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H O M I L I AS O B R E

E L A M O R Á L A N O V E D A D .F K S D I C A U A

EN EL DIA DE TODOS LOS SANTOS

D E L A N O M . D C C . X C , I V .

!> O R

EL ÍLL «« r K.«« F. a DEOTATO TURCHI, dW OrdtH de Capuchinos Menores > Prelado domésiico$

asistente al S<Hio Pontificio > Arzobispo de Par* ma y y Conde ¡ &c.

TRADUCIDA DEL ITALIANO

P O R U N P R E S B I T E R O D E L A C I U D A Dde Barcelona»

C O N L I C E N C I A

B a r c e l o n a ; E n l a O f i c i n a d e C a r l o s G i s e r t y T u tÓ sAÑO M.DCC. XC .V*

LR. 1Í4H1-0»-2? 5 >oo UKiV DS NAVARRA

6í&uotlw- dc hü;aánídádes

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W uaiid& Sí)h r i m t vA qim úa g m itu'^mmniendackm'yftréidmda en E s ^ m k la extthnteíIiQmUií^ q u e ' M l m M s m O ' M ^ n s m o x

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e n d tú ^ a m iS i sem te fa al w ig im h eúnla^naU um onfsm dudRf& réem tumbos qifiht^^i^udimemr^ít'ii 5 bassútái d:m:> y.iermiio '^a^fm üm

dkculpa\-í¡l\m tm m e motm iMomal;^^ id mmbabex ie^ñdm otros consultores, nU'áisúüiíimmf quejá-sdedad de este mi aposento, y atguñds pocús rudimentos que me aprendí en los primeros años de mi juven tud^S ifi^ném ^^j€stariw tta '

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ditciendo sin cesar las obras de este dignísimo Prelado , tan útiles en nuestros tiempos, {si cupiese en mí) en todas las lenguas j con solo el in­terés de que ninguno de los morta^ les careciese de tan saludable doctri­na : sujeta mi ignorancia ó descui~ do (que así es mi voluntad) d la cen- sur a de persona inteligente, y sobre todo rt la de nuestra santa M adre Iglesia Católica Apostólica Roma­na , baxo cuyo suave yugo logra- mos la felicidad de vivir. A s í mu- rmiosi Amen^

Tu Tío J C. y N. P.

Querido Sobrino A. P. y C

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H O M I L I AS OBRE

EL A M O R Á L A N O V E D A D ,P r e d i c a d a

EN EL DIA DE TODOS LOS SANTOS

DEL ANO M.DCC.XC.IV.

Irn todos los siglos se ha declamado con­tra el amor á la novedad , y en todos ha sido este amor la pasión dominante del gé­nero humano. O sea que habiendo perdido la verdad por el pecado de Adán , somos condenados á buscarla de continuo ; y ra­ra vez acertamos á encontrarla. Somos cria­dos para la verdad , queremos la verdad, y hallándonos muchas veces burlados , vamos en busca de cosas nuevas; porque todo lo nuevo nos parece verdadero. O bien sea por­que el Autor de la naturaleza ha ingerido en nuestra alma este amor á la novedad, para que hubiese entre los hombres cicr-*

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to género de igualdad , que los equilibrase entre ei disgusto y el placer. Tan contento se mira el pobre pastor en su humilde ca­baña , eniretegida de v i l , aunque limpia pa­

ja , como el potentado en su soberbio pala­c io , adornado con magnífico aparato. Perdi­da la novedad j con igual indiferencia mira el pastor su pobre choza , que el opulento su soberbio alcazar. ¡ Dichosos todos los San­tos en el C íelo , à los quales hoy venera­mos , porque habiendo encontrado en Dios tina plenitud de verdad , no tienen ya dece^ sidad de inquirir nuevas cosas! ¡O verdad, verdad divina y eterna, siempre antigua y siempre nueva i sin nube qué la ofusque, sin error que la desfigure , sin dudas que la puedan debilitar í Gozaos pues, ó clarísimos héroes, de tan gran felicidad , pero apiadaos de nosotros , que nos vemos obligados en este valle de lágrimas à pasar nuestra vida de novedad en novedad , sin quedar jamás satisfechos. Pero con to d o , ò amados hijos, mios , el amor à la novedad que nos domi­na no es malo en sí. El exceso de este amor,

carácter de la novedad que adoplamosj.

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son los que lo hacen culpable y criminal. Todos los siglos han amado la novedad; pe­ro yo os diré la verdad , si añado , que en el que estamos ha llegado á ser furor este amor á la novedad-^ Otras veces lo llamé el siglo de las contradiciones , y ahora puedo llamarle también el siglo de las novedades: ¡ Y qué novedades, Dios inmortal y eterno! jE h ! Permitidme que os hable algún tanto sobre tal desorden: y no e s , en verdad , es­ta la menot’ de mis obligaciones el declamar contra un amor de novedad , que forma en la mayor parte nuestras temporales y espiri­tuales calamidades.

Basta, diréis , basta el ser viejo para ser enemigo de novedad. Teneis.razón ; nosotros los viejos somos naturalmente contrarios á las novedades. Baxo los antiguos reglamentos, hemos logrado una vida bastantemente tran­quila y dichosa. El tener que mudarlos al fin de nuestros dias se nos hace molesto y pesado. Quando lleguéis á ser viejos , os su­cederá lo propio á vosotros. Pero al amor á la novedad ( me replicáis) debemos to­do lo hermoso , y todo lo bueno de que

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gozamos. Vemos á los hombres que han llegada ya al ápice de la urbanidad , del trato dulce y apacible, á la amenidad de costumbres > y á una brillante sociedad. Re­finadas las artes y ciencias hasta aquel pun­to que nos llenan de admiración por su utili­dad y deleyte. No fué el mundo jamás tan elegante , ni abundaron tanto las comodida­des. de la vida , como en el dia de hoy. Todo esto lo debemos al amor de la novedad, que agu^a los ingenios, y los pone como en fer­mentación , para obrar tan bellos prodigios. Es a s í , amados hijos m íos: pero en una materia tan delicada ¿me será permitido aven­turar una proposicion, sobre la qual cada uno de vosotros podrá juzgar según su opi- nion ? La proposicion es e s ta : ‘ Que quan- , to ganan las Naciones en la urbanidad , en , la finura del gusto , en la elegancia de las ^ costumbres exteriores, tanto pierden en la , Religión y en la virtud. * Os parecerá es­to , tal vez , una paradóxa ; sin embargo, para comprobarlo , podéis alegar Ja historia de todos aquellos Pueblos que hicieron ma­yor figura en el mundo :,Pcrq dexemos hist --

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rías, y volvamos la vista hacía nuestros veci­nos. He aquí una Nación , que por su mar­cialidad 5 por su trato dulce y cortés , por su ienguage gracioso y seductivo , por sus repetidas y sonoras voces de humanidad, de sensibilidad y amor á sus semejantes , por un giro de modas siempre nuevas , y siem-« pre alagüeñas, habia llegado á ser el mo­delo de la Europa. ¡ Dichoso de aquel que podía imitarla de mas ce rca! Y he aquí es­ta misma Nación precipitada en un instante en la crueldad, en la barbarie , en un abis­mo de las mas execrables maldades: sin le­yes , sin costumbres , sin hum anidad, sin Re­ligión y sin D io s , hasta dexar espantados y atónitos á todos los habitantes del universo. Ayer eran hom bres, y hombres los mas po­líticos que formasen una sociedad civil, y hoy parecen otros tantos tigres , que rotas sus ca­denas , no anhelan á otra cosa mas, que á be­ber la sangre de todo el género humano. Pe­ro si el mas alto grado de urbanidad y políti­ca está tan cerca del supremo grado de bruta« lidad y fiereza, sea maldito en tal caso este género de política, y sea maldito también el

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amor á la noveclad que la produce y per­fecciona. Dichosa aquel hombre que no en­tiende aun este género de política, y solo por esto dichoso porque na tiene su cora- zon corrompido.

Vosotros os quejáis, porque nosotros los, viejos somos enemigos de novedades,, y no­sotros respondemos , que esta., nuestra ene­mistad tiene poderosds mqtivios, fundados, en el buen sentido, y en una larga expe­riencia. Somos enemigos de novedad; pero no'somos por esto irracionales^ ni indiscre­to s ; sabemos' ttíity bien que hay buenas y malas, novedades. Entregaos pues á aquellas que son útiles, racionales y sábias. Por una fuerza de preocupación serémos , tal vez^. los. últimos en abrazarlas 5 pero á lo ménos no teñdrémos justos motivos para despre­ciarlas y reprehenderlas. Y ¿quáles son las novedades á que os entregáis ? Novedades diabólicas, que baxo el velo de la bizarría, y de la galantería, conducen insensiblemen­te á trastornar la Religión y el gobierno:, novedades d t luxo, que os arruinan , y ar-* ruinan con vosotros a vuestras familias; no­

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vedades, contrarias á las mismas comodida­des de la v ida, que alteran de tal modo h salud , que hacen .IJcgar á la decrepitud, ántes de. .llegar á ser hombres. Vosotros mis­mos os cansais de ellas-muy presto , y os veis precisados á abandonarlas, para adoptar otras peores.: noye,dade§ , que pierden la^ conciencias , .y son motivo de, escancíalos sin fin ni medida: ¡y será de admirar que no­sotros los viejos íeamos constantemente sus enem igos, tepgapios }iOri;or y. murmure­mos sin cesar de semejantes novedades!

Hablé otra vez, jaunque de paso, sobre una cierta deshonesta novedad de vestir, que en .nue5irx)a dias ha yenidot k ser .demasiado común en k)s hqmbres. . 'n

En un discurso sobre la^novedad, ¿será acaso fuera.de propósito el hablar algo mas sobre este punto ; ya. para justificar aquellos -sabios y religiosos gobiernos que 1 pro­híben , ya para confirmar á los Buenos en el horror á la desvergüenza, y ya para con­vencer á los débiles de _§u ^rror? ¡ Dura con­dición de los tiempos,, amados hijos míos, .que un pobre Obispo eji el acto d^ apacen-

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tar sus ovejas , deba hablar de cosas, que causan vergüenza solo el pensarlas ! Pe­ro mi obligación lo exige. Dexemos pues aparte , el que los plebeyos procuraban al­gún dia vestir como los señores, y que en el día hacen empeño los señores en vestir como los plebeyos, con total trastorno del orden y del decora Y digamos esto sola­mente.

Despues del pecado de nuestro primer padre, la necesidad y el natural pudor fa­bricaron los primeros vestidos. La necesidad procuró en ellos la sencillez, el pudor pro­veyó en ellos la modestia. Conservadas la« leyes de la necesidad, se ha abandonado d pudor. Y ya no es esta, amados hijos mios;, una novedad de poca conseqüencia, siendo diametralmente opuesta à las leyes de la na­turaleza, y de la pública y común honesti­dad. El pudor está fundado en la razón na­tu ra l, y si ésta nos hace ver que el apeti­to y la disolución, son el trastorno de to­das las sociedades, igualmente nos hace co^ nocer con evidencia, que es un escándalo enorme «1 poner à la vista aquellos objetos.

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que de su naturaleza inflaman las pasiones, atizan una criminal concupiscencia , y con­ducen al exceso de la torpeza, y de la di^ solucion. Un Cínico impúdico se vio obli­gado à confesar, que el pudor era el colo­rido de las virtudes: y yo os d igo , que el pudor es una christiana virtud esencial, y su contrario un abominable delito, y un es­cándalo de muy mala conseqüencia. Y sin embargo , esta novedad se freqüenta con jactancia, y con fausto, hasta el punto de burlarse del que no está bastante corrom­pido para adoptarla. Se ve practicada de las personas, que forman la clase mas respe­table de christianos , que sellan su frente con el nombre del Redentor , aun en pre­sencia de los Sagrados A ltares, y en me­dio de los tremendos Misterios de la Reli­gión. Declaman los padres ancianos contra sus hijos libertinos : Dios quiera que no de­clamen demasiado tarde por una floxa y cri­minal condescendencia. La autoridad pater­na se ve escarnecida; señal evidente de que to­da moral está perdida. Pero donde no val­ga la autoridad paterna, valga si quiera la

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pública autoridad. Y si los Príncipes por obligación de su estado deben invigilar so­bre las, públicas costumbres j, también están obligados à reprimir con leyes y castigos, todo aquello que se dirige à depravar di­rectamente las públicas costumbres, y la pública honestidad. Tal vez la furiosa cor­riente de este desorden se hará superior à las leyes, y serán inútiles mis palabras. Pe­ro na tendré à lo ménos que reprehender­me por haber callado sobre un escándalo de novedad, que jamás va solo, y que po­co à poco conduce à otras novedades, aun mas perniciosas y funestas.

El amor vicioso de novedad es el que corrompe las costumbres, y las costumbres corrompidas inflaman mas y mas el amor vicioso de la novedad. Quando las costum-^ bres están corrompidas, el apetito de nove­dad no tiene freno. Todo lo viejo nos dis­gusta , y nos causa tedio.. Las novedades se suceden unas à otras sin m edida, y van siempre de peor en peor. Las pasiones to­man nueva form a, y se buscan nuevos say- netes para satisfacerlas. Los buenos tienea

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ÍSsumo trabajo en defenderse, porque la no­vedad busca mil modos para conquistarlos. El mal exeniplo, el desprecio , la adula­ción , y la ridiculez son otras tantas voces, que nos atraen à seguir la novedad. Esta ahora nos arrebata como un torrente , al qual no sabemos resistir; ahora nos embis­te como el ag u a , que cayendo lentamente, penetra., y va cabando el mas duro peñas­co. Y finalmente , por el amor à la nove­dad nos hallamos precipitados en un abismo de perdicion-

Nosotros lloramos en nuestros dias un agregado de delitos y horrores, que pare­cen del todo nuevos, y que tal vez ningún siglo vio jamás. Pero ¿ qué siglo se vio ja­más tan agitado de este furor de la novedad? Nuevo modo de pensar , nuevo modo de hab la r, nuevo modo de obrar. Al principio fueron pequeñas las novedades que abrieron esta trágica scena. Nuevos sistemas, que solo agradaban, porque eran nuevos. Nuevos voca­blos para disminuir el horror al vicio, y el amor à la virtud. Nuestros mayores no sa­bían vivir. Todo lo viejo se llamaba abuso»

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Se hacía creer á los sencillos, y á los li­bertinos, que para ser felices se necesitaba substituir nuevas leyes, nuevas costumbres; nuevas máximas á las leyes , á las costum­bres y á las máximas antiguas. El espíritu de novedad llega á ser ya furor. Se trocó lo sólido por lo inconstante, lo honesto por lo to rpe , y lo útil por lo pernicioso. Se pa­só rápidamente de una novedad á otra; y vednos aquí ligados ya á aquellas terribles novedades, que son tan funestas en nuestros d ias, y hacen temblar la Europa entera. Quie­ren nuevos gobiernos que los hagan mas libres, y mas tranquilos. ¡ Terrible ceguedad í Para te­ner despues un gobierno de revolución, de terror , y de sangre. ¿ Sabéis vosotros quál debe llamarse el mejor gobierno de todos? Este en que vivimos actualmente. Todos los gobiernos tienen sus defectos; pero el pa­sar repentinamente de un gobierno á otro, está tan lleno de horrores, de delitos, y de ?angre , que un hombre sabio , un buen ciudadado, un modesto christiano, no debe desearlo jam ás, sin desear al mismo tiempo 5U propia ru in a , y la de la sociedad en que

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vive. Se quiere una libertad toda nueva. Con que se quiere la libertad de ser im p ío , la libertad de substituir cien tiranos á un so­lo padre amoroso y discreto. Novedad de igualdad, que nos reduzca á ser todos igual­mente míseros é infelices. Novedad de de­rechos del hombre , para tener el nuevo de­recho de ser despojado, muerto de hambre, y ahogado. Se quiere una nueva Religión. Pues qué ¿ se ha hecho por ventura dema­siado viejo el Dios que adoraron nuestros pa­dres ? ¡ A h ! Ello es que no se quiere Reli­gión alguna. He aquí á qué término hemos llegado por la furiosa pasión de querer las novedades. Las pequeñas novedades abrieron el paso á tan lamentables conseqüencias. Por esto soy de constante opinion, que hay no­vedades que parecen á primera vista de po­co momento ; pero ellas son mas de temer, que los graves delitos. Los graves delitcis inspiran horror ; pero ciertas novedades se miran como indiferentes , se difunden entre tanto , fixan profundas raíces, y acaban con nuestra perdición , y con la total ruina de la República y de la Iglesia. ¡ Quán fácil era

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al principio sufocar aquellas pequeñas no­vedades ! Bastaba entonces echar un bando contra aquellos libros que las anunciaban, y castigar á sus au to res, refrenar con la pú­blica autoridad las lenguas de los impíos filósofos que. las esparcían , tener con las leyes y el exemplo á los Pueblos firmes y prontos para los útiles y antiguos estableci­mientos : con esto se acababa to d o ; pero to­do se ha hecho al revés. Los libros en ma­nos de todos , contra las declamaciones de la Iglesia. Sus autores favorecidos y premiados. Los filósofos cortejados y lla­mados á la parte de un gobierno , contra el qual ya desde largo tiempo tenían diri­gidas sus máquinas. Llegó á tal punto la ce­guera , que los poderosos del siglo no echa­ban de v e r , que por este medio iban cabán- dose ellos mismos debaxo de sus pies la fo­s a , y se preparaban la propia ruina.

Siendo a s í, dirá tal vez alguno , ¿ya no será lícito jamás admitir novedad al­guna por buena y útil que sea ? No digo t a l , amados hijos mios , digo solamente, que ántes de introducir alguna novedad.

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aunque sea buena , se necesita examinarla muy b ien , y conocer claramente su necesi­dad y sus ventajas. Digo, que en adoptarla, es preciso proceder con lentitud y consu* mada prudencia. Por el solo fin de añadir una novedad, aunque sea buena, ¿por qué se ha de destruir todo lo que e& antiguo? Todos están prontos para destruir. E l fre­nesí de las cosas nuevas podrá destruir mu­cho mas en media hora , de lo que la pru­dencia, el consejo y discreción podrían edi­ficar en un. siglo. Todos los establecimien­tos tienen sus defectos ; pero arrancar de un, solo golpe los defectos y los establecimien­tos , es un carácter de locura. L a verdadera y christiana política consiste en saber, no solamente à donde podemos llegar en ma­teria de novedad , sino también donde de­bemos parar. Aquel conoce à fondo la con­dición de un rio , que sabe donde debe va­dearse sin pelig ro , y donde por su profun­didad se hace intransitable. Una novedad se­rá buena en un tiem po, y en otro será da­ñosa ; mas en el siglo en que vivim os, me atrevo à deciros, que las novedades , aua^

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que sean buenas, son peligrosas; y quando no sean absolutamente necesarias é indis­pensables , debe diferirse para mejor tiem­po su execucion Se introduce una novedad buena ; pero en un siglo furiosamente ar­rebatado tras la novedad , la una llama á la o tra , y en un gran cúmulo de novedades es muy difícil no tropezar con las malas. No me permite mi pequeñez dar consejos á los moderados del mundo : sin embargo di­go , que estas deben ser sus máximas, y los verdaderos y fundamentales principios de su gobierno. Y ¿ con quánto mayor motivo debían ser estas las máximas y los princi­pios de algunos Ministros del Santuario, que dexándose arrastrar del torrente de las no­vedades , se atrevieron á introducir cosas nuevas en la Religión y en la Ig lesia , con peligro de la f é , con amargura de los bue­nos , con escándalo de los. flacos , y con re­gocijo de los impíos ? ¡ A h infelices ! Vol­vieron contra la Iglesia aquellos mismos ta­lentos que habían recibido del Señor , y aquellos estudios que hablan exercido para honrarla y defenderla. Apacentados con sus

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beneficios , se declararon sus contrarios. Des­tinados à sentarse en las cátedras del Evan­gelio , esparcieron doctrinas , contrarias à Jesu C hris to , y à los intereses de su ama­da Esposa. ¡ Ah amados hijos mios ! Hay gran diferencia entre la poh'tica y la Religión. En la p rim era , qualquiera novedad puede ser útil ; en la segunda, toda novedad es dano^ sa. La razón es m uy clara ; porque la pri­mera , es obra de los hom bres, que está su­jeta à error : la segunda, es obra de Dios, que no puede jamás errar. En todo lo que se dirige à nuestra creencia y nuestra mo­ral , no se puede añadir cosa nueva. Todo fue revelado à la Iglesia, y no puede ad­mitir mutación alguna. Querer introducir nuevos artículos de f é , y nuevas máximas de costumbres , contrarias à las que ha re­cibido la Iglesia, seria lo mismo que que­rer introducir nuevas falsedades, nuevas he- regías , nuevas blasfemias. Para discernir y condenar los nuevos errores que sembraron de mano en mano los hereges en el cam­po del Evangelio , fué siempre el Ca­non inconcuso de la Iglesia Católica ; Ex-

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to no es antiguo : Hoc non habet antiqui^ tas.

Eli una sola cosa es la Iglesia suscepti­ble de novedades y de variaGÌones , y soq tìquellas que miran à la eclesiástica exterior accidental disciplina. Esta, que no es punto esencial, pueiJe, y debe algunas veces mu­darse , según la circunstancia: de los tiem;- •pos, de las personas, y de los lugares. Pe­ro ¿ quién tendrá derecho para introducir semejantes novedades? No un Pastor priva­do , qualquiera que sea la dignidad con que esté condecorado. La sola Iglesia universal, -solo el Romano Pontífice como Vicario de Jesu C hristo , revestido por el mismo Dios de jurisdicción plenísima sobre todas las Igle­sias. Si à cada uno ’de ' los Obispos fuese permitido variar à su antojo las tradiciones y la disciplina eclesiástica , ¡ qué confusion habría en la Iglesia Católica ! \ qué extrañas y ridiculas novedades ! Veríamos entonces en cada Iglesia particular ir y venir siem­pre várias y nuevas las ceremonias y el culto , coma van- y vienen las modas à avivar el capricho ^ amor de. novedad en

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las mugeres. Debe siempre .subsistir en la Iglesia Católica un Tribunal supremo , no solo para decidir las controversias que cada dia pueden suscitarse , sino también para mantener la uniformidad de la disciplina y del culto. 2 Quereis vosotros aguardar Con­cilios , que tal vez en estos tiempos tan ca­lamitosos no se verificarán ,.0 à Íoniiénos tar­darán tanto , que tomando mayor cuerpo el e r ro r , los mismos Concilios no tendrán ya fuerza para destruirle y desarraigarle ? Sí, le es necesario à la Iglesia tetier un Tribu­nal siempre v ivo , de cuyo oráculo deben depender todas las Iglesias del universo. Si ésta no fuera así, me atrevo à d e c iro s q u e Jésu Christo no proveyó bastantemente al prudente gobierno de su Esposa : pero este Tribunal no es , ni puede ser otro , que el Romano, Pontífice , à quien el mismo Dios intimó dirigir y confirmar en la fé à todos los demás Pastores. El solo es el Juez nato de todas las qüestiones, de todas las nove­dades que pueden nacer de mano en mano en la comunión de los fieles. Qualquiera novedad que se introduzca , à él solo per-

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tenece el decidir si es buena ò m ala, y por consiguiente, si se debe despreciar ò abra­zar.

I Qué deberá pues decirse de tantas no­vedades que hemos visto esparcirse en nues­tros dias en algunas Iglesias de Ita lia , sin otra autoridad , que el solo capricho ; y tal vez el depravado talento de algunos Pas­tores insanos que las regian ? Mudar los ri­tos y las ceremonias del culto , introducir el Ienguage vulgar en la venerable liturgia, destruir los Altares , y no querer mas que uno solo contra la práctica recibida, alterar las públicas p reces, consagradas por la au­toridad y la costum bre, atribuir à un Obis* po particular , y hacer uso de ciertas facul­tades , que al solo supremo Gerarca fueron concedidas. Estas y otras muchas mas son las novedades que hemos visto en nuestros dias levantar la cabeza en algunas Iglesias de Italia. Y he a q u í, d icen , lo que pue­de la fuerza de la preocupación, de la ig­norancia , y del entusiasmo popular. Todas estas no eran cosas nuevas ; pero sí tan an­tiguas , quanto es antigua la Iglesia j y en

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reclamarlas no se haría otra cosa , que rcr* clamar los fieles á la práctica de la ve* nerable antigüedad. Sea todo aquello que á vosotros p lace; pero estas prácticas están ya variadas, y la Iglesia que las varió , tu ­vo sus justos y razonables motivos j pero fué siempre la Iglesia la que las mudó. ¡Ver­daderamente que es este un gran zelo por la venerable antigüedad! ¡ Hacer recibir aque­llas reglas que no estamos obligados á ob­servar , y entre tanto quebrantar aquellas que al presente nos ligan , y estamos obli­gados á guard ar! ¿ Qné diríais de un ciuda­dano que en la sociedad quisiese atenerse á aquellas antiguas leyes, abolidas por el Sobe­rano y por la costum bre; y entretanto vio­lase atrevidamente aquellas que están actual­mente recibidas, y en toda su fuerza ? ¡ O zelo por la venerable antigüedad! Pero ¿ pa­ra qué emplearlo en novedades de puro es­trép ito , y sin ventaja a lguna, ántes sí con ’ verdadero trastorno de la christiana piedad,' y de la devocion de los íieles^^? Están apa-’ sionados por la venerable antigüedad , pues j-por qué no reclaman mas presto la puré-

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za de las antiguas costum bres, la sencillez y modestia de los primitivos Obispos , su pobreza , su doctrina , su caridad , su doci­lidad y obediencia á la Sede Apostólica ? ¡Ah amados hijos mios ¡ era menester hacerse nuevo para ganar nom bre; pero con unas novedades que no acarreasen incomodidad al que tenia la ambición dC; promoverlas., Se quiere ser nuevo en las cosas que no se oponen á nuestras pasiones dominantes; pe-, ro en lisonjear y fomentar estas mismas pa*. filones se ama siempre el ser viejo y antiguo.,

Lo peor de todo e s , amados hijos mios, que semejantes noyedades arrastran tras sí; otras mas graves y mas funestas a la Igle-, sia. Se llamaron los Laicos á la parte del Sacerdocio, y para tener en estos un apo^ yo , se abandonaron á su arbitrio los dog­mas , las tradiciones , la disciplina y los Sa­cramentos Se negó al Vicario d e je sa Chris­to la plenitud de su jurisdicción, se intimó á los fieles que no escuchasen mas sus de­cisiones , para introducir como Lutero un espíritu privado, y abrazar las decisiones de D .D. particulares, que no tenían de infali­

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b le , mas que su presunción y temeridad. -Se pusieron en manos de todos libros, con­denados por la Sede Apostólica,, y se pre­dicó en alta voz , y se escribió, que no merecian condenarse > siendo como deciaa sanas sus doctrinas. Se quiso reconocer obsti­nadamente como Católica una Iglesia sepa­rada y reprobada muchas veces por la Igle* sia Rom ana, que es sola el centro^ la maes­t r a , y la madre de todas las Iglesias del universo. En medio de estas nuevas heregías se quisa afectar un nuevo rigor en la mo­ral , rigor y pera solamente de vanas palabras y de viento , rigor tan vicioso y extremado, que confirmase á los libertinos en su incre­dulidad , que pusiese á los débiles en des­esperación , á los buenos en peligro de va­cilar , y quitase á la Iglesia aquellos pocos hijos que le restaban. Estas son las máxi­mas que en nuestros dias hemos visto ense­nar y sostener á algún ciego Pastor, que se constituyó guiar á otros ciegos como él. Y para confirmar tan criminales y depravadas doctrinas, se celebraron Sínodos, y se pre­tendió erigirlos en Cánones y reglamentos

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de la Iglesia universal. Se alzaron cáte­dras para establecerlas á viva voz como ge­nerales y perenes; ¿ y estas cátedras se re-» gentan aun , y se quiere que la juventud Eclesiástica no se alimente con otra leche, que con la de tan detestables novedades? ¿Y despues nos lamentamos que el Señor nos castiga , y con el mismo azote de la nove­dad ? ¿ Nos lamentamos de ver que por to­das partes se suscitan terribles novedades que amenazan á un mismo tiempo á los que go* biernan , y á los que son gobernados ?

Pero ya un clamor universal se levantó contra aquellas novedades. La Iglesia Ro­mana y todas las demás Iglesias las repro­baron con todo rigor. Este clamar gene­ral debe ser para los fieles el compendio de todas las conversaciones, la solucion de todas las dificultades, y el término de to­das las contestaciones. Parece que la Divi­na Providencia perm itió, que fuese escaso el número de los innovadores, á fin de que viendo los christianos de una parte pocos Pastores, amantes de la novedad, y de otra al supremo G erarca, y la muchedumbre de

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tantos Obispos que las reprobaban, queda­sen altamente persuadidos de que tales no­vedades eran dignas de abominación y de censura. Finalmente , el Vicario de Chris­to ha hablado, el indefectible Pedro ha de­cidido , Jesu Christo mismo ha declarado !a verdad por boca del glorioso Pontífice Pió V I , que con dogmática Bula, llena de celes­tial sabiduría, ha condenado y condena pa­ra siempre aquellos Sínodos, y aquellas no­vedades sinodales. Quedan ya desterradas las ti­nieblas , se han quitado ya las dudas, y toda controversia está acabada. Pero con esto ¿ se acabaron todos los errores? Nosotros los Obis­pos de la Iglesia Católica, obedientes á nues­tra suprema Cabeza, estamos resueltos á de­fender con todas nuestras fuerzas sus orácu­lo s , y a no permitir jamás que en nuestras Diócesis ó se hab le , ó se escriba contra sus sagradas decisiones. Pero todo esto no basta, si no vienen á sostenernos también los Prín­cipes de la tierra. Y ¿ por qué no podré yo en este jnstaiite levantar tan alto la voz, que me escuchen todos los potentados que vi­ven en el gremio de la comunioi\ católica? E t nmc Reges intelligite . Escuchad las voces

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ií' - ¥ n4)sotros, 4imado3 hijos mios’, instrui­dos |íar k ra'zon y ia»- experiencia, - aprén­dannos à huir las 'Hove'dades ; aquellas no- vedadés^-^ue-ameaazau^áv nuestra R eligión

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y à nuestras costumbres. Ninguna novedad en esta materia debe reputarse por leve. Una sola novedad quiere Dios de nosotros: novedad de máximas, novedad de palabras, novedad de obras. Máximas conformes à la Religion que profesamos , palabras confor­mes à la sanidad de las doctrinas católicas, obras conformes al decálogo que habemos jurado. Nuevo corazon, nuevo lenguage, nuevo arrepentimiento y nuevas costum­bres. Reformamini in novitate , in coráis veS' tri. ¡ O novedad, que el Señor quiere de nosotros ! Novedad , que ella sola es ca- páz de hacernos salvos en esta vida y en la otra. Pero ¿cómo lograrémos esta nove­dad , si Dios mismo no nos la concede con «u santa gracia ? ¡ O Santos todos los del Paraiso que en este dia veneramos! Pos­traos al augusto Trono del Señor, y ro­gadle que nos renueve en aquella novedad, que puede agradar à él solo. Seamos nue­vos en temerle , nuevos en servirle, nue­vos en amarle; y en amar aquella belleza siempre antigua y siempre nueva. ¡ O úni­ca novedad apetecible, porque ella sola puC’« de formar nuestras eternas felicidades!

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