02 Marcial-diversidad Cultural

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1 Diversidad cultural: Más allá del “modelo toledano” de convivencia social 1 Rogelio Marcial El Colegio de Jalisco Todos somos tolerantes con quienes estamos de acuerdo, eso es cosa fácil. Nos falta tolerancia porque nos falta imaginación. Tenemos que desarrollar esa imaginación que nos permita comprender los sentimientos de otras personas, considerar las cosas desde el punto de vista de otros y no con nuestros propios ojos, que es la costumbre que tenemos desde hace mucho tiempo Jiddu Krishnamurti. El presente texto intenta reflexionar sobre la diversidad cultural como eje dilemático, tratando de recuperar las aportaciones en esta temática de los trabajos incluidos en la presente edición. Como se hará evidente desde las primeras líneas, no existe un corpus generalizado de información y análisis de este dilema como para lograr estructurar un contexto regional claro y unívoco. En tanto dilema, la diversidad cultural tiene mucho camino por andar en nuestra región, y hoy resulta urgente considerarlo como uno de los articuladores del pensamiento crítico sobre la realidad subcontinental. Propongo, por ello, reflexiones e hipótesis que nos permitan abrir un debate comprometido que sume voces y llene huecos. Que propicie el diálogo crítico y que nos ayude a comprender nuestra realidad cultural desde una visión ética y política comprometida. La construcción del Estado-Nación: homogeneidad y tolerancia En la región latinoamericana, a pesar de que podemos encontrar especificaciones importantes para cada caso, la construcción de nuestras naciones tuvo importantes definiciones durante el siglo XIX, en especial durante su segunda 1 El presente artículo será publicado en Jaime Preciado y Rigoberto Gallardo (ed.). Dilemas latinoamericanos actuales de cara al desarrollo y la democracia. Tlaquepaque: ITESO

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Sociologia

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    Diversidad cultural: Ms all del modelo toledano de convivencia social1

    Rogelio Marcial El Colegio de Jalisco

    Todos somos tolerantes con quienes estamos de acuerdo, eso es cosa fcil. Nos falta tolerancia porque nos falta imaginacin.

    Tenemos que desarrollar esa imaginacin que nos permita comprender los sentimientos de otras personas,

    considerar las cosas desde el punto de vista de otros y no con nuestros propios ojos,

    que es la costumbre que tenemos desde hace mucho tiempo

    Jiddu Krishnamurti.

    El presente texto intenta reflexionar sobre la diversidad cultural como eje dilemtico, tratando de recuperar las aportaciones en esta temtica de los trabajos incluidos en la presente edicin. Como se har evidente desde las primeras lneas, no existe un corpus generalizado de informacin y anlisis de este dilema como para lograr estructurar un contexto regional claro y unvoco. En tanto dilema, la diversidad cultural tiene mucho camino por andar en nuestra regin, y hoy resulta urgente considerarlo como uno de los articuladores del pensamiento crtico sobre la realidad subcontinental. Propongo, por ello, reflexiones e hiptesis que nos permitan abrir un debate comprometido que sume voces y llene huecos. Que propicie el dilogo crtico y que nos ayude a comprender nuestra realidad cultural desde una visin tica y poltica comprometida.

    La construccin del Estado-Nacin: homogeneidad y tolerancia En la regin latinoamericana, a pesar de que podemos encontrar especificaciones importantes para cada caso, la construccin de nuestras naciones tuvo importantes definiciones durante el siglo XIX, en especial durante su segunda

    1 El presente artculo ser publicado en Jaime Preciado y Rigoberto Gallardo (ed.). Dilemas

    latinoamericanos actuales de cara al desarrollo y la democracia. Tlaquepaque: ITESO

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    mitad, y en algunos casos y para ciertos aspectos culturales e ideolgicos, su extensin lleg hasta la primera mitad del siglo XX. Un momento importante de esa historia tiene que ver con los procesos de independencia nacional con relacin a la tutela del imperio espaol, en su inmensa mayora, y en pocos casos del imperio britnico y el portugus. El triunfo de los ejrcitos independentistas que dieron lugar al nacimiento de las naciones latinoamericanas se sitan, mayoritariamente, en la primera mitad del siglo XIX. Sin embargo, la mera expulsin de autoridades y fuerzas armadas europeas, por s misma, no garantizaba la construccin y consolidacin de las naciones latinoamericanas. Ello sera el proyecto de los diversos grupos poltico-ideolgicos latinoamericanos (de corte liberal, conservador o algn punto intermedio entre ambos) durante buena parte del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX. Nacida la nacin, adems del nombre haba que definirla, construirla, diferenciarla y defenderla. Tal fue el proceso de construccin del Estado-Nacin en nuestra regin, y aunque no me es posible entrar en detalle para cada uno de los pases latinoamericanos, mi intencin es generalizar este proceso para lograr una mirada continental; aunque lo anterior implique perder de vista los detalles y las diferencias que no niego. As, a grandes rasgos puedo afirmar que aquella definicin de cada nacin durante la segunda mitad del siglo XIX implic en lo concreto definir a su vez referentes de unidad nacional que superaran las diferencias y se concentraran en elementos de homogeneidad. La coherencia integradora necesitaba en esos momentos adherirse a referentes, procesos y demarcaciones que simbolizaran una sola nacin. De all la necesidad de establecer oficialmente una lengua, un himno nacional, una religin, una historia, una cultura y un territorio. La demarcacin poltica-administrativa del territorio implicaba establecer con certeza los lmites de la comunidad que naca (fronteras nacionales), y la forma de homogeneizar ese espacio tuvo que ver con la construccin de la infraestructura necesaria para alcanzar desde el centro (capital nacional) las demarcaciones que componan la nacin, inclusive aquellas de difcil acceso. En la medida en que espacios y territorios quedaran fuera de esta homogeneizacin, quedaban por

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    ello fuera del control de las autoridades centrales; y para hacer gobernabas los espacios es imprescindible que existan las posibilidades de acceder a ellos (econmica, poltica, cultural y militarmente). Es as que en una bsqueda por consolidar una nacin y hacer gobernables amplios territorios caracterizados precisamente por las disparidades ecolgicas, geogrficas, econmicas y culturales, la diversidad cultural fue uno de los principales obstculos y problemas a resolver. Pero as como el territorio deba ser convertido en algo abarcable y gobernable, as entonces haba que definir la lengua espaola como la oficial, la religin catlica como la oficial, y una cultura oficial construida en cada pas de la regin desde la visin de las elites gobernantes que ocuparon el lugar de los peninsulares europeos. En Mxico, desde la visin colonialista (de extranjeros y lugareos) instaurada en el siglo XVI, en la que prevaleci la idea homogeneizante de la diversidad de los pobladores originales, sintetizada en el trmino indio; se impuso el criterio eurocentrista de la cultura occidental que ha definido a lo diverso como lo peligroso, lo que hay que desaparecer o integrar a la norma social. Durante la Independencia, ms claro en la Reforma y, sobre todo, la Revolucin Mexicana (especialmente con el llamado nacionalismo revolucionario), es decir, esos procesos sociales desde los que se ha ido construyendo nuestra nacin, la diversidad cultural ha sido reconocida slo de forma negativa; esto es, para aniquilarla y desaparecerla.

    Las ideas integracionistas de Alfonso Caso, Jos Vasconcelos y Gonzalo Aguirre Beltrn, sustentadas por el trabajo pionero de Manuel Gamio,2 buscaron homogeneizar culturalmente a los mexicanos, desde la cultura mestiza, y sacar del retraso a las comunidades indgenas de nuestro pas mediante su integracin en la cultura nacional. Lo anterior, desde entonces ha implicado en la prctica que muchas comunidades sean obligadas a dejar para el museo sus tradiciones, historias, prcticas y visiones de mundo para lograr integrarse plenamente al Mxico moderno. Para estas comunidades, integrar fue sinnimo de

    2 Me refiero al texto ya clsico de Manuel Gamio. Forjando patria. Porra (Coleccin Sepan

    Cuantos), Mxico, 1992. Este texto apareci por primera vez en una edicin que data de 1916, y le siguieron variadas ediciones sobre todo durante el periodo posterior a la Revolucin Mexicana.

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    desaparecer. Y es que en esta bsqueda por integrar la nacin, desde la homogeneidad, a la identidad del indio se le antepuso la del ranchero, con todos los referentes culturales que lo definen. Ante la identidad indgena definida negativamente como los ignorantes, andrajosos, flojos, temerosos, sucios y tramposos; se le antepuso la identidad del ranchero en tanto valiente, mujeriego, aventurero, diestro, atrevido, etc.3 No era sino la puesta en escena del enfrentamiento entre modernidad y tradicin, un enfrentamiento que se caracteriz por la imposicin de una sobre la otra, y no por la emergencia de un esquema referencial que sintetizara, integrndolas, ambas visiones del mundo en una nueva.

    En varios casos, el modernismo cultural, en vez de ser desnacionalizador, ha dado el impulso y el repertorio de smbolos para la construccin de la identidad nacional [] Despus de la revolucin mexicana, varios movimientos culturales cumplen simultneamente una labor modernizadora y de desarrollo nacional autnomo [] El intento de superar esas divisiones crticas de la modernizacin capitalista estuvo ligado en Mxico a la formacin de la sociedad nacional. Junto a la difusin educativa y cultural de los saberes occidentales en las clases populares, se quiso incorporar el arte y las artesanas mexicanas a un patrimonio que se deseaba comn. Rivera, Sequeiros y Orozco propusieron sntesis iconogrficas de la identidad nacional inspiradas a la vez en las obras de mayas y aztecas, los retablos de iglesias, las decoraciones de pulqueras, los diseos y colores de la alfarera poblana, las lacas de Michoacn y los avances experimentales de las vanguardias europeas.4

    En tal contexto, la convivencia social tuvo que basarse en lo que Epalza denomina el modelo toledano, cuyo origen proviene del contexto religioso durante la Edad Media, como un modelo que asegura la no-agresin de los diferentes an cuando ello implique conscientemente la no-integracin de los grupos sociales. Tolerar es soportar, aguantar, sin detenerse un momento a entender respetuosamente lo que el otro tiene que decir y quiere para s. En efecto, las implicaciones que hoy me parecen negativas o limitativas del trmino

    3 Por ello, en Mxico los referentes nacionales tienen que ver con la vida de los ranchos que

    caracterizaron a la poblacin criolla y mestiza, no la india. El mariachi, el tequila, el charro mexicano fueron parte de estos referentes que trataron de unificar al Mxico moderno. 4 Nstor Garca Canclini. Culturas hbridas. Estrategias para entrar y salir de la modernidad.

    CONACULTA/Grijalbo (Col. los Noventa, 50), Mxico, 1989, p. 78.

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    tolerar estn ancladas en la manera en que se construy este concepto desde la visin religiosa de la convivencia de creyentes de diferentes cultos, cada uno de ellos con pretensiones de verdad absoluta. La tolerancia implic un acuerdo de no agredir violentamente a quienes mantenan creencias religiosas diferentes (cristianos, judos y musulmanes) y convivan en las mismas ciudades (Toledo, Espaa, por ejemplo). Ello pretenda garantizar el funcionamiento adecuado de esas sociedades, manteniendo a los diferentes grupos tnico-religiosos lo suficientemente separados e indisolubles.

    La palabra tolerancia es una palabra religiosa, complementaria de intolerancia. Al exclusivismo radical de religiones con monopolio de la verdad salvadora (por eleccin divina, en cada caso), se opone como una barrera impuesta la tolerancia. Tolerar es soportar, transigir, aguantar. Y se tolera lo que no debera existir, pero que existe.5

    Ante la pluralidad que caracteriza al mundo contemporneo, las condiciones de convivencia social ya no pueden estar sostenidas por esta idea medieval de tolerancia. El mundo ha dado pruebas de los desastres que suceden cuando esta tolerancia se rompe. Sin embargo, todava existe la visin que pretende trasladar este trmino (con toda la carga semntica que contiene) hacia los mbitos de la participacin poltica y la convivencia social. As, la tolerancia es necesaria para un esquema democrtico de relaciones polticas, referida al compromiso tico de la autonoma poltica y la responsabilidad ciudadana.

    El proceso de globalizacin tecno-econmico: diversidad e inclusividad Ms all de pretender en esta seccin un anlisis completo y a profundidad del proceso de globalizacin o mundializacin al que nos enfrentamos en esta etapa de la historia de la humanidad, lo que pretendo exponer es una reflexin general y abierta al debate que contextualice algunos de los procesos y tendencias que tienen que ver con las nuevas condiciones sociales que estn obligando, desde mi punto de vista, a re-conceptualizar el concepto de cultura y la lgica de convivencia social que supere ese modelo toledano de convivencia

    5 Mikel de Epalza, Pluralismo y tolerancia: un modelo toledano?, en Louis Cardaillac (dir.),

    Toledo siglos XII y XIII. Musulmanes, cristianos y judos: la sabidura y la tolerancia, Alianza Editorial, Madrid, 1992, p. 257.

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    social. Me parece que existen algunas consideraciones tan obvias o evidentes, que no pocas veces se pasan por alto y que provocan, con diferencias segn los contextos locales, a interiorizar una realidad moldeable como algo cuya naturaleza viene de siempre y, por ello, no es posible ni siquiera considerar modificaciones al respecto. Es evidente ya que lo que se ha llamado globalizacin, en tanto la expansin mundial de un modelo econmico, ha avanzado en muchos rincones del planeta y ha encontrado tambin contra tendencias de diferente cuo y trascendencia. Y tambin es evidente que junto con este avance contundente de los flujos financieros tambin se ha presentado una expansin, no sin contradicciones, de esquemas de pensamiento y referentes culturales. Me parece que la segunda mitad del siglo XX presenci esta expansin para llegar al siglo XXI bien articulada y consolidada, aunque desde la ltima dcada del siglo XX las contra propuestas y contra tendencias se hicieron ms que evidentes.6 Lo que quisiera destacar es que al cambiar el siglo se consolid un posicionamiento discursivo, polticamente correcto, que no slo reconoce sino que asume e incluso apoya la diversidad cultural en todas y cada una de sus manifestaciones. Estamos de acuerdo todos, o al menos quienes elaboran un discurso social posicionado (gobierno, organizaciones civiles, academia, partidos polticos, iglesias), sobre la diversidad cultural como una caracterstica definitoria de nuestra nueva sociedad globalizada.

    Lo anterior ha trado consigo, entre muchas otras cosas, una marcada revalorizacin de las diferencias culturales, sean stas de origen tnico, religioso, ideolgico, de gnero, de edad, poltico, de preferencia sexual o de capacidades fsicas e intelectuales diferentes, que estn sustentadas en la equidad y la inclusividad. Ms all del modelo toledano de convivencia social, esta revalorizacin de las diferencias culturales necesariamente implica otra lgica de convivencia social en la que la tolerancia sea superada y se garantice la interrelacin social dentro de esquemas de igualdad, an a partir de sustratos

    6 Al respecto vase Manuel Castells. La era de la informacin. Economa, sociedad y cultura.

    (Tomo II: El Poder de la Identidad). Mxico: Siglo XXI, 1999.

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    diversificados en el mbito de la cultura. Esto es, en pocas palabras, un reconocimiento positivo e incluyente de la diversidad cultural sin reafirmar las antiguas o crear nuevas formas de jerarqua e inequidad social.

    Pero ello no se da ni por decreto, ni por la impronta globalizadora, ni por la reproduccin discursiva (retrica) de esa diversidad cultural. Los discursos sociales hegemnicos, a pesar de reconocer la diversidad como caracterstica definitoria de nuestras sociedades contemporneas, insiste deliberadamente en invisibilizar a actores y sus demandas sea desde una aparente ignorancia de sus condiciones, como parecen estar diseadas las polticas pblicas de atencin a la poblacin, o sea desde los estigmas sociales y las acciones represivas hacia individuos, grupos, expresiones, discursos, territorios, etc. Es por lo anterior que el mbito de la cultura se ha convertido en el espacio hacia donde muchas de estas demandas, expresiones y afirmaciones se han volcado; desbordando claramente por ello el mbito circunscrito a la poltica formal y los procesos electorales, y a instituciones como las instancias de gobierno, los partidos polticos, los sindicatos y las centrales obreras, las organizaciones campesinas, etc.

    Y todo esto se da en un contexto de fuertes procesos de secularizacin de la vida urbana, masivos movimientos de poblacin y descrdito de la poltica formal. Debemos de tomar en cuenta que es un hecho comprobado que a mayor desarrollo fsico de una ciudad se presentan procesos de diversificacin econmica, social y cultural de quienes constituyen esa urbanidad. En los aspectos econmico y social, muchas veces ello se traduce en una creciente desigualdad material en la que unos pocos tienen mucho y muchos otros tienen muy poco. Es fuertemente preocupante ver en un mismo asentamiento humano espacios bien urbanizados y con todos los servicios, pero con un acceso reservado; mientras que en otros lugares no se cuenta con los mnimos requerimientos para sobrevivir, ms que para vivir la ciudad. Por su parte, y ligado estrechamente con lo anterior, en el aspecto cultural los individuos y grupos sociales crean y recrean formas diversas de expresin y reproduccin identitaria, en las que se manifiesta la necesidad de comunicar expectativas y frustraciones, de ubicar el territorio propio dentro de la ciudad y de identificarse y diferenciarse.

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    La diversidad social y cultural en varias ocasiones encuentra en los espacios pblicos, el lugar para anteponer ideas y concepciones por parte de grupos y estratos sociales. La ciudad se ha convertido en un espacio de encuentro (y enfrentamiento) de identidades urbanas, que buscan hacer asequible los espacios y los territorios.

    De igual forma, tambin es un hecho que a lo largo del desenvolvimiento humano, los individuos o sujetos sociales han buscado, desde las especificidades de su realidad inmediata, reproducir formas de expresin en las que queden asentadas su existencia y las maneras particulares de ver e interpretar su mundo, y con ello incidir en la construccin social (proceso permanente de definicin y re-definicin) de esa realidad. Por ello, ya se ha comentado acertadamente que es precisamente en el estudio de la heterogeneidad cultural donde podemos encontrar una de las vas para explicar los poderes oblicuos que entreveran prcticas liberales y hbitos autoritarios, movimientos sociales democrticos con regmenes paternalistas, y las transacciones de unos con otros.7 Por ello, el mbito de la cultura puede convertirse en un interesante atalaya que guarda dentro de s una gama de explicaciones de las relaciones sociales, la conformacin de grupalidades y la construccin de visiones de mundo particulares. De all que el acercamiento a las expresiones culturales debe estar abierto a reconocer, interpretar y comprender manifestaciones variadas, originadas desde los diversos grupos humanos que componen las diferentes sociedades y comunidades. Si partimos de lo anterior, entonces la perspectiva cultural tiene mucho que aportar en lo referente a las producciones simblicas involucradas en las expresiones sociales de diversas identidades culturales. Ms an, dicha perspectiva puede vincular tales producciones, desde el mbito de lo cotidiano, hacia lo relacionado con las ideologas (discursos y prcticas) y su enfrentamiento en el mbito de lo poltico; comprendido ste ltimo como algo mucho ms complejo y extenso de lo concerniente a la poltica regulada y la lucha por el poder pblico.

    7 Garca Canclini, op. cit., p. 15.

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    An cuando sera muy ingenuo e irresponsable creer que todo este proceso toma igual forma en cada uno de nuestros pases latinoamericanos, lo que sigue es un esfuerzo por definir una tendencia (muy general y apresurada) segn las experiencias locales referidas en los distintos trabajos que se incluyen en este volumen.

    La realidad latinoamericana Tendramos que iniciar reconociendo que hay un escaso (y en ocasiones, nulo) tratamiento del dilema de la diversidad cultural en los casos que se presentan. Ello no quiere decir, en muchos casos, que no haya una produccin de conocimiento, desde la academia o desde la sociedad civil organizada, sobre experiencias y realidades de grupos e identidades culturales al interior de cada pas. Sin embargo, result ser uno de los dilemas transversales menos abordados. Y ms all. Cuando se hace referencia a la diversidad cultural, sta se suele circunscribir al tema de la diversidad tnica-racial, dejando de lado otros tipos de diferencias culturales originadas en el gnero, la edad, el consumo, la preferencia sexual, la militancia poltica, las diferentes capacidades msculo-motoras e intelectuales o la adscripcin religiosa. An as, es justo reconocer que cuando este dilema fue abordado, se intent co-relacionar con los dilemas de tipo poltico y econmico. Y aqu podemos destacar el hecho de que el espacio y la profundidad variada dedicada a este eje dilemtico tienen mucho que ver con el contexto social y urbano de cada pas. All donde existen mayores referencias a otras expresiones de la diversidad cultural encontramos ciudades ms extendidas, territorialmente hablando, con procesos importantes de vida cosmopolita. Los casos de Brasil, Argentina, Mxico, Colombia y Chile muestran ms referentes al respecto; mientras que aquellos referidos a Guatemala, Nicaragua, Panam, Costa Rica, Cuba, Bolivia y Per resultan menos tratados y, por ello, menos destacados.

    Pero a su vez debemos reconocer que es notable la evidencia de que esta temtica (ms all de la diversidad limitada al referente tnico) se encuentra ausente de las agendas de los Estados nacionales y de los partidos polticos. En realidad, es muy poco (o nada) lo que se cuela a las agendas polticas, a las

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    polticas pblicas y a los programas sociales desde donde resultara estratgica la generacin de planes y acciones tendientes a, en efecto, apoyar las manifestaciones de la diversidad cultural, pero desde una base social de equidad, respeto e inclusin. Ello compromete a la academia, por cuestiones ticas y polticas, a profundizar en el estudio de la diversidad cultural en la regin latinoamericana, precisamente para hacer visibles las demandas y las acciones afirmativas de esta diversidad.8 Y es un compromiso irrenunciable precisamente porque urge un discurso articulado, reflexivo y crtico que pueda enfrentar al discurso oficial, el cual como ya mencion, reconoce discursivamente la diversidad cultural (ms porque hoy es algo polticamente correcto), pero invisibiliza a sus actores y demandas desde una pretendida ignorancia de sus caractersticas, los estigmas sociales o la represin abierta y selectiva hacia mujeres, nios, jvenes, adultos mayores, indgenas, personas con capacidades diferentes, homosexuales, fieles de iglesias no catlicas y la triada sin (sin techo, sin tierra, sin papeles). Habr, entonces, que ensayar una hiptesis explicativa que retome todo lo expuesto para identificar este proceso de invisibilizacin de los actores y las demandas de la diversidad cultural en Latinoamrica. No podemos iniciar con algo distinto a poner sobre la mesa el contexto sociohistrico. Primero, es comn para la regin la impronta de polticas econmicas internacionales, de cuo neoliberal, durante las ltimas dcadas que han suscitado lo que se ha llamado el pensamiento nico; el cual pretende igualar a todos los posibles consumidores de mercancas y servicios con el objetivo de controlar las diferencias y satisfacer demandas comunes y generales estandarizando las opciones, desapareciendo de la oferta las que se desmarcan explcitamente de las anteriores y reconvirtiendo aquellas demandas alternativas que as lo permitan en propuestas comerciales que rasuran sus aspectos disidentes y de crtica social. Es un claro proceso de individualizacin de la ciudadana,9 para invisibilizar demandas y derechos colectivos, que tiende a reducir la figura del ciudadano a la del consumidor.

    8 En el siguiente apartado retomo la importancia de la generacin del conocimiento social desde la

    academia. 9 Ver el trabajo de Manuel A. Garretn incluido en este volumen.

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    Ejerce tu derecho ciudadano de consumir, parecen decir las empresas trasnacionales, que lo dems no te compete. Segundo, en diferente grado, pero cada nacin ha sufrido y sufre la impronta del control geopoltico del subcontinente como territorio estratgico para la seguridad nacional de los Estados Unidos, orillando a los gobiernos a volver tambin estratgica la intromisin en asuntos de soberana nacional por parte de oficinas o departamentos del imperio del norte. Tercero, y aunque no es efectivo para todos los pases de la regin, la presencia de dictaduras militares como experiencia compartida generalizada que posicionaron formas de relacin social de suyo autoritarias; y que, a su vez, consolid la situacin y el peso especfico de organizaciones de extrema derecha en la arena social y en la lucha por la construccin de la democracia. Y cuarto, el cauteloso, silencioso y selectivo papel de las jerarquas catlicas con redes formales e informales que trastocan la autonoma de quienes nos gobiernan, considerando errneamente que los valores morales personales de muchos funcionarios de gobierno pueden ser exportados linealmente al papel que cumplen como administradores de un conglomerado social diverso en el que, se supone, gobiernan para todos y todas. Como parte de este proceso, de ndole contextual porque a nivel local existen procesos particulares que definen cada caso, amplios sectores sociales han quedado encerrados en una ciudadana incompleta, en una ciudadana coja a la que se la ha engrosado una de sus piernas, la de las obligaciones, y se ha provocado un peligroso adelgazamiento de su otra pierna, la de los derechos.10 Lo que ha provocado que tarde o temprano, de forma tenue o intensa, las mujeres, los nios, los jvenes, los adultos mayores, los indgenas, los homosexuales, las personas con capacidades diferentes, los seguidores de religiones no catlicos, los migrantes y quienes sobreviven en las calles, estn expuestos y sufran algn tipo de marginacin, exclusin, estigmatizacin o represin a sus formas de

    10 El ejemplo paradigmtico de esta ciudadana coja es lo que sucede con los jvenes en Mxico,

    a los que se les pretende exigir mayores compromisos y obligaciones reduciendo la edad penal (de los 18 a los 16 aos), pero sin reducir la mayora de edad (18 aos) y, lo que es peor, sin reconocer muchos de sus derechos ciudadanos y culturales. Al respecto vase Rogelio Marcial, La violencia hacia los jvenes desde el poder. Revista Estudios jaliscienses nm. 64 (Jvenes: lo pblico y lo privado), El Colegio de Jalisco, Zapopan, mayo de 2006, pp. 36-47.

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    expresin, de organizacin y a sus estilos de vida. En trminos culturales, me parece, estamos ante la imposicin en la realidad latinoamericana de una adultocracia patriarcal, clasista, mestiza, heterosexista y catolicista que impone una condicin (condicin juvenil, condicin de gnero, condicin infantil, condicin homosexual, condicin india) a quienes se separan de ello. Y las atenciones hacia estos sectores para su desarrollo se conciben como ddivas, propias de la caridad catlica de asistencia social, y no como la necesidad de hacer efectivos, de sacar del papel, los derechos ciudadanos y culturales de todas y todos para lograr efectivamente un desarrollo integral e incluyente. As, podemos estar en mejores condiciones no slo para completar aquella mirada que nos habla sobre la apata poltica y el descrdito generalizado a las instituciones sociales por amplios sectores de la poblacin; sino para lograr una mejor comprensin de la diversidad cultural a partir de reconocerla positivamente para aceptar de forma incluyente la diferencia, sin traducirla o reducirla a desigualdades sociales. Gran reto, gran dilema, para Latinoamrica.

    La produccin del conocimiento social: un rol estratgico La intencin de este apartado es revisar crticamente, que no de forma exhaustiva, la manera en que las ciencias sociales han contribuido en la creacin de reas de marginacin y la reproduccin social de discursos, categoras y miradas estigmatizadas hacia quienes quedan definidos (encerrados?) en los confines de dichas reas de marginacin social y cultural. La ciencia, en tanto producto cultural, tiene responsabilidad en las consecuencias que resultan de las formas en que retrata la realidad que estudia. En no pocas ocasiones, la marginalidad de toda ndole (poltica, social, tnica, sexual, ideolgica o cultural) ha encontrado profusas justificaciones entre los discursos emitidos por cientficos sociales de distintas escuelas y disciplinas. Sin duda, la existencia de una masa annima de individuos y grupos humanos catalogados como marginados, ha caracterizado a la gran mayora de las sociedades en la historia del hombre. Con ello se ha intentado diferenciar a aquellos pobladores que no gozan de los beneficios de la vida social, segn el desarrollo propio de cada sociedad. Por supuesto que existen

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    procesos de marginacin reales que se hacen evidentes en la falta de acceso a cuestiones elementales de la vida material, as como a los derechos individuales y la reproduccin cotidiana. Pero en no pocas ocasiones, los discursos que explican esos procesos justifican las condiciones que hacen que parte de la sociedad quede excluida de los beneficios del desarrollo social. As, el empleo de conceptos como marginalidad, marginados o marginacin contribuye ideolgicamente en la exclusin social de grupos y estratos socio-culturales; en ocasiones esa contribucin es premeditada, en otras no lo es.

    Marginados siempre han existido, aunque a quienes se les ha englobado en tal categora llegan a variar en demasa.11 No es nueva la observacin de que la interaccin social, al irse reacomodando segn las condiciones sociales de reproduccin material y cultural, va re-definiendo a quienes no estn incluidos en todos los beneficios que ofrece el sistema social.

    mile Durkheim sugiri una vez que siempre que la desviacin desaparece de facto, el sistema social redefine sus normas de modo de recrear la desviacin estadstica. [...] Esta escandalosa idea supone que la creacin de marginales tiene alguna utilidad social, y efectivamente los cientficos sociales con frecuencia han sugerido lo mismo en varias formas: el valor de un chivo expiatorio a quien cargar con nuestros pecados colectivos; la existencia de un infraestrato que suscite en las clases peligrosas el temor de que pueden quedar todava peor de lo que estn y por lo tanto las impulse a limitar sus demandas; el fortalecimiento de la lealtad de los miembros del grupo al ofrecer estratos contrastantes, e indeseables.12

    11 Pasando por los extranjeros y los carniceros, en ocasiones las mujeres y los nios, otras veces

    los homosexuales, los estudiantes y los judos; cada sociedad define a los que quiere mantener al margen de s misma como procesos sociales de exclusin. Esta idea la expongo con mayor extensin en Rogelio Marcial, Infancia y marginacin. La construccin social de la exclusin y sus tendencias negativas. Revista Universidad de Guadalajara, Guadalajara: Universidad de Guadalajara, nueva poca, nm. 1, octubre-noviembre, 1995, pp 46-53. An mejor, existe el excelente texto de Santiago Carrillo, Carlos Astarita, Hans Vogel y Jacques-Guy Petit (et. al.). Disidentes, heterodoxos y marginados en la historia. Salamanca: Universidad de Salamanca (Estudios Histricos y Geogrficos, 104), 1998. 12

    Immanuel Wallerstein. Conocer el mundo, saber el mundo: el fin de lo aprendido. Una ciencia social para el siglo XXI. Mxico: Siglo XXI, 2001, pp. 127-128. El autor aclara ms adelante que el trmino clases peligrosas es un [...] concepto que naci a principios del siglo XIX precisamente para describir a los grupos y las personas que no tenan poder ni autoridad ni prestigio social, pero sin embargo estaban presentando reclamaciones. Era el creciente proletariado urbano de Europa occidental, los campesinos desplazados, los artesanos amenazados por la expansin de la produccin mecanizada y los marginales migrantes de zonas culturales distintas de las zonas a las que haban migrado. (Ibid., p. 166).

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    Sin embargo, la idea de marginacin ha desembocado en una construccin social de la exclusin hacia diferentes sectores de la poblacin, como mecanismo de diferenciacin social. Existe una larga discusin, desde tericos crticos, sobre la manera en que la ciencia en general, y las ciencias sociales en particular, contribuyen en la justificacin del status quo al estudiar diversos fenmenos de la realidad y al definirlos como consecuencias de fallas o errores imputables a los individuos o su contexto inmediato (familia, escuela, grupo de amigos, malas influencias, barrio, ciudad, comunidad, etc.); y no imputables al sistema social en su conjunto. De esta forma, el sistema imperante (social, cultural, poltico, ideolgico) queda salvaguardado de crticas, as como tambin la necesidad de reestructurar las condiciones de reproduccin, organizacin e interaccin sociales.13

    El recurso de definir a cierta poblacin como si estuviera al margen de la sociedad radica, bsicamente, en la manera en que el conjunto social es concebido desde la teora. Ante el concepto de totalidad de la teora crtica, desde el cual la sociedad es un conjunto que abarca empricamente a todos los individuos y grupos sociales, correlacionados a partir de la interaccin social; se antepone otra visin que concibe a la sociedad como un ideal del que se pueden apartar grupos o individuos con caractersticas que se separan de la norma social. La diferencia, segn Adorno, es que bajo lo que se ha dado en llamar la sociologa positivista, la sociedad es concebida como la consciencia media, estadsticamente aprehensible, de unos sujetos inmersos en la sociedad; y no

    13 Me resulta imposible, por el espacio y el tema que abordo, adentrarme en esta discusin. Para

    seguir detalladamente esta discusin pueden consultarse Herbert Marcuse. Eros y civilizacin. Mxico: Origen/Planeta (Coleccin Obras Maestras del Pensamiento Contemporneo, 32), 1986; Herbert Marcuse. Ensayos sobre poltica y cultura. Barcelona: Planeta-Agostini, 1986; Albrecht Wellmer. Teora crtica de la sociedad y positivismo. Barcelona: Ariel, 1979; Theodor W. Adorno y Karl R. Popper (et. al.). La disputa del positivismo en la sociologa alemana. Barcelona: Grijalbo (Coleccin Teora y Realidad), 1973; Max Horkheimer y Theodor W. Adorno. Dialctica del iluminismo. Buenos Aires: Editorial Sudamericana, 1969; Michel Maffesoli. La lgica de la dominacin. Barcelona: Pennsula, 1977; Pierre Bourdieu. Intelectuales, poltica y poder. Buenos Aires: Eudeba (Coleccin Antropologa Social), 2000; Pierre Bourdieu. Los usos sociales de la ciencia. Buenos Aires: Nueva Visin, 1999; P. MCL. y Kris Gutirrez, Polticas globales y antagonismos locales: la investigacin y la prctica comn como disidencia y posibilidad. Peter McLaren. Multiculturalismo revolucionario. Pedagogas de disensin para el nuevo milenio. Mxico: Siglo XXI, 1998, pp. 193-223; as como el excelente trabajo del seguimiento histrico de la construccin de este concepto de Josep R. Llobera. Caminos discordantes. Centralidad y marginalidad en la historia de las ciencias sociales. Barcelona: Anagrama, 1989.

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    como lo que es realmente: el medio en el que tales sujetos se mueven.14 Por su parte, Immanuel Wallerstein tambin remite el problema de cmo queda definido el trmino de sociedad, trmino que ciertamente queda conceptualizado desde una vaguedad terica, pero que dicha vaguedad tiene orgenes en posiciones epistemolgicas e ideolgicas, sean stas explcitas o implcitas.

    Tanto integracin como marginacin son palabras que hoy se utilizan ampliamente en la discusin pblica de las estructuras sociales contemporneas. Tambin son conceptos centrales en la empresa de la ciencia social, en la medida en que ambos se refieren implcitamente al concepto de sociedad. El problema con la discusin dentro de la ciencia social es que, aun cuando el concepto de sociedad es bsico para nuestros anlisis, al mismo tiempo es un trmino extraordinariamente vago, y eso confunde la discusin acerca de integracin y marginacin.15

    Al sacar al margen de la sociedad a ciertos grupos sociales, sus manifestaciones y estilos de vida, la ciencia conservadora (no crtica, sino ms bien legitimadora del sistema social) contribuye a justificar las diferencias sociales y excluye de la posibilidad de participacin social, cultural y poltica, a aquellos que defini como marginales. Los fenmenos sociales quedan determinados por estereotipos construidos socialmente, en lo que las ciencias sociales han participado irremediablemente.16

    La mirada de la ciencia, finalmente, es una mediacin que interpreta los fenmenos sociales dejando ver o, en su caso, ocultando una o varias de sus especificidades segn el criterio de anlisis desde el cual se observe la realidad. La complejidad propia de la realidad social conlleva implcitamente la multicausalidad y la interrelacin de fenmenos que implican necesariamente al todo social, y el anlisis de tales fenmenos desde cualquiera de las ciencias sociales forma parte de dicha mediacin.

    Y, sin embargo, si se lo elimina de la ciencia, los fenmenos seran atribuidos a causas falsas; de ello se aprovecha regularmente la ideologa dominante. El hecho de que la realidad no pueda ser fijada y aprehendida como algo fctico no viene a expresar sino el hecho mismo de la mediacin: que los hechos no son ese lmite ltimo e

    14 Theodor W. Adorno, Introduccin. Adorno y Popper (et. al.), op. cit., p. 18.

    15 Wallerstein, op. cit., p. 120.

    16 Adorno, op. cit., pp. 20 y ss.

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    impenetrable en que los convierte la sociologa dominante de acuerdo con el modelo de los datos sensibles de la vieja epistemologa. En ellos aparece algo que no son ellos mismos.17

    La solucin no es llegar a pensar que tales mediaciones imposibilitan el estudio cientfico y objetivo de la realidad social, sino ms bien que stas deben quedar explcitas y saber que se est trabajando a partir de ellas.

    Lo nico que puede ayudar en el camino de la objetividad de la ciencia es el reconocimiento de las mediaciones sociales que en ella laten, sin que por ello pueda ser considerada como un mero vehculo de relaciones e intereses sociales.18

    Es cierto que las afirmaciones anteriores han sido mencionadas ya desde hace mucho tiempo. Sin embargo, ello no ha logrado cambiar el arranque epistemolgico por completo, y se sigue reproduciendo una visin desde la cual lo que se separa estadsticamente de la media social no tiene otro lugar que aquel que se encuentra alejado del centro normal19 de la sociedad. El cambio en las mentalidades es de larga duracin.

    En la actualidad se ataca mucho la visin del mundo de la Ilustracin y desde muchos lados. Pocas personas admitiran que la aceptan sin calificaciones. Se veran ingenuas. Sin embargo, esa visin sigue estando profundamente arraigada en la prctica y la teorizacin de la ciencia social. Y para erradicarla har falta algo ms que las aparatosas declaraciones de los posmodernistas.20

    La ciencia de lo social ha encontrado en el trabajo de observacin de aquellas anomalas que hacen evidentes los procesos negativos del desarrollo social, un camino fructfero para el anlisis de la realidad, y trata de explicar desde all los orgenes y las consecuencias de la problemtica social.21 Sin embargo, aquella

    17 Ibid., p. 21. El iluminismo disuelve el error de la vieja desigualdad, el dominio inmediato, pero lo

    eterniza en la mediacin universal, que relaciona todo ente a otro. Hace lo que Kierkegaard cita en elogio de su tica protestante y que aparece ya en el ciclo de las leyendas de Hrcules como uno de los arquetipos del poder mtico: destruye lo inconmensurable. No slo son disueltas las cualidades en el pensamiento, sino que asimismo se obliga a los hombres a la conformidad real (Horkheimer y Adorno, op. cit., p. 26). 18

    Ibid., p. 30. 19

    Precisamente la idea de lo anormal se ha convertido en sinnimo de rareza, desviacin, extrao, peligroso, etc., cuando semnticamente slo hace alusin a lo que est fuera de la norma, lo que es diferente, distinto, diverso. 20

    Wallerstein, op. cit., p. 140. 21

    Al respecto vase Wallerstein, op. cit., pp. 159 y ss.

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    visin que excluye al margen esas anomalas y en ello encuentra las explicaciones que busca, no hace sino reducir la complejidad social a sus partes ms pequeas, mediante la diferenciacin y la especializacin, y justifica las estructuras jerrquicas que estn por detrs de las contradicciones sociales.22 Hay que aceptar tambin que esta visin est modificndose lentamente pero, eso s, de forma irreversible.23

    As, la incesante bsqueda por definir, hasta agotar, la especificidad de la condicin juvenil, la condicin de gnero, la condicin india, la condicin homosexual, por parte de cientistas sociales, ha provocado que sea una serie de determinaciones (ancladas en lo referente a la edad, el gnero, la etnia, la preferencia sexual, que implica necesariamente una concepcin de sujeto social incompleto, inacabado e, incluso en ocasiones, indeterminado pero peligroso), lo que predefine las caractersticas de segmentos poblacionales tan diversos y heterogneos. Ni siquiera es toda esa poblacin la que se manifiesta por fuera de las instancias sociales; los hay quienes no slo no lo hacen, sino que incluso demuestran cotidianamente su aceptacin de las condiciones imperantes en lo social, lo econmico, lo poltico y lo cultural. Por ejemplo, cmo poder hablar a priori de la rebelda juvenil o de la crtica visin femenina en estos tiempos en que los sectores conservadores retoman el poder, y una fuente importante de su fuerza social proviene de los sectores jvenes de la sociedad y de las mujeres?24

    Por ello, cuando desde la teora se definen aquellas expresiones y formas de organizacin que no encajan en los modelos institucionales imperantes como parte de las manifestaciones de grupos sociales que se encuentran, por su condicin, marginados social, econmica o culturalmente de la media social

    22 Ibid., p. 106.

    23 Otra de las concepciones que an prevalecen en muchos de los estudios sociales tiene que ver

    con la conviccin de que es posible hacer una ciencia social extirpada de la subjetividad de quien la realiza. En ello se ha insistido mucho pero an sigue vigente. Ya Adorno tambin lo mencion hace ms de treinta aos. Vase Theodor W. Adorno, Sobre la lgica de las ciencias sociales, Adorno y Popper (et. al.), op. cit., pp. 126 y ss. 24

    No hay que olvidar las cifras del electorado mexicano que llev al poder a Vicente Fox de Accin Nacional. Los jvenes y las mujeres se destacaron en su participacin en este cambio poltico tan significativo en la historia del pas. Y eso se ha repetido en otros pases. Para el caso del voto juvenil en Mxico, vanse http://members.tripod.com.mx/iracheta/resultados.htm/, 16 de noviembre de 2000; y Jorge Alonso, Expectativas y decepciones. Joaqun Osorio (coord.). Fox: a un ao de la alternancia. Tlaquepaque: ITESO, 2001, p. 16.

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    estadstica; no slo se pierde de vista que esa condicin tambin implica potencialidades, proyectos de sociedad, nuevas formas de participacin social y nuevas propuestas dignas de ser tomadas en cuenta. De condicin a determinacin, ese es el paso que han seguido muchas de las concepciones sobre estos sectores marginados y sus manifestaciones en nuestro pas; cuando el paso debera ser de esa condicin a la potenciacin.

    Para cerrar: la posibilidad de relaciones inclusivas Es cierto, como mencion ms arriba, que los procesos sociales estn cambiando significativamente las condiciones imperantes, no slo de organizacin social y manifestacin cultural, sino tambin sobre lo que ello afecta en la creacin del conocimiento y las formas de acercarse a la realidad. Por ello, cierro este texto con una breve reflexin sobre las posibilidades de resolver los impedimentos que subyacen en la construccin de formas inclusivas de convivencia social. Como es sabido, el discurso de una sociedad inclusiva no slo es un recurso sencillo de manejar sino que, inclusive, resulta ser una posicin polticamente correcta. Solamente aquellas visiones que persisten en defender una sociedad jerarquizada no lo haran aunque muchas veces, se sabe, lo hacen de forma aparente. Sin embargo, la defensa de la inclusividad trae consigo problemas operativos, esto es, sobre la forma en que tendran que estar estructuradas las condiciones sociales para que se permitiera una participacin igualitaria desde la diversidad social.25 En su anlisis sobre la teora de la accin y su fundamento racional, Habermas critica la propuesta weberiana del proceso de modernizacin impulsado por el capitalismo occidental, al llamar la atencin sobre la necesidad de agotar el potencial explicativo de la teora de Weber que le hubiese conducido a reconocer la efectiva evolucin de los sistemas culturales de accin.

    [...] del proceso histrico universal de racionalizacin de las imgenes del mundo, es decir, del desencantamiento de las imgenes religioso-metafsicas del mundo surgen estructuras de conciencia modernas. stas estn ya presentes, en cierto modo, en el plano de la tradicin

    25 Ya Habermas se top con muchos de estos problemas en su propuesta sobre la accin

    comunicativa. Vase Jrgen Habernas. Teora de la accin comunicativa: racionalidad de la accin y racionalidad social (2 Tomos). Buenos Aires: Taurus, 1989.

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    cultural; pero en la sociedad feudal de la baja Edad Media europea slo penetraron en una capa relativamente reducida de virtuosi religiosos, en parte pertenecientes a la Iglesia, y sobre todo en las rdenes monsticas y, ms tarde, tambin en las universidades. Las estructuras de conciencia enclaustradas en los monasterios necesitan ser traducidas a la prctica por capas ms amplias para que las nuevas ideas puedan atar, reorientar e impregnar los intereses sociales y racionalizar los rdenes profanos de la vida. Desde esta perspectiva la pregunta que se plantea es la siguiente: Qu transformaciones tuvieron que producirse en las estructuras del mundo de la vida de las sociedades tradicionales antes que el potencial cognoscitivo surgido de la racionalizacin religiosa pudiera utilizarse socialmente y materializarse en los rdenes de la vida estructuralmente diferenciados de una sociedad que queda modernizada precisamente por esta va? Este planteamiento contrafctico no resulta hoy usual al socilogo que trabaja empricamente, pero responde al diseo que hace Weber de una teora que distingue entre factores internos y externos, que reconstruye la historia interna de las imgenes del mundo, y que se topa con la lgica interna de esferas de valor diferenciadas culturalmente.26

    Con relacin a las condiciones necesarias para una sociedad inclusiva, lo que se nos aparece como contrafctico es la situacin social y cultural que hoy vivimos. Como presupuesto de la inclusividad resulta imprescindible, parece ser, sostener el derecho a la libertad como fundamento de la organizacin y las relaciones sociales; esto es, aquella libertad que pueda asegurar que todos los participantes tengan acceso y participen en condiciones de igualdad, an desde situaciones sociales y adscripciones identitarias culturalmente diversas.27 Sin embargo, ello se contrapone con las condiciones sociales imperantes sobre las que he tratado de llamar la atencin, en el sentido de que sus bases, precisamente, encuentran fundamentos en la diferenciacin social jerarquizada. As, el problema radica en cmo transitar de una situacin real en la que las relaciones tolerantes encubren situaciones de exclusin y segregacin econmica,

    26 Habermas, op. cit., Tomo I, pp. 289-290.

    27 El filsofo John Rawls, de alguna forma, ya ha planteado la necesidad de profundizar en los

    planteamientos de sus antecesores John Locke, Jean-Jacob Rousseau e Immanuel Kant sobre la teora tradicional del contrato social, con el fin de que la justicia llegue a un punto superior del que ha alcanzado en el utilitarismo tradicional dominante. Vase de este autor Teora de la justicia. Madrid: FCE, 1995; Sobre las libertades. Barcelona: Paids (Coleccin Pensamiento Contemporneo, 9), 1990; y Justicia como equidad: materiales para una teora de la justicia. Madrid: Tecnos (Coleccin Filosofa y Ensayo), 1999.

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    social, poltica y cultural; hacia aquella situacin en la que prevalezca una libertad que garantice relaciones inclusivas. Como se puede ver, lo anterior no es un problema que se resuelva al nivel de la teora, sino que es una cuestin tcnica. Con ello quiero decir que es un problema relacionado con los medios, aunque resulta imprescindible resolver claramente la definicin de los fines.

    No me es posible entrar aqu en la discusin sobre la adecuacin de fines y medios en la accin social, segn las diversas posiciones tericas. Sin embargo, me parece necesario desarrollar una aproximacin a ello, para enfrentar el reto (an de forma muy apresurada) sobre el cmo podran estructurarse relaciones de inclusividad social. Autores clsicos como Wilfredo Pareto, Emilio Durkheim, Max Weber, Carlos Marx, Talcott Parsons, Niklas Luhmann, Jrgen Habermas, entre muchos otros, han desarrollado avances importantes en esta temtica. Me parece que hoy resulta vigente la visin marcuseana sobre la necesidad de diferenciar entre la racionalidad y el progreso como fundamentos de la modernizacin propuesta por el sistema capitalista occidental, de lo que tiene que ver con la posibilidad de anteponer la sensibilidad a la razn, para con ello poder alcanzar la libertad del ser humano en sociedad.

    La proposicin de Sigmund Freud acerca de que la civilizacin est basada en la subyugacin permanente de los instintos humanos ha sido pasada por alto [...]. El metdico sacrificio de la libido es una desviacin provocada rgidamente para servir a actividades y expresiones sociales tiles, es cultura [...]. El aumento continuo de la productividad hace cada vez ms realista la promesa de una vida todava mejor para todos. Sin embargo, la intensificacin del progreso parece estar ligada con la intensificacin de la falta de libertad. A lo largo de todo el mundo de la civilizacin industrial, la dominacin del hombre por el hombre est aumentando en dimensin y eficacia. [...] la ms efectiva subyugacin y destruccin del hombre por el hombre se desarrolla en la cumbre de la civilizacin, cuando los logros materiales e intelectuales de la humanidad parecen permitir la creacin de un mundo verdaderamente libre.28

    28 Herbert Marcuse. Eros y civilizacin. Mxico: Origen/Planeta (Coleccin Obras Maestras del

    Pensamiento Contemporneo, 32), 1986, pp. 19-20. Hace ya casi 40 aos escribi Sahlins: Se dice que de un tercio a la mitad de la humanidad se acuesta todos los das con hambre. En la antigua Edad de Piedra la proporcin debe de haber sido mucho menor. sta, en la que vivimos, es la era de un hambre sin precedentes. Ahora, en la poca del ms grande poder tecnolgico, el hambre es una institucin (Marshall Sahlins. Economa de la Edad de Piedra. Mxico: FCE, 1988).

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    Ya en su momento Thomas Jefferson emiti la metfora sobre la necesidad de la libertad para el cuerpo social tal y como lo es la salud para el cuerpo individual, ya que sin salud ningn placer puede ser disfrutado por el individuo tal y como sin libertad ninguna felicidad puede abarcar a la sociedad en su totalidad. Es tambin sencillo pensar que, como lo escrito por Marcuse, Shalins y Jefferson data de muchos aos atrs, su vigencia es relativa en estas nuevas condiciones. Sin embargo, la explotacin del hombre por el hombre no desapareci con la cada de los emblemas asociados a la teora desde la que se escribi esa frase (el muro de Berln y el llamado socialismo real). Hoy, lejos de desaparecer, dicha explotacin se ha perfeccionado y el derecho a la igualdad y la felicidad est ms lejos de millones de seres humanos.

    [...] si no estoy equivocado, si no soy incapaz de sumar dos y dos, entonces, entre tantas otras discusiones necesarias e indispensables, urge, antes de que se nos haga demasiado tarde, promover un debate mundial sobre la democracia y las causas de su decadencia, sobre la intervencin de los ciudadanos en la vida poltica y social, sobre las relaciones entre los estados y el poder econmico y financiero mundial, sobre aquello que afirma y aquello que niega la democracia, sobre el derecho a la felicidad y a una existencia digna, sobre las miserias y esperanzas de la humanidad o, hablando con menos retrica, de los simples seres humanos que la componen, uno a uno y todos juntos. No hay peor engao que el de quien se engaa a s mismo. Y as estamos viviendo.29

    En este sentido, seguimos reproduciendo la visin dicotmica que coloca de un lado a la razn y, del opuesto antagnico, a la sensibilidad.30 Como finalmente el objetivo de nuestras bsquedas, se ha insistido, deber ser el bienestar individual y colectivo, fincado ste en la idea de progreso impulsada por la modernidad occidental; entonces el camino para llegar a l, el medio que nos permite alcanzar ese fin, no es otro sino el de la accin racional, lgica y

    29 Jos Saramago, Este mundo de la injusticia globalizada (mensaje pronunciado en la clausura

    del Foro Social Mundial 2002), La jornada, Mxico, 8 de febrero de 2002. 30

    En palabras de Marcuse (op. cit., p. 170): [...] la razn fue definida como un instrumento de restriccin, de supresin instintiva; el dominio de los instintos, la sensualidad, fue considerada eternamente hostil y contraria a la razn. Las categoras dentro de las que la filosofa ha compendiado la existencia humana han mantenido la conexin entre razn y supresin: todo lo que pertenece a la esfera de la sensualidad, el placer, el impulso tiene la connotacin de ser antagonista a la razn se ve como algo que tiene que ser subyugado, restringido.

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    coherentemente articulada con ese fin. Sin embargo, que estemos inmersos en condiciones sociales y culturales cualitativamente diferentes, tiene mucho que ver con el hecho de que ya son muchas las identidades colectivas y los movimientos sociales que estn evidenciando que existen proyectos alternativos al que sigue asociado a esas ideas de progreso y modernizacin; proyecto reproducido bsicamente por la llamada globalizacin de la economa mundial, segn es concebida por el neoliberalismo e implementada por organismos internacionales como la Organizacin Mundial de Comercio (OMC), el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial (BM) y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Es precisamente la posibilidad de formas alternativas de desarrollo, lo que est por detrs de las crticas contemporneas al sistema mundial dominante.

    No existe el mentado libre comercio. El alegato actual no es en contra del comercio, todos estn a su favor en alguna medida, excepto quizs algunos bio-regionalistas en ecotopa. Uno puede denunciar a la General Electric y de todos modos estar a favor de la electricidad. La verdadera cuestin es cmo ha de controlarse el comercio, cmo ha de producirse y distribuirse la riqueza [...]. No queremos un lugar en la mesa de negociaciones para reformar las reglas de comercio, porque el capitalismo slo acepta jugar el juego cuando tiene la garanta de que las reglas ya estn fijadas de antemano por l.31

    Ms all de (re)definir las reglas del juego, no slo se est proponiendo la adecuacin de los medios ante estas nuevas condiciones sociales y la impostergable necesidad de satisfacer las demandas de millones de seres humanos; sino que se busca incidir, desde diversos mbitos, en la redefinicin y readecuacin del fin que debe guiar a la humanidad y su desarrollo.

    Lo verdaderamente esencial es la construccin de una humanidad digna, de la humanidad como sujeto emancipado y libertario, de un poder popular profundamente democrtico y participativo, sin vanguardias, en el que la capacidad de decidir y de autodeterminarse tenga como nico eje la dignidad del ser humano comunitario.32

    31 Alexander Cockburn y Jeffrey St. Clair, El Nuevo movimiento. Por qu estamos peleando. Jos

    Seoane y Emilio Taddei (comps.). Resistencias mundiales (de Seattle a Porto Alegre). Buenos Aires: CLACSO, 2001, p. 151. 32

    Ana Esther Cecea, Por la humanidad y contra el liberalismo. Lneas centrales del discurso zapatista. Seoane y Taddei (comps.), op. cit., 136.

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    Pero para ello, debemos tener claro que la cultura, su riqueza social, tiene que ver ahora ms con una realidad diversa y no homognea. Las nuevas condiciones sociales y culturales estn demostrando la inviabilidad de adjuntar la idea de homogeneizacin al concepto de cultura.

    Como lo ha sealado Anthony Wallace, las relaciones sociales no dependen de una reproduccin de la uniformidad sino de la organizacin de la diversidad por medio de la interaccin recproca. La cultura no es una reserva compartida de contenido cultural. Cualquier coherencia que exhiba es el resultado de procesos sociales gracias a los cuales la gente se organiza en una accin convergente o propia. Estos procesos de organizacin no pueden entenderse como algo separado de las consideraciones de poder; tal vez siempre las impliquen.33

    As, el contenido primordial del concepto de cultura es la diversidad o la heterogeneidad social prevaleciente hoy en da, mientras que el reto social deber ser la posibilidad de lograr administrar adecuadamente esa diversidad de forma positiva, esto es, inclusiva y no jerarquizada.

    Un mundo homogneo es sencillamente imposible porque va en contra de la naturaleza de la cultura que es, precisamente, la diversidad [...] El reconocimiento de la diversidad cultural ha probado que llega a constituirse en un mecanismo para justificar la diferenciacin social, la desigualdad [...] No se trata de reconocer la diversidad cultural, sino de hacerlo en sentido positivo, admitiendo el derecho a la diferencia, sin que ello constituya argumento para justificar la desigualdad social.34

    Como diversidades culturales, cada grupo social debe tener las mismas posibilidades de manifestacin y reproduccin, importando no por el nmero de personas que la componen sino por su presencia y su aportacin cualitativa en la construccin social de una comunidad. Los trminos de mayora y minora(s) resultan imprecisos y peligrosamente antidemocrticos, especialmente hoy cuando

    33 Eric R. Wolf. Figurar el poder: ideologas de dominacin y crisis. Mxico: Centro de

    Investigaciones y Estudios Superiores en Antropologa Social (CIESAS), 2001, p. 94. 34

    Andrs Fbregas, La diversidad cultural: una reflexin. Ponencia presentada en el Congreso Internacional de Educacin y Diversidad Cultural, Expo Texas Jalisco, organizado por la University of North Texas y la Secretara de Educacin del Estado de Jalisco, Guadalajara, Jalisco, 20-22 de junio, 2001), p. 8.

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    los cambios vertiginosos evidencian claramente que las sociedades son mviles, dinmicas, cambiantes.

    En el sentido fuerte del trmino, el dinamismo cultural e individual descansa en la tensin de elementos heterogneos. Se trata de una perspectiva que est adquiriendo cada vez mayor importancia a medida que resurge una visin simbolista del mundo social. Naturalmente, nos hallamos muy lejos de esa Unidad que, desde el alba de la Modernidad, ha venido siendo el objetivo del racionalismo occidental [...] As, al sueo de la Unidad est a punto de sucederle una especie de unicidad: el ajuste de elementos diversos.35

    De esta forma, teniendo claro los fines del proyecto dominante a escala mundial y los de aquellos proyectos que se estn construyendo como alternativos (tambin a esa escala, pero desde los diferentes frentes locales y regionales); entonces resulta destacable recuperar aquellas visiones que se desmarcan del proyecto dominante fincado en el progreso y la razn, anteponiendo a ello la necesidad de definir las acciones individuales y colectivas desde la sensibilidad, las emociones y los sentimientos. Dice Marcuse que en una civilizacin humana genuina, la existencia humana sera juego antes que esfuerzo y el hombre vivira en el despliegue, el fausto, antes que en la necesidad.36 Por ello, y en contra de lo que pudiera pensarse, la de hoy es una sociedad cada da ms afectivizada que encuentra las motivaciones cotidianas en aquellos referentes culturales que proporcionan gratas sensaciones, an cuando ello se aleja de lo que racionalmente se ha considerado como lo correcto.

    [...] los adolescentes se drogan con una tenacidad digna de mejores causas; las neorreligiones y las sectas crecen indiscriminadamente, y junto con ellas la astrologa, quiromancia, masajes, libros de superacin y ecologismo dogmtico; la gente se mata entre s en el metro y a la salida de la iglesia, sin razn alguna; las elecciones presidenciales de las democracias ejemplares son un fenmeno de marketing, donde no se escoge al candidato con mejor proyecto, sino con la sonrisa ms agradable; el nuevo fascismo retoa por todas partes con facilidad primaveral; los nios realmente inteligentes no estn en los colegios, sino en los videojuegos, la diversin a toda costa o, en su defecto, la

    35 Michel Maffesoli, El tiempo de las tribus. El declive del individualismo en las sociedades de

    masas. Icaria (Col. La mirada Transversal, 1), Barcelona, 1990, pp. 184-185. 36

    Marcuse, op. cit., p. 197.

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    violencia son la actividad urbana por excelencia; la moda, es decir, el universo Benetton, la dimensin Levis, ha dejado de ser apariencia para convertirse en personalidad profunda; el deporte, la salud, la higiene, la accin Adidas son la nueva moral segn la cual el mal radica en fumar, y se llega a las virtudes teologales de hoy por medio de aerobics, el Slim Center y el agua embotellada. El consumismo es la gran aventura humana [...] En todos esos ejemplos hay algo en comn: una fuerte dosis de lo que se denomina irracionalidad, una ausencia notoria de lgica, de posibilidad de explicar sus razones y motivos. Todos ellos son, en rigor, acontecimientos afectivos.37

    Las diversas propuestas en este sentido por parte de mujeres, jvenes, indgenas, homosexuales, refundamentan los principales valores de convivencia desde esta afectividad colectiva segn diferentes formas de entenderla, y de all se desprenden nuevas maneras de relacionarse con el prjimo y con el medio social y ambiental, es decir, con los otros inmediatos, con la sociedad en general y con la naturaleza. La posibilidad de una sociedad inclusiva se vislumbra mejor desde estos proyectos alternativos de convivencia y comunicacin. Muchos de sus nuevos valores compartidos ya no se encuadran en el marco de la razn, la esttica ha llegado a tomar parte importante en ellos. En tales terrenos, parte de la sociedad encuentra un medio propicio para ensayar nuevas formas de ser y de relacionarse; pero las instituciones formales insisten en marginarla. Algunos grupos poblacionales estn construyendo sus proyectos sociales y culturales siguiendo sus sensaciones colectivas y dirigindolas hacia donde el poder institucional carece de recursos de vigilancia, control, marginacin y castigo. El ocio, la toma clandestina de la ciudad, el consumo, la evasin y el aislamiento, la esttica corporal, la informtica, la diversidad sexual e, inclusive, el odio y la violencia, son todas cuestiones que se mueven en el terreno de la afectividad. De ah la necesidad de entender e interpretar esos proyectos, pero hacindolo dentro del contexto histrico y social en el que estn inmersos y no marginndolos. Y hacindolo tambin evidenciando los dispositivos institucionales que para ellos se han diseado y que se convierten en el verdadero obstculo para la posibilidad de una sociedad basada en relaciones de inclusividad, y no en aquellas basadas en el modelo toledano de convivencia social.

    37 Pablo Fernndez Christlieb. La afectividad colectiva. Mxico: Taurus, 2000, pp. 11-12.