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DIÁLOGO Y el Verbo se hizo carne VOLUMEN XLV Octubre - 2007 DIRECTOR R. P. Lic. Gabriel Zapata CONSEJO DE REDACCIÓN R. P. Lic. Alfredo Alós R. P. Lic. Edgardo R. Catena R. P. Lic. Tomás J. Orell R. P. Lic. Ricardo E. Clarey REVISTA del Seminario "María, Madre del Verbo Encarnado", del Estudiantado del Convento "Santa Catalina de Siena", del Instituto "Alfredo R. Bufano" (PS-215), del Colegio "Isabel la Católica" (E-92), y de los Cursos de Cultura Católica.

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  • DIÁLOGO Y el Verbo se hizo carne

    V O L U M E N X L V

    Octubre - 2007

    DIRECTOR

    R. P. Lic. Gabriel Zapata

    CONSEJO DE REDACCIÓN

    R. P. Lic. Alfredo Alós R. P. Lic. Edgardo R. Catena

    R. P. Lic. Tomás J. Orell R. P. Lic. Ricardo E. Clarey

    REVISTA

    del Seminario "María, Madre del Verbo Encarnado", del Estudiantado del Convento "Santa Catalina de Siena",

    del Instituto "Alfredo R. Bufano" (PS-215), del Colegio "Isabel la Católica" (E-92), y de los Cursos de Cultura Católica.

  • AÑO 13 - Segunda época - Nº 45 Reg. de la Prop. Intelectual: 311933

    ISSN 0327-8999

    CONSEJO EDITORIAL

    COMITÉ DE HONOR

    Dr. Alberto Caturelli, Prof. Nélida Asunción Freites, Dr. Roberto Muzio y Sra. Marie de Place de Muzio, Ing. Miguel Ángel Salvat, Dr. Víctor Hugo Bressan, Dr. Pablo Enrique Bressan, Dr. Francisco Navarro Hinojosa, Lic. Marta Giglio de Furlán, Dr. Eduardo Petrino y Sra. María Helena Havelka de Petrino, Cont. Pablo Felipe Coduti, Dr. Juan Mazzeo y Dra. Nelly Sandruss de Mazzeo, Dr. Jorge Randle y Sra. Teresa Wilkinson de Randle, Dr. Alberto Eduardo Buela y Prof. Cecilia González de Buela, Sr. Germán Raúl del Campo y Sra. María Teresa Mussio de del Campo, Prof. Vicente Pérez Sáez y Prof. Fanny Osán de Pérez, Dr. Miguel Ángel Soler, Prof. Beatriz Buela, Dr. Darko Sustersic, Dr. Enrique Díaz Araujo.

    Exégesis y Teología Bíblica

    R.P. Lic. Ricardo Clarey (Argentina) R.P. Lic. Eugenio Elías (Túnez)

    R.P. Lic. José A. Marcone (Chile) R.P.Lic.Ervens Mengelle(EstadosUnidos)

    R.P. Lic. Gustavo Nieto(Estados Unidos) R.P. Lic. Tomás Orell (Argentina) R.P. Dr. Carlos Pereira (Egipto)

    R.P. Lic. Mauricio Pérez Osán (Pakistán) R.P. Lic. Miguel Pertini (Italia)

    R.P. Lic. Gonzalo Ruiz Freites (Italia) R.P. Lic. Gabriel Zapata (Argentina)

    Teología Dogmática

    R.P. Lic. Reynaldo Anzulovich (España)

    R.P. Dr. José M. Corbelle (Taiwán) R.P. Lic. José Hayes (Italia)

    R. P. Lic. Bernardo Juan (España) R.P. Lic. Marcos Juan (Brasil)

    R.P. Lic. José Lochedino (Perú) R.P. Lic. Daniel Mentesana (Canadá)

    R.P. Lic. Sergio Pérez (Italia) R.P. Dr. Arturo Ruiz Freites (Italia)

    Teología Moral

    R.P. Lic. Esteban Cantisani (Argentina)

    R.P. Lic. Eduardo Coll (Estados Unidos) R.P. Lic. José Giunta (Estados Unidos)

    Filosofía

    R.P. Dr. Elvio C. Fontana (Italia) R.P. Lic. Marcelo Gallardo (Italia)

    R.P. Lic. Omar Mazzega (Perú) R.P. Lic. Walter A. Molina (Italia)

    Liturgia y Espiritualidad

    R.P. Lic. Pablo Bonello (Estados Unidos)

    R.P. Lic. Carlos Jofré (Italia) R.P. Lic. Carlos Morales (Argentina)

    Eclesiología y Misionología

    R.P. Lic. Carlos Ávila (Tadjikistán)

    R.P. Lic. Carlos Ferrero (Kenia) R.P. Eugenio Mazzeo (Rusia)

    R.P. Lic. José Montes (Ucrania) R.P. Lic. Diógenes Urquiza (Tartaria)

    Derecho Canónico

    R.P. Lic. Lucio Flores (Taiwán)

    R.P. Dr. Roberto Folonier (Italia) R.P. Dr. Diego Pombo (Italia)

    R.P. Lic. Andrés Vidal (Argentina)

    Cultura y Educación

    R.P. Lic. Rolando Santoianni (Estados Unidos)

  • SUMARIO

    EDITORIAL… ............................................................................................5

    SER Y EXISTENCIA.....................................................................................9 P. Dr. Cornelio Fabro

    ACTUALIDAD DE LA CIUDAD CATÓLICA ……...….....................…….19

    P. Carlos Miguel Buela, I.V.E. ¿POR QUÉ LEER LOS CLÁSICOS? …….………........…..................…….29

    Sem. Martín Villagrán, I.V.E.

    EL SIGLO DE LA LUCHA DE LAS IDEAS....................................................75 P. Diego Ibarra, I.V.E.

    RAZONES PSICOLÓGICAS DEL ATEISMO....................................……..103

    P. Dr. Miguel Ángel Fuentes, I.V.E.

    NATURALEZA E IMPLICANCIAS METAFÍSICAS DE LA NOCIÓN DE PARTICIPACIÓN....…...................................................…..….…....…...125

    P. Lic. Gonzalo Gelonch Villarino, I.V.E.

    IN MEMORIAM. FRANCISCO RUIZ SÁNCHEZ.....................................135 P. Dr. Arturo A. Ruiz Freites, I.V.E.

    ACTUALIDAD LLAMADOS DEL JUDAÍSMO POR JESUCRISTO..................................…153

    Madre María del Cielo, S.S.V.M.

  • PÁGINAS INOLVIDABLES I LA VOCACIÓN A LA SANTIDAD.............................................................161

    Mario Luís Constantini

    PÁGINAS INOLVIDABLES II

    CARTA A UN TRAPENSE........................................................................165 Mario José Petit de Murat, O. P

    DIÁLOGO INTERRELIGIOSO

    ALIANZA Y PECADO EN LAS RELIGIONES MONOTEÍSTAS……...................181

    Madre María de la Contemplación, S.S.V.M.

    EL TEÓLOGO RESPONDE ¿QUÉ QUIERE DECIR ESTAR EN GRACIA?............................................195

    P. Dr. Miguel Ángel Fuentes, I.V.E.

    LA BASÍLICA DE SAN PEDRO EN ROMA FLAVIO AGRICOLA: UN INSÓLITO PERSONAJE QUE ESTUVO CERCA DE LA TUMBA DE PEDRO.……..............................................……….........199

    Sem. Dr. Javier Olivera, I.V.E.

    INTERCAMBIO – PUBLICACIONES RECIBIDAS NOTICIAS ..........................................................................................207 RECENSIONES .................................................................................213 NUESTRA TAPA ...............................................................................227

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    EDITORIAL

    ¿EL MAL TIENE LÍMITES?

    Es indudable que tanto a nivel mundial, como a nivel nacional, las cosas no van bien. Últimamente nos ha sacudido lo relativo al nuevo aborto perpetrado en Mar del Plata, a pedido de la abuela de una joven discapacitada de Paraná. El Secretariado Nacional para la Familia, de la Conferencia Episcopal Argentina, expresó en un comunicado1: «matar es inhumano, y cuando quien mata es el gobierno, pierde toda credibilidad y también muere la democracia». ¡Dios tenga piedad de todos!

    Pero junto con la denuncia del mal y con el afán de no «acostumbrarnos» a la injusticia, es preciso ubicar las cosas y juzgarlas a la luz del Evangelio. Porque a veces se da entre los cristianos esta tentación: la de darle demasiada consistencia al mal. Algunos se pasan la vida lamentando los males en el mundo y abundan en las quejas por los dramas de la Iglesia (las infidelidades, las fragilidades de los ministros, el poco testimonio de muchos católicos). ¡Qué mal está todo! Bajo capa de realismo o de crítica constructiva muchos se pasan gran parte de su vida «de cara al mal».

    En el libro «Memoria e identidad»2, Juan Pablo II habla de los «límites del mal». Lo primero que hace es reflexionar sobre la naturaleza del mal para no darle importancia excesiva. Siguiendo las enseñanzas de San Agustín y Santo Tomás: «El mal es siempre la ausencia de un bien que un determinado ser debería tener, es una carencia. Pero nunca es ausencia absoluta del bien». Por tanto el mal no puede vencer al bien, ni están al mismo nivel.

    Haya luz en la parábola del trigo y la cizaña3: «Se puede tomar esta parábola como clave para comprender toda la historia del hombre. En las diversas épocas y en distintos sentidos, el trigo crece junto a la cizaña y la cizaña junto al trigo. En la historia se da esta trama. El mal existe

    1 AICA - BAIRES – Servicio Nacional - Miércoles 26 de septiembre de 2007. 2 «Memoria e identidad», Ed. Planeta, 2005. 3 Cf Mt,13,24ss.

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    junto al bien, pero también es consolador pensar con Juan Pablo II que el bien, no obstante, persiste al lado del mal y, por decirlo así, crece en el mismo terreno, que es la naturaleza humana»4.

    Juan Pablo II sufrió grandes males. Fue víctima de las llamadas «ideologías del mal». Hombre realista, pero también hombre de fe, veía las cosas con los ojos de Dios: había visto la «erupción del mal», pero también su declive. El mal tenía límites... Reflexiona acerca del hitlerismo que crecía tan amenazante y sólo tuvo doce años de vida, «cumplido este plazo, el sistema sucumbió. Por lo visto, éste fue el límite que la Divina Providencia impuso a semejante locura…». También el comunismo tuvo sus límites y cayó. Así se ve que el mal tiene sus límites también en el tiempo. Pero no es cosa humana: «quien puede poner un límite definitivo al mal es Dios mismo. Él es la Justicia misma»5.

    Pero, ¿en los planes de Dios qué papel juega esta permisión del mal? Una primer respuesta: el mal propicia ocasiones para el bien. «¿Acaso no fue Goethe quien calificó al diablo como una parte de esa fuerza que desea siempre el mal y que termina siempre haciendo el bien? Por su parte, san Pablo exhorta a este respecto: “No te dejes vencer por el mal; antes bien vence al mal con el bien” (Rom 12,21). En definitiva, tras la experiencia punzante del mal, se llega a practicar un bien más grande»6.

    «No se puede pensar en el límite puesto por Dios mismo al mal en sus diferentes formas sin referirse al misterio de la Redención». Así se une a la sangre redentora de Jesucristo el sufrimiento de cada cristiano que, ahora mirando al Señor, encuentra ejemplo y fuerza para perdonar.

    Puede parecer que el mal de los campos de concentración, de la crueldad, es más fuerte. No obstante, «examinando más atentamente la historia de los pueblos y naciones que vivieron la desgracia de los sistemas totalitarios y de la persecución por la fe, descubrimos que precisamente en ella se revela claramente la presencia victoriosa de la cruz de Cristo. Y, sobre ese trasfondo dramático, dicha presencia aparece quizás aún más impresionante. A los que están sometidos a una actuación sistemática

    4 Pag. 14-15. 5 Pag. 31. 6 Pag. 29.

  • EDITORIAL

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    del mal, no les queda más que Cristo y su cruz como fuente de autodefensa espiritual y como promesa de victoria». Fue el triunfo de San Maximiliano Kolbe en el campo de exterminio de Auschwitz, o de Santa Edith Stein…, incinerada en el crematorio en Birkenau. «La Redención es el límite divino impuesto al mal por la simple razón de que en ella el mal es vencido radicalmente por el bien, el odio por el amor, la muerte por la Resurrección»7.

    El que da la gracia a los mártires y sostiene a los débiles, el Señor de la historia, es el mismo que ante el espectáculo de los señores de este mundo que atentan contra Cristo pone las cosas en su lugar: «El que se sienta en los cielos se sonríe, Yahvé se burla de ellos» (Salmo 2,4). Ojala que con nuestro trabajo y con nuestra oración confiada logremos participar de su risa.

    7 Pag 36.

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    A la Virgen

    Cortarme puede el hado

    La tela del vivir sin que me ampare; Mas aunque el cielo airado,

    Madre, el dolor doblare, Olvídeme de mí si te olvidare.

    A ti sola me ofrezco,

    A tí consagro cuanto yo alcanzare, Sin tí nada merezco, Y mientras yo durare,

    Olvídeme de mí si te olvidare.

    Nací para ser tuyo, Viviré si esta gloria conservare,

    La libertad rehuyo, Y mientras respirare,

    Olvídeme de mí si te olvidare.

    El alma te presento, Y si el furioso mar la revolcare,

    Diré con sufrimiento, Mientras más me acibare, Olvídeme de mí si te olvidare.

    Fr. Luís de León

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    SER Y EXISTENCIA

    R. P. Cornelio Fabro,

    Università di Roma

    I. Mensaje del “Centro di Studi dei Filosofi Cristiani” de Gallarate

    Leído por el profesor R. P. Cornelio fabro, de la Università di Roma

    Excmo. Señor Ministro, Egregio Señor Rector, Ilustres Congresistas: Tengo el honor de traer al Iº Congreso Nacional de Filosofía

    Argentino la adhesión y el aplauso del Centro de Filósofos Cristianos con sede en Gallarate (Italia) 1.

    1 Ofrecemos a nuestros lectores la traducción de dos conferencias de Cornelio Fabro

    pronunciadas en el Congreso Nacional Argentino de 1949. Hemos elegido estos textos porque nos sirvieron para presentar el proyecto de publicación de las «Obras Selectas» en castellano que se realizó en el reciente Congreso Internacional de Filosofía (San Juan 9-12 julio de 2007).

    La relación de Fabro con Argentina es profunda y ha dado grandes frutos, principalmente a través de su amistad con el padre Julio Meinvielle. Fabro viajó a Argentina en un momento importante de su carrera intelectual. Era decano de filosofía de la Pontificia Universidad Urbaniana y acababa de obtener la «Libera Docenza» en la universidad estatal de Roma «La Sapienza» el 30 de noviembre de 1948. Le confían el curso de filosofía teorética «Essere ed Esistenza in Hegel: il problema dell’esistenza nella dialettica hegeliana» para el año académico 1949-1950. El inicio era previsto para el mes de septiembre, por lo cual pudo aceptar la invitación de participar al Congreso Argentino que tenía carácter internacional luego de los Congresos de Amsterdam e Italia (se piense que apenas había finalizado la Segunda Guerra Mundial y los pensadores intentaban reconstruir la civilización de las ruinas). La delegación italiana estaba integrada por los prestigiosos profesores Ugo Sprito, Nicola Abbagnano, E. Grassi, Luigi Pareyson e Cornelio Fabro. La conferencia titulada Essere ed esistenza fue sintética y programática. Fabro invita a pensar filosóficamente el problema del ser y de la existencia del hombre a partir del desafío de las teorías de Hegel, Marx y Kierkegaard, camino que recorrerá siempre más profundamente para develar el verdadero espíritu da la filosofía moderna de la inmanencia. Además Fabro fue el encargado de dirigir un mensaje a los congresistas a nombre de los Filósofos Cristianos Italianos (Gallarate) que transcribimos a continuación. Su Mensaje y la conferencia Essere ed esistenza se pueden leer en las Actas del I Congreso Nacional de Filosofía (Argentina, 30 de marzo - 9 de abril de 1949), Buenos Aires, 1949, t. I, pp. 105-107 y t. II, pp. 723-728, respectivamente.

  • DIÁLOGO

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    El Centro reúne, entre otros, a una quincena de profesores de filosofía de las principales universidades italianas que se reúnen cada año en otoño, para discutir los problemas más urgentes del pensamiento contemporáneo; en estos convenios participaron también activamente en los últimos años, filósofos de Francia, España, Suiza y Bélgica, de modo tal que el Centro expresa la unión de fines comunes de los pensadores cristianos, en la difícil hora que el espíritu humano está atravesando en Europa y especialmente en Italia. Pero, como nunca en el pasado, en la historia de Europa y de Italia, ahora los esfuerzos de las energías más vivas y auténticas de la inteligencia están vueltos a la verdad de la trascendencia, que es la única que puede dar sentido y estructura a esta nuestra tan dañada y cada día más precaria existencia.

    Esto que ahora se está iniciando es el IIIº Congreso de filosofía, luego de aquél de Ámsterdam y de Messina, al cual en el giro de pocos meses, he tenido el honor de participar, y debo confesar que encuentro una cierta dificultad en la adaptación climática y la orientación geográfica. Pero ha sido Ud., Señor Ministro, quien a nuestra llegada al aeropuerto de Buenos Aires, ha saludado a la delegación italiana en nuestra lengua con las generosas palabras: «Sean bienvenidos a esta tierra que, por tantos aspectos, es y permanece italiana».

    Estamos profundamente agradecidos. Ya en estos pocos días de espera hemos tenido la oportunidad de conocer el alma argentina y de sentirla vibrar con nuestros mismos ideales de la común civilización cristiana y latina. Un Congreso de filosofía tiene su programa y sus arduos temas a los cuales nos dedicaremos con el empeño más austero. Pero junto a este trabajo de técnica científica y de libres disputas, existe para nosotros la oportunidad de establecer ese contacto personal, ese

    En aquella ocasión la Universidad Católica lo nombró profesor honoris causa de

    Filosofía. Fabro tenía 37 años y era considerado una promesa del Tomismo y de la Filosofía cristiana. Terminado el Congreso Fabro regresa a su patria, aún devastada por la guerra, con el ayuda económica que el p. Meinvielle le obtiene para la reedición del libro Nozione metafisica di partecipazione, como lo hace notar el Autor en la Prefazione al volumen: Ringrazio gli amici dell’Argentina: senza la loro cortese e generosa insistenza non avrei messo mano al lavoro di questa seconda edizione... » (Nota del Editor).

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    intercambio directo de ideas y de tareas, que ya en estos días hemos experimentado particularmente interesantes y fecundas. La atmósfera tan cordial y generosa con la cual nos habéis circundado y conquistado, no será para nosotros solamente un benéfico estímulo para nuestro trabajo, sino que permanecerá entre nuestros recuerdos más gratos como una imagen indeleble del rostro más espiritual y puro de Vuestra gran Nación.

    Nosotros que venimos de Europa y de Italia, os traemos la experiencia milenaria de la insaciable sed de verdad que atormenta al hombre en los siglos de su historia y que lo empuja sin descanso a encontrar en cielo y tierra, a través de todas las esferas intencionales del ser, la respuesta a la búsqueda por dar un sentido a su vida y una conclusión a su destino. La civilización occidental es tal especialmente en su filosofía, en la búsqueda del ser y del Absoluto, lo cual es en efecto y antes que nada la tarea de la filosofía. Por esto, en un momento tan problemático e inicial, se diga lo que se diga, la filosofía, ninguna filosofía, no es ni puede ser falsa: porque de ella es la condición o la situación más radical y constitutiva de la misma verdad, en cuanto que ésta puede ser accesible al hombre, sin la cual ninguna otra verdad, ni de Fe ni científica, puede tener sentido y estructura en la conciencia humana.

    Es para afirmar, defender y consolidar esta misión constitutiva del filosofar que nos encontramos reunidos.

    Nosotros del Viejo Occidente, os traemos una más madura experiencia de métodos y problemas que nos viene no sólo de la riqueza espiritual de nuestra historia, sino desde aquella todavía más profunda experiencia del error y del sufrimiento. Nuestra propia, aunque todavía no muy larga, existencia ha sido probada por los indecibles sufrimientos de dos guerras mundiales que han dejado su impronta en nuestros cuerpos y en nuestros espíritus y que nos obligan a ser más sabios.

    Queridos argentinos que estáis escuchando: os traigo con Italia también el saludo de Roma, desde donde vengo y a quien llevo en el corazón. A Roma, en el ocaso de la civilización griega, pasó la antorcha del espíritu; en Roma y por obra de Roma se conservaron y se conservan hasta hoy los documentos y los monumentos más insignes del arte y de la sabiduría de la Hélade. Desde Roma partió la

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    civilización de Europa y del mundo: fue por obra de Roma que se obtuvo y se conservó por largos siglos el prodigio de la unidad espiritual del mundo.

    Pueda también nuestro trabajo, egregios colegas venidos hasta aquí, contribuir a la pacificación de los espíritus, al desarme de los rencores, a aquella afirmación de verdad y de justicia que una vez más no podrá lucir sino en la luz y en la gloria de Roma.

    II. Ser y Existencia

    I El problema del ser, desde que el hombre tiene un

    pensamiento y un lenguaje, no puede ser ni eliminado ni superado2. El pensamiento, por el hecho de ser acto, es actualidad de presencia, es hacerse presente y hacer presente alguna cosa: es por lo tanto como una «repetición» absoluta del ser, así como el lenguaje es la repetición del ser en el tiempo y en el espacio de la convivencia humana. Al ser, real o posible, se orienta el contenido de todo pensamiento, su forma y su mismo acto en cuanto pensamiento. En este sentido, la «resolución» (Auflösung) idealista del ser en el pensamiento – por vía de la mediación del no-ser – no pudo de hecho eliminar el ser (cosa que admitió incluso Hegel), sino que terminó por subordinarlo al pensamiento, en el cual, en cierto sentido, era «conservado» (bewährt): pero el idealismo no logró jamás explicar el modo de esta conservación considerada (se preste mucha atención) indispensable, salvo en términos empíricos, como son el pasado, lo múltiple, el mal, etc. La ambigüedad ha permanecido en la raíz del Idealismo (que por otra parte, la ha tomado apresuradamente de tantas filosofías tradicionales formalistas, como Hegel de la filosofía Wolffiana) y ha podido llegar al acto como pensamiento puro y al pensamiento como acto puro, de manera tal que el pensamiento «resulta» el inicio y el término, el objeto y la forma de la verdad, y no ya el ser. Una situación si bien no inevitable, bastante comprensible cuando se entiende el concepto de ente como un

    2 CORNELIO FABRO, «Essere ed esistenza», in Actas del primer congreso nacional de

    filosofía, Mendoza, Argentina, 30 Marzo – 9 Abril 1949, Instituto de Estética, Buenos Aires 1949, II, 723-728.

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    concepto perfectamente abstracto (como hace Hegel), como el concepto más simple, aquello que es común a todos los seres pero que no penetra en su actualidad ni toca su concreción, ya que cada uno se distingue de los otros por sus notas propias. Esto sería el ente como inicio y objeto de la metafísica, al mismo modo que el punto lo es de la geometría y la unidad de la matemática: es decir, en términos hegelianos, como das Unbestimmte3, entendido inmediatamente como das Unbestimmbare4, vacío e insignificante. Y es por esto que Hegel ha podido resolverlo en la nada, contrariamente en esto a Spinoza, quien veía en la determinación la razón de la negación (omnis determinatio est negatio) haciendo de la metafísica el fundamento de la lógica.

    Sucede que en verdad, lo que preocupaba a Hegel era la realidad como movimiento en la naturaleza y en la historia. Por ello colocó al Absoluto como Espíritu, resultado de la dialéctica de los contrarios, y sustituyó a la metafísica estática de Spinoza el dinamismo de las formas históricas del Espíritu. Pero la crítica, con Trendelenburg, Kierkegaard y el mismo Marx, ha objetado siempre a Hegel que el acto de pensar no tiene sentido cuando permanece fuera, sobre o incluso más allá del ser, y que el movimiento es inteligible solamente si es movimiento del ser y por el ser. En este sentido, el movimiento de la dialéctica hegeliana se reduce a una transposición del movimiento mismo del ser que se desea quitar (aufheben) para introducirlo a escondidas como movimiento de la actualidad del pensamiento. Por eso Hegel debe primero empobrecer al ser, privarlo de acto y concreción y reducirlo sin más a forma desprovista de acto, para finalmente vaciarlo incluso de contenido: el aquí, esto, ahora… del inicio hegeliano, son los abstractos más abstractos de los últimos apéndices del ser y no se necesitaba el ingenio de Hegel para ver que nada son y nada significan. Pero su posición conserva siempre un inmenso valor en el desarrollo de los problemas, incluso como una reductio ad absurdum de una mentalidad abstractista, que se había cerrado desde el inicio a la posibilidad de la comprensión del ser como actualidad.

    3 “Lo indeterminado” (n. del tr.). 4 “Lo indefinible” (n. del tr.).

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    II La dialéctica hegeliana ha sido juzgada y procesada, en

    direcciones divergentes, tanto por obra del Marxismo como del Existencialismo. Kierkegaard y Marx son contemporáneos y ambos, combatidos e incomprendidos, verán el triunfo de su pensamiento, después de casi un siglo de distancia. La nueva instancia es que si la realidad es acto (como lo es), así debe ser y presentarse desde el primer momento del método, es decir, desde su inmediatez y no en cuanto «pasa» hacia alguna «otra» cosa distinta de sí. Si el ser de la inmediatez está privado de realidad, es lo mismo que la nada y su «pasaje al pensamiento» es un extrañarse, no un salvarse (por ello una nada), que contaminará con su nada al pensamiento mismo. Aquella secuencia de los momentos abstractos de la dialéctica hegeliana no ha sido fundada hasta el momento ni por Hegel ni por algún hegeliano y la estructura dialéctica del real aguarda todavía una interpretación plausible.

    Han tenido razón por lo tanto Kierkegaard y Marx al afirmar la positividad del ser inmediato: el ser, un cierto ser, es dado desde el principio como el «otro» de la conciencia; pero junto al ser se halla también el término del movimiento de la conciencia hacia el cual convergen todas sus actividades. Así, para Marx la dialéctica (y así para la dirección más ortodoxa de Engels-Lenin-Stalin) es evolución del ser de la naturaleza, transformación del mundo de la historia y de la naturaleza; de la naturaleza con la evolución, de la historia con la lucha de clases y la revolución. Al respecto, si el Marxismo, tal vez en ciertos ambientes logrará resolver algunos inconvenientes en el campo político y económico, difícilmente logre liberar a la dialéctica del nuevo absurdo en el cual la ha colocado. El Marxismo, contra Hegel y el idealismo, debe afirmar la positividad y el valor de realidad de la inmediatez y de la naturaleza; por otra parte el Marxismo debe fundar la lucha de clases para la superación del «estado presente» (Das Bestehende) del conservadurismo hegeliano; pero para ello debe negativizar lo real de la inmediatez y esto doblemente: en la naturaleza, proclamando la evolución indefinida e ilimitada de las formas existentes y, en el espíritu negando el valor primario de la personalidad

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    del Singular el cual es sustituido por el Gattungswesen5 impersonal del Estado – dos tesis estrictamente hegelianas que se encuentran en su justo lugar en el Idealismo pero que desentonan abiertamente en una concepción realista de la inmediatez. Marx, por su parte, ha caído en la misma contaminación o «alienación» hegeliana que criticaba, aunque en sentido inverso: en el sentido de imponer a un concepto, un tipo de movimiento distinto a su realidad; y ello porque, si el ser en su inmediatez es ya positivo, como afirma Marx, su progreso debe ser siempre en función de positividad y por grados de la misma, y no en función de la negatividad, de la lucha de clases, de la revolución, etc., como proclama el Marxismo. Así, el monismo metafísico (materialismo) marxista, no menos que aquél idealista, no puede generar más que oposiciones y pasajes ambiguos y aparentes, pero jamás podrá fundar una verdadera dialéctica que sea extrínseca al ser y resulte constructiva de sus formas en las dos esferas de la naturaleza y del espíritu. Los marxistas dirán seguramente que la objeción es vieja (Lukacs), pero es oportuno repetirla ya que ellos no han logrado, ni jamás lograrán, resolverla en sede teorética.

    III Se debe admitir por lo tanto que la dialéctica verdadera,

    aquella realmente progresiva para el contenido del ser, exige inicialmente el reconocimiento de dos dimensiones o esferas de ser que se relacionan según formas de oposición intrínsecas al ser en cuanto ser. Solamente así puede surgir y fundarse aquella tensión dialéctica que logre llegar al tercer momento constituido a partir de la creación del nuevo y de su conquista como valor. Es la misma inmediatez por lo tanto que pone la dialéctica y que se pone como dialéctica, en cuanto que es bidimensional y resultado de las dos esferas de la naturaleza y del espíritu: así, la dialéctica abraza toda la vastedad y la variedad del ser configurándose a sus formas, mientras que es razón de su movimiento y de su multiplicidad. Una es por lo tanto la dialéctica de la naturaleza y otra es la del espíritu y aún otra aquélla de los sectores del encuentro entre la naturaleza y el espíritu (la técnica, la economía, la política…). Hasta que el Marxismo no reconozca pues la

    5 “La esencia del género” (n. del tr.).

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    originalidad del espíritu, no podrá ni siquiera hablar de dialéctica en sentido completo y creativo. La dialéctica de la naturaleza aislada en sí misma termina en el hecho, en el evento cósmico y no en el valor que tiene por principio la subjetividad, es decir, la libertad del espíritu: por ello el marxismo en sede teorética tiene la batalla perdida desde el inicio, incluso para el problema capital del valor.

    No así, en cambio, el Existencialismo, al menos en su primer momento, en cuanto éste reivindica justamente la distinción ontológica de la naturaleza y del espíritu y la consistencia metafísica de la subjetividad o bien de la libertad del Singular. De este modo, en la esfera de la libertad del espíritu puede ponerse un criterio de valor, y puede nacer el deseo de su consecución: salvando la necesidad de definir más claramente el contenido real del ser y del valor. El existencialismo constituye por lo tanto, o al menos puede constituir, la instancia metafísica más constructiva y decisiva de todo el pensamiento moderno; su autocrítica es en cierto sentido también la posibilidad de su salvación, al volver al fondo de la tradición del espiritualismo greco-cristiano. Para el Existencialismo, sea éste de derecha o de izquierda, existe una doble inmediatez: la naturaleza y el espíritu, y una doble dialéctica o pasaje: una primera y una segunda vez, como dice Kierkegaard. La primera es o puede decirse la inmediatez de la largada (inicial), del mundo que se presenta a la conciencia y del espíritu que se despierta justamente como conciencia. La segunda es la inmediatez de llegada (conquistada): del mundo que ha cumplido el ciclo de sus formas, y del espíritu que ha realizado su «empeño» o deber respecto del ser, lo que debe ser su ser cumplido. Y el empeño del hombre, si se puede volver incluso hacia el ser del mundo y a los valores terrestres (economía, técnica, cultura…), evidentemente no lo puede realizar, salvo que los relacione consigo mismo; pero esta relación de sí a sí y del mundo hacia sí, en la cual se complace una gran parte del Existencialismo contemporáneo, se evapora también en tautología, no menos que el Idealismo y el Marxismo, si el valor no tiene fundamento y si la jerarquía de los valores (sin la cual la libertad es un sinsentido) no tiene un principio que permanece fuera de la dialéctica, es decir el Absoluto. Por eso Kierkegaard ha proclamado durante toda su vida que la dialéctica comporta necesariamente un «pasaje cualitativo» o la ruptura de la inmanencia bajo todas sus formas. El ser nunca será una esencia o formalidad pura abstracta, sino que será

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    siempre puesto, en función del acto, en la existencia y como existencia; y según los grados de la existencia obtiene el índice de su valor, que en el caso de un espíritu está constituido por su directa relación con el Absoluto.

    Evidentemente entonces la dialéctica sucumbe cuando considera el mundo como único horizonte del ser (Presocráticos, Naturalismo cósmico y místico, In-der-Welt-sein de Heidegger...), o tal horizonte es concebido como término inaferrable (das Ding an sich de Kant, das Umgreifende de Jaspers), o cuando el ser es dividido en dos esferas en situación de mutua exclusión o repulsión (Pour-soi y En-soi de J. P. Sartre). El ser del ente implica siempre la realidad de un acto que tiende a afirmarse como valor: en la naturaleza es la realización de una forma; en el espíritu, la aspiración a poseer el Absoluto. Quitar finalmente al ser la oposición ontológica de naturaleza y espíritu, raíz del primer ec-stasis del ser como libertad, reduciendo al ser a pura forma vacía del finito y del temporal (Nic. Hartmann), es volver a las cosas viejas, al racionalismo precrítico y cerrarse así al segundo pasaje cualitativo, aquella «segunda vuelta» de la dialéctica o éx-tasis definitivo del ser hacia el Absoluto. Porque dejar al ser «sin finalidad», como se pretende, es quitarle todo significado, es abandonarlo a la nada y a la desesperación. Y entonces el hombre está perdido.

    Traducción realizada por «Progetto Culturale Cornelio Fabro»

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    Beato Angelico: la Anunciación

    La campanada blanca de maitines al seráfico artista ha despertado

    y, al ponerse a pintar, tiene a su lado un coro de rosados querubines.

    Y ellos le enseñan cómo se ilumina

    la frente y las mejillas ideales de María, los ojos virginales,

    la mano transparente y ambarina.

    Y el candor le presentan de sus alas para que copie su infantil blancura

    en las alas del ángel celestial,

    que, ataviado de perlinas galas, fecunda el seno de la Virgen pura, como el rayo del sol por el cristal.

    Manuel Machado, 1910

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    ACTUALIDAD DE LA CIUDAD CATÓLICA

    P. Carlos M. Buela, I.V.E.

    Nos hemos reunido junto al altar del Verbo Encamado para inmolar la Víctima en el Santo Sacrificio de la Misa, en acción de gracias por los 20 años de fecundo apostolado realizado por innumerables laicos católicos en torno a la llamada «Obra de Verbo»∗.

    Queremos referirnos en esta ocasión a la clarividencia y al profético adelantarse a los tiempos que han tenido los laicos que comenzaron esta Obra, la actualidad y urgencia inaplazables que tiene esta acción ahora y la tendrá, aún más, en el futuro para bien de la Iglesia y de la Patria.

    Lo que podemos llamar el carisma propio de estos laicos consiste: 1° en conocer, difundir y llevar a la práctica la doctrina social de la Iglesia; 2° con el fin de restaurar la Ciudad Católica; y 3° haciendo, de este modo, que Cristo reine sobre la realidad temporal. Serán los tres puntos de este trabajo.

    I. La Doctrina Social de la Iglesia

    Nuestro Señor Jesucristo, como Buen Pastor que es, no sólo ordena los actos interiores del hombre, por ejemplo, en el Sermón de la Montaña, sino también los actos externos del hombre, los actos sociales. Él vino a salvar a los hombres, no sólo considerados individualmente, sino al hombre en su situación concreta como «zoon politicon»1 al decir de Aristóteles o en la expresión de Saint-Exupéry como «nudo de relaciones»2, es decir, se constituye en el Salvador de los hombres y en el Salvador de los pueblos. Recordaba Juan Pablo II:

    ∗ El 19 de marzo de 1979, festividad de San José, VERBO celebró el vigésimo

    aniversario de su fundación. Con tal motivo, el p. Carlos Miguel Buela ofició una Misa en acción de gracias en la Basílica del Santísimo Sacramento, oportunidad en la cual pronunció la siguiente homilía que fuera publicada en Verbo 191 (1979) 14-22. Reproducimos el texto corregido y aumentado. 1 ARISTÓTELES, Política, 1253. 2 Piloto de guerra (Editorial Sudamericana; Buenos Aires 1958) 147.

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    «Cristo no permaneció indiferente frente a este vasto y exigente imperativo de la moral social. Tampoco podría hacerlo la Iglesia»3.

    Ese gran monumento doctrinal que, particularmente, en forma vertiginosa se desarrolló, a la luz de la Sagrada Escritura, la Tradición y los Santos Doctores, desde León XIII hasta nuestros días por medio de las llamadas Encíclicas sociales y políticas, no deja de tratar ningún problema auténticamente humano y orienta con precisión a los cristianos. De este gran monumento han bebido la doctrina estos laicos siguiendo el llamado de Cristo Rey a «instaurarlo todo en Cristo» (Ef. 1,10).

    En estos últimos tiempos, por obra del progresismo que está asolando a la Iglesia, se buscó eclipsar la doctrina social de la Iglesia, como señalara Marcel Clement, entre otros. ¿Por qué razón? Porque el progresista quiere ir al mundo, pero para disolverse en el mundo, mientras que el católico auténtico, imbuido de los principios de reflexión, pero también de las normas de juicio y directrices de acción de la doctrina social4, quiere ir al mundo para que el mundo se convierta a Cristo.

    En esta línea el gran Cardenal József Mindszenty sostiene: «los que quieren mantener la religión al margen de la vida pública, lo que pretenden es infectar a ésta con la mediocridad de sus vidas privadas»5. Además, señala otra causa y es que el comunismo sabe que «en los círculos cristianos las doctrinas comunistas pueden prender si la religión ha perdido su eficacia en la vida social»6. De allí que la «conspiración del silencio» haya echado su espeso manto sobre el accionar de los laicos de esta Obra. No podemos dejar de recordar aquí a ese caballero de Cristo que fue el Dr. Carlos Alberto Sacheri, quien murió en testimonio de la Verdad de Cristo. De allí, también, el «odium theologicum»7 del progresismo contra la obra de un Julio Meinvielle o de un Jordán Bruno Genta, porque iban a lo temporal no para hacer la

    3 JUAN PABLO II, Discurso a la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano reunida en Puebla (México), 28 de enero de 1979, III, 4. En adelante: Discurso a la Conferencia del Episcopado Latinoamericano. 4 Cf. PABLO VI, Carta Apostólica «Octogesima Adveniens», 4. 5 CARDENAL JÓZSEF MINDSZENTY, Memorias, Emece; Buenos Aires 1975, 111. 6 CARDENAL JÓZSEF MINDSZENTY, Memorias, Emece; Buenos Aires 1975, 81. 7 PÍO XI, Carta Encíclica sobre el comunismo ateo «Divini redemptoris», 18.

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    revolución marxista, sino la revolución nacional, no para exacerbar la lucha de clases sino para buscar la justicia social, no usando el análisis marxista sino el análisis cristiano de la sociedad, no para arrodillarse ante el mundo sino para que el mundo se arrodille ante Dios, jamás recurriendo a los sistemas o ideologías extrañas a la Iglesia, «para amar, defender y colaborar en la liberación del hombre»8.

    Pero, acaso los que tanto hablan de liberación, ¿No se han dado cuenta todavía que «la recta concepción cristiana de la liberación»9

    es lo que se «denomina doctrina social o enseñanza social de la Iglesia»?10

    Por eso, la tremenda actualidad y urgencia en estudiar, difundir y llevar a la práctica la doctrina social de la Iglesia. S.S. Juan Pablo II decía en Puebla: «Confiar responsablemente en esta doctrina social, aunque algunos traten de crear dudas o desconfianzas sobre ella, estudiarla con seriedad, procurar aplicarla, enseñarla, ser fiel a ella es, en un hijo de la Iglesia, garantía de la autenticidad de su compromiso en las delicadas y exigentes tareas sociales, y de sus esfuerzos en favor de la liberación o de la promoción de sus hermanos»11.

    La fidelidad a la doctrina social es la razón principal por la cual esta Obra, formada por tantos jóvenes de los cuatro puntos cardinales de la Patria, sea una de las pocas instituciones del país que puede tener el santo orgullo de decir a los cuatro vientos que ningún guerrillero salió de sus filas para derramar sangre de otros; pero sí mártires, que derramaron la suya propia, como el Dr. Sacheri quien, por así decirlo, con su sangre regó la doctrina social de la Iglesia.

    II. La ciudad católica

    El trabajar en pro del desarrollo, de la promoción humana, de la defensa de los derechos humanos, de la auténtica liberación cristiana, de la aplicación de la doctrina social de la Iglesia —nombres todos que, bien entendidos, señalan lo mismo aunque con diversos matices— no es otra cosa que trabajar en pro de la Unidad Católica.

    8JUAN PABLO II, Discurso a la Conferencia del Episcopado Latinoamericano, III, 2. 9 JUAN PABLO II, Discurso a la Conferencia del Episcopado Latinoamericano, III, 6. 10 Cf. PABLO VI, Exhortación Apostólica «Evangelii nuntiandi», 38. 11 JUAN PABLO II, Discurso a la Conferencia del Episcopado Latinoamericano, III, 7.

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    ¿Acaso esta Obra no ha luchado siempre en favor del derecho a nacer, a la vida, a la verdad, a la procreación responsable, a los sacramentos, al trabajo, a la estabilidad matrimonial, a la vejez, a la paz, a la libertad, a la legítima defensa de nuestras vidas, de nuestros bienes y de nuestra Patria, al salario justo, a la justicia social y, en fin, el derecho a la fe? ¿Acaso no estuvo siempre en contra del aborto, de la eugenesia, de la eutanasia, del onanismo conyugal, del divorcio, de la violencia injusta, de la esclavitud opresora, del robo al obrero, de los campos de concentración, de la tortura a los disidentes políticos, de la prédica de tanto falso profeta, del liberalismo y del marxismo? Y el estar en favor de esos derechos y en contra de su vejación, ¿no es trabajar para que la civilización sea cristiana? Claro que el cristiano no debe trabajar por estos derechos entendidos en clave liberal como si fuesen absolutos, autónomos y prescindiendo de Dios, sino según la concepción católica, en la cual, dada la obligación que todo hombre tiene de alcanzar su último fin —que es Dios— debiendo conocerlo, amarlo, obedecerle, rendirle culto..., por esa obligación tiene todos los demás derechos.

    No nos dejemos engañar por algunas palabras que, entendidas rectamente, etiquetan la misma realidad. Así, Ciudad Católica, civilización cristiana, ciudad de Dios, Cristiandad y civilización del amor, son exactamente lo mismo. Podemos decir con Santo Tomás que esta «diversidad está más en las palabras que en la realidad»12, las cuales expresan, equivalentemente, idéntica cosa. A algunos no les gusta el nombre de civilización del amor porque les «parece una expresión sin la energía necesaria para enfrentar los graves problemas de la época»13; algún joven podrá creer que se trata de robar furtivos y románticos besos a alguna agraciada jovencita; alguno lo confundirá con el amor de los teleteatros —tipo Nené Cascallar y Alberto Migré—, pero es de toda evidencia que el amor que proponía S.S. Pablo VI para la civilización no puede ser otro que el amor cristiano, que es la cumbre a la cual tiende la civilización cristiana, que es la caridad, «reina de las virtudes» en la Ciudad Católica, que es el «resumen de la Ley y los Profetas» (Mt 22,40) y, por tanto, es la Ley de la ciudad de Dios,

    12 SANTO TOMÁS DE AQUINO, S. Th., I, 68, 4. 13 TERCERA CONFERENCIA GENERAL DE EPISCOPADO LATINOAMERICANO, Documento de Puebla (1979), Mensaje a los Pueblos de América Latina, 8.

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    que es el primer mandamiento de la Cristiandad, que no es otra cosa que la virtud teologal de la Caridad, por la que amamos a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios.

    En uno de los 10 párrafos en los cuales los Obispos latinoamericanos reunidos en Puebla, invitan a todos los hombres de buena voluntad «a ser abnegados constructores de la civilización del amor»14, dicen que ésta «repele la sujeción y la dependencia... no acepta la condición de satélite de ningún país del mundo...»15, ¿no ha denunciado esta dependencia malsana desde hace 20 años la «Obra de Verbo»? Más aún, ¿no ha sido ésta la prédica constante, desde mucho tiempo atrás de los Irazusta, José Luis Torres, Ramón Doll, Juan Carlos Goyeneche, los Ibarguren, Hugo Wast, Ernesto Palacio, Alberto Ezcurra Medrano, el p. Leonardo Castellani..., es decir, del nacionalismo católico argentino? De los cuales los laicos de esta Obra también son herederos, ya que la civilización cristiana por la que tanto trabajan se ha de restaurar sobre las características concretas de nuestra cultura nacional argentina. Y no se nos arguya que a renglón seguido los Obispos en Puebla repudien «los nacionalismos estrechos e irreductibles»16, que esto también —y mucho antes y con más fuerza— lo ha hecho el nacionalismo católico argentino, porque ha repudiado todo nacionalismo que no se abra a los valores de la Cristiandad, sea el que rinde «culto a la propia sangre —nacionalismo racista—, o a la propia tierra —nacionalismo telúrico—, o a la propia clase —nacionalismo proletario—», como decía el Padre Julio Meinvielle ya en 194917.

    Toda la amplísima temática de la evangelización, y de la evangelización en relación con la promoción humana, con la cultura, con la política, etc., tan en el tapete en estos tiempos, es un indicio de la urgencia y actualidad de trabajar por la civilización cristiana; por otra

    14 TERCERA CONFERENCIA GENERAL DE EPISCOPADO LATINOAMERICANO, Documento de Puebla (1979), Mensaje a los Pueblos de América Latina, 8. 15 TERCERA CONFERENCIA GENERAL DE EPISCOPADO LATINOAMERICANO, Documento de Puebla (1979), Mensaje a los Pueblos de América Latina, 8. 16 TERCERA CONFERENCIA GENERAL DE EPISCOPADO LATINOAMERICANO, Documento de Puebla (1979), Mensaje a los Pueblos de América Latina, 8. 17 Cf. JULIO MEINVIELLE, «Hacia un nacionalismo marxista», Revista Presencia 23 (1949), re-publicado en Política Argentina 1949-1956 (Trafac; Buenos Aires 1956) 114.

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    parte, como afirmara S.S. San Pío X: «La civilización del mundo es civilización cristiana»18.

    III. Reinado social de Cristo Rey

    Al trabajar el católico por la aplicación concreta de la doctrina social de la Iglesia, trabaja para la civilización cristiana y al trabajar por ésta, está trabajando por la extensión del Reinado Social de Cristo Rey.

    Ésta es también una tarea urgente y actualísima que brota como exigencia de nuestro Bautismo por el que fuimos constituidos reyes al participar de la reyecía de Cristo19, razón por la que debemos reinar sobre nosotros mismos, sobre el pecado, sobre el mundo y sobre su príncipe20. De ahí que los laicos «en cualquier asunto temporal; deben guiarse por la conciencia cristiana, ya que ninguna actividad humana, ni siquiera en el orden temporal, puede sustraerse al imperio de Dios»21. Por eso hay que «rechazar la infausta doctrina que intenta edificar a la sociedad prescindiendo en absoluto de la religión...»22. O sea, que el cristiano debe ordenar toda su vida —privada y pública— según Dios, si es fiel a su compromiso bautismal. Debe ordenar la familia, la sociedad nacional e internacional, la política, la economía, el trabajo, las empresas, los medios de comunicación social, los sindicatos, la Universidad, las Fuerzas Armadas, la civilización, la cultura, la literatura, el arte; en una palabra, debe ordenar todo el orden público y social de los pueblos —no sólo la vida privada— según la mente de Dios, según la voluntad de Dios y según el corazón de Dios. ¿No es eso el Reinado Social de Cristo Rey del que nos hablaba la «Quas primas»23? Y ¿qué otra cosa es el valiente y enérgico llamado de S.S. Juan Pablo II en el comienzo de su Pontificado el 22 de octubre de 1978, repetido varias veces, también en Puebla? Dice el Papa: «¡No temáis! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo! Abrid a su potestad salvadora, las puertas de los Estados, los sistemas

    18 SAN PIO X, Carta Encíclica «Il Fermo Proposito», A.S.S., vol. XXXVII, 745. 19 Cf. CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Constitución dogmática sobre la Iglesia «Lumen Gentium», 33. 20 Cf. Jn 12,31. 21 CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Constitución dogmática sobre la Iglesia «Lumen Gentium», 36. 22 CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Constitución dogmática sobre la Iglesia «Lumen Gentium», 36. 23 PIO XI, Carta Encíclica sobre la Fiesta de Cristo Rey «Quas Primas», 11 de diciembre de 1925.

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    económicos y políticos, los extensos campos de la cultura, de la civilización y del desarrollo». Con lo que vemos que el Pontífice, felizmente reinante, pide que abran a Cristo los Estados, la economía, la política, la cultura, la civilización, el desarrollo, y esto es lo que siempre se entendió por Reinado Social de Cristo Rey. Y dado caso que «el divorcio entre la fe y la vida diaria de muchos debe ser considerado como uno de los errores más graves de nuestra época»24, no vemos cómo los católicos, particularmente los laicos a quienes «corresponde por propia vocación, tratar de obtener el Reino de Dios gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios»25, puedan sustraerse a la magna tarea de cambiar el mundo, «de salvaje volverlo humano, de humano volverlo divino»26, verdad que recordara el 25 de enero de 1979 en Santo Domingo Juan Pablo II, quien luego de exhortar a trabajar para hacer un mundo más humano, agregaba: «No os contentéis con ese mundo más humano. Haced un mundo más explícitamente divino»27.

    En fin, los tres elementos que integran, o que podríamos llamar el carisma de esta Obra se imbrican mutuamente y son de asombrosa y permanente actualidad. Lo que en el orden doctrinal y práctico está orbitado por la doctrina social de la Iglesia, en su concreción histórica es propender a la instauración y restauración de la civilización cristiana, lo que a la luz del misterio del Verbo Encarnado es hacer que Cristo reine sobre la sociedad, la familia, el arte, los Estados... es la «consecratio mundi» —la consagración del mundo a Dios—, es buscar el Reinado Social de Cristo Rey.

    IV. Peroración

    Viendo la urgencia del apostolado laical, la tarea imprescindible que corresponde a los laicos en la grande obra de la evangelización y «muy en especial» la acción de «iluminar y organizar todos los asuntos temporales... de tal manera que se realicen continuamente según el espíritu de Jesucristo y se desarrollen y sean

    24 CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual «Gaudium et Spes», 43a. 25 CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Constitución dogmática sobre la Iglesia «Lumen Gentium», 31. 26 Discorsi e radiomessaggi di S.S. Pio XII, XIII, 471. 27 JUAN PABLO II, Homilía del 25 de enero de 1979 en Santo Domingo, 4.

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    para gloria del Creador y del Redentor»28, pidamos en esta Santa Misa a Cristo Rey, por intercesión de la Virgen de Luján y de su esposo San José, patrono de esta Obra, la gracia de tener y de crecer siempre en el espíritu de fe, en el espíritu de fortaleza y en el espíritu de gratitud para estar «firmes en la brecha» luchando por la doctrina social, la civilización cristiana y Cristo Rey.

    1º Espíritu de gratitud: Constantemente debemos dar gracias a Dios por todos los beneficios recibidos y, en especial, por haber sido llamados por Cristo Rey a este puesto de vanguardia en la lucha por dar testimonio, positivo y negativo, de la Realeza Social de Cristo. Es una gracia de Dios inmerecida estar en este puesto de combate y reconocer esa gratuidad del don de Dios es prenda de futura perseverancia en esta trinchera de primera línea.

    Digamos con el poeta:

    «He aprendido a agradecer en mi camino, Señor, el agua de cada fuente y el pan de cada mesón, el cantar de cada pájaro y el olor de cada flor».

    (José María Pemán)

    2° Espíritu de fortaleza: La vida cristiana es un combate29 contra el mal, por tanto, siempre hay que pedir la virtud, el don y el espíritu de fortaleza. Con mayor razón los integrantes de esta Obra ya que tienen un enemigo principal y muy insidioso: El progresismo cristiano, tanto el liberal corno el marxista. Hay que resistir a sus ataques, a sus insidias y a sus sofismas como dice San Agustín: «La fortaleza cristiana incluye no sólo obrar lo que es bueno, sino también resistir lo que es malo»30. Por ello el lugar insustituible que debe ocupar siempre en esta

    28 CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Constitución dogmática sobre la Iglesia «Lumen Gentium», 31. 29 Cf. Ef 6,10ss. 30 SAN AGUSTÍN, Sermones (BAC VII; Madrid 1981) I, 627. El texto latino dice: «Pertinet ad christianam firmitatem, non solum operi quae bona sunt, sed et tolerare quae mala sunt».

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    Obra los auténticos Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola para la formación de hombres católicos militantes, no claudicantes.

    Espíritu de fortaleza que se identifica con la santidad, ya que «los santos... [son] los dientes de la Iglesia que desgajan de los errores a los hombres»31. En este orden de cosas hay que pedir al Señor que nunca deje caer a los miembros de esta Obra en esa tentación sutil de creer que uno está sufriendo mucho por Cristo: «No os sorprendáis, como si os sucediera cosa extraordinaria —dice San Pedro— del fuego que arde entre vosotros para prueba vuestra» (2Pe 4,12), recordando que para que la persecución sea bienaventurada — es la octava Bienaventuranza— como enseña San Juan Crisóstomo, son absolutamente necesarias dos condiciones: «Que se nos injurie por causa del Señor y que sea falso lo que se dice contra nosotros»32; y que, aunque debemos más buscar ser estimados por el mundo «por vanos locos por Cristo que primero fue tenido por tal»33, no debemos olvidarnos que nosotros jamás tenemos que dar ocasión alguna de ello34.

    3° Espíritu de Fe: Esta muy insigne tarea de «instaurar todo en Cristo» (Ef. 1,10) sólo puede hacerse de verdad «de fe en fe» (Rom 1,17), teniendo la más inconmovible certeza —que da la fe— que en este camino que conduce de Cristo al hombre y por el que Cristo se une a todo hombre «la Iglesia no puede ser detenida por nadie»35.

    Además, hay que tener en cuenta que así como el Diablo a quien no puede hacerlo malo lo hace tonto, análogamente, el progresismo al que no puede hacerlo apostatar de la fe busca hacerlo por lo menos reaccionario, apartándolo de esa manera de la gran corriente de vida, comunión y participación de la Iglesia Católica, logrando dejarlo solo en una confortable y aparentemente incontaminable campana de cristal, que termina por convertirse

    31 Cfr. SAN AGUSTÍN, Enarraciones sobre los Salmos (BAC XIX; Madrid 1964) 19. El texto latino dice: «His dentibus contrarii sunt dentes Ecclesiae, quorum auctoritate ab errore gentilium veriorumque dogmatum praecidintur credentes, et eam quae Christi corpus est transferetur». 32 SAN JUAN CRISÓSTOMO, In Matt. Hom., XV, 5. 33 SAN IGNACIO DE LOYOLA, Ejercicios Espirituales [167]. 34 SAN IGNACIO DE LOYOLA, Libro del Examen, c. 4, 44. 35 JUAN PABLO II, Carta Encíclica «Redemptor Hominis», 13.

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    muchas veces en un oscuro callejón sin salida, dejándolo fuera del fragor del combate. El progresismo nunca debe ser causa de nuestro obrar, solamente puede ser ocasión; si no hiciésemos así, le estaríamos dando categoría de eficiencia y, como el mal, es tan sólo una deficiencia.

    Sé en carne propia lo difícil que es mantener el espíritu católico, esto es universal, cuando uno es atacado incesantemente en la fe. En esos momentos la tentación es replegarse sobre uno mismo y ni siquiera usar palabras que son nuestras, pero que los progresistas tanto manosean —v.g., los pobres—; pero sería un error muy grave encerrarse en un espíritu de capilla, sólo preocupado por los intereses de campanario, que terminan finalmente siguiendo «magisterios paralelos, eclesialmente inaceptables y pastoralmente estériles»36, aislándose del Pueblo de Dios y de sus legítimos Pastores. ¿O acaso San Vicente de Paúl, Santa Isabel de Hungría, San José Benito Cottolengo, San Luis Orione y tantos otros —ninguno de ellos progresista— no se ocuparon de verdad y sin demagogia de los pobres viendo en ellos al mismo Cristo?

    Tenemos que defender nuestra fe católica y traducirla en obras: «Hoy, de la fe sólo se conserva lo que se defiende»37. Debemos defender la fe católica que quiere volcarse sobre la realidad pública y social, imantando todo para Cristo Rey. No trabajar explícitamente para que Cristo reine sobre nuestros pueblos implica una cierta apostasía en la fe.

    Adhirámonos con todas las fuerzas de nuestra alma y de nuestro corazón a Jesucristo nuestro Señor, «Rey de Reyes y Señor de los Señores» (Ap 19,16), porque, como afirma Santo Tomás de Aquino: «Él mismo es todo el bien de la Iglesia y no hay otro mayor que Él, y ni todos juntos más que Él solo»38, dispuestos a dar la vida para que Él reine, porque es el Único que tiene «palabras de vida eterna» (Jn 6,68).

    36 JUAN PABLO II, Discurso a la Conferencia del Episcopado Latinoamericano, II. 37 CARDENAL ALBINO LUCIANI, Ilustrísimos señores (BAC, Madrid 1978) 93. 38 SANTO TOMÁS DE AQUINO, S. Th., Supp, 95, 3, ad 4.

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    ¿POR QUÉ LEER LOS CLÁSICOS?

    Sem. Martín José Villagrán

    I. Presentación

    I. Génesis y objetivos

    Conversando sobre el valor de la lectura de los libros clásicos con un amigo del seminario no supe dar más que algunos argumentos fútiles, puesto que solía elogiarlos por inercia, como todos los que leyeron algunos, pero sólo por temor a desaprobar la secundaria. Pensando un poco y leyendo otro tanto pude acomodar un poco esas ideas. La intención de este trabajo es, pues, presentar los fundamentos más profundos (metafísicos y antropológicos) de las obras clásicas, destacar el enriquecimiento que produce en sus lectores y la influencia que ejercen sobre la cultura posterior hasta nuestros tiempos, así como la relación con la santidad de todo cristiano y la realización de nuestro carisma, que quiere evangelizar la cultura.

    II. Fundamento metafísico

    Para poner más de relevancia la importancia de acercarse a los clásicos quiero establecer un fundamento metafísico, por las causas últimas.

    Al inicio de la búsqueda metafísica descubrimos en el mundo corpóreo la composición materia-forma (cosmología) y encontramos también seres corpóreos con sus formas subsistentes. Estos seres, animales racionales, muestran en su forma subsistencia, espiritualidad e inmortalidad cuando realizan operaciones sin el cuerpo, como cuando piensan o aman, ya que el efecto es proporcional a la causa. Pero también hallamos que siempre comienzan a existir de hecho con su cuerpo y que nada pensarían ni amarían según su modo natural si no tuvieran cuerpo. Este ser, descubriéndose contingente, exige una Inteligencia Necesaria, Pura y Creadora. Y en medio ve la conveniencia de que existan formas puras sin cuerpo, pero que hayan sido creadas (ángeles).

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    Es así que el hombre, realidad compuesta de cuerpo y de alma, es capaz de abstraer del mundo sensible las más indeterminadas consideraciones y puede elevarse por sobre toda la creación con su pensamiento. Pero su cuerpo le clama concretos, particulares, que le permitan subsistir, vivir cotidianamente en el tiempo en el que está. Así, aunque llega a descubrir realidades sublimes tras de su especulación y formar grandes ideales que perseguir, quiere hallar un lugar donde eso se asiente, se haga sensible, palpable, audible… Y así los va descubriendo, y a su vez explayando como puede, tratando de recubrirlo con un hecho histórico, un lugar geográfico, un personaje, una forma literaria, una melodía, en fin, en algo finito. Pero estas siguen siendo verdades eternas y un ideal de perfección.

    Este es el fundamento de que los hombres hayan siempre buscado prototipos, modelos de las virtudes, que tienen valor perenne pero que a menudo se hacen muy lejanas para él.

    Y encontramos aún cimentación más profunda. Dios creó al hombre y le marcó un destino divino; y lo llamó a unirse a Él e imitarlo. Mas ¡qué lejos estaba el hombre con su naturaleza caída de divinizarse! Pero encontró en una realidad sensible la imagen visible de Dios invisible. De ese Dios que, siendo todo espíritu, se nos presentaba en lontananza. Ahora sí encuentra el espíritu humano la Bondad, la Verdad, la Vida, perfectas, ¡substanciales!, pero hechas palpables, visibles, audibles… Y todo eso se hizo en nuestra carne, se hizo Hombre…

    II. ¿Qué son los Clásicos?

    «En la vida cultural (...) el arte es la actividad espiritual por medio de la cual crea el hombre obras con fin de belleza. Todo ser humano, por rudo e ignorante que sea, experimenta la necesidad de representar en forma bella sus imaginaciones, ideas o sentimientos; esa necesidad se satisface gracias a la creación artística. El niño que traza sobre el papel caprichosas figuras; el pastor que adorna su cayado grabando en él dibujos geométricos; el alfarero que decora cuidadosamente sus vasijas; cualquier hombre cuando intenta, con sus palabras, expresarse de manera más atractiva, todos practican la actividad artística, de modo esencialmente igual a como lo hacen el pintor, el músico o el poeta. Pero mientras las obras torpes o vulgares carecen de

  • ¿POR QUÉ LEER LOS CLÁSICOS?

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    interés, las de verdadero valor por su insigne hermosura perpetúan en forma duradera el espíritu de los individuos y pueblos que la han creado, y constituyen un perenne manantial de goce. Si la ciencia se esfuerza por el descubrimiento de la verdad, el arte intenta saciar otro de los grandes anhelos humanos, la realización de la belleza»1.

    En un análisis más profundo afirma Teodoro Haecker que «arte clásico es el encuentro afortunado de la más grande potencia artística con el objeto más grande de este único momento dado, y por cierto con el más grande objeto real –este es el primer principio de todo arte clásicos-» (Pensemos en la cultura helénica, rica en ideales y héroes, junto a Homero; en la plenitudo temporis junto a Virgilio; en la expansión del cristianismo junto a San Agustín; etc. «Nunca inventa el creador de una obra clásica su propio objeto sino que es creador y poeta en aquel reino que un objeto real, que se le da realmente, deja abierto a su libertad creadora». «Todo arte clásico por nosotros conocido cumple con toda evidencia esa exigencia categórica: Homero lo mismo que los trágicos griegos, Virgilio lo mismo que Dante, Shakespeare lo mismo que los grandes españoles ya sean humorista o trágicos».

    Continuando su reflexión dice: «todo arte clásico de la creación poética consiste en la limitación y en la omisión. En proporción a aquello que se da, es infinito lo omitido, y casi todo puede ser omitido, a excepción de una cosa: el todo, la totalidad».

    «En un verso de la Eneida está toda Roma, en un solo verso está todo Virgilio. Todo lo creado se trasciende a sí mismo. Por eso es una característica de la gran poesía el abarcar en sí y en verdad todo aquello que llega a ella, e incluso aquello que lo trasciende. La plenitud es una característica, pero la característica de la poesía más grande no es sólo ella, la plenitud, sino el desbordamiento, que ya no puede asir ninguna inteligencia»2.

    A partir de esto nos detendremos en la consideración de los dos elementos que conforman al Clásico:

    1 LAPESA MELGAR, RAFAEL, Introducción a los estudios literarios, Salamanca 1986, Ediciones Cátedra, 9 y 10. 2 CFR. HAECKER TEODORO, Virgilio, Padre de occidente, Buenos Aires1979, Editorial Ghersi, 80-82

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    • El hecho grande • El poeta genio

    I. El hecho grande

    El Padre Menvielle ilumina sobre este primer elemento diciendo que «aunque la historia esté constituida por todas las acciones de los hombres, en realidad, no se considera historia sino ciertas acciones cumplidas por determinadas comunidades humanas o por personas destacadas de esas comunidades. Res gesta, las hazañas, las acciones ilustres eran tan sólo registradas en la memoria de los pueblos. La Historia cobraba así la función de paradigma de los pueblos. Constituía por lo mismo un alto magisterio de dignidad de conducta de los hombres»3.

    Así vemos el asombro en la Grecia clásica ante los grandes acontecimientos que produjo esas perlas de la literatura universal: «las empresas (del combatiente cabal) puede y deben ser cantadas. Ya que el canto es participación en la vida divina y por él resuena la verdad revelada por las musas. No es convicción de letras y sonidos humanos. Es profesión celeste a la que hombres y mujeres aquí abajo, prestan sus oídos.

    «Rapsodas y poetas -escuchas atentos de la divinidad- ponen su arte al servicio de la exaltación de las gestas, y las trasmiten para memoria y ejemplo de las generaciones venideras. Cantar hazañas es eternizarlas, y es a la vez dejarse cubrir por los coros de la eternidad. De allí que en las instancias finales de dramas y desmayos –como Helena ante la caída de Troya- los personajes homéricos encuentran su consuelo hondo en la certeza de que serán objeto de un gran canto (…). No hay que olvidar que Zeus (…) fue quien creo (a las Musas) después de la derrota de los Titanes para que fueran el testimonio y la celebración de esa primer batalla sagrada»4.

    La Providencia se encarga que al haber hechos grandes haya también quién los cante y eternice con belleza y genio. En los genios como Homero, Virgilio, Cicerón, San Agustín, el Dante, Cervantes,

    3 JULIO MENVIELLE, El comunismo en la revolución anticristiana, Buenos Aires 1982, Ediciones Cruz y Fierro, pág. 23. 4 CAPONNETTO, ANTONIO, «El sentido de la lucha en Grecia y Roma», Gladius Nº 18, Buenos Aires, 119.

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    Shakespeare, José Hernández, etc., encontramos esa percepción del hecho, la captación de la magnitud -a pesar de ser sobrepasado por ella-; pero también el talento poético y esa labor improbus, el fatigoso trabajo para conocer, comprender y expresarlo bellamente.

    Analizamos pues el segundo elemento:

    II. El poeta genio

    Algunas notas que ha de tener el autor5:

    • Talento Natural • Cultura y experiencia de vida • La inspiración

    5 “El artista y sus cualidades: El artista es la personalidad creadora de obras de arte. El artista literario recibe el nombre genérico de literato o escritor, o los especiales de poeta, dramaturgo, novelista, ensayista, crítico, etc., según la clase de obras a que dedique su actividad. El nombre de poeta puede aplicarse sólo al creador de obras sin más finalidad que la belleza pura, sobre todo si se vale del verso como forma de expresión; pero en un sentido más amplio puede referirse también al novelista, al dramaturgo y a veces a los cultivadores de otros géneros. Las cualidades del artista suelen dividirse, como las de todo ser humano, en innatas y adquiridas por la educación o el hábito. Entre las facultades innatas destaca la imaginación o fantasía, que tiene intervención primordial en la concepción de la futura obra literaria; ella es la que da forma y consistencia a las ideas más o menos vagas que constituyen el primer germen de la obra. La imaginación creadora en ejercicio recibe el nombre de inventiva. También es importantísima la sensibilidad, cualidad receptora de impresiones externas y capacidad de reaccionar ante ellas: quien no sienta emoción ante la belleza contemplada, difícilmente podrá convertirla en materia de una obra artística. El precepto horaciano Si vis me flere, dolendum est primum ipsi tibi (si quieres hacerme llorar, tienes que dolerte primero tú mismo) tiene validez perdurable, porque el artista necesita sentir emoción ante lo que expresa en su obra; pero esto no quiere decir que sienta como cosa propia las pasiones y sufrimientos que imagina en sus personajes; basta que los comprenda y acierte a crearlos. La sensibilidad, aunque de ordinario tenga una base innata, puede desarrollarse y afinarse mediante una labor educadora. Lo mismo sucede con el gusto o acierto en la apreciación, sentido exacto de lo que en cada caso debe ser preferido o rechazado. Cualidades adquiridas son la cultura, conocimientos, perfección técnica, etc. Recibe el nombre de genio el conjunto de facultades creadoras cuando son extraordinarias. El talento consiste en el equilibrio y buen aprovechamiento de facultades poseídas en alto grado. El artista de genio es innovador; señala nuevos rumbos en su arte, aunque su obra sea frecuentemente desigual; el artista de talento aprovecha las orientaciones marcadas por el artista genial, y a falta de grandes novedades, ofrece en general mayor ponderación. Con el nombre de ingenio se conoce la agudeza mental, la facultad que descubre rápidamente inesperadas relaciones, originando juegos de conceptos y palabras, contraposiciones humorísticas u ocurrencias imprevistas.” LAPESA MELGAR, RAFAEL, Introducción a los estudios literarios, Salamanca, Ediciones Cátedra, 1986, 19-20.

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    A. Talento Natural

    En las disposiciones del autor consideramos indispensable que Dios lo hay dotado en su naturaleza de esa percepción agudísima de la realidad y de gran sensibilidad para el «pulchrum» de las cosas. El temperamento colérico es el más apto pues fácilmente se deja impresionar.

    «El poeta grande por naturaleza aprende también, naturalmente, qué es poesía -y, por consiguiente, arte del lenguaje- en los grandes poetas, pero, al mismo tiempo y además, desde el principio hasta el fin, en todo lo que es lenguaje y está dotado de él; ¡liba la miel del lenguaje no sólo allí donde ya está hecha sino también en la flor más humilde, y la fabrica él mismo, sabrosa y perfumada, como sólo puede ser la suya!» Por otra parte « (…) en aquello en que uno es grande, no pierde de vista ni siquiera lo más pequeño; en aquello que es pequeño, suponiendo que lo vea, no ve más que lo grande. (…) en aquello en lo que uno es grande, ante todo, es «capaz de concebir» sin límites, y su pureza no consiste en no concebir, sino al contrario, en concebir todo lo que puede ser concebido. Sólo así puede dar algo al mundo, sólo así puede ser varón y dar a luz»6. ¡El alma del poeta tiene gran fertilidad y es más puro mientras más engendre! Fácilmente descubre la belleza, la grandeza de la belleza y debe expresarla. «El poeta clásico crea con las palabras más ordinarias el verso más extraordinario, se eleva desde las palabras usadas torpemente hasta la gloria de la palabra pura. Los versos (de Virgilio) más potentes como los más delicados contienen la palabra que hablaba, escribía, entendía y empleaba cualquier romano de su tiempo»7.

    Sólo un alma pura, metafísica, realista y religiosa, puede ser poeta. «Una poesía grande sin embargo debe traspasar el límite del elemento primitivo de lo poético -es decir, lo lírico y la vida sensible y anímica de la naturaleza (…)- en alas de una filosofía y, a poco, de una teología»8.

    De esto último se sigue que el poeta grande necesite de:

    6 HAECKER TEODORO, Virgilio, Padre...., 47. 7 HAECKER TEODORO, Virgilio, Padre...., 47. 8 HAECKER TEODORO, Virgilio, Padre...., 44.

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    B. Cultura (cultura animae) y experiencia de vida (personal)

    Sólo de un alma cultivada puede salir un gran verso y para el verdadero cultivo debe unirse una gran ciencia (Historia-Letras-idiomas-Filosofía-etc.) que le ayude a conocer este mundo pero no hay que olvidar esa experiencia propia necesaria. Es decir una cultura no aprendida en los libros solamente sino en los avatares de la vida, en el conflicto personal con los grandes misterios de su tiempo, fraguados en el calor del dolor y del esfuerzo.

    Lo dice Haecker: «Esta es, efectivamente, la ley de un arte grande. Su grandeza está en proporción directa con el valor de su filosofía y de su teología, que un poeta, naturalmente, no necesita estudiar como un filósofo o un teólogo (si bien en el caso extremo de Dante tampoco causa prejuicio alguno), sino respirarlas en la atmósfera de su tiempo o aprenderlas en el catecismo más sencillo. La más somera ojeada sobre la gran literatura del mundo nos lo demuestra. Tras la degeneración de un gran talento poético está, prescindiendo de motivos personales, la degeneración de la filosofía, y donde se desdeña la verdadera teología surge no sólo una filosofía defectuosa, sino también un arte enfermo y contrahecho. O surge, talvez, la literatura de ciertos escritores de hoy, agraciados con el premio Nobel. La pasión del filósofo es y será siempre: rerum cognoscere causas, conocer las causas y los motivos de las cosas. (…) Mediano es el poeta que no tiene (la añoranza de la filosofía), aún cuando todavía no sepa que la tiene. Virgilio fue siempre poeta, que a su vez equivale a decir: revelador del esplendor y de la gloria de las cosas; no sólo de las cosas, sin su esplendor y sin su gloria; pero tampoco de un esplendor vacío y de una gloria vana, sin las cosas, lo cual convierte al poeta en charlatán «idealista».9

    Castellani elogia a Dante y nos da luces de cómo el gran poeta acumula en sí la cultura perenne y la de «su tiempo» y, como la conoce y ama, sufre, y sufriendo sabe escribirla con verdad y belleza:

    «Toda la Italia del siglo XIII está allí, viva y palpitante. La fe medieval, la filosofía de Aristóteles, la Teología de Santo Tomás y del maestro de las Sentencias, el fervor de las disputas y las opiniones, las minucias dialécticas, los odios políticos, la guerra civil, la lucha del

    9 HAECKER TEODORO, Virgilio, Padre...., 44-45.

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    Pontificado y el Imperio, las Cruzadas y la ambición santa de los Santos Lugares, la política local italiana y la política europea, la geografía, la etnografía y el paisaje italiano (reflejados en rápidas alusiones), y la geografía y la etnografía europea, la historia de la pintura que hace en el Purgatorio Uderesi di Gubbio y la de la poesía en boca de Guido Guinizelli, las ciencias, la astronomía geocentrista de Tolomeo, ingerida en la arquitectura interior del poema, la historia presente y pasada, la heráldica y los linajes, el culto humanístico de la antigüedad y los recuerdos clásicos, la mística y la hagiografía, las supersticiones y creencias populares... ¿y qué no?... todo lo que podía contener y había adquirido en su activa vida azarosa, la mente grande de aquel florentino que era a un tiempo mismo, poeta, músico, teólogo, dibujante, filólogo, astrónomo, historiador y matemático; y todo no amontonado en una enciclopedia indigesta, sino fundido en una síntesis tan coherente y cristalina como yo no sé si volverá a darse otra, porque no sé si la naturaleza volverá a producir un gran poeta épico y un poeta simbólico y un gran poeta lírico en una sola persona, como fue Dante Alighieri»10.

    Otro gran ejemplo de esto nos lo da el gran Cervantes. El se formó en los libros y clases pero sobre todo fue desde su experiencia propia que engendró para la gloria su Quijote. Allí se transparenta su alma que conoció la vida en sus gozos y dolores, en sus grandezas y bajezas, en la trascendencia y en la cotidianeidad de su contacto con todos los estratos de la sociedad. El sufrió cárceles, fugas fallidas, combates victoriosos para su patria, sólo derrota para él. Conoció la corrupción de su época, localizó sus males y los combatió. Por eso es que tienen éxito los clásicos y por eso perduran, porque el escritor entendió la realidad de tanto chocarse con ella y la supo criticar y defender. ¿Cómo? Con la fuerza de la pluma, con las ideas bellamente expresadas.

    Dice Antonio Caponneto: «Este sentido de la lucha y éstos ideales épicos recorren toda la historia de la antigüedad clásica. Y si bien es cierto que refulgen de un modo eximio en sus grandes héroes, también lo es que fueron asumidos por sus hombres de pensamiento y de reflexión. Filósofos oradores, artistas y poetas, corroboraron en

    10 LEONARDO CASTELLANI, “Dante”, en Critica literaria, Buenos Aires, 1974, Dictio, 255-256.

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    Grecia aquellas enseñanzas de Don Quijote en su célebre Discurso de las Armas y las Letras: «nunca la pluma embotó a la lanza ni la lanza a la pluma».

    «Esos intelectuales de la helenidad, en algunos casos notables, que sabían discurrir sobre la importancia del hombre agonal y el valor del esfuerzo, fueron ellos mismos, muchas veces, los primeros en tener que demostrarlo en sus conductas públicas. La vida les exigió la prueba de la coherencia extrema, y –salvo excepciones lamentables- supieron conservarlas»11.

    Con razón los coléricos suelen ser grandes escritores. La sorpresa que gana su corazón los mueve impetuosamente.

    «Hombres de una sola pieza protagonizaron y escribieron las páginas más nobles de la Historia. Mas, como es cierto el juicio de Aristóteles sobre la preeminencia de verdad de la poesía sobre la historia, y como es bien sabido que en la gran literatura está mejor documentado el ideal humano de una época que en los mismos archivos, hay que acudir a poetas y escritores para acabar de comprender (los valores que se defendían en cada época, por ejemplo) el sentido de la lucha y el heroísmo…» (en Grecia y Roma).12

    Y con sus obras geniales los poetas combaten a sus grandes enemigos: «Homero encuentra siempre la metáfora precisa y bella para que podamos aleccionarnos en estas conductas tan alejadas de la vida ordinaria» (…) «Homero resuena dentro del mundo, mientras son abatidas todas las murallas, vilipendiadas todas las estirpes, asesinadas todas las realezas, sepultados todos los imperios (…) Cumple la sentencia de Hölden: «lo que permanece sin embargo, eso lo fundan los poetas»13.

    Cervantes que comprendió lo nocivo que era para la Patria la literatura intrascendente, fantasiosa y de concupiscencia intelectual, sacudió la novela caballeresca, se burló de ella y de sus lectores pero en el sacudón rescató todos los valores de un caballero cabal que ante la

    11 CAPONNETTO, ANTONIO, El sentido de la lucha en Grecia y Roma, Gladius Nº 18, Buenos Aires, 127. 12 CAPONNETTO, ANTONIO, El sentido..., 128. 13 CAPONNETTO, ANTONIO, El sentido..., 132-133.

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    corrupción de su tiempo veía imposibilitada la realización de sus ideales. Con su gracia añora aquella «Edad de Oro».

    Ya trataremos el valor de los clásicos en sí mismos, pero antes digamos algo más sobre sus autores. Dijimos que se le exigía un talento natural pero también que debía sufrir para engendrar sus versos, pues este valor es insustituible ya que tras larga e intensa ascesis produce su fruto el escritor y sin él su labor es pobre y superficial.

    C. La inspiración

    Como tercera nota, detonante, colocamos la inspiración, ese movimiento espontáneo que nace de adentro del poeta y va madurando al resguardo de las dos características anteriores. Dejemos que Haecker lo explique mejor:

    «Cultura: esta palabra que hoy mueve y ocupa los espíritus de todo el Occidente, no procede de los griegos, quienes, por lo de más, nos han hechos presente de casi todas las palabras católicas, sino que es un don de los labriegos latinos y designa la esencia y arte del cultivo del campo; cultura es encarnación y unidad inseparable de tres cosas: de la materia muerta o animada, que se da previamente, que no es creada por el hombre, de la que, más bien, es creada él mismo, de la que él mismo es una parte; en segundo lugar, del labor improbus del hombre, que es indispensable, imprescindible, intermediario, el que abre camino; finalmente del fruto sazonado y del alimento agradable, conseguidos por la íntima unión de la materia y del trabajo, de los cuales la primera tiene un carácter gratuito, el segundo un carácter de obra. Pero esto no es aún todo; a toda auténtica cultura se añade, además, la gloria, a la que pertenece tanto la espontaneidad como la ilimitación de la belleza. La espontaneidad sólo se da al principio y sólo, nuevamente al fin; se pierde lo que queda enterrado en el labor improbus. Hay un largo camino desde la espontaneidad de una canción popular hasta la espontaneidad de una sinfonía de Beethoven pero ambas la tienen, y el hecho de que la última, que arrastra consigo y deja entrever una infinita riqueza de contenido, sólo se logre por el labor improbus y nunca sin él, es una paradoja de las más misteriosas de nuestra vida. Virgilio se hubiera asombrado de la mediocridad de una estética y preceptiva del poeta que aconseja a éste esperar pasivamente la inspiración y vivir sólo de ella – en este escollo ha naufragado ya

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    más de uno-. Es verdad que no hay trabajo, ni siquiera con el sudor del rostro, que supla la inspiración –como no hay trabajo de labrador que pueda hacer crecer trigo sobre las piedras-; pero conserva la que ya existe y la lleva a punto de madurez; incluso hace todavía más, atrae otra nueva y centuplica su fuerza; no la crea pero la saca a luz por medio del ablandamiento, de la entrega y de la disposición. La belleza está al principio y al fin».(…) «Conseguir lo “fácil” con el mayor esfuerzo, con todo el esfuerzo posible, y lo sencillo con la más intrépida complejidad, es arte perfectísimo. Este es uno de los pocos principios absolutos de una estética absoluta en su aspecto subjetivo. Y esta es también, a su vez, auténtica “imitación de la naturaleza” en sentido aristotélico.»14

    En resumen de las tres notas sobre el autor: «Es cierto que todo arte clásico, es decir, todo encuentro de un gran poeta con un gran objeto real —no fingido o soñado— es siempre —en realidad no ha sucedido más que unas cuantas veces— un caso inaudito de suerte, (…) pero que nosotros no podemos considerar sino como un acto de la Providencia.

    «Fue también necesaria la innata seguridad de un espíritu de autocrítica, que preservara al poeta de semejante caída; digo seguridad innata, porque el auténtico espíritu de crítica puede ciertamente, como todo, ser ejercitado y robustecido metódicamente, pero nunca puede aprenderse, como tampoco aquello que constituye al poeta o al filósofo; este espíritu es también un sensus, una especie de instinto, del mismo modo que, análogamente, su totalidad superior: el discernimiento de los espíritus, no puede ser aprendido, sino que es un donum, una merced de Dios (inspiración). Pero tampoco hubiera bastado aún, por parte del poeta, 1a potencia creadora y el espíritu de crítica sin la diligencia de la abeja, sin la infatigable labor científica, sin el labor improbus, sin una vida consagrada exclusivamente a su tarea, a su misión, una vida casi ascética. No una vida de goce, que arruinó talentos como el de Catulo y el mucho más inferior de Ovidio. 15

    14 HAECKER TEODORO, Virgilio, Padre...,73-74-75. 15 “Creación de la obra literaria: Desde que el escritor concibe e1 tema o motivo general de la obra hasta que ésta alcanza su realización definitiva, hay un proceso de creciente fijación: las ideas encarnan en imágenes y asuntos, se perfila el desarrollo que ha de seguirse, y las palabras,

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    Como última reflexión acerca de las cualidades que consideramos en los autores clásicos destacamos la presencia en ellos -como factor común- de una virtud heroica, tenaz en la defensa de su patria, interesada por el bien común y amantes de la verdad y la belleza. Así pues, además de perseguir las virtudes encarnadas en los personajes que ellos nos presentan, debemos imitarlos a ellos mismos en todo lo que tienen de magnánimos.

    III. Una aplicación: El ciclo troyano

    Antes de hacer aplicaciones y conclusiones generales es mejor que se conozca algo de lo que se está hablando. Por eso es conveniente detenerse un momento y adentrarse en un pedazo de la historia y de la literatura. En una, al menos, de esas concreciones de ideales necesarias para el hombre, puesto que «para muestra basta un botón».

    como la piel al cuerpo. envuelven y limitan lo creado. La estética del siglo último acostumbraba a distinguir el contenido o fondo, constituido por las ideas, y la forma que presentan en la obra. Pero contenido y forma no se dan separados en la mente del artista; aparecen desde el principio, indisolublemente soldados, y asuntos, personajes, imágenes, pensamientos y palabras son fruto de una progresiva conformación, en que toman contornos cada vez más precisos tanto la forma como el fondo. Tradicionalmente suelen señalarse tres momentos o etapas en la creación literaria: invención, disposición y elocución. La invención es el hallazgo del tema general: un hecho externo o interno conmueve el espíritu del escritor, que siente el afán de exteriorizar esa conmoción vivida, su vivencia, en una obra bella y duradera, e imagina cómo ha de ser ésta en sus líneas fundamentales. La disposición consiste en la tarea de distribuir y ordenar la materia, trazando el plan y bosquejando la obra. La elocución es el momento en que la creación literaria toma su forma definitiva concretándose en palabras. La distinción de estas operaciones sucesivas es más teórica que práctica: muchas veces la obra se elabora de modo gradual y meditado; pero otras surge repentinamente, sobre todo en la poesía. Cuando nace al calor de las circunstancias, sin reflexión previa, se le da el nombre de improvisación. Inspiración es el estado del artista que en plena tensión creadora siente acudir a su mente ideas y formas expresivas felices. Artistas de todas las épocas coinciden en atribuir la inspiración a una especie de arrebato genial que se apodera de ellos; el mismo nombre inspiratio, «soplo, insuflación», alude a este sentirse poseídos del espíritu creador. Originalidad, imitación y traducción Llamamos originalidad a la cualidad de aquellas producciones artísticas que ofrecen carácter propio. Es muy difícil que se dé la originalidad absoluta, es decir, la de creaciones que no deban nada a obras anteriores. La razón es que tanto en literatura como en arte hay tradición: cada generación recibe la herencia de las creaciones precedentes. (Lapesa Melgar, Rafael. Introducción a los estudios literarios. Salamanca, Ediciones Cátedra, 1986).

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    El ciclo troyano abarc