Post on 15-Jan-2015
Todo hombre, en su vida, sigue un camino u otro. Todo hombre busca, en su vida, encontrar la verdad.
Y todo hombre desea, en fin, que su vida no termine para siempre.
A esos tres profundos anhelos del hombre da Jesús, en el evangelio de hoy, la respuesta está bien cumplida
porque Él mismo es el Camino, la Verdad y la Vida.
En él, y en vivir la vida como él la vivió, está la respuesta a los interrogantes y las búsquedas del hombre.
El Camino a seguir, La Verdad a defender, la Vida que no se pierde, están al alcance de nuestra mano.
Elegirlos o rechazarlos es cosa nuestra.
Moisés no era la ley. Jesús afirma que él en persona es el camino verdadero y
viviente que sustituye a la ley mosaica.
En el pueblo judío de origen semi nómade, el tema del
camino se emplea para designar la
ley de Moisés como cauce y
dirección que el hombre ha de conocer
y aceptar si quiere llegar a la felicidad que anhela.
Jesús no es sólo un nuevo Moisés
que guía a su pueblo a través del desierto por rutas
que otros hayan trazado.
Para el cristiano, será la persona misma de Jesús por medio de su Espíritu, quien sirva de cauce buscado a su actuar diario,
porque él es el camino que conduce al Padre en la medida en que él mismo es la
verdad y la vida.
Está bien marcado el sentido último de nuestra misión cristiana: vivir como Jesús ha vivido y tener su misma manera
de pensar en el mundo de hoy porque su Palabra salva al hombre en todos los tiempos y épocas por venir.
Jesús ha venido al mundo, el Verbo que preexiste al mundo (“Yo soy”)
se hace Hombre, para que viéramos en él al Padre y para darnos
esa Vida Espiritual que es Eterna
Jesús nos da la Vida porque nos da gratuitamente a Dios. Él mismo es el don, la Salvación, la Vida, la Verdad que salva.
Cristo ante todo nos pide que no perdamos la paz
porque él está vivo, lleno de fuerza y
creatividad, impulsando la vida hacia
su último destino y liberando
a la humanidad de caer en la destrucción de la
muerte.
Al subir Jesús donde el Padre,
nos abre el camino a nuestra Casa,
la cual se sitúa en Dios. El cristiano tiene un lugar, una mansión, en el reino de Dios estando en comunión con todos: estará con Cristo para
siempre, y el mismo Señor saldrá a su encuentro ( 1 Tes. 4, 16-17).
El único mediador para ir al Reino del Padre, es el propio Jesús, camino
de comunión con Dios. Este reino, se inicia en esta vida porque Jesús puede hacer que el hombre sea feliz ya desde ahora
viviendo en su amor y tiene su plenitud en la gloria final donde le veremos cada y
cara.
San Juan de la Cruz, dice que cuantos grados de amor de
Dios el alma puede tener,
tantos centros puede tener en Dios,
uno más adentro que otro; porque el amor más fuerte es más unitivo, y de esta manera podemos entender las muchas
mansiones que dijo el Hijo de Dios (Jn 14, 2) haber en la casa de su Padre”.
Siempre será el amor el que nos abra
las puertas de la casa del Padre, a más amor, más avanza en el conocimiento y misterio de
Dios.
Es el grado de unión el que nos debe preocupar para penetrar
en el corazón de Dios y Él en el nuestro. Esos grados de amor se pueden identificar con las
mansiones celestiales en los que gozaremos para siempre de la visión beatífica.
Cristo está en el Padre y el Padre en él y hacen su morada en nosotros.
La presencia de Dios en nosotros se debe a otra persona que es el Espíritu Santo.
Por eso llamamos vida espiritual a todo lo que se refiere a nuestras relaciones con Dios.
Esta vida abarca tres actitudes:
1- Guardar las Palabras de Jesús: Meditarlas, ponerlas en práctica y dejar que echen raícen
en nuestra alma.
2- Luego, instruidos por el Espíritu de lo que debemos pedir, en Nombre de Cristo, pedimos con toda confianza aquellas
cosas que él mismo desea para nuestra santificación.
3- Al final, poner en práctica lo aprendido que si perseveramos a pesar
de las caídas, podremos caminar cada vez más seguros y confiados sabiendo distinguir las huellas de Cristo de las
que no lo son.
Hoy el hombre cristiano camina en Jesús hacia Dios, guiado por el Espíritu Santo, por las obras de la Iglesia. En la
Eucaristía escuchamos siempre su voz. Hacemos caso de su Palabra.
Nos alimentamos con su Cuerpo y Sangre.
En Jesús nos acercamos cada vez más a la identidad de nuestro Creador.
Cuanto más nos alejamos de Él, más se desfigura nuestra identidad.
Jesús es el único que nos asegura, un final verdaderamente feliz por que
es la única vida digna de ser vivida, frente a la muerte y autodestrucción
que experimenta el ser humano.
Que en la peregrinación de esta vida, Tú seas Señor, nuestro Camino, para que siguiendo tus pasos, pasemos por Tu
Pascua, que nos lleva a la gloria del Padre. Amén.
San Juan 14,1-12
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