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Edición: Secretaria de Política Sindical - Salut LaboralUGT Catalunya

Redacción, diseño y corrección: l’Apòstrof, scclImpresión: ArtyplanDepósito legal: B-XXXXXXX

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En caída imparable desde el andamio, a Abdelkrimsólo le viene una idea a la cabeza: la cara de sumadre riñéndolo cuando él, de niño, se encaramabaa una higuera que había cerca de casa. Está adécimas de segundo de un impacto fatal y no sele borra aquella imagen de los primeros años desu vida. Con la boca torcida, los ojos mediocerrados y la frente arrugada, su madre se poníade los nervios cada vez que lo veía en el árbol.Desde entonces, el olor a higuera siempre lo hatransportado a la infancia.

Tumbado en el suelo después de caer desde trecemetros de altura, Abdelkrim nota el hormigueointenso que le recorre a la velocidad de la luz todoel cuerpo, desde los pies hasta la cabeza. Sienteun extraño vacío interior, que nunca antes habíavivido, y tiene la sensación de que su cuerpo yano pesa. Es como si se hubiera vuelto inmaterial.Una mezcla de vértigo y miedo lo invade. Ve deforma borrosa cómo dos personas que no puedeidentificar corren hacia él, pero es incapaz de oírsus gritos. Las gotas de lluvia que caen desde haceun rato le empañan los ojos y, de golpe, su miradafija, perdida, se apaga. Lentamente, los párpadoscaen y la oscuridad lo engulle.

Abdelkrim nació hace veintidós años en Dhalil.Este pueblo marroquí está situado a sólo 24 kiló-metros de Fez, ciudad donde empezó a estudiarla carrera de Derecho. Es el tercero de cincohermanos. La situación económica de su familiano era muy buena y, cuando murió su padre, hacepoco más de un año, no se lo pensó dos veces ycon un visado de turista viajó a Cataluña siguiendolos pasos de su hermano Rachid y de su primoKhaled. En este tiempo ha trabajado en el campo

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y como vigilante nocturno en una fábrica, perohace tres semanas lo contrataron en el mismo sitiodonde, ya hace tiempo, trabajan Rachid y Khaled.Es una pequeña empresa familiar de Ripollet quese dedica a la construcción.

La noche antes de caer del andamio, a Abdelkrimle costó mucho dormirse. Cuando, por la mañana,sonó el despertador, tiró de la sábana y la colchahasta el cuello y se dio media vuelta. Se habíapasado toda la noche destapado por la pereza delevantarse y recuperar la ropa de la cama, que,después de tantas vueltas para conciliar el sueño,se le había bajado hasta los pies. De golpe, se diocuenta de que había pasado frío y notaba que ledolía la cabeza. Una sensación extraña le recorrióel cuerpo. Si hubiese sido por las ganas, no habríaido a trabajar.

–¡Abdelkrim, levántate!– le dice su hermano, queva a lavarse la cara y a preparar un poco de té.

Son las seis menos cuarto y Rachid sabe cómo seenfadan Juan y Miguel, sus jefes, si no están apunto cuando los pasan a buscar con la furgonetaa las seis y cuarto. Abdelkrim, Rachid, Khaled yMohamed, un compatriota que en este momentoestá en paro, viven de alquiler en un piso de 55metros cuadrados en la calle Murillo de Cerdan-yola. Abdelkrim comparte con Rachid una de lasdos habitaciones de un piso donde no se han hechoreformas desde finales de los sesenta, cuando seconstruyó el edificio. Las puertas oscuras de chapa,el tono amarillento que ha ido cogiendo la pinturablanca de las paredes, las cortinas de color azulmarino del comedor y las baldosas con motivosflorales de la cocina dan al espacio un aire retro.

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Rachid cuenta ya los días que le quedan en elpiso, porque dentro de dos semanas se casa conuna chica de Cerdanyola y se irán a vivir unascalles más allá.

A la misma hora en que Abdelkrim pone los piesen el suelo y empieza a vestirse, su madre está apunto de despegar del aeropuerto de Fez paravolar hacia Barcelona. Es la primera vez, en sus48 años, que Najat sube a un avión, y está muynerviosa. Le da pánico volar. Le sudan las manosy le cuesta, incluso, tragar saliva, pero ya no sepuede echar atrás. Es ella la que decidió adelantarsea la familia e ir a Cataluña con bastante tiempode margen para poder ayudar a su hijo Rachid enla preparación de la boda y para conocer mejor asu futura nuera, a quien sólo ha visto una vez.

A las seis de la mañana, con el bocadillo bajo elbrazo, vestidos con pantalones oscuros, camisetasde manga larga y chaquetas para combatir el frescoque hace a esa hora de la mañana a principios deoctubre, Khaled, Rachid y Abdelkrim salen decasa. En cinco minutos llegan hasta la carreterade Barcelona, donde los recogen sus jefes. Cuandopasan por el puente del río Sec, Abdelkrim selevanta el cuello de la chaqueta. La humedad, unaneblina que empaña el curso del río y la tempera-tura, que ha bajado, le provocan escalofríos.Vuelve a pensar que hoy no tiene un buen día.

–¡Qué, Guerrú! No estás acostumbrado al fresco,¿eh? –le suelta Juan a Abdelkrim cuando subena la furgoneta.

Juan le ha puesto ese mote porque asegura que separece mucho al atleta marroquí Hicham El Gue-

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rrouj. Como el campeón olímpico, Abdelkrim esbajito, fibroso, de piel oscura, tiene las orejasgrandes y una mirada que denota timidez. Además,siempre va calzado con zapatillas deportivas. Laempresa no les facilita unas botas para evitar, enla obra, golpes o cortes en los pies y por eso llevaunas deportivas de suela gruesa y tacón alto, comolas de los jugadores de baloncesto.

Abdelkrim, que va en el asiento de atrás entreRachid y Khaled, mira al retrovisor interior de lafurgoneta. Juan, que agarra fuerte el volante, conlos brazos rígidos, aparta un momento los ojosde la carretera y le devuelve la mirada a travésdel espejo. Abdelkrim no ha entendido la pregunta.Se limita a mover la cabeza en sentido afirmativoy arquea un poco los labios, como si le hubierahecho gracia el comentario. Rachid, que le traducetodo lo que no entiende, se ha ahorrado, esta vez,el esfuerzo de trasladar a su hermano una preguntaretórica, que no esperaba ninguna respuesta. Sólolo ha mirado de reojo y sus labios también handibujado una tímida sonrisa. En el año y pico quelleva en Cataluña, Abdelkrim ha hecho pocosprogresos con el castellano y todavía menos conel catalán. Con Rachid, Khaled y su compañerode piso, Mohamed, habla en árabe. Mientrastrabajó de vigilante nocturno no tenía que inter-cambiar palabra con nadie y en el campo, cuandoestuvo cortando lechugas en una finca enormeque hay entre Cerdanyola y Sant Cugat, se defendíacomo podía con el francés, dos palabras en caste-llano y las señas.

En la furgoneta que los lleva al trabajo se ha hechoel silencio. Miguel, que va en el asiento del acom-pañante, lo rompe cuando pone la radio. Abdelkrim

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escucha la sucesión de anuncios que suenan, perola dificultad de entenderlos lo lleva a desconectarrápidamente. Ha clavado la mirada atentamenteen la ventanilla que tiene a la izquierda, donde vepasar, uno tras otro, todos los coches y camionesque circulan en sentido contrario. Se queda absortoen la imagen y el sonido repetitivo de los vehículos.Cuando pasan por delante de una gran cementeraque hay al lado de la carretera, levanta los ojoslentamente y observa cómo la chimenea de lafábrica escupe sin parar una densa columna dehumo, más gris aún que el día. Entonces piensasi fue un acierto la idea de venir a Cataluña. Élestaba a punto de acabar la carrera de Derecho.Habría sido el primero de su familia en obteneruna licenciatura universitaria. Está decidido aacabar la carrera y, si puede, quiere volver a supaís para ejercer de abogado.

En el avión, Najat no acaba de estar tranquila. Yaha quedado atrás el despegue, que según le handicho es uno de los momentos más críticos. Peroahora, en pleno vuelo, le inquieta el ruido quehacen los motores del aparato. No poder comunicara nadie su inquietud aumenta su nerviosismo. Sedesabrocha el último botón de la blusa que lleva,se retoca el pañuelo a juego que le cubre el peloy después se estira la falda para deshacer lasarrugas. Ya no sabe cómo ponerse. Ahora, ademásde las manos, le empiezan a sudar los pies. Mus-tafá, su hijo mayor, le ha recomendado que sedistraiga con una revista y que lleve un carameloen la boca para evitar que la presión le provoquemolestias en el oído. El primogénito, de 30 años,está casado, tiene dos hijos y trabaja en un tallermecánico en Fez. Después de Rachid y Abdelkrim,el segundo y el tercer hijo, respectivamente, Najat

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tuvo a Safia. Sus padres se esforzaron para queestudiara, pero ella dejó los libros y se fue a BeniEnzar para trabajar en una conservera. Hace unosmeses se empadronó en Nador, desde donde puedeentrar cada día en Melilla, sin visado, para llevarpaquetes con mercancía de contrabando. Ganadinero, pero tiene la espalda destrozada. La únicahija que vive con Najat es Dunia, que se gana lavida ofreciéndose como guía para acompañar alos numerosos turistas que cada día visitan en Fezlas calles medievales, la mezquita de Kairaouineo el barrio de los curtidores. Najat empieza ahacerse a la idea de que Rachid, cuando se case,se quedará en Cataluña. Aunque no lo ha dichonunca, desea que Abdelkrim vuelva a casa.

La furgoneta donde van los dos hermanos se haparado en el primer semáforo de la avenida Meri-diana de Barcelona. Es el primer día que van atrabajar a un edificio nuevo situado en la calleGarcilaso, en Sagrera, donde la crisis ha frenadola fiebre constructora que se había desencadenadoalrededor de la nueva estación de alta velocidad.Ellos tienen que colocar las canales de aluminioque recogen las aguas pluviales. De hecho, soninstaladores que trabajan como distribuidoresoficiales de una conocida marca de canales y hansido subcontratados para hacer este trabajo espe-cífico. En la furgoneta, un auténtico vehículo-taller de cuatro metros de largo, llevan todas lasherramientas y las máquinas de perfilar de lascanales. Así, en la misma obra, pueden fabricar,cortar, pulir, acoplar y colocar las piezas de alu-minio que hacen a medida.

Cuando llegan al edificio, Juan no puede aparcar.Necesita dejar la furgoneta justo delante de

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donde trabajan para poder utilizarla como tallermóvil. Pasa el tiempo, y Juan, que ve cómocorren los minutos, deja escapar un resoplido.Después de esperar un buen rato, un fontaneroque ha llegado un poco antes les hace el favorde mover su vehículo. Miguel retira la valla yacaba de hacer sitio para que su cuñado puedameter la furgoneta. Mientras, Rachid mira conatención el edificio. No le gusta nada cómo estáinstalado el andamio donde tendrán que subirpara hacer el trabajo.

–Juan, ¿has visto eso? –le dice Rachid señalandoel andamio con el brazo estirado. –¿Qué pasa?¿Ya estás poniendo pegas? –le responde Juanmientras cierra la furgoneta de un golpe.

Rachid lo mira sorprendido. Lleva años trabajandoen la construcción y se huele los peligros. Es untema que le preocupa y que tiene muy fresco,porque a través del sindicato al que está afiliadoacaba de hacer un curso de prevención de riesgoslaborales. Por eso, con una ojeada ha tenidosuficiente para detectar los errores que ha cometidola empresa que ha instalado el andamio.

–¿Qué quieres decir con “qué pasa”? –preguntaRachid–. En un lado, el que está pegado a losbalcones, no hay ninguna barandilla de protección,y eso que el andamio está a más de tres palmosde la fachada, cuando tú sabes que no tendría queestar a más de 30 centímetros. Por el agujeropasaría un buey. Arriba del todo, no hay ningunapasarela para llegar a la cubierta. Y, encima, ¡noveo ningún sitio donde atarnos las correas deseguridad! –¡No me toques los huevos! –le con-testa Juan. –Claro, como tú y Miguel os quedáisen tierra cortando las canales, no ves ningún

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peligro… –le replica. –Sabes perfectamente queel andamio no lo he puesto yo. Si la empresa quelo ha instalado lo ha hecho mal -dice Juan-, yono tengo la culpa. Se lo diré, lo arreglarán y¡sanseacabó! Pero ahora no podemos perder mástiempo, que ya hemos perdido mucho.

Rachid mueve la cabeza lentamente de izquierdaa derecha, mostrando su desacuerdo. Detrás deél, Abdelkrim, que ya se ha quitado la chaquetay se ha puesto el arnés que no podrá sujetar enninguna parte, ha seguido, pasmado, la discusiónentre su hermano y su jefe. Al ver que no haentendido buena parte de la conversación, Rachidle enseña lo que estaba diciendo y vuelve a enu-merar las deficiencias, ahora en árabe. Abdelkrim,que hace sólo tres semanas que trabaja en esto,no ha seguido nunca un curso de prevención deriesgos laborales, pero no es necesario ser unexperto en la materia para ver lo que es evidente.El edificio, de ladrillo visto, tiene cuatro alturas,con dos pisos en cada nivel, cada uno con un granbalcón triangular que da a la calle Garcilaso. Laforma de los balcones -los de cada altura estánpegados el uno al otro- dibujan una fachada enforma de w. Los operarios de la empresa subcon-tratada que han colocado el andamio han sudadola gota gorda para poder ajustar la estructura detrabajo de modo que toque la pared. Pero en elángulo que hacen los balcones, el andamio haquedado muy separado de la fachada y, aun así,no han puesto ninguna barandilla de protecciónen los laterales.

–Guerrú, no dejes que tu hermano te coma la olla–le comenta Miguel–. Y tú, Rachid, no cabreesmás a Juan, y empezar a subir las herramientas,que si no se nos hará la hora de comer y todavía

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no habremos empezado. Ir tirando y ya nos pon-drán bien el andamio, si pueden.

En poco más de media hora y con la ayuda deuna polea, ya han subido las herramientas, lasesquinas, los codos, las fijaciones y unos protec-tores de aluminio que pondrán encima de lasconducciones para evitar que algún objeto puedaobstaculizar el paso del agua. Las canales, enforma de cornisa y atornilladas con fijacionesocultas, quedarán camufladas en la fachada. Loque no se podrá disimular es la instalación quecoronará la parte más alta del edificio. Les hanpedido que pongan un accesorio de policarbonato,lleno de varillas muy finas de acero inoxidable,para espantar a las palomas. A pie de calle, Juany Miguel van cortando a medida las canales quedespués colocan sus trabajadores arriba del todo,a 13 metros de altura. Después de horas de subirpiezas con la polea, de situarlas en su sitio, deatornillarlas con el taladro y de moverse en laestrechez del andamio, Abdelkrim tiene los brazosdestrozados y la planta de los pies dolorida. Suerteque ya es la hora de comer.

La azafata se agacha un poco y con la punta delíndice toca levemente el brazo de Najat paradespertarla. El cansancio la había vencido.

–¿Quiere comer algo? –le pregunta amablementela chica.

El bocadillo que ha escogido Najat es el peor queha probado en su vida. El pan de molde, convertidoen una especie de chicle, se le pega entre el paladary los dientes y tiene que hacer esfuerzos con lapunta de la lengua para quitárselo. El pollo estáduro y frío. Y la hoja de lechuga que le han puesto

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dentro, sin aceite, no hace más digerible un boca-dillo que han tenido el desacierto de bautizar como“mediterráneo". Najat se ha levantado pronto ylleva horas de viaje, ya que ha tenido que hacerescala en el aeropuerto Mohammed V de Casa-blanca, donde la espera se le ha hecho muy larga.Ahora ya sólo tiene ganas de llegar. El aviónaterriza en el Prat a las ocho y media, y sus hijosirán a recogerla cuando salgan del trabajo.

A Abdelkrim y Rachid la tarde se les hace eternaesperando el momento de reencontrarse con sumadre. Han tenido problemas para poder fijarunos anclajes y eso les ha retrasado el trabajo. Alas seis, los albañiles, los fontaneros y los carpin-teros terminan. A pesar de que ya llevan ochohoras de trabajo, Juan les pide que hagan un últimoesfuerzo para terminar la colocación de la piezaque acaban de subir. En el edificio, con ellos, yasólo trabajan los pintores, que trajinan en el interiorde mala gana, porque hace dos meses que nocobran las horas extraordinarias que les obligana hacer.

Abdelkrim mira el reloj constantemente. Se lesecha el tiempo encima y sufre por si llegan tardeal aeropuerto. De golpe, el cielo se abre y empiezana caer cuatro gotas. Al lado de la furgoneta, Juanempieza a quejarse.

–¡Lo que faltaba!– le dice a su cuñado–. Venga,avísalos para que terminen –añade resignado.Miguel mira hacia arriba y lanza un silbido largo.Después, con la mano abierta al lado de la bocapara que su voz gane resonancia, sigue las indica-ciones de su cuñado. –¡Tíos, dejémoslo por hoy!Recoger y bajar, que nos vamos.

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Los tres trabajadores empiezan a recoger lasherramientas y el material. En caso de tormenta,una ráfaga de viento podría hacer caer algunapieza a la calle. Desde la plataforma del andamiohasta la cubierta del edificio hay un desnivel depocos centímetros, que Abdelkrim salva con unsalto hacia arriba.

Una vez en el tejado, recoge los anclajes que hansobrado, comprueba que no se han dejado nadamás y se dispone a volver al andamio, ahora sinsaltar. Cuando pone el pie derecho sobre la plata-forma, muy cerca del lado que no está protegido,Abdelkrim pisa un taladro, se tuerce el tobillo,pierde el equilibrio y cae de lado. Todo es muyrápido. Agita los brazos infructuosamente, inten-tando agarrarse a algún sitio, y pide auxilio conun grito desesperado, pero nada puede evitar quecaiga por el agujero entre el lateral del andamioy el ángulo que hacen los balcones de la fachada.Abdelkrim nota el vacío y los golpes lo van ma-gullando. Como el agujero por donde cae es muyestrecho, su cuerpo, sin ningún control, va reci-biendo el impacto de todos los elementos quesobresalen de la fachada y va rebotando contra elandamio, del que empiezan a caer las herramientasque todavía no habían recogido. El último golpe,cuando llega al suelo, es en la cabeza, contra tresladrillos que alguien había apilado y dejado allado de la pared. Después de ese ruido... el silencio.Inmediatamente después, los gritos de Rachid.

–¡¡¡Abdelkrim, Abdelkrim!!! –se desgañita suhermano.

Baja del andamio como loco, mientras Khaled,con las manos en la cabeza, permanece inmóvil.Juan y Miguel corren a socorrer a Abdelkrim, que

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está en el suelo, con las rodillas mirando hacia unlado y la cabeza, hacia otro. Tiene los ojos abiertospero, cuando se arrodillan delante de él, los cierra.Juan le pone la mano izquierda sobre una mejilla,mientras con la derecha golpea con suavidad elotro lado de la cara. Lo llama por su nombre dosveces, pero Abdelkrim no reacciona. Ha perdidola consciencia. Rápidamente, intenta reanimarlohaciéndole el boca a boca, pero Abdelkrim siguesin respirar. Miguel coge su teléfono móvil y pideuna ambulancia. Todos están muy nerviosos y nosaben qué tienen que hacer. Ocho minutos despuésllega el equipo de emergencias médicas. Doschicos y una chica bajan rápidamente de la ambu-lancia y, mientras preguntan qué ha pasado, sedisponen a hacer un masaje cardíaco. Todos losesfuerzos son inútiles. Después de intentar reani-marlo durante mucho rato, los médicos se rinden.No hay nada que hacer.

–¡Tú lo has matado! ¡Tú nos has hecho subir aesta mierda de andamio! ¡Tú eres el culpable! –lerecrimina Rachid a Juan.

Lo coge por el cuello de la camisa y levanta elbrazo para darle un puñetazo, pero Miguel lo cogepor detrás y lo para. Rachid se gira y lo empuja,escupe a Juan y después, llorando, se arrodilladelante de su hermano y lo abraza con todas lasfuerzas del mundo.

Por fin, Najat ha aterrizado. Ignorando lo queacaba de pasar, espera impaciente su equipaje allado de una cinta que poco a poco va sacandomaletas y más maletas. Tiene unas ganas inmensasde abrazar a sus hijos. Cuando pone en marcha elteléfono móvil, empieza a recibir avisos de llama-das perdidas. Son de Rachid. Mientras espera el

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equipaje, se lleva el teléfono a la oreja y se disponea escuchar el mensaje que tiene en el buzón devoz. De golpe, Najat tuerce la boca, cierra losojos y arruga la frente. Se queda blanca, petrificada,se le cae el móvil de la mano y se desmaya.

Las prisas de los jefes y la imprudencia de lacompañía que ha instalado el andamio han provo-cado la caída de Abdelkrim al abismo. Una baran-dilla inexistente donde hacía falta y la ausenciade un punto donde atar el arnés han roto muchossueños. Abdelkrim ya no podrá volver a abrazara su madre. Ya no podrá ir a la boda de su hermano.Y tampoco podrá volver a su país a ejercer deabogado.

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