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En El Bajío, entre 1531 y 1577
fue fundada Villa Unión Su nombre original Villa de la Purísima Concepción
La existencia de un presidio hizo que se llamara Presidio de
Mazatlán
Juan Lizárraga Tisnado
NOROESTE-Mazatlán, martes 16 de junio de 1987.
Villa Unión es un
rincón inolvidable de la
geografía sinaloense, pleno
de ensueño y de belleza, de
cielo claro y diáfano que vive
arrullado por el cauce y el
sonido del río Presidio,
confortado por el don de este
serpenteante sustento
natural que arroja sus aguas
en el cercano y enorme
Océano Pacífico.
De esta tierra, de su
enorme riqueza histórica, de
su suelo, de sus hombres, de
sus tradiciones, de sus
fértiles campos agrícolas y
pesqueros, de su arte y
cultura, de sus ruinas,
tratarán los reportajes que
iniciamos hoy por gracia y
obra de Ramón Núñez
Lizárraga y con trabajo
realizado a este respecto en
la sindicatura, la segunda en importancia del municipio de Mazatlán, integrada por
once comisarías en las que viven más de 33 mil personas, de acuerdo al censo de
1983.
Villa Unión, nombre impuesto por un grupo masónico, se compone de las
siguientes comisarías: Walamo, San Francisquito, El Pozole, La Urraca, Vainillo,
La Tuna, Lomas de Monterrey, La Amapa, Aguaje de Costilla, Caleritas, Barrón.
Doce con la central, Villa Unión.
EL PRESIDIO DE LA PURÍSIMA CONCEPCIÓN DE MAZATLÁN
A Villa Unión se le conoció como el Presidio de Mazatlán en algún tiempo,
cuando su nombre real era Villa de la Purísima Concepción, más la existencia de
un presidio en el lugar cercano al puerto, propició esta confusión. Aclárese: Por
presidio se entiende el resguardo y no una prisión. Ero mero sitio de avance para
protegerse de los indígenas bárbaros que abundaban por la región.
El pueblo había sido gobernado por milicianos pardos rústicos e indios
cocoyamas, de quienes se dicen eran depravados y bárbaros y ello motivó estos
sitios de avance o presidios en la periferia de los reinos conquistados. También
abundaban los contrabandistas.
Pero de acuerdo con las referencias históricas, Villa Unión se estima fue
fundado entre 1531 y 1577, primero en El Bajío, el que debido a las inundaciones,
fue trasladado al lugar que actualmente ocupa.
TRUEQUE RELIGIOSO
Lo que hoy es Mazatlán eran entonces unas islas que servían de torres y
atalayas naturales para vigilar las costas de la provincia. De esta manera, Villa
Unión fue el primero que tomó el nombre de Mazatlán, cuando se llamó Presidio
de la Purísima Concepción de Mazatlán.
Al surgir las primeras casas en el puerto, su nombre fue San Juan Bautista
de Mazatlán. Aquí hay algo curioso: los santos están cambiados. El patrón de Villa
Unión es San Juan Bautista y la virgen patrona de Mazatlán es la Inmaculada
Concepción.
La fundación de Villa Unión se acredita a Hernando de Bazán, gobernador
de la Nueva Vizcaya, quien premió a Martín Hernández por su defensa de las
islas, autorizándolo para que habitara el valle ubicado entre el río Presidio y el
Cerro Zacanta. Funda así El Bajío.
Además de ser subastado por las inundaciones, este pueblo de El Bajío era
víctima de los indígenas de Tepuxta, quienes quemaban casas y asesinaron a los
capitanes Fernando de Arejo y Juan López de la Purísima Concepción de
Mazatlán.
Ese nombre tuvo el pueblo hasta el 11 de septiembre de 1828, pues por
decreto expedido por la Legislatura, por gestiones de la Logia Masónica del lugar,
se le puso Villa Unión.
La pérdida de títulos y otros documentos deja un ancho paréntesis en la
historia de Villa Unión, sin embargo, se conocen algunos hechos históricos.
El 10 de diciembre de 1859, cincuenta sublevados robaron en la villa y
armaron un gran desorden al grito de “¡religión y fueros!”.
El 10 de marzo de 1866, una columna de 400 franceses y 600 traidores fueron
atacados por los republicanos en un combate inolvidable que buscaba evitar la
unión de las tropas francesas que procedían de Tepic con las existentes en
Mazatlán. Aquí fue herido Jorge García Granados, al igual que Miguel
Peregrina. Los muertos abundaron en los dos bandos.
El 9 de enero de 1868, el pueblo fue tomado por el general Jesús Tolentino al
pronunciarse en contra el gobierno de Domingo Rubí.
El 18 de abril de 1868, Donato Guerra, al frente de la vanguardia del Ejército
de Occidente, derrota a los sublevados contra el gobierno de Domingo Rubí.
El 22 de febrero de 1915, Ramón F. Iturbe derrota a mil villistas después de
tres horas de combate.
Escenario de muchos de los combates señalados, fueron los callejones de la
fábrica de hilados que existió en el lugar y de la cual trataremos en el próximo
reportaje.
¡Buenos días, primavera!
Benito Juárez, el benemérito de las Américas
Batalla en Villa Unión
Juan Lizárraga Tisnado
NOROESTE-Mazatlán, lunes 21 de marzo de 1988.
Es primavera. El planeta
cumple con su movimiento de
traslación a la vez que gira en
torno de su eje. Contra la
convulsión social, la naturaleza
sigue su curso y se inicia el
equinoccio de primavera que
divide a la noche y el día en partes
iguales y va acortando la noche
durante noventa y tres días, del 21
de marzo al 21 de junio.
Primavera es. Nuestro
hemisferio comienza a entrar en
calor y la frescura de la noche se
acorta para convertirse en luz del
día; en forma lenta, la vegetación
empieza a cubrirse con un ropaje
verde y coronará su hermoso
vestido con un colorido florecer y
sobre la gama de colores de las
flores, todos los seres de la
naturaleza se llenarán de contento
entre el alegre aleteo de los
pájaros.
Volverán las golondrinas,
las gaviotas a la mar. Se
entreabrirán las flores para ofrecer su perfume y su miel a la abeja de vibrante
revolar.
Todavía, la naturaleza se impone. Y fue en el dulce tiempo de la primavera, en
1806,un 21 de marzo, día de amanecer, de despertar, cuando en San Pablo
Guelatao, Oaxaca, se abrieron las puertas de la vida a un indígena partícipe del
parto espléndido y doloroso de la República Mexicana: don Benito Juárez, el
Benemérito de las Américas.
Quiso el destino que un infortunio mandara al indito pastor a estudiar en la
ciudad, pues había perdido una de sus ovejas, y para escapar a la reprimenda
emprendió la huida. Nadie pensaría que aquel indígena sobresaldría a su miseria,
a la discriminación, a las intrigas políticas, para convertirse en un abogado ejemplo
de honradez, gobernador de Oaxaca y presidente de México en una etapa clave,
de nacimiento y constitución de la república, además de enfrentar la invasión del
imperio francés.
En 1858 llegó esta nobleza indígena a la presidencia de México y debía ser
el presidente trashumante durante siete periodos, hasta que lo sorprendió la
muerte el 18 de julio de 1872.
LA PRIMAVERA DE 1866 EN VILLA UNIÓN
Sesenta años después del nacimiento de Juárez, desde el sur de Sinaloa,
de Villa Unión, los partes militares dirigidos al gobierno que presidía, ubicaban:
“Paso del Norte o donde se halle”.
Eran los tiempos de la intervención.
La de 1866 fue una primavera triste, luctuosa, para los sinaloenses del sur,
aunque plena de honra. Del 19 al 21 de marzo de este año, las fuerzas liberales
tuvieron un cruento combate en los callejones de Villa Unión.
Los liberales cargaron con 71 muertes y 76 heridos, sin embargo,
obtuvieron una ventaja estratégica, ya que evitaron que unieran sus fuerzas las
tropas del indio Manuel Lozada (fieles a Maximiliano) con las francesas
acuarteladas en lo que se conocía como Palos Prietos en Mazatlán, para unidas
batir a los republicanos en todo el estado. El intento de los imperialistas se vio
frustrado gracias a la valentía de los liberales.
A las 11 de la mañana del 19 de marzo, 400 franceses desprendidos de
Mazatlán llegaron a Villa Unión y tomaron posiciones para resistir a las fuerzas de
Ramón Corona. Iban además 600 mexicanos traidores. Pretendían reunirse con
las fuerzas del indio Manuel Lozada que en número de 2 mil hombres habían
ocupado Acaponeta el 15 de marzo.
Las fuerzas imperialistas ocuparon Villa Unión sin disparar ningún tiro, pero
de este lado del río Presidio, las fuerzas de Ramón Corona estaban decididas a
disputarse y de inmediato se inició el combate.
Hasta el oscurecer del 19 de marzo hubo cruentos enfrentamientos los que
continuaron el 20 y 21 de marzo hasta las siete de la noche.
Los franceses ya no tenían resistencia y rompieron el cerco de los liberales
para abandonar al crecido número de cadáveres en putrefacción que amenazaban
convertirse en un foco mortífero. Huyeron por la playa, protegidos por buques de
guerra, rumbo a Mazatlán. Dejaron algunos
muertos en su huida, así como parque y
provisiones.
Los muertos fueron abundantes,
mucho más numerosos en las filas
patrióticas, pero la victoria fue para ellos,
pues evitaron el encuentro entre las tropas
francesas de Mazatlán y las del indio
Lozada situadas en Acaponeta. Un segundo
intento lo hubo el primero de abril, por
Concordia, el cual fructificó, pero ya era
demasiado tarde, pues Napoleón
decidió privar del apoyo de sus armas a
Maximiliano y los invasores empezaban
a abandonar Sinaloa.
Mucha sangre costó a los
sinaloenses sureños, a los mazatlecos,
este hecho que sin embargo apresuró el
fracaso de la aventura europea.
Murieron Juan Miramontes, conocido
como el As de la Guerrilla, valeroso
guerrillero que hostigaba a los franceses en Mazatlán con incursiones que hacía
hasta el centro de la ciudad en acciones temerarias; entre los 71 muertos también
se contaron Romualdo Tirado, Tiburcio Zazueta, Francisco Tortolero, Gumersindo
Nájera.
El gobierno de la República premió a los jefes y oficiales más destacados
de las Brigadas Unidas que comandaba Ramón Corona por su actuación en este
combate: Siviano Dávalos, Jorge G. Granados, Francisco Tolentino, Donato
Guerra, Miguel Peregrina.
El panorama se fue haciendo favorable para los patriotas mexicanos y
dejaron como último reducto para los invasores el Cerro de la Campana, en
Querétaro, donde Maximiliano entregó su espada precisamente a Ramón Corona,
después del sitio establecido del 10 de marzo hasta el 15 de mayo, fueron
juzgados y fusilados en el mismo Cerro de la Campana el 19 de julio de 1867.
Juárez fue inflexible. Ordenó la ejecución.
Su inflexibilidad y seriedad daban a Juárez una imagen de hombre duro e
inhumano, más su frescura y sencillez están de manifiesto en las cartas y en su
relación con su esposa Margarita.
Terminado su viacrucis, establecido como presidente, Juárez salía del
Palacio Nacional en la ciudad de México, tomaba su capa española, y cubierto
medio rostro entrelazaba su brazo al de Margarita envuelta en su chal y se
lanzaban juntos a disfrutar, con toda humildad, de la estrellas, lo que aún era
posible hasta su muerte en la plaza de la que nuestros ancestros bautizaron como
Tenochtitlán.
Ramón Núñez Lizárraga, incansable promotor
de espectáculos populares en Villa Unión
Bobby Capó, Ramón Márquez, Acerina y su danzonera, Pérez
Prado, Mayté Gaos, algunos de los grandes artistas que actuaron
en los 50’s y 60’s merced a las promociones de Ramón Núñez
Juan Lizárraga Tisnado
NOROESTE-Mazatlán, jueves 11 de junio de 1987.
Villa Unión vivió su época de oro de 1950 a 1960.
La ganadería y la agricultura, la pesca, estaban en auge y los espectáculos
artísticos y taurinos de altura internacional se daban a la orden del día en esa
sindicatura de Mazatlán que pide ya convertirse en municipio.
Ramón Núñez Lizárraga fue testigo y partícipe de esta época, la que
trataremos de revivir en los siguientes reportajes, al igual que los hechos históricos
de tan importante sindicatura en las luchas que crearon el país en que ahora
vivimos.
En justo reconocimiento por los datos que nos ha proporcionado, a la labor
que ha realizado por su pueblo y a su vida plena de anécdotas, iniciamos estos
reportajes con una semblanza de la vida de Ramón Núñez Lizárraga.
Como introducción a la charla con Ramón Núñez, en su domicilio, por la
calle Coronel Medina de la colonia Sánchez Celis, disfrutamos de una exquisita
comida preparada por su esposa Manuela Osuna,
familiar de Joe Conde.
Don Ramón nació en El Pozole, separado de
Villa Unión sólo por el río Presidio, en enero de 1920.
Su padre, Nicolás Núñez, era
originario de El Walamo y
su madre, Aurelia
Lizárraga, de El Verde.
Sus estudios de primaria
los realizó en Villa Unión y
recuerda con cariño a
Delfina Juárez, su maestra
de primeras letras y a
Marina Soto, de sexto año. Parte de la secundaria la estudió en el Colegio El
Pacífico de Mazatlán.
Desde muy temprana juventud se dedicó a ayudar a su padre en las albores
de la ganadería y del campo pero hubo de emigrar, a los 18 años de edad, pues
era pequeño propietario y el movimiento agrarista no le brindaba seguridad, por lo
que se trasladó a Sonora donde radicó por unos cinco años.
No encontró en Sonora los nuevos horizontes que buscaba y llega a Los
Mochis, donde administró un rancho, luego a Guasave y a Guamúchil hasta que
en 1946 regresa a Villa Unión donde se dedicó al comercio, a la ferretería y fungió
como presidente de festejos de la Sociedad Mutualista Sixto Osuna. Instaló un
centro de baile, un restaurant y un hotel.
UNA GRAN PROMOTOR DEL ESPECTÁCULO
Por estas fechas, Ramón Núñez se convirtió en un trotamundo y en un
embajador de Villa Unión, pues con hechos supo poner en alto el nombre de su
pueblo y el de Sinaloa.
Su relación con artistas de talla nacional se debió a su paisano Tirso Rivera
—recién fallecido, chelista de la Orquesta Típica, originario de El Pozole—,
cuando lo visitó en una ocasión en la ciudad de México.
Tirso Rivera, dirigente nacional de los músicos, invitó a Ramón Núñez en la
XEW en el que se presentaba Ramón Márquez con su orquesta:
—¿No te animas a llevarlos a Villa Unión? —le preguntó Tirso, y al ver
decidido a Ramón le comentó que él le ayudaría a que le cobraran barato y se
hizo el contrato.
“Estás loco”, “eso cuesta mucho”, le decían sus compañeros colaboradores
de Villa Unión, entre ellos Reynaldo Machado, Panchito Rodríguez, Homobono
Rodríguez y Roberto Osuna, pero con la idea de que querer es poder, hizo el baile
con la orquesta de Ramón Márquez y con la variedad de la cubana Barbarita
Gómez.
“Fue un baile fantástico, con un ambiente extraordinario. El primer baile de
categoría que le dio importancia a la vida social de Villa Unión”, comentó gustoso
Ramón. El baile se transmitió a control remoto por la KETK y tuvo como maestro
de ceremonia al entonces excelente locutor Roberto Díaz de León.
Fue un éxito. Hubo “ojalateros”, aquellos que con el ojalá en la boca,
movidos por la envidia, quieren que todo salga mal, más nada hizo claudicar la
preocupación por el servicio y progreso que ya caracterizaba a Ramón Núñez.
Regresa a México y conoce a grandes directores de orquestas, como
Chucho Rodríguez y Juan García Medeles, el artista panameño Tony Moro, el
puertorriqueño autor de “Piel Canela” Bobby Capó. Visitó los mejores centros
nocturnos de México, donde le tomaron confianza y se convirtió en representante
y promotor de varias orquestas y así lo mismo organizaba un baile en
Guadalajara, San Luis Potosí y Torreón, que en Mazatlán, Guamúchil, Los Mochis
y Topolobampo. Su habilidad para organizar estos eventos, que se volvió
prodigiosa, y su calidad humana lo convirtieron en campeón de la amistad.
Se le veía en México por Villafontana, el Casino Libanés, el Tam Room del
Hotel Reforma, el María Isabel, El Colmenar. Recuerda especialmente al paisano
Chilo Morán, quien entonces tocaba en un conjunto de jazz en El Diplomático y lo
invitó a un maratón de baile donde tocaron las mejores orquestas de la época,
muchas de las cuales vendrían a Villa Unión.
No pudo traer a Pedro Infante, a quien conocía cuando acompañaba a
Gabriel Millán. “Y a mí ¿cuando me llevas?”, le preguntó Pedro Infante. Dicen que
hay buenos talabarteros en Villa Unión. Pedro sabía ya de la fama talabartera de
los Bernal y quería una buena silla. “Eso yo te lo regalo”, le dijo Ramón y vendría a
Villa Unión luego de cubrir una gira por Centroamérica, más a poco de su regreso
ocurrió el accidente.
Agustín Lara no pudo venir tampoco, pero sí su orquesta, con la que hizo
una gira de tres días. Pérez Prado, Acerina y su danzonera fueron también amigos
de Ramón Núñez. Representó a la Orquesta Cubana de Arturo Núñez y a la de
Ismael Díaz.
Además de más de quince orquestas famosas que trajo a Villa Unión,
presentaba a las grandes de la región, como la de los hermanos López, la de
Ramón López Alvarado, la de Cruz Lizárraga y artistas de la talla de Baby Bell,
Mayté Gaos, la orquesta de los Hermanos Millán de Escuinapa, el cantante José
Ledezma.
Acerina y su danzonera se presentó el 27 de junio de 1966. No hay cuento.
Ramón Guarda los carteles (pasa a la página 10-a).
Ramón Núñez, de promotor de espectáculos a
torero, farmacéutico, además de historiador Planea publicar un libro sobre la historia de Villa Unión
De su amistad con Julio Lemmen Meyer se hizo farmacéutico
Juan Lizárraga Tisnado
NOROESTE-Mazatlán, viernes 12 de junio de 1987.
Además de incansable promotor de espectáculos y campeón en el arte de
cultivar amistades, Ramón Núñez Lizárraga se dedicó en otros tiempos a la fiesta
brava, fue hombre de empresa, se desempeñó en el área farmacéutica donde se
hizo de conocimientos médicos, ha participado en política sin ocupar puestos
gubernamentales, es carnavalero de corazón, dibuja en sus ratos libres y se
dedica a labores sociales, además de hurgar en la historia de Villa Unión, del que
piensa publica un libro. Aquella época de oro de Villa Unión de los cincuenta a los
sesentas, alegre y musical, fue precedida de la euforia que produce la corrida de
toros que alcanzaba más lucimiento en las fiestas de San Juan y se hicieron más
periódicas en la Hacienda Los Ángeles, ya desaparecida, donde se construyó una
plaza. La Hacienda se ubicaba entre El Pozole y La Urraca.
Los grandes del toreo de la época se presentaban ahí y eran admirados por
los campesinos y los pudientes de la región, ya que había localidad para todos.
Ahí, Ramón Núñez fue peón de los matadores y por dos ocasiones vistió el traje
de luces pero… los toros lo
empezaron a golpear y optó por
abandonar tan temeraria profesión, de
la que guarda recuerdos en el pecho y
en el pie izquierdo.
DE PROMOTOR A FARMACÉUTICO
Entre los viajes a México y sus fiestas
en Villa Unión, Ramón Núñez decidió
radicar en Mazatlán desde 1963
donde se dedicó al comercio
ambulante y tuvo la fortuna de contar
con excelentes amistades que le
ayudaron en lo que podían. Uno fue
Gabriel R. Osuna y otro el doctor Julio
Lemmen Meyer.
El doctor Lemmen Meyer era en
1966 presidente de la Cámara
Farmacéutica de Mazatlán, la que el 6
de mayo de ese año realizó una
asamblea en el Círculo Social Benito Juárez, ubicado por Constitución y Carnaval,
con el objetivo de analizar los problemas por los que atravesaba la Cámara.
Julio Lemmen Meyer tomó la palabra, una vez agotado el orden del día,
para señalar que debido a la infinidad de problemas administrativos que tenía en
la cámara era necesario nombrar a una persona que fungiera como gerente de la
misma.
Ramón Núñez asistió invitado por el doctor Lemmen Meyer y fue el doctor
Claudio Ortega, propietario de la farmacia París, quien lo propuso para el cargo
por ser hombre honesto, emprendedor, entusiasta, de carácter respetuoso,
comunicativo y de fácil relación con todas las personas.
En forma extraordinaria, en la misma reunión, fue nombrado gerente por
todos los boticarios presentes.
Administró la cámara gracias a la ayuda de varios propietarios y doctores,
estudió medicina por su cuenta al grado de que la cámara daba cursos a los
responsables de farmacias.
El puso la suya, la cual no hace mucho cerró y ahí tomó bastante
experiencia en la curación de enfermedades crónicas, hemorroides, sinusitis,
enfermedades venéreas, pulmonares, reumas, etcétera.
Este cargo le permitió conocer a gente importante de la medicina y varias
partes del país a donde asistía como convencionista representando a Mazatlán y
poniendo siempre en alto a su Villa Unión.
ARTISTA, POLÍTICO Y CARNAVALERO
El hombre de empresa, el promotor de espectáculos no deja que el tiempo
pase en vano y los aprovecha segundo a segundo, sin descuidar a su familia. Así
se abre un paréntesis para dibujar a lápiz. Dibuja principalmente jeroglíficos,
idolillos encontrados en la región, arte autóctono y murales.
Dibujar es su principal pasatiempo y diversión para el descanso, cuando
quiere olvidarse de las tareas obligatorias.
Pero no le dedica bastante tiempo a este entretenimiento. Si las fiestas del
carnaval se acercan, siempre está puesto para actuar, como en el pasado en que
estuvo en el comité de Yolanda Ramos. Es mazatleco, pues sus solares
pertenecen a este municipio y tiene que ser carnavalero.
En época electoral, su casa es el punto desde el cual los candidatos de
todos los partidos políticos reconocen a la colonia Sánchez Celis, aunque él ha
estado durante muchos años con el PRI. A las personas las trata sin ver su
ideología ni el color de sus banderas y así aun después del proceso electoral, es
visitado por gente de izquierda, de derecha y del centro.
Como promotor de espectáculos no ganó mucho dinero y en ocasiones en
que lo obtuvo, realizó labores sociales en diferentes poblados, aunque sus
negocios particulares le han permitido una posición económica holgada.
Ahora está al frente de su familia. Vive aún de la industria farmacéutica,
pero tiene tiempo para hurgar en la historia de Villa Unión del cual tiene planeado
hacer un libro. Los reportajes que publicaremos sobre esta sindicatura de
Mazatlán se harán gracias a los datos que nos proporcionó Ramón Núñez.
De la fábrica de hilados, otrora pujante
empresa de Villa Unión, sólo quedan ruinas
Mala administración y peticiones desmedidas de
los trabajadores obligaron al cierre de esta fábrica
creada por un alemán de apellido Estífenes
Juan Lizárraga Tisnado
NOROESTE-Mazatlán, jueves 18 de junio de 1987.
Con
todo el proceso de la ciencia, la humanidad no ha podido retornar materialmente al
pasado para conocerlo y las ruinas han sido y son la máquina del tiempo que nos
permite conocer el pasado prehistórico e inmediato.
Y un túnel del tiempo son las derruidas ruinas ubicadas en Villa Unión,
camino a El Walamo, ante cuya presencia nos trasladamos a un mundo, si no muy
lejano en el calendario, sí en la forma actual de vida, tiempos que nunca volverán.
A otros tiempos nos llevan estas ruinas. Al progreso de la región cuando
junto con la fábrica de hilados trabajaban los ingenios azucareros de El Roble, El
Guayabo y el Pie de Cochi en El Walamo, seguidores todos del mismo derrotero:
mala administración y peticiones desmedidas de los trabajadores obligaron al
cierre de sus puertas y a que terminara el humo de sus chimeneas.
Más atrás nos llevan estas ruinas que se edificaron en una fecha perdida en
el olvido a instancias de un alemán de apellido Estífenes que le agregó su nombre
al de la “Fábrica de Hilados y Tejidos y Estambres”. Estífenes, cansado y viejo,
buscó venta a la fábrica. Un inglés de apellido Ripper, amante de la naturaleza,
previsor, se enamoró a primera vista del río Presidio, pero más que todo de la
calidad de las tierras de su alrededor y compró la fábrica a la cual le hizo varias
modificaciones. La tragedia enlutó a Ripper: un hijo suyo llegado de Europa,
cuando se le enseñaba el funcionamiento de la fábrica, enredó su corbata en una
polea y el joven murió asfixiado al momento.
DE SUCESOR EN SUCESOR, HASTA LOS CORVERA
Grandemente desanimado, Ripper
pensó en cerrar o vender la empresa. Se
dirigió a Mazatlán y la propuso a Casa
Melchers Sucesores, poderosa firma de
alemanes que la compró.
La lógica sugiere que la Casa
Melchers vendió la empresa a Celedonio
Corvera, español que amplió la fábrica y le
hizo grandes modificaciones: instaló un
motor de 300 caballos de fuerza. Luis
Herrera era el motorista y su padre Gonzalo
el hojalatero.
En 1929, el técnico inglés Robert
Terrien cambió la potencia de vapor al
instalar el motor de energía eléctrica y la
fábrica se llamó después “Hilados y Tejidos,
S.A.”. Poco antes, su razón social fue
“Compañía Corvera, S.A.”.
DE LOS OFICIOS Y LOS SUELDOS
Tres turnos se laboraban en la época de esplendor de la fábrica. Eran
cientos los obreros que trabajaban, incluso las tierras de su alrededor, en las que
se sembraban grandes tomateras, alfalfa, chile, garbanzo, caña de azúcar; había
una huerta enorme, de árboles frutales. Se sembraban un promedio de 300
hectáreas. Había cerca de 80vacas de muy buena clase y un promedio de 600
hectáreas de monte virgen de donde se extraían maderas de gran calidad.
Entre a las ruinas y se imaginará a todos los trabajadores, a los de
confianza en la gerencia, a Luis Fuentevilla, Jesús Tostado Guerrero, Rafael
Veitia, Martín Espinoza, Enrique Santos, José Lavalle y Juan Robledo.
Al entrar imaginará al portero Canuto Sánchez. En el área agrícola al
director del campo, don Abelardo Abizarán, concuño de Celedonio Corvera en su
carruaje de cuatro ruedas jalados por sus mulas de primera “La Empanada” y “La
India” con porte de caballos percherones; sentirá la presencia de su ayudante Julio
Villaseñor, del caporal Eduwiges Escandón, del jefe de la mulada Carlos Ulloa, a
Jesús Peinado, a Juan Peña.
Y allí en la fábrica, presurosos sobre los telares especializados, a Juan
Burgueño, Mono Guerrero, Francisco Camacho y sus ayudantes; a Ramona
Fregoso y su hermana Yoya, a Francisca Zamudio, a la Jito Inda, a juanita
Venegas, a “La Cuadrada”, a las hermanos Ortega, Doro García, El Negro García,
Miguel García y Juan y Chano Aguiar, Ramón Sosa, Heleodoro y Jesús García,
Natividad Alcaraz, Ramón Castañeda y cientos más, vecinos de la región los
obreros y los de confianza principalmente españoles.
Los sueldos eran onerosos. Echemos un vistazo a la nómina de 1942: Félix
Lillo Tejón, quien era jefe de personal, recibía una paga diaria de 4 pesos con 50
centavos; José Peinado, Pedro Xibillé, 5 pesos, y Evodio Sánchez 3 pesos. Era el
personal de confianza, así es que ya imaginará el sueldo de los trabajadores que
difícilmente llegaba a 20 pesos semanales.
EL SINDICATO: AMBICIÓN, LUCHA Y MUERTE
A los costados de la fábrica, hacia la derecha, la residencia de los Corvera,
elegantísima, con sus balcones coloniales y su casino, testigo de innumerables
banquetes a donde acudía lo más rancio de la sociedad mazatleca y mexicana; a
la izquierda, la de los trabajadores de confianza y en el centro los telares.
En el pueblo, frente a la fábrica, las modestas pero cómodas casas de los
obreros.
En 1935, la fábrica adoptó el nombre de “Fábrica de Hilados y Tejidos de
Algodón Unión”, de gran fama por la manta y la mezclilla que elaboraba.
Los trabajadores ya estaban sindicalizados. En 1923, el primer sindicato lo
encabezaron Rigoberto Ibarra, Esteban Serrano, Roberto Calderón, Trinidad
Fregoso y Marcelino Rocha. El sindicato era de lucha y enfrentó de principio los
malos tratos del gerente Luis Fuentevilla a los trabajadores y del entonces capataz
Leopoldo Amutio, a quienes acusaban de déspotas, de despedir sin causa
justificada, de golpear a los que reclamaban. Se hace la primera huelga de 12
días, una gran ofensa para los empresarios quienes tuvieron todo el apoyo de
Plutarco Elías Calles, presidente de la República, para terminar con el movimiento.
La llama de la lucha se encendió de nuevo en 1932, cuando el sindicato lo
encabezaron Miguel Betancourt, Doroteo García, Alejandro García, Leocadio
Hernández, Laura Ramos y Gabriel Rodríguez.
Otra vez la fuerza pública, ahora con a Judicial del Estado. Despiden a los
dirigentes e integra la empresa un sindicato blanco.
En 1935, los obreros encabezados por Antonio Vizcarra tomaron por asalto
el edificio. Había una efervescencia de lucha obrera y campesina en el país. La
toma fue producto de un trabajo secreto, pues los trabajadores celebraban juntas
en la casa de Leonardo Avilés, muerto antes de la toma por los terratenientes,
pues apoyaba la lucha por la tierra que se daba en el sur de Sinaloa. Al
movimiento se adherían campesinos de otros pueblos por el reparto de la tierra
ante lo cual los terratenientes crearon el grupo de choque conocido como “Los del
Monte”.
Las autoridades actuaban con mutismo, hasta que se decidió por participar
después de la muerte del gobernador Rodolfo T. Loaiza en la celebración de un
carnaval mazatleco.
Hubo muchos crímenes. Perdieron la vida Andrés Zamudio, Cristóbal
Lizárraga, Luis Osuna, Jesús C. López, Felipe Madero, Juan Jiménez y otros.
La efervescencia sindical continuó y fue minando la buena marcha de la
empresa. La muerte de Celedonio Corvera fue el tiro de gracia, pues sus hijos no
la supieron administrar y a las 5 de la mañana de octubre de 1957 cerró para
siempre sus puertas.
Ramón Castañeda, Pablo Osuna y Ricardo Hernández, a nombre del
comité local ejecutivo del Sindicato de Trabajadores de la Industria Textil y
Similares de la República Mexicana, signaba una carta enviada al comité nacional
en la que dan a conocer el cierre y piden ayuda moral y económica para los
obreros, entonces rebajados a sólo 280.
Pedían a los dirigentes nacionales que solicitaran la intervención del
gobernador, que presionaran a la Junta Federal de México, de la Secretaría del
Trabajo, para que fallaran a favor de los trabajadores para que no cerrara sus
puertas definitivamente y la ayuda económica.
Nunca se abrieron de nuevo las puertas y actualmente las tierras y las
ruinas pertenecen a un banco de Guadalajara, pues con ellas se cobró un
embargo.
La actividad laboral y económica decayó desde entonces en Villa Unión,
que espera el resurgimiento, al que ve lejos, a los veinte años de haber cerrado
sus puestas la Fábrica de Hilados.
LA ORQUESTA TÍPICA QUE SOÑÓ TIRSO RIVERA IBARRA Por Juan Lizárraga
NOROESTE-Mazatlán, 3 de diciembre de 1982
Perdón. Porque es en vida cuando se debe reconocer la facultad artística y la elocuencia que eleva al hombre sobre sus semejantes, aun cuando se regrese a la sórdida tranquilidad de la vejez sin ningún adorno, se pide aquí, perdón.
Y es que Tirso Rivera Ibarra murió esperando de nosotros el último reconocimiento a su vida.
Nos esperó en El Pozole —donde vivió sus últimos días antes de fallecer el 25 de noviembre en el hospital del Seguro Social de Mazatlán— para que lo entrevistáremos. Se nos fue antes.
No habrá divagaciones metafísicas sobre la muerte. Expondremos “la vida” de Tirso Rivera, como nos la platica su mejor amigo Ramón Núñez, quien estuvo con él hasta los últimos instantes. (Ya el artista excelso forma parte de la música universal junto a los grandes del arte clásico. Para qué especular que se fue al cielo para armonizar con el respetable y lánguido sonido de su cello los cantos celestiales de los ángeles).
Nació en Villa Unión el 7 de agosto de 1919. A corta edad, se fue con sus padres, Tirso Rivera Velador y Catalina Ibarra, a vivir en Mazatlán, donde estudió primaria en la escuela Morelos, “La Duquesa”. Lo acompañaban sus hermanos Alicia y Olga.
Su papá trabajaba en la orquesta Gallardo, de Manuel Gallardo, donde luego, desde muy pequeño, ocuparía una plaza Tirso, quien terminaría la secundaria y luego la preparatoria en la escuela que dirigía el ingeniero Manuel Bonilla (Pro Cultura Regional (1936-1938).
La familia se fue a radicar a México y mientras su papá era miembro de la Orquesta Típica de Miguel Lerdo de Tejada, Tirso estudiaba en el Conservatorio.
MÚSICO. Tirso Rivera, segundo de derecha a izquierda, aparece tocando el instrumento de su preferencia, el cello.
Posteriormente, también ingresó a la Orquesta Típica, donde destacó como solista tocando el cello.
Después fue miembro de la Orquesta Sinfónica de México, que dirigía entonces Carlos Chávez. Sin descuidar sus estudios, hizo gira por Europa, dando conciertos en el Vaticano, en Bruselas, Francia, etcétera.
También conoció América del Sur. Sus múltiples visitas a Cuba le permitieron conocer a Fidel Castro y siempre tuvo en su ideal la defensa del trabajador, por ello fue electo secretario general del Sindicato Nacional de Músicos de la República Mexicana.
Tuvo una intensa actividad política. Fue candidato a diputado del PRI por el XIV Distrito. Después dejó la secretaría sindical y se incorporó a la Orquesta Sinfónica de Guadalajara.
Enfermó: una oclusión intestinal le dañó la columna vertebral y se le engarrotaron los brazos. Ante el coraje de sus múltiples amigos, vendió su cello y se vino a radicar en El Pozole, en su casa de campo, donde reside su familia, lugar que nunca dejó de visitar, pues en todo el sur de Sinaloa era (es) ampliamente conocido.
CHARROS Y CHINACOS, SÍMBOLOS INSURGENTES
En su “retiro” campestre, Tirso Rivera escribió una carta que nunca envió, primero a la esposa de José López Portillo y luego a la de Miguel de la Madrid, porque llevaba dentro de sí el delirante anhelo de formar una orquesta; elaboró un anteproyecto en el que propone nombre, finalidad, uniforme y hasta forma de transportación de lo que sería su orquesta.
Hacía una pequeña autobiografía en la que notificaba lo dicho: que nació en Villa Unión, que en el Conservatorio tuvo como maestros a Julián Carrillo, Manuel M. Ponce, Silvestre Revueltas, Pablo Moncayo y Carlos Chávez; que ingresó a la Orquesta Típica que dirigía Miguel Lerdo de Tejada y que triunfó en un concurso convocado por la Sinfónica de México que dirigía entonces Carlos Chávez, ingresó a ella y fue luego miembro de la Sinfónica Nacional del INBA; que visitó Norteamérica, Canadá, El Caribe, Sudamérica y Europa Occidental.
“Nuestros campesinos, nuestros obreros y sus hijos deben ser nutridos espiritualmente para que el día de mañana sean mejores mexicanos”, decía y de ahí extraía la necesidad de formar esta orquesta para dar a conocer la música mexicana en los ejidos, en los ingenios, en las escuelas rurales, en las plazas
públicas, en los centros agropecuarios, en los orfanatorios, en los reclusorios, en… donde se sienta palpitar el corazón del México auténtico.
El objetivo era “desterrar el lamentable perjuicio que ha venido ocasionando la ‘música moderna”. Él quería “poner nuestro granito de arena para hacer llegar a la familia campesina algo de nuestra cultura musical”.
Cuántas alabanzas hace a la Orquesta Típica, y con justeza, porque a través de ella la música mexicana, nuestro folklore musical fue y es conocido mundialmente.
Re3cuerda en este anteproyecto aquel discurso del licenciado Luciano Rubí, jefe de la Oficina de Acción Cívica de México durante el gobierno de Cárdenas, en Valparaíso, Chile:
México tiene el inmenso orgullo de que en su música vibra todo el romanticismo de la raza azteca, sus episodios de la vida misma del pueblo mexicano que con gusto dedicamos al pueblo hermano de esta República de Chile, del que somos deudores de gratitud, cariño y respeto, que hablan y viven como nosotros. Creemos que América debe ser, más que ninguna otra, tierra de hermandad y ayuda mutua”.
La Orquesta Típica Presidencial se convirtió en la no menos famosa Orquesta Típica de Policía.
Orquestas hay muchas, pero no una como la propuesta por Tirso Rivera, una que “cree una vida artística permanente para que todos aquellos hombres con talento e inspiración sigan enriqueciendo con sus obras maravillosas nuestro acervo estético, ya que muchas de ellas han pasado a formar parte de la cultura universal”.
El anteproyecto sigue en pie, la orquesta llevaría el nombre de Miguel Lerdo de Tejada y sus miembros llevarían uniformes de charros y de chinacos, símbolos de México, no de machismo, sino de los insurgentes, de los que se lanzaron a expulsar a los invasores.
La orquesta estaría integrada por aproximadamente 200 artistas, entre los que se incluye un grupo coral, un trío popular, un grupo de baile y un conjunto jarocho. Eso pedía y pide aún cuando esté muerto, con el lema “un pueblo que baila, canta y ríe, es un pueblo feliz”.
NO HIZO RIQUEZA POR UN VICIO
“Conoció mucho mundo”, nos dice Ramón Núñez. Ganó mucho dinero, pero no acumuló riqueza porque siempre tuvo el vicio de regalar en las navidades. Cuando fue líder sindical, no quería que ningún hijo de músico se quedara sin recibir regalo y llenaba almacenes con juguetes que luego repartiría.
“Era sencillo, platicador, mujeriego (tuvo dieciocho hijos). En Sinaloa se le quería entrañablemente y correspondía a este cariño. El Sinaloense (tocado por la Banda de Cruz Lizárraga), El Sauce y la Palma y Los Caballos que Corrieron, lo alborozaban.
Le recuerdan sus amigos de El Pozole y de Villa Unión: Jesús Tirado, Manuel Chávez, Jesús Zazueta, Herlinda Ortiz, Rafael Arroyo, la familia Núñez, Marcelo y Juan Gamboa; en Mazatlán: Cruz Lizárraga, Gabriel R. Osuna, Esperanza viuda de Avilés, Ramón Núñez, Manuela Osuna, etcétera.
En sus últimos días se le veía por Mazatlán, por Villa Unión, cargado por un bordón, platicando con sus viejos amigos, con su lúcida mentalidad a la que no hizo mella ni el alcohol ni los años.
No pudimos entrevistarlo en vida para darle un último aliento.
Perdón.
Alumno de grandes maestros, amigo de Cuba, amigo de Fidel…
Humanista y revolucionario, Tirso Rivera, genio Musical sinaloense, murió solo y olvidado en 1982
Por Juan Lizárraga T. NOROESTE-Mazatlán, 22 de junio de 1987
Solo y olvidado murió en El Pozole
de Villa Unión, a las 10 de la noche
del 25 de noviembre de 1982, don
Tirso Rivera Ibarra, hombre de
ideas revolucionarias, de firme
espíritu humanista, pleno de amor
por los humildes y de gran genio
musical, el que le permitió recorrer
el mundo, fundamentalmente con
la Orquesta Típica de México.
Sencillo, se le veía ir y venir de su
pueblo a Villa Unión, hasta que la
muerte le dio cita en la clínica del
Seguro Social, donde permaneció
tres meses encamado. Sus amigos
y compañeros de arte de la
localidad estuvieron en sus
funerales: Ramón Núñez Lizárraga,
Cruz Lizárraga, José Ángel Espinoza
“Ferrusquilla” y familiares, el
periodista Mario Martini Rivera
entre ellos.
El 28 de noviembre de 1919 vio
Tirso Rivera Ibarra las primeras
luces bajo el arrullo del río
Presidio. Procedía de una familia de músicos, pues su padre Tirso Rivera Velador
era violinista, al igual que su tío Adolfo, gran flautista, y su tío Nicolás que
ejecutaba el violín.
Su padre, quien se matrimonió con Carolina Ibarra, nativa de El Walamo,
tocaba en un quinteto en la plaza y bailes de Villa Unión y fue solista de la Orquesta
Mérida.
La familia de Tirso Rivera se trasladó a Mazatlán para que hijo, prodigioso,
continuara sus estudios de primaria y tuvo como maestros a los profesores de
apellido Rolón y Garibay, así como a Isabel Alcántar, en la escuela Morelos.
Desde pequeño dio muestra de sus inquietudes musicales y empezó a tocar
en la orquesta de Manuel Gallardo, junto con su padre. La orquesta visitaba
frecuentemente la ciudad de México y en una ocasión el maestro Miguel Lerdo de
Tejada, director de la Orquesta Típica, se sorprendió del virtuosismo del novel
chelista por lo que advirtió a su padre que sería un gran músico y le ofreció una
plaza en la Orquesta Típica y una casa en México para que se fuera a radicar toda la
familia. Sus padres y sus hermanas Alicia y Olga se fueron a México para vivir en el
interior 3 del número 26 de la calle República de Costa Rica.
ALUMNO DE GRANDES MAESTROS
El heroico Castillo de Chapultepec sirvió de marco para la primera
presentación de Tirso, quien inmediatamente ingresó a estudiar en el
Conservatorio bajo la dirección de Manuel M. Ponce, Ruvalcaba y Amengol, así
como Manuel Esperón y José Sabre Marroquín, de quienes fue un extraordinario
alumno.
Tenía 19 años cuando fue contratado por Carlos Chávez, director de la
Sinfónica de la ciudad de México, por recomendación de Manuel M. Ponce.
Se inician así los viajes interminables. En una gira por Centro y Sudamérica
sufrió un accidente. Al salir del restaurant “Viña del Mar”, en Santiago de Chile,
sufrió una caída y se propinó un fuerte golpe en la cabeza que lo mandó al hospital,
más, por fortuna, se recuperó pronto y continuó en la gira.
MÚSICO Y LÍDER, AMIGO DE CUBA
En la Sinfónica y luego en la Orquesta Típica, Tirso Rivera pudo viajar por
todo el mundo y al llegar a México no dejaba de visitar a su pueblo, El Pozole, de
Villa Unión.
Participó en conciertos en el Vaticano, en Bruselas y en un país africano, así
como en varios países de Europa. “Vaya ironía de la madre patria” decía de España,
uno de los pocos países que nunca visitó en sus giras por Europa.
Tuvo muchos reconocimientos y conoció grandes personalidades, como el
emperador de Abisinia, Heile Selasie, quien lo condecoró con la medalla al mérito.
Deleitó a presidentes y reyes.
En México se le hizo un homenaje en el restaurant Sanborn’s, donde conoció
al maestro Juan José Osorio, quien lo introdujo en la lucha sindical.
“Si es usted un buen chelista, también puede ser un buen secretario general
del Sindicato de los Músicos”, le dijo Osorio y lo presentó con el líder Fidel
Velázquez.
Ocupó varias carteras hasta llegar a la secretaría general, más descuidó su
trabajo sindical por apoyar a los grupos de izquierda que luchaban en Cuba con
Fidel Castro a la cabeza. Castro fue amigo personal de Tirso, pues de él recibió
muchos donativos para su causa.
Su vocación socialista y el descuido del sindicato le trajeron serios
problemas, pues sus “representados” tomaron por asalto las oficinas del sindicato
cuando Tirso se encontraba fuera de la ciudad. Superó este momento, más
finalmente terminó con su trabajo sindical.
Adicto a hacer regalos, las envidias lo hicieron de enemigos gratuitos que no
aprobaban el que este hombre caritativo ayudara a los trabajadores necesitados o
hiciera bailes de beneficio social.
En Cuba triunfaron los rebeldes, con los que estuvo hasta el día del triunfo y
regresó a Mazatlán y Villa Unión,
donde se dedicó, en compañía de
Ramón Núñez, a organizar bailes y
espectáculos.
Envejeció y el olvido y la
soledad lo fueron venciendo hasta
que el 25 de noviembre de 1982 se
fue para siempre en la misma
región que lo vio nacer junto al río
Presidio.
GENIO MUSICAL. Tirso Rivera, oriundo de El Pozole, pueblo cercano a Villa Unión, fue un genio de la música.
Estampas de nuestra historia (35) SIXTO OSUNA Juan Lizárraga Tisnado
NOROESTE-Mazatlán, 28 de marzo de 1984. El 28 de marzo de 1871, nació Sixto Osuna en Villa Unión. Una escuela
primaria y la mutualista lo recuerdan al adoptar su nombre, más su obra, dispersa en periódicos y revistas, no ha gozado del honor de mantenerse en el conocimiento del pueblo.
Dícese de Sixto Osuna que desde muy temprana edad manifestó sus aficiones literarias. Es muy difícil encontrar rastros de su vida en su natal Villa Unión.
Vivió en este puerto, donde fue director de “El Correo de la Tarde”. Ahí están sus trabajos literarios, aunque no tuvo trascendencia nacional, Sixto Osuna convivió con y fue amigo de Enrique González Martínez, poeta post-modernista de renombre.
El siguiente es uno de sus poemas:
LA TARDE ES APACIBLE
La tarde es apacible como un canto pastoril que a los rústicos halaga; el sol es ascua de oro que se apaga entre mares profusos de amaranto
Negro tachón de pájaros tardíos sobre el azul de ráfagas inquietas. En el confín imponen las siluetas montes, titanios y árboles umbríos.
Sonar de campanitas argentinas entre el verdor risueño del boscaje trémolo de las aguas cantarinas en el campo arenisco del paisaje.
La tarde va cegando sus fulgores como alguna versátil dogaresca que entre lirios y cánticos de amores entornara sus ojos de turquesa.
Es el ambiente límpido y sonoro aromado por flores enervantes, y en el zafir de fuegos tremolantes brotan los astros como abejas de oro
(1919) Sixto Osuna murió el 29 de abril de 1923.
Villa Unión, convertido en zona de desastre,
fue anfitrión de grandes de la tauromaquia
Ejemplar muestra de altruismo en beneficio de los moradores y de
los pueblos del río Presidio
La Hacienda “Los Ángeles”: alberca, huertos, caballerizas y gran
ruedo, hoy sólo ruinas
Juan Lizárraga Tisnado
NOROESTE-Mazatlán, lunes 27 de junio de 1987.
Como un agradecimiento, a los 40 años,
Villa Unión se convirtió en anfitrión de los
grandes de la tauromaquia nacional. En
1986, los toreros dieron muestra de ejemplar
altruismo al participar en la ciudad de
México en una fiesta brava que un grupo de
señoritas organizó en beneficio de los
moradores de los pueblos ubicados en las
orillas del río Presidio que con sus
inundaciones obligó a que se declarara la
región zona de desastre.
Hubo bastantes víctimas y en un
gesto de solidaridad se inició un programa
de corridas de toros en toda la geografía
nacional para auxiliar a los damnificados.
Fueron principalmente distinguidas señoritas
sinaloenses las organizadoras de esta
corrida en la que el torero mexicano dio su
mano a sus hermanos sinaloenses en su
momento de desgracia.
Villa Unión, cuarenta años después,
vivía en un esplendor gracias a la pesca, la agricultura, la ganadería y la fábrica de
hilados y los espectáculos se sucedían uno a otro. Entre estos espectáculos
destacaba la corrida de toros. En el centro del pueblo había una plaza y entre La
Urraca y El Pozole se instaló otro ruedo en lo que hoy son las ruinas de la
hacienda Los Ángeles.
LAS CORRIDAS DEL DÍA DE SAN JUAN
Especiales eran las fiestas del Día de San Juan en Villa Unión en los años
treinta: la crisis no era tan cruel, el dinero alcanzaba y sobraban clientes para los
tahúres, polleros, los juegos mecánicos, la ruleta, el volantín de Don Porfirio. Era
el momento de lucir los buenos caballos, de admirarse con el globo que en la
mañana y en la tarde soltaba el mudo en la plaza.
Desde las dos de la mañana se anunciaba la fiesta con tres bombillos que
rompían la tranquilidad de la noche y después los creyentes acudían a la iglesia a
darle el baño al santo patrono.
Era el día de San Juan y Juan se llamaba, y se apellidaba Tirado, el
organizador de la corrida de toros, junto con su hermano Fermín, prominentes
ganaderos y agricultores de la región que agasajaban en grande a los toreros.
Se recuerda la corrida del 24 de junio de 1938. Plenos de bravura salieron
los toros del Palmito de la Virgen, de buena estampa, que lidiaron en un mano a
mano Roberto Cantú “Gaonita” y Roberto Gutiérrez “El Ojito”, quienes llevaron
como banderilleros a Antonio Escudero “Martincito”, a Rosalío Mejía “Badajitos”,
Eulalio Mendoza “Pinocho” y José Espejel “El Temerario”.
La fiesta se coronaba con los bailes nocturnos, esa cuestión en un cobertizo
para danzar al son de la banda de Juan Gómez y en el Club Dalia con la orquesta
Mérida; había demás un baile público donde no faltaba el vistoso castillo y el toro
de pólvora lidiado por la “Rosona” de El Guayabo y “El Relingo” de Aguacaliente.
Pueblo y toreros convivían, pues Villa Unión era, como hoy, un pueblo
hospitalario que no escatimó recursos para atender a los grandes toreros, además
de los mencionados, son los siguientes, de una lista que nos proporcionó Ramón
Núñez Lizárraga.
Luis Barajas, Naranjito Pacorro, Pancho Maravilla, Juan Silveti, Joselito
Méndez, Chicuelín, Antonio Barrera, Carlos González, Rubén Salazar, El
Terremoto, El Ojitos, y locales como El Robleño, Tino Millán, Irán Rojas, Cipriano
Lira y Francisco Gándara. Otros toreros: Alberto Balderas, Chucho Solórzano,
David Liceaga, Paco Gorreas, Luciano Contreras, Paco Ortiz y Ricardo Torres.
LA HACIENDA “LOS ÁNGELES”
Allá, al otro lado del puente del pueblo de Villa Unión, camino de El Pozole, antes
de llegar a La Urraca, estaba la Hacienda Los Ángeles, de los hermanos Montero,
ricos de cuna y muy aficionados a la fiesta brava.
Alberca, caballerizas de animales pura sangre, gallos de pelea, los mejores
automóviles de la época, troques para transporte del ganado y las pasturas que
también degustaban los caballitos ponys y un ruedo, hacían singular a la
hacienda, ahora en ruinas.
En especial, don Severo se desvivía por la corrida de toros y su situación
económica desahogada le permitió construir el ruedo y traer ganado de lidia de
Querétaro, Querétaro.
Grandes corridas se organizaron bajo el cuidado de Antonio Escudero
“Martinico”, quien trajo a muchos de los toreros antes mencionados, y a charros
famosos como Alejandro de la Torre, Antonio Becerril. Unidos los Montero con los
Tirado, agasajaban a los toreros en la Hacienda y en Villa Unión. En ocasiones se
repartía barbacoa a los asistentes, entre los que además de los pueblerinos de la
región se incluía a gente reconocida como Fermín Tirado, Rodolfo Osuna, Juan
Osuna, Bautista Peinado, Martín Peinado, Beto Benítez, hermanos Raygoza,
hermanos Jumilla; de Mazatlán Amado Guzmán, Ceferino Conde, los Urquijo, el
doctor Armenta, Raúl Cárdenas, Felipe Gil; de La Urraca, Marcelo Velázquez,
Cástulo Gamboa, Ramón Fajardo, Tomás Quintero y muchos más.
Aquí toreó María Cobián “La Sirenita”, mujer de mucha afición entre los
ruedos, precursora, junto con Conchita Citrón, de este arte.
En Los Ángeles todo era gratuito. Los Montero tenían suficiente dinero para
gastar en diversiones para el pueblo, un pueblo que a pesar del progreso, resentía
cada día más la desigualdad social y empezó a luchar contra el hacendado.
Empezaron las expropiaciones y durante la lucha agraria de los cuarenta
terminó el esplendor de la hacienda, que se quedó con unas 6 de las decenas de
hectáreas que la rodeaban. Una huerta de mangos rodea ahora los muros que tal
vez nunca se reconstruirán. Pero ahí están, como testigo de aquel tiempo de
esplendor.
La Hulama, el deporte pasado (II Parte)
Por Juan Lizárraga T.
NOROESTE-Mazatlán, 25 de mayo de 1981.
En Villa Unión persiste
agónicamente un deporte
prehispánico. Los indígenas
realizaban confrontaciones
importantes en el ámbito deportivo
de antes de la conquista: la hulama.
Heraclio Bernal Tirado, quien
practica ese deporte y pugna ahora
porque no desaparezca, contó que
la hulama se jugaba a nivel nacional
y particularmente en el sur era tan
atractiva como lo es hoy la corrida
de toros, por ejemplo.
Hasta 1945 (el béisbol y e
fútbol tuvieron entonces una fuerza
arrollador) la hulama se practicaba
entre equipos de Concordia, El
Bajío, El Habal, El Chilillo, La
Palma, El Quelite, La Sábila, Puerta
de Canoas, El Potrero y Villa Unión,
sobre todo en los días festivos.
Recuerda Heraclio Bernal
que el 20 de enero de 1900 hubo un
juego espectacular entre serranos y costeños; que en 1915 en El Habal, se
escogieron a los mejores jugadores e hicieron una contienda entre los de uno y
otro lado del Río Presidio; ganaron el encuentro, organizado por Juan Carrasco,
los jugadores que vivían en los pueblos del lado de Mazatlán; en 1930, Germán
Tirado formó un equipo magnífico en La Palma y un 24 de junio, “Día de San
Juan”, el patrono de Villa Unión, se celebró en este último sitio un encuentro que
quedó empatado por incompetencia de los veedores.
Veedores, así se les llama a los jueces de este deporte que se juega con
una bola de 4 kilos de peso hecha de hule sólido sacado de la leche de un árbol
llamado guayule. La falta de esta bola es lo que ha propiciado en gran medida la
extinción casi total de la hulama. En la región hay sólo cuatro hules o pelotas: dos
en Los Naranjos, una en El Chilillo y otra en El Habal.
El equipo se integra con seis jugadores y al campo de juego, de 50 metros
de largo por cuatro de ancho, se le denomina taste y está dividido por una raya
llamada analco, en la cual se instalan los veedores; el traje de juego se llama
fajado y está hecho de gamuza, de piel de venado, una faja de mezclilla de 3
metros y medio y un cuero ancho utilizado como cinto, llamado chimale. Al jugador
se le denomina tahure.
A fines del siglo pasado, el campo en el sur del municipio de Mazatlán
contaba con importantes industrias y con un movimiento sindical fuerte que ni el
capital ni el gobierno podían tolerar.
Sí, lo que fue la fábrica de hilados en Villa Unión desapareció por las
demandas desmedidas de los obreros, aunque, de hecho es más preciso decir
que se trasladó hacia Guadalajara.
Fue la fábrica de hilados fundada a fines del siglo pasado por el español
Celedonio Corvera y se llamó en principio “C. Corvera y Compañía. En ella se
registraron cruentas batallas entre los franceses y los antiinvasores.
Juan Burgueño cuenta que laboraban en ella como 300 personas en dos
turnos. Uno de esos trabajadores fue él mismo. “Paró en 1957 por incosteabilidad:
los líderes exigían mucho. Venía uno de México llamado Bañuelos a agitar y aquí
lo hacía Jesús Gutiérrez, al que lo mataron””, dijo acerca de los sindicalistas
pertenecientes a la Confederación de Obreros Mexicanos.
A la muerte de Celedonio, su hijo Bernardo Corvera tomó las riendas de la
fábrica y le cambió de nombre, se llamó “Textiles de Sinaloa”. Bernardo y sus
hermanos se corrompieron con el dinero y lo malgastaron en parrandas. El nuevo
dueño de la fábrica trajo a artistas, coros, para que actuaran exclusivamente para
él.
Los obreros tenían muchas y buenas prestaciones, pero querían más. El
capital estaba unido entre sí y con el gobierno y en un emplazamiento de huelga
por solicitud de más prestaciones. La Secretaría del Trabajo no accedió a las
peticiones y la industria tronó. Ahora, las ruinas y los terrenos de los Corvera se
encuentran hipotecados. La fábrica funciona en Guadalajara.
El pueblo se estancó con la muerte de esa industria y los habitantes
volvieron los ojos hacia la agricultura, como Juan Burgueño, quien en compañía
de su hermano ha llevado de nuevo el progreso no sólo a Villa Unión, sino a toda
la región, con la siembra del chile.
Gracias a la siembre del mexicanísimo producto, en la región cada año
surgen nuevos ricos.
Villa Unión: un Valenzuela
yaqui que llegó en 1918 Por Juan Lizárraga T.
NOROESTE-Mazatlán, 29? de mayo de 1981.
Durante la época porfirista, en Sonora eran constantes los alzamientos de
los indios yaquis y mayos. Se cuenta que en Bacatete asaltaban los indios alzados
a los viajeros procedentes del norte y para menguar su rebeldía, el gobierno y el
capital se dedicaron a matar a los revoltosos y a trasladar a otros sitios a los no
contaminados por la inquietud revolucionaria.
En uno de estos trances, más de 20 familias yaquis de La Hacienda de
Tupahui fueron extraídas y algunas de ellas se quedaron en Villa Unión. Así llegó
en 1918 un indio de 13 años llamado Pascual Yumea Valenzuela, ahora con edad
de 76 años, quien nos platicó que se quedó en este lugar gracias a que su patrón
Alberto Astecerán era concuño del propietario de la fábrica de hilados de Villa
Unión, Celedonio Corvera.
Empezó a trabajar en esa fábrica tan pronto fue apeado del tren, como
arrimador de leña a las calderas y luego en las bombas.
Ahí pudo ver cómo la fábrica desaparecía, por malos manejos del hijo de
Celedonio, Bernardo Corvera, porque no se modernizaba técnicamente y sobre
todo por las demandas desmedidas del sindicato.
Pascual Yumea Valenzuela (Yumea significa en yaqui “cansado” y en tanto
que no pertenece a los mayos, su apellido Valenzuela no ha de tener ninguna
relación con el del beisbolista famoso) se convirtió a través del tiempo en testigo
de Jehová y cada fin de semana se le ve pregonando su doctrina por las calles de
Villa Unión.
“LA SINALOENSE” CON SUS TACONAZOS
Las vías de acceso a Villa Unión eran por barco o por ferrocarril, pues hasta
1940 no había carretera. El Camino Real era sólo una brecha y para llegar de
Rosario a Mazatlán se hacían seis horas. Era una odisea hacer este viaje, nos
explica el doctor Héctor Jiménez, pero había postas para descansar y comer,
además de altos y frondosos árboles. Como nadie ni nada retenía el agua del río
Presidio, el corte del camino era inevitable y el traspaso se hacía en grandes
chalanes. 25 centavos debían pagar los viajeros para hacer el transbordamiento.
En 1922 llegó de Jalisco un señor apellidado López y se dedicó al
provechoso negocio de promover en servicio canoas, lanchas, para atravesar el
río. Lo mismo hizo una familia apellidada Arellano y el safari se hacía más
agradable, sobre todo porque el camino fue asfaltado en 1940, pues los
norteamericanos, precavidos que son, adecuaron las vías de transporte en México
por aquello de que los hiciera huir durante la II Guerra Mundial.
Los canoeros aumentaron, a nivel familiar. Ya era muchos los López, los
Arellano, los González y que de pronto les instalan el puente en 1954 y se
quedaron momentáneamente sin trabajo, pero luego se dedicaron a la pesca en la
cual no tenían más que la experiencia del manejo de las lanchas.
Integraron así una de las que fue de las primeras cooperativas de México,
la “Pescadores Unidos de Villa Unión”. La Casa Pando les facilitó 550 pesos para
avío y empezaron a trabajar.
Fueron tres años de labores rudimentarias que combinaban con el trabajo
industrial en la fábrica de hilados o en los ingenios de El Roble y de El Walamo,
sólo que de acuerdo con la ley cooperativa les estaba prohibido trabajar como
asalariados y las autoridades les cancelaron el registro.
Todo parecía perdido cuando un individuo que tenía experiencia en la
pesca, porque trabajó en una industria procesadora de la cabecera de ca dio
asesoría para que formaran otra cooperativa. Así nació “La Sinaloense”, hace
veintidós años, por los consejos y la asesoría de Rafael Pompeyo Zamora, el
“experimentado”.
Faltaba dinero y alguien muy allegado a Pompeyo Zamora lo facilitó, a
condición de que le empeñaran el registro de la cooperativa. Así, con las
ganancias que obtenían de la misma cooperativa, les hacía préstamos a los
pescadores, además de que a través de una pesquera de su propiedad compraba
el producto capturado y nunca entregó remanentes.
Tenía a los pescadores —detalla el doctor Jiménez— como simples
asalariados y sin ninguna prestación y pagaba a cinco dores se han ido
organizando. Enrique González López “El Focas” y Manuel Aureliano, por
protestar, fueron expulsados de la directiva en una asamblea amañada, más todo
se revirtió hacia Manuel López “El Burro” y a Ángel López, gente de Julio
Berdegué y tras un proceso de lucha, la directiva ha quedado en manos de los
primeros, sin embargo, los pescadores que han seguido a “los burros” se niegan a
ingresar de nuevo a la cooperativa.
Divorcios, pleitos familiares de a montón, han surgido en torno a “La
Sinaloense”, integrada por los López, los Arellano y los González, entremezclados
entre sí y que han quedado en ambos bandos.
Matías Lara, revolucionario que nació
con el siglo, vive ahora en un asilo Por Juan Lizárraga T.
NOROESTE-Mazatlán, 29 de agosto de 1981.
Matías Lara López, con “pata de palo”,
casi ciego, a sus 81 años de edad, tiene una
memoria precisa y es un conversador de esos
que ya no hay: un lugar, un acontecimiento,
una persona, los describe con abundancia de
matices, sin contradicciones.
¿De dónde esas retórica? De la vida.
Ayer, alegre en el Asilo de Ancianos,
pues festejaba su día, el día de los viejos del
mundo, platicó algo de su historia, algo,
porque es una novela su vida.
(Como el viejo de la canción de Alberto
Cortés, él nació con el siglo. Durante su
infancia y su adolescencia vivió en el campo,
en Bellavista, Nayarit. Trabajó en una fábrica
de hilados y después sacando producto de
una calera en burro. No tuvo escuela. Su
primer día de clases no lo tuvo porque hizo “la
pinta”, al siguiente desertó
porque lo tumbaron de la
banca los compañeros y se
enojó.
De pronto, a los quince
años se vio envuelto en el
Ejército y ahí tuvo muchas
batallas contra los villistas.
Hay que escucharlo
cuando platica cada episodio,
cada anécdota de su vida
militar cuando recibía una paga de un peso con cincuenta centavos; sus combates
contra las fuerzas de Villa, cuando desertó y se unió a los que fueron sus
enemigos. Es una novela, les digo. Mariano Azuela le agregaría muchos capítulos
más a su novela “Los de abajo” si lo conociera.
Pero mejor, óigalo. Él lo dice, cuando perdió su pie, cuando perdió la vista,
antes de entrar al asilo, se angustiaba ante la soledad. Sí, a él le encanta platicar.
Entonces, se unió a Villa, cuando las cosas no estaban a su favor y anduvo
prácticamente prófugo hasta que Obregón derrotó a Venustiano Carranza.
En 1922 dejó las armas y se vino a Mazatlán, y vivió un tiempo en Villa
Unión. Ahí trabajó en la fábrica de hilados de los Corvera, pero lo despidieron
porque era agitador sindical.
En Villa Unión trabajó después, por 13 años, en una cantina.
En 1940 se vino a trabajar a Mazatlán, como velador, pues estaba enfermo
de una pierna; una vieja herida de un balazo que no se atendió nunca, propició
que le cortaran su pierna derecha.
Pero si Matías es famoso en Mazatlán se debe a que también vendía
cachitos de lotería.
Un día, en el centro de la ciudad, sintió mareos y fue poco a poco perdiendo
la vista. Hoy sólo ve siluetas, muy difusas.
Inútilmente gastó dinero tratando de curarse. Fue entonces cuando ingresó
al Asilo de Ancianos de Mazatlán, donde ya tiene 9 años.
Memoria prodigiosa, magnífico conversador, es don María Lara López, el
hombre que nació con el siglo.
El río Presidio, un oasis entre el calor y la rutina
Por Juan Lizárraga T. NOROESTE-Mazatlán, lunes 24 de agosto de 1981.
La naturaleza, con su ropaje, invita a estar en contacto con ella. La rutina de
la ciudad se vuelve más desquiciante en estas fechas, en este mes, a causa del
calor y no hay nada más ideal como atender el llamado de la naturaleza que nos
espera con los brazos abiertos con su atmósfera saludable y bella.
Puede ser la sierra, puede ser una presa, puede ser bajo la frondosidad de
un árbol, cualquier parte, con tal de que haya sombra, agua, sol, respiro espiritual.
No hay que ir tan lejos. El río Presidio, a pesar de su agua achocolatada,
llena este requisito a lo largo de su cauce y con espaciales en sus asomos a los
diferentes poblados de los cuales destaca Villa Unión.
Cada sábado, cada domingo, cada cuando hay tiempo, la margen del río
junto a Villa Unión se llena de gente de la misma sindicatura y de esta ciudad. El
lugar está cercano, los sauces prestan alegres sus sombras y el puente embellece
con el paisaje.
Allí, en una carpa construida ex profeso, un conjunto musical hace, con sus
notas, más amena la estadía.
El río Presidio y cualquier sitio campirano, es mejor mil veces que
permanecer en la ciudad cuando no se trabaja o cuando no se tiene qué hacer.
Sáquele provecho al calor. Vaya de día de campo con su familia.
“Se nace de la nada, para luego volver a ella”, cuentan 2 ancianitos de El Pozole
Por Juan Lizárraga Tisnado NOROESTE-Mazatlán, 27 de marzo de 1982.
Los rayos del sol no han devaluado su calor y caen impunemente sobre las casas, sobre los árboles, sobre el polvo del camino que recorren los rancheros, “vaqueros travoltianos”, con sus patas zambas enfundadas en botas de tacón hundido, pantalón de mezclilla, camisa de color subido y desabrochada hasta el pecho y el pelo desbordándoseles por el sombrero.
Es el mediodía en el Camino Real. Los niños vienen de la escuela de Villa Unión a El Pozole.
—Chemito está allá sentado, en su parcela y junto al río, en la sombra de un árbol —dicen los chiquillos, y ahí estaba el hombre de 89 años de edad, de espíritu jovial, echando la platicada.
Ya en El Pozole, estaba su primo, don Timo, de 101 años, pelando mazorcas, luchando contra la invalidez de sus pies, matando el tedio, la tristeza que no ha podido arrancar durante toda su vida.
Chemo y Timo son dos ancianidades distintas, han vuelto ambos a la niñez después de un largo recorrido por la vida dura; son muy sensibles, ríen y lloran fácilmente, sus bocas están desdentadas, pero tienen una lucidez impropia de gente de su edad.
Platiquemos de ellos, por edades.
Anselmo Carreón recuerda cuando entregaron las tierras. Ellos estaban integrados en un sindicato de campesinos y a ellos se unieron 12 de La Urraca y 5 de Villa Unión. Los de La Urraca no podían recibir tierras porque su dueño, Enrique Tellería, las había fraccionado; al hacer permuta en sus nombres, es decir, al poner a los solicitantes de La Urraca como de El Pozole, éstos pudieron obtener dichas tierras.
Él no quiso ir a la revolución, no. Confiesa que tuvo miedo. “Parecía que los muchachos iban a una fiesta”, dice, pero no le entró al fandango, aunque reconoce que los latifundistas eran dueños absolutos de la riqueza.
No era más que un simple peón, un pobre peón, recuerda, y sólo en ese momento se opacó su sonrisa casi permanente.
“¡Qué no sufriría yo que quedé huérfano a los 5 años”, dice y platica que a los trabajadores les pagaban a 62 centavos el día y era bien pagado aquí, porque en Guadalajara y en Nayarit les pagaban sólo 50 centavos de jornal. ¡Ah! En El Guayabo, trabajando la melcocha de la caña, le pagaban menos, pero le daban la comida. Se sentaban todos los trabajadores a la mesa. Dos hombres fuertes se
inclinaban ante el molcajete, palmeando la masa para hacer las tortillas y luego se las servían para acompañarlas con frijoles, sus eternos alimentos.
Entonces, su voz se amelcochó e hizo un gesto como si la probara. Sí, entre el trabajo, metían la cahuallana a la miel y ¡sssippp!, la engullían a grandes sorbos.
El trabajo era de sol a sol.
Hubiera sido similar la vida de su primo Timoteo Alcaraz, Timo, quien el 26 de agosto cumple 102 años, si no hubiera ido engañado. Le dijeron que lo llevaban a donde había trabajo y lo enrolaron en las filas revolucionarias de Juan Carrasco.
Quesque iban a trabajar y un revolucionario lo llevó a tumbar el maíz de un cacique de Montiel, donde pizcaron 2 mil sacos para entregárselos a un general afín al revolucionario sinaloense de El Potrero.
Y se vio envuelto en “la bola”. Si se salía, quedaba como un indefenso “comevacas” de Carrasco. Y así participó en el sitio a Mazatlán por los revolucionarios. Fueron tres días de balacera, del 6 al 9 de agosto de 1913.
Participó en varios enfrentamientos, en uno de los cuales recibió un balazo en el pie izquierdo.
Después volvió a su lugar de origen, El Pozole, nombrado así porque las casas del poblado estaban amontonadas, como el maíz en el alimento mexicano.
Don Timo y don Chemo afirman con seguridad que Villa Unión es más antiguo que Mazatlán y El Pozole que Villa Unión, platican con certeza su historia.
Don Chemo y don Timo tienen mucho que decir de la vida dura en sus muchos años de existencia.
Chemo y Timo temen. Ya don Timo vendió cuatro hectáreas de su parcela para atenderse. Está inválido de sus pies y aunque los médicos que lo han atendido envidian la salud de su organismo, él se queja de fuertes dolores en el estómago.
Parece que la vida es un círculo vicioso: se nace de la nada, el cuerpo y el pensamiento se desarrollan y después viene una declinación, se vuelve a la niñez y se llega otra vez a la nada, a la oscuridad del alma.
Son éstos los temores de Chemo y Timo: su vuelta a la nada.
Invadieron 150 familias un predio de los Watson en
Walamo; estudiantes que los apoyaban, detenidos Juan Lizárraga Tisnado
NOROESTE-Mazatlán, 29 de julio de 1983.
Los paracaidistas afirman estar dispuestos al
diálogo Cerca de 150 familias,
presumiblemente de El
Walamo, se posesionaron ayer
en la mañana de la mitad de
40 hectáreas propiedad de la
familia Watson. Señalaron los
posesionarios que cerca de 30
estudiantes que los apoyarían
fueron golpeados y detenidos
por agentes de la Policía
Judicial del Estado.
NOROESTE-Mazatlán
hizo acto de presencia en la
invasión que se encontraba
custodiada por elementos de la Policía Municipal pertrechados con el equipo
antimotín y con armas de grueso calibre.
La invasión se llevó a cabo en un terreno de 40 hectáreas sembradas de
mango. Aproximadamente la mitad de la cosecha se había levantado y fue ahí
donde se invadió, mientras que el resto era custodiado por la policía.
Los invasores dijeron que realmente son pocos los ejidatarios que se
encuentran en la invasión, pero que el pueblo tiene como 5 mil habitantes y las
casas no llegan a quinientos, por lo que argumentaron ser gente de El Walamo los
invasores del terreno.
Afirmaron que esas tierras, casi dentro del poblado, las han pedido por la
vía legal, incluso solicitaron al presidente municipal de Mazatlán, José H. Rico,
una entrevista en la que estuvieran los hermanos Watson pero éstos no acudieron.
Dijeron que no quieren violencia, que están dispuestos al diálogo, que se
esperó a quela fruta se cosechara para invadir, incluso que informaron a los
Watson de ello y pusieron como prueba el hecho de que estudiantes de Culiacán
que venían a darles apoyo, fueron obstaculizados por policías en aquella ciudad, y
en Villa Unión pasó lo mismo con estudiantes de Mazatlán.
Por la tarde, los invasores continuaron en el lugar, custodiados por policías.
Para que se libere a sus compañeros, estudiantes
detuvieron varios camiones
Para demandar la liberación de aproximadamente 24 estudiantes de
Ciencias del Mar y de otras escuelas de la Universidad Autónoma de Sinaloa,
elementos de la “Casa Estudiante Mártires 7 de abril”, detuvieron poco más de 20
unidades de transporte urbano, los que depositaron en los alrededores de ese
albergue estudiantil y tras un enfrentamiento a “pedradas” con elementos de la
Policía Judicial del Estado y Municipal, los camiones fueron recuperados. Esto
sucedió al filo de las 20 horas de ayer.
Los estudiantes fueron aprehendidos por los elementos policiacos la
mañana de ayer, cuando se dirigían al ejido El Walamo para respaldar a las
familias que se posesionaron de unas 20 hectáreas propiedad de la familia
Watson.
Al enterarse de la detención, los miembros de la casa del estudiante
“Mártires 7 de Abril” procedieron, al filo de las 11 horas, a detener camiones
urbanos, demandando la liberación de los 24 jóvenes.
Al caer la tarde, ya con el apoyo de elementos policiacos de la capital del
estado (judiciales y municipales) comandados por el capitán Emilio Arriaga Valero,
la fuerza pública se dirigió a la Casa del Estudiante “Mártires 7 de Abril” con el
objetivo de recuperar las unidades secuestradas.
Para ese entonces, los estudiantes ya se habían pertrechado en las partes
altas del inmueble y se enfrentaron “a pedradas” con los agentes policiacos,
quienes iban armados con toletes, gases antimotines y algunos con pistolas cortas
y largas en la cintura. En este enfrentamiento resultaron heridos, al parecer, dos
agentes policiacos y un estudiante que convalece actualmente en la sala de
emergencias de la clínica del Instituto.
Es lamentable que años de trabajo los destruyan por
intereses políticos: Watson
“Es muy triste que años y años de trabajo lo destruyan un grupo de
personas con intereses políticos. Ni siquiera son ejidatarios. Son tres o cuatro
gentes de fuera que están apoyados por los estudiantes”.
Así concluía Eduardo Watson la entrevista cuando fue informado que sus
terrenos de El Walamo habían sido invadidos.
“¿Cuáles estudiantes”?, le preguntó por teléfono el inspector de policía
Mariano Lizárraga, a sabiendas de que unos habían sido detenidos en Culiacán y
los otros en Villa Unión.
La nota de la invasión, léala aparte. Aquí vea la entrevista con el mayor de
los hermanos Watson, Eduardo, entrevista que terminó justamente cuando se
recibió la noticia de la invasión de sus terrenos.
EL CÓNSUL Y JUAN CARRASCO
El porfiriato no entraba aún en la decadencia cuando llegó a Mazatlán,
como cónsul de Inglaterra, Jorge Watson, acompañado de su esposa Jessica
Louth. Corría el año de 1890. Se hospedaron en principio en el mejor hotel de la
ciudad, el Bilmar. Luego comprarían la Hacienda de Barrón, donde cobrarían
merecida fama.
La zona era próspera. Muchas casas de Mazatlán se construyeron con
sólidos ladrillos que llevan el sello de la familia Watson.
La familia Watson hizo progresar las tierras de ese pueblo, pero también
acrecentaron sus propiedades al comprar 2 mil 400 hectáreas.
Juan Carrasco, con toda su justicia revolucionaria, no afectó esas
propiedades y a principios de siglos tuvo en Barrón una reunión consular. Estaban
ahí los representantes de varios países del mundo, Jorge Watson entre ellos.
En 1937, Jorge Watson hijo, quien se casó con Clementina Pérez, orgullosa
campesina de Barrón, vio afectadas esas tierras. Mil 400 se les quitaron para la
dotación del ejido, el que se amplió en 1947, para lo cual los Watson concedieron
600 hectáreas más.
Así, las propiedades se redujeron en 400 hectáreas. En vista de esto,
Clementina Pérez, ahora viuda de Watson, madre de seis hijos, todos varones,
obtuvo un certificado de inaceptabilidad y procedió a vender las tierras hasta que
la propiedad se redujo a 120 hectáreas que debían repartirse entre los seis
hermanos.
PRIMERO BARRÓN
Eduardo, Jorge, Jaime, Raúl, Roberto y Óscar, son de mayor a menor edad,
los nietos del cónsul, propietarios de las 120 hectáreas de Barrón, quienes
también tienen propiedades agrícolas en El Walamo.
Ejidatarios de Barrón desmontaron, allá por 1972, unas tierras propiedad
del complejo turístico Más-Sur. La Secretaría de Gobierno del Gobierno del Estado
les hizo que desistieran de tal invasión y acudieron a los terrenos de los Watson.
Aquí empezó el conflicto.
En dieciséis ocasiones los ejidatarios tumbaron los cercos de los Watson,
que ya sólo el físico tenían de extranjeros, y en dieciséis ocasiones, los Watson,
con terquedad irlandesa, los levantaron.
Eduardo, el mayor de la familia, explica que nunca habían tenido fricciones
con los ejidatarios. Al contrario: se les ayudó en todo lo que se pudo y legalmente
y de hecho, los hicieron desistir de sus propósitos.
En Barrón, el problema está terminado.
AHORA EN WALAMO
En 1971, cinco hermanos Watson compraron 190 hectáreas, las cuales se
han ido reduciendo porque las han vendido a personas del mismo pueblo. Incluso,
Eduardo donó tierra para la secundaria del poblado.
Entre ventas y donaciones, la propiedad se redujo a 42 hectáreas, las
cuales se encuentran actualmente sembradas de mango, que está por
cosecharse.
Hoy tienen también certificado de inaceptabilidad. Eduardo Watson, sereno,
mostró documentos que avalan cuanto aquí se ha dicho.
Lo entrevistamos en sus oficinas de Mazatlán, en Transportes Refrigerados
de Michoacán. Vive en la colonia Ferrocarrilera de esta ciudad.
Eduardo, además de a la agricultura, se ha dedicado a conductor de
tráileres y lleva en su haber 2 millones de kilómetros recorridos en México durante
10 años; Jorge, también propietarios de tierras, es actualmente conductor de un
tráiler; Jaime es agricultor, como Raúl; Roberto tiene algunos tráileres pipas y su
huerta de mangos, y Óscar también tiene su tráiler.
Eduardo se lamenta de que se le trate como un cacique, le duelen las
pintas estudiantiles, ya que es ampliamente conocido por la sociedad mazatleca.
Es militante del PRI y afirma que siempre ha ayudado a los ejidatarios de El
Walamo, por lo que sostiene que la invasión de sus tierras es un crimen con fondo
político, ya que son tres o cuatro gentes de fuera quienes han promovido la
invasión y no los ejidatarios.
Un amigo suyo que terció durante la entrevista, dijo que ese es el pago que
se les da ahora a los amigos. “Parece que es un delito ser rico”, dijo.
Las tres Urracas están de luto Por Juan Lizárraga T.
NOROESTE-Mazatlán, 7 de septiembre de 1981.
Los caminos rurales, con su verdor
otoñal, que dejó la primavera, invitan a
caminar por ellos. Ayer, en el camino de lo
que ya casi es La Urraca, hacia lo que ya
casi deja de ser La Urraca, apareció de
improviso una camioneta que llevaba en su
caja un ataúd. La seguían como veinte
personas, amigos, familiares del difunto, todos del pueblo.
Liborio Macías, el comisario, presidía la peregrinación luctuosa que terminó
en el panteón de Villa Unión. Ahí quedaron los restos de Luis Morales, un niño de
14 años que murió electrocutado. Junto al pueblo hay una granja avícola, en la
granja una pila y junto a la pila alambres de alta tensión. Es el teatro de los
sucesos.
Iba en compañía de un tío a la granja. Él se bañó. El tío lo previno de los
alambres que pasan a pocos centímetros de la tina. Nadie sabe cómo sucedió. De
súbito, su nuca estaba pegada a los cables y cuando desconectaron el Smith,
situado a más de 200 metros, había dejado de existir.
Hemos hablado de dos pueblos llamados La Urraca, pero hay que decir que
son tres: uno está junto al río Presidio, cuyas constantes crecientes, sobre todo en
la época de lluvias, hizo que algunos de sus pobladores emigraran hace como
diez años a espaldas del Cerro de los Patos, situado a un lado de la carretera a
Cofradía. Justo frente a ese camino, está el tercer pueblo.
Los ejidatarios de La Urraca tienen ahora tres pueblos y tres casas, lo que
da lugar a que los pueblos se vean deshabitados y más ayer cuando todos se
fueron al entierro del desafortunado niño.
Román Gárrate fue uno de los pocos que no acudieron a darle sepultura al
fallecido y fue él quien nos platicó la historia de La Urraca.
PRIMERO FUE EL RÍO PRESIDIO
Como muchos otros pueblos, La Urraca se construyó a un lado del río
Presidio. Como Chicuras, como El Guayabo, este pueblo veía con pesar cómo sus
tierras eran consumidas por el agua embravecida y que sus vidas y propiedades
peligraban en cada temporada de lluvias.
Hace poco más de diez años, se trasladaron al Cerro de los Patos y
tomando como punto de referencia la carretera, se pusieron a sus espaldas, como
unos quince. Construyeron la escuela, la iglesia, introdujeron el agua potable y la
electricidad. Atrás del cerro también está la granja. El cacaraqueo de los pollos se
escucha, es un susurro escandaloso.
Así fue como La Urraca se convirtió en dos, para lo cual el ejido “Habilito”,
que tiene más de mil hectáreas, les donó el terreno.
LUEGO FUE EL AEROPUERTO
Si por un lado les dieron, por el otro les quitaron: el aeropuerto de Mazatlán
se construyó en terrenos pertenecientes al ejido de La Urraca y expropió 327
hectáreas de 600 que eran en total.
Hubo indemnización. Se les entregaron seis millones de pesos, tres de los
cuales se utilizaron en la compra de dos tractores y de una camioneta, ociosos
siempre los primeros y la segunda toda destartalada ahora.
Con el resto, se construyó el tercer pueblo de La Urraca. Hace como un
año, sin terminar del todo, se hizo la entrega oficial de las casas, pero son pocos
los que las habitan. Son 41 viviendas para igual número de ejidatarios.
¿Por qué no las han ocupado?
Porque apenas introducen la energía eléctrica, apenas introducirán el agua
potable y porque como campesinos están impuestos a vivir en casas amplias y
éstas se parecen a las casas de barriada que hace el INFONAVIT para los
trabajadores.
Esta es la historia de las tres Urracas, siempre solas, más ayer que todo el
pueblo se fue a Villa Unión en cuyo panteón quedó el cuerpo electrocutado de Luis
Morales.