Terminado el momento especial de la consagración, siguen unas oraciones que, según la plegaria...

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Terminado el momento especial de la consagración, siguen unas oraciones que, según la plegaria eucarística que sea, pueden ser más o ser menos, pero en todas hay unas características comunes. En primer lugar hay un recuerdo de Jesucristo y su mandato.

En este recuerdo de Jesucristo a veces sólo se cita la muerte y la resurrección, y a veces también la Ascensión y el hecho de que es el sacrificio y nuestro manjar.

Al decir que es el sacrificio también de la comunidad, recordamos, en la plegaria 1ª a los antiguos sacrificios agradables a Dios: el de Abel, Abraham y Melchisedec. Si aceptó aquellos sacrificios, mucho más aceptará este sacrificio que se pone en nuestras manos para que lo ofrezcamos al Padre celestial.

Y aquí, nada más terminada la consagración, viene el principal ofertorio de la misa, el ofrecer al Padre, no ya el pan y el vino, que se han de convertir en el cuerpo y sangre de Jesucristo, sino que ahora ofrecemos al mismo Jesucristo, que es “el pan de vida y el cáliz de salvación”.

Ese Cristo Jesús, que está allí

realmente presente, le ofrecemos al Padre celestial, como el anciano Simeón ofrecía al niño Jesús. Es lo

mejor que podemos ofrecer. Le

ofrecemos dando gracias a Dios.

Y se hace algo muy importante, que también se hizo antes de la consagración. Es la invocación al Espíritu Santo. La Eucaristía es signo de unidad en la Iglesia. Esa unidad se puede realizar gracias a la efusión del Espíritu Santo.

En esta unidad de la Iglesia recordamos al papa y los obispos. En la plegaria 1ª hay una nueva lista de santos. A veces se pone un santo local, o se ha puesto ya antes de la consagración.

La misa no es una oración de una

persona o de un grupo, sino de toda la Iglesia.

Y ahora tenemos un recuerdo para los difuntos. Parece ser que comenzó por el siglo 9º, pues antes les bastaba con nombrarles al principio de la misa. Desde que comenzó el canon, regla fija, se tenía un tiempo de silencio. Algunos lo hacían algo largo, pues recordaban a bastantes difuntos. Ahora normalmente sólo se cita aquel por quien se ofrece la misa.

Y se termina la plegaria eucarística con una alabanza solemne a Dios Padre, por Jesucristo en la unidad del Espíritu Santo. Para Dios “todo honor y gloria por los siglos de los siglos”. Mientras dice esta alabanza el celebrante (o los acompañantes) hace una pequeña elevación del cuerpo y sangre de Jesucristo. Parece que esta elevación era más antigua que la de la consagración.

Y todos los asistentes responden: “Amén”. Este amén sí que es importante. Durante muchos siglos los fieles estaban en profundo silencio, porque la plegaria eucarística era sin voz. El celebrante levantaba la voz diciendo o cantando: “Por los siglos de los siglos”.

Es tan importante este “amén” que ya san Justino, año 150, decía de cómo todo el pueblo ratificaba todas esas oraciones con un solemne “amén”. Este amén no es sólo decir “así sea”, sino decir que el honor y gloria y alabanza y sabiduría es del Señor, nuestro Dios.

Automático

sabiduría

acción de

gracias

demos a Dios.

Bendi ción y glo ria,

acción de

gracias

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Muy antiguamente no había rito especial sino que se partía el pan y se distribuía. Pero ya desde época antigua se rezaba el “Padrenuestro”, de modo que san Agustín lo cita y mucho más san Gregorio Magno, por el año 600.

Después del amén solemne, comienza el rito de

preparación para la

comunión.

En primer lugar porque para partir el pan, que duraba bastante tiempo, había que rezar algo. Normalmente era el “Cordero de Dios” repetido en forma de letanía; pero pronto se comenzó a rezar también el “padrenuestro”.

Y se pensó que era

una oración

muy apta para

prepararse a la

comunión.

El padrenuestro no se rezaba en la primera parte de la misa, a la que asistían los catecúmenos, los no bautizados, porque esta oración se tenía algo así como un secreto de la Iglesia.

Por eso se esperaba a

un momento solemne

para rezarla todos los

fieles juntos.

Y como es una oración muy importante, a la que siempre se le ha tenido mucho respeto, se hacía una introducción que solía ser: “Fieles a la recomendación del Salvador y siguiendo su divina enseñanza, nos atrevemos a decir”. Porque uno debe atreverse, si dice de verdad esas expresiones.

Hoy día se pueden hacer

muchas clases de

introducciones.

Hoy a veces se hacen introducciones sencillas y a veces algunas más largas comentando quizá la circunstancia de esa celebración. Siempre debería ser invocando la unidad en que estamos para orar todos juntos, dispuestos a perdonarnos unos a otros.

Precisamente esta intención del perdón fue el motivo especial por el que se comenzó a rezar el padrenuestro, cuando ya vamos a comulgar. Recordando aquello que dijo Jesús: Si te acercas al altar y sabes que hay alguien enemistado contigo, lo primero debes ponerte en amistad con él.

Y por esa razón seguirá el rito de la paz, del que hablare-mos.

El padrenuestro se reza de forma solemne antes de la comunión, porque la Eucaristía es la realidad más rica en gracias, por la que mejor podemos conseguir las grandes peticiones que hacemos. Serían las peticiones principales de Jesús en su sacrificio de la cruz, que es el mismo de la misa.

Cuando pedimos: “danos hoy nuestro pan de cada día”, muchos lo espiritualizan y expresan desear el pan eucarístico que Cristo nos da.

Hay en varios sitios que se recita o canta con las manos levantadas o uniéndolas unos a otros, simbolizando la unidad en la plegaria y el tener nuestro ánimo levantado hacia el Padre a quien invocamos.

Y, como es una oración solemne de todos, bueno es que se diga cantando.

Padre nuestro,

que estás en el cielo,

Automático

en la tierra como en el

cielo.

danos nuestro

pan.

Perdona nuestras ofensas,

como también nosotros perdona-mos a los que nos ofenden.

No nos

dejes caer

No nos dejes

caer en la

tenta-ción.

Hacer CLICK

Y como la sagrada comunión es la medicina para todas las debilidades y males del alma, la última petición, “líbranos del mal”,

el celebrante la amplía con otra oración especial en que pide a Dios, por medio de la Virgen María y los santos, que nos libre de los males pasados, presentes y futuros.

Esta ampliación está basada en que el mismo Jesús amplió una petición del padrenuestro, la del perdón. Nosotros en la misa, como vamos a pedir, antes de comulgar, el gran don de la paz, vemos que será una realidad cuando se vayan todos los males.

El pueblo concluye

exclamando: “Tuyo es el

reino, el poder y la gloria por

siempre, Señor”.

De modo que lo dice san Justino, por el año 150: “Todos nos damos el beso de paz”. Normalmente se hacía en el ofertorio, antes de llevar el pan y el vino, cuando ya habían salido los que no eran cristianos, ya que es un rito de los que profesan la misma fe. Y por eso deben tener la misma caridad y amor.

Y llega el rito de la paz. Esto era muy

importante desde el primer siglo.

Antes de dar la paz, se reza una oración pidiendo esa paz. Esta oración está dirigida a Jesucristo, quien dijo a los apóstoles: “Mi paz os dejo, mi paz os doy”. Hubo una época en la Iglesia en que muchos dejaron de comulgar. Tampoco se daban la paz. Por eso se insistió en darse la paz los que iban a comulgar.

Cuando la Iglesia pide la paz, podemos ver que hay varias clases de paz. Una es la paz externa: en el ámbito internacional, regional o personal. Un mínimo de paz se necesita hasta para decir la misa. Mucho más para las relaciones normales de la vida. Así que todas las clases de paz las tiene por buenas.

Pero se pide también la paz sobrenatural, la paz del hombre con Dios, la que nos hace ir recibiendo en nuestro espíritu el espíritu de Jesús. Esto se puede hacer real en el momento de la comunión, que ya va a llegar. Por medio del encuentro con Cristo, que es comunión, podemos recibir más ampliamente este don del Espíritu Santo, que es la paz.

El abrazo de paz se puede dar de forma esquemática. Es como suelen hacerlo muchas veces los ministros que están en el altar. Cuando se comenzó a hacer entre todos, en algunos sitios se hace quizá demasiado efusivamente o demasiado bullangueramente.

Este gesto de la paz no es sólo un gesto de amistad. Debe ser la expresión de la reconciliación y la unidad a la que el Señor llama a su Iglesia y la concede como un gran don. Esta paz no debería ser sólo para los que están en misa, sino que se tenga la idea de llevarla más allá, especialmente a las personas con las que convive o con los que ha tenido desaveniencias.

Cuando hablé de los cantos en la liturgia, dije que, si uno está dando la paz, casi parece un contrasentido el estar al mismo tiempo cantando. A veces ayuda para estimular más los sentimientos de fraternidad, de perdón y de reconciliación.

Por eso no está mal que al menos un coro

cante a esa paz.

Automático

Quiero que seas

siempre feliz en Jesús.

Por eso te doy

un abrazo de paz,

Quiero que seas

siempre feliz en Jesús.

Unidos con

María, la Madre.

AMÉN