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SOLAR REVISTA DE FILOSOFÍA IBEROAMERICANA

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    SOLARREVISTA DE FILOSOFA

    IBEROAMERICANA

  • 2 Solar | Ao 10, Volumen 10, Nmero 2

    SOLAR se encuentra indexada en:

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    SOLAR, Revista de Filosofa Iberoamericana, es una publicacin semestral que difunde la filosofa peruana y latinoamericana. Muestra el ejercicio

    de la filosofa contextualizada y un decidido compromiso con la historia nacional y regional. Los artculos son revisados

    y aprobados por pares externos. La revista est dirigida a todo pblico interesado. Se distribuye a travs de libreras.

    De los autoresDerechos reservados de esta edicin

    SOLAR Rubn Quiroz vilaTiraje: 300 ejemplares

    N de proyecto editorial: 21501421101426ISSN: 1816-2924

    DOI. 10.20939/solar.2014.10.02

    Hecho el Depsito Legal en la Biblioteca Nacional del PerN 2008 - 15521

    Direccin:Instituto de Investigacin del Pensamiento Peruano y Latinoamericano

    Av. Venezuela 3400 - Ciudad Universitaria - Puerta 3Pabelln de la Facultad de Letras y Ciencias Humanas

    Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Lima, Per

    www.revistasolar.orgEditado por SOLAR, Revista de filosofa iberoamericana

    Edicin y diagramacin Joel Rojas

    [email protected]

    Diseo y concepto creativo de la portada: Pilar SurezArtista Visual Internacional

    Diseo Creativo e Ilustracin - [email protected]

    Correccin de texto Mabel Sarco - [email protected]

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    REVISTA DE FILOSOFA IBEROAMERICANA

    Ao 10 Vol. 10 - N2Publicacin semestral

    Lima 2014www.revistasolar.org

    DirectorRubn Quiroz vila

    Asistente Editorial Edmundo Roque

    Asesor de Direccin Edgar Montiel

    Consejo EditorialCinthya Gonzles Jibaja (Solar, Revista de Filosofa Iberoamericana), Joel Rojas Huaynates (Universidad Nacional Mayor de San Marcos),

    Segundo Montoya Huaman (Solar, Revista de Filosofa Iberoamericana),Oscar Martinez Salirrosas (Universidad Nacional Mayor de San Marcos)

    Consejo de HonorGianni Vattimo, Francisco Mir Quesada Cantuarias

    Consejo InternacionalHoracio Cerutti (UNAM), Miguel ngel Quintana

    (Universidad Miguel de Cervantes, Valladolid), Jos Ignacio LpezSoria (Organizacin de Estados Iberoamericanos), Edgar Montiel

    (UNESCO), Song No (Purdue University), Jos Luis GmezMartnez(Universidad de Georgia), Antonio Jimnez (Universidad

    Complutense de Madrid), Jos Carlos Balln (Universidad NacionalMayor de San Marcos), Jos Luis Mora (Universidad Autnoma

    de Madrid), Antoln Snchez Cuervo (Consejo Superior de InvestigacionesCientficas, Madrid), Jos Luis Villacaas (Universidad

    Complutense de Madrid), Juan Carlos Lago (Universidad de Alcal),Patrice Vermeren (Universidad de Pars VIII), Adriana Arpini(Universidad Nacional de Cuyo), Luis Ferreira (Universidad

    de Pars VIII), Alex Ibarra (Chile)

    AgradecimientosSociedad Inca Garcilaso para el Desarrollo Global (Pars)

    y Consejo Editorial de SOLAR

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    h

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    CONTENIDO

    editorial ........................................................................................................ 7

    el barro pensativo: artculos

    1. El artculo filosfico de Jos Ortega y Gasset The philosophical article by Jose Ortega y GassetIgnacio Blanco Alfonso ........................................................................... 11

    2. Filosofa analtica y filosofa continental: La apropiacin de un debate por la filosofa peruanaAnalytic philosophy and continental philosophy: The appropriation of a de-bate by the Peruvian philosophyPablo Quintanilla .................................................................................... 31

    3. Sobre si las disciplinas llamadas de humanidades tienen espacio en las univer-sidades actualesIf disciplines so called humanities have a place within current universitiesGustavo Marcial Prado .............................................................................. 43

    4. Filosofar sobre la realidad poltica. Hacia una propuesta de organizacin social con base en las concepciones de Augusto Salazar Bondy, Leopoldo Zea, Hora-cio Cerutti y Joaqun Snchez MacgrgorTo think philosophically about political reality. To a proposal of social orga-nization with basis in conceptions of Augusto Salazar Bondy, Leopoldo Zea, Horacio Cerutti y Joaqun Snchez MacgrgorRoberto Mora Martnez ........................................................................... 59

    5. Manuel Sacristn en el contexto de la filosofa espaolaManuel Sacristn in the context of Spanish philosophyPedro Ribas Ribas .................................................................................... 71

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    ensayo

    1. El concepto de valor y el planteamiento de la objetividad social en Augusto Salazar Bondy

    The concept of value and approach to social objectivity Augusto Salazar BondyMiguel ngel Nacin Pantigoso ............................................................... 87

    reseas

    1. La Marx-Engels Gesamtausgabe (MEGA) y los nuevos rostros de Karl Marx Marcello Musto ..................................................................................... 105

    2. Ferreyra, L. G.: Philosophie et politique chez Arturo Andrs Roig : Vers une philosophie de la libration latino-amricaine (1945-1975). Paris, LHarmattan, 2014Marcelo Velarde Caazares ..................................................................... 115

    intersticios: escritos inditos

    1. Bibliografa de Mariano Iberico Rodrguez Introduccin de Carlos Reyes lvarez ...................................................... 121

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    PRESENTACIN

    La filosofa latinoamericana tiene una notable carta de ciudadana y maneja diversas esferas de discusin con sus propias agendas y comunidades. Es decir, no es un conjunto estandarizado de pensadores con pensamiento nico. Ms bien conviven diversas negociaciones conceptuales con sus mltiples rutas de reflexin. De ese modo la discusin latinoamericana y latinoamericanistas tienen un abanico sugerente de disputas y tradiciones que dialogan con sus respectivos universos discursivos. Es esa spera heterogeneidad que convive y persiste por su propia complejidad. Este nmero no es ajeno a ello y ms bien incorpora la tradicin espaola de la cual tambin cruza explicaciones con la propia comunidad de filosofa latinoamericana.

    Tenemos muchos aos trabajando nuestra agenda desde nuestro locus peruano (ms que periferia nos consideramos centro de produccin intelectual), y nuestro proyecto de filosofar tiene las aristas y vrtices que van tejiendo esa memoria filosfica que nos impulsa a seguir pensando colectivamente.

    As, los textos que a continuacin leern responden a provocar esas tensiones del discurso, a la elaboracin de debates y sus diversas maneras de aproximacin. La mesa latinoamericana de nuevo est servida.

    Rubn Quiroz Avila

    Lima, la catica mega-urbe.

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    BARRO PENSATIVO

    Artculos

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    El artculo filosfico de Jos Ortega y Gasset1

    The philosophical article of Jose Ortega y Gasset

    Ignacio Blanco Alfonso2Universidad CEU San Pablo, Madrid, Espaa

    [email protected]

    resumenEl periodismo fue para Jos Ortega y Gasset un instrumento de intervencin social de gran calado en el conjunto de su obra. La mayor parte de sus escritos publicados en vida no solo vieron la luz en las pginas de los peridicos, sino algo ms profundo y, por ello, menos evidente: fueron artculos incubados, proyec- tados y dispuestos para su divulgacin a travs de la prensa. Esta circunstancia, en contra de lo que pueda creerse desde posiciones academicistas, imprimi un estilo periodstico a su modo de filosofar consistente en la bsqueda de la claridad como norma, y en la huida de un lenguaje especializado y esotrico, construido

    1 Una versin en italiano de este texto fue publicada en: Cacciatore, G. y Mascolo, A. (coords.) (2012): La vocazione dellarciere. Prospettive critiche sul pensiero di Jos Ortega y Gasset. Bergamo: Moretti & Vitali, pp. 15-36. Otro texto del mismo autor, complementario al presente, puede leerse en: Zamora Bonilla, J. (ed.) (2013): Gua Comares de Ortega y Gasset. Granada: Comares, pp. 189-206.

    2 Doctor en Periodismo (2003) y licenciado en Ciencias de la Informacin (1997), se doctor con una tesis sobre los Gneros periodsticos en la obra de Jos Ortega y Gasset, galardonada con el Premio Extraordinario a la mejor tesis doctoral 2003-2004 de la Universidad CEU San Pablo. Especialista en la obra y el pensamiento del filsofo madrileo, ha formado parte del equipo de investigacin y edicin de sus Obras completas y es profesor-investigador del Centro de Estudios Orteguianos. Ha publicado el ensayo El periodismo de Ortega y Gasset (Madrid: Biblioteca Nueva, 2005) y es coautor de varios tratados relacionados con los medios de comunicacin. Entre sus contribuciones destaca la serie de artculos de investigacin El aristcrata en la plazuela, publicada en seis entregas de la Revista de Estudios Orteguianos entre 2009 y 2011, y que suponen un exhaustivo recorrido por la biografa periodstica de Jos Ortega y Gasset entre 1902 y 1955. Es profesor agregado de Escritura para los Medios y de Redaccin Periodstica en la Universidad CEU San Pablo. Fundador y director del Mster Universitario en Periodismo Cultural. Director de Doxa Comunicacin, revista interdis-ciplinar de estudios de Comunicacin y Ciencias Sociales (www.doxacomunicacion.es). Director del Centro de Orientacin e Informacin de Empleo de la Universidad CEU San Pablo. Anteriormente fue Secretario acadmico del Instituto de Estudios de la Democracia (2005-2010) y, entre otros mri-tos, ha disfrutado de una beca Jos Castillejo de movilidad en Italia, donde ha sido Fellow en el Cen-tro Studi Ligure per le Arti e le Lettere de la Fondazione Bogliasco (Gnova - New York).

    Solar | Ao 10, Volumen 10, Nmero 2, Lima, pp.29. DOI. 10.20939/solar.2014.10.0201

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    a base de tecnicismos, que habran encerrado su filosofa en el mbito hermtico de la ctedra y el libro. La democratizacin de la filosofa que implica su traslado al peridico est en la raz constitutiva del pensamiento orteguiano y debe ser estudiado como un rasgo relevante del dominio que ejerci Ortega y Gasset sobre la intelectualidad espaola de su poca.

    palabras clave: Estilo filosfico, liberacin, dramatismo, prensa, crtica

    abstractJournalism was to Jose Ortega y Gasset an instrument of social intervention of great significance in the whole of his work. Most of his writings published in his lifetime not only saw the light in the pages of newspapers, but something deeper and therefore less obvious: incubated, designed and prepared for dissemination through press articles. This, contrary to what might be believed from academi-cians positions, printed a journalistic style to his way of philosophizing consisting in seeking clarity as standard, and the flight of a specialized and esoteric language, built with technicalities, that would shut his philosophy in the sealed area of the chair and the book. The democratization of philosophy that involves moving to the newspaper is in the constitutive root of Ortega thought and should be studied as an important feature of domain Ortega y Gasset exerted on the Spanish intel-lectuals of his time.

    Key words: Philosophical style, release, drama, news, critical

    I. IntroduccinUna de las caractersticas fisiognmicas ms prominentes de la filosofa de

    Jos Ortega y Gasset es la claridad de su estilo. Sin duda que el lector no especial-izado repara en ello apenas se asoma a cualquiera de sus obras. La facilidad con que Ortega desentraa un problema, el ritmo ascendente de sus razonamientos, la transparencia de su vocabulario pretendidamente escogido, la estrategia retrica fundamentada en la metfora, provoca que sus lectores vayan asimilando impor-tantes dosis de pensamiento filosfico sin apenas darse cuenta, entretenidos con la argumentacin del filsofo como con el nudo de una buena novela.

    Este rasgo de su estilo filosfico, que a nadie le pasa desapercibido, no es fruto de la casualidad: Siempre he credo que es la claridad la cortesa del fil-sofo, explica Ortega en el curso Qu es filosofa? (VIII, 134). Sin embargo, la preponderancia de los estudios hermenuticos sobre su pensamiento ha relegado a un segundo plano el anlisis formal de su escritura. El presente captulo trata

    Ignacio Blanco Alfonso

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    de paliar, de algn modo, esta carencia describiendo el artculo filosfico en la obra periodstica de Jos Ortega y Gasset. Se ver hasta qu punto los ritmos y estructuras del discurso periodstico resultaron consustanciales a su pensamiento; cmo forma y fondo resultan conceptos inseparables en la filosofa del intelectual madrileo.

    II. El estilo es la claridad Yo he de hacer el ms leal esfuerzo para ser a todos inteligible: siempre

    he credo que es la claridad la cortesa del filsofo, pero adems el honor de la filosofa misma est en su posible claridad, cosa que no acontece en otras ciencias, las cuales interponen entre su tesoro interior y la curiosidad del profano el dragn tremebundo de su tecnicismo (dem).

    He aqu la cita completa de Qu es filosofa? Al hablar de la claridad del estilo orteguiano no enfatizamos un aspecto menor de su obra, como queriendo llevar al lector a nuestro terreno. El principal objetivo de la actuacin pblica de Ortega fue hacerse entender, poner todo el esfuerzo en conseguir una comunicacin real y efectiva con quien le escuchaba. Una de las condiciones para superar la contingencia comunicativa consiste en que el emisor emplee el mismo cdigo que el receptor, un mismo lenguaje inteligible y capaz de describir cuestiones filosficas, pero despojado del dragn tremebundo de su tecnicismo.

    Ortega pronuncia estas palabras en la sesin inaugural del curso Qu es filosofa?, impartido alrededor de 1930 tras dimitir de su ctedra de Metafsica como signo de oposicin al rgimen poltico del general Miguel Primo de Rivera, pero continu con su actividad docente a travs de estas conferencias de contenido filosfico que dio en Madrid y public en La Nacin de Buenos Aires. La prensa del momento cubri con generosidad las lecciones del pensador, que hubieron de trasladarse al Teatro Infanta Beatriz por la expectacin que despertaron entre un numeroso pblico absolutamente heterogneo; fue un acontecimiento inslito, inesperado, aseguran los editores orteguianos de 1983.

    Pero para nosotros, lo interesante de este episodio es su significado ulterior revelado en el hecho de que hacia 1930, en Madrid, gentes de toda condicin y en nmero inusual mostrasen gran inters por unas lecciones de filosofa. Esta recep-tividad social no pas inadvertida para Ortega, que ya en la primera conferencia glosa este hecho multitudinario. El pblico empieza de nuevo a sentir necesidad de ideas, escribe, y a la par siente en ellas voluptuosidad (VIII, 236), es decir, el placer y el gozo de poder saciar una incitacin espontnea de su ser. Ortega dedica varios minutos de aquella leccin a describir este aparente hecho del inters por

    El artculo filosfico de Jos Ortega y Gasset

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    la filosofa. Nuestro tiempo, por lo visto, tiene relativamente al que le precede un destino filosfico y por eso se complace en filosofar por lo pronto en poner el odo alerta cuando por el aire pblico pasan revolando filosficas palabras, en acudir hacia el filsofo como a un viajero, que se supone traer noticias frescas del trasmundo (dem).

    Este escenario cree encontrar Ortega ante s: una sociedad vida de ideas, que ansa despejar su horizonte vital; una sociedad receptiva que acude all donde intuye que puede descubrir dos o tres ideas con las que ir tirando. Todava no sabe el filsofo si fracasar en su misin, pero por lo pronto conoce el remedio para intentar que el pensamiento penetre sin dificultad en sus oyentes: evitar el tecni-cismo, el trmino hermtico, huir de la filosofa esotrica, expresarla y elaborarla con un lenguaje apropiado para aquel hombre corriente que acude en busca del filsofo como de un orculo.

    Por lo tanto, lo que Ortega prev es que la filosofa solo podra alcanzar eficiencia social en Espaa si adoptaba un cauce de transmisin que no fuese el universitario. Ortega, como Unamuno, como DOrs, como Maeztu y otros mu-chos coetneos, encuentra en el peridico un mtodo propicio para sus objetivos filosficos, en el sentido etimolgico de la palabra mtodo: = camino, y = junto a, al lado de; o sea, un camino paralelo, lo que vulgarmente llama-mos atajo. Pero, claro, el atajo se toma para alcanzar cuanto antes un destino previsto, luego, la pregunta inevitable es adnde quiere llegar Ortega por el atajo periodstico?

    La respuesta nos la brinda el propio autor en el Prlogo a una edicin de sus Obras, de 1932:

    Mi vocacin era el pensamiento, el afn de claridad sobre las cosas. Hacia ese seoro de la luz sobre s mismo y su contorno quera yo movilizar a mis com-patriotas. Slo en l tengo fe; slo l realzar la calidad del espaol y le curar de ese sonambulismo dentro del cual va caminando siglos hace. [...] Pero esta propaganda de entusiasmo por la luz mental el lumen na-turale haba que hacerla en Espaa segn su circunstancia impusiera. En nuestro pas, ni la ctedra ni el libro tenan eficiencia social. Nuestro pueblo no admite lo distanciado y solemne. Reina en l puramente lo cotidiano y vulgar. Las formas del aristocratismo aparte han sido siempre estriles en esta pennsula. Quien quiera crear algo y toda creacin es aristocracia tiene que aceptar ser aristcrata en la plazuela. He aqu por qu, dcil a la circunstancia, he hecho que mi obra brote en la plazuela intelectual que es el peridico (V, 88-98).

    Ignacio Blanco Alfonso

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    A pesar de las profundas diferencias del autor con la prensa y del riesgo de que su obra quedase rebajada a simple ocasionalismo, Ortega parece no tener dudas: Aprovecho la ocasin para decir a los que aos y aos censuraron mi soli-citud periodstica que no tenan razn. El artculo de peridico es hoy una forma imprescindible del espritu, y quien pedantescamente lo desdea no tiene la ms remota idea de lo que est aconteciendo en los senos de la historia. Ahora me dan la razn fuera y se ponen a escribir artculos los que nunca lo hicieron (V, 99).

    Esta cita adquiere ms significado, si cabe, cuando se lee junto al Prlogo para alemanes, uno de los pocos textos autobiogrficos que Ortega nos leg, en el que recuerda su poca de estudiante, cuando iba a Alemania para traerme al rincn de la ruina la cultura alemana y all devorarla. Nos encontramos ante un hombre que fue plenamente consciente de su quehacer y de su circunstancia: Espaa necesitaba de Alemania. Yo senta mi ser de tal modo identificado con mi nacin, que sus necesidades eran mis apetitos, mis hambres (IX, 133).

    Por lo tanto, el contacto con la filosofa durante los aos de estudio en Alemania produce en Ortega varias certidumbres: por un lado, que Espaa ne-cesita del lumen naturale de la filosofa para zafarse del sonambulismo; por otro lado, que es intil cualquier propaganda de entusiasmo por luz mental si no es a travs del nico cauce eficiente en esta pennsula: el peridico, o sea, lo eventual, lo breve, lo ocasional:

    De mis estudios en Alemania, rigorosamente cientficos, hechos sobre todo en la Universidad, donde la filosofa era entonces ms difcil, ms tcnica, ms esotrica, saqu la consecuencia de que yo deba dedicar bastantes aos a escribir artculos de peridico (dem).

    La visin de Ortega es plenamente congruente con el momento histrico en que escribe. Durante el siglo XIX la prensa se va transformando en prensa de masas, especialmente tras el nacimiento de la llamada penny press en Estados Unidos y su influencia irradiada por toda Europa. El peridico se transforma paulatinamente en un poderoso medio de presin social. El momento es histrico para que la filosofa, acaso por primera vez en la historia, comience a abrirse camino en un medio que hasta entonces le era extrao. La transmisin del conocimiento filosfico siempre se haba producido dentro del mbito ms consustancial a su propia naturaleza abstracta, la Universidad, y no era esta, desde luego, un modelo de institucin democrtica. El filsofo espaol Ignacio Sotelo llama la atencin sobre el hecho de que no se haya insistido suficiente en la revolucin que implic haber llevado la filosofa a las pginas de los peridicos; la

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    filosofa pierde su carcter esotrico, es decir, elitista, y se democratiza tanto en la forma como en el contenido3.

    El caso de la filosofa de Jos Ortega y Gasset es paradigmtico para com-prender hasta qu punto el peridico influy en el modo de hacer filosofa. Por sus caractersticas estructurales, fundamentalmente determinadas por la falta de tiempo y de espacio, no era posible la sistematicidad de los largos discursos; al contrario, el filsofo tena que habrselas en un medio ocasional, muy pegado a lo momentneo y cotidiano, en el que los pensamientos pudieran aprehenderse sin demasiado esfuerzo intelectual, expresados en un lenguaje culto pero nivelado por la capacidad media del gran pblico.

    Esta democratizacin de la filosofa nos acerca a ciertas caractersticas del pensamiento contemporneo y nos ayuda a comprenderlo mejor, como indica Sotelo al describir los rasgos constitutivos de la filosofa de peridico: Su arrai-go en la experiencia cotidiana; su ndole fragmentaria, casi aforstica, resultan incomprensibles si no se toma en consideracin la influencia del peridico. La ctedra invita al sistema; el estudiante pide un mundo cerrado, acabado, repleto de seguridades; ni ms ni menos que lo que promete la institucin. En cambio, si se filosofa en el peridico, no cabe aspirar a construir un sistema. El fracaso de la filosofa sistemtica acerc al filsofo al peridico, pero tambin la necesidad de comunicar por medio del peridico acab por hacer imposible el sistema (dem).

    La labor intelectual que Ortega y otros coetneos desarrollan a travs de los peridicos ms influyentes de Espaa y Amrica es la mejor prueba de que cada poca impone un gnero filosfico. Esta es la idea que Ortega transmite cuando incardina su vocacin intelectual con el momento histrico que le ha tocado vivir y la perentoria necesidad de decir lo que hubiera que decir en las efmeras colum-nas del peridico.

    En resumen, esta mezcla aparentemente imposible entre filosofa y perio- dismo, nos permite concluir que, por un lado, en el momento en que la filosofa se traslada al peridico, lo primero que ocurre es que ese filosofar se adapta a un estilo (el periodstico) que, en principio, le es extrao; por otro lado, ese filosofar persigue una intencin nueva con su mudanza: llegar al mayor nmero de lec-tores, por eso el traslado del canal especializado y minoritario en que resida al medio de comunicacin de masas con el fin de alcanzar al gran pblico.

    3 Sotelo, I., Filosofa de peridico, El Pas (Madrid), 22-11-1983, p. 11

    Ignacio Blanco Alfonso

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    III. Liberacin y cors del artculo periodstico

    La adopcin por parte de la filosofa de un estilo comunicativo que le es extrao representa uno de los rasgos ms visibles del fenmeno. En las pginas precedentes hemos justificado por qu Ortega, en una circunstancia determinada, opta por el peridico como nico mtodo con eficacia social para inocular entre sus compatriotas el afn de claridad sobre las cosas, el lumen naturale que tantas veces evocar con el verso de Goethe: Yo me confieso del linaje de sos que de lo oscuro a lo claro aspiran.

    La prensa, sin embargo, obligar al escritor de artculos filosficos a adoptar una actitud comunicativa determinada por los rasgos distintivos de la prensa peridica, es decir, con el ritmo, la brevedad y el estilo que ella impone. El texto sera diferente si hubiera sido creado para el libro, que tiene su propio ritmo y extensin, distintos, desde luego, a los del artculo de peridico; como distinto es tambin el destinatario. Lo advierte el propio Ortega:

    Lo primero que necesito decir de mis libros es que propiamente no son libros. En su mayor parte son mis escritos, lisa, llana y humildemente, artculos publicados en los peridicos de mayor circulacin de Espaa (IX, 130).

    La advertencia, en realidad, es una precaucin que adopta Ortega para subrayar el hecho de que aquellos textos fueron elaborados y pensados para un lector concreto (Yo le hablaba a Juan, dir), no para la humanidad, no para el hombre en general. Ms adelante volveremos sobre esta idea; por ahora basta con subrayar que el periodismo impone un estilo de redaccin suficientemente gil y transparente que alivie el vrtigo del eventual lector medio que se asoma por primera vez al acantilado filosfico. El hecho de que Ortega filosofe en las pginas de un peridico imprimir a sus artculos un estilo luminoso y ntido que le permitir embotellar incluso en las cabezas menos despiertas principios acaso oscuros y turbios.

    Es hora de reconocer, sin embargo, que esta adaptacin de la filosofa a un lenguaje exento de tecnicismos, a unos mrgenes estrechos y a un lector no especializado, tarde o temprano pasarn factura. La filosofa de peridico su-fre como ninguna otra la constante mutilacin de gran parte de sus pruebas y demostraciones, pues la angostura de la prensa impide al filsofo completar su argumentacin. De ah que la tcnica del articulista tenga que ser la del ensayista, que ofrece al lector mltiples maneras de mirar la realidad, que quiere descubrirle en las cosas aspectos inadvertidos.

    El artculo filosfico de Jos Ortega y Gasset

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    Pero claro, la estrechez del peridico siempre es un cors, y Ortega se siente, a menudo, atrapado en l. Como nos revela en Meditacin del marco (II, 431-436), son tantas las cosas y hay tanto que decir sobre la ms humilde de ellas, que lamenta no tener tiempo ni espacio ms que para insinuarlas y dejar que sea el lector el que contine, y quiz concluya con su esfuerzo, la reflexin. El lector no sospecha los apuros que un hombre pasa para escribir un solo pliego. Son de tal suerte maravillosas las cosas todas del mundo! Hay tanto que decir sobre la menor de ellas! Y es tan penoso amputar a un asunto arbitrariamente sus miembros y ofrecer al lector un torso lleno de muones! (II, 432).

    Dicho esto, al revisar la biografa orteguiana pronto descubrimos que tanto el artculo de peridico como el ensayo fueron las formas de creacin literaria ms apropiadas para un genio de su condicin. De hecho, ningn gnero ms propicio que el ensaystico para su concepcin filosfica de la vida; de esto trata su filosofa vital, del aqu y del ahora. Ortega se siente atrapado y estimulado por lo circuns-tancial, por eso reclama para s el estilo ensaystico que le permitir avanzar sin las interrupciones constantes de las pruebas cientficas.

    Su discpulo Julin Maras lo explica as: Escribir un libro requiere un temple algo ms asctico que el de Ortega. [] La voluptuosidad de los temas, que Ortega senta de modo intenssimo y que hizo de l, no slo un intelectual, sino un escritor en la plenitud del trmino, lo distraa con demasiada frecuencia hacia cuestiones incidentales, y sobre todo hacia nuevos asuntos, con perjuicio de la economa interna de los libros. Antes de concluirlos se senta atrado y arre-batado hacia otros temas. Y, quiz sobre todo, su innovacin en el estilo y en la recreacin de los gneros literarios menores, el artculo y el ensayo, absorbi su atencin y su capacidad durante muchos aos4.

    El carcter ensaystico de su obra es algo que se percibe desde muy pronto, ya incluso desde su primer libro concebido como tal, Meditaciones del Quijote (1914), en el que Ortega advierte al lector de que estas Meditaciones, exentas de erudicin aun en el buen sentido que pudiera dejarse a la palabra, van empu-jadas por filosficos deseos. Sin embargo, yo agradecera al lector que no entrara en su lectura con demasiadas exigencias. No son filosofa, que es ciencia. Son sim-plemente unos ensayos. Y el ensayo es la ciencia, menos la prueba explcita. Para el escritor hay una cuestin de honor intelectual en no escribir nada susceptible de prueba sin poseer antes sta. Pero le es lcito borrar de su obra toda aparien-cia apodctica, dejando las comprobaciones meramente indicadas en elipse, de modo que quien las necesite pueda encontrarlas y no estorben, por otra parte,

    4 Maras, J., Ortega. Circunstancia y vocacin. Madrid: Alianza Editorial, 1984, 2. ed., p. 302.

    Ignacio Blanco Alfonso

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    la expansin del ntimo calor con que los pensamientos fueron pensados. Aun los libros de intencin exclusivamente cientfica comienzan a escribirse en estilo menos didctico y de remediavagos; se suprime en lo posible las notas al pie, y el rgido aparato mecnico de la prueba es disuelto en una elocucin ms orgnica, movida y personal (I, 753).

    La intencin del intelectual madrileo por eliminar los obstculos que pu-dieran interponerse entre el mensaje y el lector est presente en el conjunto de su obra periodstica, incluida la de contenido filosfico. Ortega supo leer el sentido de su tiempo, dominado por la prisa y el ruido, y adapt su mensaje al cauce de comunicacin preferido por el hombre moderno. Segn Alfredo Carballo Picazo, el ensayo resulta muy apropiado para este individuo sin tiempo para leer, para meditar, disperso en sus mltiples quehaceres. Se comprende as la utilidad de una prensa que le suministra una cultura barata, de breve alcance y menos pro-fundidad. Se pide intensidad, no extensin: de ah el xito de los gneros literarios menores: artculo, novela corta o fragmentada, cuento, ensayo. El ensayista no escapa de esta norma vital: le urge comentar los mltiples aspectos de nuestro vivir. Con ritmo apresurado. Casi de peridico. Intensidad diluida, accesible f-cilmente. Estar al da con poco esfuerzo. El ensayo satisface, en gran parte, ese deseo. Nos habla del libro ltimo, de la exposicin o del concierto, de problemas fundamentales, en tono menor. Con visin crtica, inteligente5.

    Sobre cmo soluciona Ortega el problema del espacio limitado del peri-dico, nos obliga a indicar una peculiaridad de sus libros bien conocida, y es que, exceptuando dos o tres monografas, todos los volmenes impresos por el filsofo vieron antes la luz en las planas de algn rotativo. El salto del peridico al libro produca en ocasiones que el autor tuviera que intervenir en los artculos origina-les para dotarlos de la necesaria coherencia y unidad. Ricardo Senabre apunta que, si bien algunos de los artculos incorporados ms tarde a libros, como captulos o partes de los mismos, fueron colocados en el libro tal y como haban aparecido en los peridicos, sin mutacin alguna, otros, en cambio, necesitaron una refun-dicin previa para amoldarse a la nueva estructura que el libro impona6.

    Esta circunstancia parece connatural al gnero periodstico, pues el artcu-lo es justamente fragmento o parte de una unidad de pensamiento superior (artus quiere decir parte). El hecho de ser parte de un todo permite estudiar cada artculo

    5 Carballo Picazo, A., El ensayo como gnero literario. Notas para su estudio en Espaa, Revista de Literatura, n. 9/10, Madrid, 1954, p. 133.

    6 Senabre, R., Correcciones y variantes en textos orteguianos, en VV. AA., Homenaje a la memoria de Don Antonio Rodrguez-Moino (1910-1970). Madrid: Castalia, 1975, pp. 611-621.

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    de peridico como una unidad incardinada a un corpus de escritos que le propor-ciona un significado ms completo. En obras periodsticas como la de Ortega, tan extensa y dilatada en el tiempo, el anlisis de sus artculos como fragmentos resulta sumamente fructfera.

    Como seala Maras, los artculos filosficos de Ortega deban ser uni-dades semnticas independientes entre s, de forma que pudieran ser ledos de uno en uno y comprendidos por el lector en ese mismo instante, sin necesidad de recurrir a otras fuentes (otros artculos anteriores, por ejemplo) para adquirir significado. En realidad, esta cualidad es muy periodstica, pues parece condicin inherente a todo artculo de prensa el quedar anclado en las veinticuatro horas de vigencia del peridico. No ocurre as con el libro, que necesita del resto de cap-tulos para que uno solo de ellos tenga significado y su lectura no arroje un grado insoportable de inconclusin. Por lo tanto, un artculo de peridico es una unidad de significado en s y por s mismo.

    En cuanto al carcter sistemtico y conexo de los artculos orteguianos, fijmonos en que a pesar de la adaptacin del discurso filosfico a un soporte que le era extrao, Ortega no abandon a la contingencia diaria de la prensa la doc-trina filosfica inherente al conjunto de su obra. Al contrario, el autor quiso que bajo sus artculos, en tanto que piezas desgajadas de un conjunto virtual, latieran los principios generales de su filosofa. Por eso subyace en ellos un hilo conductor que, segn Julin Maras, es el requisito constitutivo de un gnero que se pueda llamar artculo filosfico: si no se trata de una unidad suficiente, no es un artcu-lo; si no est presente en l la doctrina filosfica general que permite la articula-cin sistemtica con los dems, no es filosfico, por muchas ideas que contenga 7.

    IV. Aspectos estructurales del artculo filosficoEntre las caractersticas de la estructura de los artculos filosficos de Or-

    tega y Gasset sobresalen dos: 1. dilogo con el lector, y 2. dramatismo de la idea.

    IV. 1. Dilogo con el lectorLa construccin de los textos argumentativos en la obra de Ortega consiste

    en un dilogo permanente con el lector. Se trata de una preocupacin constante por no perder de vista a aquel a quien habla y considerarlo en su circunstancia, de modo que sus razonamientos sean conducidos imperceptiblemente hacia un redil de ideas premeditado por el filsofo. La filosofa de Ortega quiere evitar, en cualquier caso, el monlogo interior, por lo que su estilo recuerda a la mayu-

    7 Maras, J., op. cit., p. 297.

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    tica socrtica segn la cual, el maestro, mediante preguntas, va haciendo que el discpulo descubra nociones que en l estaban latentes. La dificultad consiste en que no es suficiente con que el filsofo interpele al lector, es necesario, adems, que este atienda, muestre inters por aquello que se le plantea y conteste. Cmo consigue el escritor implicar al lector en este dilogo?

    Hay que decir, en primer lugar, que Ortega acerca al lector a problemas bien conocidos por l. El nudo de sus escritos se fundamenta en la realidad circun-dante; no busca en el ms all, sino que, como se ha dicho, son preocupaciones que parten del aqu y del ahora. Es, por lo tanto, una filosofa de la vida alrededor, pero ntese bien, de la vida alrededor del lector. Lo explica Ortega en el Prlogo para alemanes al describir la naturaleza dialgica de toda comunicacin humana:

    Las ideas referentes a autnticas realidades son inseparables del hombre que las ha pensado no se entienden si no se entiende al hombre, si no nos consta quin las dice. El decir, el logos no es realmente sino reaccin determinadsima de una vida individual. Por eso, en rigor, no hay ms argumentos que los de hombre a hombre. Porque, viceversa, una idea es siempre un poco estpida si el que la dice no cuenta al decirla con quin es aqul a quien se dice. El decir, el logos es, en su estricta realidad, humansima conversacin, dilogos, argu-mentum hominis ad hominem. El dilogo es el logos desde el punto de vista del otro, del prjimo.Esta ha sido la sencilla y evidente norma que ha regido mi escritura desde la primera juventud. Todo decir dice algo esta perogrullada no la ignora na-die, pero, adems, todo decir dice ese algo a alguien [] Si el lector analiza lo que ha podido complacerle de mi obra, hallar que consiste simplemente en que yo estoy presente en cada uno de mis prrafos, con el timbre de mi voz, gesticulando, y que, si se pone el dedo sobre cualquiera de mis pginas, se siente el latido de mi corazn (IX, 127).

    Por lo tanto, el primer rasgo que percibimos apenas nos asomamos a los artculos filosficos de este autor es una fabulosa proximidad con los problemas concretos de su tiempo, propiedad, por otra parte, netamente periodstica pues no hay gnero literario ms imbricado en la vida real y momentnea que el peridico.

    En segundo lugar, y muy vinculado con lo anterior, la citada mayuti-ca orteguiana consiste en ir girando sobre el objeto tratado de modo que cada perspectiva produzca en l mltiples visiones. Ortega lo expresa con la imagen de los hebreos conquistando Jeric, asedindola desde el exterior a base de crculos concntricos. La teora del punto de vista como es sabido resulta consus-tancial a la filosofa orteguiana. En el caso que nos ocupa, en particular, hay que entenderla como una consecuencia ms de la vocacin intelectual expresada por

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    Ortega al asumir su designio de ser faro en la oscuridad. El autor se propone, por este orden, elevar el espritu de sus compatriotas y conducirlos hacia una atalaya que le permita ver qu hay a su alrededor. Una vez all, con la perspectiva adecua-da, el hombre podr contemplar su circunstancia y saber a qu atenerse; adems, deber aprender a amar las cosas que le rodean porque solo en ellas encontrar su salvacin.

    Esta es de forma sucinta y esquemtica la razn latente en la teora del per-spectivismo expuesta al comienzo de las Meditaciones del Quijote, cuando Ortega se dirige al lector y le avisa de que esos ensayos:

    son ms bien lo que un humanista del siglo XVII hubiera denominado salvaciones. Se busca en ellos lo siguiente: dado un hecho un hombre, un libro, un cuadro, un paisaje, un error, un dolor, llevarlo por el camino ms corto a la plenitud de su significado. Colocar las materias de todo orden, que la vida, en su resaca perenne, arroja a nuestros pies como restos inhbiles de un naufragio, en postura tal que d en ellos el sol innumerables reverberaciones.Hay dentro de toda cosa la indicacin de una posible plenitud. Un alma abi-erta y noble sentir la ambicin de perfeccionarla, de auxiliarla, para que logre esa su plenitud. Esto es amor el amor a la perfeccin de lo amado (I, 747).

    Pues bien, la forma como Ortega construye sus artculos se fundamenta en ir asediando los problemas a base de crculos concntricos, de modo que el lector repare en las mltiples aristas de las cosas, las comprenda y pueda, a travs de ellas, llegar a la plenitud de su significado. Esta es la misin exegtica que se propone Ortega, y desde luego que sus artculos filosficos se inscriben en este orden de actuacin.

    Formalmente el resultado es un texto escalonado, en el que el ritmo es ascendente. Como en la mayutica, el filsofo propone al lector nuevos puntos de vista sobre el objeto, suele llamar su atencin sobre aspectos curiosos y solo en apariencia intrascendentes, aspectos que, sin embargo, provocan que el lector comprenda de sbito la direccin adonde apuntan e, ingenuamente, crea haberlos descubierto por s mismo. Este razonamiento contiene un poder de sugestin for-midable al ser el interlocutor quien descubre el sentido oculto de las cosas, quien, como dira Ortega, cae en brazos de la verdad como por un escotilln.

    Unos artculos tomados de La rebelin de las masas, probablemente uno de los ensayos ms populares del intelectual madrileo, son un buen ejemplo de esta caracterstica estructural de sus artculos filosficos. Apenas nos adentramos en El hecho de las aglomeraciones, uno de los primeros captulos, comenzamos a caer en la cuenta de que, efectivamente, todo a nuestro alrededor est lleno, que

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    no hay sitio. Escribe Ortega: Las ciudades estn llenas de gente. Las casas, llenas de inquilinos. Los hoteles, llenos de huspedes. Los trenes, llenos de viajeros. Los cafs, llenos de consumidores. Los paseos, llenos de transentes. Las salas de los mdicos famosos, llenas de enfermos. Los espectculos, como no sean muy extem-porneos, llenos de espectadores. Las playas, llenas de baistas. Lo que antes no sola ser problema, empieza a serlo casi de continuo: encontrar sitio (IV, 393).

    La fuerza de este estilo filosfico reside en que Ortega consigue construir sus textos de un modo tal, que hasta que no leemos las evidencias enumeradas no caemos en su cuenta, y nos parece que nunca habamos reparado en ellas, que, de repente, las acabamos de descubrir. Este aparente modo de hablar al lector sobre trivialidades consigue implicarlo definitivamente en el argumento como en una tela de araa. En este sentido, la mayutica orteguiana es implacable cuan-do interpela directamente al lector: Cabe hecho ms simple, ms notorio, ms constante, en la vida actual?.

    A partir de aqu, es decir, habiendo tomado de la realidad un hecho que de puro evidente el lector ni se lo haba planteado, el filsofo invita a su interlocutor a un sencillo juego: Vamos ahora a punzar el cuerpo trivial de esta observacin le propone y nos sorprender ver cmo de l brota un surtidor inesperado, donde la blanca luz del da, de este da, del presente, se descompone en todo su rico cromatismo interior.

    Observemos cmo el juego contina en un nuevo crculo concntrico: Qu es lo que vemos y al verlo nos sorprende tanto? vuelve a plantear Orte-ga. Vemos la muchedumbre, como tal, posesionada de los locales y utensilios creados por la civilizacin. Apenas reflexionamos un poco, nos sorprendemos de nuestra sorpresa. Pues qu, no es el ideal? El teatro tiene sus localidades para que se ocupen; por tanto, para que la sala est llena. Y lo mismo los asientos el ferro-carril y sus cuartos el hotel. S; no tiene duda. Pero el hecho es que antes ninguno de esos establecimientos y vehculos sola estar lleno, y ahora rebosan, queda fuera gente afanosa de usufructuarlos. Aunque el hecho sea lgico, natural, no puede desconocerse que antes no aconteca y ahora s; por tanto, que ha habido un cambio, una innovacin, la cual justifica, por lo menos en el primer momento, nuestra sorpresa.

    Y para rematar esta faena inicial, una frase colofn divertida, mitad pa-radoja, mitad irona: Sorprenderse, extraarse, es comenzar a entender. Es el deporte y el lujo especfico del intelectual.

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    El resultado, como anticipado, es un texto escalonado con ritmo ascenden-te, en el que, peldao a peldao, el filsofo va elevando la perspectiva del lector y variando su punto de mira, de modo que al cabo de unas cuantas pginas habr digerido varias dosis de pensamiento que le permitirn, en el mejor de los casos, comprender el mundo que le rodea y que le ha tocado vivir, su circunstancia.

    IV. 2. El dramatismo de la ideaEl otro rasgo que hemos destacado en la arquitectura de los artculos

    filosficos de Ortega y Gasset tiene que ver con el dramatismo de la idea. A diferencia del aspecto anterior, que se refiere a una caracterstica estructural, ahora aludiremos a una cuestin puramente lingstica, aunque en cierto modo vinculada con la naturaleza dialgica de la comunicacin humana.

    La circunlocucin dramatismo de la idea pertenece al propio Ortega, y ya fue resaltada, entre otros, por Julin Maras cuando describi esta especificidad de la retrica orteguiana. El artculo, tal como Ortega lo entiende, tiene que ser un principio que no puede ser lgico, sino un principio de vivificacin. En otras palabras, tiene que ser una unidad dramtica. Por otra parte, su brevedad lo obliga a ser, ms que dialctico, visual o intuitivo. Tiene que fundarse, ms que en enca-denamientos de ideas, tan expuestas al pensamiento inercial y a la mecanizacin terminolgica, en evidencias. La necesidad de argumento de cada artculo ha hecho que Ortega escriba siempre una filosofa alerta, que no perdiese de vista la realidad, que no se enreda en sus propias ideas8.

    Pues bien, despus de todo lo explicado en el punto anterior, lo que cabe pensar es que el estilo dramtico de sus artculos surgi como una consecuencia ms de la voluntad de dilogo con el lector, y que fue utilizado para contribuir y mejorar la asimilacin de la filosofa. El dramatismo, esto es, la capacidad de interesar y conmover vivamente, consiste en la intensificacin de las ideas que evita el debilitamiento de la atencin del lector, sobre todo frente a problemas ridos, esteparios, en los que una mente no entrenada podra desfallecer. Como el mtodo mayutico consiste en implicar al lector en los razonamientos para que sea l mismo quien lleve los argumentos hasta sus ltimas consecuencias, es inevi-table que cierta pattica del discurso emane espontneamente, de modo que sus efectos retricos funcionen como seuelos que recuperan la atencin distrada del interlocutor. Dicho de otra forma, cada idea se expone como si fuera la nica, la ms importante en cada momento, como si no existiera nada ms sublime fuera de ella. Podemos pensar que este dramatismo es de origen gentico en la filosofa

    8 Ibdem.

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    de Ortega, es decir, que le sala espontneamente, sin tener que buscarlo, aunque tuviera en su maestro Cohen un buen ejemplo de la pattica. En el Prlogo para alemanes evoca Ortega, precisamente, esta cualidad:

    Hombre apasionado, Cohen, la filosofa se haba concentrado en l como la energa elctrica en un condensador y la faena gris de una leccin haba que-dado convertida en slo rayos y centellas. Era un formidable escritor, como era un formidable orador. Cuando yo le o, su elocuencia se haba reducido ya a pura pattica. Pero entindase bien, de la ms exquisita clase. Era pura retrica, pero no mala retrica, linftica, fofa y sin verdad ntima. Todo lo contrario. Su frase era, para ser alemana, anormalmente breve, puro nervio y msculo operante, sbito puetazo de boxeador. Yo senta cada una de ellas como un golpe en la nuca.[] Su prosa, hablada o escrita, era de ndole blica y, como casi siempre lo blico, aunque, un poco barroca, profundamente elegante. De l aprend yo a extraer la emocin de dramatismo que efectivamente yace en todo gran prob-lema intelectual, mejor an, que todo problema de ideas es. La ms alta y fe-cunda misin del profesor universitario es disparar ese dramatismo potencial y hacer que los estudiantes en cada leccin asistan a una tragedia (IX, 142-143).

    Queda claro el sentido del dramatismo aludido y cmo Ortega fundamen-t su expresin literaria en la retrica, en el belicismo semntico de los conceptos, en agotar las posibilidades expresivas de las palabras a la hora de representar las ideas. La metfora ltima del profesor que dispara el dramatismo para que los estudiantes, en cada leccin, asistan a una tragedia, es la mejor manera de evocar este estilo de los artculos filosficos de Ortega y Gasset.

    V. La filosofa y la prensaLo expuesto hasta aqu podra inducir al error a quien creyera que la relacin

    de Ortega con la prensa transcurri dentro de la normalidad, as aparentada en las pginas precedentes. Que Ortega tuviera la visin, como otros coetneos, de que solo a travs de los peridicos su voz sera escuchada en esta pennsula, no quiere decir que aceptara acrticamente la naturaleza del periodismo. Los peridicos siempre han sido un negocio necesitado del gran pblico para la subsistencia. En los albores de la sociedad de masas se acenta el carcter mercantil de la informacin, lo que favoreci la propensin por el suceso y la noticia espectacular. En las sociedades modernas y complejas, lo importante ha perdido la batalla contra lo interesante, y ello se aprecia en la crtica de ciertos intelectuales del momento, como Walter Lippmann en Estados Unidos y Jos Ortega y Gasset en Europa.

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    La obra de Lippmann, acaso uno de los periodistas e intelectuales ms influyentes en Estados Unidos durante la primera mitad del siglo XX, contie-ne la misma crtica a la prensa de masas que encontramos en Ortega, y ambos coinciden en la clave del problema: la necesidad de que el periodista reciba una formacin desde la perspectiva universitaria, de modo que adquiera otra nocin de la realidad9. Como no todo lo que tiene la capacidad de concitar el inters de muchos merece ocupar un espacio en los medios de comunicacin, es necesario que los hombres encargados de jerarquizar las noticias dispongan de una visin global y universal de la realidad. Solo una casta de periodistas convenientemente formada y capacitada podr elevar a los peridicos a la altura de la complejsima misin que las sociedades modernas han depositado en la prensa. De qu se trata, por tanto?

    En la obra de Ortega est enunciado con bastante claridad en las pginas de Misin de la Universidad (1930). Este texto le supuso a Ortega un enfrenta-miento con el editorialista de El Sol, peridico que l mismo fund en 1917 con Nicols Mara de Urgoiti. Ciertamente Ortega arremete contra los periodistas calificndolos como una de las clases menos cultas de la sociedad, y critica la visin periodstica, obnubilada por lo que momentneamente mete ruido:

    Yo no quisiera molestar en dosis apreciable a los periodistas. Entre otros motivos, porque tal vez yo no sea otra cosa que un periodista. Pero es ilusorio cerrarse a la evidencia con que se presenta la jerarqua de las realidades espirituales. En ella ocupa el periodismo el rango inferior. Y acaece que la conciencia pblica no recibe hoy otra presin ni otro mando que los que le llegan de esa espiritualidad nfima rezumada por las columnas del peridico. Tan nfima es a menudo, que casi no llega a ser espiritualidad; que en cierto modo es antiespiritualidad. Por dejacin de otros poderes, ha quedado encargado de alimentar y dirigir al alma pblica el periodista, que es no slo una de las clases menos cultas de la sociedad presente, sino que, por causas espero transitorias, admite en su gremio a pseudointelectuales chafados, llenos de resentimiento y de odio hacia el verdadero espritu. Ya su profesin los lleva a entender por realidad del tiempo lo que momentneamente mete ruido, sea lo que sea, sin perspectiva ni arquitectura. La vida real es de cierto pura actualidad; pero la visin periodstica deforma esta verdad reduciendo lo actual a lo instantneo y lo instantneo a lo resonante. [...] Cuanta ms importancia substantiva y perdurable tenga una cosa o persona, menos hablarn de ella los peridicos, y en cambio destacarn en sus pginas lo que agota su esencia con ser un suceso y dar lugar a una noticia (2005, 567).

    9 Cfr. Lippmann, W., Liberty and the news. New York: Harcourt, Brace and Howe, 1920. Lippmann, W., Public opinion. New York: Macmillan, 1922.

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    Sin embargo, sus palabras no se entendieron bien en aquel momento, y tambin nosotros corremos el riesgo de no comprender hacia dnde iba exacta-mente dirigida la crtica de Ortega. No es contra los periodistas contra quienes ajusta sus cuentas el filsofo, sino contra los poderes espirituales que han desistido de su funcin social, o sea, el Estado y la Universidad. De entre las realidades espirituales (trmino que Ortega toma de la filosofa de Augusto Comte) y por dejacin de los dems, solo la Prensa queda en pie, con su propensin natural hacia lo estrambtico y lo espectacular, para dirigir los designios pblicos.

    La publicacin de aquella polmica entrega de Misin de la Universidad su-puso que Ortega recibiera la crtica del propio editorialista de El Sol, de modo que Ortega, periodista de toda la vida, como deca de s mismo, se sinti obligado a publicar una aclaracin. El 13 de noviembre de 1930 apareci en El Sol Sobre el poder de la prensa, donde leemos los siguientes argumentos que contextualizan adecuadamente el sentido de la crtica orteguiana:

    Normalmente han coexistido en la historia diversos poderes espirituales, y slo esta pluralidad de poderes diferentes y ms o menos antagnicos asegura la salud social. Esos poderes tuvieron y tienen inexorablemente rangos distintos, aunque todos son, en efecto, espirituales. [...] Pues bien: yo pienso, acaso con error, que hoy no posee plena vivacidad ms que un slo poder espiritual el de la Prensa. Ahora bien: ste, por la naturaleza misma de la Prensa, es el menos elevado de los poderes espirituales. Situacin tal me parece funestsima. Y pido en consecuencia, no que la Prensa deje de ser un poder espiritual, sino que no sea el nico y que sufra la concurrencia y correccin de otros. De uno, por lo pronto: la Universidad.[] La interpretacin periodstica es y ser siempre la perspectiva de lo momentneo como tal. Por mucho que colaboren en el peridico los universitarios, la perspectiva, tono, tendencias y modos dominantes sern los periodsticos. La interpretacin universitaria de las cosas es y ser siempre la de acentuar en la actualidad lo no momentneo (IV, 345-346).Esta crtica que Ortega lanza al periodismo en 1930 se encuentra en su

    obra desde mucho antes. Para el filsofo, en consonancia con la crtica de la pren-sa de masas, el problema siempre fue la falta de arquitectura intelectual de los periodistas, es decir, la capacidad para edificar una jerarqua informativa que ase-gure la salud social. En dicha jerarqua tendran cabida ideas y pensamientos que, alejados de lo eventual, serviran para tomar el pulso a la sociedad. Por lo tanto, el problema parece residir en el concepto de actualidad, que en periodismo es un concepto bastante complejo. Escribe Ortega hacia 1911:

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    Pero hay otra clase de hechos que suelen asomar con menos frecuencia en las columnas de los diarios: estos hechos son las ideas. Por ventura no son ac-tuales las ideas? Actual no es lo que ahora, en este instante acaece, sino lo que acta, lo que influye en los hombres y en las formas de su trato y sociedad.[...] Las cosas son solo la superficie de las ideas, como las Islas Marianas son una ligera capa de tierra sostenida por montes de coral. Da vendr en que no sea raro hallar en los peridicos noticias que comiencen as: En tal pueblo de Alemania acaba de estallar una nueva teora tica. Noticias de este gne-ro pueden ser de mayor actualidad que otras cualesquiera, pues a la vuelta de diez, de veinte aos, acaso esa teora, ese aparente juego de palabras haya transformado el ambiente social y con l los derechos y los deberes, las insti-tuciones, el rgimen de impuestos y los usos mercantiles (I, 473-474).En conclusin, la actuacin periodstica de Jos Ortega y Gasset debe con-

    siderarse como una obra de gran calado en el conjunto de su produccin intelec-tual. Fue as porque intuitivamente el filsofo comprendi su Espaa y el signo del tiempo que le haba tocado vivir. Afront la temprana y poderosa vocacin de poner su vida al servicio de su patria para contribuir a su enriquecimiento cultural, y fruto de ello Ortega siente que solo podr desempear su misin con las armas comunicativas del periodismo. Esta es la razn de que casi toda su obra intelectual haya sido alumbrada entre los estrechos mrgenes de los peridicos, dcil a la tirana de la brevedad y de la claridad.

    Fue plenamente consciente de que sera juzgado por ello, de que la Academia censurara esta democratizacin de la filosofa, pero es que simplemente no quedaba otra. El paso del tiempo, sin embargo, ha permitido que intelectuales de peso como Max Weber glosen la valenta de los que, como Ortega, se expusieron a los vaivenes de la prensa en la aventura de salvar a los dems de su propio naufragio vital: [El periodista] pertenece a una especie de casta paria que la sociedad juzga siempre de acuerdo con el comportamiento de sus miembros moralmente peores. As, logran curso las ms extraas ideas acerca de los periodistas y de su trabajo. No todo el mundo se da cuenta de que, aunque producida en circunstancias muy distintas, una obra periodstica realmente buena exige al menos tanto espritu como cualquier obra intelectual, sobre todo si se piensa que hay que realizarla aprisa, por encargo y para que surta efectos inmediatos. Como lo que se recuerda es, naturalmente, la obra periodstica irresponsable, a causa de sus funestas consecuencias, pocas gentes saben apreciar que la responsabilidad del periodista es mucho mayor que la del sabio y que, por trmino medio, el sentido de la responsabilidad del periodista honrado en nada le cede a la de cualquier otro intelectual10.

    10 Weber, M., El poltico y el cientfico. Madrid: Alianza, 1981, pp. 117-118.

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    referencias bibliogrficas

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    Recibido: Diciembre 2013Aceptado: Marzo 2014

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    Filosofa analtica y filosofa continental: La apropiacin de un debate por la filosofa peruana

    Analytic philosophy and continental philosophy: The appropriation of a debate by the Peruvian philosophy

    Pablo Quintanilla1Pontificia Universidad Catlica del Per, Lima, Per

    [email protected]

    resumenEste texto se propone analizar algunas relaciones entre las dos tradiciones filo-sficas contemporneas ms importantes usualmente denominadas filosofa analtica y filosofa continental con el objetivo de mostrar cmo su integracin e influencia mutua puede dar lugar a intuiciones originales que ejemplifican la apropiacin creativa de un debate, particularmente para el desarrollo de la filo-sofa peruana. El texto culmina sugiriendo dos puntos concretos en que se puede notar esta apropiacin: el pragmatismo filosfico y la constitucin intersubjetiva de la subjetividad.

    palabras clave: filosofa analtica, filosofa continental, pragmatismo, filosofa peruana.

    1 Pablo Quintanilla es Ph.D. en filosofa por la Universidad de Virginia y magster en filosofa por la Universidad de Londres (Kings College). Se especializa en filosofa del lenguaje y de la mente, epistemologa y teora de la accin. Es coeditor de El pensamiento pragmatista en la actualidad: Co-nocimiento, lenguaje, religin, esttica y poltica (Lima: PUCP 2015, en prensa) y de Cognicin social y lenguaje. La intersubjetividad en la evolucin de la especie y en el desarrollo del nio (Lima: PUCP, 2014), editor de Ensayos de metafilosofa (Lima: PUCP, 2009), coeditor de Desarrollo humano y libertades. Una aproximacin interdisciplinaria (Lima: PUCP, 2009) y de Lgica, lenguaje y mente. Volumen IV de la Coleccin Tolerancia (Lima: PUCP, 2012) y coautor de Pensamiento y accin. La filosofa peruana a comienzos del siglo XX (Lima: IRA, 2009). Actualmente es profesor principal de filosofa en la Pontificia Universidad Catlica del Per y decano de Estudios Generales Letras. Es miembro de diversas sociedades acadmicas internacionales, incluyendo el Grupo Interdisciplinario de Investigacin Mente y Lenguaje.

    Solar | Ao 10, Volumen 10, Nmero 2, Lima, pp.42. DOI. 10.20939/solar.2014.10.0202

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    abstractThis paper attempts to analyze some of the relations between the two most important contemporary philosophical traditions usually called Analytic and Continental in order to show how their integration and mutual influence can give rise to original intuitions that might exemplify a case of creative appropri-ation of a debate, particularly for the development of Peruvian philosophy. The paper ends by suggesting two topics in which this creative appropriation can be seen: contemporary philosophical pragmatism and the intersubjective constitu-tion of subjectivity.

    Key words: Analytic philosophy, continental philosophy, pragmatism, Peruvian philosophy

    Los dos mbitos filosficos ms importantes de discusin actual, que co-rresponden a las dos tradiciones filosficas ms relevantes de los ltimos cien aos, suelen ser denominados filosofa analtica y filosofa continental. A su vez, estas son las dos influencias principales en la filosofa que se cultiva en el Per desde hace unos cincuenta aos. Pero es interesante notar, desde un perspectiva de sociologa acadmica, que ni los filsofos peruanos que practican la filosofa analtica lo hacen desatendiendo plenamente la filosofa continental, ni aquellos de corte continental ignoran totalmente las discusiones en el mbito analtico.

    Esto se explica, probablemente, porque los actuales estudiantes de filosofa beben de ambas tradiciones de parte de sus maestros y porque la educacin filosfica que reciben nuestros alumnos, y esto es representativo de lo que ocurre en la mayor parte de Latinoamrica, los obliga a integrar lo que en otros pases est an poco integrado. Esto puede verse como un inconveniente, si uno cree que las tradiciones o metodologas filosficas deben ser puras y que la contaminacin de otras puede ser nociva, o puede verse como una circunstancia favorable para una produccin que podra tener rasgos originales. En el caso del Per, el no tener una tradicin filosfica robusta nos ha obligado a ser receptores de todas las tradiciones y a integrarlas conceptualmente dentro de nuestra propia formacin. Esa es una ventaja que nuestros alumnos deben explotar, pues la creatividad es siempre el producto de una integracin inteligente de distintas influencias. Ese fenmeno est ocurriendo desde hace ya muchos aos en casi todos los pases latinoamericanos, incluyendo el Per, y es algo que se debe fomentar y potenciar.

    En este texto no me propongo hacer predicciones acerca del tipo de filoso-fa que podra producirse en Latinoamrica, ni tampoco deseo sostener que este

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    mestizaje filosfico est necesariamente llamado a generar alguna originalidad. Con frecuencia se dice, con inocultable irona, que la filosofa latinoamericana siempre se anuncia pero nunca se enuncia. Por ello, dado que tiene ms valor enunciar la filosofa que anunciarla, lo que corresponde a los filsofos peruanos es abordar problemas filosficos de manera autnoma, dejndose influir por todas las tradiciones e intentando hacer contribuciones reales al pensamiento universal. No deja de ser interesante, sin embargo, formular interrogantes metafilosficas y preguntarse qu caractersticas tiene la filosofa que se cultiva en nuestros predios, por qu tiene estas caractersticas y no otras, y cmo deberamos formar a nuestros alumnos para que produzcan algn pensamiento que no solo sea interesante para nosotros sino tambin para lectores de otras regiones del mundo. En este texto me propongo, por tanto, mostrar cmo se fue constituyendo el debate entre ana-lticos y continentales para, finalmente, describir un caso concreto de apropiacin dialgica de ese debate.

    Es interesante sealar una curiosa paradoja. La expresin filosofa anal-tica no suele ser empleada por los filsofos analticos, ni tampoco en los pases donde supuestamente se practica ese tipo de filosofa, sino es ms bien usada por los filsofos que cultivan otras tradiciones para referir a aquellos que se mueven en la rbita de los pases anglosajones. No hay sociedades de filosofa analtica en Gran Bretaa ni en los Estados Unidos, aunque s en Latinoamrica, Italia, Espa-a, Francia y Alemania. Si se le preguntara a un filsofo angloamericano estndar, es decir, a uno que ejemplificara para la filosofa lo que, en relacin a la ciencia, Thomas Kuhn2 llamaba un cientfico normal, si es que l o ella se autodenomi-na analtico, probablemente respondera que se considera a s mismo un filsofo dispuesto a plantearse preguntas relevantes, ms all de si estas fueron formuladas por primera vez en una isla o en el continente europeo. Si se le dijera que uno es un latinoamericano que hace filosofa analtica, quiz el interlocutor piense que uno es un historiador de la filosofa que se ocupa de los orgenes de la filosofa analtica en la primera mitad del siglo XX o alguien interesado en la denominada filosofa del lenguaje ordinario que floreci en Oxford durante la misma poca. Resulta irresistible contar aquella ancdota de cuando Hilary Putnam vino a Lima a comienzos de los aos ochenta y un periodista le pregunt si era verdad que l es un filsofo analtico. Putnam contest que no, que l es en realidad sinttico.

    Anlogamente, la expresin filosofa continental tampoco es empleada por los supuestos filsofos continentales. De hecho, fueron los ingleses quienes acuaron esta etiqueta para referir a la filosofa que se practicaba en el continente

    2 Kuhn, Thomas, La estructura de las revoluciones cientficas, Mxico: FCE, 1985.

    Filosofa analtica y filosofa continental: La apropiacin de un debate por la filosofa peruana

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    europeo, por oposicin a lo que se haca en las islas britnicas. Rara vez un ale-mn, francs o italiano dira de s mismo que es continental, porque estara adop-tando la perspectiva insular. Simplemente dira que hace filosofa y que lo que le interesa es la fenomenologa, la hermenutica o la teora crtica, por ejemplo. De igual manera, aunque en Gran Bretaa existen cursos de filosofa continental en los planes de estudio universitarios y en Estados Unidos cursos de filosofa eu-ropea (que no incluye a la britnica), estos no existen en el continente europeo, donde s existen cursos de filosofa analtica. En los pases anglfonos puede haber cursos sobre los orgenes de la filosofa analtica, pero sera muy extrao que haya un curso con el nombre de filosofa analtica. En el caso latinoamericano, es una deliciosa paradoja notar que cuando existen cursos con el nombre de filosofa analtica en los planes de estudios de una universidad es porque esta es mayorita-riamente continental, y si en un plan de estudios nos encontramos con cursos con la etiqueta de filosofa continental, es porque los filsofos analticos ya invadieron el programa. Queda claro, entonces, que autodenominarse analtico o continental puede ser un signo de que uno se encuentra en minora respecto de sus colegas.

    Sin embargo, en lneas generales se suele entender por filosofa analtica la que se cultiva en diversos pases, ya no solo en aquellos de habla inglesa, que son herederos de una tradicin de autores que incluyen a Russell, Frege, Wittgenstein, Quine, Kripke y Davidson, entre otros, y que privilegian el anlisis lgico y conceptual, la precisin argumental y, cada vez ms, la evidencia emprica. Estos pases incluyen sin duda a Estados Unidos y Gran Bretaa, pero tambin a Australia y Nueva Zelanda, y a los pases escandinavos. Tambin, hay ncleos de este tipo de filosofa en casi todos los dems pases del orbe.

    Una virtud de los representantes de esta tradicin es el cuidado meticuloso con los detalles de la argumentacin, adems de que, por lo general, resulta muy claro qu es exactamente lo que estn discutiendo, cules son sus presupuestos y cul la tesis que desean esgrimir. Un defecto frecuente es el suponer que pueden abordar un problema prescindiendo del contexto histrico que lo origin y mode-l, como si las preguntas filosficas fueran independientes de una sociedad y una situacin prctica especfica que las hace inteligibles y relevantes.

    Una objecin comn a la filosofa analtica es que naci en los brazos de un cierto platonismo, pero es indiscutible que, aunque este an sobrevive en muchos autores, la influencia del pragmatismo estadounidense y de las obras del segundo Wittgenstein y Quine, lo han eliminado por completo en la mayor parte de ver-tientes de la filosofa actual. Un filsofo que despierta pasiones encontradas y cuyo lugar en la historia de la filosofa del siglo XX es an incierto es Richard Rorty,

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    pero me parece indiscutible que sus reflexiones metafilosficas sobre las virtudes y los defectos de la filosofa analtica, as como sus presupuestos, fantasmas, pre-juicios y aciertos, son de tal agudeza que Rorty resultar un autor cannico, si no como figura principal, sin duda como comentarista y observador del siglo XX filosfico. 3

    De otro lado, por filosofa continental suele entenderse a aquella que hunde sus races en la tradicin alemana de Dilthey, Brentano, Husserl, Heidegger y Gadamer, y que tiene un estilo ms historicista y menos argumentativo, es decir, cuyo inters fundamental es entender el proceso intelectual y social que condujo a que un gran filsofo (su propio tiempo hecho pensamientos, deca Hegel) llega-ra a desarrollar ciertas ideas que reflejan la Weltanschauung de una poca. Por ello, con frecuencia se critica a estos filsofos el que hagan poco control argumental, es decir, el que estn ms concentrados en entender qu es exactamente lo que dijo un autor, por qu dijo lo que dijo y qu revela eso de su poca, antes que en preguntarse si aquello que ese autor sostuvo est bien justificado, si se sigue lgi-camente de sus propias premisas o si es compatible con otros conocimientos que ahora tenemos. Eso ocurre, sobre todo, en la filosofa alemana. En el caso de la tradicin francesa, aunque tambin se inspira en los clsicos alemanes, sobre todo en Husserl y Heidegger, hay un mayor inters poltico, social y literario, como es posible constatar en autores como Foucault, Derrida o Lyotard.

    Por eso el filosofar de analticos y continentales es distinto, y se hace ms diferente en tanto ms analtico o ms continental sea uno. Pero tambin es di-ferente su manera de hacer historia de la filosofa. Mientras que un historiador continental suele tener presupuestos intencionalistas que lo conducen a pregun-tarse qu es lo que verdaderamente un filsofo tuvo la intencin de decir y qu refleja eso de la poca en que escribi, el analtico por lo general se pregunta si eso que aquel autor sostuvo es verdadero o falso. El continental recriminar al analtico que est cometiendo anacronismos y que los predicados verdadero y falso se aplican a proposiciones descriptivas de hechos pero no a afirmaciones filos-ficas que, en cierto sentido, estn ms all de la verdad y la falsedad, pues con frecuencia son solo iluminadoras o inspiradoras, como puede serlo una metfora o una buena analoga. Ante esto, el analtico podr retrucar que no comete ningn anacronismo porque no le interesa descalificar la obra del filsofo que estudia sino preguntarse si uno podra seguir sosteniendo esas afirmaciones el da de hoy y con la informacin que ahora tenemos. Tambin podr aadir, este hipottico filsofo

    3 Rorty, R., Schneewind, J., Skinner, Q., Philosophy in History. Essays in the Historiography of Philosophy, Cambridge: Cambridge University Press, 1984.

    Filosofa analtica y filosofa continental: La apropiacin de un debate por la filosofa peruana

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    analtico, que pretender reconstruir lo que un autor realmente dijo o sus reales in-tenciones es un presupuesto positivista del que el historiador continental todava no se ha librado. Finalmente, el analtico dir que afirmar que las tesis filosficas no son portadoras de verdad es una tesis que deber ser justificada de manera que uno se pregunte si es verdadera o falsa. Pero esto depender, naturalmente, del concepto de verdad que uno tenga. Si uno tiene una concepcin minimalista, deflacionista o pragmatista de la verdad no tendr mayores inconvenientes en aceptar que una afirmacin como el ser se dice de muchas maneras puede ser considerada verdadera si est mejor justificada que su opuesta, sin que uno est pretendiendo haber encontrado una verdad absoluta e irrefutable acerca del ser, y menos an una correspondencia entre esa oracin y la realidad. Sin duda, muchas afirmaciones filosficas no pretenden ser verdaderas sino iluminadoras, pero no todas, no siempre, y no en todos los casos.

    Consideremos como ejemplo a un historiador que est estudiando a Kant. El analtico podra preguntarse si la concepcin que este autor tiene del espacio y del tiempo est comprometida con la mecnica newtoniana, lo cual la descalifica. Eso no significa que Kant haya sido un mal filsofo, dado que es obvio que no pudo haber conocido a Einstein. Lo nico que significa es que uno no podra ser hoy kantiano y einsteiniano al mismo tiempo, es decir, que con los conocimientos que ahora tenemos no podramos justificar apropiadamente la teora kantiana del espacio y el tiempo. El continental podra responder que s es posible ser kantiano y einsteiniano simultneamente, siempre que uno sostenga que el espacio y el tiempo, en tanto formas puras de la sensibilidad, no describen cmo es la realidad sino cmo son los mecanismos neurolgicos innatos que nos permiten constituir representaciones de la realidad suficientemente adaptativas para que la supervi-vencia de la especie sea posible. As, nosotros podramos tener concepciones in-natas del espacio y el tiempo de corte newtoniano, as como tambin podramos tener una geometra innata euclidiana y, finalmente, hasta una ontologa dualista cartesiana, todo lo cual sera beneficioso para la supervivencia, independiente-mente de que describa la realidad en s misma, que podra ser incognoscible. Por todo ello, no solo sera hoy posible ser kantiano y einsteiniano al mismo tiempo sino, ms an, Kant habra tenido razn. Pienso que si el continental dijera todo eso acertara, pero ntese que se habra ido convirtiendo progresivamente en un analtico en su argumentacin.

    Con este dilogo imaginario he intentado mostrar que muchas veces la filosofa analtica ve cosas que la filosofa continental no ve, y viceversa. Esto no implica que todos debamos convertirnos en mestizos filosficos. Es natural que uno tenga sus inclinaciones y que, dependiendo de su talante y sus curiosidades,

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    se incline ms por cierto tipo de filosofa que por otro. Eso ocurre tambin al interior de la filosofa analtica y de la continental. S es deseable, sin embargo, que los estudiantes estn expuestos a ambas formas de hacer filosofa para que una no les resulte ajena, lo que a estas alturas sera solo una inaceptable forma de ignorancia filosfica. Tambin porque las intuiciones de una tradicin pueden ser sumamente frtiles en el trabajo de la otra. De hecho, algunas ideas originales y valiosas de la filosofa reciente son el producto de la confluencia de estas tradiciones en un individuo, de la misma manera como ocurri con las diversas influencias presocrticas y orientales en Platn, con el pensamiento cristiano y el helenstico durante la Edad Media, o con el empirismo y el racionalismo en Kant.

    Muchos de los filsofos contemporneos ms interesantes son aquellos que tienen una doble influencia o que, por lo menos, tienen la vocacin de integrar ambas tradiciones. Ese es el caso, por ejemplo, de autores como Rorty, Brandom, Bernstein o McDowell, procedentes de la tradicin anglosajona; as como Habermas, Tugendhat o Apel, de la alemana, o Pascal Engel, Claudine Tiercelin y Francois Recanati de la francesa. Pero un rasgo que me parece interesante de percibir en estos autores es la presencia de presupuestos pragmatistas, ya sea de manera explcita o implcita. De hecho, pienso que el pragmatismo es un puente natural entre estas dos tradiciones filosficas, no solo porque siendo un producto de las dos las ha inspirado a ambas, sino tambin porque sus ms fuertes intuiciones se integran muy bien con aspectos del sentido comn propio de nuestra poca.

    La bifurcacin entre las tradiciones analtica y continental se comenz a dar hacia comienzos del siglo XX, a raz de la revuelta que se produjo contra el neohegelianismo en Inglaterra y EEUU, pases que hasta ese momento estaban fuertemente influidos por Hegel. El divorcio dur desde ese momento hasta fines del siglo XX. La tradicin filosfica europea ha sido un tronco comn para una separacin que comenz a darse coincidiendo temporalmente con los conflictos blicos que azotaron ese continente entre 1914 y 1945. Los autores ms repre-sentativos de ese tronco comn son probablemente Hume, Kant y Hegel. De hecho, ellos estn entre los filsofos que ms influyeron en la fenomenologa y la hermenutica contempornea en el caso de la filosofa alemana, as como en la tradicin de los hegelianos britnicos inmediatamente anteriores al nacimiento del atomismo lgico con Bertrand Russell y G. E. Moore, pero tambin en la filo-sofa estadounidense que comenz a gestarse con la llamada escuela de San Luis, que es la que antecedi al denominado Metaphysical Club de Harvard, de donde surgieron Josiah Royce, Charles Sanders Peirce y William James, entre otros.

    Filosofa analtica y filosofa continental: La apropiacin de un debate por la filosofa peruana

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    Si bien el desarrollo filosfico de estas tradiciones, la alemana y la angloa-mericana, condujo a una cierta incomunicacin en que los representantes de ellas prcticamente no se lean hasta hace relativamente poco tiempo, y en algunos casos siguen sin leerse, es indudable que hay puntos comunes, tanto a nivel de problemticas como de tesis explcitas e implcitas, lo que no es de sorprender, precisamente porque la tradicin comn ha abarcado alrededor de dos mil qui-nientos aos, mientras que la separacin solo unas pocas dcadas.

    Tanto los filsofos britnicos como los pragmatistas americanos de fines del siglo XIX y comienzos del XX, tuvieron la poderosa influencia de Hegel y de los neohegelianos y, naturalmente, la influencia hegeliana es omnipresente en la tradicin alemana. Probablemente Husserl conoci poco del pragmatismo americano, aunque ley y fue influido por The Principles of Psychology de William James, publicado originalmente en 1890.4 De hecho, en su libro La filosofa alemana contempornea Rdiger Bubner5 dice lo siguiente: Los pragmatistas americanos, de los que Husserl obviamente apenas saba algo, se haban referido haca ya mucho tiempo a la conexin que haba entre la investigacin y las necesidades prcticas. () a travs de la reflexin sobre los orgenes prcticos de la ciencia, los pragmatistas, como es bien sabido, obtuvieron un correctivo contra una teora del conocimiento que haba sido elevada a las alturas especulativas. De hecho es posible encontrar importantes relaciones entre la nocin husserliana de mundo de la vida y la idea pragmatista de un fondo de prcticas sociales compartidas, que son el espacio ltimo de justificacin de nuestras creencias, as como el contexto social de la verdad y la moralidad, lo que se puede evidenciar en dos textos claves de Peirce:6 Some consequences of four incapacities de 1868 y How to make our ideas clear de 1878, en los que practica un demoledor desmontaje de la escisin entre sujeto y objeto, y de la concepcin cartesiana de la subjetividad como lgicamente previa y desconectada de la intersubjetividad y de la objetividad. De igual manera desarma la teora del significado internalista e ideacional que est presupuesta en toda la tradicin filosficamente moderna desde por lo menos Descartes hasta Kant, pasando ciertamente por Locke. Estas intuiciones se pueden encontrar tambin, de manera ms reciente, en las Investigaciones filosficas y en Sobre la certeza de Wittgenstein7 quien, hasta donde se sabe, no ley a Husserl pero s fue influido poderosamente por Peirce, a travs de Frank Peter Ramsey,

    4 James, William, The Principles of Psychology, Nueva York: Dover, 1980.5 Bubner, Rdiger, La filosofa alemana contempornea, Madrid: Ctedra, 1991, pp. 49 y 50. 6 Peirce, Charles Sanders, Collected Papers. Charles Hartshorne y Paul Weiss (editores). Cambridge,

    MA: Harvard University Press, 1931 y ss. 7 Wittgenstein, Ludwig, Investigaciones filosficas, Mxico: UNAM, 1988; Sobre la certidumbre, Caracas:

    Editorial Tiempo Nuevo, 1972.

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    quien era un especialista en Peirce, y de primera mano por William James, no solo por The Principles of Psychology sino tambin por Las variedades de la experiencia religiosa.8 En el caso de la filosofa francesa, Henri Bergson y William James fueron amigos muy cercanos y se influyeron mutuamente, como ellos mismos lo reconocen en sus obras acadmicas y en mltiples textos epistolares.9

    Est presente en el pragmatismo la idea de una precomprensin no verbal sino prctica y una realidad primordial no conformada por objetos discretos y separados sino por entidades que se vuelven significativas en funcin a nuestros propsitos y objetivos prcticos. Dice Hubert Dreyfus10 que puede verse a Heide-gger como radicalizando las intuiciones que ya estaban contenidas en Nietzsche, Peirce, James y Dewey. Sostiene Dreyfus que Heidegger, as como su compaero George Lukcs, muy probablemente estuvo expuesto al pragmatismo americano a travs de Emil Lask.11 En la nota al pie nmero 7 de Being in the World dice Dreyfus que eso se lo sugiri a l Gadamer y seala que Heidegger agradece a Lask por la intuicin de que nuestras categoras corresponden a funciones que brotan del uso de expresiones en el pensamiento y conocimiento vivo.12 En las lecciones de 1921,13 Heidegger menciona al pragmatismo y expresa su adherencia a relativi-zar las estructuras del conocimiento a formas de vida, es decir, a prcticas sociales compartidas. No son muchos, aunque son cada da ms, los autores que estn interesados en explorar las relaciones entre Husserl, Heidegger, el pragmatismo americano y Wittgenstein. Entre estos autores estn Jeff Malpas,14 Mark Okrent15, sin duda Rorty y, entre los latinoamericanos, Roberto Walton para iluminar las conexiones entre Husserl y Peirce.16 Como una interesante curiosidad que Walton menciona, hay que notar que en los primeros aos del siglo XX, tanto Husserl como Peirce usan la expresin fenomenologa para designar al tipo de mtodo filosfico que se proponen desarrollar. En el caso de Husserl, lo ms probable es que l haya recogido la palabra de Lotze, Stumpf y Brentano, aunque se sabe que

    8 James, William, Las variedades de la experiencia religiosa, Barcelona: Pennsula, 1986.9 Cf. Quintanilla, P., Escajadillo, C., Orozco, R.A., Pensamiento y accin. La filosofa peruana a comienzos

    del siglo XX, Lima: Instituto Riva-Agero, 2009.10 Dreyfus, Hubert, Being in the World. A commentary on Heideggers Being and Time, Division I, MIT,

    1991.11 Ibid. P. 6.12 Heidegger, Martin, Gesamtausgabe, Vol. 1., p. 22713 Contenidas en el volumen 61 de sus obras completas, p. 135.14 Malpas, Jeff, Donald Davidson and the Mirror of Meaning, Cambridge University Press, 1992.15 Okrent, Mark, Heideggers Pragmatism. Understanding, Being and the Critique of Metaphysics, Cornell

    University Press, 1988.16 Walton, Roberto, Peirce y la fenomenologa, recuperado en: http://www.unav.es/gep/IIPeirceAr-

    gentinaWalton.html (2006).

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    ley por lo menos el prefacio de la Fenomenologa del espritu de Hegel. En el caso de Peirce, se sabe que el breve uso que le dio al trmino fenomenologa, pues luego lo abandon, procedi del hegeliano estadounidense William Torri Harris, gracias a un intercambio epistolar entre ellos que se conserva solo de manera parcial.

    Tambin hay importantes puntos de divergencia entre ambas tradiciones, sobre todo en sus orgenes, entre los que yo considerara como especialmente re-levantes el recurso a lo trascendental y la nocin de esencia, que no se encuentran ni podran encontrarse en el pragmatismo, aunque eso tambin depende de la manera como se entiendan ambos conceptos.

    Hay dos ltimas intuiciones que deseo poner sobre la mesa, solo como sospechas o sugerencias, pues requeriran de una argumentacin ms detalla-da. La primera intuicin, que se desprende de los ltimos prrafos, es que el pragmatismo filosfico es un puente particularmente viable para conectar las dos tradiciones filosficas que nos interesan. Este sera el caso porque, subyaciendo a aspectos importantes de ambas tradiciones, hay presupuestos comunes que fueron desplegados y hechos explcitos por los pragmatistas. Me refiero especialmente a la idea de que son las prcticas sociales compartidas, ese fondo de convicciones ltimas tcitas y no siempre conscientes que toman la forma de comportamiento social compartido, las que operan como fundamento ltimo de nuestras creencias y nuestro comportamiento moral. A esto est vinculada la idea de que el con-tenido de una creencia o un concepto se evala por su capacidad para generar comportamiento, es decir, para servir como una disposicin y una gua para la accin. De todo lo anterior es inseparable una concepcin de la verdad como justificacin garantizada, ya sea en condiciones actuales o ideales, segn el tipo de pragmatismo que uno abrace. Me parece significativo que algunos de los filsofos ms interesantes de los ltimos aos, tanto aquellos que proceden de la tradicin analtica como de la continental, operan con fuertes convicciones pragmatistas.

    La segunda intuicin trata de la sospecha de que uno de los puntos ms ricos de contacto entre las dos tradiciones filosficas que estamos analizando tiene que ver con la constitucin intersubjetiva de la subjetividad. Es conocido que la exploracin sobre la naturaleza de la intersubjetividad es una de las contribucio-nes ms valiosas de Husserl y la fenomenologa pos husserliana. De otro lado, la reflexin interdisciplinaria sobre lo mental es tambin una de las ms interesantes contribuciones de la filosofa de la mente de corte analtico.

    La sospecha es que el anlisis de la naturaleza de la subjetividad realizado, tanto en la tradicin analtica como en la continental, conduce a entender lo

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    mental como algo configurado en una relacin triangular que incluye un vncu-lo con los otros en relacin a una realidad objetiva compartida. Formulado en otras palabras, la idea es que tanto en un sentido lgico como epistemolgico, y tanto en la dimensin filogentica como ontogentica, hay tres realidades que se constituyen juntas y de