif íc i l : desde dónde enfrentar a Perón. Los socialistas, apartados do toda representación política, mantuvieron su caracterización de "nazifasciv mo", denunc iaron los avances hacia el autoritarismo y consideraron que In prioridad era acabar con el régimen; los grupos de socialistas que intentaban una postura más comprensiva hacia los trabajadores que habían adherido al peronismo no lograron quebrar la sólida y ya anquilosada estructura partida­ria. Algo s imilar ocurrió en el Partido Comunista: hubo u n período de acer camiento y simpática comprensión, por la vía de las organizaciones de traba jadores, que culminó con la expulsión de los dirigentes que la propiciaron, Los conservadores sufrieron el cimbronazo de una cantidad de dirigentes que se "pasaron", pero finalmente se reconstituyó, en una línea de oposición from tal , fundada en la defensa de la legalidad republicana.

En el radicalismo el proceso fue más amplio. La derrota de 1946 abrió el camino a la renovación partidaria y una coalición de intransigentes renova^ dores y sabattinistas, críticos de la estrategia de la Unión Democrática, des­plazó a los "unionistas" que venían del tronco alvearista. En 1947, en la Con­vención de Avellaneda, el Movimiento de Intransigencia y Renovación ha­bía formulado sus principios, que transformaban sustancialmente el programa radical, hasta entonces ambiguo e impreciso. El M I R , sin renunciar a la defen­sa de la Constitución y de la República, combatió al peronismo desde una posición que se presentaba como más progresista, tanto en lo social como en lo nacional, y lo hizo c o n más soltura a medida que el régimen, por las exi­gencias del gobierno, fue abandonando sus posiciones iniciales más avanza­das. Mientras el grupo unionista optaba por el desafío frontal y especulaba con un golpe militar, los intransigentes discutieron en el Congreso cada uno de los proyectos gubernamentales, coincidieron a veces, y señalaron objecio­nes fundadas y atendibles en muchos casos. En el grupo de los cuarenta y cuatro diputados, presidido por Ricardo Balbín y A r t u r o Frondizi, se formó toda la dirigencia radica l posperonista. Pero no llegaron a constituirse en una verdadera oposición democrática, en parte porque entre muchos de ellos el faccionalismo era t a m b i é n muy fuerte, pero sobre todo porque la mayoría peronista no estaba dispuesta a convertir al Congreso en un lugar de debate, e incluso a tolerar que fuera una tribuna de los disidentes con la Doctrina Nacional. Todos los recursos se usaron para acallar sus voces y, finalmente, para ubicarlos en la pos i c ión que previamente se les había asignado.

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Un conflicto cultural

| H v liulencia del discurso político y, sobre todo, los encendidos ataques a la "iillK.uquía" no se correspondían con una confl ict ividad social real n i mu-dio menos con una guerra social, como parecía desprenderse de aquéllos. |¡| ne.üncn peronista no atacó ningún interés fundamental de las clases l l l i i» iiadicionales, aunque algunos segmentos de ellas pudieran verse afec­tólos por la política agropecuaria. Las instituciones que expresaban los-inte-t>M<« * • apotativos de los propietarios - l a Sociedad Rural, la Unión Industrial y olías no se opusieron públicamente al gobierno, e incluso aceptaron dis­idías cooptaciones. Hubo sí, nuevas incorporaciones de empresarios exito-H M , y sobre todo de quienes supieron aprovechar vinculaciones y prebendas p i i i i hacer jugosos negocios. En el imaginario social ocupó u n lugar impor-l i i n n el "nuevo rico", el parvenú, que se mezcló con otros nuevos integran-m dr una élite dirigente que, ciertamente, era mucho más variada que la Ulterior a 1945: los sindicalistas ocuparon puestos visibles, junto con una Rile va carnada de políticos, deportistas o artistas. Las clases medias tradi-l l l i l i a l e s tuvieron quizá más motivos de queja, especialmente quienes goza-IMH de rentas fijas, reducidas por la inflación, o quienes perdieron sus em-(i leos estatales. Pero en cambio se nutr ieron de nuevos y vigorosos cont in-Mi mes llegados por las vías más tradicionales de la sociedad argentina: la |lodcsta prosperidad económica de los trabajadores, y la educación de sus ( l i j o s , pues una de las características salientes de estos años fue la formida-b l i expansión de la matrícula en la enseñanza media y la no menos notable B t n s i ó n de la universitaria.

I as migraciones internas habían venido modificando profundamente la fUonomía de los sectotes populares. En ellas, la crisis de la agricultura pam-A r n n a operó tan fuertemente como la oferta de trabajo industrial, y estabili-l i i d a ésta, fue la mera atracción de la vida en las ciudades, que reflejaba los t f t n esos de modernización y aparición de expectativas y aspiraciones nue-Viin, generalizadas por la radio y el cine. Durante los años finales de la década del i reinta y el período de la guerra predominaron los migrantes de las zonas pampeanas-más cercanas y luego se incorporaron los provenientes del Inte-11. a i radicional, con quienes se construyó la imagen social del "cabecita ne-h " . Con ellos se expandieron los cinturones de las grandes ciudades - e l l iian Buenos Aires, Gran Rosario, Gran Córdoba- donde se repitió una his-i . n i . i social ya conocida: el lote modesto, la casita precaria, construida por pai les - c o n la novedad de los planes sociales de vivienda- y el esfuerzo socie-liirio para urbanizar el lugar.

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La n o v e d a d de esta historia, que prolongaba el secular proceso de expitfl sión de la sociedad argentina, fue la brusca incorporación de los sectofi populares a ámbitos visibles, anteriormente vedados. Más allá de su sigmfll cado pol í t i co , e l 17 de octubre fue simbólico precisamente por eso. EstiniuU dos y protegidos por el Estado peronista, y aprovechando una holgura e c o f l mica novedosa, los sectores populares se incorporaron al consumo, a la ciJ dad, a la política. Compraron ropas y calzados, y también radios o heladera^ y algunos las "motonetas" que el líder se encargaba de promocionar. V i a j a n por el país, gracias a los planes de turismo social, y accedieron a los lugares »!•• esparcimiento y diversión, aprovechando la generalización del sábado ingle» y aun el asueto sabatino total para algunos de ellos. Se llenaron las canchB de fútbol, las plazas y parques, el Parque Retiro y los lugares de baile - c o f l f l La Enramada— donde la música folclórica recordaba la vieja identidad y facb litaba la asunción de la nueva. Sobre todo, fueron al cine, la gran diversión de aquellos años. Invadieron la ciudad, incluso el centro, y lo usaron todo. Ejercieron plenamente una ciudadanía social, que nació íntimamente fusio nada con la política.

El reconocimiento de la existencia del pueblo trabajador y el ejercicio do nuevos derechos estuvo asociado con la acción del Estado, y la justicia social) fue una idea clave y constitutiva tanto del discurso del Estado -que derivó de ella la doctrina llamada "justicialista"- como de la nueva identidad social qui­se constituía. Los materiales de esta idea se habían ido conformando en las dos décadas anteriores, tanto por obra de las experiencias de los sectores populares como de diversas fuentes discursivas, del socialismo a la doctrina de la Iglesia. Todo ello había decantado en una percepción, racional y emotiva a la vez, cil­las injusticias de la sociedad -manifiesta tanto en un discurso de Alfredo Pala­cios como en una película de Tita Merel lo- unida a una acción racional para solucionar sus aspectos más visibles, para alcanzar mejoras, quizá modestas pe­ro posibles e inmediatas, en las que el Estado benefactor tenía la responsabili­dad principal y ia propia organización de los interesados era relegada a una situación ancilar. Lo singular - h a subrayado con justeza José Luis Romero- fue la combinación de esta nueva concepción con aquella otra más espontánea y verdaderamente const i tut iva de la sociedad argentina moderna: la ideología de la movilidad social. L a acción del Estado no sustituía la clásica aventura individual del ascenso, s i n o que aportaba el empujón inicial, la eliminación de los obstáculos más gruesos, para que los mecanismos tradicionales pudieran empezar a funcionar. La j usticia social venía a completar así el proceso secular de integración de la soc iedad argentina, y la identidad que se constituyó en torno de ella fue a la v«ez obrera e integrativa. A diferencia de las décadas

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m»lli<e .. ii ido lo referente al mundo del trabajo, y a la misma dignidad inhe-Mftl» ii 11, I I IVO un significado central, reforzado por el papel de la institución

' iPtM 'i |" " excelencia el sindicato- en innumerables ámbitos de la vida, labo-|g| y ni * laboral, pues de la mano del sindicato los trabajadores tanto asegura-H#t «II '.alud como accedieron al turismo o al deporte. Los trabajadores se inte-prth 'ii a la nación de la mano del Estado y a la vez se incorporaron a la sociedad IMHI'IM 'da, de cuyos bienes acumulados aspiraban a disfrutar, con prácticas Hpli i ya desarrolladas por quienes, en épocas anteriores, habían seguido el Mll*ni'' |MOCOSO de integración.

I I 1 .lado facilitó el acceso a dichos bienes. A l fuerte estímulo a la educa-I Ion pai i icularmente en el nivel medio- se agregó la protección y promoción tV la diversas actividades culturales: conciertos y representaciones teatrales a l i l i • i * . . populares, apertura del Teatro Colón a actividades más variadas, y una lili in piotección a la industria cinematográfica, que se sumaron al crecimien-•«• Manual de la radiofonía. El Estado distribuía, y el público recibía, junto con lo* bienes, una dosis masiva de propaganda. La mayoría de los diarios y todas I.i" i idios fueron manejados, directa o indirectamente, desde la Secretaría de l'n i i a y Difusión. El agudo Enrique Santos Discépolo o el mediocre Américo |ln 11, is fueron las voces de una propaganda oficial que también desbordaba en (lia relatos deportivos de Luis Elias Sojit, y que finalmente se instaló en las |UM urlas, cuando La razón de mi vida, el libro de Eva Perón, fue establecido

• MUÍ. i Texto obligatorio. I I Estado facilitaba el acceso a la cultura erudita, pero sobre todo distri-

buia cultura "popular", que incluía mucho de lo folclórico tradicional -como • pi idían expresar A n t o n i o Tormo o Alberto Cast i l lo- y mucho de comer-• i il Pero en conjunto, distribuía en el imaginario de la sociedad los modelos mu hiles y culturales establecidos, de la misma manera que, décadas antes, lo habla hecho la revista El Hogar: eso es lo que se veía en el cine de los teléfo-i i . is blancos, con.su imagen convencional de las clases tradicionales, tal co­lín i las podía encamar Zully Moreno, o en los libros escolares, donde los nabajadores eran representados en su hogar, sentados en un sillón, con saco y 11 abata y leyendo el diario. Distribuía también una cierta visión de la tradi-i ion nacional, manifiesta en la preocupación por develar el mítico ser nacio­nal que debía unificar a la comunidad. Curiosamente, para este movimiento alguna vez surgido del nacionalismo, esa tradición se encamaba en primer lugar en San Martín, el Libertador - e l centenario de su muerte fue profusa­m e n t e conmemorado-, que prefiguraba al segundo Libertador, y luego -cons­picuamente ausente Rosas- en la más clásica tradición liberal, la de Urquiza, M i l re, Sarmiento y Roca, con cuyos nombres fueron bautizadas las líneas de

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''•'' I VI III: , l\ C O N T E M P O R Á N E A D E L A A R G E N T I N A

|., i , i i <« un*i les nacionalizados. Ese momento fundacional se separaba \M tntv por un pasado negro y ominoso, de una densidad tal que el p e r ^ H

ni. i M U perder su arraigo en la tradición- podía exhibir plenamente MI l l l i n m i s i ó n fundadoray revolucionaria, legitimada en un futuro en constniM

i aun. U n pasado negro y u n presente rosa, un antes y un ahora, eran \<M elementos centrales que organizaban los textos y discursos peronistas.

Esa construcción discursiva, y la forma elegida de difundirla, no n e c c i f l tanto d e verdaderos intelectuales como de mediadores un poco mil i tanie iB otro p o c o obsecuentes. Ciertamente, pese al apoyo disponible, la c r e a ^ H intelectual y artística fue escasa en el medio oficial, donde pueden r e c o r d a « pocas figuras notables: el filósofo Carlos Astrada, los escritores Leopoldo \. rechai y María Granata, el poeta Horacio Rega Molina. Los mejores intcleúl tuales y creadores críticos e innovadores convivieron, junto con los de m antigua cultura establecida y u n poco caduca, en instituciones surgidas «I margen del Estado, y animadas por un cierto fuego sagrado: Ver y Estimad Amigos de la Música, el Colegio Libre de Estudios Superiores, que funcioutll como Universidad alternativa, y la revista Sur, donde el esteticismo cosmfl polita y apolítico hacía las veces de una ideología opositora. Quizá lo nu novedoso de estos años en materia de creación cultural haya sido el auge del teatro "independiente", cultivado por artistas no profesionales, donde en­contró terreno adecuado una renovada producción nacional -a partir de fífl puente, de Carlos Gorostiza, estrenada en 1949- que contrastó con la chauna repetitiva de los grandes teatros comerciales o estatales.

El peronismo había surgido, en los años de la guerra y la inmediata posgue­rra, en el marco de un fuerte conflicto social, alimentado desde el mismo Esta do. C o n el correr del tiempo, derivó por una parte en un fuerte enfrentamienn i político, que separaba al oficialismo de la oposición, y por otra en un conflicto que, más que social, era cultural. El Estado había trabajado mucho para encua­drar los conflictos sociales en una concepción más general de la armonía de clases, la comunidad de intereses y la negociación, que él arbitraba, y a la vez había desplazado el conf l ic to al campo del imaginario de la sociedad.

Fue un conflicto c u l t u r a l , infinitamente más violento que el existente entre los intereses sociales básicos, el que opuso lo "oligárquico" con lo "po­pular". Lo popular combinaba las dimensiones trabajadora e integrativa, y carecía de aquellos componentes clasistas que, en otras sociedades, se mani­fiestan en una cultura cerrada y centrada en sí misma. N o se apoyó en un modelo cultural diferente del establecido sino en una manera diferente y más amplia de apropiarse d e él, de participar de algo juzgado valioso y ajeno. En, esa perspectiva, la oligarquía -fría y egoísta- era quien pretendía restringir el

E L G O B I E R N O D E P E R Ó N , 1943-1955 1 2 1

H i • bienes y excluir al pueblo. Se trataba de una definición precisa |n «nudo, sobre todo ético, peto socialmente muy difusa, y permitía

(tai m i violento ataque discursivo -particularmente en la voz plebeya H i V i o n con escasas acciones conctetas en contra de los supuestos IHla i iu . , la "oligarquía encerrada en sus madrigueras". Inversamente,

la oposición, la resistencia a las prácticas políticas del peronismo se l l i . iba con la irritación ante la forma peronista del proceso de democra-

|itn " •» ial: hubo en ellos mucho de reacción horrorizada frente a la inva-jnipulai de los espacios antaño propios, y mucho de ira ante la pérdida

| | i l i I i uaicia y el respeto, que juzgaban producto de las medidas demagó-di I u-gimen. Su respuesta fue, junto con el ataque al régimen, la ridicu-

|ini del parvenú, tanto del nuevo rico como del humilde habitante urba-|, Mu apa; de manejar con destreza los instrumentos de la nueva cultura o

HHitpuuider sus claves, y a menudo encandilado con sus manifestaciones V mpeiliciales. f in m u dos configuraciones culturales antagónicas y excluyentes, que se

Ii i mutuamente pero que compitieron por la significación de un campo U i i i i i i n Iai torno de Eva Perón se libró un combate de ese tipo. Confronta-i i m di'', versiones antagónicas e igualmente estilizadas, frente a las cuales el ftMilai loo personaje se fue esfumando: como ha mostrado Julie Taylor, a la Dama il»- la Isperanza se contrapuso la Mujer del Látigo, dos versiones de la misma l l i ia i ' . i i de la mujer y de sus funciones, elaborada por las clases medias, de la m a l unos y otros pretendían apropiarse. Más visible aún fue la disputa en l m nu de la imagen de los "descamisados", que en la práctica aludía al acto i l i i ia l de los dirigentes de sacarse el saco en las ceremonias oficiales, quizá iiii . i lucir sus camisas de seda. Originariamente, como el sansculotte francés,

p i n ua ra rodo el prejuicioso desprecio de la gente decente frente a un comen-1)1 Inesperado; pero del otro lado, en lugar de una imagen diferente que cam­

bian i los términos del conflicto asumiendo la propia identidad obrera, hubo mthi asunción positiva del descamisado, una apropiación y resignificación de Rn Imagen del otro, como si el conflicto cultural se librara en el campo ya

oiganizado por los sectores tradicionales.

Crisis y nueva política económica

I a coyuntura externa favorable en la que surgió el Estado peronista comenzó I invertirse hacia 1949: los precios de los cereales y las carnes volvieron a su normalidad y los mercados se contrajeron, mientras que las reservas acumu-

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122 BREVE HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE LA ARGENTINA

laclas, consumidas con poca previsión, se agolaron. La situación era r« «M pues e l desarrollo de la industria, quizá paradójicamente, hacía al pal \4W dependiente de sus importaciones: combustibles, bienes intermedios i t ^ H acero o papel, repuestos y maquinarias, cuya falta dificultaba el desem.-I^H m i e n t o de la industria y provocaba, finalmente, inflación, paro y d e s n o i H ción. Los primeros signos de la crisis llevaron en 1949 a la caída de M l j ^ f l M i r a n d a , reemplazado por un equipo de economistas profesionales -cu» i l J zado p o r A l f r e d o Gómez Morales- que se encargó de iniciar los ajustes. | H medidas n o evitaron que, tres años después, la crisis del sector externuM repitiera, agravada por dos sequías sucesivas. En ese duro invierno de 19').',H gente debió consumir un pan negruzco, elaborado con mijo, faltó la c a r t i f l los cortes de luz fueron frecuentes. También en ese invierno murió Eva \*M ron, u n o de los símbolos de la prosperidad perdida.

Precisamente en 1952 el gobierno adoptó con firmeza un nuevo ruinlul económico, ratificado luego en el Segundo Plan Quinquenal, mucho más «M pecífico que el anterior, que debía tener vigencia entre 1953 y 1957. Para rcil iJ cir la inflación, se restringió el consumo interno: fueron eliminados subsidio-» I distintos bienes de uso popular, se estableció una veda parcial al consumo .1. carne y se levantó el congelamiento de los alquileres; además, Perón hizo unJ apelación a la reducción voluntaria y consciente del consumo, de sorprenden'! te efecto. Por otra parte, se proclamó la "vuelta al campo": el I A P I , manejadiil pot un "ministro liquidador", invirtió su mecanismo y empezó a estimular a lnt] productores rurales con precios retributivos, al tiempo que se daba prioridad ,i la importación de maquinaria agrícola. Esta política, cuyos efectos no llegaron a ser apreciables, apuntaba a aumentar la disponibilidad de divisas para seguii impulsando el desarrollo del sector industrial, clave para todo el andamiaje del peronismo.

Por entonces, el estancamiento industrial era evidente. En los años ante riores, y al amparo de una amplia política proteccionista, había proliferado un extenso sector de medianos y pequeños establecimientos, en general muy poco eficientes, que subsistía de alguna manera al amparo de las grandes fábricas y de sus elevados precios. Las ramas de alimentos y de textiles, que encabezaran el crecimiento, habían llegado al límite de sus posibilidades de crecimiento. Otras ramas, como la metalúrgica, la de electrodomésticos, cau­cho, papel o petroquímica, tenían todavía amplias posibilidades en el merca­do interno, pero se encontraban trabadas por diversas limitaciones. El pr in­cipal problema del sector industrial era su reducida eficiencia, oculta por la protección y los subsidios que por distintas vías recibía del Estado. Las causas eran varias: a la maqu i n a r i a obsoleta se sumaba el deterioro de los servicios,

EL GOBIERNO DE PERÓN, 1943-1955 123

Hit u n la escasa electricidad y los deficientes transportes, sobre to-|Hil" ' , i uya tenovación el Estado había abandonado. En las fábri-I t l i - los incentivos que derivan de la competencia, habían subsis­t í ••> («inductivos ineficientes y costosos. Finalmente, la industria

una alia proporción de mano de obra, y el peso de los salarios É i r i n ularmente alto y difícil de reducir debido a la alta ocupa-

„ la Incito capacidad sindical de negociación. La expansión de la |ii , que inicialmente compensara los costos salariales altos, había | n i electo dinamizador, de modo que el problema comenzó á ser l pitia los empresarios.

IIUi va política económica apuntó a esos problemas. Se restringió el " t i Industrial y el uso de las divisas, y se dio una nueva prioridad a las Ha» i'iandes y sobre todo a las industrias de bienes de capital: el proyec-% U i i t u o de S U M I S A fue reactivado y se procuró iniciar la fabricación de u n » \. Los contratos colectivos de trabajo -piedta angular

,„ pul I I a a sindical- fueron congelados por dos años. A principios de 1955 9 lou\<» i * a empresarios y sindicalistas para discutir las cuestiones de la Jtyülu. i n idad v afloraron los temas que preocupaban a aquéllos: la ineficien-|fü •!» I i mano de obra, el poder excesivo de los delegados de fábrica, el UlMan i ni. > de los lunes. También afloró una sorda inquietud gremial, expre-flfclii i u pane en la reivindicación de la política originaria del régimen y en M U I U • n Imelgas, como la metalúrgica de 1954, cuidadosamente acalladas Huí la disciplinada prensa oficial.

I I gi >b i orno puso sus mayores esperanzas en algo que desde entonces sería f| lema central de las políticas económicas: la concurrencia de capitales ex-| | . IM|. ios, que empezaron a ser imaginados por unos como la piedra filosofal y | nos como el caballo de Troya de la economía. En 1953 el gobierno p i n i.uió una ley de Radicación de Capitales: pese a establecer importantes f|Mi»Miaidos respecto de repatriación de utilidades o reenvío de ganancias, su-p..nía una modificación fundamental respecto de los postulados de la inde-prm leticia económica y la tercera posición. Esto ocurrió en el marco de una Vlxible reconciliación con Estados Unidos, jalonada por el apoyo a su políti-n i en Corea y en Guatemala -donde en 1954 la C I A derribó al presidente A i b e n z - , y el entusiasta recibimiento al hermano del presidente Eisenhower. I n el marco de esta política comenzaron a concretarse algunos proyectos, que madurarían plenamente luego de 1955: la F ÍAT italiana se interesó en

Itrncrores, autos y motores; otro grupo italiano inició una acería en Campana, I.i Mercedez Benz se radicó para fabricar camiones y la Kaiser instaló en Cór­doba una planta de automóviles, ya obsoleta en Estados Unidos. Lo más i m -

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I ' I imi-VlilUS IX)RIA CONTEMPORÁNEA DE LA ARGENTINA

I - , n i , I I i ic lm- i*l pi yectopetrolero: en 1954 el gobierno firmó con una do la S tandard Üilde California un contrato de explotación de 40 mil In i • u-as e n la provincia de Santa Cmz, con amplios derechos. Se trataba de \m medida que desafiaba convicciones hondamente arraigadas -e incluso I disposición de la Constitución de 1949- y que suscitó un amplio deban pi| blico, por lo que Perón prefirió enviarlo al Congreso para su ratificación. Al fue discutido tanto por la oposición - A r t u r o Frondizi publicó por entorw Petróleo y política- como por sectores del propio peronismo, cuya voz f l visible fue el joven diputado John W i l l i a m Cooke, y no llegó a ser ratifica»!

Los logros de la nueva política económica fueron modestos: se redujo inflación y se reequilibró la balanza de pagos, pero no se apreciaron cambu más sustanciales en el agro y la industria. Ciertamente, esa política marca un rumbo nuevo, que en sus líneas básicas anticipaba la de los gobierna posperonistas, pero su aplicación fue moderada y tuvo en cuenta la necesidiJ de resguardar la situación de los sectores populares, lo que en cierto sentid resultó poco compatible con la ortodoxia económica que la inspiraba: n ía recurrió a la devaluación - e l gran instrumento con el que posteriormente J operaron rápidas y sustanciales transferencias de ingresos entre sectores- ni se redujo el gasto público, que en buena medida subsidiaba a los sectolfl asalariados. En ese sentido, esta nueva política económica se mantenía den­tro de la tradición peronista.

Los comienzos de la crisis económica fueron acompañados de importan­tes manifestaciones de disconformidad entre dos de los principales apoya del régimen, los sindicatos y el Ejército, cuya solución implicó u n avance oii el camino del autoritarismo. Hacia 1948 el Estado había logrado estabiliza^ controlar el frente gremial, pero desde el año siguiente las huelgas, aunq/ici menores en número, fueron más duras y con una veta crecientemente opósiJ tora. En 1949, en dos ocasiones fue la F O T I A , que nucleaba a los trabajadonis azucareros de Tucumán; finalmente fue declarada ilegal y se intervino el s i i l dicato. Luego fueron los bancarios, los gráficos y los ferroviarios, a fines da 1950 y principios de 1951. Estas últimas constituyeron un fuerte desafío al régimen, por su vis ibi l idad imposible de ignorar y porque ocurrieron al mar­gen de la complaciente e ineficaz dirección del sindicato; los trabajadores, golpeados por la política de hacer menos costosos los ferrocarriles, siguieron a antiguos gremialistas opositores, y su voluntad n i siquiera pudo ser torcida por Eva Perón, que j tigó su prestigio recorriendo patéticamente los talleres ferroviarios y reclamando a "sus" trabajadores solidaridad con Perón. Este finalmente optó por apl icar una dura represión: prisión a los dirigentes rebel­des y movilización m i l i tar a los obreros.

EL GOBIERNO DE PEPÓN, 1943-1955 125

|i|i<bl> mas con los militares siguieron a un avance inicial del régimen |H iMitlflición, ante la que al principio había mantenido una cierta

|*li< ia. El general Franklin Lucero, nuevo ministro de Ejército, se t|Hiil> ganar apoyos entre los oficiales -creció el escalafón, los ascensos ( M U n i y hubo variadas prebendas para jefes y oficiales- y también en-•ub. I IK iales, beneficiados con el derecho al voto -hasta entonces, una piiiuiiuíu los colocaba en el nivel de los irresponsables-, el uso de uni -•liml.ii a los oficiales y un sistema de becas para educar a sus hijos, a lo

W -mugó la posibilidad de "abrir los cuadros" y permitir su ascenso al p de oliciales. Todos estos beneficios, que suponían también el incre-Ni de las rivalidades y suspicacias internas, apuntaban a lograr u n com-||«. > mas pleno por parte de quienes debían ser un componente central

| ) |M i ni MI andad organizada. |l| i i.mpromiso solicitado puso en evidencia todas las reticencias y dudas

||H> 11 uiamen - n o ya el presidente constitucional- suscitaba entre los m i l i -||t*« 'M preguntaban acerca de la solide: de un orden proclamado, pero ba-Mili. n i la agitación popular permanente; se indignaban ante avances fla-JMlin . del autoritarismo, como la expropiación del diario La Prensa, y se Iffll'ib ni sobre todo con Eva Perón, su injerencia en los asuntos del Estado y MI pi i uliar estilo. La proclamación de su candidatura a la vicepresidencia, en f ) I 'ubildo Abierto del Justicialismo del 22 de agosto de 1951, a la que ella ttviMiii' ió días después, fue sin duda difícil de tolerar. Estos y quizás otros Mi*Mlvi »s dieron el espacio mínimo para la acción de grupos de oficiales deci-l l l d n . a derribar a Perón, vinculados con aquellos políticos opositores embar-IHiIns ya en la misma ruta. El 28 de septiembre de 1951 el general Benjamín M i nendez encabezó un intento, notoriamente improvisado y fácilmente so-fU adi». Si bien se puso de manifiesto la firme posición legalista del grueso del |)fa« n o , también constituyó un llamado de atención para u n régimen que b i i .i entonces no había tropezado con oposición consistente alguna. Perón Ipinvcchó la intentona -que calificó de "chir inada"- para establecer el esta-. 1 " de guerra interno y mantenerlo hasta 1955. Con ese instrumento se dedi-tó a depurar los mandos militares de adversarios, sospechosos, tibios o vaci­antes. A la vez, en plena campaña electoral, restringió aún más la acción de los políticos opositores y obtuvo un aplastante triunfo en noviembre de ese

no, en las primeras elecciones con sufragio femenino: logró el 64% de los Votos, la totalidad de los senadores y el 90% de los diputados, gracias a las ventajas del sistema de circunscripciones.

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126 BREVE HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE LA ARGENTINA

Consolidación del autoritarismo

Perón i n i c i ó su segundo período visiblemente consolidado por el nuevo plan económico , que parecía tener éxito, la victoria sobre rebeldes militare» m sindicalistas y el espectacular triunfo electoral. Hasta la muerte de Evita, »lfl duda u n golpe muy duro para el régimen, fue ocasión para unos fuñera loa convertidos en singular manifestación plebiscitaria. El f i n de la etapa revolwJ cionaria —visible en la nueva política económica y en la normalización de l.i relaciones con Estados Unidos, y también simbolizado por el trágico acall.i-1 miento de la voz más dura del régimen- podía hacer presuponer una marcha hacia la pacificación política y una relación más normal con los que disen tían, en e l marco de un cierto pluralismo. Pero había otras fuerzas que empu jaban al mantenimiento y acentuación del rumbo autoritario: el propio de senvolvimiento de la maquinaria puesta en marcha, que avanzaba inexora blemente sobre las zonas no controladas, y la poca predisposición pnrfl reconstruir los espacios democráticos por parte de muchos de los opositores, jugados a la eliminación del líder.

En los tres años finales de su gobierno Perón tuvo una conducta errática, Fue evidente la dificultad para llenar el vacío dejado por la muerte de Eva Perón: tanto en la Fundación, como en el nuevo Partido Peronista Femenino o en la misma CGT se advirtió un manejo burocrático y una pérdida de iniciativa, Perón mismo pareció perderla, manifestó cierto cansancio y menor concentra i ción en el trabajo y la conducción política; pasó mucho más tiempo en la residencia de Olivos y se dedicó a exhibirse rodeado por las adolescentes de la Unión de Estudiantes Secundarios, instaladas en la misma residencia, o ¡i encabezar desfiles juveniles en motoneta - l a última novedad en sustitución ele importaciones-, luciendo u n llamativo gorrito de béisbol.

La Unión de Estudiantes Secundarios (UES) era precisamente una de las nuevas manifestaciones de esa vía autoritaria, que procuraba encuadrar todos los sectores de la sociedad en organizaciones controladas y "peronizadas". La máquina plebiscitaria, perfectamente organizada, producía regulares y previsi­bles convocatorias a la plaza. Se avanzó en la "peronización" de la administra­ción pública y la educación, con la exigencia de la afiliación al partido, la exhibición del "escudito" o el luto por la muerte de Eva Perón, la donación de sueldos para la fundación y todo tipo de manifestaciones celebratorias del líder y su esposa, cuyos nombres fueron impuestos a estaciones ferroviarias, hospita­les, calles, plazas, ciudades y provincias. La "peronización" llegó a las Fuerzas Armadas: hubo cursos <de adoctrinamiento justicialista, y las promociones y selección de jefes obedecieron desembozadamente a razones políticas. Los es-

EL GOBIERNO DE PERÓN, 1943-1955 127

ftfc lo» de la oposición fueron reducidos al mínimo, en la prensa y en el Parla-|p|Mm donde el doctor Cámpora, presidente de la Cámara de Diputados, pro-tltfttio l,i superioridad de la obsecuencia sobre la consecuencia.

Mientras por esa vía el régimen marchaba hacia el totalitarismo, procúra­la •liuiilráneamente -aunque con menor consecuencia- reconstruir un es-MM l o de convivencia con los opositores, empezando por un objetivo míni-Hm el reconocimiento recíproco. Encontró alguna recepción en los partidos, ftrt l i i quienes su situación en los bordes mismos de la ilegalidad generaba PHlkioucs difíciles de soportar. Algunos de sus dirigentes se animaron a acer-M I M - al gobierno y dialogar: la respuesta que encontraron fue tan cálida co-Hto dura la crítica de sus compañeros reluctantes. Primero fue, en 1951, una ptl l icvista secreta del conservador Reynaldo Pastor. Luego, un ofrecimiento M b l i i o de un grupo de dirigentes del Partido Comunista, encabezado por l l i i i t i |osé Real, que propuso integrarse a un Frente Popular Unido, pero cho-H> i o n el sólido anticomunismo peronista. Finalmente, a fines de 1952, fue un veterano dirigente socialista, Enrique Dickmann, quien negoció con Pe-i o n la liberación de presos políticos socialistas y la reapertura del periódico I a Vanguardia, para ser de inmediato expulsado del partido. C o n apoyo ofi -

• luí, Dickmann fundó el Partido Socialista de la Revolución Nacional, que ii» olectó disidentes varios de la izquierda, con el que Perón proyectó infruc-luosamente dividir al socialismo.

Este tenue comienzo de una apertura - n o declarada por ninguna de las ilus partes- terminó bruscamente en abril de 1953: durante una concentra-• i< m, y mientras hablaba Perón, estallaron en la Plaza de Mayo bombas colo-l i i d a s por grupos opositores lanzados al terrorismo y murieron varias perso­nas, La respuesta fue en la misma clave violenta: grupos peronistas incendia-I o n la Casa Radical, la Casa del Pueblo socialista y el Jockey Club, centro rmblemático de la ambigua y ubicua "oligarquía"; la Policía, llamativamente p a s i v a , tornóse activa para impedir el incendio del diario La Nación. A esa

I «plosión de terror administrativo siguió una amplia e indiscriminada de-loneión de dirigentes y personalidades opositores, que incluía desde Ricardo Malbín hasta Victoria Ocampo. Pero en la segunda mitad del año el régimen m ablandó y aceptó liberar a los presos siempre que los partidos lo pidieran y

I dieran así prueba de reconocimiento al régimen, conducta que, discretamen­te, siguieron los partidos menores. En diciembre, finalmente, una ley de amnistía permitió liberar a la mayoría. A l año siguiente, 1954, la convocato-tía a elecciones para designar vicepresidente -Qui jano había muerto apenas reelecto- llevó a montar nuevamente el escenario y la maquinaria electoral:

I el almirante Teisaire -que administraba el part ido- derrotó con la tradicio-

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128 BREVE HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE LA ARGENTINA

nal a m p l i t u d a Crisólogo Larralde, uno de los más destacados dirigentes d e l intransigencia radical.

Por entonces el radicalismo había definido su perfil , encontrando un ii J guio de o p o s i c i ó n posible a un régimen que giraba simultáneamente al c o I servadurismo y a l autoritarismo. A l igual que los otros partidos, los radicaltJ debían soportar, desde 1946, una dura división interna. Los unionistas, hen­deros del alvearismo y la Unión Democrática, estaban totalmente jugados 41

la abstención, la ruptura total y el golpe militar, y los sabattinistas de CórdB ba se habían plegado a esa línea. El grupo de Intransigencia y Renovación! en cambio, insistió desde el comienzo en la lucha institucional e ideológica,! y siguió haciéndolo pese a la reducción casi total de los espacios. En 1954 ganó definit ivamente el control del partido, cuando Ar turo Frondizi alcanza la presidencia del Comité Nacional. Acusado de "ro jo" por sus enemigo» internos, Frondizi había definido una imagen original de político intelectual, reforzada por la publicación de su libro Petróleo y política. C o n él, había lanza­do la propuesta de combatir al peronismo desde lo que éste tenía de máJ progresista, y sin renunciar a la crítica institucional, reivindicar la reforma agraria y el antiimperialismo, tema que los contratos petroleros habían tor nado urticante.

Puede especularse sobre la sinceridad de esta propuesta y la posible emer­gencia de una clase política renovada. Pero ciertamente, en 1954 se ubicaba - como lo ha señalado Félix L u n a - en el cuadro general de una cierta reaper­tura del debate público, que coincidía con u n envejecimiento del régimen y de su líder. Por entonces, la revista Esto Es practicaba u n periodismo abierto que se distinguió de la monótona apología de la prensa oficial; el periódico De Frente, de John W i l l i a m Cooke, pareció introducir en el peronismo un inesperado debate interno, que en ese movimiento verticalista no reconocía antecedente alguno; las revistas Imago Mundi y Contorno abrían una alterna t iva cultural y mostraban u n renovado interés por la actualización del mun­do intelectual. Ese año, la fundación del Partido Demócrata Cristiano pare­cía indicar-como ha d i c h o Tulio H a l p e r i n - que la Iglesia se sumaba a esta visión en cierto modo postuma del régimen envejecido.

La caída

La fundación del P a r t i d o Demócrata Cristiano marcó el comienzo del con­f l icto entre Perón y la Ig les ia , que rápidamente llevó a su caída. Pese a que había múltiples razones, xio era un conflicto inevitable; dejarse llevar a él fue

EL GOBIERNO DE PERÓN, 1943-1955 129

¡Ift duda un grave error, y la señal de que ese hábil político - t a n capaz de |#tl« ai el campo propio como de explotar las debilidades del advérsano­sla perdido muchas de sus capacidades.

| a ( i animidad Organizada - o , más modestamente, la peronización de las Iftiilin. iones de la sociedad- era un proyecto con una dinámica propia, eje-IHttiidn por un conjunto de funcionarios, que ya marchaba independiente-RMiliie de la voluntad o el arte conductivo del líder. El Ejército, al principio |W|li 1.11 dado en su independencia y profesionalidad, había sucumbido en su M M i l i i " y las voces disconformes eran cada vez más fuertes. Pero la Iglesia, MHi lii que inicialmente se había establecido un acuerdo mutuamente conve-MlMHc, era irreductible a él, y por eso potencialmente enemiga, máxime cuanto IHt la t ompleja institución tenían un lugar no despreciable viejos enemigos dfl nv.imen -identificados con la oposición- y nuevos disidentes, quejosos i(p I IM mfos aspectos de la nueva política, como el abandono de las consignas Mili lonalistas. El Estado peronista y la Iglesia empezaron a chocar en una MU le (le campos específicos. La Iglesia era sensible a los avances de aquél en p| trueno de la beneficencia, a través de la Fundación, y en el de la educación; •ii|iu. al desagrado por el creciente culto laico del presidente de la Nación y su Hp' M se agregaba la preocupación por los avances del Estado en la organiza­ción . le los estudiantes secundarios, en u n contexto de sombrías sospechas de 11111 upe i o n . A l gobierno lo turbaba la conspicua intromisión de la Iglesia t i l la política, con la Democracia Cristiana, y la más solapada en el campo yrt'imal que, desde el punto de vista del régimen, resultaba francamente -nb\.

I I conflicto estalló en septiembre de 1954, cuando en Córdoba compitie-n -i 1 dos manifestaciones celebratorias del Día del Estudiante, una organizada «ot lus católicos y otra por la UES. En noviembre Perón lanzó su ataque con-IM la Iglesia; el enfrentamiento pareció enfriarse en seguida, pero se agudizó l l i diciembre, luego de la multitudinaria procesión en Buenos Aires en el día

|(jr la Inmaculada Concepción! El ataque mostró la verticalidad alcanzada en I f I aparato político oficial: todos a una, con escasas disidencias, descubrieron rfcm tremendos vicios de la Iglesia. Aunque se intentó l imitarlo a "unos pocos Murns", fue un ataque feroz, asombroso para una sociedad que desde 1930 'Había retrocedido tanto en su aprecio por los valores del laicismo. Se prohi-h l n o n las procesiones, se suprimió la enseñanza religiosa en las escuelas, se lili indujo - e n una ley en vías de aprobación referida a otra cuestión- una loipresiva cláusula que permitía el divorcio vincular, se autorizó la reapertu-ia de los prostíbulos y se envió un proyecto de reforma constitucional para k ] «arar la Iglesia del Estado. Muchos sacerdotes fueron detenidos y los perió-

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dicos se llenaron dé denuncias públicas y comentarios groseros sobre la <<• ducta y moralidad de prelados y sacerdotes.

La defensa de la Iglesia no fue menos eficaz y demostró su poder u n institución, en una sociedad que sin embargo no se caracterizaba por su dcvd ción. Atacada pot los medios de comunicación monopolizados por el gobu no, inundó la ciudad con todo tipo de panfletos, mientras sus asociación laicas, y particularmente la Acción Católica, movilizaron sus cuadros, enyfi sados por los opositores, que encontraron finalmente la brecha en el régimen! no se sintieron inhibidos por la tonalidad clerical, nacionalista e integrista >|iJ predominaba en la acción eclesiástica. El 8 de junio, el día de Corpus, se cela bró una multitudinaria procesión; el jefe de Policía -luego se demostró- In quemar una bandera argentina y acusó de ello a los opositores católicos. El l l de junio se produjo un levantamiento de la Marina contra Perón.

Difícilmente la génesis del levantamiento se encontrara en este conll l J to, pues la Marina era la más laica y liberal de las tres fuerzas, pero los g o l j f l tas —oficiales y políticos opositores— encontraron aquí su ocasión. El proyed to de los marinos -verdaderamente descabellado- consistía en bomban Inu la Casa de Gobierno para asesinar a Perón; su ejecución, totalmente delod tuosa, culminó en el bombardeo y ametrallamiento de una concentración »M civiles reunida en la Plaza de Mayo para apoyar a Perón, que causó mu trescientas muertes. La intentona fracasó rápidamente y el Ejército demosi ni otra vez su fidelidad a las instituciones legales. Como en 1953, la primcn(| reacción del régimen fue el terror administrativo: grupos visiblemente impn nes incendiaron la Curia metropolitana y varias iglesias de la Capital.

También, como en ocasiones anteriores, esta explosión de furia fue segal ¡ da de una actitud conciliadora de Perón que, aunque triunfador, había perdí J do mucho de su libertad de maniobra, y en cierto modo era prisionero de suJ salvadores militares. Súbitamente, concluyeron los ataques a la Iglesia, quJ molestaban profundamente a la mayoría de los jefes militares. Se ensayó un.» renovación de los cuadros dirigentes, excluyendo a los personajes más conH flictivos y convocando a otros con mayor aptitud para el diálogo, y se lia i no a la oposición a negociar. Perón declaró solemnemente que dejaba de ser el jefe de una revolución y pasaba a convertirse en el presidente de todos loj argentinos. Los dirigentes opositores fueron invitados a abrir u n debate pú blico, utilizando los medios de prensa del Estado, incluyendo la cadena na 1

cional de radiodifusión, a través de la cual pudo oírse a A r t u r o Frondizi invi tar al gobierno a volver a la senda republicana y formular, con sobriedad, un verdadero programa de gobierno alternativo. Otros dirigentes pudieron haf blar, pero al socialista Alfredo Palacios -que reclamó la renuncia del presi

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II»- n. < se lo autorizó. Por entonces, Perón había concluido que la posibi-|t» abrir un espacio para la discusión democrática que lo incluyera era a Id H de agosto, luego de presentar retóricamente su renuncia, con-

M pi M última vez- a los peronistas a la Plaza de Mayo, denunció el fraca-tjp f i 11 mediación y lanzó el más duro de sus ataques contra la oposición: _phla uno de los nuestros, afirmó, caerán cinco de ellos. hi« el canto del cisne. Poco después, el 16 de septiembre, estalló en Cór-

|n« una sublevación militar que encabezó el general Eduardo Lonardi, u n MfHIli'i1 oficial, conspirador de 1951. Aunque los apoyos civiles fueron JHlldi"., especialmente entre los grupos católicos, las unidades del Ejército

tW i» plegaron fueron escasas. Pero entre las fuerzas "leales" había poca vo-llbii l de combatir a los sublevados. A ellos se sumó la Marina en pleno,

Hlt/<i ll' 'la amenazó con bombardear las ciudades costeras. Perón había perdido HHlipl ' lamente la iniciativa y tampoco manifestó una voluntad de defender­la Moviendo todos los recursos de que disponía; sus vacilaciones coincidie-Mtil i . ' ii una decisión de quienes hasta ese momento habían sido sus sostenes en t i 11.1« 11 o, que sobriamente decidieron aceptar una renuncia dudosamente pre-•Nitoilo. El 20 de septiembre de 1955 Perón se refugió en la embajada de l'.iMi'iiay y el 23 de septiembre el general Lonardi se presentó en Buenos Aln '• • orno presidente provisional de la Nación, ante una mul t i tud tan ItmiM losa como las reunidas por el régimen, pero sin duda distinta en su i uinpi ración.

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V. El empate, 1955-1966

A l lil ' i '.¡uniente de la victoria - s i no antes- se advirtió la heterogeneidad |M In ule que había coincidido para derribar al presidente Perón. El gene-ful Iduardo Lonardi encabezó el nuevo gobierno, que se presentó como Mitvi-áiinal para indicar su decisión de restaurar el orden constitucional. Rudi ,uIn por los grupos católicos - l o más activo y también lo más reciente P I.i oposición- y por militares de tendencia nacionalista, el jefe de la

«Ilición Libertadora proclamó que no había n i vencedores n i vencidos y pu M aró establecer acuerdos con las principales fuerzas que habían soste-M l i l " .1 Perón, particularmente los sindicalistas. En su opinión, el proyecto Hiii ii mal y popular que aquél había fundado seguía teniendo vigencia, siem-

• V que fuera convenientemente depurado de sus elementos corruptos o ÍMIIÍ ••rabies. Los dirigentes sindicales se mostraron contemporizadores con f| ni 'bíerno, aunque en muchas barriadas obreras - e n Avellaneda, Berisso y Ho»aiio- hubo manifestaciones espontáneas contra los militares. Pero los jiiinalarios de Lonardi compartían el gobierno con representantes de los •fiipns antiperonistas más tradicionales, respaldados por la Marina, la más Rwuogénea de las tres Fuerzas Armadas, cuya voz expresaba el vicepresi­dente, contraalmirante Isaac F. Rojas. En el Ejército, luego de una lucha, se Impusieron los partidarios de una política de abierta ruptura con el derriba-id ' régimen peronista. El 13 de noviembre, apenas dos meses después de (r* ignado, Lonardi debió renunciar, y fue reemplazado por el general Pecjro Ingenio Aramburu, más afín a los sectores liberales y antiperonistas, míen­las Rojas se mantenía en la vicepresidencia.

El episodio puso rápidamente de manifiesto la complejidad de la herencia el peronismo. La fórmula con la que se había constituido aquel movimiento autoritario, nacionalista y popular, nacido en las excepcionales condicio-

i ns de la guerra y la inmediata posguerra- ya había hecho crisis hacia 195CL/ i liando el mundo empezó a normalizarse, y Perón mismo inició en 1952 una i i i aientación sustancial de sus políticas para adecuarse a las nuevas circuns-iincias. Las características de su movimiento, las fuerzas sociales que lo apo-

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| t• | BREVE HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE LA ARGENTINA

j^o yaban y que él mismohabía movilizado y constituido, le jmpidieron encari dec ididamente el nuevo rumbo.Caído Perón, esas mismasfuerzasse con-.fl tuyeron e n u ñ obstáculo insalvable para los intentos de sus sucesores, .|i J declaraban querer reconstruir una convivencia democrática perdida hacía y i mucho t i e m p o , pero también se proponían - c o n menos claridad- reorden J sustancialmente la sociedad y la economía.

En 1955 ese reordenamiento era estimulado y hasta exigido por un muiul l que, concluida la etapa de la reconstrucción de la posguerra y ya en plena Guerra Fría, planteaba desafíos novedosos. Las consignas de la RevoluciiI Libertadora en favor de la democracia coincidían con las tendencias política de Occidente, donde la democracia liberal -práctica y bandera- dividía c l a l mente las aguas con el Este totalitario. A l igual que en la Argentina peronisiJ en Estados Unidos y en Europa los Estados intervenían decididamente, ordcJ nando la reconstrucción económica y organizando los vastos acuerdos enit*| empresas y trabajadores. Pero ese despliegue del welfare state - e l Estado inferí vencionista y benefactor- acompañó a una integración y liberalización de i J relaciones económicas en el mundo capitalista. En 1947, los acuerdos monetal rios de Bretton Woods establecieron .el patrón dólar y los capitales volvieron J fluir libremente por el mundo. Las áreas cerradas fueron desapareciendo y J grandes empresas comenzaron a instalarse en los mercados antes vedados. ParJ los países cuyas economías habían crecido hacia adentro y cuidadosamente protegidas, como los latinoamericanos, y en particular la Argentina, el Fondo Monetario Internacional - u n ente financiero que en el nuevo contexto tuvo u n enorme poder- propuso políticas llamadas "ortodoxas": estabilizar la mo­neda abandonando la emisión fiscal, dejar de subvencionar a los sectores "arti ficiales", abrir los mercados y estimular las actividades de exportación tradicio nales. N o obstante, progresivamente empezó a formularse una política alterna­tiva, elaborada sobre t o d o en el ámbito de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL): los países "desarrollados" podían ayudar a los "subdesarrolla-dos" a eliminar los factores de atraso mediante adecuadas inversiones en los sectores clave, que éstos acompañarían con reformas "estructurales", como la reforma agraria. Desde entonces, la receta "monetarista" y la "estructuralista" compitieron en la opinión y en las políticas. Podía pensarse que ambas estrate­gias eran en última instancia complementarias, pero en lo inmediato tenían corolarios políticos muy diferentes: mientras que la primera llevaba a re vitali­zar los viejos aliados, los sectores oligárquicos, quizá las dictaduras, la segunda impulsaba cambios profundos: u n a "modernización" de la sociedad que se co­ronaría con el establecimiento d& democracias estables, similares a las de los países desarrollados.

EL EMPATE, 1955-1966 135

l'.iia adecuarse a este mundo del capitalismo reconstituido, el liberalismo y • IJMIH» laeia, no bastaba con restaurar el orden constitucional y acabar con M I l i ..iif.ii>s de un régimen que se filiaba en los autoritarismos de entreguerra. BfH ••ario modernizar y adecuar la economía, transformar el aparato pro-|¡H I b • • I i iego de 1955, en la Argentina la apertura y la modernización fueron I l i o n i «.impartidos, pero las herramientas de esa transformación generaron tyttl amplia polémica entre quienes confiaban en el capital extranjero y quie­ta, dt ..le la tradición nacionalista que había alimentado el peronismo, qdes-m I.i de la izquierda antiimperialista, desconfiaban de él. Las discusiones, que •¡Kliluaion las dos décadas siguientes, gitaron alrededor de cómo atraerlo o de tpm<. . . mi rolarlo. Algunos sectores empresariales locales descubrieron las ven­idla- .1. la asociación, pero otros, crecidos y consolidados al amparo de la pro-|+i 11, .u estatal, y que se sentían seguras víctimas ya fuera de la competencia o H l m ile la protección, aspiraron a ponerle trabas, y encontraron eco no sólo |Mi | i . . nacionalistas o las izquierdas, sino en la mayoría de las fuerzas políticas.

11 empresarios, nacionales o extranjeros, coincidían en que cualquier Mtn.1. miración debía modificar el estatus logrado por los trabajadores duran-|| t i peronismo. Como ya lo habían insinuado al f inal del régimen peronista, • t i m a i o n a revisar su participación en el ingreso nacional y también a ele-OII la productividad, racionalizando las tareas y reduciendo la mano de obra. | i b . implicaba restringir el poder de los sindicatos, y también el que los tra­peadores, amparados por la legislación, habían alcanzado en plantas y fábri-|M« Recortar los ingresos y recuperar la autoridad patronal eran los puntos píllenles de una actitud más general contra la situación de mayor igualdad |li i tal lograda por los trabajadores, la peculiar práctica de la ciudadanía en i|in ••<• bahía fundado el peronismo; en esa actitud se combinaban las exigen-f l i i i de cierta racionalidad empresarial con resentimientos más generales y Ríen, is confesables, pero ciertamente fuertes en muchos de quienes se habían •tildado contra Perón.

Aquí se encontraba el mayor obstáculo. Como ha señalado Juan Carlos b a i e , se trataba de una clase obrera madura, bien defendida en un mercado

de 11 abajo que se acercaba a la situación de pleno empleo, homogénea y con in ia clara identidad social y política. Esto resultó decisivo, debido a la indiso­luble identificación de los trabajadores con el peronismo, fuerte antes de I 1 J'i'), pero definitivamente sellada después de esa fecha. En un sentido gene-lal, la exclusión del peronismo de la política -que se prolongó hasta 1973-lue para los vencedores de 1955 el requisito para poder operar esa transfor­mación en las relaciones de la sociedad, y a la vez la fuente de las mayores i l l lk ultades. Entre las fuerzas sociales embarcadas en la transformación, que

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136 BREVE HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE LA ARGENTINA

no h a b í a n terminado d e definir sus objetivos, primacías y alianzas, y las ai J guas, q u e conservaban u n a importante capacidad de resistencia, se p r u H una s i tuac ión que Juan Carlos Portantiero definió como de "empate", p P longado hasta 1966.

Tempranamente aparecía un conflicto entre la modernización y la dcifl cracia, una dificultad para conciliar las dos exigencias principales del m u r f l de la posguerra. Pero e n lo inmediato no se lo interpretó así. La propuesia i proscribir al peronismo, que rápidamente se impuso en el gobierno de la Revi lución Libertadora, se decidió no tanto en nombre de la racionalidad capil a l i ta como en el de la regeneración democrática que el mundo alentaba. Hn Ú denuncia del totalitatismo peronista se había unido un conjunto vasto y b c j rogéneo de sectores, que incialmente al menos también coincidieron en J diagnóstico de que el peronismo como tal era inadmisible, pero que los a n i guos peronistas, luego de u n período de saneamiento, se redimirían y podrí J volver a ser admitidos a la ciudadanía. La proscripción del peronismo, y con A la de los trabajadores, definió una escena política ficticia, ilegítima y constiiij tivamente inestable, que abrió el camino a la puja - n o resuelta- entre las graiI des fuerzas corporativas.

Libertadores y desarrollistas

El general Aramburu, que encabezó el gobierno provisional hasta 1958, asuJ mió plenamente la decisión de desmontar el aparato peronista. El Partid» j Peronista fue disuelto y se intervinieron la CGT y los sindicatos, puestos I cargo de oficiales de las Fuerzas Armadas. Una gran cantidad de dirigente* políticos y sindicales fueron detenidos, sometidos a u n prolijo escrutinio por comisiones investigadoras y f inalmente proscriptos políticamente. La admi­nistración pública y las universidades fueron depuradas de peronistas y se coi trolaron féneamente los medios de comunicación, que en su mayoría estab; en manos del Estado. Se prohibió cualquier propaganda favorable al perón i mo, así como la mera mención d e l nombre de quien, desde entonces, empezó ser designado como e l "tirano prófugo" o el "dictaa\or_depuesto". Por un decr to se derogó la Constitución de~~T9497Tr

Esta política fue resr¿addadat-masivamente por la Marina, convertida et bastión del antiperonismo, pe xcJluscitó^üdas~y divisiones en el Ejército^ donde muchos oficiales habíain acompañado a Perón casi hasta el último momento. Las discrerpancias erxtre ios antiperonistas de la primera hora y de la última se agravaron por un p r o b l e m a profesional - l a reincorporación de

EL EMPATE, 1955-1966 137

lales dados de baja en los últimos años por razones políticas-, y las |un< se hicieron enconadas. El 9 de junio de 1956 un grupo de oficiales Mimas organizó un levantamiento; contaba con el apoyo de muchos gru-l|vlles y aprovechaba un clima de descontento y movilización gremial,

•nbiemo lo reprimió con desusada violencia, ordenando el fusilamiento Itiih bos civiles y de los principales jefes militares, incluyendo al general

i |i »se Valle. Se trató de un inusitado hecho de fría violencia, que dio la llila de la tajante división que desde el gobierno se planteaba entre pero-lia y antiperonistas. Desde entonces, las depuraciones de oficiales fueron

Jlrnics, y poco a poco el grupo más decididamente antiperonista - los Hilas" - fue ganando el control del Ejército. Quienes sobrevivieron se ade-\fn\e a las nuevas circunstancias y abrazaron el credo liberal y j | H íntico por entonces dominante, al que agregaron un nuevo anticomu-

(tliiu, a fono con la vinculación más estrecha del país con Occidente. K n s militares se propusieron compartir el gobierno con los civiles y trans-HI IM ' IO tan pronto como fuera posible. Proscripto el peronismo, se ilusiona-in « un una democracia limitada a los democráticos probados, se presenta-

I m o ano continuadores de la tradición de Mayo y de Caseros -Perón fue |||i mancamente comparado con Rosas-, y convocaron a los partidos que impartían el "pacto de proscripción" a integrar la Junta Consultiva, una un ie de Parlamento sin poder de decisión, presidida por el vicepresidente lijas. El acuerdo incluía todas las tendencias del frente c iv i l , con excepción

m I* is comunistas, desde las conservadoras hasta las más progresistas. Estas Jillimas dominaron en las universidades, pese a que el ministro de Educación B un católico tradicionalista, pero pronto se enfrentaron con el gobierno piando éste propuso autorizar la existencia de universidades privadas, según |n demandaba la Iglesia.

I En política económica hubo una parecida ambigüedad. Raúl Prebisch, •fcntor de la CEPAL, elaboró un plan que combinaba algunos principios de la [llueva doctrina con u n programa más ortodoxo de estabilización y liberaliza-f lnn. Ésta fue la línea seguida, aunque con vacilaciones y dudas. Los instru-lientos que el Estado tenía para intervenir - e l IAPI o el manejo de los depósi-•>s bancarios- empezaron a ser desmontados. Se devaluó el peso y el sector p i ario.recibió un importante estímulo, con lo que se confiaba equilibrar las •lientas externas. Se aprobó el ingreso de la Argentina al FMI y al Banco J^undial, y se obtuvo la ayuda de estos organismos para los problemas más •^mediatos, lo que les permitió dar al país sus contundentes recomendacio-!pes. No hubo en cambio una legislación clara sobre el capital extranjero, tuya concurrencia -ya planteada por Perón- siguió despertando dudas. La

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I IRIiVI! HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE LA ARGENTINA

l„ .In i , .1 social fue más definida. Combinando eficiencia y represión, \ i n - , y gerentes empezaron a recuperar autoridad en las plantas. Las coi , H mes colectivas fueron suspendidas, y en el marco de una fuerte crisli da en 1956, los salarios reales cayeron fuertemente en 1957.

A l l í se encuentra una de las fuentes de la firme resistencia de los traluji res. Algunos se limitaron a cantar la Marcha Peronista en los estadios de l n l | o a escribir en las paredes "Perón vuelve". Pero también las huelgas I numerosas y combativas, sobretodo en 1956, y fue frecuente el sabotaj terrorismo, con rudimentarios artefactos de fabricación casera. Sindical terroristas adherían en e l fondo a estrategias divergentes y hasta enfren pero e n el cl ima de la común represión que sufrieron unos y otros estas gencias no afloraron. La política de los vencedores, exitosa entre otros seeiiH de la sociedad, que abandonaron su militancia peronista, logró en cambio <4m dar definitivamente la identificación entre los trabajadores y un pernninfl que de momento tenía más de sentimiento que de movimiento orgánico. NT variaron los elementos básicos de su ideología: el nacionalismo popular y I idea del papel arbitral y benefactor del Estado. Como en la década anterior, |fl se trataba de una doctrina revolucionaria o subversiva, pero se hizo más dellfll damente obrera; la nostalgia del paraíso perdido implicaba a la vez una utoplfl que solía materializarse en la expectativa del retorno de Perón, imagina! en un "avión negro". Como ha señalado Daniel James, simplemente aspiitj ban a un funcionamiento normal y correcto de los mecanismos capitalista* que incluían el Estado benefactor y la justicia social. Sólo que, confrontada en aspiración con un contexto tan sustancialmente adverso, terminaba generalI do una reacción dura y difícilmente asimilable. Esta fue la primera novedad Jd peronismo en la era del antiperonismo. La otra fue el surgimiento de una c a p de nuevos dirigentes sindicales, formados no en la cómoda tutela del Estado sino en las duras luchas de esos años, y por ello mucho más templados para el combate. El gobierno libertador hizo lo posible por desplazarlos, pero fracasó por completo y debió resignarse a tolerarlos y a que progresivamente ganaran las elecciones en los sindicatos q u e se normalizaban. En septiembre de 1957 q reunió el Congreso Normalizador de la CGT y los peronistas, nucleados en las 62 Organizaciones, accedieron a s u control, aunque compartiéndolo con algu nos núcleos independientes.

Proscripto el peronismo, estas organizaciones sindicales asumieron simul táneamente la representación g r e m i a l y la política y fueron, desde entonces, la "columna vertebral" del m o v i m i e n t o . Desde su exilio - e n Asunción, Ca­racas, Santo Domingo y f inalmente en M a d r i d - Perón conservaba todo su poder simbólico, pero e n lo c o n c reto debió dejar hacer y tolerar las desobe

EL EMPATE, 1955-1966 139

I pai . i no ser negado, aunque reservándose cierto poder de veto. Pe­did i reunir a rodos cuantos aceptaran invocar su nombre, alentan­te; i inpu|.indolos a unos contra otros, para reservarse así la última pala-

H l i i ialquier negociación. Aprendió una nueva técnica de conducción y ((«o admirablemente. la 1 1 gobierno y las fuerzas políticas que lo apoyaban, el "pacto de pros-

|i>n" planteaba un problema para el futuro, mediato o inmediato: qué ha-H'u • I peionismo. Algunos aceptaron la exclusión sirte die, confiando vaga-•P VII que la "etducacj^.democrática" - t a l el nombre de una nueva mate-P la escuela media- terminaría surtiendo su efecto. Otros aspiraban a

M« líder y redimir a los peronistas, y los más prácticos, sencillamente a reci-i i i apoyo electoral, y a través de él a "integrarlos". Las distintas opciones

fclli i n i i i i todas las fuerzas políticas. En la derecha, optaron por acercarse al hMom<m< i algunos de los viejos nacionalistas y los conservadores "populares". P l la iquierda, la política represiva del gobierno libertador apartó pronto a Htm b. . .de un bloque antiperonista en el que hasta entonces habían convivido ton «i enemigos naturales. Su misión era dirigir a la clase obrera y ésta era • H n i i i . t a y no dejaba de serlo, lo que planteaba un serio problema a quienes fetyui ni creyendo en la naturaleza burguesa o aun fascista de ese movimiento. m p i u l i d o Socialista se dividió en 1956 entre quienes se mantenían fieles a la pica ant ¡peronista y se vincularon cada vez más con los grupos de derecha, y i|iii< nes creyeron que el partido debía construir una alternativa de izquierda pai i los trabajadores, más atractiva que la del peronismo. Algunos intelectua-H>», d i ' la izquierda o del nacionalismo popular, se identificaron con el peronis-l l i n , mientras que para muchos otros, el radical Arturo Frondizi empezó a re-pn . rutar una alternativa atractiva.

El ascenso de Frondizi en la Unión Cívica Radical provocó su ruptura. | V M I C antes de 1955 los intransigentes convivían con dificultad con los unio-UlMas y sabattinistas, más cercanos a los grupos golpistas y conspirativos. iVspués de la caída de Perón el radicalismo se dividió: quienes seguían a Ka ardo Balbín se identificaron con el gobierno libertador, mientras que Ar-I I I I O Frondizi eligió la línea de acercamiento con el peronismo, basándose en id tradicional programa nacional y popular del radicalismo, así como en su i onst.itutiva oposición a las "uniones democráticas". Para atraer a los pero­nistas, reclamó del gobierno el levantamiento de las proscripciones y el man­tenimiento del régimen legal del sindicalismo. En noviembre de 1956-cuando las elecciones presidenciales eran cosa remota- la UCR proclamó la candida-tura presidencial de Frondizi, lo que aceleró la ruptura, y el viejo partido se dividió en dos: la UCR Intransigente y la UCR del Pueblo.

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140 BREVE HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE LA ARGENTINA

En 1957 , acosadopor dificultades económicas y una creciente oposicioJ sindical y política, el gobierno provisional empezó a organizar su retiro y l cumplir c o n e l compromiso de restablecer la democracia. Se convocó un. Convenc ión Constituyente, enparte para legalizar la derogación de la C o n J titución de 1949 y actualizar el texto de 1853, y en parte para auscultar i J resultados de la futura e lección presidencial. Perón ordenó votar en blanco I esos votos -alrededot d e l 24%- fueron los más numerosos, aunque ciertaJ mente muchos menos de los que el peronismo cosechaba cuando estaba en J gobierno, y casi iguales a los de la UCR del Pueblo, que era el partido o f i c i a l j ta. En tercer lugar, a no mucha distancia, se colocó la UCR Intransigente. L i Convención resultó un fracaso y se disolvió luego de introducir enmienda! menores - u n a ampliación del artículo 14, que incluía el derecho de huelga , pero las enseñanzas de los resultados electorales fueron claras: quien atraje­ra a los votantes peronistas tenía asegurado el t r iunfo, siempre que el pero» nismo siguiera proscripto. Esta condición era garantizada por el gobierno libertador.

A r t u r o Frondizi se lanzó al juego, ciertamente riesgoso. C o n un discurd moderno, referencias claras a los problemas estructurales del país y una pro-puesta novedosa, que llenaba de contenidos concretos los viejos principios radicales, nacionales y populares, se había convertido sin dificultades en la alternativa paraTasluerzas progresistas y para un sector amplio de la izquier da. Su vinculación con Rogelio Frigerio introdujo u n sesgo importante en su discurso, al subrayar la importancia del desarrollo de las fuerzas productivas y el papel que en ello debían cumplir los empresarios. La maniobra más audal consistió en negociar con el propio Perón su apoyo electoral, a cambio del

¿futuro levantamiento de las proscriJciaSries. La orden de Perón fue acatada -salvo por unos 800 m i l reluctantes- y Frondizi se impuso en las elecciones del 23 de febrero de 1958, con algo más de 4 millones de votos, contra 2,'i millones que obtuvo Ricardo Balbín.

Frondizi presidió e l gobierno entre mayo de 1958 y marzo de 1962. En la nueva versión de su programa —que decepcionaba a su^segujdores de iz-quierda^Frond iziasp 1 raba a renovar los acuerdos, de raigambre peronista, entre los empresarios y los trabaj adores; éstos eran convocados a abandonar su actitud hostil e integrarse y compart i r , en u n futuro indeterminado, los beneficios de un desarrollo económico impulsado por el capital extranjero. Esta retórica incorporaba el novedoso tema del desarrollo, asociado con las inversiones extranjeras, y lo unCa a la condena del viejo imperialismo bri ­tánico. Todas las fuerzas del p a í s moderno eran convocadas a unirse en la común oposición a l o s intereses, locales y foráneos, forjados en la etapa

EL EMPATE, 1955-1966 L 141

? ( p o r t a d o r a . Además de trazar el prospecto de u n país en crecimiento toiillictos, la retórica, deliberadamente imprecisa, servía para just i f i ­

ca ai i ii-sgadas maniobras tácticas del presidente. Se legitimaba así a los |po» técnicos que encabezaba Rogelio Frigerio -supuestamente repre-Mlile de la "burguesía nacional"- así como el pacto con Perón y el acuerdo i.» «Indicaros. La confianza en la eficiencia de este programa justifíca­

la concesiones a otros '-lfacjiirjñs_adejDoder", en cuestiones juzgadas se-llHtdiH la como a k jg les iar en el campo de la enseñanza, y a los militares, M|n quienes, sin embargo, se aspiraba a desarrollar una tendencia adjicta^

lona I " y desarrollista. fl| lealismo político del presidente incluía una tendencia a inclinarse por

|Mt 'M" ' ¡ación táctica con las grandes corporaciones, y consecuentemente |ym i i i asa valoración de la escena política, que acababa de ser formalmente IHtiiuiada. Es cierto que los partidos - y en particular la UCR del Pueblo-H M I U I I a ron un rechazo a priori de cualquier cosa que hiciera u n presidente tuya \ 11 >ria consideraban "fegífirná, así como escaso aprecio por las institu-ttVni democráticas y poca fe en el valor de la continuidad institucional, al Mitin i de especular con la posibilidad de un golpe militar. Pero el estilo polí-j|tu dr Frondizi y su grupo -convencidos de la verdad intrínseca de sus pro-jUM'iia'. era de por sí poco inclinado a la discusión programática, la persua-lliln o l a búsqueda de acuerdos políticos, n i siquiera en el ámbito de sus pro-|t|iHt parí idarios.

Id nuevo gobierno tenía amplia mayoría en el Congreso y controlaba la llilaliilad de las gobernaciones, no obstante lo cual su poder era claramente. |*l«. ai ¡o. Los votos eran prestados, y la rjapturaxo^ yna posibilidad muy real. Las Fuerzas Armadasno simpatizaban con quien

Vibia roto ePcompfómiso de la proscripción, ganando con los votos peronis­t a y desconfiaban tanto de los antecedentes izquierdistas de Frondizi como m mi reciente conversión hacia el capitalismo progresista. Los partidos polí-||i i is, escasamente interesados en la legalidad constitucional, no llegaban a

i|tmlonnar una red de seguridad para las instituciones, y el propio partido I l l U i a l , dirigido desde la presidenciaj j^ajnejap^ tólioma. Quizá por eso Frondizi apostó a obrar con prontitud, mientras pu-d i r i a hacerlo libremente, e introducir en forma inmediata cambios tales que louliguraran una escena más favorable. U n aumej4ter-dejálanos del 60%¿ una amnistía y el levantamiento de las proscripciones -que sin embargo no lin luían ni a Perón n i al Partido Peronista-, así como la sanción de la n u e v a |ry de Asociaciones Profesionales, casi igual a la de 1945, que la Revolución Libertadora había derogado, fueron parte de la deuda electoral. Frondizi asu-

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142 BREVE HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE LA ARGENTINA

mió personalmente lo q u e llamó la "batallaj jpl pprróW»", esto es, la negó J ción c o n compañías extranjeras de la exploración y puesta en explotaciónl las reservas, y simultáneamente anunció la ajujrojizaciójoqpara el f u n c i o j miento de universidades no estatales, lo que generó un profundo debate J tre los defensores déla enseñanza "laica" y los de la "libre", en su mayM católicos. En los cálculos del presidente ambos debates - e l del petróleo y | de la e n s e ñ a n z a - acabarían neutralizándose.

El m e o l l o de la política económica fueron las leyes de radicación de cu J tales extranjeros y de promoción industrial, sancionadas antes de que ternJ nara 1958. Por ellas se aseguraba a los inversores extranjeros libertad p;»í remitir ganancias y aun para repatriar el capital. R e s t a b l e c í a , u n régimd especial a las inversiones en sectores juzgados clave para la nueva etapa 1 desarrollo: la siderurgia, la petroquímica, celulosa, automotriz, energía, y r n turalmente el petróleo, a l que todos los diagnósticos señalaban como el n\i yor cuello de botella del crecimiento industrial. Habría trato preferencial J materia de derechos aduaneros, créditos, impuestos, suministro de energía j compras del Estado, así como en la protección arancelaria del mercado loe J todo ello manejado con u n alto grado de discrecionalidad, manifiesto notoria, mente en los contratos petroleros, que el presidente negoció en forma personal y secreta. Los resultados de esta política fueron notable^ las inversiones e\tranjeras, de alrededoi de 20 millones de dólares en 1957, suEíerorT^f8 eil 1959, y 100 más en los dos años siguientes. La producción de acero y aun J motores creció de modo espectacular y casi se llegó al autoabastecimiento d i petróleo. I

La fuerte expansión hizo probablemente más intensa la crisis cíclica trie! _na l -las anteriores fueron las de 1952 y 1956-, anunciada a fines de 1958 por.

una fuerte inflación y dificultades serias en la balanza de_pagps.En d i c i e m b l de 1958 se pidió ayuda al FMI y se lanzó u n Plan de Estabilización, cuya receliil recesiva se profundizó en junio de 1959, cuando Frondizi convocó al Minis terio de Economía a l ingeniero Alvaro Alsogaray. Se trataba de uno de los voceros principales d e las corrientes liberales y aplicó u n ortodoxo programa! de devaluación, congelamiento de salarios y supresión de controles y regulad ciones estatales cuyas consecuencias fueron una fuerte pérdida en los ingre­sos de los trabajadores y una desocupación generalizada. Esta segunda políti­ca, liberal y ortodoxa, era contradictoria con la desarrollista inicial , que se filiaba en las propuestas estructuralistas, pero en cierto modo complementa ba y reforzaba sus efectos. Sin embargo, su adopción marcó el f inal de la ilusión integracionistai y puso e m evidencia la necesidad de enfrentar el obs­táculo sindical.

EL EMPATE, 1955-1966 143

i |:| Plan de Estabilización puso f i n a una precaria convivencia entre el M t l H i m y los sindicatos peronistas, que hasta entonces habían apreciado Lpdl<! i gubernamentales como el f i n de las proscripciones y, sobre todo, la P l di Asociaciones Profesionales, que establecía el sindicato único y el des-j y m i n . | M ir planilla. Pero los efectos de la política de estabilización y la dure-p i - n n que el gobierno reprimió las protestas, a partir de la huelga del Frigo-f j t l i , . I isandro de la Torre de enero de 1959, pusieron a los sindicatos en pie m nuei ni. Las huelgas se intensificaron en los meses siguientes, y luego recru-p l |o el sabotaje. El gobrerno respondió interviniendo los sindicatos y em-felftindo al Ejército para reprimir -según lo establecía el plan CONINTES-, al •Hipo que los empresarios, aprovechando la recesión, despedían a los cua-llfun mas combativos de cada planta.

I |(l ano 1959 fue un punto de inflexión. La intensa ola de protesta sindical Htli lada a la caída de Perón concluyó con una derrota categórica. La raciona-lltiii i o n laboral pudo avanzar libremente, mientras que en los sindicatos se

Sol idaba un nuevo tipo de dirección, menos comprometida en la lucha Ullana y más preocupada por controlar las complejas estructuras sindica-

L recurriendo incluso a la corrupción o al matonismo para acallar las disi-J p i t i las. Reconocieron que no podían sostener una lucha frontal y se dedica-ftlli, más pragmáticamente, a golpear -sobré todo al gobierno-, para en se­guida negociar. Augusto Vandor, jefe del sindicato metalúrgico, fue la figura principal y arquetípica de esta nueva burocracia sindical, especializada en Miluúnistrar la desmovilización, con paros generales duros de palabra pero i . . . lisamente combativos y negociaciones permanentes con todos los factores i » poder. En momentos en que se debilitaba en el terreno de la negociación •pacíficamente laboral, este nuevo sindicalismo adquirió una enorme fuerza 911 la escena política.

Esa fuerza provenía de la persistencia de un problema político pendiente I disoluble - l a proscripción peronista-, pero sobre todo del fuerte hostiga­miento que el gobierno sufría a manos de los militares. Estos vieron con di m onfianza el tr iunfo de Frondizi y se dedicaron a vigilarlo, y en particular 111 )ntroIar s ü s ' ~ ^ Se dividieron según sus diferen-es opiniones acerca de cuánto debía haber de respeto a las instituciones i institucionales y cuánto de presión corporativa, que tomaba la forma de

'planteo" al presidente para que adoptara determinada medida. La Marina. jiw más homogénea en su rechazo a la política presidencial, pero en el Ejérci-o dominó un faccionalismo creciente, que ampliticaba las divisiones ante-ii nes. El gobierno intentó alentar en el Ejército una tendencia que lo apoya-n, pero cuando el conflicto estallaba fue incapaz de sostener a sus eventuales

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partidarios. A lo largo de los casi cuatro años de su presidencia, Fronj soportó t re inta y dos "planteos" militares, algunos~exigían cambios eii l línea política y otros estaban destinados a ganar terreno en la propia in.sllfl ción. A todos cedió. En junio de 1959 llegó a la Comandancia en Jefe .Id Ejército Carlos Severo Toranzo Montero, el más duro de los jefes ant ipof l nistas, que durante dos años ejerció una tutela pretoriana sobre el presido i i i Fue el período del ministerio de Alsogaray y del Plan CONINTES, y sin d u d . i l época de mayor represión social y política.

—Las renderícíaTpTetorianas de las Fuerzas Armadas terminaron de cr is ta l zar con la Revolución Cubana. El triunfo de Fidel Castro de 1959 había siifl cal^bpad^por demócratas y liberales, pero hacia 1960 su acercamiento i

_ bloque socialista dividió profundamente las aguas. Las izquierdas, VacilnntJ ante la cuestión del peronismo, encontraron en el apoyo a la algo lcjaid experiencia cubana un campo de coincidencias propicio: a principios de 1 9 f l el socialista Alfredo Palaciosj*anójuna.banca de senador en la Capital pohij rizando las fuerzas progresistas y de izquierda. El anticomunismo, en cambio, prendió fuertemente en laj¿erecha, en el liberalismo antiperonista y también en la Iglesia. América Latina v la Argentina entraban en el mundo de 11 guerra fría y los militares, duramente interpelados por sus colegas nortean ir«

_licanos, asumieron con dexisión una postura anticomunista que, so pretexto de la seguridad interior, venía a legitimar el pretorianismo. Los militares aso ciaron con el comunismo tamo al peronismo como al grupo que orientaba Rogelio Frigerio o a los estudiantes universitarios. En momentos en que Esta dos Unidos empezaba a reclamar alineamiento y solidaridad contra Cuba, Ion JliilüaLes^encontraron otro espacio para presionar a Frondizi. El presidente, que había adherido con entusiasmo a las consignas de la .Alianza para el

. ProgresojdejLr^esidente^ Kennedy era reacio a condenar a Cuba, así como a perder cierta libertad de maniobra internacional que le brindaba la existen cia de una alternativa socialista en el continente. Algunos tibios gestos de independencia horrorizaron a los militares y al frente antiperonista y antico munista: el acuerdo_c_on el sospechoso presidente brasileño Jardo Quadros en abril de 1961; su entrevista c o n Ernesto_Guevara, a la sazón ministro d e l n dustrias de Cuba en agosto de ese año, y sobre todo la abstención argentina, en la Conferencia de Cancilleres de Punta del Este, que expulsó a Cuba del sistemajnl^araericano. El hecho de que los ministros deHelacionesJExuj riores que acompañaban tajes medidas fueran notorios dirigentes conserv;!-dores como AdcjfoiVlugica o Miguel Ángel Cárcano no amilanó a los mil i tares, que presionaron duramente alpresidente hasta que, u n mes después de la abstención, el gobierno rompió relaciones con Cuba.

EL EMPATE, 1955-1966 145

. .11»itices, la marcha del proceso político y electoral acercaba al débil l i i " de Frondizi a su catástrofe f inal . Las elecciones de 1960, con el

J l f t l i m proscripto, habían mostrado que sus votos seguían siendo decisi-II I . i a l lá de oscilaciones menores entre el oficialismo y la principal opo-H I ns elecciones de principios de 1962 debían ser más riesgosas, pues

,|nn de elegirse gobernadores provinciales. Para enfrentarlas con mayo-JlMilbilidades, Frondizi despidió a principios de 1961 a Alsogaray y aTo-

j4»«itero, dio por terminada la estabilización, adoptó una política so-j|n flexible y se lanzó a la ardua tarea de enfrentar electoralmente a los U»ias, cuya proscripción no podía mantener sin riesgo de que éstos apo-

, j h n » ualquiera de sus enemigos. I i i i n i ) en otras ocasiones, se esbozaron distintas alternativas, según hu­

rla pioscripción o no. Una de ellas, la que generaba más preocupación, era H|" 'yo a alguna de las fuerzas de izquierda, con quienes la Revolución Cu-||H b a b í a creado u n campo de solidaridad y entendimiento. La sola exis-|t la de esta alternativa, a la que el sindicalismo era profundamente reacio, m i a b a que el peronismo empezaba a ser trabajado por una fuerte renova-Itt ideológica. Pero el deseo general de los dirigentes era levantar la abs-

i " i i , concurrir a elecciones y recuperar espacios enJas 1egislaturas,das~ K t l i i i i ' ipalidades y las provincias, y el mismo Perón debió aceptarlo. Lo de-Ufaban muchos caudillos provinciales, que suponían que no serían vetados (mi los militares, y lo querían particularmente los sindicalistas, dueños de la l l u i i a estructura formal existente en el peronismo. A través de las 62 Organi-Jgt.Iones dominaron el aparato electoral y pusieron sus hombres a la cabeza I p las listas. "Más allá delrésültado mismo de las elecciones, habían ganado la |MI|.I interna: el peronismo era el movimiento obrero, y éste a su vez era su llfe» ción sindical, que encabezaba y administraba Vandor.

Fn el plano nacional, un triunfo peronista seguía siendo inadmisible para i j u l i nes habían suscripto en 1955 el tácito pacto de proscripción, incluyendo r l propio Frondizi, quien antes de las elecciones declaró que , frente a un • v o u nal triunfo peronista, no les entregaría el poder-Pe rociad ie quería asu­mí i los costos de la proscripción y el gobierno, alentado por algunos éxitos

miles, corrió el riesgo de enfrentar al peronismo enelecciones abiertas, de marzo los candidatos peronistas ganaron ampliamente en las princi-provincias, incluyendo el distrito clave de Buenos Aires. En los agitá­

is días siguientes Frnnd^jJ^jflO lo impnsihlf»_para-capeaL.la--sir.ui3rión: inter-

.no las provincias donde habían triunfado los peronistas, quienes se mostra-on muy. prudentes, cambió todo su gabinete y encargó a Aramburu una

filiación con los partidos políticos, que se negaron a respaldarlo y se decla-

l-lecli I I IHiic p a l e s

,1, v ino

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146 BREVE HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE LA ARGENTINA

raron t o t a l m e n t e indiferentes ante la suerte del presidente y del sistema M t i t u c i o n a l mismo. Ésta era la señal que los rxiiliiaies esperaban, y el . ' H M m a i m j i e J J L 6 2 _ d ^ quien conservó la serenidad como organizar su reempj^zj3_TJor^pre^ de¿ Senado, José María G u i d o , ! salvar as í un jirón de institucionalidad.

Crisis y nuwo intento constitucional

Muchos de quienes habían acompañado a Frondizi en su último tramo f f l dearon a l presidente G u ido .ya la f r á g i l i ^ t i t ^ representad! buscando negociar una alternativa política que de alguna manera tuviera <M cuenta a los peronistas. Pero apenas tres meses después, los militares, aaii| hablan asumido por completo su furadóri_ituta2lar, impusieron u n gabinrtí définidamente antiperonista. La crisis política y la crisis económica c í c l u j coincidieron y se potenciaron mutuamente^ dando lugar a medidas errátil a J En u n fugaz ministerio de quince días, Federico Pinedo dispuso una especB cular devaluación, que favoreció en general a los grupos agropecuarios y cid particular a sus amigos, según se dijo: En seguida fue reemplazado por Álvatu Alsogaray, quien repitió su receta estabilizadora, que esta vez golpeó ademad al sector industrial local, que había crecido durante el período frondicista.

La inestabilidad política de esos meses de 1962 reflejaba sobre todo las Opi niones contrastantes de los distintos sectores de las Fuerzas Armadas, dueños no asumidos del poder. Mientras que los grupos de oficiales antiperonistas m d duros controlaban el gobierno y seguían buscando una salida basada en uní inf in i ta fuga hacia adelante —la proscripción categórica del peronismo , una posición alternativa empezó a dibujarse en el Ejército. Se constituyó en tomo de los jefes y oficiales del arma de Caballería, que mandaban los regí mientos de blindados y el estratégico acantonamiento de Campo de Mayo, Reflejaba en parte u n a competencia profesional interna pero sobre todo una apreciación diferente sobre las ventajas y costos de una participación tan di­recta del Ejército en la conducción política. El gmpo de Campo de Mayo des cubtía que el costo pagado por e l l o - l a exacerbación facciosa, Ja división del Ejército, su creciente (debilidad ante otras fuerzas- era demasiado alto y que convenía refugiarse e n una a c t i t u d más prescindente, que en términos políti­cos significaba un acatamiento i^avqr_ajas_ajit^

el legalismo esgrimido era en realidad, antes que una manifestación de creen­cias cívicas, una exprés ion de estricto profesionalismo. Creían además que la asociación de peronismo con corr>unismo era simplista y exagerada y que, dada

EL EMPATE..1955-.1966. 147

• w l l i l< ni nac^n^^ixorjíúliaclora, el peronismo podía incluso aportar_algo.al HÉ||f iinia oinunisia. Esta posición se fue perfilando a lo largo de sucesivos

Pnii 'Hiuriitos con la facción "gorila", que hicieron crisis en el mes de sep-Pfcl'ii , * uando unos y otros -azules_j[coJr£^

Éffii i .tdoptarorj^ sacaron las tropas a la calle y hasta amagaron combatir. H j dfiiles i miniaron en la ciorrtiendan^ la opinión pública, a la m/0 »i da igieron sus asesores civiles: explicaron a través de sucesivos comuni-áplo* l,i preocupación de la facción porta legalidad, el respeto institucional y plmiqii. 'da de una salida deiraiocrarjc,£^ • | I M pn «movieron Ta aparición de una revisto-singtdai^Pnw para • I i ndi i su posición,

i I I uiunfo azul en septiembre llevó al Comando en Jefe al general Juan l l u i l " ' . I higanía, y al gobierno a quienes, al igual que Frondizi, habían trata-I I i di estructurar un frente"político que de aigrrrra_ináríéra intégrara~irlos •Monistas . Se trataba de un grupo de políticos provenientes de la democra-tlit < i ist iana y el nacionalismo, y algunos del propio desarrollismo, a la | I I IM , i de una fórmula que reuniera militares, empresarios y sindicalistas. Dis-

IQuitan de varias estructuras electorales vacantes -entre ellas la Unión Popu-fc» UU partido neoperonista- pero no del candidato, que eventualmente po-

p i n haber sido el propio general Onganía. Pero las condiciones para esta rtln i nat iva todavía no habían madurado: la mayoría de los empresarios des-l o n b a b a n de los peronistas y en general de cualquier política que no fuera ranciamente liberal; los.peronistasdesconfiaban.de los frondicistas, mien-l i , i que lasjuerzas tradicionalmente^ntiperonistas, como la UCR del Pueblo, . I i i a mciaban iádignadas la nueva alternativa espuria e ilegítima. También se Uponía la Marina, ausente de los enfrentamientos de septiembre, que el 2 de ubi il de 1963 realizó su propia subleyación^Esta vez el enfrentamiento con el I i n c i t o fue violento, hubo bombardeos y cuarteles destruidos; la Marina fue derrotada, pero su impugnación tuvo «éxito. A l término del episodio, el co­municado f inal de los azules retomaba las posturas antiperonistas y se decía­la ba en favor de la proscripción del peronismo.

Los frentistas insistieron en encontrar la fórmula alquímica, esta vez-süx los íniUtares, reuniendo a frondicistas, democristianos y nacionalistas. En estas negociaciones, y en las anteriores, los sindicalistas hicieron valer su poder, practicando hasta sus últimas consecuencias el "doble juego", que no los comprometía definitivamente con ninguna alternativa y les permitía sa­car provecho de todas. En enero de 1963 lograron que la CGT fuera normali­zada, con lo que terminaron de redondear su estructura sindical, e inmedia­tamente comenzaron a presionar al gobierno con una Semana de Protesta^

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148 BREVE HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE LA ARGENTINA

Pero a la vez jugaron l a j ^ a - p r j j f t l c a , negociando su participación M Frente, en competencia caóTvez más evidente con Perón. Las negociad J no t e r m i n a r o n bien: cuando Perón proclamó candidatos Vicente S o n Lima, u n veterano político conservador quVa^stfél95Tse había acerca. 1.1 t| peronismo, se apartó el f^uesodeja^ y también otros gi u| J menores, a l tiérrrpevque el gobierno vetaba la fórmula, apelando a la l c g i l ción proscr ipt iva del peronismo de 1955.

A s í s e l l e g ó a julio d e 1963 en una situación muy parecida a las e lecc ión de 1957. Los peronistas «a^cidiejpr^v^tar^n-MancQ, pero una proporción J sus votos e m i g 7 o ^ r r f 3 v o r d e l candidatoL.de la- UCR^eO^ueblo, Arturo l i l i | quien c o n el 2¿%4ek>s sufragios obtuvo la primera minoría, yt. luego la n J minación en el Colegio Electoral. Probablemente haya influido en ese a p o J sorpresivo la-presentación como candidato del general Aramburu, que csid ba siendo postulado desde 1958 para distinto tipo de alternativas, y que dcfll nió su posición en términos decididamente antiperonistas.

¡ A r t u r o I l l ia gobernó entre octubre de 1963 y junio de 1966. Esta s e g ú n experiencia constitucional posperonista se inició con peores perspectivas qu| la primera. Las principales fuerzas corporativas, incapaces por el momento de elaborar una alternativa a la democracia constitucional, habían hecho un alto pero estaban lejos de comprometerse con el nuevo gobierno. El partido ganador, la UCR del Pueblo, había obtenido una magra parte de los sufragio?», y si bien tenía la mayoría en el Senado, sólo controlaba algo más de la mitad de las gobernaciones, y no tenía mayoría en la Cámara de Diputados donde, debido al sistema de voto proporcional, estaba representado un amplio es­pectro de fuerzas políticas. A diferencia de Frondizi, el nuevo gobierno radi­cal le dio mucha más importancia al Congreso y a la escena política demo­crática, tanto por auténtica convicción como por su escasa propensión o capacidad para negociar con las principales corporaciones. La vida parla­mentaria tuvo más actividad y bril lo, pero el radicalismo no logró estructurar allí una alianza consistente, n i tampoco comprometer auténticamente a las fuerzas políticas en l a defensa de la institucionalidad.

Arturo Il l ia, un político cordobés de la línea sabattinista, no era la figura más destacada de su partido, y es probable que su candidatura derivara de la escasa fe en el t r i u n f o de los principales dirigentes. Dentro del abanico de tendencias del radicalismo, t e n í a simpatías por las posiciones más progresis­tas, pero debió negociar con l o s otros sectores, que ocuparon posiciones im­portantes en su gobiet-no. Su presidencia se definió por el respeto de las nor­mas, la decisión de n o abusar de los poderes presidenciales y la voluntad de no exacerbar los c o n f l ictos y buscar que éstos decantaran naturalmente. Las

í EL EMPATE, 1955-1966 1 49

|0I •» i entraron en esta modalidad, tachada de irrealista e ineficiente, b u l o el escaso aprecio que en la sociedad argentina existía por las for-¡piiimrnticas e institucionales,

j m l u n a económica tuvo un perfil muy definido, dado por un grupoderj^Rt l l t on fuerte influencia de la CEPAL. Los criterios básicos del populismo lula que laUCRadel Pueblo heredaba del viejo programa de los intransi-mdtcales -énfasis en el mercado interno,..políticas, de distribución,

l l Ii .o del capital nacional- se combinaban con elementos keynesianos: •lado muy activo en el control y en la planificación económica. El go-|li i i ' benefició además de la coyuntura favorable que siguió a la crisis de • lOít 1, la recuperación industrial y particularmente de dos años de bue-IJXII taciones. Los ingresoscíedos trabajadores se elevaron y el Congreso Ulta ley de.SalariiiiMíniTrio. El gobierno controló los precios.y avanzó

id i raón e n algunas áreas conflictivas, como la comercialización de los t« amentos. Frente al capital extranjero, sin hostilizarlo, procuró reducir

o -i ionalidad de las medidas de promoción. U n caso especial fueron los f u i . is petroleros, que habían sido un caballito de batalla en la lucha con-

Bnndizi, y que fueron anulados y renegociados.

f i l a política económica y social intentaba desandar parte del camino se-dlo después de 1955 y despertó enconadas resistencias entre los sectores

i|i••..iriales, expresadas tanto por los voceros desarrollistas, que se queja-i de la falta de alicientes a la inversión extranjera, como sobre todo por los

^ p i l c * , que reaccionaban contra lo que juzgaban estatismo y demagogia, y I pirocupaban por los avances de los sindicatos y la pasividad del gobierno MU' «dios.

fute había intentado aplicar los recursos de la Ley de Asociaciones para i n u n d a r a los dirigentes sindicales, especialmente en el manejo de los nudos y de das elecciones internas, con la esperanza de que surgiera una ll ltt lente de dirigentes que rompiera el monolit ismo peronista. Los sindi-l i l b i a s respondieron con un PJgu^de_]Luchaque consistió en la ocupación |Malonada, entre mayo y junio de 1964, d e T l j n i l fábricas, en una opera-b n que involucró a casi 4 millones de trabajadores, realizada con una Hliinificación exacta, sin desbordes n i amenazas a.la propiedad, y desmon-ln.l.i c o n igual celeridad y pulcri tud. Aunque desde la derecha y desde la Uquieida.se quiso ver en esto el comienzo de u n asalto al sistema, fue sólo

lia expresión, de rara perfección, de la estrategia impulsada por Vandor, a;: de obtener los máximos frutos con una movilización controlada y

ningida. Tal despliegue estaba dirigido en parte a obtener concesiones I gobierno -particularmente el f i n de la presión sobre los sindicatos-

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150 BREVE HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE LA ARGENTINA

pero sobre todo ahacer ver que éstos constituían u n actor insoslayal>lt>H real peso e n cualquier negociación seria, esto es, la que mantuviei.in H los m i l i t a r e s , los empresarios y el mismo Perón.

E l vandonsmqaprovechaBa~asrwr:ar3al dominio de los sindicatos y • bien de las organizaciones políticas del peronismo, para actuar simultantB alternativamente en los dos frentes y practicar su arte de la negociación. flfl p t imer semestre de 1964, y alentados por u n eventual levantamienio M proscripción, los sindicatos encabezaron una reorganización del Partido \u4 cialista - n u e v o nombre del Peronista-, que realizaron a su estilo, piuv. ai afiliación relativamente baja les permitió un perfecto control. Esto los fue? I vando a u n enfrentamiento creciente con Perón, amenazado en su lidctam La disputa entre arabos no podía superar ciertos límites, pues n i Perón \*M prescindir de los sindicalistas más representativos n i éstos podían renegat M liderazgo simbólico de Perón. La competencia consistió en un tironeo peina nente, en el que Vandor fue ganando posiciones. A fines de 1964 la dirigen < I local organizó el retorno de Perón al país, una provocación al gobierno y quia al propio Perón, de envergadura similar a la de una presentación electoral, aJ ponía sobre el tapete los pactos tácitos de proscripción. El Qperatjyo-RetouJ suscitó una gran expectativa entre los peronistas y avivó nnstalgiasyrantaiM Perón tomó u n avión, pero antes de que el gobierno se viera obligado a decidí qué hacer, las autoridades de Brasil lo detuvieron y enviaron de nuevo a EtM ña. N o está claro quién perdió más con este resultado, si el gobierno, Vandoi «I el propio Perón -los acontecimientos posteriores hicieron irrelevante el balan ce-, pero lo cierto es que Perón estaba dispuesto a jugar sus cartas para evituj cualquier acuerdo que lo excluyera. Por entonces empezó a cobijar y alentai i los incipientes sectores críticos de la dirección sindical e inclinados a una pn« lítica más dura, o incluso a seguir la senda de la Revolución Cubana.

La principal preocupación de Perón se hallaba en el campo electoral, don de podía competir mejor conVandor. En marzo de 1965 se realizaron las eleC ciones derenovación parlamentaria. El gobierno proscribió al Partido Justicia lista pero autorizó i d o s peronistas a presentarse tras rótulos menos conflictivos, como la Unión Popular, controlados por elsindicalismo vandorista o por can dillos provinciales "fieóperonistas", que interpretaban de manera muy amplií y flexible el liderazgo de EerórjL J_,os resultados fueron buenos para el peronisnn pero no aplastantes, pues sumando todos los segmentos obtuvieron alrededoi del 36% de los votos. Lograron constituir un fuerte grupo parlamentario, qui encabezó un a ¡átere cXé Vando x, y empezaron a prepararse para las elecciones de 1967, en las que - c o m o en 19C52- se competiría por los gobiernos de provincia Si Vandor imponía s u s candidatos en las principales provincias y lograba reu-

EL EMPATE, 19554966 151

niu|ms neoperonistas provinciales, habría logrado institucionalizar al

tlaiu.. MI i Perón_y armar una poderosa huerza disgente. De alguna manera l||a, Perón y el gobierno c o n c u r r i e r o n

|l ¡o* t i l i irnos meses de 1965 Perón envió a la Argentina a su esposa Ép\^iP la, j^oi^cjddacomo Isabel, como "su representante~personal. Isabel mk\i indos los grupos~sindicales adversos o refractarios al liderazgo de ¡ u ti , I.nilode4z4iuáe4da-comojdeiderecha, y motorizó una división~en las T»lM'Mii aciones; aunque la encabezó el propio secretario general de laCGT,

M0 Alonso, fracasaron en su intento de ganar la conducción sindical. Pero a m u Ipios de 1966, cuando se celebraba la elección de gobernador de Men-M i i , h.ibel apoyó una candidatura peronista alternativa a la que propiciaba

• M ' " ' y l ; > supero^iTTjriamente en votos: Así, a -mediados-de 1966 la com-t l i n> ta entre Pgrcnvy_ Váridór^^^^SíÍ3^¡DMrL£Xopa.te: aquél se imponía en

f{ fu euaiio electoral y éste en el sindical. Quizá por eso Vandor haya desear-Indi < tli momento el escenario electoral, dirigiendo sus pasos hacia los gran-a*» t> lores corporativos.

H i l'uerzas Armadas no miraban con demasiada simpatía el gobierno de

K di >nde tenían predicamento los derrotados militares colorados- pero se I I vieron de hacer planteos o de jpxesionar. En el Ejército, la prioridad del

iuuuinlanteT3hganía y del grupo de oficiales de Caballería que lo rodeaba 111 la reconstrucción de la institución, el establecimiento del orden y la dis-^ i Iplina, largamente quebrados en los años siguientes a 1955, y la consolida-I

H f o de la autoridad del comandante. Más que de respeto a las instituciones ^institucionales, se trataba de la convicción de que, dadas las características a* In escena"política, cualquier intervención parcial provocaría divisiones füt i iosas. Progresivamente, las Fuerzas Armadas no hablaron más que a tra-u . i le sus comandantes en jefe, y de entre ellos Onganía fue adquiriendo una |Miinacjanjacional. En 1965, en una reunión de jefes de Ejército americanos en West Point, manifestó su adhesión a la llamada "docudna.de la seguridad nacional": las Fuerzas Armadas, apartadas á^Jaj^ornrjetencia estrictamente

oh tica, eran sin embargo la garantía de los valores supremos de la naciona­lidad, y debían .obrar cuando éstos-se- vieran•-amenazados, particularmente

»r. la subversión comunista. Poco después completó esto enunciando -esta Vez e n el Brasil donde los militares acababan de deponer al presidente Gou-l n r t - la doctrina de las "jrorrteras ideológicas", que en cada país dividía a los partidáriostde los valores occidentales y cristianos de quienes querían subver-l irlos. Entre esbs~valores centrales no figuraba ePsistema democrático -que labia sido la bandera de los militares luego de 195b-, lo que revela unjsam-

hio no sólo interno sino internacional: l a era inaugurada por el presidente — o j .

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I •, • BREVE HISTORIACONTEMPORÁNEA DE LA ARGENTINA

K en n edy terminaba,EstadosIJnjdos retomaba en Santo Domingo su c l f l po j f t i ca de intervencjoJL-y los militaresjgmeTizaban a derrocar a los g o ] H nos democrát icos sospechosos de escasa müitanciaanticomuñísta. E n M renovado discurso de l a s Fuerzas Armadas, que no se mostraban ansiosas M sacar d e él los corolarios obvios, la democracia empezaba a aparecer c o i m t l

dastreparaja je j juridad- Desde esa perspectiva también lo seríáTTHíálmeM para la modernización económica, que necesitaba de eficiencia y autorid*!

La economía entre la modernización y la crisis

El programa que en 1958 sintetizó de manera convincente A r t u r o FromllÉ expresaba una sensibilidad colectiva y u n conjunto de convicciones e \\m siones compartidas acerca de la modernización económica. En parte v*M debía surgir de la promoción planificada por el Estado, y de una r e n o v a c f l técnica y científica hacia la cual de 1955 en adelante se volcaron mucluJ esfuerzos. Así surgieron el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuai I (INTA), de incidencia importantísima en su campo, y el menos influyenlá Inst i tuto Nacional de Tecnología Industrial ( INTI) . La investigación básii 4 y la tecnológica fueron promovidas desde el Consejo Nacional de InvestíI gaciones Científicas y Técnicas, creado en 1957, o desde la Comisión N f l cional de Energía Atómica,_que frecuentemente actuaron asociados c o l las universidades. El Consejo Federal de Inversiones debía regular las desl gualdades regionales mientras que el Consejo Nacional de Desarrollo, creado en 1963j asumiría la planificación global y la elaboración de planes nacio­nales de desarrollo. E n suma, u n conjunto de instituciones debían poner en movimiento, planificadamente, la palanca de la inversión pública, la cien­cia y la técnica.

Pero la mayor fe estaba puesta en los capitales extranjeros. Estos llegaron^ en cantidades relativamente considerables entte 1959 y 1961; luego se retía jeron, hasta que en 1967 se produjo un segundo impulso, aunque en él pesa­ron mucho las inversiones de cor to plazo. Pero su influencia excedió larga­mente la de las inversiones directas. Los inversores tuvieron una gran capaci­dad para aprovechar l o s mecariismos internos de capitalización, ya sea de créditos del Estado o simplemente del ahorro particular, que juzgaba conve­niente canalizarse a través de las empresas extranjeras. También se instala­ron por la vía de la compra o la asociación con empresas nacionales existen tes o su compra, o simrolemente por la concesión de patentes o mateas. . influencia se notó en transformación de los servicios o en las formas de

EL EMPATE, 195b 1966 153

„ lab ación -los supermercados^fueron al principio lo más caractensti-Ht i r i icra l en una modificación de los hábitos de consumo, estimulada qin pi nlía llegar a verse y apetecerse a través de la televisión. La presen-H'lente del idioma inglés atestigua el grado de adaptación a l o ^ j j j l o s _ nli • que alcanzó la vida económica. f i ins primeros años su efecto fue traumático. En la industria, las nue-

„,lias petróleo, acero, celulosa, petroquímica, automotores- crecieron f i l amente , por efectos de la promoción y aprovechando la existencia

mercado insatisfecho, mientras queTás que habían liderado el creci-0 CU la >etapcuanterior - t e x t i l , calzado, y aun eleettodomésticos- "se

p l i i l i o n o retroceda ron, en parte porque su mercado se había saturado o |ll*o tetrocedía, y en parte también porque debían competir con nuevos

• t o s , c o m o fue el caso del hilado sintético, que lo hizo con el algodón ,1 M'I tor de los textiles. Por otro lado, aumentó la concentración, sobre

jo n i la industria, modificando la estructura relativamente dispersa here­da dr la etapa peronista. En las ramas nuevas, donde pesaron los capitales i M i q c r o s , esto se debió a la magnitud de las inversiones iniciales requeri-• iisi c o m o a las condiciones mismas de la promoción estatal, que con ||'rp* ion de los automotores garantizaban esa concentración. En las activi-

„jiles antiguas, tradicionalmente dispersas, y en un contexto de contracción, l lyuius empresas con mayor capacidad de adaptación lograron, gracias a un li\lin> o a una asociación ventajosa, crecer a expensas de otras.

En suma, se creó una brecha entre un sector moderno y eficiente de la 11» unía, en progresiva^pansjón, ligado a lajny^r^ión o al consumo de los

^ ti nes de mayor capacidad, y otro tradicional, más bien vinculado al consumo H i a i v o , quejeestancaba. La brecha tenía que ver con la presencia de «npresas • H a n jeras, o su asociación con ellas, de modo que para muchos ejnpresarios 1 * ales la experiencia fue fuertemente negativa. Lo fue, sobre todo, para mu-R u s de los trabajadores. El empleo industrial tendió a estancarse, sin que el •mentó en las nuevas empresascompensara la pérdida en las tradicionales, y || deterioraron los ingresos de los asalariados por razones tanto económicas •|omn políticas: un mayor desahogo empresarial en el mercado de trabajo, debi­do a los frutos de la racionalización y la contracción, se sumaba a un recorte en In capacidad de negociación délas organizaciones sindicales, sobre todo en el Ambi to específico de la empresa y la planta. Así, la participación relativa de t apital y trabajo en el producto bruto interno varió sensiblemente, revelando la consistencia de la fase acumulativa que se había puesto en marcha: la por­ción tle los asalariados cayó aproximadamente del 49% del PBI en 1954 —pico máximo de la etapa peronista- al 40% hacia 1962.

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154 BREVE HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE LA ARGENTINA

El e fecto traumático debía compensarse con otro renovador más lm m f l persistiente, que sin embargo se relativizó bastante. A u n en el caso di I f l actividades modernas, los inversores nuevos debíat) nroverse en un c o n ! « f l de características singulares y arraigadas: ettípoX'a fe fábricas heredado d ^ | etapa peronis ta se caracterizaba por su escala pequeña, alta integración v t f ^ H cal, elevados costos y escasa preocupación por la competitividad. Eran n i f l bien grandes talleres que verdaderas fábricas modernas. Las empresas nu<M^| -part icularmente las de^jrtoiQ^ti5ia2s- tuvieron que adecuar su tecnoló^^B sus formas de organización a estas realidades, de las que no podían" dése n t í f l derse, de modo que - c o m o estudió Jorge Katz- su eficiencia fue mucho iuffl ñor a^i£_erjJi3S43aís£ide-er-igen-. Muchas empresas vinieron a aprovechar fl crema de u n mercado protegido y largamente insatisfecho, antes que a r c i i f l zar una instalación de riesgo con perspectivas de largo plazo. Tal lo que m t| I rrió c o n las 21 terminales a ^ u t o m o t o r e s ^ ^ j g n t ^ e n 1965. Pero a u n j f l que tenían planes de largo alcance no estuvieron dispuestas a sacrificar \m protección concedida, que les garantizaba el dominio del mercado local perff las condenaba a limitarse a él.

En esos añosda~"s^tedajTar^entina, dominada por la problemática d> desarrollo, la dependencia y el imperialismo, d i s e c ó mucho más la magia tud y destino de las ganancias de estas empresas que su aporte -ciertamente re lat ivo- a la modernización y competitividad de la economía y particulai mente del sector industrial. Lo cierto .es que los capitales extranjeros contri buyeron a mantener algunos de los mecanismos básicos, tal comq^e_habían conformado en los arios, treinta y reforzado en la guerra y la posguerra. Si horizonte siguió siendo el mercado interno, y al igual que sus antecesoras nacionales, no fue prioritario alcanzar acá una eficiencia que les permitió, competir en mercados externos, a los que abastecían desde otras filiales, sal vo con estfmulosjgspeciricos. Atraídos con regímenes de promoción, pugna ron por mantener las sjmaciqnes de prwilegio y hasta extenderlas, y as - j u n t o con las empresas nacionales que pudieron seguirlos en esa l ínea- con tribuyeron a fortalecer la injerencia.de un Estado que debía garantizar las ventajas especiales.

Pese a que el gobierno había desarrollado una serie de organismos de pía nificación, sus políticas de promoción no tuvieron en cuenta cuestiones cla­ve, como cuándo d e j a r de promover, para estimular la competitividad, o la forma de compatibilizaj las necesidades fiscales con la promoción, que gene­ralmente consistía en l a exención de impuestos. Sobre todo, fue una política errática: hubo bruscas^ctócilacicones, determinadas en parte por la capacidad de presión de cada u n o de los interesados -como cuando el ministro Pinedo

EL EMPATE, 1955-1966 155

J p i 1962 una devaluación del 80%- y en parte por razones políticas j l i ' i como cuanckTeT^obiemryde Ufe anuló los contratos petredejos-, fylot I I en las empresas la actitud contraria de consolidar los privilegios W o v Pt los diez años que siguieron al f i n del peronismo, la economía no sólo ÉMi»li>rmó sustancialmente sino que, en conjunto, creció, aunque pro-filíente menos de lo que se esperaba. En el sector industrial, esto fue e l

lllliidn de un promedio entre el crecimiento de los sectores nuevos Éptii lius de los cuales tenían un ciclo de maduración l a r g o - y ja refracción |||iw l i adicionales. En el sector agrícola empezaron a sentirse algunos efec­

to d» li's incentivos cambiados ocasionales, de las mejorastecnológicas ' H|nil -idas._pur~cl iV\ por grupos de empresarios innovadores, o de la flMV1" dilusión de los tractores, producidos por plantas industriales recien-

rm ule instaladas. Sin ser espectaculares, los resultados permitieron que [•inducción alcanzar^e_n_pjqmedio los niveles de 1940, antes del co-

IDIi II . i de la gran contracción. Hubo también algunas mejoras relativas en || icrcio exterior/Todo ello fue la base de una etapa de crecimiento

rTfcntl sostenido pero moderado, sustentado principalmente en el merca-l Interno, iniciada en los años del gobierno de I l l ia , que se prolongaría

ittt»i,i mediados de la década siguiente. Perceptible a j a distancia, esta bo-liiin i relativa permaneció oculta a los contemporáneos, cuya perspectiva n i I I vu dominada por los ciclos de e x p a n s ' n n y rrmrracción, y las violentas

fllln que los separaban.

.as crts i n regularidadJgdajxes año_s_-195.2,. 1956,_ 1959, lyí».', .1966- y fueron puntualmente seguidas por políticas llamadas de_es-

philización. Desde un punto de vista estrictamente económico, expresa-iiiu las limitaciones que desde 1950 experimentaba el país para un creci­miento sostenido. La exrjánsjÓD-del sector indus t r ia l^ del coinercial y de

ryiejos ligados al mercado internodep^ndía^Vi^iiltimo terminó de las ivisas con las que'pagacj^lnsi jmos necesarios para mantenerlo en movi -Jento. Estas eran provistas por un sector agropecuario con escasas posibi-"ades de expandirse, que afrontaba difíciles condiciones en los mercados

JUndiales y que era habitualmente usado, a través de las políticas cambia-ins y de precios relativos, para solventar al sector interno. De ese modo, i d o crecimiento de éste significaba un aumento de las importaciones y oncluía en un déficit serio de la balanza de pagos. El endeudamiento ex-

lerno, creciente en la época, y la necesidad de cumplir con los servicios, agregaba un elemento adicional a la crisis y u n motivo de interés para los acreedores y sus agentes. Los planes de estabilización, que recogían la nor-

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156 BREVE HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE LA ARGENTINA

m a t i v a estándar de l Fondo Monetario Internacional -a quien se >"»• en la emergencia-, consistían en primer lugar en una fuerte d e v n l i m ^ ^ H l u e g o e n políticas recesivas -suspensión de créditos, paralización .1. < f l públ i cas - , que reducíanel empleo industriaLyJos^^aiario%-y-ci)ii • l l - q f l importac iones , haTta^ecoipéraTel equil ibrio perdido, creando las o m < l f l

L-nes para u n nuevo crecimiento. • C a d a u n o de estos ciclos de avance, detención yjvuey^i^vance < ' t ^ f l

í de just i f icar el difundidopesmilsTño acércamele! futuro de la e c o n n m j H inscribía en el contexto de la puja por el ingreso corre los distintos -r. i>>ifl

1 que a su vez formaba parte de la puja política más general, pues al < n f f l político correspondía u n empate económico. En una negociación entn «fl rias partes, los beneficiados y perjudicados cambiaban en forma p e r m n i t i^H así c o m o las alianzas y los enfrentamientos. En las fases ascendentes, Ion l l f l reses de empresarios y trabajadores industriales podían coincidir, a cosí i f l

l los sectores exportadores: esta coincidencia, que fue una de las bases di I \a peronista, explica el margen de negociación logrado por los sindufl

tos luego de 1955. Otras veces - y en estos años fue más frecuente- los empm sarios aprovecharon la coyuntura para capitalizarse intensamente. C n | H

i crisis y la devaluación había en primer lugar una traslación de ingreso-. <m sector urbano al rural, pero también de los trabajadores a los empresan-J pues los salarios reales retrocedían ante la fuerte inflación. También snlna perder las empresas chicas a manos de las grandes, y en esas coyuntura* l l

\n de la propiedad avanzó a saltos.

En suma, la crisis potenció la puja por el ingreso entre aquellos sectuiJ con capacidad corporativa para negociar y creó la posibilidad de aprovH char una coyuntura, un cambio de las reglas del juego, producidas desde J poder, y quedarse con la parte del otro. Se trataba de un juego en el que n i había reglas racionales y previsibles, n i un sector capaz de imponérselas J otro . Sijbien la ac^ón^de4-J¿stadci_^^ se trazaban desde allí políticas autónomas sino q u e estaba a disposición de quien pudr ía capia rarlo un instante, y util izarlo para sacar el mayor provecho posible. HuU» entre los sectores propietarios quienes advirtieron las posibilidades que ofro c í a un funcionamiento t a n anormal para los parámetros del capitalismo y descubrierondás~vS3nfajasxL^ Hubo otros, en cambio, cuya* mejores posibilidades estaban en el establecimiento del orden y la raciona l idad y empezaron areclarnar la presencia, en el poder político, de quien pudiera cumplir esa. tarea.

EL EMPATE, 1955-1966 157

Las masas de clase media

JltlMt ion económica introdujo algunos cambios profundos en la socie-1 t i i iul itei \o nuevo impulso a transformaciones que venían de antaño, " qu< Ii is electos potencialmente conflictivos de aquéllas no se manifes-l l i incdiato . La fuerte migración delcampo a la dudada que caracterizó

finio, en realidad formaba parte de una tendencia iniciada en la década ) i iiiubió en parte el lugar de origen: de las tradicionales zonas pampea-• I ya la crisis agrícola había completado su obra de expulsión, so despla­cidas i radicionalmente pobres del nordeste y el noroeste, golpeadas ade-

H f l i i isis de sus economías regionales, como el algodón o el azúcar. Tam-iMiu n.aroir las de los países limítrofes. Siguieron llegando al Gran Buenos , qur en esos años, con el 36% de la población total, alcanzó el pico de su

i ito relativo, pero también a otros grandes centros urbanos, entre los que \ despuntar Córdoba.

| J I I I / , Í la mayor novedad estuvo en la forma de incorporación a las ciuda-P l I I i niplco .industrial, que había sido la gran vía durante la década pero-jptrt, i-st anci)_yjiuiLretfO€ediéí y su lugarfue ocupado por la construcción I P I ulnas públicas, a cargo de grandes empresas, y también la construcción ttM" id.a, dominada por el pequeño empresario-, que junto al pequeño co-g p t i lo y algunas actividades de servicios absorbieron a los migrantes inter-UlM y también a los contingentes de bolivianos, paraguayos o chilenos, cuya Hlj(lai ion contribuyó a ampliar la masa de trabajadores.

N' • era sólo la posibilidad del empleo, en general precario, lo que movi l i -MIM b >s migrantes, sino también el deseo de disfrutar de los atractivos de la Hil i i ut baña, y en ese sentido las migraciones forman parte del proceso social i|r la Argentina expansiva, de permanente incorporación a los benéficos del

ÍMoeieso, reforzado por la difusión de las comunicaciones, y particularmente i televisión. El tesultado fue un fenómeno, muy común en toda América

| i i i m . i , de la nueva marginalidad: un cinturón de "villas miserias" en las yiandes ciudades y sus alrededores, donde se combinaban, de manera sor-|Hi ndenre para los observadores, casas de lata y antenas de televisión.

1*1 mundo de los trabajadores urbanos experimentó cambios profundos. El numero de asalariados industriales se mantuvo estable, y en consecuencia penlió importancia relativa. Fueron en general víctimas de las políticas so­líales regresivas que dominaron en estos años, salvo durante el período de Illia, aunque los cambios económicos produjeron una gran dispersión de los Ingresos y claras ventajas en favor del sector de los trabajadores de empresas modernas. Los sindicatos organizaron una eficaz resistencia y se anotaron

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| J¡ BREVE HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE LA ARGENTINA I

buenos tantos en la p u j a distributiva, los suficientes como para no <|t»ifl descolocados ante sus bases, y contribuyeron a mantener la homogeuia^B déla clase obrera, sindical izada y peronista. El mayor crecimiento se n n i f l entre los obreros déla construcción, y sobre todo entre los trabajadou»^B cuenta propia, ligados a los servicios o al pequeño, comercio. Su e x p a n d í correspondía todavía a las necesidades de la economía, y antes que dr <4W pleo disfrazado, se trataba de trabajo complementario, normalmente I m i f l nerado, aunque precario y carente de la protección sindical. El sector illWM desprotggidos,._que se expandió precisamente cuando el Estado de b i e r ^ M renunciaba a algunas de sus responsabilidades, comenzó a constituir, p n ' U f f l sivamente, una de las fuentes de tensión de la sociedad. 1

Nuevos contingentes engrosaron el impreciso pero bien real sector do H clases medias, prolongando y culminando el proceso secular de expansión, < f l versificación y movilidad de la sociedad. Pero esta apreciación global im !>h*l importantes cambios internos, que matizan fuertemente su sentido. Según I f l análisis de Susana Torrado, los pequeños empresarios manufactureros se redil 1 jeron drásticamente por obra de la concentración industrial, y aunque a u m t f l tó él número de comerciantes, en conjunto los sectores medios autónoimB fueron píenos numerosos. Creció en cambio el número de los asalariados i f l clase media, presentes en todos los sectores de la economía y especialmente i ' f f l la industria, donde las nuevas empresas demandaron técnicos y profesionale J

Su presencia puso de relieve el papel decisivo que en esta etapa sigulifl teniendo la educación, la vía de ascenso por excelencia de los sectores nu dios. Consolidada la primaria, se prolongó la expansión de la enseñanza medi.t,! cuya matrícula creció en forma espectacular en la década peronista, y lucen la universitaria, donde se empezaron a plantear los problemas de la masivld dad. Viejas y nuevas expectativas confluían en este crecimiento: la tradicio. na^búsqueda del prestigio anejo al título, el deseo dejsartiapar - ü través de las nuevas carreras- e n el proceso de modernización de la economía y de I.i ciencia, y luego, también, el deseo de incorporarse a uno de los foros intelci tuales y políticos más activos. Pero la mecánica tradicional empezaba a revé lar fallas: los egresados universitarios aumentaron mucho más rápidamente que los empleos - u n o d e los signos de la debilidad de la modernización anun ciada— mientras que, progresivamente, se producía una pérdida de valor de los títulos, y, por ejemplo, para determinadas posiciones no bastaba ya el de bachiller. Aquí también, empezaba a anunciarse uno de los focos de tensión de la nueva sociedad.

Entre las clases altas, los cam l í o s completaron los anunciados en la déca­da peronista. Pese a la <zaída d & l régimen odiado, las viejas clases altas no

EL EMPATE, 1955-1966 159

||ini ai antiguo prestigio: la posesión de un apellido, o la frecuenta-1.1 M I I I mes de si niales de La Prenda o La Nación, no aseguraban por * H | m poder. Las élites siguieron diversificándose y se nutrieron de fr!iipi*»*Hfios, militares - c o n frecuencia también devenidos dirigentes Whf y hasta algún gremialista particularmente exitoso.

Ii i • i ' .iiacterístico de estos años fue la emergencia y visibilidad de la | | ION UNÍ llamados ejecutivos, que según su nivel se ubicaban entre las

i l l l o n las medias. Eran por una parte la expresión de la modernización tiui i a, el signo de que las empresas dejaban de ser manejadas por los ll»' las Inmilias fundadoras y pasaban a manos de funcionarios expertos, ta d i la eficacia y de una cultura internacional. Como tales, fueron glo-P » i niño héroes civilizador-es. Pero también aparecieron como la nue-

|fH*ióii ded parvenú, un poco "rastacuero", por la exhibición agresiva de la H ? H y por lo que era juzgado como la usurpación de los signos del estatus, • f i l i a n la grandeza y la miseria de la modernización, l é * » nmbios en las formas de vida fueron notables, sobre todo en las gran-

mt i Ind.ules. La pildora anticonceptiva, y en general una actitud más flexi-Wff m i ' i i las conductas sexuales y sobre las relaciones familiares, modificó la f i lm l " i i entre hombres y mujeres, aunque tales cambios reflejaron sólo mí-

fltfti' nte -en una sociedad todavía pacata y tradicionalista- los que se tJt.il n i produciendo en los países centrales. El voseo empezó a imponerse en || n un cotidiano y la conversación se nutrió de términos tomados de la UN i< doria y del psicoanálisis, una de las pasiones de los sectores medios, que fclHi i iiuveron en Buenos Aires una de las mayores comunidades psicoanalí-

Hf¿n» dr l mundo. A l igual que en el resto del mundo, los cambios en el consu-li in • mpezarqn a resultar claves en la diferenciación social. Era significativo I|IH Ins nuevos sectores populares, a diferencia de sus antecesoresjie Ja pr i -IIII I.I mitad del siglo, no pusieran sus esperanzas en la casa propia -símbolo Mil ''im i de la movilidad social- sino en el televisor, en parte porque aquélla se lial'la tornado inalcanzable, en parte por la singular combinación de placer Inmediato y prestigic>qije_ririiporciona y luego el aparato elec-

i i " i i l i o o laincjmcicleta. Entre las clases medias, fue el automóvü lo que mimó sus expectativas e ilusiones, peto también los libros entrarán en el . In lili> del consumo masivo, y los bestseílers comenzarán a constituir una u lerenda.

Fuerzas poderosas impulsaban la expansión y homogeneización del consu­mí •: la producción en masa, la propaganda, las técnicas deLmarkeflflgx-pero Inmbién tendencias más profundas _a la democratización de las relaciones so-

[ dales y al acceso generalizado a bienes tradicionalmente considerados como

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160 BREVE H I S T O R I A CONTEMPORÁNEA DE L A A R G E N T I N A

pijrjj)jgs_cleJa^ Todos consumieron muchos más productos nov sos. En cada ciudad, el viejo "centro" perdió importancia, y los nuevos co comerc iales se esparcieron por todos los barrios; el jean se convirtió en p universal, y, en su aspecto al menos, las ciudades aparecieron habitada» fl vastas rrm^s^e^lase^jrjaecjjas. Pero si el jean homogeneizaba todo e i m | * f l que las difereneias-sodale¿_cristalizaran en apariencias fijas, generaba de i n H diato u n movimiento inverso: la recurrencia a marcas exclusivas y caras, *M bles en etiquetas conspicuas^, que rápidamente era absorbido por la fnlsifífl ción cU^v^ganzación de esas etiquetas. Así, frente a la homogeneización J las apariencias, las clames, inedias acomodadas y los sectores altos de la s i n ied J estimulados por una polarización creciente de los ingresos, buscaron f o n f l originales de diferenciación a través de una exclusividad que debía cambia permanentemente de referencias, antes de que la vulgarización las atrapard Saber en cada circunstancia qué es lo que marcaba esa diferencia, y conocerla momento en que lo in se convertía en out, y lo distinguido en mersa o aum -según el curioso código del humorista Landrú-, pasó a ser una ciencia api*l ciada y el tema de los más leídos semanarios.

Uno de ellos, Primera Plana, cumplió una función esencial en la eduml ción de los nuevos sectores medios y altos. Apareció en 1962, para servir i I. vocero a los grupos que empezaban a nuclearse detrás del general Onganín I de la evanescente fórmula del "frente". Pero además - o quizá precisament#| por eso- asumió con entusiasmo y una cierta ingenuidad la tarea de difundir la modernidad entre unos lectores que, gracias a la profusión de claves para iniciados que su lectura demandaba, debían ser ellos mismos una minoría, reclutada entre las nuevas capas profesionales y los ejecutivos eficientes. Pa­ra ellos se revelaban los secretos de lo que debía saberse sótíréTa":vida moder na", las últimas conquistas de la ciencia o la nueva literatura latinoamerica na, cuyo boom recibió un decisivo impulso, así como de todo aquello cuyo consumo marcara la diferencia. E n otro registro, u n personaje de historieta que iba a conquistar la inmortal idad -Mafalda, de Q u i n o - expresó toda otra gama del imaginario de las clases medias, combinando la ilusión del auto - u n modesto Citroen- y de las breves vacaciones anuales con las preocupaciones por e l pacifismo, la ecología o la democracia, comunes a la ola de disconfor­mismo y renovación que se insinuaba en el mundo. Quizá por eso Mafalda alcanzó difusión internacional, y pese a expresar una sensibilidad tan distin­ta, coincidió con Primera Plana e n mostrar cuan cerca del mundo estaba el país p o r entonces.

EL EMPATE, 19551966 161

La Universidad y la renovación cultural

|Hlt l« • males ant ¡peronistas - y entre ellos quienes habían logrado identi-iMtiin con el rigor científico cuantocon las corrientes estéticas y de

(lili m i i de vanguardia- pasaron a regir las instituciones oficiales y el ;t il»- la cultura todo, dominado p o r la preocupación de la apertura y la

Jlfiu ion. Viejos grupos, como el Colegio Libre de Estudios Superiores, o M |H iduaon relevancia, deqdazadi >s por r.aevas instituciones y muchas.ve-I Habilitados por la- escisiones internas. Las vanguardias artísticas se con-

JpMMhm en el Instituto Di Telia, combinando bajo el amparo de una em-

E. entonces pujante y modernizada la experimentación con la provo-Inii Quienes animaban esa experiencia - y en particular Jorge Romero m» p iaban convencidos de recrear e n Buenos Aires un verdadero centro

||t»iini' lonal del arre, y si el diagnóstico quizás era excesivamente optimis-( I , |o i teiio es que, como pocas otras veces, la creatividad local se vinculó p)Hi la del mundo. Ubicado en el centro mismo de la ciudad, en la llamada ^Hrtic<ina loca", y cerca de la Facultad de Filosofía y Letras, el D i Telia se t t * n u l io en punto de teferencia de otras corrientes, emergentes y mediana-ftttmn 11 mtestatarias, pero ciertamente provocativas, como el hippismo.

I I piincipal foco de la renovación cultural estuvo en la Universidad. La ^•limación en 1955 de José Luis Romero como rector de la de Buenos Aires,

H | | el respaldo del poderoso movimiento estudiantil, marcó el rumbo de los nftos siguientes. Estudiantes e intelectuales progresistas se propusieron

H I pi Imer lugar "desperonizar" la Universidad -esto es, eliminar a los grupos i Ii i a ales y nacionalistas, de ínfimo valor académico, que la habían domina­do • n la década anterior- y luego modernizar sus actividades, acorde con la llmislormación que la sociedad tóela emprendía.

Según la utopía del desarrollo dominante, la ciencia debía convertirse en f l a n e a de la economía, lo que planteó un largo debate acerca de las pr ior i -llwdes: ciencias básicas, que trabajaran según los estándares internacionales,

tecnología aplicada, mirando los problemas específicos de nuestra econo­mía y atendiendo a la formación del personal calificado que ésta podía reque-I I I I'rente a la vieja Universidad profesional surgió una nueva, orientada a la I-a ilogíajjabioquímica, la física, la agronomía o la computación; las faculta­des se nutrieron con laboratorios y científicos con dedicación exclusiva a la • nseñanza e investigación, y los egresados marcharon masivamente a com­pletar su formación en el exterior. Incluso las viejas carreras cambiaron: la n onomía y la administración de empresas -escuela de ejecutivos- empeza-nm a reemplazar la vieja formación délos contadores públicos.

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162 BREVE HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE LA ARGENTINA

E n las ciencias sociales -una idea de por sí moderna- la modemizucM^H asoció con dos nuevas carreras: psicología y sociología. En la escuela i u f t t ^ H por G i n o Germani , la teoría déla modernización, fácilmente integrable > • - a l dei desarrollo económico y hasta con el marxismo, constituía a la vez un nóstico y u n programa, mutuamente potenciados: las sociedades man \\.\\4M todas p o r u n camino similar, de lo tradicional a lo moderno, y la ciencia n i f l caba e l camino para que la Argentina recorriera esas etapas y por esa v ^ H incorporara al mundo. La sociología suministraba a la vez una filosofía .1. I historia, u n vocabulario -frecuentemente malas traducciones del inglés- y o t f l signos de modernidad, y una vasta carnada de nuevos profesionales, que p o d f l dedicarse al marketing o a las relaciones industriales en las empresas, o a u .1 • jaren los distintos organismos de planeamiento e investigación desarrolla I . ' por el Estado. Antes de que lossubocupados o desocupados predominaran tre ellos, los sociólogos constituyeron, con psicólogos, economistas,jCjentíll^ y técnicos industriales tc^ünaxohorte de nuevos sectores medios, adalides t f l la modernización^ consumidoresfprivilegiados de sus productos.

Desde 1955, la Universidad se gobernó según los principios de la Reh H wm Universitaria de 1918, verdadera ideología de estudiantes e intelectuales p f f l gresistas.lTutonomía y~gobierno tripartito de profesores, egresados y a l u m i n a Desde el comienzo, sus relaciones con los gobiernos fuerer4-^er4flkxivas y I J ruptura se produjo cuando el presidente FroncUziidec^ u n i v M sidades privadas -eufemísticamente llamadas "l ibres"- en igualdad de coiulfl c i o n e f j ^ n l á s del Estado. El debate de 1958 entredosq^rtidarios déla c m f l ñanza " l ibre" -básicamente los ligados a la Iglesia- y la "laica" -que nuclealI todo el arco liberal y progresista-Juejxotahlej.aunque la masividad del a p o f l a "la laica" no logró cambiar la determinación de Frondizi de entregar d i botín a uno de los factores de poder que reconocía. La confrontación - r e n o ! vada posteriormente en los reclamos por mayor presupuesto- mostró cóniiM la Universidad se convertía en u n polo crítico n o sólo del gobierno sino dt] tendencias cada vez más fuertes en la sociedad y la política, y a la vez cónn i procesaba internamente ese cuestionamiento, político pero no partidario y preocupado por mantener - m á s allá de los avatares de la política nacional el arco de las solidaridades progresistas: e n primer lugar la fe en la ciencia, y luego la confianza en el progreso de la humanidad, ejemplificado en la am plia solidaridad despertada por 1 Q Revolución Cubana. En ese sentido, y gra cias a su autonomía, la Univers idad se convirtió en una "isla demócrata a" en u n país que lo era cada vez m e n o s y - l o que es peor- que-creía cada \menos en la democracia, de m o d o que la defensa misma de la "isla" contribu yó a consolidar las solidaridades internas.

EL EMPATE, 1955-1966 163

|i «i Mataba, sin embargo, de una islacon voluntad de encierro. Mien-•pi l iunaban en ella mult i tud de propuestas políticas que luego se trans­ían al debate de la sociedad, la Universidad se preocupó intensamente, |m u n í éxito desigual, por la extensión de sus actividades a la sociedad

^ ^ • e m p l o más exitoso de ello f u e Eudeba, la editorial fundada por la o i idad de Buenos Aires y organizada primero por Arnaldo O r f i l a Rey-

JUvllil máter de dos editoriales mexicanas de honda influen< ia en el titilo intelectual, el Fondo de C u l t u r a Económica y Siglo X X I - y luego por mu Sptvacow, que recreó en la década del sesenta los grandes poyectos

M||iniales populare - de los años t re inta v cuarenta. Lo singular de Eudeba flpi «II . n i n l a n , K ion de política de ventas agresiva y novedosa libros muy Punios, inj joscos en las calles- puesta al servicio de la difusión de lomas IDtiili MUÍ e n eT^afTipo de Tas ciencias. Sus tiradas -vendió 3 millones de ttf tupiares entre I °59 y 1"%2- muestran tanto la realidad de la ampliación p l publico lector como el decisivo papel de la Universidad y su editorial •UN • • inlormarlt >.

^ • n este*polo de modernidad concentrado en la Universidad empezaron pHlniule.star.se misiones crecientes. El valor absoluto de la ciencia univer-ftfll V»i presente en las discusiones sobre ciencia básica o tecnología- fue

^ B n i n n a d o a la luz de las necesidades nacionales. Se debatió primero el Jlliiiu i a m i e n t o de muchos grupos de científicos por fundaciones interna-Jjnnales -que solían estar vinculadas con grandes empresas, como la Fun-K t l o n Ford, o con los mismos gobiernos- suponiendo que tal financia-Hllinto o r i e n t a b a las investigaciones en una dirección irrelevante o direc-Imiiente contraria a los intereses del pueblo y la nación. De allí se pasó al

H ^ t i o n a r h i e n t o de los paradigmas científicos mismos, postulando una ma­l i n a "nacional" de hacer ciencia, diferente de la que se identificaba con los

• l i n i o s internacionales de dominación, y a la larga se cuestionaría la nece-•id. i . l misma de la ciencia. El llamado a mirar a l país, o a Latinoamérica, fltttoncaba con la cuestión del compromiso de los intelectuales con su reali-t l i td, un viejo debate - l o habían animado e n los años de 1920 los partidarios •I* Moedo y Florida- que encontraba nuevos motivos. Si bien el compromi­so era un valor compartido entre el conjunto de los intelectuales progresis­t a que no vacilaban en manifestarse nnasivamente en favor de la Cuba Hyiedida-, había quienes cuestionaban lcLsupuesta neutralidad de la ciérn­ela defendida por los "cientificistas"- e insistían en su carácter siempre Viilorativo. Una discusión similar planteaban en el campo artístico quienes i uest ionaban la frivolidad y falta de compromiso del D i Telia y contrapo­nían por ejemplo el teatro realista de Roberto Cossa o Germán Rozenma-

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c h e r - q u e tematizaban las perplejidades de las clases medias ante el pc f f l msmo=-con el teatro del absurdo de la "manzana loca".

Por entonces , y pese al voluntarismo de los núcleos modernizadore», I realidad n a c i o n a l no hacía sinoinostrar la superficialidad de los cambios, m como el vigor de las resistencias que esos cambios despertaban en la sociedB tradicional. Pero, sobre todo, fue el giro a la izquierda de buena parte M núcleo progresista el que reveló la imposibilidad de mantener los a c u c n en los que esa experiencia se había fundado.

La política y los límites de la modernización

La radicalización de los sectores progresistas y la formación de una nueva iquierjl -cuya trayectoria han reconstruido Oscar Terán y Silvia Sigal- tuvo en la l InJ versidad su ámbito privilegiado antes de partir, luego de 1966, hacia destituí más amplios. Pero hasta esa fecha su penetración en otros círculos fue escl I -los gremiales estaban celosamente custodiados por un sindicalismo siemjB host i l -y fue en la Universidad y sus debates donde los intelectuales construyj ron y reconstruyeron sus interpretaciones y sus discursos, que posteriormcnI encauzarían en una amplia gama de opciones políticas.

La ruptura entre el sector más progresista de los intelectuales y sus aliad, n más conservadores del frente antiperonista, anunciada desde antes de 1951 cristalizó casi de inmediato, por obra dé la política antipopular y represiva del gobierno libertador, y sobre todo poruña suerte de culpa ante la incoad prensión de unas mayorías populares cuya persistencia en el peronismo, m i l allá de la acción del aparato estatal, quedó demostrada en las elecciones dd 1957. Desde Sur hasta eljPartido Socialista, las agrupaciones y partidos qm habían cobijado a la oposicióh"á>itir^fonista sufrieron tódo"trpótferfracturaiiJ

/ La atracción que ejerció Frondizi entre los progresistas independientes y aun entre militantes de los partidos de izquierda tradicionales obedecía a q j proponía la apertura al peronismo sin renunciar a la propia identidad; fl debía al enérgico tono anti imperial ista - u n valor por entonces en alza-, / sobre todo a la modernidad y eficacia que informaba su estilo político, qul combinaba las ilusiones de la é p o c a con las tentaciones, más propias de ION intelectuales, de acercarse al p o d e r sin pasar por los filtros de los partidos, la desilusión, que sobrevino p r o n t o , inició una etapa de reflexión, crítica y d i l

^cusión que culminó en la formaciión de la "nueva izquierda".

Se formó mirando al perónisrr>o primero, y luego a la Revolución Cubana, Se caiacterizó por la espectaculat -expansión del marxismo, menté de las creía i

EL EMPATE, 1955-1966 165

l'ii.u as: se era marxista o no se lo era.Dentro de él, las variedades eran ln\a ortodoxia stalinj¿ta-retrocediófrente a nuevas fuentes docttina-4'iun, cuyo lugar central se mantuvo por sus tesis sobreeTimperialismo,

h ) , (iramsci, Trotsky, Mao, de las q u e sederivaban todas las interpretado-|pl Imaginables -desde condenar al peronismo hasta abrazarse con é l - , legiti-( tyfc f i . n un Marx que daba para todos. Paralelamente, se expandió el

rTbllpei'ialismo, recogiendo una ola mundial que partía de los movimientos |pWK*kaiizaeión de la posguerra, seguía con los países del Tercer Mundo,

MMtilimaba con la guerra de Argelia y culminaba con la incipiente lucha de VlHiiaiu, todo lo cual parecía anunciar la inminente crisis de los imperios. La Ptolluilón con Frondizj, y con su equivalente brasileño Juscelino Kubitschek, f l i i i i i na lodélsamnedy y la intervención norteamericana en Santo Domingo, f t t l 'Jo ' i , diluyeron las ilusiones en la Alianza para el Progreso, y las teorías del ^ M * I I m l l o dejaron paso a las de la dependencia^ que reelaboraba los motivos Mil i i h 'íes pero subordinando las raíces del atraso a situaciones políticas, frente f luí i nales la opción era una alianza nacional para la liberación. Este populis-(Ho ii ndió mrpúente: hacia sectores cristianos que, releyendo los evangelios en t l t i n | u ipuTar, selnteresaron en dialogar con el marxismo, mientras que el jMllliinpiMáalismo vinculó éstas corrientes con sectores del nacionalismo, tam-|i|i'n n i intenso proceso de revisión. De Hernández Arregui -cuyo libro La •rtiiiii /'(in de la conciencia nacional fue clave en esta amalgama- a José María lltMa, intelectuales nacionalistas incorporaron el marxismo - e n su vertiente tita i indamente economicista- rehaciendo un camino que, en sentido opues-1.1,1 inbían recorrido Rodolfo Puiggrós y Jorge Abelardo Ramos, autores de otros • M libros de enorme influencia: Historia crítica de los partidos políticos y Revolu-I|i x• v contrarrevolución en Argentina. A su vez, las izquierdas revisaron su inter-Afi'iai ion liberal de la historia -en la que Rosas encamaba el feudalismo y Mis adavia el capitalismo- y empezaron a releerla a la luz del revisionismo, un HHimno que les permitía, al final, asignar al peronismo un lugar legítimo en el |i|i'i:ii'so de la humanidad.

I a amalgama fue difícil y la polémica intensa. La Revolución Cubana - e n l i iyi • apoyo todos coincidieron- tuvo la v i r t u d de resumir la mayoría de esos • l u i d o s . Mostraba a América Latina alzada contra el imperialismo, sobre l o d o luego de Ta expansión de la guerrilla e n Venezuela, Colombia y Perú, y

•levaba a una revalorización cultural que iba desde las fuerzas telúricas hasta lu "nueva novela". La conexión estrecha entre marxismo y revolución, que I r desdibujaba al contemplar los grandes partidos europeos o la propia Unión

iviél ica, se manifestaba con toda su fuerza en Cuba. Antes de que se extra-• r a n de ella recetas políticas específicas, Cuba consagró la idea misma de

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revolución, la convicción deque, pese a sus pesadas determinaciones, I.i lidad e r a plást ica y que la accióa humana organizada podía modificai I transjpjmaación, cuya posibilidad era reforzada por su necesidad his tor ia l u n a c i j ^ e s t q o n r ^ s e j u g a b a ^ n d ^ ^ otras cuestionesj:cTOo ^ ( | |

3 ^ e I O J B ^ n - ^ l ^ a l - P a r a 'aveniente nacionalista, el sujeto deestn r* formación seguía sieiTdrven clave romántica, el pueblo, mientras que p. i J izquierda lo era el trabajador, detrás de quien, como ha dicho con agtujfl Terán, n o se vislumbraba todavía al guerrero.

Efectivamente, I j l i v u e v a ^ n i ^ ^ nótenlaclarogj jéhacer. M | J ba con avidez al peronismo, alentabásus~^^ m i l i i ] tes sindicales, o John W i l l i a m Cooke, que venía de una larga residencia 1 Cuba-, especulaba con su vuelco a la izquierda, y empezaba a jugar con d i •• •. sas alternativas: el leninismo - q u e privilegiaba la_a£ctóride masas-, id 1 quismo - q u e buscaba constituir un polo de poder a trav&oaeTal>ué^ Tar :=rcrel "enmsm^'^decidido a~ganar al peronismo desde adentro. Na.|< estaba def iniadóenl96o7saiWeT^ , , ; u|| ción liberal y democrática. Para la nueva izquierda -que no separaba los pt l J cipios más generales de la inmediata experiencia argentina- lajlemocia. I era^periLast^^ individuales una farsa, e ilusionarse n i einaTerá^óío encubrir lac^pre^iórn—• . - - "

En~TéaTio=Tci^ en la democracia, n i siquieraJos p..i tidos políticos que debían defenderla. Ciertamente se trataba de una demoi i., o a í i c r j ^ y ^ ^ ^ los interesados directos en su supcivi vencía y mejora la dieron por^ic lucasin lucha^hasta que el final anunciadJ llegó. Si las izquierdas creíañque se trataba de un opio burgués, eljrondicisn I prefería apostar a la eficienciVtecnocrática mientras que los radii^akídeil'iicJ bloy^sus aliados n j ^ c j l a r o n , erTocasiones, empreierj^unjolpe militar a un gobierno-que^abriera ^ u ,

responsables, dada su exHusióñ^flIícñiaban en iTapTJesraáTTás elecciones o a 1 negociación directa con los factores de poder. La derecha, por su parte, nu

^ l í 3 ^ ^ ™ 2 3 ! ^ ^ un u i de la sociedad, en parte por los problemas ya crónicos de estas fuerzas, que sola funcionaron eficazmente cuando se las articuló desde el poder, y en parte poi que, e n el seno mismo de los sectores propietarios, subsistían los conflictos y na se había llegado a conformar una propuesta que fuera válida para todos ellos, y mucho menos para un sector may^oritario de la sociedad.

Lo^jectores más concentrados de la economía, en los que el capital ex tranjero tenía ü r T p w r f e c T s i ^ comodidad en la escena

EL EMPATE, 195U966 167

|||v,i, donde sus intereses eran formulados con precisión y claridad por l|m d. bien entrenados economistas ytécnicos. All í dialogaban con los t dr p o d c m ^ é s ^ l o s s i ñ d l c a l i ^ y e n menor

JfiKlesTa^Tnre-Txnn^^ motivos tampoco tenían mayor interés IMII > <T la^escena democrática. Los s i n d i c a l ^

i i pilibado sin suerte la arena electoral, donde Perón los había derrota-^ E j i t a r e T e ^ ^

!•• y d e f e t ^ r - d e ^ ^ Se trataba, sin IrtlM". de una neg(3idajcaon_ejmrj^ntóQada, a mitad de camino entre la de-|,|i 11 y el-au-Eoritar-ismo, donde ninguno de los actores tenía la fuerza

H voli ar en su favor la situación, pero podía vetar eficazmente cualquier lililí iva que lo excluyera. _Kyoces para romper el empate empezaron a mukirdicarse.. Páralos ini-l(i -., I.i democracia resultaba un obsta cu lo^n <ducambar^^ i m i u n i s t a imaginado, que veían cadavez-más amenazador. Si habían lle-fc» admitir que el grueso del sindicalismo peronista era de momento res-

n l d i , en cambio lo veían enseñoreado en la Universidad, desde donde se B r i l l a b a fascinar al peronismo; se alarmaban por la_atracción que ejercía la l y t ' di ii ion Cubana y les horrorizaba el cuestionamiento de los valores tradi-

fljiilcs de lasociedad y la convivencia, pues en el fondo la libertad sexual, ^yolución y el arte de vanguardia les parecían distintos aspectos de un

^ K ) | i i o desafío a los valores occidentales y cristianos. H u t a reacción, que iba de lo político ajp^cultural y de anea los ámbitos más

pin 1.1. is, encontró amplio eco e n la sociedad,.revelando que los avances de la U n I . i niración no eran tales. Era alimentada desde los sectores más tradicionales J|| la Iglesia, de gran predicamento entre;rhilitares y empresarios. Para el catoli-Onu i integrista, el cuestionamiento de los valores sustantivos de la sociedad - la (inulta, la tradición,Jap^Iedad-arrancaba con laRevolución Francesa-cuan-• l no i lcdaT^f}Jrma-, y suponía unaj^ojndena del mundo moderno y en particu-lm . Ir l;i ifemrurracia lihgral, así como una reivindicación de la sociedad ofgarii-n í a , donde los auténticos intereses sociales estuvieran directamente represen-pilos a través de sus corporaciones. Esta postura ultramontana resultaba bien

ngida por quienes, por otros motivos, encontraban en el escenario democráti-i n y sus callejones siiTsaiaTcTalás raíces del desorden económico y reclamaban un

lado fuerte, con capacidad para ordenar la. vida econórnjxa, disciplinar a sus ¿lores y_syjperar los bloqueos paraj-tna alternativaeftciente. Todos reclamaban

filas autoridad y orden, unos con tradición^ otros con eficacia.

En torno de esta idea, divulgada desde Los más diversos ámbitos, empezó rápido aglutinamiento de-ftierzasjque, co mo se advertía, habían tomado la

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restauración constitucional como un interludio que permitiera refoinJ que había empezado a esbozaren 1962. El gobierno de Illia fue comí. por inef ic iente por Primera Plana, vocero de este grupo, ya en septieml.i. k 1963, u n mes antes de que el nuevo presidente asumiera, y desde c n m n J la propaganda se ensañó con él. Objetivos distintos pero no contrae!UuM - l a eficiencia, el orden, la modernización y hasta el "destino de grande J confluirán en-la-crítica al gobierno y en una propuesta definida, de m a t f l algo vaga como corresponde a una propuesta política, como el Vamb J estructuras" que se entendía se refería a las políticas. Esta idea fue s i s t e n j camente desarrollada por un elenco de propagandistas, muchos de elloi presamente contratados para ello, dedicados a desprestigiar aLgobiern... sistema político en general, y a exaltar la figura de Onganía-quien pin retiro a fines de 1965-, rnodelode eficiencia pero, sobre todo, "última a h t l nativa de orden y autoridad", como escribía Mariano Grondona en Prim I Plana. Durante los seis meses finales del gobierno de Il l ia se tenía la i m p j sión de que buena parte del país -que "estaba en el golpe"- emprendía, i l disumulo alguno, con paciencia y con confianza, el camino que llevaría a \1 redención. Quienes no participaban de esa fe parecían en cambio compartí el diagnóstico, a juzgar por sus mínimos intentos para defender el sisma j institucional que se derrumbaba. El 28 de junio de 1966 los comandante:.. n jefe depusieron a Il l ia y entregaron la presidencia al general Onganía. Con i caída de la democracia limitada terminó el empate, las opciones se definió] ron y los conflictos de la sociedad, hasta entonces disimulados, puchen . i desplegarse plenamente.

1

\

V I . D e p e n d e n c i a o l i b e r a c i ó n ,

1 9 6 6 ^ 1 9 7 6

El ensayo autoritario

l i n p l m consenso acompañó al golpe del 28 de j u n i o de 1966: los gran-i i r i tures empresarios y también los medianos y pequeños, la mayoría de fcdflidos políticos - c o n excepción de los radicales, socialistas y comu-

i y basta muchos grupos de extrema izquierda, satisfechos del f i n de Id di m. u racia "burguesa". Perón abrió una carta de crédito, aunque reco-JHHidn "desensillar hasta que aclare", los políticos peronistas fueron algo Ntit<. splícitos y los sindicalistas se mostraron francamente esperanzados y

ton ieron a la asunción del nuevo presidente, especulando con la per-Hftlt u< ia del tradicional espacio para la negociación y la presión, y quizá

las posibles coincidencias con un mil i tar que -como aquel o t r o - ponía || uto en el orden, la unidad, un cierto paternalismo y u n definido ant i -fttliiunismo.

E l i t e crédito amplio y variado tenía que ver con la indefinición inicial f i n i . las diversas tendencias que coexistían en el gobierno. El estado mayor l | las grandes empresas - e l establishment económico- tenía interlocutores l i l i . . tos en muchos jefes militares. Otros -sobre todo los que rodeaban al p i l e t a l Onganía- se nutrían en cambio de una concepción mucho más tra-ill* natal, derivada en parte del viejo nacionalismo pero sobre todo de las

1 t riñas corporativistas u organicistas que se estaban abriendo paso entre la ueva derecha. Las contradicciones profundas entre corporativistas y libera-s (que n i creían en las libertades individuales n i en el liberalismo económi-

i»i irl (>doxo) se disimulaban en una red de contactos sociales e ideas mezcla-as, tejidas en la Escuela de Economía de l a Universidad Católica, el Institu-

|t) de Ciencias Políticas de la Universidad del Salvador o en los cursillos de i i.-.t ¡andad que la Iglesia -lanzada a la conquista de los grupos dirigentes y

hábil para disimular las diferencias- organizaba para militares, jóvenes em­presarios o "teenócratas de sacristía".

69

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170 BREVE HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE LA ARGENTINA

I Así, d e momento priváronlas coincidencias. Era necesario reí >i " i h > ' M

.'.Estado, h a c e r l o fuerte, con autoridad y recursos, y controlable desde S « ^ H Para u n o s L era la condición de u n reordenamiento económico que u <• i f l tradicionales herramientas keynesianas para romper los bloqueos del 1 ' « A miento. Para otros, era la condición de un reordenamiento de la socicdfl^H

) sus maneras de organización y representación, que liquidara las f o r m a i t ^ M / ticas d e l l iberalismo, juzgadas nefastas, y creara las bases para otras, n ' a J

les, orgánicas y jerárquicas. 1 La p r i m e r a fase del nuevo gobierno se caracterizó por un "shock numuif l

rio". Se proc lamó el comienzo de una etapa revolucionaria, y a la C o n f l u í ción se le adosó un Estatuto de la Revolución Argentina, por el cual j u ^ H general J u a n Carlos Onganía, presidente designado por la Junta de C '< > i u f l dantes, que se mantuvo en el poder hasta junio de 1970. Se disolvió el l ' a l f l mentó - e l presidente concentró en sus manos los dos poderes- y también H partidos políticos, cuyos bienes fueron confiscados y vendidos, para i ••uiifl mar lo irreversible de la clausura de la vida política. Los mijjTiiíes mr-nnJ fueron cuidadosamente apartados de las decisiones políticas, aunque en 1 I A tiones de seguridad se institucionalizó la representación de las armas p..i I d vía de sus Comandantes. Los ministerios fueron reducidos a cinco, y se 1 i«J una suerte de Estado Mayor de la Presidencia, integrado por los Consejos^ SeguridadjiOesarrollo Económico y Ciencia.ydlécnica, pues en la nueva 11 m cepción et\p_laneamiento económico y la investigación científica se consida raban insumos'cíe la seguridad, nacional.

Unificadas las decisiones, se comenzó a encorcetar la sociedad. La r e t f l sión del comunismo - u n o de los temas que unía a todos los sectores golpuJ tas- se extendió a todas aquellas expresiones del pensamiento crítico, d i disidencia o hasta de diferencia. El blanco principal fue la Universidad, qu* era vista como el lugar típico d e la infiltración, la cuna del comunismo, i«l lugar de propagación de todo t i p o de doctrinas disolventes y el foco d. I desorden, pues se consideraba que las manifestaciones en reclamo de mayor presupuesto eran un caso de girrtnasia subversiva. Las universidades fueron intervenidas y se acabó con su autonomía académica. El 29 de jul io de 196o, en la "noche de los bastones largos", la policía irr.umpio.en algunas facultado de la Universidad de Buenos A i r e s y apaleó a alumnos y profesores. A esti impromptu, grave, simbólico y p r e m o n i t o r i o , siguió un movimiento impoi tante de renuncias de docentes. JMuchos de ellos continuaron con sus traba jos e n el exterior y otros procuiraron trabajosamente reconstruir, subterra neamente, las redes intelectuales s y académicas, por lo general en espacios recoletos, que alguien comparó < o n las catacumbas. Mientras tanto en las

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d> . teaparecieron los grupos tradicionalistas, clericales y autorita-nal-lan predominado antes de 1 955.

j|tunta se extendió a las manifestaciones más diversas de las nuevas K | , como las minifaldas o el p e l o largo, expresión de los males que, | Iglesia, eran la antesala del comunismo: el amor libre, la pornogra-|von 10. A l igual que en el caso d e la Universidad, venía a descubrirse pila-, t apas de la .sociedad coincidían con el diagnóstico de los milita-1 la Iglesia acerca de los peligros d e la modernización intelectual y con

(Uldad de usar la autoridad para extirpar los males, •rmos de autoridad se repitieron en ámbitos elegidos arbitrariamente, litas visible era la generosidad d e l Estado, o su debilidad frente a las

nin » orporativas. Antes de que se hubiera definido una política econó-|, «1 piocedió a reducir drásticamente el personal en la administración

V en algunas empresas del Estado, como los ferrocarriles, y se realizó p i M a n c i a l modificación de las condiciones de trabajo en los puertos, | fi'diu ir los costos. Otra medida espectacular fue el cierre de la mayoría |i» Ingenios azucareros en la provincia de Tucumán, que venían siendo

•lilimente subsidiados, con el propósito de racionalizar la producción. En || los casos la protesta sindical, que fue intensa, resultó acallada con vio­

la, y si bien no se derogó la ley de Asociaciones Profesionales -se trataba ílinio principal de la disputa entre corporativistas y liberales- se->sancio-

p , una de Arbitraje Obligatorio, que condicionaba la posibilidad de iniciar i t l l i Ii;as, Poco quedaba de las esperanzas de los sindicalistas, rudamente gol-tlMidns por la política autoritaria. En febrero de 1967 lanzaron un Plan de

I o n , que recordaba el Plan de Lucha montado contra I l l ia . Pero en la f p i i n i u n tropezaron con una respuesta muy fuerte: despidos masivos,, retiros

. peí sonería sindical, intervenciones a los sindicatos y el uso de todos los (4'*i lites que la ley le daba al Estado para controlar al gremialismo díscolo. El

Bl l i i 1 luvo por otra parte escasa repercusión y la CGT debió reconocer su derro-|ii t u l a ! y suspender las medidas.

I ' l gobierno había encontrado la fórmula política adecuada para operar la fluít reestructuración de la sociedad y^lg j^r j j i j i l fa . Con la clausura de la esce-

[1)11 política y la corporativa había puesto f i n a la puja sectorialTcTeTara^o des-1 . ducado al sindicalismo"vañár5rtsta, protagonista principal de ambas esce­nas, y hasta al propio Eejpn, que se tomó unas vacaciones políticas. Acallado cualquier ámbito de expresión de las tensiones de la sociedad, y aun de las mismas opiniones, podía diseñar sus políticas con tranquüio^a^_sin^r^ncias -I11 revolución no tiene plazos, se decía- y con un instrumento estatal pode­roso en sus manos.

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P e r o e n los seis primeros meses, y más allá de aquellas acciones espei i.« lares, n o se había adoptado un rumbo claro en materia económica p J equipo designado -de orientación vagamente social cristiana- estaba U de conformar al establishmeni El conflicto se resolvió en diciembre d e j en favor de los llamados liberales. El general más afín a ellos, Julio A I s o J -hermano de A l v a r o - f u e designado comandante en jefe del Ejército, y Ad bert Krieger Vasena, ministro de Economía y Trabajo. Se trataba de u n í nomista surgido del riñon mismo de los grandes grupos empresarios, c o i

. celentes conexiones con los centros financieros internacionales y de capJ dad técn ica reconocida. Krieger ocupó el centro del gobierno -su influeiJ se extendía a los ministerios de Obras Públicas y de Relaciones E x t e r i o r ! pero debió seguir enfrentándose con los grupos corporativistas, que s c u l centraron en el Ministerio de Interior -donde se manejaba la educai m tema clave para la Iglesia- y l a Secretaría General de la Presidencia.

El p lan de Krieger Vasena, lanzado en marzo de 1967, coincidiendo c o f l l debacle de la CGT, apuntaba en primer término a superar la crisis cíi l l J -menos aguda que la de 1962-1963-, y a lograr una estabilización p r o l o i i j da que eliminara una.de las causas de la puja sectorial. Más a largo plazo, proponía racionalizar el funcionamiento de la economía toda y facilitar JM desempeño de las empresas más eficientes, cuya imposición sobre el conjui to acabaría definitivamente, en este terreno, con empates y bloqueos.

Contaba para ello con las poderosas herramientas de un Estado perfeo J nado en sus orientaciones intervencionistas. En el caso de la inflación J recurrió a la autoridad estatal para regular las grandes variables, asegurai n i período prolongado de estabilidad y desalentar las expectativas inflación,!-, rias. Sometidos los sindicatos, se congelaron los^salariosjaor j o s años, IIII-MI de u n módico aumento, y se suspendieron las negoci^ones colectivas. Tan J b ien se congelaron tarifas de servicios públicos y combustibles, y.se establi-J ció un acuerdo de precios c o n las empresas líderes. El déficit fisca|se rcdujlJ c o n las racjgnalizacionesje_T3ersorjfll y una recaudación más estricta, p a l sobre todo porque se establecic3 una fuerte devaluación del 4 0 % j j j n a rctenj c ión sjmilar sobre las exportaciones apropecuarias. C o n esta medida, l a m í importante en lo inmediato, s e logró a la vez arreglarlas cuentas del Estad.., evitar el alza de los alimentos, impedir que la devaluación fuera aprovechada por los sectores rurales y asegurar u n período prolongado de estabilidad caía biaria, reforzado por préstamos del Fondo Monetario..yaiaa.importante co mente de inversiones de corto plazo. Todo ello permitió establecer el merca do libre de cambios. En lo i n m e d i a t o , los éxitos de esta política de estabiliza c i ó n fueron notables: a mediados de 1969 la inflación se había reducid.

DEPENDENCIA O LIBERACIÓN, 1966-1976 173

•RltMitc, aunque seguía siendo elevada para los niveles de los países _ • , y las cuentas del Estado estaban equilibradas, lo mismo que la ba­ile pagos.

poderosos instrumentos de intervención estatal fueron utilizados HiMiitcner el nivel de la act iv idad económica y estimular a los sectores"!

~B| más eficientes. N o hubo restricción monetaria n i crediticia. Las t

filones del Estado fueron considerables, particularmente en obras públi-|R irpresa hidroeléctrica de El Chocón, que debía solucionar el fuerte iirnergético, puentes sobre el Paraná, caminos y accesos a la Capital, a

Ut -r sumó un impulso similar de la construcción privada. Las expórta­la no tradicionales fueron beneficiadas con reintegros de impuestos a

linos importados. Se estimuló la eficiencia general de la economía me-II I i una reducción, ciertamente selectiva, de los aranceles y la elimina-

de subsidios a economías regionales; como la azucarera tucumana o la •uñera chaqueña. También aquí los ^ito£r|lobales_fuerpn notables: cre-el producto bruto, sosteniendo la tendencia de los años anteriores, la

IM upación fue en general baja-aunque las reestructuraciones crearon bol-p» de alto desempleo-, los salarios no cayeron notablemente y la inver-|l lúe en general alta, aunque concentrada en obras públicas. N o h u b o u S

K j v i m i c n t o inversor privado sostenido, de modo que hacia 1969 el creci-H i ' i i i i i parecía alcanzar su techo.

~m nector más concentrado -predominantemente extranjero- resultó el Hnyoi beneficiario.de esta política, que además de estabilizar, apuntaba a fpi<*i uict tirar profundamente el mundo empresario y a consolidar de modo drl iui i ivo los cambios esbozados desde 1955. Muchas de las envpresasi insta-|ad>e en la época de Frondizi empezaron por entonces a producir a pleno, Wn • además hubo compras de empresas nacionales por parte de extranjeras -

m notó en bancos o tabacaleras- de manera que la desnacionalización de ja Jk«momia se hizo más manifiesta. S in jer i imdar a_las ventajasteJo^regftne' in••• de promoción con que se instalaron, estas empresas se beneficiaron con

m MÍI nación de estabilidad, en la cual podían hacer pesar sus ventajas en fcuimización, planeamiento y racionalidad. Las grandes obras públicas reaíí-liid.is en esta etapa generalmente solucionaban sus problemas de transporte o fluagía, a la vez que creaban oportunidades atractivas para las que empeza-Kin a operar como contratistas delEstado, un rubro llamado a crecer consi-Itr i ihlemente.

En cambio, la lista de perjudicados f u e amplia. A la cabeza estaban los'\ leí lores rurales; si bien se los estimuló a l a modernización y tecnificación-a '

B o apuntaba el temido impuesto a la "renta potencial"-se sintieron perjudi-

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cados p o r lo que consideraban, u n despojo: las fuertes retenciones a la v\\tación. Los sectores empresarios nacionales, -que hacían oír su voz a w.wÉ de la Confederación General Económica- se quejaban de falta de p r o t e a j j y se l a m e n t a b a n de la desnacionalización. Economías provinciales e n t i - j H -Tucumán, Chaco, Misiones- habían recibido verdaderos mazazos al s t i j t f l miise protecciones tradicionales. La lista de maltrechos se completaba i u | amplios sectores medios, perjudicados de formas varias, desde la libenu I-IJ de los alquileres, urbanos hasta el avance de los supermercados en,la con» i. ciajizactón minorista, y naturalmente con los trabafadojxs.

La nueva política modificaba profundamente los equilibrios - c a m b i a n t a pero estables— de la etapa del empate, y volcaba la balanza en favor de IM grandes empresarios. La utilización del más tradicional de los instrumenna de política económica - l a transferencia de ingresos del sector rural tradiciui nal al sector urbano- operaba de un modo nuevo: en lugar de alimentar 1 éste por la vía del mayor consumo de los trabajadores y la expansión dvl mercado interno -clásica en fas alianzas distribucionistas entre empresario y trabajadores- lo hacía por la expansión de la demanda autónoma: inversio-nes, exportacione^inojiradicionales, y un avance en lasustituciónde impi>t• taciones. Como ha señalado Adolfo Canitrot, se trataba del proyecto propio y específico de la gran burguesía, que sólo en estas circunstancias sociales y políticas podía ser propuesto. Sostenido por quienes gustaban de llamar:.! liberales, era en realidad una política que si bien achicaba las funciones del Estado benefactor, conservaba y aun expandía las del Estado intervención i:, ta. N i los empresarios querían renunciar a esa poderosa palanca, n i los mili­tares hubieran aceptado el achique de aquellas partes del Estado con las que más fácilmente se identificaban: las empresas irúhtares orientadas de una u otra manera a la.Defensa y las mismas empresas del Estado, que con frecueiv I cia eran llamados a administrar. En estos años la expansión del Estado pare cía perfectamente funcional c o n la reestructuración del capitalismo, pero probablemente no se ocultaban a sus beneficiarios los peligros potenciales de conservar activa una herramienta tan poderosa.

A. lo largo de 1968 empezaron a notarse los primeros indicios del f i n de la pax romana. En marzo, un g r u p o de sindicalistas contestatarios, encabezados por Raimundo Qngarp, dir igente gráfico de orientación social cristiana, ganó la coraducción de la CGT, aunque de inmediato los dirigentes más tradicionales la dividieron. Pero a lo largo de 1968 la CGT de los Argentinos - e n tomo de la cual se reunieron activistas de tcxdo t i p o - encabezó un movimiento de.protesta que e l gobierno pudo contro lan combinando amenazas y ofrecimientos.. Esta emergencia contestataria reunicS a dos grupos de dirigentes hasta ese momento

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til» •ir. i lu lóiuii a -y

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i|tlii.l< >s: el tradicional núcleo vandorista, carente de espacio para su polí-„ y los llamados "participacionistas", dispuestos a aceptar las reglas del jue-lllipuesias por el régimen y a asumir su función de expresión corporativa,

la y despolitizada, del sector laboraljde la comunidad. En ellos centra-isiones quienes rodeaban a C onganía: concluida la'reestructuración

i -pensaban-, era posible iniciar el "tiempo social", con el apoyo de w ¡ , mida y domesticada. Esta corriente, con representación en el Ejérci-j ^ , pon tuerte sobre todo por su cercanía?, la presidencia, se sumó a otra ali-IDWHada por las protestas cada vez más generales de la sociedad. Los sectores fililí« eran fácilmente escuchados.por dos jefes militares, y también los secto-H p l eitipresanado,.nacional, capaces de tocar una fibra todavía sensible en filo* líente a la política económica imperante hay otra alternativa, decían; es fcMllde un desarrollo más nacional, algo más popular y másjusto._ , ^Hodas estas voces, poco orquestadas todavía, pusieron en tensión la rela-flrín entre el presidente y su ministro de_Econpmía. A mediados de año, lj|ie, mía releyó a los tres comandantes y reemplazró aJulio-Alsogara-y -cons-K i m liberal- por Alejandro Lanusse, de momento menos definido. Las vo-kgg dt I cstablhhment salieron a defender a Krieger Vasena, comenzaron a que-|jlt«e del excesivo autoritarismo de Onganía, de sus veleidades*tsorporativis-|#a y autoritarias, y empezaron a pensar en una salida política, para la que se nlu . ia el general Aramburu y hacía su aporte el nuevo delegado personal de PlMón, Jorge Daniel Paladino. Cuando en mayo de 1969 estalló el breve pero ||HICU>SO movimiento de protesta - e l Cordobazo-, el único capital de Onga-H ¡ i »l mito del orden, se desvaneció..

La primavera de los pueblos

|N estallido ocurcido en Córdoba en mayo de 1969 vino precedido de una ola, me protestas estudiantiles en diversas universidades de provincias-en Córdoba 'lililíii) un estudiante, Santiago Pampillón—, y de una fuerte ajptación^sjndical |n i '('adoba, centro industrial donde se concentraban las principales fábricas •rnutomotores. Activismo estudiantil y obrero -componentes principales de p ola agitativa que se iniciaba- se conjugaron el 29 de mayo de 1969. La CGT

I M , il realizó una huelga general y grupos d e estudiantesj^to^^os~ : : : :cóñ aportes jfRiísivos de las fábricas automotrices- ganaron el centro de la ciudad, donde se •unió mucha otra gente. La fortísima represión policial generóunviolento ruírentamiento: hubo barricadas, hogueras para combatir los gases lacrimóge­nos y asaltos a negocios, aunque no pillaj e. La multitud, que controló varias

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horas e l casco central déla ciudad, no tenía consignas júorjgrñzadpn-s i>»lfl catos, par t idos o centros estudiantiles fueron desbordados por la acción se comportó c o n rara eficacia, dispersándose y reagrupándose-Finalmc-nti tervino el-Ejército, con llamativa demora, y recuperó el control, salvo en d j f l nos reductos —como el barrio universitario del Clínicas-donde f r a n c o t i n u l^H jaquearon a los militares un día más, mientras los manifestantes reaparecían los suburbios, armando barricadas o asaltando comisarías. Lentamente, >'l H j de tnayo se restableció el orden. Habían muerto entre veinte_y_treinta pi n j ñas, unas quinientas fueron heridas y otras trescientas detenidas. ConsejoiTH Guena condenaron a los principales dirigentes sindicales -como Agustín L j f l co- en quienes se hizo caer la responsabilidad.

Como acción de masas, el Cordobazo sólo puede ser comparado con • Semana Trágica de 1919, o con el 17 de octubre, con la diferencia de que1 a] este último caso la policía apoyó y custodió a los trabajadores. Como éste, f i f l el episodio fundador de una ola de movilización social que se prolongó i d 1975. Por eso, su valor simbólico fue enorme, aunque de él se hicieron leí l i | ras diversas, desde el poder, desde las estructuras sindicales o políticas c\tentes o desde la perspectiva de quienes, de una u otra manera, se identiíii I han con la movilización popular y extraían sus enseñanzas de la jornada Pero cualquiera fuera la interpretación, u n punto era indudable; e l e n e m f l de la gente que masivamente salió a la calle"era"el poder autoritario, dcii.u del cual se adivinaba la presencia multiforme del capital.

La ola de movilización social que inauguró el Cordobazo se expresó de maneras diversas. Una de ellas fue un nuevo activismo sindical,.que se maní* festó primero en la zona de Rosario o sobre todo en Córdoba, donde se desta caban las plantas de las grandes empresas establecidas luego de 1958, espc cialmente las automotrices. C o n obreros estables, especializados y relativa mente bien pagos, los conflictos no se limitaron a lo salarial -donde se agotaba el sindicalismo tradicional— y se extendieron a las condiciones de trabajo, 1< M ritmos, los sistemas de incentivos, las clasificaciones y categorías. Estas cues tiones, vitales para las grandes empresas, lo eran sobre todo para las automo trices, que después de una instalación masiva e improvisada debían afrontar, desde 1965, un duro proceso de racionalización, de modo que los motivos de conflicto eran permanentes, Esas mismas empresas -empeñadas en debilitan el control sindical- habían logrado autorización del gobierno para negocian particularmente sus convenios de trabajo -eludiendo el convenio nacional e incluso para crear sindicatos por planta, como ocurrió con las de Fiat. Inh cialmente esto debilitó a las organizaciones sindicales, pero a la larga permi­tió que surgieran conduce icones con orientaciones marcadamente diferentes

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di I sindicalismo nacional, tanto e n sus objetivos como en sus métodos. Ido .iquél se limitaba a negociar los salarios y afirmaba su control en la i\, la cooptación y el matonismo, los nuevos dirigentes gre-* ponían el acento en la honestidad, la democracia interna y la aten­dí los problemas de la planta. pii un ivilización que escapaba a los límites y controles de las burocracias . lo)I* • y un tipo de demandas novedoso fueron configurando u n sindica-i ni mular, circunscripto al principio a los centros industriales nuevos

|f atendido, hacia 1972, a las zonas más tradicionales del..Gran Buenos |f hasta entonces mejor controladas por el aparato gremial puesto en

n«i> ' i i . En ese ámbito era posible pasar de las reivindicaciones concretas a I IH-.I n atamiento más amplio de las relaciones sociales y de la misma pro-lad I os sindicalistas de SITRAC: y SITRAM -los sindicatos de la automotriz

I o de SMATA, el gremio de los mecánicos, en Córdoba, fueron espontá-JHicnte "clasistas" antes de que el cúmulo de militantes de izquierda, de las

lid< in ias más variadas, que se congregó en torno de ellos le diera a esta JÉIn una definición más extensa. Pero además, era* una acción gremial pilónente transgresora, al borde de la "violencia", que incluía ocupaciones ; pl.iotas y tom^a..de-reheneSj_y con una gran capacidad para movilizar al •li • de la sociedad, sobre todo en las ciudades, donde la fábrica ocupaba u n |||III muy visible, y cuando en un paro activo los trabajadores salían a la calle

\\inando a la solidaridad. J'oi entonces, ya muchos salían a la calle. Poco después del Cordobazo hu- r

|«o i pisodios similares en Rosario - e l Rosariazo- y en Cipolletti , en la zona f h n i i ' da del Valle del Río Negro; los episodios se repitieron luego en Córdoba ||t I ° 7 1 , en Neuquén y en General Roca, y adquirieron una magnitud notable | | l Mendoza en jul io de 1972. La misma agitación se advertía en las zonas Hílales, sobre todo en las no pampeanas, como el Chaco, Misiones o Formosa, .1- 'i i. le arrendatarios y colonos, presionados por los desalojos o los bajos precios di I algodón o la yerba, se organizaban en las Ligas Agrarias. Las explosiones IM binas se prolongaron en manifestaciones callejeras, a las que se sumaban los Mlidiantes universitarios e n permanente estado de ebullición, y en acciones inas cotidianas de reclamo en barrios o villas de emergencia. Estas formas ori- [ Híñales de protesta -que recordaban los "furores" o los motines_preindustria­les eran desencadenadas por algún episodio ocasional: un impuesto, un au­mento de tarifas, un funcionario particularmente desafortunado, pero expresa­ban un descontento profundo y un conjunto de demandas que, puesto que el pi ider autoritario había cortado los canales establecidos de expresión, se mani­festaban en espacios sociales recónditos, e n villas, barrios o pequeñas ciudades,

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y emergían poniendo en movimiento extensas yjdifusas redes de s o l i d a n d o Surgidas d e cuestiones que hacían a la vida cotidiana antes que laboral U l vivienda, e l agua, la salud-, movilizaban a sectores mucho más vastos que I f l obreros sindicalizados: desde trabajadores ocasionales, no.agremiados y d c s p f f l tegidos, hasta sectores medios cuya participación era uno de los datos más n f l vedosos, y que se manifestaba también en las huelgas de maestros y proíc.Mugfl empleados públicos, funcionarios judiciales, o en los lock out de pequeños n f l merciantes e industriales. ]

Se trataba de un coro múltiple, heterogéneo pero unitario, regido por u\\M lógica de la agregación, al que se sumaban las voces de otros intereses b e f l dos, como los grandes productores rurales o los sectores nacionales del c t f l presariado. U n o s y otros se legitimaban recíprocamente y conformaron i m imaginario social sorprendente, una verdadera "primavera de los pueblo ! que fue creciendo y cobrando confianza -hasta madurar plenamente en 197 i I a medida que descubría la debilidad de su adversario, por entonces incapaz >l«> I encontrar la respuesta adecuada. Según una visión común, que progresiva I mente iba definiendo sus perfiles y simplificando los matices, todos los m a m de la sociedad se concentraban en un punto: el poder autoritario y los grupo»! minoritarios que lo apoyaban, responsables directos y voluntarios de todas y I cada una de las formas de opresión, explotación y violencia de la sociedad.! Frente a ellos se alzaba el pueblo, hermandad solidaria y sin fisuras, que I | ponía en movimiento para derrotarlos y resolver todos los males, aun los mal] profundos, pues la realidad toda parecía ser transparente y lista para ser trans formada por hombres y mujeres impulsados a transitar el camino entre las reivindicaciones inmediatas y la imaginación de mundos distintos. Cuáles eran estos mundos y cómo se llegaba a ellos eran cuestiones que empezaban a discutirse en otros ámbitos.

N o era difícil encontrar por entonces en todo el mundo señales confirma torias de esa primavera. Los vastos acuerdos sociales que habían presidido el largo ciclo de prosperidad posterior a la Segunda Guerra Mundial estaban ago tándose, como se advertía en la o l a de descontento que recorría a la sociedad, y sobre todo en la rebelión de su grupo más sensible, los estudiantes. Se expresó en Praga, México o Berkeley, y culminó en París en mayo de 1968, clamando contra el autoritarismo y por el p o d e r de la imaginación. La expresión más notoria del poder autoritario - e l imperia l ismo- trastabillaba visiblemente frente a la ola de movimientos emancipa torios: la sorprendente capacidad de resis­tencia d e l pueblo de Vietnam m o s t r ó la imagen derrotada de un gigante que, además, debía lidiat en su propio f r e n t e interno con estudiantes, negros y una sociedad entera que reclamaba sus derechos. Si la Unión Soviética -develado-

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• puma vera de Praga- había dejado hacía ya mucho tiempo de encarnar llh'pia, China y su Revolución Cultutal proclamaban la posibilidad de ÉMnunismo, a la vez nacional y antiautoritario. La imagen del presidente I it»i como la de Fidel Castro, oscilaban entre el mundo socialista y un

i Mundo -cuyos representantes se congregaron en 1965 en la Conferen­cie ontinental de La Habana- cada vez más volcado a la izquierda, en el ill«imías expresiones nacionales del socialismo podían encontrar un cam-duuun de reconocimiento y acción. JTAméricaXatina, donde los"prospectos de la Alianza para el Progreso y el

tyo a las democracias habían quedado definitivamente archivados, los cam-i -a,iban bien delimitados: si para el poder autoritario el desarrollo era u n

n de la seguridad nacional, para quienes lo enfrentaban la única alternativa Wpcndencia era la revolución, que conduciría a la liberación. Cuba cons-

Hla un ejemplo fundamental, no tanto por la propia experiencia -de la que lui i i icía poco- como por su papel activo en lo que sus enemigos llamaban la • litación de la revolución. La acción del Che Guevara en Bolivia mostró p» isibilidades y límites del "foco" revolucionario, pero sobremodo su muerte

Mina imagen que recorrió el mundo- dio origen al símbolo más fuerte dequie-tyt'ü luchaban, de una u otra manera, por la liberación. En el mismo frente, MInd i.s por el enemigo, se alineaban las guerrillas urbanas del Brasil o del Uru­guay los románticos Tupamaros-, los partidos marxistas chilenos que llevaron flulvador Allende a la presidencia por la vía electoral, o militares nacionalis-lii». y populistas como el boliviano Torres, el panameño Torrijos o el peruano wrlasco Alyarado. Hasta la Iglesia, tradicional baluarte de los sectores oligár-f|liu (is, se sumaba, al menos en parte, a esta primavera. A l calor de los cambios Iflutilucionales introducidos primero por Juan xxm, y por el Concilio Vaticano II después, parte de la Iglesia latinoamericana hizo una lectura singular de. sus Propuestas. En 1967 los obispos del Tercer Mundo, encabezados por el brasile­r o I lelder Cámara, proclamaron su preocupación prioritaria por los pobres Ifeales, y no sólo de espíritu-, así como la necesidad de comprometerse activa­mente en la reforma social y asumir las consecuencias de ese compromiso. Esta línea quedó parcialmente legitimada cuando en 1968 se reunió en Medellín, Con la presencia del Papa, la Conferencia Episcopal Latinoamericana.JJna "teología de la liberación" adecuó el tradicional mensaje de la Iglesia a los conflictos de Ta hora, y la afirmación de que la violencia "de abajo" era conse­cuencia de la violencia "de arriba" autorizó a franquear el límite, cada vez más estrecho, entre la denuncia y la acción. Ése era el camino que ya había seguido el sacerdote y guerrillero colombiano Camilo Torres, muerto en 1966, figura tan emblemática como la del Che Guevara-

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Esta tendencia tuvo rápidamente expresión en la Argentina. Desdi* l l f l los religiosos que se reunieron en el Movimiento de Sacerdotes del h ' l f l Mundo, y los laicos que lo acompañaban, militaron en las zonas más pul \tM particularmente las villas deemergencia, promovieron la formación de <\tM nizaciones solidarias e impulsaron reclamos y acciones de protesta, qiu i f l cluían huelgas de hambre. Su lenguaje evangélico fue haciéndose i a p i f l mente polít ico. La violenciade abajo -dec ían- se legitimaba por la in jus t jH social, que también era una forma de violencia. La solidaridad con el pin I f l -cuyo rostro, a diferencia délos "clasistas", veían más bien en los margini^B desprotegidos que en los trabajadores industriales sindical izados- llevaba \^L\ vitablemente a identificarse con lo que era su creencia básica: el perón i s i f l Los sacerdotes tercermundistas facilitaron la incorporación a la política fl la mi l i tancia de vastos contingentes de jóvenes, educados en los c n l e i f l religiosos y formados inicialmente en el nacionalismo católico. A s u m i e i f l la solidaridad y el compromiso con los pobres, y también el peronismo, m aunque entraron en contacto con ideas provenientes de la izquierda, cni i t f l nuando la tendencia al "diálogo entre cristianos y marxistas", conservar» una fuerte impronta de su matriz ideológica original.

Por esa y otras vías, contingentes de jóvenes se incorporaron rápidameniwfj jun activismo cuyo perfil resultaba ineconocible para muchos. La tradicioiufl jpqlítica universitaria cambió de forma y de sentido luego de que el poder aulitJ jrifario destruyó la "isla democrática" que se había construido desde 1955, en I f l

v oue era posible combinar la excelencia académica con la militancia, y el cortil pfomiso con algún distanciamiento crítico frente a las opciones concretas. Desda antes de 1966 ambos términos se hallaban en fuerte tensión, pero fue la repieH sión la que tronchó lo mejor de ese pensamiento crítico o lo lanzó a una activlJ

i dad totalmente subordinada a la política -una ciencia que diera puntualmentf -cuenta de la "dependencia" y contribuyera de modo directo a la liberación , I

rf\ directamente en la acc ión a los disidentes, al punto de que las univen 1

j^sidades, cada vez más descalificadas desde la perspectiva académica, se fueron C convirtiendo en centros de agitación y de reclutamiento. y Para muchos, y muy especialmente para los jóvenes sin experiencias pol íi i ^cas anteriores, ejerció una atracción muy fuerte el peronismo, proscripto y re /¿istente, donde encontraban e l mejor espacio para la contestación. Del peni \nisrno pasado y presente —y d e l propio Perón- podían derivarse muchas imáge

ñeSy y los nuevos militantes t a m b i é n construyeron una. En su exilio de Madrid, Cy algo apartado de los problemas cotidianos, el líder había ido actualizando su

-^discurso, incluyendo temas vaarios que iban desde De Gaulle y el europeísmo hasta el tercermundismo -que ¿asoció con su tercera posición-, la dependencia,

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lm lón y también las cuestiones ecológicas o alimentarias, que preocupa-C !lnb de Roma. Mientras Perón i b a sintonizando, de ese cúmulo deele-M, los que mejor cuadraban a su papel de jefe de iglesia, obligado a ser

pita muchos, quienes en la Argent ina lo proclamaban su líder selecciona-|l|iiellos elementos que mejot se adaptaban a su propia percepción de la S i l Silvia Sigal y Eliseo Verón encontraron en esta capacidad para la"lec-fMiatégica" una explicación del espectacular- crecimiento de quienes la

IVHIOII, y también la raíz del hondo drama que siguió. M l i MIS nuevos portadores, y a falta d e quien legitimara una única ortodoxia, •Monismo resultó permeable a múltiples discursos, provenientes del catoli-^ f c y el nacionalismo, del revisionismo histórico y también de la izquierda,

Til lodo en la medida en que ésta iba resolviendo sus perplejidades ante lo Jobn Wil l iam Cooke llamó el "hecho maldito". Definida como se vio por

Vía revolucionaria, y admitido el hecho de que los trabajadores -elemento prtisable para la construcción del socialismo- eran inevocablemente pero-

IHMIIS, buena parte de las corrientes de izquierda aceptó profesar la religión, flltfun. is con sinceridad y otros con reservas de conciencia, para fusionarse con f| "pueblo peronista", esperando ser reconocidos como su vanguardia. N o fue-fMt nulos: la experiencia del Cordobazo vitalizó a las corrientes que, en una •mprct iva más clásica, confiaban en las posibilidades de la acción de las ma-feM V privilegiaron la "clase" por sobre "el pueblo".

I l.os que optaron por el peronismo terminaron de redondear su revisión Biológica y de encontrar el lugar que ese movimiento ocupaba en el gran pfoi eso de construcción del socialismo. Algunos que provenían del marxis-MM i o >mo Jorge Abelardo Ramos y Rodolfo Puiggrós- y otros del nacionalismo

B r o m o Juan José Hernández Arregui, A r t u r o Jauretche o José María Rosa-I i m i naron por crear - a l menos a los ojos de quienes los leían- una vía inter­media, donde las exigencias del socialismo se complementaban con las de la l i b o ación nacional, un tema al que tanto aportaban el viejo nacionalismo i oí no el leninismo. A l igual que la política, la historia se leyó en clave mani-

•quea, y se buscó descifrar, tras el ocultamiento de la "historia oficial", el re­cuerdo soterrado de las luchas populares por la nación y la liberación, en las que el peronismo prolongaba la acción d e las montoneras federales, Rosas e Yiigoyen. En otras versiones, la "línea" incorporaba actores diversos: unos ponían al general Roca y otros a los anarquistas o socialistas. Pero todos I I impartían la convicción -expresada c o n fuerza y fortuna por el revisionimo histórico- de que había una línea, que separaba la historia en dos bandos Inconciliables y eternamente enfrentados, que culminaba con el enfrenta-mu uto entre el poder autoritario yol p t ichlo peronista.

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El p e r o n i s m o había sido en la posguerra el ámbito para una pr ima .1 • i t « gencia d e l pueblo - e n el contexto de la industrialización, la burguesía n u t f l nal, e l Estado nacionalista-y lo sería para una segunda emergencia, ' l ' l f l preparaba, donde el contexto llevaría a redefinir las banderas histórii a* • ciala emancipación del imperialismo y al socialismo. Podía discutirse y B ocurría- sobre quiénes eran los aliados del pueblo, integrantes del fren I * H cioaal, y a u n sobre qué cosa era ese pueblo, en el que algunos encontraK^H la clase obrera segura y orgullosa y otros a los miserables oprimidos, n c c o f l H dos de u n a guía paternal y autoritaria. En el ámbito de la izquierda y activismo, urgido por explicar el fenómeno presente de la movilización \%m pular masiva, estas discusiones fueron intensas. Pero por sobre ellas p r i v ó • exigencia de la acción, que en el nuevo contexto - t a n distinto en ese seni d.. al clásico de la izquierda- tenía total prioridad sobre la reflexión.

La revolución era posible. Así lo mostraban Cuba, el Cordobazo y la 1 un vilización social, tan intensa como carente de dirección y programa. EncuM trarlos en la acción misma fue la pretensión del nuevo activismo.-La altenm tivademocrática -desprestigiada para los viejos militantes y carente de seni i . i • para los más jóvenes- estuvo totalmente ausente de las discusiones. La izquii'M da ofreció una lectura clásica de la movilización y sus posibilidades, a través deU "clasismo" sindical, fuerte sobre todo en Córdoba. En 1971 SITRAC-SITRAM pío pusieron un programa que debía reunir a toda la izquierda, convertida enl vanguardia del proletariado más consciente, pero descubrieron que los traba jadores no estaban dispuestos a acompañarlos en una propuesta que, cuest ju­nando las relaciones sociales y la propiedad, desbordaba ampliamente lo» límites reivindicativos de sus reclamos. A l igual que con anarquistas y radi­cales a principios de siglo, los trabajadores de Córdoba seguían a los clasistas en lo gremial, pero en política continuaban siendo peronistas.

E n cambio los discursos políticos predominantes, que mezclaban elemcn tos de l marxismo revolucionario con otros del nacionalismo o el catolicismo tercermundista, se nutrieron e n la experiencia de la primavera, potenciaron el imaginario popular y lo reforzaron y legitimaron con referencias teóricas. Aunque cortaran la realidad y l a sociedad de distintas maneras, todos ellos la dividían tajantemente en dos campos enfrentados: amigos y enemigos. La clave de la opresión, la in jus t i c ia y la entrega se encontraba en el poder, monopolizado por unos pocos —nacionalistas y trotzkistas legitimaban esta visión conspirativa-, y así c o m o todo era posible desde el poder, el f i n único de la acción política era su cap t u r a . La falta de condiciones y posibilidades reales podía ser suplida con la v o l u n t a d , y en primer lugar con la violencia, lo que e r a abonado desde el leninL smo, el guevarismo o el fascismo. Por uno u

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•Minino, todo llevaba a interpretar la política con la lógica de la guerra, Rímente quienes mejor se adecuaron a esta lógica privaron en el deba-p i activistas e imprimieron su sel lo a la movilización popular.

•finieras organizaciones guerrilleras habían surgido - s i n mayor tras-IV ia - al principio de los años de 1960, al calor de la experiencia cuba-•« reactivaron con la acción de Guevara en Bolivia, pero su verdadero

f t l e cultivo fue la experiencia autoritaria y la convicción de que no ii alternativas más allá ele la acción armada. Desde 1967 - y en el ámbito

|it izquierda o del peronismo- fueron surgiendo distintos grupos: las Fuer-•rtnadas Peronistas, Descamisados, las Fuerzas Armadas Revolucionarias I ) , las Fuerzas Armadas de Liberación, y hacia 1970 las dos que tuvieron 1 trascendencia: la organización Montoneros, surgida del integrismo cató-

£ y nacionalista y devenida peronista, y el Ejército Revolucionario del T í o (ERP), vinculado al grupo trotskista del Partido Revolucionario de los alijadores. Su acta oficial de nacimiento a la vida pública fue el secuestro

Hfc'sinato del general Aramburu, en mayo de 1970 por obra de Montoneros. | i m después las ¡ \ "coparon" la pequeña ciudad de Garín, a pocos kilóme-

||ON ile la Capital, y los Montoneros hicieron lo mismo con La Calera, en Bptdoba. Desde entonces, y hasta 191 \s actos de violencia fueron en

f i n inúenro, tanto en número como en espectacularidad. Aunque su sentido

Hüiempre era claro, muchos tenían que ver con el equipamiento de las

[t*Kanizaciones: armas, dinero, material médico. Otros, como los copamien-

fns, eran demostraciones de poder, que desnudaban la impotencia del Esta-

ft, y no faltaron acciones de "expropiación" y reparto entre los pobres, al

•ti l o Robin Hood. En muchos casos las acciones procuraban insertarse en

los conflictos sociales y profundizarlos, por ejemplo secuestrando empresa-

M o s o gerentes en medio de una huelga. Lo más espectacular fueron los asesi­

natos: antes que Aramburu, había muerto Augusto Vandor -aunque sus au­

tores no se revelaron- y luego José Alonso, otro dirigente sindical destacado,

l m 1972, casi simultáneamente, fueron asesinados un importante empresario

Italiano y un general de alta graduación.

El caso de Aramburu reúne todas las explicaciones y significaciones de

esta práctica: venganza - o justicia- por los fusilamientos de 1956, caída en

un dirigente particularmente odiado por los peronistas, pero también Liqui­

dación -stricto sensu- de una alternativa política que los grupos liberales ve­nían preparando ante el desgaste de Onganía. Ciertos contactos entre los dirigentes Montoneros y miembros del equipo de Onganía hicieron pensar en una conspiración desde el poder y l levaron a algunos a reflexionar tem­pranamente sobre el carácter manipular ivo de la vía armada.

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Entre todas las organizaciones había grandes diferencias teóricas y polín, fl pero privaba u n espíritu común.Todas aspiraban a transformar la m o v i l i z a ^ H espontánea de la sociedad en un alzamiento generalizado, y todas com. i d i f l en un. c u l t u r a p< »lfi ica que ret imaba y potenciaba la de los grupos de i . - q i m f l da, pero q u e de alguna manerjtomaba la de sus adversarios. La lógica .!»• H exclusión -esa constante de la política en el siglo X X - era llevada hasta ¡ f l últimas consecuencias: el enemigo -lacayos del imperialismo, Ejército ^ f l ocupación— debía ser aniquilado. Las organizaciones eran la vanguardia d ( H movilización popular, cuya representación consistía en la acción v i n l c n f l La unidad, e l orden, la jerarquía y la disciplina eran - igual que en el Ején i f l igual que en el cuerpo social imaginado por la Iglesia y los corpora t iv i s t i f l los atributos de la organización armada. La violencia no sólo se j u s t i f i o i f l por la del adversario: era glorificada como la partera del orden nuevo, i f l atributos del verdadero militante eran el heroísmo y la disposición a m o muerte gloriosa y redentora, camino de la verdadera trascendencia, " e n f l los héroes de la patria amada". C o m o ha señalado Juan José Sebreli, no c*| Guevara v i v o sino su cadáver el faro de quienes, desde orígenes diversos por distintos caminos, coincidían en vivar a la muerte.

Tan revelador de la cultura política de la sociedad era que un amplio un po de jóvenes hiciera del asesinato un arma política, como la forma en que 0 resto de la sociedad lo recibía, con una mezcla de simpatía por la justa consumada, de satisfacción por haber golpeado duramente al enemigo o 1 intriga, en muchos casos, por las verdaderas razones de crímenes que no s terminaban de entender, pero de cuya razonabilidad, ya fuera ética o táctil 1 nadie dudaba. Esa simpatía general, irreflexiva y boba, como pronto se vería hizo de momento que cualquier propuesta de represión sistemática estuvici destinada al fracaso.

Del cúmulo de organizaciones guerrilleras, fue Montoneros la que m e j t se adecuó al clima del país, y la q u e fue absorbiendo a casi todas las otras, co la excepción del ERP. Fueron ellos los que privilegiaron en términos absolun la acción y los que menos se sent ían atados por tradiciones o lealtades polít 1 cas previas, lo que les permitió func ionar c o n plena eficiencia como aparat militar. También triunfaron, d e n t r o del peronismo, en la difícil competem la de la "lectura estratégica" de P e r ó n , ganando espacios para su acción autónu ma, ya l a vez el reconocimiento d e l líder, que también había adquirido mae» tría en e l arte de "utilizar sus dos manos". Eran también, por su formación y tradición, los menos orientados a 1 movimiento obrero y los más propensos a buscar sns apoyos y su legitimacic> n en los amplios sectores marginales culi i vados p o r los sacerdotes tercermuxulistas. Desde 1971 aprovecharon el clima

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l|»ot la salida política y el retorno dePerón, se volcaron a la organiia-y movilización de esos y otros sectores, en barrios, villas, universidades Mu ñor medida, en sindicatos, a través de la Juventud Peronista, que

|ó notablemente.

Militares en reúrada

Hii>\n popular fue identificándose cada vez más con el peronismo y ) r l propio Perón, cine hacia 1971 había llegado a ocupar en la política

m i n a una posición casi tan central como la que tenía cuando era presi­die Impotentes y desconcertadas, las Fuerzas Armadas fueron advirtiendo

E| debían buscar una salida al callejón en que estaban metidas. En retirada, ilnii negociar sus rérminos con diversas fuerzas sociales y políticas, y en lint iva con Perón mismo. Pese a que el calvario era inevitable, los cami-

•JIM p..sibles eran varios. I r \i manera, Onganía inició la búsqueda. En mayo de 1969 su autoridad

P irMiitió tanto por la impotencia frente al desafío social cuanto por las 9 * lia. iones del Ejército para reprimirlo. Sintió también el impacto en el

1« onómica, donde se produjo una apresurada salida de capitales extran-J0|o-> y una reaparición de las expectativas de inflación. Onganía intentó m i l i ai las dificultades con modificaciones menores -sacrificó a Krieger Va-IPlia y lo reemplazó por un técnico de menor perfil pero parecida orienra-f Ion y una apertura más decidida a " lo social", particularmente con la CGT y Mi* dirigentes "participacionistas". Pero el clima había cambiado: los sindi-»11I1 las eran menos dóciles y los empresarios manifestaban abiertamente su p u i 1 mfianza por los escarceos populistas. U n sector hasta entonces sacrifica-1I1 • le is productores rurales- elevó su protesta y mantuvo un duro entredicho l o o los frigoríficos extranjeros, aparentemente protegidos por el gobierno. i 'urania estaba cada vez más aislado de las Fuerzas Armadas, pero se benefi-i In de su indecisión y perplejidades. Había grupos que querían probar la vía i lr l nacionalismo, y quizás el populismo, mientras que los liberales dudaban H i t i r una dictadura más extrema o la negociación de la salida política, em-pn a que se asociaba con el nombre del general Aramburu. El 29 de mayo de | u 70, a un año exacto del Cordobazo, Aramburu fue secuestrado y pocos días .1. pues se encontró su cadáver. Muchos sospecharon, con algún fundamen­to, que ciertos círculos que rodeaban al presidente estaban de alguna manera Implicados. Lo cierto es que el episodio despejó las dudas de los militares: a principios de junio de 1970 depusieron a Onganía y designaron un presiden-

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t e - m a n d a t a r i o de la Junta de Comandantes, que se reservaba la a u t n i j H para i n t e r v e n i r en las principales cuestiones de Estado-. El designado l i a f l general R o b e r t o Marcelo Levingston, figura poco conocida y a la sazón H senté de l país .

L e v i n g s t o n , que gobernó hasta marzo de 1971, reveló tener ideas propl f l muy diferentes de las del general Lanusse, figura dominante en la JunlaJ acotdes c o n las del grupo, minoritario pero influyente, de oficiales nncitafl listas. Des ignó ministro de Obras Públicas y luego de Economía a Aldo rrer, destacado economista de tendencia cepalina, que había ocupado ca t i j f l durante la administración de Frondizi. Ferrer se propuso reeditar la fóriuulfl nacionalista y populista, en los modestos términos posibles luego de las m u formaciones de los anteriores diez años. U n ministro de Trabajo de cxti .af l ción peronista negoció con lacGT y hubo un impulso salarial distribución^ ta. Se protegió a los sectores nacionales del empresariado, por la vía del 1 i f l dito y de los contratos de las empresas del EstadoN^l "compre argentino" y i J "argentinización del crédito" sintetizaban esa política, quizá modesta per original en su contexto. Sus estrategas confiaban en que, en un plazo qu estimaban éTTcúlftfmi"cinco años, se crearían las condiciones para una salid* política adecuada y una democracia "auténtica". Levingston confirmó la ».1 ducidad de los "viejos" partidos y alentó la formación de otros "nuevos", y quizá de u n movimiento nacional que asumiera la continuidad de la transid mación, para lo que agitó vagas consignas antiimperialistas e intentó atraía 1 políticos de segunda línea de los partidos tradicionales, junto con dirigente! de fuerzas políticas menores. La aspiración a movilizar al "pueblo" desde e| gobierno militar resultaba ingenua, pero de cualquier modo fue el prima reconocimiento formal de la necesidad de una salida política.

Convocándola a negociar, el gobierno reflotó la alicaída CGT. Los dirigen tes sindicales, presionados por demandas sociales crecientes y la inflación que había reaparecido, y estimulados por la reapertura del espacio de presión creado por la debilidad del gobierno, lanzaron en octubre de 1970 un plan áá lucha que incluyó tres paros generales, no contestados por el gobierno. L a partidos tradicionales, por su par te , con el aliento del general Lanusse, tani b ien reaparecieron en el escenario. A fines de 1970 la mayoría de ellos firmi > un documento, La Hora del Pueblo , cuyos artífices fueron Jorge Daniel Pala diño, delegado personal de P e r ó n , y Ar turo Mor Roig, veterano político radi cal, y que fue la base de su a c c i ó n conjunta hasta 1973. Allí se acordaba poner f i n a las proscripciones eLectorales y asegurar, en u n futuro gobierno electo democráticamente, el resjpeto a las minorías y a las normas constitu dónales . Radicales y peronistas deponían las armas que tradicionalmenic

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Man • a'i unido y ofrecían a la sociedad la posibilidad de una convivencia poli-P * 1 pmble. El documento incluía también algunas definiciones sobre políti-M|oii>>iiuca, moderadamente nacionaln; is y distribucionistas, que permi-p N i el posterior acercamiento tanto de la CGT como de la CGE, las organiza-|NM - sindical y empresaria, que por su parte acordaron también un pacto de Utftm.i mínimas.

M irsurgimiento del sindicalismo organizado y de los partidos políticos se jkln • n pam 1 la aperiura del juego p o r un gobierno que buscaba su salida, pfti fundamentalmente a la emergencia social, que en forma indirecta los Élliili.-aki y a la ve:: los convertía en posibles mediadores. Levingston resul-j l t t i apa.: de manejar el espacio de negociación que se estaba abriendo. Era pilll 1 ado por el csiablishincnt económico-a quien el gobierno, cultivando ra n lorica nacionalista, calificaba de "capitalismo apatrida"-, y estaba en-

I t i h > con los partidos políticos, c o n quienes no quería negociar, con la 9 1 1 \a con los "empresarios nacionales". Los jefes militares apreciaron

^IH I < vingston era tan poco capa: como Onganía de encontrar la salida, y f i l a n d o en marzo de 1971 se produjo una nueva movilización de masas en

HjWdnba el "viborazo", donde las organizaciones armadas se hicieron clara-• I f i i i c presentes- decidieron su remoción y su reemplazo por el general La-9Mi*-> , quien por entonces aparecía como el único jefe militar con enverga-P i l a pnlítica para conducir el difícil proceso de la retirada.

t l ' i i marzo de 1971 Lanusse anunció el restablecimiento de la actividad pola a a partidaria y la próxima convocatoria a elecciones generales, subordi­nada', sin embargo a un Gran Acuerdo Nacional, sobre cuyas bases había V f i u d i 1 negociando con los dirigentes de La Hora del Pueblo. Finalmente, las

Rau/.is Armadas optaban por dar prioridad a la salida política y con ella •pilaban a reconstruir el poder y la legitimidad de un Estado cada vez más •aiurado. Mientras la cuestión del desarrollo quedaba postergada, seguía sien-tlo ai in ¡ante la de la seguridad, que los militares ya no podían garantizar. Las ttlk< irpancias sobre cómo enfrentar a las organizaciones armadas y a la pro-l i ' i i a social eran crecientes y anunciaban futuros dilemas: mientras se creó

l i l i lucro antisubversivo y tribunales especiales para juzgar a los guerrilleros, alpinos sectores del Estado y las Fuetzas Armadas iniciaron una represión

'(Irp.al: secuestro, tortura y desaparición de militantes, o asesinatos a mansal­va, 11 tino ocurrió con un grupo de guerrilleros detenidos en la base aeronaval • Trelcw en agosto de 1972. Similares vacilaciones había con la política n 1 un única, hasta que se optó por renunciar a cualquier rumbo y se disolvió r l Ministerio de Economía, repartido en secretarías sectoriales que se confia-I 0 1 1 a representantes de cada una de las organizaciones corporativas. Así, en

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188 BREVE HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE LA ARGENTINA

,1. I

I . ,

un c o n t e x t o de inflación desatada, fuga de divisas, caída del salario n a l desempleo, agravado por la olageneralizada de reclamos, el tironeo se» t i M se instaló e n e l gobierno mismo, presto a conceder lo que cada uno pe.llafl

Para el gobierno, el centro de la cuestión estaba en el Gran A m « Nacional ( G A N ) , que empezó siendo una negociación amplia y se c o n v t f l en u n t i r o n e o entre Lanusse y Perón, bajo la mirada pasiva del resto I propuesta i n i c i a l del gobierno contemplaba una condena general de la " n f l versión", garantías sobre la política económica y el respeto a las norinm mocráticas, y que se asegurara a las Fuerzas Armadas u n lugar instituí en el futuro régimen, desde donde tutelar la seguridad. Pero lo principa acordar una candidatura presidencial de transición, para la que el pnj general Lanusse se ofrecía. Algunos de los puntos, sobre el programa ei n | i mico y las normas democráticas, ya habían sido establecidos en La Hora fl Pueblo. Asegurar el lugar institucional de las Fuerzas Armadas era imposihfl dado el c l ima del momento. Los otros dos puntos - l a condena de la suhvjfl sión y el acuerdo de la candidatura- tenían que ver principalmente con I i táctica de Perón.

En noviembre de 1971 Perón relevó a Paladino -que había negoi l a f l hasta entonces los acuerdos con los radicales y militares- y lo reemplazo (*• Héctor J. Cámpora, cuya principal v ir tud era la total subordinación a la H luntad del líder exiliado. Perón se propuso conducir la negociación sin m nunciar a ninguna de sus cartas. Como además se hacía cargo del clima si» I.I| y político del país, no resignó su papel de referente de la ola de descorítenla social n i renunció al apoyo proclamado por buena parte de las organ nes armadas. Más aún, las alentó y legitimó permanentemente y, cuai 1972 se organizó la Juventud Peronista, incluyó a su dirigente más n o t o l f l Rodolfo Galimberti, en su propio Comando estratégico. A l mismo t i e m f l alentó a La Hora del Pueblo y organizó su propio G A N , el Frente Cívico da Liberación Nacional, con partidos aliados y luego la CGT-CGE. En vcnlaiU nadie sabía a dónde quería llegar Perón.

Lanusse planteó al principio q u e el Acuerdo era condición para las ele» ciones, pero progresivamente t u v o que reducir sus exigencias, vista la i m p l sibilidad de obligar a Perón a negociar. En el mes de jul io de 1972, y con vencido de que nada podía esperarse de Perón, Lanusse optó por asegurat I.i condición mínima: que Perón no ser ía candidato, a cambio de su propia auto proscripción. Tácitamente, Perórx aceptó las condiciones. En noviembre i 1972 regresó al país, por unos p o c o s días. N o trató con el gobierno peí dialogó con los políticos y part icularmente con el jefe del radicalismo, Rica do Balbín, sellando el acuerdo derxtocrático. Cultivó su imagen pacificad» il . i ,

'.ai h íul.i.

i Ii 11

DEPENDENCIA O LIBER.ACIÓN, 1966-1976 189

ii»-1< »s grandes problemas del m u n d o , como los ecológicos, y evitó cual-Meicneia urticante. Finalmente, organizó su combinación electoral: l i le lusticialista de Liberación, cora una serie de partidos menores, al

l l i i p i r . " la fórmula presidencial: Héctor J . Cámpora, su delegado perso-I Vi. •rite Solano Lima, un político conservador que desde 1955 acoin-p fielmente a los peronistas.

f a i i M i mantuvo su juego pendular, entre la provocación y la pacificación. fh imuLi constituía un desalío a los políticos de La Hora del Pueblo y sobre

| a los sindicalistas, a quienes excluyó de la negociación, y un aval a l ala J M n t a r i a del movimiento, que ya rodeaba a Cámpora y le dio a la campa-t l n lutal un aire desafiante. "Cámpora al gobierno, Perón al poder", su 3| M'Halaba el carácter ficticio de la representación política, por lo que • i b a ser una suerte de transacción entre los partidarios de la salida elec-1 y quienes la desdeñaban, en pro de las propuestas de liberación nacio-

I.OH radicales, con la candidatura de Balbín, aceptaban el triunfo pero-|| y MI futuro papel de minoría legitimadora, mientras que a derecha e

l i l i ida surgieron otras fórmulas de escasa significación. La Juventud Pero-H f c l di»»el tono a la campaña electoral, que permanentemente rozó los lími-| | l di Ii acuerdos ele garantías entre los partidos y constituyó una verdadera Inhumación de la polarización de la sociedad contra el poder militar,

i | ' l «lima se prolongó luego del triunfo electoral del 11 de marzo de 1973 •Uaiul i ) el peronismo triunfó con casi el 50% de los votos- hasta el 25 de Uta o 1 uguiente, fecha de la asunción de Cámpora. Ese día memorable asistie-fnn i I presidente chileno Salvador Allende y el cubano Osvaldo Dorticós.

'pi|o la advocación de las dos experiencias socialistas del continente, la socie-

tlrtd vilizada y sus dirigentes escarnecieron a los militares, transformando la [ f l I l M i la en huida, y liberaron de la cárcel a los presos políticos condenados por b | n » ile subversión. Las formas institucionales fueron salvadas por una inme-

illai i ley de amnistía dictada por el Congreso. Para muchos, parecía llegada la ¡pina «leí "argentinazo". Otros, más cautamente, tomaban nota del relevo de i liilmibert i ordenado por Perón, luego de que este dirigente amenazara con la fuuiiai ion de "milicias populares". Esos y otros diagnósticos -pues todo era Vliiualincnte posible aquel 25 de mayo- pasaban por los designios, secretos

f fH*t« i sin duda geniales, de Perón, identificado como el salvador de la nación. I'.te fenómeno, sin duda singular, de ser a la vez tantas cosas para tantos,

lt nía que ver con la heterogeneidad del movimiento peronista y con la deci-l l i -i i y habilidad de Perón para no desprenderse de ninguna de sus partes. Pero 11 i más- que eso: como ha escrito José Luis Romero, la figura simbólica de

HUÍ, una y muchas a la vez, había llegado a reemplazar a su figura real. Para

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190 BREVE HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE LA ARGENTINA

todos, P e r ó n expresaba un sentimiento general de tipo nacionalista y ; de reacción contra la reciente experiencia de desnacionalización y p r i v i l l H Para algunos -peronistas de siempre, sindicalistas y políticos- esto se eiu «\M ba en e l líder histórico, que, como en 1945, traería la antigua bonanza, d i a f l buida p o r e l Estado protector y munificente. Para otros -los más jóvciu-\activistas de todos los pelajes- Perón era el líder revolucionario del T f H Mundo, que eliminaría a los traidores de su propio movimiento y condiu i r f f l la liberación, nacional o social, potenciando las posibilidades de su p u r h f l Inversamente otros, encamando el ancestral anticomunismo del movimi i -nB veían en Perón a quien descabezaría con toda la energía necesaria la hidra . I f l subversión social, más peligrosa y digna de exterminio en tanto usurpaki • tradicionales banderas peronistas. Para otros muchos -sectores de las » I.i«al medias o altas, quizá los más recientes descubridores de sus virtudes- Perón ( I el pacificador, el líder descarnado de ambiciones, el "león herbívoro" que un. ponía el "argentino" al "peronista", capaz de encauzar los conflictos de la MH K j l dad, realizar la reconstrucción y encaminar al país por la vía del c r e c i n u c i J hacia la "Argentina potencia". El fenómeno sorprendente de 1973, la maiavfl lia del carisma de Perón, fue su capacidad para sacar a la luz tantos a n b e l i j insatisfechos, mutuamente excluyentes pero todos encamados con alguna I. gitimidad en el anciano líder que volvía al país. El 11 de marzo de 1973 el p . i l i votó masivamente contra los militares y el poder autoritario y creyó que M iban para no volver. Pero no votó por alguna de estas opciones, todas d i a l contenidas en la fórmula ganadora, sino por un espacio social, político y i n i n f bien militar, en el que los conflictos todavía debían dirimirse.

1973: un balance

Para sus protagonistas, las raíces de esos conflictos, sin duda violentos, xa hallaban en una economía exasperante por su sucesión de arranques y deten ciones, de promesas no cumplidas y frustraciones acumuladas. Sin embargo, v is to desde una perspectiva más a m p l i a - y sin duda mejorada por posteriora calamidades, todavía no imaginadas en 1973- la economía del país tuvo un desempeño medianamente satisfactorio, que se habría de prolongar hasta 1975, y que no justificaba los pronósticos apocalípticos, aunque tampoco las fantasías de la Argentina potencia. .

L o más notable fue el c r e c i m i e n t o del sector agropecuario pampeano, quf revirtiendo el largo estancamiento y retroceso anterior se inició a principa« de los años sesenta y se prolongó K. asta el comienzo de los ochenta. En estol

DEPENDENCIA O LIBERACIÓN, 1966-1976 191

ifósperos. el mundo se encontraba en condiciones de transformar al Jiparte de su necesidad de al imentos endemanda efectiva, y se abrieron o» mercados para los granos y aceites argentinos, particularmente en los ) noeialistas -que purgaban el fracaso de su agricultura- y en los que •un disfrutando de ios buenos precios del petróleo o comenzaban su cre-

Wltto industrial. • ardor agrario pampeano se transformósustancialmente, así como diver­gióles modernos en el interior tradicional, como el Valle del Río Negro. El

lo promovió el cambio de diversas maneras -hubo créditos y subsidios h f t inversiones, y una acción sistemática del I N T A - aunque no cambió su

|l> tonal política de transferir recursos a la economía urbana, que se mantu-p r t apenas algunas modificaciones e n los métodos. Pero K i decish < > ti len >i rli»tos de la modernización general de la economía. La fabricación local de lotes y cosechadoras, y también silos y otras instalaciones, permitió una Ionización total de la tarea y cambios sustanciales en las formas del almace-

| B | y el transporte. Las empresas agroquúnicas - e n general filiales de grandes •Htpn "<as extranjeras introdujeron las semillas híbridas: a principios de la dé-| l b l , i de 1970 se obtuvieron éxitos espectaculares con el maíz, y luego con el

fclyo granífero, el girasol, el trigo y la soja. Posteriormente fueron los plaguici-tmn y herbicidas, y finalmente los fertilizantes sintéticos. En la organización de mexplotación fueron introduciéndose criterios empresariales modernos, faci­

l i t a d o s por una tlexibilización del sisrema de arrendamientos y la incorpora­ción a la explotación de empresarios que no poseían tierra. Hacia 1985, punto filial de esta onda expansiva, la superficie cultivada en la región pampeana se

•pabia extendido en alrededor del 30% respecto de 1960, sobre todo por con-^ B l l ó n de explotaciones ganaderas en agrícolas, pero la productividad de la [ f i n i a se había duplicado y la de la mano de obra cuadruplicado.

i Esta verdadera revolución productiva permitió el crecimiento de las ex­poliaciones de granos y aceites, mientras que los mercados para la carne con­tinuaron estancados o en retroceso. También crecieron las exportaciones i n -

Utist ríales: maquinaria agrícola, máquinas herramienta, automotores, produc-n siderúrgicos y químicos pudieron c o m p e t i r en los países vecinos, apiovechando a veces las oportunidades d e la Asociación Latinoamericana

He Libre Comercio. Así, poco a poco la fuerte constricción que el sector •Uerno representaba para el conjunto de la economía se fue atenuando, el impacto de las crisis cíclicas disminuyó y e l margen para el crecimiento i n ­dustrial aumentó. La fase traumática dejó Lugar a una expansión suave y sos­tenida,que arrancó de los años de la presidencia de Il l ia y se mantuvo pese a los cambios de gobierno y a los avatares d e las políticas económicas.

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C o m o mostraron Gerchunoff y Llach, el producto industrial creció cu n f l ma sostenida luego de la gran crisis de 1963, sin ningún año de retroceso h J 1975. Parte de ese crecimiento corresponde a la maduración de muchas do • inversiones realizadas luego de 1958, pero también contribuyó a él un con pin to variado de empresas nacionales, de ramas dinámicas o vegetativas, grandaJ o medianas, que repuntaron I u e g o de soportar el primer impacto de la i n s t a ! ción de las empresas extranjeras: algunas captaron un segmento dinámico y i d explotado del mercado, otras crecieron a costa de la competencia, apoyadas a i una mayor eficiencia, pero también por un sostenido crecimiento del mercaii interno, que d io nueva vida a los sectores más tradicionales como el textil, 1 de alimentos o el de electrodomésticos. Las empresas nacionales, luego de « 1 frir una fuerte depuración, se adecuaron a las nuevas condiciones, acomodan! sus posibilidades al espacio que le dejaban las grandes empresas extranjera! absorbieron lo que podían de los nuevos socios o encontraron formas de as. J ciación, como el uso de patentes y licencias o el suministro de partes para l ! grandes plantas de montaje. Simultáneamente, aprovecharon un terreno en I que se movían con facilidad: el uso de los créditos subsidiados o de los mecaniv mos de promoción del Estado. En un proceso que Jorge Katz denomine') 1 "maduración", aumentaron su escala -las fábricas reemplazaron a los tallen-J y luego hicieron un esfuerzo para hacer más eficiente su organización y sin procesos. Este impulso a la racionalización -que requirió de muchos ingeni l ros, administradores y ejecutivos en general, corazón de los nuevos sectoriJ medios- fue común por entonces a las empresas nacionales y a muchas de la» extranjeras, como las automotrices, que en su instalación se habían apartada de las normas de funcionamiento de sus matrices. Los efectos de estas política! se advirtieron en las reacciones de los trabajadores y en su creciente sensibill-dad a los problemas de las plantas.

A l igual que la agricultura, la industria se modernizó y se acercó, como nunca antes y después, a los estándares internacionales. Como se señaló, su crecimiento se relaciona en par te con los procesos de concentración y depu­ración, y también con el aumento de la inversión del Estado, las compras de las empresas públicas o las nuevas obras de infraestructura, o la expansión do un sector consumidor pudiente , dispuesto a cambiar su automóvil cada do:, años. Pero también, i n v i n i e n d o la tendencia iniciada en 1955, hubo un ere c imiento del mercado interno debido al aumento del empleo industrial y sobre todo de la construcción, j u n t o con una recuperación en los ingresos de los asalariados. La tendencia d e la fase traumática se invirtió y su participa c ión en el producto se elevó - c « ^ n excepción de los agitados años de 1971 y 197 2 - hasta superar el 45% del IPBI. Más allá de las políticas racionalizadoras,

DEPENDENCIA O LIBERACIÓN, 1966-1976 193

•Indicaros conservaron su eficacia e n ladefensa de sus representados, aun-fefobablemente esto no valió para l a masa sin duda vasta de trabajadores Idulicalizados, de donde provenían muchos de los protagonistas de las JVits formas de protesta social. K m m 1973 esa expansión ya se acercaba a los límites de la capacidad Ilutada, que por falta de una importante inversión privada no había creci-• I M andamíente. La fuerte conflictividad social, sustentada en un ciclo de

pimiento y de elevación de las expectativas, no podría ser satisfecha con i Mi i l redistribución, según la fórmula histórica del peronismo. Pero esta

nula contenía otros elementos apreciados por quienes depositaban su fe JVrón: una regulación estatal mayor de las relaciones entre las partes, y u n

ja i más amplio para los excluidos en la mesa de la negociación. En suma, la ||tli lai iva para la paz social pasaba al Estado.

I Pese al declamado liberalismo de los sectores propietarios, desde 1955 no Hablan disminuido n i los atributos del Estado n i su capacidad para definir las {•lilas del juego. Por allí pasaban grandes decisiones, como la transferencia tfV ingresos del sector exportador agrario al industrial, pero también otras Hiax específicas, a través del uso del crédito subsidiado, l a promoción, las fninpras de empresas estatales o los contratos de las obras públicas. Para los •tupi osarios todo ello representaba la posibilidad de ganancias más fáciles y U r i n a s que las derivadas de mejorar la eficiencia o la competitividad, así K l i o de pérdidas igualmente fáciles y rápidas, de modo q u e el control de sus Eolíticas era una cuestión vi ta l .

I Pero n i ellos n i nadie controlaban plenamente el conjunto de sus estruc-lUras, crecidas a veces por agregación y escasamente subordinadas a una úni-P v. duntad ejecutiva. La experiencia del general Onganía d a más sistemática tata poner en pie lo que Guillermo O'Donnell llamó el "Estado burocrático fctoritario"- muestra esas dificultades aun para las Fuerzas Armadas, procli-|ff N a identificar su propia estructura institucional con la del Estado. Los otros MI lores corporativos - los hbbies empresarios, los sindicatos, la Iglesia-, pro­tagonistas principales de la puja sectorial, solían concluir sus conflictos en Impares o bloqueos recíprocos, como el logrado por el sindicalismo ante los Intentos de reducir la dimensión del Estado benefactor. El sorprendente po­de t conservado por el sindicalismo después de 1955 muestra otro aspecto de rne Estado incontrolable: las frecuentes alianzas entre dos competidores • industriales y gremialistas, por ejemplo- para sacar beneficio a costa de u n l e u ero o de la comunidad toda.

Beneficios inmediatos podían traer aparejadas complicaciones futuras. A Iravés de la reiterada convocatoria a los sindicalistas para participar de la

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resal l i f l ion

puja, l o s sectores subordinados tuvieron desde 1945 algún acceso a.. . a sus decisiones. Durante el gobierno de Perón, su poder y su volt controlar a cualquier fuerzajocial o política aseguró la disciplina. P 1955, l a conducción vandorista de los sindicatos fue para los emprc garantía de la desmovilización de los trabajadores y de la negociad» pre posible. L a ruptura de ese equilibrio luego de 1966, la fuerte me social y el desborde de cualquier instancia mediadora, así como la i n c ( dad demostrada por los militares para custodiar el poder, mostraron de que porciones importantes de los resortes del Estado cayeran i dudosas. Quienes e n 1973 confiaron su suerte a Perón esperaban que flf capaz, como e n 1945, de controlar la movilización social, y a la vez de plinar a quienes, como aprendices de hechiceros, apelaran e n la puja m rativa a su capacidad de presión. Unos y otros debían ser organizados y diat plinados e n el Estado mismo. El acuerdo entre la CGE y la CGT e m p e i f l dibujar la figura del pacto social y la gran negociación entre las prim i p f l f l corporaciones.

En 1973 podía vislumbrarse un futuro para la escena corporativa, en lit > • I Perón había demostrado saber manejarse con soltura. Sobre la escena d u t f l

j crática, en cambio, había muchas más dudas, pese a la espectacular e x p e r l B j cia electoral de marzo. Los partidos políticos que debían ocuparla no n i M I siasmaban mayormente. El Partido Justicialista apenas existía e n el c o n j u i i t n f l

I lo que se llamaba, u n poco eufemísticamente, el Movimiento, y Perón num i 14 I consideró como otra cosa que una fachada. Los restantes, luego de tanto l iría

po de inactividad o de actividad sólo parcial, eran un conjunto de direccii >\\0 anquilosadas, verdaderas claques vacías, c o n pocas ideas y c o n muy escasa m pacidad para representar los intereses de la sociedad. La Hora del Pueblo, • in­cumplió u n importante papel e n la salida electoral, n o llegó a constituii n l l espacio de discusión y negociación reconocido; más allá de los acuerdos inii M< les, Perón sólo la usó c o m o escenario para mostrar a la sociedad su fisonomía

J pacificadora, y a lo sumo para garantizar el respeto de las formas constituí- ¡i >i i.u d T i e s . E l resto de los partidos, empezando por la Unión Cívica Radical, participan ^ T o n del embeleso general con Perón o se sintieron abmmados por la culpa de 11 ^\n y se limitaron a aceptar sus términos, renunciando de entrada : i fl A /función de control y alternativa. La idea misma de democracia, de represen!! ' ción política de los intereses sociales, de negociación primero en el ámbito.Ii

V cada partido y luego e n los espacios políticos comunes, de constitución cota t i v a del poder, tenía escaso prestigio en una sociedad largamente acostuml >ri da a que cada una de sus partes megociara por separado con el poder constituí do. La política parecía una ficcicon que servía para velar la verdadera negocia

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to los lactores reales de poder. Los sectores propietarios se sentían mu-Cómodamente expresados por sus organizaciones corporativas. Los

populares, por su parte, que podrían haber estado interesados en la in li m de un ámbito específicamente político, no encontraron para ello l imación n i voceros entre los actotes políticos, n i mucho menos entre üniaiivos.

I i lúe crucial para el destino de la experiencia que se iniciaba en 1973 Illia elección donde la voluntad popular se expresó tan libre y acabada-j l i o i u o en 1946. La ola de movilización, que estaba llevando el enfren-

l i lo social a un punto extremo, contenía en sus orígenes un importante Hilo de participación, visible en cada uno de los lugares de la sociedad ) w gestaba, desde una sociedad vecinal a un aula universitaria o una II, l'ero sus elementos potencialmente democráticos se cruzaban con lina i ultura política espontánea -acuñada en largos años de autoritaris-

| ilr i in icracia f ingida- que llevaba a identificar el poder con el enemigo y fppn M o n , a menos que se lo "tomara", para reprimir a su vez al enemigo.

Illlas l o s partidos políticos carecían de fuerza o de convicción para ha-^)nli entre ellos, los activistas formados en las matrices del peronismo, el ||li ismo o la izquierda tendieron a acentuar y dar forma a esta cultura • m a n c a y a incluirla -como se v i o - en la lógica de la guerra. Así, no fue

fl) que las organizaciones armadas se insertaran en el movimiento popu­l a n los barrios, en las fábricas, en el movimiento estudiantil, llenando un

• l Ii • que debía ser ocupado. Los Montoneros, particularmente, tuvieron una |||onin capacidad para combinar la acción clandestina con el trabajo de Ulpi tía ie, que realizaron a través de la Juventud Peronista. Pero al hacerlo p i n idujeron un sesgo en el desarrollo del movimiento popular: lo encuadra-fl i l i , In sometieron a una organización rígida, cuya estrategia y tácticas se ||iil« .i.iban en otras partes, y eliminaron todo lo que la movilización tenía de pipi mi aneo, de participativo, de plural. Convertida en parte de una máquina m yiierra, la movilización popular fue apartada de la alternativa democrática If llevada a dar en otro terreno el combate f inal .

La vuelta de Perón

|(| ."> de mayo de 1973 asumió el gobierno el presidente Héctor J. Cámpora y I ¿0 de junio retornó al país Juan Domingo Perón. Ese día, cuando se había l-ougregado en Ezeiza una inmensa mult i tud, un enfrentamiento entre gru-

armados de distintas tendencias del peronismo provocó una masacre. El

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13 de j u l i o Cámpora y el vicepresidente Solano Lima renunciaron; a t j el t i t u l a r del Senado, asumióla presidencia el de la Cámara de D i p u l j Raúl Las t i r i , que era yerno dejóse López Rega, el secretario privado de H y a la vez min i s t ro de Bienestar Social. En septiembre se realizaron las i\\á elecciones y la fórmula Perón-Perón, que el líder compartió con su cm Isabel (née María Estela Martínez) alcanzó el 62% de los votos. El I a d e l del año siguiente murió Perón e Isabel lo reemplazó, hasta que fue depu| por los jefes militares el 24 de mano de 1976. Los tres años de la se«u( experiencia peronista, verdaderamente prodigiosos por la concentración acontecimientos y senridos, clausuraron -de manera desdichada y t e n sa- toda una época de la historia argentina.

Es difícil saber en qué momento de su exilio Perón dejó de verse B mismo como e l insobornable jefe de la resistencia, dispuesto a desbaraiai Ifl tentaciones provenientes del poder, y se consideró el destinado a pilotear• vasto proyecto de reconstrucción que asumió como última misión de su vi.tf Puede dudarse, incluso, de si se trató de una decisión deliberada o si rcsiilJ arrastrado por circunstancias incontrolables aun para su inmenso talento t . t j tico. Lo cierto es que, puesto en el juego, armó su proyecto -parecido p r f l distinto al de 1945- sobre tres bases: un acuerdo democrático con las fuera políticas, un pacto social con los grandes representantes corporativos y conducción más centralizada de su movimiento, hasta entonces desplegad»» en varios frentes y dividido en estrategias heterogéneas. Para que funcionan!, Perón necesitaba que la economía tuviera un desempeño medianamente MU tisfactorio -las expectativas eran buenas- y que pudiera reforzarse el podfl del Estado, tal como lo reclamaba la mayoría de la sociedad. Éste era un punto débil: los mecanismos e instrumentos estaban desgastados y resultaría» ineficaces, y el control que Perón podía tener no era pleno, pues las Fuer/ai Armadas se mostraban reticentes, pese a la rehabilitación mutua que se con* cedieron con Perón; el gobierno, finalmente, resultó corroído por la formida ble lucha desencadenada d e n t r o del movimiento. Así, una de las premisas d i su acción falló de entrada. El pacto social funcionó mal casi desde el princl pió y terminó hecho añicos, mientras que el pacto democrático, aunque fun c ionó formalmente bien y se respetaron los acuerdos, finalmente resultó irre levante pues no sirvió n i para cons t i tu i r una oposición eficiente n i para su ministrar de por sí, cuando los o t r o s mecanismos fallaron, el respaldo necesari» i para el mantenimiento del gob ierno constitucional.

El Programa de Reconstrucción y Liberación Nacional, presentado en mayo de 1973, pese a la conces i o n a l clima de época que había en su título, consistía en un intento de sup>erar las limitaciones al crecimiento de una

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Milla » uyos rasgos básicos no se pensaba modificar. N o había en él nada Iftdii ata una orientación hacia el "socialismo nacional", y tampoco un |u »l» buscar nuevos rumbos al desanollo del capitalismo. Como en 1946, I m unió para pilotearlo a un empresario exitoso, en este caso ajeno al (•in. >: José Ber Gelbard, jefe de la Confederación General Económica,

i r nucleaba la mayoría de las empresas de capital básicamente nació­lo» objetivos, acordes con los cambios ya consolidados en la estructura Vni i a del país, eran fuertemente intervencionistas y en menor medida

bfiiilístas y distribucionistas, y no implicaban un ataque directo a ningu-4* l«»s intereses establecidos. H t l l e n d o las tendencias de la década anterior, se esperaba apoyar el cre-I r n i n de la economía tanto en una expansión del mercado interno -se-ln 11 adición de los empresarios que apoyaban a ambos partidos mayorita-* cuanto en el crecimiento de las exportaciones. Las perspectivas de las •na» iones tradicionales eran excelentes: muy buenos precios y posibili-

|»!« acceder a nuevos mercados, como la Unión Soviética; la nacionaliza-I del comercio exterior apuntaba a asegurar la transferencia de parte de hrneíicios al sector industrial, aunque a la vez se cuidó mucho de preser-

f los ingresos de los sectores rurales, cuya productividad se quiso incremen-Intnbinando alicientes y castigos. U n o de ellos - l a posibilidad de expropiar llenas sin cultivar, incluido en el proyecto de ley agraria- desencadenó a

) l laiga un fuerte conflicto. Pero sobre todo se trató de continuar expandien-H IIIH exportaciones industriales a través de convenios especiales, como el Ifiali.ailo con Cuba para vender automóviles y camiones. I I as empresas nacionales, que también deberían participar de los benefi-|l» M i le las exportaciones, fueron respaldadas con líneas especiales de crédito

l i i i n el mecanismo del compre argentino en las empresas públicas; para loe.iai mayor eficiencia y control, éstas se integraron en una Corporación de Impresas Nacionales. Por otra parte, se apoyó especialmente a algunos gran-ili proyectos industriales, de "interés nacional", mediante importantes sub-vi in iones. Muchos resortes pasaban por las manos del Estado: el manejo Centralizado del crédito y también el control de precios, fundamental para la |v »lít ica de estabilización. Pero además, el Estado aumentó considerablemente i | l gastos a través de obras sociales e incrementó el número de empleados públicos y de empresas del Estado; contribuyó así a activar la economía inter­na, aunque a costa de un déficit creciente.

La clave del programa residía en el pacto social, con el que se procuraba solucionar el problema clásico de la economía, ante el cual habían fracasado los sucesivos gobiernos desde 1955: la capacidad de los distintos sectores, em-

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peñados en la puja distributiva,para frenarse mutuamente. Mientras ( había fracasado en su intento de cortar el nudo con la pura autoridad, I • i recurría a la concertación, un mecanismo muy común en la tradición c u f f pero además fácilmente filiableen su propia concepción de la comuiud.nl( ganizada. El Estado debía disciplinar a los actores combinando persua«|fl autoridad. H u b o concertaciones sectoriales y una mayor, que las suhs i j f l todas, suscripta por la CGE y lacGT, que estableció el congelamiento d l f precios y la supresión por dos años de las convenciones colectivas o pai iiart Esto era duro de aceptar para el sindicalismo y fue compensado con un IUMI| diato aumento del 20% genetal en los salarios, muy distante sin embargi i i l f f l expectativas generadas por el advenimiento del gobierno popular.

Los primeros resultados de este programa de estabilización fueron >''pH taculares. La inflación, desatada con intensidad en 1972, se frenó bniij mente, mientras que la excelente coyuntura del comercio exterior penn' superar la angustiante situación de la balanza de pagos y acumular un bv superávit, y las mejoras salariales y el incremento de gastos del Estado vM mulaban el aumento de la actividad interna. Por esa vía, se llegó prouui estar cerca de la plena utilización de la capacidad instalada. Pero desde M ciembre de 1973 comenzaron a acumularse problemas. El incremento del» sumo hizo reaparecer la inflación, mientras que el aumento del precio del | J tróleo en el mundo -que ya anunciaba el f i n del ciclo de prosperidad di I posguerra- encareció las importaciones, empezó a complicar las cuentas i'l ternas e incrementó los costos de las empresas. Finalmente, el Mercado l'» mún Europeo se cerró para las carnes argentinas. Se trataba de una crll cíclica habitual, pero su resolución clásica estaba vedada a un gobierno qi| había hecho de la "inflación 0" una bandera y que sabía que una devaluai It1 tropezaría con fuertes resistencias. El pacto social debía servir para encontr< la manera equitativa y razonable de repartir los mayores costos, pero las n glamentaciones cada vez más frondosas a las que se apeló, que se cumplido escasamente, no sólo revelaron las dificultades de la persuasión sino las 1 1 cientes falencias del Estado para hacer valer su autoridad. Así, antes de qu»' el gobierno popular hubiera c u m p l i d o un año, estaba nuevamente planteada en forma abierta la lucha sectorial, cuyas condiciones, sin embargo, exist lau desde el mismo comienzo de esta experiencia populista.

Los actores del pacto social demostraron escasa capacidad y poca vo'un tad para cumplirlo. La CGE, invest ida de la delegación global de los empresa rios, los representaba mal, y aun a sus instituciones primarias, que en muela I casos habían sido forzadas a encu adrarse en ella, de acuerdo con las concep ciones organicistas de Perón. Es aprobable que en muchos casos, por las m i l

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fct». hayan firmado los acuerdos, sin mucha convicción, esperando |*o .i - del tiempo trajera condiciones mejores. Pero sobre todo, se des­que no podían asegurar que sus miembros cumplieran lo acordado.

Ipn .arios - y muy en especial los chicos o medianos, difícilmente con-9* o icontraron muchas maneras de violar el pacto: desabastecimien-

H r p i e i ios, mercado negro, exportaciones clandestinas; también halla-IflM l i ' i m a de manifestar su escaso entusiasmo: la inversión privada fue (Valúente magra. 1i111 no se hallaba cómoda y a gusto con un gobierno peronista con el M I un vía su táctica clásica de golpear y negociar sin comprometerse, la I que sabían manejar cabalmente. N o sólo Perón debía subordinar }|i m e i n p r e - a quienes lo apoyaban, sino que los sindicalistas carecían de

l i l ñ n , instrumentos y objetivos para cogobernar. Por otra parte, la movi-lou de los trabajadores, que los ponía en jaque, les impedía negociar con I.i.I l ' l triunfo electoral avivó las expectativas de la sociedad y dio un

fcrMimulo a la "primavera de los pueblos"; en las fábricas, se tradujo en |i« m i al izado incremento de las reivindicaciones y en un estilo de lucha j l l l i luía ocupaciones de plantas, que rebasó las direcciones sindicales y i cuestionó la autotidad de los gerentes y patrones. Antes de que las fll/iit ii mes guerrilleras llegaran a tener un papel activo, según Juan Car-l o i i r , las fábricas estuvieron, por obra de la movilización sindical, "en

(*!•• de rebeldía". |<n I.i mayoría de los casos esa movilización concluía con ventajas salaria-

p i d i o > las o encubiertas, lo que aumentaba la amenaza sobre los dirigentes pm límales obligados a atarse al pacto. Perón se dedicó a fortalecerlos; desde QlH n n a n o al país los halagó de mi l maneras distintas, reivindicando su JHiiir> u pública, amenazada por la izquierda peronista, y reinstalándolos sim-m\\\> amai ie en el centro mismo del movimiento. Una modificación de la I f y . I i Asi iciaciones Profesionales reforzó la centralización de los sindicatos, • imi i no el poder de sus autoridades y prolongó sus mandatos, de modo que j H l d i i mu enfrentar el desafío antiburocrático, pero no impidió que reclama-M l i la 1 1 invocatoria a paritarias y exigieran periódicos ajustes salariales. V i o -p l u de uno y otro lado, el pacto se fue desgastando ante la impotencia de las ||ll i a id.ules. El propio gobierno, que había congelado las tarifas públicas, tu-R I luieiés en una renegociación, que se produjo en marzo de 1974, con una f luida general de aumentos que no satisfizo a nadie. La puja continuó. El 12 b puno IVrón convocó a una concentración masiva en la histórica Plaza de fVlaoi, dramáticamente pidió a las partes disciplina y amenazó con renun-l l a i fue la última aparición en público antes de su muerte.

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En la segunda fase del gobierno peronista, los actores cambiaron de e o J tegiay l a puja recuperó sus formas clásicas. En la CGT se impusieron los p.ml danos d e la negociación dura, en la mejor tradición vandorista, e n c n r f l H precisamente p o r su sucesor entre los metalúrgicos, Lorenzo Miguel. E.tl. I Perón - a l r e d e d o r de cuya figura simbólica todas las fuerzas concertaron mi| tregua t á c i t a - se lanzó a construir una base propia de poder, rodeada di nt| grupo de fieles, de escasa tradición en el peronismo, que encabezaba la cs i i f l ña y siniestra figura de José López Rega, a quien apodaban "el Brujo" poi J gusto por las prácticas esotéricas. Pese a que Isabel se dedicó a parodiai I f l fórmulas y gestos del líder muerto para capitalizar su herencia simbólica, J_ política se apartó totalmente de la que aquél había trazado en sus u l ina i J años. Isabel se propuso homogeneizar el gobierno, colocando a amigos caí condicionales en los puestos clave y rompiendo una a una las alianzas nutf] había te j ido Perón, que en el futuro esperaba reemplazar por otras nuev J con los militares y empresarios. En algunos de esos propósitos, Isabel y \M sindicalistas coincidieron. Así, provocaron la renuncia del ministro Gelbanll y, aprovechando los mecanismos de la nueva Ley de Asociaciones y de la I • y I de Seguridad, desalojaron sistemáticamente a las cabezas del sindicalismo opositor: Raimundo Ongaro, Agustín Tosco y Renée Salamanca perdiciofd sus sindicatos y la agitación gremial disminuyó considerablemente en 197W

Pero básicamente se enfrentaron alrededor de los restos del pacto SOCÍNI En 1975 la crisis económica urgía a tomar medidas drásticas, que terminad rían de liquidarlo: los problemas de la balanza de pagos eran muy graves, la inflación estaba desatada, la puja distributiva era encarnizada y el Estado estaba totalmente desbordado. En ese contexto, el gobierno debió accedo .1 la tradicional demanda de la CGT y convocó a paritarias, de modo que 11 ajuste inminente debía realizarse en el momento mismo en que éstas se en contraban discutiendo los ajustes salariales, lo que generó una situación in manejable. A fines de marzo, la mayoría de los gremios había acordado an mentos del 40%; el 2 de junio , el nuevo ministro de Economía, Celestino Rodrigo, del equipo de López Rega, provocó un shock económico al decidir una devaluación del 1 0 0 % y un aumento de tarifas y combustibles similar o superior. El "rodrigazo" echó por tierra los aumentos acordados; los sindica listas volvieron a ex ig i r en las paritarias y los empresarios concedieron —con llamativa facilidad- aumentos que llegaban al 200%. La presidenta decidid no homologarlos y g e n e r ó una masiva resistencia de los trabajadores, que culminó en movilizaciones en la Plaza de Mayo y un paro general de 4H' horas. El hecho era n o t a b l e porque, contra toda una tradición, la CGT enea bezaba la acción c o n t r a u n gobierno peronista. Isabel cedió, López Rega y

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|i ip 1 renunciaron, los aumentos fueron homologados y devorados por la be Ion en sólo un mes. En medio de una crisis económica galopante, el Mino entró en su etapa final . L l lucha en torno del pacto social fue paralela a la que se libró en el seno

| |veionismo, involucrando al gobierno y hasta al mismo Estado, y sobre ^•i f ín iendo la suerte del movimiento popular. Esa lucha estaba implícita

l.o equívocas relaciones entre Perón y quienes, alrededor de Montoneros

r'a luvcntud Peronista, constituían la llamada "tendencia revolucionaria" Btronismo. Hasta 1973, unidos en la lucha común contra los militares, n i

B ni los otros tenían interés en hacerlas explícitas. Perón cimentaba su Ülli 1.1 i-o en su capacidad de incluir a todos los que invocaran su nombre, P * | i Ii is jóvenes revolucionarios hasta los sindicalistas, los políticos provin-flali más conservadores o los grupos de choque de extrema derecha. Su 5 n i r i ! i a de enfrentamiento con quienes lo expulsaron del poder consistía Mi 111 ih.'.ar a los jóvenes, y a los sectores populares que ellos movilizaban, para tunearlos, y a la vez para presentarse como el único capaz de contenerlos, ku 1 sentido, repetía su estrategia de 1945 del "bombero piromaníaco". t Montoneros y la Juventud Peronista aprovecharon su proclamada adhe-

Itnn .1 Perón para insertarse más profundamente en el movimiento popular y na \ se de su espectacular crecimiento luego de 1973, cuando la sociedad Mili ia pareció entrar en una etapa de rebelión y creatividad. En la cultura Milu a a de estos sectores, masivamente incorporados al peronismo, podían fconocerse dos grandes concepciones. Una de ellas se apoyaba en la vieja Ha. l i . ion peronista, nacionalista y distribucionista, alimentada durante la K H exclusión por la ilusión del retorno del líder, y con él, mágicamente, de m buenos tiempos en los que la justicia social coronaba el ascenso indiv i -¡Mal Quienes permanecieron fieles a lo que sin duda era la capa más profun­da y sólida de la cultura política popular adherían al viejo estilo político, •l i l i I I it ario, faccioso, verticalista y visceralmente anticomunista. La otra, me-B | precisa, arraigó en una parte importante de los sectores populares, pero bb ic iodo en quienes se agregaron tardíamente al peronismo, e incorporó la i l n u a radical de la sociedad, condensada en la consigna "liberación o de-•ndencia" . Ambas concepciones, en u n contexto de guerra, se definieron lli« 01 isignas de batalla: la "patria peronista" o la "patria socialista". Los M o n -| i a naos, que aspiraban al principio a encamar a ambas, terminaron identifi-I adi »s con la segunda, mientras el sindicalismo y los grupos de extrema dere-1 b.i se convirtieron en abanderados de la primera.

El l riunfo de 1973 acabó con los equívocos dentro del peronismo y abrió • lucha por la conducción real y simbólica del movimiento y del pueblo.

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Otros grupos revolucionarios no tuvieron los dilemas de los Montonemf^B trotskista E jérc i to Revolucionario del Pueblo, la otra gran organización H mada, n o creía n i en la vocación revolucionaria del peronismo n i en la i f l mocracia misma, de modo que, pasada la breve tregua de 1973, fác i lui l f l retomó la lucha en los mismos términos que contra los militares. Otras \\\\$m revolucionarias dentro del peronismo nunca habían contado con el p t m i H apoyo de Perón, y estaban dispuestas a una guerra larga y de posiciones, • n U| que la v i c t o r i a electoral de 1973 era apenas una etapa y una circunstan^M Para Montoneros , que había crecido identificándose plenamente con I V f f l y el peronismo, e l triunfo de marzo abría una lucha decisiva por el coni n >l - Id poder y d e l discurso peronista, ambos indivisibles, y concentraron toda» energías e n dominar a ambos, expulsando a los enemigos "infiltrados y t r j f l dores" - u n a amplia categoría en la que cabían los políticos, las organiza» l i f l nes sindicales, los empresarios y los colaboradores directos de Perón- y c a l nando para su causa al propio Perón, presionado a ratificar la imagen que di él habían construido y que el propio Perón había alentado.

A principios de 1973, empujados por la euforia electoral y estimuladla por el espacio que les había abierto el propio Perón -quien marginó de \m listas electorales a los sindicalistas- los militantes de la Tendencia se laiu ron a ocupar espacios de poder en el Estado, quizá suponiendo que el poi real estaba al alcance de la mano. Aliados o simpatizantes suyos ocupaban! varias gobernaciones-incluyendo las claves de Buenos Aires, Córdoba y Men­doza—, dos o tres ministerios, las universidades, que fueron la gran base • movilización de la Juventud Peronista, y muchas otras instituciones y depai tamentos gubernamentales. Pero pronto se restablecieron las relaciones • fuerza reales. A partir de la renuncia de Cámpora, el 13 de jul io de ese aun, una a una perdieron las posiciones ocupadas. Primero fueron los ministerio», En enero de 1974, luego de que el ERP realizara un ataque importante contia una guarnición militar en la provincia de Buenos Aires, Perón aprovocbó para exigir la renuncia d e su gobernador, y poco después promovió un golpe palaciego contra el de Córdoba; la operación siguió después de su muerte, en jul io de 1974, cuando cayeron los gobernadores restantes, así como m u c h a sindicalistas disidentes, y las universidades fueron entregadas para su depura ción a sectores de ultraderecha.

Desplazada de las posiciones de poder en el gobierno, la Tendencia revoln donarla se lanzó a la l u c h a de aparatos, en competencia con el sindicalismo y con los grupos de derecha que rodeaban a Perón. Se trataba de demostrar, de diversas maneras, quién t^nía más poder, quién movía más gente y quién pega ba más duro. Dentro de l a tradición del peronismo, la movilización callejera y

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M U e n l r a c i ó n en la Plaza de Mayo, lugar de la representación mítica del | t t , i (instituían la expresión del poder popular y el ámbito donde el líder

• l los impulsos del pueblo. En el clima de movilización y enfrentamiento lian leticias, la vieja fiesta popular dominguera se transformó en una demos-

de fuerza, donde las vanguardias debían exhibir su capacidad para orga-ii al pueblo y convertirlo en una máquina de guerra lanzada a la lucha

wJR otras falanges igualmente organizadas. Los manifestantes se encolum-IMI I disciplinadamente y competían por los lugares más visibles o más cerca-

iM al líder, los carteles o las consignas. E n cada una de esas jomadas se libraba |Nia batalla real, como el 20 de junio de 1973, en Ezeiza, donde ante dos millo-|H" de personas reunidas para recibir a Perón se peleó a tiros por los espacios, o

I " de mayo de 1974, cuando los militantes de la Tendencia se enfrentaron ¡Ni MIS competidores y con el mismo Perón y luego abandonaron la Plaza de

M''V • dejándola semivacía. Slinultánemente, la guerra de aparatos se desanolló bajo la terrible forma

di I terrorismo, y en particular de los asesinatos, que podían ser, en proporción Vaoable, estratégicos, justicieros o ejemplarizadores. Montoneros se dedicó a • ( m i n a r personajes conspicuos, como José Rucci, secretario general de la CGT

• pie/a importante en la estrategia de Perón con los sindicalistas, asesinado l m i is días después de la elección plebiscitaria de Perón. Contra ellos se consti-f l l i y o otro terrorismo, con aparatos parapoliciales -nutridos de matones sindi-lales, cuadros de los grupos fascistas del peronismo y empleados a sueldo del Ministerio de Bienestar Social- que operaban con el rótulo de Acción Ant ico-lliimista Argentina, o más sencillamente Triple A . Los asesinatos se mult ipl i -

; ( i l i o n y cobraron víctimas en personas relativamente ajenas al combate, pero que servían para demostrar el poder de cada organización.

Finalmente, la competencia se desenvolvió en el ámbito del discurso. Los Montoneros habían hablado en nombre de Perón pero, como han mostrado Sigal y Verón, en el peronismo no cabía más que un solo enunciador, aunque tuviera infinitos traductores, más o menos traidores. Maestros en esa traduc-i ion cuando Perón estaba en Madrid, los Montoneros debieron enfrentarse

' t o n el problema de un líder vuelto al país que, abandonando su cultivada am­bigüedad, empezaba a hablar inequívocamente, recordando la ortodoxia pero-ni.sta, que poco tenía que ver con la "socialista" y denunciando a los "apresura-dt is" e infiltrados. Desde el 20 de junio el confl icto era público, pero durante un ano los Montoneros lograron soslayarla definición: mientras concentraban toda su artillería en los "traidores", ajenos al peronismo, reinterpretaron hasta i Ii «ule era posible la palabra de Perón, sostenían que se trataba de desvíos pura­mente tácticos, muestras de la genialidad ele un líder que no los desautorizaba

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explícitamente, elaboraron la teoría del "cerco" o el "entorno" que i m p e d u l Perón conocer la verdadera voluntad de su pueblo, y se aferraron a la imauM de una "Evita montonera" que debía legitimar su ortodoxia en los orígnuá mismos del peronismo. E l l 2 de Mayo de 1974 se llegó a la ruptura: al ahniuM naruna Plaza de donde el propio Perón los expulsaba, renunciaban a hablar m nombre del Movimiento. Reaparecieron una vez más, apenas dos meses d m pues, e n los fantásticos funerales de Perón, y luego pretendieron asumii m| herencia, fundando el Partido Peronista Auténtico, sin mayor éxito: la mauM se había roto y sólo los seguían los militantes.

Pronto optaron por volverá la vieja táctica y pasaron a la clandestinidad, Hubo más asesinatos, secuestros espectaculares para mejorar sus finanzas -el d« Jorge Born les reportó 60 millones de dólares-, intervención en conflictos sin-dicales, donde la fuerza armada era usada para volcar en favor de los trabajado­res las negociaciones con los patrones, y acciones militares de envergadura, pero fracasadas. En ese camino los siguió el ERP, que desde 1974 había instalado un foco en el monte de Tucumán. Contra ambos creció la represión clandesi i na, que se cebó sobre todo en quienes -intelectuales, estudiantes, obreros, mi­litantes de villas o barrios- habían acompañado la movilización pero no pud ji­rón pasar a la clandestinidad. Desde febrero de 1975, el Ejército, convocado por la presidenta, asumió la tarea de reprimir la guerrilla en Tucumán. El geno cidio estaba en marcha.

Por entonces, el gobierno peronista se acercaba a su final . El "rodrigazo" había desatado una crisis económica que hasta el f inal resultó imposible d i dominar: inflación galopante, "corridas" hacia el dólar, aparición de los me canismos de indexación y, en general, escasas posibilidades para controlar la coyuntura desde el poder. La crisis económica preparó la crisis política. En julio de 1975, n i las Fuerzas Armadas n i los grandes empresarios - a cuyo apoyo había apostado Isabel- h ic ieron nada para respaldar a la presidenta, a quien ya miraban postumamente. Los empresarios cedieron con facilidad a los reclamos de los sind icalistas, como si se complacieran en fomentar el caos de la economía. Rotos los acuerdos que había construido Perón, los grandes empresarios se separaron de la CGE y atacaron decididamente al gobierno. Hasta entonces, los militares se habían acomodado a los distintos climas del gobierno, sin enfrentarlo: con Cámpora practicaron el populismo y confra­ternizaron con la Juventud Peronista; con Perón tuvieron a su frente a un profes ional apolítico, y c o n Isabel a otro que simpatizaba con los grupos dere­chistas del régimen. P e r o luego d e jul io, cuando López Rega cayó en desgra­cia, comenzaron a prepararse paxa el golpe. El general Videla, nuevo coman­dante en jefe, al tiempo que se rxegaba a respaldar políticamente al gobierno

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|rt»is, le puso plazos -como tantas veces habían hecho antes los militares-, ;ró que la crisis económica y la política sumadas consumaran su deterioro

prparó su reemplazo. Luego de la renuncia de López Rega y Rodrigo, una alianza de políticos y Jfcalistas ensayó una salida: Italo Luder, presidente del Senado, reempla-•evemente a Isabel y se especuló con que el cambio fuera definitivo, por j m c i a o juicio político. Antonio Cafiero, un economista respetado y bien

plítcionado con los sindicalistas, intentó capear la crisis pero la inflación •matada, a la que se sumaba una fuerte recesión y desocupación, hicieron •Uposible restablecer el acuerdo entre gremialistas y empresarios. El Congre-m, de quien se esperaba que encontrara el mecanismo para remover a la fcraidenta. tampoco pudo reunir el respaldo necesario. El retorno de Isabel a • presidencia clausuró la posibilidad y a la vez agravó la crisis política que, fcimada a la económica, creó una situación de tensión insoportable y una fcrptación anticipada de cualquier salida. Muchos peronistas se convencie-k n de que la caída de Isabel era inevitable, y pensando en el futuro prefirieron ftvirar divisiones, acompañándola hasta el f i n , el 24 de marzo de 1976, cuan­do los comandantes militares la depusieron y arrestaron. Como en ocasiones

•interiores, el grueso de la población recibió el golpe con inmenso alivio y ' truchas expectativas.

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I. V I I . El Proceso, 19764983

El genocidio

il<* marzo de 1976 la Junta de Comandantes en Jefe, integrada por el f u l lorge Rafael Videla, el almirante Emilio Eduardo Massera y el briga-( Mando Ramón Agosti , se hizo cargo del poder, dictó los instrumentos |N> del llamado Proceso de Reorganización Nacional y designó presiden-

a Nación al general Videla, quien además continuó al frente del Ejér­zanla 1978. | caos económico de 1975, la crisis de autoridad, las luchas facciosas y la

Jfte presente cotidianamente, la acción espectacular de las organizacio-(ticrrilleras -que habían fracasado en dos grandes operativos contra uni -• militares en el Gran Buenos Aires y Formosa-, el terror sembrado por

J b l e A , todo ello creó las condiciono para la aceptación di ' un golpe de |d<» que prometía restablecer el orden y asegurar el monopolio estatal de la

• p i / . i , La propuesta de los militares -quienes poco habían hecho para impe­l i d que el caos llegara a ese extremo- iba más allá: consistía en eliminar de mU el problema, que en su diagnóstico se encontraba en la sociedad misma y •h l'i naturaleza irresoluta de sus conflictos. El carácter de la solución proyec­tóla podía adivinarse en las metáforas empleadas -enfermedad, tumor, extir-hfti Ion, cirugía mayor-, resumidas en una más clara y contundente: cortar I o n la espada el nudo gordiano.

I I tajo fue en realidad una operación integral de represión, cuidadosa-•Irnie planeada por la conducción de las tres armas, ensayada primero en luí umán -donde el Ejército intervino oficialmente desde 1975- y luego eje-

futada de modo sistemático en todo el país. Así lo estableció la investigación nali.'.ada en 1984 por la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Perso-nr. , la ('ONADEP, que creó el presidente Raúl Alfonsín, y luego la Justicia, que |u gó a los militares implicados y condenó a muchos de ellos. Los mandos •Hitares concentraron en sus manos toda la acción y los grupos parapolicia-I- • de distinto tipo que habían operado en los años anteriores se disolvieron

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o M- subordinaron a ellos. Las rres armas se asignaron diferentes .<>u»fl responsabilidad y hasta mantuvieron una cierta competencia para d r m m ^ | m: yor el icacia, lo quedio a lnoperación una fisonomía anárquica y tai • l«^H que, sin embargo, no implicó acciones casuales, descontroladas o invsp. • ) « bles, y l o que pudo haber de ello formó parte de la concepción genei.il < ! * • horrenda operación.

, La planificación general y la supervisión táctica estuvo en manos d ^ H más altos niveles de conducción castrense, y los oficiales superiores no t | H deñaron part ic ipar personalmente en tareas de ejecución, poniendo d<- i< U I ve el carácter institucional de la acción y el compromiso colectivo. Las >*r^fl nes bajaban, por la cadena de mandos, hasta los encargados de la ejccuC^H losl írupos de Pareas-integrados principalmente por oficiales jóvenes, >,M algunos suboficiales, policías y civiles-, que también tenían una orgamif l ción específica. La ejecución requirió también un complejo aparato a d m l f l H trativo, pues debía darse cuenta del movimiento -entradas, traslados y t^Lm das- de u n conjunto muy numeroso de personas. Cada detenido, d c s d l H momento en que era considerado sospechoso, era consignado en una íú l u f l un expediente, se hacía u n seguimiento, una evaluación de su situación y m tomaba una decisión final que correspondía siempre al más alto nivel m i l l l ^ f l La represión fue, en suma, una acción sistemática realizada desde el Esia.l»|l

Se trató de una acción terrorista, dividida en cuatro momentos prim \\*m les: el secuestro, la tortura, la detención y la ejecución. Para los secuc.MiiM cada grupo de operaciones -conocido como "la patota"- operaba prefereui#B mente de noche, en los domicilios de las víctimas, a la vista de su familia, q i M en muchos casos era incluida en la operación. Pero también muchas dcleflfl ciones fueron realizadas en fábricas o lugares de trabajo, en la calle, y a l g ú n » en países vecinos, con la colaboración de las autoridades locales. La opcia#| ción se realizaba con autos s in patente pero bien conocidos -los fatídiunl "Falcon verdes"-, mucho despliegue de hombres y armamento pesado, cniit«l binando el anonimato con la ostentación, todo lo cual aumentaba el busi a< 1 do efecto aterrorizados A l secuestro seguía el saqueo de la vivienda, perlci | cionado posteriormente cuando se obligó a las víctimas a ceder la propiedad ' de sus inmuebles, con t o d o lo cua l se conformó el botín de la horrenda opr ración.

El destino primero d e l secuestrado era la tortura, sistemática y prolonga da. L a "picana", el "submarino" —mantener sumergida la cabeza en un reí I píente con agua- y las violaciones sexuales eran las formas más comunes; ,se | sumaban otras que c o m b i n a b a n la tecnología con el refinado sadismo del personal especializado, {puesto ad servicio de una operación institucional d i

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jn«» era raro que participaran jefes de alta responsabilidad. La tortura , , l e duración indefinida, se prolongaba en la psicológica: sufrir simula-!

Jv lusilamiento, asistir al suplicio de amigos, hijos o esposos, comprobar | |od<is los vínculos con el exterior estaban cortados, que no había nadie M' Interpusiera entre la víctima y el victimario. En principio la tortura IM pura arrancar información y lograr la denuncia de compañeros, luga-fcpeiac iones, pero más en general tenía el propósito de quebrar la resis-l.i del detenido, anular sus defensas, destruir su dignidad y su personali-

i Muchos morían en la tortura, se "quedaban"; los sobrevivientes inicia-• tina detención más o menos prolongada en alguno de los trescientos! fruta centros clandestinos de detención -los "chupaderos"- que funcio- !

yltti en esos años y cuya existencia fue reiteradamente negada por las auto- j ítdrv Se encontraban en unidades militares - l a Escuela de Mecánica de la

•liada, Campo de Mayo, los Comandos de Cuerpo- pero generalmente en' prudencias policiales, y eran conocidos con nombres de macabra fantasía: Olimpo, el Vesubio, la Cacha, la Perla, la Escuelita, el Reformatorio, Pues-

• V i i M ' o , Pozo de Banfield... La administración y control del movimiento de p i e enorme número de centros da idea de la complejidad de la operación y jp> la cantidad de personas involucradas, así como de la determinación re-Min i ida para mantener su clandestinidad. En esta etapa final de su calvario, ||r duración imprecisa, se completaba la degradación de las víctimas, a me­llado mal heridas y sin atención médica, permanentemente encapuchadas o "taba ailas", mal alimentadas, sin servicios sanitarios. Muchas detenidas em­itan idas dieron a luz en esas condiciones, para ser luego despojadas de sus luí"-., de los cuales en muchos casos se apropiaban sus secuestradores. N o es

•Milano que, en esa situación verdaderamente límite, algunos secuestrados [huyan aceptado colaborar con sus victimarios, realizando tareas de servicio o Ik'oinpañándolos para individualizar en la calle a antiguos compañeros, to-ntvín libres. Pero para la mayoría el destino final era el "traslado", es decir, i n ejecución.

Esta era la decisión más importante y se tomaba en el más alto nivel upciacional, como la jefatura de cada uno de los cuerpos de Ejército, después tic un análisis cuidadoso de los antecedentes, potencial utilidad o "recupera-lalidad" de los detenidos. Pese a que la Junta Mi l i tar estableció la pena de muerte, nunca la aplicó, y todas las ejecuciones fueron clandestinas. A veces los cadáveres aparecían en la calle, como muertos en enfrentamientos o i n ­tentos de fuga. En algunas ocasiones se dinamitaron pilas enteras de cuerpos, tomo espectacular represalia a alguna acción guerrillera. Pero en la mayoría ile los casos los cadáveres se ocultaban, enterrados en cementerios como per-

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210 BREVE HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE LA ARGENTINA

sonas desconocidas, quemados en fosas colectivas que eran cavadas | * ^ H propias víctimas antes d e ser fusiladas, o arrojados al mar con bloqut^H cemenco, luego de ser adormecidos con una inyección. De ese nudo ( f l hubo muertos sino "desaparecidos".

Las desapariciones se produjeron masivamente entre 1976 y 197N,' I n f l nio sombrío, y luego se redujeron a una expresión mínima. Fue un vcnUfef l

¡genocidio. La comisión q u e las investigó documentó nueve m i l casos, ) H indicó q u e podía haber muchos otros no denunciados, mientras que las o j H nizaciones defensoras de los derechos humanos reclamaron por 30 mil d f f l parecidos. Se trató er.su mayaría de jóvenes, entre 15 y 35 años. A l g i a » pertenecían a las organizaciones armadas: el ERP fue diezmado entre l ( ' 7 f l 1976, y a la muerte de Roberto Santucho, en jul io de ese año, poco q u e d o » la organización. La organización Montoneros, que también experimentó I t f l tes bajas en sus cuadros, siguió operando, aunque tuvo que limitarse a ai e f l nes terroristas - h u b o algunos asesinatos de gran resonancia, como el del | t f l de la Policía Federal-desvinculadas de la práctica política, mientras su i i t f l ducción y cuadros principales emigraron a México. Lo cierto es que cu, unid la amenaza real de las organizaciones cesó, la represión continuó su man I. • Cayeron militantes de organizaciones políticas y sociales, dirigentes gremufl les de base, con actuación en las comisiones internas de fábricas -alguitiB empresarios solían requerir al efecto la colaboración de los responsables m | litares-, y junto con ellos militantes políticos varios, sacerdotes, inteleeuinl les, abogados relacionados con la defensa de presos políticos, activista, fl organizaciones de derechos humanos, y muchos otros, por la sola razón de •< i parientes de alguien, figurar en una agenda o haber sido mencionados en una sesión de tortura. Pero más allá de los accidentes y errores, las víctimas fue» ron las queridas: con el argumento de enfrentar y destruir en su propio te in no a las organizaciones armadas, la operación procuraba eliminar todo ai l l vismo, toda protesta social -hasta un modesto reclamo por el boleto escolat , toda expresión de pensamiento crítico, toda posible dirección política del movimiento popular que se había desarrollado desde mediados de la década anterior y que entonces era aniquilado. En ese sentido los resultados fucú ai exactamente los buscados.

Las víctimas fueron muchas, p e r o el verdadero objetivo eran los vivos, el con junto de la sociedad que, antes de emprender su transformación profun da, debía ser controlada y dominada por el tenor y la palabra. El Estado M desdobló: una parte, clandestina "y terrorista, practicó una represión sin res ponsables, eximida de responderá los reclamos. La otra, pública, apoyada en un o r d e n jurídico que e l l a misms estableció, silenciaba cualquier otra voz,

EL PROCESO, 1976-1983 211

¡pin desaparecieron las instituciones de la República, sino que fueron Jindas autoritariamente la confrontación pública de opiniones y sumis-

Hpnsión. Los partidos y la actividad política toda quedaron prohibidos, • t l i i o los sindicatos y la actividad gremial; se sometió a los medios de >íi a una explícita censura, que impedía cualquier mención al terrorismo

J | | y sus víctimas, y artistas e intelectuales fueron vigilados. Sólo quedó |N" del Estado, dirigiéndose a un conjunto atomizado de habitantes, p i discurso, masivo y abrumador, retomó dos motivos tradicionales de la • m i política argentina y los desarrolló hasta sus últimas y horrorosas con-HMMK ias. El adversario -de límites borrosos, que podía incluir a cualquier • I r disidente- era el no ser, la "subversión apatrida" sin derecho a voz o a

IMI ' IH ia, que podía y merecía ser exterminada. Contra la violencia no se l l i i i cntó en favor de una alternativa jurídica y consensual, propia de un tul i republicano y de una sociedad democrática, sino de un orden que era, I r a l i d a d , otra versión de la misma ecuación violenta y autoritaria. Wí terror cubrió la sociedad toda. Clausurados los espacios donde los indi-

%|du is podían identificarse en colectivos más amplios, cada uno quedó solo e •wlelenso ante el Estado aterrorizador, y en una sociedad inmovilizada y sin fruí» uní se impuso -como ha señalado Juan Corradi - la cultura del miedo. JrVimnos no aceptaron esto y emigraron al exterior -por una combinación MMiablc de razones políticas y profesionales- o se refugiaron en un exilio • t t r i i o r , en ámbitos recoletos, casi domésticos, practicando el mimetismo a la espera de la brecha que permitiera volver a emerger. La mayoría aceptó el

•lm urso estatal, justificó lo poco que no podía ignorar de la represión con • I nigumento del "por algo será", o se refugió en la deliberada ignorancia de p i q u e sucedía a la vista de todos. Lo más notable, sin embargo, fue una suerte t l r asunción e intemalización de la acción estatal, traducida en el propio • M i l rol , en la autocensura, en la vigilancia del vecino. La sociedad se patru­llo a sí misma, se llenó de kapos, ha escrito Guil lermo O'Donnel l , asombrado |>oi un conjunto de prácticas que -desde la familia a la vestimenta o las creen-l l . i s revelaban lo profundamente arraigado que en ella estaba el autoritaris-.Itio que el discurso estatal potenciaba.

El gobierno militar nunca logró despertar n i entusiasmo n i adhesión explí-i ita en el conjunto de la sociedad, pese a que lo intentó, a mediados de 1978, i liando se celebró el Campeonato Mundial de Fútbol y las máximas jerarquías .isist ieron a los estadios donde la Argentina obtuvo el título, y a fines de ese tif io cuando, agitando el más turbio sentimiento chauvinista, poco faltó para iniciar una guerra con Chile. Sólo obtuvo pasividad, pero le alcanzó para enca­rar las transformaciones profundas que -en su prospecto- habrían de eliminar

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212 BREVE HISTORIACONTEMPORÁNEA DE LA ARGENTINA

definitivamente los conflictos de la sociedad, y cuyas primeras c o J cias - l a fiebre especulativa-contribuyeron por otra vía a la atomizad., sociedad y a la eliminación de cualquier posible respuesta.

ha economía imaginaria: la gran transformación i

Esa transformación fue conducida por José Alfredo Martínez de fio;-, inmiM tro de Economía durante los cinco años de la presidencia de Videla. C ' i m l H asumió, debía enfrentar una crisis cíclica aguda -inflación desatada, m i sión, problemas en la balanza de pagos-, complicada por la crisis p o l t t u f l social y el fuerte desafío de las organizaciones armadas al poder del Esiadu I J represión inic ia l , que descabezó la movilización popular, sumada a una p f l tica anticrisis clásica-más o menos similar a todas las ejecutadas desde I ^ H permitió superar la coyuntura. Pero esta vez las Fuerzas Armadas y los setffl res del establishment que las acompañaban habían decidido ir más lejos. I n -a diagnóstico, la inestabilidad política y social crónica nacía de la i m p o t e i f l del poder político ante los grandes grupos corporativos -los trabajadotl^M ganizados pero también los empresarios- que alternativamente se enfn nl(É ban, generando desorden y caos, o se combinaban, unidos por una lótftfl peculiar, para utilizar en beneficio mutuo las herramientas poderosas del M tado intervencionista y benefactor. Una solución de largo plazo debía i , im biar los datos básicos de la economía y así modificar esa configuración si » y política crónicamente inestable. N o se trataba de encontrar la fórmul.i i crecimiento -pues se juzgaba que a menudo allí anidaba el desorden- sino • del orden y de la seguridad. I n v i n i e n d o lo que hasta entonces -de Perón i Perón- habían sido los objetivos de las distintas fórmulas políticas, se bihcJ solucionar los problemas que la economía ponía a la estabilidad política, m era necesario a costa del propio crecimiento económico.

Según un balance que progresivamente se imponía, cuyas implicación ha puesto en evidencia A d o l f o Canitrot, el Estado intervencionista y beiie-factor, tal como se había constituido desde 1930, era el gran responsable del desorden social; en cambio, el mercado parecía el instrumento capaz de di ciplinar por igual a todos los actores, premiando la eficiencia e impidiendo los malsanos comportamientos corporativos. Este argumento, que como »• verá llegó a dominar e n los discursos y en el imaginario, oscureció lo que luí», en definitiva, la solución de f o n d o : al final de la transformación que coinlu jo Martínez de Hoz, e l poder económico se concentró de tal modo en un conjunto de grupos empresarios, trasnacionales y nacionales, que la puja COI

EL PROCESO, 1976-1983 213

n negociación ya no fueron siquiera posibles. Esta transformación B producto de fuerzas impersonales y automáticas: requirió de una

'I t l t t - i vención del Estado, para reprimir y desarmar a los actores del | |H|Hnativo, para imponer las reglas que facilitaran el crecimiento de Retimos y aun para trasladar hacia ellos, por la clásica vía del Estado, • del conjunto de la sociedad que posibilitaron su consolidación.

p|n u. ion de esa transformación planteaba un problema político, que ha l l Jorge Schvarzer: la conducción económica debía en primer lugar du-

p\< >der un tiempo suficientemente prolongado, y luego crear una situa-I(III , más allá de su permanencia, fuera irreversible. El ministro de Econo-jf n i guipo permanecieron durante cinco años: la irreversibilidad de la

|ón que crearon se manifestó inmediatamente después de su salida, cuan-•u. esores intentaron cambiar algo el rumbo y fracasaron rotundamente,

i l l l n e z de Hoz contó inicialmente con u n fuerte apoyo, casi personal, urbanismos internacionales y los bancos extranjeros -que le permitió

i varias situaciones difíciles- y del sector más concentrado del esta-

lew económico local. La relación con los militares fue más compleja, |*Min por sus profundas divisiones -entre las armas y aun entre facciones-

•> expresaban en apoyos, críticas o bloqueos a su gestión, y en parte por JO que entre ellos tenían muchas ideas y concepciones que en el plan del Iftlti»debían ser cambiadas, y con las que tuvo que encontrar algún punto

h u n d o . Fue una relación conflictiva, de potencia a potencia. Los mil i ta-|ii/i;aban que el descabezamiento del movimiento popular, la eliminación

Mi» ctandes instrumentos corporativos y la fuerte reducción de los ingresos lo-» Menúes trabajadores debía equilibrarse, por razones de seguridad, con hi.intenimiento del pleno empleo, de modo que la receta recesiva más

Ii , i estaba descartada. También tenían los militares una visión más tradi-•ii.il de la cuestión del Estado, o al menos de la parte de él que aspiraban a la |ai en beneficio personal o corporativo. Pero muchos de los que acepta-

Mi I.i piopuesta básica de eliminar la participación del Estado en la transfe-la .le ingresos exigieron en cambio la supervivencia de las empresas esta-

I» generalmente conducidas por oficiales superiores- y la expansión del •Mil. • público, lo que también bloqueó la clásica receta recesiva y supuso a la •fUa un fracaso en el plan del ministro. Las relaciones con los empresarios Imnp. i. o fueron fáciles, debido a la cantidad de intereses sectoriales que de-l»l.in ser afectados; para imponerse, fue decisiva la inflexibilidad del minis-•lo, unida a su capacidad de predicador, mostrando la tierra prometida al (In .1 de la travesía del desierto, con una seguridad mayor cuanto más la rea­lidad parecía desmentir sus pronósticos. Pero su arma de triunfo principal fue

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• i I IIREVE HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE LA ARGENTINA 1

haber c o l o c a d o durante variosaños a la economía en una situación de t i l ^ H Ébllidad tal que sólo e r a posible seguir avanzando, guiados por el mi 4 piloto, s o riesgo de una catástrofe; cuando esto dejó de funcionar, la u m i . n t l oración y e l endeudamiento ya habían creado los mecanismos definí! i \ . . . . f l disciplinamiento y control. i

Las primeras medidas ele! equipo ministerial, que cubrieron largament^H primer a ñ o , no dieron idea del rumbo futuro. Luego de intervenir la ex ¡ i y \^L\ principales sindicatos, reprimir a los militantes, intervenir militarmente chas fábricas, suprimirlas negociaciones colectivas y prohibir las huelga», congelaron los salarios por tres meses con lo que -dada la fortísima infla» l i H f l cayeron e n términos reales alrededor del 40%. El Estado pudo superar su cit y las empresas acumular, l<1 q le sumado a los créditos externos rápidatui n l f l otorgados permitió superar la crisis cíclica sin desocupación.

Desde mediados de 1977 -y a medida que la conducción se a f i r m a h f l comenzaron a plantearse las grandes reformas, que supusieron trastornai l i f l normas básicas c o n que había funcionado la Argentina desde 1930. La relofil ma financiera acabó con una de las herramientas del Estado para la t r a n s M rencia de ingresos entre sectores: la regulación de la tasa de interés, la es la I tencia de crédito a tasas negativas y la distribución de este subsidio scgnttl normas y prioridades fijadas por las autoridades. Profundizando un mecaiilail mo que ya operaba desde 1975, se liberó la tasa de interés, se autorizo I f l proliferación de bancos e instituciones financieras y se diversificaron las olei i .• -títulos y valores indexados de todo tipo, emitidos por el Estado, se s u m a r f l a los depósitos a plazo f i jo , preferidos por los ahorristas- de modo que, en un clima altamente especulativo, la competencia mantuvo alta las tasas de i n f l res, y con ella la inflación, que e l equipo económico prácticamente num a pudo o quiso reducir. E n la nueva operatoria se mantuvo una norma de la vieja concepción: el Estado garantizaba no sólo los títulos que emitía sino loa depósitos a plazo fijo, tomados a tasa libre por entidades privadas, de modo que ante una eventual quiebra devolvía el depósito a los ahorristas. Esta com­binación de liberalización, eliminación de controles y garantía generó un mecanismo que llevó pronto a t o d o el sistema a la ruina.

La segunda gran mod ificaciór» fue la apertura económica y la progresiva 'eliminación de los mecanismos clásicos de protección a la producción lo cal, vigentes desde 1930. Se d isminuyeron los aranceles, aunque en forma .despareja y selectiva, y como posteriormente se agregó la sobrevaluación ¡del peso, la industria l o c a l debió» enfrentar la competencia avasallante de Una masa de productos i m p o r t a d o s de precio ínfimo. La fiebre especulativa ganó a toda la población!, que p ara defender el valor de su salario debía

EL PROCESO, 1976-198 3 21 5

«rio a plazo fi jo por unos pocos días o ensayar alguna otra martingala Élnesgada; junto con el alud de productos importados de precio míni-|urton los fenómenos salientes de esta transformación profunda y pro­pínente destructiva.

M Iransformación se completó con la llamada "pauta cambiaría", una l ld. i < le importancia adoptada en diciembre de 1978, poco después de que l U M u l Videla fuera confirmado por la Junta Mil i tar por tres años en la |duuia, aventando amenazas sobre la estabilidad del ministro. El gobier-||ó una tabla de devaluación mensual del peso, gradualmente decrecien-pata llegar en algún momento a cero. Se adujo que se buscaba reducir la ll'lón y establecer alguna previsibilidad, pero como la inflación subsistió,

« i se revaluó considerablemente respecto del dólar. La adopción de la ítti cambiaría coincidió con una gran afluencia de dinero del exterior, or i ­llado en el reciclamiento que los bancos internacionales debían hacer de i * d< dares generados por el aumento de los precios del petróleo, que en 1979

^•Vieron a subir notablemente. El flujo de dólares -origen del fuerte endeu-pttucnto externo- rué-común en roda América Latina y en muchos países m\r Mundo, pero en la Argentina lo estimuló la posibilidad de tomar-n y colocarlos sin riesgo aprovechando las elevadas tasas de interés Ínter-Ha., pues el Estado aseguraba la estabilidad del valor con que serían recom-

b l i n l o s . Pero la "tablita" - t a l el nombre popular de la pauta cambiaría- no pt»tó para reducir n i las tasas de interés n i la inflación, en buena medida por p l iuortidumbre creciente a medida que la sobrevaluación del peso anticipa-I b una futura y necesaria gran devaluación. Mientras se constituía la base de I n deuda externa, esta "bicicleta" se agregaba a la "plata dulce" y los "impor-(|ndos coreanos" para configurar la apariencia folclorica de una modificación austancial de las reglas de juego de la economía.

Su verdadero corazón se hallaba ahora en el sector financiero, donde se •encentraron los beneficios. Se trataba de un mercado altamente inestable, pues la masa de dinero se encontraba colocada a corto plazo y los capitales podían salir del país sin trabas, si cambiaba la coyuntura, de modo que, antes que la eficiencia o el riesgo empresario, allí se premiaba la agilidad y la espe-

lación. Muchas empresas compensaron sus fuertes quebrantos operativos ( lliaciou. i v m u i Q j j - m ^ . ^ u uní ganancias en la actividad financiera; muchos bancos se convirtieran en el centro de una importante red de empresas, generalmente endeudadas con ellos y compradas a bajo precio. Muchas empresas tomaron créditos en dóla­res, los emplearon en reequiparse o los colocaron en el circuito financiero, y para devolverlos recurrieron a nuevos créditos, una cadena de la felicidad que, como era previsible, en un momento se cortó.

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216 BREVE HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE LA ARGENTINA

El m o m e n t o llegóa principios de 1980. Mientras la economía i m . i ' i n f l del mercado financiero rodaba hacia la vorágine, la economía real a ^ i i ^ f l ba. Las altas tasas de interés eran inconciliables con las tasas de benelu I ^ H modo q u e n inguna actividad era rentable n i podía competir con la cspi. i | H ción, Todas las empresas tuvieron problemas, aumentaron las quiebras, j ^ H acreedores financieros, que comenzaron a ver acumularse los crédito'. n . . f l brables, buscaron solucionar sus problemas captando más depósitos, d . > * f l do así a ú n más la tasade interés, lo que ponía en evidencia las consccueii^H de garantizar los depósitos y ala vez eliminar los controles a las instituí li ' i f l financieras. En marzo de 1980, finalmente, el Banco Central decidió la < i ' * f l bra del banco privado más grande y de otros tres importantes, que a su y f l eran cabezas de sendos grupos empresarios. Hubo una espectacular c o r ^ H bancaria, que e l gobierno logró frenar a costa de asumir todos los pasivo» fl los bancos quebrados, que en un año llegaron a representar la quinta p i t f f l del sistema financiero.

El problema financiero se agravó a lo largo de 1980, y desde entont i f l hasta el f i n del gobierno militar la crisis fue una constante. En marzo de I 9 f l debía asumir el nuevo presidente, general Roberto Marcelo Viola. Se v f l lumbraba que Martínez de Hoz dejaría el ministerio, y con él cesaría la v f l gencia de la "tablita", prenunciada por una masiva emigración de divisas, H gobierno debió endeudarse para cubrir sus obligaciones - l a deuda púhlufl empezó a sumarse a la privada- y finalmente tuvo que abandonat la p a r i d f l cambiaría sostenida. A lo largo de 1981, y ya con la nueva conducción ei >m nómica, el peso fue de valuado en un 400%, mientras la inflación recrudecida llegaba al 100% anual. La devaluación fue catastrófica para las empresas eii«l deudadas en dólares y e l Estado, que ya había absorbido las pérdidas del sisu<«| ma bancario, terminó en 1982 nacionalizando la deuda privada de las empu««| sas, muchas de las cuales los propios empresarios ya habían cubierto con sall«l das de dólares no declaradas.

L a era de la "plata dulce" terminaba; probablemente muchos de sus bene ficiarios no sufrieron las consecuencias del catastrófico f inal , pero la soca-dad toda debió cargar con las pérdidas. La suba de las tasas de interés en Estados Unidos indicó la aparición de un fuerte competidor en la captación 1

de fondos financieros. E n 198Z México anunció que no podía pagar su deuda externa y declaró una moratoria. Fue la señal. Los créditos fáciles para loi países latinoamericanos se cor taron , mientras los intereses subían espectacu larmente, y con ellos eL monto de la deuda. En 1979, ésta era de 8.500 millo­nes d e dólares; en 1981 superaba los 25 mi l y a principios de 1984 los 45 mil . Los acreedores externos come Tizaron a imponer condiciones. Deshecho el

EL PROCESO, 1976-1983 217

Ututo financiero, la deuda externa ocupó su lugar como mecanismo

hilador.

IM economía real: destrucción y concentración

M i n o a la economía "real", hubo u n giro total respecto de las políticas •In» en las décadas anteriores. El valor asignado al mercado interno fue •Miado y se reclamó prioridad para las actividades en las que el país

\ majas comparativas y podía competir en el mercado mundial . El lio dr proteger la industria -a la que se achacó su falta de competitivi-

ln. ieemplazado por el del premio a la eficiencia, y fue abandonada la m que el crecimiento económico y e l bienestar de la sociedad se asocía­te »n la industria. Se trataba de un cuestionamiento similar al del resto

Mundo capitalista, peto la respuesta local fue mucho más destructiva que telaiui. i iva.

I ii • .1 ra regia centrada en el fortalecimiento del sector financiero, la aper-fcffM, 11 endeudamiento y -como se verá- el crecimiento de algunos grupos r . i l idos en distintas actividades, no benefició particularmente a ninguno

lo glandes sectores de la economía. Por el contrario, Martínez de Hoz HlHi 11 •' v •. conflictos con todos, aunque no encontró ninguna resistencia con-

C. I . nn I I sector agropecuario se encontraba en 1976 en situación óptima: Peinaba su formidable expansión productiva en momentos en que se abrían

B|Vos mercados, particularmente el de la Unión Soviética, afectada por el f t l i l ' . u r o cerealero norteamericano, al tiempo que el gobierno eliminaba las

f i n u aies a la exportación. Pero la sobrevaluación del peso llevó a los pro-i . iies a una pérdida de ingresos y a una situación crítica, que culminó en

,MMó C'.Sl. Los ingresos del sector agropecuario pampeano, que en etapas 4nn dores subsidiaban a la industria, en la ocasión se trasladaron al sector l l n ii» nao y a través de él a la compra de dólares o de artículos importados. _ t i r i t o , i uando la debacle cambiaría los volvió a colocar en buenas condicio-r>» la modificación de las condiciones en los mercados internacionales pro-non i su crisis.

I'oi la pérdida de su tradicional protección, la industria sufrió la compe-• • o- ia i le los artículos importados, que se sumó al encarecimiento del crédi­to, la supresión de la mayoría de los mecanismos de promoción y la reduc-llón del poder adquisitivo de la población. El producto industrial cayó en los Éflint ios cinco años alrededor del 20%, y también la mano de obra ocupada. Muí lias plantas (abriles cerraron y en conjunto el sector experimentó una

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218 BREVE HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE LA ARGENTINA

verdadera involución.Lo másgrave fue que la reestructuración de la .•• i dad,en lugar de mejorar la eficiencia supuso, como planteó Jorge Kaiid verdadera regresión. Los sectores más antiguos e ineficientes, como el I y el de confecciones, fueron barridos por la competencia, pero también i-« taron m u y golpeados aquellos nuevos, como el metalmecánico o el clo^Lj nico, que habían progresado notablemente. En momentos en que en >m campos se producía en e l mundo un avance tecnológico notable, la b i * f l que separaba a la Argentina, que se había reducido en los veinte años i i l f l riores, volvió a ensancharse de manera irreversible. Las ramas indi M U i l f l que crecieron y se beneficiaron con la reestructuración fueron sobre todo |J que elaboraban bienes intermedios: celulosa, siderurgia, aluminio, p c l m ^ | mica, petróleo, cemento, que emplean intensamente recursos n a i u i i l d -mineral de hierro, carbón, madera- y tienen un efecto dinamizador i n t t f l mucho menor que las anteriores. Las escasas empresas dedicadas a estas * u f l vidades, sumadas a las automotrices, se beneficiaron de los regímenes de p f l moción establecidos antes de 1975 y que el nuevo gobierno mantuvo, y i . i l B bien de una protección arancelaria ad hoc, en el caso del papel de diario n f l los automotores. Proyectadas en un tiempo en que se suponía que el c t e f l miento industrial se iba a profundizar, estas empresas se encontraron limit J das por la dimensión del mercado interno, y en muchos casos se convirt letón en exportadoras.

Si bien el sector industrial perdió mucha mano de obra, en el conjunto di la economía la desocupación fue escasa, tal como la conducción militar fl había requerido al ministro. Hubo transferencias de trabajadores, en alguno! casos de las grandes empresas —con más posibilidades de reducir sus a w t f l laborales- hacia las medianas y pequeñas, y de la industria hacia los si cios: hubo muchos trabajadores que cambiaron su empleo asalariado p actividad por cuenta propia. L a mayor expansión se produjo en la cons ción y sobre todo en las obras públicas: el gobierno se embarcó en una . de grandes proyectos, algunos relacionados con el Campeonato Mundii Fútbol y otros con el mejoramiento de la infraestructura urbana, coni autopistas de la Capital, aprovechando los créditos extemos baratos. E., primeros años el gobierno hizo u n esfuerzo sistemático para mantener los sal; rios bajos, pese a la escasa desocupación: hubo una fuerte caída del sal; real y d e la participación del ingreso personal en el producto, que pasó de 45% e n 1974 al 25% en 1976, rpara subir al 39% en 1980. Por entonces,. gobierno permitió una mayor lib>ertad a los trabajadores para pactar sus con diciones, pero sin la presencia s i n d i c a l , lo que estimuló el aumento de Ifl diferencias entre actividades y exnpresas. A partir de 1981, la crisis, la infla

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EL PROCESO, 1976-1983 2L9

• In recesión hicieron descender dramáticamente tanto la ocupación leí salatio real. En vísperas de dejar el poder, los gobernantes militares niI.in exhibir en este campo ningún logro importante,

. i i i i i u K > la burbuja financiera se derrumbó, quedó en evidencia que la prin-Jíonsccuencia de la brutal transformación había s ido- junto con la deuda fn.i una fuerte concentración económica. A diferencia del anterior pro-i«I* 11 mcentración, entre 1958 y 1963, elprincipal papel no correspondió a •lptesas extranjeras. N o hubo en estos años nuevas instalaciones de im­am ia, y en cambio algunas grandes empresas se retiraron, y otras vendie-mi'. activos, aunque se reservaron el papel de proveedoras de partes y de

lol i 'cía, como en el caso de algunas de las fábricas de automotores. A dife-J|M ile veinte años atrás, el mercado interno, en franca contracción, resulta-•pisamente atractivo; por otra parte, pata estas empresas cuya ventaja resi-fen la posibilidad de planificar su actividad a un plazo mediano o largo no Mi i l manejarse en forma eficiente en u n medio altamente especulativo, en

i|in las decisiones diarias significaban grandes ganancias o grandes pérdidas don. Ir los empresarios locales tenían ventaja. Lo cierto es que, junto con linas trasnacionales, crecieron de modo espectacular unos cuantos grandes l|ms locales, directamente ligados a un empresario o una familia empresarial liosos, como Macri, Pérez Companc, Bulgheroni, Fortabat, o trasnacionales

• M i I I ou fuerte base local como Bunge y Bom o Techint. Así, el establishment f l o m iliaco adquirió una fisonomía original,

•din algunos casos esto fue el resultado de la concentración en una rama de • l i v i d a d , que coincidió con la reestructuración y racionalización de la pro-Mki ton y el cierre de plantas ineficientes. Así ocurrió con el acero, y tam-

ti con los cigarrillos, una actividad donde tres empresas extranjeras reu-l l l i ion toda la actividad. Pero los casos más espectaculares fueron los de los •mglomerados empresariales, que combinaron actividades industriales, de • r v i c i o , comerciales y financieras, tanto por una estrategia de largo plazo

Mr diversificación y reducción del riesgo como - e n el contexto fuertemente •Reculat ivo- por la búsqueda de distintos negocios de rápido rendimiento. 111. grupos que crecieron contaron habitualmente con un banco o una insti­tuí ion financiera que les permitió manejarse en forma rápida e independíen­le en el sector donde, por unos años, se obtuvieron las mayores ganancias; pi io muchos de los grupos que hicieron d e l banco el centro de su actividad

Wesaparecieron luego de 1980. Sobrevivieron los que capitalizaron sus bene­ficios comprando empresas en dificultades, con las que constituyeron los con­glomerados. Lo decisivo fue, sin embargo, establecer en torno de alguna de las empresas una relación ventajosa con e l Estado.

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220 BREVE HISTORIACONTEMPORÁNEA DELA ARGENTINA

En los años caí que Martínez de Hoz condujo la economía, el l-Nt.itfcfl lizóimportantes obras públicas -desde autopistas a una nueva cerní >l d i trica a tómica— paralas que contrató a empresas de construcción <• d. nía niería. Por o t r a parte, las empresas del Estado adoptaron como n u i l prival i ar parí e de susa< l ividades, contratando con terceros el summhif f l equipos - c o m o con los teléfonos-o la realización de tareas, como lu. • • ti las tareas de extracción, y entorno de esas actividades se constituyeron >\á ñas de las más poderosas empresas nuevas. Las empresas contratista-. > (• 1 1 tado se beneficiaron primero con las condiciones pactadas y luego u i f l mecanismo de ajustai los costos al ritmo de la inflación que, dada la i i i t f f l

tudde ésta y las dificultades del gobierno para cumplir puntualmente i o M compromisos, terminaba significando un beneficio mayor aún que el i f l obra misma. Otras empresas aprovecharon los regímenes de promoción, fl aunque en general se redujeron, continuaron existiendo para proyecn>s t>fl cíficos. Esos regímenes posibilitaban importantes reducciones impo»||fl avales para créditos baratos, seguros de cambio para los créditos en d o l f l monopolización del mercado interno, decisivo en el caso del papel de dltffl o suministro de energía a bajo costo, muy importante para las acería» fl fábrica de aluminio. De ese modo muchos grupos empresarios, a menudo 4 experiencia importante en el campo, podían constituir su capital con i f f l mos aportes propios.

Esta política implicaba notables excepciones respecto de las política» m generales, en beneficio de empresarios específicos, y era el resultado de i 4| cidades también específicas para negociar con el Estado, obtener ventnj.u i los contratos, mecanismos adicionales de promoción, concesiones en los ai id dos por "mayores costos", todo lo cual era el resultado de nuevas forma» d colusión de intereses. Gracias a ellos, estos grupos pudieron crecer sin t i l gos, a l amparo del Estado, y e n u n contexto general de estancamiento. A i mularon una fuerza t a l , que e n el futuro resultaría muy difícil reven n Ii condiciones en que actuaban, y junto con los acreedores extranjeros se ofl virt ieron en los nuevos tutores del Estado.

Achicar el Estado -y silenciar a la sociedad

La reducción de funciones d e ] Estado, su conversión en "subsidiario", |J uno d e los propósitos más f i rmemente proclamados por el ministro Martfefl de H o z , recogiendo un argumemto que circulaba con fuerza creciente en tóf l el mundo capitalista, donde estaban en plena revisión los principios del E.t .

EL PROCESO, 1975-1983 221

lyM.i y benefactor, constituido e n l a Argentina, sucesivamente, en \f m 1945. Tradicionalmente defendido por los sectores rurales, el libe-

I económico nunca había encontrado eco n i entre los empresatios fulmente beneficiarios del apoyo estatal- n i entre los militares, en quie-"ttiba mucho la impronta del estatismo y la autarquía. El ministro obtu-

huportante victoria argumentativa cuando logró ensamblar la predi-|N lucha antisubversiva con el discurso contra el Estado, e incluso con-llulustrialismo. U n Estado fuerte y regido democráticamente resultaba

IpIlKioso instrumento si estaba, aunque fuera parcialmente, en manos de •flotes populares, como lo mostraba la experiencia peronista; pero aun • f democrático, generaba inevitablemente relaciones espurias entre gru-lle empresarios y sindicatos, lo que por otra vía llevaba al mismo resulta-t»» bistoria de las últimas cuatro décadas ofrecía abundantes ejemplos fftte argumento, que implícitamente terminaba encontrando la raíz del f de los trabajadores - e l gran obstáculo para lo que se estimaba u n fun-

^Bliucnto normal de la sociedad- en el desarrollo industrial, artificial y libado por la sociedad a través del Estado. La panacea consistía en reem-V la dirección del Estado por la del mercado -automático, l impio, im-H»,il , que mediante la racional asignación de recursos, de acuerdo con

pin leticia de cada uno, destruiría toda posibilidad de colusión entre cor-mIones. Paradójicamente, el ministro se propuso utilizar todo el poder

I l'Mado para imponer por la fuerza la receta liberal y redimensionar al pío mismo.

Asi, buena parte de la política de Martínez de Hoz entre 1976 y 1981, pililo el gobierno militar pudo operar con escasas resistencias, tuvo como Ipósito desmontar los instrumentos de dirección, regulación y control de fionomía que se habían construido desde 1930: el control de cambios, la |iilación del crédito y la tasa de interés, y la política arancelaria. Cuando

^ lltlluencia del ministro declinó, y el gobierno todo se vio sumido en una Hftl», correspondió a los acreedores extemos la vigilancia y presión sobre los ^flternos para que mantuvieran la política de apertura y liberalización. Co-• o buena parte de los militares eran reacios a que el Estado se desprendiera ||i las empresas de servicios públicos o de aquellas otras ligadas con sus crite-M I H de autarquía, la política fue en ese terreno menos directa, combinando p í a descalificación genérica -se afirmaba que el Estado las administra inefi -l l i l i lemente- con su deliberada corrupción y destrucción: los mejores cua-H * de su administración fueron alejados p o r los bajos sueldos, se toleró todo |lp<> de colusiones con los dirigentes sindicales, y las bajas tarifas que se esta-M» > leron crearon un desastre financiero, agravado posteriormente por la re-

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BREVE HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE LA ARGENTINA

currencia sistemática a créditos extemos. La llamada privanza, mu |. q f l ca, realizada s i n control n i regulación alguna, permitió crecer a su .. • n \competidores privados—confrecuencia sus directivos eran puestir. d u*M de las empresas públicas- y capacitarlos en un negocio en el cual I.i • estatal les transfería su larga experiencia. Así las empresas de ser\. i. l<-« entonces relativamente eficientes, se deterioraron, se endeudaron \• ron para hacer crecerá las contratistas privadas, mientras que pot < >tu i - t f l el Estado se hacía cargo de infinidad de empresas y bancos cpieln.nl | M obra de su política económica. 1

Se trataba de una manera paradójica de achicar el Estado. El i m u i i f l liberalizador ejerció una verdadera dictadura sobre la economía, i nnd... i.jfl con una unidad de criterio que contrastaba con la an;írquica fraginentit^H del poder mil i tar . La libertad de mercado se construía por la fuerza, \ • | \M leticia era la ultima ratio. Pero si ése era el verdadero objetivo, los i c s u l n i f l fueron no sólo magros sino hasta exactamente contrarios. Antes que OMII^H lar la eficiencia, el Estado premió a los que sabían obtener de él d i . t i i t M tipos de prebendas, por mecanismos no demasiado diferentes de los q u f H había criticado, aunque naturalmente el actor sindical había sido c l i i m u i i i H N i siquiera mejoró la eficiencia del Estado en el campo que le era int i i i o f f l e intransferible: la recaudación y asignación de recursos fiscales, proclamada aspiración a lograr el equilibrio presupuestario, central d r q f l la perspectiva adoptada para contener la inflación, el gasto público crin I f t H forma sostenida, alimentado primero con la emisión y luego con el cn.l. miento externo. Una parte importante tuvo como beneficiario directo ,i lu j Fuerzas Armadas, que se reequiparon con vistas al conflicto con Chile p f f l mero y con Gran Bretaña por las Malvinas después, y otra también con .ld#J rabie se destinó a programas de obras públicas de dimensión faraónica. I . . . espacios para las negociaciones espurias se multiplicaron debido a que \m tres Fuerzas Armadas se repartieron prolijamente la administración del l".t i do y la ejecución de las obras públicas, multiplicando las demandas de reí \M sos. Se gastaba por varias ventanillas a la vez, sin coordinación entre < II i - u n aspecto más de la falta de u n i d a d de conducción política-, lo que suin.e do a la inflación, que tornaba imprevisible lo que efectivamente cada nuil recibiría, hizo borrosa la misma existencia de un presupuesto del Estado.

El Estado se vio afectado de f o r m a más profunda aún. El llamado Pro< < • de Reorganización Nacional supuso la coexistencia de un Estado terrorisi.i clandestino, encargado d e la represión, y otro visible, sujeto a normas, est.i blecidas por las propias autoridades revolucionarias pero que sometían si 11 acciones a una cierta j u r i d icidad. En la práctica, esta distinción no se mantu

i in V.S(

EL PROCESO, 1976-1983 213

lutado ilegal fue corroyendo y corrompiendo al conjunto de las insti-• del Estado y a su misma organización jurídica.

pinuera cuestión oscura era dónde residía realmente el poder, pues H i|H< la tradición política del país e r a fuertemente presidencialista, y a

fclldnd de mando fue siempre u n o de los principios de las Fuerzas |n\a autoridad del presidente - a l principio el primero entre sus pares, ) h l sicpiiera eso- resultó diluida y sometida a permanente escrutinio y í l n n por los jefes de las tres armas. El Estatuto del Proceso y las actas

iHlonales complementarias -que suprimieron el Congreso, depuraron 1i< I . i y prohibieron la actividad política- crearon la Junta Mil i tar , con ii imics para designar al presidente y controlar una parte importante de

pero las atribuciones respectivas de una y otro no quedaron total-\f deslindadas, y fueron más bien e l resultado del cambiante equilibrio

f Mi .ais. También se creó la Comisión de Asesoramiento Legislativo, para tu n las leyes, integrada por tres representantes de cada arma, que obede-I n i d e t i c s de sus mandos, de modo que dicha comisión se convirtió en una din la más de los acuerdos y confrontaciones. Cada uno de los cargos l i l i vos, desde gobernadores a intendentes, así como el manejo de las em-i l d e l Estado y demás dependencias, fue objeto del reparto entre las fuer-

\ quienes los ocupaban dependían de una doble cadena de mandos: del rtd< • y de su Arma, de modo que el conjunto pudo asimilarse a la anarquía

ld.i l antes que a un Estado cohesionado en torno del poder. ||.u misma anarquía existió respecto de las normas legales que el propio

p i b i i i i i n se daba. Como demostró Enrique Groisman, existió confusión so-^ H H i naturaleza-se mezclaron sin criterio leyes, decretos y reglamentos , p thn quién las dictaba y sobre su alcance. Hubo una notoria reticencia a p i p i l ' Mar sus fundamentos, y en ocasiones hasta se mantuvo en secreto su l l i o m existencia. Se prefirieron las normas legales omnicomprensivas, y ha-

l l l l u . i l mente se otorgaron facultades amplias a los órganos de aplicación, pe-• i mleiuás se toleró su permanente violación o incumplimiento. Contamina-p i (un el Estado terrorista clandestino, todo el edificio jurídico de la Repu­l i d a resultó así afectado, al punto que prácticamente no hubo límites p u unitivos para el ejercicio del poder, que funcionó como potestad omrní-

i• ii la del gobernante. La corrupción se extendió a la administración pública, lie la que fueron apartados los mejores elementos: los criterios de arbitrarie-d id dieron asumidos por los funcionarios inferiores, convertidos en peque­mos autócratas sin control, y a la vez sin capacidad para controlar.

En suma, la Reorganización no se limitó a suprimir los mecanismos de-i i H i. ni ticos constitucionales o a alterar profundamente las instituciones re-

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224 BREVE HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE LA ARGENTINA

publicarías, c o m o había ocurrido con los regímenes militares antenote», I de dentro m i s m o se realizó una verdadera revolución contra el Estado, J tandola posibi l idad de ejercer incluso aquellas funciones de regula» \m control q u e , según las concepciones liberales, le eran propias.

La f ragmentac ión del poder, las tendencias centrífugas y la a f l f l derivaban de la escrupulosa división del poder entre las tres fuerzas, al f to de no exist ir una instancia superior a ellas que dirimiera los conflli/MB pero también de la existencia de definidas facciones en el propio l;|»a. I f l donde c o n la represión surgieron verdaderos señores de la guerra, que « no reconocían autoridad sobre sí. En torno de los generales Videla y V f l - su segundo en e l Ejército- , se constituyó la facción más fuerte, pía o t f f l distaba de ser dominante . Estos jefes respaldaban a Martínez de Ho: muf criticado por los militares más nacionalistas, que abundaban entre lo-. • u d dros jóvenes- pero reconocían la necesidad de encontrar en el futuro n l f l na salida política; mantenían comunicación con los dirigentes de los p a|| dos políticos, que se ilusionaban creyendo ver en ellos al sector más t lv|fl zadoy hasta progresista de los militares, quizá porque reconocían la n e c e u l f l de regular de alguna manera la represión.

Otro grupo, cuyas figuras más preeminentes eran los generales Liu Ii Benjamín Menéndez y Carlos Suárez Masón, comandantes de los cuerpi n M Ejército I I I y I , con sede en Córdoba y Buenos Aires, a los que se asociabiifl general Ramón J. Camps, jefe de la Policía de la Provincia de Buenos Aiu , »l figura clave en la represión, afirmaban que la dictadura debía continuai \M die, y que la represión -que ejecutaban de manera especialmente sangulniJ r i a - debía llevarse hasta sus últimas consecuencias. En conflicto permai irnm con el comando del arma - c o n Videla y sobre todo con V i o l a - Menéndej • insubordinó de hecho varias veces - e n ocasión del conflicto con Chile $ñ 1978 estuvo a punto de iniciar la guerra por su cuenta- y en forma explii i t f una vez, en 1979, que forzó su re t i ro .

El tercer grupo lo constituyó la Marina de Guerra, firmemente d innd • por su comandante Emilio Massera, quien confiando en sus talentos pol l t l l eos se propuso encontrar una sal ida que legitimara popularmente al P r o c e r y a la vez lo llevara a él mismo a l poder. Massera -que desde la Escuela dn Mecánica de la Armada ejecutó u n a parte importante de la represión y ganrt sus méritos en esa tenebrosa c o m p e t e n c i a - desarrolló siempre un juego pin pió; jaqueó a Videla, para acotar su poder, y tomó distancia de Martínez d»< Hoz. Se preocupó por encontrar b>anderas para lograr alguna adhesión popa lar al gobierno: el Campeonato r v l u n d i a l de Fútbol -disputado en el país cu 1978, y cuya organización fue pre s idida por el almirante Lacoste- y lueg< 111

EL PROCESO, 19764983 215

J f c ) con Chile , que preludió la guerra de Malvinas, también promovida 1 A i macla. Cuando pasó a retiro, Massera montó una fundación de estu-I políticos, un diario propio, un c e n t r o de promoción internacional en L un partido -de la democracia social— yhasta u n fantástico staff integra-

Ipr miembros de las organizaciones armadas secuestrados en la Escuela de )$\\u a y que, en lugar de ser ejecutados, accedían a colaborar en los pro-

Jn«> políticos del almirante. L t puja era sin duda mucho más compleja, pero poco manifiesta. El grupo Vldida y Viola fue avanzando gradualmente en el control del poder, pero Hiayi i de 1978 Massera se anotó un triunfo cuando logró que se separaran fin» iones de presidente de la Nación y de comandante en jefe del Ejérci-j»cse a que Vicíela fue confirmado c o m o presidente hasta 1981 y Viola lo l i o como jefe del Ejército. El desplazamiento de Menéndez fue un triun-lliipi atante de Videla, aunque poco después Viola pasó a retiro y lo reem-W en el mando del Ejército el general Leopoldo Fortunato Galt ieri . En Mlembre de 1980 Videla pudo imponer en la Junta de Comandantes la Ilinación de Viola como su sucesor, pero a costa de una compleja negocia-|t, que auguró el prolongado jaqueo a que sería sometido el segundo presi­

d i r del Proceso.

I*n suma, podría decirse que la política de orden empezó fracasando con _^kfopias Fuerzas Armadas, pues la corporación militar se comportó de B t V ' t a indisciplinada y facciosa, y poco hizo para mantener el orden que

la misma pretendía imponer a la sociedad. A pesar de eso, durante cinco OH lograron asegurar una paz relativa, como la de los sepulcros, debido a Mensa capacidad de respuesta del conjunto de la sociedad, en parte gol-Ittda o amenazada por la represión y en parte dispuesta a tolerar mucho de ) p.i ibierno que, luego del caos, aseguraba u n orden mínimo. Sólo hacia el I del período de Videla, estimulados por el descontento que generó la

H»ls económica, así como por las crecientes dificultades que encontraba llobierno mil i tar y sus fuertes disensiones intestinas, las voces de protes-, todavía tímidas y confusas, comenzaron a elevarse.

lista transición del silencio a la palabra varió según los casos. Los empre-flos apoyaron al Proceso desde el comienzo, pero a la distancia. Pese a las

liliu'idencias generales -sobre todo en lo re lat ivo a la política laboral- ba-i desconfianzas recíprocas: los militares atribuían a los empresarios parte la responsabilidad del caos social que se habían propuesto modificar, y

los, por su parte, divididos en sus intereses, no eran capaces de formular Urinaciones o reclamos claros y homogéneos. Aquellos empresarios especí-

Riumenie beneficiados todavía no constituían un grupo orgánico, institu-

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226 BREVE HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE LA ARGENTINA

cionalizado y c o n voz propia. Las voces corporativas - l a Sociedad Km .1, Ú Unión I n d u s t r i a l - criticaban aspectos específicos de las políticas cco i i r l f l cas que los afectaban, y algunos generales como la elevada inflación, \4M más allá d e eso carecían de unidad y fuerza para presionar corporativanujH y sólo empezaron a hacerlo cuando el régimen militar dio, a la vez, sigituH debilidad y de disposición a la apertura. El general Viola, buscando u*\M distancia de la política de Martínez de Hoz, convocó específicamente ^ | voceros de los grandes sectores empresarios y los integró en su gabinete, pj la participación concluyó con su caída, y desde entonces los empres.ul muy golpeados por la crisis, fueron integrando con creciente entusiastd frente opositor.

El movimiento sindical recibió duros golpes. La represión afectó a l n * l

3vistas de base y a muchos dirigentes de primer nivel, que fueron encarceluj Las principales fábricas fueron ocupadas militarmente, hubo "listas neyft para mantener alejados a los activistas, y control ideológico para los aspinill a empleo. La CGT y la mayoría de los grandes sindicatos fueron interven ¡di«,

uprimieron el derecho de huelga y las negociaciones colectivas y los sitnlli) tos fueron separados del manejo de las obras sociales. Privados casi de ftitii ii nes, reducidos como consecuencia de los cambios en el empleo, que al., sobre todo a los industriales, los sindicatos hicieron oír poco su voz. \l gobierno mantuvo una mínima comunicación con los sindicalhtl

casi l imitada a la conformación de la delegación que anualmente d. b -J concurrir a la asamblea de la Organización Internacional del Trabajo e

Ginebra. Esto les permitió una cierta actividad y algún espacio para I nunciar en el exterior las duras condiciones de los trabajadores y, poi I vía, para plantear al gobierno cuestiones acerca de salarios, convenioi huelgas. Los sindicalistas se agruparon, de manera cambiante, en dos le|i dencias: los dialoguistas y los combativos. En abril de 1979, cuando la t i l presión había menguado algo, los combativos realizaron un paro general dd

/protesta, que los dialoguistas no acataron, y que concluyó con una f u e r i represión y prisión para la mayoría de los dirigentes que lo encabezaron, m

Yines de 1980, los dirigentes más combat ivos reconstituyeron la CGT y ell /gieron como secretario general a u n miembro poco conocido de un pcqni \ño sindicato: Saúl Ubaldini . En 1 9 8 1 , aprovechando la mayor toleram i .

ydel gobierno, la CGT realizó una n u e v a huelga general, con consecucnclm similares a la de 1979, y en el mes de noviembre una marcha obrera ba. i , . JÁ iglesia de San Cayetano - p a t r o n o de los desocupados-, reclamando "pan, paz y trabajo". Por entonces, sus cqmejas se unían a las de otros sectoie.,

^/como los estudiantes o algunos grumos de empresarios regionales. Las l u i . l

EL PROCESO, 1976-1983 227

jMtn iales se hicieron más frecuentes e intensas; el 30 de marzo de 198 B l eonvocó, por primera vez desde 1975,a una movilización en la Plaza Mayo, que el gobierno reprimió con violencia: hubo 2 m i l detenidos en jfcw» Aires y un muerto en Mendoza. inmhién la Iglesia modificó su comportamiento a medida que el régimen lint empezaba a dar muestras de debilidad, Inicialmente tuvo una actitud' (placiente, y a la vez el gobierno estableció una asociación muy estrecha

} los obispos, asegurándoles importantes ventajas personales. La jerarquía llMiiasi ica - c o n algunas conspicuas excepciones, como el obispo de La Rio-Angelelli , probablemente asesinado- aprobó la asociación que en sus ex­piónos públicas los militares hacían entre terrorismo de Estado y virtudes

•llanas, calló cualquier crítica, justificó de manera poco velada la llamada Indi, ación de la subversión atea, y hasta toleró que algunos de sus miem-fe» participaran directamente en ella, según denunció y probó la CONADEP. |o progresivamente esta respuesta in ic ia l , que revelaba el triunfo del sec-

A N I. II al más i radici. mal, fue dejando paso a otra más elaborada, influida por fcnilentación conservadora impuesta a la Iglesia romana por el nuevo papa l U n u Pablo I I . Revisando sus anteriores posiciones, que habían alentado el ItyNtrrnllo de los sectores progresistas y particularmente de los tercermundis-•jM, la Iglesia se propuso renunciar a la injerencia directa en las cuestiones tu. lales o políticas y consagrarse a evangelizar y volver a sacralizar una socie-iln.l que se había tornado excesivamente laica. En 1979 el Arzobispado cons-Mtuyó el equipo de pastoral social, para reconstruir el vínculo entre Iglesia y

•abajadores, siguiendo el ejemplo del sindicato polaco Solidaridad, y estre-H|o relaciones con sindicalistas como Ubaldini . También se ocupó de los If lvrncs, para captar y organizar los brotes de nueva religiosidad, manifiestos MU las concurridas peregrinaciones a pie a Lujan, y llenar el lugar vacante por M desaparición de los activistas que tan intensamente lo habían ocupado en •tu anos anteriores. Las preocupaciones por las cuestiones morales o por la

M i l i i lia se extendían hacia los derechos de las personas,-desde la vida hasta el •fiibajo, y también por las políticas: el documento "Iglesia y comunidad na-M l o n a l " , de 1981, afirmó los principios republicanos, indicó la opción de la | lylesia por la democracia, su apartamiento d e l régimen militar y su vincula­ción con los crecientes reclamos de la sociedad.

El más notable de ellos fue el de los derechos humanos. En medio de lo •has terrible de la represión, un grupo de madres de desaparecidos -forma con : la que comenzó a denominarse a las víctimas del terrorismo de Estado- em-[pe.'ó a reunirse todas las semanas en la Plaza de Mayo, marchando con la inbeza cubierta por un pañuelo blanco, redamando por la aparición de sus

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hijos. A l pedir cuentas, combinando lo dolorosamente testimonia ético, e n n o m b r e de principios como la maternidad, que los m i l i t a n • podían cuest ionar n i englobar en la "subversión", atacaron el centro i n f l del discurso represivo y empezaron a conmover la indiferencia de la dad. Pronto, las Madres de Plaza de Mayo -víctimas ellas mismas de la rT s ión-se convi r t i e ron en la referencia de un movimiento cada vez ñuta pl io y f u e r o n instalando una discusión pública, fortalecida desde el cxn-f por la prensa, los gobiernos y las organizaciones defensoras de los d c i a ' H humanos. Desde fines de 1981 los militares se vieron obligados a dar . d j f l respuesta a u n tema que pretendían archivar sin discusión, y aunque en J ral coincidieron en que la cuestión debía darse por concluida, m o s t r i J diferencias y contradicciones que agudizaron sus anteriores disensiones y M pliaron u n poco más la brecha por la que la opinión pública, l a r g a i n f l acallada, comenzaba a reaparecer.

Este cl ima empezó a insuflar algo de vida a los partidos políticos, a los, pml régimen mil i tar había prohibido el funcionamiento público. La veda p o l í t l impuesta en 1976, congeló la actividad partidaria y a la vez pronogó la.s M gencias que, carentes de impulsos vitales, tuvieron una actitud escasan u nt| crítica. La prohibición política terminó de hecho en 1981. Los dispersos J pos de derecha fueron convocados para constituir una fuerza política o f i c i a M por el propio gobierno, que ensayó su apertura política, mientras perón\s\radicales entablaban conversaciones con otros partidos menores que culmli J ron, a mediados de 1981, con la constitución de la Multipartidaria, intepniJ por el radicalismo, el peronismo, y otros partidos: el desarrollismo, la dem.»i.u cia cristiana y los intransigentes. Esta organización no tenía mayor vitall.l j que la escasa de los partidos que l a integraban. Se trataba de organización anquilosadas y escasamente representativas, cuyos dirigentes eran los misi i J de 1975. Ricardo Balbín, el veterano político radical que animó este inician, murió en 1981 -su entierro convocó la primera gran manifestación callejo ,i M esos años-, poniendo más en evidencia la vacancia de dirección del incipienl movimiento. Los partidos se comprometían a no colaborar con el gobierne i <<] una salida electoral condicionada n i a aceptar una democracia sometida a M tutela militar. Se trataba de un acuerdo mínimo, revelador de las d i f i c u l t a j para plantear alternativas políticas que movilizaran la opinión. Pero t a m b í ellos, progresivamente, fueron e levando su tono, se reclamaron los únicos di" positarios de la legitimidad política., e incorporaron las protestas de e m p r J rios y sindicalistas o las vinculadas c^on los derechos humanos, aunque cuidan, do de dejar abierta la puerta para x^na salida concertada. Junto con las o i u . voces —sindicalistas, empresarios, estudiantes, religiosos, intelectuales, y sobi.

EL PROCESO, 1976-1983 229

••defensores de derechos humanos- fueron formando un coro que a princi-I * .le 1982 era difícil de ignorar.

La guerra de Malvinas y la crisis del régimen militar

i< 1980 los dirigentes del Proceso discutían la cuestión de la salida polí-|M I es preocupaba la crisis económica, el aislamiento, la adversa opinión

• f n u c i o n a l - e n la que pesaban cada vez más los reclamos por los derechos límanos, que el gobierno intentaba minimizar tachándolos de "campaña

_jHl.ii)¡entina"-, y sobre todo los enfrentamientos intestinos, que a la vez

ti t u b a b a n los acuerdos necesarios para la salida buscada. Las disidencias se manifestado públicamente c o n la designación de Viola - a la que se

M . I I M . la Marina- , se agudizaron en el largo período que medió hasta su asun-i j p n , en marzo de 1981, y maduraron cuando fue evidente la decisión del p i c v o presidente de modificar el rumbo de la política económica.

Viola procuró aliviar la situación de los empresarios locales, golpeados W |,i crisis financiera y la violenta devaluación de la moneda - e l Estado se jilo i argo de parte de sus deudas- y a la vez trató de concertar la política

fcnóinica, incorporándolos al gabinete. Tomó contacto con distintos polí-| i . I los "amigos" del Proceso- y discutió con ellos las alternativas para una

bviuitual y lejana transición, pero no logró organizar ningún apoyo consis-p t t t c , ni tampoco atenuar la crisis económica desencadenada por la violenta Htytliiación del peso y la acelerada inflación. Lo hostigaban los sectores que hubian rodeado a Martínez de Hoz, y distintos grupos militares lo acusaban b falta de firmeza en la conducción. A fines de 1981, una enfermedad de lula dio la ocasión para su derrocamiento y reemplazo por el general Leo-

lo Fortunato Galtieri , que retuvo su cargo de comandante en jefe del ito, modificando así la precaria institucionalidad que los mismos jefes ires habían establecido.

(¡alt ieri, un general que a diferencia de V i o l a era poco ducho en política, se <i. 11 • 111 ó como el salvador del Proceso, el dirigente vigoroso capaz de conducir-

una victoria que por entonces parecía remota. En la formación de esa Ifliugen había sido decisiva su reciente estancia en Estados Unidos, donde fue plduamente cultivado por miembros de la administración de Reagan-que en | UHI bahía sucedido a Cárter-, preocupados por encontrar aliados para su com-Mrja política exterior. Galtieri se manifestó dispuesto a alinear categórica-

¿ i c n i e al país con Estados Unidos, y a apoyarlo en la guerra encubierta que tibiaba en América Central. El país contribuyó por entonces con asesores y

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230 BREVE HISTORIA. CONrEMPORÁNEA DE LA ARGENTINA

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armamentos y o b t u v o de Estados Unidos, junto con una cálida adhesiói 1p<'|! (nal , el levantamiento de las sanciones que la administración anterior l i l f l

,| impuesto a l país p o r las violaciones a los derechos humanos. Probablciiu fue allí cuando Galtieri concibió su destino de conductor de la Argén i in.i .„ cia el mundo de las grandes potencias, el Primer Mundo, donde el país p r ^ L gido por su poderoso aliado— podría jugar el juego de los grandes, w Designado presidente, Galt ieri se lanzó a la política activa e i n t e n t a , ! forma más enérgica y personal que Viola, armar u n movimiento en el qufl I 'amigos polít icos" sustentaran su propio liderazgo, mientras anunciaba v l f l

mente, sin fechas n i plazos precisos, la futura institucionalización. E n c a i i ^ l conducción de la economía a Roberto Alemann, destacado economista «|É establishment, quien rodeado de buena parte del equipo de Martínez tic I t i l retornó a l a senda inicial, y de acuerdo con las nuevas circunstacias civaqB por la crisis y la deuda, definió sus prioridades en tomo de "la desinfla» ii [sic], la desregulación y la desestatización". En lo inmediato, la recesiófl agudizó, y con ella las protestas de sindicatos y empresarios; para el l.n > • plazo, anunció u n plan de privatizaciones, particularmente del subsuelo, i|iM suscitó resistencias incluso en sectores del gobierno. Así, el ímpetu de ( i.tl t ier i chocó pronto con resistencias cada vez más enconadas, con voces caía vez más altisonantes, y hasta con movilizaciones callejeras, como la lanza por la CGT el 30 de marzo de 1982.

Fue en ese contexto cuando se concibió y lanzó el plan de ocupar las isla» Malvinas, que aparecía como la solución para los muchos problemas del )¡o«

"Sierno. La Argentina reclamaba infructuosamente a Inglaterra esas islas i 1833, cuando fueron ocupadas por los británicos. En 1965 las Naciones U . habían dispuesto que ambos países debían negociar sus diferencias, per británicos poco habían hecho para avanzar en el sentido de los reclamos ai tinos, coincidentes con las tendencias generales del mundo hacia la deseo, zación. Existía, pues, un reclamo nacional unánime en su fondo, aunque n las formas y medios para lograrlo. Desde la perspectiva de los militares, i acción militar que condujera a la recuperación de las islas permitiría unifica, las Fuerzas Armadas tras u n objetivo común y ganar, de u n golpe, la cuestiona da legitimidad ante una sociedad visiblemente disconforme. > Una acción militar tendría unai segunda ventaja: posibilitaría encomia una salida al atolladero q u e había creado la cuestión con Chile por el cana

1\l Beagle. En 1971, los presidentes Lanusse y Allende habían acordado some A ter a arbitraje la cuestión d e la poses ion de tres islotes que dominan el paso po

aquel canal, que une los océanos At lánt i co y Pacífico. En 1977, el laudo a tral los otorgó a Chile, y e l gobiertno argentino lo rechazó. En 1978, am

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EL PROCESO, 1976-1983 231

H parecían dispuestos a dir imir la cuestión por las armas cuando, casi en lili lino minuto, decidieron aceptar la mediación del Papa, por intermedio Tpldcnal Samoré. A fines de 1980, e l Vaticano comunicó reservadamen-I I I pu «puesta, que en lo sustantivo mantenía lo establecido en el laudo, y el • M o argentino - imposibi l i tado t a n t o de rechazarla c o m o de aceptar-mpii'i por dilatar la respuesta y retomar la situación de activa hostilidad • Chi le . P(ir entonces había cobrado forma definida entre los militares y sus ami-

H una corriente ele opinión belicista, que arraigaba en una veta del nacio-J R f l o argentino y se alimentaba con vigorosos sentimientos chauvinistas. B i r t a s fantasías largamente acuñadas en el imaginario histórico de la

pM n dad - l a "patria grande", los "despojos" de los que el país había sido H l ima se sumaban a la nueva fantasía de "entrar en el Primer Mundo" Dn di.inte una política exterior "fuerte". Todo ello se sumaba al ya tradicional •H»»ianismo militar y a la ingenuidad de sus estrategas, ignorantes de los da-

• más elementales de la política internacional. La agresión a Chile, blo-l|in ul.i por la mediación papal, fue desplazada hacia Gran Bretaña, el tradi-^ H i l imperio, que se suponía viejo y achacoso. Ya en 1977, la Marina había punteado la propuesta de ocupar las islas, vetada por Videla y Viola, que •lomó apenas Galtieri asumió la presidencia. La idea era sencilla y atracti-M I uego del golpe de mano, que presentaba pocas dificultades, se contaba ion el apoyo norteamericano y la reluctante reacción de Gran Bretaña, que Wtaluiente admitiría la ocupación, a cambio de todas las concesiones y com­pulsaciones necesarias. En ninguna de las hipótesis entraba la posibilidad de Illia guerra.

I-I 2 de abril de 1982, las Fuerzas Armadas desembarcaron y ocuparon las Malvinas, luego de vencer la débil resistencia de las escasas tropas británicas.

• I hecho, sorprendente para casi todos, suscitó un amplio apoyo: la gente se punió espontáneamente en la Plaza de Mayo, y volvió a hacerlo, en forma Riult it udinaria, allí y en las capitales provinciales, cuando fue convocada, una amana después, en ocasión de la visita del secretario de Estado norteamerica-l o i A lexander Haigh. Ese día el presidente Galtieri tuvo la satisfacción de arengar N la mult i tud desde el histórico balcón. Todas las instituciones de la sociedad k'olectividades extranjeras, clubes deportivos, asociaciones culturales, sindi-i alus, partidos políticos- manifestaron su adhesión sin reserva. Los dirigentes políticos viajaron, junto con los jefes militares, para asistir a la asunción del nuevo gobernador militar de las islas, generad Mario Benjamín Menéndez, y a tu Imposición de su nuevo nombre a su capital, Puerto Stanley, rebautizada • i uno Puerto Argentino. I .os dirigentes de la CGT, que habían sido fuertemente

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232 BREVE HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE LA ARGENTINA

reprimidos apenas tres d í a s atrás, trataron de diferenciar su adhesión . i . 4M ción de u n eventual apoyo al gobierno, pero esta distinción no c u i < <\explicar. El gobierno militar había obtenido una cabal victoria política al k jH tificarse c o n una reivindicación de la sociedad que arraigaba en un p m l n f f l sentimiento, alimentado poruña tradicional cultura política naciiiu.ili«ftfl antiimperialista, que ya parecía archivada pero resurgió vigorosamente bien había captado las formas pueriles y superficiales en que esos sent inill I M se manifestaban, e l torpe chauvinismo con que se mezclaba, así como < I l<|fl triunfalismo y el belicismo acrítico -fue sorprendente que prácticami-n^^M die discutiera la licitud de los medios-, revelador de una desintegra» l<^H convicciones políticas que otrora habían sido más sólidas y profundas, I d i ciedad que había festejado e l triunfo argentino en el Campeonato Muí idi d \Fútbol ahora se alegraba de haber ganado una batalla, y con la misma ino > t u | f l cia se disponía a avanzar, si era necesario, hacia una guena. Si triunfaban, H militares habrían saldado sus deudas con la sociedad, al solo precio de con. t^U una mayor libertad para que se expresaran voces no regimentadas, que sin f _ | bargo, cuando se apartaban del libreto oficial -por ejemplo reclamando el I I H H

dono de la política económica liberal y la adopción de una "economía de rra" - eran fácilmente descartadas.

La reacción fue sorprendentemente dura en Gran Bretaña, donde Ion \4M cifistas perdieron la discusión y triunfaron los sectores más conserva»l»>i«fl encabezados por la primera ministra Margaret Thatcher, que al igual que !<• militares aspiraba a utilizar una victoria militar para consolidarse inn-un mente. De inmediato se alistó una fuerza naval de importancia, que in» I U I H

dos portaaviones y contingentes para el desembarco; el 17 de abril la l-'u» u t f de Tareas se había reunido en la isla Ascensión, en el Atlántico, e iniciaba tM marcha hacia las Malvinas; en t o r n o de las islas se declaró una zona de c\ lu sión, dentro de la cual se atacaría a cualquier fuerza enemiga.

Gran Bretaña obtuvo rápidamente la solidaridad de la Comunidad Euio«| pea, que se sumó a las sanciones económicas dispuestas por el Commonwealili , ! y el apoyo del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, que votó uu.i I resolución declarando a l a Argentina nación agresora y obligando al cese de la» ] hostilidades y al retiro d e las tropas. El poderoso bloque que apoyaba a In británicos apenas era contrapesado por el latinoamericano, ampliamente solí dario en l o declarativo p e r o de poco peso militar, por una distante simpatía i Ii la Unión Soviética y por- la actitud relativamente equidistante del gobierno norteamericano, que intentaba mediar entre sus dos aliados.

Sin respaldos consistentes, y a u n ignorando sus reglas, el gobierno mil i iai se lanzó a l juego grande d e l Primer- Mundo, suponiendo que, luego del hecho

EL PROCESO, 1976-1983 ^ 3

Mita»lo, la cuestión se resolvería por medio de una negociación, de modo p traición inglesa no sólo resultó inesperada sino improcedente. Esta-t i l i idos, por medio del general H a i g h , secretario de Estado, trató de en-liii una salida negociada y una fórmulatransaceional. Propuso una reti-• l i l i tar argentina y una administración tripartita conjunta con Estados pi», que permitiera restablecer las negociaciones. Ambas condiciones ||crptables para el gobierno argentino si se le agregaba el compromiso a | lijo de reconocimiento británico de la soberanía sobre las islas —cosa Jfpiable para los británicos-, pues e l gobierno militar, dispuesto a transar

l' i i . i l i púcr otro rema, no podía aparecer resignando aquello que había pro-Hiaiio como su objetivo fundamental. Sólo así la operación podía ser pre-did.i romo una victoria ante la sociedad y ante la mult i tud que se reuniría la plaza, cuya magia ya habían experimentado los militares. En los térmi-\fi que ellos mismos habían planteado la operación, cualquier otro resul-

pi equivalía a una derrota. Así, los gobernantes argentinos quedaron apre-por la movilización patriótica que ellos mismos habían lanzado, y los

punientes debieron ceder ante las voces de los más exaltados, persiguiendo un objetivo imposible, el gobierno argentino fue víctima de uis lamiento diplomático creciente, que resultaba agravado por sus anti-

»ii pecados, pues quienes le habían reprochado las violaciones a los dere-M I H humanos consideraron, con razón, que esta aventura bélica, si resultaba Miniante, significaría convalidar todo su desempeño anterior. El envío de llpu-sarios, sindicalistas y políticos al exterior para explicar la posición ar-H\\a no sirvió para modificar esto, y en muchos casos le dio a sus oposito-ayuna tribuna donde, defendiendo los intereses nacionales, hacían conocer

I críticas al gobierno.

Id gobierno militar había intentado presionar a Estados Unidos utilizan-• - - - , i — - ^ , 1 , -

ÍPi n

i ,os mecanismos de la Organización de Estados Americanos, y sobre todo atado Interamericano de Asistencia Recíproca, que anteriormente Esta-

l l i l I J U U l i l l l l . l l l u i n . . - . , . .

i n . I luidos había empleado para alinear tras de sí a sus vecinos en sus con­i d i o s contra el Eje o contra Cuba. Los países latinoamericanos mantuvie-i i u i si i respaldo a la Argentina, pero la resolución que votaron a fines de abril mv lo suficientemente amplia y general c o m o para no implicar un compro-lniso militar. Luego de un mes de intentar infructuosamente convencer a la ninia Mil i tar , y en momentos en que empezaba el ataque británico a las islas, PUtailos Unidos abandonó su mediación; el Senado votó sanciones económi­cas a la Argentina y ofreció a Gran Bretaña apoyo logístico. Cada vez más »olo, el gobierno argentino buscó aliados imposibles -los países del Tercer Mundo, la Unión Soviética y hasta Cuba— que lo alejaban definitivamente

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234 BREVE HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE LA ARGENTINA

del; ilusión de entrar al Primer Mundo. Mientras tanto, la batalla n u l i l t f f l acercaba inexorablemente.

En l o s últimos días de abril la Fuerza de Tareas británica, que había II. ¡m do ala zona de Malvinas, recuperó las islas Georgias. El 1 2 de mayo i<>tii<fl zaron los ataques aéreos a las Malvinas, y al día siguiente un submarim i b f f l nicohundió a l crucero argentino General Belgrano, ubicado lejos de I.i In.. i de batalla, con lo que la flota argentina optó por alejarse definitivamente <m frente de combate. Siguió luego un largo combate aeronaval: la a v l t t ^ l argentina bombardeó la flota británica y le causó importantes daños, H t f l yendo u n blanco perfecto de un misil teledirigido sobre el crucero S h c l l l f f l que de alguna manera compensó el hundimiento del Belgrano, pero im |á detuvo n i logró impedir que las islas quedaran aisladas del territorio i . i f l f l nental. En ellas, los jefes militares habían ubicado cerca de 10 mi l soKLIid en su mayoría bisónos - p o r algún motivo, se prefirió destinar la tropa I M entrenada a la frontera c o n Chile- , escasos de abastecimientos, sin cc|ui|ni n i medios de movilidad, y sobre todo sin planes, salvo resistir. En hm u i d Aires, la figura del Alcázar de Toledo, su heroica resistencia y la posibill.liJ de que se produjera algún cambio en el equilibrio de fuerzas en el nmndtl ocupó el imaginario de los militares. En las islas, en cambio, sometidas a .... demoledor ataque de artillería y aviones, las dudas fueron trocándose <m desmoralización.

U n cambio similar se dio en la opinión pública, demorado en parre p. u lá) total manipulación de las informaciones, que además llegaban a un públlui dispuesto a creer que la Argentina estaba ganando la guerra. En medio .Ira clima triunfalista empezaron a aparecer voces críticas: algunos hablaban i<M nombre de Estados Unidos y reclamaban contra una guerra y un alinean a. I to imposibles; otros, desde la izquierda, exigían profundizar los aspnt.n antiimperialistas del confl icto y atacar a los representantes locales de \>m agresores. En los actos de la C G T por el 1 9 de Mayo volvieron a alzarse l.i« voces agrias, mientras que dentro del radicalismo, cuya conducción oli» lal había aceptado mansamente los términos de la cuestión puestos por el po bierno, Raúl Alfonsín, que dirigía el sector opositor, propuso la constituí I. m de un gobierno civil d e transición, que encabezaría el ex presidente Ill ia. Asi, entre protestas crecientes por l a falta de información, el tema del país luego de la guerra se instaló e n la opinión pública, y reafirmó a los militares en MI convicción inicial: no había o t r a salida que la victoria.

El 2 4 de mayo los ingleses desembarcaron y establecieron una cabecera de puente en San Carlos. El 29 se libró un combate importante en el Prado del Ganso, donde varios c ientos de argentinos se rindieron. El 10 de junio C iall leí l

EL PROCESO, 1976-1983 235

i dti igirse por última vez a la g e n t e reunida en la Plaza de Mayo, y dos días W llegó el papa Juan Pablo I I , e n parte para compensar su anterior visita lulerra, en parte, quizá, para prepararlos ánimos ante la inminente derro­

tantes de que finalizara su breve estadía, comenzó el ataque final a Puerto " mino, donde se había atrincherado la masa de las tropas. La desbandada rápida y la rendición, prácticamente incondicional, se produjo el 14 de lo, 74 días después de iniciado el conflicto, que dejó más de 700 muertos o

j É r e c i d o s y casi 1.300 heridos. L o s gobernantes convocaron al día siguien­te pueblo a la Plaza de Mayo, sólo para reprimir en forma extremadamente

Intenta a aquellos que, convencidos por los medios de difusión de que la vic-Ulu estaba cercana, no podían n i entender n i admitir la rendición. Porenton-

\s generales exigían a Galtieri su renuncia.

La vuelta de la democracia

| ii derrota agudizó la crisis del régimen militar, planteada desde el descalabro Éiiani iero de 1981, e hizo públicos los conflictos hasta entonces disimulados. |,ti t uestión de la responsabilidad de la derrota -que unos a otros se atribuían-

m resolvió provisionalmente achacándola a los jefes operativos, aunque luego •ilición a la luz fallas más sustanciales, que involucraban a los altos mandos; Igualmente, el informe de una comisión investigadora, presidida por un gene-

lul muy prestigioso, responsabilizó a la propia Junta Mil i tar y la llevó a un f j l l l i io que, posteriormente, concluyó en la condena a los comandantes. En lo [inmediato, las ttes fuerzas no se pusieron de acuerdo sobre el sucesor de Galtie-

I I , y aunque el Ejército pudo imponer a su candidato, el general Reinaldo Big-lii un-, la Marina y la Aeronáutica se retiraron de la Junta Militar, creando una

pUluación institucional insólita: un presidente designado por el comandante en jrle del Ejército. Quizá hubiera sido el momento para que un vigoroso movi­

m i e n t o c ivi l desplazara a las Fuerzas Armadas, pero tal movimiento estaba I* |i w de existir, y el designado presidente logró afirmarse gracias a un consenso mínimo de las fuerzas políticas para un programa de reinstitucionalización sin filazos definidos. Pasado el momento más agudo de la crisis, se produjo una u . .imposición interna, se renovaron los comandos de la Armada y la Aero-n,ni! ica y se reconstituyó la Junta.

I .a salida electoral propuesta sirvió para calmar los reclamos de las fuerzas políticas. Pero el gobierno se proponía negociarla y asegurar que su retirada n«> sería un desbande. Se intentó logra r el acuerdo de los partidos para una M-iie de cuestiones, futuras y pasadas: la política económica, la presencia

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236 B R E V E HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE L A A R G E N T I N A

institucional de las Fuerzas Armadas en el nuevo gobierno, y sobre tml. . m garantía d é que n o se investigarían n i actos de corrupción o e n r i q u c c i i n H tos ilícitos n i responsabilidades en lo que los militares empezaban a UiuiiM "guerra sucia", c o n un eufemismo comparable al de "desaparecidos". P o f tonces.todo el lo empezaba a sethecho público de manera casi sensación* ta por una prensa que había decidido olvidar la censura. Las aspirador militares se incluyeron en u n a propuesta, presentada en noviembre de 1 y rechazada por la opinión pública en general y por los partidos, que con carón poco después a una marcha c iv i l en defensa de la democracia. La a tencia fue masiva y, casi de inmediato, el gobierno fijó la fecha de eleccior para fines de 1983, aunque siguió buscando lo que constituía su objeil fundamental: clausurar cualquier cuestionamiento futuro al desempeño f sado de los militares. Un documento final debía clausurar el debate sobre l i d desaparecidos, c o n la afirmación de que no había sobrevivientes y de qiM todos los muertos habían caído combatiendo; una ley estableció una autoaini nistía, eximiendo a los responsables de cualquier eventual acusación.

Quizá la dirigencia política se hubiera avenido a un acuerdo que implle J ra correr u n telón sobre el pasado y asegurar una transformación no trauuut* ¡ tica del régimen mil i tar en otro c iv i l , pero lo impidió tanto la moviliza. ]M cada vez más intensa de la sociedad como la propia debilidad de las Fuei •»< Armadas, corroídas por la creciente conciencia de su ilegitimidad y por MI» propios conflictos internos. Quienes estaban al frente del gobierno y neyuJ ciaban la reinstitucionalización eran incapaces de controlar el aparato repu sivo que habían montado - e l que cobró algunas nuevas víctimas, que la MI< ciedad, sensibilizada, registró con horror - y aun de asegurar que no serian derrocados por algún grupo de oficiales, porque de hecho las Fuerzas Anua das habían entrado en estado deliberativo, tanto acerca del pasado como di I futuro. Los militares debían enfrentarse con la evidencia de su fracaso como administradores de un país desquiciado y como conductores de una guen.i absurda, que los había l levado a luchar contra los que querían sus aliados y .i unirse c o n un Tercer M u n d o del que siempre habían desconfiado. Debían contemplar cómo sus antiguos aliados - los grandes empresarios, la Iglesia, Estados Unidos- , ganados por una nueva fe democrática, renegaban de Ion antiguos acuerdos, o c ó m o los otrora disciplinados jueces llevaban a los n i bunales a oficiales acusados de distintos actos de corrupción. Sobre toólo, debían enfrentarse con u n a sociedad que, después de años de ceguera, si enteraba d e la existencia de vastos enterramientos de personas desconocí das, con seguridad víctimas de la represión, de centros clandestinos de di ' tención, d e denuncias readizadas p o r ex agentes, todo lo cual revelaba una

EL PROCESO, 1976-1983 237

_ H i siniestra, de la que hasta entonces pocos habían querido enterarse. o i ondiciones, el intento de recomponer las antiguas alianzas, que ha-

ytilado al último gobierno de las Fuerzas Armadas, difícilmente hubiera Ido In letificar. IVipués de un largo letargo, la sociedad despertaba, y encontraban nueva J t t i c i a voces que nunca se habían acallado, como la de los militantes de urbanizaciones defensoras de los derechos humanos, y muy especialmente Madres de Plaza de Mayo. Su incontrastable manera de desafiar el poder

lltat se combinaba con una forma original de activismo, más laxa y menos jflosa que las tradicionales, que no inhibía otras pertenencias. Las mar-

de los jueves, con escasa concurrencia en los años duros de la represión, f o n virtieron luego de la guerra de Malvinas en nutridas "marchas por la i t " , que identificaban con eficacia al enemigo con la muerte. Las organiza-mes de derechos humanos no sólo colocaron la cuestión de los desaparéa­te tai el centro mismo del debate, poniendo a los militares a la defensiva,

Jftn que impusieron a toda la práctica política una dimensión ética, u n sen-Pilo del compromiso y una valoración de los acuerdos básicos de la sociedad luí encima de las afiliaciones partidarias que, en el contexto de las experien-||M» anteriores, era verdaderamente original.

I A medida que la represión retrocedía y perdía legitimidad el discurso repre-Uvi> tan eficaz para la autocensura-, empezaron a constituirse protagonistas m tales de distinto tipo, algunos nuevos y otros que habían podido sobrevivir •tillándose. La crisis económica generó motivos legítimos y movilizadores: |o» impuestos elevados, los efectos de la indexación, la elevación de los alqui-

p r v \ las deudas impagas dejadas por una quiebra bancada; y al reclamar y •ovilizarse cuestionaban tanto la política económica como la clausura de lo publico. En otros casos era todo un pequeño fragmento de sociedad —un banio, un pueblo- el que se organizaba sobre la base de solidaridades amplias tanto

[•tía reclamar -quizá con violencia, como e n los "vecinazos" del Gran Buenos í^lres a fines de 1982- como para buscar una solución a sus problemas al mar-ye n de las autoridades, bajo la forma de cooperativas, asociaciones de fomento 0 ligas de amas de casa. La nueva actividad de la sociedad se manifestaba tam-

IpUm en los campos más diversos: los grupos culturales, como los que en Teatro 1 Abierto organizaron desde 1980 la demostración de una vital cultura no ofi-t lal, convertida en verdadero acto político, los jóvenes que animaban grupos

jil»' trabajo en las parroquias, los que nutrían las multitudinarias peregrinacio­nes a Lujan o los gigantescos recitales de r o c k nacional, que a su manera tam­bién resultaban actos políticos. El activismo renació en las universidades, al i alor de los reclamos contra los cupos de ingreso o el arancelamiento, y en las

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BREVE HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE LA ARGENTINA

fábricasy lugares d e trabajo, donde empezaron a reconstituirse las c o m U t^H internas y a reaparecería práctica de la participación sindical.

De alguna manera, la sociedad experimentaba una nueva pr imaver lM enemigo c o m ú n , algo menos peligroso pero aún temible, estimulaba I.i « • daridady alentaba una organización y una acción de la que se cspci.iHfl resultados concretos. Nuevamente, los conflictos de la realidad a p a r f ^ | transparentes, y posible la solución de los problemas, si los hombres y mn|fll res de buena vo luntad se organizaban en una fuerza consistente. Pero ¡i d l f l rencia de la anterior primavera, no sólo había u n repudio total de la v i u l f l cia o de cualquier forma velada de guerra, sino también menos c o n f i a n a i M la posibilidad de encontrar una gran solución, única, radical y definí t l v f l B menos seguridad de que el amplio conjunto de demandas planteadas del ran u n gran protagonista, un actor único de la gesta, como lo había sido, ( H mucho tiempo, el "pueblo peronista". Precisamente los límites de este pertar de la sociedad se encontraron e n la dificultad para agregar las dciuitM das, integrarlas, darles continuidad y traducirlas e n términos específieamofÉ te políticos.

E n alguna medida, su integración debía darse también en la moviliza» um sindical, que fue intensa: los sindicalistas sacaron la gente a la calle paM reclamar contra la crisis económica y en favor de la democracia. A lo l.n, de 1982 y 1983 hubo una serie de paros generales y abundantes huelgas piiM cíales, en las que se destacaron, por su nueva y aguerrida militancia, los ura mios estatales. Pero en verdad, los sindicalistas pusieron sus esfuerzos en U recuperación del control de los sindicatos intervenidos, la "normalizarmu que negociaron con el gobierno combinando la presión y el acuerdo. En i>m estrategia concurrieron los dos grandes nucleamientos en que se e n c o m i a ban divididos, más bien por razones tácticas, la combativa CGT de la < allí» Brasil, que encabezaba Saúl Ubaldini , y la negociadora CGT Azopardo. SJ acción movilizadora fue perdiendo especificidad y confluyó en la lucha m . general por aquello que concentraba las mayores ilusiones: la recuperación de la democracia.

La democracia fue en p r i m e r lugar una ilusión: la tierra prometida, alean zada sin esfuerzo por una sociedad que, muy poco antes, adhería a los ténul nos y opciones planteados por los militares. Luego del doble sacudón de lit crisis económica y la derrota militar, la democracia aparecía como la llave para superar desencuentros y frustraciones, no sólo creando una fórmula di convivencia política sino t a m b i é n solucionando cada uno de los problemtU concretos. "Varias décadas s i n una práctica real hacían necesario un nuevo aprendizaje de las reglas de 1 juego, y también de sus valores y principios mas

EL PROCESO, 1976-1983 239

hiles, incluyendo los que tenían que ver, más allá de la democracia, con Jllina república. Fue precisamente ese conocimiento vago y aproximati-• que permitió que se encabalgaran e n la nueva ilusión quienes nunca J|n creído en ella, sobre todo los que estaban abandonando rápidamente I m i i D del Proceso. Pero se la aprendió con intensidad, y se la puso en T k a pronto. La afiliación a los partidos políticos -luego de que el gobier-pvantó definitivamente la veda- f u e tan masiva que uno de cada tres Jfttvs pertenecía a un partido. Las movilizaciones en defensa de la demo-l|n recordaron por su número a las de diez años atrás, pero a diferencia de Ifllas no eran n i fiestas n i ejercicios para la toma del poder sino la expre-l i l e una voluntad colectiva, el mostrarse y el reconocerse como integran-i t la civilidad. Esa diferencia se expresó también en los lugares de con­

finación elegidos: junto con la tradicional Plaza de Mayo, la de la Repúbli-I r l ( 'abildo o los Tribunales, indicador éste del papel central que, según se •raba, debía cumplir la Justicia. }Ln afiliación masiva transformó a los partidos políticos. Hubo un amplio

> > de participación y se animaron los comités o unidades básicas, donde •Hipearon a volcarse las demandas de la sociedad. También se renovaron los liiiidn is dirigentes, y se incorporaron los que en los últimos años habían milita­

r e n organizaciones juveniles o estudiantiles, como en el caso de la Coordina-B | radical, así como muchos intelectuales, que trajeron a la política nuevos pinas -muchos surgidos de las inquietudes que estaba planteando la sociedad, • ni ios de la experiencia de las sociedades democráticas más avanzadas- y tam-IfMrn formas más modernas de plantearlos. Los viejos cuadros dirigentes se vie-ron desafiados por otros que desde los márgenes habían planteado posiciones IIIM lepantes, de modo que la renovación fue amplia e integral.

I as transformaciones del peronismo fueron notables, pues el viejo movi -k i c n t o , siempre en tensión con la democracia, se convirtió en un aceptable pai i ido. La cuestión del verticalismo, que había signado su existencia, quedó imperada por la notoria falencia del vértice —Isabel Perón sólo ocupó simbó-li< .miente la presidencia-, y la estructura partidaria pudo también absorber a los sectores con fuerte organización corporativa, como los sindicalistas. Las foinias participativas fueron adoptadas para regular la competencia interna, y Ii is modernos temas y preocupaciones democráticas, que nunca habían sido f l Inerte del movimiento, aparecieron en f o r m a razonable. La renovación, un embargo, no fue completa: los viejos caudillos provincianos siguieron manteniendo un lugar importante, al igual que los dirigentes sindicales. El metalúrgico Lorenzo Miguel - e l sucesor de 'Vandor, a quien los militates re­habilitaron a principios de 1983- volvió a conducir las 62 Organizaciones,

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rama gremial d e l peronismo, y gracias a su control de las afiliaciones II* M ocuparla presidencia real d e l partido. Detrás de él ganaron espacios l u i j M tantes caudillos sindicales de trayectoria poco clara, como Herminio ItflÉ sias, que alcanzó l a candidatura a gobernador de la provincia de Bueno* JM res. La candidatura a presidente recayó en Italo Luder, un jurista de p o l f l gio pero c o n escaso poder r e a l en el partido, que debía expresar el c q u l I l M entre las nuevas y viejas tendencias internas, pero que no pudo dr.ip a I desconfianza que e l peronismo despertaba en sectores importantes dr 11 m ciedad.

El radicalismo se renovó por iinpulso de Raúl Alfonsín, que en 197.' I M creado el Movimiento de Renovación y Cambio para disputar el l idna/i j f l Ricardo Balbín. Durante el Proceso se distinguió del resto de los política \\l criticó a los militares con mucha energía, asumió la defensa de detenidi >s\*M ticos y el reclamo por los desaparecidos y evitó envolverse en la euforia di l<| guerra de Malvinas. Desde e l f i n de la guerra su ascenso fue vertiginoso, d l ^ f l tando en la puja interna a los herederos de Balbín. Hizo de la democrnd^B bandera, y la combinó con u n conjunto de propuestas de modernización • I. I ( sociedad y el Estado, una reivindicación de los aspectos éticos de la poli un discutso ganador, muy distinto del tradicional radical, que atrajeron ; tido una masa de afiliados y simpatizantes.

Radicales y peronistas cosecharon amplios apoyos y dejaron poco cs| H para otros partidos. A la derecha, siguió siendo difícil unificar fuerzas d l v M sas, muchas de las cuales se habían comprometido demasiado con el I V I H M como para resultar atractivas. El ingeniero Alsogaray constituyó un mu partido, la Unión del Centro Democrático, que empezó a beneficiarse co i t f l impulso mundial hacia las concepciones ortodoxamente liberales, peto <i| cosecha mayor la haría años después. La izquierda padeció tanto por la dufl represión de los años d e l Proceso como por la desactualización de sus p i i j puestas, muchas de las cuales fueron tomadas por el radicalismo alfonsini 11 aunque e l Partido Intransigente logró reunir un amplio espectro de simpan zantes, e n buena medida nostálgicos de la política de 1973.

Alimentados por la movilización de la sociedad y por esta segunda y ap 1 cible primavera de los pueblos, sin embargo los partidos tuvieron d i f i c u l t a d para dar plena cabida a las múltiples demandas y al deseo de p a r t i c i p a d a ! que fue diluyéndose lentamente o se mantuvo al margen de ellos, como m las organizaciones de derechos humanos, cada vez más intransigentes en un.» demanda que los partidos intentaban traducir en términos aceptables para d juego político. La misma, dificultad se manifestó respecto de los intereil sociales más estructurados, como l o s sindicales o los empresarios, cuy;

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EL PROCESO, 1976-1983 141

M i d a discurrieron por los cauces corporativos y prescindieron de los parti-• paia su expresión o negociación. D e e¿e modo, el crecimiento de los

MI1I0. no supuso una eficaz intermediación y negociación de las demandas

m |M '»" iedad. • j l i d -ainación, sin embargo, no preocupaba demasiado, pues la sociedad b u l " adhiriendo con entusiasmo a u n a democracia que entendía como la Muta* 1,1 de la civilidad. Las formas de Hacer política del pasado reciente-la

M i i m agencia de las (acciones, la subordinación de los medios a los fines, lusión del adversario, el c o n f l i c t o entendido como guerra- dejaban

• l o 11 i i ras en las que se afirmaba el pluralismo, los acuerdos sobre formas • I l l i a .iihordinación de la práctica polít icaa la ética. Celebrando la nove-l||d • n rigor, hacía seis décadas que se había dejado de lado este juego p n i n " u i i i c o - se valoró y hasta sobrevaloróla eficacia de este instrumento. M M « uidarlo, nutrir lo y fortalecerlo, se puso sobre todo el acento en el B l M ' i i s o alrededor de las reglas y en la acción conjunta para la defensa del Mm nía . Quizá por eso se postergó una dimensión esencial de la práctica •1I1111 a: la discusión -civil izada y p l u r a l - de programas y opciones, que mu csai iamente implican conflictos, 1 ganadores y perdedores, y se confió en i f l p o d e r y la capacidad de la civil idad unida para solucionar cualquier pro-f l l i in.1. Esta combinación de la valoración de la civi l idad con u n fuerte • l l u n i a r i s m o derivó e n un cierto fácilismo, en una especie de "democracia p i b a " , aséptica y conformista.

11 is problemas derivados de esto se verían más adelante. D e momento, la l lv i l idad vivió plenamente su ilusión, y acompañó al candidato que mejor i.ipti esc estado de ánimo colectivo. El peronismo encaró su campaña con Hliii lio del viejo estilo, convocando a la liberación contra la dependencia « 1 1 1 tan poca convicción que uno de sus candidatos, en un revelador lapsus, bl i lvocó en un discurso público la opción positiva- y apeló a lo peor del f ib loro del movimiento para denostar a su adversario. Raúl Alfonsín, en • l a b i o , ganó su candidatura e n la UCR primero, y las elecciones presidencia-|f» luego, apelando en primer lugar a la Constitución, cuyo Preámbulo MM-guramente escuchado por primera vez por muchos de sus jóvenes adhe-haiics era un "rezo laico". Agregó una apelación a la transformación de la MU Iedad, que definía como moderna, laica, justa y colaborativa. Estigmatizó Hl legimen, aseguró que se haría justicia c o n los responsables y denunció e n lü* adversarios sus posibles continuadores, p o r obra del pacto entre militares y sindicalistas. Sobre todo aseguró que la democracia podía resolver n o sólo I' 1. problemas de largo plazo -los cincuenta años de decadencia- sino satisfa-1 ei la enorme masa de demandas acumuladas y prestas a plantearse. La socie-

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242 B R E V E H I S T O R I A C W E M F O R Á N E A DE L A A R G E N T I N A

ción nacional. U n a a £ p r l T ^''^ Perd'''9

V I I I . El impulso y su freno, 1983-1989

La ilusión democrática

| Huevo presidente, Raúl Alfonsín, asumió el 10 de diciembre de 1983 y •Mltvuvó a una concentración en la Plaza de Mayo; para marcar las continui-Ptdrs y las rupturas con la tradición política anterior, desechó los "históricos ptli ones" de la ("asa Rosada y eligió los del Cabildo. Como en 1916, la mul­titud que se volcó a las calles sentía que la civilidad había alcanzado el poder, f tnnto se puso de relieve no sólo la capacidad de resistencia de los enemigos flIfK.idos vencidos, sino la dificultad para satisfacer el conjunto de demandas ilr lodo tipo que la sociedad había venido acumulando y que esperaba ver hiueltas de inmediato, quizá porque a la clásica imagen del Estado providen-m w sumaba la convicción -alimentada por el candidato tr iunfante- de que | l leiorno a la democracia suponía la solución de todos los problemas.

Pero éstos subsistían, y sobre todo los económicos, aunque en la campaña l l n loral se habló poco de ellos. Más allá de sus problemas de fondo, la eco­nomía se encontraba desde 1981 en estado de desgobierno y casi de caos: liill.u i o n desatada, deuda externa multiplicada y con fuertes vencimientos Inmediatos, y un Estado carente de recursos, sin posibilidad de atender a los VIII iados reclamos de la sociedad, desde la educación o la salud a los salariales 0e sus mismos empleados, y aun con una fuerte limitación en su capacidad l'.ua ilirigir la crisis.

Esa incertidumbre acerca de la capacidad del gobierno democrático se •Itendía a los otros campos, donde los poderes corporativos —los militares, la Iglesia, los sindicatos- habían demostrado tenet una enorme fuerza. Pero \i todos ellos habían quedado comprometidos con el régimen caído, o sal­picados por su derrumbe, y se encontraban a la defensiva. Sus viejas solidari­dades estaban rotas y faltaba un centro polí t ico que articulara sus voces, de

' modo que debieron mantenerse a la expectativa, sumándose al coro de ala­banzas a la democracia restaurada y rindiendo homenaje al nuevo poder de-

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244 B R E V E HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE L A A R G E N T I N A

mocrático. El adversario político principal del radicalismo gobernam»»,' peronismo, vivía una fuerte crisis interna, latente desde antes de la clei « W pero agudizada luego de lo que fue, en toda su historia, la primera d o n electoral. M i e n t r a s el sindicalismo peronista se separaba de la comino M partidaria y ensayaba su p r o p i a estrategia para enfrentar los embates del ^ bierno, el peronismo político buscaba sin éxito definir su perfil, aracandi desde la derecha o la izquierda, odesde ambos lados a la vez, como lo huí (| senador Saad i .

El poder que administraba el presidente Alfonsín era, a la vez, g r a i u l f l escaso. El radicalismo había alcanzado una proporción de votos sólo n i f f l parable con los grandes triunfos plebiscitarios de Yrigoyen o Perón, y i . al . mayoría en la Camarade Diputados, pero había perdido en el interna n • dicional y no controlaba la mayoría del Senado. Si el liderazgo de A l f o r a f l en su partido era fuerte, la UCR constituía una fuerza no demasiado bouuM génea, donde se discutieron y hasta se obstaculizaron muchas de las inii M tivas del presidente, quien prefirió rodearse de un grupo de intelectuales i técnicos recientemente acercados a la vida política, y de un grupo rniliea juveni l , la Coordinadora, que avanzó con fuerza en el manejo del part ido • del gobierno. Fuerte en la escena política, el radicalismo no tenía en intiM bio -más allá de las adhesiones que inicialmente cosecha todo triunfada! muchos apoyos consistentes en el ámbito de los poderes corporativos, • territorio donde sus adversarios peronistas se movían en cambio con tat fluidez. El Estado -que debía librar sus combates contra esos poderes y .1 que el gobierno no controlaba to ta lmente- carecía de eficiencia y aun d i credibilidad para la sociedad.

Pero cuando asumió e l gobierno, el presidente Alfonsín tenía detrás de »l una enorme fuerza, cuya capacidad era aún una incógnita: la civilidad, idenll ficada toda ella, más allá de sus opciones políticas, con la propuesta de cora truir un Estado de derecho, al cual esos poderes corporativos debían someterse, y consolidar un conjunto de reglas, capaces de zanjar los conflictos de una manera pacífica, ordenada, transparente y equitativa. Era poco y muchísimo se trataba de una identidad política fundada en valores éticos, que subsumía l< »•* intereses específicos de sus integrantes, en muchos casos representados pro 1 sámente por aquellas corporaciones, pero que en el entusiasmo de la recupen ción democrática quedaban postergados. Mucho más aún que los gobernantes, la civilidad vivió la euforia y la ilusión de la democracia, poderosa y "boba" a In vez. Con estos respaldos, e m cierto sentido fuertes y en otros débiles, el presi dente debía elegir entre go l)ernar a c tivamente, tensando al máximo el polo d i la civilidad, lo que implicatoa confroxitar con intereses establecidos y aun intuí

EL IMPULSO Y SU FRENO, 1983-1989 245

Uwiras en su frente de apoyo, o privilegiar las soluciones consensuadas, Itieidos con los poderes establecidos, lo que implicaba postergar los pro-

i i i i que requerían definiciones claras. El gobierno eligió en general la pri-t línea, pero debió aceptar la segunda cuando algunos fuertes golpes le jMraron los límites de su poder. N o obstante, hasta 1987 el gobierno man­

dil iniciativa, buscando caminos alternativos y presentando ante cada con-II nuevas propuestas, que Alfonsín sacaba-decían muchos observadores— 1 de la galera de un mago.

Rn el diagnóstico de la crisis, los problemas económicos parecían por en-Jf» menos significativos que los políticos: lo fundamental era eliminar el u i tar i smo y encontrar los modos auténticos de representación de la vo­

tad ciudadana. El gobierno atribuyó una gran importancia, simbólica y I, a la política cultural y educativa, destinada en el largo plazo a remover

|Hiiiuitarismo que anidaba en las instituciones, las prácticas y las concien-^kpresentado en la difundida imagen del "enano fascista". Coincidiendo I los tleseos de la sociedad de participación y de ejercicio de la libertad de |»lesión y de opinión, largamente postergada, las consignas generales fue-1 la modernización cultural, la participación amplia y sobre todo el plura-Jlo y el rechazo de todo dogmatismo.

E n este terceno se avanzó inicialmente con facilidad: se desarrolló u n pro-Mitm.i de alfabetización masiva, se atacaron los mecanismos represivos que fclilaban e n el sistema escolar y se abrieron los canales para discutir conteni-• » y formas -a veces puestas en práctica con una alta dosis de utopismo y •lluniarismo-, lo que debía culminar en un Congreso Pedagógico que, como • ile cien años atrás, determinaría qué educación quería la sociedad. En el pimpo de la cultura y de los medios de comunicación manejados por el Esta­fe, la libertad de expresión, ampliamente ejercida, permitió un desarrollo l ima! de la opinión y un cierto "destape", para algunos untante, en las for-•liis y en los temas. En la Universidad y en e l sistema científico del Estado l i i l v i e r o n los mejores intelectuales y científicos, cuya marginación había co-•rnzado en 1966. Aunque en muchas universidades los cambios no fueron Wyn i f ¡cativos, en otras, como la de Buenos Aires , hubo profundas transfor-111.11 iones. Estas instituciones, que debieron resolver el problema planteado |*it un masivo deseo de los jóvenes de ingresar a ellas, se reconstruyeron pibre la base de la excelencia académica y el pluralismo, alcanzando en algu-• M casos niveles de calidad similares a los de su época dorada a principios de I , . década de 1960.

Ailemás de volver a la vida académica, los intelectuales se incorporaron a I . i política, y la política se intelectualizó. S u presencia fue habitual en los

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246 BREVE HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE LA ARGENTINA

medios de comunicación- Alfonsín recurrió a ellos, como aseson i narios técnicos, y su discurso, que traducía en clave política lo que Ifl micos elaboraban, resultó moderno, complejo y profundo, a tono ^ en el mundo se esperaba de un estadista. N o fue el único -su mili mf| compañero en ese camino fue el peronista A n t o n i o Cafiero- y I.i dl*É política adquirió brillo y, e n menor medida, profundidad.

El punto culminante d e esta modernización cultural fue la aprobm !<• la ley que autorizaba el divorc io vincular - u n tema tabú- y posto ii u u i n M referida a la patria potestad compartida, que completaba el proyei n M|#I dernización de las relaciones familiares, campo en el que la Argén i i na M sensiblemente atrasada respecto de las tendencias mundiales. Ea Ii \divorcio fue sancionada a principios de 1987, luego de una breve peni mi sa discusión. Los sectores más tradicionales de la Iglesia católica inu nlÉ oponerse, no sólo con los mecanismos habituales de presión sino lia 11 H manifestaciones - l a Virgen de Lujan fue sacada a la calle- que Ira» o d f f l por el alto grado de consenso existente alrededor de la nueva norma, u t ^ H entre sectores católicos, preocupados quizá por las consecuencias h m i l i j f l de una práctica ya habitual en sus propios círculos. En cambio, la I g j i ' i l f l movilizó con éxito alrededor del Congreso Pedagógico -cuestión que l l I f l f l resaba directa y profundamente, por su fuerte participación en la edin n ||(B privada- defendiendo paradójicamente, contra un supuesto avance r-ad^f el pluralismo y la libertad de conciencia.

k La Iglesia, que en 1981 se había definido por la democracia -aunqui <IÉ hacer la crítica de su íntima relación con el gobierno m i l i t a r - fue cvolin|fl

opriando hacia una creciente hostilidad al gobierno radical y a un cm-.i i>>n<É a m i e n t o del régimen democrático mismo. Le irritaba lo que juzgaba su | H M \.| injerencia en el área clave de la enseñanza privada, la sanción de la ley M

Jdivorcio y el tono en general laico del discurso cultural que circulaba por • \s y medios d e l Estado. Fue determinante un cambio en el (-quil|i|

\btio interno del episcopado local, pero lo decisivo fue la orientación goaMÉ Cj impresa a la Iglesia por e l papa Juan Pablo I I , decidido a dar una batalla p o f l

\integridad de la comunidad católica que tenía precisamente su centro en 1(1 /cultural . Ese combate, asumido p o r los obispos locales más conservadores, \M .permitió empezar a reconstruir su aireo de solidaridades con otros integi isiiuB '̂ deseosos de volver. Enfrentados d e manera creciente con el gobierno radl. al - e l presidente respondió enérgicamente en un templo a las opiniones pi ilin cas de u n obispo, que ade más era v icario castrense-, estos sectores de la Iple» 'sia, que paulatinamente e mpezabari a dominar en ella, asumieron el papel >U

^censor social, con un discurso de c o m b a t e en el que la democracia - decían

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EL IMPULSO Y SU FRENO, 19S3-1989 247

H r el compendio de los males d e l siglo: la droga, e l terrorismo, el

| l la pornografía. |)|M UI •>< i él ico, centrado en los valores de la democracia, la paz, los dere-(ll i i i i in is, la solidaridad internacional y la independencia de los estados, |(o al servicio de una reinserción del país en la comunidad interna-

l qu* lecientemente había censurado y hasta aislado al régimen m i l i -i n i i " , la oveja negra se convirtió e n el hijo pródigo; los éxitos en este o, • \s en la gran popularidad alcanzada por e l presidente en In* lugares del mundo, fueron utilizados para afianzar y fortalecer las in lunes democráticas locales, todavía precarias. Con esos criterios se NnMI las principales cuestiones pendientes, c o n Chile por el Beagle y

( l l i i n Bretaña por las Malvinas. En e l primer caso, el laudo papal, que los »•'» habían considerado inaceptable pero sin atreverse a rechazarlo, fue ld<< ' o r n o la única solución posible por el gobierno democrático, que liaba leíirmar los valores de la paz y eliminar una situación de conflicto

Jhidta mantener vivo el militarismo. Para doblegar las resistencias inter-| n i aprobación -nutridas en el tradicional nacionalismo y en u n reluc-¥ I " la ismo- se convocó a un referéndum popular no vinculante que

j h w ó el amplio consenso existente para esa solución pacífica e inmedia-A u n así, la aprobación por el Senado -donde el peronismo tenía la mayo-I ir Ii igró por el mínimo margen de u n voto. En el caso de las Malvinas, l i l i la torpeza militar había llevado a la pérdida de lo largamente ganado la opinión pública internacional y en las negociaciones bilaterales, tam­i l • recuperó terreno: las votaciones en las Naciones Unidas, instando a pan i - , a la negociación, fueron cada vez más favorables, incluyeron a las

lio ij«ales potencias occidentales y aislaron al gobierno británico. Sin em-|yo, la expectativa de que ello sirviera para convencerlo de la convenien-I de iniciar una negociación que incluyera de alguna manera el tema de la l|i« i . iuia resultó totalmente defraudada.

I A f i l i a d a con otros países que acababan de retornar a la democracia I lltiguay, Brasil, Perú-, la Argentina se propuso mediar en el conflicto en • l l l numérica, y sobre todo en la cuestión de Nicaragua. Se trataba de apli-

ÉM I " 1 ' principios éticos y políticos generales, y también de evitar los riesgos •Hemos que podía acarrear uno de los episodios finales de la Guerra Fría. D i n lepando con Estados Unidos, pero aprovechando su buena voluntad ha-Mtt las democracias restauradas, logró que f i n a l m e n t e se alcanzara unasolu-||ñu relativamente equitativa. Actuando con independencia, dialogando con pm países no alineados, reivindicando los principios pero absteniéndose de los ^ptntamientos más duros -por ejemplo, c o n s t i t u i r un "club de deudores"

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248 BREVE HISTORIA CON 1 tMPORÁNEA DE LA ARGENTINA

para negociar la deuda externa- el gobierno mantuvo una buena n I con el norteamericano, que respaldó con firmeza las instituciones dcniid ticas, cortando cualquier vinculación con militares nostálgicos, y apoyttl go los diversos intentos de estabilización de la economía.

La corporación militar y la sindical

En el terreno cultural y en el de las relaciones exteriores el gobierno cidltM pudo avanzar con relativa facilidad, pero el camino se hizo más empinad»»11 M i f l afrontó los problemas de las dos grandes corporaciones cuyo pacto habín fl nunciado en la campaña electoral: la militar y la sindical. En ambos l e t u ' f l pronto quedó claro que el poder del gobierno era insuficiente para loi if I ambas a aceptar sus reglas.

El grueso de la sociedad, que había empezado condenando a los milii por su fracaso en la guerra, se enteró de manera abrumadora de aquello hasta entonces había pteferido ignorar: las atrocidades de la represión, puf en evidencia por un alud de denuncias judiciales, por los medios de coinunii •»

.ción y, sobre todo, por el cuidadoso informe realizado por la Comisión N.i. \d nal sobre la Desaparición de Personas (CONADEP), constituida por el gobio i f l presidida por el escritor Ernesto Sabato, cuyo texto, difundido masivanu \\m con el título de Nuncamás, resultó absolutamente incontrovertible, aun p.iifl

/ quienes querían justificar a los militares. En la sociedad se manifestaron aUii . / ñas confusiones y ambigüedades: ¿eran culpables de haber hecho la guerru M

Malvinas, o simplemente de haberla perdido?; ¿eran culpables de haber i i rado, o simplemente de haber torturado a inocentes? Pero la inmensa inaynrlj los repudió masivamente, se movilizó y exigió justicia, amplia y exhaustiva quizás u n Nuremberg.

La derrota en la guerra de Malvinas, el rotundo fracaso político, las dlv, siones entre las fuerzas, los propios cuestionamientos internos, que afeciahiiÉ la organización jerárquica, todo ello debilitaba la institución militar, que s||l embargo no había sido expulsada del poder. Como se repetía por entone J en la Argentina no había habido una toma de la Bastilla. Pronto, la solidaiU dad corporativa de los mi l i tares se reconstituyó en torno de lo que reivindl< caban como su éxito: la v i c t o r i a en la "guerra contra la subversión". Reí m zaron la condena de la sociedad, recordaron que su acción contó con la o un placencia generalizada, i n c l u s o de los políticos luego sumados al coro de I " . detractores, y a lo sumo estaban dispuestos a admitir "excesos" propios de una "guerra sucia".

EL IMPULSO Y S U FILENO, 1983-1989 149

I f l piesidente Alfonsín bahía estad* >, en los años del Proceso, entre Los flrncigicos detensores de los derechos humanos, y había hecho de el.os mu bandera durante la campaña, en la que también fustigó duramente a la flmi.ic ion militar. Sin duda compartía los reclamos generalizados de justi-p , peto se preocupaba también de encontrar la manera de subordinarlas ppl/.r . Armadas al poder c iv i l , de una vez para siempre. Para ello proponía • l i n is distinciones, lógicas pero difíciles de ser admitidas por la sociedad plvi i i . 'ada: separar el juicio a los culpables del juzgamiento a la institución, mt na y seguiría siendo parte del Estado, y poner límite a aquel juicio, des-• k l i i n d o responsabilidades y distinguiendo entre quienes dieron las órdenes p»< • «indujeron al genocidio, quienes se limitaron' a cumplirlas y quienes se m edición, cometiendo delitos aberrantes. Se trataba de concentrar el casti-• i n las cúpulas y en las más notorias betes noires y aplicar al resto el criterio P la < ibediencia debida. Sobre todo, el gobierno confiaba en que las propias l i l i as Armadas se comprometieran c o n esta propuesta, intermedia entre m demandas de la civilidad y la postura dominante entre los militares, que punieran la crítica de su propia acción y procedieran a su depuración, casti-p i i < l i i a los máximos culpables. Para ello, se procedió a reformar el Código P justicia Mil i tar , estableciendo una primera instancia castrense y otra ci-Pl, y se dispuso el enjuiciamiento de las tres primeras Juntas Militares, a las fl *e sumó la cúpula de las organizaciones armadas ERP (de hecho extingui-p ) v Montoneros.

I Se trataba de transitar un difícil camino entre dos intransigencias. El IMIIIMI contratiempo sobrevino cuando se hizo evidente que los militares P llegaban a revisar su acción y a juzgar a sus jefes: a f i n del año 1984, •(lando se sentían los primeros remezones en los cuarteles, los tribunales p»i tenses proclamaron la corrección de lo actuado por las Juntas, y enton-p » las causas judiciales fueron pasadas por el Ejecutivo a los tribunales Éviles; en abril de 1985, en un clima mucho más agitado aún, comenzó el l i l i io público de los ex comandantes. El j u i c i o , que duró hasta f i n de año, |i inunó de revelar las atrocidades de la represión, pero mostró una cierta brídala de militancia de la c ivi l idad, mientras las organizaciones defenso­r a de los derechos humanos hacían oír una voz cada vez más dura e intran-Wyenie. Comenzaron a escucharse otras voces, hasta entonces prudente-l|n me silenciadas, que defendieron la acc ión de los militares y reclamaron P amnistía. A f i n de 1985, poco después de que e l gobierno ganara las lid > i iones legislativas, se conoció el fallo, que condenó a los ex cóman­l a i les, negó que hubiera habido guerra a lguna que justificara su acción, |l»t inguió entre las responsabilidades de cada uno de ellos, y dispuso comti-

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2 5 0 B R E V E HISTORIA C O N T E M P O R Á N E A DE L A A R G E N T I N A

hi iar la a c c i ó n penal contra los demás responsables de la> openu i> ••<•« I Justicia había certificado la aberrante conducta de los jefes del IV ,M habí; descalificado cualquier justificación y los militares habían n u t ^ H sometidos a la ley civil -circunstancia absolutamente excepcinn.il \ese sentido fue u n fallo ejemplar. Pero no clausuraba el problema p. * d | f l te entre la sociedad y la institución militar, sino que lo mantenía a l a | f l

De ahí en más, la Justicia siguió activa, dando curso a las múlt ipL I . . . i f l cias contra oficiales de distinta graduación, citándolos y encausando l | | convulsión interna délas Fuerzas Armadas, y muy especialmente del I V f ^ H tuvo un nuevo eje: ya no se trataba tanto de la reivindicación global . . >UM|H la situación de los citados por los jueces, oficiales de menor graduad» u i , • I>M- fl se consideraban los responsables sino los ejecutores de lo imputado. I ; l M<4̂ H no, por su parte, inició un largo y desgástame intento de acotar v ponu 1 4 a la acción judicial , para así contener ese clima de fronda que f e r m e n t a U i f l los cuarteles, alimentado por una solidaridad horizontal que desbordaba I ^ H tructura jerárquica. Se trataba de una decisión política, n i ética ni i u i i . | | f l basada en un cálculo de fuerzas que demostró ser bastante ajustado, man 114H zada sucesivamente en las leyes llamadas de Punto Final y de Obedien. 1.1 * J bida. La primera, sancionada a fines de 1985, ponía un límite temporal do meses a las ciraciones judiciales, pasado el cual ya no habría otras nuevas h f f l die acompañe') al gobierno en la sanción de esta ley: la derecha, penua c t f l liberal, por ser partidarios de una amnistía completa; los sectores progieq«^M incluyendo al peronismo renovador, por no cargar con sus costos p o l n l i i f l Estos fueron altos, y sus resultados terminaron siendo contraproducentes, p^M solóse logró un alud de citaciones judiciales y enjuiciamientos, que en lug.ti fl aligerar el problema lo agudizaron.

En ese contexto se llegó al episodio de Semana Santa de 1987. U n grupo fl oficiales, encabezado por el teniente coronel A l d o Rico, se acuarteló en ( n f l po de Mayo, exigiendo una solución política a la cuestión de las citacioiut y J en general, una reconsideración de la conducta del Ejército, a su juicio i n i m i f l mente condenado. No se trataba de los típicos levantamientos de los annn.i 1 res cincuenta o sesenta arios, pues los oficiales amotinados no cuestionaban orden constitucional sino que le pedían al gobierno que solucionara el p r o b l f l ma de un grupo de oficiales. Tampoco tuvieron, a diferencia de todos a q u c l l i f l levantamientos anteriores, el respaldo de sectores de la sociedad civi l , q i f l normalmente eran los m o tores de los golpes. Cuestionaban en cambio, y <. >n vehemencia, la propia corxducción del Ejército: los generales que desearjjal MM sus responsabilidades en l o s subordinados, y que además eran responsables \ I la derrota en Malvinas y ede la "entrega" del país a los intereses extranjeio

EL IMPULSO Y SU F R E N O , 1983-1989 251

k» amotinados asumieron las consignas del nacionalismo fascistizante, ) formas de acción verdaderamente subversivas del orden militar, mo­

lo a las bases -es decir, a los oficiales de baja graduación- y proclamán-|iuno la conducción del auténtico Ejército nacional. jítv a ellos, la reacción de la sociedad civil fue unánime y masiva. To-

I» partidos políticos y todas las organizaciones de la sociedad -patrona-|||dicales, culturales, civiles de t o d o tipo- manifestaron activamente su V i l orden institucional, firmaron u n Acta de Compromiso Democráti­c a incluía desde las organizaciones empresarias a los dirigentes de iz-

y rodearon al gobierno. La reacción masiva e instantánea permitió f deserciones o ambigüedades, y cortó toda posibilidad de apoyo civi l a

Niii"! ¡nados. La civilidad se movilizó, llenó las plazas del país y se mantu-11 vigilia durante los cuatro días que duró el episodio. Muchos de ellos i.in dispuestos a marchar sobre Campo de Mayo. La tensión del polo

i j - q u c en el fondo era el gran respaldo del gobierno- fue máxima. Alcan-Mt\\r un ataque directo a la institucionalidad, pero no fue suficiente Hquc los militares se doblegaran ante la sociedad. Aunque el motín susci-k n s adhesiones explícitas entre los militares, en el fondo todos acorda­ron sus camaradas "carapintadas": ninguno de ellos estuvo dispuesto a Ufar un tiro para obligarlos a deponer su actitud.

Bürante las cuatro tensas jornadas hubo muchas negociaciones, pero es­lío se concretaron hasta que Alfonsín -quien presidia la gran concentra-

1 1 1 ivica de la Plaza de M a y o - no se entrevistó con los amotinados en 'Hipo de Mayo. Se llegó a u n extraño acuerdo. El gobierno sostuvo que |(a Ii i que ya había decidido hacer - l o que sería la ley de Obediencia Debi-j que exculpaba masivamente a los subordinados- y los amotinados no Ipusieron ninguna condición y aceptaron la responsabilidad de su acción. Tu para todos apareció como una claudicación, en parte porque así lo pre-l l t a t o n tanto los "carapintadas" amotinados como la oposición política,

mm no quiso asumir ninguna responsabilidad en el acuerdo. Pero pesó mu­l l o más el desencanto, la evidencia del f i n de la ilusión: la civilidad era • l i npaz de doblegar a los militares. Para la sociedad, era el f i n de la ilusión de • democracia. Para el gobierno, el fracaso de su intento de resolver de mane-|n digna el enfrenramiento del Ejército con l a sociedad, y el comienzo de un

mtui' Y desgastante calvario. I (Comparativamente, el combate con la corporación sindical, que tuvo re­

pulí ados similares, fue mucho menos heroico. El poder de los sindicalistas, •Xaurado en parte al final del gobierno m i l i tar, se hallaba debilitado por la Prtiota electoral do! peronismo - e n cuya conducción los dirigentes sindica-

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les tenían u n peso importante- y en general por el repudio de la so< i g f l las viejas prácticas de la corporación, que habían aflorado duranre la \tM ña, a loque debía sumarse la profunda división existente entre los da m n) Por otra parte, su situación era institucionalmente precaria: buena p.utf la legislación que normaba la acción gremial había sido barrida poi e| men militar; muchos sindicatos estaban intervenidos, y en otros los di tes sólo tenían títulos provisionales, o mandatos prorrogados desde I f l modo que la normalización electoral debía ser inmediata.

El gobierno se propuso aprovechar esa debilidad relativa, así como o| m paldo de la c iv i l idad que, según juzgaban, debía incluir sectores no d c s d j f l bles de trabajadores, cuya voluntad participativa se manifestaba claman i d y se lanzó a democratizar los sindicatos, para abrir las puertas a un cspeiti más amplio de corrientes. El ministro Mucci - u n veterano sindicalist | l origen socialisra- proyectó una ley de normalización institucional de lo* «1 dicatos que incluía el voto secreto, directo y obligatorio, la représenme i d t f l las minorías, la limitación de la reelección, y sobre todo la fiscalización d# comicios por el Estado. Se trataba de un desafío frontal, ante el cual se útil carón todas las corrientes del peronismo, gremial y polírico: en marzo

1984 la ley fue aprobada en la Cámara de Diputados, pero el Senado la chazó, por un único pero decisivo voto. De inmediato el gobierno arrió h deras, puso a funcionarios más flexibles al frente de la negociación con I gremialistas y acordó con ellos nuevas normas electorales. A mediado» 1985 se habían normalizado los cuerpos directivos de los sindicatos, y au que las listas de oposición habían ganado algunos lugares, en lo esencial viejas direcciones resultaron confirmadas.

El impulso civi l y democrático había experimentado un temprano y lm i contraste ante el poder sindical reconstituido, que apoyándose en las c r e e d tes dificultades económicas se enfrentó sistemáticamente con el gobierno, tre 1984 y 1988, cuando decidió concentrar su atención en la campaña elei i ral, la CGT organizó trece paros generales contra el gobierno constitucii cifra que contrastaba con la escasa movilización en tiempos del anterioi giM bierno militar. Salvo el breve período posterior a junio de 1985, cuando t»\ gobierno obtuvo un respaldo importante de la sociedad para su plan ecoru >mi co, convalidado en la excelente elección de noviembre, la presión de la ( X I fue intensa. Se apoyó en las indudables tensiones sociales generadas poi la

iinflación —que llevaba a una permanente lucha por mantener el salario real I los comienzos del ajusre del sector estatal, que movilizó particularmente a Efll [empleados públicos, pero su carácter fue dominantemente político. Los sindl calistas lograron expresar de manera unificada el descontento social, e integral

n

'Mil

EL IMPULSO Y SU FRENO, 1983-1989 253

k totes no sindicalizados,como los jubilados, pero también hicieron alian-|on los empresarios, la Iglesia y los grupos de izquierda. Los reclamos fueron • coherentes -incluían desde las aspiraciones más liberales del establish-m económico hasta pedidos de ruptura con el Fondo Monetario- pero se

Biaban en un común ataque contra el gobierno, que incluyó en algún mo­t i l o de exaltación el reclamo de que "se vayan". L a (xrr no rehusó participar en las instancias de concertación que abrió el Memo, pero lo hizo con el estilo que había desplegado exitosamente entre

• 5 y 1973: negociar y golpear, conversar y abandonar la negociación con 1 "porrazo", lo cual permitió unir y galvanizar las fuerzas propias, que en t i» aspectos presentaban profundas diferencias. Saúl Ubaldini , dirigente J n pequeño sindicato y secretario general de la CGT, fue la figura caracte-|M!ia de esta etapa, no sólo por su peculiar estilo, adecuado para sellar el b d e alianzas del mundo del trabajo y la pobreza, sino sobre todo porque su

mmni\a propia lo convertía en punto de equilibrio entre las distintas •Mentes en que se dividía el sindicalismo. [ H gobierno, que abrió permanentemente los espacios para el diálogo y la

Jpiu erración, pero sin discutir los lincamientos de la política económica, Mido resisrir bien el fuerte embate sindical, pese a los inconvenientes que •lenificaba para la estabilización económica, en tanto contó con el apoyo •insistente de la civilidad y la escasa presión de otras fuerzas corporativas. La • v i t u r a de distintos frentes de oposición, y muy particularmente el militar, pipilIsaron al gobierno a una maniobra audaz: concerrar con un grupo i m ­putante de sindicatos -los "15", que incluían a los más importantes de la • l i v i d a d privada y de las empresas del Estado- y nombrar a uno de sus diñ­antes en el cargo de ministro de Trabajo. El acuerdo era transparente y casi •rosero, e incluía la sanción del conjunto de leyes que organizaba la activi-lind sindical -de asociaciones profesionales, de convenciones colectivas, de bnras sociales, controladas p o r los sindicatos- en términos similares a los de 1975. A cambio de esas importantes concesiones, el gobierno -que sacrifica­ba principios enunciados largamente- obtenía poco: una relativa tregua so-f la! , pues la oposición s indica l quedó profundamente dividida, y un eventual upoyo político, que en rigor nunca se concretó. Quizá también, un respaldo líente al embate de la corporación militar, que no debía darse por desconta­do. Luego de la victoria del peronismo en la elección de septiembre de 1987, r l gobierno prescindió de su ministro-sindicalista, pero mantuvo los compro­misos. Con la nueva legislac i o n , el poder de la corporación sindical quedaba plenamente reconstituido y la ilusión de la civilidad democrática de some­terlos a sus reglas se desvalió* cía.

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254 BREVE HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE LA ARGENTINA

El P b A s t r a l

En la estrategia seguida ante el poder sindical se había optado inii ia l tn«fl por e l enfrentamiento, desdeñándola posibilidad de concertar con . 1 « f l ciones a la crisis económica. En verdad, aunque al principio pareció i i i i n f l

menos urgente que los problemas políticos, esta cuestión era e x t r e m n d . i t i t f l te grave. La inflación, desatada desde mediados de 1982, estaba inst itm UíjM 1 izada, y todos los actores habían incorporado a sus prácticas el supuesto incertidumbre y la especulación, incluso para defender modestos ingn Junto con el déficit fiscal y la deuda externa, que seguía creciendo, t o f l f l tufan la parte más visible del problema, que se prolongaba en una c c o i i , . ( M | < estancada desde principios de la década, cerrada e ineficiente y fuer te in^B vulnerable en lo externo, en la que escaseaban los empresarios d i s p u e t u f l arriesgar y apostar al crecimiento y donde los grupos económicos mas. o j centrados, que a través del Estado absorbían recursos de toda la s o c i t ^ f l habían alcanzado la posibilidad de bloquear los intentos que desde el P ' t f l público se hicieran para modificar su situación.

Pese a que el f lujo de capitales se había cortado desde 1981, la d c t l f l externa seguía creciendo por la acumulación de intereses, al punto dr q m al f i n de la década duplicaría con exceso los valores de 1981, y el Estadal que en 1982 había asumido la deuda de los particulares, cargaba con pago de unos servicios que insumían buena parte de sus ingresos corrieiugJ Ciertamente, esas obligaciones se refinanciaban con frecuencia, pero ..>lii cuando se contaba con la buena voluntad del Fondo Monetario I n t r t i t u i cional, que a cambio exigía la adopción de políticas orientadas pr incipal ! mente a aumentar la capacidad inmediata de pago de los servicios. El I a do, a su vez, afrontaba un déficit creciente, cuyo origen lejano quizá poM

ubicarse - c o m o afirmaban sus crít icos liberales- en la magnitud del apata to de servicios sociales crecido en épocas de mayor bonanza, pero snbfl todo en la más reciente caída espectacular de sus recaudaciones, en el prnj de los pagos a l exterior y en la m a g n i t u d de las subvenciones de todo npU que recibían los sectores empresarios ligados a él en forma parasitaria. • masa de gastos debía afrontarse con recaudaciones en baja, comidas poi la inflación y la indisciplina de los contribuyentes , sin crédito externo n i in temo - t o d o el mundo transformaba sus ahorros en dólares- y sin grande* bolsas de recursos acumulados de dor^de tomarlos, como en otros tiempo» lo habían sido los excedentes del c o m e r c i o exterior o los de las cajas di jubilaciones. E l problema, que en lo i n m e d i a t o repercutía en una inflación permanente que distorsionaba las ¿condiciones de la economía, afectaba

E L I M P U L S O Y S U F R E N O , 1983-1989 2 5 5

Hítente la propia capacidad del Estado paragobemar efectivamente la Brnfa y la sociedad misma.

Si \a distancia la necesidad de encarar soluciones de fondo puede resultar J f l t r , en el momento pareció necesario subordinarlas a las necesidades de m < instrucción de un sistema democrático todavía débil y de u n Estado más •ll .n in . El nuevo gobierno y muchos de quienes lo acompañaron considera-

| pi ii a irario no crear divisiones en el campo déla civilidad, que constituía su i apoyo, y evitar al conjunto de la población los costos de una reforma

dunda, cuya necesidad, por otra parte, n o parecía evidente, sobre todo si pío de los rumbos elegidos chocaba con tradiciones sólidamente arraigadas

••ii . i de los deberes y funciones del Estado. Por otra parte, si esas reformas bi lan de tener un sentido democrático, equitativo y justo, sólo serían viables

m un poder estatal fuerte y sólidamente respaldado. I Jurante el primer año del gobierno radical, la política económica, orien-

|»iilii por el ministro Grinspun, se ajustó a las fórmulas dirigistas y redistribu-B f e i i clásicas, similares a las aplicadas entre 1963 y 1966, que en sus rasgos • I t u a l e s el radicalismo compartía con el peronismo histórico. La mejora de Id* remuneraciones de los trabajadores, junto con créditos ágiles a los empre-• I I li is medios, sirvió para la reactivación del mercado interno y la moviliza-n ile la capacidad ociosa del aparato productivo. La política incluía el p i l i t t o l estatal del crédito, el mercado de cambios y los precios, y se comple-lub i c o n importantes medidas de acción social, como el Programa A l i m e n -IIIII-I Nacional, que proveyó a las necesidades mínimas de los sectores más M i l nes. Con todo ello, no sólo se apuntaba a mejorar la situación de los sec-•irrs medios y populares, sino a satisfacer las demandas de justicia y equidad •o. la!, que habían sido banderas en la campaña electoral. Tal política conci-m la activa oposición de distintos sectores empresarios, que esgrimieron las

•nnsignas del liberalismo contra lo que denominaban populismo e interven-i !• mismo estatal, pero también la resistencia de la CGT, en este caso de raíz t lr l i indamente política, lo que hizo fracasar los intentos de concertación que r ían parte de la estrategia del gobierno.

Éste debió afrontar a la vez un juego de pinzas de los dos grandes actores l ' iupunitivos -unidos para el ataque- y una p u j a desatada por la distribución del ingreso, agudizada por la fuerte inflación. Todo ponía de manifiesto la Insuficiencia de una política que no tomaba en cuenta la radical transforma-i i o n de las condiciones de la economía luego d e 1975, el deterioro del apara­to productivo y su incapacidad para reaccionar eficientemente ante los estí­mulos de la demanda, la magnitud del déficit fiscal y de la deuda extema, ü m ésta se osciló entre dos caminos, que reflejaban ambos el espíritu del

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2 5 6 BREVE HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE LA ARGENTIN A

impulso democrático de la hora pero resultaron igualmente incondui tffl Se trató de lograr la buena voluntad de los acreedores, con el argum» ut f l que las jóvenes democracias debían ser protegidas, y se los amenaxo^B constitución de u n "club de deudores" latinoameticano, que repudiad 11 >M en conjunto.

A principios de 1985, cuando la inflación amenazaba desbordai . u 1 hiperinflación, la conflictividad social se agudizaba y los acreedores m l M hacían sentir enérgicamente su disconformidad, el presidente Alfonsín n i plazo a su minis t ro de Economía por Juan Sourrouille, un técnico ua \$m mente acercado al radicalismo, que lo acompañó casi hasta el linal >m gobierno. Para formular su plan de acción, el ministro necesitó casi • >i.|| meses, que fueron terriblemente duros para el gobierno, pues al desci u i i f i f l la economía se sumaba la movilización de la CGT con su plan de huí u , 1i1 los distinto- sectores empresarios y sus voceros políticos, part icularmcnlB sogaray y el ex presidente Frondizi, y sobre todo la agitación militar, 11 I peras del inic io del juic io a las Juntas. A fines de abril, la civilidad, eouviB da a la Plaza de Mayo para defender al gobierno y desbaratar un posible \¡M de Estado, recibió el anuncio del inicio de una "economía de guena",I anuló los últimos intentos de concertación. El 14 de mayo de 19o'», Inm mente, se anunció el nuevo plan económico, bautizado como Plan A u f l f l

Su objetivo era superar la coyuntura adversa y estabilizar la e c o n u t i n el corto plazo, de modo de crear las condiciones para poder proyectai n ai formaciones más profundas, de reforma o de crecimiento. Aunque ésiai f estaban enunciadas, sin duda incluían desalentar las conductas espci uU{ vas, estimuladas por la inflación, e impulsar a los actores económicos Ii acciones orientadas a la inversión productiva y el crecimiento. Pero lu a gente era detener la inflación. Se congelaron simultáneamente precios, nM rios y tarifas de servicios públicos, se regularon los cambios y tasas de inicri se suprimió la emisión monetaria para equilibrar el déficit fiscal - l o qu* I ponía asumir una rígida discipl ina en gastos e ingresos-, y se eliminaron i. mecanismos de indexación desarrollados durante la anterior etapa de ali inflación y responsables de su m a n t e n i m i e n t o inercial. Símbolo del inicli 11 una nueva etapa, se cambiaba l a moneda y el peso era reemplazado po| » austral.

Elaborado por un equipo técrxico de excelente n ive l pero ajeno tanto partido gobernante como a cualquiera de los grandes grupos de inicies, < plan se sustentaba exclusivamen t:e en el respaldo del gobierno, de inci ta valor, y e n su capacidad para susci tar apoyo en la sociedad. Rápidanani logró frenar la inflación, y así s & ganó ese apoyo general, para lo cual Ii

EL IMPULSO Y SU FRENO, 19834989 257

que el plan no afectara específicamente a ningún sector de la socie-fclo hubo caída de la actividad n i desocupación, que tradicionalmente IM I lave de los planes de estabilización, pero tampoco se afectó a los Hi"< empresariales, incluyendo a los que medraban con el Estado, cuyos JMos fueron en general respetados. El ajuste fiscal fue sensible pero no

Ileo: los salarios de los empleados estatales fueron congelados más es­tílente que los del sector privado, pero no hubo despidos; la recauda-Ule j i >ró sobre todo como consecuencia de la reducción fuerte de la infla-I «limado a algunos impuestos excepcionales, pero no hubo drásticas re­

l iónos en los gastos del Estado. L o s acreedores externos se sentían |u 11< >s tanto por la manifiesta intención del gobierno de cumplir los com-

•Iftos como por la augurada mejora de las finanzas estatales, y sobre todo • I firme apoyo que el plan recibió tanto del gobierno norteamericano ',) ile las principales instituciones económicas internacionales.

|r trataba del "plan de todos", quizá la más pura de las realizaciones de la •tn democrática: entre todos, con solidaridad y sin dolor podían solucio-^ los problemas más complejos, aun aquellos que implicaban choques de • e s más profundos. El gobierno obtuvo su premio en las elecciones par-li-> i Ii* noviembre de 1985: apenas seis meses después de estar el país al borde

ICMos, logró un claro éxito electoral que significaba el apoyo general de la j l l d a i l a la política económica. La novedad estaba, sin embargo, en que en Jileocupación general, las cuestiones económicas habían pasado al primer Tío, de modo que en lo sucesivo, éxitos y fracasos se medirían por ellas. L n placidez duró poco. Ya desde fines de 1985 se advirtió la vuelta inci-

•htc ile la inflación, que el gobierno debió reconocer en abril de 1986 con | pinceramiento" y ajuste parcial. Influyeron en parte las dificultades cre-

||liles en el sector externo, debido al derrumbe de los precios mundiales de • i créales como consecuencia de decisiones políticas de Estados Unidos, IM alecto tanto los ingresos del Estado como de los productores rurales. Se tli<> el aflojamiento de la disciplina social que requería el plan, sensible a

lliilquier intento de modificar los precios relativos. Renacieron las pujas litporativas, que realimentaron la inflación: la CGT, embanderada contra el impelamiento salarial, que afectaba sobre t o d o a los empleados estatales, y |* empresarios, liderados por los productores rurales, que se movilizaron contra 1 t ongelamiento de precios. Curiosamente, ambos coincidían en un recla-

B p común contra el Estado. La reaparición t a n rápida de los viejos proble-lii r. indicaba que, en el fondo, nada había cambiado demasiado. El plan, l i d ¡iz para la estabilización rápida, no preveía cambiar las condiciones de pudo , o intentaba hacerlo con ajustes que n o supusieran n i dolores ni con-

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258 BREVE HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE LA ARGENTINA

flictos. Se intentó reactivar la inversión extranjera, especialmente m »*|l petrolera - e l presidente Alfonsín anunció este plan en Houston, i ipl|4 las grandes empresas petroleras-, y también se esbozaron planes de n f l fiscal más profunda, privatización de empresas estatales y desregulai i< >u I. economía. Todo el lo chocaba con ideas y convicciones muy firmes en la mm dad, arraigadas t a n t o en el peronismo como en el propio partido gnU-iiml de donde surgieron bloqueos a estas iniciativas. Sobre todo, cualquHHf estos rumbos hubiera significado, a diferencia del Plan Austral, cnlirttf con alguno de los fuertes intereses constituidos, o gravar al grueso do I.i «t dad con los costos de la reforma. A medida que se hacía más clara la n e t « 0 de encarar soluciones de fondo, el gobierno radical descubría que sus haajT apoyo eran más tenues.

Quizá por eso a principios de 1987, cuando se volvía a agudizar la u >nl|M tividad social, el gobierno decidió recostarse en los grandes grupos c n t p t i H vos a los que en u n principio había acusado y combatido. En momento* f que u n sindicalista, propuesto por un conjunto de los más importantes «IM catos, se hacía cargo del Ministerio de Trabajo, un grupo de funcionar luH las grandes empresas ligadas a los contratos estatales fue convocado pañi m rigir las empresas públicas y un político radical de militancia en las asi^fl ciones rurales era nombrado secretario de Agricultura. Se renunciaba al %m ño de controlar las corporaciones, se cerraba la etapa de la ilusión del pn diM minio del interés público, y volvían a dominar los intereses particulaie* M los distintos sectores de la sociedad, y entre ellos, naturalmente, los di I i | más poderosos. Ventajas e inconvenientes de la nueva política se balan ron: la tregua social lograda tuvo como contrapartida el bloqueo que las di» tintas corporaciones imponían a políticas que las pudieran afectar. Empmtfl rios y sindicalistas dejaron de estar de acuerdo, sobre todo cuando éstos li| graron la sanción de la legislación gremial que acababa con las expectativa de flexibilizar las relaciones salariales. Pero, por otra parte, cuando en abril de 1987 los militares desafiaron el poder c iv i l , por primera vez desde 1910 \m encontraron ningún apoyo en la sociedad. En cierto sentido, la institucional lidad democrática estaba salvada, a costa de la posibilidad de una reforma d i la economía encarada democráticamente.

En ju l io de 1987 el gobierno encaró un nuevo plan de reformas, qufl contó con el aval de los principales organismos externos -particularmcnn el Banco M u n d i a l , cuya política empezó a distanciarse de la del FMI— y qm procuró concil iar la necesidad del ajuste del Estado con los intereses de lo» grandes empresarios. Una reforma impositiva más dura y profunda debía acompañarse de una política de privatización de empresas estatales y di

EL IMPULSOYSU FRENO, 1983-1989 259

iliil-.tica reducción de sus gastos. Pero este intento nació sin la fuerza I a rapaz de sustentarlo, sobre todo luego de la derrota electoral de Ifiubrc de 1987. En noviembre, los gremialistas se alejaron del gabine-

m los conflictos entre sindicalistas y empresarios se sumó la dif icultad latos, ilivididos en sectores de intereses contrapuestos, para proponer

llura común de acción. El peronismo, sobre todo, apuntando con nue-Pptlinismo a las elecciones presidenciales de 1989, se negó a respaldar Ulnas cuyo costo social era evidente. De ese modo, la proyectada recon-

k i ó u con las corporaciones, que supuso un fuerte deterioro de la ima-del gobierno radical ante la c ivi l idad, no rindió tampoco los frutos indos en el terreno económico, donde la inestabilidad y la sensación

hi ta ile gobernabilidad fueron crecientes.

La apelación a la civilidad

j||i i,límente el gobierno radical sólo había sido tolerado por las grandes cor-Hiu iones - e n rigor, el candidato peronista hubiera satisfecho mucho más bal mente a las Fuerzas Armadas y a la Iglesia-, de modo que debía respal-IK* en su poder institucional. Pero allí también su apoyo era limitado, par-

li alármente en el Congreso: la mayoría que tuvieron los radicales en la Ca­lina ile Diputados hasta 1987 se contrapesaba con la mayoría relativa de los Wimistas en el Senado, donde un grupo de representantes de partidos pro-

Mlti iales desempeñaban el beneficioso papel de arbitros inconstantes. Así, ) » dos grandes partidos tenían en el Congreso -que era el corazón del siste-ftft democrático- la posibilidad de vetarse recíprocamente, y como no había

fitaI ' ido acuerdos previos sobre cómo se conduciría el proceso político, que fililí f 11 - dudaba en calificar como transicional, fue más difícil aún llegar a ellos iu.indo cada partido procuraba desempeñar con eficacia sus respectivos pa-lirlrs de oficialismo y oposición.

Esta situación planteaba un problema para el gobierno, necesitado de un din a i r apoyo institucional en la resolución de los problemas de la crisis, y •mbién para el proceso, todavía frágil, de institucionalización de la demo-I n t i ' i n . A menudo, al gobierno se le planteó la opción de gobernar efecriva-'llienie, desplegando su voluntad pol í t ica pero tensando las cuerdas del siste­ma institucional, o tratar de concertar las distintas opiniones y llegar a acuer­dos que, al costo de soslayar problemas y opciones, fortalecieran el sistema Institucional. Tironeado por dis t intas tradiciones políticas, el gobierno radi-1 ni adoptó, mientras pudo, una su ^r te de vía media entre ambas alternativas.

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Los grandes apoyos del gobierno se encontraban en el radica lisnn >, y. M »| amplio conjunto de la civilidad que directa o indirectamente lo había i f i f l f l dado. Se trataba de u n actor político mucho más inestable que aquél j v i n a l por las peculiares circunstancias de la crisis del régimen militar, tenía lni< o! mente un gran poder. La Unión Cívica Radical había sido tradicionalnirm*M gran partido de la civi l idad, y el que contaba con mayores antecedentes y é\W cidades para organizaría y galvanizarla. En realidad, se trataba de un p.uild complejo y fragmentario, en el que coexistían variadas tendencias y dond* representaban múltiples intereses, a menudo de peso local o regional, i n d n l cual daba u n gran mosaico, difícil de unificar.

Desde 1983 Raúl Alfonsín estableció un fuerte liderazgo, sobre todo 4 talizando en el interior del partido el gran apoyo que había ganado i«n civi l idad. Su agrupación interna, el Movimiento de Renovación y (]¡\-que fundó en 1972, cuando disputaba la conducción con Ricardo Balhii era poco más que una red de alianzas personales, a la vez eficaz y poco c< mil i tente cuando se trataba no ya de ganar elecciones internas sino de propo||f a la sociedad grandes líneas programáticas. Más notable fue la acción .1. grupo de dirigentes jóvenes, provenientes en su mayoría de la militancia MU! versitaria, que integró la Junta Coordinadora Nacional, o simplemenii I *

"Coordinadora". Surgido hacia 1968, el grupo arrastraba en sus ideas y A dos de acción mucho de la experiencia que culminó en 1975: confluencia t i l tradiciones socialistas y antiimperialistas, sentido de la militancia orgánlt ii m la disciplina partidaria, fe en la movilización de las masas. Volcados en l'JNJ a la vida partidaria detrás de Alfonsín, aportaron algunos elementos i d e o H gicos a su discurso, pero sobre todo una gran capacidad para la organizan, MI y la movilización de esa civilidad que estaba constituyéndose en actor polít i c l y a la que Alfonsín convocaba con el programa de la Constitución. Tambléfl aportaron cuadros eficaces, tanto para la lucha partidaria como para la adniP I nistración del país, y en ambos campos sobresalieron por su disciplina, ^M eficacia y también su pragmatismo, en el difícil arte de tejer alianzas y en U I ejecución de políticas que sólo genéricamente podían filiarse en los c o n i r i i j J dos programáticos originales. La Coordinadora ganó mucho poder, y SUM ll(|fl resistencias internas, en un contexto de disputa partidaria en el que la mil ' dad, difícil y precaria, sólo podía mantenerse gracias a la conducción, Í I IOIH I y en cierto modo caudillesca, de quien era a la vez presidente de la Naca >n y I del partido.

El pacto entre Alfonsín y la civilidad se selló en la notable campaña ele» •! toral de 1983, en sus grandes actos masivos y en la fe común en la den a >< 11 cia como panacea. Consciente de que allí residía su gran capital polílii o, I

EL IMPULSO Y SU FRENO, 1983-1989 2 61

•itisín siguió utilizando esa movilización, convocándola en ocasiones a la |n de Mayo o al referéndum para resolver situaciones difíciles, como la re-I ia del Senado a aprobar el tratado por el Beagle, o el cúmulo de ame-

|MN que se cernía en las vísperas del Plan Austral . Pero, sobre todo, trabajó lugamente en su educación, en la constitución de la civilidad como actor « I l e o maduro y consciente. Para la movilización callejera - u n estilo polí-

^fcnparentado con el de las grandes jornadas de diez años atrás- la Coor-Ittudora era insustituible, pero para esta otra labor necesitó del apoyo de un hp> al ante conjunto de intelectuales, convocados para asesorarlo en diver-

||M lugares e instancias. Estos le suministraron los insumos de ideas, reelabo-^tlas y volcadas con singular pericia por un dirigente que -como ha puntua-É|im l< i Carlos A l t a m i r a n o - estaba convencido de que el único gobierno legí-|ln«» era el que se basaba en el convencimiento de la sociedad por medio de jumentos racionales.

Alfonsín le propuso los grandes temas y las grandes metas. La lucha con-|la <l autoritarismo y por la democratización cubrió la primera fase de su

h i b i e r n o , pero desde el Plan Austral, y sobre todo luego del triunfo electoral Bf tu iviembre de 1985, su discurso se orientó hacia los temas del pacto demo-Irriiíco, la participación y la concertación, y hacia la nueva meta de la mo­vilización, un concepto que incluía desde las estructuras institucionales 1*1 a los mecanismos de la economía, en los que las cuestiones de la reforma f I listado, la apertura y la desregulación aparecían formulados en el contex-

ái de la democracia, la equidad y la ética de la solidaridad. Tales temas se fcnniíestaron en una serie de reformas concretas, que sucesivamente propu-I la reforma del Estado, el traslado de la Capital al sur, la reforma constitu-l loual , no concretadas pero con las que logró mantener la iniciativa en la ijticu.sión pública. En todos ellos subyacía una inquietud común: la conver-Kt ' i i i ia de distintas tradiciones políticas detrás de un proyecto democrático y fcodernizador común. También una tentación: la articulación de esas tradi-Munes en un movimiento político que las sintetizara y que, con referencia a IpA antecedentes del yrigoyeriismo y el peronismo, comenzó a denominarse r l nacer movimiento histórico.

Este planteo, que nunca l legó a explicitarse plenamente, hizo rechinar In estructura del partido gobernante, que llevaba cuatro décadas comba­t i e n d o el movimientismo: d e Perón, de Frondizi, de la corporación sindi-la l , de algunos sectores empresarios. Pero, sobre todo, la apelación a la movilización de la c ivi l idad , sumada al fuerte protagonismo presidencial, HtMató iludas sobre su r e l a c i ó n armónica con el proceso de institucionali-•ción democrática. Dado el equilibrio de fuerzas y el reparto de posiciones

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institucionales, e l gobierno debió a menudo elegir entre atenerse c s i r l f l f l mente a las normas republicanas, lo que en muchos casos hubiera llevaditl u n a concertación t a l que implicaba renunciar a los objetivos progr ; tm(f l eos, o combinar a q u e l apoyo, de naturaleza más bien plebiscitaria, con d ampl io margen de auroridad presidencial que las normas y los anteceden!i acordaban, y así presionar al Congreso desde la calle, pasarlo por alto, o tar quizás a la Just ic ia . En varios casos, el gobierno de Alfonsín avanzó j f l este camino, pero sus sólidas convicciones éticas lo frenaron pronto, y M H e l lo , moderaron u n a voluntad política que, contra Maquiavelo, se negaba 1 convert ir en razón suprema.

A Las frágiles bases de su poder residían en la coherencia y tensión d i m\ C i v i l i d a d que lo había consagrado presidente. Sus limitaciones pasaban \\M

\ fidelidad al pacto inicial, construido en tomo del principio del bien ... \ rnún, pronto corroído por el resurgimiento de los intereses sectoriales, poi t i ^primacía de nuevas cuestiones, no contempladas inicialmente, como la m i \, y por la emergencia de nuevas alternativas políticas, que lo privanm

t^/je la iniciativa discursiva. Éstas surgieron a izquierda y derecha, pero soljfl -/todo de un peronismo renovado.

U n heterogéneo conjunto de fuerzas provenientes de la izquierda y de t i experiencia de 1973 se núcleo en t o m o del Partido Intransigente (P I ) , con nu programa que se ubicaba en el mismo terreno que el del alfonsinismo I * defensa de los derechos humanos, la reivindicación de la civilidad y la domo, cracia- aunque agregaba consignas nacionalistas y antiimperialistas, api i . I das a la cuestión de la deuda extema. Inicialmente esta fuerza aspiró -de 1111,1 manera ya conocida en la izquierda- a capitalizar la prevista disgregación .1.1 peronismo, pero luego se dedicó a señalar la infidelidad del gobierno al pío grama primigenio y a radicalizar las consignas de los derechos humanos, al tiempo que el antiimperialismo le permitía sintonizar con aquellos sec to í l del sindicalismo que levantaron la bandera del repudio a la deuda externa N o lograron s in embargo const i tuir un polo alternativo: el PI se disgregó y im absorbido por el peronismo renovado.

A la derecha, e intentando también aprovechar el debilitamiento de |j bipolaridad de 1983 , creció la Unión del Centro Democrático, fundada pi H Alvaro Alsogaray, el veterano mentor de las ideas liberales. Esas ideas, qu. gozaban de u n gran predicamento en el mundo, en el contexto de la crisis del bloque soviético y el del Estado de.bienestar, fueron traducidas aquí de una manera novedosa y atractiva por un partido que encontró en el contexto de la democracia la fórmula d«s la popularidad, particularmente entre los jóve nes. Su é x i t o electoral fue «relativo - n o logró afirmarse más allá de la Capí

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I11I , aunque pudo aspirar a convertirse en la tercera fuerza, que arbitrara •hite radicales y peronistas. Mucho más rotundo fue su éxito ideológico, sobre | I H I.. a medida que la crisis económica ponía de relieve la necesidad de solutio-i r » de fondo. N o es seguro que el liberalismo las tuviera, pero en cambio dispo­nía de recetas fáciles y atractivas, y de una aguda capacidad para señalar los pules del estatismo y el dirigismo. Compitió con éxito con el alfonsinismo en L educación de la civil idad, y hasta reclutó adeptos en el propio partido •gobernante.

A l competir con la fuerza gobernante en el terreno de la opinión pu­p i l o 1, los partidos y las instituciones, izquierdas y derechas - c o n la salve-l i d de grupos extremos y minor i tar ios - contribuyeron a reforzar la insti­l e i onal idad. Algo similar ocurrió con el peronismo después de una eta-L in ic ia l de vacilación. Inmediatamente después de las elecciones de RQK), y en medio de u n gran desconcierto y de profundas divisiones, pre-l o m i n a r o n quienes -encabezados por el dirigente de Avellaneda H e r m i ­n i o Iglesias- quisieron combatir al gobierno desde las viejas posiciones fccionalistas de derecha, y alentaron el acuerdo de políticos y sindicalis-

las peronistas con los militares y con quienes, como el ex presidente Fron-di.'.i, se habían convert ido en sus voceros. En ese contexto, se opusieron ni acuerdo con C h i l e y fueron categóricamente derrotados en el plebisci-

I D . Progresivamente fue articulándose dentro del peronismo una corrien-ie opuesta - l a renovación- que combatió duramente con la conducción oficial , al punto de que en 1985 se dividió el bloque de Diputados, hasta que a fines de ese año conquistó la preeminencia en el partido. El pero­nismo renovador-cuyas principales figuras eran A n t o n i o Cafiero, Carlos

fcrosso, José Manuel de la Sota y el gobernador de La Rioja, Carlos M e -H m - se proponía adecuar el peronismo al nuevo contexto democrático, Insertarse en el discurso de la c iv i l idad y agregarle el de las demandas nocíales tradicionalmente asumidas por el peronismo, compitiendo desde la izquierda de su propio terreno con el gobierno, a quien acompañaron incluso en temas como el plebiscito sobre el Beagle. Cuando se produjo la crisis m i l i t a r de Semana Santa de 1987, el comportamiento de los d i r i ­gentes renovadores fue impecable: manifestaron una solidaridad total con la institucionalidad democrática y respaldaron sin condiciones al gobier­no. N o sólo inscribían al peronismo en el juego democrático, sino que, f inal ­mente, parecían crear la condición de éste: la posible alternancia entre par­tidos competidores y copartícipes.

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El fin de la ilusión

El año 1987 fue decisivo para el gobierno de Alfonsín. El episodio di . . . i na Santa representó la culminación de la participación de la civilidad, t|' máximo de tensión que se podía alcanzar, y al mismo tiempo la evidrnt \^L\ su limitación para doblegar un factor de poder igualmente tensado I n i Pascua Je 1987 concluyó definitivamente la ilusión del poder i l i m i i a d i t ^ H democracia. Además, y ya embarcado en la negociación con los d h t l f f l intereses que habían sobrevivido al embate c iv i l -militares, empresarit >», | f l dicalistas-, Alfonsín perdió la exclusividad del liderazgo sobre la c ivi l l jH Si bien los competidores de derecha e izquierda cosecharon algo, las m a v i M ganancias fueron para el peronismo renovador. En un clima de d e t c r i n m | H nómico agudizado y de inflación creciente, las elecciones de septiembrfM 1987 les dieron u n triunfo si no categórico, claramente importante: el \mm calismo perdió la mayoría en la Cámara de Diputados, y el control de I<H|É las gobernaciones, con excepción de dos, Córdoba y Río Negro, únii • •• dt|j tritos, junto con la Capital Federal, donde logró triunfar.

El gobierno sintió fuertemente el impacto de una derrota que cuest i o n f l su misma legitimidad y su capacidad de gobernar, y desde entonces hasta <\m traspasó el gobierno, en jul io de 1989, las dificultades para su gestión I t crecientes, hasta llegar a convertirse en un calvario. El plan económico I t f f l zado en jul io y completado en octubre le dio un momentáneo respiro, • todo porque la oposición peronista aceptó compartir la responsabilidad < i • i • aprobación de los nuevos impuestos necesarios para equilibrar las c u e n f l del Estado. Pero no acompañó al gobierno en las transformaciones de foudid como el programa de privatización de empresas estatales, de modo qtti I . credibilidad de la nueva orientación fue escasa y los signos de la crisis Imal inflación, incapacidad para afrontar los pagos de la deuda- pronto re;ip.a. cieron. En el propio partido, alzaron sus voces los disconformes con la ci I ducción de Alfonsín, quien rápidamente propuso como candidato presidí I cial para 1989 al gobernador de Córdoba, Eduardo Angeloz, provenientí d los sectores más tradicionales y escasamente identificado con las tendeni del alfonsinismo.

La cuestión militar, no cerrada en abril de 1987, tuvo dos nuevos epU dios, en parte porque la situación ede los oficiales seguía irresoluta, pero si >l> todo porque los activistas mil i tares estaban dispuestos a aprovechar la del d i dad del gobierno. En enero de 19S8 el teniente coronel Rico, jefe de aqurl alzamiento, huyó de su prisión y vcolvió a sublevarse en un lejano regimietilii en el nordeste/A diferencia del a f x o anterior, la movilización c ivi l fue tumi

EL IMPULSO Y SU FRENO, 1983-1989 165

iunque también el respaldo militar a los sublevados resultó escaso: Rico berseguido por el Ejército y, luego de un breve combate, se rindió y fue f t c l a d o en un establecimiento penal.

A Imes de 1988 h u b o una nueva sublevación, encabezada por el coronel 'ti'ldín, que como Rico pertenecía al selecto grupo de los "héroes délas binas", y a quienes todos sindicaban como el verdadero jefe de los "cara-I,ulas". Seineldín se sublevó en un regimiento en el límite mismo de la •tal y reclamó una amplia amnistía y una reivindicación de la institu-L Como en Semana Santa, se comprobó que el grueso del Ejército, y

ibablemente porciones importantes de las otras armas, compartían sus ideas, llegaban a reprimirlo y hasta hacían suyo su programa. Como en Semana ||ta, y pese a que los amotinados terminaron en prisión, el resultado final Tincierto. Desde el punto de vista del gobierno, quedaba claro que no litaba a conformar n i a la civilidad -que lo encontraba claudicante— ni a pficiales , cuyos reclamos pasaban de la "amplia amnistía" al indulto a los

Midenados y la reivindicación de la lucha contra la subversión. En definit i -|, había fracasado el proyecto de reconciliar a la sociedad con las Fuerzas tinadas. Aquélla se sentía totalmente ajena a las inquietudes de los "cara-iltadas", y aun quienes tradicionalmente habían apelado a los militares 'pti i l iaban su actitud subversiva y el nacionalismo fascistizante que esgri-

l l i l . u i . Estas, por su parte, se encerraban en reivindicaciones absolutamente p i t p o r a t i v a s , pues la demanda de su rehabilitación se sumaba a novedosos limíteos salariales que mostraban cómo la crisis del Estado también los había l|t atizado a ellos.

En enero de 1989 un grupo terrorista, escaso en número, pobre en recur-•ik, aislado y trasnochado, asaltó el cuartel de La Tablada en el Gran Buenos i l r e s y el Ejército encontró la ocasión para realizar una aplastante demostra­ción ile fuerza, que culminó con el aniquilamiento de los asaltantes. El reco-hoi ¡miento que recogió por la acción fue el primer indicio del cambio de |>tunidades y valores en la opinión pública. Podía anticiparse que a la larga, In i uestión militar abierta se solucionaría con la reivindicación de los mil i ta-fes, el olvido dé los crímenes de la "guerra sucia" y el entierro de las ilusiones lie la civil idad, aunque tocaría dar el gran paso de amnistiar a los jefes conde-Hados al gobierno que siguió al doctor Alfonsín.

La cuestión política tampoco se cerró satisfactoriamente para la civilidad Hemocrática. Luego de la elección de septiembre de 1987 creció la figura de Antonio Cañero, gobernador de Buenos Aires, presidente del Partido Justi­cial ista y jefe del grupo "renovador", que se perfilaba como candidato de su pattido y, probablemente, sucesor de Alfonsín. En muchos aspectos, Cafiero

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y los renovadores habían remodelado el peronismo á imagen y semcjani|fl alfonsinisrno: es t r i c to respeto a la institucionalidad republicana, p o p a d tas modernas y democráticas, elaboradas por sectores de intelectualc , di tanciamiento de las grandes corporaciones y establecimiento de ai u<u|j mínimos con e l gobierno para asegurar el tránsito ordenado entre una \<\m sidencia y otra .

Quizás eso los perjudicó frente al candidato rival dentro del perón ¡símil m gobernador de La Rioja, Carlos Menem, también enrolado en la "ICU.IVM ción" pero cultor de u n estilo político mucho más tradicional. Menem « mostró una notable capacidad para reunir en torno suyo todos los scgiuciitf l del peronismo, desde los dirigentes sindicales, rechazados por Cafiero, l i a t f l antiguos militantes de la extrema derecha o la extrema izquierda de los \i\tm setenta, junto con todo tipo de caudillos o dirigentes locales desplazad» n | i f l los renovadores. C o m o ha dicho Ricardo Sidicaro, se trataba de una '\\\\M t iel i te" , que hería la sensibilidad de la civilidad democrática. Con este l i O f J rogéneo apoyo, explotando su figura de caudillo tradicional para diferem h i f l se de sus rivales modemizadores, y sin necesidad ele formular propuesi.t fl programa alguno, ganó la elección interna, y en ju l io de 1988 quedó conou! grado candidato a Presidente. En los meses siguientes extendió y perfeccli >i|fl su fórmula. Tejió en privado sólidas alianzas con los grandes intereses co ipni l rativos: importantes empresarios, como el grupo Bunge y Born, dirigenIen i j f l la Iglesia, altos oficiales de las Fuerzas Armadas, incluyendo los " c a r a p i n t f l das". Pero en público apeló al vasto mundo de "los humildes", a quienen « f l dirigió con un mensaje casi mesiánico, formulado con un despliegue esceiufl gráfico que lo hacía aparecer como un santón, y en el que la "revolm h>n productiva" y el "salariazo" prometidos prenunciaban la entrada en la l ¡o n f l de promisión. Si en el voluntarismo se acercaba al estilo de Alfonsín, fod< • l i f l demás lo diferenciaba, al tiempo que testimoniaba la realidad de una n i i c v f l sociedad, dominada por la miseria y la marginalidad, en la que este tipo d f l discursos resultaba mucho más eficaz. En suma, nadie sabía qué haría exa< 1.1 mente el candidato peronista en caso de resultar triunfante, pero estaba c l a u i l que sería pragmático y poco apegado a compromisos programáticos.

Angeloz, su competidor, criticó a Menem aprovechando el temor qin I despertaba en muchos pero también trató de captar al electorado que criti< a ba en Alfonsín sus facetas más progresistas. Por ello, acentuó los aspectos de I su programa que lo acercaban a las propuestas liberales, y mientras Meneni I prometía volver al paraíso de la distribución, Angeloz anticipaba un recoi n de la beneficencia estatal, que simbolizaba en un lápiz rojo dispuesto a facbiu todo gasto innecesario.

EL IMPULSO Y SU FRENO, 1983-1989 267

bs posible que, con esas alternativas, fuera inevitable el triunfo del candi-Nto opositor, según una dinámica muy propia de las democracias consolida-Ñu, en las que las dificultades de la sociedad engrosan la cuenta de los gober-

es. Pero faltaba el ingrediente final, que transformó una posible transi-lón ordenada en otra catastrófica. En agosto de 1988 el gobierno lanzó un llevo plan económico, que denominó "Primavera", con el propósito de lle-

|ni a las elecciones con la inflación controlada, pero sin realizar ajustes que pudieran enajenar la voluntad de la población. A l congelamiento de precios, luí,i ríos y tarifas -aceptado a regañadientes por los representantes empresa-f|i »s se agregó la declarada intención de reducir drásticamente el déficit

M l a t a l , condición para lograrel indispensable apoyo de los acreedores exter­no,, mucho más remisos que antes. En condiciones políticas muy distintas

•lie las de 1985, el plan marchó de entrada con dificultades: la predisposi­c i ó n de los distintos actores a mantener el congelamiento fue escasa, los punes e n los gastos fiscales fueron resistidos, la negociación con las principa-b u entidades externas marchó muy lentamente, y los fondos prometidos lle-p i t o n con cuentagotas; en cambio lo hicieron los capitales especulativos, l i r a aprovechar la diferencia entre tasas de interés elevadas y cambio fi jo,

! l o m a n d o con retornar en cuanto se anunciara la amenaza de una devalua-i Ion. Se trataba, en suma, de una situación explosiva, que reposaba exclusi­vamente sobre la confianza existente en la capacidad del gobierno para man­tener la paridad cambiaría. En diciembre de 1988 ocurrió el episodio de Sei-lieldín, al que siguió una aguda crisis en el suministro de electricidad y, poco liespués, el asalto al cuartel de La Tablada. Por entonces Domingo Cavallo, un economista afiliado al justicialismo, había recomendado al Banco M u n -fial y al Fondo Monetario que limitaran sus créditos al gobierno argentino.

I uando ambas instituciones anunciaron que no lo seguirían respaldando, odo el edificio se derrumbó. El 6 de febrero de 1989 el gobierno anunció la levaluación del peso -que devoró la fortuna o los ahorros de quienes no

Jtupieron retirarse a t iempo- e inició u n período en que el dólar y los precios miláeron vertiginosamente y la economía entró en descontrol. Luego de lar-l(i is períodos de alta inflación., había llegado la hiperinflación, que destruyó r l valor del salario y la moneda misma y afectó la misma producción y circu-lat ion de bienes.

En ese clima se votó el 14 d e mayo de 1989. El Partido Justicialista obtuvo un rotundo triunfo y Carlos ívíenem quedó consagrado presidente. La fecha del traspaso debía ser el 10 de diciembre de ese año, pero pronto fue evidente Jue el gobierno saliente no costaba en condiciones de gobernar hasta esa fe-ba, máxime cuando el cand idato triunfante rehusó toda colaboración para

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la transición. A fines de mayo la hiperinflación tuvo sus primen* g f l dramáticos: asaltos y saqueos a supermercados, duramente reprimidos H después, Alfonsín renunció, para anticipar el traspaso del gobierno, concretó el 9 de j u l i o , seis meses antes del plazo constitucional. I .11. , J 1983 se había i n v e r t i d o , y quien había sido recibido como la expn I<<MI regeneración deseada se retiraba acusado de incapacidad y de claudii i t t f B IX. La gran transformación,

r 19894999

Me julio de 1989 el presidente Raúl Alfonsín entregó el mando al electo luí Saúl Menem. Se trataba de la primera sucesión constitucional desde

|H, y ile la primera vez, desde 1916, que un presidente dejaba el poder al llldato opositor: todo hablaba de la consolidación del régimen democrá-

f y republicano restablecido en 1983. Pero su trascendencia quedó oscure-fpnr una formidable crisis: la hiperinflación, desatada en abril, se prolon-

IhuMa agosto; en jul io la inflación fue del 200%, y en diciembre todavía se jltrnín en el 40%. Mientras todo el mundo convertía sus australes en dó-1, giupos de gente desesperada asaltaron tiendas y supermercados, y la

HMon dejó varios muertos. Con un Estado en bancarrota, moneda licuada, •Id- »s inexistentes y violencia social, quedó expuesta la incapacidad que en m\i miento tenía el Estado para gobernar y hasta para asegurar el orden. Lo

l l ia io que tenía que resolver el nuevo presidente era cómo recuperar los j imios del gobierno.

Ajuste y reforma

n nuevo no era la crisis, sino su violencia y espectacularidad. Para enfrentarla, l l a l l a una receta genérica, que a lo largo de la década del ochenta se había mi Lulo en el sentido común d e economistas y gobernantes de todo el mun-

11 f i n i l itar la apertura de las economías nacionales, para posibilitar su ade-luda inserción en el mundo globalizado, y desmontar los mecanismos del

|nd< i interventor y benefactor, tachado de costoso e ineficiente. En el caso I.i .Argentina, y de América Latina en general, esas ideas habían decanta-

i " i , el llamado Consenso de 'Washington; las agencias del gobierno norte-luncano y las grandes instituciones internacionales de crédito, como el

B u i d o Monetario Internación.al y el Banco Mundial , transformaron estas W u nulas en recomendaciones c-> exigencias, cada vez que venían en ayuda de I*•'• gobiernos para solucionar 1 «JS problemas coyuntutales del endeudamien-

2.69

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to. Economistas, asesores financieros y periodistas se dedicaron con uij dad a difundir el n u e v o credo, y gradualmente lograron instalar estos prli pios simples e n el sentido común. Su éxito coincidió con la convin mu neralizada de que la democracia por sí sola no bastaba para solución,H problemas económicos .

Según el diagnóstico dominante, la economía argentina era poco ef|< i te debido a la alta protección que recibía el mercado local, y al subsidio «J bajo formas variadas, e l Estado otorgaba a distintos sectores económico»! dos los que en la larga puja distributiva habían logrado asegurar su cuo|| asistencia. A la ineficiencia productiva, que dificultaba la inserción 01 economía m u n d i a l globalizada, se sumaba el déficit crónico de un E l f excesivamente pródigo, que para saldar sus cuentas recurría de manera lv tual a la emisión monetaria, con su consiguiente secuela de inflación, cuestionaba todo u n modo de funcionamiento, iniciado en 1930 y conl dado con el peronismo. Algunos discutían si la crisis era intrínseca a modelo, o si se debía al prodigioso endeudamiento externo generado dina el Proceso, que colocó al Estado a merced de los humores de acreedor! banqueros. Pero la conclusión era la misma: la inflación y el endeudamieii que sirvieron durante mucho tiempo para postergar los problemas y rambla para agravarlos, finalmente habían desembocado en el colapso de 1989,

La receta que difundían el FMI, el Banco Mundial y los economista» i prestigio era simple. Consistía en reducir el gasto del Estado al nivel de j ingresos genuinos, retirar su participación y su tutela de la economía y abrifl a la competencia internacional: ajuste y reforma. En lo sustancial, ya li.il-i sido propuesta por Martínez de Hoz en 1976, aunque su ejecución eslii j lejos de estos supuestos. Pero era difícil de aceptar. La resistían todos los qd aún vivían al calor de la protección estatal, incluyendo a los grandes guipa económicos, partidarios genéricos de estas medidas, pero reacios a aceptar» en aquello que los afectara específicamente. También las enfrentaron qu¡á nes - n o sin razones- asociaban las reformas propuestas con la pasada di< 11 dura mili tar . Bajo el gobierno de Alfonsín, en su último tramo, se admitli . M necesidad de encarar ese programa: hubo una cierta apertura comercial, y M proyecto de privatizar algunas empresas estatales, que chocó en el Contr i con la oposición del revitalizado peronismo y la reluctancia de muchos nuil cales. La crisis de 1989 allanó el camino a los partidarios de la receta rol. i mista: según un consenso generalizado, había que optar entre algún tipi i d. transformación profunda o la simple disolución del Estado y la sociedad.

El nuevo presidente fue uno de los conversos. Formado en el populismo, también para él la hiperinflación había tenido una singular vir tud educativa

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m dos dimensiones: de riesgo y oportunidad. Para Menem el riesgo era jllnar como Alfonsín, devorado en la vorágine de un Estado en des inte -llón. La oportunidad: la conmoción social era tan fuerte, había tanta ne-

Id.id de orden público y estabilidad, que la medicina hasta entonces re-|mla resultaría tolerable y hasta apetecible. Así lo han señalado, en ana-

luminosos, Juan Carlos Torre y Vicente Palermo. Por otra parte, esa •Icina era del agrado de las instituciones internacionales de crédito y del • t o grupo de gurúes que las asesoraba, es decir, de las fuerzas capaces de lint o calmar las aguas de la crisis.

Para emprender el camino hacia el ejercicio efectivo del poder, Menem |»l.i ganarse su apoyo. U n punto tenía a su favor: su incuestionable volun-I política. Sin embargo, sus antecedentes resultaban más que dudosos: ha-Itjercido largamente la gobernación de La Rioja, pero de u n modo tan >rtdico que casi era un gobernador absentista. En cambio, lo rodeaba un

b i t o más que dudoso de aventureros y arribistas. En la campaña electoral Miietió el "salariazo" y la "revolución productiva", según el más tradicional lio peronista, ese que por entonces procuraban modificar los "renovado-P. En suma, con él parecía retomar el viejo peronismo, aunque pronto sacrificó buena parte del bagaje ideológico y discursivo

I peronismo, Menem fue fiel a lo más esencial de éste: el pragmatismo. En i yito copernicano, anunció en forma apocalíptica que era necesaria una Irugía mayor sin anestesia", se declaró partidario de la "economía popular mercado", abjuró del "estatismo", alabó la "apertura", proclamó la necesi-

¡|ftd y bondad de las privatizaciones y se burló de quienes "se habían quedado m v\. Empresarios, banqueros y gurúes dudaban: ¿su conversión era sin-L t n , o sólo un expediente para zafar de la crisis? Admitiendo su sinceridad, pudría mantener a raya a quienes, desde cada uno de los bastiones privile-

ÉMIII IS, quisiera volver a las antiguas prácticas? Urgido por ganar esa confian-m y extender su escaso margen de maniobra, Menem apeló a gestos casi •Mmieilidos: se abrazó con el almirante Rojas, se rodeó de los Alsogaray tp. idie e h i ja - , y confió el Min is te r io de Economía sucesivamente a dos ge-pnics del más tradicional de los grupos económicos -Bunge y Born- , que L u n se decía traía un plan económico mágico y salvador. Para demostrar |iin «i idad, Menem lanzó frases napoleónicas, pero sobre todo buscó conven-M H i ou acciones, categóricas e± irrevocables, que debían testimoniar no sólo |ih . i mvicciones sino su capacidad de gobernar, más allá de presiones y vetos L i i(niales. Quizá por eso, de entre las muchas formas de aplicar la receta H'l'.imisia, enfrentar los obstáculos, graduar los tiempos, tomar los resguar-p » , calibrar las transiciones, e l i g i ó la más simple, tosca, brutal y destructiva.

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Durante los dos años iniciales, mientras trataban de superar la crisis, I * inflación y la ines tab i l idad , Menem y sus colaboradores directos estuvieinfl dando examen ante los "mercados". Lo primero era ganar libertad de ac< Mil y sortear las trabas que l imi taron a Alfonsín. Aprovechando el descalabra del radicalismo, apenas iniciado el gobierno, Menem hizo aprobar poi d Congreso dos grandes leyes: la de Emergencia Económica suspendía i .du t i p o de subsidios, pr ivi legios y regímenes de promoción, y autorizaba »| despido de empleados estatales. La Ley de Reforma del Estado declaro U i necesidad deprivatizar u n a extensa lista de empresas estatales y delegó o í d presidente elegir la manera específica de realizarlas. Poco después, el ( olí» greso autorizó la ampliación de los miembros de la Corte Suprema; con c u J tro nuevos jueces e l gobierno se aseguró la mayoría y aventó la posibilidad .1* un fallo adverso en cualquier caso litigioso que generaran las reformas.

Buscando resultados rápidos y espectaculares, el gobierno se concení en la rápida privatización de ENTEL, la empresa de teléfonos, y de Aon I neas Argentinas. Había que demostrar voluntad y capacidad reformista,! obtener rápidamente fondos frescos y empezar a solucionar el problema ili I endeudamiento externo. Todo se hizo rápido, de manera desprolija e i n c f l so a contrapelo de otras intenciones declaradas, como fomentar la coma tencia. La ingeniera María Julia Alsogaray fue instruida para concluii U privatización telefónica antes del 8 de octubre de 1990, fecha del cumplo.i ños de Perón y del suyo. Se convocó a grupos mixtos, integrados por can presarios locales, operadores internacionales expertos, y banqueros ipii aportaban títulos de la deuda externa; éstos eran aceptados como parlo di pago a su valor nominal , mucho más alto que el de mercado, lo que empe/u I a tranquilizar a los acreedores externos, que cambiaban papeles de dudo .. cobro por activos empresariales. Se aseguró a las nuevas empresas un MI tancial aumento de tarifas, escasas regulaciones y una situación monopóli» n por varios años. En términos parecidos, en poco más de u n año se habón privatizado la red vial, los canales de televisión, buena parte de los ferro. , i rriles y de las áreas petroleras.

También se proclamó la apertura económica, otro punto fundamental 11.1 dogma. Pero la reducción de prohibiciones, cupos y aranceles se hizo sin un criterio general, pues los gobernantes estaban tironeados por dos objetivo» I urgentes y contradictorios: reducir la inflación, siempre rebelde, importan.!. -productos baratos, o mejorar la recaudación fiscal, cobrando derechos eleva dos. En cambio, ante el déficit fiscal, el problema más urgente, no hubo am bigüedades: se trataba de recaudar más, y rápidamente, aumentando los im puestos más sencillos -a l Valor Agregado y a las Ganancias- sin considera

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¡dos cuestiones que las propuestas reformistas solían atender: la mejora del abono y la inversión, y algúncriterio de equidad social.

Pese a los fondos que el Estado obtuvo con las privatizaciones y la mejora en 1H recaudación fiscal, en los dos primeros años el gobierno no logró alcanzar la estabilidad. La inflación se mantuvo alta, y los grandes grupos empresarios, pese a que nominalmente apoyaban al gobierno y aún participaban de sus deci­siones, siguieron manejando su dinero de acuerdo con sus conveniencias parti­culares. Quizá por eso no se lamentó la salida del gobierno del grupo Bunge y Born cuando, a fines de 1989, se produjo una segunda hiperinflación, y nueva­mente hubo saqueos y pánico, aunque se habló mucho menos de ello. Erman (lonzález, nuevo ministro de Economía, la conjuró con una medida drástica: se apropió de los depósitos a plazo fijo y los cambió por bonos de largo plazo en dólares: el Plan Bonex. González, un oscuro contador riojano, del círculo más íntimo del presidente, recibió los consejos de los bancos acreedores y de Alva­ro Alsogaray y aplicó una receta conocida: "se sentó sobre la caja", restringió al máximo los pagos del Estado y la circulación monetaria. Redujo así la infla­ción, pero a costa de una fortísima recesión que, al cabo de un año, había Vuelto a deprimir fuertemente los ingresos fiscales. A fines de 1990, con la economía otra vez en estado crítico, estalló el escándalo conocido como ¡swiftgate.

N o era n i el primero, n i sería ciertamente el último de los asuntos escanda­losos del gobierno de Menem. A l calor de las reformas, las privatizaciones y el establecimiento de nuevas reglas de juego, quienes rodeaban al presidente po­seían información privilegiada y la posibilidad de impulsar algunas decisiones del gobierno, y las aprovecharon plenamente. Los ministros Eduardo Bauza y Roberto Dromi y la ingeniera Alsogaray fueron acusados de beneficiarse - y no poco- con las privatizaciones. El diputado José Luis Manzano y Emir Yoma, cuñado del presidente, regenteaban, según se decía insistentemente, un centro de tráfico de influencias denominado la "carpa chica". Una frase de Manzano

"yo robo para la Corona"- se hizo célebre: mostraba a la vez la vastedad del mecanismo y la impunidad de sus agentes. El "caso Swift", que estalló en d i ­ciembre de 1990, se diferenció porque la perjudicada en una operación de chan­taje era una empresa norteamericana, que acudió al embajador Todman -una suerte de procónsul- y movilÍ2Ó al propio gobierno estadounidense. Menem estaba cultivando con éxito sus relaciones con el presidente George Bush, y la Argentina se había alineacdo firmemente con Estados Unidos, de modo que la acción fue efectiva. H u b o una renuncia de todo el gabinete, y una serie le rotaciones que a principios de 1991 llevaron al Ministerio de Economía al insta entonces canciller D o m i n g o Cavallo.

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Cavallo encaró el programa de reformas de manera más ambiciosa y I M despegada de empresarios y acreedores. Poco después de asumir, hizo apioKil 11 trascendente Ley de Convert ibi l idad. Se establecía una paridad cambial 1.11|| • simbólicamente, u n dólar equivaldría a un nuevo "peso", y se prohibía al l 'mlfl Ejecutivo no sólo modificarla sino emitir moneda por encima de las iv.. o de modo de garantizar esa paridad. El Estado, que tantas veces había cmiii.ltt moneda sin respaldo para superar su déficit - l o que finalmente llevaba a i | f l devaluación-, se ataba las manos para convencer de sus intenciones a los " o | « radores", y a la vez renunciaba a su principal herramienta de intervención • u M economía. Una historia de achicamiento voluntario de esa capacidad de imn venir, iniciada bajo Martínez de Hoz y profundizada por el endeudanuciiiif extemo, culminó con esa drástica medida. A ella siguió otra decisión igiiii|< mente categórica: la reducción general de aranceles -cayeron a una t c iv t f l parte de su anterior valor- , que concretaba la tantas veces anunciada apciiiild económica y daba fe de la seriedad con que sería encarado el programa reloj j mista. Los resultados inmediatos fueron muy exitosos: terminó la huida bal i i el dólar, volvieron capitales emigrados, bajaron las tasas de interés, cayo iJ inflación, hubo una rápida reactivación económica y mejoró la recauda» ]M fiscal. En ese contexto, y merced al rescate de títulos de la deuda hechos »uA las privatizaciones, al año siguiente se logró el acuerdo con los acreedores cjt temos, en el marco del Plan Brady: la Argentina volvió a ser confiable para I . A inversores.

Este arreglo fue providencial. Pese a la voluntad reformista, no era seguí. • 1 que el Estado lograra equilibrar sus cuentas; un poco lo logró por una mejoia | en la recaudación: los "sabuesos" de la DGI persiguieron hasta a los "ritos \ famosos", y todo el mundo debió exhibir su CUIT, el número tributario, con vertido en nuevo documento de identidad. Pero eso no hubiera bastado sin la masa de préstamos e inversiones del exterior, que estaban a la búsqueda di "mercados emergentes", más rendidores que los metropolitanos, por enton ees retraídos. Entre 1991 y 1994 entró al país una masa considerable de dóla res, con los que el Estado saldó su déficit, las empresas se reequiparon y, poi vías indirectas, la gente común incrementó su consumo. Este flujo genero optimismo y confianza, y disimuló los costos de la reforma: el "ajuste estruc­tural" dejó de parecer penoso, la convertibilidad logró amplio consenso, y el gobierno se impuso holgadamente en su primer compromiso electoral, a Ii nes de 1991.

Entonces el equipo gobernante pudo despreocuparse de la inestabilidad y de la falta de credibilidad, y encarar con más tranquilidad un nuevo tramo de reformas, bajo l a conducción del ministro Cavallo, un economista de forma

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ortodoxa, con fuerte vocación política, que había hecho sus primeras ñas como funcionario en 1982, cuando estatizó y licuó la deuda extemade empresas. Cavallo incorporó al gobierno un número importante de eco-

mistas y técnicos de alta capacidad profesional y escasa experiencia políti-\o dirigió de manera coherente y disciplinada, y lo proyectó a diversas Jas del gobierno, que fue colonizando sistemáticamente. Contó con el apo-) del presidente Menem, quizá reticente pero de momento contundente, )bre todo a la hora de lidiar con los viejos peronistas. Durante cuatro años,

Itnbos se potenciaron recíprocamente, combinando claridad en el rumbo

E>n intuición política. Así fortalecido, el equipo gobernante dejó de estar a erced de los humores cotidianos de los operadores financieros, los repre­

guntantes de los acreedores o los capitanes de industria: no rompieron con tilos, los escucharon atentamente, pero fi jaron un rumbo independiente­mente de sus requerimientos cotidianos.

Cavallo avanzó con firmeza en las reformas, pero las llevó adelante con nás prolijidad. Se continuó con la venta de las empresas del Estado, pero la irivatización de las de electricidad, gas y agua incluyó garantías de compe-cncia, mecanismos de control y hasta venta de acciones a particulares; i n -pluso se previo la participación de los sindicatos en algunas de las nuevas impresas, con lo que se ganó la buena voluntad de los gremialistas. YPF, la más emblemática de las empresas estatales, fue privatizada, pero el Estado conservó una cantidad importante de acciones, y los ingresos obtenidos se des­tinaron a saldar las deudas con los jubilados, lo que atenuó posibles resisten-tias. Se encaró la reforma del régimen previsional, cambiando sustancialmente

I su sentido: en lugar de fundarse en la solidaridad de los activos con los pasi­vos, cada ttabajador pasaría a tener su cuenta de ahorro propia, administrada por una empresa privada; se esperaba que sirviera para movilizar, a través de esas empresas, una importante masa de ahorro interno. 'Hubo muchas resis­tencias, que se expresaron en el Congreso, y luego de una larga negociación se decidió mantener en parte el régimen estatal. Similar criterio contempo­rizador -que se alejaba de la inicial "cirugía sin anestesia"- se tuvo con la reforma de los regímenes laborales, un campo en que el gobierno, enfrentado con los sindicatos", apenas avanzó, y con la desregulación de las obras socia­les, otro tema crucial para los sindicalistas. Con los gobiernos de las provin­cias se firmó un Pacto Fiscal, para que acompañaran la política de reducción de gastos* pero se tuvo una aimplia tolerancia con una serie de recursos que esos gobiernos utilizaban pa_Ta paliar los efectos del ajuste y practicar el clientelismo político. El más notable fue un sustancioso Fondo de Repara­ción Histórica del ConurbarLo Bonaerense: en términos llanos, el goberna-

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dor de la provincia de Buenos Aires dispuso de un millón de dólares po| | Ii I para su manejo discrecional .

De ese modo, m e r c e d a la feliz coyuntura financiera internacional, iiilüM tras se avanzaba en las reformas hasta un punto en que resultaban i r r e v e f f l bles, se atenuaron sus efectos más Juros. Vistos en perspectiva, a la luz di* I f l anteriores y los posteriores, fueron ríes años dorados: el Producto Bruto t r f l ció sostenidamente, a tasas más que respetables, se expandió el c n n s i i n t f l gracias a sistemas crediticios con cuotas pactadas en dólares, la inflación • \\A \ drásticamente - aún podían recordarse las tasas insólitas de 1989 y 1990 , i r f l ció la actividad económica y el Estado mejoró su recaudación y hasta g< >. i •. I»-u n par de años de superávit fiscal, e n buena medida debido a los ingreso', |.>t la privatización de las empresas.

Esta bonanza ocultó por un tiempo los aspectos más duros, y a la larga I M más perdurables, de la gran transformación. El más notable fue el desemplinfl Cada privatización estuvo acompañada de una elevada cantidad de d c s p i d i f l Como fruto de una larga colusión de intereses entre administradores y sindl calistas, las empresas estatales habían acumulado una buena cantidad <l* I empleados que, considerados con los nuevos y estrictos criterios gerencial*^B resultaban excedentes. Los efectos se disimularon al principio, por las impoft l tantes indemnizaciones pagadas, pero explotaron a partir de 1995. En cuanto ,i las empresas privadas, la apertura económica colocó a todas aquellas que m m petían con productos importados en la perentoria necesidad de reducir n i j f l costos, racionalizar sus procesos productivos o sucumbir: debido a I f l sobrevaluación del peso, los salarios, medidos en dólares, eran elevados. I V M I Í I el punto de vista de los trabajadores, y de la histórica tradición del pleno un pleo, no había alternativa buena. Si las empresas quebraban, dejaban a rodi > • I mundo en la calle; si mejoraban su rendimiento, incorporaban maquinaria nuil I compleja -aprovechando los créditos fáciles- o racionalizaban el trabajo, <m I llegaba al mismo punto: trabajadores que sobraban. En este aspecto fue deiUli I va la flexibilización de las condiciones laborales; se produjo de hecho, y I f l posibilitó la baja capacidad de resistencia de las organizaciones sindicales,«pn cuando recurrieron a la huelga fueron ominosamente derrotadas.

El desempleo, que en 1993 superó la línea histórica del 10%, era un dato grave, pues se producía en un contexto de expansión económica y creí I miento global del producto. ¿Qué esperar si se revertía la coyuntura? Otnw sectores eran golpeados por el congelamiento de sus haberes, como los em| aVa dos estatales o los jubilados, por el encarecimiento de los servicios públicos, debido a la privatización de las empresas, por el cierre de sus establecimientos, como muchos empresarios pequeños o medianos, o por los cortocircuitos ll

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fluía ieros de varios gobiernos provinciales, pese al rápido auxilio de l go-fliano nacional: en Santiagodel Estero, Jujuy o San Juan se produjeron las ••limeras manifestaciones públicas y violentas de descontento pot el nuevo

•filen. ! flor esos años, el gobierno ensayó algunas medidas paliativas, de cotto Vli anee, aprovechando que los recursos fiscales podían estirarse aumentando f l endeudamiento. Los criterios para distribuir esos excedentes de caja fue-f l in poco equitativos: n i siquieta en esta etapa de relativa holgura hubo en el pibierno verdadera preocupación por atenuar sostenidamente los costos so-I tales de la gran transformación. U n poco, los sectores populares se benefi-

•Inion con el aumento de distintos programas sociales, cuyos efectos sin em-'Kiipo se diluyeron por la mala administración y la orientación clientelística. |He atenuó la apertura económica, para atender las protestas más fuertes; así,

|n Industria automotriz recuperó casi todos sus beneficios tradicionales. Los Pretores exportadores, perjudicados por un peso sobrevaluado -nadie consi-Wrtaba que la convertibilidad pudiera ser siquiera corregida-, recibieron sub­sidios, reintegros y compensaciones fiscales. Los afectados de mayor enverga-[lint a, las empresas que habían sido contratistas del Estado, recibieron el pre-ttilo mayor: participar en condiciones ventajosas de las privatizaciones.

Por entonces los sectores empresariales ya podían advertir los límites de la BfHnsformación, mucho más eficaz en la destrucción de lo viejo que en la cons­trucción de lo nuevo. Una parte de las empresas -las más grandes, las que B f n í a n acceso más fácil a los créditos- se había reestructurado eficientemente; B f í embargo, sus posibilidades de exportar e integrarse eficientemente en el | Ulereado global estaban restringidas por la sobrevaluación del peso -encade-| nado a un dólar que por entonces se revaluaba-, que encarecía sus costos. Ya [ M«»podían influir sobre el precio de los servicios o los combustibles, que antes [ »e lijaban con criterios políticos, pero sí podían tratar de reducir los costos Í mlariales, que en términos comparativos eran elevados, aunque los benefi-•Clarios no lo apreciaran. Por los mismos motivos, los estímulos a la importa-• Clón eran muy fuertes: el alud d e productos extranjeros arrasó con una buena

parte de las empresas locales, -y generó un déficit comercial abultado. Tam­bién crecía el déficit fiscal, e n t r e otras causas por la reaparición de mecanis­mos de asistencia a los exportadores.

La sojución estaba, quizá, e n una devaluación que hiciera más competiti­va la producción local, pero e s o era imposible por definición: la "confianza lie los mercados" reposaba en Xa convertibilidad, que se iba convirtiendo en un lecho de Procusto. Para sob Tevivir día a día, enjugar el déficit y honrar los Compromisos con los acreedor-es, fijados en el Plan Brady, eran indispensa-

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bles nuevos préstamos. L a decisión sobre ellos ya no reposaba en los graiuM bancos, n i dependía enteramente del aval del Fondo Monetario Intenun hi nal , instituciones c o n alguna pteocupación económica general: en la nucVi economía, las masas de inversiones altamente volátiles dependían de las i!«-«|

siones de managers de fondos mutuales o fondos de inversión, a la búsqueda, di.» a día, del rendimiento más alto en cualquier rincón del mundo, y desinrore«|l dos por cualquier pol í t ica de largo plazo. Factores absolutamente ajeno.-. .1 l>i situación local - c o m o la oscilación de la tasa de interés en Estados Unidor los hacía traer o l levar su dinero, y eso les daba una gran capacidad de pu sión. Cualquier oscilación produciría una cascada de efectos desastroso.-.. 111 realidad, gracias a la convertibil idad había reaparecido la vulnerabilidad no terior, característica de la economía de cien años atrás.

Una jefatura exitosa

Luego de electo, mientras se ganaba la confianza de los poderosos, Menem afl dedicó a adueñarse del poder del Estado, trastocando o subvirtiendo algunas d i sus instituciones. Las dos leyes ómnibus iniciales, destinadas a afrontar la crisll económica, le dieron importantes atribuciones, que manejó discrecionalmei m , y la ampliación de la Corte Suprema le aseguró una mayoría segura; la Coif< falló en favor del Ejecutivo en cada situación discutida, y hasta avanzó pn| sobre jueces y Cámaras, mediante el novedoso recurso del per saltum. En l,i misma línea de eliminar posibles controles y restricciones, el presidente re movió a casi todos los miembros del Tribunal de Cuentas y al Fiscal Geneial - e l prestigioso Ricardo Molinas- , nombró por decreto al Procurador Gene ral de la Nación, redujo el rango institucional de la Sindicatura General di Empresas Públicas y desplazó o reubicó a jueces o fiscales cuyas iniciativa* resultaban incómodas. Más tarde, cuando el Congreso empezó a cuestiona algunas de sus iniciativas, Menem combinó una cierta disposición a negocia 1 -como ocurrió con la reforma previsional o las leyes laborales- con una míe va afirmación de la autoridad presidencial. Usó ampliamente vetos totales y parciales, y Decretos de Necesidad y Urgencia. Llegó, inclusive, a considciai la posibilidad de clausurar el Congreso y gobernar por decreto. Este aumenh > de la autoridad presidencial, más allá de lo establecido en la preceptiva repu blicana de la división de poderes, tenía antecedentes en el gobierno de Alfonsín -as í se aprobó, en su momento, el Plan Austra l - , pero en este ca.-.< 1 fue ejercida por Menem con asiduidad y discrecionalidad, quizá para most mi dónde, en su opinión, residía realmente el poder.

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Menem combinó la discrecionalidad con u n estilo de gobierno más pro­pio de un príncipe que del jefe de un Estado republicano. A juzgar por quie-

• Mes lo conocieron en su intimidad, Menem se concentraba en la política pero no se interesaba específicamente en ninguna cuestión de la administra-

H ó n . Trazaba o aprobaba las líneas generales y delegaba en sus colaboradores los aspectos específicos, que lo aburrían: así, se lo recuerda escuchando la

explicación de algunas cuestiones importantes mientras miraba fútbol o ha-mU\ con el televisor.

Por lo demás, continuó haciendo vida de soltero. Para su sociabilidad • nocturna solía usar una suite del Alvear Palace Hotel , cuyo dueño era une ule I los miembros de su círculo íntimo. Disfrutó al transgredir las convenciones y I aun las normas policiales: conduciendo una Ferrari Testarrossa que le regala-I ron - n o está claro cuál fue la razón-, viajó en dos horas de Buenos Aires a I Pi ñamar, y recorrió a igual velocidad otros balnearios, en un alocado f i n de I M-mana. Después de la espectacular separación de su esposa, Zulema Yoma, a • la que desalojó por la fuerza de la quinta de Olivos, se hizo algo más sedenta­r i o , y transformó la residencia presidencial en una verdadera corte, con can-•cha de golf, zoológico, valet, médico, peluquero, profesor ele golf, "bufón es-• cariara", y u n selecto grupo de cortesanos, compañeros de sus noches insom­n e s y testigos de sus recurrentes depresiones. A menudo, como los príncipes •de la Edad Media, recorría el mundo con su corte, a bordo de un avión presi-• dencial digno de su majestad.

El comportamiento de este singular vértice de una república semejaba al de aquellas bandas de guerreros germánicos del siglo V, instaladas en alguna de las provincias del Imperio romano en extinción. El "palacio" era tanto su casa

I privada como la sede del poder público, y similar confusión se daba respecto I del erario público, a veces confundido con el botín de guerra. El séquito de I guerreros Q u e custodiaban al jefe y estaban prestos para desempeñar cual-1 quier comisión, tenía orígenes variados: entre los fideles iniciales se confun­

dían políticos de provincia, sindicalistas, montoneros reciclados, grupos de la ultraderecha, conmilitones de Massera y otros de variadas especies, que había reunido a lo largo de s u agitada vida nocturna; pronto se sumaron

[ otros, reclutados entre sus vencidos, los "renovadores". La fidelidad se retribuía c o n protección e impunidad, hasta donde era

posible. Pero además el jefe, edueño del botín, lo distribuía generosamente: tal fue siempre el verdadero a t r i b u t o del mando. La corrupción, ampliamen­te usada para limar resistencia^ y cooptat adversarios, cimentó u n pacto en­de los miembros del grupo gobernante, tan sólido como el pacto de sangre que unió a los militares duraante la dictadura. La corrupción se practicaba

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ostentosamente: " n a d i e hizo la plata trabajando", declaró el sindicalista 1 1 Barrionuevo, antes d e proponer, como solución a los males del país, "dcjai I robar durante dos a ñ o s " . Era el signo de pertenencia a la cúspide del p o f l Luego, la corrupción se normalizó; así como se encontró la manera de esiab lizar la economía, t a m b i é n se aprendió a transferir discretamente los recuiv públicos a los patr imonios privados. Distintos personajes notables, represen tantes de los grandes lobbies o iniciadores de una fortuna nueva, tenían acj I so privilegiado a las decisiones del gobierno y destinaban parte de los benel! cios obtenidos a vastas "cajas negras", cuyo contenido se redistribuía amplia mente, según normas - n o públicas- de rango y jerarquía.

En suma, técnicamente hablando, el país estuvo gobernado por una band.i Desde principios de 1991 compartió responsabilidades con el profesional giu po de técnicos dirigido por el ministro Cavallo. Eran dos equipos diferentf pero complementarios. Menem y Cavallo - t a n distintos entre s í - armonizan I y se potenciaron: fue la suma de la arbitrariedad y el eficientismo, que creció I se desarrolló a costa de las instituciones republicanas. N o faltaron conflictos. Quienes provenían del peronismo histórico, y avizoraban el mundo después de Menem, empezaron a reclamar mayor preocupación por los aspectos sociales de la transformación, o por aquella cuota de los recursos que manejaban discrecionalmente y que el Ministerio de Economía, siempre preocupado poj "cerrar las cuentas", quería recortar. Tuvieron más espacio para protestar y has ta resistir, debido en parte a la preocupación de Cavallo por reducir la discrecionalidad, salvaguardar las formas y la seguridad jurídica.

Esa misma preocupación volvió al ministro sensible a los escándalos mal gruesos protagonizados por los hombres y mujeres del presidente. En una ocasión, poco después del Swiftgate, A m i r a Yoma, su cuñada y Directora de audiencias, fue sorprendida transportando valijas repletas de dólares en bi lletes; fue la punta del llamado Narcogate, que siguió con el descubrimiento de la estrecha amistad de Amira y Monzer al Kassar, célebre traficante di' armas que disponía de un pasaporte argent ino . El tema entró sólo í tangencialmente en la órbita de Cavallo, que en cambio en 1994 embistió/ frontalmente contra el poderoso empresario Alfredo Yabrán, especializado,/' en servicios postales y allegado al círculo presidencial. Por entonces, a los ) embates de los "peronistas" se sumaba una competencia cada vez más notoria 1

entre los dos padres putativos del "modelo". Sin embargo, hacia fines de T 1994, en plena campaña electoral, Menem aún declaró enfáticamente: "el 1 Mingo no se va" ; se trataba, claro, de Domingo Cavallo.

El talento polít ico de Menem se manifestó, sobre todo, en su capacidad para hacer que e l peronismo aceptara las reformas y el giro copernicano im-

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[puesto respecto de sus tradiciones. Ciertamente, el peronismo de 1989 ya no íf ra el de antes. Luego de la derrota de 1983, y aceptadas las nuevas condicio-jfles que la democracia planteaba a la política, había abandonado progresiva-W n t e sus características de "movimiento", sólidamente anclado en las orga­nizaciones gremiales, para convertirse en un partido de forma más conven­cional, con comités, organizaciones distritales y una conducción nacional elegida por voto directo. Los triunfos electorales, y el control de gobernaciones f intendencias, permitieron a los cuadros políticos independizarse de las ca­jas gremiales, de modo que disminuyó el peso de los sindicalistas. Por otra parte, se atenuó la identificación-raigal en su cultura política- del peronismo

• í o n el "pueblo", enfrentado con los "enemigos del pueblo", rubro en el que se pnglobaba a todo no peronista: los enemigos de ayer eran hoy simplemente

udversarios, cuando no aliados.

Esos cambios no alteraron la solidez de la identidad peronista, n i tampoco M I tradicional criterio de jefatura o liderazgo, aunque es significativo que Menem - e l primero que alcanzó tal condición, luego de Perón- llegara allí

,por una elección interna. Menem utilizó los recursos sumados de jefe parti-Mario y presidente - e n la tradición de Roca, Yrigoyen o Perón-, para mandar nobre un conjunto de dirigentes y cuadros acostumbrados a obedecer; aunque expresaran sus disidencias, y hasta llegaran al enfrentamiento, rara vez esta­ban dispuestos a romper o -según la colorida frase de Perón- a "sacar los pies del plato". A este tradicional principio peronista - e l jefe es el que manda-Menem sumó algunos recursos adicionales: reunió apoyos fuera del movimien­to, en la Ucedé del ingeniero Alsogaray, o entre connotados comunicadores nocíales, muy vinculados al establishment, como Bernardo Neustadt, que le organizaron una de sus pocas manifestaciones plebiscitarias, la "Plaza del sí", en abril de 1990.

Por otra parte, Menem sabía comunicarse fácilmente con la gente en ge­neral -más allá de sus identidades políticas-, sin necesidad de montar la com­pleja maquinaria de la movilización callejera: en lugar de hablar en la plaza, le bastaba con responder a entrevistas radiales o visitar los programas de televisión más populares, opinar sobre los temas más diversos y agregar aquí y allá su coletilla política. En ese sentido, señala Luis Alberto Quevedo, con Menem se ingresó plenamente era los tiempos de la videopolítica. Esto inclu­ye) también una forma de r e c i b i r y procesar las demandas específicas de la sociedad, a través de los periodistas y de las encuestas de opinión; ante esos mensajes, el gobierno solía dar u n a respuesta rápida e inconsulta. En suma, Menem demostró que, en ú l t i m a instancia, podría prescindir del peronismo y de sus cuadros.

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Por otraparte, M e n e m fue recomponiéndolos. El movimiento " r e n o v é se disolvió, y muchos de sus dirigentes se incorporaron a la caravana mn H itttf A n t o n i o Cafiero, en cambio, fue ominosamente derrotado cuando pmi^F reformar la Const i tución de la provincia de Buenos Aires para so i> > I M M debió cederla presidencia del partido a Menem y la gobernación al v i i i ^ H dente Eduardo D u h a l d e , quien construyó en la provincia un poderoso l l l ^ H desde donde avizorar la sucesión de Menem. Entre los sindicalistas, Ubaldini reivindicó la tradición histórica, dividió la CGT e intentó tan l l ^ f l los más directamente golpeados por las reformas, como los trabajadores • a ( « les o los telefónicos. Pero Menem logró la adhesión de otros sindicalista., «tffl advirtieron los beneficios de plegarse a la política reformista, y sobre u d . . I M costos de no hacerlo; muchos dirigentes obtuvieron beneficios personale^M algunos gremios como Luz y Fuerza, transformados en organizaciones c m p r ^ H rias, participaron en las privatizaciones. El grueso de los dirigentes sindi. ilnM encabezados por Lorenzo Miguel, mantuvo una prudente distancia, hasta . • •util probar la solidez de la jefatura de Menem; entonces la acataron.

En los comicios de 1991, Menem lanzó al ruedo a nuevos dirigente*! | f l gobernadores de Tucumán, Ramón "Palito" Ortega -conocido cantante | H •pt|il lar- y Carlos "Lole" Reutemann, famoso automovilista. La elección lm >ti| I éxito para el presidente, y convenció a los dudosos de que el peronismo i c i t (H un nuevo jefe. Las reticencias iniciales se apagaron, con excepción de un |*if l queño grupo de diputados, "los Ocho", encabezados por Garlos " C b a d i t l H Alvarez, que abandonaron el partido. Fue entonces cuando Menem comen . •.» j hablar de la "actualización doctrinaria" del peronismo: declaró que se ¡tpuii.ilifl I de la línea histórica trazada por Perón -aunque aseveró que el líder hubli i t f l hecho lo mismo- y empezó a pensar en la posibilidad de su reelección.

Fuera del peronismo, la oposición política fue mínima. La Unión ( n M I Radical no pudo remontar el descrédito de 1989, y en las elecciones de I lMn I sólo ganó en la Capital Federal, Córdoba, Río Negro, Chubut y CaramatcM En 1993 perdió inclusive en la Capital Federal. En rigor, los radicales ni sabían cómo enfrentar a Menem, que llevaba adelante de manera brutal peÉ exitosa la política reformista encarada por Alfonsín en 1987; las diferem lai en su ejecucicSn, aunque eran importantes, no alcanzaban para sustentai un argumento opositor.

En 1990 Menem clausuró el flanco militar. De sus tiempos de campanil electoral, cuando recolectaba todos los grupos que podían debilitar al gobio no, le quedaron sólidos contactos con los "carapintadas", y en especial con el coronel Mohamed AlíSeineldín. Es probable que conociera y hasta alentara el levantamiento de fines de 1988. Cumplió con ellos, indultándolos a unes

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I H P , dentro de su política más general de reconciliación, y a fines d e l a ñ o líenle indultó a los ex comandantes, condenados en 1985, pese a la fuerte

^ilinación en contra de la medida. Pero Menem no introdujo ninguna jdlf icación sustancial en la conducción d e l Ejército, c o m o reclamaban los

PMpintadas". En diciembre de 1990, y luego de varias provocaciones, keldín, c o n buena parte délos indultados, encabezó un levantamiento, H 11 unenzó de manera desafortunada: los sublevados mataron a dos oficia-J ü episodio terminó de definir los campos: Menem ordenó una represión i regla y -a diferencia de lo que venía sucediendo desde 1987- los mandos

la res respondieron. Hubo en total 13 muertos y más de 200 heridos; los Iponsables fueron juzgados y Seineldín, que asumió toda la responsabili-id, resultó condenado a prisión perpetua.

\o después asumió el mando d e l Ejército el general Martín Balza, de fctuación descollante ese día , que acompañó a Menem hasta el f inal de su Hámulo gobierno. Menem encontró un jefe notable, que mantuvo la disci-|*l 111.1 y la subordinación del Ejército en medio de circunstancias difíciles. El ifesupuesto militar fue drásticamente podado, en el contexto d e l ajuste de I M gastos estatales, y se privatizaron numerosas empresas militares. En 1994

m\l cuartel de Zapala murió un conscripto -Ornar Carrasco-, víctima de in.II i.s tratos; el escándalo, cuando Menem preparaba su reelección, culminó o í la supresión d e l servicio militar obligatorio y su remplazo por un sistema

• voluntariado profesional. En 1995, sorpresivamente, Balza realizó una crí-B | de la acción d e l Ejército en la represión, y afirmó que la "obediencia Mrbida" no justificaba los actos aberrantes cometidos; se trataba de la prime-ia autocrítica, y aunque la declaración de Balza no tuvo un eco clamoroso

Mitre sus camaradas, contribuyó al comienzo de la revisión de lo actuado limante el Proceso.

U n apoyo similar encontró M e n e m en la Iglesia, en la figura d e l cardenal Antonio Quarracino, arzobispo de Buenos Aires. U n grupo de los obispos, que creció a medida que se agudizaban los efectos d e l ajuste y la reforma, se hl.'i i vocero d e l amplio sector de las víctimas y reclamó d e l gobierno políticas ile sentido social. Quarracino moderó este coro de disconformes, y evitó p r o ­nunciamientos masivos de la Conferencia Episcopal; en cambio, Menem lo ai ompañó en la defensa de las posiciones más tradicionales, sostenidas por el Papa, c o m o el rechazo d e l abor/to y el "derecho a la vida". Así, Menem se l i t o aceptar p o r el grueso de la jerarquía, ciertamente pragmática, si se tiene • 11 cuenta su condición de d i v o r c i a d o y su conducta escasamente recatada en Cuestiones que usualmente los sectores tradicionales de la Iglesia vigilaron Celosamente.

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4 O t r o apoyo tan i m p o r t a n t e como los anteriores lo obtuvo de los presiden­t e s norteamericanos. M e n e m estableció excelentes vínculos personales con

/peorge Bush, los recreó rápidamente con Bill C l i n t o n , y pudo acudir a ellos / yen busca de respaldo. E l canc i l l e r Guido Di Tella-estableció relaciones que

/éste denominó "carnales", complementarias del acuerdo alcanzado con los ('bancos acreedores. En consecuencia, los embajadores norteamericanos opi-

^ naron cotidianamente s o b r e todo tipo de cuestiones internas, la Argentina ^ abandonó el Movimiento d e Países N o Alineados, se clausuró el Proyecto

v Cóndor de construcción de misiles, se respaldaron todas las posiciones inter-1 nacionales norteamericanas y se acompañó simbólicamente a Estados U n i ­dos en sus empresas mi l i tares , enviando tropas al Golfo Pérsico y a Yugosla­via. Involucrarse en las cuestiones de Medio Oriente tuvo un precio alto: dos terribles atentados con explosivos, en la Embajada de Israel y en la AMIA,

Csede de las instituciones asistenciales judías, probablemente hayan sido con­secuencias derivadas de aquellas acciones.

En el mismo plano, D i Telia inició negociaciones con Inglaterra, dejand<> J entre paréntesis la cuestión de la soberanía sobre las Islas Malvinas, para \r las nuevas y urgentes cuestiones sobre derechos pesqueros. Con el

mismo espíritu, en 1991 se apresuró a zanjar todas las cuestiones limítrofes pendientes con Chile, con excepción de dos: sobre Laguna del Desierto hubo un arbitraje internacional, favorable a la Argentina, que Chi le aceptó. En

Vcambio, la solución propuesta para los Hielos Continentales suscitó una fuerte ^oposición, y el acuerdo final con Chile sólo se firmó en 1999. Durante todo N4este período, Menem viajó mucho al exterior y lució su imagen de vencedor vcle la inflación y reformador exitoso. Fue u n personaje popular en el mundo.

Pese a la dureza del ajuste, el gobierno enfrentó pocas resistencias organi­zadas. Los canales de mediación más tradicionales -sindicales, políticos, asociativos- estaban fuertemente afectados por la transformación de la eco­nomía y la desmovilización de la sociedad. Los dirigentes sindicales, de in­tensa actividad durante el gobierno de Alfonsín, sólo se movilizaron para defender sus propios privilegios: en 1992 se produjo una tímida huelga gene­ral, e n el contexto de la negociación por la desregulación de las obras socia­les y las leyes laborales. Hubo algunos inc ipientes movimientos de resisten cia que no l legaron a articulatse. A l p r i n c i p i o , fueron los trabajadores de empresas privatizadas, que intentaron inút i lmente resistir; luego, los trabaja dores estatales, sobre todo de las administrad iones provinciales, con frecucu tes problemas para cobrar sus sueldos, j u b i l a d o s y docentes. El Congreso de los Trabajadores Argentinos (CTA), una agrupac ión sindical que n o se ideni i ficaba con el peronismo, y luego el Movirrr iento de los Trabajadores de la

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Argentina ( M T A ) , peronista disidente de la conducción oficial de la CGT, lo­graron coordinar sus protestas con la Marcha Federal, de jul io de 1993, y un posterior paro general, al que no adhirió la CGT. En diciembre de 1993 se produjo en Santiago del Estero un estallido: la protesta de los trabajadores estatales derivó en una pueblada, y fueron asaltados e incendiados edificios públicos y viviendas de los más prominentes políticos. El hecho fue iniciador de una nueva forma de protesta, a la que el gobierno fue sensible, máxime porque entonces el presidente Menem estaba embarcado en su campaña para la reelección.

Luego del éxito electoral de 1991, Menem comenzó a hablar de la refor­ma constitucional, que lo habilitara para ser reelecto: "Menem 95" rezaba una propaganda ampliamente difundida. La idea de la reforma, destinada sobre todo a modernizar el texto constitucional -pero sin descartar la cues­tión de la reelección-, había sido lanzada en 1986 por Alfonsín, sin lograr el apoyo del peronismo. Menem trabajó con notable empeño en el proyecto, superó todo tipo de dificultades, soportó en su transcurso un grave problema de salud primero, y la muerte de su hi jo en un accidente aéreo después, y concluyó finalmente logrando su objetivo: ser reelecto.

N o le fue fácil. En su partido encontró reticencias de quienes aspiraban a sucederlo o de los que buscaban negociar provechosamente su apoyo. Tam­poco fueron fáciles las cosas con el establishment económico, preocupado por los conflictos que podía generar tal proyecto. Pero el problema principal es­taba en el Congreso: la reforma constitucional debía ser habilitada en ambas Cámaras, por dos tercios de los votos. Inmediatamente después de las elec­ciones de 1993, Menem logró la aprobación del Senado, y convocó a una consulta popular, no vinculante, con la intención de presionar a los diputa­dos de la UCR, pues el Pj y sus aliados estaban muy lejos de alcanzar allí los dos tercios. Simultáneamente, amenazó con hacer aprobar por ley una interpre­tación del texto constitucional que le permitiera esquivar la restricción, que luego la Corte convalidaría.

La UCR estaba a la defensiva, sin planes y dividida: los gobernadores pro­vinciales, como el cordobés Angeloz o el rionegrino Massaccesi, que depen­dían de aportes del fisco nacional, eran proclives al entendimiento, mientras que Alfonsín se oponía categóricamente. En esa situación, sorpresivamente, en noviembre de 1993 Menem y Alfonsín se reunieron en secreto y acorda­ron las condiciones para facilitar la reforma constitucional: esta habría de contener la cláusula de reelección y una serie de modificaciones impulsadas por la UCR con ánimo de modernizar el texto y reducir el margen legal para La hegemonía presidencial. Estas eran la elección directa, con ballotage, la re-

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ducción del m a n d a t o a cuatro años, con la posibilidad de una reclei «i -pero sin vedar la electividad futura-, la creación del cargo de Jefe di < i bierno, la designación de los senadores por voto directo, incluyendo un I cero por la minoría, l a elección directa del Jefe de Gobierno de la Ciudad Buenos Aires, l a creación del Consejo de la Magistratura, para la d< i n . ción de los jueces, y l a reglamentación de los decretos de necesidad y titutj cia. C o n dificultades, Alfonsín logró que la UCR aceptara el acuerdo: n | i mentó sobre el riesgo de una derrota en el plebiscito, sobre la posibilidad i | la división y las defecciones, y sobre los riesgos de una reforma llevada ail lante por el presidente sin el consentimiento de las fuerzas políticas. En MI I I I

se resignó a lo inevi tab le , valoró los riesgos de una resistencia a ultranza y || beneficios que p o d í a obtenerse del acuerdo para la modernizada institucional.

En las elecciones de abril de 1994, el justicialismo perdió votos, de maiM ra moderada, y la UCR sufrió un fuerte drenaje en beneficio del Frente (¡nin de, que reunió e l 12% de los sufragios y se impuso en la Capital Federal Neuquén. Integraban la nueva fuerza política, que atrajo el voto de quii n. criticaban el Pacto de Olivos, los peronistas disidentes de Chacho Alvaivi grupos socialistas y demócrata cristianos, y militantes de organizaciones d( derechos humanos como Graciela Fernández Meijide. En la Convein \><n que sesionó en Paraná y Santa Fe, los partidos mayoritarios respetaron tfj acuerdo y aprobaron en bloque las coincidencias básicas; Liliana de Ri:: p u n tualizó que conespondía al Congreso el dar forma legal a las inicial n i f l l decidir hasta dónde el conjunto de las reformas atenuaría o no las posibilii I.i des hegemónicas de la presidencia.

A lo largo de 1994, mientras se reformaba la Constitución, empezaron i notarse las dificultades que provocaba la suba de las tasas mundiales de inte res. Por entonces el ministro Cavallo lanzó la llamada Segunda Reforma di I Estado, con nuevas privatizaciones -entre ellas, las centrales nucleares y o| Correo-, y u n severo ajuste de las transferencias de fondos a las proviiu iaI Frente a él, los gobernadores y otros sectores del peronismo histórico afirma ron que había llegado la hora del reparto, de atenuar el rigor del ajuste y dr actuar en función de las próximas elecciones. Eduardo Duhalde, que acababa de lograr reformar la Constitución de Buenos Aires para habilitar su reelei ción, fue una d e las voces destacadas en esta campaña de "peronización" del gobierno. El presidente fue totalmente solidario con su ministro, sobre todfl al sentirse, a principios de 1995, los efectos de la crisis mexicana del "tequila"

El gobierno de ese país devaluó su moneda, y en un clima de mucha sen sibilidad, hubo u n retiro masivo de fondos internacionales de la Argentina

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L vulnerabilidad de la economía se manifestó con toda su fuerza: se precipi-• r o n el déficit fiscal y la recesión, y la desocupación trepó al insólito nivel del 18%. El gobierno actuó rápida y eficientemente: hubo una poda presu­puestaria, reducción de sueldos estatales, fuerte aumento de impuestos, y u n Consistente apoyo del FMI y el Banco Mundial . La economía no se desmuró­l o , pero la recesión fue prolongada.

En lo inmediato, la crisis le dio nueva fuerza a la campaña reeleccionista, •Mies Menem pasó a encarnar el orden y la estabilidad. En las elecciones de 11995 enfrentó a una UCR debilitada y sin confianza, y a una nueva fuerza: el ' HtliPASO, fruto de la unión entre el Frente Grande y un movimiento apresura­damente organizado por el dirigente peronista mendocino José O . Bordón.

[Menem, acompañado por Carlos Ruckauf, derrotó a la fórmula Bordón-[Álvarez, que dejó a los radicales Massaccesi y Storani en un lejano tercer I lugar. El triunfo de Menem fue muy claro: logró prácticamente el 50% de los votos. El poder del jefe llegó allí al cénit.

Una jefatura decadente

Allí mismo comenzó el declive. Hasta entonces, Menem manejaba la pelea, I bien parado en el centro del ring, como los buenos boxeadores. Pero desde el I comienzo de su segundo período perdió la iniciativa. Acosado desde muchos

lados -sobre todo del peronista-, sólo alcanzó a parar los golpes, absorber lo I mejor que podía los que recibía y esperar la campana final . Lo paradójico de [ la situación fue que, para llegar entero, debió jugarse a prolongar la pelea y [ continuar en el cargo otro período más.

En lo inmediato, quizá no se notó. La crisis del "tequila", la primera ad­vertencia seria, fue superada. Pese a la corrida, el sistema bancario pudo ser salvado, aunque a costa de u n a fuerte concentración y extranjerización, y retomó una buena parte de l o s 6 m i l millones de dólares que habían huido en las semanas iniciales del año . Las empresas pudieron superar los problemas derivados de la sobrevaluacicSn del peso, un poco por la fuerte caída de los salarios reales, y otro por la mejora en la productividad lograda por las más grandes, las mismas que, a diferencia del común, podían obtener fácilmente créditos en el exterior. Aparentemente volvían los buenos tiempos: el Pro­ducto Bruto, que cayó más de un 4 % en 1995, se recuperó en 1996 y avanzó con fuerza en 1997, crec iendo por encima del 8%. Pero en cambio la desocu­pación, definitivamente inst; *|ada, no cedió un ápice, y se mantuvo apenas por debajo del I 5%.

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Había otro dato i n q u i e t a n t e : la deuda externa creció de manera sosn ni da, y los 60 mil m i l l o n e s de dólares de 1992 se convirtieron en 100 mil m 1996. Definit ivamente, l a economía argentina estaba en terapia i n t c m M dependía del flujo d e capitales externos, y del humor de los inversores, ipii desde entonces fue e n general malo, y mucho peor durante los años en que «#i derrumbaron varios de los mercados emergentes. En 1995 terminaron l i d tiempos de la afluencia fáci l de capitales externos y de la consiguiente In ili-i i ra fiscal; la tendencia dominante fue la restricción, con sus conocidos el i . tos: suba de las tasas de interés, recesión, penuria fiscal y mayores dosis J# ajuste y reforma. Por ese camino, quedó poco margen para lo que hasta . n tonces Menem y su gente, con la tolerancia de los técnicos, habían bei lm eficazmente: distribuir u n poco, compensar, acallar quejas, ganar complii i dades. En la nueva coyuntura , los celosos auditores externos ya no lo adml t ieron, y su aval era indispensable para obtener la renovación de los crédito», El gobierno quedó atrapado entre las exigencias de mayor ajuste, para "cci M I las cuentas", y los reclamos crecientes de una sociedad que iba recuperando su voz; perdió la posibilidad de diseñar a largo plazo, y se limitó a capea i 11 situación, día a día.

Quien primero sintió el impacto de la nueva coyuntura fue Cavallo. I I ministro salió con éxito de la crisis de 1995. Inició una nueva serie di privatizaciones, hizo declarar la emergencia previsional y, básicamente, ivn tringió los fondos transferidos a los gobiernos provinciales, que pasaron | >. »i momentos de zozobra; muchos no pudieron pagar los sueldos de sus emplea dos, y finalmente se vieron obligados a realizar su propio ajuste, sacrificando algunas de sus fuentes de clientelismo: venta de empresas públicas y de han eos provinciales, reducción de las plantas de empleados y transferencia a In Nación de sus sistemas jubilatorios. Pero Cavallo quedó en el ojo de la toi menta. Los dirigentes provenientes del peronismo tradicional se hicieron eco del fuerte malestar social, que afectaba sus propias bases electorales; re clamaron contra una política que ahora juzgaban poco peronista y excesiva mente apegada a las recetas del Fondo Monetario Internacional, y centran >i i sus baterías en el ministro: a principios de 1996 retacearon la aprobación dr la Ley de Presupuesto y se negaron a aprobar otra, que extendía las atribucii • nes económicas d e l Ejecutivo. El pato estaba herido.

El conflicto mayor fue el que enfrentó a Cavallo y su equipo técnico c< ifl la "banda" gobernante: el vasto contingente de allegados que rodeaba al jefe, gestores de negocios poco claros e intermediarios obligados de cualquier gru po de interés particular. Con mot ivo de la Ley de Patentes Medicinales, Cavallo sostuvo l a . posición norteamericana y chocó con los senadores, en

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Cubezados por Eduardo Menem, que defendían a los laboratorios locales, un \iibhy poderoso y generoso con sus amigos. La privatización del correo produ-m otro enfrentamiento: según Cavallo, que era partidario de las empresas

[postales norteamericanas, el Congreso estaba haciendo una ley a la medida de Alfredo Yabrán, el empresario postal que manejaba negocios vastos y poco Conocidos. Respaldado por el embajador y el propio presidente norteamerica­no, Cavallo acusó a Yabrán de evasor de impuestos y de mafioso; también acusó I dos ministros muy cercanos al presidente: el de Interior, Carlos Corach, y el de Justicia, Elias Jassan, de ampararlo y manipular a los jueces en su favor.

Cavallo, furioso, anemetió contra todos. A l hacerlo, instaló definitivamente en la discusión pública el tema de la corrupción gubernamental, que creció vertiginosamente en los años siguientes. Recibió una réplica contundente: sus hombres, y él mismo, fueron acusados de otros negociados y querellados ante la Justicia. Acosado, Cavallo llegó hasta a mencionar al presidente: "no se til revé a mirarme a los ojos", dijo. Fue el f inal de la relación: a fines de jul io de 1996 Menem lo relevó y lo reemplazó por Roque Fernández, un econo­mista ortodoxo que presidía el Banco Central. Los "mercados" lo aceptaron con naturalidad y no se conmovieron.

A diferencia de Cavallo, Roque Fernández no tenía pretensiones de polí­tico, n i tampoco preocupaciones de largo plazo: formado en la ortodoxia liberal, preocupado exclusivamente por ajustar las cuentas fiscales, no se apartó un ápice de esa línea y resistió eficazmente las presiones de todo tipo. Así, subió sin piedad el precio de los combustibles, elevó el Impuesto al Valor Agregado, que llegó al insólito n i v e l del 2 1 % , redujo el número de emplea­dos públicos y finalmente realizó sustantivos recortes en el presupuesto. Ade­más, impulsó las privatizaciones pendientes: el coneo, los aeropuertos y el Banco Hipotecario Nacional, y vendió las acciones de YPF en poder del Esta­do al accionista mayoritario, la empresa española Repsol. Resolvió todo rápi­damente, con la única preocupación de mejorar los ingresos de caja.

Fernández chocó con resistencias crecientes en el sector político del go­bierno, preocupado por las futuras elecciones. Cada medida de ajuste que requería una ley tuvo que ser arduamente negociada en el Congreso, donde el ministro fracasó con la legislación sobre flexibilización laboral. Se trataba de una cuestión emblemática p a r a los empresarios y para el FMI, que suscitaba fuerte oposición dentro y fuera d e l peronismo, y sobre todo entre los sindica­listas. A fines de 1996 Menem intentó sortear la resistencia del Congreso con uno de sus Decretos de N ecesidad y Urgencia, que sorpresivamente

signo del cambio de los t i e m p o s - fue objetado por la Justicia. En 1997, en pleno tiempo electoral, Menem ^lejó de lado la reforma y pensó en los votan-

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tes: Erman González, n u e v o ministro de Trabajo, llegó a un acuerdo con I d gremialistas, garantizándoles el monopolio sindical en la negociación de lix convenios colectivos. La l e y así aprobada fue rechazada por los empresarios y Fernández exigió e l v e t o de algunos artículos. También se opuso categótb camente a otra ley q u e garantizaba un fondo de mejoramiento salarial par* los docentes, y rechazó u n ambicioso proyecto de construcción de 10 mil km de autopistas, que h u b i e r a significado un rápido descenso de la desocupa ción, y u n buen aumento d e l déficit. En suma, Fernández defendió los crin rios del contador, f rente a la liberalidad de quienes por entonces estaban consagrados a ganar e n las siguientes elecciones. Su tarea se limitaba a do u que no.

N o tenía muchas alternativas, debido a la coyuntura financiera intcnu cional. En jul io de 1997 Tailandia devaluó su moneda y se desató la cri.sUj cuando en octubre se derrumbó la Bolsa de H o n g Kong, los financistas mini* ron con desconfianza los mercados emergentes, incluyendo el argentino. I o» derrumbes siguieron: Corea, Japón, Rusia, y finalmente Brasil, que devalurl su moneda en los primeros días de 1999. Este fue un golpe duro para la Af* gentina, ya afectada por el encarecimiento del crédito y la caída en los pie cios de sus exportaciones, e imposibilitada de adoptar la solución devaluaioi la En los buenos tiempos, Menem y Cavallo habían impulsado la integra» mu acelerada en el Mercosur, sin preocuparse por acordar en cuestiones comí i f*• política monetaria. En 1995, la apertura del mercado brasileño había sitio pío videncial para la Argentina, que exportó alimentos, petróleo y automoioin En 1997 empezaron a aparecer algunos problemas: los productores de nzttefl denunciaron que Brasil hacía dumping, e impulsaron una ley arancelando MI importación, que Menem vetó, preocupado por robustecer el Mercosui I i devaluación del real, en 1999, contrajo el mercado para las encarecida:. • » portaciones argentinas, y desató una oleada de reclamos de protección, mira tras que las empresas más grandes, con mayor libertad de acción, empe.aio|| a considerar la posibilidad de trasladarse a Brasil, o al menos subconrraiai ,il l l parte de lo que producían.

La crisis in ic iada en 1998 fue más profunda y prolongada que la di I "tequila", y sin f i n a l anunciado. Todo se sumó: aumento de los interese-, i !• di deuda, escasez y a l t o costo del crédito, caída de los precios de productor i ' t f l portables y recesicSn interna. Ese año el PBI retrocedió alrededor del 4"" \l producción de automotores cayó casi a la mitad. Todo ello proíundi ó U trasnacionalización: varios bancos y empresas fueron comprados por c oi|m raciones multinacionales o por grandes fondos de inversión, como I'SM«||1 que adquirió las empresas de Yabrán. El gobierno de Menem llegó a su In i in

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margen siquiera para hacer beneficencia electoral, y debió cerrar su presu­puesto con un déficit tan abultado que no se atrevió a declararlo. La deuda externa trepaba por entonces a 160 m i l millones, el doble que en 1994.

Constreñido a profundizar el ajuste, sin margen para negociar, Menem empezó a sufrir una oposición social cada vez más activa. Quienes hasta en­tonces habían callado, empezaron a hablar, y las demandas confluyeron y se expresaron de manera novedosa y efectiva, agitadas incluso por una oposi­ción levantada dentro mismo del peronismo.

1995 fue un año crítico: en varias provincias hubo manifestaciones vio­lentas encabezadas por empleados públicos que cobraban en bonos de dudo­so valor; en Tucumán se agregó el cierre de varios ingenios, y en Tierra del Fuego el retiro de las fábricas electrónicas, ante el f in del régimen promocional. A l año siguiente, mientras las organizaciones gremiales - l a CGT, el MTA y el ( . T A - finalmente confluían para realizar dos huelgas generales contra la ley de flexibilización laboral y la política económica, la oposición política - e l HtFPASO y la UCR— impulsó una protesta ciudadana: un apagón de cinco minu­tos y un "cacerolazo", que fue apoyado por entidades de todo tipo, incluidas las defensoras de derechos humanos. Por entonces cambiaron las autoridades de la Conferencia Episcopal -monseñor Estanislao Karlic, más severo, reem­plazó a Quarracino, complaciente con el Gobierno- y la Iglesia empezó a mimar su voz a las protestas.

A l año siguiente los gremios docentes - l a CTERA—, que venían realizando Infructuosamente marchas y huelgas, encontraron una nueva forma de ac­

ción, que resultó muy eficaz: instalaron una "carpa blanca" frente al Congre­go, donde por turnos grupos de docentes de todo el país ayunaban, mientras recibían visitas y adhesiones, organizaban actos y hacían declaraciones por la nidio y la televisión; en suma, constituían una noticia permanente, y sin el

k o s i o de interrumpir las clases. A l g o parecido, aunque en otro tono, fueron i Ii cortes de rutas en Cutral Có y Tartagal, localidades de las zonas petroleras m Ncuquén y Salta, muy afectadas por la privatización de YPF y los despidos masivos. "Piqueteros" y "fogoneros" -que también aparecieron en Jujuy, afée­la» los por los despidos del Ingenio Ledesma- interrumpieron el tránsito, i n ­

cendiaron neumáticos, organizaron ollas populares y reunieron tras de sí a llabajadores desocupados, a j ó v e n e s que nunca pudieron trabajar, a sus fami-lluics y amigos, dispuestos a enfrentar la eventual represión a pecho desor­il lo t o, o >n piedras y palos. Era la movilización de los desocupados, violenta y a la H | reacia a cualquier t ipo de a c c i ó n organizada. El gobierno a veces apeló N la justicia y a la Gendarmería, y entonces hubo violencia, heridos y algún lltueiio. Otras veces negoció, con los buenos oficios de infaltables curas u

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obispos. N o había mucho p a r a ofrecer, pero los "piqueteros" solían conten tarse con poco: ayuda en a l i m e n t o s o ropa, y sobre todo contratos de empleo transitorio, los "planesTrabajar", con los que se aliviaba la situación.

Este t ipo de movilización t u v o imitadores y se acentuó a medida que avan zaba la crisis: estudiantes que cor taban las calles de las ciudades, o producid res rurales que realizaban "tractorazos", sumados a algún episodio viólenlo, con ataque y saqueo a los edi f i c ios públicos, indicaban un estado de eferves­cencia generalizado y la reaparic ión de la política de la calle, como en loa años setenta, pero esta vez a n t e la televisión, que era el vehículo fundamen tal para que la acción tuviera trascendencia y eficacia, pues la espectaculari-dad fue clave en la nueva protesta.

Simultáneamente, el gobierno sumó problemas en su frente interno. I , | resurrección del peronismo histórico, que descubría los problemas del ajusto y la reforma, se produjo en e l momento en que se discutía el cambio Je liderazgo o, más simplemente, la selección de un candidato presidencial justicialista para 1999. En 1995, apenas pasadas las elecciones presidenciales, el gobernador de Buenos Aires, Eduardo Duhalde, anunció que sería candi dato y empezó a desempeñarse como tal : viajó por Europa y Estados Unidos, anunció sus planes de gobierno y planteó su voluntad de distinguirse del "modelo" y recuperar las banderas históricas del peronismo. Pese a que la Constitución era clara y categórica respecto de la imposibilidad de una nue va elección, la idea que Menem tenía del poder, tan típicamente peronisia, no incluía transferirlo en vida. El presidente lo intentó, un poco por su Ir ciega en lo que llamaba su destino, y un poco para que no lo dieran poi muerto antes de tiempo. A l principio, lo hizo por caminos oblicuos: alentó la candidatura rival de Palito Ortega -popular, pese a su desastrosa gestión en Tucumán-, mantuvo atados a los gobernadores, que dependían de los discrecio nales aportes del Tesoro Nacional, y lanzó su candidatura informalmente, con millones de camisetas, globos y carteles que decían simplemente "Menem 99".

La guerra entre el v ie jo jefe y quien quería sucederlo pasó de los gestos y amenazas a los actos contundentes: las buenas maneras democráticas apenas ocultaron prácticas más bárbaras, que recordaban a las de los militares, o a las de las bandas germánicas. En parte, la lucha se desarrolló en los medios de comunicación. Mientras Cavallo continuaba con sus denuncias de negocios ilícitos, otras manos allegaron a los periodistas informaciones para perjudicar a sus ocasionales rivales, y los medios las difundieron ampliamente. La profunda corrupción del grupo gobernante se hizo pública: las ventas clandestinas de armas a Croacia y a Ecuador, que complicaban a varios ministros e incluso al presidente; los negocios ele la "mafia del oro", que realizaba exportaciones ríe*

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ticias; la aduana paralela, más tolerante que la oficial, y finalmente las coimas pagadas por la empresa norteamericana IBM a directores del Banco Nación. También hubo hechos violentos: la explosión de la fábrica de armamentos de Río Tercero, que habría horcado las huellas del contrabando de armas, a costa de muchas vidas; los dudosos suicidios de un intermediario en esas ventas y de quien pagó las coimas en el Banco Nación, y el secuestro y tortura de la herma­na del fiscal que investigaba el caso del oro.

Hubo un verdadero "destape", impulsado por el periodismo indagador y facilitado por la guerra interna del peronismo. La Policía de la Provincia de Buenos Aires, "la Bonaerense", que en un momento fue calificada por Duhalde como "la mejor del mundo", apareció implicada en varios casos de corrupción: robo de autos, tráfico de droga, prostitución; hasta se probó su participación en el brutal atentado a la A M I A : fue un alto jefe quien suministró el auto usado para hacer explotar el edificio. Cuando Duhalde inició su depuración, estalló el "caso Cabezas": un periodista gráfico, brutalmente asesinado, cuyo cuerpo apareció en las cercanías de la residencia veraniega del gobernador. "Me tira­ron un cadáver", afirmó Duhalde, convencido de que había recibido una ame­naza mafiosa. Los periodistas mantuvieron viva la cuestión con tenacidad, y Duhalde impulsó la investigación, convencido de que se jugaba en ella su futu­ro político. La investigación llegó rápidamente a "la Bonaerense", luego al empresario Yabrán, el hombre misterioso a quien Cabezas había fotografiado contra su voluntad, y por último al círculo presidencial, y hasta al propio Menem, que al principio defendió a Yabrán. Finalmente, fueron incriminados un oficial de la Policía bonaerense, autor material de la muerte, y el jefe de seguridad de Yabrán, su instigador directo; cuando la Justicia pidió su prisión, Yabrán se suicidó de manera espectacular. Quedaron muchas cosas oscuras, pero dos re­sultaron claras: la corrupción penetraba en todas las instituciones del Estado, y nadie vacilaba ante los medios en la disputa por el poder y los negocios.

Antes del desenlace, en octubre de 1997, el justicialismo sufrió una fuerte derrota en las elecciones legislativas. Perdió hasta en sus bastiones: Santa Fe, Entre Ríos y Buenos Aires, donde la esposa del gobernador encabezaba la lista de diputados. El "candidato natural" , Duhalde, resultó maltrecho; Menem lo golpeó aún más: afirmó que sólo él podía ganar en 1999, y se lanzó abierta­mente a una nueva reelección, pese a q u e esta vez nadie se mostró muy entu­siasmado. Menem jugó varias cartas a La vez: una interpretación caprichosa ile la Constitución por parte de la C o r t e , u n plebiscito que demandara la reforma constitucional, una presión a l o s gobernadores para alinearlos detrás ile sí y dejar desamparado a Duhalde; itncluso metió una quinta columna en el territorio del gobernador, c o m p r a n d o a algunos de sus fideles. Por enton-

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ees, la oposición, unificada, vislumbraba el éxito electoral para 1999, peni M e n e m no atendió a o t ra cosa que a destruir a Duhalde, arriesgando todo lo que el justicialismo había avanzado en su institucionalización partidaria. Cuando lanzó en LaRioja u n plebiscito por la reforma, Duhalde respondió convocando a otro en la p r o v i n c i a de Buenos Aires, donde sin duda el presi­dente sufriría una derrota contundente. En ese punto, los jefes peronista! abandonaron a Menem: discretamente, lo dejaron solo. Menem desistió en tonces de su candidatura, se "autoexcluyó", aunque no del todo convencido: meses después lo intentó nuevamente, pero esta vez la Justicia declaró que su proyecto era absolutamente ilegal.

Menem fracasó, pero logró mantener viva la ilusión casi hasta concluir su gobierno, atenuando el problema del f in de reinado. Además afectó profuu damente a Duhalde, que en la campaña electoral tuvo que acentuar su perfil opositor, y presentat propuestas alternativas, poco creíbles y que no confor­maron a nadie. Por otra parte, los gobernadores peronistas prefirieron tomar distancia del conflicto y muchos anticiparon las elecciones en sus provin­cias, para no comprometerse con el destino de Duhalde, que no pudo alinear detrás de sí un partido unido y galvanizado. Como en 1983, el peronismo llegó a la elección de 1999 sin líder, y perdió.

Desde 1995, fue creciendo el espacio para una potencial fuerza política opositora, cuyas modalidades estaban por definirse. A fines de ese año, y poco después del resonante triunfo presidencial de Menem, el gobierno su­frió tres derrotas electorales: en Tucumán, a manos del general Bussi, una figura del Proceso; en Chaco, ante los radicales, con el apoyo del FREPASO, y en la Capital Federal, donde la Graciela Fernández Meijide, del FREPASO, fue electa senadora, con el 46% de los votos, superando ampliamente a la UCR y al justicialismo.

Los resultados indicaban varios rumbos posibles. El más novedoso era el del FREPASO, que tuvo u n notable crecimiento electoral. Allí convergían disi­dentes del PJ y la UCR, la Unidad Socialista y otros pequeños grupos prove­nientes de la izquierda o el populismo; gradualmente se agregaron fragmen­tos menos conspicuos de la maquinaria electoral justicialista. El FREPASO nunca llegó a tener una inserción territorial comparable a la de los grandes partidos, n i tampoco una organización y reglas de discusión y decisión explicitadas. Fue un partido de jefes. Poco después de las elecciones, el candidato presi­dencial José O. Bordón lo abandonó; Chacho Alvarez, que tenía gran ca­pacidad para desenvolverse ante los medios periodísticos y definir día a día la línea de la agrupac ion, quedó como dirigente principal , secundado por Graciela Fernández Mei j ide y Aníbal Ibarra. El FREPASO entusiasmó a mu-

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Ichos, y fue la expresión de una nueva y muy modesta primavera. Recogió distintas aspiraciones de la sociedad, no siempre compatibles: una renova-

' ción de la política y de los hombres, y la constitución de una fuerza de centtoizquierda, alternativa de los dos partidos tradicionales. S in repudiar la transformación económica producida, puso el acento en los problemas socia­les que generó y en las cuestiones éticas y políticas: la corrupción, el deterio­ro de las instituciones.

La UCR pasó la crisis que arrastraba desde el catastrófico f inal de la presi­dencia de Alfonsín, logró superar las divisiones internas y obtuvo algunos éxitos electorales significativos, sobre todo con Femando de la Rúa-imbati -ble candidato porteño-, electo en 1996 primer Jefe de Gobierno de la C i u ­dad de Buenos Aires. Desde 1995 lauCR y el FREPASO concertaron su acción parlamentaria, luego establecieron un acuerdo en la ciudad de Buenos Aires, y empezaron a discutir los términos de una alianza más formal. N o era una tarea fácil, por la índole tan diversa de ambas fuerzas. La UCR tenía una larga tradición y un sólido aparato partidario, difícil de alinear y ordenar, pero también a prueba de bruscos cambios de humor; sus militantes no aceptaron c o n facilidad ceder lugares a una fuerza sin historia n i organización partidaria f o r m a l . Pero primó la convicción de que juntos, UCR y FREPASO, podían ven­cer al justicialismo, mientras que separados la derrota era casi segura. En 1997 crearon la Alianza para la Justicia, el Trabajo y la Educación: tales los ejes de su programa. Concurrieron unidos en 14 de los 24 distritos electora­les, y obtuvieron un notable triunfo en las elecciones legislativas: en total, superaron al PJ por 10 puntos, se impusieron en distritos claves, como Entre Ríos y Santa Fe, y Graciela Fernández Meijide, dos veces triunfadora en la Capital, venció en la Provincia de Buenos Aires a Chiche Duhalde, la esposa del gobernador.

Mientras el justicialismo se desgarraba en su pelea interna, la Alianza avanzó con claridad hacia su triunfo e n las elecciones de 1999. N o le fue fácil llegar a coincidir en la línea del discurso electoral, debido a la coexistencia de tendencias francamente divergentes, en ambas fuerzas y en el interior de cada una, aunque finalmente se acordó no cuestionar la convertibilidad, y poner el acento en la recuperación de la equidad social y las instituciones republicanas y en la lucha contra La corrupción. José Luis Machinea, del equipo de Juan Sourrouilte y con buenas relaciones con el establishment, que­dó a cargo del programa e c o n ó m i c o . La negociación de las candidatutas, aunque compleja, se resolvió exitosamente; hubo una elección interna abier­ta por la candidatura presidencial, d o n d e De la Rúa venció ampliamente a Fernández Meijide, y un acuerdo p a r s el reparto de las principales candidatu-

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ras y cargos. Álvarez a c o m p a ñ ó en la fórmula a De la Rúa, mientras que- en »«| justicialismo Palito O r t e g a se encolumnó detrás de Duhalde; Domingo Givallti creó otra fuerza política, A c c i ó n para la República, para organizar el voto del sector de centro derecha.

En la elección pres idencia l , De la Rúa y Álvarez obtuvieron un rriunl.i claro: el 48,5% de los v o t o s , casi diez puntos más que Duhalde. A l monicniu de asumir, la Alianza gobernaba en seis distritos y tenía mayoría en la Cám»i« ra de Diputados; el jus t ic ia l i smo tenía amplia mayoría en el Senado y con tro laba catorce distritos, e n t r e ellos los más importantes: Buenos Aires -allí Graciela Fernández M e i j i d e fracasó ante Carlos Ruckauf-, Santa Fe y Có|J doba, donde los radicales perdieron por primera vez desde 1983. De la Kiiti recibió un poder l imi tado e n lo político y condicionado por la crisis econó mica. Pronto se agregó la dif icultad para transformar una alianza electoral en una fuerza gobernante.

Epílogo La nueva Argentina

Diez años de menemismo han revelado de manera inequívoca cuánto se trans­formó el país en el último cuarto de siglo. 1976 es una bisagra en nuestra historia. Los cambios sucedidos desde entonces, cuya profundidad quedó de alguna manera disimulada durante la etapa de la ilusión democrática, se manifestaron en la década de 1990: el país de 2000 se parece muy poco a aquel que, en 1916, constituyó un sistema político democrático que corona­ba la expansión de su economía y su sociedad, o a aquel o t ro que, hacia 1945, asoció el crecimiento de su mercado interno con la promoción de la justicia social desde el Estado. Con respecto a sus expectativas, ilusiones y utopías, tampoco se parece al que, comenzando la década de 1960, se ilusionó con la modernización y vislumbró un futuro promisorio. En el año 2000, el prospec­to de la nueva Argentina presenta la incertidumbre de u n futuro difícil, la reaparición de algunos de los rasgos negativos de su pasado, pero también el eficiente funcionamiento de u n sistema político democrático.

En cierto sentido, esos cambios se ubican en la corriente general del mundo occidental. El f in de la Guena Fría por una parte, y la profunda reestructura­ción económica, impulsada por e l salto tecnológico, la ola de neoliberalismo y lo que se ha llamado la globalización, por otra, provocan la desaparición de lo viejo, su difícil sustitución por lo nuevo, y en la transición, incertidumbre, desocupación, miseria. En todas partes el Estado renuncia a dirigir la econo­mía y reduce su función providente y benefactora. En todas partes, también, naufragan los grandes acuerdos sociales forjados en la posguerra y los fuertes crecen a costa de los más débiles. En esta crisis general se manifiestan los dos elementos que habitualmente le» constituyen: la destrucción de lo viejo, v i v i ­do por sus contemporáneos c o r n o derrumbe, y la lenta emergencia de lo nue­vo, más difícil de percibir.

¿Cuánto hay de lo uno y de lo otro en la Argentina del último cuarto de siglo? U n balance en la mitad d e l cruce de un río turbulento -as í se mirarán,

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seguramente, estas d é c a d a s finales del siglo dentro de una centuria di U tener en cuenta la p r o f u n d i d a d de la crisis, que es diferente en cada p,n sobre todo la manera s i n g u l a r como se conduce el proceso de reesinu luui ción. La experiencia d e la A r g e n t i n a en el siglo XX es la de Sísifo: S I K T H I V M

intentos, que arrancaron c o n brío y terminaron calamitosamente, leju di los objetivos que se h a b í a n fi jado. A l comienzo de la década del non u n muchos pensaron que h a b í a u n a nueva oportunidad, que la otra orilla c.i.ilo cerca, a t iro de un esfuerzo grande y definitivo. Diez años después, el in i r i iu gante sigue abierto, pero los pronósticos son más pesimistas y faltos dr lili sión: quizás otra oportunidad se ha perdido.

Lo que primero impresiona son los cambios en la economía: las cursi lu nes que se debatían apenas u n cuarto de siglo atrás nos resultan hoy exi rana La apertura de la economía, y la retirada del Estado, que regulaba, asistfa I participaba directamente, h a n cambiado las reglas. Otro cambio decisivi. In. la estabilidad de precios: hace casi diez años que no se viven aquellos vi< »li I tos tironeos sectoriales, que acompañaban los golpes inflacionarios y .in­formaron el sustrato de la historia política. El dato decisivo es sin duda - I endeudamiento externo, que crece de manera sistemática desde 1977. I loj impresiona menos que hace diez años, y ha desaparecido del temario de do cusiones: es evidente que la deuda externa no se pagará nunca, que el p.u dependerá indefinidamente de la renovación de sus créditos, en man< >;. • I. acreedores volátiles y desconfiados, y que, en suma, la Argentina es un pal vulnerable. Cumplir con los servicios de la deuda requerirá de una eficiem 11 exportadora que parece remota, y de un ajuste permanente en los gastos di I Estado, una libra de carne reiteradamente exigida por los acreedores, con Ii I que el país no se puede malquistar, so pena de ser declarado insolvente | ingresar en alguno de los círculos del Infierno.

Mientras tanto, la política que inició Martínez de Hoz y remató Cavall.i ha sacudido fuertemente el aparato productivo. La desocupación resalta n >n nitidez y parece ser ya un dato estructural, pero en otros aspectos el dibi f f l general de la nueva economía no es claro. Con la convertibilidad - u n c< i f l que sostiene y asfixia la vez- la sobrevaluación del peso condiciona la inii gración a la economía mundial. Inicialmente ésta se manifestó en el boom d i las importaciones, q u e golpeó a infinidad de empresarios incapaces de coffl petir. Más lentamente, se notó el estímulo a las exportaciones, principal mente en productos agropecuarios, petróleo, gas, rubros en que el país tenia ventajas relativas. EL principal aporte viene del agro, en plena transforma ción: agroquímicos, semillas hibridadas, mecanización. A l notable crecimiento de su capacidad proeductiva se suma el Mercosur, que abrió un importante

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mercado. Los sectores industriales de perfil exportador también se han rees­tructurado eficientemente, por la vía de la alta concentración y del aprove-tbamiento de la asistencia del Estado, que no termina de cesar pese a la declamada liberalización. Ambos sectores suman tres cuartas partes de las exportaciones, tienen un notable dinamismo pero su incidencia es baja, por Ii is limitados encadenamientos internos y porque su mayor eficiencia se basa

I • menudo en una drástica reducción de la mano de obra empleada, como I ocurre con la mecanización de las cosechas.

El golpe fue mucho más fuerte para los empresarios orientados al mercado feterno, que experimentaron una situación darwiniana: algunos se adaptaron y prosperaron, otros sobrevivieron con dificultad y un tendal quedó en la lona. I os cambios afectaron tanto a la primitiva industria nacional, surgida en la posguerra, como al segmento desarrollado luego de 1958, con fuerte participa-i ion de las empresas multinacionales. Unos y otros crecieron gracias a un mer-» ado interno cautivo y una sistemática asistencia del Estado; sin embargo, en Ii >s años anteriores a 1976 ya se habían reducido los efectos perniciosos de este modelo para la eficiencia y la competitividad: como señaló Bernardo Kosacoff, en muchos sectores se había producido el pasaje del "mundo de lo electrome­cánico" al "mundo de lo electrónico". Ese desanollo se frustró con la gran apertura económica iniciada en 1976 y completada en 1991; sometidas de gol­pe a una fuerte competencia -mayor eficiencia, menores costos laborales- sólo sobrevivieron algunas empresas, que modernizaron sus procesos productivos. Simultáneamente, hubo una presencia creciente del capital extranjero, que se extendió al campo de los bancos y las cadenas de comercialización, donde la concentración fue muy fuerte. Entre los empresarios locales, pasaron la prueba darwiniana los grandes grupos económicos, crecidos sobre todo después de 1976, que participaron activamente en la privatización de las empresas del Estado, diversificaron su actividad y hasta se hicieron internacionales.

N o es fácil vislumbrar el resultado final de estas transformaciones, que en el discurso de sus promotores habría de servir para restaurar el dinamismo Capitalista, atrofiado por décadas d e intervención estatal, y para producir e l reencuentro entre el interés p r i v a d o y el interés general. N o hay dudas de que las transformaciones han beneficiado a u n segmento -pequeño pero sig­ni f ica t ivo- de los actores económicos : los "ganadores" triunfaron en toda la línea; pero eso parece haber generaedo poco beneficio general, como lo mues-t ra la elevada desocupación. Quienes sustentan u n diagnóstico optimista -que al f inal de la década son m e n o s , y menos entusiastas que al pr inc ip io -deben confrontar con dos grandes i interrogantes, uno estructural y otro refe-rklo a los actores.

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Por una parte,es e v i d e n t e que la Argentina no puede retomar la rui a di I crecimiento, n i siquiera sobrevivir al ahogo del endeudamiento, sin mcjoutl sus exportaciones; p e r o n o está claro qué lugar hay para ella en el mundo! qué es lo que el país puede hacer mejor que otros, para quién puede hacedo, y de qué manera esas actividades pueden tener efectos virtuosos para el i m i j u n t o de la economía. N o es una duda nueva: se planteó por primera ve-I entre las dos guerras mundiales , y entonces se resolvió por el atajo del meu .1 do interno protegido; clausurada esa vía, reaparece hoy con toda su agude/n, Por otra parte, los empresarios han sido liberados de la tutela del Estado, . 11 >• siempre denostaron, a u n cuando se aprovecharon muy bien de ella. Luego dr! banquete final, con l a privatización de las empresas públicas, todavía alguno* aprovechan los restos del festín y gozan de distintos tipos de asistencia. ¿Se indi narán en el futuro por aquellas conductas reclamadas, por la asunción de riesgi« y la búsqueda de beneficios por la vía de la innovación y la eficiencia, o enc< >i 1 trarán alguna nueva variante de aquellas conductas calificadas como "pervei sas"? Es poco probable que esta reconversión, de la economía y de las conducías, sea exitosa si no es orientada por vigorosas políticas públicas.

Esta posibilidad ha sido descartada con la versión local de la reforma del Estado, un programa común a todos los países del mundo occidental, aplica do aquí con una característica combinación de urgencia, desprolijidad c In sensibilidad. En poco tiempo, el Estado ha abandonado casi todos los recui sos de intervención o regulación económica construidos desde 1930. Renun ció a controlar las grandes variables y los instrumentos financieros que posibilitan las transferencias intersectoriales; descartó las políticas de pro moción, los subsidios y también las prebendas sectoriales; se deshizo de las empresas públicas, que después de un proceso de desmantelamiento fueron transferidas a propietarios privados, con el argumento de la mayor eficiencia y los menores costos fiscales. Pero a la vez, renunció en buena medida a con trolar el funcionamiento de los servicios públicos. En general, renunció a la posibilidad misma de regular a los actores económicos, aun desde una concep ción mínima del interés público. En suma, tiró por el desagüe el agua sucia y también el niño.

Esta tenuncia no se explica por las razones ideológicas generales: el consen so neoliberal y el éxito de sus predicadores locales; fue sobre todo la constata ción de que ya no había más para repartir. Hasta 1930, el Estado redistribuye» parte de los beneficios extraordinarios generados por el sector agropecuario; luego de esa fecha, pese a haber concluido el período de prosperidad excep cional, repartió más que antes, distribuyendo asistencia y prebendas a quie nes pujaban con é x i t o por ellas. El Estado apeló a distintas fuentes de recur

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sos: las retenciones cambiarías, Iaemisión monetaria, las cajas de jubilación, la deuda externa. Solo la situación de vulnerabilidad extrema provocada por el endeudamiento extemo, y la decisión de "autoatarse" con la convertibilidad para calmar las exigencias de los acreedores, pusieron freno a esta tendencia, que sin embargo reapareció cada vez que los gobernantes encontraron algún margen para la prebenda, distribuida ahora entre beneficiarios cada vez más singularizados.

La crítica neoliberal, que circuló por todo el mundo occidental, n o solo afectó al Estado dirigista sino al providente, empeñado en el bienestar de la sociedad. En este segundo aspecto, la reducción de gastos acompañó la tenden­cia a interesarse menos por sus funciones sociales: no sólo las específicas del Estado benefactor sino aquellas otras que, según cualquier concepción del Estado, son irrenunciables. El Estado redujo su participación en e l desa­rrollo y hasta en el mantenimiento de las obras públicas, la salud, la educa­ción, el sistema jubilatorio, la defensa y la seguridad. Trató de transferir la responsabilidad a los usuarios, según sus respectivas posibilidades, y de asu­mir solamente la parte destinada a los pobres o indigentes. El principio de que el Estado tiene una función en relación con la equidad y la justicia so­cial, una de las más importantes conquistas de la sociedad argentina en el siglo xx, fue abandonado.

Pero además, hubo una corrosión del instrumento mismo del gobierno: durante décadas se produjo una lenta destrucción de la maquinaria del Es­tado, realizada desde dentro de él. S in declaraciones, hubo u n empeño sis­temático por alejar a los funcionarios eficientes, desarmar oficinas, perver­t ir las normas e instalar la corrupción. En los últimos años quedaron expues­tas, de manera cruda, prácticas largamente instaladas en la administración, que la reducción burocrática, al concentrar las facultades decisorias en me­nos manos, hizo todavía más visibles. La gravedad y profundidad de ese proceso es testimoniada por el empeño que pusieron en contrarrestarlo los presidentes Perón en 1973 y Alfonsín diez años después, y por su instala­ción en la agenda de las reformas encaradas en los últimos diez años.

El proyecto de la reforma estatal en curso no avanza en la dirección de mejorar la eficiencia en aquellas cuestiones que competen irrenunciablemente al Estado. La capacidad para cobrar sus impuestos sigue siendo mediocre; se ha avanzado muy poco en el c a m p o de la reforma judicial, las administracio­nes provinciales y el sistema p o l ítico en general, donde los costos de su faz lícita son altos, y los de la faz espuria son incalculables. Donde se avanzó, como en la educación, se eligió e d poco recomendable camino de destruir lo que había - u n ejemplo es la escuela media- con la ilusión, malograda a mi-

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tad de camino, de edificar otra cosa sobre sus ruinas. En suma, antes de qu* cualquier afirmación programática lo postulara, el Estado ya resultó incapiti por sí solo de imponer en. la sociedad normas racionales y previsibles, orieiw tar a los actores, mediar e n sus conflictos o velar mínimamente por los inte* reses públicos. Carente d e poder, el Estado dejó proceder a los actores so» 1,1 les según sus fuerzas respectivas, y hasta utilizó sus últimas energías para apo­yar a los más fuertes.

Esta vasta transformación se apoyó en el llamado neoliberalismo, nueva creen­cia colectiva que aquí también logró instalarse en el sentido común de la soclc dad. La versión local es pobre, se nutre sobre todo de las fuentes manchesterianan y debe poco al liberalismo originario: mucho mercado y poca libertad política. Su avance ha sido anollador desde 1976: en esos años aprovechó la eliminad» »n de otros discursos alternativos, realizada por la última dictadura militar, que c» H i frecuencia eliminó también a sus emisores. Durante los años de la recuperación democrática compitió con el discurso de la ética, la equidad y la solidaridad social, pero la desilusión subsiguiente, y sobre todo las dos hiperinflaciones, fue ron decisivas para convencer de que no había alternativa a la propuesta de I» il neoliberales. A l tiempo que se rompían los grandes acuerdos sociales, explica» u o tácitos, del último medio siglo, ante el avance liberal cayeron el discurso del Estado de bienestar y sus valores de equidad y justicia social, y también los del populismo, conexo con él, y de la izquierda, que había propuesto una utopía alternativa.

Durante los decisivos años de la primera mitad de la década de 1990, el neoliberalismo impuso en la opinión sus propuestas y su agenda de proble­mas. Todo el debate público se redujo a la economía, y toda la economía a la "estabilidad". La nueva creencia fue eficaz para la confrontación y para el control ideológico: así se abandonaron ilusiones car.as a la sociedad, como la del buen salario o el pleno empleo, el derecho a la salud, la educación, la jubilación y en general a la igualdad de oportunidades, garantizada por el Estado. Luego de 1995, ante las consecuencias reales de la reforma y el ajus­te, se recuperaron aquellas aspiraciones, pero de manera casi nostálgica, Ii mitada por los parámetros del pensamiento neoliberal.

La sociedad difiere sustancialmente de aquella constituida a finales del siglo XIX; desde entonces, e l latgo ciclo expansivo fue conjugando crecimien to económico, pleno empleo, una fuerte movil idad y una sostenida capaci­dad para integrar nuevos contingentes al disfrute de los derechos, civiles, políticos y sociales. Fueron oleadas sucesivas de movilización e integración, que alcanzaron en las últimas décadas del siglo XX incluso a los migrantes de los países limítrofes. La tendencia se mantuvo en las dos décadas posteriores

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a 1955, pese a su fuerte conflictividad, pero cambió de sentido, de manera clara y brusca, luego de 1976.

El mundo del trabajo, donde el pleno empleo había sido siempre u n dato central, se encuentra erosionado por una alta desocupación, que afecta su corazón: el empleo industrial. El sector de los trabajadores del Estado, cuya expansión compensó durante bastante tiempo la contracción de aquel, t a m ­bién se redujo drásticamente con la privatización de las empresas públicas. Sólo creció el sector de los trabajadores por cuenta propia, lo que en otros tiempos indicaba un paso en la movilidad ascendente y hoy encubre la desocupación. Esta ya ha superado ampliamente el 10%, se instala f irme­mente en torno del 15% y sube en los picos recesivos por encima del 18%; a ella debe agregarse una proporción quizá similar de subocupación. N o es u n problema de crisis o coyuntura, sino un dato estructural de la economía. Los que tienen empleo sufren distintas formas de deterioro, precarización o " t ra­bajo en negro".

El f in del pleno empleo sacude la identidad trabajadora: la idea del dere­cho al trabajo y de las garantías anexas a él deja lugar a la "flexibilización" y al empleo estatal concedido como asistencia social. La representación de los trabajadores sufre una transformación similar: los sindicatos tienen menos cotizantes y las obras sociales menos recursos; las posibilidades de presión o puja corporativa, características de la etapa posterior a 1945, se han reducido considerablemente. Muchos sindicalistas optaron por plegarse a los cambios y buscan el beneficio personal o el de su organización, que en algunos casos se ha transformado en empresaria; mientras, un segmento menor de los d i r i ­gentes, de índole combativa, protesta con energía en la calle pero carece de capacidad para incidir en el lugar de la negociación laboral.

Paralelamente, se ha consolidado el mundo de la pobreza, nutrido de tra­bajadores precarios, pequeños cuentapropistas, jubilados, desocupados, jóve­nes que nunca tuvieron un empleo, marginales de distinto tipo y un sector "peligroso" cada vez más amplio, que vive con un pie dentro de la legalidad y el otro fuera. Se trata de una identidad social parcialmente superpuesta con la de los trabajadores, que es más atr ibuida que asumida: se reconoce la exis­tencia de u n sector muy amplio - e n t r e una tercera y una cuarta parte de la población t o t a l - que se encuentra por debajo de lo que la misma sociedad acepta como nivel mínimo de consumo. Producto legítimo e indudable de la reestructuración de la economía y ed Estado, es hoy un tema de estudio aca­démico, un campo de trabajo parac numerosas organizaciones no guberna­mentales, y una inquietante rea l idad, cuando se toma noticia de saqueos a supermercados, cortes de rutas, ocupaciones de inmuebles, una mendicidad

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que crece incesantemente o la proliferación de los niños sin hogar. Frenfl a ellos, e l Estado ensaya t ímidamente algunos planes de promoción social que son apenas asistencialismo o clientelismo electoral. La percepción dr problema es aguda, pero en el f o n d o se lo encara con un poco de resigna ción cristiana, como la d e l presidente Menem, cuando decía: "pobres ba« brá siempre".

Las clases medias, l o más característico de la vieja sociedad móvil r integrativa, han experimentado una fuerte diferenciación interna, particu­larmente en sus ingresos. Los límites de la clase media están desdibujados; hoy es difícil saber qué actividades indican pertenencia: a diferencia de lo que ocurría a principios de siglo o e n 1950, una profesión o título universita­rio no dice mucho sobre los ingresos, aunque es claro que hay grupos profe­sionales enteros, como los docentes o los militares, cuya situación se ha déte riorado en bloque. Se trata más bien de historias personales: algunos logra­ron incorporarse al mundo de los ganadores, otros a duras penas mantienen la respetabilidad y otros se han sumergido en el mundo de la pobreza; pero en conjunto las clases medias han perdido su prestigio. También cambiaron loi valores que las estructuraban. En un mundo darvviniano y cambiante, las clases medias perdieron la capacidad de proyectar su futuro o el de sus hijos. La previsión -una de sus virtudes clásicas- deja lugar a una suerte de vivir al día, aprovechando las ocasiones cuando se dan: un viaje al exterior o la ad quisición de un aparato electrónico. En cambio, desaparece del horizonte de expectativas la casa propia, base del hogar burgués.

Vista en su conjunto, la sociedad se ha polarizado. Desaparecidos los ins­trumentos y los canales de negociación y de redistribución, queda claro que hay ganadores y perdedores. U n vasto sector se sumerge en la pobreza o ve deteriorado su nivel de vida, mientras que "los ricos", un grupo que incluye una porción no desdeñable de los sectores medios, prospera ostentosamente y exhibe sin complejos su riqueza, en muchos casos reciente, de modo que las desigualdades no se disimulan sino que se escenifican y se espectacularizan. La antigua sociedad, continua y relativamente homogénea, igualitaria en muchos aspectos, deja paso a otra fuertemente segmentada, de partes inco­municadas, separadas p o r su diferente capacidad de consumo y de acceso a los servicios básicos, y hasta por desigualdades civiles o jurídicas. Graciela Silvestri y Adrián Gore l ik han mostrado en las ciudades -las llaman "máqui ñas de dualizar"- un reflejo de estos cambios, que expresan a la vez el con­traste y la exclusión: deterioro de la infraestructura urbana y de los servicios, crisis del control y el orcden público, ruptura del espacio urbano homogéneo y desarrollo de algunos espacios aislados - e l shopping, el country, ciertos ba

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rrios- donde grupos reducidos viven en un mundo ordenado, seguro, próspe­ro y eficiente.

Igual que en las ciudades, en la sociedad lo público está desapareciendo como espacio de responsabilidad común, construido y mantenido por la ac­ción solidaria. La educación común en la escuela pública, la salud pública en el hospital, la seguridad pública protegida por la policía, y aun los espacios públicos, las plazas y las calles, que habían estado en el centro de una socie­dad fuertemente integrada, se van erosionando; avanza sobre ellos lo privado - l a escuela, la clínica, la seguridad, el banio cerrado-, a lo que tienen dere­cho quienes pueden pagarlo. Arrasada la ciudadanía social y afectada la igual­dad c iv i l , la nueva sociedad alienta pocas prácticas que, más allá del acto electoral, puedan sustentar la democracia.

En el terreno de la democracia el balance es complejo, pues los logros recientes no son pocos. El Proceso ayudó a remover algunos elementos nega­tivos de nuestra tradición democrática, como la recurrente tendencia de los actores a considerarse la encarnación de la Nación, y a tratar a sus adversa­rios como enemigos de la patria; en su caída, el régimen mili tar abrió las puertas a la construcción de un orden democrático fundado en el respeto absoluto de los derechos humanos y la valoración de la pluralidad, la discu­sión y las formas institucionales. Desde diciembre de 1983 el país viene acu­mulando récords: cuatro elecciones presidenciales y varias legislativas, y tres traspasos presidenciales, todos ellos en favor de candidatos opositores; otro dato significativo: el peronismo ha perdido dos elecciones presidenciales, y una de ellas mientras ocupaba el gobierno.

También se ha entrado en una suerte de normalidad electoral. En 1983 el destino del país parecía jugarse en una elección. Existía entonces una gran confianza en la capacidad regenerativa del sufragio; a la distancia quizá resul­te algo ingenua, pero fue fundamental para la reconstrucción de las institu­ciones democráticas, cuya legit imidad descansa solamente en esas convic­ciones. Ya en las elecciones siguientes la tensión disminuyó, y desde enton­ces gradualmente el acto electoral genera menos expectativas. Los votantes aprendieron a meditar su decisión, a alternar premios y castigos, y habitual-mente el resultado es definido por u n sector fluctuante de votos indepen­dientes. El acto electoral es hoy u n a rutina, poco apasionante pero segura: nadie duda de la continuidad democrática, y cualquier propuesta alternativa - e l golpe de Estado o la movilización revolucionaria- ha desaparecido del escenario.

Indudablemente el fuego sagrado s e ha reducido considerablemente: los da­tos básicos de la realidad parecen inarr^ovibles, y el margen para el voluntarismo

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es reducido. E l ajuste y la re forma sólo despertaron resistencias aisladas, qui n o lograron alcanzat u n a expresión política. En parte se debe a las transí»>r< maciones de la sociedad, que afectaron las formas clásicas de formación J agregación de las voluntades políticas: hoy son difíciles de imaginar las rede» de participación que se inic iaban en una sociedad de fomento o en una a >< >| n rativa rural y culminaban en el partido político, o los encadenamientos »le protestas, sociales y políticas, c o m o los que se sucedieron a partir del Cordobazi i Pero en parte también se relaciona con la manera en que se institucional¡¿A la práctica política desde 1983.

A diferencia de los sindicatos, los partidos políticos gozan de una salud excelente. N o son los espacios de discusión, participación y elaboración di propuestas que se imaginaron en 1983; más simplemente, son organizad»>i i r . dedicadas a reclutar el personal político y ganar las elecciones: presentar can didatos, construir su imagen y su discurso, hacerlos populares y colocar a l,i gente en disposición de votarlos. E n el caso de radicales y peronistas, la fuertfl identidad política Ies da una base electoral, importante pero insuficiente: para ganar, la máquina partidaria debe atraer el voto independiente. Lo hace e< >i i los recursos de la política actual: la movilización en la calle, que todavía pesi I durante la transición democrática, importa mucho menos que la televisión. I a red clientelar sigue cumpliendo una función importante, sobre todo para con servar el voto propio, pero la imagen del candidato es decisiva, así como su capacidad para interpretar en, palabras o gestos la sensibilidad ocasional del electorado; para eso están las encuestas de opinión. Los partidos se han profesionalizado, recurren a asesores de imagen y de discurso, y ya no es nece sario el militante que pegue carteles. Luego de las elecciones, los ganadores ni i se sienten particularmente obligados por las cosas dichas en la campaña.

La clase política ha ganado en eficiencia, al precio de distanciarse de sui mandantes, y potencia las tendencias a la desmovilización de la sociedad, mi como se manifestó en la larga primera parte del período de Menem. Como en todo proceso de construcción democrática, existen aspectos positivos y negal i vos: el vaso medio lleno o medio vacío, que suele diferenciar a optimistas de pesimistas. La eficiencia de los políticos, casi despojada de pasiones, facilita el ejercicio del gobierno. Los políticos pertenecen a una misma profesión, tienen problemas similares, como la retribución por su tarea, y llegan con facilidad a entendimientos, que a veces resultan escandalosos. Pero esto facilita los acuer dos políticos, indispensables para la gestión gubernamental. En la tradición democrática previa, los acuerdos tuvieron siempre mala fama -eran "espurios", se hacían "a espaldas d e l pueblo"-, pero hoy se considera que son más útiles y constructivos que la irreductibilidad facciosa y la negación del otro.

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En el mismo sentido, las relaciones entre los poderes se han hecho más f lu i ­das. Desde 1853, la práctica fue adecuando los preceptos constitucionales a las necesidades del gobierno, y en generalse acentuaron los rasgos presidencialistas. Con la reconstrucción democrática, el cuidado por preservar los derechos de cada poder del Estado chocó a menudo con las exigencias de u n mundo en cambio acelerado, y en particular pot la aguda crisis desencadenada al f i n del gobierno de Alfonsín. Las urgencias de la crisis, sumadas a la concepción peculiar del mando que tenía Menem, tensaron al límite la relación entre los poderes: al f i n de su primer mandato, lograda la reelección, la República parecía amenazada de extinción, avasallada por la voluntad del "jefe". Sin embargo, la sangre no llegó al río: en momentos significativos, el Congreso y la Justicia marcaron límites al Ejecutivo, la opinión pública se manifestó, y el "jefe" tascó el freno. La reforma constitucional, por otra parte, da pie para un ajuste de las relaciones, que equilibre las necesidades del gobierno en tiem­pos de emergencia con las exigencias republicanas de controles, balances y contrapesos. Como ocurre entre los partidos, entre los poderes parece predo­minar un acuerdo pragmático.

En los años recientes se asistió a u n despertar de la sociedad y a una recuperación de conductas que eran comunes durante la reconstrucción democrática y se adormecieron en los años de apogeo de Menem. Fue una nueva "primavera", más modesta que las anteriores, pero indicativa de que la sociedad seguía viva. U n dato característico fue el afianzamiento de la memoria del Proceso: veinte años después, la conmemoración del golpe de 1976 se ha instalado en las escuelas del Estado, las organizaciones de dere­chos humanos siguen vigorosas y ha aparecido una brecha legal - l a sustrac­ción de n iños- que, más allá del Punto Final y el indulto a los ex coman­dantes, permitió retomar la acción penal contra los genocidas. O t r o dato es la sistemática acción de los medios de prensa para avivar la discusión sobre la injusticia social, la corrupción, e l abuso de poder y la impunidad; por sus razones, en parte profesionales, los periodistas se han hecho cargo de una tarea que los partidos cumplen m a l . Por otra parte, comenzaron a producir­se episodios de reacción social; el contraste entre la condena global de l modelo y lo rudimentario de las demandas concretas muestra la abismal desorganización de la protesta s o c i a l , pero también la existencia de fuer­zas que quieren manifestarse y ac tuar . Finalmente, fue significativo e l desarrollo del Frepaso, una fuerza política nueva que dio forma a l cl ima de- disconformidad; su propuesta, cdébil en lo político y en lo discursivo, alcanzó sin embargo para c o n f o r m a r brevemente u n entusiasmo y una voluntad colectivos.

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308 BREVE HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE LA ARGENTINA

Q u i e n pueda comparar este entusiasmo colectivo, que culminó con I.i e lección presidencial d e De l a Rúa, con los de los años setenta u óchenla, advertirá sin duda su m e n o r envergadura, y la enorme brecha existente enlic la aspiración a un cambio y las posibilidades de concretarlo, así sea en alguna medida. Esto le plantea algunos dilemas al sistema democrático. Instalado» en la realidad, conscientes del escaso margen de acción que cualquier gobio no tiene hoy, los partidos políticos tienen poca capacidad para dar forma al descontento, todavía vago, que genera el modelo, y mucha más dificultad para canalizar y procesar los estallidos de protesta social que, sin la conten* ción y el encauzamiento político, es posible que se hagan más violentos e inconducentes a la vez. H o y los partidos privilegian sus responsabilidades de* gobierno, más que la conquista fácil de votos, quizá porque son consciente» de que con los votos solamente no podrían sostenerse en el gobierno. Peí o con el realismo sacrifican su reponsabilidad de pensar u n país diferente.

Esta situación facilita la normalidad democrática: no hay una oposición extraparlamentaria, n i quien quiera "patear el tablero". Pero a la vez va con formando un problema de ilegitimidad, por el debilitamiento de las convic­ciones fundadoras. Es probable que algunos datos gruesos de la realidad social perduren, y hasta que se profundicen: desocupación, polarización, marginalidad, en suma: desigualdad. Si bien la democracia se funda sólo en la igualdad política, requiere un cierto soporte mínimo de igualdad social, más allá del cual deja de ser creíble: como se decía en 1793, la República no puede l imi tarse a proclamar la igualdad, debe hacer algo por la igualación real. Hoy no sólo no lo hace, sino que, por alguna razón, profundiza las desigualdades. Ese es el riesgoso punto en que está nuestra experiencia democrática, qui paradójicamente es exitosa desde el aspecto institucional cuando la socie dad, que tradicionalmente fue democrática, ha dejado de serlo.

Bibliografía

La bibliografía que aquí se indica, aunque no exhaustiva, constituye un pun­to de partida para el estudio sistemático de los temas tratados en el texto. Como cualquier selección, supone una opinión acerca del interés o la perti­nencia de los textos.

Se presenta agrupada en cuatro grandes secciones cronológicas, que co­rresponden cada una aproximadamente a dos capítulos del texto. Cuando la obra abarca más de una sección, sólo se la cita en la primera.

Las obras se presentan agrupadas en cuatro grandes áreas temáticas: obras generales y problemas políticos; problemas económicos; problemas sociales, y problemas culturales e ideológicos. Tal clasificación es sólo aproximativa y las superposiciones temáticas son muchas, de modo que se ha preferido no mencionar esos títulos.

Dentro de cada sección, las obras aparecen presentadas por afinidad temá­tica sin que, como en el caso anterior, esto implique una clasificación rígida.

I . Hasta 1930

1 . Obras generales y problemas políticos

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Indice analítico

17 de octubre, 97, 101, 118. 62 Organizaciones, 138, 145, 151, 239.

Agosti, Odando Ramón, 207. Alberdi, Juan Baustista, 17, 29. Alem, Leandro N. , 34. Alemania, 38, 40. Alemann, Roberto, 230. Alessandri, Arturo, 37. alfabetización, 27-28, 245. Alfonsín, Raúl, 207, 234, 240, 241, 243-

271, 272, 278, 282, 284, 285, 286, 295, 301,307.

Alianza, 295, 296. Alianza para el Progreso, 165, 179. Allende, Salvador, 179, 189, 230. Alonso, José, 151, 183. Alsogaray, Alvaro, 142, 144, 145, 146,

240, 256, 262, 271,273, 281. Alsogaray, Julio, 172, 175. Alsogaray, María Julia, 271, 272. Altamirano, Carlos, 261. A l varado, José, 71. Álvarez, Agustín, 29. Álvarez, Carlos, 282, 286, 294, 296. Alvear, Marcelo T., gobierno de, 37, 38 ,

43, 46-62, 70, 71, 80, 85, 86, 89, 9 0 , 94.

AMIA, 284. anarquismo, 32-33. Andreiev, 82. Angelelli, obispo, 227. Angeloz, Eduardo, 264, 266, 285.

Ansermet, Ernest, 50. anticomunismo, 69, 137, 144, 146-147,

152, 169, 190. antiperonismo, 136, 138, 164-165. Apold, Raúl Alejandro, 113. Aramburu, Pedro Eugenio, 133-140,145,

148, 175,183,185. Aráoz Alfaro, Rodolfo, 82. Árbenz, 123. Arl t , Roberto, 82. Astorgano, 113. Astrada, Carlos, 120. Ávalos, 101.

Balbín, Ricardo, 113,116,127,139,140, 188, 189, 228, 240, 260.

Balza, Martín, 283. Banco Central, 73, 108, 216, 289. Banco Mundial, 137,258, 267,269,270,

287. Banco Nación, 293. Banegas, Tiburcio, 22. Barceló, Alberto, 86. Barletta, Leónidas, 82. Barrionuevo, Luis, 280. Barrios, Américo, 119. Batlle y Ordoñez, José, 37. Bauza, Eduardo, 273. Beagle, 247, 261,263. Belgrano, Manuel, 27. Benítez, padre, 111. Bignone, Reinaldo, 235-242. Bismark, Otto, 29.

*2I

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322 BREVE H I S T O R I A C O N T E M P O R Á N E A DE L A A R G E N T I N A

Bordabehere, Enzo, 79. Bordón, José O., 287,294. Botana, Natalio, 17. Braden, Spruille, 103. Bramuglia, Juan Afilio, 104. Brasil, 91, 92, 150, 151, 1 79, 247, 290. Bunge y Born, 31, 54,74, 219, 266, 271,

273. Bunge, Alejandro, 44,54, 55. Bunge, Carlos Octavio, 29. Bush, George, 273, 284. Bussi, Antonio, 294.

Cabezas, José Luis, 293. Cafiero, Antonio, 205, 246, 263 , 2 65,

266, 282. Cámara, Helder, 179. Campeonato Mundial de Fútbol, 211,

218, 224, 232. Cámpora, Héctor J., 127, 188, 189, 19(

202, 195, 196, 202, 204-Camps, Ramón J., 224. Cañé, Miguel, 26. Canitrot, Adolfo, 174, 212. Cantilo, José María, 90. carapintadas, 251-252, 265, 266, 282

283. Cárcano, Miguel Ángel, 144. Cárdenas, Lázaro, 112. Caries, Manuel, 43. Carrasco, Ornar, 283. Carrillo, Ramón, 108. Cárter, James, 229. Castillo, Alberto, 119. Castillo, Ramón S., 86, 87-95, 98. Castro, Fidel, 144, 179. Cavallo, Domingo, 267 , 273-274, 280,

296. 275, 288, 286, 289, 290, 292, 298.

Centenario de la Revolución de Mayo, 28. CEPAL, 134,137,149. CGE (Confederación General Económi­

ca), 111,174,187,188,194,198,204.

chacareros, 21, 24,31,34, 39,41,42, 45, 47, 48.

Chile, 17, 37, 211, 222, 224, 225, 230, 231,234, 247, 263, 284.

cine,49, 117, 118, 119. Ciria, Alberto, 114-ciudades, 21, 22, 24, 32, 39, 48, 49, 103,

117, 157, 160, 177,304, 305. Clemenceau, Georges, 28. Clinton, Bill, 284-comunismo; comunistas; Partido Co­

munista, 45, 50, 80, 81, 83, 85, 86, 90,91,92, 98,99,103,116,127,137, 144, 146, 151, 169, 170, 171, 179.

CONADEP, 207, 227, 248. Congreso Pedagógico, 245, 246. CONINTES, 143, 144. Conquista del Desierto, 17, 20. conservadores,36, 38, 43, 57, 60, 69, 71,

87, 91, 94,101, 102, 103, 116, 127, 139, 144.

Constitución de 1949, 113, 114, 124, 136, 140.

convertibilidad, 295, 298. Cooke, John Wiüiam, 124, 128, 166,

181. Copello, monseñor, 111. Corach, Carlos, 289. Cordobazo, 175-177, 181, 182, 306. Corradi, Juan, 211. Cossa, Roberto, 163. crisis económica, 51,39, 23, 63, 72, 124,

146, 200, 201, 204, 205, 225, 229, 237, 238, 254, 263, 296.

Cuba, 23, 39, 144, 163, 165, 166, 179,, 197, 233.

D'Abernon, 63. DAndrea, Miguel, 111. Darío, Rubén, 28. De Iriondo, Simón, 71. De la Plaza, Victorino, 38. De la Sota, José Manuel, 263.

ÍN DICE A N A L Í T I C O 123

De la Torre, Lisandro, 34,36, 70, 78,79, 93, 82.

De Tomaso, 60, 71. Delfino, Enrique, 49. Departamento Nacional del Trabajo, 33. Depresión, 30, 67, 72. derechos humanos, 227, 230, 233, 23],

249, 305, 307. desaparecidos, 210, 227, 237. deuda externa, 23, 72, 73,155,215, 216,

217, 222, 243, 248, 254, 255, 272, 288, 291, 298, 301.

Di Giovanni, Severino, 67. Di Tella, Guido, 284. diarios, 38, 46, 60, 113, 119, 125, 127,

128, 160. Dickmann, Enrique, 127. Discépolo, 49, 119. Doctrina de la Seguridad Nacional, 151. Doctrina Nacional, 114, 116. Dorticós, Osvaldo, 189. Dostoievsky, Fredo, 47. Doyon, Louise, 109. Dreyfus, 31. Dromi, Roberto, 273. Duhalde, Eduardo, 282, 286, 292, 293,

296. Duhalde, Chiche, 295. Duhau, Luis, 78, 79.

educación, 25, 27, 32, 46, 98, 117, 119, 129, 142, 158, 245, 246, 301, 302, 305.

Ejército, 38, 41, 44, 61, 68, 69, 92, 93, 95,101,102,114,129,130,133,136, 143, 146, 147, 151, 176, 184, 2Q4, 207, 224, 235, 250, 251, 265, 283.

Eisenhower, 123. élite dirigente, 26, 27-28, 29, 30, 33, 85 ,

94, 117. Embajada de Israel, 284-empresarios, 19, 20, 22, 23, 42, 88, 1O0,

107, 117, 123, 135, 140, 143, 1*47,

153, 156, 158, 174, 193, 197, 199, 204, 210, 213, 219, 220, 221, 225, 226, 228, 229, 255, 256, 257, 266, 273, 299, 300.

Entre Ríos, 17. ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo),

183,184, 202, 204, 210, 249. Escudé, Carlos, 98. España, 40, 81. estabilidad, 302. establishment, 169, 172, 175, 187, 212,

213,219, 230, 253, 281,285, 295. Estado, 15,16,18,19-20, 21, 22, 23,27,

30,32,41,44, 45,46, 54,55,56,72, 73,74, 75,77,84,87,88,89,99,107, 108, 110, 111, 112, 113, 114, 118, 119, 120, 121, 124, 129, 134, 138, 149, 152, 154, 156, 162, 167, 170, 172, 173, 174, 182, 190, 191, 192, 193, 194, 197, 198, 200, 208, 210, 212, 213, 214, 215, 216, 220, 221, 222, 229, 240, 243, 244, 252, 253, 255, 257, 258, 261, 264, 265, 269, 270, 273, 274, 276, 297, 299, 300, 301, 302,303, 304.

Estados Unidos; relaciones con, 30, 38, 50,51,52, 62, 63, 76, 87, 88, 89, 90, 91, 98,100,104,106,123,126, 144, 216, 229, 230, 233, 234, 236, 247, 257, 273, 278, 284-

FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias), 183. Farrell, EdelmiroJ., 97, 98. Federación Agraria Argentina, 32, 41,

45. Federación Nacional Democrática, 69. Fernández Meijide, Graciela, 286, 294,

295, 296. Fernández, Roque, 289. Ferrer, Aldo, 186. Ferri, Enrico, 28. ferrocarriles, 18, 51, 77, 84, 105, 120,

124, 171.

Page 161: 02. Romero - Breve historia contemporánea

324 BREVE HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE L A ARGENTINA

Figueroa Alcorta, José, 35, 58. Figuerola, José, 106. Filippo, Virgilio, padre, 111. flexibilización, 303. FMI (Fondo Monetario Internacional),

134, 137, 142, 156, 172, 254, 258, 267, 269, 270, 278, 287, 288.

FORA (Federación Obrera Regional Ar ­gentina), 40, 41.

Frente Popular, 81, 85, 92, 93, 99, 103, 116.

fraude, 71, 80,81,87, 94. Frente Grande, 286, 287. FREPASO, 287, 295,307. Fresco, Manuel A. , 71, 80, 81, 84, 86,

99. Frigerio, Rogelio, 140, 141, 144. frigoríficos, 19, 20, 21, 52, 76, 78. Frondizi, Arturo; gobierno de, 116, 124,

128,130,139-146,147,148,149,152, 162-164,165,173,186,256,261,263.

Fuerzas Armadas, 60-61, 92, 95, 106, 112, 126, 136, 141, 144, 146, 151, 185, 187, 188, 196, 204, 212, 222, 223, 225, 229, 231, 235, 236, 237, 250.

Galimberti, Rodolfo, 188, 189. Gallo, Vicente, 59, 60. Galtieri, Fortunato, 225, 229-235. Ganghi, Cayetano, 36. Gardel, Carlos, 49. Gay, Luis, 109. Gelbard, José Ber, 197, 200. Gerchunoff, 192. Germani, Gino, 162. globalización, 297. Goebbels, 113. Golfo Pérsico, 284. golpe de Estado, 64, 95, 116, 128, 131,

168, 169, 205, 207, 256, 305. Gómez Morales, Alfredo, 122. González, Elpidio, 63.

González, Erman, 273, 290. González, Joaquín V , 29, 33. González, Julio V , 82. Gorelik, Adrián, 304-Gorostiza, Carlos, 120. Goulart, 151. Gou (Grupo de Oficiales Unidos) 95,97, «JN Gramsci, 165. Gran Acuerdo Nacional (CAN), 187-1HH. Gran Bretaña; relaciones con, 15, 16, IN,

21, 30, 38, 50, 51-52, 53, 63, 72, 7fV 79, 77, 87, 88, 93, 98, 104, 222, 2)1, 232, 233, 247.

Granata, María, 120. Grinspun, Bernardo, 255. Groisman, Enrique, 223. Grondona, Mariano, 168. Grosso, Carlos, 263. Grupo de Tareas, 208. Guerra Civi l española, 81, 82. Guerra Fría, 247, 297. Guevara, Ernesto, 144, 179, 183, 184. Guido, José María, 146.

Haigh, Alexander, 231, 233. Halperin, Tulio, 53, 128. Hernández Arregui, 165, 181. hiperinflación, 256,267,268,269,270,271 Hittler, Adolfo, 85, 90. huelga, 28,31,32,40,41,42,44,46, 80j

110, 123, 124, 138, 140, 143, 171, 175,183, 226, 238, 276, 284, 291.

Hueyo, Horacio, 71. Hungría, 40. Huret, Jules, 28.

Ibarra, Aníbal, 295. Ibarguren, Carlos, 68. Ibsen, 82. Iglesia, 27, 32, 43, 44, 79, 93, 102, 103,

111, 130, 128, 129, 137, 141, I I I , 162, 167, 169, 171, 172, 179, 227, 243, 246-247, 266, 283, 291.

ÍNDICE ANALÍTICO 325

Iglesias, Herminio, 240, 263. Illia, Arturo, 148, 155-168, 171, 191,

234. inflación, 39, 156, 172, 186, 198, 201,

205, 214, 215, 216, 218, 220, 222, 226, 229, 243, 252, 254, 256, 257, 264, 267, 269, 270, 272, 273, 274, 276.

Ingenieros, José, 39. inmigración, 15, 19, 21, 23-25, 27, 29,

32, 55. Instituto Di Tella, 161, 163. intelectuales, 28, 43, 45, 48, 49, 50, 82,

87, 90, 120, 128, 158, 161, 162,163, 164, 165, 170, 211, 228, 239, 244, 245, 261.

I N I I , 152. Intervención a las provincias, 112. Irazusta, Rodolfo y Julio, 43, 60, 79, 93. ludia, 40, 92. Ivanissevich, Oscar, 115.

jumes, Daniel, 138. Jussan, Elias, 289. lauretche, Arturo, 181. jockey Club, 26, 62,127. |uan Pablo n, 227, 235, 246. junn XXIII, 179. Juárez Celman, Miguel, 58. lusiicialismo, justicialista, Partido Justi-

dalista, 118,150,194, 285, 293, 295, 296.

Inula Nacional de Granos, 74-ñuto, Agustín R; presidencia de, 67, 69,

70,71,72, 73, 77, 78,81,91,94; m i ­nistro de Guerra, 61, 64-

lie.it>, Juan B., 34.

Kurlic, Esranislao, 291. I ¡i.ssar, Monzer al, 280. Kiitz, Jorge, 154, 192, 218. Kelne.s, John Maynard, 74. Kennedy, 165.

Kom, Alejandro, 82. Kosacoff, Bernardo, 299. Krieger Vasena, Adalbert, 172,175,185. Kubitschek, 165.

La Hora del Pueblo, 186-187, 188, 189, 194.

La Tablada, 265, 267. Lacoste, 224. Lagomarsino, Raúl, 106. Lanusse, Alejandro, 175, 186, 187-190,

230. Larralde, Crisólogo, 128. Lastiri, Raúl, 196. Le Bretón, 53. Lencinas, W., 63. Lenin, 165. Levingston, Roberto Marcelo, 186-188. Ley de Asociaciones Profesionales, 109,

141,143, 149,171,199, 200. Ley de Convertibilidad, 274-Ley de Reforma del Estado, 272. Ley de Saenz Peña, 36. Ley de Salarios Mínimos, 149. Ley de Seguridad, 200. liberalismo, 79, 82, 135, 169, 170, 193,

221, 302. Liga Patriótica, 42, 43, 44, 61. Lonardi, Eduardo, 131, 133. López Rega, José, 196, 200, 204, 205. Lucero, Franklin, 125. Luder, ítalo, 205, 240. Lugones, Leopoldo, 43, 60. Luna, Félix, 128.

Llach, Juan José, 89, 192.

Machinea, José Luis, 295. Madres de Plaza de Mayo, 228, 237. Mallea, Eduardo, 94. Malvinas; guerra de las, 222, 225, 229,

237,240,247,248,265,284,230-235. Manzano, José Luis, 273.

Page 162: 02. Romero - Breve historia contemporánea

326 BREVE HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE LA ARGENTINA

Mao, 165, 179. Marechal, Leopoldo, 120. Marina, 38,130,131,133,136,143, 147,

224, 229, 231, 235. Márquez, Juan, 91. Martínez de Hoz, José Alfredo, 212-229,

230, 270, 274, 298. Martínez de Perón, María Estela (Isabel),

151, 196, 200, 204, 205. Martínez Estrada, Ezequiel, 94, 102. Martínez, Enrique, 63. Marx, Carlos, 165. Massaccesi, Horacio, 285, 287. Massera, Emilio Eduardo, 207, 224, 225,

279. Maurras, Charles, 43, 93. Meló, Leopoldo, 38, 59, 69, 71. Mendoza, 22, 24, 80. Menem, Carlos S., 263, 266-294, 304,

306, 307. Menem, Eduardo, 289. Menéndez, Benjamín, 125, 224, 225,

231. Mercado Común Europeo, 198. Mercante, Domingo, 102. Mercosur, 290, 298. Merello, Tita, 118. México, 37, 210, 216. migración, interna, 117, 157. Miguel, Lorenzo, 200, 239, 282. militares, 17,62, 64, 91, 92,95,97-103,

106, 112, 125, 126, 130, 131, 133-140, 141, 143, 144, 146, 150-155, 167, 170, 171, 175, 185, 187, 190, 194, 196, 201, 204, 205, 207-242, 243, 247, 248-251, 249, 258, 264, 265, 304.

MIR (Movimiento de Intransigencia y Li beración), 116, 128.

Miranda, Miguel, 106, 122. Mitre, Bartolomé, 28, 119. Molina, Juan Bautista, 81. Molinas, Luciano, 80.

Molinas, Ricardo, 278. Monroe, 89. Montoneros, 183, 184, 195, 201, ¿01

203, 210, 249. Montt, 28. MorRoig, Arturo, 186. Moreno, Rodolfo, 94-Moreno, Zully, 119. Mosca, Enrique, 103. Mosconi, Enrique, 61. movilizaciones rurales, 41. Movimiento Renovación y Canibii>,.' h\

260. Mucci, 252. Mugica, Adolfo, 144. Multipartidaria, 228. Mussolini, Benito, 40, 68, 93, 112.

nacionalismo, nacionalistas, 16, 2°, f»|, 64, 68, 69, 79,81,86, 92,94, H •»?,. 103, 105, 111, 119, 133, 135, I IN, 139, 147, 161, 165, 166, 169, I , " , 181, 182, 185, 186, 190, 197, /OI 231, 232, 247, 251, 262, 265.

Naciones Unidas, 101, 230, 247. nazismo, 86, 98, 103. neoliberalismo, 302. Neustadt, Bernardo, 281. Nicaragua, 247. noche de los bastones largos, 170,

O'Connell, Arturo, 52, 75. O'DonnelI, Guillermo, 193, 211 obediencia debida, 249, 250, 25 Ocampo, Victoria, 82, 127. OEA (Organización de Estados Ameili 4

nos), 233. Onganía, Juan Carlos, 147, 151

168, 187, 193, 198, 169-186, Ongaro, Raimundo, 174, 200. OrfilaReynal.Arnaldo, 163. organización institucional, 16 17, Onega y Gassct, 94.

. . . .

ÍMDICE ANALÍTICO 3 2 7

Ortega, Ramón, 94, 282, 292,296. Ortiz, Roberto M. , 84, 86, 90,91, 94.

Pacto de Olivos, 286. Pacto Fiscal, 275. Palacio, Ernesto, 60. Palacios, Alfredo L., 33 , 79, 80,93,118,

130, 144. Paladino, Jorge Daniel, 175, 186, 188. Palermo, Vicente, 271. Pampillón, Santiago, 175. Paraguay, 17. Parravicini, Florencio, 49. Partido Autonomista Nacional, 26. Partido Conservador, 57, 69. Partido Demócrata Cristiano, 128, 129. Partido Demócrata Nacional, 69, 95. I";ni ido Demócrata Progresista, 36, 57,

70. Partido Intransigente, 240, 262. Partido Laborista, 102, 109. Partido Peronista Femenino, 114, 126. Pal ron Costas, Robustiano, 95. Pastor, Reynaldo, 127. Peco, José, 82. Pellegrini, Carlos, 26, 34, 35. Perón, Eva; fundación, 110, 111, 114,

115, 119, 121, 122, 124, 125,126. Perón, Isabel, 151,200,196,204, 205,239. Pci i in , Juan Domingo, gobierno de, 97,

98-131,133,134,135,136, 137,138, 140,141,143,145,148,150-151,167, 169, 171, 175, 181, 184, 185, 186, 188,189,190,193,194,195-204,244, 281,282,301.

peronismo, Partido Peronista, movimien-io, 97, 103, 107-108, 109, 113-114, 115, 120, 121, 133, 135, 1 36, 138, I J9, 141, 143, 144, 145, l 46, 148, 150,151,164,166,180,181- 182,183, 184,185,186,189-190,194, 195,200, 201, 202, 203, 204, 228, Z 39, 240, 241, 242, 244, 252, 253, 2 58, 259,

261,262,263,265-266,267, 270,271, 280, 281, 282, 284, 288, 292, 305, 306.

Perú, 165, 247. Petorutti, 50. petróleo, 61,62,124,141-142, 149,198,

215, 258. Pinedo, Federico, 60, 71, 72, 79,80, 86,

88, 89,91, 106, 146, 154. Plan de Acción, 171. Plan de Estabilización, 142-143. Plan de Lucha, 149, 171. Plan Austral, 254-259, 261,278. Plan Bonex, 273. Plan Brady, 277. Plan CONINTES, 143,144. Plan Marshall, 104-Plan Quinquenal, 106, 122. Platón, 47. Poder Ejecutivo, 15-17,42,58,112-113,

278, 288, 307. Poder Legislativo, 42, 52, 55, 58, 59, 78,

81,87,89,95,104,112,114,116,124, 127, 141, 148, 149, 170, 189, 205, 223, 247, 259, 261, 264, 278, 285, 289.

Policía bonaerense, 293. Portantiero, 136. Posada, Adolfo, 28. positivismo, 28. Prebisch, Raúl, 72,137. Primera Guerra Mundial, 16, 30, 38, 39,

50, 64. Primo de Rivera, Miguel, 40. privatización, 222, 258, 264, 272, 275,

276, 277, 283, 289, 291, 299, 300, 305, 307.

Proceso de Reconstrucción Nacional, 207-243.

Programa Alimentario Nacional, 255. Pueyrredón, Honorio, 67. Puiggrós, Rodolfo, 165, 181. Punto Final, ley, 250.

Page 163: 02. Romero - Breve historia contemporánea

328 BREVE H I S T O R I A C O N T E M P O R Á N E A DE L A A R G E N T I N A

Quadros, Janio, 144. Quarracino, Antonio, 283, 291. Quevedo, Luis Alberto, 281. Quijano, Jazmín Hortensio, 102, 113,

127. Quino; Mafalda, 160. Quintana, Manuel, J., 35.

radicalismo, Unión Cívica Radical, 15, 34-35, 36, 37, 38, 42, 45, 56, 57, 59, 64, 70, 71, 80, 82, 85, 95, 102, 103, 116, 128, 139, 140, 141, 147, 148, 166,186-187,188,194,228,234,240, 242, 244, 255, 256, 260, 264, 282, 285, 286, 287, 295, 306.

radios, 113, 117, 119. Ramírez, Pedro Pablo, 95, 97, 98. Ramos Mejía, José María, 29. Ramos, Jorge Abelardo, 165, 181. Rawson, 97. Reagan, Ronald, 229. Real, Juan José, 127. reformismo, 37, 48, 93. Rega Molina, Horacio, 120. Repetto, Nicolás, 70, 82. represión, 32,34,35,41,42, 81,83,108,

110, 125, 137, 138, 143, 170, 175, 180,184,187,204,207-212,222,223, 224, 225, 226, 227, 228, 236, 237, 240, 248, 249, 269, 291.

Reutemann, Carlos, 282. revistas, 46, 50, 82, 83, 120, 128, 147,

160. Revolución Cubana, 144,145,150,162,

164,165, 167. Revolución Libertadora, 133, 134, 135,

136, 141. Revolución Mexicana, 39. Revolución Soviética, 40. Reyes, Cipriano, 109. Rico, Aldo, 250, 264, 265. Riz, Liliana de, 286. Rivadavia, Bernardino, 27, 165.

Roca, Deodoro 82. Roca, Julio A. , 16,34,35,67, 76,90,91

94, 113,119, 181, 281. Rock, David, 40. Rodó, José Enrique, 29, 39. rodrigazo, 200, 204. Rodrigo, Celestino, 200, 205. Rodríguez, Manuel, 70. Rojas, Isaac, 133, 137, 271. Rojas, Ricardo, 29. Romero Brest, José Luis, 161. Romero, José Luis, 23, 118, 161, 189. Roosvelt, Franklin, 89, 90. Rosa, José María, 165, 181. Rosario, 32, 177. Rosas, Juan Manuel de, 68, 79,119, I 11

165, 181. Rouquié, A. , 100. Rozenmacher, Germán, 163. Rúa, Fernando de la, 295, 296, 308. Rucci, José, 203. Ruckauf, Carlos, 287, 296. Ruiz Guiñazú, Enrique, 91. Runciman, 76.

Saadi, Vicente, 244-Saavedra Lamas, Carlos, 71, 90. Sabato, Ernesto, 248. Sábato, Jorge F. 20, 75. Sabattini, Amadeo, 80, 85, 101. Sáenz Peña, Roque, 15, 35, 59. Salamanca, Renée, 200. salariazo, 271. Samoré, 231. San Martín, José de, 119. Sánchez Orondo, Matías, 68. Santa Fe, 31, 32. Santos Discépolo, Enrique, 49. Santucho, Roberto, 210. Sarmiento, Domingo Faustino, 27,

119. Sartre, Jean Paul, 165. Savio, 92.

ÍNDICE ANALÍTICO 3 29

Scalabrini Ortiz, Raúl, 93, 94. Schvarzer, Jorge, 75, 213. Sebreli, Juan José, 184. sector agropecuario, 19, 20, 39, 52-53,

74, 75, 99, 105, 106, 107, 122,137, 146, 155, 172, 173, 175, 177,190, 197,217, 221,300.

sector financiero, 215, 217. sector industrial, 22, 53, 74, 75, 83,87,

88, 89, 101, 105-107, 122-124,142, 146, 153, 154, 155, 157, 192,197, 214, 217,218,277, 298, 303.

Segunda Guerra Mundial, 45, 75, 105, 178.

Seineldín, Mohamed Alí, 265, 282,283. Semana Trágica, 40-41, 176. Servicio Militar Obligatorio, 27. Sidicaro, Ricardo, 266. Sigal, Silvia, 115, 164, 181. Silvestri, Graciela, 304. sindicatos, sindicales, sindicalismo, CGT,

33, 40, 45, 46, 67, 80, 82, 83, 84,98, 99,102,109-111,114,117,119,124-125,126,135,136,138-139,142,143, 145,147,149-150,151,156,157,158, 167, 169, 171, 172, 174, 175, 176, 177, 182, 185, 186, 187, 188, 194, 198, 199, 200, 201, 214, 222, 226, 227, 230, 231, 234, 238, 239, 241, 243,244,251-253,255,256,257,258, 259, 281, 282, 284, 291, 303, 306.

.socialistas; Partido Socialista, 33,34, 36, 38, 44, 45-46, 52, 56, 57, 60, 63, 70, 71, 78, 80,82,83,84,85,90,99,1 16, 127, 139, 164, 181, 189, 197.

Sociedad Rural, 53, 58, 78, 117, 226. Soj ir, Luis Elias, 119. Solano Lima, Vicente, 148, 189, 196. Soiirrouille, Juan, 256, 295. Spivacow, Boris, 163. j ta l ln , Josef, 85,90. Btoranl, 287. Suiiivz Masón, Carlos, 224-

Subiza, Román, 113. Swiftgate, 273, 280.

Taboada, Saúl, 82. Tamborini, José, 103. tango, 49. Taylor, Julie, 121. teatro, 49, 119, 120, 163, 164. Teisaire, 113, 127. Terán, Oscar, 164, 166. terratenientes, 20, 21, 31. Thatcher, Margaret, 232. Todman, Terence, 273. Tomaso, Antonio de, 60, 71. Tonazzi, 92. Toranzo Montero, Carlos Severo, 144,

145. • Tormo, Antonio, 119. Tornquist, Ernesto, 22. Torrado, Susana, 158. Torre, JuanCarlos, 100,135, 199, 271. Torres, 179. Torres, Camilo, 179. Torrijos, Alfredo, 179. Tosco, Agustín, 176, 200. Triple A , 203, 207. Trotsky, León, 165. Tucumán, 22, 23, 124, 171, 204, 291.

Ubaldini, Saúl, 226, 227, 238, 253, 282. UCEDE, 281. UES (Unión de Estudiantes Secundarios),

126, 129. Ugarte, Marcelino, 36. Ugarte, Manuel, 39, 79. unicato, 17, 27, 35, 64-Unión del Centro Democrático, 240,

262. Unión Democrática, 101,103,116,128. Unión Ferroviaria, 46, 83. Unión Industrial, 54, 117, 226. Unión Latinoamericana, 39. Unión Popular, 147, 150.

Page 164: 02. Romero - Breve historia contemporánea

330 BREVE HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE LA ARGENTINA

Unión Popular Católica, 44-Unión Sindical Argentina, 46. Universidad, Reforma Universitaria, Fe­

deración Universitaria, 39,45, 47-48, 80, 82, 98, 112, 137, 117, 142, 158, 161-164,167,169,170,171,180,237, 245.

Uriburu, José Félix, 61, 62, 64, 67, 68, 69, 70, 72, 73, 81, 98.

Urquiza, Justo José de, 119. URSS, 38, 45, 86, 90, 104, 106, 197, 232,

233. Uruguay, 37, 179, 247.

Valle, Juan José, 137. Vandor, Augusto, 143, 145, 149-151,

167, 183, 239. Vasconcelos, José, 39. Vaticano, 231. Velasco, Alvarado, 179. Verón, Elíseo, 115, 181,203. Videla, Jorge Rafael, 204,207-225, 231. Vietman, 165, 178. Villanueva, Javier, 54-Viñas, David, 50. Viola, Roberto Marcelo, 216, 224-229,

230, 231. voto femenino, 114, 125.

Wilson, 38. Woods, Bretton, 134-

YPF,61, 105, 220. Yabrán, Alfredo, 280, 289, 290, 293. Yoma, Amira; Narcogate, 280. Yoma, Emir, 273. Yoma, Zulema, 279. Yrigoyen, Hipólito; gobierno de, 15-36,

37,38, 39, 41,42, 43, 44, 45, 47, 49, 52,54, 55, 56,57,58, 59, 60,61,62, 63,64, 67, 68, 69, 70, 71, 73, 78,91, 99,113,181,244, 281.

Yugoslavia, 284-

Indice general

Prefacio a la segunda edición 9 Prefacio 13

I . 1916 15 La construcción 16 Tensiones y transformaciones 28

I I . Los gobiernos radicales, 1916-1930 37 Crisis social y nueva estabilidad 39 La economía en un mundo triangular 50 Difícil construcción de la democracia 55 La vuelta de Yrigoyen 62

I I I . La restauración conservadora, 1930-1943 67 Regeneración nacional o restauración constitucional 67 Intervención y cierre económico 72 La presencia británica 76 U n Frente Popular frustrado 80 La guerra y el "frente nacional" 87

IV. El gobierno de Perón, 1943-1955 97 La emergencia 97 Mercado interno y pleno empleo 104 El Estado peronista 109 U n conflicto cultural 117 Crisis y nueva política económica 1 21 Consolidación del autori tar ismo 1 26 La caída 128

V El empate, 1955-1966 133 Libertadores y desarrollisras .. 1 36

ni

Page 165: 02. Romero - Breve historia contemporánea

332 BREVE HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE LA ARGENTINA

Crisis y n u e v o intento consti tucional 146 La economía entre la modernización y la crisis 152 Las masas de clase media 157 La Universidad y la renovación c u l t u r a l 161 La política y los límites de la modernización 164

V I . Dependencia o liberación, 1966-1976 169 El ensayo autoritario 169 La primavera de los pueblos 175 Militares en retirada 185 1973: u n balance 190 La vuelta de Perón 195

V I L El Proceso, 1976-1983 207 El genocidio 207 La economía imaginaria: la gran transformación 212 La economía real: destrucción y concentración 217 Achicar el Estado y silenciar a la sociedad 220 La guerra de Malvinas y la crisis del régimen militar 229 La vuelta de la democracia 235

V I I I . El impulso y su freno, 1983-1989 24 * La ilusión democrática 241 La corporación militar y la sindical 24M El Plan Austral 254 La apelación a la civilidad 25° El f in de la ilusión 264

IX. La gran transformación, 1989-1999 269 Ajuste y reforma 26° Una jefatura exitosa 278 Una jefatura decadente 287

Epílogo

La nueva Argentina 2(>7

Bibliografía Í09

Indice analítico \2 I

YMA «lición de lireve historia conr^mforánex He la Argentina, dr Luis \IbeiTO Romero, se terminó ile i n p r i m i r en el mes de abril de 2007,

en los Talleres Gráficos N u e - v o Offset, Vicl 1444, Giud.nl Autónoma de liuei * , ,s Aires, Argentina.